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El lenguaje y el cerebro

Una vez tuve com o p aciente a una m ujer que había su frido un in fa rto en el hem is-
fe rio c e rebral d erech o. En ese m om ento había caído al suelo, al se r incapaz de a n-
dar debido a la pa rálisis que le había ocasio nado el in farto en la pierna izquierda.
Estuvo dos días c om p letos tira d a en el suelo, pero no porque nadie la auxiliara,
sino porque se los pasó tra ta n d o de c o n ve nce r a su esposo, con m a nifiesta d es-
preocu pa c ió n, de que se enc ontrab a bien y de que a su pierna no le pasaba nada.
Sólo al te rc e r día con siguió el m arido tra e rla al hospital, con ob je to de que re c i-
biese el tra ta m ie nto adecuado. Cuando le pregunté que por qué era incapaz de
m over su pierna izquierda y la ayudé a que se in co rp o rase para que pudiese com -
probarlo por sí m isma, me dijo con in d ifere nc ia que debía tra ta rs e de la pierna de
alguna otra persona.
Flaherty (2004)

En los capítulos anteriores hemos analizado con cierto detalle las distintas propie-
dades del lenguaje a las que recurrimos las personas para producir y entender
mensajes lingüísticos. ¿Dónde se encuentra ubicada esta capacidad para utilizar el
lenguaje? La respuesta obvia es «en el cerebro». Sin embargo, no puede ser en
cualquier parte del cerebro. Por ejemplo, no puede ser en el lugar que resultó da-
ñado por el infarto cerebral en el caso que describe Alice Flaherty, puesto que, si
bien la mujer era incapaz de reconocer su propia pierna, lo cierto es que podía ha-
blar acerca de ella. La capacidad para hablar no se había visto afectada, por lo que
resulta evidente que debe estar localizada en alguna otra parte del cerebro.

Neurolingüística
El estudio de las relaciones entre el lenguaje y el cerebro recibe el nombre de neu-
rolingüística. Aunque se trata de un término relativamente reciente, su ámbito de
estudio puede retrotraerse al siglo xix. Desde siempre, se ha intentado determinar
la localización del lenguaje en el cerebro, pero sólo un hecho accidental propor-
cionó una pista adecuada acerca de esta cuestión.
En septiembre de 1848, cerca de Cavendish, en Vermont, un capataz de obras
llamado Phineas P. Gage era el responsable de una brigada de obreros encargada
de volar las rocas que existían en una zona en la que se estaba tendiendo una nue-
va línea de ferrocarril. Phineas introducía una barra de hierro en el agujero desti-
nado a la carga explosiva, cuando la pólvora explotó accidentalmente. La explo-
sión hizo que la barra de hierro, de metro y medio de longitud, atravesase la parte
superior de su pómulo izquierdo y saliera por la frente, aterrizando a unos 45 me-
tros de distancia. Todo el mundo pensó que Phineas no lograría recuperarse de una
lesión de este tipo. Sin embargo, un mes más tarde Phineas era capaz de moverse
El lenguaje

sin mayores dificultades, sin que aparentemente manifestara secuelas sensoriales


y sin que, al parecer, hubiera perdido la capacidad de hablar.
Las evidencias clínicas eran palmarias: una barra de metal de grandes dim ensio-
nes había atravesado la parte frontal del cerebro del señor Gage sin que se hubie-
se visto afectada su capacidad lingüística. Se trataba de un prodigio desde el pun-
to de vista médico. La cuestión clave de esta sorprendente historia es que si la
capacidad de hablar está localizada en el cerebro, es evidente que no radica en su
parte frontal.

Partes del cerebro


Desde la época de Phineas se han realizado diversos descubrimientos acerca de las
áreas específicas del cerebro que están relacionadas con las funciones lingüísticas.
Actualmente sabemos que las partes más relevantes en este sentido se encuentran lo-
calizadas en diversas áreas situadas por encima de la oreja izquierda. Para poder des-
cribirlas con mayor detalle necesitamos examinar más de cerca la materia gris. Así
pues, tomemos una cabeza, quitémosle el pelo, el cuero cabelludo, los huesos del crá-
neo, desconectemos el tronco del encéfalo (que une el cerebro a la médula espinal) y
cortemos el cuerpo calloso, que conecta los dos hemisferios cerebrales. Si obviamos
algunos materiales diversos que nos podemos encontrar, nos quedaremos básicamen-
te con dos partes: el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo. Si dejamos a un
lado momentáneamente el hemisferio derecho, y colocamos el izquierdo de forma
que tengamos una visión lateral del mismo, estaremos viendo algo parecido a lo que
se muestra en la siguiente ilustración (adaptada de Geschwind, 1991).

frontal

Las áreas sombreadas del dibujo indican la situación general de las principales re-
giones corticales relacionadas con la generación y la recepción del lenguaje. Con-
viene tener presente que hemos tenido constancia de su existencia después de exa-
minar, mediante las correspondientes autopsias, los cerebros de personas que,
cuando vivían, sufrieron algún tipo de discapacidad lingüística de carácter espe-
cífico. Es decir, hemos tratado de determinar el lugar en el que se localizan las ca-
pacidades lingüísticas de los hablantes normales a partir de las áreas que se en-
cuentran dañadas en personas que padecían trastornos lingüísticos identificables.
El lenguaje y el cerebro 163

El área de Broca
La zona señalada con un (1) en la ilustración anterior es lo que se conoce técnica-
mente como la «zona anterior del córtex del habla» o, más comúnmente, el área
de Broca. Paul Broca fue un cirujano francés que descubrió en la década de los
años sesenta del siglo xix que las lesiones en esta parte concreta del cerebro esta-
ban relacionadas con una dificultad particularmente acentuada a la hora de hablar.
También comprobó que una lesión sim ilar en el área homologa del hemisferio de-
recho no tenía los mismos efectos. Este descubrimiento se utilizó inicialmente para
argumentar que la capacidad para el lenguaje debería estar radicada en el hemisfe-
rio izquierdo; posteriormente, estas evidencias se han interpretado en el sentido de
que el área de Broca desempeña un papel crucial en la producción del habla.

El área de W ernicke
La zona señalada con un (2) en el esquema anterior corresponde a la «zona pos-
terior del córtex del habla», o á re a de W ernicke. Cari Wernicke fue un médico
alemán que descubrió en la década de los años setenta del siglo xix que varios de
los pacientes que tenían dificultades para comprender el lenguaje presentaban una
lesión en esta parte del cerebro. Este descubrimiento confirmó la idea de que el
lenguaje se encontraba localizado en el hemisferio izquierdo y llevó a proponer
que el área de Wernicke debería desempeñar un papel crucial en la com prensión
del habla.

El córtex motor y el fascículo arcuato (o arqueado)


La zona señalada con un (3) en el dibujo anterior corresponde al córtex m otor,
que, en general, controla el movimiento de los músculos (es decir, el movimiento
de las manos, los pies, los brazos, etc.). En las proximidades del área de Broca se
encuentra la parte del córtex motor que controla el movimiento de los músculos
articulatorios de la cara, la mandíbula, la lengua y la laringe. Las evidencias de
que esta área está implicada específicamente en la articulación física de los soni-
dos del habla provienen del trabajo llevado a cabo en la década de los años cin-
cuenta del siglo pasado por los neurocirujanos Penfield y Roberts (1959). Estos
investigadores descubrieron que si se aplicaban mínimas descargas eléctricas a
zonas concretas del cerebro podían identificarse aquellas áreas en las que la esti-
mulación eléctrica interferiría con la producción normal del habla.
La zona señalada con un (4) en el esquema anterior corresponde a un haz de fi-
bras nerviosas denominado el fascículo a rc u ato (o arqu ead o). Éste fue también
uno de los descubrimientos de Wernicke y actualmente sabemos que establece una
conexión crucial entre el área de Wernicke y el área de Broca.

La hipótesis localista
Una vez identificados estos cuatro com ponentes, resulta tentador concluir que
cada aspecto específico del lenguaje radica en una determ inada zona del cerebro.
Esta hipótesis recibe el nombre de hipótesis localista y postula que la actividad
El lenguaje

cerebral implicada en la recepción auditiva de una palabra, en su comprensión y


en su emisión sigue siempre un patrón determinado. Así, la palabra sería oída y
comprendida en el área de Wernicke. A continuación, la señal correspondiente se
transferiría a través del fascículo arcuato hasta el área de Broca, donde se llevarí-
an a cabo las operaciones previas necesarias para poder emitirla. Finalmente, se
enviaría una señal al área motora, con objeto de poder articular físicamente la pa-
labra en cuestión.
Esta es una versión particularmente simplista de lo que probablemente sucede
en realidad, aunque resulta consistente con gran parte de lo que sabemos actual-
mente acerca de los rudim entos del procesamiento lingüístico por parte del cere-
bro. Probablemente resulta más correcto interpretar todo lo concerniente a las ru-
tas de procesam iento lingüístico cerebrales como una suerte de metáfora que,
como podría esperarse, puede acabar resultando inadecuada conforme se incre-
mente lo que sepamos acerca de las funciones cerebrales. La metáfora de las «ru-
tas» podría parecer particularmente apropiada para la era electrónica, ya que hace
referencia al proceso, ahora muy familiar, de enviar señales a través de circuitos
electrónicos. Anteriormente, en la era dominada por la tecnología mecánica, Sig-
mund Freud recurrió ingeniosamente a la metáfora de la «máquina de vapor» para
explicar algunos aspectos de la actividad cerebral, de forma que caracterizó la re-
presión como algo «que aumenta la presión» hasta dar lugar a un «escape» súbi-
to. Y en una época todavía anterior, la metáfora que utilizó Aristóteles para des-
cribir la actividad del cerebro fue la de una esponja fría, que permitía reducir la
temperatura de la sangre.
De alguna forma, nos vemos forzados a utilizar metáforas, fundamentalmente
porque somos incapaces de obtener evidencias físicas directas de los procesos lin-
güísticos que ocurren en el cerebro. Como no tenemos acceso directo al mismo,
hemos de basamos, por lo general, en lo que podemos descubrir mediante méto-
dos indirectos. La mayor parte de estos métodos intentan determinar la m anera en
que funciona el sistema a partir de los indicios que proporciona su disfunción.

Cuando las palabras se tienen «en la punta de la


lengua»
Diversos investigadores han puesto de manifiesto que, como usuarios del lengua-
je, experimentamos en algunas ocasiones dificultades para conseguir que el cere-
bro y el habla funcionen de forma coordinada (aunque es cierto que unos días las
cosas van mejor y otros días, peor). Estas pequeñas dificultades de producción
pueden servir de indicio sobre la manera en que puede estar organizado el cono-
cimiento lingüístico dentro del cerebro.
Existe, por ejemplo, el fenómeno al que solemos aludir como «en la p u n ta de
la lengua». Sucede cuando notamos que una palabra parece resistirse, de forma
que, aunque la sabemos, dicha palabra parece no querer salir. Los estudios que se
han realizado acerca de este fenómeno han demostrado que normalmente los ha-
blantes disponen de un esquema fonológico de esa palabra particularm ente preci-
so, de forma que son capaces de decir correctamente cuál es el sonido inicial de
la palabra que no consiguen recuperar y la mayoría podría decir, incluso, el núme-
ro de sílabas de que consta. El fenómeno de «en la punta de la lengua» suele su-
El lenguaje y el cerebro 165

ceder con términos o nombres poco frecuentes. Esto nos sugiere que el «almace-
namiento de las palabras» podría organizarse, en parte, sobre la base de alguna in-
formación de carácter fonológico y que algunas palabras se recuperan a partir de
este «lugar de alm acenamiento» con mayor facilidad que otras.
Cuando se producen errores en el proceso de recuperación de una palabra, a
menudo se advierte que existe un gran parecido fonológico entre la palabra que
deseábamos recuperar y la que emitimos finalmente. Por ejemplo, la gente res-
ponde a veces que secante, sexteto o sexto son los nombres que recibe un deter-
minado instrumento de navegación (sextante). O por poner otro ejem plo, en oca-
siones se dice medicación trascendental en lugar de meditación trascendental.
Este tipo de errores recibe algunas veces el nombre de malapropismos, un térmi-
no que deriva del nombre de uno de los personajes de una obra de Sheridan, el se-
ñor Malaprop, quien cometía constantemente de este tipo de errores. Otro perso-
naje cómico conocido por sus malapropismos era Archie Bunker, quien en una
ocasión sugirió que We need a fe w laughs to break up the monogamy («Necesita-
mos unas pocas risas para acabar con la monogamia»), en lugar de la expresión
esperada en este caso, We need a fe w laws to break up the monogamy («Necesita-
mos unas pocas leyes para acabar con la monogamia»).

Lapsus linguae
Un tipo parecido de error es el que se denomina generalmente lapsus linguae o tro-
piezo de la lengua. Se produce cuando decimos llévate la buchara a la coca (en lu-
gar de llévate la cuchara a la boca) o canciona esta canta (en lugar de canta esta
canción), o bien cuando afirmamos abre la llave con la puerta o coge por la bol-
sa el asa. Este tipo de lapsus también se conoce por el nombre de espunerismos,
en honor del reverendo William A. Spooner, pastor anglicano en la Universidad de
Oxford. Spooner se hizo especialmente popular por com eter este tipo de errores.
Muchos de los que se le atribuyen implicaban el intercambio de los sonidos inicia-
les de dos palabras, com o cuando se dirigió a un grupo de campesinos como noble
tons o fs o il («nobles montones de tierra»), en lugar de noble sons o fto il («nobles
hijos del trabajo»), o como cuando describió a Dios como a shoving leopard to his
flo ck («un leopardo que arrea a su rebaño»), en lugar de decir a loving shepherd to
his flo ck («un amante pastor de su rebaño»), o como cuando reconvino a un estu-
diante que había faltado a sus clases diciéndole Y ou have hissed all my mystery lee-
tures («Has silbado todas mis lecciones de misterio»), en lugar de You have missed
all my history lectures («Has faltado a todas mis clases de historia»).
La mayoría de los lapsus linguae cotidianos no son, sin embargo, tan diverti-
dos. A menudo son simplem ente el resultado de que un sonido pasa de una pala-
bra a la siguiente, como sucede en najas cegras (por cajas negras), o a que el so-
nido inicial de una palabra se utiliza con antelación al comienzo de la palabra que
la precede, como ocurre en rúmero romano (por número romano), una chopa de
champán (por una copa de champañán) o la plave más plana (por la llave más
plana). Este último ejemplo se parece al lapsus por inversión, que sería el caso de
tapatos de zacón, que seguramente no te harán sentor mejir si tienes un olio de
gajo. Estos dos últimos ejemplos, en los que se han intercambiado los sonidos fi-
nales de la palabra, pertenecen a un tipo de lapsus menos frecuente que aquel que
afecta a los sonidos iniciales de las mismas.
El lenguaje

Se ha afirmado que los errores de este tipo no se producen nunca al azar, pues-
to que en ningún caso se genera una secuencia fonológicamente inaceptable, de
ahí que podrían indicar la existencia de diferentes estadios en el proceso de regu-
lación de la articulación de las expresiones lingüísticas. Aunque los lapsus linguae
se consideran normalmente errores en la articulación, también se ha sugerido que
podrían ser el resultado de «errores del cerebro» que se producen en el momento
en que éste está tratando de organizar los mensajes lingüísticos.

Lapsus del oído


Otro tipo de errores, menos documentados en general, podría proporcionar indi-
cios de la manera en que el cerebro intenta conferir sentido a la señal auditiva que
recibe. Se los denom ina lapsus del oído y es lo que sucede cuando, por ejemplo,
creemos oír latita azul y nos preguntamos a continuación por qué alguien estará
buscando algo así en una oficina (en realidad, el hablante ha dicho la tinta azul).
Un tipo parecido de malentendido podría explicar la causa de la extrañeza que re-
fería un niño de una escuela dominical: «La gente estaba cantando algo sobre un
corderito que gritaba los recados de todo el mundo». El origen de estos lapsus re-
sultó ser un versículo litúrgico, que decía realmente: Cordero de Dios, que quitas
los pecados del mundo. Podría ser también que algunos malopropismos (como,
por ejemplo, el sugerido anteriormente, medicación trascendental) tuvieran su
origen en un lapsus del oído.
Algunos de estos simpáticos ejemplos de errores nos pueden proporcionar in-
dicios acerca del funcionamiento normal del cerebro humano durante el procesa-
miento lingüístico. Sin embargo, otros problemas que comprometen la producción
y la comprensión del lenguaje son el resultado de disfunciones cerebrales mucho
más graves.

Afasia
Si has experimentado este tipo de lapsus en alguna ocasión, podrás hacerte una
idea de la clase de experiencias que viven algunas personas de forma permanen-
te. Estas personas sufren diferentes tipos de trastornos del lenguaje, los cuales se
denominan habitualmente afasias. La afasia se define como una disfunción del
lenguaje causada por una lesión cerebral localizada, que conlleva normalmente di-
ficultades para entender y/o producir formas lingüísticas.
La causa más frecuente de la afasia es el infarto cerebral (que sucede cuando
uno de los vasos sanguíneos del cerebro se obtura o se rompe), aunque las le-
siones traumáticas en la cabeza, provocadas por golpes violentos o accidentes,
pueden dar lugar a efectos sim ilares. Dichos efectos pueden tener una intensi-
dad variable, que va desde una leve dism inución de la capacidad lingüística,
hasta una reducción grave de la misma. A menudo, se da el caso de que un in-
dividuo afásico presente diversos trastornos lingüísticos interrelacionados, de
form a que las dificultades de com prensión pueden derivar en dificultades de
producción. Consecuentem ente, la clasificación de los tipos de afasia se basa
normalm ente en los síntom as prim arios de carácter lingüístico que m anifiesta el
individuo afectado.
El lenguaje y el cerebro 167

Afasia de Broca
La afasia de Broca es un tipo grave de disfunción lingüística, que también se co-
noce como «afasia motora». Se caracteriza por una reducción sustancial del dis-
curso, una articulación distorsionada y lenta y, a menudo, la presencia de dificul-
tades a la hora de hablar. Característicamente, el paciente sólo suele utilizar
morfemas léxicos (por ejemplo, nombres y verbos). Esta omisión particularm en-
te frecuente de los morfemas funcionales (es decir, de artículos o preposiciones)
y de los morfemas flexivos (como, por ejemplo, la -s de plural o la terminación
-ndo del gerundio) ha llevado a caracterizar este tipo de afasia como un tipo de
discurso agramatical, que es aquel en el que están ausentes los marcadores gra-
maticales.
Un ejemplo del tipo de discurso producido por alguien cuya afasia no era de-
masiado grave es el siguiente. Se trata de la respuesta dada por el paciente a una
pregunta que se le hizo acerca de lo que había desayunado esa mañana:

Yo huevos y comer y beber café desayuno.

Sin embargo, este tipo de disfunción puede ser muy grave y manifestarse como un
discurso particularmente vacilante, interrumpido por largas pausas, las cuales se han
marcado mediante puntos suspensivos en el ejemplo que se indica a continuación:

Mi mejilla... muy molesto... primero hombro... doler todo aquí.

A algunos pacientes les puede resultar muy dificultosa, incluso, la articulación de


palabras individuales, como sucede en este caso, en el que el individuo trata de
hacer referencia a un tipo concreto de barco:

Un volente... ya sabes qué quiero decir... len... volente... (era un velero).

En una afasia de Broca la comprensión es, por lo general, mejor que la produc-
ción.

Afasia de W ernicke
El tipo de disfunción lingüística que implica la existencia de dificultades en la
comprensión auditiva se denomina, en ocasiones, «afasia sensorial», pero se cono-
ce habitualmente como afasia de Wernicke. Quien sufre esta disfunción puede,
en realidad, producir un discurso particularmente fluido, que, sin embargo, es casi
imposible de entender. Se suelen utilizar términos muy generales, incluso cuando
se está respondiendo a preguntas muy concretas sobre algo determinado, como su-
cede en el ejemplo siguiente: Yo no puedo hablar de todas las cosas que hago y
parte de la parte que yo puedo ir bien, pero no puedo decir de la otra gente.
También resulta muy com ún el hecho de tener dificultades para encontrar las pa-
labras adecuadas. Este fenómeno se suele denominar anomia. Para tratar de com-
pensar las dificultades que surgen a la hora de elegir la palabra adecuada, estos pa-
cientes recurren a diversas estrategias, tales como tratar de describir los objetos a
los que quieren aludir o hacer referencia a su utilidad, como cuando se afirma en
la cosa para poner en ella cigarros (queriendo aludir a un cenicero).
El lenguaje

En el siguiente ejemplo (tomado de Lesser y Milroy, 1993), el hablante recurre


a diversas estrategia, al comprobar que no es capaz de dar con la palabra que de-
signa el objeto que aparece representado en el dibujo que se le ha ofrecido (se tra-
ta de una cometa, kite en inglés):

I t ’s blowing, on the right, and er there’s fo u r letter in it, and I think it begins with
a C - goes - when you start it then goes right up in the air - 1 would I would have
to keep racking my brain how I would spell that word - that flies, that that doesn ’t
fly, you pulí it round, it goes up in the air.
(«Está volando, a la derecha, y eh tiene cuatro letras y creo que empieza con una
C, va, cuando uno empieza entonces va hacia la derecha por el aire —tendría, ten-
dría que seguir devanándome los sesos cómo deletrearía esa palabra— que vuela,
que que no vuela, lo reanimas, sube por el aire»).

Afasia de conducción
Otro tipo de afasia, mucho menos frecuente, es la que se asocia a la lesión del fas-
cículo arqueado (o arcuato) y que se denomina afasia de conducción. Los indivi-
duos que sufren esta disfunción pueden pronunciar ocasionalmente de forma inco-
rrecta alguna palabra, aunque normalmente no tienen problemas de articulación.
Hablan fluidamente, pero suelen hacerlo entrecortadamente, con pausas y dudas.
La comprensión de las palabras habladas es normalmente correcta. Sin embargo, la
tarea de repetir una palabra o una frase (dicha por otra persona) les crea grandes di-
ficultades, de m anera que generan formas como vaysse o fo sk cuando han de repe-
tir palabras como base «base» o wash «lavar». Lo que sucede en estos casos es que
aquello que se oye y se comprende correctamente no se transfiere adecuadamente
al área encargada del control de la producción del habla.
Conviene remarcar que muchos de estos síntomas (por ejemplo, las dificultades
para encontrar la palabra adecuada) pueden aparecer en todos los tipos de afasia.
También pueden presentarse en disfunciones más generales, que son el resultado
de otro tipo de trastornos cerebrales, como ocurre en el caso de la demencia o del
Alzheimer. También se da la circunstancia de que las dificultades a la hora de ha-
blar pueden ir acompañadas de dificultades a la hora de escribir. Del mismo modo,
las lesiones que afectan a la comprensión auditiva suelen venir acompañadas de di-
ficultades para leer. Las disfunciones lingüísticas que hemos descrito son, en su
mayoría, el resultado de una lesión en el hemisferio izquierdo. Que existe una do-
minancia del hemisferio izquierdo para el lenguaje también lo confirma otro méto-
do utilizado en la investigación de las relaciones entre el cerebro y el lenguaje.

Escucha dicótica
La dominancia del hemisferio izquierdo en lo concerniente al procesamiento de
las sílabas y las palabras viene avalada por una técnica experimental denominada
prueba de la escucha dicótica. Se trata de una técnica que se basa en el hecho,
generalmente aceptado, de que cualquier cosa que se experimente en la parte de-
recha del cuerpo se procesa en el hemisferio izquierdo del cerebro y viceversa.
Como ponía de manifiesto el caso descrito por Flaherty (2004) al comienzo de
El lenguaje y el cerebro 169

este capítulo, un infarto cerebral que afecte al hemisferio derecho puede dar lugar
a la parálisis de la pierna izquierda. Por tanto, una asunción básica de este méto-
do será la de que una señal recibida por el oído derecho irá al hemisferio izquier-
do y una señal recibida por el izquierdo irá al hemisferio derecho.
Teniendo esto presente, es posible realizar un experimento en el que a un suje-
to equipado con unos auriculares se le presenten dos señales sonoras diferentes de
form a simultánea, cada una por un auricular distinto. Por ejemplo, a través de uno
de los auriculares le pueda llegar la sílaba ga o la palabra perro, y por el otro, y
exactamente al mismo tiempo, la sílaba da o la palabra gato. Cuando se le pregun-
ta por lo que ha oído, normalmente el sujeto identifica mejor lo que ha escuchado
por el oído derecho. Esto es lo que se ha dado en llamar la v e n taja del oído de-
recho para los sonidos característicos del lenguaje. El proceso que se supone res-
ponsable de este fenómeno puede comprenderse m ejor recurriendo a la siguiente
ilustración (se trata de una visión posterior de la cabeza).

IZQUIERDA DERECHA

perro gato

Lo que parece suceder durante este experimento es que la señal lingüística recibi-
da a través del oído izquierdo se envía en primer lugar al hemisferio derecho, des-
de donde tiene que ser remitida al hemisferio izquierdo (donde se localizan los
centros del lenguaje) para poder ser procesada. Esta ruta indirecta lleva más tiem -
po que la que sigue una señal lingüística recibida por el oído derecho que va di-
rectamente al hemisferio izquierdo. La primera señal en ser procesada gana.
El hemisferio derecho parece ser el principal responsable del procesamiento
de muchos otros estímulos de naturaleza no lingüística. En la prueba de la escu-
cha dicótica se puede dem ostrar que se reconocen m ejor los sonidos no verbales
(por ejem plo, la música, las toses, los ruidos de tráfico o el canto de los pájaros)
cuando penetran por el oído izquierdo, lo que implica que son procesados más
rápidamente a través del hemisferio derecho. En consecuencia, si querem os ca-
racterizar las especializaciones del cerebro humano, diremos que el hemisferio
derecho se encarga en prim era instancia de los sonidos no verbales (entre otras
cosas), mientras que el izquierdo se ocupa de los sonidos del lenguaje (entre otras
cosas, también).
El lenguaje

Sin embargo, conviene rem arcar que investigaciones más recientes en esta área
han indicado que la especialización de los dos hemisferios podría estar más rela-
cionada con el tipo de «procesamiento» que con el tipo de «material» procesado.
La distinción fundamental parece encontrarse en la diferencia que existe entre el
procesamiento analítico, como el que implica el reconocimiento de los sutiles ma-
tices que encierran sonidos, palabras y estructuras sintagmáticas que se organizan
formado secuencias que se suceden a gran velocidad, y que sería llevado a cabo
por el «cerebro izquierdo», y el procesamiento holístico, como el que implica el
reconocimiento de las estructuras más generales del lenguaje y de la experiencia,
que sería responsabilidad del «cerebro derecho».

El periodo crítico
La aparente especialización del hemisferio izquierdo para el lenguaje se describe,
a menudo, como una dominancia lateral o lateralización (preeminencia de uno de
los lados). Como quiera que los niños no nacen teniendo un dom inio completo de
un lenguaje articulado, se cree de forma generalizada que el proceso de lateraliza-
ción empieza durante la primera infancia, coincidiendo con el periodo en el que
se produce la adquisición del lenguaje. Durante la infancia existe un periodo du-
rante el cual el cerebro humano está más predispuesto a «recibir» y aprender una
determinada lengua. Es lo que se denom ina el p eriodo crítico.
Aunque para algunos podría empezar antes, la m ayoría de los investigadores
considera que el período crítico para la adquisición de la primera lengua se ex-
tiende desde el momento del nacim iento hasta la pubertad. Si, por cualquier m o-
tivo, un niño no adquiere el lenguaje durante este periodo, le será prácticamen-
te im posible adq uirirlo más adelante. R ecientem ente, debido a unas
circunstancias ciertam ente desgraciadas, hemos tenido la oportunidad de com -
probar lo que sucede cuando el período crítico transcurre en ausencia de los es-
tím ulos lingüísticos apropiados.

Genie
En 1970 una niña llamada «Genie» fue admitida en un hospital infantil de Los An-
geles. Tenía trece años y había pasado la mayor parte de su vida atada a una silla,
encerrada en una pequeña habitación. Su padre odiaba cualquier tipo de ruido y le
había pegado cada vez que había tratado de emitir un sonido. En la casa no había
radio ni televisión y su único contacto con otro ser humano era el que mantenía
con su madre, quien tenía prohibido pasar más de unos pocos minutos al día con
ella, y que se ocupaba en alimentarla. Genie había pasado toda su vida en un es-
tado de privación física, sensorial, social y emocional casi completa.
Tal y como se podía esperar, Genie no era capaz de usar el lenguaje cuando in-
gresó en el hospital. Sin embargo, en muy poco tiempo empezó a responder a las
palabras que le dirigían las personas con las que se relacionaba e intentó imitar sus
sonidos y comunicarse con ellas. Su sintaxis siguió siendo muy simple, pero el he-
cho de que lograra desarrollar una cierta capacidad para hablar y de que lograse
comprender un gran número de palabras inglesas puede considerarse como una
prueba en contra de la hipótesis de que el lenguaje no puede ser adquirido en ab-
soluto después del periodo crítico. Sin embargo, el hecho, asimismo, de que Ge-
El lenguaje y el cerebro 171

nie manifestara una menor capacidad a la hora de construir un discurso gramati-


calmente complejo parece corroborar la idea de que hay una parte del hemisferio
izquierdo del cerebro que únicamente está preparada para aceptar un programa
lingüístico durante la infancia y de que si no se le suministra dicho programa,
como sucedió en el caso de Genie, la capacidad lingüística se bloquea.
En el caso de Genie se pudo demostrar, gracias a diferentes pruebas, que su ca-
pacidad para el lenguaje no radicaba en el hemisferio izquierdo. Cabe preguntar-
se, en consecuencia, cómo fue capaz de com enzar a aprender el inglés, incluso en
la forma tan limitada en que lo hizo. Las pruebas a las que se la sometió parecían
indicar también otro hecho notable, a saber, que Genie estaba utilizando el hemis-
ferio derecho de su cerebro para controlar todas las funciones relacionadas con el
lenguaje. En pruebas de escucha dicótica, mostró una ventaja del oído izquierdo
particularmente manifiesta, tanto para las señales lingüísticas como para las no
lingüísticas. Estos descubrimientos, corroborados, asimismo, por otros estudios
acerca de la función del hemisferio cerebral derecho, plantean la posibilidad de
que nuestra capacidad para el lenguaje no se encuentre restringida únicamente a
una o dos áreas específicas del cerebro, sino que se base en conexiones más com-
plejas que abarquen la totalidad del mismo.
Por lo demás, conforme Genie fue desarrollando el lenguaje, se vio que pasa-
ba por muchos de los mismos «estadios» iniciales que se han observado en el pro-
ceso de adquisición del lenguaje por parte de los niños normales. En el capítulo
siguiente veremos cuáles son esos estadios.

■ Ejercicios
1. ¿Cuál es la denominación por la que se conoce habitualmente la zona posterior
del córtex del habla?

2. Si decimos «gira a la izquierda en la redonda» en lugar de «gira a la izquierda


en la rotonda», ¿estaríam os ante un espunerismo o ante un malapropismo?

3. ¿Qué es una afasia?

4. ¿Qué tipo de afasia se caracteriza por un discurso como el siguiente: hablar...


dos veces...leer escu... esca, cri, bir, ir, escribir...?

5.¿Qué ocurre en una prueba de escucha dicótica?

6. ¿En qué consiste el denominado período crítico?

7. ¿Cuáles son los nombres que normalmente reciben los cuatro componentes del ce-
rebro que se cree que pueden estar relacionados con las funciones del lenguaje?

8. ¿Qué especializaciones cerebrales se han descubierto en lo concerniente al re-


conocimiento de los diferentes tipos de sonidos (en la mayoría de las perso-
nas)?

9. ¿Por qué razón el caso de Genie es tan notable con respecto a las hipótesis acer-
ca de la especialización lingüística de las áreas del cerebro humano?
El lenguaje

Tareas de investigación
A. ¿A qué se hace referencia exactamente cuando se alude al «efecto bañera» (en in-
glés «bathtub effect») a la hora de describir las características de algunos errores
del habla? ¿Crees que algunos de los ejemplos de errores del habla que aparecen
en este capítulo podrían constituir también ejemplos de este tipo de efecto?

B. ¿Cuál es la característica más relevante de la afasia de jerga? Este tipo de afa-


sia, ¿se encuentra asociada a la afasia de Broca o a la de Wernicke?

C. ¿En qué consiste el paragramatismo?

D. ¿De qué manera contribuyen las técnicas de «imagen cerebral», como el TAC
(tomografía axial computerizada) o la TEP (tomografía por emisión de positro-
nes) al estudio de las relaciones entre el cerebro y el lenguaje?

Temas/proyectos de discusión
I. Se hizo leer a un afásico las palabras que figuran en la columna de la izquierda.
El enfermo pronunció en voz alta lo que se recoge en la columna de la derecha.

comercio - «negocios»
albaricoque - «melocotón»
montura - «estribo»
victoria - «triunfo»
binoculares - «telescopio»
aplauso - «audiencia»
elemento - «sustancia»
anécdota - «narrador»

(i) ¿Es posible encontrar algún patrón regular en los errores cometidos por el pa-
ciente?
(ii) ¿Nos proporciona este tipo de fenómenos algún indicio acerca de la forma en
que almacenamos las palabras en el cerebro?

(Para obtener información básica sobre esta cuestión puedes consultar el volu-
men de Allport, 1983, de donde proceden los ejemplos anteriores).

II. La historia de Genie está llena de episodios interesantes. El siguiente extracto


procede de Rymer, 1993, quien cita a Susan Curtiss, una lingüista que estudió
de cerca su caso.

Genie era la comunicadora no verbal más capaz que me he encontrado nunca,


—me dijo C u r t i s s E l ejemplo más evidente de ello que recuerdo es el siguien-
te: debido a la particular obsesión que manifestaba al respecto, se fijaba y co-
diciaba cualquier cosa de plástico que tuviera una persona. Un día estábamos
paseando, creo que por Hollywood. Yo parecería seguramente una idiota, pues-
to que iba haciendo signos operativos para tratar de que ella se relajara un
poco, ya que siempre estaba en tensión. Llegamos a la esquina de un cruce muy
transitado y el semáforo se puso en rojo, por lo que tuvimos que pararnos. De
repente, oí el sonido (es un sonido único) de alguien vaciando un monedero. Se
El lenguaje y el cerebro 173

trataba de una mujer que conducía uno de los coches que había parado en el
cruce. La mujer había vaciado su monedero, había salido del coche y había
atravesado corriendo la calle para darle el monedero a Genie y volver corrien-
do al coche. Un monedero de plástico. Genie no había dicho una palabra.

¿Qué explicación le darías a este suceso?


(Para obtener información básica sobre esta cuestión puedes consultar el capí-
tulo 17 de Rymer, 1993.)

III. Se ha afirmado que en el caso de los malapropismos existe un patrón de si-


militud de sonidos entre la palabra errónea y la correcta. A continuación se
enumeran algunos ejem plos de malapropismos en inglés, tomados de Fay y
Cutler (1977), los cuales se han utilizado para corroborar una afirmación
como la anterior.

Error Palabra correcta


below («abajo») before («antes»)
emanate («emanar») emulate («emular»)
photogenic («fotogénico») photographic («fotográfico»)
conclusión («conclusión») confusion («confusión»)
single («sencillo») signal («señal»)
musician («músico») magician («mago»)
technology («tecnología») terminology («terminología»)
equivocal («ambiguo») equivalent («equivalente»)
participate («participar») precipítate («precipitar»)
area («área») error («error»)
radio («radio») radiator («radiador»)
apartment («apartamento») appointment («cita»)

(i) ¿Podrías identificar las características similares (por ejemplo, sonido inicial,
número de sílabas, sonido final, etc.) que tienen en común estos pares de for-
mas erróneas y palabras correctas?

(ii) ¿Existe alguna discrepancia?

IV. A continuación se presentan dos ejemplos de discursos producidos por hablan-


tes de castellano. Trata de identificar los errores que contiene cada uno de ellos.

(i) A mi mujer, bueno, le tuvieron que hacer la innecesaria y le sacaron el féretro


muerto.

(ii) Bueno, estaba buscando un piado tonto, oh no, ¿un qué? Quiero decir un pla-
to hondo, ¿qué es lo que he dicho? Qué raro, ¿no?
¿Cuál es su causa?

V. Los siguientes fragmentos discursivos fueron producidos por hablantes agrupa-


dos por diferentes tipos de afasia. ¿Podrías indicar razonadamente el tipo de
afasia que sufría cada uno de ellos?
El lenguaje

(i) nido... niño, no niña... hombre... no, niño... y chica... oh dios... armario... niño,
caer... bote... galletas... cabeza... cara... ventana...

(ii) bueno, es un... es un lugar, y es una... chica y un chico, y tienen evidentemen-


te algo que se hace, algo... algo... hecho... sólo está empezando.

(iii) Creo que tengo decir esto poco despacio. Lo siento mucho. He olvidado lo
que son estas cosas. Ella, ella quería empezar, hacer algo para, eh, ella quería
hacerse un vestido.

Lecturas adicionales
Introducciones alternativas al análisis de las relaciones entre el lenguaje y el cere-
bro, también de carácter breve, son, por ejemplo, el capítulo 2 de Fromkin et al.
(2003) o el capítulo 14 de O ’Grady et al. (2005). Un libro de texto de naturaleza
igualmente introductoria es el de Obler y Gjerlow (1998). Otros libros de texto son
los de Caplan (1987, 1996) y Lesser y Milroy (1993). El manual de Stremmer y
Whitaker (1998) constituye una revisión exhaustiva de todo lo relativo a la neuro-
lingüística. Acerca específicamente del caso de Phineas Gage puede consultarse a
Damasio (1994), mientras que en lo concerniente a las partes que constituyen el ce-
rebro puede leerse el volumen de Springer y Deutsch (1997). Sobre la afasia, véa-
se Goodglass (1993), y sobre las técnicas de imagen cerebral, véase Posner y
Raichle (1994). Para lo relativo a los lapsus linguae, véase Cutler (1982) o Poulis-
se (1999); para los lapsus de oído, véase Bond (1999). El artículo de Buckingham
(1992) supone una conexión entre la investigación acerca de los lapsus y la que se
viene realizando sobre la afasia. El trabajo original acerca del período crítico y la
lateralización está recogido en Lenneberg (1967), mientras que para lo concernien-
te a la escucha dicótica, véase Kimura (1973). Para obtener información adicional
acerca del caso de Genie puede leerse a Curtiss (1977) o a Rymer (1993).

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