Primera Lectura-2022
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ATENCIÓN A LA DIVERSIDAD
BIBLIOGRAFÍA
Atención a la diversidad. Editorial Laboratorio Educativo. Págs. 11-23
Toda acción pedagógica y toda práctica tienen un sentido, unas razones que
hemos de entender y que, en la mayoría de los casos, no son evidentes. Las
prácticas también tienen tras de sí alguien (sujetos individuales o colectivos)
que las han querido hacer, lo cual nos remite a valores que actúan como
impulsos y que tampoco son siempre explícitos. Desentrañar el mundo de los
significados de la diversidad o de la diferencia y ver qué se ha querido hacer
de ellas es un camino para desenmascarar prácticas, afinar objetivos, tomar
conciencia y poder gobernar de forma algo más reflexiva los procesos de
cambio, ahora que las reformas educativas enarbolan, entre otros, el eslogan
de la diversificación; un programa que concita apoyos de muy variado signo.
En el caso que nos ocupa, ese ejercicio «critico» desvelador es más
importante y urgente por cuanto se trata de un campo especialmente
contradictorio y ambiguo. Una confusión que tiene su raíz en dos
características.
Al ser, la diversidad entre los seres humanos o entre grupos de ellos y la
singularidad individual entre sujetos, condiciones de nuestra naturaleza. El
tema de las diferencias aparece como una dimensión que está siempre
presente en cualquier problema que abordemos en educación. Digamos,
pues, que es un aspecto transversal en el pensamiento y en la investigación.
Por otro lado, como hemos resaltado en otro lugar (Gimeno, 1995), en
este tema nos vemos obligados a transitar por el filo de una extraordinaria
ambigüedad al utilizar el lenguaje. La diversidad alude a la circunstancia de
los sujetos de ser distintos y diferentes (algo que en una sociedad tole rante,
liberal y democrática es digno de ser respetado). Aunque también hace
alusión, por otra parte, a que, la diferencia (no siempre neutra) sea, en
realidad, desigualdad, en la medida en que las singularidades de sujetos o
de grupos les permitan a éstos alcanzar determinados objetivos en las
escuelas y fuera de ellas en desigual medida. La diferencia no sólo es una
manifestación del ser irrepetible que es cada uno, sino que, en muchos
casos, lo es de poder o de llegar a ser, de tener posibilidades de ser y de
participar de los bienes sociales, económicos y culturales. Lo diverso lo
contraponemos a lo homogéneo, lo desigual lo confrontamos con la nivelación,
que es una aspiración básica de la educación, pensada como capacitación
para crecer en posibilidades.
Todas las desigualdades son diversidades, aunque no toda la diversidad
supone desigualdad. Por eso debemos estar muy atentos a que, bajo el
paraguas de la diversificación, no se esté encubriendo el mantenimiento o la
provocación de la desigualdad. Las políticas y prácticas a favor de la igualdad
pueden anular la diversidad; las políticas y las prácticas estimulantes de la
diversidad quizá consigan, en ciertos casos, mantener, enmascarar y
fomentar algunas desigualdades.
La toma en consideración de la diversidad es una constante en la historia
de los sistemas educativos y en el pensamiento acerca de la educación en
permanente relación dialéctica con la proclamación y búsqueda de la
universalidad de la naturaleza humana, de la que se deduce, entre otros, el
derecho a recibir la enseñanza en condiciones de igualdad. De cómo se
entienda la universalidad y de hasta dónde o en qué aspecto se respete la
diversidad, dependen las respuestas que se han dado y que se dan al pro -
blema que nos ocupa.
Este tema ha acumulado una larga y variada tradición de
preocupaciones, investigación y de prácticas para abordarlo y aportar
soluciones que han tenido muy desigual fortuna. No es nada nuevo. Si acaso,
el problema ahora reaparece o rebrota por motivaciones distintas,
fundamentalmente relacionadas con la crisis de las aspiraciones a la
universalidad y con la atemperación de los ideales de igualdad. Distinguir a
los estudiantes por su ingenio, tratarlos y agruparlos según sus
características, habilidades, etc., son prácticas inherentes al desarrollo de la
sensibilidad pedagógica. Individualizar la enseñanza ha sido una pulsión de
la pedagogía (durante todo el siglo XX, aunque con raíces anteriores.
Compensar las desigualdades ha sido una de las características de las
políticas y prácticas educativas progresistas.
Conviene, por tanto, no anunciar estos problemas como nuevos, ni
ponerlos de moda, perdiendo la memoria y provocando discontinuidades en
las luchas por cambiar las escuelas. Además de recordar la continuidad de la
tradición, creemos conveniente enfocar estos temas con toda naturalidad.
Queremos señalar que la diversidad (y también la desigualdad) son mani -
festaciones normales de los seres humanos, de los hechos sociales, de las
culturas y de las respuestas de los individuos ante la educación en las aulas.
La diversidad podrá aparecer más o menos acentuada, pero es tan normal
como la vida misma, y hay que acostumbrarse a vivir con ella y a trabajar a
partir de ella. Existe la heterogeneidad entre los centros, dentro de éstos y
en las aulas porque existe en la vida social exterior. La educación es tam bién
causa de diferencias o de la acentuación de algunas de ellas. Los profesores
y profesoras participamos en la acusación de la diversificación y de la
homogeneización, de la igualación y de la desigualdad.
Esta «naturalidad» no necesariamente tiene que suponer aceptación
de un paisaje inamovible. La educación tiene que guiarse reflexivamente por
un proyecto, lo que conlleva plantearse qué hacer ante el tema-problema de
la diversidad y qué hacer ante la universalidad también.
La diversidad la abordaremos unas veces olvidándola, simplemente,
enmendándola otras y fomentándola en otros casos. El discurso y las prác-
ticas sobre la diversidad obligan, pues, a matizar bastante.
2. Existe una evidente presión por obtener ciertos niveles de logro en los
resultados académicos para satisfacer las normas establecidas por las
exigencias del currículo regulado, que en muchos casos no son tales, sino
las interpretaciones que editoriales y profesores hacen de ellas.
Esas normas expresan el ideal de excelencia respecto del cual serán
evaluados los estudiantes y, directa o indirectamente, son el referente
«ideal» que presiona para acomodar a cada sujeto.
Cuando las exigencias curriculares no son culminadas por todos al
unísono, inexorablemente afloran las diferencias entre los estudiantes.
Las «distancias cortas» respecto del ideal son asumidas por lo general
como naturales. Un alejamiento marcado será calificado como fracaso y
podrá ser motivo de repetición de curso. Cuando el fracaso persista, la
«singularidad» individual abocará al abandono.
Los profesores de la enseñanza primaria están, por lo general, acos-
tumbrados a la disparidad de situaciones individuales respecto de la
norma ideal; para los que trabajan en la enseñanza secundaria
obligatoria, esta «diversidad de niveles» suele chocar con la cultura
profesional acrisolada en el bachillerato.
La diversidad que se aleje poco de la norma es absorbida, pero, a
medida que se incrementa, genera malestar profesional, al tener que
llegar a la conclusión de que la norma conveniente de exigencia y de
progreso tiene que ser más flexible, una senda más ancha.
Ampliar la tolerancia de variaciones significativas respecto de la nor ma
equivale para muchos al deterioro de la calidad. En este marco, diversi-
dad es desigual rendimiento escolar ante los patrones de aprendizaje
exigidos, concretados en: tipos de contenidos, nivel en éstos, tipos
de aprendizaje valorados, tareas académicas más convenientes para
conseguirlos y formas de evaluarlos.
Para comprender las actitudes y las respuestas ante este tipo de
heterogeneidad, resulta decisivo desentrañar la causalidad atribuida a
ésta, que van desde la situada en el ambientalismo (social, familiar o
institucional pedagógico) hasta las de raíz innatista.