Selección Cuentos Sobre La Dictadura - 2do Año
Selección Cuentos Sobre La Dictadura - 2do Año
Selección Cuentos Sobre La Dictadura - 2do Año
Yo no quería un celular. Ya le había dicho mil veces a mi hija que no. Pude vivir casi setenta
años sin celular, para qué voy a querer uno ahora. Acá en Pico estoy como en mi casa, conozco a
todo el pueblo y me conocen todos. Me las arreglo. Ocho años en Suecia viví. No hablaba el
idioma, nunca había visto nieve, todavía tenía la epilepsia y me las arreglé igual..., para qué
quiero un celular.
Mamá, me dice ella, sos grande, si te pasa algo, si no tenés cómo avisarme. Adriana siempre
se preocupó mucho por mí. Será que la tuve de mayor. Yo quería tener hijos desde chica. Y más
de uno, ¡cinco quería tener! Cuando conocí a Beto me moría por tener hijos con él. Soñábamos
con ver la casa llena de pibes y pibas corriendo, con los amigos y las guitarras, los asados, los
cumpleaños. Eramos varias parejas en esa época. De acá, de Pico. Alguno todavía está. La
agrupación era el JLN. Gente hermosa, muy compañeros todos, muy comprometidos. Hacíamos
trabajo social. Ibamos al barrio Alsina a llevar comida, a darles clases a los chicos. Se hablaba
mucho de política, a mí me encantaba. Porque yo no quería hacer caridad... asistencia. Nosotros
queríamos que hubiera para todos pero con justicia, que se repartiera bien desde arriba. Tomar
el poder, eso. Y que no hubiera pobres muy pobres ni ricos muy ricos. Una idea simple, ¿no? Sin
embargo, no sólo que fue imposible, sino que... en fin.
Pero bueno, la tuve tarde a Adriana. Porque con Beto, a ver, nos casamos en el ‘72. Yo tenía
veinticuatro años y él treinta. Y no quedé enseguida. Pasaban los meses y nada. Como dos años
pasaron. Yo no andaba llevando la cuenta pero veía que me venía la menstruación y lloraba.
Después me componía rápido para salir al barrio Alsina, con las latas de leche Molico, los libros,
seguía adelante.
A Beto se lo llevaron preso antes de la dictadura. Por suerte, digo yo, ¿no? No estaban bien
en la cárcel, pero estaban mejor que nosotros, quiero decir, a los que nos llevaron después.
Y nos llevaban de distintas maneras, pero siempre por sorpresa. Por ejemplo a Beto un
domingo, que fue a ver a los padres a Banfield, que iba tranquilo. A Cacho, el marido de Cuca,
por esa época también. Había quedado en encontrarse con unos compañeros en un bar y lo
agarraron ahí. A Marita en la puerta del jardín donde dejaba a los chicos, adelante de las
maestras, pleno día. Al marido de Marita enseguida después. Del mismo jardín lo llamaron, que
había no sé qué problema, y en la puerta también se lo llevaron. A Cuca le dijeron que la
necesitaban de urgencia en la fábrica, y en el camino... Después cayó Gloria y después caí yo.
Por eso yo le digo a mi hija. Bueno, no le digo la verdad. Le digo que no quiero un celular
porque me lo voy a olvidar en todas partes, porque no me llevo bien con la tecnología, porque si
tengo que estar pendiente de la batería, del cargador, de no sé de los jueguitos esos que usan mis
nietas. Le digo así. Pero la verdad es que no soporto ver a la gente cuando habla por la calle. Me
duele. Con un telefonito chiquito que no lo ve nadie están a cada rato. Desde el supermercado
llaman a la casa, que si llevan Coca o Sprite. Desde el colectivo a la tía que vaya bajando la carne
del freezer. Desde el videoclub al novio, que si alquilan de terror o romántica.
¿Sabés lo que hubiéramos hecho nosotros con algo así?
Que mi suegra lo llamara a Beto unos minutitos antes: hijo, mejor no te bajes del tren, hay
un auto raro dando vueltas a la manzana. Señora Marita no venga al jardín, la maestra esa que
siempre la está molestando, la que dice que los chicos son hijos de guerrilleros, estuvo hablando
esta mañana con la directora. Cacho, nos fuimos del bar, había un par de tipos con pinta de
servicios.
En fin... A mí igual no me salvaba nadie. No me salvaba nadie. Mi mejor amiga les dijo
dónde encontrarme, con todos los detalles. Día, hora, casa, color de pelo, color de bombacha, no
les faltaba ni un dato. Ojo, yo sé que no es su culpa. Ya lo sé. A Gloria le dieron... la lastimaron
mucho. Al día de hoy se nota que no camina bien... será una secuela. Yo no la trato, ni la saludo,
pero la he visto pasar por el centro de Pico cada tanto. No pisa bien de un pie. Vayas a ver... si te
hacían cualquier cosa... Yo ya sé, sé muy bien por lo que pasó Gloria. Pero bueno, ella les dio mi
nombre. Y al día siguiente me vinieron a buscar y todo eso me lo hicieron a mí.
Además de tenerme tres años en ese lugar. Estábamos presos, pero no como en una cárcel.
No como en una cárcel.
Ella me pidió disculpas ahí mismo, apenas me vio, después de un tiempo porque al principio
nos tenían aisladas, encapuchadas. Cuando me sacaron la venda por primera vez yo no vi nada.
Tenía los ojos pegados de, no sé qué sería, lágrimas, sangre, mugre. Sola me los fui limpiando.
Me llevó un montón de días, pero de pronto pude ver. Y lo primero que vi fue una mujer, lejos,
así hablando con alguien, como riéndose, y me pareció que era Gloria, con esa risa que tenía tan
de ella, tan alegre. Me puse contenta, quería abrazarla, pero me agarró un cansancio tremendo,
todo de golpe, se me aflojaron los brazos y las piernas y me tuve que tirar de nuevo en la
colchoneta. Me quedé ahí, mirándola de lejos nomás, pensando que ojalá fuera ella para
saludarla al día siguiente.
Después no la volví a ver. Ya creía que me había equivocado, que no había sido. Un día estoy
lavando ropa, porque en ese momento me hacían lavarle la ropa a un marino, y viene y me
agarra de atrás, de sorpresa. Casi me muero de felicidad, de abrazarla, de darle besos, yo con las
manos todas llenas de espuma, me empecé a reír de no sé qué, a dar saltitos, y de pronto veo que
llora. Y me dice flaca fui yo. Flaca fui yo. Eso era lo único que repetía. Lloraba y me decía así.
Flaca fui yo.
¿Fuiste vos qué, Gloria? ¿De qué me estás hablando? La tuve que sacudir porque no salía de
esa frase, así que al rato me dijo.
Fui yo la que te cantó, en la camilla. No daba más. Perdoname.
Y se quedó ahí llorando. Doblada sobre la pileta, casi sobre el agua con espuma sucia. Yo me
sequé las manos y me fui. No le hablé nunca más.
Ahora uno, con los años, va pensando, va entendiendo supongo. Cómo no voy a entender. Yo
misma podría haber dado el nombre de alguien. Y la verdad es que no lo hice no sé por qué,
porque en ese momento me emperré en pensar en un mantel que había en mi casa de chica, un
mantel de plástico a cuadritos rojo y blanco, que usábamos para cenar todos juntos en la cocina,
cuando llegaba mi papá del trabajo y mamá ya tenía los ravioles con estofado y mi hermanito
terminaba los deberes, y ese mantel se fijó en mi cabeza y me decía que no hablara, que no
hablara, que cuidara a los demás de no pasar por lo que yo estaba pasando, que no hablara.
Gloria, en cambio, dijo mi nombre. No es su culpa. Pero no puedo volver a hablar con ella.
Bueno, el tema es que cuando me soltaron me fui directo para Suecia. Beto salió en el ‘83 y
se vino a buscarme. Vivimos allá, estábamos bien, pero yo tenía... arritmia cerebral se llama, yo
le digo la epilepsia para simplificar. Parece que fue una secuela también. Entonces por los
medicamentos y todo no podía pensar en tener bebés. Después se me fue curando, me redujeron
el tratamiento, me curé, vinimos a la Argentina y ahí sí la tuve a Adriana. La tuve de grande,
pero la tuve. Y terminó siendo hija única, pero cómo la disfrutamos. Cuando era una bebita, toda
para nosotros, tan linda. Yo la veía a ella y veía algo nuevo, una vida nueva. De nena también,
con cada ocurrencia que tenía en la escuela. Cosas que en algún momento ya no pensábamos
que las íbamos a poder vivir. Y bueno, ¡ahora mis nietas! Son dos preciosuras. Las llevo a la
plaza, a las hamacas, al pelotero de Fabio acá en la cortada. Con la más grande el otro día fuimos
al cine por primera vez. Todo un acontecimiento. Nada que ver con los videos que ven por la
tele.
Son divinas las nenas, sí. El año pasado cuando murió Beto hicieron un arreglo para
quedarse a dormir conmigo un día cada una. Bastante tiempo se quedaron así, por turnos. Le
decían a la mamá que era lo justo porque ella tenía dos nenas y yo ninguna. Qué graciosas. Muy
amorosas, sí.
Pero ahora con esto me pusieron mal, porque yo no quería un celular. Ya les había dicho mil
veces, y ayer con la excusa de la Navidad me lo regalaron. Estaban muy entusiasmadas y todo, a
las nenas les brillaba la carita, pero yo no me pude contener, me dio una bronca tremenda. No sé
qué me pasó. No lo quise abrir, me enojé, empecé a repetir “no quiero hablar con nadie”, “no
quiero hablar con nadie”, “no quiero hablar”. Medio se asustaron, o se ofendieron, no sé. Pero se
terminó la fiesta. Adriana se llevó a las nenas volando, yo tiré todo en la pileta, me tomé los
remedios y a las doce y media estaba durmiendo.
Hoy me levanté de un malhumor espantoso. Toca el timbre mi nieta mayor. Solita vino. Me
dio un beso despacio, seria. Yo estaba seria también. Me senté en mi sillón cerca de la ventana.
Ella se fue hasta la mesa donde había quedado la caja del celular sin abrir. Lo agarró, lo trajo
hasta donde estaba yo. Se quedó ahí parada. Lo tenía entre las manos y miraba para abajo.
Abuela, yo te quería decir que, bueno, vos ayer dijiste que no querías hablar con nadie, pero
el celular que te regalamos nosotras, si vos no querés, no es para hablar. También se pueden
mandar mensajitos de texto.
Estaba ahí muy chiquita, muy firme. Yo sentía que me hervía la cara. Fui a la ventana a abrir
para que corriera viento. Me despejó un poco. Ella seguía ahí con la cajita. Me senté de nuevo.
Y eso cómo es.
Levantó la cara contenta. Empezó a abrir la caja rapidísimo. Por momentos se le complicaba
pero yo no quería ni tocar. Hizo todo con sus manitos. Al final me muestra el aparato y dice.
Vas a mensajes, crear mensaje, ahí escribís lo que querés ponerle a alguien, ponés el número
de esa persona y apretás enviar mensaje. Por ejemplo vos a quién le escribirías...
Hacía calor, pero entró aire por la ventana, y no sé por qué le dije:
A Gloria.
¿Y quién es?
Una persona.
Bueno, perfecto, ¿y sabés su celular?
No... pero lo puedo conseguir. Tenemos conocidos en común.
Bueno, perfecto, y qué le querés poner.
No sé... qué hago... ¿te dicto?
No, no, yo te enseño. Acá hay un teclado, ves, tiene letras en cada tecla y también podés usar
la escritura predictiva, si apretás este botón...
Bueno pará, Luli... Más despacio... yo estaba toda transpirada, me corrían gotas por la
cabeza, me apantallé un poco con la mano. A ver, mostrame de nuevo despacio.
Empezó paso por paso. Los deditos se le ponían más blancos en la punta cuando apretaba
las teclas. Lo hacía lento y con fuerza como para que todo se grabara bien en mi cabeza. Y
funcionó. Entendí. Me pareció fácil. La cortina onduló un poco y volvió a entrar un aire limpio,
de feriado sin autos.
Agarré el celular.
Miré la pantalla.
Escribí: “Hola Gloria, soy Susana M. Feliz Navidad”.
Mi nieta lo guardó y me dijo que a la tarde averiguara el número.
Se fue a saltitos por la vereda.
Mañana vuelve y me enseña a mandarlo.
Actividades
1) Explicar por qué este cuento pertenece al género ficción histórica. Responder
con la información del Power Point.
2) ¿Qué tipo de narrador y focalización se utiliza en este cuento? Justificar con una
cita.
3) ¿Cómo interpretás la negación de la protagonista a usar el celular? Relacionar
con lo sucedido en el cuento.
4) ¿Te parece que el cuento presenta una narración lineal o anacrónica? Citar un
fragmento.
Tito nunca más
Mempo Giardinelli
1/
El mundo se le vino abajo el día que le cortaron la
pierna. Solo tenía dieciocho años y era un centrodelante-
ro natural, uno de los mejores número nueve surgido ja-
más de las divisiones inferiores de Chaco For Ever. Aca-
baba de ser vendido a Boca Juniors, donde iba a debutar
semanas después, cuando recibió la citación para ir a la
Guerra. Aquel verano del ‘82 el General Galtieri ordenó
atacar las Islas Malvinas y Tito Di Tullio fue convocado al
término de la primera semana. Ahí empezó su calvario.
2/
Cuando regresó al Chaco, cuatro meses después, ape-
nas sostenía su cuerpo magro y encorvado apoyándose
en un par de muletas. Pero lo que más impresionaba era
la expresión de tristeza infinita que se le había estampa-
do en la cara como un tatuaje virtual.
4/
Durante un largo tiempo dejé de verlo, y nunca supe si
fue por pura casualidad o porque Tito desapareció de las
calles de la ciudad. Ya nadie hablaba de esa guerra y todo el
país se alarmaba con otras crisis más visibles y cercanas.
5/
Una tarde me quedé afuera, y antes de que huyera me
le acerqué. Yo había pensado varias veces, antes, en
ayudarlo de algún modo. Una vez lo propuse para un
trabajo en la universidad; otra convencí a los japone-
ses del Zan-En para que lo admitieran en la panade-
ría. Pero él ni siquiera se presentó para hacerse cargo.
Tampoco me agradeció las gestiones ni pareció apre-
ciar mi comedimiento. De modo que dejé de insistir y
aquella tarde, a las puertas de la cancha, simplemente
quise invitarlo a ver juntos el partido desde la platea.
6/
Nunca más vi a Tito Di Tullio. Nunca más volvió al
estadio, no lo vi más en la ciudad y aunque hice algunas
preguntas, meses después, nadie supo darme razón. Mu-
chas veces pensé que se habría suicidado, como tantos
excombatientes de Malvinas. Imaginé que lo encontra-
ban colgado de una viga, o que se tiraba al Paraná desde
lo más alto del puente que lleva a Corrientes. Y más de
una mañana me descubrí, vergonzantemente, buscando
una nota luctuosa en los diarios locales.