Bourdieu - Texto Básico

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Teorías sociológicas de la educación

Rafael Feito

5. PIERRE BOURDIEU
La sociología de la educación es uno de los aspectos más conocidos de la obra de Bourdieu. En
lugar de concebir su trabajo en este campo con una contribución a un área especializada de la
sociología, resulta más adecuado considerarlo como una extensión de su teoría de la práctica
para construir una teoría de la violencia simbólica, por un lado, y una teoría general de la
reproducción social en las sociedades industriales avanzadas, por otro.

Antes de entrar en la que, sin duda, es su obra cumbre en sociología de la educación, La


reproducción, haremos mención a una obra previa, de los años sesenta, titulada Los estudiantes
y la cultura (estas dos obras fueron escritas en colaboración con Jean Claude Passeron). Se trata
de un trabajo sobre los estudiantes universitarios franceses en la década de los sesenta. Aquí
analizan en qué consiste el privilegio universitario y qué es lo que valora la enseñanza superior.

Los estudiantes más favorecidos aportan hábitos, modos de comportamiento y actitudes de su


medio social de origen que les son enormemente útiles en sus tareas escolares. Heredan saberes
y un savoir faire, gustos y un buen gusto cuya rentabilidad escolar es eficacísima. El privilegio
cultural se hace patente cuando tratamos de averiguar el grado de familiaridad con obras
artísticas o literarias, que solo pueden adquirirse por medio de una asistencia regular al teatro, a
museos o a conciertos.

Diferencias no menos notables separan a los estudiantes, en función del medio social, en la
orientación de sus aficiones artísticas. Sin duda alguna los factores de diferenciación social
pueden, en algunas ocasiones, anular sus efectos más ostensibles y el pequeño burgués es capaz
de compensar las ventajas que proporciona a los estudiantes de clase alta la familiaridad con la
cultura académica. Cualquier clase de enseñanza presupone implícitamente un conjunto de
saberes, una facilidad de expresión que son patrimonio de las clases cultas.

La reproducción está escrita en un lenguaje oscuro y abstracto. El libro se presenta como una
sucesión de proposiciones y sus correspondientes comentarios. La escuela ejerce una violencia
simbólica sobre sus usuarios. La violencia simbólica es la imposición de sistemas de
simbolismos y de significados sobre grupos o clases de modo que tal imposición se concibe
como legítima. La legitimidad oscurece las relaciones de poder, lo que permite que la
imposición tenga éxito. En la medida en que es aceptada como legítima, la cultura añade su
propia fuerza a las relaciones de poder, contribuyendo a su reproducción sistemática. Esto se
logra por medio de la meréconnaissance, el proceso mediante el cual las relaciones de poder se
perciben no como son objetivamente, sino como una forma que se convierte en legítima para el
observador. La cultura es arbitraria en su imposición y en su contenido. Lo que denota la
noción de arbitrariedad es que la cultura no puede deducirse a partir de que sea lo apropiado o
de su valor relativo. Ciertos aspectos de la cultura no pueden explicarse a partir de un análisis
lógico ni a partir de la naturaleza del hombre. En occidente el matrimonio es monógamo, en
otras sociedades es polígamo.
El sustento principal del ejercicio de la violencia simbólica es la acción pedagógica, la
imposición de la arbitrariedad cultural, la cual se puede imponer por tres vías: la educación
difusa, que tiene lugar en el curso de la interacción con miembros competentes de la formación
social en cuestión (un ejemplo del cual podría ser el grupo de iguales); la educación familiar y
la educación institucionalizada (ejemplos de la cual pueden ser la escuela o los ritos de pasaje).
Todas las culturas cuentan con arbitrariedades culturales. Consecuentemente, con el proceso de
socialización, se adquieren arbitrariedades culturales. En una sociedad dividida en clases co-
existen distintas culturas. El sistema educativo contiene sus propias arbitrariedades culturales,
las cuales son las arbitrariedades de las clases dominantes. La consecuencia de esto es que los
niños de las clases dominantes, a diferencia de los de las clases dominadas, encuentran
inteligible la educación.

Bourdieu explica la implicación de la idea de la arbitrariedad cultural para la enseñanza. Toda


enseñanza, en la escuela o en el hogar, descansa en la autoridad. La gente debe aceptar el
derecho de aquella persona que tiene autoridad a hacer o decir cosas, o de otro modo esta
autoridad se desvanece. Es así como en la escuela los alumnos han de aceptar el derecho del
profesor a decirles lo que han de estudiar. Esto tiene una serie de implicaciones para el
profesor. El docente cuenta con una serie de límites sobre lo que legítimamente puede enseñar.
No puede dedicarse a contar chistes en exclusiva. Esto ocurre también en el resto de las
instituciones culturales. Por ejemplo, si el Papa dijera que Dios no existe se quedaría sin
empleo: habría salido fuera de los límites de la arbitrariedad cultural de los católicos.

Dado que, desde el punto de vista de Bourdieu, las arbitrariedades culturales de la educación
son las de las clases dominantes, son estas las que determinan qué cae dentro de los límites de
la educación legítima. Por tanto, la educación no es un juez independiente: los criterios para
juzgar a los alumnos están determinados por la cultura de las clases dominantes, cultura que
resulta modificada hasta cierto punto por el sistema educativo.

Existe una división del trabajo en el seno de la clase dominante entre aquellos agentes que
poseen el capital político y económico y aquellos que poseen el capital cultural, y sugiere que
mientras que el primero es dominante, el segundo tiene un cierto grado de independencia,
especialmente dado su grado de control sobre el sistema educativo, el cual es el principal
instrumento de la reproducción cultural. Por tanto, los sistemas simbólicos están doblemente
determinados por las presiones que derivan, por un lado, del campo intelectual y, por otro, de la
clase y fracciones de clase cuyos intereses se expresan en la forma y contenido del poder
simbólico.

El sistema educativo reproduce perfectamente la estructura de la distribución del capital


cultural entre las clases, debido a que la cultura que transmite está mucho más próxima a la
cultura dominante y a que el modo de inculcación al que recurre está más cerca del modo de
inculcación practicado por la familia de las clases dominantes.

La acción pedagógica, al reproducir la cultura con toda su arbitrariedad, también reproduce las
relaciones de poder. La acción pedagógica implica la exclusión de ciertas ideas como
impensables, así como su inculcación. La autoridad pedagógica es un componente necesario o
condición para una acción pedagógica exitosa. La autoridad pedagógica es tan fundamental que
a menudo se identifica con la relación primordial o natural entre el padre y el hijo. La autoridad
no es uniforme en todos los grupos sociales. Las ideas ejercen efectos distintos cuando se
encuentran ante disposiciones preexistentes. Esto significa que el éxito diferencial de la acción
pedagógica está, en primer lugar, en función de que cada grupo o clase tiene un distinto ethos
pedagógico. Con esto Bourdieu se refiere a una disposición hacia la pedagogía o la educación
que es resultado de la educación familiar y un reconocimiento de la importancia concedida a la
educación. Por ejemplo, la legitimidad de la educación para muchos de los chicos de clase
obrera está en función de los empleos que puedan conseguirse con las credenciales educativas.
Debido a la importancia del trabajo pedagógico, la acción pedagógica precisa tiempo y requiere
consistencia, distinguiéndose de este modo, de otras formas de violencia simbólica (como, por
ejemplo, la del predicador o la del profeta). En consecuencia, las agencias pedagógicas son de
mayor duración y estabilidad que otras agencias de violencia simbólica. Toda acción
pedagógica es objetivamente una violencia simbólica en tanto que imposición, por parte de un
poder arbitrario, de una arbitrariedad cultural. La función o efecto a largo plazo del trabajo
pedagógico es, al menos en parte, la producción de disposiciones que generan las respuestas
correctas a los estímulos simbólicos que emanan de las agencias dotadas de autoridad
pedagógica.

Un elemento clave que explica las desigualdades educativas es el de capital cultural. Bourdieu
desarrolló el concepto de capital cultural para analizar las diferencias en los resultados
educativos que no eran explicados por las desigualdades económicas. Los bienes culturales o
simbólicos difieren de los bienes materiales en que el consumidor solo puede consumirlos
aprehendiendo su significado. Esto es cierto para los bienes culturales que se encuentra en los
museos y en los auditorios y lo es para aquellos que se encuentran en la escuela.

El proceso de acumulación de capital cultural comienza en la familia y adopta la forma de una


inversión de tiempo. Esta inversión produce dividendos en la escuela y en la universidad, en
contactos sociales, en el mercado matrimonial y en el mercado de trabajo. El capital cultural no
solo existe en la forma de disposiciones incorporadas, sino que también lo hace en la forma de
títulos académicos.

En una sociedad dividida en clases el capital cultural está muy desigualmente distribuido. Un
sistema educativo que pone en práctica una singular acción pedagógica, que requiere una
familiaridad inicial con la cultura dominante, y que procede por medio de una familiarización
imperceptible, ofrece una información y una formación que solo puede adquirirse por aquellos
sujetos que poseen el sistema de predisposiciones que es condición para el éxito en la
transmisión e inculcación de la cultura.

En resumen, una institución encargada de la transmisión de los instrumentos de apropiación de


la cultura dominante que soslaya de modo sistemático la transmisión de los instrumentos
indispensables para el éxito escolar es el monopolio de las clases sociales capaces de transmitir
por sus propios medios los instrumentos necesarios para la recepción de su mensaje. Las
escuela valora aquello que ella misma no es capaz de transmitir.

Al hacer aparecer las jerarquías sociales y la reproducción de estas jerarquías como algo basado
en la jerarquía de dones, méritos, destrezas establecidas y ratificadas por sus sanciones, o en
una palabra, al convertir las jerarquías sociales en jerarquías académicas, el sistema educativo
cumple una función de legitimación cada vez más necesaria para la perpetuación del orden
social.
Los mecanismos objetivos que permiten a las clases dominantes mantener el monopolio de los
establecimientos educativos más prestigiosos se ocultan tras el manto de un método
perfectamente democrático de selección que considera solo el mérito y el talento.

Bourdieu sugiere que los capitales culturales se producen, se distribuyen y se consumen en un


conjunto de relaciones sociales relativamente autónomas de aquellas que producen otras formas
de capital.
La noción de habitus señala su desmarque con respecto al marxismo estructural. El habitus se
define como un sistema de disposiciones internalizadas que median entre las estructuras
sociales y la actividad práctica, siendo moldeado por las primeras y regulado por la última. El
argumento consiste en que, en virtud de su pertenencia de clase, cada persona cuenta con un
"futuro objetivo". Este futuro se entiende por parte de los sociólogos como un conjunto de
probabilidades condicionales. Los miembros de la clase lo interpretan como una comprensión
moralmente compartida de eventualidades posibles o imposibles, es decir, como una evaluación
común de ciertas expectativas y aspiraciones consideradas razonables o no razonables.

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