Massimo Cacciari

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Massimo Cacciari

- Drama y duelo
- El Ángel necesario
Elegí este autor porque, luego de las lecturas, me di cuenta que la exposición sobre Cacciari me
permite estructurar y armar un esquema que incluya a los demás autores en el marco de un concepto que,
aunque no esté directamente presente en todos los autores, puede ser articulado. Este concepto no es
“originario” de Cacciari, pero sí está presente en Walter Benjamín, un excepcional pensador (a mi gusto)
que es fuente e influencia directa en los textos de Cacciari. El concepto que me gustaría introducir es el
de “melancolía”, término que a mi entender puede ser ligado desde Borges hasta Levinas, pasando por
Kant, Nietzsche o Heidegger.
Frente a la crisis epistemológica del siglo XIX-XX producto de las consecuencias ilustradas, Cacciari
plantea la idea de apocalipsis vienés, un contexto de conflicto al que, según él, Nietzsche ofrece una
respuesta concreta con su filosofía.
En El Ángel necesario, este autor comienza con la distinción del Problema de la representación.
Este, plantea que siempre existe una distancia entre Representante y Representado, una distancia que es
insalvable, pero en el intento de identificación entre ambas esferas, siempre hay un fracaso que genera
crisis. “La lucha por la representación se renueva en cada crisis”. Entonces, no se puede afirmar
ningún origen común entre los logoi (λογοι) o nombres y los objetos o cosas. “en la tragedia un lógos
que duda ya de todo fundamento sólido, trascendente, se atormenta todavía por alcanzar la idea”. Aquí
hay una búsqueda desesperada. En este ultimo punto comenzamos a ver, de a poco, la melancolía que
antes mencioné, ya que frente a la pregunta fundamental “¿Cómo es posible que, a la vez, se de en el
nombre, arbitrariamente puesto y perpetuamente cambiante, una representación de algo?”, Cacciari
responde que el nombre no representa nada estable, es decir, escapa al nombre la profundidad de
la cosa verdaderamente real. Hay una búsqueda interminable que emprende el nombre, búsqueda de
representar lo real de la cosa, algo imposible. Entonces, ¿Por qué es interminable? Porque “si la imagen
fuera imitación perfecta, si el nombre estuviera adecuadamente en lugar de la cosa, no se trataría ya ni de
una imagen ni de un nombre, sino de una duplicación del ón (ser). Aquí podemos hacer dos conexiones
importantes: por un lado, respecto de la búsqueda interminable, podemos referirnos en términos
kantianos a la búsqueda de la condición de la totalidad de las condiciones, de aquel principio que
abarque todas las premisas de los silogismos como faro de apertura al conocimiento. Por otro, podemos
decir que lo adecuación entre el nombre y la cosa significaría la concordancia con la estructura
aristotélica de “lo uno=lo mismo=lo idéntico”. Pero, de la inadecuación del nombre respecto de la cosa a
la que refiere, se puede deducir que quien conoce los nombres, no por esto conoce las cosas.. Pero
entonces… ¿esto, es decir, la imposibilidad de llegar a la cosa misma por medio de los nombres, elimina
la posibilidad de conocimiento? ¡NO! Para Walter Benjamín, la verdad se da intuida de golpe; la
verdad se da inmediatamente como la cosa misma. En cambio, todo nombre es intrínsecamente
mediación. Ahora bien, parecería que esta inadecuación no es absoluta en el sentido de que la
representación nos da -aunque sea- la dóxa en torno a la cosa. El nombre es funcional para la
representación de las relaciones entre los entes y su transcurrir; la cosa y el nombre constituyen un
símbolo. Según Benjamín, la filosofía es esencialmente la lucha por el restablecimiento del primado de
lo simbólico. El nombre símbolo no posee la cosa, sino que representa su explicitarse. Es decir, hay
que crearle espacio al nombre, ya que solo en él puede darse la idea. Podemos decir que los nombre
no son las cosas, pero actúan como si lo fueran.
En este marco, aparece la figura del Ángel como exégeta, es decir, quien hace justicia a la dimensión
simbólica del nombre. El Ángel busca siempre la justa representación: presente-instante. En este punto,
se menciona otro concepto fundamental en la filosofía de Walter Benjamín, que es la concepción de la
historia. El de Frankfurt plantea la parada del continuum. Hay que interrumpir el tiempo presente
(Jetztzeit). Para esto hay que recurrir al pasado. Aquí hay está muy presente la idea planteada por
Benjamín de que” el pasado todavía puede pedir justicia”. Hay que tomar al Jetztzeit como el tiempo
que sobrepasa la simple duración como instante o segundo, que nos da la única representación de
la idea, de lo eterno de la idea. Walter Benjamín plantea que hay que pasarle a la historia el cepillo a
contrapelo, es decir, realizar una crítica de la ideología del historicismo para mostrar la otra cara de la
historia.
Con la historia así planteada, esto es, como un mientras-tanto en el que lo simbólico de la palabra
puede representarse, hay una nueva imposibilidad: la de una Teo-teleología de los acontecimientos
históricos. Ya en Drama y Duelo, siguiendo con esta imposibilidad de una Teo-teleología y la
concepción histórica de Benjamín, Cacciari expresa que hay que determinar los límites del lenguaje
para ´comprender´ lo caduco que son sus límites, para conservar y revivir el pasado. En este punto,
se puede lograr una nueva conexión con Kant, ya que en ambos autores hay un primer movimiento
negativo o restrictivo, en el caso del filósofo de Königsberg hay que encontrar los límites de la razón
mientras que en Cacciari los límites del lenguaje. Y, por otro lado, un movimiento positivo o de apertura.
Para Cacciari hay que retomar el pasado y abrirle paso, y para Kant es la apertura o posibilidad de
conocer todo lo que es pasible de ser conocido.
Avanzando en el texto, y retomando la crisis como núcleo de la filosofía de Cacciari, se plantea la
imposibilidad infinita de conciliación del conflicto. Aquí se nombra a otro autor, Lukács, quien
plantea que el conflicto está destinado a la aflicción, es decir, que la esperanza de un puente entre Forma
y Vida parece derrumbarse. Nuevamente la melancolía...
Y en este punto, la Trauerspiel es la voz de esta ausencia de puente. Hay una ausencia constitutiva,
algo que también vemos -a su modo- en Kant o Heidegger. La utopía de la tragedia es la del rechazo del
drama y del Trauerspiel. La Paz verdadera sólo se da en la unidad teológica, en la superación del
conflicto, pero esto es imposible. Entonces, seguir persiguiendo la superación del conflicto es
continuar la guerra. “Allí donde el conflicto es insalvable, la paz es posible sólo ´abandonando´ el
conflicto”. Esto último del ´abandono´ resuena en Levinas, es decir, en la renuncia al intento por asimilar
al Otro. Porque esto siempre generaría conflicto, esto es, la reducción de lo Otro a lo Mismo.
Aquí se plantea la distinción entre “lo político” y el “símbolo teológico”. Cacciari plantea que “entre
lo teológico y lo político se abre un abismo que es Forma y Contenido del Trauerspiel. Así, lo político
es impotente de alcanzar la paz verdadera, y debe aceptar ser mero instrumento para la paz
aparente.
Entonces… ¿Qué es la paz aparente? Es la paz que se da en la Tierra, ya que la pretensión de paz
verdadera condena a la guerra continua. Cacciari expresa que debe ser una paz atea, porque sería
imposible, sabiendo lo que constituye la felicidad, no querer convertirla en fundamento de la Morada
del hombre. Aquí se puede hacer una conexión con la filosofía nietzscheana: la negación de un
fundamento desde el orden teológico.
Más adelante en el texto, aparece la figura de la dictadura como imagen de los órdenes que se
disfrazan de eternidad. La dictadura apunta a perdurar en el tiempo suponiéndose como orden
natural. “pretende que su autoridad es legítima basándose en un fundamento trascendente”. Pero este
orden no capta que es un orden mundano, es decir, carece de todo fundamento trascendente; este orden
es caduco, como toda situación del Trauerspiel. La dictadura busca constantemente reducir la historia
a devenir natural para fundar un dominio efectivo de la propia historia. Aquí se puede hacer una
conexión con Levinas y el planteo de la dictadura como totalitaria. Hay que recordar que para Levinas la
totalidad presupone el estado de guerra. Pero lo cierto es que no puede haber símbolo entre orden
natural/trascendente y orden histórico-social. Otra vez vemos la ausencia de un pontífice.
Entonces, ¿Dónde se legitima el Königtum (monarca, realeza)? En dos direcciones: a) por un lado, en
cuanto decisión fundada en el símbolo, decisión no inscrita en el orden que reina allí arriba. Esta
decisión es una decisión subjetiva, histórica. Y b) en cuanto una fundación de una paz aparente y su
conservación a través de la ley. Entonces, el Soberano decide, y de aquí se funda la ley. Por eso, la
transgresión de la ley está implícita en la ley misma, porque la ley no puede, a priori, obtener consenso
universal. Esto es conocido como el lado oscuro de la decisión. Benjamín ya había advertido que hay
una impotencia constitutiva de la ley. ¿Cuál impotencia? Que la decisión y su orden son siempre
débiles y caducos. Además, todo esto compone el contenido utópico de la dictadura: su deber-ser orden,
su no-poder-ser consenso. La dictadura quiere eliminar el conflicto, pero esta armonía sigue siendo
absolutamente utópica. Volviendo a Levinas podemos plantear nuevamente la correlación con los
términos dictadura y totalitarismo. En ambos autores este orden quiere eliminar y abarcar todo; en el
caso de Cacciari, la dictadura quiere eliminar el conflicto; en Levinas quiere hacer lo propio con la
diferencia entre lo Mismo y lo Otro.
Resumiendo lo dicho, podemos hablar de una relación del hombre con la palabra. El hombre tiende
al lenguaje, y esta tendencia marca el comienzo del devenir-hombre, el pasaje de la “animalidad” a la
“humanización”. Una vez más, Cacciari menciona A Benjamín, planteando la caída en lo alegórico, la
pérdida del centro, de la confianza. Esta es una caída de toda certeza. En este punto está presente la
filosofía de Nietzsche con la caída de todo fundamento como característica nuclear del desarrollo de la
vida fáctica.
Entonces, es el momento de plantear la siguiente pregunta: ¿Qué queda ante la caída del fundamento,
ante la muerte de Dios? Al no poder la ley justificarse por el fundamento divino, ahora es tan
terrenal como la vida que nos queda. Es imposible la afirmación teológica. Pero con esto surge una
nueva pregunta: ¿Cómo es posible el Orden con la crisis de legitimidad que sufre la ley? Esta crisis está
determinada por la oposición entre paz verdadera y paz aparente. Dijimos que la paz verdadera es
aquella que se da sólo en la unidad teológica, que implica la superación del conflicto, pero una vez caído
el símbolo, esto es imposible -imposible en la Tierra-. Aquí es donde entra en juego la paz aparente, ya
que el no apuntar a la superación del conflicto es lo que permite abandonar la guerra, es decir
reconociendo la imposibilidad infinita de conciliación del conflicto, podemos darle un Orden. Planteado
en términos kantianos, reconocer los límites de la razón y la imposibilidad de conocer las ideas
trascendentales nos permite armonizar todo el conocimiento restante, aquello que es pasible de ser
conocido. Y la única paz posible, la paz aparente, crea un Orden a partir de una creación ex nihilo. Este
orden como organización del conflicto tiene tres características fundamentales: es un Orden a)
provisorio, b) caduco, y c) creatural. Así, el orden creado implica la renuncia a intentar superar el
conflicto y a establecer la paz verdadera, es una renuncia al principio ultimo (algo muy
nietzscheano). Cacciari plantea que hay que convivir con el conflicto. Entonces, la paz aparente es una
decisión creada. Tal decisión no puede totalizar. Podríamos decir que ni es interpretación del designio
divino ni es una deducción natural.
Entonces, la decisión de la dictadura plantea que ella acepta el carácter creativo de la decisión, pero
apunta asegurar hasta el fin de los tiempos que su decisión perdure, porque apunta a la superación del
conflicto. Es decir, la dictadura no ve el carácter provisorio de la decisión y de su orden, y lo disfraza
como continuidad histórica. Podemos decir que la dictadura plantea una visión escatológica de la
decisión.
Como último punto, respecto del problema de la decisión, me gustaría remarcar -una vez más- el
carácter melancólico que tiene esta en su contraposición con la indecisión, ya que la decisión implica
elegir, excluir. La decisión tiene una definición positiva: la de crear, elegir un Orden. Pero también una
negativa: la eliminación de todas las demás opciones o posibilidades.

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