Texto de Camino en PP 53-53-66
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Federico Camino
La pregunta ¿por qué leer a Descartes hoy? supone una respuesta afirmativa
a la pregunta previa de si hay o no que leer a Descartes hoy. Pero, ¿cómo
puedo saberlo? Si asumo con toda seriedad la pregunta, el único que puede
contestarla es Descartes mismo. La incertidumbre inicial, leerlo o no, solo
puede ser resuelta mediante razones que surgen del pensamiento de Des-
cartes. Nos encontramos en la situación de que para saber si hay o no que
leer a Descartes, necesariamente tenemos que leerlo.
Sin embargo, no parece obvio que haya en absoluto que leerlo. El mismo
Descartes no recomienda su lectura a todos sino a los que pueden pensar
pacientemente y por sí mismos.1 En 1662, doce años después de su muer-
te, sus obras son condenadas por la Congregación del Índice de los libros
prohibidos del Tribunal del Santo Oficio de la Iglesia Católica y aún hoy
no son pocos los que consideran a Descartes como el origen de los ateísmos
modernos.
¿Por qué leer a Descartes hoy? Schelling, en sus lecciones de Munich
«Contribución a la historia de la filosofía moderna», dictadas entre 1827
y 1834, habla de la gigantesca tarea asignada a la filosofía moderna por
Descartes: devolverle a la filosofía su carácter de ser «una ciencia donde
se comienza absolutamente por el comienzo» (die schlechterdings von vorn
1
Cf. Descartes, René, Discours de la méthode, en: Oeuvres de Descartes publiées par
Charles Adam & Paul Tannery, XI tomos, París: Librairie Philosophique J. Vrin, 1965,
tomo VI, p. 15 (en adelante A.T.).
Federico Camino
2
Schelling, Friedrich, Zur Geschichte der neueren Philosophie. Münchener Vorlesungen,
Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1959, p. 9.
3
Hegel, G.W.F., Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie, en: Werke in zwanzig
Bände, Frankfurt: Suhrkamp Verlag, 1971, tomo XX, p. 120.
4
Cf. Platón, Teeteto, 155d1-5; cf. Aristóteles, Metafísica, I, 2, 982 b11-20.
5
En algunos casos se preferirá el original latino y en otros la traducción del Duque de
Luynes revisada por Descartes.
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de todas las opiniones»6 en las cuales hasta ese momento se ha creído y em-
pezar enteramente de nuevo, desde los fundamentos?, ¿qué presupone la
duda y por qué ella es el primer momento de la empresa de fundamenta-
ción? Las Reglas para la dirección del espíritu nos dan algunas respuestas.
En primer lugar, Descartes posee dos ciencias: la aritmética y la geome-
tría, disciplinas exentas de todo vicio de falsedad o incertidumbre7 cuyo
estudio lo conducirá a postular una matemática universal (mathesis uni-
versalis)8 capaz de explicar todo aquello que es posible investigar «acerca
del orden y la medida sin aplicación a ninguna materia especial».9 Esta
ciencia, que será el modelo e ideal de toda ciencia y de todo saber cierto e
indudable, posee una estructura deductiva de fundamentos axiomáticos.
En segundo lugar, y mediante un análisis de la manera en que opera el
intelecto, básicamente en el ámbito de la matemática, establece Descartes
que los únicos actos del entendimiento capaces de llevarnos a la verdad sin
temor a errar son la intuición (intuitus) y la deducción (deductio).10 En ter-
cer lugar, la inmediatez de la verdad matemática y sus características permi-
tirán establecer un método cuyo primer y fundamental precepto será «no
recibir jamás ninguna cosa como verdadera que yo no la conociese como
tal, es decir de evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no
comprender en mis juicios nada más que lo que se presenta a mi espíritu
[à mon esprit] tan clara y tan distintamente que no tuviese ninguna ocasión
de ponerlo en duda [aucune occasion de le mettre en doute]».11
En la primera parte de la segunda Meditación se va descubriendo la
inconsistencia de la captación sensible al ser sometida a una razón metódi-
camente llevada por ella misma en la figura de la duda. Se pierde confianza
en el mundo percibido a medida en que se va afirmando la actitud crítica y
se van imponiendo los fueros de la razón. Así se explica el punto de partida
referido al problema del conocimiento y orientado por la búsqueda de una
6
A.T., tomo IX-1, p. 13 (Méditations metaphysiques).
7
Cf. ibid., tomo X, pp. 373ss (Regulae ad directionem ingenii).
8
Cf. ibid., tomo X, p. 378: «Mathesim universalem nominari».
9
Ibid.
10
Cf. ibid., tomo X, p. 368.
11
Ibid., tomo VI, p. 18; cf. ibid., tomo X, pp. 371-404.
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verdad que resista a la duda. «Todo lo que he admitido hasta ahora como
más verdadero y seguro lo he tomado de los sentidos o por los sentidos».12
Por lo primero entiende Descartes las creencias derivadas de la experiencia
sensorial personal y directa; por lo segundo, las creencias recibidas por la
tradición oral o escrita.
Descartes parte de la doble constatación del que percibe un mundo: la
captación sensible y su frecuente correlato de engaño que obliga a descon-
fiar de esos testimonios. Esto implica creer, en un primer momento, en la
existencia real fuera de mí de la cosa percibida tal como es percibida; y en
segundo lugar, en un momento siguiente, en la captación de la misma cosa
poseyendo características distintas no menos reales, pero que imposibilitan
el pronunciarse sobre la naturaleza de lo percibido. No se puede decidir
cuál de esas percepciones me presenta el objeto sensible tal como este es
realmente, o si ninguna permite acceder a la cosa percibida tal como ella es
en realidad. Esto supone afirmar, en todo caso, la existencia de algo fuera
de mí que es bien o mal percibido. Para que haya duda, es necesario tener
por lo menos dos13 apreciaciones sensibles distintas del mismo objeto sin
que se pueda afirmar como verdadera ninguna. Esa oscilación es la duda, el
reclamo alternativo de cada percepción de ser la verdadera sin que puedan
serlo las dos simultáneamente.14 Spinoza escribe que «la duda no es otra
cosa que la suspensión del ánimo [suspensio animi] ante una afirmación
o una negación que haría si no hubiese algo cuya ignorancia hace que el
conocimiento de la cosa de la que se trata [quo ignoto cognitio ejus rei] deba
ser imperfecto».15
12
Ibid., tomo IX-1, p. 14.
13
Dubium, dubitare (duo). Διαβáλλειν: separar, dividir, de donde viene diablo
(διáβολος), el que divide, el que desune, el que me arroja (βáλλειν) contra mí mismo.
Diabulus: el calumniador, el detractor, el espíritu maligno en el Nuevo Testamento (cf.
por ejemplo, Juan 8, 44; Mateo 4, 1; Mateo 13, 39).
14
Cf. Spinoza, Baruch, Tractatus de intellectus emendatione, en: Benedicti de Spinoza
opera, quotquot reperta sunt, editado por J. Van Vloten y J.P.N. Land, La Haya: Martinus
Nijhoff; reimpresión de la edición de 1914, tomo I, pp. 24-25.
15
Ibid., p. 25.
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«sed amentes sunt isti, nec minus ipse demens viderer, si quod ab iis exemplum ad
me transferrem» (ibid., tomo VII, p. 19). La traducción francesa dice: «[…] moins
extravagant […]» (ibid., tomo IX-1, p. 14).
19
Cf. ibid., tomo X, pp. 371-379.
20
Cf. ibid., tomo VII, p. 18 (ratio); cf. ibid., tomo IX-1, p. 14 (raison).
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definido de las cosas. Podemos también pensar, como ya se dijo, que Des-
cartes supone estar mentalmente sano porque de otra manera su proyecto
de fundamentación jamás lo hubiera tenido o hubiera sido rápidamente
interrumpido. Tal vez, la simple existencia de ese proyecto fundacional y
de lo que implica eran, de alguna manera, una garantía de salud mental,
aunque esto último no es tan seguro para el llamado sano entendimiento
humano.21 Recién con el descubrimiento de Dios como garante de la ver-
dad, podrá pensar Descartes que su implícita suposición de salud mental
era acertada.
El argumento del sueño, forma hiperbólica de la duda, nos mostrará que
no tenemos que ser dementes para tener percepciones claras a las cuales no
correspondan objetos exteriores a mí, lo cual significará que «no existen
indicios concluyentes ni señales lo bastante ciertas por medio de las cuales
pueda distinguir con nitidez la vigilia del sueño»,22 afirma Descartes. Que-
da así el mundo de la percepción sensible negado, ya que nunca sabré a
ciencia cierta cuándo estoy despierto y cuándo dormido, soñando.
¿Es el soñar el equivalente no patológico de la locura? No, pues hay una
diferencia grande ya que la demencia es la pérdida de la capacidad racional
en términos muy generales, lo que no sucede con el soñar. Sin embargo, así
como la locura, el sueño nos presenta nítidamente cosas que no existen. Tal
vez lo que pueda decirse es que, en un primer momento, constato que es a
partir de la vigilia que me refiero a lo soñado, para luego la vigilia misma
convertirse en la sospecha del soñar. ¿Puede Descartes realmente mantener
que no hay diferencia entre el soñar y el estar despierto?, ¿cómo es posible
luego establecer una diferencia?, ¿son concluyentes los argumentos que en
la sexta Meditación da Descartes para justificar la diferencia entre esos dos
estados?23 En realidad, lo que le interesa a Descartes es constatar que, aun-
que las condiciones de la percepción sensible sean óptimas tanto del lado
del objeto (nitidez, proximidad, claridad) como del sujeto (salud mental,
21
Cf. Kant, Immanuel, Prolegomena zu einer jeden künftigen Metaphysik die als Wissen-
schaft wird auftreten können, en: Kants Werke, Berlín: Walter de Gruyter & Co., 1968,
tomo IV, pp. 259-260 (Der gesunde Menschenverstand).
22
A.T., tomo IX-1, p. 15.
23
Cf. ibid., tomo IX-1, p. 71.
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24
Ibid., tomo IX-1, p. 14.
25
Cf. ibid.
26
Ibid., tomo VII, p. 19.
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27
Ibid.
28
Ibid., tomo VII, p. 20.
29
Ibid.
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En el original latino: «vetus opinio»; en la traducción francesa: «une certaine opinion»
(ibid., tomo VII, p. 21; ibid., tomo IX-1, p. 16).
31
Ibid., tomo VII, p. 21.
32
Ibid.
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será que yo sea tan imperfecto que me equivoque siempre [eo probabilius
erit me tan imperfectum esse ut semper fallar]».33 Dios, en este momento
de las Meditaciones, es solamente una antigua creencia que puede ser una
fábula.34 En todo caso una realidad contradictoria que no puede ser la
explicación del error.
Para ser engañado es suficiente postular la existencia de un ser solo supe-
rior a mí y de una gran perversión, es decir, un genio maligno35 poderoso
y engañador. ¿Cuál es la función del genio maligno y qué diferencia hay en
el alcance de la duda que posibilita la rápidamente desechada tesis del Dios
engañador y el de la hipótesis del genio maligno?
En relación al Dios engañador, había dicho Descartes que podía hacer
que él se equivocara siempre en la suma de dos más tres o al contar los
lados de un cuadrado, entre otras cosas.36
Respecto del genio maligno, escribe: «Pensaré que el cielo, el aire, la
tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las cosas exteriores que
vemos no son sino ilusiones y engaños [ne sont que des illusions et trompe-
ries] de los que se sirve para sorprender mi credulidad. Me consideraré a mí
mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, sin sangre, como falto de todo
sentido pero en la creencia falsa de tener todo eso».37
La radicalidad señalada por Descartes de la fuerza aniquiladora del Dios
engañador parece ser mayor que la del genio maligno, pero esa fuerza ha
sido rápidamente desechada y habría que preguntarse si con ella también la
duda respecto a las verdades matemáticas o estas también son impugnadas
33
Ibid.
34
Sin embargo, al introducir al genio maligno Descartes dirá que supondrá «[...] non
optimum Deum, fontem veritatis [...]» (ibid., tomo VII, p. 23). En la traducción francesa
se lee «[...] non point un vrai Dieu, qui est la souveraine source de verité [...]» (ibid.,
tomo IX-1, p. 17).
35
«un genium aliquem malignum» (ibid., tomo VII, p. 23) y «un certain mauvais génie»
(ibid., tomo IX-1, p. 17).
36
Cf. ibid., tomo VII, p. 21. En lo que respecta a dudar de las demostraciones matemáti-
cas y de aquellos principios que hasta ahora reputamos evidentes por sí mismos, Descartes
lo considera como posible en el § V de los Principia Philosophiae (cf. A.T., tomo VIII-1,
p. 7).
37
Ibid., tomo IX-1, pp. 17-18.
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38
Descartes escribe: «[...] sic sponte relabor in veteres opiniones [...]» (ibid., tomo VII,
p. 23).
39
Ibid.
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Cf. ibid., tomo IX-1, p. 19. Para la previa e irremediable positividad, cf. Aristóteles,
Metafísica, IV, 2, 1003b10 y Heidegger, Martin, Vom Wesen der Wahrheit, Frankfurt:
Vittorio Klosterman, 1954, pp. 6ss.
41
Cf. A.T., tomo IX-1, p. 19.
42
Ibid.
43
Ibid., tomo VII, p. 25.
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Cf. ibid., tomo VII, p. 25: «[...] Ego sum, ego existo, quoties a me profertur, vel mente
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