Oresme y El Peimer Tratado Monetario
Oresme y El Peimer Tratado Monetario
Oresme y El Peimer Tratado Monetario
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July 8, 2013
Oresme nació alrededor de 1.320 cerca de Caen, Francia. Después de una distinguida carrera
como erudito y confesor del rey Carlos V, llegó a ser obispo en 1.377 y murió en Lisieux en
1.382. Oresme fue un brillante matemático, físico, y economista. En algún punto anterior a
1.355, escribió un tratado sobre ética y economía sobre la producción del dinero. El libro se
tituló Tratado sobre el Origen, Naturaleza, Ley, y Alteración de las Monedas, y consolidó su
fama como economista para siempre.
El título más adecuado al que se podría traducir hoy día es “Tratado sobre la Inflación.” De
hecho, Oresme fue pionero en la economía política de la inflación. Oresme marca unos
parámetros que podrían haber perdurado durante varios siglos, y por los cuales, y hasta cierto
punto, aún no han sido superados. Una detallada visión a su libro nos muestra que el estudio
sobre la moneda ha sido sano desde el comienzo y que los actuales economistas de la
Escuela Austriaca son los herederos de la ortodoxia monetaria en el auténtico sentido de la
palabra.
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ser proveído por un particular, o bien, por una organización privada, aunque también puede
ser suministrado por alguna agencia del estado.
La teoría estatista del dinero triunfó con los escritos de Platón y Aristóteles. Fue de hecho
expresado en el propio lenguaje en que esos filósofos escribieron; la palabra griega que
designa el dinero es “noumisma”—forma de “nomos”, que significa “ley”.
En el siglo XIV, Oresme enfatizó que la palabra latina para el dinero—”moneta”—tiene una
raíz etimológica diferente. No tiene nada que ver con la ley y el estado, sino con la
información de la certificación. Su raíz fue “moneo” (te informo) “porqué el certificado nos
informa que no haya fraude ni en el metal ni en su peso.” La producción de dinero no fue por
tanto —en su esencia— un acto burocrático, sino al revés, una actividad del mercado. Fue el
productor (privado) de dinero el que creó el servicio de certificación. Él informaba a los
posibles usuarios de moneda sobre la finura que contenía el metal. Este tipo de información
fue de gran utilidad porqué reducía la incertidumbre y el coste de la medición. En palabras del
propio Oresme:
Cuando los hombres empezaron a comerciar, o a comprar bienes con dinero, éste carecía de
estampa o imagen. La cantidad de plata o bronce era intercambiada por carne, bebida y medida
por su peso. Desde que empezó a ser molestado recurrir constantemente a escalas o patrones y
determinar la equivalencia exacta del peso, y desde que el vendedor no estaba seguro del grado de
pureza del metal ofrecido fue prudentemente dispuesto por los sabios de ese tiempo que los trozos
de dinero habían de ser de un metal dado con un mismo peso y todos debían ser estampados con
una marca conocida por todo el mundo para indicar la calidad y peso de la moneda. Por lo tanto,
las sospechas serían evitadas y el valor aceptado de buena gana[2].
Nótese que Oresme dice que no fue el estado quien ordenó sabiamente la creación de
monedas, sino que fueron “los sabios”—élites naturales en una sociedad libre— quienes la
crearon. Por lo tanto, ¿dónde entra en juego el estado aquí? Oresme aplica la función del
estado a algún tipo de gobierno mínimo que interviene en el dinero. Su punto de vista es que
el príncipe disfruta de la confianza de los ciudadanos; después de todo, ellos siguen sus
juicios sobre temas como la guerra y la paz, y por lo tanto, confían muy probablemente en la
estampa que impronta en las monedas. Sin embargo, Oresme se apresura a apuntar que los
príncipes no poseen ninguna moneda, sino que sólo estampan su sello, y esa es la
espléndida ventaja de estampar el dinero, es decir, que realmente sólo es un tipo de
convivencia. Es una ventaja derivada del hecho que el dinero “es esencialmente establecido y
elaborado para el bien de la comunidad”.
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Los economistas austriacos de hoy día están ampliamente de acuerdo con estas
consideraciones. Ellos simplemente añaden que la competencia es el mejor camino para
identificar la confianza de los certificados. También añaden que, hoy día, la función del estado
oresmaniano para el caso del estado mínimo en el dinero no se mantiene porqué no se aplica
a ninguno de nuestros líderes políticos actuales. La confianza pública en los políticos es en
todo momento baja, y eso no sólo (sino que también) para que ninguno de ellos nos conduzca
más a ninguna otra guerra.
Como veremos más adelante, hay buenas razones para estar de acuerdo con Oresme. Si él
hubiese vivido en nuestros tiempos, probablemente habría calificado nuestro sistema como
tiránico y al que le urge una reforma inmediata.
La Inflación es Innecesaria
La cuestión más importante sobre la teoría del dinero es si hay alguna razón por la cual la
oferta monetaria tenga que ser manipulada por los políticos. ¿Sería la oferta de monedas de
oro y plata producidas de forma espontánea y suficiente en un mercado libre? O por el
contrario, ¿esperamos algún tipo de fallo de mercado en la producción de dinero, y por lo
tanto, una necesaria intervención del gobierno?
Oresme remarcó que esa manipulación no servia a ningún buen propósito. Un simple cambio
en el valor nominal de la oferta monetaria, tomada como conjunto, no puede ayudar a la
economía. Simplemente variarán todos los precios en tanto estén expresados en esa moneda.
La oferta monetaria nominal es por si misma irrelevante a los efectos de los intercambios
monetarios. Los cambios en la oferta monetaria nominal —la “alteración de los nombres”— no
puede hacer el dinero más apropiado para ser usado en el intercambio indirecto, y menos
aún, que tales cambios afecten los términos de los pagos diferidos (contratos crediticios):
Y si ningún otro cambio fuese realizado, los bienes han de ser necesariamente vendidos a una tasa
proporcionalmente mayor. Pero tal cambio no tiene ningún propósito, ni debe ser realizado,
porqué sería vergonzoso y una falsa denominación… Ninguna otra impropiedad sobrevendría de
eso [aumento del precio acorde al aumento de oferta monetaria] menos en esos lugares donde las
pensiones o las rentas fuesen fijadas en términos de dinero.
Por lo tanto, Oresme de forma clara, se dio cuenta de que la oferta monetaria nominal, en
realidad, es poco trascendente. La economía puede operar con una oferta virtual y ninguna
oferta nominal de dinero. A mayor oferta, los precios subirán más; y a menos oferta los precios
serán más bajos.
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que el estado saca buen partido de la inflación. Dice que la codicia del estado fue la raíz del
nacimiento de la inflación; y que, una vez que el estado cayó en esa tentación, desde
cualquier punto de vista, se volvió un tirano. En un inmortal pasaje de su Tratado escribió:
Soy de la opinión que la principal y causa final de por qué el príncipe pretende tener el poder de
alterar la acuñación es debida al beneficio que puede obtener de ella aunque, por otra parte, es una
tarea totalmente inútil. Propongo, pues, dar plena muestra de que tal beneficio es injusto. Por cada
cambio sobre el dinero, excepto en casos muy raros […], la manipulación significa falsificación y
engaño, y éste no es el derecho que pueda tener el príncipe como se ha visto anteriormente. Por lo
tanto, desde el momento en el que el príncipe, de forma injusta, se hace con este indebido
privilegio, es imposible que sea justificado como beneficio. Además, la cantidad de beneficio que
ha tomado el príncipe es necesariamente la pérdida de la comunidad. Cualquier pérdida que el
príncipe imponga a la comunidad es injusto y un acto digno de un tirano y no un príncipe tal y
como dijo Aristóteles. Y si el tirano miente diciendo que tal beneficio es en favor público, no ha
de ser creído, porqué de igual forma podría tomar mi abrigo alegando que lo ha hecho para la
necesidad pública. San Pablo dijo haz el bien y evita el mal. Nada obtenido mediante la farsa será
usado con buenos propósitos jamás. Otra vez, si el príncipe tiene el derecho de realizar una simple
alteración en la acuñación e ingresar algún beneficio de tal acción, también tendrá el derecho de
hacer mayores alteraciones y obtener mayores beneficios, y al hacer esto más de una vez lo
seguirá repitiendo en el futuro… Y es muy probable que el príncipe o sus sucesores sigan
haciéndolo lo mismo cada vez que lo deseen o también por deliberación de su consejo tan pronto
como les sea posible ya que la naturaleza humana está inclinada a amontonar riquezas que vengan
fácilmente. Por lo tanto, el príncipe no dudará en sacar casi todo el dinero o riquezas de sus
súbditos hasta reducirlos a la esclavitud. Éste es un acto tiránico; realmente es una absoluta tiranía
como ya han dicho los filósofos y sus antecesores en la historia.
No es difícil adivinar que el Obispo Oresme hubiese calificado nuestro actual sistema
monetario como el más monstruoso (o más bien: diabólico) esquema jamás creado para
empobrecer a los “súbditos y reducirlos a la esclavitud”. Y ciertamente no habría errado
mucho. Otra cosa diferente es que sus alegatos hubiesen sido acallados por nuestros
actuales gobernantes como lo fueron por Carlos V en esos oscuros tiempos del S. XIV.
Desafortunadamente, no es exagerado asumir que si Oresme hubiese escrito hoy día los ya
acostumbrados expertos pagados por el estado le rechazarían tratándolo como un lunático —
acercando así las relaciones entre gobernantes e intelectuales de nuestra era progresista.
La inflación es Destructiva
Oresme comprendió que la inflación no era un juego de suma cero entre el estado y sus
súbditos, sino que genera pérdidas netas. Apuntó cuatro razones: la Ley de Gresham, la
falsificación, la disminución del comercio, y el engaño que conduce al derroche. Veámoslos
brevemente uno a uno. Primero de todo, aquí está la formulación que hace Oresme sobre la
Ley de Gresham:
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…Semejantes alteraciones y falsificación disminuyen la cantidad de oro y plata en el reino y de
metal precioso. A pesar de cualquier prohibición, es trasladado al exterior donde tiene mayor
valor. Los hombres intentan llevar su dinero a aquellos lugares donde creen que será más valioso,
y esto reduce la cantidad material de dinero en el reino[4].
Fijémonos que Oresme apunta correctamente que el “mal dinero desplaza al buen dinero”
sólo bajo el impacto del control de precios fijos: los ciudadanos están obligados por ley a
aceptar las nuevas monedas de peor calidad en las mismas condiciones que las antiguas
monedas buenas. Si excluimos, entonces, las leyes del curso legal, el mercado de dinero se
comportaría exactamente igual que cualquier otro mercado. En una economía libre, el mejor
producto siempre desplaza al peor.
Oresme también observó que la falsificación oficial puede invitar a los falsificadores
extranjeros a aprovechar la oportunidad presentada por la confusión general de este
envilecimiento de la moneda “y de este modo robar al rey los beneficios con los cuales él
había pensado hacerse”. Pero la alteración que ha sufrido el mercado haya sido
probablemente forjada por esta larga destrucción. Oresme dice:
Otra vez, a razón de estas alteraciones, las buenas mercancías o riquezas naturales dejan de entrar
en el reino donde se comercia, ya que los mercaderes —quedando el resto de cosas igual—
prefieren pasar de largo a esos lugares en los cuales reciban dinero sano y bueno. Más aún, en tal
reino el comercio interno se ve perturbado y entorpecido en muchos sentidos debido a tales
cambios; y mientras éstos permanecen, las rentas del dinero, pensiones anuales, alquileres,
cesiones y similares, como ya es bien sabido, no pueden ser justamente tasados o valorados.
Tampoco el dinero puede ser prestado ni tomado, y muchos se niegan a hacer obras caritativas en
este entorno. Así pues, la buena cualidad del metal en las monedas, los mercaderes y todas estas
cosas son necesarias o de gran utilidad para la humanidad; y su opuesto es perjudicial y dañino
para la comunidad civil entera.
Incluso anticipó la idea básica de la moderna teoría austriaca de los ciclos económicos.
…El príncipe puede sacar casi todo el dinero a la comunidad y empobrecer terriblemente a sus
sirvientes. Y como una enfermedad crónica ésta es más peligrosa que no otras porqué actúa de
forma casi inapreciable. Y es que la extorsión cuanto más disimulada más peligrosa ya que su
lenta opresión no parece que sea tal. Por lo tanto, ningún gravamen puede llegar a ser más pesado,
más general o más severo.
Para resumir, Oresme se percató que la oferta nominal de dinero puede enriquecer al príncipe
a expensas de la comunidad. Realmente —salvando algunas excepcionales situaciones de
emergencia— este beneficio no tendría que haberse producido jamás.
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Las consideraciones económicas, importantes como pueden ser, fueron para Oresme sólo la
puntadle iceberg. Su auténtico interés yacía en los factores morales de la producción de
dinero. Para él la falsificación era un tema mucho más trascendental desde el punto de vista
moral que no el pecado asociado al uso del dinero, esto es, el cambio de dinero y la usura. El
cambio de dinero y la usura pueden ser aceptados bajo ciertas circunstancias especiales.
Pero la falsificación era inherentemente injusta de raíz, y por lo tanto, nunca se tenía que
permitir. Él mantenía que el “cambio de nombres” (envilecimiento) era un escándalo y jamás
debía ser producido. La alteración en el peso sin un inmediato cambio en el nombre de la
moneda era algo “repugnante y un fraudulento robo”. Las alteraciones del curso legal de
dinero eran “opuestas a la forma de actuar de la naturaleza”. Son peores que la usura, porqué
la usura, al menos, nace de la voluntad contractual entre el deudor y el creditor, mientras que
las alteraciones se hacen sin ese acuerdo contractual y ponen en entredicho el dinero
anterior. Oresme dice:
El usurero presta su dinero a alguien para que éste lo tome sobre su libre voluntad y para que
disfrute del uso del mismo y alivie sus necesidades; y el excedente que devuelva sobre el
principal habrá estado determinado bajo la libertad de contrato entre las partes. Pero un príncipe,
por medio de un innecesario cambio en la acuñación, toma de forma evidente el dinero a sus
súbditos en contra de su voluntad substituyendo el viejo dinero por el nuevo como si fuese mejor,
y nadie lo quiere. Los súbditos innecesariamente y sin ninguna posible alternativa tomarán el
dinero de peor calidad… Y en la medida en la que el príncipe recibe más dinero, en contra y más
allá de la naturaleza del propio dinero, ese dinero ganado es igual a la usura; pero peor que ésta ya
que no versa en un acto voluntario sino que va en contra de la voluntad de los súbditos, incapaces
de sacarle beneficio y siendo un acto totalmente innecesario. Mientras que el interés del usurero
no es excesivo, o más generalmente injusto a la mayoría, este impuesto impone tiranía y
fraudulencia en contra de la voluntad de la comunidad entera. Dudo si a esto no se le tendría que
llamar robo con violencia o extorsión fraudulenta.
…no evita la calumnia sino que la crea… y tiene muchas consecuencias peligrosas, algunas de las
cuales ya han sido mencionadas, mientras que otras aparecerán después, pero no hay ninguna
necesidad ni conveniencia en hacerlas ni pueden éstas reportar ninguna ventaja a la comunidad.
La única ventaja de la inflación sólo parece repercutir sobre el estado. Oresme apunta que en
el largo plazo el estado no ha prosperado gracias a la inflación. Observa que en sus tiempos,
la alteración de la acuñación fue un fenómeno reciente. “Jamás se han producido en las
ciudades [cristianas] o reinos antiguos o en aquellas [comunidades] bien gobernadas”. Pero la
consecuencia de esta reciente evolución fue probablemente la misma que existió en el caso
del Imperio Romano. Oresme dice:
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Si los italianos o romanos hicieron al final tal alteración, como parece ser por las monedas
antiguas encontradas en el país, ésta fue probablemente la razón por la que ese noble imperio
acabó desapareciendo. Así pues, esos cambios en la moneda son tan funestos que resultan ser
totalmente inadmisibles.
Ni el estado ni ningún tipo de grupo concreto o individuo está legitimado para cambiar la
acuñación. Para hacer estas alteraciones es necesario el consenso de la comunidad entera
de los usuarios de dinero porqué el dinero es de la propiedad de la comunidad. Sin embargo
Oresme no fue un campeón de la desenfrenada democracia. Un mero acuerdo de la totalidad
de la comunidad no otorga automáticamente legitimidad a los políticos (por ejemplo, dice que
el dinero jamás debe ser degradado por el hecho de conseguir beneficios). Sólo si la
alteración es el único medio para tratar una gran emergencia, como podría ser derrotar el
ataque de un enemigo repentino, entonces podrá ser lícita. En cualquier caso, el estado no
tiene derecho alguno a alterar las monedas, a pesar que actúe como un mero instrumento de
los ciudadanos. La comunidad entera, no el estado, ha de dar su consentimiento.
De forma muy similar, Ludwig von Mises argumentaba que la inflación por su propia
naturaleza contradice el principio de soberanía popular. La única forma de mantener el estado
a raya es controlar los recursos estatales. Si el estado necesita más dinero se tendrán que
subir los impuestos a los ciudadanos. Es ampliar la oferta monetaria en la misma medida en la
que los ciudadanos realmente están contribuyendo[6].
Conclusión
El lector superficial creerá que el análisis de Oresme no aporta aplicaciones directas a los
tiempos de hoy día. Eso es cierto en la medida que la inflación de hoy día tiene una forma
muy distinta a la de aquel entonces. Pero su análisis sobre las causas y efectos de la
inflación, y de su naturaleza moral y política, son prueba de la verdad actual. Los sucesores
de Oresme refinaron y expandieron este análisis en los últimos 700 años confirmando sus
seis puntos básicos:
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1) La inflación es predominantemente una criatura del estado.
3) No es necesaria desde ningún punto de vista social —no cumple ninguna función social,
más bien:
[1] Los lectores de la Teoría del Dinero y del Crédito de Ludwig von Mises estarán
familiarizados con el nombre del mayor campeón de la teoría estatista del dinero, Georg
Friedrich Knapp.
[2] Oresme escribió: “Y la estampa sobre las monedas fue fundada como una garantía de
finura y peso, está claramente probado por los nombres de las monedas antiguas que se
distinguían por su estampa o marca, como la libra, chelín, penique, medio penique o como el
sextula, y similares, los cuales son nombres de peso aplicados a las monedas…”
[3] La onza es una medida de peso. Los metales preciosos se miden, de forma general, en
onzas y no gramos. La tasa de relación es: un gramo es igual a 0,035 onzas. Para hacernos
una idea más concreta, 10 gramos, que es lo que pesa un sobrecillo de azúcar, es igual a 0,35
onzas. [Nota del traductor].
[4] La ley de Gresham tomó su nombre de un economista ingles del siglo diecinueve; el cual
equivocadamente atribuyó su descubrimiento a Thomas Gresham, un agente financiero de la
corona británica del siglo dieciséis en la ciudad de Antwerp. Oresme no fue el primero que
descubrió la Ley de Gresham. La versión más antigua puede ser encontrada en el poema de
Aristófanes: “Las Ranas”.
[5] Mises, Human Action, pp. 761–63 (versión americana). En la versión española de la
“Acción Humana”, sexta edición, este apartado se encuentra en la página 905 y s.s.
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[6] Mises, Theory of Money and Credit, pp.466–69. En castellano “Teoría del Dinero y del
Crédito”.
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