El Quijote en Busca de Su Celada

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Urías 1

Osmar Isay Urías Flores

Profesora Victoria Montemayor

Siglo de Oro

27 de abril de 2020

El Quijote en busca de su celada

Habré tenido quince cuando leí El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Fue difícil,
no lo voy a negar. Lo leí en dos intentos. La primera vez abandoné la lectura al décimo capítulo y
la segunda, a duras penas lo terminé. Aun así, tengo un recuerdo hermoso de aquellos primeros
acercamientos al Quijote. Por una parte, las risas y por otra, el asco. A decir verdad, incluso hasta
el motivo del asco, aunque por ahora desconocido por el lector, podría resultar de cierta forma
gracioso. Por aquella época yo tenía problemas gastrointestinales, lo que me provocaba cierta
intolerancia hacia los desayunos. Trataba de no almorzar. Sin embargo, mi padre notó mi falta de
apetito y me obligó a desayunar un lunes antes de ir a la escuela. En el camión comencé a leer mi
ejemplar del Quijote de editorial barata. Iba leyendo el episodio más bello de toda la novela, el
capítulo XVIII, e cual refiere cómo don Quijote le vomita a Sancho, y Sancho al Quijote. Supongo
que el movimiento del camión, el ambiente viciado, era lunes por la mañana y todos los obreros
iban crudos y sin bañarse a sus respectivos trabajos, mi estómago lleno y mis problemas gástricos
fueron los factores necesarios para unirme a la fiesta de vómito de don Quijote y Sancho.

Digo lo anterior para entrar a la materia que me interesa, que refiere a la realidad particular
del Quijote y el choque contundente que esta tiene con la realidad objetiva. El tópico por
antonomasia del Quijote, incluso probablemente a la par de el de la caballería, es el de la locura.
Rápidamente trascendió el campo de la filología y se extrapoló a estudios multidisciplinarios. Y es
que, a pesar de los variados tópicos dentro de la novela, la presencia de la locura se encuentra desde
el primer hasta el último capítulo de la historia. Si juntásemos todas las hojas que se han escrito en
torno a este tópico del Quijote, muy probablemente habría más cuartillas que en la novela de
Cervantes. La experiencia del lector con respecto a la locura del Quijote es indirectamente. El
narrador nunca trata de introducirse en la patología del personaje. Nosotros solo somos
espectadores que ven al Quijote actuar fielmente conforme a su realidad y, a la par, veremos cómo
el mundo se encargará de decirle a gritos que todo lo que él cree se trata de quimeras.
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En este ensayo se analizarán algunos elementos reales que aparecen en la primera parte del
Quijote y cómo constantemente recalcan la imposibilidad del personaje por ser un caballero
andante.

Nada en la literatura debe de quedar de más. Todos sus elementos, desde el espacio y el
tiempo hasta los propios actantes, han sido escritos en función del propósito del autor, porque todo
texto, hasta el más soporífero, tiene un propósito. En cuanto a los objetos, que es lo que concierne
a este ensayo, podríamos decir que también son actantes. Es decir, entre el héroe, por llamarlo de
alguna manera, y el objeto, hay un vínculo. En este caso, hablando propiamente del Quijote y de la
armadura y las armas, elementos que abordaré enseguida, el vínculo tiene que con el deseo la
imposibilidad.

El humor cervantino es meramente paródico. Claro, el autor se vale de otros artilugios


propios de la comedia como el enredo, el engaño, el retuécano, la broma, la ironía, etcétera. Sin
embargo, la parodia es quien atraviesa casi en su totalidad a toda la novela. Su presencia se hace
notar desde el título del primer episodio: Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo
don Quijote de la Mancha. Utiliza el título como una herramienta para crear la ironía, ya que en la
descripción del Quijote se muestra todo lo contrario a un famoso hidalgo. No es el joven, apuesto
y musculoso caballero que un esperaría, sino un hombre viejo, flaco y de rostro chupado. Poco
después (en un monólogo en el capítulo XIII del Quijote donde, irónicamente, habla de su deber
de defender a gente con sus mismas características) se vuelve a retomar estos rasgos del personaje
para mostrar la discordancia entre él y un caballero como los que apareen en las novelas que ha
leído:

(…) me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo
deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me deparare, en ayuda
de los flacos y menesterosos.

Así mismo, capítulo, hablando del primero, Cervantes hace mención a dos objetos básicos dentro
del aspecto que cualquier caballero andante debe de tener: la armadura y las armas.

Los objetos, por lo menos en la primera parte de la novela, tienen una función narratológica
que sirven para reforzar la imposibilidad del Quijote por ser un caballero andante. ¿Quién podría
proclamarse caballero sin tener una armadura? Sería algo tan absurdo como suponer a un soldado
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yendo a la guerra sin casco ni fusil. Objetivamente, el cometido de las armas y la armadura es
defender y resguardar la vida de la persona en el campo de batalla. En la obra de Cervantes, los
rasgos básicos de la armadura y las armas son utilizados en función de la construcción del Quijote.
La primera descripción de la armadura y de las armas se encuentra dentro de los primeros capítulos;
sin embargo, su presencia se mantiene en pie a lo largo de la novela. El narrador dice respecto a
esto en el primer capítulo:

Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos,
que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un
rincón. (…) pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión
simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que,
encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera.

Aunque ya en el primer párrafo se podía divisar la naturaleza del Quijote, no es sino hasta ese
momento donde más se hace presente la imposibilidad del personaje por alcanzar su sueño. Y es
que Cervantes utiliza la imagen acústica del caballero andante por antonomasia, aquella que va del
tipo envuelto en su armadura hecha ora de metales fortísimos, ora de metales preciosos y que ciñe
valientemente su espada, para crear una ironía al momento de describir al Quijote recogiendo sus
armas orinadas y mohosas e improvisando una celada con cartones. Así, durante las primeras
cuartillas, nuestro héroe, aunque de esto solo se entere el lector y el narrador, no logra ni siquiera
tener los elementos básicos que un caballero debe de tener. Sin embargo, lo interesante realmente
se da cuando Cervantes vuelve a utilizar estos dos elementos en los capítulos siguientes.

Es durante la famosísima aventura de los molinos donde seguimos los rastros del Quijote.
A unos escasos capítulos del episodio anteriormente mencionado, se nos presenta la primera gran
batalla de nuestro gran caballero. Con el peculiar humor cervantino, vemos cómo el Quijote, tras
una hilarante batalla donde la lanza se le quiebra, opta por utilizar la rama seca de un árbol como
mango de la lanza. La justificación, el relato de Diego Pérez de Varga, mejor conocido en el
mundillo militar y caballeresco español por haber mutilado un sinfín de cabezas moriscas con la
rama de un encino. Una solución inteligente por parte del Quijote ante las adversidades, no lo voy
a negar, sin embargo, el personaje no podrá evitar ir perdiendo poco a poco su armadura. Al final,
la figura del Quijote no es sino una sórdida versión del peor caballero.
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Una de las particularidades de la figura del Quijote es su casco. El Quijote solamente tenía
un morrión simple y no una celada. La diferencia entre ambos cascos es abismal. El morrión simple
solamente resguarda parcialmente la cabeza, mientras que la celada o el yelmo, la cubre en su
totalidad. Para suplir esa falta, el Quijote utiliza trozos de cartón para cubrir las partes de la cabeza
que el morrión simple no protege. Esto provoca un problema: para bajar la visera, hay que desarmar
la celada totalmente1. Y bueno, la cosa termina en un cómico pasaje donde nuestro héroe se enfrenta
ante el gran obstáculo de la comida. Ya se imaginarán el desastre que causa su morrión improvisado
cada que intenta comer.

A lo largo de la primera parte del Quijote de la Mancha, el Quijote pierde y recupera


fugazmente su celada (aunque nunca lleguen a ser una celada real, sino un objeto ligeramente
parecido). Es probable que haya cierta relación entre la celada, tomando metafóricamente su
función, y la salud mental del Quijote. Cada que su locura lo orilla a situaciones límite que ponen
en riesgo su vida o la de los demás, nuestro héroe pierde su casco. El primer ejemplo se encuentra
durante la batalla contra el vizcaíno, quien era el protector de unas damas, donde el Quijote el
recibe un espadazo que le corta la mitad de la oreja y gran parte de la celada. Este suceso estresa
particularmente a nuestro héroe, quien lo hace expresar en el capítulo X de esta manera:

Mas cuando don Quijote llegó a ver rota su celada pensó perder el juicio, y puesta
la mano en la espada y alzando los ojos al cielo, dijo: (…) hasta tomar entera venganza del que tal
desaguisado me fizo. (…) pero hágole y confírmole de nuevo de hacer la vida que he dicho hasta
tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como ésta a algún caballero.

La siguiente ocasión en la que el Quijote consigue y pierde su celada, choca con la parte
final de la sentencia anterior. El Quijote espanta a un caballero (quien en realidad es un barbero)
con su lanza, haciéndose con su nueva celada, mejor conocida como el yelmo de Mambrino (el
cual se trata simplemente de una bacía). Al igual que en el pasaje donde pierde su primera celada,
aquí también podemos notar como las quimeras del Quijote lo hacen actuar violentamente contra
una persona que simplemente no lo merecía. Si uno intenta ponerse en los zapatos del barbero, se
encontraría con un cuadro hilarante y peligroso: un loco sin oreja mal vestido de caballero andante
viene a todo galope con una lanza en contra nuestra.

1 El sistema de la celada permitía fácilmente al usuario bajar y subir su visera a su antojo.


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Finalmente se encuentra el pasaje donde pierde definitivamente su celada, el de los


galeotes. Este capítulo tiene algo característico que resalta de los demás, y es que aquí la locura del
Quijote, lejos de hacer el bien, hace el mal. La situación es la siguiente. La necesidad del Quijote
de auxiliar a los menesterosos hace liberar a unos galeotes. Sin embargo, tras su liberación, ellos
lapidan a Sancho ya su amo. Cuando el Quijote cae, uno de los prisioneros le quita su yelmo y
comienza a golpear su espalda hasta que la bacía se deshace. La ilusión del Quijote es quien motiva
la liberación, pero también es el choque con la realidad que hace que un galeote se le acercara y le
rompiera contra su propio cuerpo la celada; aquel objeto que ayuda al caballero a mantener la
cabeza sana; aquel objeto que don Quijote recupera y pierde a través del Ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha.

Miguel de Cervantes conocía bien la literatura caballeresca. Cualquier joven entusiasta por
este tipo de literatura puede utilizar al Quijote de la Mancha como guía (o bien, para hacer una lista
con las obras citadas y referidas a través de la novela). Sin embargo, ello no significa que él haya
sido muy entusiasta por ese tipo de literatura. De hecho, en su prólogo, menciona lo siguiente:

no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y
disparatadas historias de los libros de caballerías.

Y como ya se han mencionado innumerable cantidad de veces, Cervantes hizo otro libro de
caballería para criticar a los libros de caballería. No es de extrañar, pues, que el autor haya utilizado
el choque entre la realidad y la ficción para abordar su crítica.

Bibliografía

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Barcelona, España: Penguin Random House
Grupo Editorial, 2015. Impreso.

Vargas Llosa, Mario. Una novela para el Siglo XXI. Barcelona, España: Penguin Random House
Grupo Editorial, 2004. Impreso.

Novo, M., M. Bonnet, y M. Degli Uomini. Ficción Y Memoria Como Objetos Discursivos Y
Objetos De Conocimiento. Texturas, n.º 16, Dec. 2017, pp. 98-16,
doi:10.14409/texturas.v0i16.6941.

Beristáin, Helena. Diccionario de retórica y poética. D.F, México: Editorial Porrúa S.A.: 1995
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Pallol, Benigno. Interpretación del Quijote. Primera parte. Madrid, España: Imprenta de Dionisio
de los Ríos, 1893.

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