Bluets - Maggie Nelson
Bluets - Maggie Nelson
Bluets - Maggie Nelson
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Maggie Nelson
Bluets
ePub r1.0
Unsot 25.03.2021
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Título original: Bluets
Maggie Nelson, 2009
Traducción: Isabel Zapata
Editor digital: Unsot
ePub base r2.1
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Supongamos que empiezo diciendo que me he
enamorado de un libro
Nota de la traductora
Como todas las historias de amor, la nuestra tiene un principio en el tiempo y
un escenario: invierno de 2010, las repisas polvosas de una librería
neoyorkina que ha dejado de existir. El momento de encuentro (algunos lo
llamarían «primera vista») ocurrió una tarde de nieve. María y yo habíamos
salido a caminar por el East Village y el paseo terminó en St. Mark’s
Bookshop. Ahí, en la mesa de novedades, estaba Bluets, radiante en su
azulada perfección. Yo no sabía nada del libro pero mi amiga, que había leído
algunos fragmentos, lo puso en mis manos y me aseguró que me iba a gustar.
Empecé a leerlo esa noche en el metro 1, línea roja, durante el largo
camino de regreso a casa. No lo solté mientras me apresuraba a preparar algo
de cenar: cada minuto dedicado a cocinar era un minuto perdido. Por suerte,
en esa época vivía gloriosamente sola y tenía pocas distracciones, así que lo
terminé esa misma noche antes de quedarme dormida con él a mi lado.
Así fue el principio o así quedó grabado en mi memoria, que es más o
menos lo mismo. Durante esos meses no pensaba en otra cosa. Mi amiga
Robin Myers, que acompañó este proceso con la inteligencia y generosidad
que caracterizan todo lo que hace, dice que traducir un texto es mudarse a
vivir en él. Así lo hice yo con Bluets, que siempre me brindó la sensación de
ser bienvenida, como cuando llegas a una casa y notas el aroma de tu platillo
favorito. Me costaba trabajo mantenerme al corriente con lecturas y tareas de
la maestría; lo único que quería era volver a ese relato de un amor quebrado,
de una amiga cuadripléjica, de una tribu de gente azul atravesando el desierto.
Empecé a traducirlo con calma, disfrutando cada página, como solo se traduce
aquello a lo que no te ata ninguna obligación. Nuestro vínculo fue libre,
tormentoso a ratos, pero libre. Cuando un libro te ofrece un hogar, lo mínimo
que puedes hacer es leerlo de la manera más atenta, más cercana, más tierna
posible. Lo mínimo que puedes hacer es traducirlo.
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Como ocurre con todo gran amor, al principio quería que Bluets fuera solo
para mí. Pero dicen que la felicidad compartida es doble felicidad, y aunque
es una frase un poco cursi, creo que también es un poco cierta. Han pasado
diez años desde el blanquísimo invierno de 2010 —cerró St. Mark’s
Bookshop, a mi padre se le llenó el estómago de sangre sucia, me nació una
hija— y he trabajado en esta traducción con tanto esmero que lo único que
deseo para ella es que llegue a la mayor cantidad de gente posible.
En la proposición número 130 del libro, una de mis favoritas, Nelson
escribe: No podemos leer la oscuridad. No podemos leerla. Es una forma de
locura, si bien una muy común, que lo intentemos. Recorrer estas páginas tan
íntimamente ha sido un intento por leer la oscuridad. La forma de locura más
dichosa que he vivido como traductora.
Lectora, lector al otro lado de la página: estás ante el resultado de diez
años de un enamoramiento ardiente y tenaz. Ojalá también sea contagioso.
Isabel Zapata
Ciudad de México, septiembre 2020
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Y aun cuando fuera verdad, no creemos
que toda la filosofía merezca una hora de esfuerzo.
Pascal, Pensées
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1. Supongamos que empiezo diciendo que me he enamorado de un color.
Supongamos que digo esto como si se tratara de una confesión; supongamos
que rasgo mi servilleta mientras hablamos. Empezó lentamente. Una
apreciación, una afinidad. Un día se volvió más seria. Luego (miro la taza
vacía, al fondo una mancha café enroscada en forma de caballito de mar) se
volvió, de algún modo, personal.
2. Y fue así que me enamoré de un color —en este caso, el color azul—
como si hubiera caído bajo un hechizo. A veces luché por mantenerme bajo
ese hechizo y a veces luché por salir de él.
3. Bueno, ¿y qué con eso? Un engaño voluntario, podría decirse. Que cada
objeto azul pudiera ser una especie de zarza ardiente, un código secreto hecho
para un solo agente, una X en un mapa demasiado difuso como para poder
desdoblarlo por completo, pero que contiene al universo conocido. ¿Cómo es
que todos los pedazos de bolsas de basura azules atorados entre las ramas o
las lonas azul brillante agitándose sobre cada choza o puesto de comida del
mundo pueden ser, en esencia, las huellas dactilares de Dios? Intentaré
explicar eso.
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huesuda» de Dios. «Luché contra esa criatura de antiguo y malvado plumaje
—Dios—, a quien por fortuna derroté y arrojé a la tierra», le dijo a Cazalis
con exhausta satisfacción. Eventualmente Mallarmé empezó a reemplazar «le
ciel» con «l’Azur» en sus poemas, en un esfuerzo por enjuagar las referencias
al cielo de connotaciones religiosas. «Afortunadamente», le escribió a
Cazalis, «ya estoy bastante muerto».
9. Así que por favor no me escribas para contarme sobre más cosas azules
hermosas. Para ser justa, este libro tampoco te hablará sobre ellas. No dirá
¿no es hermoso X? Tales preguntas son asesinas de la belleza.
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12. Y por favor no me hables sobre «las cosas como son» y sobre cómo
una «guitarra azul» puede cambiarlas. Aquello que puede transformarse ante
una guitarra azul sale sobrando aquí.
17. Pero qué pasa dentro de ti cuando hablas del color como si fuera una
cura, cuando no has declarado cuál es tu enfermedad.
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18. Una tarde cálida de principios de primavera, Nueva York. Fuimos al
Hotel Chelsea a coger. Después, desde la ventana del cuarto, vi una lona azul
agitándose con el viento en una azotea. Tú dormías, así que fue mi secreto.
Fue una muestra de cotidianidad, una hojuela azul brillante en medio de esa
providencia fría y húmeda. Fue la única vez que me vine. Fue, esencialmente,
nuestra vida. Fue un estremecimiento.
19. Meses antes de esa tarde tuve un sueño, y en ese sueño un ángel me
dijo: Debes pasar más tiempo pensando en lo divino y menos tiempo
imaginando que le desabrochas los pantalones al príncipe del azul en el
Hotel Chelsea. Pero y si los pantalones desabotonados del príncipe del azul
son lo divino, alegué. Que así sea, dijo ella, y me dejó llorando con la cara
contra el suelo de pizarra azul.
20. Coger deja todo como está. Coger no puede interferir de modo alguno
con el uso real del lenguaje. Porque tampoco puede darle ningún
fundamento. Deja todo como está.
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había movido todavía; la doctora la describió como «una piedrita en el agua».
Caminé por Brooklyn y noté que el bígaro deslavado de la gasolinera
abandonada de la esquina florecía de pronto. En las regaderas amarillo caca
de bebé de mi gimnasio, donde la nieve a veces se cuela por las grietas de las
ventanas enrejadas, noté que la pintura se estaba desprendiendo en algunos
puntos y un bonito azul industrial avanzaba sigilosamente. Al fondo de la
alberca, miré la luz blanca del invierno cayendo como lentejuelas sobre el
azul nublado y supe que, juntos, esos colores eran Dios. Cuando entré al
cuarto de hospital de mi amiga, sus ojos eran de un tono azul punzante,
pálido, y eran la única parte del cuerpo que ella podía mover. Me asusté. Ella
también. El azul latía.
24. «En vista del hecho de que la explicación de Goethe sobre el color no
tiene sentido físicamente hablando», señaló recientemente un crítico,
«podríamos preguntarnos por qué se considera apropiado reeditar esta
traducción al inglés». Wittgenstein lo puso así: «Esto es lo que entiendo: que
una teoría física (como la de Newton) no puede resolver los problemas que
motivaron a Goethe, incluso cuando él mismo tampoco pudo resolverlos».
¿Pero cuáles eran los problemas de Goethe?
25. A Goethe le interesaba el caso de «una dama que, tras una caída en la
que se lastimó un ojo, veía todos los objetos, pero especialmente los objetos
blancos, resplandecientes de color hasta un punto insoportable». Esta historia
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es solo un ejemplo de los muchos relatos de Goethe sobre gente cuya vista
había quedado lastimada o alterada y que parecen no haber sanado nunca,
incluso si la causa del daño era de naturaleza psicológica o emocional. «Esto
indica extrema debilidad del órgano, su inhabilidad de recuperarse por sí
mismo», advierte.
28. Fue más o menos entonces que pensé por primera vez: cogemos bien
porque él es un superior pasivo y yo una inferior activa. Nunca lo dije en voz
alta, pero lo pensaba a menudo. No tenía idea qué tan cierto llegaría a ser, o
qué tan doloroso, fuera del sexo.
30. Si un color puede dar esperanza, ¿quiere decir que también puede
causar desolación? Puedo pensar en muchas ocasiones en las que un azul me
ha hecho sentir repentinamente llena de esperanza (tomar una curva cerrada
en el auto junto a un precipicio y toparme de modo abrupto con el océano;
prender la luz de un baño desconocido que suponía que era blanco pero que
era, de hecho, azul cáscara de huevo; encontrarme con una colección de tapas
de botella azul marino prensadas en el cemento del puente de Williamsburg o
con una montaña brillante de pedazos de vidrio azul afuera de una fábrica de
vidrio en México), pero por el momento no puedo pensar en alguna vez que el
azul me haya hecho sentir desolada.
31. Considera, sin embargo, el caso del señor Sidney Bradford, cuyas
opacidades corneales fueron retiradas cuando tenía 52 años. Recuperar la
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vista lo hizo sentirse inesperadamente desconsolado. «El mundo le pareció
soso y le molestaban la pintura descascarada y otras imperfecciones; le
gustaban los colores vivos pero le deprimía que se desvanecieran». Poco
después de recuperar la vista y ver el mundo a todo color, «murió infeliz».
35. ¿El mundo se ve más azul desde los ojos azules? Probablemente no,
pero yo elijo pensar que sí (engrandecimiento propio).
38. Porque nadie sabe realmente qué es el color, dónde está, incluso si es
o no es. (¿Puede morirse? ¿Tiene corazón?). Piensa, por ejemplo, en una
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abeja volando hacia los pliegues de una amapola: donde ella ve una boca
violeta que se abre, nosotros vemos una flor anaranjada y asumimos que es
anaranjada, que somos normales.
42. Antes de dar una clase sobre prosodia, estoy sentada en mi oficina,
intentando no pensar en ti, en haberte perdido. ¿Pero cómo puede ser?
¿Cómo puede ser? Yo era demasiado azul para ti. Era demasiado azul. Miro
las notas para mi clase: Heárt-bréak es un espondeo. Luego dejo caer mi
cabeza sobre el escritorio y empiezo a llorar. —¿Por qué esto no me sirve?—.
43. Antes de una junta de profesores, hablo otra vez con el experto en
menopausia de los guppys. ¿Qué dicen los biólogos de la cuestión de la
existencia del color?, pregunto. Duh, contesta. A un guppy macho que busca
pareja no le preocupa si el color existe o no, me dice. A un guppy macho solo
le importa ser anaranjado para poder atraer a la hembra. ¿Pero realmente
podemos decir que a un guppy le importa ser anaranjado?, pregunto. No,
reconoce. El guppy macho simplemente es anaranjado. ¿Por qué
anaranjado?, pregunto. Él se encoge de hombros. Ante ciertas preguntas, me
explica, los biólogos no pueden más que hacerse a un lado.
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44. Esta conversación con el experto en la menopausia de los guppys tiene
lugar un día en el que, unas horas más tarde, una terapeuta me dirá: Si no te
hubiera mentido, sería una persona distinta de la que es. Está tratando de
hacerme ver que, aunque pensé que amaba por completo a este hombre por lo
que él era, de hecho era incapaz de ver al hombre que en realidad fue, o es.
45. Esto me causa un dolor enorme. Ella me presiona para que diga por
qué; no tengo respuesta. En vez de contestar, digo algo sobre cómo la
psicología clínica nos obliga a meter todo lo que llamamos amor en lo
patológico o en lo delirante o en lo explicable biológicamente, que si lo que
sentía no era amor entonces me veo forzada a admitir que no sé lo que es el
amor o, más simplemente, que amaba a un hombre malo. Cómo todas estas
formulaciones drenan el amor de su azul y dejan un pez descolorido y feo
retorciéndose en una tabla de cortar sobre la barra de la cocina.
48. Piensa, por ejemplo, en alguien que coge como si cobrara por hacerlo.
Alguien que parece ser bueno en ello, profesional. Alguien a quien puedes
seguir viendo cogerte en el espejo, siempre en el espejo, cogiendo como locos
a un metro de distancia, en un departamento iluminado con luz azul, nunca
con luz de día, esta persona está siempre cogiéndote por atrás en la luz azul y
ambos parecen hacerlo muy bien siempre, dedicados al asunto y perdidos en
él, como si no hubiera otra actividad en esta tierra de Dios que sus cuerpos
supieran hacer además de coger y ser cogidos así, en esta luz azul tenue, en
este espejo. ¿Cómo llamas a alguien que coge así?
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del color. Se sabe que algunos niños con la vista dañada se meten los dedos a
los ojos con cierta fuerza para recrear las sensaciones de color que han
perdido. (¡Bien por ellos!).
51. También se puede actuar como si los colores les pertenecieran a los
objetos, dice la Enciclopedia. —Bueno, como tú digas. ¿Pero cómo sería
actuar de otra manera?—.
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55. Una imagen del intelectual: un hombre que pierde la vista no por
vergüenza (Edipo) sino para poder pensar con más claridad (Milton). Intento
evitar las generalizaciones en lo que a asuntos de género se refiere, pero debo
admitir, con toda honestidad, que simplemente no puedo concebir una versión
de inteligencia femenina que sea partidaria de algo así. Un «aborto de la
mente, esta pureza» (W. C. Williams).
58. «El amor es algo tan feo que la raza humana se extinguiría si los
amantes pudieran ver lo que están haciendo» (Leonardo da Vinci).
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escribe Catherine Millet en sus hermosas memorias sexuales, y luego sigue
describiendo cómo también le encanta ver el «cráter pardo» de su ano y el
«valle carmín» de su vagina, cada uno ampliamente abierto —su color al
descubierto— para coger.
61. En su libro Sobre lo azul, William Gass señala que lo que los lectores
queremos realmente es «la penetración de la privacidad»: «Queremos espiar
bajo la falda». Pero su penetración se vuelve agotadora, eventualmente,
incluso para él mismo: «¿De qué me sirve asomarme a su vello púbico si
cuando lo hago debo ver también las marcas rojas que dejan sus calzones, los
barros de sus nalgas, las venas rotas como huellas de un dedo pulgar color
lavanda, la apariencia desgastada de una vagina? Eso lo tengo en casa». Tras
afirmar que el azul que queremos de la vida se encuentra solo en la ficción,
aconseja al escritor «renunciar a las cosas azules de este mundo y
concentrarse en las palabras que las nombran».
63. En general, no voy por ahí buscando cosas azules, tampoco pago por
ellas. Las cosas azules que atesoro son regalos o sorpresas en el paisaje. Las
rocas que desenterré este verano en las tierras del norte, por ejemplo, cada una
misteriosamente marcada por el centro con una banda azul brillante. El
pedacito cuadrado de tinte azul marino que me trajiste hace mucho, cuando
apenas nos conocíamos, perfectamente doblado dentro de una envoltura de
papel.
64. Fue más o menos en esa época que tenía planeado viajar a muchos
lugares famosamente azules: antiguos centros de producción de índigo y
glasto, la catedral de Chartres, la isla de Skye, las minas de lapislázuli en
Afganistán, la capilla de los Scrovegni, Marruecos, Creta. Hice un mapa, usé
tachuelas de colores, etc. Pero no tenía dinero. Así que solicité una beca tras
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otra, describiendo lo emocionante, lo original, lo necesaria que sería mi
exploración del mundo azul. En una solicitud, escrita y enviada muy tarde una
noche a una universidad conservadora de la Ivy League, me describí a mí
misma y a mi proyecto como pagana, hedonista y cachonda. Nunca obtuve los
fondos. Mis azules permanecieron locales.
65. Las instrucciones impresas en la envoltura del tinte azul: Forre el Azul
en tela. Revuelva mientras exprime el Azul en lo que queda del agua. Sumerja
los objetos por separado durante un tiempo corto, no deje de moverlos. Me
gustaron las instrucciones. Me gustan los azules que no dejan de moverse.
66. Ayer recogí un pedacito de azul que llevaba semanas viendo en el piso
afuera de mi casa y descubrí que era una tira de veneno para termitas. Noli me
tangere, decía, como dicen algunos azules. Lo dejé en el piso.
69. Cuando veo fotografías de estas pérgolas azules, siento tanto deseo
que me pregunto si es posible haber nacido en la especie equivocada.
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no se parecen a las cosas que designan (Maurice Merleau-Ponty).
74. ¿Quién, hoy en día, mira el rayo de luz en las paredes de su «cuarto
oscuro» en compañía de un asistente fantasmagórico, o se lastima los ojos
para reproducir las sensaciones de color perdidas o se queda toda la noche en
vela mirando cómo se mueven las sombras de colores a través de las paredes?
Yo he hecho todas estas cosas algunas veces, pero no en nombre de la ciencia
ni de la filosofía, ni siquiera de la poesía.
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sola, hay un tipo en Craiglist a dos cuadras de distancia que dice que tiene
una hora libre y un pito más largo que el de un burro. Posteó una fotografía
que lo comprueba.
77. «¿Por qué debería sentirme solo? ¿No está nuestro planeta en la Vía
Láctea?» (Thoreau).
78. Una vez viajé al Tate, en Londres, para ver las pinturas azules de Yves
Klein, que inventó y patentó su propio tono de azul ultramar, Azul Klein, con
el que pintó lienzos y objetos durante un período de su vida que él mismo
denominó «l’epoque blue». En el Tate, de pie frente a esas pinturas o
proposiciones azules, sintiendo que su azul radiaba tan cálidamente que
parecía estar tocando, incluso quizá lastimando, mis globos oculares, escribí
una sola palabra en mi cuaderno: demasiado. Había venido desde lejos y
apenas podía sostenerles la mirada. Quizá, sin querer, había rozado el axioma
budista que dice que la iluminación es la máxima decepción. «Desde la
montaña puede verse la montaña», escribió Emerson.
79. Porque el simple hecho de amar el color azul no quiere decir que una
quiera pasarse la vida entera en un mundo hecho de él. «La vida es un tren de
humores como un collar de cuentas, y a medida que pasamos por ellos,
comprueban que existen lentes de muchos colores que pintan al mundo de su
propio tono, y cada uno muestra solo lo que está bajo su foco», escribió
Emerson. Quedar atrapado en una de las cuentas, sin importar del tono que
sea, puede ser mortal.
81. Lo que sé: cuando te conocí empezó una oleada de azul. Quiero que
sepas que ya no te considero responsable.
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York, compré una gran lata de pintura color amarillo brillante en la ferretería
de la calle Allen, imaginando que podría mantener mi alma a flote con su
alegría. Cuando llegué a casa y la destapé, me di cuenta de que me habían
dado el color equivocado, o quizá era el correcto, pero en mi casa lucía
estridente —«muerto en vida», como dicen—. Era un amarillo terrible, un
amarillo de absoluta rabia. Más tarde me enteré de que casi todas las culturas
han considerado el amarillo, cuando se encuentra aislado, como uno de los
colores menos atractivos, si no es que el menos. Pinté todo con él.
85. Una tarde del 2006, en una librería de Los Ángeles, tomo del estante
un libro llamado El azul más profundo. Esperaba encontrar un tratado
cromático, así que me avergüenza ver el subtítulo: Cómo las mujeres
enfrentan y superan la depresión. Rápidamente, devuelvo el libro a su lugar.
Ocho meses después, lo pido por internet.
86. La implicación del título es que a los hombres les da el bajón, pero las
mujeres caen en depresiones más hondas, se sumergen en el azul más
profundo. Otra forma de engrandecimiento, estoy segura; una que me
recuerda a una noche que pasé en una sala de urgencias en Brooklyn, hace
años; con un padecimiento misterioso, una quemazón en mi lado inferior
izquierdo; una mujer quejándose, en la sala de espera, por los gases por haber
comido demasiado pollo frito, aunque parecía plagada de crack y tristeza, no
de gases por el pollo frito; adentro, un joven doctor me pidió que clasificara
mi dolor en una escala del 1 al 10; yo estaba desconcertada, sentía que no
debería estar ahí; dije «6»; él le dijo a la enfermera: Anota «8», las mujeres
siempre subestiman su dolor. Los hombres siempre dicen «11», me dijo. No
le creí, pero supongo que por algo lo habrá dicho.
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87. «El gran sufrimiento, la gran dicha, los grandes esfuerzos no son para
[mujer]: su vida debe acontecer con más calma, más trivialmente, más
gentilmente que la de un hombre sin que por ello sea, esencialmente, más
feliz o más infeliz», escribió Schopenhauer. ¿A qué mujeres, dan ganas de
saber, conoció él? En todo caso, ojalá fuera así.
88. Como muchos libros de autoayuda, El azul más profundo está lleno de
un lenguaje horriblemente simplista y, hay que admitirlo, algunos buenos
consejos. De cierto modo, todas las mujeres de este libro aprenden a decir: Es
mi depresión la que habla, no «yo».
90. Anoche lloré de una manera que no había llorado en mucho tiempo.
Lloré hasta envejecer. Miré cómo ocurría en el espejo. Noté cómo iban
apareciendo las líneas alrededor de mis ojos como quemaduras grabadas; fue
como ver flores abriéndose en cámara lenta en el alféizar de la ventana. Las
lágrimas no solo envejecieron mi rostro, también cambiaron su textura,
convirtieron la piel de mis mejillas en plastilina. Reconocí esto como un rito
de decadencia, pero no supe cómo detenerlo.
91. Ojo azul, arcaico: «Un tono azulado o círculo oscuro alrededor del
ojo, causado por el llanto, entre otros motivos».
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95. Pero, por favor, no vuelvas a escribirme diciendo que te has
despertado llorando. Ya sé hasta qué punto estás enamorado de tu llanto.
96. Porque un príncipe del azul es un príncipe del azul porque tiene una
«pena como mascota, un pequeño demonio azul que va con él a todos lados»
(Lowell, 1870). Es así que un príncipe del azul se convierte en un demonio
del dolor.
97. Y ahora, creo, podemos decir: una cuenta de vidrio puede inundar de
color al mundo, pero por sí misma no forma un collar. Yo quería el collar.
101. «Los años de la segunda guerra y las décadas que le siguieron, fueron
una época cegadora, mala para mí, sobre la cual no podría decir nada, incluso
si quisiera», dice un personaje de Los emigrados, de W. G. Sebald. Tras leer
eso, hice una encuesta entre mis amigos para saber cuánto tiempo concederían
que pasara entre «una época cegadora, mala» y una vida que se ha convertido,
sencillamente, en una basura depresiva; el consenso fue alrededor de siete
años. Esto habla de la generosidad de mis amigos: me imagino que la mayoría
de los estadounidenses se daría un año, tal vez dos, antes de castigarse a sí
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mismos e intentar reincorporarse a la vida. El 21 de septiembre de 2001, por
ejemplo, George Bush II le dijo al país que el tiempo de duelo había pasado y
que había llegado el momento de la acción definitiva.
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106. La primera vez que escuché hablar del cianómetro, me imaginé una
complicada máquina con discos, manivelas y perillas. Pero lo que Saussure
«inventó» fue una tabla de cartulina con 53 recortes cuadrados dispuestos
junto a 53 muestras numeradas, o «matices», como él los llamó, de azul:
simplemente sostienes la cartulina apuntando al cielo y buscas, lo mejor que
puedas, la muestra que coincida con su color. Como en Los viajes de
Humboldt (Ross, 1852): «Contemplamos con admiración el color celeste del
cielo. Su intensidad en el cenit parecía corresponder con los 41º del
cianómetro». Esta última oración me causa gran placer, pero en realidad no
nos lleva muy lejos, ni en el conocimiento ni en la belleza.
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109. Con el tiempo, los pies de mi amiga lesionada se han puesto azules y
suaves por falta de uso. Tienen el azul de la leche descremada, la suavidad de
un bebé. Yo creo que lucen y se sienten muy extraños y hermosos. Ella no
está de acuerdo. ¿Cómo podría estarlo? Este es su cuerpo; sus
transformaciones, su duelo. A menudo examinamos juntas partes de su
cuerpo, como si su parálisis las hubiera convertido en objetos de estudio
independientes de nosotras dos. Pero siguen siendo suyas. Sin importar lo que
le pase a nuestros cuerpos a lo largo de la vida, sin importar si se convierten
en «piedritas en el agua», siguen siendo nuestros; nosotros, suyos.
111. Goethe también se preocupa sobre los colores y el dolor, si bien sus
reportes suenan más como episodios de guerra: «Cada color decidido ejerce
cierta violencia sobre el ojo, y fuerza al órgano a la oposición». De inmediato
reconozco este fenómeno como verdadero, por los años que trabajé en un
restaurante anaranjado brillante. Trabajaba en este restaurante en turnos de
diez horas, de las 4 p. m. a las 2 a. m., a veces hasta más tarde. El restaurante
era increíblemente anaranjado. De hecho, todos en la ciudad lo llamaban «el
restaurante anaranjado». Sin embargo, cada vez que llegaba a casa del trabajo
y me caía rendida en mi ropa llena de humo, los pies apoyados en la pared, el
comedor se me aparecía en sueños como azul pálido. Durante bastante tiempo
pensé que esto era producto de la suerte o el deseo cumplido; era natural que
mis sueños convirtieran todo a azul, dado mi amor por ese color. Pero ahora
me doy cuenta de que lo más probable es que fuera el resultado de pasar diez
horas, o más, mirando fijamente un anaranjado saturado, el opuesto espectral
del azul. Esta es una historia simple, pero me asusta, en la medida en que me
recuerda que el ojo es simplemente una grabadora, con o sin nuestra voluntad.
Quizá pueda decirse lo mismo del corazón. Pero si aquí opera o no una
violencia, todavía no se decide.
112. He escuchado algunas veces que no soñamos en color. Pero esto es,
sin duda, un error. No solo podemos soñar en color, sino más importante:
¿cómo podría alguien más saber si lo hacemos o no? Por momentos he estado
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tentada a pensar que nuestros sueños son más coloridos hoy en día, por el
cine. (¡Saber cómo eran los sueños antes del cine!). Pero luego pienso en «El
sueño de la cruz», uno de los primeros documentos en inglés antiguo, de
alrededor del siglo ocho, en el que destella el color (y el placer y el dolor):
«¡Escuchad! Develaré el mejor de los sueños que soñé en medio de la
noche… Me pareció ver un árbol maravilloso levantarse en alto, rodeado de
luz, la más brillante de las cruces… Todo el signo estaba recubierto de oro…
Maravilloso era el árbol de la victoria, y yo, de culpas mancillado, por mis
iniquidades malherido… Yo estaba todo turbado por el dolor, lleno de temor
ante la hermosa visión. Vi el signo cambiante mudar galas y colores: por
momentos estaba humedecido, manchado con la sangre que fluía, por
momentos ornado de tesoros». Aquí podría surgir la cuestión de si el oro
cuenta como un color, pero no estoy lista para abordarla. Solo apuntaré lo
siguiente: «Lo que hay del otro lado del oro es lo mismo que lo que hay de
este lado» (John Berger); estoy tentada a decir que esto lo descalifica. Lo rojo
de la mala conducta de la persona que sueña, sin embargo, no parece
negociable.
114. Pero ahora piensa en la expresión holandesa: «Dat zijn maar blauwe
bloempjes»: «Esas no son más que flores azules». En cuyo caso, «flores
azules» quiere decir un montón de mentiras descaradas.
116. Una de las últimas veces que me visitaste, traías puesta una camisa
azul claro de botones y manga corta. Me la puse para ti, dijiste. Esa tarde
cogimos seis horas sin parar, lo cual suena imposible pero eso decía el reloj.
Matamos el tiempo. Tú estabas de camino a un pueblo de la costa, un lugar
muy azul, en donde ibas a pasar una semana con la otra mujer de la que
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estabas enamorado, la mujer con la que estás ahora. Estoy enamorado de
ambas de maneras completamente diferentes. No me pareció sabio buscarle
sentido a esa afirmación.
118. Poco tiempo después de esa tarde me topé con una foto tuya con
aquella mujer. Traías puesta la camisa. Fui a la casa de mi amiga lesionada y
le conté la historia mientras metía y sacaba sus piernas de las botas altas
inflables que las comprimen mientras se encuentra acostada, para inhibir la
formación de coágulos. Qué horror, me dijo.
119. Mi amiga era genial antes del accidente, y sigue siendo genial ahora.
La diferencia es que en estos días se ha vuelto casi imposible descartar sus
declaraciones. Hay algo en su condición que le ha otorgado la cualidad de
oráculo, acaso porque ahora por lo general permanece en un solo lugar y una
debe acudir a ella. Eventualmente tendrás que dejar ir este amor, me dijo una
noche mientras yo preparaba la cena. Tiene un corazón mórbido.
122. «La verdad. Rodearla de figuras y colores, para que pueda ser vista»,
escribió Joubert, profesando, con calma, una herejía.
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123. Cuando hablo de fe, no hablo de fe en Dios. Del mismo modo,
cuando hablo de duda no hablo de dudar de la existencia de Dios ni de la
verdad de ningún evangelio. Esos términos nunca han significado demasiado
para mí. Pensar en ellos me hace pensar en el juego de «ponle la cola al
burro»: te dan vueltas hasta que te alejas caminando a tientas, desorientado y
con los ojos vendados, con una mano estirada frente a ti hasta que te estampas
contra una pared (risas) o un amigo te empuja con cuidado de regreso al
juego.
124. Es por ello que estoy lista para llamarme a mí misma «una lisiada
espiritual», como dijo alguna vez un crítico japonés sobre Sei Shōnagon,
autora del famoso Makura no Sōshi o Libro de la almohada. Este crítico
estaba alarmado por la obsesión de Shōnagon con los datos curiosos, con la
estética y con el chisme, por su hostilidad hacia los hombres y por sus
desenfrenados, obstinadamente maliciosos comentarios hacia el prójimo,
especialmente hacia aquellos de clases sociales más bajas. Algunas de las
muchas listas del libro de la almohada: «Cosas que dan una impresión
patética», «Cosas sin mérito», «Personas que parecen estar sufriendo».
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127. Pregúntate: ¿de qué color es la jacaranda cuando florea? Una vez me
lo describiste como «un tipo de azul». Entonces no supe si estar o no de
acuerdo, porque no había visto el árbol todavía.
135. Claro que se puede estar triste y seguir viviendo, al menos por un
tiempo. Ser «productivo», incluso (¡el eterno consuelo!). Por ejemplo, «Lady
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Sings the Blues»: «She’s got them bad / She feels so sad / Wants the world to
know / Just what her blues is all about». Sin embargo, como lo sabía Billy
Holiday, sigue siendo cierto que ver el azul en saturaciones cada vez más
profundas es, eventualmente, avanzar hacia la oscuridad.
138. Pero es posible que no haya misterio alguno aquí. «La vida suele ser
más fuerte que el amor de la gente por ella» (Adam Phillips): esto es lo que la
voz de Holiday nos permite oír. Escucharla es entender por qué el suicidio es,
al mismo tiempo, tan fácil y tan difícil: para cometerlo hay que acabar con
este triunfalismo narrativo, ya sea entrenándose, con el tiempo, para
deshabilitarlo o desconfiar de él (con ayuda de las drogas), o por fuerza de
una emboscada.
140. Cómo quitársela: podría beber hasta la última gota de alcohol que
hay en mi casa, lo cual incluye lo que queda de esta cerveza y una botella de
whiskey Maker’s Mark. Podría permitir que un montón de extraños me
cogieran sin piedad al mismo tiempo, como en mi primera fantasía sexual:
soy enviada al otro lado del mundo en una caja de cartón con muchos timbres
postales. El viaje es largo y difícil y siempre implica mucho ajetreo sobre
camellos. Cuando llego, una tribu de hombres abre la caja bajo el sol intenso
del desierto y de ella se derrama mi pequeño cuerpo. Todos se mueren por
tocarlo.
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muchos occidentales, incluyendo a muchas mujeres occidentales. Sé que tiene
todas las características de un exotismo imperdonable. Pero eso no quita que
sueñe con esta gente azul desde hace mucho tiempo, desde antes, por ejemplo,
de conocer la historia de Isabelle Eberhardt, que de niña llegó, desde Suiza, al
norte de África, se vistió de hombre toda su vida y eventualmente se perdió en
una secta mística del desierto llamada Qadiriyya, antes de morir en una
inundación repentina en Aïn Séfra, su cuerpo «llevado por la corriente río
abajo junto con muchos otros cadáveres» y eventualmente abatido por un
rayo. En los escombros de esta inundación se encontró parte del manuscrito
de su libro, The Oblivion Seekers, un volumen que un crítico describió como
«uno de los más extraños documentos humanos que una mujer ha dado al
mundo». La primera historia empieza así: «Largo y blanco, el camino se
tuerce como una serpiente hacia los lejanos lugares azules, hacia los confines
brillantes de la tierra».
142. Buscar estos lejanos lugares azules es, para Eberhardt, buscar el
olvido. Y buscar el olvido es, para Eberhardt, ser una fumadora de kif.
Describe una guarida de kif como «una herida abierta».
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expatriada estadounidense que vivió en la propiedad de Monet en Francia,
amante del color y borracha consagrada, poseedora de una lengua
célebremente soez y creadora de la que probablemente sea mi pintura favorita
de todos los tiempos, Les Bluets, que pintó en 1973, el año en que nací—
consideraba el verde de la primavera increíblemente irritante. Pensaba que era
dañino para su obra. Hubiera preferido vivir para siempre en «l’heure de
bleu». Su querido amigo Frank O’Hara la comprendía. Ay papi, quisiera
permanecer borracho durante varios días, escribió, y así lo hizo.
147. «Más que tu cara de mujer joven, me gusta como está ahora,
devastada», le dice un hombre a la narradora en las primeras líneas de El
amante de Duras. Por muchos años pensé que estas eran las palabras de un
hombre sabio.
148. Los tuareg visten con batas vaporosas tan brillantes y cargadas de
azul que con el tiempo el tinte se ha colado hasta su piel, volviéndola,
literalmente, azul. Ellos son nómadas desérticos que, famosamente, se han
resistido a convertirse al Islam, de ahí su nombre. A algunos cristianos
estadounidenses les ha inquietado la idea de que haya un pueblo azul
abandonado por Dios viviendo en el Sahara, pastoreando camellos, viajando
de noche, guiándose por las estrellas. En Virginia, en 2002, por ejemplo, un
grupo de bautistas del sur organizaron un día de oración exclusivamente para
los tuareg, «para que sepan que Dios los ama».
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150. Para Platón, el color era un narcótico tan peligroso como la poesía.
Quería eliminar ambas cosas de la república. Llamó a los pintores
«mezcladores y moledores de drogas multicolor», y al color mismo una forma
de pharmakon. Los fanáticos religiosos de la Reforma tenían sentimientos
similares: estrellaban los vitrales de colores de las iglesias pensando que eran
idólatras, degenerados. Por varias razones, que tenían que ver con la lucha por
mantener el bajo costo de la mano de obra de los esclavos que cultivaban el
índigo fuera de un mercado occidental dominado por el glasto, la planta
nativa de Europa de la que se extrae el pigmento azul, el azul índigo era
llamado «el ojo del diablo». Y antes de que el azul se volviera un color
«sagrado» —que tuvo que ver con la llegada del ultramarino en el siglo XII y
su subsecuente uso en vitrales y pinturas religiosas— a menudo simbolizaba
al anticristo.
152. Santidad o maldad a un lado, nadie puede decir que el azul sea un
color festivo. Uno no busca una fiesta en un color que los hospitales han
usado para calmar a los bebés que lloran o sedar a los enfermos mentales. Los
antiguos egipcios envolvían a sus momias en tela azul; los antiguos guerreros
celtas se pintaban el cuerpo con añil antes de empezar la batalla; los aztecas
frotaban el pecho de las víctimas de sus sacrificios con pintura azul antes de
sacarles el corazón en el altar; la historia del índigo es, al menos en parte, una
historia de esclavitud, motines y miseria. Sin embargo, el azul siempre tiene
espacio en el carnaval.
153. He leído que los niños casi siempre prefieren el rojo por encima de
cualquier otro color; empiezan a apreciar tonos más fríos —como el azul—
cuando se van haciendo mayores. Hoy en día la mitad de los adultos del
mundo occidental dicen que el azul es su color favorito. En su encuesta
internacional de «Las pinturas más buscadas», los rusos Vitaly Komar y Alex
Melamid descubrieron que, país tras país —desde China hasta Finlandia hasta
Alemania hasta Estados Unidos hasta Rusia hasta Kenia hasta Turquía— la
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mayoría prefería un paisaje azul, con ligeras variaciones (una bailarina aquí,
un alce allá, etcétera). La única excepción fue Holanda que, por razones
inescrutables, quería una lúgubre abstracción multicolor.
156. «¿Por qué el cielo es azul?». Una pregunta razonable cuya respuesta
he aprendido varias veces. Pero cada vez que intento explicársela a alguien
más o acordarme yo misma, me elude. Ahora prefiero recordar solamente la
pregunta, porque me recuerda que mi mente es, en esencia, un siervo, que soy
mortal.
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159. Muchos han pensado en Dios como luz, pero muchos otros también
lo han imaginado como oscuridad. Dionisio Areopagita, un monje sirio cuya
identidad y obra están envueltos en penumbras, parece haber sido uno de los
primeros cristianos que apoyaron la idea de una «Divina Oscuridad». Es una
idea complicada, ya que pone sobre nuestros hombros la carga de diferenciar
esta Divina Oscuridad de otros tipos de oscuridad, aquella de la «noche
oscura del alma», la oscuridad del pecado y demás. «Oramos por encontrar
esta Oscuridad que está más allá de la luz y, sin ver y sin saber, ver y saber
aquello que está más allá de la visión y el conocimiento a través de la
comprensión de que al no ver y no saber logramos la visión y el conocimiento
verdaderos», escribió Dionisio, como para aclarar el asunto.
163. ¿Por qué azul? No hay fundamento para ello en las Escrituras. En los
relatos de la Transfiguración que aparecen en los Evangelios —como si fuera
la zona cero, por la aparición de esta «nube luminosa» de la agnosia— la
nube es sombra, las vestiduras de Jesús de un blanco «reluciente». Sin
embargo, durante los últimos dos mil años, en mosaico tras mosaico, pintura
tras pintura, Jesús está de pie frente a sus testigos, transfigurado, en la boca de
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una mandorla azul brillante —una almendra azul, o vesica piscis, la figura
que, en tiempos paganos, sin duda simbolizaba a Venus y a la vulva—.
164. No conozco las razones para este coño azul, que supuestamente debe
transmitir tanto perplejidad como revelación divina. Pero siento que es el
color correcto. Porque el azul no tiene mente. No es sabio ni promete
sabiduría alguna. Es hermoso, y a pesar de lo que los poetas y filósofos y
teólogos han dicho, yo creo que la belleza no oscurece la verdad ni la revela.
Del mismo modo, no conduce a la justicia ni nos aleja de ella. Es un
pharmakon. Irradia.
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realmente acertado. ¿Es un retrato favorecedor? Esta es una actividad
consciente, claramente dirigida al ego». Estoy de acuerdo con él en todo.
Quizá es por ello que he fijado mi mirada en el azul con tanta insistencia: no
pretende ser yo, de hecho no pretende ser nadie. «Creo que tanto el teatro
como nosotros estamos hartos de la psicología» (Artaud).
170. Cornell incluso acuñó una palabra para describir la sensación que
esperaba producir al teñir de azul su obra: «Blueaille». No tengo idea cómo lo
pronunciaba, pero me da igual: de este modo puede ser «bluet» (como la flor),
«blueail» (como una aflicción) o «blue-aye» (como Versailles o blue-eye).
Sin embargo, a diferencia de Yves Klein, Cornell no sintió la necesidad de
patentar su invento (lo cual está bien, porque no se puede patentar una
sensación, gracias a Dios). Cornell era un recolector, no un propietario.
También era un constructor de pérgolas, a los que llamaba «hábitats»,
apropiado para alguien que adoraba a los pájaros. «Día / y junté fragmentos
de denso azul», escribió en un garabato no fechado.
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he acumulado incontables piedritas azules, pedazos de vidrio azul, canicas
azules, fotografías pisoteadas arrancadas de las banquetas, pedazos de
escombros azules de edificios en ruinas, y aunque no recuerdo de dónde
proviene la mayoría de ellos, los amo de todos modos.
173. En julio de 1969, Blue Movie fue confiscada por la policía por
obscenidad y no se proyectó al público durante años. Cuando el tema de la
obscenidad se difuminó, una de las cogelonas, Viva, condenó la película bajó
el argumento de que ella nunca había dado su consentimiento para aparecer
en ella. Para 2005, al parecer Viva había cambiado de opinión y presentó la
película en varios festivales. Pero dado que yo no la vi ni a ella ni a la
película, sería injusto decir cualquier otra cosa al respecto.
174. Puede que Mallarmé haya tenido otra opinión. Para Mallarmé, el
libro perfecto era uno cuyas páginas permanezcan sin ser cortadas, su misterio
preservado para siempre, como el ala doblada de un pájaro o un abanico que
nunca ha sido abierto.
176. Esta idea tiene su encanto, pero es posible que yo haya visto
demasiadas películas azules para que tenga un efecto duradero en mí. Si te
acostumbras a la constancia absoluta, hasta la más mínima pizca de misterio o
de trama puede volverse una agitación. ¿A quién le importa por qué estas
personas se encuentran en esta banal casa suburbana prefabricada en
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Burbank? Él no es un repartidor; ella no es un ama de casa aburrida. Ellos no
son las estrellas, sus orificios lo son. Deja que se abran.
177. Tal vez ahora sea más claro por qué no había nada de romántico en
que llevaras mi carta contigo a todos lados, durante meses, sin abrirla. Quizá
cumplía una función para ti, pero, cualquiera que esta fuera, seguro que no
tenía nada que ver con la mía. Mi intención nunca fue darte un talismán, un
recipiente vacío para llenarlo con cualquier anhelo, terror o tristeza que
constituyera el estado de ánimo del día. Escribí la carta porque tenía algo que
decirte.
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existe. Pero el Edén, me dijo, no hay Edén. Y este bosque en el que estamos
sentadas tampoco existe.
181. Pharmakon significa droga, pero como han señalado Jacques Derrida
y otros, la palabra en griego famosamente se rehúsa a designar si es veneno o
antídoto. Contiene a ambos en el mismo recipiente. En los diálogos, Platón
usa la palabra para referirse a todo lo que tiene que ver con una enfermedad:
su causa, su cura, una receta, un hechizo, una sustancia, un conjuro, un color
artificial, una pintura. Platón no le llama a coger pharmakon, pero bueno, si
bien habla bastante sobre el amor, Platón no dice mucho sobre coger.
185. Tal vez es por esto que escribir todo el día, aunque implique trabajo
arduo, no es tan pesado para mí. A menudo se siente como igualar los lados
de una ecuación: a veces muy satisfactorio, pero en general una lluvia intensa
y pasajera. También ayuda a matar el tiempo.
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Guillaume Apollinaire decidió titular su libro de poemas de 1913 no L’eau de
vie, sino, mucho más preciso, más «fresco», Alcools.
190. Lo que pasó, pasó. También está la opción de dejarlo como está.
191. Por otro lado, debemos admitir que estas son secuelas, impresiones
que permanecen durante mucho tiempo después de que la causa externa ha
sido eliminada o se ha eliminado a sí misma. «Si alguien mira directamente al
sol, puede retener esa imagen en sus ojos durante varios días», escribió
Goethe. «Boyle cuenta una imagen durante diez años». ¿Y quién podría decir
que esta imagen residual no es igualmente real? El índigo deja su marca no en
la tina, sino después de sacar la prenda. Es el oxígeno del aire lo que la vuelve
azul.
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que la escritura pudiera vaciarme de ellos para poder volverme un mejor
recipiente de nuevas cosas azules.
197. Supongo que es posible que un día nos volvamos a ver y se sienta
como si nada hubiera pasado entre nosotros. Esto parece inimaginable, pero la
verdad es que pasa todo el tiempo. «No hay blancura (perdida) tan blanca
como la memoria de la blancura», escribió Williams. Pero uno también puede
perder la memoria de la blancura.
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era un hombre encarnado o uno imaginario». Me parece un olvido bastante
alentador y bastante trágico.
200. «Nadie se moja dos veces en el mismo río»: un himno alentador, sin
duda. Pero en realidad esta es solo una versión del fragmento de Heráclito, al
que justamente apodaban «el enigmático» o «el oscuro». Otras versiones: «En
aquellos que entran a ríos permaneciendo iguales otras y otras aguas fluyen»;
«Entramos y no entramos en el mismo río; somos y no somos»; «No puedes
mojarte dos veces en el mismo río, porque otras aguas y luego otras fluyen en
él». Parece que algo permanece igual aquí, ¿pero qué?
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203. En los ochenta, cuando el crack recién había aparecido en escena,
recuerdo haber escuchado toda clase de historias de terror sobre cómo bastaba
fumarlo una vez para que la memoria de su increíble efecto viviera para
siempre en tu sistema y por lo tanto fueras incapaz, para siempre, de ser feliz
sin él. No tengo idea si eso sea cierto, pero reconozco que me mantuvo
alejada de esa droga. A veces me pregunto si el mismo principio aplica en
otro ámbitos, si ver un tono de azul particularmente impresionante, por
ejemplo, o dejar que entre en ti una persona particularmente potente, puede
alterarte de manera irrevocable, solo el haber visto o sentido eso. En cuyo
caso, ¿cómo saber cuándo, o cómo, resistirse? ¿Cómo recuperarse?
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sobrecalentaron y se murieron. Fue mucho peor que tirar una orquídea al
suelo sin querer. Una vez, este hombre me enseñó a matar un ratón tomándolo
de la cola y golpeándolo contra la mesa, es lo que haces si la serpiente ataca y
lastima pero no mata. Es cruel mantener al ratón vivo, decía, solo porque la
serpiente ha perdido interés. Eventualmente tuvo una nueva serpiente, una
boa arcoíris llamada Buttercup, una cuerda de incandescencia. Los colores de
Buttercup eran una fuente de fascinación ilimitada para mí, pero medía metro
y medio y era fuerte y no me gustaba sentirla enroscándose en mi bíceps si él
no estaba en la habitación. Cerca del final, que ninguno de los dos vio venir,
él dijo que tenía una sorpresa para mí y la sorpresa fue otro tatuaje azul, esta
vez un círculo distorsionado en la base de su cuello. Se veía hermoso en él,
muy simple. No viví con el tatuaje el tiempo suficiente como para saber qué
hacía.
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Dios». De esto no necesariamente se desprende, sin embargo, que si una
sustancia desocupa el lugar, cuando lo haga (renunciación), Dios se apresura a
ocuparlo. Para algunos, el vacío mismo es Dios; para otros, el espacio debe
permanecer vacío. «Mucho espacio, nada sagrado»: así definió la iluminación
un maestro zen (Bodhidharma).
213. ¿Pero estás segura —se podría preguntar— de que fue dulce?
215. A menudo sucede que tomamos el dolor como si este fuera la única
cosa real, o al menos la cosa más real: cuando llega, todo lo que está ante él,
lo de alrededor y, quizá, lo que está frente a él, tiende a sentirse fugaz,
delirante. De todos los filósofos, Schopenhauer es el portavoz más hilarante y
directo de esta idea: «Como regla, el placer nos parece mucho menos
placentero, el dolor mucho más doloroso, de lo que esperábamos». ¿No le
crees? Te ofrece esta prueba rápida: «Compara los sentimientos de un animal
que se está comiendo a otro con los del animal que está siendo comido».
216. Hoy es el quinto aniversario, dice el radio, del día en que «todo
cambió». Lo dice tan seguido que mejor lo apago. Todo cambió. Todo
cambió. Bueno, ¿qué cambió? ¿Qué reveló la hoja del cuchillo? ¿Por quién
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vino? «Estoy en duelo porque el duelo no puede enseñarme nada», escribió
Emerson.
217. «Solo nos es dado lo que el corazón puede soportar», «lo que no te
mata te hace más fuerte», «nuestras penas nos brindan las lecciones que más
necesitamos aprender»: este tipo de frases enfurecen a mi amiga lesionada. En
efecto, sería difícil encontrar una lección espiritual que requiera que alguien
se quede cuadripléjico. La tibia noción de que «hay una razón para todo» que
sostienen sus conocidos religiosos o cuasi religiosos es, para ella, otra forma
de violencia. No tiene tiempo para eso. Está muy ocupada preguntando qué es
lo que, en esta forma modificada, hace una vida vivible, y cómo puede vivirla.
219. Así mismo puedo decir que verla me ha convertido en una creyente,
aunque no sé qué o en qué, exactamente, he empezado a creer.
223. Unos meses después, de vuelta en casa, leo en algún otro lado que
este resultado fue un error ocasionado por la falla de una computadora. El
color real del universo, dice el nuevo artículo, es beige claro.
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224. Recientemente me enteré de que «les bluets» se puede traducir al
inglés como «cornflowers». Quizá pensabas que lo había sabido siempre,
dado que llevo años llamando «Bluets» (mal pronunciado) a este libro. Pero
por alguna razón lo único que había escuchado era «una pequeña flor azul de
centro amarillo que abunda en la campiña francesa». Yo pensé que nunca la
había visto.
226. Mientras recolectaba azules para este proyecto —en folders, en cajas,
en cuadernos, en la memoria— me imaginaba creando un tomo azul, un
compendio enciclopédico de observaciones, pensamientos y datos azules.
Pero al ver mi colección ahora, lo que más me asombra es la anemia, una
anemia que parece ser directamente proporcional a mi entusiasmo. Pensé que
tenía suficientes azules para construir una montaña, si bien una hecha de
escombros. Pero ahora me parece que he tropezado con una delgada capa de
gel azul esparcida sobre el escenario una vez que ha terminado la función; la
escenografía desmontada.
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escribiera sobre las dificultades bajo las cuales trabajo, falsearía la realidad
triturada de la cuadriplejia y la lesión de médula espinal», dice. «Así que aquí
está, el párrafo que afirma rotundamente que sigo sufriendo».
229. Escribo esto en tinta azul para recordar que todas las palabras, no
solamente algunas, están escritas en agua.
230. Refugiada en las tierras del norte durante el mes de mayo, un mayo
que no tuvo más que cuatro días soleados. El resto del mes fue gris con lluvia
leve o intensa que enverdecía todo. Turbulento y frondoso. En pocas palabras,
una pesadilla. Todos los días daba largas caminatas envuelta en mi poncho
amarillo buscando el azul, cualquier cosa azul. Encontré solo lonas (¡siempre
lonas!) sujetando pilas de leños de madera, algunos recipientes azules de
reciclaje tirados en las calles, un buzón azul grisáceo aquí y allá. Cada noche
volvía a mi cuarto oscuro con los ojos vacíos, con las manos vacías, como si
hubiera pasado el día buscando oro en un río helado. Deja de ir en contra del
mundo, me consolaba a mí misma. Ama a aquel con quien estás. Ama el color
verde. Pero yo no amaba el verde ni quería amarlo ni fingir que lo amaba. A
lo mucho puedo decir que lo soportaba.
233. Que el futuro sea desconocido es, para algunos, la manera que tiene
Dios de suturarnos en, o al, momento presente. Para otros, es la marca de la
maldad, una señal segura de que la mejor manera de entender nuestra
existencia es como una especie de broma, un error.
234. Para mí, no es ninguno de los dos. Es, simplemente, como es. Si este
accidente es afortunado o desafortunado es, probablemente, más una cuestión
de estado de ánimo que cualquier otra cosa; la dificultad está en que «nuestros
estados de ánimo no se creen unos a otros» (Emerson). Es posible deambular
por el paisaje buscando pistas, reuniendo evidencia, pero incluso la pila más
alta nunca parece resolver la cuestión.
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235. «One thing they don’t tell you ’bout the blues when you got ’em, you
keep on fallin’ ’cause there ain’t no bottom», canta Emmylou Harris, y puede
ser que tenga razón. Quizá ayudaría que dijera que no hay fondo, excepto,
como dicen, el punto en el que dejas de cavar. Debes quedarte ahí de pie, con
la pala en la mano, sudando frío como quien ha bebido demasiado whisky, los
ojos deformes y enloquecidos, un miserable sepulturero harto de su oficio.
Debes quedarte ahí de pie en el agujero de tierra que tú mismo cavaste, solo
en la oscuridad, en toda su quietud pulsante, rodeado por un escándalo de
cadáveres.
238. Quiero que sepas, si alguna vez lees esto, que hubo un tiempo en el
que hubiera preferido tenerte a mi lado que a cualquiera de estas palabras;
hubiera preferido tenerte a mi lado que todo el azul del mundo.
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MAGGIE NELSON (San Francisco, California, 1973). Ph. D. en Literatura
Inglesa por la City of New Yok University. Entre sus libros —que transitan
entre la poesía, el ensayo y la crónica— destacan Jane: A Murder (2005),
Something Bright, Then Holes (2007), Bluets (2009) y The Argonauts (2015;
National Books Critics Circle Award al mejor ensayo del año).
Actualmente, se desempeña como académica en la Universidad de Southern
California y, entre otras becas, ha recibido la de la Fundación Andy Warhol,
la Guggenheim y la de la Fundación MacArthur.
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