Temas Básicos de La Adoracion Del Reino

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ADORAR, ADORACIÓN

Acción de rendir culto a Dios.


1. Vocabulario y uso.
2. Adoración debida a Dios.
3. Gestos de adoración.
4. Adoración cristiana.
5. Adoración en la eternidad.

I. VOCABULARIO Y USO.
1. Heb. 7812 raíz verbal shâjâh, ‫« = 􀁦 חה‬postrarse, inclinarse como señal de respeto». Se usa más
de 170 veces en el AT y se aplica no solo a la postura empleada en relación con Dios o con dioses
falsos, sino también en relación con seres humanos. Describe el gesto reverente de Abraham ante sus
tres visitantes angélicos (Gn. 18:2) y ante los heteos (Gn. 23:7, 12); aparece en la bendición que
Isaac pronunció sobre Jacob (Gn. 27:29); Jacob mismo se inclina o postra siete veces al encontrarse
con Esaú (Gn. 33:3, 6, 7); José sueña que recibe el homenaje de sus padres y hermanos (Gn. 37:10) y
así se cumple (Gn. 42:6). Otro término heb. menos común es 3721 la raíz verbal khaphaph, = ‫כפף‬
«inclinar, abatir, caer, postrarse delante del Dios altísimo» (Miq. 6:6); en ambos casos el acto de
inclinarse denota homenaje y reconocimiento de autoridad y sumisión ante un superior, como David
ante Saúl (1 Sam. 24:8). Shâjâh es el término que comúnmente se usa para la adoración a Dios. El
término gr. correspondiente es el vb. 4352 proskyneo, προσκυν􀀀ω, de pros, «hacia», y kyneo, «besar,
reverenciar, agacharse» (Mt. 2:2, 8, 11; 4:10; 8:2; 9:18; 14:33; 15:25; 20:20; 28:9, 17; Jn. 4:21-24;
9:38; 1 Cor. 14:25; He. 1:6; Ap. 4:10; 5:14; 7:11; 11:16; 19:10; 22:9), sust. proskynesis,
προσκυν􀀀σις; lat. adorare, gesto de acercar la mano a la boca para enviar un beso en señal de
reverencia. Otros términos griegos relacionados son: eusebeo, ε􀀀σεβ􀀀ω, «actuar piadosamente» (cf.
Hch. 17:23); 4576 sebo, σ􀀀βω, «reverenciar», acentuando el sentimiento de maravilla o de devoción
(Mt. 15:9; Mc. 7:7; Hch. 16:14; 18:7, 13); 4573 sebázomai, σεβ􀀀ζομαι, término sinónimo del
anterior, «honrar religiosamente» (Ro. 1:25); 3000 latreuo, λατρε􀀀ω, «servir, prestar servicio u
homenaje religioso, adorar» (Fil. 3:3).

II. ADORACIÓN DEBIDA A DIOS. La adoración supone el reconocimiento por parte del
adorador de la grandeza divina, de su majestad y suprema perfección y dominio. Toda vez que no hay
más que un único Dios verdadero, solo Yahvé tiene derecho a la adoración (Ex. 20:2; cf. Mt. 4:10).
La > Ley de Moisés prohíbe rigurosamente todo gesto de adoración susceptible de prestar un valor
religioso a ídolos, astros (Dt. 4:19) y dioses extranjeros (Ex. 34:14; Nm. 25:2). En el fondo de esta
interdicción late el convencimiento de que el hombre es de forma natural adorador, de que la
adoración se halla tan ineludiblemente enraizada en su ser que cuando no adora a Dios adora a los
ídolos. La adoración a Dios en Israel debía ser llevada a cabo por el pueblo mismo, no por un
sacerdote en su lugar; no debía consistir solo en una postración externa, como la que los paganos
ofrecían a sus falsos dioses, sino que debía ir acompañada de la devoción del corazón. La
observancia anual de las tres fiestas del > calendario hebreo era considerada como una prenda de
adoración (1 Sam. 1:3; cf. 1 Sam. 15:25; 2 Sam. 12:20; 2 R. 18:22; Sal. 5:7; 29:2; 132:7; 138:2; Is.
27:13).
El NT asume el antiguo principio revelado y también enseña que la adoración solo puede
tributarse a Dios (cf. Mt. 4:10; 1 Cor. 14:25; Heb. 11:21; Ap. 4:10). Sin embargo, en los Evangelios
Jesucristo recibe actos de homenaje reservados a Dios, que sin contravenir el mandamiento divino,
reflejan la convicción cristiana del cumpliento de las profecías mesiánicas en su persona, el divino
Rey-Mesías. Por esta razón recibe la adoración de los Magos (Mt. 2:8,11), del leproso (Mt. 8:2), del
principal de la sinagoga (Mt. 9:18), de sus discípulos después de haber calmado la tormenta (Mt.
14:33), de la mujer cananea (Mt. 15:25), de Salomé (Mt. 20:20), o del ciego de nacimiento (Jn.
9:38).
El mismo título de «Señor» aplicado a Cristo, gr. Kyrios, heb. Adônây, expresa esta convicción
que ve en el Señor Jesús al Dios de gloria (cf. Flp. 2:6-11; cf. Is. 45:23-24; Heb. 1:6; cf. Sal. 97:7;
Dt. 32:43), sobre todo desde la manifestación del poder de su Resurrección y su exaltación a la
diestra de Dios (cf. Mt. 28:9,17; Lc. 24:52; Jn. 20:28; cf. Hech. 2:36; Ro. 1:4). Ello era motivo de
escándalo para los judíos ajenos a tal convicción y contrarios a cualquier tipo de adoración, excepto
la tributada al Señor supremo, Yahvé (cf. Hch. 2:36). En la posterior meditación apostólica respecto
al misterio de Cristo, se confiesa que el nombre de Jesús es tan elevado, tan similar al de Dios, que
ante él se doblará toda rodilla y cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los infiernos (Flp. 2:9ss;
Ap. 15:4). Durante su ministerio terrenal la fe se anticipó en varias ocasiones en reconocierlo «en la
carne» como Hijo de Dios hecho hombre y por eso recibió adoración (Mt. 14:33; Jn. 9:38: cf. Mt.
2:2.11; Is. 49:7). Jesús es el Nombre que hemos de invocar para obtener la salvación (Mt. 8:2; 9:18;
Mc. 5:6-7).

III. GESTOS DE ADORACIÓN. En el AT se reducen a dos, la postración y el beso, ambos


íntimamente relacionados con la etimología de la palabra. Se encuentra por vez primera en Gn. 18:2,
cuando Abraham «se postró en tierra» delante de los tres mensajeros que le anunciaron que Sara
tendría un hijo. La postración tenía mucho de actitud impuesta a la fuerza por un adversario más
poderoso, p. ej., la de Sísara, que cae herido de muerte por Yael (Jue. 5:27), o la que Babilonia
imponía a los israelitas cautivos (Is. 51:23). El débil, para evitar verse constreñido a la postración
por la violencia, prefería con frecuencia inclinarse por sí mismo ante el más fuerte e implorar su
gracia (1 R. 1:13). Los bajorrelieves asirios suelen mostrar a los vasallos del rey arrodillados y con
la cabeza prosternada hasta el suelo. A Yahvé, «que está elevado por encima de todo», corresponde
la adoración de todos los pueblos (Sal. 99:1-5) y de toda la tierra (Sal. 96:9). El israelita no solo se
postraba ritualmente delante de Yahvé (Dt. 26:10; Sal. 22:28), sino también delante del > Arca de la
Alianza (Sal. 99:5), delante del > altar (2 Re. 18:22) y en la «casa de Yahvé» (2 Sam. 12:20). Los
mismo ángeles se prosternan ante Dios (Neh. 9:6).
La prosternación «política» o «cultural» efectuada delante de los hombres, sean profetas o reyes
(Gn. 23:7,12; 2 Sam. 24:20; 2 R. 2:15; 4:37), y con frecuencia provocada por la sensación más o
menos clara de la majestad divina (1 S. 28:14.20; Gn. 18:2; 19:1; Nm. 22:31; Jos 5:14) es practicada
en el AT, pero rechazada en el Nuevo (cf. Hch. 10:25; 14:11-18; Ap. 19:10; 22:9).
El ósculo o > beso añade al concepto de respeto la necesidad de contacto y de adhesión, el matiz
de afecto (Ex. 18:7; 1 S. 10:1). Los paganos besaban a sus ídolos (1 R. 19, 18), pero el beso del
adorador que al no poder alcanzar a su dios se llevaba la mano a la boca (Job 31:27) tiene sin duda
por objeto expresar a la vez su deseo de tocar su objeto de adoración y la distancia que le separa de
él. La palabra lat. adoratio muy probablemente se originó de la frase «(manum) ad os (mittere)»,
que designaba el acto de besar la mano a la estatua que uno quería honrar.
En el NT cambian los gestos debido a la manifestación visible del Hijo de Dios, que en su
cercanía con la humanidad rehusa el homenaje de la postración y lo sustituye por el de la relación
amistosa. El beso fraternal será uno de los gestos más representativos de las primeras comunidades
cristianas. En los primeros siglos fue común adorar a Dios de pie, con los brazos extendidos y de
cara al Oriente.

IV. ADORACIÓN CRISTIANA. Frente al espacio sagrado del Templo y el ritualismo de su culto,
sus sacerdotes y sacrificios, el cristiano es llamado a adorar a Dios «en espíritu y en verdad» (Jn.
4:24). Las formas y los gestos, los ritos y los sacrificios, ceden su lugar a la entrega y la
consagración del ser entero a Dios, espíritu, alma y cuerpo (Ro. 12:1; 1 Ts. 5:23). Asi los verdaderos
adoradores, totalmente santificados, no tienen ya necesidad de Jerusalén o del Garizim (Jn. 4:20-23),
de una religión nacional ni de un sacerdocio hereditario, todos los creyentes son sacerdotes para
Dios y ante Él (1 Pd. 2:9; Ap. 1:6; 5:6-10). Todo la vida del cristiano en su conjunto en un acto de
adoración a Dios: “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así
pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos» (Ro. 14:8).
En el AT los adoradores no podían entrar en el > Santuario divino. Solamente tenían acceso al
patio exterior. Incluso el > sumo sacerdote tan solo podía entrar en el Lugar Santísimo una vez al año
con sangre. Por lo demás, los mismos sacerdotes se quedaban limitados al Santuario, sin poder
atravesar el velo. Desde la muerte de Cristo todo cambia: el velo se rasga de arriba abajo, indicando
simbólicamente que Dios ha abierto de par en par las puertas de acceso a su Santuario para todos los
creyentes que se acercan por medio del Cordero inmolado (Ap. 5:11-12). La revelación de Jesús
acerca de Dios como > Abba, Padre, afianza la conciencia de familiaridad con Dios, que se
convierte en la fuente de la que surge la novedad de la adoración filial cristiana.

V. ADORACIÓN EN LA ETERNIDAD. La adoración no cesa en ningún momento, continúa de


eternidad en eternidad en cuanto que tiene al Eterno por objeto. Esto significa desde el punto de vista
teológico que el hombre no puede dejar de adorar al Dios que lo ha creado y le sustenta, porque si lo
hiciera pondría en peligro su propio ser. Más aún: la adoración lo perfecciona. En el mundo
transformado alcanzará esa perfección su máxima intensidad. La prueba de esto la encontramos en la
visión del nuevo templo en el «cielo nuevo y en la tierra nueva» (Ap. 6:9; 7:15; 9:13; 11:19; 14:15,
17; 15:5; 16:1), templo no de construcción material, ya que es Dios mismo. Por eso ya no se necesita
ningún lugar especial apartado del mundo, porque el propio Dios estará presente en la nueva
Jerusalén y sus habitantes podrán encontrarle y adorarle en todas partes de un modo inmediato (cf.
Ap. 17:18; 1 Co. 15:28). Nadie necesitará ir desde los distintos lugares para reunirse ante la faz del
Padre, sino que todos estarán siempre reunidos en el Espíritu Santo ante el rostro de Dios. Y Cristo
seguirá siendo el camino hacia el Padre por toda la eternidad. «La ciudad celestial vivirá en continuo
movimiento hacia Cristo en el Espíritu Santo y a través de Cristo hacia el Padre. Este movimiento
hacia el Padre es esencial a la ciudad celestial y de él recibe su nombre. Así se entiende que
Ezequiel (48:35) profetice que el nombre de la ciudad futura será: Dios está aquí» (M. Schmaus).
Véase CULTO, DIOS, ETERNIDAD, TEMPLO.

ADORACIÓN
tip, LEYE
La adoración a Dios ha sido descrita como «la honra y adoración que se le rinden en razón de lo
que Él es en Sí mismo y de lo que Él es a aquellos que se la dan». Se presupone que el adorador
tiene una relación con Dios, y que hay un orden prescrito del servicio o de la adoración. Los
israelitas habían sido redimidos de Egipto por Dios, y por ello, como pueblo redimido podían
allegarse al lugar por Él señalado para adorar en seguimiento de Sus instrucciones. Así, dice el
salmista: «Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra
salvación... Porque Jehová es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses... Venid,
adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque Él es
nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y el rebaño de su mano» (Sal. 95:1-7).
En los tiempos del AT los adoradores no podían entrar en el santuario divino. Solamente podían
entrar en el patio exterior a él. Incluso el sumo sacerdote sólo podía entrar en el lugar santísimo
sólo una vez al año, con sangre. Por lo demás, los mismos sacerdotes se quedaban limitados al
santuario, sin poder atravesar el velo. Todo esto ha cambiado ahora. La redención ha sido
cumplida, el velo ha sido rasgado de arriba abajo, Dios ha abierto de par en par el acceso a Él, y
los adoradores, como sacerdotes, tienen libertad para entrar en el lugar santísimo. Dios ha sido
revelado en los consejos de Su amor como Padre, y el Espíritu Santo ha sido dado. Por ello, el
lenguaje de los Salmos ya no es adecuado para dar expresión a la adoración cristiana, debido a lo
íntimo de la relación a la que ha sido traído el creyente. En el milenio, «el pueblo» no tendrá
acceso en este mismo sentido. La verdadera figura para la actitud cristiana es la del sacerdote, no
la del pueblo.
Los que adoran a Dios deben adorarle en espíritu y en verdad, y el Padre busca a los tales que le
adoren (Jn. 4:24). El deleite de ellos está en lo que Él es. Se gozan en Dios, y le aman,
gloriándose en Él (Ro. 5:11). Adorar «en espíritu» significa adorar de acuerdo con la verdadera
naturaleza de Dios, y en el poder de comunión que da el Espíritu Santo. Por ello, está en
contraste con la adoración consistente en formas y ceremonias, y con la religiosidad de que es
capaz la carne. Adorar «en verdad» significa adorar a Dios de acuerdo con la revelación que Él
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ha dado en gracia de Sí mismo. Por ello, «ahora» no sería adorar a Dios en verdad el adorarle
«simplemente» como «Dios grande», «nuestro Hacedor» y «Rey grande sobre todos los dioses»,
como en el Sal. 95. Todo esto es cierto de Él. Pero a Él le ha placido revelarse a Sí mismo bajo
otro carácter para los suyos, como Padre. Entran así en Su presencia con espíritu filial, y con la
consciencia del amor que les ha dado un lugar ante Él en Cristo, como
hijos según Su buena voluntad. La consciencia de este amor, y de la buena voluntad de Dios de
tenernos ante Él en Cristo, es entonces la fuente de la que surge nuestra adoración como
cristianos. El Padre y el Hijo son conocidos, siendo la voluntad del Padre que todos honren al
Hijo como revelador de la fuente del amor, y el Hijo conduce a los corazones de muchos hijos al
conocimiento del amor del Padre. Así, la adoración se distingue de la alabanza y de la acción de
gracias: es el homenaje tributado por el amor (Ro. 8:15), y vertido al Padre y al Hijo, conducidos
en ello por el Espíritu Santo.

ADORACIÓN
tip, LEYE
La adoración a Dios ha sido descrita como «la honra y adoración que se le rinden en razón de lo
que Él es en Sí mismo y de lo que Él es a aquellos que se la dan». Se presupone que el adorador
tiene una relación con Dios, y que hay un orden prescrito del servicio o de la adoración. Los
israelitas habían sido redimidos de Egipto por Dios, y por ello, como pueblo redimido podían
allegarse al lugar por Él señalado para adorar en seguimiento de Sus instrucciones. Así, dice el
salmista: «Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra
salvación... Porque Jehová es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses... Venid,
adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque Él es
nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y el rebaño de su mano» (Sal. 95:1-7).
En los tiempos del AT los adoradores no podían entrar en el santuario divino. Solamente podían
entrar en el patio exterior a él. Incluso el sumo sacerdote sólo podía entrar en el lugar santísimo
sólo una vez al año, con sangre. Por lo demás, los mismos sacerdotes se quedaban limitados al
santuario, sin poder atravesar el velo. Todo esto ha cambiado ahora. La redención ha sido
cumplida, el velo ha sido rasgado de arriba abajo, Dios ha abierto de par en par el acceso a Él, y
los adoradores, como sacerdotes, tienen libertad para entrar en el lugar santísimo. Dios ha sido
revelado en los consejos de Su amor como Padre, y el Espíritu Santo ha sido dado. Por ello, el
lenguaje de los Salmos ya no es adecuado para dar expresión a la adoración cristiana, debido a lo
íntimo de la relación a la que ha sido traído el creyente. En el milenio, «el pueblo» no tendrá
acceso en este mismo sentido. La verdadera figura para la actitud cristiana es la del sacerdote, no
la del pueblo.
Los que adoran a Dios deben adorarle en espíritu y en verdad, y el Padre busca a los tales que le
adoren (Jn. 4:24). El deleite de ellos está en lo que Él es. Se gozan en Dios, y le aman,
gloriándose en Él (Ro. 5:11). Adorar «en espíritu» significa adorar de acuerdo con la verdadera
naturaleza de Dios, y en el poder de comunión que da el Espíritu Santo. Por ello, está en
contraste con la adoración consistente en formas y ceremonias, y con la religiosidad de que es
capaz la carne. Adorar «en verdad» significa adorar a Dios de acuerdo con la revelación que Él
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ha dado en gracia de Sí mismo. Por ello, «ahora» no sería adorar a Dios en verdad el adorarle
«simplemente» como «Dios grande», «nuestro Hacedor» y «Rey grande sobre todos los dioses»,
como en el Sal. 95. Todo esto es cierto de Él. Pero a Él le ha placido revelarse a Sí mismo bajo
otro carácter para los suyos, como Padre. Entran así en Su presencia con espíritu filial, y con la
consciencia del amor que les ha dado un lugar ante Él en Cristo, como
hijos según Su buena voluntad. La consciencia de este amor, y de la buena voluntad de Dios de
tenernos ante Él en Cristo, es entonces la fuente de la que surge nuestra adoración como
cristianos. El Padre y el Hijo son conocidos, siendo la voluntad del Padre que todos honren al
Hijo como revelador de la fuente del amor, y el Hijo conduce a los corazones de muchos hijos al
conocimiento del amor del Padre. Así, la adoración se distingue de la alabanza y de la acción de
gracias: es el homenaje tributado por el amor (Ro. 8:15), y vertido al Padre y al Hijo, conducidos
en ello por el Espíritu Santo.
ADORACIÓN Del latín adoratio, ad os, que
es el gesto de llevar las manos a los labios y después
volverlas hacia el objeto sagrado en señal
de devoción y estima. Entre las diversas actitudes
religiosas es la que expresa de modo más
evidente la total dependencia divina del hombre.
Equivale al griego latreia, con que se expresa la
adoración o culto que se debe sólo a Dios. La
otra palabra griega para adoración, prokinesis,
hace referencia a la postura arrodillada del adorador
(Mt. 4:10).
Mientras que las Iglesias católica y ortodoxa aceptan
la prokinesis o veneración de las imágenes e
iconos –reservando la latría para el culto tributado
a Dios, el protestantismo la rechaza en absoluto,
en base a Éx. 20 que prohíbe inclinarse ante
las imágenes.
En su sentido bíblico-teológico, adoración es el
sentimiento de asombro, y aun pavor, suscitado
por lo numinoso, lo trascendente, lo milagroso.
La respuesta humana varía según la condición
espiritual de la persona, como se muestra por
los casos en que los milagros de Jesús fueron
presenciados por amigos, por enemigos o por
indiferentes. El conocimiento de Dios y la comunión
espiritual con Él invita espontáneamente a
la adoración, que se expresa exteriormente mediante
la postración en tierra, sin excluir cualquier
otra postura que más ayude al elemento primordial
de la adoración. Cuanto más profundo sea el
conocimiento escritural y experimental de Dios,
tanto más profunda e inteligente será la adoración
del cristiano.
Pero la adoración no se limita a un sentimiento
de admiración y reverencia, sino que incluye necesariamente
el servicio: servicio propio de un
esclavo frente a su Amo.
En el AT tenemos la figura del siervo de Jehová
(hebr. ébed-YHWH). La raíz hebr. se hace patente
en el ptc. act. obéd que, como nombre propio,
fue impuesto al hijo de Booz y Rut (cf. Rt.
4:17). El siervo de Jehová, por excelencia, es el
propio Señor Jesús, como aparece especialmente
en Isaías. En Fil. 2:5 ss. Pablo lo presenta tomando
la forma de siervo (gr. doúlou = esclavo,
v. 7) para cumplir la voluntad del Padre. En el NT,
para expresar exteriormente la adoración, tenemos
el vb. gr. proskunéo = arrodillarse, postrarse
en tierra (a veces, precedido del vb. pípto = caer).
Hay, además, dos familias de palabras gr. que
comportan el significado de servicio anejo a la
adoración: latréia, latréuo (comp. Ro. 12:1 con
Ap. 22:3) y leitourguía, leitourguéo, leitourgós, etc.
que, a la nota de servicio cultual, añaden la de
ministerio (cf. Hch. 13:2). Objeto de adoración es
únicamente, de acuerdo con la Biblia, Dios mismo
en su Trina Deidad y en la persona de Jesús,
el Verbo de Dios hecho hombre.
ADORACIÓN
Culto o reverencia que se rinde a Dios por sus obras ( Sal 92.1–5 ) y
por ser quien es ( Sal 100.1–4 ). Se expresa mediante → ORACIÓN ( Gn 12.8 ; Neh 9 ), →
SACRIFICIO ( Gn 8.20 ), → OFRENDA ( Gn 4.3 , 4 ; 1 S 1.3 ; Dt 26.10 ; 1 Cr 16.29 ); →
ALABANZA ( 2 Cr 7.3 ; Sal 29.1 , 2 ; 86.9 ; 138.1 , 2 ), → CANTO ( Sal 66.4 ), ritos ( Éx
12.26 , 27 ), meditación ( Sal 63.5 , 6 ), → TEMOR ( Sal 96.9 ), → AYUNO ( Neh 9.1–3 ;
Lc 2.37 ), → FIESTA y → ACCIÓN DE GRACIAS ( 2 Cr 30.21 , 22 ), y sobre todo inclinación
( Sal 95.6 ; 1 Cr 29.20 ) y servicio ( Dt 11.13 ; Jos 22.27 ). Estos dos últimos conceptos se
expresan en hebreo y en griego con palabras que también significan «adoración» ( Dt
6.13 ; 10.12 , 13 ; 2 R 5.18 ; cf. Mt 4.10 ; Ro 12.1 ), de modo que no se distingue entre
«servir» y «adorar» ni entre «inclinarse» y «adorar».
La adoración externa y cultual debe nacer de una actitud interna ( Is 29.13 ), que a su
vez se expresa en obediencia y una vida dedicada por entero al servicio de Dios ( 1 S
15.22 , 23 ; Miq 6.6–8 ; cf. Stg 1.27 ). El adorador debe ser bueno y justo ( Sal 15 ; Am
5.21–26 ) para que su adoración sea aceptada ( Sal 50.7–23 ; Is 1.11–20 ; cf. Mt 5.23 , 24
y Jn 4.23 ), además de sincero ( Sal 51.16–19 ).
En la adoración, los patriarcas invocaban el nombre de Jehová ( Gn 13.4 ), celebraban
el pacto ( Gn 15.7–21 ) y la sustitución ( Gn 22 ; cf. Lv 17.11 ), y practicaban los
lavamientos y las purificaciones ( Gn 35.2 ; cf. Éx 19.10 ), todo lo cual precede al culto
más formal y complejo que se verá después en el → TABERNÁCULO y el → TEMPLO ( 1 R 6–
8 ; 2 Cr 20–31 ). A pesar de este desarrollo posterior, no se pierde el aspecto personal de
la adoración ( 2 S 17.18–29 ; Sal 23 ; Is 55.6–9 ).
En el Nuevo Testamento, el culto de la → SINAGOGA ( Lc 4.16–21 ) se adapta a las
necesidades de la → IGLESIA . Incluye alabanzas, salmos, cánticos ( Ef 5.19 , 20 ), lectura
bíblica, enseñanza, exhortación ( Col 3.16 ; 4.16 ; 1 Ti 4.13 ), oración, ayuno, santa cena (
Hch 2.46 ; 13.1–3 ; 1 Co 11.18–34 ), profecía ( 1 Co 14 ), doctrina, mensajes en lenguas e
interpretación ( 1 Co 14.26 ).
En ambos testamentos el pueblo de Dios lo adora públicamente ( Hch 20.7 ), en
privado ( Gn 24.26 , 27 ; Dn 6.10 ; Mt 6.5 , 6 ) y en familia ( Gn 35.1–3 ; Hch 16.30–34 ).
Se prohíbe terminantemente la adoración de seres humanos ( Hch 10.25 , 26 ; 14.11–
15 ; cf. Est 3.2 , 5 ), ángeles ( Col 2.18 ; Ap 19.10 ; 22.8 , 9 ) u otra criatura ( Mt 4.10 ; cf.
Dt 6.13 ; Ap 14.9–11 ). La adoración de dioses falsos es una ofensa que trae las más
terribles consecuencias en todo el Antiguo Testamento ( Éx 20.3–6 ; 32.1–11 , 30 , 35 ; Dt
4.15–18 ; 8.19 ; etc.; cf. Ro 1.25 ). En el Nuevo Testamento la adoración se dirige a
Jesucristo ( Mt 14.33 ; Jn 5.22 , 23 ; Heb 1.6 ; Ap 5.8–14 ), y se destaca que el culto
ofrecido a Jehová en el Antiguo Testamento explícitamente pertenece a Jesús ( Flp 2.10 ,
11 // Is 45.23 ). La adoración a Dios y al Cordero es la esencia misma de la vida celestial
( Ap 4.6–11 ; 15.3 , 4 ; 19.1–8 ).

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