El Hombre en La Gracia de Cristo
El Hombre en La Gracia de Cristo
El Hombre en La Gracia de Cristo
(Resumen)
Andrés Mauricio Giral Alarcón, Camilo Castaño Castaño, Gustavo Adolfo Morales Solarte.
Nota de autor
Andrés Mauricio Giral Alarcón, Camilo Castaño Castaño, Gustavo Adolfo Morales Solarte,
Colombia.
Este trabajo se ha realizado como parte del proceso académico correspondiente a la asignatura de
La correspondencia en relación con este comentario debe dirigirse a Andrés Mauricio Giral
Alarcón, Camilo Castaño Castaño, Gustavo Adolfo Morales Solarte Teología I, II. Seminario
Es desde la configuración con Jesucristo que el hombre puede entrar en relación filial con
el Padre. Desde el A.T se vislumbra ya una comprensión insipiente de Dios como padre,
que va a descubrirse plenamente en el N.T desde la novedad radical de Jesús, que se dirige
a Dios como <abba>. Solo desde esta comprensión filial de Jesús puede comprenderse la
filiación del hombre. Desde la concepción paulina, Dios es solo Padre de los hombres en
cuanto lo es de Jesús; aquí juega un papel fundamental la figura del Espíritu Santo, como
Espíritu del Hijo enviado por el Padre, que crea en nosotros la actitud filial.
El hombre por los méritos del Hijo se hace coheredero (Rm, 8,15), por ser hijo adoptivo
del Padre y recibirá la gloria dada al Hijo si sufre con él. Si por su resurrección Jesús
aparece plenamente como Hijo, al ser glorificado; el hombre habrá de asumir plenamente
también su filiación por medio de la glorificación en el Hijo. La filiación divina es en
últimas, una participación de aquella relación única e irrepetible que Jesús tiene con el
Padre.
El Espíritu Santo aparece en el Nuevo Testamento como el Espíritu del Hijo que el
Padre nos entrega para que actúe en nosotros de la misma manera que actuó en Jesús
conduciéndolo en su camino histórico hacia el Padre. Este Espíritu que nos comunica Jesús
no es algo ajeno a él. Por el contario se nos da a sí mismo en la medida en que con el don
de su Espíritu, Jesús nos hace partícipes de su filiación.
La gracia de Dios es don, don que debe ser compartido. Solo desde el sentirnos
<nosotros> en el amor, podemos ser tú para Dios, que, aun amándonos a nosotros mismos,
nos ama precisamente en su Hijo. El obstáculo a la solidaridad, la fraternidad y la
comunión es sin más: el pecado. La gracia planteada muchas veces en relación solo de la
persona, debe fundamentarse desde lo comunitario para que pueda abarcar la totalidad de
las dimensiones de dicha persona. Filiación divina y fraternidad humana son dos nociones
que se implican mutuamente.
En cuanto al mérito, diríamos que este no puede entenderse sin hacer referencia a la
libertad, al don, y a la divinización del hombre obrada por Dios. La libertad no es solo algo
poseído, es también buscado. Esta libertad es capacidad de bien, y no por ser este bien don
de Dios es menos auténticamente del hombre. No se le exime al hombre de la
responsabilidad de sus actos al ser justificado por Dios, y cada uno recibirá la recompensa
según sus obras; esto según el N. T que afirma y a la vez relativiza la cuestión al plantear
por ejemplo la parábola de los obreros de la viña Mt 20,1ss. Con lo que puede concluirse
que no hay correspondencia entre las obras que puedan realizarse en esta realidad terrena y
la futura. En definitiva el bien que el hombre realiza es siempre obra de Dios y solo por la
divinización del hombre dada por Dios sus obras pueden estar ordenadas a la vida eterna.
Dios quiere que sus dones sean nuestros méritos. Por lo que el mérito no es más que un
aspecto del don de Dios. La gracia por su parte es el horizonte de la salvación, no simple
camino o medio para la salvación. El hombre en la gracia de Dios es el hombre en cuanto
salvado. La obra de la gracia se da en todas las dimensiones de la vida humana, en el
interior del hombre, porque le manifiesta el amor de Dios y su presencia; y en el exterior
como posibilidad de expresar su amor y testimoniar su benevolencia.