3 - Antecedentes Historicos

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Antecedentes históricos

La historia de la medicina y del control de infecciones ha podido ser escrita a partir de


diferentes hallazgos y descubrimientos que permitieron demostrar que todos los pueblos del
mundo, de un modo u otro, se esforzaron en encontrar explicaciones a la enfermedad y en
descubrir nuevos métodos con los cuales combatirla. En muchas culturas del mundo, incluyendo
las precolombinas en América, estos métodos carecían de base científica y la salud o la
enfermedad se discutían y trataban bajo un enfoque meramente religioso y mágico. El poder de
curar era ejercido por brujos, magos y sacerdotes.
En papiros egipcios escritos en el 1700 a.C. ya se describen enfermedades, técnicas
quirúrgicas y tratamientos de asepsia y desinfección. Cerca del 2850 a.C. se destacó Imhotep.
Fue escriba, arquitecto, astrónomo y mago. Se dedicaba también a ejercer la medicina junto
con el arte de la magia, extrayendo de las plantas todas las medicinas que usaba. Diagnosticó y
trató cerca de 200 enfermedades. Describió las posiciones y funciones de todos los órganos
vitales incluyendo el sistema de circulación de la sangre. También incursionó en la cirugía y
algunas prácticas odontológicas. El mayor aporte de los egipcios fue la extrema importancia que
daban a la higiene corporal y al cuidado de la piel. Usaban una gran variedad de hierbas
aromáticas y resinas especiales.
También el baño y los masajes formaron parte de la medicina practicada por los pueblos de la
Mesopotamia, según se desprende de escritos que aún se conservan y que tienen más de
5000 años de antigüedad. Se han encontrado pinturas en vasijas que señalan duchas
comunitarias y que datan del año 600 a.C.
Los chinos señalaban que el espíritu poseía dos elementos, el bien y el mal y que su equilibrio
o desequilibrio inducía a la salud o enfermedad de las personas. Escribieron variados tratados
de medicina en los que se describían enfermedades, tratamientos y acción de los diferentes
fármacos que empleaban. El emperador Shen Nung (cerca del 2800 a. C.) experimentaba con
venenos y plantas medicinales. Llegó a clasificar unas 365 plantas medicinales.
Los hindúes creían que las enfermedades tenían su origen en la magia y los demonios. Usaban
diferentes medicinas fabricadas en base a hierbas, las que eran administradas simultáneamente
con la invocación a los dioses. Fueron pioneros en la realización de algunas cirugías
(rinoplastias, cataratas). Uno de estos pioneros fue Susruta (cerca del 600 a.C.), quien realizó
descripciones de prácticas quirúrgicas (“Susruta Samhita”) y una enciclopedia para el
aprendizaje de la medicina. En sus escritos resaltaba la importancia de la antisepsia de las
heridas. Los hindúes también describieron en detalle la tuberculosis y su evolución clínica.
En Grecia, Hipócrates (460 – 377 a.C.) estudió e intentó establecer la verdad científica de
muchos conocimientos empíricos que, destinados a prevenir las infecciones, se transmitían
oralmente. Hipócrates fue uno de los primeros médicos en dar importancia a la dieta en la
curación de los enfermos. Se ocupó del manejo especial y cuidadoso de las heridas señalando
que “el agua para irrigarlas debía ser muy pura o estar hervida” y que “tanto las manos como
las uñas de los operadores tenían que estar muy higienizadas”. Los esclavos atenienses,
Asclepio y Esculapio, trabajaron a favor del saneamiento ambiental controlando el agua de
consumo y la higiene general de la ciudad. Galeno (130 – 200 a.C.) desarrolló métodos
tendientes a lograr la cicatrización de las heridas de los contendientes de guerra evitando la
supuración.
Los romanos tomaron muchos de los conocimientos griegos y perfeccionaron los métodos
relacionados con el saneamiento ambiental. Crearon redes de acueductos que cruzaban la
ciudad, establecieron los primeros hospitales de campaña e implantaron los baños públicos
dentro de un ambiente social. Ejemplo de ello, son las Termas de Caracalla en Roma (217 a.C.)
que aún se conservan y que se utilizaban para fomentar el baño como parte de un grupo de
actividades sociales. Alojaban cerca de 1600 bañistas y además de termas, contaban con
piscinas, bibliotecas, gimnasio y tiendas. Celso, médico romano, describió en el primer siglo de
nuestra era, los signos de la inflamación: hinchazón, dolor, calor y enrojecimiento o rubor
(Tétrada de Celso).
Durante los siglos IX y X d.C., la medicina árabe alcanzó su máximo apogeo. Se destacaron
los médicos Avicenna (980 a 1037 d. C.) y Al Rhazi (865 a 923 d.C.). A este último se le
adjudica el descubrimiento del alcohol como antiséptico y el primer tratado médico de pediatría.
Los árabes escribieron también tratados acerca de la viruela y el sarampión y una obra de 25
volúmenes denominada “Contenido de la Medicina”.

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En el siglo XIV, en Europa, la epidemia llamada “Muerte Negra”, diezmó a la tercera parte de
la población. Para esa época, la medicina europea convivía con creencias mágicas y religiosas
que ponían el poder de la enfermedad o la salud en manos de espíritus. Durante la epidemia
de Peste que asoló Marsella en 1656, el personal que tenía a cargo la atención de los
pacientes, debía utilizar una vestimenta especial diseñada por el Dr. Charles Delorme, médico
de la corte del rey Luis XIII. Usaban una túnica larga y debían circular por la vía pública
provistos de un bastón blanco. Se colocaban una máscara que terminaba con forma de “pico” y
en el que se depositaban hierbas aromáticas a fin de evitar verse afectados por los olores
fétidos que se desprendían de los bubones de los afectados por la peste. Se creía que el humo
prevenía los contagios y en base a ello, los sepultureros adoptaron la costumbre de fumar pipa
durante los entierros.
El aislamiento de enfermos portadores de enfermedades que se creían altamente transmisibles
se evidencia en Europa con la creación de los Lazaretos y la segregación de los pacientes que
se ubicaban en las afueras de las ciudades. Ejemplo típico fue la lepra en la Edad Media. Los
enfermos no solo eran obligados a vivir fuera de las ciudades sino que también debían vestirse
de gris (usaban una vestimenta especial denominada hopa) y anunciar su paso mediante ruidos
provenientes de campanillas o matracas.
La importancia del agua potable en las ciudades se hizo evidente en las diferentes epidemias de
cólera que asolaron Europa y el mundo. Los estudios que se realizaban demostraban que el
número de casos era escaso en aquellas ciudades dotadas de agua potable y sistema de
cloacas.
A pesar del constante intento de llevar agua limpia a las ciudades, el primero en lograrlo con
éxito fue John Gibb en 1804, en la ciudad de Paidey, Escocia. Hacía fluir el agua de lluvia a
través de filtros de arena, grava y piedras de diferente tamaño que retenían las impurezas.
Galileo Galilei inventó un termoscopio (fines del 1500) con el que se podía medir la
temperatura corporal. Santorio Sanctorius, inventó más tarde un termoscopio con escala
graduada (primer termómetro que se menciona en la historia de la medicina). El uso de la
hidroterapia como método para disminuir la temperatura corporal fue introducido por James
Curie, en Liverpool (1756 – 1805).
En 1546, el químico Fracastoro se refiere por primera vez, al citar las formas de contagio de
diferentes enfermedades en su libro “De contagione o contagiosis morbis”, a los gérmenes
como agentes causales. Lamentablemente, su obra fue ignorada. El descubrimiento del
microscopio interviene en forma directa, al permitir visualizar los microorganismos. Su
hallazgo se atribuye a Antonio Van Leeuwenhoek (1632 – 1723), quien se raspa una caries
y logra detectar la presencia de los microorganismos (a quienes denomina “miserables
bestezuelas”) con la ayuda del microscopio de su invención. Su trabajo de investigación al
respecto es aceptado por la Real Sociedad de Ciencias de Londres y el uso del microscopio
comenzó a generalizarse.
Entre los médicos más destacables de esa época, puede citarse al cirujano William Harvey
(1578 – 1657) quien además de definir el sistema circulatorio aporta una importante solución a
la Marina Mercante Británica al recomendar el uso de limones para combatir al escorbuto. Más
tarde, otro cirujano naval, James Lind (1716 – 1794), realiza en 1747, una investigación
clínica con los afectados por escorbuto utilizando diferentes terapias y concluyendo que el
grupo de pacientes tratado con el jugo de dos naranjas y un limón diarios se había restablecido
completamente. Sir Christopher Wren (1632 – 1723) describió por primera vez la estructura
anatómica del cerebro. También diseño muchos instrumentos médicos y quirúrgicos y las
primeras agujas para uso intravenoso. Con estas agujas se realizaron las primeras transfusiones
de sangre en seres humanos (efectuadas por Richard Lower y Edmund King en 1667).
Las primeras citas bibliográficas de infecciones hospitalarias (IH) se remontan al Hotel Diú de
París. Este hospital se construyó a orillas del río Sena, para aprovechar el agua del mismo y a
su vez usarlo como alcantarilla. Se construyó en el siglo VII y se reconstruyó en el siglo XVIII.
Su capacidad era de 1000 camas, pero siempre albergó entre 2000 y 3000 pacientes, lo que
indica la presencia de 2 a 3 pacientes ubicados en una misma cama. Se describió la ocurrencia
de más de 7000 epidemias. La tasa de mortalidad seguida de amputación era del 60 %. En
1746, en la Sala de Maternidad, que se inundaba cada vez que el Sena crecía, murieron 19 de
las 20 pacientes internadas.
Una epidemia de cólera en Londres fue descrita y estudiada por el epidemiólogo y cirujano
John Snow (1803 – 1858) realizando cerca de 70 mapas con las zonas afectadas de la ciudad.
Para poder controlar la epidemia, Snow destruyó en forma personal, el grifo de una fuente de

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agua que consideraba contaminada con vibrión colérico. De ese modo evitó, al no poder
extraer el agua de esa fuente, que la población londinense se siguiera contagiando.
Recién en el siglo XIX, la obra del médico obstetra de origen húngaro, Ignacio Felipe
Semmelweis (1818 – 1865) en relación con la importancia del lavado de manos, marca
el antes y el después en la historia del control de las IH. Semmelweis detectó en 1846, en la
Primera Clínica de la Universidad de Viena, que la mortalidad por fiebre puerperal alcanzaba al
11,5 % de las pacientes hospitalizadas, mientras que en la Segunda Clínica ese porcentaje era
del 2,7 %. También resultaban más bajos los índices de mortalidad para las mujeres que tenían
su parto en el hogar. Semmelweis pone en práctica, sin éxito, diferentes medidas empíricas
destinadas a controlar ese problema. Su amigo, el patólogo forense, Jacob Kolletscha, se
accidenta en la sala de necropsias con un bisturí con el que había realizado la autopsia de una
paciente fallecida de fiebre puerperal (primer accidente laboral registrado en la historia de la
medicina). A los pocos días, Kolletscha fallece presentando la misma sintomatología. Asociando
este hecho, Semmelweis observa que tanto médicos como estudiantes de medicina, iniciaban
sus tareas en la sala de necropsias y en segundo término, concurrían a atender a las pacientes
hospitalizadas. Semmelweis postula entonces que la fiebre puerperal era transmitida por las
“partículas cadavéricas” transportadas por las manos de médicos y estudiantes que, desde la
sala de necropsias las introducían en las pacientes que atendían. En cambio, en la Segunda
Clínica, la atención estaba en manos de parteras que no tenían otra tarea y no concurrían a la
sala de necropsias. Obliga entonces a médicos y estudiantes a lavarse las manos después de
abandonar la sala de necropsias con agua, jabón y una solución de cloruro de sodio. Solo
después de este procedimiento permitía que examinaran a las pacientes. Estas exigencias
fueron muy mal aceptadas (el rol de la antisepsia se valoraría 20 años más tarde), pero el
número de muertes por fiebre puerperal después de introducido el lavado de manos, disminuyó
en julio de ese mismo año a 1,2 %. Analizando su descubrimiento y los métodos que utilizó
para probarlo, podemos decir que Semmelweis no sólo fue un adelantado en el control de las
IH sino también el primero en utilizar la epidemiología descriptiva y analítica. Pudo
describir un brote de IH, estudiarlo, formular una hipótesis, probarla, diseñar medidas de
control (lavado de manos), ponerlas en práctica y evaluar su eficiencia.
La doctrina de Semmelweis se adelantó dos décadas a su época, ya que más tarde Luis
Pasteur (1822 – 1895) demostraría que la infección era diseminada por microorganismos que
se multiplicaban y se transmitían de persona a persona. Luis Pasteur señaló al Streptococcus
pyogenes como el agente causal de la sepsis puerperal. Más tarde introdujo las primeras
vacunas (para ántrax y rabia).
Robert Koch (1843 – 1910) utiliza por primera vez una Placa de Petri junto con agar sangre
para cultivar bacterias. De esta forma descubre el Mycobacterium tuberculosis. En 1872
describe la infección por ántrax y señala al agua contaminada como el origen de muchas
epidemias.
Emil von Behring (1854 – 1917) descubre los anticuerpos y es el primero en usar la
inmunización pasiva (antitoxina diftérica).
Durante la guerra de Crimea (1845), la enfermera inglesa Florence Nightingale (1820 –
1910) organizó un servicio de desinfección (hacía hervir las vendas entre usos), instaló
lavanderías, mejoró la alimentación de los pacientes, separó en diferentes tiendas de campaña
a los que padecían enfermedades infecciosas, incluyendo las heridas de guerra infectadas y
estableció la práctica del lavado de manos. Estas medidas redujeron la mortalidad de un 42 a
un 20 % e hicieron disminuir las infecciones digestivas, respiratorias y de heridas. Florence
Nightingale fue pionera en la vigilancia epidemiológica de las IH. Determinó tasas de
mortalidad y de infección utilizando como denominador el número de admisiones y el número
de egresos. Sus trabajos estadísticos al respecto, le valieron el ingreso a la Real Sociedad de
Estadísticas de Londres y a la Sociedad Americana de Estadísticas.
El cirujano Joseph Lister inspirado por los trabajos de Luis Pasteur acerca de la “putrefacción”
y “tumefacción” de las heridas, utilizó en 1865 por primera vez el ácido fénico o ácido carbólico
para tratar las heridas de pacientes con fracturas expuestas. También lo utilizó en la
desinfección del ambiente y el instrumental quirúrgico. Lister publicó sus trabajos en 1867. El
iodo ya había sido descubierto en 1811 por un salitrero, Bernardo Courtois, pero su
introducción en el ambiente hospitalario se llevó a cabo muchos años más tarde.
La aparición de aparatos capaces de producir la muerte bacteriana por calor marcó los
comienzos de un nuevo concepto de asepsia: la esterilización. En 1879, Pasteur propuso la
eliminación de los microorganismos por calor. Inspirados en el “Digestor de Papiri” usado

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entre 1647 y 1712, Robert Koch y colaboradores, diseñaron en Berlín, en 1881, el primer
esterilizador a vapor.
Otro hecho destacable en el control de las IH ha sido el uso de guantes estériles para los
procedimientos quirúrgicos. El primero en usar guantes de látex (1889) fue Halstead, un
cirujano estadounidense del John Hopkins Hospital. Se los hizo diseñar con el propósito de
evitar tener que lavarse las manos repetidas veces. Recién en 1910 se comenzó a utilizar
vestimenta quirúrgica completa en algunos tipos de cirugía.
En 1928, Alexander Fleming con el descubrimiento casual de la Penicilina marca el inicio de
Era Antibiótica. El uso de la penicilina, sin embargo, fue aceptado recién once años más
tarde, cuando se la empleó con éxito en la Segunda Guerra Mundial. En 1935 se introdujeron
las sulfonamidas para el tratamiento de infecciones causadas por estreptococos y estafilococos.
En 1950, en hospitales de Europa y de los Estados Unidos, se reportaron en pacientes
pediátricos y en heridas quirúrgicas, las primeras epidemias intrahospitalarias por
estafilococos. En 1960, R.E.O. Williams publica “Hospital Infection”, en el que se detallan
una gran variedad de IH.
El éxito inicial de los primeros antibióticos parecía haber reducido la IH a un problema del
pasado, pero los mecanismos de resistencia generados por diversos microorganismos, y el uso
muchas veces inadecuado de los antibióticos, generaron una presión selectiva sobre los
mismos. Actualmente, el fenómeno de la resistencia bacteriana constituye uno de los
problemas más importantes para el control de las IH y promueve actividades destinadas a
lograr el uso racional de antibióticos.
En 1968, el CDC (Centro para el Control de Enfermedades, Atlanta, Georgia, USA), consciente
del creciente problema que representaban las IH, realiza el Primer Curso de Vigilancia
Epidemiológica, Prevención y Control. La Comisión Americana para la Acreditación
de Hospitales, establece en 1969 que los hospitales deben contar con Programas de
Control de las IH como requisito indispensable para otorgarles su acreditación para funcionar.
En 1972, la APIC, Asociación de Profesionales en Control de Infecciones y Epidemiología, en
Estados Unidos, realiza cursos de entrenamiento para personas que quieran practicar el
control de infecciones y otorga, en 1983, certificaciones a través de exámenes. El 94 % de los
practicantes en control de infecciones en Estados Unidos eran enfermeros.
En relación con la formación de recursos humanos dedicados al control de las IH en la
Argentina, cabe destacar la labor pionera del Dr. Daniel Stamboulian, quien en 1979 realiza
el Primer Curso de Control de Infecciones, en el Sanatorio Güemes de Buenos Aires. En
1986, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, realiza un curso de similares
características y en 1999, ADECI (Asociación Argentina de Enfermeros en Control de
Infecciones) realiza su primer curso de formación en la especialidad.
Hoy nos encontramos en la Era Científico – Tecnológica y nos permitimos realizar prácticas
cada vez más complejas (cirugías, transplante de órganos) con un mínimo riesgo de infección.
Simultáneamente nos encontramos en la Era de la Medicina Basada en Evidencias que
obliga al constante análisis del costo – beneficio de cada una de las medidas de control de
infecciones que se decida implementar.

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