Importancia de La Oracion
Importancia de La Oracion
Importancia de La Oracion
Objetivo: Que la Oración en la vida de los Jóvenes crean en él, lo celebren y vivan de él
en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero
Oración Inicial
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía, Señor, tu Espíritu, que haga nueva todas las cosas.
Y renovaras la faz de la tierra.
Oh Dios, que llenas los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que guiados por el
mismo Espíritu sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo nuestro Señor.
2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos
y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la
oración, las sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del
corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si este está alejado de Dios, la expresión de la
oración es vana.
2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de
Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión
con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.
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2744 Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud
del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser “vida nuestra”, si nuestro corazón
está lejos de él?
FORMAS DE ORACION
HORACION VOCAL
La expresión “oración vocal” apunta a una oración que se expresa vocalmente, es decir, mediante
palabras articuladas o pronunciadas. Esta primera aproximación, aun siendo exacta, no va al fondo
del asunto. Pues, de una parte, todo dialogar interior, aunque pueda ser calificado como exclusiva
o predominantemente mental, hace referencia, en el ser humano, al lenguaje; y, en ocasiones, al
lenguaje articulado en voz alta, también en la intimidad de la propia estancia. De otra, hay que
afirmar que la oración vocal no es asunto sólo de palabras sino sobre todo de pensamiento y de
corazón. De ahí que sea más exacto sostener que la oración vocal es la que se hace utilizando
fórmulas preestablecidas tanto largas como breves (jaculatorias), bien tomadas de la Sagrada
Escritura (el Padrenuestro, el Avemaria...), bien recibidas de la tradición espiritual (el Señor mío
Jesucristo, el Veni Sancte Spiritus, la Salve, el Acordaos...).
Todo ello, como resulta obvio, con la condición de que las expresiones o formulas recitadas
vocalmente sean verdadera oración, es decir, que cumplan con el requisito de que quien las recita
lo haga no sólo con la boca sino con la mente y el corazón.
ORACION DE MEDITACION
La meditación puede desarrollarse de forma espontánea, con ocasión de los momentos de silencio
que acompañan o siguen a las celebraciones litúrgicas o a raíz de la lectura de algún texto bíblico o
de un pasaje autor espiritual. En otros momentos puede concretarse mediante la dedicación de
tiempos específicamente destinados a ello. En todo caso, es obvio que –especialmente en los
principios, pero no sólo entonces– implica esfuerzo, deseo de profundizar en el conocimiento de
Dios y de su voluntad, y en el empeño personal efectivo con vistas a la mejora de la vida cristiana.
En ese sentido, puede afirmarse que «la meditación es, sobre todo, una búsqueda» (Catecismo,
2705); si bien conviene añadir que se trata no de la búsqueda de algo, sino de Alguien.
LA ORACION CONTEMPLATIVA
El desarrollo de la experiencia cristiana, y, en ella y con ella, el de la oración, conducen a una
comunicación entre el creyente y Dios cada vez más continuada, más personal y más íntima. En
ese horizonte se sitúa la oración a la que el Catecismo califica de contemplativa, que es fruto de un
crecimiento en la vivencia teologal del que fluye un vivo sentido de la cercanía amorosa de Dios;
en consecuencia, el trato con Él se hace cada vez más directo, familiar y confiado, e incluso, más
allá de las palabras y del pensamiento reflejo, se llega a vivir de hecho en íntima comunión con Él.
CONTENIDOS DE LA ORACION
I. La bendición y la adoración
2626 La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios
con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración
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de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del
hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición.
2627 Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o bien la oración asciende llevada por
el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos
bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por
medio de Cristo, desciende de junto al Padre (es Él quien nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6.
13; Ef 6, 23-24).
2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador.
Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que
nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10) y el
silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre [...] mayor” (San Agustín, Enarratio in Psalmum
62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da
seguridad a nuestras súplicas.
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: “Oh
Dios ten compasión de este pecador” Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La
humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los
unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces “cuanto pidamos lo recibimos de Él” (1 Jn 3, 22).
Tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de
perdón.
2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la
misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es
la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés
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sino [...] el de los demás” (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (cf. San Esteban rogando
por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).
2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación (cf
Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio del
Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede también por las comunidades (cf 2 Ts
1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: “por todos los
hombres, por [...] todos los constituidos en autoridad” (1 Tm 2, 1), por los perseguidores (cf Rm
12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf Rm 10, 1).
V. La oración de alabanza
2639 La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le
canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es. Participa en la
bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria. Mediante
ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8,
16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La
alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término:
“un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros” (1 Co 8, 6).
2640 San Lucas menciona con frecuencia en su Evangelio la admiración y la alabanza ante las
maravillas de Cristo, y las subraya también respecto a las acciones del Espíritu Santo que son los
Hechos de los Apóstoles: la comunidad de Jerusalén (cf Hch 2, 47), el tullido curado por Pedro y
Juan (cf Hch 3, 9), la muchedumbre que glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los gentiles de
Pisidia que “se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor” (Hch 13, 48).