PNL - Escrituras Presentes, Escrituras Emergentes
PNL - Escrituras Presentes, Escrituras Emergentes
PNL - Escrituras Presentes, Escrituras Emergentes
emergentes
Antología de narrativa,
poesía, ilustración
e historieta sanjuaninas
Plan
nacional
de lecturas
Gobierno de la República Argentina
Presidente | Alberto Fernández
Ministro de Educación | Jaime Perczyk
Secretaria de Educación | Silvina Gvirtz
Índice
Hacerse necesario - Textos Narrativos
Alessio Arredondo 11
Ana Laura Garcés 12
Analía Sánchez 14
Carlos Zalazar 18
Cristian Marín 20
Delia Beatriz González 23
Gisela Cardín 27
Jesús Tello 30
Leonardo García Pareja 32
Mario Aparici 40
Marisa Cangialosi 43
Marisa Molina 46
Ilustraciones
Joel Salinas 145
Johanna Trigo 146
Gabi Gelvez 147
Brian Olivares 150
Historietas
Jorge Rodríguez 155
Pablo Zambrano - Jesica Godoy 163
Aylén Yacante 174
Juan Hausen 200
Este libro reúne textos narrativos y poéticos seleccio-
Prólogo
nados a partir de una convocatoria abierta realizada por
el Equipo Jurisdiccional San Juan del Plan Nacional de
Lecturas durante los meses de julio y agosto de 2022. De
esta convocatoria participaron también ilustradores e
historietistas: estamos convencidos de que las imágenes
(independientes o secuenciadas) son textos visuales que
también requieren una lectura (como se vuelve evidente
en el caso de la Literatura para las infancias). Se incorpo-
ran finalmente, una selección de textos de autores homenajeados
que por su relevancia en la historia y la actualidad culturales se
han ganado un espacio indiscutible en cualquier esfuerzo por
construir un mapa de la producción literaria local.
La publicación responde a una de las líneas de acción del Plan
(la publicación de material propio de cada región o provincia),
pero también a una necesidad fundamental del ámbito educativo
de la provincia de San Juan: disponer de material literario accesi-
ble para conocer y trabajar en el aula.
Sabemos que, por su propia definición, todas las antologías
son incompletas y se basan en decisiones: la decisión de las auto-
ras y los autores que participaron, la decisión de las autoras y los
autores que no participaron, la decisión de los antologadores de
no incluir sus propios textos y de incorporar a muchas autoras y
autores prácticamente desconocidos en la actualidad, la decisión
del Estado de destinar fondos a la edición y distribución gratuita
de libros como este.
Deseamos sinceramente, parafraseando la consigna propues-
ta por el Plan en su última colección, leer este libro abra mundos,
que cada estudiante de Nivel Medio (y cualquier otro lector que
se encuentre con estas páginas) pueda experimentar el goce de
leer obras literarias producidas en su propio territorio, por gente,
incluso, de su misma generación; y que a partir de esa experien-
cia, la literatura haga lo que mejor sabe hacer: construir puentes,
despertar inquietudes, acercarnos.
Saberes
nadie sabía, lo que ningún ser mortal pudiera vislumbrar
jamás.
Logró obtenerlo -según dicen- luego de sortear obstá-
culos imposibles, como llegar hasta donde se posa el sol,
tomar parte de su fuego y con él abrirse camino en la selva
más oscura de donde nadie sale, o lograr vencer a la tor-
menta con el poder de una canción afinada en sol mayor.
Aunque hay otros que afirman que llegó a las obscuras páginas
sin esforzarse tanto, gastando sólo unas monedas que le pidió un
mendigo por un libro usado. La cuestión es que llegó a él, pero no
logró entenderlo. Hay ciertos estudiados en el tema quienes afir-
man severamente que a él le resultó muy aburrido y no leyó más
de la mitad del escrito. Agregan que inventó el resto e imaginó que
sabía el final.
Arredondo
Alessio
Hacerse necesario
Narrativa 11
Fue extraño ver mi cuerpo de esa forma. No pude evi-
Soledades tar sentir pena por mí y por mi familia. La vi a mi esposa
desgarrada llorando a los gritos mientras se abrazaba a mi
cuerpo vacío. Mis hijos eran muy pequeños para entender
qué pasaba, pero sabían que no volveríamos a correr por la
plaza o a comer copos de algodón.
Muchas veces fantaseé con ese momento. Cómo sería:
¿habría un túnel o estaría mi padre al otro lado de la luz?
Nada de eso ocurrió. No hubo nada. No tuve más opción
que asistir a mi propio funeral. Me miraba y no era yo. Pa-
recía un maniquí de papel. Vi conocidos que hacía años no
frecuentaba. Algunos estaban consternados con la noticia, no po-
dían creer que hubiera sido capaz de hacerlo. Otros estaban en una
reunión social más y aprovecharon el momento para ponerse al
día. Las únicas personas que estaban velando realmente mi cuer-
po eran mi esposa y mi madre. Ambas habían tomado mis manos
como si yo las sintiera y se miraban de frente sin decir nada.
Preferí no ir a mi entierro, nunca me gustaron. Empecé a ca-
minar hasta que algo ocurriera. Pero no ocurrió absolutamente
nada. Pasaron tantos años mientras yo recorría ese pequeño pue-
blo… Conocí a mis nietos y los vi crecer. Cuando falleció mi esposa
tuve la esperanza de que ella apareciera y nos fuéramos juntos a
alguna parte o simplemente vagáramos juntos. Pero no fue así.
Seguí solo, siempre solo. Vi morir a mis hijos, a los hijos de mis
hijos. Fue entonces que decidí alejarme. Me dolía verlos sufrir, me
sentía desgarrado en sus funerales y ni siquiera podía llorar.
De a poco empecé a ver que las ciudades eran más grandes, los
rascacielos más altos, las calles más largas. Pero paradójicamente
cada vez había menos gente. Primero dejé de ver niños, luego los
jóvenes, hasta que ya no vi un solo ser humano sobre la tierra. Fue
en ese momento en el que dejé de caminar. Me detuve en la puer-
ta de un enorme edificio espejado y me senté. Me imaginé que
ese sería el fin, pero no ocurrió nada. Estaba cansado de esperar
en vano, de buscar en vano, de creer en vano. Seguía solo en ese
mundo vacío.
Ana Laura
Garcés
Hacerse necesario
Narrativa 13
Día 1
Diario de otra gallina por escrito* Ahora que nuestro ciclo vital se ha extendido por de-
creto y que el cóctel de hormonas ya no forma parte de
nuestra dieta (gracias a la gripe aviar); ahora que - según
nos dicen - los nunca parpadean sus absolutos lejos del ga-
llinero, que el hacha carnicera gotea su lodo en otra parte,
me animo a escarbar el rocío aleteando por las mañanas
en busca de las lombrices multicolores.
Día 2
Últimamente el dueño sólo nos da fideos. Los mueve
como si fuesen nuestro alimento preferido. Cree que no ad-
vertimos el engaño y que sólo cacareamos de júbilo cuando
viene por nuestros huevos. Se acerca para mirarnos, nos
acaricia la cresta mientras le hacemos cosquillas en las ma-
nos con el pico y trata de reconfortarnos.
Pero en sus ojos hemos advertido que el decreto de
muerte inminente no ha cambiado, que la dieta de fideos
seguirá hasta debilitarnos porque piensa que ocupamos
su tierra, su agua, su aire e incluso sus reservas de lombri-
ces multicolores.
Día 3
Comenzamos a esconder nuestros huevos.
El sabor de la sal
el impulso que llevaría su cuerpo unos centímetros hacia
adelante, pero fue en vano. Sólo sintió ceder el brazo que
lo sostenía, para luego derrumbarse contra la tierra húme-
da. Su otro brazo había quedado doblado con el puño ha-
cia arriba y por algunas horas permaneció en esa posición
para recobrar fuerzas, porque apenas era una masa visco-
sa de miembros entumecidos que se arrastraba sobre el
lodo oscuro del hueco en el que se ocultaban y ni siquiera
recordaba su nombre.
El otro soldado permanecía de espaldas con el fusil cru-
zado sobre el pecho y murmuraba. Después de varios días
de hambre en los que sólo habían podido masticar un pe-
dazo de cuero para calmar el dolor de estómago, la perte-
nencia a esa fría cámara de barro comenzaba a resultarles
definitiva.
Por la noche intentó sentarse. El viento helado de la isla le traía
quejidos de otros huecos similares en donde la defensa de la vida
cedía minuto a minuto ante la intemperie del clima y la falta de
provisiones. Estaban cercados. De vez en cuando algunos podían
cruzar de una trinchera a otra escapando de la ráfaga de balas y
de bombas que atravesaba la densidad de la niebla en busca de un
blanco.
Escuchó las explosiones de las minas y el aire rasgado por los
misiles que detonaban cerca. Muy cerca. Y nuevamente tuvo mie-
do. Escozores de crines heladas reptándole por la médula hasta
tomar su cuello, parpadeos forzosos lubricando las córneas secas
para recordarse despierto. Miedo.
—Estamos enterrados —dijo el otro.
Luego vino el silencio a ganarse los latidos y a pesar en los cuer-
pos inmóviles. Después una humedad distinta bajó por su rostro,
brotando incontenible desde el interior, sorteando las grietas de
piel y barro de su cara hasta perderse en las comisuras contraídas
y ganar su boca. Con cada estertor involuntario que le aflojaba el
Hacerse necesario
Narrativa 15
pecho sorbía más lágrimas. Las percibía primero con la punta de
la lengua, con los bordes, hasta que se agolpaban en su garganta y
realizaba el esfuerzo de pasarlas.
Al primer trago carraspeó. Sintió el líquido espesarse con el
polvo acumulado de días y caer hacia la tráquea como aguja. Con
los demás comenzó a percibir el sabor de las olas del mar que le
llenaron el horizonte cuando desembarcó y el aleteo de las gavio-
tas desplegando sus alas, bajando en picada, formando remolinos
blancos de plumas en los acantilados. Ahora tenía los maxilares
endurecidos, los dientes apretados, las cejas encontradas, pero
esa vez el dorso del sol le había sembrado las mejillas de rubor y
por algunos instantes había olvidado la guerra y las despedidas
en el continente. Tibieza de hogar, de salida de escuela abriendo
la puerta de la casa, envolviéndose con el aroma del almuerzo en
cada ambiente hasta sacarse el guardapolvo, lavarse las manos y
sentarse a la mesa. De regazo materno y lucha de almohadas con
los hermanos para encontrar el sueño. De vecinos esperando la
hora de jugar y de ver los dibujitos de la tarde.
“El sabor de la sal es mágico”, decía una de sus abuelas. “Siempre
que nos disolvemos en lágrimas nos encontramos”. Tendría unos diez
años y sería un chiquillo de rodillas raspadas y zapatillas desacor-
donadas gambeteando una pelota vieja en el potrero, cuando la
escuchaba mientras echaba un puñado a la comida familiar: “Ci-
catriza heridas, adormece, despierta, arde la sangre, conserva y porque
conserva, nos regresa nuestra esencia”.
Afuera llovía pólvora y humo. Adentro reconocía el sabor de
las lágrimas ardiéndole en el pecho, subiéndole el calor hasta las
sienes, apurando el pulso, haciéndole mover los pies bajo la escar-
cha negra de sus botas y arrojándole una frazada mullida sobre
los hombros rígidos. Rozó las yemas de sus dedos durante varios
minutos hasta que pudo frotarse las manos y masajearse los bra-
zos y las piernas.
Por eso las lágrimas son de agua, de agua y de sal. La abuela lo
repetía cada vez que nos acercábamos a la cocina y nos contaba
Hacerse necesario
Narrativa 17
Rómulo y otros paisanos, en una época joven, lejana,
La tumba de Sematos que nunca envejece; se juntaron a tomar unos vinos en el
único bar de aquel rancherío llamado Sematos, cuyos hor-
cones desvencijados aún permanecen silenciosos porque
ya nadie vive allí. Era una noche más de alcohol, entre tan-
tas otras iguales; pero esta era oscura y lluviosa.
Bebieron tanto, como siempre, que no paraban de reír.
La lluvia les recordaba, entre carcajadas; aquella creencia
hecha verdad en sus mentes ebrias de que la misma era se-
ñal de bonanza los días de casamiento. Nada más irónico
para aquellos seres solitarios.
Uno de ellos desafió a Rómulo, a modo de apuesta: ir
hasta el cementerio y clavar un puñal en la tierra que cu-
bría la tumba de un antiguo baqueano. Hacerlo sería señal
de valentía. El hombre, sin reparar en la distancia ni en la
lluvia, con el pecho henchido de borrachera, aceptó.
Se encaminó emponchado ya que la lluvia no cedía,
sino que caía y caía en una cortina espesa de agua. Som-
noliento y en silencio pudo cruzar con su caballo el rio que
empezaba a crecer.
A medio camino la lluvia paró, aliviando la tensión de Rómulo
ya que no había reparo posible ante semejante tormenta. Miró a
su alrededor; distinguiendo en tan profunda oscuridad, figuras
estáticas, los contornos de esqueletos de árboles sin hojas como
si fueran una turba enfurecida al acecho de la mentalidad distor-
sionada de aquel hombre. Raíces de jarillas como si fueran sirenas
retorciéndose o gusanos gigantes inmersos en una escalofriante
quietud. Atinó a cerrar los ojos y empuñar su cuchillo; incluso in-
tentó lanzar un grito y rezar un padre nuestro. No tuvo tiempo ya
que estaba llegando. Ni siquiera ató al mancarrón.
Rómulo supo que estaba en la entrada del cementerio al distin-
guir su puerta carcomida por el tiempo y el abandono. De nuevo
llovía ferozmente. Avanzó lento, resoplando, jadeante y tembloro-
so en busca del destino final de su amigo baqueano. Las pisadas
Carlos Zalazar
Hacerse necesario
Narrativa 19
72 fue mi respuesta; no sé bien por qué. Tampoco sé si
Setenta y dos fue un sueño. Pasó hace tanto que ya ni sé si es un recuer-
do o tan sólo un producto de mi imaginación. Yo estaba
acostado cuando apareció sentado en la cama, al lado
de mis pies -habré tenido treinta y pico, se leía mucho a
Freire y a Sousa Santos por esa época-. Noté su presen-
cia, después lo vi. El susto me ahogó con una bocanada
de aire seco, de inmediato intenté gritar e hizo un gesto,
un leve roce con dos dedos. Instantáneamente mi boca
se cerró.
—Primero escuchá —dijo. No vengo a hacerte daño.
Tomá esta visita como un trámite.
Me senté en la cama asintiendo con la cabeza, casi por una vo-
luntad ajena.
—Esto es simple, querido Cristian. En el Más Allá hay de todo
¿Viste todas las películas del Más Allá? Bueno, hay eso y mucho
más, lo que ninguna película te muestra es la montaña de papele-
río que existe. Pensá que toda la gente que pasa del Más Acá al Más
Allá es un trámite, un formulario, casilleros por llenar, foto carnet,
alergias, grupo sanguíneo, motivo por el cual llega, etc, etc, etc. Y a
todo eso multiplicalo por cada ser vivo. La burocracia, Cristian, es
el verdadero infierno, y está acá y allá, de eso no se salva nadie. Sin
embargo, mis superiores tuvieron una brillante idea: como para
ir agilizando la cosa nos han pedido que vengamos a hacer una
breve pregunta.
—¡Mmmj! —contesté.
—Cristian, ¿a qué edad te gustaría morir?
Abrí más los ojos. Hizo un movimiento de muñeca seguido de
una coordinación de apertura con los dedos y mi boca se abrió.
Tomé aire, traté de respirar de manera pausada y le dije.
—¿Qué tipo de pregunta es esa?
Hacerse necesario
Narrativa 21
vertiente, entre otras. Muchas me recuerdan a San Juan. A veces
creo que por más que intente, por más lejos que vaya, no me voy a
salvar de aquel apretón de manos. Mañana cumplo 73 años -de a
poco siento que se intensifica el mismo aroma húmedo de aquella
vez-, no sé bien dónde despierte, de todos modos, no voy a dejar
de acostarme sin decir buenas noches.
Cristian
Marin
Hacerse necesario
Narrativa 23
—Tomá —, me parecía escuchar a papá.
Cuando lograba soltarme de la mano de mamá, en eso que ella
gritaba y lloraba a mares y se abrazaba con otra señora de tapado
azul oscuro, yo aprovechaba y daba la vuelta hasta el otro lado. Sin
que nadie me viera, le pasaba el dedo por la frente al difunto. Así
le decían: difunto. O difunta. Mi papá les decía fiambre o finado.
Es que a él, por las tardes, le daba por el vermut con mortadela y
aceitunas.
—Andá a comprarme fiambre — me decía. La piel del finado
se le arrugaba con mi dedito y se quedaba quieta en la otra punta.
Después se la acomodaba rapidito para que nadie se diera cuenta.
Algunos muertos tenían la boca abierta, y se les veían los dien-
tes. Amarillos. Seguro que no se lavaban con dentífrico. Asque-
rosos. Yo les empujaba la pera para que cerraran la boca, aunque
estaban duros y helados y se ve que les encantaba hacer como que
estaban por decir algo.
En la nariz, a veces, les asomaban unos algodones. Me encan-
taba sacárselos y pintarles las mejillas con el labial de mamá, que
más coqueta no podía ser. Siempre salía con su espejito y un fras-
co de loción, que me ponía atrás de las orejas. Así, cuando alguien
me daba un beso, yo olía a limpita.
—Y muy honrada —como decía mi abuela.
Con el colorete quedaban un poquito mejor, pobres. Para mí
que ya no tenían arreglo. Cuando les abría un ojo, el ojo no me mi-
raba. Apuntaba al techo nomás. Eran muy antipáticos los muertos
de mi mamá. Nunca ninguno me dijo ni media palabra.
Una vez me animé y abrí esa tela suavecita y blanca para ver
si no les habían cortado las manos. Las personas grandes hacen
cosas raras muchas veces. Descubrí que las tenían igual que mi
nona, cuando miraba la novela de las cinco, y las apoyaba sobre su
panza, cruzaditas. También, como mi nona, llevaban un rosario.
Un rosario es como un collar de perlas que en una parte tiene una
cruz donde está Jesucristo Santo, que más bueno y sufrido no po-
Hacerse necesario
Narrativa 25
El poema decía así:
Fin.
Delia Beatriz
González
- -
mejor-. Saqué el boleto escolar universitario en la Empre-
sa Mayo, eso significa que debo caminar hasta General
Acha, ahí pasan todos estos colectivos. Vos me bancás. Así
que a las siete y cuarto de la mañana caminamos por la 12
de octubre las cinco cuadras hasta la parada. Ubicamos a todos los
chocos, vamos seguros. Es invierno y no podemos comprenderlo.
Las doñas están pasando el lampazo con cera a las veredas marro-
nes -San Juan es así-. Nos miramos revoleando los ojos y te digo
que pase lo que pase, no lo digas. Te reís con los ojos bien pícaros.
Tenés sesenta y cinco y, sin embargo, mirando a las viejas me de-
cís abrieron las puertas del museo y se escaparon.
Seguimos caminando y otra y otra mujer limpiando cada una
su vereda, sin pasarse un solo zócalo, no sea limpiarle a la vecina
gratis. Y volvés a reír, te vuelvo a decir que no y decís cantando
bajito señora, la gata le llora y el perro mueve la cola.
Hacerse necesario
Narrativa 27
Vuelvo de caminar de la ciclovía y pienso qué voy a
( ) comer. Cero ganas de ir hasta el súper, pinta fideos con
manteca y queso. Aunque puedo ir a la Ivana a comprar
una crema. Y pienso en vos. Piso con mis sandalias nue-
vas rosas como huevona, piso nubes de mierda, de día con
zonda, calor y nublado. Piso el presente.
Hoy encontraron a Olivera, el genocida prófugo. Alguna re-
vancha para que lloremos juntos. Vos allá, deíctico al cual no le
encuentro el referente.
Habito este nuevo espacio tan sin historia. Seis por cuatro, co-
cina separada por durlock. Este lugar no los nombra. Es mío.
Nos recuerdo incontables veces en la cocina. Yo, picando ce-
bolla, ajo y pimiento. Ustedes, frente a la tele, mirando seis, siete,
ocho, puteando a los derechosos de turno. Dicen la palabra gorila:
ya no me quejo. Se sienten fuertes y posicionados. Soy tibia frente
a las palabras: eso argumentan ustedes.
Comemos a veces solo dos. Vos y yo o vos y yo.
Gisela Cardin
(Buenos Aires). Hace 15 años eligió vivir en San Juan. Se dedica a pensar
con otras y otros el mundo a través de sus trabajos ejerciendo la docencia
secundaria, coordinando talleres literarios y militando las prácticas socioe-
ductivas en el ámbito universitario. Tiene el privilegio de haber editado su
libro Tarugo con la Editorial sanjuanina Panlengua, de la que también
es parte.
Hacerse necesario
Narrativa 29
La abuela había diseccionado la panza de la gallina y
La Madretodos con el cuchillo de su propiedad llamaba a los niños al me-
són. Pinchaba los pedacitos con la punta de su entrañable
instrumento y los repartía en las bocas temblorosas. Ese
era el ritual. Ellos hacían la fila para recibir el alimento y
sabían que no debían mostrar ninguna señal de miedo.
Nadie quedaba sin comer su pedazo de panza.
El día en que Juan fue el primero en la fila hubo olor
a sopa de gallina por toda la casa. Su cabeza daba a la al-
tura de los bolsillos del delantal de la abuela. En ellos vio
plumas coloradas, picos de otras gallinas y unos espolones
de gallos patriarcas colgando como trenzas. Juan, tan pe-
queño y tan al borde del filo, comenzó a transpirar cuando
escuchó que limpiaban la hoja del cuchillo contra la tela
espesa del mandil. Era cuestión de un suspiro y ya estaría
mascando su pedacito de panza.
El golpe de la punta contra la mesa hizo caer tierra de las cañas
del techo. Juan no quiso sacudirse, o no pudo, porque en ese mo-
mento llegaba el Machoquinteros negro de tizne. Dejó el cabo de
su hacha junto a la pared y se sentó a vigilar la mesa. El rito prose-
guía de ese modo cuando peligraba su cumplimiento. Pero el niño,
a punto de probar el alimento, salió corriendo. La Madretodos no
dijo nada, siguió dándole esa extraña eucaristía al resto de la fila.
Casi llegando al final del caserío Juan decidió dejar de correr
y empezar a descansar sobre sus rodillas. Había transpirado mu-
cho y la piel lo presionaba por todas partes: se fue reduciendo más
hasta quedar en el piso, enroscado. Quizá me esté ahogando, pen-
só. Cerró los ojos para gritar algo pero no pudo. Y quiso respirar
profundo, volver a mirar, regresar y disculparse. Una pura necesi-
dad del hambre y la sed. Pero no pudo.
Lo agarraron de la cabeza y empezaron a tirarlo, a desembu-
tirlo. Una descompresión le desabrigó el cuerpo. Finalmente, el
agua lo dejó salir y le enjuagó los ojos para ver la hoja de un cuchi-
llo resbalando sobre la espesa tela de un delantal emplumado que
terminaba de cortar su cordón umbilical.
Última historia
mis propias palabras vengan a hacerme compañía. Aun-
que mi difunto esposo no lo hubiese querido. Pero, ¿con
quién voy a hablar si a él se lo tragó el cerro?
Otras veces viene la oscuridad. Paso días sin poder jun-
tar las puntas de los tejidos ni los fuegos de mi cocina. An-
tes me sabía de memoria la historia del hilo enredado en
el aire nocturno, esa del cañaveral verde, donde se mecen
los rituales y arde el ojo rojo de la noche.
Mi último cuento dice que las palabras me rompen la
voz. Yo, la vieja madre de todos, ya entiendo que es tiempo
de guardar los cuchillos. Entregar mi cabello a la tierra y
mi piel, al viento.
Jesús Tello
Hacerse necesario
Narrativa 31
No podía identificar exactamente lo que sentía Un ma-
La última cena lestar descomunal daba botellazos en mi cabeza. Una mo-
lestia oscura que se podía leer en el contorno de mis ojos.
Había silencio. Un silencio que me asfixiaba como una
nube de cenizas. Entonces es así, me dije. De esta forma
es como se siente el dolor de la traición.
Es posible afirmar que no siempre hay sorpresa cuan-
do nos sentimos decepcionados. A veces hasta le permiti-
mos al tiempo que camine un trecho por los días y ponga
a prueba el puñal que, sabemos, nos va a llegar, un poco
antes o un poco después.
Algo como una muerte ácida maduraba entre los plie-
gues del mantel. La razón no había sabido clavar sus uñas
en el corazón de ese amor incipiente de oscura belleza.
¿Cómo es el sufrimiento que habría que hacerles sentir a los
traidores? La inmundicia que corría por el río de mi sangre her-
vía a borbotones. De algún modo podría decirse que festejaba la
celebración de la crueldad disfrazada de lógica. Una tormenta de
dolor era lo que imaginaba.
Ya casi no recuerdo como comenzó todo, creo que fue en aque-
lla ocasión en que tras mucha insistencia Judy aceptó mi invita-
ción a cenar.
En ella no había belleza y en mí tampoco. Al instante supimos
que nuestros corazones no estaban en la mesa sino en los platos.
Una sonrisa aprobatoria se derramó cuando ellos llegaron.
Entonces comimos. Una y otra vez. Desaforadamente. Comía-
mos cada vez alguien nacía, cada vez que alguien moría, cada vez
que alguien sonreía, cada vez que alguien lloraba, cada vez que
estábamos tristes, cada vez que no sabíamos qué hacer. Comía-
mos sin hambre o con hambre. Pero cuando sentíamos verdadera
hambre esta nos transformaba en monstruos hermosos.
Aquello no era la felicidad pero este dolor tampoco. Como si
estuviéramos expuestos a perder algo más importante que la vida
Hacerse necesario
Narrativa 33
¿Cómo nace el deseo de dañar? ¿Cómo tratar dulcemente a
alguien a quien deseas destrozar? No creo que pueda existir una
manera. Menos cuando en el fondo de la mente cruje el deseo de
hacer algo justiciero y extraordinario. Sentía sobre mi piel el traje
de un Dios. Un Dios vengador y absoluto que funda sus leyes. Que
puede crear o destruir.
El hambre inunda la boca, pero la ansiedad corroe la razón.
Ella estiró su mano para tomar una servilleta, una mano blanca y
regordeta, como una manzana triste.
Tomé entonces sus dedos en el aire, con la delicadeza de los
desahuciados y clavé con furia mis dientes en su palma. Un grito
de dolor y sorpresa quebró la insoportable música funcional que
derramaban los parlantes.
Sólo había diez pasos hasta la puerta. La noche, como un oasis
miserable de los cobardes, me tragó con su enorme boca de sombra.
La batalla de Quilmes
macén, dejaba la moto en la vereda y tomaba el pedido
que al día siguiente el camión pasaría a descargar. Cuatro
cajones de Quilmes, dos de Coca, uno de Fanta. Pero en
ese atardecer había algo distinto en el aire, estaba pesado,
húmedo y costaba respirar aunque uno estuviera quieto.
Cuando escuché el sonido del motor de mi moto supe
que algo andaba mal. Decididamente mal.
Corrí hasta la puerta mientras recordaba la llave que
lamentablemente había dejado puesta. Desde el vano los
vi. Eran cuatro. No sé si tendrían veinte años y tenían
tantos tatuajes absurdos que hubiera sido imposible la
tarea de descifrar cada región de sus brazos.
Uno de ellos estaba sentado sobre mi moto y luego de
echarse un sorbo de cerveza sobre esa boca quemada por
el desprecio, miró hacia el manillar y aceleró a fondo. El
motor gritó una especie de aullido estremecedor y dolo-
roso. El joven y mi moto seguían allí estáticos pero una
sonrisa brutal ahora le dibujaba los labios. El resto de los
muchachones festejó con risotadas aquel bramido ensordecedor
que se repetía una y otra vez desatando nuevas carcajadas pero
que para mí eran como latigazos en el alma.
El almacenero me tomó del codo y dijo “No salgas ¿Es tuya la
moto?”
Asentí. “La necesito para laburar” -dije con un sonido casi
inaudible.
Puse mi pie en el umbral sin el propósito de atravesar la puerta
y di un paso hacia la vereda sin intención de salir y luego otro y
luego otro.
El más serio de ellos se limpiaba la uña del dedo meñique con
un puñal mientras otro se tocaba la cintura como buscando algo.
Pude escuchar detrás de mí la persiana del almacenero cayen-
do apresurada.
Hacerse necesario
Narrativa 35
“Y llegará ese momento en el que los hombres se sentirán pro-
fundamente solos” No recordaba dónde había leído la frase pero
ahora retumbaba en mi cabeza.
No tenía nada planeado ni sabía qué decir. Tampoco había
mucho lugar para las palabras. Solamente enfrentar a los cuatro y
recibir una golpiza, una bala o un puntazo. Ya el frio de las baldo-
sas caminaba piernas arriba hasta lamer mi columna y mis orejas
pero en ese instante y sorpresivamente un extraño alborozo me
encendió el pecho. Un descubrimiento asombroso se abrió paso
entre mis pensamientos. Así desearía morir, peleando. No como
un viejo enfermo, pobre, cobarde, como mi padre y como el padre
de mi padre y como el tío Eusebio arrastrando sus diminutas ago-
nías, abandonados en un hogar de ancianos.
No tendría que descomponerme lentamente ni amasar una
lástima nauseabunda hasta que el frio de la oscuridad eterna qui-
siera venir a abrazarme. No lo había pensado nunca y recién aho-
ra lo sabía. La muerte no era la que se acercaría a buscarme. En
esta rudimentaria y aleatoria ocasión era yo quien la desafiaba.
Una felicidad insospechada me daba coraje.
Pero entonces todos a un tiempo giraron la cabeza para ver
aquello que se aproximaba.
Lo primero que advertí fue su cabeza cubierta por una cabe-
llera salvaje y abrumadora, luego su prominente vientre pero sólo
cuando la distancia lo hizo posible pude percibir la ferocidad de
aquel rostro encendido que se acercaba corriendo y que con solo
mirarlo hacía entumecer el estómago. No era la muerte. O si era
la muerte no era tal como yo la había imaginado.
Un gesto de verdadero temor ahora abrazaba los flacos pómu-
los de los cuatro muchachones que quedaron inmóviles. La bestia
tomó a uno por uno del cuello y después de arrojarlos al piso les
dio de patadas mientras los cuerpos esmirriados solo atinaban a
protegerse en posición fetal.
Hacerse necesario
Narrativa 37
Como no sabía dónde ir porque las noches se habían
Noche de Aurelia encargado de apagarle la sonrisa y de ahogarle las espe-
ranzas, o porque el tiempo se había dormido en la alfom-
bra mustia del desánimo, Eusebio sintió la tentación de
conocer la casa de Aurelia. No era sencillo encontrarla.
Sabía que preguntando a los recolectores de pena y a los
fugados del manicomio, ellos podían dar las indicaciones
para llegar. Luego continuarían hablando o balbuceando
pero no debe creerse todo lo que digan. Es probable que
tantas palabras hagan sentir confundido a cualquiera que
pregunte. Seguramente esos deshechos humanos tam-
bién dirán que Aurelia es una mujer que se ha fugado de
un cuento o un ángel pervertido por pesadillas libidinosas.
Pero nadie ha sabido realmente su historia. Cuando su
tragedia comenzó todavía era una niña que no conocía los
sinsabores del deseo. Al llegar a su puerta Eusebio tuvo la
tentación de marcharse pero algo más fuerte que el miedo lo em-
pujó a sus abismos.
En la esquina siempre hay un hombre enorme que tiene un ojo
de vidrio y un diente de oro. Cuentan que el ojo se lo debe a la pu-
ñalada certera de una mujer y el diente de oro también se lo debe
a la misma mujer que con su sudor apiló cada miligramo en forma
de monedas ariscas que, al reunirse en una majestuosa montaña
de níquel pudieron parir esa muela relampagueante.
La función de este ogro llamado Simón es cobrar y también, si
es necesario, izar de una oreja a aquellos revoltosos que no cum-
plieran las reglas no escritas del lugar. Eusebio lo miró temeroso
después de pagar el pasaporte a los cielos. El monstruoso portero
sonrió su risa dorada y le señaló la entrada indecisa que estaba
a medio camino entre ser una puerta o una ventana. Después se
sacó el ojo y comenzó a lamerlo como un cachorro asustado.
La lengua de los estibadores es áspera y brutal. Quizá por eso
Aurelia tenía la piel en carne viva y los sollozos bajo la almohada.
Cuando Eusebio la vio no supo si besarla o curarle las heridas que
nacían en su alma y florecían en su piel.
Leonardo
García Pareja
Hacerse necesario
Narrativa 39
Un golpe de calor [...] porque de eso
están hechas las grandes catástrofes: de días
amontonándose sin que pase nada.
Gustavo Sánchez, Falla
Hacerse necesario
Narrativa 41
siquiera el ventilador, impasible a sus razonamientos, emitía ya el
mismo zumbido de hacía unos instantes, sino una vibración inso-
portable que amenazaba con hacer estallar su cabeza. Cada cosa
en la que reparaba se le antojaba ahora espantosa e insultante y fue
entonces cuando, por toda respuesta, le pegó una piña a la pared.
Fue un golpe seco, tan fuerte que, según los testimonios, se oyó
incluso a varias cuadras a la redonda. La pared cayó y aplastó a la
familia entera. De repente y sin mediar palabra, todos pasaron del
ligero reposo cotidiano al inescrutable sueño eterno.
Pompa fúnebre
nos en la tabla se aceleró, la espuma crecía. Esperaba el
zarpazo. El jabón ya tenía forma de hueso, lo pasé cuida-
dosamente por la camisa, podía romperse y partirse en
dos, o peor, astillarse como leña. Seguía ahí, mirándo-
me sin descanso, cada cicatriz de mi piel lo presentía. El
fuentón crujía cada vez más, se podía abrir abruptamen-
te en su presencia y desbordar la mugre.
Los surcos de la tabla se doblan como costillas, crecen
hacia mi pecho, se enroscan en mi cintura, abrazan mi
espalda y se cierran como coraza.
Friego y friego. Pero no se va, permanece expectante.
La hojalata se eleva, mis manos descansan en la ta-
bla. El fuentón crece hasta sumergirme en un baño que
limpia todos mis despojos. El frenesí del jabón dibuja burbujas en
ramilletes. Me encierro en una, parece frágil pero resiste, es her-
mosa, tornasolada y me lleva hacia el azul del jacarandá, donde él
no puede llegar.
Hacerse necesario
Narrativa 43
Era un pasillo de tierra angosto e irregular que orillaba
El aroma verde una sucesión de piezas a medio construir, típico de esas
casas que se van armando durante años, según las posi-
bilidades, y no se terminan nunca. Lo caminamos en fila
india. Íbamos hacia la cocina detrás de la tía Josefina, que
nos recibió en la puerta con sus ojos tiernos y nos abra-
zó con el regazo, con ese calor que repartió por años y sin
retaceos a todo sobrino que cuidó. Ella parecía estar dis-
ponible y no tener vida, por el solo hecho de no estar casa-
da como sus hermanas, ése era su estigma familiar. Ya de
grande pudo concretar el sueño de vivir con el único hom-
bre que amó, pero recién cuando sus padres murieron.
En el trayecto del pasillo ya se percibía el olor a pere-
jil y en la cocina estaba la mesa preparada con todos los
detalles de la tía que la hacían única. Su compañero, sentado en
una silla de totora, un poco alejado de la mesa, saludó sin pararse
mientras nos miraba con recelo: éramos portadores de un apelli-
do que él odiaba. Esperamos paraditas un gesto de mamá para
sentarnos y ella, a su vez, buscaba una señal de su hermana, que
miraba a su marido buscando aprobación para cada cosa que ha-
cía y conversaba cuidando cada palabra supervisada por el hom-
bre que las observaba callado como nosotras. De vez en cuando
emitía una opinión que terminaba en una crítica hacia su familia
política, que la tía intentaba suavizar a nuestros oídos.
Almorzamos el delicioso arroz de la tía con deleite. Ella sope-
saba cualquier hostilidad con su natural actitud de anfitriona y
desprendimiento para hacernos sentir cómodas. En medio de la
comida, se me cayó un bocado entero al piso. No dije nada, nadie
pareció verme, rápidamente, intenté esconder la evidencia como
pude, presintiendo que eso podría alterar la armonía precaria de
nuestra estadía. Pese a mis esfuerzos, algunos granos quedaron
pegados a mi zapato. Después de una corta sobremesa, nos mar-
chamos hasta una próxima vez, donde ya sabíamos, repetiríamos
ese mismo ritual de visita.
Marisa Cangialosi
(Jáchal, 1961). Es Profesora de Enseñanza Primaria y Licenciada en Ges-
tión de Instituciones Educativas. Ejerció la docencia en el Nivel Primario y
Secundario. Publicó Marenal (poesía) y participó en antologías de origen
provincial, nacional e internacional. Como escritora recibió premios, dis-
tinciones y menciones en diversos concursos de poesía, presentó libros de
reconocidos poetas y participó en numerosos eventos culturales en distintos
lugares del país. Formó parte de algunos grupos de Integración Artística
como ExpresArte y La Guanaca. Actualmente interactúa en El Café de
los escritores.
Hacerse necesario
Narrativa 45
Tuvo que pasar bastante tiempo para que entendiera el
Verbena porqué de su nombre: a las otras niñas las llamaban Catali-
na, Juana, Francisca, Ysabel; tal vez Águeda o Sancha, pero
ella era la única “Verbena” en la ciudad.
Momentos antes de que naciera, su madre estaba bai-
lando alrededor de una fogata y la comadrona ayudó en
el alumbramiento entre música de juglares, olor a incien-
so, especias y embutidos, rezos de fraile, vendedores vo-
ciferantes y titiriteros improvisados: la noche de San Juan había
convocado al pueblo entero en la plaza del mercado. Para poder
engendrarla, la madre había tomado litros de tisana de verbena,
ocultado una ramita de esa hierba mágica bajo su vestido de no-
via, se había bañado en agua perfumada con sus flores y untado el
cuerpo con aceite de la misma planta sagrada.
Cuando descubrieron que Verbena al bailar ahuyentaba a los
malos espíritus, todos la reclamaron: cantaba para purificar el
cuerpo; sonreía y conjuraba hechizos; contra la melancolía, suspi-
raba; aplaudía para calmar almas inquietas; soplando garantizaba
fertilidad. Pero sin lugar a duda, su hechizo más requerido era el
que avivaba fuegos de amor: durante el solsticio de verano, Verbe-
na lloraba sus lágrimas en pequeñas vasijas y los enamorados sal-
picaban el elixir sobre la persona amada en un apasionado ritual.
Sin embargo, a ella no se le conoció pretendiente alguno.
Magos y adivinos se la disputaban en embrujos y encanta-
mientos y los monjes demandaban su presencia para alejar el mal
de las iglesias.
La fama de Verbena traspasó las murallas de la ciudad y cuen-
tan que hasta fue convocada por reyes y nobles de otras comarcas
para ganar guerras y librarse de genios maléficos.
Algunos refieren que aún suele verse su sombra girando junto
al fuego purificador, cada noche de San Juan: seguramente debe
ser para cargarse de magia y poder.
Lila
trepa por las paredes y una madreselva cubre la glorieta.
La brisa entra por la ventana semiabierta moviendo el vi-
sillo de plumetí: Lila se asoma y el perfume de las glicinas
la abraza con delicadeza. La luz del día es sólo un destello;
Lila enciende las lámparas y el brillo de los caireles en los espejos
biselados envuelve la sala; descorre el tapete de terciopelo que cu-
bre el piano; se sienta en el taburete y sus manos tenues desgarran
las teclas en un ritual diario y acompasado. La melodía vuela por la
casa: su casa, la casa de sus padres y la de los padres de sus padres;
Lila vive allí desde siempre y para siempre.
Como todas las tardes se vistió con raso y cloqué; el camafeo
en la blusa de encaje es un recuerdo de la abuela y Lila sabe que
también adornará su ramo de novia, siguiendo la tradición fami-
liar. Desde el portarretrato la madre mira la hebilla de nácar que
sujeta el cabello de su única hija: “El jardín desborda primavera”,
le cuenta Lila mientras su voz se superpone con las notas.
El perfume de los lirios que su padre cultivaba satura la sala;
“tengo que cambiarles el agua”, piensa Lila mientras empieza con
la ceremonia de poner la mesa: mantel de hilo que bordó en tardes
de invierno; vajilla de porcelana heredada de la tía Francisca; cu-
biertos de plata, en la familia desde que ella recuerda; cristalería
de Bohemia. “Todo listo y a tiempo”, dice Lila mientras espera que
el llamador suene y, como todas las noches, llegue Manuel, que se
fue a la guerra y nunca volvió. Marisa Molina
(San Luis). El desierto sanjuanino tiene sus encantos, por eso se acostum-
bró a convivir con el zonda, los temblores y el calor. Profesora y licenciada
en Educación Inicial, ejerció como maestra, directora y supervisora.
Ha participado en diversas actividades literarias (talleres, lecturas, revis-
tas literarias, maratones de lectura en Institutos de Formación Docente) y
recibido premios y menciones.
La reciente etapa de jubileo facilitó su reencuentro con un disfrute pendien-
te: el juego con el lenguaje y sus misterios.
Hacerse necesario
Narrativa 47
afuera, tanta luz esperando
Poesía
Detrás
Renglones
de cada renglón
un garabato, un rezongo, un suspiro.
Debajo
de cada renglón
resoplido, hombros arriba, labios fruncidos.
Adentro
de cada renglón,
las voces que te hierven, tu cuerpo que me grita.
Mientras tanto
Vos
detrás, debajo y adentro.
Hacia todos los nortes.
Tanto que escribís, de tantas maneras.
Tanto que sos
que, aunque lo escondas,
se levanta, gigantesco,
tu nombre.
Sos la elocuencia viva
en renglones que te respiran.
De nuevo.
Llorar
En cinco
de un solo lado
de un solo ojo
en un solo párpado:
el sensible
El otro,
el acostumbrado,
sigue incrédulo.
Resiste
y espera:
en cinco segundos
la pantalla
cambiará de color.
Adriana Luna
Alejandra Bondanza
Helena
no fue de Troya
no fue de Esparta
ni de Menelao
tampoco de Paris
Helena fue
de su propio delirio
arrancándole las ropas
fue de la tormenta
en medio del mar
fue del jadeo
y la espesura de la noche
fue de las dudas
y el arrepentimiento
de su propia saliva
crujiéndole en los labios
del beso en el que decidió
morir y amanecer para siempre
Flores dulces
ramilletes balanceándose
como cascabeles
rodeando la casa
Arredondo
Alfia
Rostros
vestir hoy.
Debería combinar
sonrisa
mirada
y polera
el tapado amarillo
que encarcela la voluntad
no quiere dialogar
con la desidia.
Quiero sacarme
las botas
asesinas de ficciones
encerrar esos guantes
que cubren finales
y los destierran a un espejo.
Pero un edecán ciego
me prohíbe
vestir verdades.
Ana Laura
Garcés
Resoluciones
Que cada noche llega como acuden los ríos hacia el mar,
Desenroscando sus cabellos,
Que el mar está discrepantemente ausente de mis
vértebras,
Que a mis vértebras las ha roído la sal de tu mutismo,
Que tu mutismo horada puntualmente la arena del deseo,
Y
CONSIDERANDO:
Que mi deseo está crucificado en tu perfil.
Que tu perfil es humareda y espejismo.
Que de espejismos no sólo vive el hombre,
POR ELLO,
RESUELVO:
Artículo 1º: LEVANTAR mi bandera de quererte.
Artículo 2º: METERLA en lavarropas a que exhale su
sangre y sus miserias.
Artículo 3º: TENDERLA al sol de octubre, previo apresto
con aroma a madreselva.
Artículo 4º: IZARLA en luna de cuarto creciente, cuando
los gatos la custodian, a fin de que ninguno la enajene
de estrellas al galope.
Artículo 5º: PUBLICAR el nuevo estado civil de mi bandera.
Hacer millón de copias en papel barrilete y echarla al
viento y nuevo y para siempre.
Delia Beatriz
González
el sabor de la medianoche
preludio de la inquietud
escarba en la orilla
en el fondo
los árboles lloran la última hoja
cae
el mundo otoña
su medianoche
los condenados mantenemos
a raya
nuestras pequeñas catástrofes
cotidianas
La luna brilla
Luna
la luna duerme
una mujer canta
Denis Leal
Desembarco
El dia que Ulises llegó a Malvinas
nevaba
La tripulación estaba compuesta por
100 soldados y una enfermera
El bote de emergencia era para el Comandante
¿Al final nos rendimos para evitarles los gastos
[al enemigo?
No peleamos por las medallas
La artillería era de cotillón
2
Cuando regresábamos
a casa
casa ya no era casa
por que una casa es un abrazo que se habita
no un cuartel frio donde esconder el rosto de la derrota
El último día
Izamos la bandera sobre los cuerpos apilados
Cada cuerpo nuevo que apilabamos
levantaba mas alta nuestra bandera
3
El cantante de protesta, protesta y protesta en un
[hermoso teatro de la capital
Una bomba atraviesa el cielo en la oscura noche de la isla
Otra!Otra!Otra!
Al cantante de protesta le piden un bis y lo hace,
[se debe a su público
Canta una canción de amor adolescente
El publico se emciona, aplaude con rabia y se apagan
[las luces del teatro
Cae la bomba en la isla, sobre la tierra helada
Todo se ilumina.
Es Trabajo
1 de mayo
Trabajo Sucio
No Dignifica
No Significa
Pero no quiero escribir sobre el trabajo
Quiero escribir
Sobre como nos quedan los ojos después de mucho llorar
En el portón de la fabrica.
Fabricio
Montilla
1981
contra los silencios
la sobriedad
la prudencia del barrio
crecía yo
en el patio
al margen de las casas
donde mis vecinos ataban sus lamentos
en el alambrado del día
así fue
cómo
me hice fanático del fútbol
pegándole a la pelota
clavándola en ángulos inventados
gambeteando el futuro
gritando goles
que eran victorias ante el miedo
que corría detrás
poniéndole púas
al cielo.
La Navidad
Postal
es un ejército
de familias cargando
bolsas de supermercado.
que si no
se atascará el agua
pero no escucha
¿qué me dijiste?
que avanza
inundando todo
y quedará encerrado
embarrado
hasta el cuello.
Y desperté
en la mitad de la noche
bajo el pulso del calor
prendí un pucho
y largué el humo hacia las estrellas
No puedo sonreír
No puedo dejar este cigarro
No puedo seguir adelante
le dije a mi viejo
que me tocaba el hombro
con el viento.
Y por supuesto
ya casi
no estaré
en ninguna parte.
y después
planté un árbol que
atravesó
con sus raíces
los restos de mi perro
El árbol se erigió
al igual que todos los seres vivos
la rotación al mundo.
Eterno polvo
para quebrar la monotonía árida
del paisaje
bastan para cortar
el viento febril y aullante
del desierto
En el centro de la cancha
los remolinos tumban a la soledad
y al silencio
Un puñado de niños
revolcándose en el eterno polvo
gambetea la última vuelta que da el mundo
en sus vidas
estamos unidos
como dos peces dentro de una red
que pescadores levantan con hambre y furia.
Federico Araya
Falla
una que atraviesa todo el continente y llega
incluso hasta San Francisco.
En otras partes optaron por vivir
en construcciones livianas; acá
por estructuras pesadas
y resistentes.
En cualquier caso
los geólogos coinciden
en que hay que preocuparse
cuando no tiembla, porque de eso
están hechas las grandes catástrofes: de días
amontonándose sin que pase nada.
Preguntándose
aplaca la acidez;
miles de marineros
siguieron fosforescentes cadáveres
para salvarse de la muerte;
y sentados a una mesa
al costado de la Avenida
-clavándoles los codos
en las costillas-
el silencio de la ciencia
se instala entre la pareja
preguntándose
por qué muere de sed lo nuestro
si más de la mitad de lo que somos
es agua.
Gustavo
Sánchez
A veces
miro lo que he muerto
Estatua de sal
Sola
ante el mundo ciego
Sin embargo
el aleteo de pájaros azules
persiste
Indiferente
Y la búsqueda quiebra
el coraje del silencio
Escales Lonné
Helena
Parece interminable
el hilo de la vida
todo sueño improbable.
Lo mismo sigo
con los asuntos de siempre
el pico abierto
las alas tercas
ajena al candor o al rencor.
Gastada la madera
emana generosa
su fragancia,
afino el tono
y me refugio en una canción.
Presiento que
que este sábado de espera
no es en vano,
transcurre ganancioso
haciendo lo que tanto
alimenta mi vida.
Me lanzo.
Pero mi cuerpo
hoy se resiste,
será un calambre,
no lo sé, pero no pude correr.
Es otro lanzamiento
invisible indoblegable.
Busco
en medio de destellos
comprender
la polifonía desnuda
del Universo
sus reglas, sus dobleces,
los simulados pliegues.
Y gritarlo, susurrarlo
contarlo o por qué no
cantándolo con todos los detalles,
a quienes pueran oir
y quieran desvertebrar de una vez
el catálogo de amenazas veladas
que nos acobardan
sin tiempo ni espacio,
y lanzarnos, serenamente
en chispas de lucidez
conociendo las consecuencias.
Y así, correr, caminar, volar
como nos plazca.
Y ya no es tiempo de disculpas,
las respuestas surgen del camino
dejaré de chapalear en este ruido.
Helida López
Pájaros
Estaríamos con vida.
Pero no,
las alas se nos rompen,
los huesos huecos silban viento Zonda,
piden fríos perdidos o por venir.
Y sin cantos…
Iván Martínez
(San Juan, 1978). Arquitecto (FAUD-UNSJ) (San Juan, Argentina) (2005), Ma-
gister en Diseño arquitectónico (UNAM) y en Morfología del hábitat (UNSJ). Doc-
torando en Filosofía (UNC). Docente en FAUD-UNSJ (2002-2022) y en Arquitec-
tura TEC (UNCA) (2019-2022).
Formó parte del Ballet Municipal de San Juan (2009-2012) y del Grupo Encuen-
tros de Danza Ciudadana (2015-2016).
Coautor de La magia y el laberinto (Radio Universidad, 2012 y 2016-2018). Como
dibujante participó de las muestras La línea piensa y Huellas Digitales. Recibió
el Primer premio “San Juan Escribe” en No ficción y Cuento con Forma desde co-
mienzos. Gestación, morfología y habitar humano y Cuerpear (2018) y con Ha-
bitar el Proyecto y Siestas (2021).
Fragilidad inquebrantable
existe porque se rompe,
se triza,
se parte en mil pedazos,
en este,
en aquel,
o en cualquier otro tiempo
Cuando se despertó
Obstinación
el poema
estaba todavía allí
con sus alas
extendidas sobre el escritorio
como lo hacía invariablemente
cada mañana
desde el día
en que lo desechó
convertido
en una pajarita de origami.
Desalojo
comenzaron a quebrarse
cuando llegaron
los vientos de la primavera:
con el sur
las que se apoyaban
en el edificio vecino
con el zonda
las más secas
por tanto desamor.
Hay que erradicarlas
dijeron algunos vecinos
sería un crimen
retrucaron otros:
la administración
del consorcio
decidió por todos
y en medio día
una sierra eléctrica
terminó
con cincuenta años
de savia añejada.
Los gorriones lloran
su vuelo circular
y no saben adónde
pasarán la noche:
nosotros también
nos quedamos sin nido.
Marisa
Molina
(San Luis). El desierto sanjuanino tiene sus encantos, por eso se acostumbró
a convivir con el zonda, los temblores y el calor. Profesora y licenciada en Edu-
cación Inicial, ejerció como maestra, directora y supervisora.
Ha participado en diversas actividades literarias (talleres, lecturas, revistas
literarias, maratones de lectura en Institutos de Formación Docente) y reci-
bido premios y menciones. La reciente etapa de jubileo facilitó su reencuentro
con un disfrute pendiente: el juego con el lenguaje y sus misterios.
El hombre o la mujer
En el inicio de todas las partes, en el punto cero,
empezó a hilar el tiempo su tiempo.
El necio vuelo calló y se rompió en primaveras,
en miles de flores cantadas en el rostro sucesor.
Hay que decirle una flor a la montaña, así obra en bocas
[y colores la mañana.
Hay que decirle una crisálida al gusano moribundo.
Y en la penumbra oscura donde se fecundan las arañas,
se desprenden universos diáfanos,
blancas memorias de un germen apócrifo.
Paolo
Muñoz
Tempo lento
dormida que se mueve al ritmo de una respiración lenta.
Pero hay un precio de amargura en la imagen y es que yo
no me muevo. Nunca pude llegar a tiempo.
Valentina
Flores
Víctor Olivera
Vacilación
a mí
a este otro
que avanza rendido hacia la tumba
sin fijarse por dónde va
sin hacer noche en ninguna parte
sin preguntar por nadie.
Mario
Aparici
Partidas
con un crujido en el alma,
con un ruido de baúles y pájaros desamparados.
En la hora de partir sin dolor ni poesía
amarás callada lo que no tuviste.
Desapariciones
El pan que la esperó en la mesa.
Los mensajes que no llegaron a destino.
Las horas desoladas en los cuartos.
El amor que ella tuvo por todos.
La carta encontrada entre papeles olvidados.
El recuerdo de una tarde lejana de otoño.
Los libros guardados en un ropero.
La madre que la esperó por tantos años.
José Casas
Sabia
sobre tierra impenetrable.
No más espíritu llama
que sin leña también arde.
He de dormirme en la noche...
A su misterio abrazada
quiero olvidarme que existo,
¡y recordar que soy nada!
Y ser igual
así de inesperada.
Quizás brillar estrellas
cuando regresa el alba
o empinarse en ramaje
desde el seno sin lumbre
de la tierra angostada.
Igual, igual al tiempo...
así de eternizada,
renaciéndose en soles
que surgen de la nada,
siendo flor de cenizas
aliento y esperanza.
Y el corazón del viento,
sin rumbo en las alas,
palpitando inquietudes
de tormenta imprevista,
de primavera y savia.
Así, como hace el tiempo
cuando en los pétreos cauces
va madurando el agua
mientras cercena el monte
y pule la montaña
fructificar la angustia
y la dicha podada.
Y ser igual que el tiempo...
proyección infinita
de noches y mañanas.
Lizzie Gallo
Desoladora
De la hierba el aroma regalado retoza egoístamente.
Pez atrapado mis ojos no tienen párpados.
Raíz enloquecida me entrego ante esta greda.
Sola. Con una soledad que come mis pies desde las uñas.
Profunda, lentamente me consumo. Sola. Estoy sola.
En la playa morada todos los árboles de pie se ponen luto.
Hay ronquísimas nubes atravesando lo inmutable del cerro.
¡Llamándote!
Te cuento:
Te vuelvo a repetir
no tengo yo la culpa
Dios escribió en la huella
de mi pie, cosas raras.
Ilda Urbieta
Ilda Urbieta es, sin lugar a dudas, una de las figuras más misteriosas de la
literatura sanjuanina. Se sabe que fue parte del grupo Cielo Raso junto a
Carlos Quinteros, Guido Iribarren y David Temiño, que publicó, en 1964, el
cuaderno de poesía Luna del Nuevo Acero, del cual fueron extraídos estos
poemas. Sus fechas de nacimiento y muerte no han podido ser precisadas.
Los interesados en visibilizar su obra no han podido recabar otros datos ni
tomar contacto con sus herederos.
Palabra, reúnenos.
Parto Natural
en piernas abiertas
Así se pare un hijo
-parto natural-
tiritando las carnes
en lucha con la muerte
entregada
aspirando dolor
que asquea y misteria
mirando a los ojos nos
realidad que es sueño
Charqueada
sin afeites, sin piedad de cosmético
desnuda
sin ni tanto de complacencia en gesto amable
con los dientes apretados
lastimados ya los labios
tragando empuñadura de espada
Así se pare
sola
como una perra
tirada a la boca de una noche oscura
profunda como la garganta de Dios
Dios es ahora la cadencia del gemir
la sobra del mundo
arrinconado, humillado a los pies de la piedra
que nos para la distracción del llanto
Así se da
respiración
a lo que desde la espesa bosquedad
desde el silencio polifónico
como las grandes obras inventadas
pedradas de la inmensidad
sideral cachetada
nos compensa
con el murmullo de existir.
De amasar amasa
siempre que su corazón le late
saca un bocado bienhechor
Buscaba prolongarme
sostenido por la luz de las colmenas
en verano.
Inmensos ojos de madera ardían
y en mi oído nacía
la calandria.
Debajo de la mañana
descubría mis huellas en la acequia,
los pies heridos por las aguas
respiraban a Dios.
La tierra va quedando
debajo de mis pies.
Detrás de las palabras
el tiempo se detiene
como una piedra
y el peso del mundo
se pierde.
Entonces siento
que nací muchas veces
y no camino sola.
Zúccoli Fidanza
Ofelia
Patria
fue también la calle / donde estuviste solo
el aire de las guitarras / silbando despacito
un sonido que se arrastraba
la mujer /que iba a dar a luz
y sólo tenía dos manos negras de clausura /
[dos manos ciegas
con dedos y uñas y ningún color / ninguna voz amiga
porque la patria fue también los muertos /
[las tumbas sin nombres
los hijos inconclusos / de una mujer abandonada
los sueños fusilados / de una generación de pájaros
ni llora
ni tiembla
ni desteje el color impreciso
la belleza
no hace más
que rondar
aquel agujero
Adrián Campillay
(San Juan, 1969-2017). Poeta, editor y gestor cultural. Formó parte de las
revistas El Ojo del Sur, Luca y El Momo. Participó de numerosos colecti-
vos, produjo gráfica para discos, animación digital, páginas web y puestas
interdisciplinarias junto a otros escritores y artistas visuales.Desde 1995
publicó una obra poética cuantiosa que incluye los libros Poemas para des-
pués de un cigarro (1995), Las flores secretas (2001), Trovadores de pie-
dra (2012) y Cuadernos insensatos y algunos poemas (2015), con el que
resultó ganador de la Primera Edición del Premio “San Juan Escribe”. Sus
poemas forman parte de numerosas antologías y han sido musicalizados
por diversos cantautores y bandas sanjuaninas. El cortometraje Nocturno,
sobre su vida y obra
raspando sombras
encontrarás sueños.
allí
donde los muros sangran
está la mano alisando esperanzas.
ven a buscarme
estaremos en paz.
a veces...
por allí
anda campus
dando vueltas
mitad sol
mitad luna
transitando en soledad
demasiado pobre
demasiado poco
entre arañas
entre sombras
y todo lo demás.
predicando.
estás en mí
desde principio virginal.
cuando te decidas
quizás
me encuentres cruzado
de espaldas
frente al sol
con una estrella rota en cada mano.
me convertirás en astronauta
sin casco ni zapatos de plomo.
transitaré astros.
amaré los silencios de espacio.
muerte no me asustas.
muerte no te busco.
muerte cuando te decidas.
pido...
un poema de hierros y de filos
de gusanos y de espejos.
un poema sn manos.
un poema pardo.
un poema agrio
de azules que se volvieron negros.
de músculos quietos
de músculos duros
altos de sombra y miedo
un poema
que lo grite etodo para estar en el tiempo.
José Campus
Campo
enreda sus silbos por los alambrados.
Antonio de la Torre
(Granada, 1904 - Mar del Plata, 1976). Poeta, narrador, cronista de viajes
y ensayista. Profesor de la Universidad Nacional de Cuyo, Miembro Corres
pondiente de la Academia Argentina de Letras, Subsecretario de Cultura de
la Nación, colaborador del diario "La Prensa", obtuvo importantes distin
ciones como escritor a nivel nacional.
Publicó los libros de poesía Gleba (1935), La tierra encendida (1939), Co-
plas (1941), Mi padre labrador (1945), Rama Nueva (1953), La llama en el
tiempo (1975) y Los pasos de la tarde (1975), las crónicas de viaje España
Enigmática (1964), Del Zonda al Aconquija (1966) y El mundo mágico de
los Andes (1969), el ensayo Humanismo y Técnica (1958), los estudios lite-
rarios Alfredo Bufano (1963) e Itinerario poético cuyano (1976, póstumo) y
el libro de cuentos El Regalo (1976, póstumo).
Acállense,
les grito desde la ventana,
no insistan con tales asuntos,
dejen de avisarle a la muerte
que estoy econdido aquí.
Minero Riquelme
y un largo llanto en la puerta.
En estas piedras el río
¡qué va a decir otra cosa!
Vistas a la cordillera
el bar de La Alcaparrosa.
Riquelme entra.
En un profundo derrumbe
del bar de La Alcaparrosa
está Riquelme apretado
y afuera el río lo llora.
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este sol en los pies es todo lo que hago,
la yeta se me vino a punta de cuchillo
y amén de algún gemido soy este resultado.
El viejo Krishnamurti
creo que le llamó a eso “darse cuenta”
quedarse uno con la boca abierta
ante repentina claridá.
Escudero
Jorge Leonidas
Paso a paso
Sutil, helado,
vacío por sí mismo.
Mira y espera.
Sabe que todo es cuestión de tiempo.
Entre tanto
tramamos el camino
envuelto en niebla.
Boca obscena
se relame.
el espanto
la edad adulta,
nos volvemos lentamente de lado
y miramos hacia atrás.
El soldado y el traficante
sin saber a quién,
entre las bombas de la emboscada?
Victor
Condat Nobre
(Lisboa, 1950 - San Juan, 2016). Desde 1976 residió en san juan, don-
de desarrolló una amplia actividad cultural. Participó en encuentros de
escritores y antologías nacionales e internacionales y fue el organizador
durante 12 años del Encuentro de Escritores en el Oeste. Como orfe-
bre, realizó piezas que fueron obsequiadas a dignatarios por el gobierno
de san juan y participaron de importantes exposiciones y otros eventos
provinciales.
Creo
que soy rico
cuando soy dueño
de todo lo que me falta.
Creo
que soy indigente
cuando a todo
lo que me sobra
le falta un dueño.
Creo
preguntarme por qué
sólo lo visible
merece sepultura
y por qué lo invisible
tiene tantos
sepultureros.
Creo
que la boca
es un instrumento
que aún no se deja ejecutar
por el alma
y que nada,
excepto el alma,
puede ponerle sonido
al alma.
Creo
en mis ojos
si reconocen
la realidad.
Creo
en el alma
si reconoce
que la realidad
es una ilusión
de la realidad.
Creo
que hasta develar
Creo
que vivir con alguien
sin misterio
no borra al misterio:
borra al otro.
(Némer Barud)
Némer Ibn El Barud
Johanna Trigo
(Buenos Aires, 1983). Estudiante de Letras. Escritora, dibujante, artesana tex-
til. Residente en Marquesado, Rivadavia.
Gabi Gelvez
(San Juan). Ilustradora.Instagram: @gabig__art
Brian Olivares
(San Juan). Ilustrador/retratista/muralista. Estudia el Profesorado y Licencia-
tura en Artes Visuales en la UNSJ. Realiza talleres sobre técnicas de acuarela y
otras mixtas. Participa de un emprendimiento de Comic Crónicas Sanjuaninas:
Huaziul. Realizó ilustraciones y diseños para diversas empresas y minipymes.
Trabaja actualmente como docente en la materia Diseño I de la carrera de Artes
Visuales. Ha participado de eventos de muralismo y ferias. Ha realizado porta-
das de revistas, cartelería, ilustraciones e identidad de imagen.
Redes: www.instagram.com/recuerdos_zro | www.instagram.com/yosoyminiban.
Historieta
Psicopollo
Juan Hausen
Historietistas
Jorge Rodríguez
(San Juan, 1952). Desde 1970 trabaja de forma profesional en medios gráficos
locales y nacionales. Fue ilustrador en la Editorial de la UNSJ, donde publicó la
biografía ilustrada Sarmiento y la novela gráfica El Regreso de los Patriotas.
De manera independiente, publicó la serie de episodios históricos La Tagua: la
historia en historieta (2000). Sus trabajos forman parte de libros y revistas re-
conocidos a nivel nacional, y han sido expuestos en espacios como el Museo His-
tórico Nacional, el Regimiento de Granaderos, el Congreso de la Nación, el Con-
vento San Carlos (San Lorenzo), la Casa de San Juan en Buenos Aires, el MPBA
Franklin Rawson y la Casa Natal de Sarmiento, entre otros.
Pablo Zambrano
(San Juan, 1984). Publicó el libro de tiras cómicas Orégano (2013). Actualmente
publica comics en el sitio Zinerama, donde también colabora ocasionalmente con
artículos y rescates de fanzines.
Jésica Godoy
(San Juan, 1986). Participó en las antologías Historietas del Sótano y Hoy:
Historieta Argentina Independiente. Ha dictado un curso de guion de comics en
la academia Hamster Boys y recibió una mención en el premio San Juan Escribe
2021 por el trabajo de investigación Historia del arte del Pequeño Bastardo, el
cual fue declarado de interés cultural por la Municipalidad de Capital.
Aylén Yacante
(San Juan, 1992). Ilustradora amateur enfocada en guion y dibujo de historietas.
Haki-Kuy es uno de sus primeros trabajos largos y ha sido publicada este año en
la página web Deviantart, para tener constancia del proceso creativo.
Juan Hausen
(San Juan, 1988). Licenciado en psicología con formación en psicoanálisis. Su
incursión en el mundo del humor gráfico comenzó en épocas de cursado de la ca-
rrera de psicología, de la mano de El psicopollo, difundiéndose por redes y medios
gráficos locales de tipo “under”, hasta que apareció en formato de libro en 2013
gracias a elandamio ediciones.