Antología Relata 2019
Antología Relata 2019
Antología Relata 2019
Red Relata
Nodo Centro
Arauca, Boyacá, Caquetá, Cundinamarca,
Guaviare, Casanare, Huila, Tolima.
Nodo Suroccidente
Antioquia, Caldas, Cauca, Risaralda, Quindío,
Chocó, Valle del Cauca, Nariño.
Cómo vincularse
Asistentes
Póngase en contacto con el director del taller que le
interesa. La información sobre los talleres se encuentra
disponible en la página web de Relata. Ingrese a
www.Mincultura.gov.co
Talleres
La vinculación de nuevos talleres a Relata se hace
por medio de una convocatoria pública que
se abre anualmente.
***
Red de Escritura Creativa (Relata)
Dirección de Artes del Ministerio de Cultura de Colombia
Carrera 8 # 8-43. Bogotá, D.C., Colombia
[email protected]
Teléfono (57-1) 342 4100, ext. 4018
Los textos que integran esta antología son el
resultado del trabajo realizado en los talleres de la
Red de Escritura Creativa (Relata), que reúne 59
talleres presenciales y 3 virtuales. La selección de los
textos la hicieron los directores de los talleres. En el
caso de los ganadores y las menciones de honor del
Concurso Relata, la evaluación y la deliberación
estuvieron a cargo de una terna de jurados
conformada por Ramón Cote Baraibar, Beatriz
Helena Robledo y Álvaro Robledo Cadavid.
En conjunto, las 70 piezas literarias de la Antología
Relata 2019 son evidencia de la multiplicidad de
voces que tiene esta Colombia diversa.
Los textos están dispuestos de acuerdo con el
género: cuento, poesía, dramaturgia, novela, crónica;
y en orden estrictamente geográfico de sur a norte.
Antología Relata 2019
Antología
Relata
2019
Cuento, poesía,
dramaturgia,
novela y crónica
Red de Escritura Creativa
Relata
Relata es un programa que agrupa y fortalece
talleres de escritura creativa en el territorio
nacional. Está integrada por talleres que han
surgido en diferentes regiones de Colombia por
iniciativa de docentes, escritores, bibliotecarios y
lectores apasionados que a partir de su vocación
han implementado estrategias de formación para
estimular la lectura crítica y, sobre todo, la escritura
como una manera de expresarse libremente desde su
propio universo creativo.
1
Antología Relata
2
Antología
Relata
Talleres Literarios
Antología
Relata
Cuento, poesía, dramaturgia,
novela y crónica
Talleres Literarios
2019
Red Nacional de Talleres
de Escritura Creativa
Antología Relata 2019
Cuento, poesía, dramaturgia,
novela y crónica
Talleres Literarios 2019
Red de Escritura Creativa (Relata)
Presentación 13
Indicaciones de uso 15
Narrativa
Oropel
Eugenio Gómez Borrero 19
La presea
Edwin Tobón González 24
A cambio de máscaras
Julián David Cangrejo Patarroyo 29
Enuresis nocturna
Harold Hernán González Rendón 33
Poesía
Animales líricos
Luis Alberto Murgas 46
Vasija
Ricardo Torres Ortega 49
Tejas, llaves, puertas, casas
Rebeca Urazán Benítez 52
Emzac chibizine
Angélica Mireya Rodríguez Guarnizo 55
Lo que nombro
Juan Sebastián Sánchez González 57
Cuento
Aguacate con amor
César Augusto García Arias 63
Manos sucias
Richard Mejía 66
La mano de Dios
Daniela Medina 69
El arte de bailar-me
Jessica Mondragón 71
Cinco elementos
Orlando Salazar Montes 74
El último
Marianella Vélez 77
El camino de regreso
Rubén Darío Figueroa Ortiz 80
El grabador
Pionono González 85
Naturaleza inmisericorde
Héctor Ancízar Vargas Obando 92
Delirio
John Hoyos Henao 95
Hipatia
Gloria Alzate de Uribe 104
Maten al león
Álvaro Mejía Murillo 107
Mi angelito de la guarda
Claudia Dayana Mejía Avellaneda 114
Pecas de agua
Daniela Méndez Bernal 120
Dismorfio
María Victoria Acevedo Ardila 131
El último chance
César Augusto Ramírez Orjuela 134
La visita
Mario Castro Ibarra 140
Lección aprendida
Luisa Fernanda Mesa Franco 147
Velo de sombras
Michelle Andrea Natalie Calderón Ortega 149
Mi dulce Lucía
Daysi Plata 159
Nuevo look
Ladys Lemas Garay 162
Obsesión
Luz Elena Hernández Galeano 165
Cabezas trofeo
María Alejandra García Mogollón 170
La leyenda de “Puebloro”
Cristian David Peinado Bayona 175
Esperando
Aurora Elena Montes 177
Rotar
Miguel Ángel Ortega 191
Poesía
Si es verdadero el amor
Alejandra Caldera Castro 194
Un gran amor
Hugo Aurelio Bastidas Ruales 197
Poemas
Héctor Fernando Cortez 199
Escucha
Álex Duván Cardozo 204
Poesías
Jesús Albeiro Zuluaga López 207
La ventana
Fernanda Melo Rodríguez 210
Una sombra
Héctor Augusto Cuestas Venegas 211
Catarsis nocturna
Leandro Sabogal 213
Pocas palabras
Johan Sebastián Barbosa Montenegro 219
El barco
Karen Viviana G. Álvarez 224
No me he olvidado
Juan Andrés Fuentes Avellaneda 228
La bañera
Francisco Mejía 234
¡Soy mujer!
Doris Eliana Arcila Toro 237
Me he muerto dos veces
Mailin Jimena Cárdenas 239
Flor en mayo
Samir Ortiz Altamiranda 246
Pronombres
Jenniffer Crawford 251
Dramaturgia
Los comemapas
Elizabeth López 256
La telaraña de mamá
Abril M. Pimentel 265
Novela
La Vega (fragmento)
Diego Ortiz Valbuena 272
Crónica
Los tesoros que regalan Laguna Grande
y Navío Quebrado
Rosalba Polanco Mayorga 278
13
Indicaciones de uso
15
Ganadores
Concurso Relata 2019
narrativa
Eugenio Gómez Borrero
Ganador
Categoría Directores de Talleres
Oropel
19
Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
21
Antología Relata
Tony se viene y todo queda en silencio. Dejan de oírse las ranas, los
grillos, el viento, las motobombas, las dragas, el río. Él se sube el cierre,
le quita las gafas a Dalia, se las pone de nuevo y se marcha. Ella no se
mueve, se queda un largo rato mirando el vacío en estado catatónico.
De pronto, una súbita sonrisa la saca de su trance. Se toca los labios y no
lo puede creer. Rápidamente, se limpia los granitos de la boca y los deja
caer en un platón metálico. Se apresura a recolectar las pepitas del suelo
pero tiene la sensación de que entre más recoge, más granitos aparecen.
Sabe que la están esperando, quiere detenerse y no puede, un deseo
irrefrenable de seguir acumulando oro se apodera de ella. No entiende
cómo, pero el platón está lleno de pepitas.
Dalia empieza a sentirse mareada. Tiene mucha sed, ya no puede
salivar. Se toca la boca de nuevo y descubre que los granitos que se ha-
bía quitado siguen ahí. Ahora están incrustados en su cara y sobre todo
en sus labios. Se tantea el cuerpo y descubre horrorizada que los granos
se han esparcido por todas partes como sarampión. Se desnuda, toma
una aguja y comienza a sacarlos como quien se revienta una ampolla;
aunque por cada granito que desentierra le salen tres más. Está cansada,
tiene mucho sueño, quiere gritar y no puede, sus labios dorados no se
despegan. Desesperada, toma una cuchilla de afeitar, se palpa los bra-
zos y donde siente una pepita se rebana un trozo de piel. En el platón
caen goterones de sangre y granitos de oro.
Afuera hace un sol abrasador. Dalia sale del cambuche desnuda y
sangrando. Mira hacia todas partes. No hay nadie, todo es desolación.
La aridez y los enormes huecos en la tierra recuerdan un campo bom-
bardeado. El río está seco; sobre la huella de su cauce hay tres retroex-
cavadoras corroídas, sin llantas y llenas de maleza. Dalia está sedienta,
el cuerpo le pesa y cae de rodillas. El rojo de sus heridas parece una capa
de óxido cubriendo su piel, toda ella es un dolor herrumbrado, pero sus
labios aún conservan el brillo de un sifón de oro.
En FIN…
22
Talleres Literarios 2019
23
Edwin Tobón González
Mención de honor
Categoría Directores de Talleres
Taller Guaviarí
San José del Guaviare, Guaviare
La presea
I
Eran las diez de la noche. Josefa empezaba a inquietarse por la tardanza
de quienes nunca acostumbraban a llegar después de las ocho; su cora-
zón dio un vuelco cuando sintió que la puerta de tranca se abría y unos
pasos conocidos se acercaban.
Aquel día, Sebastián se levantó temprano, como era su costum-
bre; siempre, con las primeras luces, se ponía en pie y emprendía sus
labores. Igual que tradiciones, había heredado una pequeña parcela
a la que dedicaba sus ensoñaciones y esfuerzos; de ella derivaba el
sustento para su mujer, Josefa, y sus cuatro hijos: Jacinto, Beatriz, José
y Emilio, quienes al igual que sus padres y abuelos tenían un especial
apego a su terruño.
Su casa de habitación, construida en barro y bahareque, resaltaba
por su decoro. Jardines cuidados con esmero por las mujeres engala-
naban el lugar; un galpón en guadua y anjeo albergaba las aves que les
suplían los huevos para el consumo y algunas necesidades menores; en
la porqueriza se cebaban los ahorros para las fiestas de fin de año, que
se avecinaban; una vaca, a la que llamaban Manzana, formaba parte
también de aquella singular familia, amén de algunos gansos que con
sus graznidos hacían coro a los perros, previniendo a sus moradores de
la cercanía de algún extraño, completaban la postal, pájaros multicolo-
res que con sus trinos y gorjeos hacían más acogedor el ambiente.
24
Talleres Literarios 2019
Era, pues, una familia campesina típica, como tantas otras que
pueblan nuestros campos, caracterizada por la vida sencilla y sin más
preocupaciones que las que su laboriosa ocupación exige. Reinaba en
aquel hogar una paz y armonía que envidiarían muchos, acosados por
las exigencias de los centros urbanos.
Como era domingo, día de mercado, vistió su mejor pantalón de
raso y una camisa que de tanto lavarla ya estaba perdiendo el color; pi-
dió a Jacinto enjalmar la yegua, que al igual que su amo dejaba entrever,
no obstante su recia contextura, el paso de los años y el desgaste del
diario trajinar; puso sobre sus lomos dos bultos de verdura fresca que
podría cambiar en el poblado por grano y algunas otras cosas para el
uso doméstico. Seguido de su hijo enrumbó por la vereda que muchas
veces les había visto pasar y cuyos recodos conocían palmo a palmo.
Iba aspirando a grandes bocanadas el aire sin contaminar, mientras
seguía a pasos calculados los rastros del animal; no pudo evitar que una
vieja tonada aflorara a sus labios, trayendo consigo el recuerdo de épocas
de antaño, miraba de reojo a su espigado hijo evocando sus años mozos,
transcurridos en aquellos parajes a los que profesaba especial afecto.
Contaba a su hijo las experiencias que atesoraba y que constituían
para él un invaluable cofre de recuerdos, entreveraba un acertado con-
sejo para quien prometía ser su eficiente sustituto; le hablaba de ro-
mances y aventuras, de buenos y malos momentos y de las cosas sen-
cillas que moran en las almas honestas, nombrando a cada rato a sus
predecesores en tono orgulloso.
Poco tiempo después entraban al poblado, Sebastián saludaba a
su paso vigorosamente a sus viejos amigos; sus manos encallecidas y su
rostro adusto no ocultaban su nobleza, motivos estos que lo hacían me-
recedor de un singular aprecio. Mientras hacían sus trueques se hablaba
de la cosecha pasada y la venidera, de la muerte repentina de Atanael,
el dueño de la fonda donde solían pasar algunas noches entre rasgueos
de guitarras, choques de copas y algo de política. Y así, entre el diálogo
locuaz y el comentario matizado del ingenio que identifica a nuestra
gente, prolongaban su tertulia.
II
Josefa, entre la penumbra, alcanzó a distinguir la figura de su marido,
pero no la de su hijo; su intuición materna puso en tensión todos sus
sentidos, supuso que algo le había sucedido a su retoño. Sebastián se
25
Antología Relata
III
Han transcurrido dos años, de inquietudes, amarguras y algunos momen-
tos de satisfacción, cuando acurrucados en las noches, alrededor de la
hornilla, leían las cartas que recibían.
Habían terminado por aceptar la separación temporal y ahora mos-
traban las fotos con orgullo a sus vecinos, en las que aparecía luciendo sus
atuendos militares en distintas poses, comentaban con alboroto las anéc-
dotas con las que describía su vida en la milicia, haciendo nacer en sus
hermanos menores el deseo de imitarle; les contaba, por ejemplo, que
ya conocía el nido donde duermen los aviones, las ciudades de grandes
avenidas y vehículos con veinte ruedas más que el camión del compadre
Rodrigo; pero esta noche había un motivo especial de alegría, pues Ja-
cinto, empleando términos aprendidos, les informaba que pronto saldría
licenciado y podría regresar.
IV
La tan anhelada fecha llegó; para celebrarlo, Josefa había sacado de su
corral las aves más gordas y con especial esmero las guisó de exquisita
manera, preparó una suculenta torta con la receta que le había enseñado
la abuela y en compañía de Beatriz adornó espléndidamente la casa.
Los invitados se dedicaban a charlar animadamente en pequeños
corrillos; a lo lejos divisaron un grupo de personas de marchar acompa-
26
Talleres Literarios 2019
sado, Josefa quería estallar de alegría, pensaba en su hijo tal como lo vio
en la última fotografía, ya no era aquel mozalbete imberbe y delgado que
viera partir en compañía de su padre, sino un joven de atlética contextura
y definidos rasgos; hasta le encontraba un parecido con las pinturas de los
próceres que colgaban en las paredes de la escuela de la vereda, donde su
hijo había aprendido las primeras letras. Después de unos pocos minutos
se encontraban tan cerca que podían diferenciarse, incluso pudo obser-
var que se trataba de militares; trató de ubicar entre ellos a su hijo, pero
no lo logró; un nefasto presentimiento la iba apoderando, sentía como si
una fuerte tenaza le aprisionaba la garganta, dificultándole la respiración;
la montaña enmudeció; en su mente se agolparon las imágenes del día
en que llegó Sebastián solo del pueblo y quedó como petrificada. Sebas-
tián, que se encontraba distraído atendiendo a los invitados, no se había
percatado de su cercanía. Al notarlo, salió al encuentro, los recorrió uno
a uno con la mirada y advirtió en todos ellos una mal disimulada tristeza.
V
Hoy es domingo. Sebastián ha llegado al pueblo y con paso vacilante re-
corre las empedradas calles, que tiempo atrás anduviera con su hijo; ha
envejecido notablemente, parece que la vida se le fuera escapando en
cada respiración. Se detiene y observa cómo unos jóvenes son condu-
cidos por una comisión de reclutamiento, seguidos de sus desconcerta-
dos padres; viene a su mente aquel rincón de la casa donde reposan, una
distinción enmarcada en cinta negra y una enmohecida presea de metal
fundido sobre la foto de un joven uniformado, al lado de una porcelana
con flores siempre frescas y una veladora que se consume lentamente, al
igual que su abnegada Josefa.
27
Antología Relata
obras se destacan “El territorio nuestro de todos los días”, colectivo San José del Guavia-
re, acercamiento a su historia, 2005. “El deceso”, publicado en Este verde país. Cuentos co-
lombianos. Ministerio de Cultura, Colectivo Renata, 2008. “Los navegantes”, publicado
en El Llano y la selva cuentan. Ministerio de Cultura-Gobernación del Guaviare-Fondo
Mixto de Cultura del Guaviare, 2010. “N.N. Uno que pueden ser muchos”, crónica que
aparece en el libro Llegué para quedarme, 2010. “Manigua”, poema publicado en la An-
tología Relata 2011. “El lugar” Antología Cruce de caminos. Beca Nacional del Ministerio
de Cultura, 2013. “La carrera”. Antología Punto de encuentro. Beca Secretaría de Cultura y
Fondo Mixto de Cultura del Departamento, 2013. Brumas seleccionado en el concurso
“El Llano y la selva cuentan”, Antología Testigos y protagonistas. Relatos de región, 2016.
El Llano y la selva cuentan. “De bares por San José”. Colectivo. Contar para la paz. Be-
cas Publicación de Antologías de Talleres Literarios. Programa Nacional de Estímulos.
Ministerio de Cultura, 2017.
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Julián David Cangrejo Patarroyo
Ganador
Categoría Asistentes a Talleres
A cambio de máscaras
Sobre la cortina fucsia de la ventana, se proyecta la luz del sol. Los ra-
yos la atraviesan y caen sobre el piso a unos veinte centímetros de la
mesa de noche, indicando que son o van a ser las once de la mañana.
Entiendes que es tiempo de levantarte. Dormiste tarde, sinónimo de
que te fue bien anoche. Te levantas de la cama sin bríos, con una ligera
pesadez, mezcla de resaca y cansancio. Estás acostumbrada.
Tu primera acción es revisar el celular. Hay quince mensajes espe-
rando, pero buscas uno en especial. Lo encuentras y sonríes. Buscas tus
pantuflas, vas al baño a asearte y estar lista a las doce para ir a almorzar.
Vas al balcón. Pides fuego a las dos compañeras que están ahí y te
fumas un cigarro mientras ves pasar los autos por la avenida Circun-
valar. Revisas otra vez el celular. Te ha escrito de nuevo. Temes que las
otras chicas descubran tu conversación, así que te cuidas de mostrar
felicidad. Él te recuerda que hoy se encontrarán en el parque Santander
para ir a tomar algo y conocerse mejor. Has planeado esta salida durante
la semana. Ninguna de tus compañeras lo sabe; tampoco Tico. Vas a
aprovechar que hoy saldrás a pagar facturas para poder cumplir la cita.
Candy sube para avisarte que bajes a almorzar. En el primer piso
solo hay una mesa, ocupada por dos sujetos que beben cerveza. La vista
es deprimente y muy diferente de como se ve de noche, sin luces titi-
lantes de colores ni música a todo volumen. Al salir hacia el restaurante
vecino, un fuerte vaho de calor arremete contra ti. Encuentras a tus
29
Antología Relata
30
Talleres Literarios 2019
31
Antología Relata
32
Harold Hernán González Rendón
Segundo lugar
Categoría Asistentes a Talleres
Enuresis nocturna
I
Mamá me echó de la casa porque, a los cuarenta años de edad, aún
me orinaba en la cama. Me tiró con rabia las malolientes sábanas y me
ordenó que las lavara a mano, que no iba a alcahuetearme más pres-
tándome la lavadora para limpiar mi inmundicia. Yo lavé en silencio
mientras escuchaba la cantaleta de mamá. En determinado momento
me dijo algo tan ofensivo que le contesté diciéndole que yo no había
pedido venir al mundo, que yo era el resultado de su incapacidad
para emplear métodos anticonceptivos y que si se arrepentía tanto
de que yo fuera su hijo debió pedirle a papá que eyaculara por fuera
de su aparato urogenital. Mamá estuvo a punto de abofetearme y me
pidió que no le hablara así, pero se tornó más violenta y me confesó
que yo había sobrevivido al poderoso abortivo Cytotec. La miré con
ojos de asombro porque el Cytotec era un abortivo casi infalible. Su
revelación me hizo entender que yo pude haber muerto con solo tres
semanas de gestación y en cambio ahora, si sumaba los meses de mi
vida intrauterina con los de mi vida extrauterina, era un individuo
con 489 meses de gestación. Se lo dije a mamá y ella me dijo que
era un tarado porque la gestación solo era posible dentro del vientre
materno. Entendí que tenía razón pero, de todos modos, actualicé
mi estado de Facebook diciendo que yo era un feto con 489 meses
de gestación en el interior del vientre abracadabrante de un universo
33
Antología Relata
II
Mamá no sabía que yo pertenecía a una ONG antiaborto y sabía bien
que el Cytotec era el responsable de uno de los genocidios más in-
quietantes de nuestros tiempos. Se calculaba que había matado a más
de cuarenta millones de criaturas en estado de gestación. Eso signifi-
caba que este abortivo era uno de los grandes genocidas de la historia,
al lado del rey Leopoldo de Bélgica, Mao Zedong y Yakubu Gowon.
Pensé que si había sobrevivido al Cytotec, Dios me tenía para grandes
cosas, pero no supe exactamente para qué. Lo único que hacía bien
era orinarme en la cama. Le dije a mamá que el mundo era una cloaca
porque el Código de Infancia y Adolescencia no protegía a los fetos
y los dejaba en un limbo jurídico que permitía que cualquier cabrón
metiera un cuchillo en su refugio intrauterino y los despedazara como
si fueran un insignificante amasijo de basura orgánica. Le dije que
los países del hemisferio occidental deberían tener constituciones
que protegieran a los seres vivos desde el mismo momento en que
el espermatozoide fecunda al óvulo. Era anticonstitucional que los
fetos tuvieran que sortear tantas adversidades para poder terminar su
gestación: el espermicida, el condón, la píldora del día después, las
clínicas de aborto y la orfandad jurídica en el Código Penal. Mamá
volvió a mirarme con animadversión. Solo entonces recordé que,
en su juventud, había pertenecido a un grupo de feministas que se
encadenaron desnudas frente al Congreso de la República para que
los senadores aprobaran la legalización del aborto.
III
Fui a la ducha a bañarme porque mi mamá dijo que olía a berrinche, y
como utilicé un jabón cosmético a base de esencias florales, salí oliendo
a jardín de geranios. Me senté en el computador para buscar en Google
celebridades que se habían meado en la cama hasta una edad adulta y
me enteré de que el filósofo griego Diógenes de Sínope se había ori-
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Talleres Literarios 2019
35
Antología Relata
IV
La enfermedad me arrojó al precipicio de la soledad. Salí con varias
chicas, pero cuando se enteraban de que me orinaba en la cama se in-
geniaban una excusa para dar por terminada la relación. Me entregué
al licor y durante una tortuosa temporada frecuenté el bar Minotauro.
Me hice célebre entre los clientes del lugar porque gané un concurso
de bebedores de cerveza al tomarme una Heineken de cuarenta onzas
36
Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Cristhian Villegas Peláez
Mención de honor
Categoría Asistentes de Talleres
El asesinato cuántico
del señor Montinari
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
dad no añadió nada que condujera a otra pista, estaba más preocupado
por lo que la señora de Montinari pudiera pensar que por el paradero
de su buen amigo. Y como lo sospechaba, al igual que cualquier marido
cansado, el señor Montinari salía con su amigote a buscar “meretrices
de confianza” y no escatimaban en gastos. Lo extraño del asunto era
que no se había llevado nada, sus cuentas —al menos las legales— no
registraban ningún movimiento y, hasta el momento, no podíamos afir-
mar que hubiera una amante. De todas maneras, íbamos conociendo la
otra cara, oculta incluso para su esposa. Es lo divertido de estos casos:
solo cuando desaparecen descubrimos que hay otra persona escondida
detrás de la que vemos todos los días. Algo me decía que faltaba más.
Cuando hablamos con el portero, mencionó muy de pasada que en el
edificio vivía otro empleado de la compañía para la que trabajaba el se-
ñor Montinari y después de lo revelado por Bennett podíamos esperar
cualquier secreto escabroso.
Esa persona era el director financiero, Alan Mitchell, un empleado
modelo y la mano derecha del señor Montinari, según averiguamos.
Prácticamente no movía un dedo sin primero consultarlo con Mitchell.
Nos recibió con suma tranquilidad, incluso parecía divertirle nuestra
presencia. Eso sí, nos advirtió: “Aunque no debería hablar sin la presen-
cia de un abogado, lo hago porque no quiero entorpecer su trabajo”.
A simple vista la apariencia pulcra, un peinado del que ningún
cabello se sublevaba y el notable cuidado de sus palabras me dieron la
impresión de que estábamos tratando con un tipo calculador.
—Seré claro con usted, señor Faker: la relación entre Fabricio y yo
no solo se limitaba a lo laboral —dijo, y debí haber hecho un notable
gesto de sorpresa, pues Mitchell sonrió de manera socarrona.
—¿Podría explicarse?
—Para allá iba. Lo que quiero decir es que por fuera de la oficina
yo soy, cómo decirlo… ¿Esto lo sabrá la señora de Montinari?
—Es muy probable que termine sabiéndolo.
—Qué más da. Lo siento por ella, siempre me pareció una buena
mujer. Soy su dealer del placer —confesó, y al pronunciar las últimas pa-
labras percibí una secreta autocomplacencia, como si le ennobleciera
aquel título. Por mi parte, estaba más que extrañado; ¿de qué manera
debía entenderlo?
—¿Podría explicarse?
—Simple: soy quien le suministra su dosis de fantasías semanales.
41
Antología Relata
¿Me entiende? Mis clientes expresan con antelación sus fantasías, les
pongo un precio conforme a la dificultad para cumplirla, luego acorda-
mos el día y la hora. Como un organizador de fiestas privadas.
Escuché atento todo lo que Mitchell contaba. Era muy meticuloso,
medía cada frase, no decía más de lo que parecía convenirle; sin embar-
go, desnudaba la imagen del señor Montinari con una sutileza pasmosa,
quería dejarlo expuesto sin parecer un bocón. Era uno de sus clientes
regulares, los registros de seguridad hablaban de por lo menos una vez
por semana. Aun así, la noche del martes, previa a la denuncia, recibió
a otro hombre maduro y bien vestido. Montinari nunca apareció.
Ambos testimonios, el de Mitchell y el de Bennett, nos pintaban
a un esposo fatigado de su matrimonio, con eventuales excursiones lú-
bricas y sanas extravagancias. Pese a que manifestaba querer dejar a su
esposa, no había un indicio de que quisiera abandonarlo todo para vivir
a su antojo. Nos quedaba entonces una señora de Montinari enterán-
dose de las escapadas del marido y pagando para que lo desaparecieran.
En eso recibo la llamada del técnico de los teletransportes. Debíamos
visitar a la señora Marcelle.
Llegamos al domicilio, una casa modesta ubicada en un barrio
tranquilo a las afueras de K., aunque decir modesta puede no hacer
justicia, pues comparada con el penthouse de su marido casi parecía una
granja. Al ver a Marcelle tuve la sensación de encontrarme con una Be-
llucci o una Cucinotta, altiva y serena, capaz de desgajar la voluntad de
un hombre con solo mirarlo. Estaba muy lejos de la mujercita abnegada
y decorativa que imaginé. Pidió que la esperáramos en la sala mientras
iba a la cocina. Volvió con té helado para nosotros, para ella una copa
de vino. Entonces tomó aliento, le siguió un respiro profundo y habló:
—Lo he discutido con mi abogada y dice que lo mejor es contar-
les qué ocurrió con mi marido. Yo… yo lo maté, maté a Fabricio… o
no sé, el caso es que dañé el aparato justo en mitad de la teletranspor-
tación. Y no es que me arrepienta, no tengo de qué… A decir verdad,
no esperaba que ocurriera algo así. Simplemente pasó.
Se detuvo un momento, cerró los ojos y acarició sus cabellos; des-
pués de un breve silencio, continuó.
—Mirémoslo así: tienes un matrimonio como cualquier otro, con
sus altibajos e inconstante, pero tranquilo a fin de cuentas. Ha sido más
de lo que en realidad esperabas, más de lo que tu madre y amigas han
logrado. No es perfecto, pero aun así es satisfactorio, no te puedes que-
42
Talleres Literarios 2019
43
Antología Relata
44
poesía
Luis Alberto Murgas
Ganador
Categoría Directores de Talleres
Animales líricos
(…) un tomeguín
nervioso, breve, tan liviano
como un soplo de luz,
está cantando
su propia levedad.
Eliseo Diego
No desdeñes nada
Una rana le dio a Basho
Su mejor poema.
Rafael Cadena
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Talleres Literarios 2019
Traza de piedra
Grabada hace miles de años: un pez
Dejar ver el aleteo petrificado
Espinas áridas
Agallas sin una gota de aire
Lujo costoso las escamas
Fulgor de plata apagado
Solo entonces
Queda el daguerrotipo del pez
Nostalgia del mar.
Viejo, no te burles,
que Dios hizo lo que pudo.
Jaime Jaramillo Escobar
47
Antología Relata
La lagartija
(Desde Rafael Cadena)
La lagartija en el desierto
Es la única ramita verde
Que se asoma temblando
En el fuego feroz de la arena
Y pasa veloz.
Falena
(Homenaje a Marosa di Giorgio)
La falena sonámbula
Al fin se posa
En la lámpara.
La luz apaga
Sus alas.
Profesor de Literatura en la Universidad Popular del Cesar. Coordinador del taller lite-
rario José Manuel Arango, Relata Valledupar. Director del taller Libertad bajo Palabra
en el establecimiento penitenciario de Valledupar. En 1991 publicó el poemario Erran-
cia del agua. Ha ganado en dos ocasiones (1989 y 1992) el Concurso Departamental de
Literatura, categoría Poesía. Gracias a su libro Hojas de hayo mereció una beca en la
Convocatoria Regional, Costa Caribe, Colcultura. En el 2008 ganó el Concurso Nacio-
nal de Poesía Gustavo Ibarra Merlano en la Universidad Tecnológica de Cartagena, y en
2009, el II Concurso Regional de Minicuentos, Zona Caribe, Montería. Ganador del
Concurso de la Red de Escritura Creativa (Relata) 2014. En el año 2018 ganó el concur-
so de poesía en el XIX Festival de Poesía en San Diego, Cesar.
48
Ricardo Torres Ortega
Mención de honor
Categoría Directores de Talleres
Vasija
#
al dar vuelta
en cada recodo del camino
comienza de nuevo el viaje
y vacía allí todo lo que aún le queda
#
con los brazos extendidos
deambula
perdida
#
enterrada en lo profundo
olvidada
aloja el universo
#
lava siempre su pequeña jarra
antes del amanecer
49
Antología Relata
#
cada mañana
baja hasta el río
con su vasija
limpia
#
en la mesa
dispuesta
siempre
esperan
su plato
su pocillo
y una cuchara
#
rostro
lavado en el rocío
de la mañana
sus ojos
miran el alma
sin decir
nada
#
manos abiertas
en ofrenda
sin nada más que todos los astros
para dar
50
Talleres Literarios 2019
#
manos abiertas
limpias
dispuestas
sostienen el silencio
#
sentado al final
del valle
mira el atardecer
lejano
arriba
tras las montañas
#
que extraño
es el fondo
de tu corazón
51
Rebeca Urazán Benítez
Primer lugar
Categoría Asistentes a Talleres
Tejas, llaves,
puertas, casas
Las llaves
52
Talleres Literarios 2019
Las tejas
En la escuela
una teja roja abraza a la otra
Como en un mar de olas carmesí brillando al sol
las tejas se recuestan en las paredes blancas
y en sus espaldas sostienen palomas negras.
Las puertas
53
Antología Relata
Las casas
Penélope
¿para qué tejer y deshacer?
Te bastaría ordenar tu casa
y dar la espalda.
Se formó como licenciada en Biología, lo que no sería impedimento para que siguiera
su proceso de aprendizaje en edición de textos y escritura. Magíster en Educación y
ganadora del XIII Premio Nacional de Educación Francisca Radke. La mayor parte de
su obra se liga a la poesía; se ha vinculado en varias ocasiones a talleres locales de es-
critura Idartes, incluyendo el Primer Taller Distrital de Poesía de Bogotá y el Taller de
Poesía Ciudad de Bogotá Los Impresentables, 2019. Tercer lugar en la XVII edición del
Concurso Nacional de Poesía Eduardo Carranza y primer lugar (poesía) en el Concurso
Relata 2019.
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Angélica Mireya Rodríguez Guarnizo
Segundo lugar
Categoría Asistentes a Talleres
Taller Liberatura
Ibagué, Tolima
Emzac chibizine*
V
No eran del
cielo,
ni caían
con las nubes
Desde la parte
alta de la cascada
se lanzó él
con Noncetá
convertidos en piedra
IV
Su Madre
los expulsó.
La Tierra gritó
los mejores frutos
fueron quemados.
55
Antología Relata
III
Esa noche llovió.
Dentro de una cueva
hacían fuego
limaban piedras
brotó vida
II
Su hermano
le dijo
uniendo sus labios
a su boca
<Zue y Chía>
nos unieron por la
madre,
el tiempo es corto
y nuestro pecho es grande
I
Huanzahúa
ganó otra guerra.
Tres días
celebró su pueblo
en la selva que floreció.
*Juntos estar.
Actualmente hace sus pasantías como tallerista de promoción de lectura para su opción
de grado en licenciatura en Lengua Castellana de la Universidad del Tolima. Pertenece
al grupo Relata Liberatura y es asistente en los talleres de poesía y cuento en la ciudad
de Ibagué desde el año 2012. El poema surgió de la lectura del libro Cantata para el fin
de los tiempos, del escritor tolimense César Pérez Pinzón.
56
Juan Sebastián Sánchez González
Mención de honor
Categoría Asistentes a Talleres
Lo que nombro
Metamorfosis
A Richard Strauss
para todos
el teatro quedó en ruinas
57
Antología Relata
IV
SE OYE UN RUIDO
como quien transita por el polvo
de la herida en búsqueda
de otra orilla
es el sonido de la moneda
al otro lado del muro
V
A cada grano de arena
su sombra al alba.
Hugo Mujica liz
EL MENDIGO VIERTE
en el odre de ceniza
un puñado de arena
de luz
como dádiva
—de quien todo perdió
y espera el eco que nombre
su huella—
el único diálogo
consigo mismo
58
Talleres Literarios 2019
X
NADIE VE LA LLUVIA
a pesar del ruido
que borra y traza
en los tejados
(de las gotas
como relámpago
de su sombra
de su
caer y apagarse)
Nadie asegura que existo
nadie
sino la lluvia que ninguno ve
tras la ventana
De nosotros
A Paul Celan
No sé quién habla
desde la sombra que implora
nuestra mano
Cómo explicar
cuando piensen de nosotros
como los únicos
que estamos muertos
59
Antología Relata
60
Textos
representativos
de los talleristas
de la Red de
Escritura Creativa
(Relata)
cuento
César Augusto García Arias
Taller de escritura creativa Maniguaje
Florencia, Caquetá
63
Antología Relata
64
Talleres Literarios 2019
Ele nunca lo supo, pero desde ese día la amé. No tanto por ella
misma, sino por ese aguacate.
—¡Con aguacate, por favor!
—Enseguida, señor.
65
Richard Mejía
Taller Permanente de Formación Literaria
Popayán, Cauca
Manos sucias
¡Chucho, yo no puedo irme sin usté! ¡No podría volver a pegar el ojo
si me voy sin usté! ¡Le juro por Dios y mi cucha que yo, yo, yo no sabía
cómo hacerlo, y me daba miedo. ¡Chucho! ¡Usté vio que fue él! ¡Me puso
eso en las manos y yo, yo, yo cerré los ojos como usté los cerró después
cuando eso sonó como un trueno! Pero eso fue lo que estalló, ¡usté me
vio! ¡Le juro que no quise mirar, pero usté oyó qu’él me gritó! Me apretó
las manos y me dolían mucho por la raspada del otro día… Tenía mu-
cho, mucho miedo, Chucho… Y estaba lloviendo duro, ¿se acuerda? Así
como ahorita mismo, y el aguacero sonaba como cuando el río bajaba
con borrasca y no podíamos salir al charco ni a pescar en los remolinos.
Anoche lloré… y ahora también quiero llorar porque usté está ahí sin
poder decirme nada. ¡Perdóneme! Pero yo sé que nunca va a poder de-
cirme que me perdona. Ya está lloviendo… Si pudiera oír cómo truena
ahora, esos sí son truenos, truenos que sacuden todo el cuerpo… Ojalá
pudiera cerrar los ojos como cuando eso me sacudió las manos… Y yo
sé que con el aguacero no se me va a quitar lo sucio de las manos, y ten-
go miedo, Chucho, tengo miedo de que no me lo pueda quitar.
Si se pudiera acordar cuando nos trajeron aquí… ¿Se acuerda? ¿Se
acuerda que me dijo que lo primero que vio fue este guayacán amarillo?
Si se pudiera acordar cuando me contó que cada atardecer sentía cómo
silbaba el viento suavecito sacudiendo las hojas y las flores… Y llovía
amarillo, y que quedaba una colcha amarilla en el suelo… ¿Se acuerda?
¿Se acuerda que hace como tres meses me dijo que este guayacán era
lo único bonito que habíamos visto cuando nos dejaron ahí en ese ran-
cho desbaratado? Yo lo vi llorar también, vi cómo se acurrucaba todas
66
Talleres Literarios 2019
las noches aquí junto al guayacán amarillo y sus manos estaban sucias
como las mías ahora, y usté no me decía nada… Y usté ya no me va a
decir nada.
Y entonces otro día viene el Diablo gritando:
—¡¿Quién hijueputas me está viendo la cara de güevón?!
Y yo temblando porque el Diablo me miraba como si yo fuera ese
que él decía… Y usté mirando pa’l suelo temblando más que yo…
¿Por qué estaba gritando el Diablo? ¿Por qué le echaba la culpa a
usté de lo que se perdió del chongo? ¡Ay, Chucho! ¿Es que vos…? ¡Yo ya
le había dicho que no nos quedáramos más y que nos voláramos pa la
porra! Chucho, desde que nos trajeron aquí he pensado que si le hu-
biéramos hecho caso a su cucha, no estaría usté ahí mirando pa ningún
lado. ¡Pero no! En vez de eso le paramos bolas al Diablo… ¿No me oye?
Si me pudiera oír… Si me pudiera decir pa dónde está mirando…
¡Qué aguacero, Chucho! Si lo pudiera oír... Suena como la voz del
arroyo en los días lluviosos… Si se pudiera acordar… Toda esa agua
turbia por entre los cerros estrellándose con las piedras, bajando como
caballo desbocado por el empedrado… Si pudiera mirar ahora cómo
el aguacero va borrando las montañas… Esas que raspamos hace sema-
nas… Quisiera que el aguacero me borrara el miedo que tengo ahora,
quisiera que ablandara la tierra bajo el guayacán amarillo, que mis ma-
nos no se tropezaran con las piedras, ni las raíces, ni las lombrices, y
que el dolor y la sangre en los dedos fueran lo único que se mezclara
con el barro.
Ya no va a volver al arroyo conmigo, Chucho… Si se acordara de
la última vez que fuimos a pescar y que me habló de venir… “Hace-
le, hombre… Nos quedamos unas semanas y así salimos de esta pela-
dez…”, me decía usté todo emocionado… Y las palabras se le enrolla-
ban en la sonrisa mientras hacía la lista de lo que ya no iba a faltar en el
rancho, de cuántas canastas de raspada le íbamos a llevar al Diablo, y le
brillaban los ojos… Si todavía le brillaran, Chucho…
¿Qué le voy a decir a su cucha? ¿Qué le voy a decir a mi cucha? Mis
manos siempre van a estar sucias... Y las suyas, Chucho, ya no. ¡Si pu-
diera sentir este aguacero! Las gotas heladas me pringan en la espalda y
también se estrellan en su cara... Si pudiera sentirlas, Chucho, hacién-
dole charquitos en los ojos, prestándole lágrimas.
Cierre los ojos, Chucho, ciérrelos como los cerró cuando eso sonó
como un trueno, ciérrelos como yo ahora que truena y me acuerdo que
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Antología Relata
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Daniela Medina
Taller de escritura creativa José Eustasio Rivera
Neiva, Huila
La mano de Dios
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Antología Relata
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Jessica Mondragón
Taller Voces en el Estero
Buenaventura, Valle del Cauca
El arte de bailar-me
Hace una hermosa noche para nuestra cita. Caminamos el centro para
elegir el plan más divertido. Eduardo quiere bailar. Nos detenemos en
la discoteca del momento.
—Eduardo, no tengo problema si regresamos a casa y seguimos
con el plan inicial de las películas.
—Cosita, dulzura, espera un poquito. Te va a encantar.
Por fin entramos. Las luces me dan en la cara, me enloquecen.
La pista giratoria y el hada de los polvos esparciendo su magia para el
descontrol. Frente a nosotros, una pareja desborda pasión. Me llama
la atención el joven, un “ángel” con el que quisiera pecar, él sabe que
tiene lo suyo y me encanta. Salgo a la pista a bailar con Eduardo, me
siento atrevida y seductora, mis caderas se mueven incontrolablemente
al compás del son; mi vestido escotado marca mis glúteos provocativos.
Pronto se termina la canción. La discoteca está a reventar. De repente,
un cruce de miradas.
Eduardo sale de la discoteca a recibir a su hermana. Me dirijo al
baño. Alguien me toma fuerte del brazo, es el “ángel de la tentación”.
Me conduce a la pista. Estaba negada a continuar, pero la intriga me
puede más. Suena la canción Siempre sí, de Alexander Abreu. Un mo-
vimiento suave y alocado, una mirada furtiva, el espacio adecuado, un
giro y lentamente aprieta su cuerpo al mío diciendo: “Muéstrame más”.
Me suelta lentamente y me seduce con una sonrisa pícara, repi-
tiendo gustosamente el estribillo: “Esperando el momentico, para vol-
verse afrodisíaca y pico”. Un trance.
Me toma nuevamente en sus brazos. La tensión se acrecienta de
solo pensar que Eduardo ya entró con su hermana, pero no quiero sol-
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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Orlando Salazar Montes
Taller Biblioteca
Universidad Santiago de Cali
Cali, Valle del Cauca
Cinco elementos
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Talleres Literarios 2019
y para mí. Junto con las barras de hierro, que a veces traía el tren para
mi padre, llegaban revistas para mi madre. Él las pagaba. Le divertía
enrollarlas, haciendo garrotes que empleaba para golpearnos, pero sin
tocarnos el rostro ni el cuello: “¡Qué buena literatura!”, decía.
Yo soy agua. Mis ojos azules, mi piel blanca, mi constante llorar
por los rincones de la casa, son de agua. Pero tan poquita agua no sirve
para apagar fuegos ni para regar tierras. Tengo trece años, parezco niño
algunas ocasiones y niña las más. Mi padre parece odiar eso, a veces se
queda mirándome raro, desde hace un tiempo me mira más.
Él llegaba borracho casi todos los días. Despreciaba el orden y la
limpieza, y golpeaba a mi madre solo por golpearla. Una vez intenté
defenderla, pero fui como una cucaracha atacando un toro: mi padre
movió una mano y yo desperté al otro día. Y mi madre también me
golpeó, por estúpido.
El cuchillo, la tina, los clavos, el martillo, el serrucho, todas las
herramientas de mi padre, son metal. Es curioso, la revista Vanidades
que leímos ayer, la última con la que nos golpeó, hablaba de los cin-
co elementos. Cuando él salió a emborracharse, ella retomó la revista.
Leyó y me dijo cuál elemento éramos cada uno, que la madera, el metal,
el agua y la tierra podían combinarse para controlar el fuego. Después
miró toda la casa, pedazo por pedazo, como reconociéndola. Me pare-
ció verle una lágrima, pero tal vez el agua estaba en mis ojos.
Anoche mi padre llegó, una vez más, borracho. Ella me estaba ba-
ñando en la tina de latón donde él tiempla, templaba, el hierro al rojo
vivo. Me observó con esa mirada rara; la apartó de un manotón, bajó su
pantalón mugriento, me tendió bocabajo en el suelo y me utilizó como
a ella. Yo gritaba, sentía que el dolor me partía, pedí ayuda a mi madre.
Ella solo miraba, con el rostro de máscara que tiene ahora. Él me dejaba
gritar, parecía que le gustaba, “Al menos esto siente”, dijo; se estreme-
ció, pujó y pareció derretirse dentro de mí. Luego se retiró y se quedó
dormido. Mi madre me miró con asco: “Estás sangrando”; me limpió y
botó el agua de la tina.
Entre mi llanto pregunté por qué no me bañó de mañana, como
siempre, al salir mi padre a entregar o recoger trabajos. “¿Es que no en-
tiendes? A mí ya no me usa y siempre se duerme después”, respondió,
como mordiendo las palabras; él dormía en el suelo, con el pantalón
abajo: “Hay que ordenar”, susurró ella. Acomodó la tina al lado de la
cabeza de mi padre, fue a la pared de herramientas, tomó un cuchillo
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Antología Relata
Arquitecto de la Universidad del Valle. Amó la lectura desde niño, a través de El tesoro
de la juventud, las Selecciones del Reader’s Digest y los cuentos de hadas que su madre le
regalaba para sus cumpleaños. Se incorporó al taller de literatura creativa de la Univer-
sidad Santiago de Cali (USC) en el año 2018.
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Marianella Vélez
Taller Palabra Mayor
Cali, Valle del Cauca
El último
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Antología Relata
maba Jairo. Tenía un puesto de fritanga que sacaba todas las noches al
andén de su casa, nos saludábamos, pasaba a comprarnos hamburguesas,
nos traía empanadas y se sentaba en las banquitas a charlar; tenía dos hi-
jas adolescentes, un niño de ocho años y un bebé de apenas siete meses.
Cesaron los disparos, los tipos abordaron el carro y arrancaron, ha-
ciendo chirriar las llantas. El paisita dijo:
—Se fueron los sicarios.
En medio de la confusión, pegué carrera detrás. La vocecita que
habla en mi mente, la que dice “qué estás haciendo, bruta”, me dice
que llame una ambulancia.
Vuelvo corriendo y me encuentro a un muchacho de unos veinti-
dós años, tendido en las gradas con tiros en todo el cuerpo; en medio de
un tumulto, escucho los gritos estremecedores de las hijas del Canoso.
Un taxi lo recogió, pero murió en el camino.
Mi socia levanta el carro de perros. Una moto avanza hasta hacerse
justo al lado del carro y el conductor pregunta:
—¿Qué pasó ahí, ve?
Era el que había disparado, pero se había cambiado la ropa; volví
a las imágenes del atentado, sentí angustia por mi hija, por mi esposo
y por mi socia.
—Un tiroteo, ve.
—¿Y muñequiaron a alguien o qué?
—Como que hay un muerto… y otro que se llevaron…
Se bajó de la moto y se mezcló con la policía, que ya había llegado;
fue a echarle una miradita al muñeco, regresó, se subió a su moto y se fue.
En la misma acera quedaba el negocio de los servicios funerarios,
una funeraria de garaje. Ahí trajeron a velar al Canoso, y nuestro carro
se vio rodeado de muchos clientes, que pasaban el dolor con perros
y hamburguesas.
Me enteré de que el hermano del Canoso había sido tiempo atrás
un duro del barrio.
Una nota le llegó a la viuda, al otro día del asesinato; le decían que
disculpara, que el asunto no era con él ni con su hermano. Aun así, a
algunas personas les tranquilizó su muerte, decían que era quien les
vendía drogas a los niños de la escuela cercana.
Entre velorio y entierro, un carro blanco exclusivo, con vidrios po-
larizados, se paseó por la cuadra muy despacio… Eso me tuvo paranoi-
ca, habían visto que yo había visto; contagié mi paranoia a todos mis
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Talleres Literarios 2019
La última de seis hermanos. Sus años de infancia y adolescencia, con bastantes altibajos,
hicieron que se volviera la hija rebelde, casi la oveja negra en su casa. Por casualidades
de la vida, aprendió culinaria a muy corta edad y eso despertó su pasión y don por la
cocina, a lo que se ha dedicado a lo largo de su vida. Como lo expresa ella: “Es cocinera
de profesión y madre por vocación”. Ama orgullosamente su ciudad y su país, Colom-
bia. Jovial, alegre, trabajadora incansable, en sus días de adolescencia, acostumbraba
escribir en torno a lo que le pasaba o vivía, tratando de componer; de ahí esa chispa que
siempre la ha inquietado por querer escribir, anhelando cumplir el sueño de escribir
un libro. Su objetivo de vida: dejar una huella de amor y una sonrisa dondequiera que
pase, a quien sea que trate.
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Rubén Darío Figueroa Ortiz
Taller Écheme el Cuento
Cali, Valle del Cauca
El camino de regreso
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
Jubilado, residente en Cali. Casado, con tres hijos y tres nietos. Administrador público
municipal y regional de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP), con
maestría en Políticas Públicas de la Universidad del Valle y estudios de Sociología en la
misma universidad. Funcionario y contratista de institutos y entidades públicas durante
más de treinta años. Profesor universitario en varias épocas. Asesor y consultor de pro-
yectos sociales y de gestión pública, ha escrito varios artículos sobre políticas públicas.
Lector impenitente de literatura (poesía, cuento, novela, ensayo). Escritor de poesía,
cuento, crítica literaria (una producción incipiente). Amante de la filosofía, las artes
plásticas, el cine y productor de dos videos: uno narrativo-documental, Sonoridades en
movimiento. Los artistas del MIO, ganador de un Estímulo de la Secretaría de Cultura del
Municipio de Santiago de Cali, 2017, y otro de cinearte, Ciudad cuerpo, 2017.
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Pionono González
Taller Nautilus
Tuluá, Valle del Cauca
El grabador
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
que por sus venas no corre sangre alguna, sino el ácido nítrico que esta
técnica requiere y para que en ningún momento sea puesta en duda su
decisión de cometer el robo. Toma medidas y asume el mayor cuidado
en el momento de hacer uso de la afilada punta metálica, no vaya a re-
sultar herido como protagonista principal de aquella escena dibujada
en la capa de barniz hasta que acabe, por fin, mostrando el cobre.
La figura del vigilante, quien no tiene ninguna protección, que-
da disuelta por la acción del baño de ácido, durante el tiempo que
resulte necesario.
En la cuarta escena aparece reducido y desarmado el vigilante,
mientras la escasa gente aparece tendida en el piso bocabajo, para el
preciso momento en que el personaje principal toma dirección hacia
la caja fuerte. Escoge la técnica de aguatinta, para que las zonas que no
pueda vigilar de manera directa queden menos oscuras para observarlas
fácilmente e imprimir indecisión a los que, tirados por el piso, puedan
pensar en arriesgarse en una reacción, y en esa intención de luz que co-
rresponde a otra zona tonal que queda totalmente diferente, desanime
al vigilante de querer convertirse en el héroe de la jornada, por lo que
su exposición en el ácido, para esta ocasión, debe resultar de la manera
más fugaz posible.
El interior de la bóveda que contiene la caja fuerte es el espacio
donde desarrolla una quinta escena. Los estantes que albergan el di-
nero son inmensos, y ahora tiene representado al vigilante haciendo
una peligrosa compañía al protagonista, que se encarga de mantenerlo
ocupado y vigilado. El artista escoge la técnica de la litografía, porque
así como el procedimiento tiene su base en la incompatibilidad entre
la grasa y el medio acuoso, así también representa la relación entre el
protagonista y su incompatibilidad con el vigilante del banco. Emplea
piedra caliza como matriz para la reproducción de la imagen y por su
sensibilidad con el agua en las zonas que no han sido tratadas, símil
de la sensibilidad del protagonista para con el arte y con las injusticias
que cometen este tipo de entidades. Sobre la piedra dibuja al vigilante
contemplando el tesoro representado en papel moneda, imagen de un
tesoro que pronto se desmoronará con la aplicación de una mezcla de
ácido nítrico y goma arábiga, al dejarla por fuera de la grasa de su dibu-
jo, el que ha desechado por dejar de requerirla.
En la representación siguiente, el vigilante se encarga de introdu-
cir todo el dinero posible en dos tulas enormes, y aunque el personaje
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Héctor Ancízar Vargas Obando
Taller de escritura creativa Ítaca
Zarzal, Valle del Cauca
Naturaleza
inmisericorde
Habían pasado varias horas después de recibir la triste noticia del acci-
dente que mantenía al borde de la muerte a uno de mis hermanos. Sin
premeditar lo que podría suceder, el comandante de la base donde pres-
taba el servicio militar obligatorio me autorizó un permiso de diez días,
consciente de que el batallón militar más cercano se encontraba aproxi-
madamente a cinco kilómetros río abajo y que allí me prestarían un vehí-
culo para movilizarme al municipio de Puerto Asís, donde conseguiría
transporte para acudir al llamado de mi familia ante lo trágico de la no-
ticia. Decidí hacer el recorrido por la orilla del río Putumayo. Al llegar
a un recodo, me vi obligado a abandonar su cauce por el aumento de la
corriente y lo accidentado del terreno, lo que ocasionó que poco a poco
me fuese internando en lo profundo de la selva.
El sol lentamente se había ocultado hacia el poniente, ayudado por
la espesura del follaje de los árboles. De un momento a otro, la sombría
noche abrió sus siniestras y aterradoras fauces mientras me aprisionaba
con sus brazos tenebrosos y fríos. Me sentí inmovilizado sobre el piso
húmedo y lleno de hojas podridas, lo que motivó que una sensación
desagradable comenzase a recorrer todo mi ser.
Temeroso y a tientas, poco a poco mis sentidos trataban de acos-
tumbrarse a la siniestra oscuridad, a los extraños ruidos de la noche,
al ulular de innumerables búhos que se desperezaban ocultos por la
maraña, al volar de algunas aves nocturnas y a los sonidos de gran can-
tidad de murciélagos que chillaban al tiempo que ávidos y de manera
desordenada revoloteaban dispuestos a deleitarse con la gran variedad
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
De familia humilde, desde muy joven se dedicó a las labores del campo. En 1968 in-
gresó al Ejército como soldado regular y ascendió progresivamente hasta llegar al gra-
do de sargento viceprimero. En el transcurso de su vida militar fue lancero instructor,
paracaidista militar, buzo profesional, integrante de las Fuerzas Especiales, Comando
Especial Terrestre y estuvo en el Batallón Guardia Presidencial. En el año 2015 decidió
estudiar Contaduría en la Universidad del Valle, sede Zarzal, donde se apasionó por
la escritura y la poesía. Cursa octavo semestre de Contaduría Pública y desde hace tres
años forma parte del taller de escritura creativa Ítaca, adscrito al Ministerio de Cultura
y a la Universidad del Valle, sede Zarzal. Escribe poesía y cuentos cortos sobre su expe-
riencia en la vida militar.
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John Hoyos Henao
Taller de escritura Relata Manizales
Manizales, Caldas
Delirio
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
Quería darme una vuelta por la sala y buscar otros conocidos. To-
parme con ¡Que viva la música! me habría causado una gran alegría, ver
de nuevo a Lo que lengua mortal decir no pudo sería como ver a un viejo
amigo después de largos años de ausencia, pero me era imposible. Los
pilares de la Tierra hablaba con otros libros sobre la edad de las tinie-
blas. Me dio temor pisar algunos callos, atropellar unos lomos y pisotear
carátulas. Me senté en el piso, apoyé la espalda contra la pared y seguí
mirando plácidamente. Una voz llegó a mis oídos, tenía el acento de los
americanos del norte y le puse toda mi atención. Decía: “Yo llegué acá
por una donación. Vivía en el campus de la Universidad de Princeton.
Un día, un libro de cálculo tomó medidas por toda la biblioteca y so-
bre una hoja cuadriculada hizo una operación matemática. Entonces,
a todo pulmón, nos reveló el resultado: si se colocan en línea recta to-
das las estanterías de la colección Firestone, se alcanza una distancia de
ochenta y cinco kilómetros”.
Me estremecí ante la magnitud de tal dato. ¿Cuánto duraría un pa-
seo leyendo títulos, acariciando lomos, sintiendo su suavidad y la tex-
tura de las páginas? Mejor ni pensarlo, sería una jornada de varios días
con una olla muy grande para llevar el fiambre.
La biblioteca había entrado en una dimensión atemporal; los ins-
tantes, los segundos, los minutos y las horas se sentaron por los rincones
ignorando la existencia de Cronos. Vi cómo se formaba una fila que
avanzaba con respeto hacia la mesa donde estaban los libros de Umber-
to Eco. Pasaban a ofrecer sus condolencias. El nombre de la rosa y La isla
del día antes estaban muy tristes. En la cola desfilaban todos los libros
de semiótica de la biblioteca.
La extraña luz empezó a disiparse con lentitud. Las tinieblas se
apoderaron del recinto y los instantes, los segundos, los minutos y las
horas treparon por una columna, se refugiaron en un reloj redondo.
Empezó un ritual contrario al que había presenciado al principio. Los
rayos infrarrojos no se proyectaron más, las alarmas se apagaron, las
persianas se subieron, los computadores se activaron y se prendieron las
luces. Entonces caminé hacia la salida y vi el tráfico denso de la avenida
a esa hora. Eran las seis y diez de la tarde. Quedé desconcertado. ¿Y
todo lo vivido qué había sido? No lograba precisarlo. ¿Un sueño? ¿Una
alucinación? ¿Un delirio de cannabis? Empecé a caminar, me rascaba
la cabeza, ponía más desorden a mis crespos y me devanaba los sesos
pensando en el tema de mi próximo ejercicio para el taller de literatura.
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Antología Relata
Poeta y narrador. Participante desde 2015 en los talleres de escritura creativa Relata en
el Banco de la República de Colombia. Su poesía ha aparecido en periódicos y revistas
del país. En 2017 publicó la plaquette El gran circo Pérez y otros cuentos, en la colección
de narrativa Cumanday.
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Olga Lucía Jaramillo
Taller de escritura creativa Relata Manizales
Manizales, Caldas
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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Gloria Alzate de Uribe
Taller La Caza de las Palabras
Risaralda, Pereira
Hipatia
La mujer mira con desgano esa calle desolada que se asombra con el
ruido de un carro, con la extraña visita de una prostituta decadente,
mientras perros vagabundos se disputan cualquier cadáver obscena-
mente desperdigado.
Odia mirar la calle desde ese remedo de ventana. Es un hueco es-
trecho con un vidrio bastante empolvado que no deja ver mucho lo que
sucede afuera.
A veces ve correr falda abajo una pelota perdida, y algunos niños
deslizarse en costales por sus calles empinadas.
—Después del martes —eso dijeron— llegarán. Cuando toquen
esa puerta me estremeceré de dicha. Mi vivienda no tiene timbre, por
eso deben golpear la puerta. Hace mucho tiempo que nadie nos visita.
Los niños que jugaban al “Toc-toc, corre que te cojo”, ya crecieron.
Otros no alcanzaron a ver la madrugada.
Han pasado ya diez días y aún no los traen. Di la dirección correcta,
pero creo que para llegar acá se necesita berraquera. Pienso que lo que
les ha dado es miedo. Mejor dejo pasar el tiempo y espero tranquila.
Con unas cuantas pastillas de Calmadón rebajará mi ansiedad.
¡Huy, ni que nunca me hubiera leído en libros editados! Hace bas-
tante que publico lo que escribo y sobrevivo. ¿Para qué preocuparme?
A veces me invade la nostalgia y pienso que no he acertado a estar
allí en el momento en que han tocado la puerta. Tengo que preparar
mi comida y escribir en el computador. No puedo estar pegada a esta
ventana todo el tiempo.
Me acosté a las tres de la madrugada, y ahora que abro los ojos, un
viento helado ha cubierto el vidrio de ceniza. Será mejor así. La vieja
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Antología Relata
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Álvaro Mejía Murillo
Taller La Caza de las Palabras
Pereira, Risaralda
Maten al león
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Antología Relata
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Antología Relata
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Antología Relata
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Claudia Dayana Mejía Avellaneda
Taller literario Café y Letras
Armenia, Quindío
Mi angelito de
la guarda
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Talleres Literarios 2019
EPS —responde—. Tenga sus cápsulas, tía. Como siempre las entregan,
pero con todos los enredos de la vida —protesta.
—¿Va a almorzar ya? Para poner a calentar...
—Bueno, sí, pues ya es hora.
Se sienta en el sofá a ver televisión, mientras yo aprovecho que el
asma me deja descansar un rato, luego de tomar la cápsula del medica-
mento que ella me trajo. La EPS pone bastante problema para entre-
garlo, ya que es un medicamento de alto costo y que no está incluido en
el Plan Básico de Salud. Ella tuvo incluso que hacer bastantes trámites,
y tuvimos que esperar varios meses para que me hicieran la primera
entrega. Pobre de mi sobrino, perdón, sobrina, tanto que le toca luchar
conmigo para todas esas vueltas que nos ponen a dar las EPS. Si no la
tuviera a ella, no sé qué sería de mí en ese aspecto, pues no tengo a
nadie con quien más contar. A veces siento que soy una carga muy pe-
sada para ella, aunque diga que no lo ve así. Sé de sobra que su vida no
ha sido nada fácil, en especial en asuntos del corazón. Siempre que se
enamoraba de alguna estúpida solo lo aceptaban como un amigo, o las
prostitutas con las que andaba últimamente solo lo tenían para sacarle
plata. Cuando pienso en eso, comprendo un poquito por qué decidió
hacer ese cambio tan traumático…
—La cita con el neumólogo es mañana, ¿cierto? —pregunta—. ¿A
qué hora es?
—A las diez y media de la mañana —respondo.
—No sé cuál vestido ponerme: ¿el verde corto o el rosado largo?
—pregunta—. No puedo evitar el sentir temor de salir a la calle con
vestido, aunque últimamente nadie me molesta, pero las miradas incó-
modas nunca faltan.
—Ole, ¡pero todavía se amarga por eso! —exclamo—. Usted ya
hace un buen rato decidió vivir su vida así, entonces para qué se sigue
mortificando por lo que digan los demás; igual, nadie nos está regalan-
do nada para que se crea con derecho a molestar por eso…
—Pues sí, pero de todos modos se siente muy maluco que lo estén
mirando a uno como bicho raro siempre.
—Bueno, pero usted sabía a lo que se iba a exponer al elegir ese
estilo de vida —digo.
—Sí, tiene razón, pero eso no lo hace más fácil —responde.
El almuerzo ya está caliente. Le sirvo. Come mientras vemos el no-
ticiero. Comentamos las malas noticias de todos los días: corrupción,
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Antología Relata
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Antología Relata
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Daniela Méndez Bernal
Taller Liberatura
Ibagué, Tolima
Pecas de agua
Dicen que este es el país con el cielo más roto del mundo, aquí llueve
más que en cualquier otro lugar. Pero no llueve todos los meses, solo en
dos temporadas: de febrero a abril y de octubre a noviembre. Ellos lle-
garon aquí en la primera temporada de lluvias del año pasado. Él llegó
primero, un Jueves Santo, y su esposa llegó a los quince días. La prime-
ra noche que pasaron en este país cayó una tormenta que causó varios
accidentes. Un amigo suyo, que había cruzado la frontera un par de me-
ses antes, los dejó dormir en su sala. Sería mientras ellos encontraban
un lugar que pudieran pagar; eso duró cuatro meses y medio. Ella y él
dormían en la misma colchoneta. Se arropaban con una cobija gigante
y pesada que les obsequió un taxista a quien él conoció en la Catedral
ese Jueves Santo. No pudieron dormir esa primera noche, lejos de su
patria, sin haber compartido una copa de vino blanco en la sala de su
propia casa, como lo hacían todas las noches. Al frente del apartaestu-
dio donde se quedaban, se había caído un árbol sobre un auto y las mo-
tosierras de los bomberos sonaron toda la madrugada. Aunque puede
que eso fuera solo una excusa, tal vez tampoco habrían dormido si no se
hubiera caído el árbol. Estuvieron acostados uno frente al otro sin decir
nada. Él miraba las pecas de agua que se formaban en el rostro de ella
por la sombra de las gotas adheridas al vidrio del ventanal. Las contaba
mientras le acariciaba la cara y se acordaba de la primera vez que le dijo
que tenía pecas de agua. Iban en la camioneta rumbo a la finca de los
padres de ella, esa noche los presentaría. Escuchaban el Capricho N.º 24,
interpretado por una violinista ganadora de Grammy. Había llovido y
las gotas pegadas en el parabrisas se reflejaban en los brazos y la cara de
ella cuando la luz de otro carro los iluminaba.
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
tando con los mariachis él podía hacerse en una sola noche lo que ella
se ganaba en una semana. A los días de que descubrieran que ella era
médica, un anciano hizo escándalo porque en ese lugar “ponen a barrer
y a trapear a los médicos”; al otro fin de semana la despidieron. Consi-
guió rápido un nuevo empleo en otro geriátrico de la misma zona, pero
por un pago menor y más horas de trabajo. La profesión de él tampoco
la podía ejercer aquí, o no de forma legal y por buena paga. Nadie sabía
cuál era su trabajo en su país y parecía que nunca iba a contarlo. Decía
que para lo único que había servido su profesión aquí había sido para
fabricar cometas. En medio de la temporada soleada de su primer año
en este país, cuando empezaron los vientos de agosto, él salió a vender
sus cometas en el parque público del centro. Fabricó cometas de ala
rígida, cometas pavas y su especialidad, cometas multiplano con forma
de dragón, que lo hicieron famoso. La gente del sector buscaba al ven-
dedor del acento chistoso que llamaba papagayos a las cometas, las que
más volaban y las más baratas. Pero a pesar de lo bien que le había ido,
no quiso volver a fabricar cometas en temporadas de viento.
El segundo trabajo fue como ayudante, camarógrafo y editor de
videos de los mariachis. Se encargaba de bajar los instrumentos, de ins-
talar el cableado, preparar los micrófonos y grabar a los músicos y a
las personas que recibían las serenatas. Le gustaba hacerlo, captar el
movimiento del arco sobre las cuerdas del violín, o de los dedos sobre
los pistones de la trompeta, las vibraciones de las cuerdas de la vihue-
la pisadas con la púa y los rostros de la gente mientras escuchaba. Un
sábado, el día de más serenatas, los músicos y él ya estaban algo ebrios
pasadas las diez de la noche por causa de los tragos que les regalaban los
clientes. Apostaron a quién sabía el nombre de los compositores de va-
rias canciones de mariachi. Él perdió porque no supo responder quién
había compuesto Margaritas. Su penitencia era cantar con micrófono
una de las canciones, para él, más graciosas del género. Como no le fue
mal cantando, lo dejaron hacer acompañamientos en las serenatas, y
una que otra vez le permitían hacer la primera voz en las canciones más
sencillas. De día, él trabajaba en otros oficios que le resultaran, a veces
como mensajero, como digitador o ayudante de alguna empresa.
Llevaba un par de meses haciendo los acompañamientos en las se-
renatas cuando se compró un violín con ahorros que tenía para conse-
guir una lavadora, y ahorros que su esposa quiso darle. Sus compañeros
músicos le fueron enseñando las canciones más pedidas en las serena-
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Talleres Literarios 2019
tas, aunque no lo dejaron tocar sino hasta diez meses después. Practi-
caba en su apartamento en las tardes libres de los domingos, cuando
su esposa llegaba de trabajar y se acostaba en la cama a escucharlo. Él
también había buscado por su cuenta partituras de composiciones de
música clásica y valses para tocarle solo a ella. Al principio ella parecía
disfrutar de las melodías y lo animaba a que siguiera practicando, des-
pués cuando anochecía se tomaban un vaso de vino que conseguían al
por mayor en el supermercado de la esquina. Se acostaban y cuando
llovía, él buscaba las pecas de agua en el cuerpo de su esposa. Pero iban
pasando los meses y ella ya no se quedaba en la habitación a escucharlo
tocar, y a veces cerraba las cortinas cuando llovía para que ninguna gota
en el cristal de la ventana le hiciera sombra en la piel por la luz de la no-
che. La llamaban desde su país y repetía que ningún trabajo es indigno y
que prefería haber dejado su consultorio a vivir allá. A las personas que
conocía en el geriátrico o porque su esposo le presentaba, les repetía
lo mismo, aun si hablaban de otro tema: “ningún trabajo es indigno y
no he dejado de ser doctora”. Cada vez perdía más la paciencia cuando
los vecinos o cualquier persona en el supermercado o en el transporte
público, al escuchar su acento, los acorralaban con preguntas sobre su
país y su familia, y luego les respondían con lástima en sus caras o en
sus palabras.
Era noviembre, ya casi acababa la segunda temporada de lluvias y él
estaba aprendiendo villancicos para tocar con el violín en las novenas y
ganar dinero extra. No le gustaba tanto pero necesitaban el dinero para
comprar un pasaje de avión y que ella pudiera irse a un país del otro
continente. Una médica con la que trabajó le contó que allá sí podía
ejercer la profesión sin importar la nacionalidad, siempre que cursara
dos años más en una universidad local de ese país. Planeaban irse los
dos, uno después del otro, él, luego de que ella se hubiera acomodado
y encontrara buenos trabajos para ambos. Han pasado casi ocho meses
desde que ella se fue. Se comunican por videollamadas y chats. Él sigue
trabajando con los mariachis, ya no como ayudante o haciendo simples
acompañamientos, sino como violinista y a veces cantante. Algunas se-
manas gana el dinero suficiente para poder descansar de los otros tra-
bajos. Los domingos sigue practicando con el violín y antes de empezar
a tocar, inicia una videollamada con su esposa para que lo escuche. Ella
le ha hablado varias veces de dos trabajos que le puede conseguir en el
país del otro continente: uno atendiendo un bar de flamencos de unos
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Antología Relata
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Juan Andrés Rodríguez Murillo
Taller Distrital de Cuento
Bogotá, D.C.
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Antología Relata
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rentes los desgraciados! A todos esos les quiero decir algo: yo no quiero
a ese hijo de puta en mi equipo, no lo quiero conmigo en los camerinos,
no lo quiero conmigo entrenando, no lo quiero y no lo quiero. ¿Lo repi-
to? Yo no me pongo la misma camiseta que ese hijo de puta. He dicho.
No soy futbolista para ver cómo un colega queda sin poder trabajar
por seis meses o más por culpa de mi compañero. Es que yo no soy tan
desgraciado y sí pienso en los míos. ¿Qué tal que fuera yo el jodido?
Podría quedarme sin futuro porque el tipo ese le dio por romperme el
peroné. Los futbolistas tenemos poco tiempo para hacer lo nuestro y
no es conveniente vivir como una momia, caminando cojo y vendado.
Eso lo miran los empresarios y los técnicos cuando van a contratar o
renovar. Nunca miran si el tipo es un maldito asesino serial que caza
espinillas o colecciona los pedazos de piel que le quedan en sus taches,
porque estoy seguro de que lo debe hacer.
A veces me pregunto por qué es tan hijo de puta el hijo de puta
este. No es porque venga de abajo, de una familia donde abundaran las
bocas y el hambre, porque casi todos los futbolistas venimos de allá, por
eso somos futbolistas, porque gambeteamos los obstáculos que siem-
pre nos ponen a los pobres. No es porque tenga algún tipo de proble-
ma mental, el tipo se comporta con normalidad en la calle y hasta hay
quienes lo aprecian. Tampoco es cosa de que el técnico lo ponga en
esas, siempre ha actuado como un malhechor sin importar quién le dé
órdenes en la banca.
Creo, en realidad, que el tipo es así porque le gusta ser así. Que-
ría causarle daño a la gente de alguna manera y encontró en el fútbol
la excusa perfecta. Una excusa cobarde, creo yo, porque agrede en una
condición demasiado beneficiosa para él. Es como si un peso pesado
compitiera en la categoría de los gallos. El tipo jamás se atrevería a dañar
a alguien de su misma envergadura, por eso no boxea y por eso se con-
trola cuando juega de visitante contra el otro equipo grande de la liga.
Le gusta sentirse respaldado. Tiene jugadores en su equipo en-
trenados para entrar en la trifulca apenas empiezan los empujones.
Son metódicos para intimidar, como la mafia. Uno de ellos, el otro
defensa central del equipo, es el que primero empuja; luego el vo-
lante de recuperación empieza a recitar todo el listado de insultos
que se sabe. Y el tipo aprovecha para trabajarse al juez, por si no está
en la nómina, o se suma al coro de los insultos. Unos desgraciados
hechos a pulso.
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
Puedo jurar que por unos segundos todo el estadio estuvo en total
silencio y quietud. Nadie daba crédito a lo que acababa de ocurrir. Yo
también estaba congelado, con la mirada fija en el hijo de puta y la
guardia arriba, por si había otro round. Aunque fue una cosa más del
momento, no era necesario que alguien contara hasta diez para saber
que había ganado por knock-out.
Los primeros en moverse fueron mis compañeros de equipo, que
llegaron a protegerme, aunque no muchos rivales tenían ánimos de in-
tentar algo contra mí. Dos jugadores en el piso y uno amedrentado,
como perro regañado, fueron un escarmiento efectivo. El árbitro se
abrió paso entre todos y me puso la roja. Solo a mí, claro. Yo me fui a
las duchas con una sonrisa producto de la felicitación de algunos de mis
compañeros, de uno de los rivales y de mi técnico.
Mi satisfacción aumentó cuando en las imágenes del programa de-
portivo de la noche vi al hijo de puta con su cara de susto en la banca.
Lo tuvieron que cambiar luego del golpe, quedó grogui, con la mirada
perdida. Presumo que lo tenía más confundido mi atrevimiento que
el puñetazo. Me gusta pensar que volvió a poner los pies en el césped,
que se sintió tan vulnerable como imaginaba a sus víctimas y que por el
dolor le costaría hablar de más por un tiempo.
Los periodistas de todos los medios se despacharon contra mí. Di-
jeron que me equivoqué de deporte, que en el fútbol lo importante es
la pelota, que debo aprender que siempre habrá contacto, entre otras
estupideces. Uno sí se animó a decir: “Qué buen golpe, ¿no?”.
Mañana me pondrán una sanción, larga y con una multa conside-
rable. Habrá un discurso de los dirigentes del torneo en el que califi-
carán mis actos como reprochables. A ellos siempre les parecerá más
reprochable una agresión como esas que lavar dinero, propio o ajeno.
Los periodistas buscarán al tipo para preguntarle cómo se encuentra. Él
hará uso de su flaco talento como actor y dirá que no entiende mi re-
acción. Ellos estarán de acuerdo con lo que diga. Luego los periodistas
vendrán por mí. Tendré que hacerme el bueno cuando los medios me
entrevisten y mostrar algo de arrepentimiento, decir que no volveré a
hacer algo semejante, que fue la calentura y todo eso. Lo que se suele
hacer en esas entrevistas. No vaya a ser que algún entrenador crea que
yo estoy orgulloso de tumbar a ese hijo de puta.
Lo que no sé aún es cómo borraré la sonrisa de mi cara cuando salga
en cámara. ¿No ven que los árbitros me dicen que soy un pésimo actor?
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Antología Relata
Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Fanático de los textos que hablan de
los deportes, de ahí su gusto por Juan Villoro. Ha trabajado para medios como Cartel
Urbano y Wall Street International Magazine, en su versión en español. Ha tomado talle-
res con grandes escritores y periodistas colombianos, como Juan Fernando Hincapié,
Julián Isaza, Sergio Ocampo Madrid, y con el peruano Julio Villanueva Chang. En la
Feria Internacional del Libro de Bogotá de 2018 presentó su crónica “Anarquía en la
librería”, incluida en la antología Bogotá cuenta (2017-2018), de Idartes. En el mismo
evento también se presentó un cuento suyo, “Arthur, el león inglés”, que apareció en
el libro La fuerza de un pueblo, de Independencia Records. La revista de la Fundación
para las Letras Mexicanas, Pliego16, publicó en 2019 su cuento a manera de crónica
“Osorio se mamó”.
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María Victoria Acevedo Ardila
Taller Voces del Majuy
Cota, Cundinamarca
Dismorfio
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Antología Relata
pet al otro lado de la línea. Ella se movía por toda la habitación. Parecía
que en cualquier momento fuera a salir volando.
—Sí, allí estaré —le decía. Luego soltaba una risita de hiena y se
mordía los labios delante de mí. Colgó y se empezó a desvestir. Mien-
tras lo hacía, se daba órdenes y divagaba: “Ahora no es que hagas lo de
siempre. Cierra tu bocota. Trata de conciliar. Cómo lo extraño, Dios…”.
Cuando sus bragas cayeron al piso, pude ver sus vellitos salvajes
abriéndose camino por entre sus piernas. “Estoy horrible”, repetía. Cogió
unas tijeras y acabó con parte de la maleza que tanto me gustaba. Estaba
muy molesto porque así pelada no podría sentir igual su olor a hembra.
Decidí actuar. Cuando se puso de lado, agrandé un par de hoyue-
los de sus piernas.
“¡Qué celulitis!”, gritó.
Me reí y volví a percibir en mi cuerpo de nada una forma sutil. Se
me acercó y se espachurró la piel con rabia.
“Estoy fofa, fofa, y tengo muchos pelos”.
Se rio histérica. Con una cuchilla de esas de afeitar se empezó a
cortar unos nacimientos tristes que le tapizaban el cuerpo. Cuando ter-
minó, se volvió a plantar delante de mí. Lampiña se veía más redonda,
lechosa, y debo confesar que disfruté mucho de la imagen. Se parecía
a la niña que había acompañado por meses. Pensé en Jerry cabalgando
en ese cuerpo que quería tener diez años. Ojalá se lo trajera para acá.
Me encanta ver esos apareamientos humanos. Cuando terminó de aci-
calarse salió de prisa y me lanzó un beso. Yo se lo devolví con ganas y
puedo jurar que en ese momento un hormigueo me recordó que mi
cuerpo estaba nuevamente surgiendo del fondo de esa chica que me
quería en su vida.
Cuando cerró la puerta y me dejó solo, pude percibir cómo iban
naciendo mis dedos de pincel transparentes. Un lanugo suave me iba
envolviendo. Salté del espejo y me miré por primera vez en ese espacio.
Traté de imitar sus pasos y su baile de animal encerrado. Me tomé el te-
quila que había en un cajón viejo y me paseé por cada rincón del apar-
tamento. Husmeé en sus fotos, en su computador, y cuando completé el
mapa de sus miedos regresé dando saltos de felicidad a mi lugar. Repté
por el marco del espejo y asusté al gato del vecino que se entraba a ro-
bar cuando ella no estaba. El plan estaba listo y ya solo era cuestión de
tiempo: ella sería la próxima.
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César Augusto Ramírez Orjuela
Taller de narrativa La Tinaja
Chía, Cundinamarca
El último chance
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Antología Relata
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Antología Relata
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Mario Castro Ibarra
Taller de narrativa La Tinaja
Chía, Cundinamarca
La visita
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Antología Relata
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nándome el cerebro para urdir las artimañas más inverosímiles para ha-
cerles zancadilla a tus adversarios.
Nervioso, don José María corre a la puerta custodiándola. Se recues-
ta a ella y vacila.
—No puedo negar que me has echado una mano… una vez que
otra…
Madame Bijoux está decidida y lo persigue por todo el salón. El pre-
sidente retrocede aterrado.
—¿Una mano? ¡El brazo y hasta el cuerpo entero te he entregado!
No han sido sino tres años, pero son más de mil días de sortilegios y que-
mazón de hierbas y esperanzas. Veinticuatro mil horas de incertidumbre
y desazón. Para que ahora, ahora que tienes la oportunidad de hacerte
con el poder con quienes han guerreado por tu famélica estampa y te han
protegido y guiado…, tiembles… ¿Te acobardas?
El presidente se detiene bruscamente y le da un fuerte golpe con el
paraguas en el costado.
Madame Bijoux cae y el presidente se le acerca.
—¡No soy ningún cobarde! —le dice muy sentido—. El menú que
me sirvieron fue aderezado con telarañas y alacranes. No sabes lo difí-
cil que ha sido saciar sus bocas pestilentes llenas de ponzoña. Tampoco
puedo decir que no tengas razón. Los que en mí han confiado mañana
podrán decir que ha vuelto a renacer el Obando original, el de los gua-
ches. Mañana, 17 de abril, acompañaré al general Melo. ¡Te acaba de dar
de baja el nuevo dictador!
Madame se yergue digna. Se alisa las ropas y el labio inferior le tiem-
bla de la ira.
—Merezco ser la esposa del dictador, no la moza del presidente, y
mucho menos la querida del exiliado —suplica llorando—. No me lo
merezco. He consultado aquí y en el más allá, no veo que tengas otra
salida digna.
Madame está a punto de derrumbarse. El presidente la ayuda a reco-
ger sus cosas y la conduce a la puerta. Con la sinceridad en el semblante,
muy quedo.
—¡Y yo menos! Ya no puedo serte de ninguna ayuda. ¿Necesitas
algo más?
—No, gracias —le responde muy segura mientras sale.
Don José María se ajusta la bata y cierra la puerta.
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Antología Relata
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Edna Lizeth Vargas Vargas
Taller Fernando Soto Aparicio
Jericó, Boyacá
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Antología Relata
Llegó al batallón y ese mismo día tuvo que salir a la guerra sin sa-
ber nada de nada, fue un día muy difícil y triste, hubo muchos muertos
y heridos, él fue uno de los pocos salvados, días después el batallón fue
invadido y él fue herido y llevado a la clínica más cercana a ese lugar.
Pasó un año y Érik por fin pudo salir del batallón y continuar con
la gran lucha por alcanzar sus sueños, era un poco tarde, pero primero
tenía que tener todo el dinero necesario para pagar la universidad.
Después de esperar un tiempo por fin tuvo todo el dinero necesa-
rio, entró a la universidad, estudió fuertemente y pudo graduarse, ser
un excelente médico, sacar adelante a su familia y comprar una casa en
un lugar más seguro para ellos.
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Luisa Fernanda Mesa Franco
Taller de escritura de la Cooperativa Comedal
Medellín, Antioquia
Lección aprendida
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—No, todavía no —responde Pedro y la increpa—. No es bueno
comer solo, tú me lo dices a diario.
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Michelle Andrea Natalie Calderón Ortega
Taller Relata
Cúcuta, Norte de Santander
Velo de sombras
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Antología Relata
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Jairo Centeno
Taller Tinta de Yopos
Yopal, Casanare
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Antología Relata
probar. Reprimí el deseo, actué como si ya todo fuera parte del pasado.
Me involucré en el papel de amigo, ignoré que fuimos novios durante
tres años, que fui tu primer novio, que conmigo aprendiste a besar, a
amar y también a odiar; pensé que también habías aprendido a superar
y por eso la primera noche del reencuentro nos comportamos como
buenos y viejos amigos.
Anoche, en el bar, las velas, la torta, las cervezas, todo se consu-
mió sin reparar en las miradas que se cruzaban buscando algo, así fue-
ran chispas o cenizas. No había indicios de ambientar una celebración
como las de antes, cuando teníamos veinte años y una mirada basta-
ba para encender los recuerdos. Luego vino la conversación, volvió la
duda, lo extraño, la sospecha de una visita con otros propósitos; las in-
sinuaciones de Lucía sobre tu edad y el deseo de quedar embarazada:
“Amiga, aprovecha esta noche porque Danielito sí te deja embarazada,
no como el petardo ese de tu novio que lleva varios meses intentado
y no puede”, repetía cada vez que podía, y yo, indiferente a veces, o
siguiendo el juego otras. ¿Embarazarte? Claro que quiero embarazarte,
quiero que tengas un hijo mío; lo imagino corriendo, saltando, curio-
seando, desarmando y hasta llorando, porque con los niños la distancia
entre emociones está a un abrir y cerrar de ojos.
Según dices, necesitas un hijo, no un papá para él, que a tus treinta
y tres años ya eres autosuficiente, que tu profesión te permite valerte
por ti misma, que no necesitas de quien te amargue la existencia, que
sientes el tiempo desvanecerse en tus manos y llegarás a la edad en que,
en lugar de verte como mamá, parecerás abuela.
Horas más tarde, frente a tu cuerpo desnudo, desatendiendo tu
reclamo de preservativo, te suelto semejante propuesta: “Quiero emba-
razarte”, y tú, inamovible, con el brillo de tus ojos reflejando mi rostro
deseoso de poseerte, serenando todo impulso por sucumbir a la idea
del hijo, refutas: “Ponte el preservativo”. El placer gobierna, los latidos
se disparatan; la ilusión de ver un niño en saltos de emociones llorar,
reír y curiosear cabalgó incesante.
Después de saborear todo tu cuerpo, de recorrer la blancura de tu
piel, de sentir la generosidad de tus pechos, de palpar la irregularidad
que da proporción a tus curvas, de desvanecerme en tus movimientos
hipnóticos, de volver a ser ese joven de veinte años que se creía tu due-
ño; en ese fragmento cuando las palpitaciones empiezan a desacelerar,
a retomar el ritmo normal, es cuando llegan los cabos para ser atados.
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Antología Relata
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Jefferson Stiven Cuesta Ruiz
Taller permanente de escritores Guaviarí
San José del Guaviare, Guaviare
Memorias de Minerva
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Antología Relata
Jefferson Stiven Cuesta Ruiz (San José del Guaviare, Guaviare, 2004)
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Daisy Plata
Taller Arauca Lee, Escribe y Cuenta
Arauca, Arauca
Mi dulce Lucía
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Ladys Lemas Garay
Taller literario Raúl Gómez Jattin
Cereté, Córdoba
Nuevo look
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para que ella me entregara el libro que le había prestado. Eran mis com-
pañeros de clase más cercanos y con los que convivía más tiempo.
Gabriela, quien nunca pasaba desapercibida por sus nuevos looks
y estilo (casi perfecta, como lo eran las asesinadas), ya que cada vez que
ella lo quería lucía el cabello corto o largo, castaño, negro o rubio, al
igual que sus uñas, unas veces cortas y largas. Le encantaba cambiarlos.
Se acercó hasta donde yo estaba y me devolvió el libro de estadística
que me había prestado la semana anterior. Aproveché para entregarle
el detalle de cumpleaños que le debía y que le iba a encantar, pues era
el esmalte de color rojo que tanto le gustaba para sus uñas postizas y
una paleta de sombras. Acordamos la hora de un trabajo pendiente y
se marchó.
Al rato llegó Yohan, y caí en cuenta de que ese día y a esa hora no
iba a poder reunirme con ellos en la casa, ya que mi hermano estaría
con sus compañeros de clases armando una maqueta. Así que le escribí
a Gabriela. Debíamos buscar otro lugar, preferiblemente la pensión de
Yohan. Nunca, o casi nunca, desde que la conocí, habíamos llegado
donde vive.
La pensión era muy pequeña y caliente, así que tocó en la casa de
Gabriela. Esa tarde, por mensaje me lo confirmó: el trabajo se realizaría
en su casa. Yohan pasó por mí.
En el camino lo sentí muy preocupado. Me habló que le angustiaba
pensar que lo sucedido a las anteriores estudiantes pudiera pasarle a Ga-
briela. A mí también me preocupaba, era mi amiga, pero el interés de Yo-
han más que por amistad era porque le gustaba. Quedamos en silencio.
Al llegar a la dirección que Gabriela nos había dado, un barrio de
dinero (en sus fachadas se notaba), buscamos el apartamento 103. Ella
nos abrió. La saludamos y nos invitó a pasar. Todos sabíamos que ella
vivía sola en la ciudad.
Era muy luminoso desde que pasamos la puerta, y con sus tres es-
pejos que alcancé a contar en su sala, nos reflejamos en todas las direc-
ciones. No me pareció extraño, ya que Gabriela se divertía acomodarse
el maquillaje, sus pestañas o cabello frente a los espejos. Entramos. To-
dos nos concentramos en el trabajo.
A eso de las cuatro y treinta de la tarde, dos horas después de haber
llegado, no pude aguantar las ganas de orinar y no podía esperar hasta
llegar a casa. El último dolor de aguantar las ganas me había costado
una visita al médico. Le pedí prestado el baño a Gabriela. Aunque se
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Antología Relata
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Luz Elena Hernández Galeano
Grupo literario Manuel Zapata Olivella
Montería, Córdoba
Obsesión
La habitación parecía una caja abierta; en ella había una repisa peque-
ña, un escaparate con unos cuantos vestidos, una cama de un solo pues-
to, un tocador de madera y cientos de recortes de revistas pegados en las
paredes. En los últimos meses esta habitación se había convertido en el
centro de atención de Jacinto Acosta, un jornalero de la finca La Gracia,
que colindaba con la casa de los García. Todas las tardes, tras terminar
su jornada, se dirigía hasta la pequeña colina situada en los linderos de
la finca y permanecía durante horas detrás de un árbol de campano ob-
servando a través de unos binoculares la habitación de Mariela García.
Siempre que le preguntaban por qué salía tan tarde del trabajo, él se
excusaba con los achaques de la vejez.
La hora de entrada para los jornaleros en la finca era a las siete de la
mañana, pero Jacinto Acosta empezó a llegar más temprano los últimos
seis meses, lo hacía con el pretexto de desayunar antes de iniciada la
jornada. Nadie sabía que a las seis en punto Jacinto llegaba al campano,
sacaba de su mochila los binoculares que el hijo mayor le regaló en su
último cumpleaños y esperaba el momento exacto en que Mariela en-
traba a vestirse para ir a la escuela. Ella abría la ventana de par en par,
se quitaba la toalla y dejaba su cuerpo al descubierto; el cabello largo
y húmedo le cubría la espalda, sus pequeños senos quedaban a la vista
del viejo, que los observaba con lujuria en la distancia. Mientras ella
empezaba a cubrir su cuerpo, él lo recorría una y otra vez con la mirada.
Mariela terminaba de vestirse, salía con todos los libros y no regresaba
a la habitación hasta que el sol empezaba a ocultarse. Jacinto Acosta la
echaba de menos cuando no estaba, durante el día pensaba en la for-
ma correcta de desvestirla, pero todavía no conseguía imaginar cómo
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Antología Relata
hacerla suya. Por la tarde la veía pasar, la muchacha danzaba como las
gacelas, en el potrero que separaba las fincas. Jacinto corría de prisa al
campano, luego Mariela abría la ventana para que entrara el viento de
la colina y se volvía a desvestir con entera inocencia.
Jacinto Acosta era un hombre de edad avanzada, tenía la piel que-
mada por el sol y el pelo encanecido, su boca grande de labios gruesos
todavía albergaba unos cuantos dientes. A pesar de sus achaques era un
hombre fuerte, tanto así que podía completar tareas en el campo sin
ayuda de otros; él aseguraba que esa fortaleza se la debía a sus antiguas
prácticas militares. A su esposa la picó una serpiente cascabel y falleció,
la herida se le infectó y no hubo cura que la salvara, sus dos hijos se ca-
saron, uno se quedó viviendo con él en la casa de campo y el menor se
marchó con su mujer a la ciudad hacía más de cinco años.
El viejo repartía su tiempo entre trabajar y observar a Mariela, pero
una tarde se cansó de fantasear y llegó a visitar a los García, la casa de
ellos era pequeña y constaba de tres habitaciones: la de Mariela; la de
Antonio, el hijo menor de cinco años, y la de Alicia y Manuel. Ellos se
dedicaban al cultivo de vegetales y les iba muy bien, cada tres días Ma-
nuel se aproximaba al pueblo más cercano para vender sus productos,
ocasión que Mariela aprovechaba para salir, pues su padre solía regresar
a altas horas de la noche. Su madre, por su parte, la dejaba salir, siem-
pre y cuando volviera antes que Manuel. El viejo decidió ir de visita a
la casa de los García y, como era natural por ese entonces, fue tan bien
recibido por la familia que no dudó en regresar cada vez que quería ver
de cerca a la muchacha; poco a poco, Jacinto Acosta se volvió un amigo
más de los García.
Una tarde, Manuel salió a vender sus productos al Cocuelo, el pue-
blo vecino, y Mariela le pidió permiso a su madre para ir a bañarse con
sus amigos al arroyo que justo pasaba cerca de la casa de Jacinto Acosta.
El riachuelo tomaba una curva antes de llegar al camino y con el tiempo
se había formado en esa curvatura una poza a la que llamaban Belén.
Mariela le pidió permiso a su madre y esta se lo dio con la condición
de que no regresara muy tarde. Mariela salió y en el camino se encontró
a Jacinto Acosta, quien la convenció de ir a su casa a buscar una en-
comienda muy importante para su padre, y ella decidió acompañarlo;
cuando llegaron a la casa él le sonrió y ella se sintió incómoda, no tanto
por la mueca maliciosa, sino por la casa cubierta en su totalidad por la
maleza; él le ordenó que esperara en el patio mientras buscaba la enco-
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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María Alejandra García Mogollón
Taller Páginas de Agua
Sincelejo, Sucre
Cabezas trofeo
Los pies del pequeño Kone seguían rápido a los de su madre, Akotá. La
peregrinación había comenzado, los rituales y sacrificios debían efec-
tuarse antes de la cosecha. La nación entera se reuniría en lo alto de los
montes para continuar con la creación del enorme altar de adoración
para sus dioses Boto (la orca) y Kon (el felino). En honor a este último,
el hijo de Akotá llevaba una parte de su nombre. El pequeño ya había
iniciado la etapa de transformación de su cabeza, con la apretada tira de
color rojizo que ayudaba a dar forma y semejanza a la deidad suprema.
El recorrido bordeaba las líneas, sin pisarlas, que servían de guía
para llegar al punto de encuentro cerca del río, retomar los rituales, los
cánticos y el sonido profuso de los instrumentos tubulares provistos de
alturas que llegarían al oído de los dioses. Akotá contaba entre su ca-
bello los amarres hechos por cada peregrinación, largos, tejidos desde
el nacimiento del cabello hasta su cintura, el que solo liberaba para las
danzas de cada peregrinación. En sus adornos de las telas y amarres del
cabello se podían apreciar los colores propios de una mujer admirada
y seguida por las otras mujeres, quienes junto con Akotá decoraban las
vasijas con los colores de su comunidad y recreaban la cantidad de ca-
bezas que ya habían aportado a los dioses en las ceremonias. Los hom-
bres bebían de esas vasijas, en memoria de aquellos días en los que lo
hacían de las cabezas trofeo en cada peregrinación.
Las niñas se involucraban en el proceso, aprendían de sus madres
a tratar los tejidos, adornar la cerámica, dibujar y contar las cabezas. Las
jovencitas aprendían a mantener en buen estado las líneas de aquella fi-
gura que representaba su comunidad dentro de la gran nación; con sus
manos juntaban las piedras, despejaban el camino en las noches para
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Antología Relata
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Juan Esteban Clavijo Macías
Taller La Voz Propia
Pelaya, Cesar
La tortuga Nicolasa
vs. la rana zoolímpica
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Antología Relata
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Cristian David Peinado Bayona
Taller La Voz Propia
Pelaya, Cesar
La leyenda de
“Puebloro”
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Antología Relata
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Aurora Elena Montes
Taller José Manuel Arango
Valledupar, Cesar
Esperando
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Antología Relata
el universo conspiraba contra ella, de tal manera que sentía que debía
librar las batallas sola.
No cocinaba, la comida siempre la compraba en el mejor restau-
rante del pueblo. A mí me daba igual porque la mayor parte del tiempo
la pasaba donde la abuela y allí sí que eran fanáticos de la comida. Papá
comía en la finca. El que le hacía los mandados era un compañero de
clase, el Tite Amaya, compraba el almuerzo a diario y ella le daba una
propina generosa. Solo debía seguir unas recomendaciones estrictas,
como un proceso kosher. Si se saltaba una de esas indicaciones rechaza-
ba la comida. La comida rechazada terminaba en el estómago del Tite.
La cuestión era que el Tite, después de comprar el almuerzo, no
debía pasar por ningún motivo por la casa de Esther Peñaloza, enemiga
acérrima de mi madrastra. Bueno, eso era lo que ella pensaba, porque
tenía entendido que Esther Peñaloza jamás había tenido ningún roce
con ella. Para ir al restaurante se pasaba por la casa de Esther, pero evi-
tarlo implicaba aumentar el tiempo de recorrido y eso fastidiaba al Tite.
Mi madrastra lo que exigía era no pasar por la casa con el almuerzo, de
ida se podía pasar pero de regreso con el almuerzo, de ninguna manera.
En realidad, Tite siempre pasaba con el almuerzo por la casa de
Esther Peñaloza; de vez en cuando, si el almuerzo se veía bueno, Tite
le decía a mi madrastra: “Qué pena, doña, estaba distraído y terminé
pasando por la casa de la señora Esther”. Eso era como kriptonita para
Supermán. Ese almuerzo debía salir de la casa lo más pronto posible.
Cuando regresaba de la casa de la abuela me encontraba con Tite en el
andén almorzando. Adentro, en el patio, estaba mi madrastra sentada
en una mecedora mirando las trinitarias… y pensando.
Como papá casi nunca estaba en casa, nos convertimos en las úni-
cas habitantes. Cuando ella entraba a una habitación, yo salía; si ella
salía, yo entraba. Aprendimos a sincronizar entradas y salidas de ma-
nera que coincidíamos en muy pocas ocasiones. Sin embargo, cuan-
do tenía oportunidad yo la observaba, seguía sus rutinas, el uso que le
daba al tiempo, buscando entender a esa mujer que se mostraba ante
mí como el más grande misterio en mis años de adolescente. Desde el
balcón que daba al patio, podía verla sentada frente al jardín leyendo.
Leía bastante, novelitas de Corín Tellado, Jazmín. Tenía una caja enorme
de estas historias, al igual que revistas como Vanidades y Cosmopolitan.
Resultaba curioso verla leyendo estas revistas que hablaban de muje-
res independientes, de viajes, de libertad, mientras sus mejores años se
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
Volví con la condición de que iba a ir a cine todos los sábados y que
además iba a ir a lo de Madeleine.
Prometí no saltarme la tapia con Pablo y menos besuquiarme con
él en el patio.
No volví a saltar la tapia, ahora me besaba con Pablo en el ante-
jardín, me recostaba contra el árbol de cañaguate mientras sus manos
temblorosas de adolescente inexperto recorrían mi cuerpo. Cuando
con una sonrisita cómplice despedía a Pablo, podía ver la cortina corri-
da con la figura de mi madrastra proyectada en la ventana.
Me propuse fastidiarle la vida, cuando Tite le traía el almuerzo ti-
raba frases como:
—A mí me pareció ver a Tite pasar por donde Esther Peñaloza con
el almuerzo.
Esto lo decía justo cuando se había comido la mitad. Iba al baño
y vomitaba.
Después de hacerlo varias veces, Tite perdió su trabajo y no me
habló por un mes.
Papá cada día venía menos, los rumores eran que tenía otra mujer.
Mandaba los libros con el capataz, un hombre que mi madrastra detes-
taba y al que atendía en la terraza para no dejarlo entrar a la casa.
Estábamos por terminar el año escolar y Pablo venía a casa a expli-
carme química, porque necesitaba un ocho para pasarla. Ya había veni-
do un par de veces y nos sentábamos en el comedor, me explicaba hora
y media y se iba. Durante todo ese tiempo mi madrastra se encerraba
en su cuarto, y cuando calculaba que el tiempo había concluido pasaba
al patio a regar las plantas. En la última clase antes del examen final yo
no quería estudiar, le abrí varios botones a Pablo de la camisa y pasé mi
mano sobre su pecho, él me besó suavemente y me acarició el cuello.
Me levanté y me senté sobre sus piernas besándolo con intensidad. Algo
se rompió y los cristales se esparcieron por todo el comedor. Ahí estaba
mi madrastra mirándome con desprecio. Pablo se levantó como un re-
sorte y salió antes que yo pudiera reaccionar, me sostuve con fuerza del
respaldo de la silla para no caerme.
—Zorra, qué más se podía esperar de ti; igualita a tu madre.
—No hables de mi madre.
—Hablo lo que quiera de ella, una puta que abandonó a su hija
para irse detrás de un macho.
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Talleres Literarios 2019
—Tú qué vas a saber —le dije—. Ella se fue de aquí para huir de
esta vida de porquería; ella por lo menos quería algo más y lo buscó, no
se quedó aquí como tú esperando por un hombre que mientras tú estás
aquí sentada pensando y leyendo novelitas pendejas, él se está cogiendo
a otras.
Me partió la boca de una bofetada, el labio inferior sangraba y la
cabeza me dolía fuertemente. La miré y vi sus ojos vacuos, había un va-
cío allí, como el vacío por el que cayó tantas veces en sus viejos sueños.
Entonces lo dijo:
—Siempre te he odiado.
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Cindy Herrera
Taller Cuento y Crónica
Cartagena, Bolívar
De Barbie y otros
juegos perversos
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
bie como hilos que me tensionan los músculos hasta hacerme gemir
dolorosamente. La barriga me da patadas. ¿Podría usted explicar esto?
Dígame lo que sea. ¿Realmente usted podría entender algo de lo que
le he dicho? Despierto aquí, justo en este instante, y tengo esta misma
ropa con la que había estado el día que leí aquella revista, el día de mi
cumpleaños. A veces pienso que usted puede comprenderme porque la
siento tan cercana a mí. Vacía. ¿Lo cree, Barbie?
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Giovanny Araújo Medrano
Taller literario José Félix Fuenmayor
Barranquilla, Atlántico
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Antología Relata
tras otro. Se sentía débil, creía que no podía más, las piernas le fallaban,
por lo que decidió descansar un poco. Pero retomó el trote de inmedia-
to, ya que el sistema estaba programado para iniciar la evaporación del
sudor si la caminadora se detenía. Corría y corría, y tomaba agua con
desespero. En su mente veía la meta cerca y al mismo tiempo se le ale-
jaba; cerraba los ojos para concentrarse. El segundo botellón ya estaba
vacío; esto era sinónimo de fracaso, porque si iba a comprar otro, por la
inactividad de la caminadora, se iniciaría la evaporación y perdería una
hora de sudor, a pesar de que solo demoraría cinco minutos en ir al fren-
te y volver. “Cándida Flórez, esto no es lo que te va a vencer a ti”, pensó.
A pesar de su languidez sacó fuerzas de donde no tenía, esta vez
incluso con más ímpetu. El sonido que producía los chorros de sudor
al caer en el recipiente subterráneo ya no se escuchaba, indicio de que
se estaba llenando. De repente se oyó un ruido fuerte y agudo, como de
frenos de aire de un camión. Sintió una pequeña vibración en sus pies,
quedó perpleja: la compuerta se estaba abriendo. La emoción le inun-
dó los ojos y el corazón se le aceleró. La compuerta se abrió totalmen-
te… lo vio. Él, sentado en su escritorio y firmando papeles importantes,
fue interrumpido por su secretaria: “Doctor, la señora lo solicita”. La
miró. Ella, con una actitud pueril trataba de llamarle la atención. Él
bajó un poco sus lentes para mirarla por encima de ellos y con un gesto
desdeñoso le dio instrucciones a su secretaria.
—El doctor le manda decir que está demasiado ocupado, y va sa-
liendo para una reunión muy importante —aseveró la funcionaria.
Sintió que se le iba la vida, quedó sin respiración. Salió de aquel
lugar con la vista perdida en el horizonte, parecía un zombi.
“Pero… ¿por qué, si él era tan buenecito? Nos abrazaba, nos besa-
ba, nos daba gratis muchas sonrisas; además, ese día nos dio tamal con
chocolate. Si decía con tanta seguridad que sería la solución a todos
nuestros problemas, lo recuerdo bien, eso fue el día que subió en bestia
con toda su comitiva a Hojas Secas, y que cuando me vio con mis ca-
torce hijos me dijo que lo apoyáramos, que esta vez sería diferente, que
para él lo más importante éramos nosotros”.
Iba tan abstraída, sumergida en los rincones de la mente donde
habitaban estos recuerdos, que los veía proyectados, como viendo una
película, a tal punto que la polvareda que levantaban los vehículos que
pasaban a su lado no la fastidiaba.
Sus hijos la saludaron:
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Miguel Ángel Ortega
Taller Caminantes Creativos
Barranquilla, Atlántico
Rotar
Soy yo, tengo un bonito suéter. Estoy hablando con mi hermano. Lue-
go, mis manos toman su cráneo y lo estrellan contra la superficie blanca.
La sangre baña todo. Comienzo a acercarme sin ni siquiera moverme.
Destruyo, a su vez, a mi hermano. Mis puños ensangrentados, mi cara
jadeante. Sigo acercándome. Me baño en sangre. En la sangre de mi
hermano. Sigo desplazándome. Se alejan. Se alejan el cadáver de mi
hermano con su cara triturada y mi yo asesino. Cuánto placer veo en los
ojos de ese yo, en mis ojos. Se alejan. Ya no los veo.
Corro. Me siento con los pies en el cielo, pero no caigo. Por más
que corro, no me desplomo. Es puramente blanco. Es algo curvado.
Debe ser una esfera. No corro, roto. Pero no caigo. Sigo rotando. Quie-
ro salir de lo blanco, de lo curvo. El mundo se ha derretido y ese lugar lo
es todo. Mis cabellos caen hacia arriba. Debo estar otra vez en la parte
superior de la esfera. Pero ahora veo algo.
Otra vez, el cabello hacia arriba. A lo lejos, me veo con una gua-
yabera, sentado en un mueble. Tengo una sonrisa sostenida, no abro la
boca. Un periódico con una crónica, sobre mis piernas. Ocho hermanos
muertos. Alguno asesinado en un atraco, otros murieron en accidentes
de tránsito. Hubo dos que murieron quemados. También hubo ahoga-
dos por pepas de ciruela. Son mis tíos y tías. Acabé con ellos en menos
de dos meses. Nadie lo sabe. Ahora me faltan algunos de sus hijos. Mi
sonrisa se abre, ya mi cabello no cae hacia arriba. Me desplazo sin mo-
verme. Me veo sentado en el mueble. Ahora mi otro yo quiere un ciga-
rrillo. Quedaría perfecto.
Sigo desplazándome. Mi cabello, cayendo hacia arriba. A lo lejos,
ahora me veo. Veo a una mujer tirada, forcejeando. Yo la sujeto. Su falda
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Antología Relata
está en sus rodillas. Estoy sobre ella. La sujeto por los brazos. Ella gri-
ta, solloza. Mi cara tiene ojos abiertos; está iracunda, está emocionada,
está embriagada. Ella grita. Vuelvo a desplazarme hacia ese yo. Roto,
en realidad. Ahora tengo los pantalones hacia abajo. Mi pubis choca
con salvajismo contra el culo de la chica. Se me ve una cara de gozo. La
chica grita y pide clemencia. Mi cara se encuentra en éxtasis. Roto de
nuevo. Me alejo. Mi cabello hacia arriba. Otra vez.
Ingeniero electrónico de la Universidad del Norte, con fuertes gustos por la física, la
biología y la electrónica. Es un apasionado de la literatura y de las artes. Criado en Puer-
to Colombia, la influencia del mar y el sentido de su infinito lo han marcado. Lector
frecuente, la filosofía, la política y la economía no escapan de su órbita. Ante todo, un
amante de la vida. Un ser vital.
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poesía
Alejandra Caldera Castro
Taller de escritura creativa José Pabón Cajiao
Samaniego, Nariño
Si es verdadero
el amor
I
The Gamer
Sé que siempre quieres jugar,
pero nunca perder.
Te imploro que no juegues conmigo
mi corazón no es un juego
y mi ser no es invisible...
No mientas, conozco tus trucos
no corras, no te seguiré para siempre
no calles, necesito respuestas
no trates de dominarme, no soy una bestia
no me dejes de lado, te quiero.
Eres el jugador número 1
y yo simplemente el número 2,
sé que no soy nadie en tu mundo
también que me necesitas,
no puedo asegurar nada pero…
juguemos juntos o aprendamos del amor...
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Talleres Literarios 2019
II
El filósofo y la poeta
III
Virus H
El ser humano,
ser de vida y muerte,
capaz de destruir y crear,
siendo antónimo…
y sinónimo de sí mismo
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Antología Relata
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Hugo Aurelio Bastidas Ruales
Taller de escritura creativa José Pabón Cajiao
Samaniego, Nariño
Un gran amor
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Antología Relata
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Héctor Fernando Cortez
Taller Permanente de Formación Literaria
Popayán, Cauca
Poemas
Ensoñación
Al otro lado de la pared hay un quinde que parece nombrarme.
Pego mi oreja al cemento frío en busca de sus vocales.
Mis manos palpan el follaje del poema y parece que existo en la piel de
quien me inventa.
¿Quién acompaña tu canto cuando estás solo?
Hay una noche condenada al olvido en esta casa que envejece conmigo.
Ya no lo escucho.
¿Quién siente ahora cuando el canto ya es de día?
Somos de todos, excepto de quien no escuche cuando algo nos nombra
del otro lado de esta pared...
de cualquier pared que nos habita.
#
Río
La montaña de mi infancia tiene los brazos rollizos y sus cabellos
mojados.
Miro mis ojos en los suyos. Tengo sed.
Con agua se llena la cuenca de su espalda, y se deslizan sus arroyos por
mis muslos.
Nacen juncos en mis piernas y tengo charcos anudados a mis tobillos.
El hombre que bebe del pasto tiene el cielo a sus pies.
199
Antología Relata
#
Cecilia tiene los ojos perdidos, se confunden con sus manos en las
hojas de plátano a sus pies.
No puede con el silencio de su hermano, que arruga el rostro echándose
a su espalda la estopa de café recién cogido, y llora.
Yo creo que él a veces escucha a la gente murmurando sobre la tristeza
de sus hombros y sus pasos, pero agacha la cabeza y sale al patio.
Mi tío abraza y trepa los árboles, les susurra a los pájaros bajo sus alas
canciones que nunca existieron, acaso en su mudez de niño.
Entonces la garganta y los ojos de mi tío quedan limpios, arriba, como
si el mundo también estuviese sordo, suspendido como una naranja
tierna y madura.
Así bajo a buscarlo. Me besa y sus manos ásperas apretando mis mejillas
me cuentan que el mundo desde allá huele distinto.
200
Talleres Literarios 2019
#
Nuestro deber es ser intérprete.
Vuestro deber (y el mío)
es nacer de nuevo.
Ernesto Cardenal
#
Me he echado a andar porque también me persiguen dolores
antiguos.
Porque no he logrado desatar de mi frente este sur melancólico y
necio, lleno de brisa, de polvo.
201
Antología Relata
202
Talleres Literarios 2019
Nada existe.
Mucho menos la voz de la palabra.
El poema nace
para seguir muriendo.
203
Álex Duván Cardozo
Taller Liberatura
Ibagué, Tolima
Escucha
a.
Hace mucho tiempo
las abejas vinieron
de las estrellas.
Y ahora nosotros
ponemos
cucharas y frascos hambrientos
solo para recoger
una parte de su vida.
204
Talleres Literarios 2019
b.
En el cuerpo de
una abeja
el universo
No el mundo
sino el misterioso sello.
c.
Nace todo del corazón de la abeja.
Cielo, Hombre, Flor.
Cuentan
que todo nace del corazón
de un minúsculo insecto.
Pero nadie lo ve.
Nadie lo toca.
No hay señales visibles de él.
Su latido revolotea
en nuestras arterias.
d.
Es todo un mundo
lo que hay en la colmena.
Seres miel.
Seres abeja.
Ni siquiera
es un libro sagrado
lo que se despagina
allí.
205
Antología Relata
e.
Cuando un panal de abejas
tropieza en mi camino,
debo entender que
hay que callar.
Lo que allí se encuentra
es la asamblea de la mudez.
El mundo contenido
en una sílaba de silencio.
206
Jesús Albeiro Zuluaga López
Taller de escritura creativa Amílkar U
Santa Rosa de Cabal, Risaralda
Poesías
Posesión 1
La luna yace muerta, quieta sobre el cielo
Con máscara de nubes que no logra ocultarla,
La luna duerme pura, tan quieta pareciera
Que en su dormir quisiera coleccionar mi alma.
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Antología Relata
Heredero de la noche
A la noche le queda el último suspiro,
El último aliento de sus luces pesarosas,
Su cielo, cual sagrado mantel, se ha roto
Y desecha fuertes ráfagas de dolor y pesares.
Nosotros los nocturnos somos sus malditos.
Hemos recibido sus lluvias de agonía,
A diario diezmamos miserias de sonrisa,
Y siempre cual soldados militamos penumbras,
Tomando esencia pura de sus nubes deshechas,
Tomando y compartiendo con ella los amores
De los búhos cantores que habitan mi poesía.
Somos herederos de la noche,
Y nos excita mantenerla.
Pérdida
Bajo el peso fuerte de aroma aplastante
Cuenta sus secretos la e con dolor,
En un retroceso de vida agobiante
Halla en lo oscuro un extraño color.
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Talleres Literarios 2019
209
Fernanda Melo Rodríguez
Taller Manuel María Aya Díaz
Fusagasugá, Cundinamarca
La ventana
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Héctor Augusto Cuestas Venegas
Taller Manuel María Aya Díaz
Fusagasugá, Cundinamarca
Una sombra
Una sombra
me visita todas las noches,
una sombra larga,
una sombra muda
me asiste
durante mis cielos sin luna:
es la sombra de mis miedos,
es la sombra de mis cuitas
que se desdibuja ante el sol
y se renueva cuando este se oculta
tras la vasta montaña.
Una sombra me cobija todas las noches,
me envuelve tan fuerte
que casi me asfixia.
Y todos los días
al despuntar el alba
me asomo a la ventana
con una sonrisa falsa.
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Antología Relata
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Leandro Sabogal
Taller universitario de poesía Ulrika
Bogotá, D.C.
Catarsis nocturna
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Antología Relata
Desnudarse ya no es violencia
ponerse trapos encima —en cambio—
es el peor insulto a la verdad.
No puedo ocultar los rasguños de mi espalda
ni la carne entre las uñas
ya no puedo dejar de gemir
como perro hambriento y con frío.
Cerrar los ojos a las tres de la mañana
tampoco es violentar la costumbre
de esperar el día en que no se vuelve a despertar.
Amar de esta forma
a la soledad y a la noche
no es tampoco condenarse a sí mismo.
El toque funesto de las palabras no es suficiente para quitarse de la
lengua
el mal sabor de la dulce esperanza
fulera y postiza.
Sacar la basura
otra forma de catarsis inducida…
Y si te vas
quizás al verte como un punto en el horizonte
venga también
el recuerdo de mí mismo
antes de irme de mí.
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Talleres Literarios 2019
Y en un impulso vuelva...
Y aunque mi cama
no te reclame la ropa
desnúdate y duerme
No importa si no estoy...
Déjame tu aroma.
El aire
por sí solo
no es capaz
de darme aliento.
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Antología Relata
216
Talleres Literarios 2019
Escucho aves
Aves en mi cabeza.
Puede que apenas estén rompiendo sus criptas
Puede que apenas estén rasguñando sus cáscaras.
Lanzo mi vista con fuerza
para hallar nuevos rumbos en lontananza.
Dejo que mi mirada vuele y encuentre más cielo
para cuando mis aves extiendan sus alas
y emprendan su primer viaje.
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Antología Relata
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Johan Sebastián Barbosa Montenegro
Taller universitario de poesía Ulrika
Bogotá, D.C.
Pocas palabras
I
Uno de los dos tendrá que fingir los fuegos de sus más hondas
pasiones
y en otras manos solo habrá ceniza.
219
Antología Relata
No pueden concederse
nunca más
un encuentro
ni una noche de amor.
Se encontrarán, sí,
pero con otros rostros,
un río de sangre desbordará sus párpados,
destajarán sus carnes con otras pieles de cristal,
las manos extendidas surgirán desde el olvido
serán juntos sombra, juntos luna, juntos hielo.
nunca más.
II
Es el tiempo de las horas amontonadas.
Inquebrantable, desátate,
león, mantis,
ruge, rasga, destaja
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Talleres Literarios 2019
III
Lo encontré una noche en un sauna de Chapinero,
primero están sus dientes de desterrado
dientes, fieros cuchillos de la noche
atravesándome el pecho.
Puerta del infierno,
y al fin un motivo y un
sentido frágil, elemental, efímero.
Aunque es un felino
teje y desteje cual viuda negra,
para mí
su telaraña.
Es un náufrago hambriento
capaz de comerse su propia mano;
aun los marinos hablan de su estrella,
de su propensión
de sus fuegos,
de los ecos de sus fuegos…
221
Antología Relata
luego
semen
culpa blanca sobre las margaritas en los pechos.
semen,
detonación final
anticipación de despedías.
222
Talleres Literarios 2019
IV
Un estrépito de puertas
me lleva al templo de su cuerpo.
Así, en el sueño,
arañe los muros rugosos de su cabeza,
ya no hago parte de su memoria.
Ni a dónde he ido
Nadie dará razón
Ni tendré nombre.
223
Karen Viviana G. Álvarez
Taller Distrital de Poesía
Bogotá, D.C.
El barco
El barco
De nuevo
a las cinco de la mañana
los pájaros se despiertan
al sonido de los dedos de la abuela Nona
a amasar las olas del mar
Bajo la lluvia
llueve
224
Talleres Literarios 2019
luego
es de noche.
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Yenifer Eliana Sepúlveda Galvis
Taller Distrital de Poesía
Bogotá, D.C.
Sueño
En tierra salvaje, los huéspedes duermen sobre sus sonrisas.
Son bocas que estallan en las cabalgatas de la noche,
corren y van de mundo en mundo.
Paisaje
Quedarse en los huesos
como una mariposa brillante
lucir el traje envuelto de la piel la cáscara seca.
El desierto y el polvo
Tengo la sensación de no poder con estas palabras construir un
poema, como se construye una casa o como se construyen los días por
la mañana:
sueños, pasos, manos, ventana, río, machete.
Entonces, hago el siguiente esfuerzo: abro mis puertas me
invento el sol y, con su reflejo puesto sobre mis piernas frías,
entiendo, el poema está hecho.
226
Talleres Literarios 2019
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Juan Andrés Fuentes Avellaneda
Taller Fernando Soto Aparicio
Jericó, Boyacá
No me he olvidado
(Poema épico)
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Talleres Literarios 2019
me tengo que ir, he decidido dejar de sufrir por amor y más que todo
por un falsío”. Tú me respondiste “¿Te vas?” y no quise seguir hablando
porque el corazón no me lo permitió.
No, no me he olvidado de aquellas charlas que juntos hacíamos a
diario donde tú me preguntaste el verdadero significado del amor y yo
aún muerto de miedo te respondí: “El amor es felicidad, es confianza,
es respeto”, y tú agachaste la cabeza como si hubieses hecho algo malo.
Pero no me he olvidado tampoco de aquellos momentos de felicidad, o
eso era lo que parecía cuando estábamos juntos.
Despierta… (susurrando)
Sí, hazlo, eso lo soñaba a cada noche y pensaba que era una simple
pesadilla, pero no, era la realidad más atrofiante que existió en mi vida.
Fue una simple señal de prevención que por mi mente pasaba a toda
hora, pero no sabía lo que significaba en realidad.
Cuando me di cuenta de todo ya lo habías hecho, y sí, no lo he ol-
vidado, me traicionaste, y… no solo te fue suficiente hacerlo, sino que
lo hiciste con mi mejor amigo,“amigo”, si es que se le puede llamar
así. Pero por qué, me pregunto ahora, si te di todo lo que me pediste.
Te di amor, te di felicidad, te di sinceridad, pero nunca valoraste eso,
y… me pagaste mal, me pagaste como si no te hubiesen interesado mis
sentimientos, como si yo fuera una basura, y… ahora te preguntarás por
qué te reprocho las cosas hasta ahora, pero quiero que entiendas que
fuiste la culpable, tú me causaste esto, y aunque la venganza no es bue-
na quisiera vengarme aunque no tengo cómo, porque no puedo, no
puedo más que atormentarte en tus sueños, en tus pesadillas y en tus
recuerdos.
Sí, no me he olvidado de nada, no me he olvidado de la mañana
en que llegaste a mi casa y llorando te rendiste a mis pies, llorando me
dijiste una vez más “perdóname”, no lo quise hacer, pero la tentación
fue aún mayor que mi amor por ti.
Sí, lo sé, ya vas a despertar de esta pesadilla, pero seguirás sufrien-
do, tanto así como yo lo hice por ti, y ahora me quedo tranquilo, y sien-
to que estás pagando lo que me hiciste, porque tú, ¡sí, tú!, eres culpable
de todo lo que pasó, de mi enfermedad, de mis martirios en vida y de
mi suicidio. Hiciste que yo enfureciera, me llenara de odio, de rencor y
decidiera terminar con mi vida.
Mi vida a tu lado era casi un asco, por eso hice que mi corazón
terminara de latir, hice que mis venas explotaran. Tú fuiste cómplice de
229
Antología Relata
Hizo su primaria en la escuela El Cocubal, situada en una de las veredas del municipio.
Desde pequeño se ha interesado por la escritura. Actualmente, cursa el grado undéci-
mo en la institución educativa técnica López Quevedo de Jericó, Boyacá. Su sueño es
incorporarse a las Fuerzas Armadas de Colombia.
230
Elocadio Ortega Carvajal
Taller Tinta de Yopos
Yopal, Casanare
Quimera del
Pantano de Vargas
En silencio la roca
Inmensurable el río
sustento del Achagua
fortín de lanceros
y heroínas.
Oscuro el Casanare va
presagia el invierno
indomables centauros
que de Apure vienen
sus linajes tienen
son yeguas magnesias
de Apolo y Hebe.
Galopa el centauro
viaja hacia la cima
sin miedo en el alma
los pies sin abrigo.
231
Antología Relata
Santander gallardo
domina el Picacho
pierde su guerrera
le asoma la piel.
Asían finas lanzas
de Rondón jinetes,
a duelo se baten
¡triunfan bajo el sol!
Bolívar hidalgo
en postura heroica
se angustia una vez.
Divina Providencia,
Virgen del Rosario
del camino real
pronto, pronto
ven.
Lanceros de sol,
valientes seguidme,
enardecida voz.
Inocencio Chincá
enviste animado,
a soldados del rey.
232
Talleres Literarios 2019
Es este el instante
vencer o morir,
meteórico avance
Infante, Mojica y Carvajal
valientes renombran
al anochecer.
León del Pantano
esgrime su canto
imbatible soy en el Barital.
Lancero es Rondón,
al Cangrejo se ancló,
Quimera del Llano
a húsares del rey
su gloria raptó.
Cien centauros son,
lanceros de sol,
lancero es Rondón
con marcial talante
la patria salvó.
233
Francisco Mejía
Taller de poesía MECA
Medellín, Antioquia
La bañera
I
La palangana en ardentía reposaba
jabonadura de nubes locas
lascivas hojarascas
primaveras,
la bañera anhelante rebosaba
en el cuarto de cristales ahumados.
Erguidos
abiertos muslos
bella herida blandida y rubicunda
postrada lengua en penitencia:
el mozo libaba la fruta perfumada
el olor del beso en la hendidura.
234
Talleres Literarios 2019
II
Ella quería el ojo encaderado:
¡habítame, penétrame mi cuenca!
¡Árdeme, culmíname!, quiero estrellarme los ojos…
el erecto pináculo blandía
el muscular impulso tribal
III
Analogía brutal de cuerpos diluidos
como el amor, la víctima acuna a la muerte:
“Asesinar un cuerpo con un abrazo emponzoñado
blande el victimario el arma blanca
el cuchillo escudriña el corazón
en abrazo enamorado”.
235
Antología Relata
IV
Los cuerpos eran invisible bruma
misteriosa canibalesca epifanía
inseparable instante de lucha tierna
y rebosaba la palangana en lupanar de aromas
el salitre azulejado.
236
Doris Eliana Arcila Toro
Tertulia literaria y cultura Pisisí Lee
Turbo, Antioquia
¡Soy mujer!
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Antología Relata
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Mailin Jimena Cárdenas
Taller de escritura Rayuela
Pamplona, Norte de Santander
Me he muerto
dos veces
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Antología Relata
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Michelle Andrea Natalie Calderón Ortega
Taller Relata
Cúcuta, Norte de Santander
Gotas, astillas
y renuncias
El mensaje
Mariposa aturdida
el día agita sus alas
entra por la ventana
tiembla
Me mira
con ojos opacos me mira
con ojos de angustia me ve
Abre su boca de labios secos y pálidos
parece gritar algo
gritar un presentimiento que es una calle
y una mujer extraviada en tráfico de la ciudad
241
Antología Relata
Tiembla el día
Sin que pueda ayudarlo
Se quiebran sus alas en polvo brillante
y antes de que muera
lo escucho
amor
amor
lo escucho
y nada entiendo.
Emisarios tristes
un aullido de burla
el viento destemplado responde al desespero
y comienza a llover sobre la ciudad vacía
borrosa
dibujo de témpera sobre papel mojado
la lluvia rumorea
él calla
y abre su boca de inocente torturado
La espera
243
Antología Relata
Antes
cuando recuerdas que aún no mueres
y todavía resuenan en los techos de zinc
las balitas inocentes de la lluvia
Antes
un segundo antes
en la incierta espera
comprendes tu vida
Un ejército de mujeres
besan la tersa piel de sus hijos
vigilan sus loncheras
los llevan de la mano a la escuela
pegan sus dibujos en puertas de neveras
los ven crecer
marchar a conquistar la vida
regresar con una joven y una sonrisa
partir otra vez a conquistar la vida
y una mañana
casi siempre a las once
casi siempre mientras llueve
rodeadas de otras mujeres
ellas deben enterrarlos
244
Talleres Literarios 2019
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Samir Ortiz Altamiranda
Taller literario David Sánchez Juliao
Montería, Córdoba
Flor en mayo
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Talleres Literarios 2019
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Héctor Díaz Zuleta
Taller José Manuel Arango
Valledupar, Cesar
Que te acoja la
muerte con todos
tus sueños intactos
Post mortem
El amor transmitido en lo inmediato
el brutal deseo de llenar al otro sin acaparar la totalidad de su sala
el cariño más auténtico y verdadero tiene sus mejores demostraciones
en lo fortuito… lejos de las sulfatadas costas de la dependencia afectiva
No es que no quiera quedarse
no es que no anhele pasar la noche allí,
en el otro…
porque solo cuando se es el otro podemos vernos desnudos
es que sería más tolerable vivir de este modo
y recordar que aún estás viva
No es que no quiera quedarme
es que yo sí prefiero vivir sin tener que cargar con tu ausencia,
o que tengas que cargar con la mía.
248
Talleres Literarios 2019
Carpe diem
¿Y qué hacer ahora?
Ahora que mi luz se torna difusa
¿Un grito desesperado al cielo de mis ángeles?
Tal vez sea simplemente el viento susurrando a través de nuestros
secretos
Envuelto en parcial marginalidad, untadas las manos del lodo del
hastío
por la existencia precaria que tal vez me permita la exteriorización
eventual de lo común a lo sublime.
Veterano
Soltando la perpetua costumbre de amontonar desteñidas memorias y
días de homenajes enraizados en el pantano de un día que se perdió en
el tiempo. Resoplando el chamizo que la lumbre prolonga a cambio de
un poco de sacrificio hasta mutar en brillantes luciérnagas escarlatas.
Se va percatando de que ya no se es el mismo, de que la camisa en
que posaba el alfiler con medalla se diluyó en el tiempo y solo queda
el pecho envejecido del héroe de guerra en cuyo interior continúa
sonando la eterna marcha y en cuya memoria se añejan abúlicos deseos
y remembranzas mesuradas que la inexorable summa hizo zozobrar en
el mar del infortunio.
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Antología Relata
Otredad
Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos...
Álvaro Mutis
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Jenniffer Crawford
Taller Caminantes Creativos
Barranquilla, Atlántico
Pronombres
Ese instante
cuando alguna palabra
retumba en la mente
hasta perder su significado
por completo.
Ese instante
en el que dejo de ser yo
para convertirme en otro yo
que anula el yo que no quiero ser.
Ese instante
cuando yo estoy sin estar,
tú no estás, estando.
Él estuvo y quizá no estará,
ella estará o habrá estado
y nosotros estuviéramos
si ellos no hubieran estado
donde no debían estar.
Vosotros perdonad...
no estáis invitados.
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Antología Relata
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Cristian Arrieta Morales
Taller Maskeletras
Barranquilla, Atlántico
Todas las
promesas rotas
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Antología Relata
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dramaturgia
Elizabeth López
Taller permanente de dramaturgia
Manizales, Caldas
Los comemapas
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Antología Relata
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Antología Relata
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Abril M. Pimentel
Taller permanente de dramaturgia
Manizales, Caldas
La telaraña de mamá
Personajes:
Madre.
Rosa (hija).
(Sala de estar. Recortes de periódicos y revistas por todos lados. Rosa
entra con una mochila que deja caer al piso. Se quita su ropa de adulto y se
pone ropa de niña. Se avienta al sofá y prende el televisor. Mientras la madre
habla, Rosa se va trenzando el cabello con listones).
Madre: Mira las fotos que envió Dante. Son de su nueva casa en
Australia, pobrecito de mi hijo. No sé qué hace allá tan lejos sin que
nadie le haga de comer, sin que nadie le lave su ropa, sin que nadie le
dé un masaje cuando regresa de trabajar tan cansado. Aquí, en México,
yo haría todo para que estuviera mejor.
Rosa: (Indiferente, viendo la televisión) Hmmm…
Madre: ¿Qué te parece esta otra? (Le muestra la foto). Es el bebé de
Fernandito, míralo, qué bonito. Se parece a él cuando era chiquito; su
misma boca, sus mismos dedos, su mirada (en voz baja para ella misma),
mi boca, mis dedos, mi mirada… No sé por qué no me llamaron el día
en que nació. Yo hubiera podido ayudarlo en todo, ¡que para eso soy
su madre! (Preocupada) Con esa mujer tan insoportable que tiene ha de
haber pasado unos días bien difíciles. Ya me la imagino (imitándola)
“Fernando, tráeme esto, tráeme aquello, baña al niño” (mira nostálgica
las fotos y suspira). Yo tanto que di por ellos y mira cómo me pagan estos
malagradecidos hijos míos.
Rosa: (Sin dejar de mirar la televisión) Hmmm…
Madre: (Se levanta súbitamente del sillón) Deja ya de ver tanta televi-
sión, niña. Nunca me prestas atención. Mejor ayúdame a poner la mesa
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
Dante se fue lo más lejos posible para no verte, y que Fernando hace
tiempo que ya…
(La madre no la deja terminar la oración; la quiere golpear, pero el
brazo entumido se lo impide).
Madre: No repitas eso nunca. Tú qué sabes del amor que yo siento
por ellos si nunca has sido madre, si no los cargaste nueve meses en el
vientre, si no tuviste los dolores de parto ni esa sensación cuando te
los ponen por primera vez en el pecho o cuando los alimentas… ¡Te la
pasas arruinando mi vida! ¡Todo lo hice para protegerlos!
Rosa: (Cobrando cada vez más fuerza) ¿Para protegerlos? (Risa sar-
cástica. Va desapareciendo la voz y postura de niña que Rosa tenía hasta
ahora). ¡Por favor! No dejabas a Dante ni ir al baño solo y Fernando tenía
once años cuando tú te empeñabas en seguir dándole pecho y limpiarlo
cuando iba al baño y meterte a la bañera con él. No querías que dur-
mieran solos (con mucha rabia); tú querías dormir en medio de ellos.
¿Y qué pasó cuando trajeron a su primera novia? Hiciste que la policía
viniera, según tú porque ellas habían robado dinero de tu monedero y
los hiciste crecer con un odio hacia todas las mujeres, menos a mamá.
Hiciste que ellos también me odiaran, hiciste que me hicieran lo mis-
mo que la abuela Jacinta te hizo a ti.
(Rosa le enseña el brazo derecho, lleno de quemaduras idénticas a las
de la madre).
Madre: (Con voz dulce, hundiéndose poco a poco en un estado de locu-
ra). Los estaba protegiendo, nenita. Allá afuera la vida es muy peligrosa;
hay hombres malos que hacen daño. Allá afuera el clima está muy feo;
el mundo no es lugar para que unos nenes hermosos como ustedes an-
den por ahí solos, sabiendo que tienen a mamá. Mamá es una red en
sus vidas que los sostiene cuando caen. Ven aquí, nena, ven con mamá.
(Intenta abrazarla)
Rosa: Deja de decirme nena. Ya no soporto que lo hagas. ¡Por Dios,
mamá, tengo treinta años!
Madre: (Con voz muy dulce, como hablándole a un bebé). No, mi nena,
solo estás jugando a ser alguien mayor, pero ve tu ropita de colores que
yo misma tejí, ve los listones de tu cabello y las muñequitas de tu cuarto.
Las mujeres mayores no tienen eso, mi amor…
Rosa: ¿Sabes qué, mamá? Si resistí tanto tiempo a tu lado fue porque
después de la muerte de Fernando tú ibas al correo todos los días y fingías
enviarte esas cartas, con recortes de revista y periódicos de la vida feliz
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Talleres Literarios 2019
que jamás tuvimos. Me diste tanta lástima que dejé que me adornaras,
que me vistieras y que me siguieras tratando como una niña de doce años:
la edad en que él murió, o más bien la edad en que tú lo mataste.
(La madre se tapa la cabeza, Rosa rompe la chapa del baño y sale sin
voltear).
Rosa: (Gritando desde afuera) En ese baño siempre van a habitar los
fantasmas, mamá…
(La madre toma una tolla y la enrolla como si fuera un bebé, le pone
un recorte de revista para simular la cara, se saca el seno y lo amamanta).
Madre: Duérmete ya, mi Fernandito; mamá está contigo, siempre
está contigo. El mundo es un lugar peligroso para que un nene tan lin-
do como tú ande por ahí sin mamá. Duérmete ya.
Madre: (Cantando)
Witzy witzy araña
subió su telaraña
hizo un hilo
y se puso a trepar…
Witzi witzi araña tejió su telaraña
vino la lluvia y se la llevó,
salió el sol y luego se metió
(Ríe y llora).
Y witzi araña lo devoró. (Mientras dice esto, pone una mano derecha
en la cara del recorte de niño y hace como si lo asfixiara. Luego, lo besa).
(Susurro) ¡Duérmete ya, mi Fernandito, mamá está contigo, siem-
pre contigo!
(Oscuro).
269
Antología Relata
cocina (2019). Además, ha hecho talleres en los que emplea el teatro como herramienta
de socialización y desestigmatización de pacientes diagnosticados con esquizofrenia.
Como resultado de esto, en 2019 produjo Manifiesto de la locura por coincidencia, una
intervención escénica realizada con un grupo de pacientes del Hospital Psiquiátrico
Víctor M. Concha, en Orizaba, Veracruz, México. Actualmente, está terminando su úl-
timo semestre de Teatro en un segundo intercambio en la Universidad de Caldas.
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novela
Diego Ortiz Valbuena
Taller Distrital de Novela
Bogotá, D.C.
La Vega
(Fragmento)
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Antología Relata
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crónica
Rosalba Polanco Mayorga
Taller Distrital de Crónica
Bogotá, D.C.
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Antología Relata
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Antología Relata
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Andrés Calderón Bernal
Taller Relata
Riohacha, La Guajira
Riohacha sin
nombrar Riohacha
Entre corbatas y cinturones
Frente a una ciudad vieja —pero no por ello más sabia— se agita un mar
engañoso, ilusionista y estirado. Con su espalda recta y ancha, pareciera
tocar el cielo. Sus acuosos tentáculos tratan de abalanzarse torpemen-
te sobre la arena. Tal vez manifiestan un deseo mudo de querer avanzar
tierra adentro, sin lograr moverse demasiado lejos del lugar de donde lo
intentan. Con su superficie a veces gris, a veces sepia, a veces verdosa, a
veces marrón —casi nunca azul—, el mar intenta una y otra vez atrapar
la atención de su compañera de turno: la ciudad, con pasado perlero y
presente incierto.
Entre el mar camaleónico y la ciudad cuyo corazón está perforado
por un hacha, permanecen muchos cocoteros: muchos están de pie y
unos pocos de rodillas. Son un grupo de testigos organizados en una hile-
ra extensa, formando precarias filas casi deshechas, con cabelleras verdes
abundantes y pendientes de cocos colgando de sus lóbulos invisibles. Las
palmeras son la barrera clorofílica que intenta, sin éxito, alterar el campo
de visión entre mar y ciudad; sin embargo, si no estuvieran ocupando sus
lugares y agitando su cabellera con los vaivenes del viento, ciudad y mar lo
lamentarían. Serían como dos amantes que odiándose tendrían que verse
todo el tiempo, sin renunciar al goce de verse a hurtadillas.
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
***
Como toda urbe con historia, la ciudad de los cinco cañones posee
una colección diversa de corbatas y cinturones en su indumentaria.
Las normas comunes de vestuario dictan que solo se debe usar una
corbata y un cinturón a la vez, pero esta ciudad convierte esa regla en
polvo de cañón, pues gusta de usar todos sus cinturones y corbatas al
mismo tiempo; solo que no los llama así: a los cinturones se les cono-
ce como calles y a las corbatas como carreras.
La calle Ancha, que paradójicamente no es la más ancha de la
ciudad, es el cinturón principal en uso. Conformada por viviendas
longevas y establecimientos comerciales de larga data, a esta calle se
conectan muchas callejas demasiado angostas para las exigencias ac-
tuales. “La Ancha”, en épocas pasadas, fue la principal vía de tránsi-
to de la población. A pesar de que sigue siendo importante, cuando
llueve se convierte en un canal de malas aguas que es mejor evadir.
Entre la avenida la Marina y la calle Ancha están las corbatas más
viejas de la ciudad, como la carrera sexta, en la que a lo lejos y como
en otras corbatas cercanas, es posible vislumbrar algunas palmeras de
pie. En esta corbata se localizan varias casonas con tejados a doble
vertiente o techos con buhardillas, paredes hechas de madera, barro
y piedras y balcones con antepecho y suelo de madera. Todas estas
casonas son administradas por bandadas de palomas que son las due-
ñas, pero no las señoras de estas viviendas. Por muy veraz que sea el
hecho de que estas aves habitan las casas, no es posible otorgarles la
etiqueta señorial a animales que cubren con sus despojos la herencia
histórica de una ciudad vieja que reniega de su pasado, dejándolo a
merced del abandono.
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Antología Relata
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Talleres Literarios 2019
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Antología Relata
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Cursó la primaria en su pueblo natal, entre el Colegio Nacional Enrique Olaya Herrera
y el Instituto Técnico Valle de Tenza. A los diez años se mudó con su núcleo familiar
a la ciudad de Riohacha, en el departamento de La Guajira, donde reside. Se graduó
de bachiller en la institución educativa Chon-Kay, en la capital guajira. Ingeniero de
sistemas de la Universidad de La Guajira, forma parte del taller literario Relata Guajira,
al cual se integró en 2019. Aspira a ser escritor.
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Antología Relata
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