Hnas Alington 03 - Un Marques y Muchos Fantasmas

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UN MARQUÉS Y MUCHOS

FANTASMAS
© Un marqués y muchos fantasmas.
© Olympia Russell. M. Jiménez 2021
© Fotografía de la portada: Kathy Servian:
www.servianstockimages.com
Todos los derechos reservados.
Queda totalmente prohibida la reproducción total
o parcial de este libro de cualquier forma o por
cualquier medio sin permiso escrito de la
propietaria del copyright.
Esto es una obra de ficción. Cualquier parecido
con la realidad es mera coincidencia.
Capítulo 1

El canto del gallo le despertó, como todas las mañanas. Apenas


unos minutos antes, el sol había empezado a limpiar las tinieblas de
la noche y una luz, muy tenue aún, se colaba a través de las
ventanas del palacio.
Ese día Viola cumplía veintitrés años y sus hermanas habían
organizado una comida en su honor. Nada exagerado, a ninguna de
ellas le gustaban los grandes eventos (bueno, excepto a Katerina),
así que se iba tratar tan solo de una comida juntas. La novedad
frente al resto de los días era que iban a estar todas, las siete, algo
que no ocurría desde las pasadas navidades, y ya habían pasado
cuatro meses desde entonces.
Al mediodía llegarían Cassandra y su marido Michael, y un poco
más tarde lo harían Silvania, Aidan y su hijito Darren, que acababa
de cumplir nueve meses.
Desde que dos de sus hermanas se habían casado, eran pocas
las veces que coincidían todas juntas, así que ese solo hecho era ya
una fiesta y excepcional.
Lo cierto es que Viola estaba deseando volver a ver a Silvania y
Cassandra, pero, al mismo tiempo, lo que habían organizado le
abrumaba un poco.
Ella era especialmente sensible, la más sensible de todas de
hecho (muy seguida de la pequeña, India), y los grandes grupos le
alteraban un poco. Por eso, cuando todas se juntaban, con el
bullicio que creaban, charlando sin parar, discutiendo, riéndose y,
sobre todo, quitándose la palabra unas a otras, ella acababa
agotada.
Aunque el problema, en realidad, no eran sus hermanas, sino el
resto del bullicio que había siempre a su alrededor.
Un bullicio que solo ella podía escuchar.
Porque Viola vivía en un mundo diferente al resto. Diferente y
mucho más poblado que el del resto de los mortales.
Y esa última palabra, mortales, estaba muy bien escogida para
explicar lo que le ocurría, porque Viola no veía y escuchaba sólo a
sus hermanas y cuñados, a los criados y criadas y a los escasos
visitantes que acudían al palacio, sino que estaba siempre rodeada
de multitud de fantasmas.
Sí, fantasmas.
O seres sobrenaturales.
Fallecidos.
Ángeles…
A ella le daba igual el nombre que les pusieran, lo que tenía claro
era que no eran de este mundo.
Todo había comenzado al día siguiente de morir su madre,
cuando ella tenía seis años apenas. Hasta entonces había sido una
niña soñadora, más metida en su mundo que en el exterior, con “una
gran imaginación”, decía su padre siempre. Viola sospechaba que
su visión de seres del otro mundo ya existía desde siempre y que
esa “gran imaginación” eran ya sus visiones desde que había tenido
uso de razón, pero era cierto que se habían intensificado y
cambiado a partir de la muerte de su madre.
Cuando su madre estaba al final del embarazo de India, la que
iba a ser su séptima hermana, las cuatro mayores, que ya eran
conscientes de lo que ocurría, habían estado expectantes y
deseosas de conocer al nuevo hermanito (es lo que esperaban sus
padres y ellas: un varón por fín). Una noche de noviembre su madre
se había despedido de ella dándole un beso de buenas noches,
como hacía todos los días con cada una de sus hijas, y Viola se
había dormido feliz y despreocupada. Pero a las seis de la mañana
se había despertado de golpe y se había sentado sobre la cama,
alarmada, pero sin saber muy bien por qué.
Le había costado un minuto darse cuenta de lo que había
ocurrido: en la entrada de su habitación estaba su madre, con el
precioso camisón de noche aún puesto y su pelo, rubio, rizado y
sedoso, suelto.
Viola se calmó inmediatamente porque su madre le transmitía
siempre paz y sensación de protección. Además, le sonreía
abiertamente, como hacía casi siempre, ya que era una mujer dulce
y bondadosa y rara vez se enfadaba con ella.
Pero era extraño que estuviera allí esas horas, así que Viola, sin
alarmarse, pero intrigada, le preguntó:
—Mami, ¿qué haces aquí tan temprano?
Su madre sonrió ampliamente y le dijo:
—He venido a decirte que todo irá bien, cielito mio. Y ahora
duérmete de nuevo —y le mandó un beso con la mano desde la
distancia y cerró la puerta con cuidado.
Viola sonrió y envuelta en el ambiente protector que había dejado
su madre, volvió a dormirse.
Pero cuando un par de horas más tarde la doncella que se
ocupaba de ella vino a despertarla, descubrió la terrible realidad: su
madre había muerto durante el parto de su séptima hija, India, unos
minutos antes de las doce de la noche.
Vinieron unos meses oscuros de tristeza y lágrimas diarias. Las
niñas se tuvieron que hacer a la idea de la pérdida de la madre,
cada una reaccionó como pudo, pero fueron saliendo hacia
adelante.
Pero quien más cambió con la experiencia, al menos a ojos de
los demás, fue Viola.
—Yo ví a mamá a las seis de la mañana.
—No puede ser hija, te equivocas de hora o fue un sueño.
—No papá, ya estaba amaneciendo, y no fue un sueño, vino a
decirme que todo iría bien.
Esta conversación se repitió durante muchos meses entre padre
e hija, con sus hermanas como testigo, pero Viola no consiguió
convencer, ni al padre ni a sus hermanas, de lo que ella no tenía ni
una duda: que su madre se le había aparecido en espíritu para darle
un consuelo por su pérdida.
La explicación familiar a aquel fenómeno que Viola se empeñaba
en afirmar era la que daba el padre: equivocación con la hora o
sueño.
Su hermana Livia, que tomó el papel de la madre (no por
voluntad propia, sino por insistencia del padre, ya que era la
hermana mayor), era la más insistente con la versión paterna.
Añadía, además, que Viola siempre había sido muy sensible —
cierto— y fantasiosa —no tan cierto según la propia Viola. Y también
que la muerte de la madre no había hecho más que exacerbar
aquella sensibilidad y fantasía.
Al cabo de un tiempo, Viola dejó de hablarles del espíritu de la
madre, porque no se le volvió a aparecer, pero sí les habló de todos
los espíritus que empezaron a rodearle a diario, y que, a diferencia
del de la madre, no se dirigían a ella, sino que hablaban entre ellos,
pero ninguna de sus hermanas le creyó.
En cualquier caso, sus hermanas continuaron siendo cariñosas
con ella y no le dieron mucha importancia a aquella “rareza” suya,
así que con el paso de los años Viola se acostumbró a vivir rodeada
de fantasmas, pero a no hablar demasiado de ellos.
Y también a buscar la soledad, porque, aunque nadie la creyera,
los fantasmas existían, ella los veía y, lo más llamativo de todo, los
escuchaba constantemente.
Normalmente no se dirigían a ella, como había ocurrido con su
madre. Era como si ella hubiera logrado introducirse en su mundo
como espectadora, pero no tuviera la posibilidad de relacionarse con
ellos. Andaban a su alrededor y no paraban de hablar entre ellos,
pero a ella no le decían nada. En cualquier caso, los veía y los
escuchaba y aquel murmullo permanente se mezclaba con el de la
vida real y la algarabía en la que andaba envuelta era excesiva.
Esa era una de las razones por la que se levantaba siempre tan
temprano: le gustaba aprovechar las primeras horas de soledad y de
silencio de su vida real. Al amanecer sus hermanas aún dormían y
la mayoría de los criados también.
Siempre había algún fantasma a su alrededor, pero su murmullo
era mucho más soportable al ser el único que tenía que escuchar.
Y había otra razón también para levantarse tan temprano: que
podía acudir al lugar que más amaba en este mundo: la capilla del
palacio.
La capilla estaba situada en el lateral más alejado de la parte
principal del palacio y se accedía a ella tras un paseo por un
caminito encantador, al aire libre y rodeado de macizos de flores que
iban cambiando de color a medida que cambiaban las estaciones.
Para Viola, el mejor momento del día era cuando daba ese
pequeño paseo, de ida y vuelta, y el rato que pasaba en la capilla:
era lo más cercano que tenía a estar en soledad.
No sabía muy bien por qué, los fantasmas no entraban en la
capilla, y durante el paseo de ida y vuelta aparecían muchos menos
de lo habitual, uno o dos a lo sumo, así que ese paseo y la estancia
en la capilla se habían convertido en sus únicos momentos de casi
soledad.
Y eso, para una persona que jamás estaba sola, era casi vital.
En cualquier caso, sola del todo no estaba jamás, ya que la
capilla estaba todo el día cerrada excepto media hora, la que
duraban los oficios religiosos que celebraba todos los días el pastor
Adams, la única persona que tenía llaves para abrirla.
Se trataba de un anciano encantador (y un poco sordo) pastor de
la iglesia del pueblo más cercano, pero que se ocupaba también de
los oficios del palacio del Duque de Rochester, padre de Viola y
dueño de la propiedad.
Llevaba haciéndolo desde la época en la que vivía la Duquesa,
pero en aquella época había oficio solo los domingos, que era
cuando acudía toda la familia. Había sido Viola la que había
provocado que el anciano hiciera un oficio todos los días, a las siete
de la mañana, solo para ella, ya que sus hermanas continuaban
acudiendo solo los domingos..
Lo cierto es que el hombre sabía lo que le ocurría a la joven
Viola, pero no porque ella se lo hubiera contado. Había sido el padre
de Viola, el Duque de Rochester, quien había informado al pastor de
la peculiaridad de su hija (aunque el Duque estaba prácticamente
todo el año ausente, se preocupaba por sus hija y trataba de que
estuvieran protegidas siempre) y el pastor, que era anciano y sordo,
pero muy bondadoso, había decidido abrir la capilla para ella todos
los días.
Aquello había empezado diez años atrás, cuando Viola tenía
trece años, y desde entonces el hombre solo había fallado dos
veces: un día que cayó una nevada como nunca antes y otro día
que se había levantado indispuesto.
No solían hablar mucho. Cuando Viola llegaba, él ya estaba
dentro de la capilla, ella entraba, le sonreía, se sentaba y escuchaba
el oficio.
Luego, al terminar, se acercaba donde el anciano, y le saludaba y
ahí es donde el hombre le preguntaba qué tal estaba. Ella siempre
contestaba que bien, él sonreía, le decía “me alegro, jovencita” y
eso era todo.
Pero para Viola era como un oasis de paz. Media hora en la que
solo escuchaba una única voz y durante algunos ratos, cuando el
pastor callaba, nada.
Los únicos momentos de silencio durante toda su vida.
Aquel día, mientras se acercaba a la capilla, hizo una
recopilación de aquellos diez años: su cumpleaños le ponía siempre
un poco nostálgica. Pensó también que el pastor, si la vida seguía
su curso natural, moriría antes que ella y entonces acabarían
aquello momentos de tranquilidad. Y se empezó a angustiar un
poco. Pero enseguida paró esos pensamientos y se dijo que el
hombre gozaba de muy buena salud y aún faltaba tiempo para que
aquello ocurriera.
Así que abrió la puerta con un poco más energía de lo habitual:
después de lo que acababa de pensar, estaba deseando ver al
pastor.
Así que la sorpresa fue mayúscula.
Porque el pastor no estaba y, en su lugar, se encontró de frente
con el hombre más apuesto que había visto en su vida.
Capítulo 2

Tenia los ojos negros, al igual que el pelo, que llevaba muy corto.
La piel, bronceada, como si pasara mucho tiempo al aire libre, o
como si tuviera ancestros meridionales. Era muy alto y tenía los
hombros anchos y unos brazos fuertes, hechos para proteger.
Para protegerla.
Este último pensamiento hizo que Viola se asombrara aún más.
Jamás había pensado nada parecido acerca de ningún hombre, y
había varios en su vida que podían encajar en una idea así: su
propio padre o Lord Atkinson, el hombre al que su padre le había
encargado vigilarlas.
Pero lo más asombroso de todo era que aquel hombre en
concreto, además de producirle ese tipo de pensamientos, llevaba
puesta una casulla de pastor. Era, evidentemente, un nuevo pastor.
Y para que no quedara ninguna duda, en ese momento, el nuevo
pastor dio comienzo al oficio. Como si fuera lo normal, como si no
fuera todo extraño y nuevo.
Viola se sentó y se dispuso a escucharlo. No podía hacer otra
cosa, pero en cuanto vio que el pastor nuevo hacía lo mismo que el
otro, se volvió de nuevo a su interior y a sus pensamientos.
¿No será un fantasma?, se le ocurrió, aunque enseguida
desechó la idea. Sabía distinguir perfectamente a los seres de otro
mundo de los de este, y aquel pastor nuevo estaba bien vivo y era
bien carnal.
Viola se concentró de nuevo en observarlo. Estaba haciendo
exactamente lo mismo que hacía el pastor Adams, actuaban como
dos gotas idénticas respecto a los oficios, pero solo eran iguales en
eso.
De hecho, mientras el nuevo pastor realizaba la lectura de las
escrituras, Viola cerró un poco los ojos para escuchar su voz. Y era
tan impactante y maravillosa como su físico. Era una voz grave y
varonil, con un ligero tono ronco que, a pesar de que estaba leyendo
un pasaje de las escrituras, a Viola le hizo pensar de nuevo en sus
brazos varoniles y fuertes protegiéndola.
¿Qué le estaba ocurriendo?, ¿quizá lo mismo que a sus
hermanas Silvania y Cassandra quienes, contra todo pronóstico, se
habían enamorado a pesar de haber mantenido siempre que no
querían saber nada de hombres?
No aquello no le podía estar pasando a ella, tenía que haber otra
explicación a lo que le estaba ocurriendo, porque ella era diferente a
sus hermanas: tampoco había pensado nunca en tener un hombre
cerca ni en casarse, pero en su caso no se trataba de una elección
consciente y largamente reivindicada, era, simplemente, que en su
vida no entraba nadie más porque estaba demasiado llena de gente.
Pero precisamente en el único lugar en el que se sentía casi sola,
aparecía aquel pastor nuevo y empezaba a pensar y sentir cosas
que jamás hubiera imaginado.
Justo en ese momento, el pastor terminó el oficio.
Y se la quedó mirando.
Fijamente.
Y tras un momento que a ella se le hizo eterno, empezó a
moverse hacia ella.
Viola se quedó paralizada, hasta que comprendió lo que debía
hacer.
El nuevo pastor estaba repitiendo el último paso que daba todos
los días el pastor Adams: acercarse a la salida de la capilla para
tener unas breves, pero siempre afectuosas, palabras con ella y
luego despedirse los dos hasta el día siguiente, yéndose él hacia el
pueblo y ella al palacio.
En cuanto se dio cuenta de que, dentro de lo extraño y absurdo
que estaba siendo todo, había una lógica y una cotidianidad, repitió
los pasos que daba todos los días y se dirigió a la salida de la capilla
por delante de él.
De todas formas, cuando le dio la espalda, siguió notándolo.
Estaba segura de que él la seguía mirando con la misma intensidad
que hacía un momento, que estaba fijándose en su forma de andar,
en la forma que le quedaba el vestido...y Viola notó cómo se estaba
poniendo roja por culpa de aquellos pensamientos que no podían
ser menos apropiados en un lugar como aquel.
Quizá por eso, nada más salir al exterior y colocarse junto al arco
de la puerta de salida, como hacía siempre, no esperó a que él
tomara la palabra y lo hizo ella. De una manera brusca y cortante
como no había hecho jamás con nadie:
—¿Quién es usted? ¿Dónde está el pastor Adams?.
Justo antes de que ella le espetara la pregunta de aquella
manera, rayando la mala educación, el nuevo pastor la había
sonreido sin mostrar sus dientes pero sí dándole una luz increíble a
sus ojos negros. Aquello había provocado que el corazón de Viola
se pusiera a batir aún más aceleradamente y seguramente había
provocado también su brusquedad. Pero el nuevo pastor no bajó un
ápice la intensidad de su sonrisa ni pareció ofenderse por su
brusquedad. El único gesto que denotó que le había sorprendido la
forma en que ella se había dirigido a él fue el gesto de levantar su
ceja izquierda. Un gesto que no hizo más que acrecentar su
atractivo, para terminar de alterar a Viola.
Además, esperó mirándola así, entre divertido y asombrado, más
tiempo de lo correcto.
Finalmente, lo que le contestó después tampoco sirvió para
aclararle nada:
—Viola, ¿verdad?.
Y Viola volvió a perder la paciencia:
—Eso ya lo sé, no ha contestado usted a mi pregunta.
En ese momento el pastor, ajeno al enfado que iba
apoderándose de ella, amplió su sonrisa y esta vez, sí, le enseñó la
dentadura, que era perfecta y blanca:
—Disculpe ,señorita Arlington, debe usted perdonarme, pero
pensaba que ya sabía usted quién era yo, ¿el pastor Adams no le
ha avisado?
Con aquella respuesta Viola se tranquilizó un poco: al parecer
todo tenía explicación, aunque no se la habían comunicado.
—Estuve ayer con él y no me dijo nada.
—Seguramente no le quiso importunar —continuó él, formal, pero
sin dejar de mirarla con aquella sonrisa que hacía que sus piernas
flojearan.
—Seguramente saber la verdad me habría importunado menos
que encontrarle a usted hoy aquí.
Viola siempre había sido dócil y tranquila, nada que ver con la
mayoría de sus hermanas, que eran guerreras y luchadoras, pero,
por alguna razón que se le escapaba, aquel pastor estaba sacando
de ella comportamientos totalmente inusuales.
Eso que le acababa de contestar era casi una declaración de
guerra. Jamás le había contestado así a nadie, pero, aun así, él
parecía seguir sin molestarse. De hecho, daba la sensación de todo
lo contrario: que se estaba divirtiendo mucho...y parecía también
que intentaba disimularlo.
—Tiene usted razón, señorita Arlington, entiendo que ha sido
desconcertante para usted y, aunque no ha sido precisamente culpa
mía, le transmito mis más sinceras disculpas.
—Pero sigue sin decirme quién es usted y por qué no está aquí
el pastor Adams.
En aquel momento él pareció no poder aguantar más y soltó una
carcajada en alto. Una carcajada que no casaba en absoluto con el
lugar en el que estaban y con su posición.
—Señorita Arlington tiene usted el carácter de la familia, ya me
habían avisado.
—Y usted parece demasiado chismoso para ser un pastor.
Esta vez Viola consiguió que la sonrisa se le congelara al pastor,
pero se repuso enseguida y cambió el tono por uno mucho más
formal y acorde a su posición.
—Tiene usted razón, Lady Viola, le ruego de nuevo que me
disculpe. Verá —continuó inmediatamente sin darle tiempo a ella a
soltarle una nueva pulla —yo ejerzo mi ministerio en un pueblo de
Gales, a más de cien millas de este lugar, pero el pastor Adams me
pidió el favor de sustituirle una temporada. Al parecer, su única
hermana está gravemente enferma y ha decidido volver a su hogar
natal, en las Highlands, para acompañarla en sus últimos días. No
sabe cuánto tiempo permanecerá fuera, pero el tiempo que sea
ocuparé su puesto. Esa es la explicación. Supongo que el pastor
Adams se olvidó de comunicárselo por el estado de agitación en el
que se encontraba: conoció la noticia justo ayer y aunque su
hermana tiene ya una edad avanzada, siempre han estado muy
unidos.
Viola fue tranquilizándose a medida que él le fue explicando todo.
Ahora todo tenía sentido y lo único extraño era cómo había
reaccionado ella ante el nuevo pastor del que, por cierto, no sabía el
nombre. Eso mismo le dio la oportunidad de reiniciar la relación con
él de otra manera.
—¿Y usted es el pastor:...?
—Justin Smith, pastor Smith.
Por primera vez Viola sacó un atisbo de sonrisa. Empezaba a
comportarse como la dama educada que debía ser.
—Lo siento mucho por el pastor Adams, es un buen hombre. Y
disculpe mi brusquedad, pero hágase usted cargo de mi extrañeza.
Supongo que el pastor Adams le ha dicho que asisto a los oficios
todos los días, así que espero que podamos empezar con mejor pie
a partir de mañana.
Viola había conseguido relacionarse con él de manera normal,
pero con aquello quería cortar ya la conversación y volver al palacio.
La explicación que él le había dado le había servido para
reconducir su relación, pero no quería que esta fuera a más, más
que nada porque su presencia seguía afectándola mucho.
Necesitaba marcharse y dejar de verlo. Los siguientes días pensaba
comportarse de manera educada pero distante: acudiría a los
oficios, pero intentaría que la despedida en la puerta fuera más corta
que con el pastor Adams: aquel hombre la alteraba mucho más que
sus fantasmas.
Pero el nuevo pastor tenía ideas propias y echó por tierra sus
planes:
—Estoy seguro de que a partir de mañana todo irá mejor, por
supuesto. Y ahora, si me permite, la acompañaré hasta palacio
antes de volver a la rectoría del pueblo.
Capítulo 3

No se había tratado de una pregunta, sino de una afirmación, así


que, aunque era lo último que le apetecía, tuvo que aceptar que el
pastor Smith la acompañara de vuelta al palacio.
El pastor Adams no había hecho algo así jamás. De hecho,
aunque el camino de vuelta a la rectoría coincidía al principio con el
que tenía que hacer ella de vuelta al palacio, el anciano había sido
siempre muy discreto y, tras la breve conversación con ella, la había
dejado partir sola siempre.
Ese camino de vuelta solía ser el último momento medio tranquilo
del día, ya que lo hacía acompañada por el murmullo de sus
fantasmas, que la esperaban fuera de la capilla, pero nada más.
Pero una vez que entraba en palacio, con sus hermanas ya
despiertas y rebosantes de energía, el bullicio no la abandonaba en
todo el día.
Así que lo que no le hacía ni una gracia estropear el último
momento del día en el que estaba más o menos tranquila, pero el
nuevo pastor no le había dado opción de negarse, así que se limitó
a echarse a andar por el camino, intentando disimular la cara de
disgusto.
Sin embargo, el disgusto le duró apenas unos segundos, porque
en cuanto empezaron a andar —él se situó a su lado y acompasó
sus pasos a los de ella —Viola se dio cuenta de que los fenómenos
extraños de aquel día continuaban.
Lo primero que notó fue que iban los dos andando, juntos, como
si llevaran haciéndolo toda la vida. Era la misma sensación que
tenía cuando paseaba con cualquiera de sus hermanas, pero era
algo que no le ocurría con nadie más.
Y eso que el primer minuto lo hicieron en absoluto silencio, algo
que, cuando solía suceder con un desconocido, solía resultar muy
incómodo.
Aquello era muy extraño, pero más extraño le pareció aún, hasta
el punto de detenerse dos veces y mirar a su alrededor intrigada, no
ver ni rastro de los fantasmas.
Ni uno.
¡¡Era la primera vez que le ocurría desde que tenía memoria!!
Fueron precisamente esas paradas las que provocaron que el
pastor Smith le dirigiera la palabra de nuevo:
—¿Viola, se encuentra usted bien?
Tardó unos segundos en mirarlo, de lo asombrada que estaba de
no ver ni rastro de ningún fantasma, pero cuando lo hizo, se quedó
como paralizada, prendada de su mirada. Porque los ojos negros de
él y la sonrisa atenta y preocupada acapararon toda su atención.
Y luego, contra toda lógica, olvidando que hacía años había
decidido no contárselo a nadie, se sinceró y le contó el mayor
secreto de su vida, ese que tan solo conocían sus hermanas y su
padre:
—Echo de menos algo…. —se calló un momento, dubitativa, y
luego continuó —me ocurre algo extraño, desde niña, veo
fantasmas.
Se arrepintió en cuanto lo soltó, pero no había podido
contenerse, le había salido sin pensar, pero claro, al oirlo en alto, se
dio cuenta que él la podía tomar por una enajenada. Pero,
continuando con todo lo extraño del día, él no reaccionó mal. De
hecho, reaccionó mejor que nadie, mejor que su padre, mejor que
sus hermanas.
—Ah…, no me parece tan extraño.
—¿No? —Viola no podía estar más asombrada.
—Dese cuenta, Viola, que soy pastor y mi mensaje evangélico
más importante es que Cristo volvió de entre los muertos. Es cierto
que usted es la primera persona que conozco que tiene ese tipo de
experiencias, pero no me escandaliza ni me asombra.
Fue como si un peso enorme, que había estado cargando desde
niña, desapareciera de repente.
Se sintió ligera y feliz, se sintió comprendida, por primera vez en
su vida, hasta el punto de que sus ojos se llenaron de lágrimas.
Él pareció darse cuenta de su turbación y continuó dándole
conversación, para ayudarla a continuar.
—¿Y me ha dicho que echa algo de menos?
Al llevar la conversación a ese punto, Viola recobró el dominio de
sí misma.
—Sí, es muy extraño. Todos los días de mi vida, desde que tengo
memoria, he estado rodeada de esos fantasmas. No se dirigen a mí,
de hecho es como si no me vieran, o como si yo formara parte del
paisaje y no les importara verme, pero yo sí puedo verlos y , sobre
todo, escucharlos. Y eso es durante todo el día con la única
excepción del interior de la capilla. Hoy, como todas las mañana,en
el camino de ida he visto a tres de ellos, pero ahora no están. Estoy
asombrada y, sobre todo, aliviada.
—Tiene que ser duro vivir con ese ruido de fondo
permanentemente y, sobre todo, no poder estar sola nunca, así que
me alegro de ser testigo de ese fenómeno inusual.
—Yo creo que usted es más que testigo, estoy empezando a
pensar que es quien lo ha provocado.
—¿Qué quiere usted decir? —le contestó él, poniendo, por
primera vez, cara de asombro.
—Que lo único que ha cambiado en mi vida hoy es su compañía
en este paseo, así que empiezo a pensar que su cercanía hace que
deje de verlos...y descanse.
—Igual tiene que ver que soy un hombre de la Iglesia. ¿Con el
pastor Adams no le ocurría lo mismo?
—Nunca hice este paseo con él. Lo cierto es que dentro de la
capilla tampoco están, igual sí está relacionado con la iglesia.
—Entonces, Viola, repetiremos este paseo todos los días.
Una vez más, el nuevo pastor había formulado una afirmación en
vez de una pregunta, pero esta vez Viola no se alteró ni le pareció
mal. Al contrario, lo que acababa de descubrir había hecho que
todas sus reticencias desaparecieran y que ya solo quedara la
enorme atracción que sentía hacia aquel hombre.

☙☙☙☙☙☙☙☙

A partir de ese día, la vida cambió para Viola a pesar de seguir


haciendo exactamente lo mismo: madrugaba e iba a la capilla a los
oficios. Pero estaba él.
Sí, así había empezado a llamarlo para sí misma: Él.
Se había convertido en el centro de sus pensamientos día y
noche, porque también ocupaba sus sueños.
El pastor Smith, Justin, había cambiado totalmente su vida y sus
planes. Por un lado, cuando estaba con él, que ya no solo la
acompañaba de vuelta de la capilla, sino que todos los días la
esperaba en la puerta del palacio para ir juntos de ida también, ya
no había ni rastro de los fantasmas. Eran él y ella, solos.
Por otro lado, aquellas caminatas eran una absoluta delicia. Iban
hablando sin parar, riéndose, intercambiando confidencias, bueno,
haciéndolo ella, porque él era realmente muy discreto, observando
las flores y los animalillos que les salían al paso…, en definitiva,
estar con él era lo más maravilloso que le había ocurrido nunca.
Estaban juntos como si fueran amigos de toda la vida… o algo
más.
Y aunque no le había ocurrido nunca antes nada parecido, Viola
supo poner en palabras lo que le estaba ocurriendo: se había
enamorado.
Le había ocurrido lo mismo que a sus hermanas Silvania y
Cassandra, solo que ella iba a hacer las cosas de otra manera. Iba a
hacerlas bien.
Estaba convencida de que él, el hombre más atractivo y
maravilloso del mundo, sentía por ella lo mismo que ella por él. No
había más que ver cómo la miraba (desde el primer día), cómo se
preocupaba por que estuviera bien, siempre preguntándole por sus
fantasmas (que habían desaparecido definitivamente cuando estaba
con él). Y los pastores se casaban, tenían esposas, así que sus
fantasías podían convertirse en realidad.
Su padre, que no quería otra cosa que sus hijas se casaran,
estaría contento. Aunque a priori un pastor era un partido
demasiado humilde para la hija de un duque, teniendo en cuenta
que todos habían asumido que se quedaría soltera, su boda sería
bienvenida. Y su hermana Livia estaría por fín contenta porque una
de ellas se casaría como era debido y no deprisa y corriendo para
tapar un escándalo, como había ocurrido con sus hermanas
casadas.
Sí, dentro de su cabeza todo era perfecto, iba viento en popa y
solo faltaba que un día, cercano, muy cercano, él se decidiera a
pedirle en matrimonio.
Además, aparte de sus sueños despierta, alguna de las
conversaciones que tenían no hacían más que confirmar sus
suposiciones.
Un día, un mes y medio después de su llegada, tuvieron, de
hecho, la conversación que Viola consideró casi definitiva. Volvían
muy despacio de la capilla (cada día tardaban más en realizar aquel
paseo, algo que para Viola era también una señal del interés de él
por ella), cuando él se paró de golpe y se puso a mirar a su
alrededor en tensión:
—¿Ocurre algo? —le dijo ella, un poco extrañada.
—Me ha parecido oír un ruido extraño.
—¿No estarás viendo tu también fantasmas? —le dijo ella
bromeando y tuteándolo, ambas cosas llevaban ya un par de
semanas haciéndolas.
—No, Viola, yo solo veo seres reales —contestó él, siguiéndole la
broma y ya tranquilo— tengo muy buen oído y me ha parecido
escuchar algo extraño. Falsa alarma
—Te pareces a mi hermana Livia —dijo entonces ella, ya que la
reacción le había recordado a su hermana mayor, siempre vigilante.
—No lo dices como si fuera algo bueno —siguió él, que había
captado el tono de censura en la frase.
Viola se quedó un momento pensativa antes de contestarle:
—Verás, yo adoro a Livia. Es mi hermana mayor y, por nuestras
circunstancias, ha tenido que comportarse como si fuera nuestra
madre…, pero no lo es, y eso también ha traído fricciones entre
nosotras muchas veces.
—¿Qué quieres decir? —le dijo él, interesado y pausando aún
más sus pasos, de forma que aquel día el paseo iba a durar más
tiempo aún.
—Que actúa como nuestra madre, pero no lo es. En mi caso, por
ejemplo, Livia sólo tiene dos años más que yo. Cuando murió mi
madre las dos éramos dos niñas pequeñas que hasta entonces solo
jugábamos juntas y peleábamos por los mismos juguetes, y de la
noche a la mañana, empezó a reñirnos y exigirnos cosas, como
mamá, pero sin el tacto y la madurez de nuestra madre, claro. Eso
hizo que nos alejáramos como hermanas sin ser madre e hija, que
no lo somos.
—Sí, entiendo, pero también imagino que no fue idea de ella
tomar ese papel, ¿verdad?.
Viola se lo quedó mirándolo antes de contestar. Además de ser
terriblemente atractivo y encantador con ella, era intuitivo e
inteligente. No pudo evitar mirarlo con admiración antes de
contestarle:
—Así es. Fue mi padre. Y sigue siéndolo. De hecho, no estoy
segura de que Livia esté muy contenta con el papel que le ha tocado
en la vida, pero ni se le pasa por la imaginación llevarle la contraria
a mi padre, nadie lo hace, ni en palacio ni fuera de él. Además, se
ha encargado que uno de sus hombres, Lord Atkinson , supervise a
Livia constantemente. Lo cierto es que a mi no me cae mal, el
hombre no sigue más que las indicaciones de mi padre, pero para
Livia es un motivo más de tensión. No se llevan muy bien.
Smith, tan interesado como había estado antes, no hizo ninguna
pregunta ni sobre el Duque de ni sobre Lord Atkinson, algo que a
Viola le extrañó durante un segundo. En cualquier caso, no le dio ni
una importancia y se olvidó inmediatamente en cuanto él continuó
preguntándole por Livia.
—Pero os lleváis bien, ¿no es así?
—Sí, sí, adoro a mi hermana. Pero eso no quita que a veces
haya enfados y tensiones. Aunque he de reconocer que conmigo
apenas ocurren. Otra cosa ha sido con Silvania y con Cassandra.
Y Viola soltó una risita sin poder contenerse al recordar lo que
había ocurrido con sus dos hermanas.
—No han debido de ser muy importantes esos enfados si te
hacen reir —le animó él sutilmente a darle más detalles.
—Bueno, a mi me hacen reir, pero si Livia estuviera aquí,
correrías a esconderte —le dijo soltando una carcajada antes de
explicárselo más —. Verás, la mayoría de mis hermanas y yo
misma, bueno, en realidad todas menos Katerina, hemos dicho
desde niñas que jamás nos íbamos a casar, pero Silvania y
Cassandra faltaron a su palabra haciéndolo de la peor manera
posible: obligadas por un escándalo. Y tenías que haber visto a
Livia. Fue ella quien les obligó a casarse, porque, sobre todo
Silvania, a pesar de encontrarla en una situación más que
comprometida, seguía negándose a casarse. Los criados aún
tiemblan cuando recuerdan los gritos de Livia. Pero lo cierto es que,
al final, mis dos hermanitas están más que felices con sus
matrimonios, así que las cosas no han ido tan mal.
—Y Livia también, claro.
Bueno, Livia nos reúne de vez en cuando a las que continuamos
solteras y nos echa un rapapolvo preventivo, como lo llama ella:
“¡¡¡¡Ni se os ocurra hacer lo mismo que Cassandra y Silvania ¿me
oís?, ni se os ocurra!!!” —dijo Viola, con tono humorístico como
imitando a su hermana — Y no sé por qué se preocupa tanto si ya
sabe que, excepto Katerina, no queremos casarnos.
Lo cierto es que Viola le contó todo esto a Smith dejándose llevar
y sin ningún cálculo, pero si lo hubiera calculado no podría haberle
salido mejor, porque Smith le preguntó:
—¿De verdad que no quieres casarte?
Smith había utilizado un tono relajado sin dar la sensación de
tener segundas intenciones tampoco, pero el corazón de Viola se
puso a cien. Aquella era la oportunidad de darle una pista para que
se animara a pedirle en matrimonio. Sí, su plan de vida había
cambiado las últimas semanas y ahora sí quería casarse con aquel
hombre maravilloso que la comprendía como nadie. ¡¡Se había
convertido en una Katerina dos!! Quería una petición de matrimonio
formal, una boda como era debido y vivir junto a él toda su vida en
una rectoría de pueblo. Así que le contestó, esta vez sí, con una
intención clarísima:
—Lo cierto es que últimamente estoy cambiando de opinión y sí
aceptaría una propuesta de matrimonio...no de cualquiera, por
supuesto, sino de alguien especial…
Justin no cambió un ápice su expresión, de hecho siguió
sonriéndole como un momento antes, como siempre: atento,
interesado, encantador…, pero Viola estuvo segura de que le había
entendido y que a no muy tardar, le propondría en matrimonio.
Se despidieron hasta el día siguiente, pero Viola estuvo nerviosa
todo el día y ya por la noche, le costó muchísimo dormir.
Apenas pegó ojo. Estaba excitada y expectante. Repetía en su
mente una y otra vez el final de la conversación que había tenido
con él, sobre todo la pregunta que había provocado todo : “¿de
verdad que no quieres casarte?”, y estaba convencida de que la
había hecho adrede y conscientemente. De que había sido un
tanteo para no fallar en su petición de mano. Una petición
que,seguramente, iba a tener lugar al día siguiente.
A las siete de la mañana se despertó después de haber dormido
a duras penas tres horas, y no seguidas. Pero le dio igual, no estaba
en absoluto cansada, de hecho, se sentía con más energía que
nunca. Su vida, que hasta entonces había supuesto que iba a ser
una mezcla de demasiado acompañamiento —por sus fantasmas—
y demasiada soledad —porque se quedaría soltera —había
cambiado de golpe. Y había cambiado para bien.
Los fantasmas continuaban a su alrededor, charlatanes y
omnipresentes, pero ahora había aumentado el tiempo que estaba
libre de ellos, ya que cuando él estaba junto a ella, no había ni rastro
de ellos. Y se iba a casar, con él, con el hombre junto al que se
sentía comprendida por primera vez en su vida.
Alegre, casi saltarina, recorrió el camino de ida hacia la capilla
aquella mañana que, además, hacía un sol radiante, acorde con sus
sentimientos.
Pero cuando empujó la puerta de la capilla para entrar, todo se
volvió oscuridad.
El pastor Smith no estaba, y en su lugar estaba, de vuelta, el
pastor Adams.
Capítulo 4

Habían pasado cinco meses desde la gran decepción y Viola


empezaba a levantar cabeza.
Los primeros dos meses habían sido horribles. Los más horribles
de toda su vida, de hecho.
Viola se había dado cuenta de que lo peor que podía ocurrirte no
era tener una vida extraña como la que ella había tenido antes de la
aparición del pastor Smith, sino que tu vida dejara de serlo, que
estuvieras a punto de alcanzar una felicidad jamás soñada y que
esta se escapara entre tus dedos.
Antes de lo ocurrido, ella se consideraba moderadamente feliz,
después de haber tocado la felicidad verdadera, de estar a punto de
alcanzarla plenamente, perderla, para siempre, era el infierno,
porque siempre iba a comparar lo que tenía con lo que podía haber
tenido.
Aunque lo cierto era que no lo había tenido nunca.
No había conseguido una explicación a lo ocurrido: Smith no
había vuelto a aparecer y nadie le había explicado por qué se había
ido sin siquiera despedirse de ella.
Los primeros días había intentado sonsacarle información al
pastor Adams, pero el hombre había vuelto mucho menos afable y
solo consiguió que le dijera que el pastor Smith había terminado su
labor de sustitución y no iba a volver.
Así que acabó asumiendo que no volvería a saber de él. Y que
todo lo que le había ilusionado había sido producto de su
imaginación.
Aquel pastor atractivo, cariñoso y protector, no había querido
nada con ella jamás, ella se lo había inventado.
Y, de hecho, ni había sido tan cariñoso ni tan protector, porque
había desaparecido de su vida sin decirle nada.
Y solo cuando fue consciente de esto pudo empezar a superarlo
y a olvidarlo.
Cinco meses después, había vuelto a su vida de siempre,
rodeada de sus fantasmas y con los oficios diarios en manos del
anciano pastor Adams, con un poso de tristeza que no había tenido
antes, pero bastante recuperada.
Había conseguido además, que su tristeza y depresión pasara
bastante desapercibida entre sus hermanas.
Había ayudado a ello que siempre la hubeiran visto un poco
ausente y un poco extravagante, así que no se dieron cuenta de que
estaba completamente deprimida.
Bueno, hubo dos pequeñas excepciones.
La primera, Livia, algo natural ya que ella sí que estaba
pendiente de las reacciones de todas sus hermanas, así que no le
pasó desapercibido el cambio en Viola. Aunque lo interpretó en
dirección contraria al correcto:
—Dime que no me vas a dar un disgusto como el que me dieron
Silvania Y Cassandra —le dijo de sopetón el día que la encerró en
su despacho con ella.
—Livia, no sé a qué te refieres —le contestó Viola, para ganar
tiempo, porque había entendido perfectamente por dónde iba su
hermana, pero no tenía fuerzas ni ganas de hablar de ello.
—Estás rarísima, Viola, y cuando eso mismo ha ocurrido con tus
dos hermanas, todo ha acabado con sendos escándalos y bodas
precipitadas.
Viola suspiró antes de contestarle, intentando coger fuerzas:
—No hay nada más alejado de mi que eso que estás pensando,
Livia, ya puedes estar tranquila Los únicos hombres que hay cerca
de mi, quitando los criados, el pastor Adams y Lord Atkinson, son
los fantasmas que me rodean.
La mención a los fantasmas sirvió para que Livia la dejara en
paz, porque después de los matrimonios precipitados, la
peculiaridad de Viola era lo que más le molestaba en esta vida (de
hecho, jamás la había aceptado y se empeñaba en afirmar que era
producto de su imaginación). Aun así, pasó varias semanas
amoscada mirándola de reojo. Algo que acabó cuando se dio cuenta
de que, efectivamente y tal y como ella le había asegurado, era el
último peligro que corría.
Pero hubo una segunda persona que se dio cuenta de que algo
le ocurría, y aquello le extrañó mucho más, por quién era y por cómo
se lo preguntó:
—Viola, ¿estás bien?
Ocurrió después de comer, uno de los días del mes que Lord
Atkinson las visitaba para luego poder informar a su padre de cómo
se encontraban.
Lord Atkinson aprovechó que salían al jardín a tomar el postre,
para preguntárselo, con extremada delicadeza.
A ella hasta entonces el lord no le había caído ni bien ni mal, lo
consideraba una presencia habitual relacionada con su estricto y
ausente padre y no le daba más vueltas. Hasta entonces apenas le
había dirigido la palabra una decena de veces en toda su vida,
aparte de las ŕórmulas de cortesía de bienvenida y despedida, ya
que su interlocutora habitual era Livia. Así que le extrañó que se
diera cuenta de que le ocurría algo y también que se dirigiera a ella
con tanta delicadeza, pero cuando ella contestó la evasiva típica, él
no volvió a insistir y ella olvidó el asunto.
Hasta un mes después….
Capítulo 5

—¡¡¡Por finnnnnnn!!!!.
La joven saltaba y batía palmas de alegría mientras sus cuatro
hermanas solteras la miraban con resignación.
La joven era Katerina, la quinta Arlington y no estaba más que
repitiendo un clásico anual: el que realizaba todos los años por esas
fechas.
El hecho de que fuera conocido, por todas, no quitaba para que
ella lo disfrutara como si fuera la primera vez.
Porque el resto del año tenía que aguantar a sus aburridas
hermanas llevando su aburrida vida de siempre y, sin embargo, el
baile anual que organizaban los reyes era una de las pocas
ocasiones que tenía para divertirse como a ella le gustaba. Lo
llevaba haciendo desde muy niña además, porque aquel baile
también era excepcional porque permitía que fueran niños, algo que
no ocurría en casi ninguno.
Ella hacía tiempo que no se consideraba una niña, aunque
siguiera sin tener edad para ir a los baile de debutantes, así que
estaba deseando acudir al de aquel año, con un vestido nuevo y un
montón de jóvenes chicos de su edad, y algo mayores, a los que
podría ir echando el lazo para cuando pudiera cazar a uno de ellos
de verdad, algo que pensaba hacer en su primer baile de
presentación, para el que le faltaban aún tres años años.
Pero era, por supuesto, la única Arlington que estaba feliz con la
perspectiva del baile, el resto de sus hermanas solteras, Livia, India,
Minerva y Viola, habrían preferido un martillazo en el pie antes que
acudir a aquel baile.
Cada una tenía sus razones, pero para Viola era una de las
situaciones que más nerviosa le ponía, porque el ruido que se
generaba a su alrededor era casi insoportable. Por un lado, estaba
la permanente cantidad de fantasmas que la rodeaban
habitualmente , y , por otro, todos los asistentes a aquel acto que
solía ser tremendamente bullicioso. Es decir, una auténtica
pesadilla.
Por suerte, ya habían pasado seis meses desde la terrible
decepción que se había llevado con Justin y ya casi lo había
olvidado...Bueno, en realidad tenía claro que no lo iba a olvidar
nunca, que siempre se mezclaría en ella ese sentimiento de rabia
por lo que le había hecho y nostalgia por lo feliz que se había
sentido a su lado, pero, al menos, ya se había acostumbrado a su
rutina de siempre y se había resignado a vivir para siempre en el
palacio de los Arlington rodeada de seres y voces del otro mundo.
Y para que esta rutina no se viera alterada demasiado, solo tenía
que mentalizarse para el día del baile, asumir que acabaría con un
buen dolor de cabeza, por el exceso de bullicio, pero sabiendo que
aquello solo le ocurría una vez al año.
Así que no se enfadó con Katerina, como sí le ocurrió a Livia, y
se limitó a mantenerse tranquila mientras su hermana giraba
alrededor de ellas.
Y el día del baile llegó una semana después y las cinco
hermanas se dirigieron al lugar con sus vestidos nuevos, una
exigencia que su padre les había transmitido en una de las cartas
que les enviaba semanalmente, ya que para él era fundamental que
ninguna de sus hijas perdiera una sola posibilidad de encontrar un
buen partido.
Una vez entraron en el gran salón de baile, no hubo sorpresas,
se encontraron con lo mismo de todos los años y su reacción fue la
misma de todos los años.
En ausencia del padre, Livia tuvo que ejercer su labor como
representante del Ducado de Rochester. Acompañada por Lord
Atkinson en todo momento, ya que en estos eventos él se convertía
en su sombra, tuvo que saludar a todos los que acudían a aquel
baile.
Livia llevaba mucho años enfrentándose a esos momentos, así
que lo hacía con la elegancia y profesionalidad que la caracterizaba.
Solo quienes le conocían bien, sus hermanas, notaban una ligera
crispación en sus andares y forma de moverse, que evidenciaba
que, en realidad, se sentía incómoda y hubiera preferido estar en
cualquier otro lugar.
Viola la observaba desde la zona de sillas donde se sentaban las
mujeres que ya no tenía ni una esperanza (o ganas, como le ocurría
a ella) de cazar a alguno de los solteros que pululaban por el baile.
Estaba junto a sus hermanas India y Minerva, cada una metida en
sus propios pensamientos.
Viola se quedó un buen rato observando a su hermana mayor y
se admiró, una vez más, de lo buena pareja que hacían Lord
Atkinson y Livia y lo poco interesados que estaban uno en el otro.
Porque que el Lord sacaba de quicio a Livia era algo bien
conocido por todos, incluido el implicado, pero Viola estaba
convencida de que a él su hermana tampoco le caía especialmente
bien. La diferencia era que para él era un trabajo cuidar de ellas y
trabajar codo con codo con Livia, y , como buen profesional que era,
lo hacía de tal manera que no se le notaba si le gustaba hacerlo o
no, lo hacía bien y punto.
Siguiendo la senda de esos pensamientos, Viola pensó que, en
realidad, era una pena que no se gustaran, porque Livia podría
convertirse en la tercera hermana casada.
Ella no sabía con pelos y señales lo ocurrido con sus hermanas
ya casadas, Silvania y Cassandra, pero sí sabía, a grandes rasgos,
que sus maridos, que ahora las adoraban y ellas les adoraban a
ellos, no habían sido , al principio, muy bienvenidos.
“Igual las Atkinson solo podemos casarnos con hombres que al
principio nos desagradan”, llegó a la conclusión, e, inmediatamente,
se censuró: “pero ¿por qué estoy pensando estas cosas si nunca
me han interesado?”.
La respuesta, obvia, se le presentó inmediatamente. Aunque casi
había superado del todo la tristeza y el vacío inicial, la experiencia
que había tenido con el pastor Smith le había marcado tanto que se
le ocurrían cosas que antes le habrían hecho escandalizarse.
O pensar que estaba enferma.
Al hacer esa asociación entre su hermana y lo que le había
pasado a ella con el pastor, reaccionó apartando la mirada de su
hermana Livia y se puso a buscar a la que faltaba, Katerina, que no
se había sentado con ellas porque, según sus palabras, “eran unas
aburridas”.
Cuando la encontró se le encendieron todas las alarmas.
Katerina era, quizá, la menos agraciada de las siete hermanas.
No es que fuera fea, ¡qué va!, pero era la que menos destacaba:
tenía un pelo lacio en un color castaño medio que no llamaba la
atención, una estatura media, un peso medio, pero con poco pecho
y quizá demasiada cadera. Unos ojos de color avellana no muy
grandees, unos labios demasiado carnosos para lo que dictaban los
gustos mayoritarios... , en definitiva, una chica que pasaba
totalmente desapercibida.
Y aquello, para ella, era un fastidio, porque era la que más
necesitaba de todas las hermanas un físico que llamara la atención.
¿De qué servía que Minerva e India, las más llamativas de las
siete hermanas, tuvieran unos atributos físicos tan encantadores si
ninguna de las dos quería casarse?
El problema con aquello, en cualquier caso, lo tenía Katerina, ya
que tenía que hacer esfuerzos por que los chicos se fijaran en ella, y
eso era precisamente lo que estaba haciendo en ese momento y lo
que había levantado las alarmas de Viola.
La encontró en medio de un grupo de jovenzuelos de su misma
edad, que, mientras ella no paraba de parlotear y reir demasiado
alto, la miraban con indisimulada diversión. Pero no una diversión
sana, sino una con una nota de indisimulada burla.
Los dos años anteriores ya había ocurrido algo parecido. Desde
que Katerina había cumplido los dieciséis, había sido mucho más
difícil de controlar y se había lanzado a tontear con todos los
jovencitos que veía, sin importarle cómo la recibían. Pero lo que
estaba viendo Viola era un paso más. Eran demasiados chicos a su
alrededor y estaban, claramente, burlándose de ella , de su parloteo
y de su evidente interés en agradarlos. Solo había uno, que a Viola
le cayó automáticamente bien, comportándose de manera diferente.
Se trataba de un joven moreno de ojos profundos, que estaba
mirando a su hermana con atención y respeto y a sus amigos con
censura.
A ella no le gustaba meterse en líos, pero estuvo a punto de
levantarse para traerse a su hermana hacia donde estaba ella con
alguna excusa, por suerte, Livia y Lord Atkinson habían visto
también lo que ocurría y ya se estaban acercando a intentar
solucionar el asunto.
Viola decidió apartar la vista de aquello, necesitaba relajarse un
poco, quitar tensión y ruido de su mente, porque, a todo esto,
además de la cantidad de personas que había en el baile, ese día
sus fantasmas, no sabía por qué, se habían multiplicado por dos, así
que estaba rodeada de un ruido casi insoportable.
Y, de repente, ocurrieron tres cosas que cambiaron todo:
Primero, los fantasmas fueron desapareciendo, desvaneciéndose
poco a poco ante sus ojos, de tal manera que el ruido se redujo a
menos de la mitad, dándole a Viola una sensación de irrealidad y de
tranquilidad extrema.
Luego, quedó solo uno de los espíritus, el de una jovencita
vestida con ropas muy antiguas con unos ojos verdes, preciosos,
fijos en ella.
Era la primera vez, después de lo ocurrido con su madre, que un
espíritu la estaba viendo, mirándola fijamente. Y para que no
quedara ni una duda de que había reparado en ella, le dirigió unas
palabras:
—Viola, mira, ahí está el marqués de Greenfield
Y le señaló a su derecha para, inmediatamente, desvanecerse
ante sus ojos, como habían hecho el resto de espíritus.
Viola, hipnotizada y asombrada, tardó unos segundos en mirar
hacia el lugar que el espíritu de la joven había señalado.
Y entonces vio lo más extraño, asombroso e increíble de todo.
En una esquina de la pista de baile, hablando con una mujer
enjoyada y muy guapa, alto, vestido con una ropa que destacaba su
cuerpo perfecto y con su pelo negro brillante, estaba Justin.
Capítulo 6

—¿Te pasa algo, Viola?


Sus hermanas estaban acostumbradas a sus rarezas y su actitud
ausente, así que que la dulce India le preguntara aquello era una
señal de alarma. Debía de notarse mucho su desconcierto.
Y ella no quería que sus hermanas se enteraran de nada. Había
conseguido que todo lo que había ocurrido con Justin pasara
desapercibido en su familia y quería que siguiera siendo así.
—No, India, tranquila, estoy bien, ¿qué tal Katerina? —añadió,
para que su hermana llevara la atención a otro punto.
—Bien, ahí está con Livia y Lord Atkinson.
Viola miró hacia donde le había dirigido India y comprobó que el
desastre que había estado a punto de ocurrir con su hermana había
sido reconducido. Katerina hablaba con Livia amigablemente y no
había ni rastro de los jóvenes que tanto le habían preocupado.
Entretenerse con aquello le sirvió para tranquilizar su corazón,
que se había puesto a batir acelerado después de ver a Justin y al
espíritu de la chica hablarle.
Había sido todo tan extraño que necesitó más de cinco minutos
para empezar a buscar explicaciones a lo ocurrido.
Entendió que, como siempre que estaba Justin cerca, los
fantasmas desaparecían, solo que esta vez ella había sido testigo
del proceso.
Más difícil explicación tenía lo que había ocurrido con el espíritu
de la joven de los ojos verdes. Al final se le ocurrió que lo que podía
haber ocurrido era que Justin alteraba el equilibrio que tenía ella
entre los dos mundos y por eso se había producido aquel contacto
nuevo y extraño.
Pero lo que no encajaba en absoluto, lo que más le estaba
desconcertando era la información que le había dado aquella joven
fantasma. Había dicho que Justin era el marqués de Greenfield. Y lo
cierto es que el Justin que ella había visto, tan elegante y apuesto,
encajaba más en la idea que ella tenía de los marqueses más que
en la de los pastores.
¿Quién era entonces aquel hombre que había alterado por
completo su vida?
Cuando por fin se atrevió a volver a mirar hacia el lugar donde lo
había visto, no encontró ni rastro de él. Pero los fantasmas seguían
ausentes y ella ya tenía claro que aquello era una señal de que él
estaba cerca, así que lo empezó a buscar por la estancia.
Le costó un poco, pero finalmente lo encontró, en una zona
semioculta en una esquina del salón donde, milagrosamente,
apenas había gente.
Y se llevó la cuarta sorpresa de la noche, ya que Justin ya no
estaba hablando con aquella mujer tan llamativa, sino con el
mismísimo Lord Atkinson.
Y, de repente, como una revelación lo vio claro y todo encajó en
su mente:
¡¡Todo aquello tenía que ver con su padre!!
Capítulo 7

Nunca había estado tan enfadada. En el hogar de las Arlington


todas las hermanas tenían personalidad, pero solo dos eran
explosivas y de genio muy vivo: Cassandra y Minerva, el resto eran
más pausadas, y entre ellas, India y Viola destacaban por su
docilidad.
Así que la primera sorprendida con lo que estaba sintiendo fue la
propia
Viola.
Estuvo cinco minutos sin quitar ojo a lo que estaba sucediendo
en una esquina del gran salón. Viendo como los dos hombres —
Lord Atkinson y Justin, el “pastor/marqués”— debatían sin pausa.
Por la forma en que se hablaban y gesticulaban, estaba claro que
eran viejos conocidos, que había complicidad entre ellos. Y también
que lo que estaban comentando, fuera lo que fuera, les interesaba
muchísimo y les absorbía completamente, porque Viola observó en
varias ocasiones que nada les perturbaba y que solo tenían ojos y
oídos para lo queedcía el otro.
Algo que no hizo más que confirmar su intuición: el pastor Smith
era en realidad el marqués de Greenfield, no era más que otro de
los hombres de su padre en el servicio secreto, al igual que lo era
Lord Atkinson, y lo que le había llevado a la capilla de su palacio
había sido su padre con alguna misión secreta.
Seguro.
Sin duda.
No tenía ni idea de qué tipo de misión podría ser, ni le interesaba,
pero sí tenía claro que ella había sido un daño colateral de todo
aquello.
Que, por lo que fuera, a su padre le había interesado alejar al
pastor Adams de la capilla del palacio una temporada y meter a uno
de sus hombres en ella. Y que eso le había destrozado la vida a
ella.
Bueno, se dijo a sí misma intentando calmar la rabia que se
estaba apoderando de ella, destrozar igual era demasiado decir,
pero sí se la había cambiado, para peor .Porque ella, en su
ignorancia, había sido feliz, pero ahora que sabía lo que era la
verdadera felicidad y la había perdido, no volvería a sentirse feliz del
todo nunca jamás.
Y todo había sido por culpa de su padre…
Pero, curiosamente, la rabia que estaba sintiendo no iba dirigida
a su progenitor,
sino a quien había sido su instrumento: el pastor/marqués.
Ahí seguía, hablando con Lord Atkinson, mientras la rabia se iba
apoderando de ella, hasta el punto que sintió que tenía que salir del
salón como fuera. Si continuaba mirándolo iba a acabar montando
un escándalo, porque sentía que no podía controlar los impulsos de
gritarle, o tirar algo al suelo:
—Voy a salir un momento a la terraza, India, necesito aire fresco.
—¿Quieres que te acompañe?
India se puso de pie inmediatamente en cuanto la oyó, como si
un resorte la hubiera empujado de la silla. Veía extraña a Viola y
estaba preocupada por ella, pero Viola necesitaba estar sola,
alejarse de la pista de baile y tratar de recuperar la calma interior.
No quería preocupar a India, pero tampoco quería contarle nada de
lo que le había ocurrido, así que le insistió:
—No, India, quiero ir sola, estate tranquila, volveré enseguida.
India volvió a sentarse y aceptó lo que le decía su hermana, se
notaba que no estaba nada convencida en dejarle salir sola, pero
era la más discreta de las hermanas y no dejó de serlo en aquel
momento.
Viola entonces salió hacia el exterior, hacia una de las terrazas
que estaban más alejadas de la pista de baile. Tenía la esperanza
de encontrarla vacía.
Cuando por fin llegó, se dio cuenta de que había habido suerte,
aunque no estaba exactamente vacía: en la terraza no había
ninguno de los asistentes al baile, pero sí encontró tres o cuatro
fantasmas. Normal, pensó, una vez que estaba en un lugar diferente
al de Justin, los fantasmas volvían a aparecer.
Eso sí que no tenía nada que ver con su padre, pensó Viola
mientras se sentaba en un extremo de la terraza donde había un
banco. Tenía que reconocer que ese efecto que producía Justin sí
era benéfico para ella. En cualquier caso, aquellos fantasmas, un
hombre y dos mujeres, se estaban comportando como se habían
comportado antes hasta entonces: sin hacerle caso, sin reparar en
ella, como si no la vieran. Lo ocurrido con el fantasma de la joven
que se había dirigido a ella había sido otro fenómeno extraño, pero
excepcional.
Pero justo cuando estaba volviendo a recuperar su ánimo
habitual, volvió a ocurrir ante sus ojos el mismo fenómeno de unos
minutos antes: los tres fantasmas empezaron a desaparecer,
desvaneciéndose como la niebla cuando sale el sol, y Viola supo
qué era lo que estaba ocurriendo antes de verlo.
Se giró hacia atrás y se encontró con Justin, que estaba solo, a
menos de dos metros de ella.
Esta vez el sorprendido fue él. Seguramente había salido a tomar
aire fresco y no la había visto, ya que el banco estaba en una zona
medio oculta, pero al moverse para girarse, Viola se había hecho
visible.
Y él la había reconocido inmediatamente.
Y había intentado darse la vuelta para pasar desapercibido.
Fueron unos segundos apenas, pero Viola se dio cuenta de todo
lo que pasaba por la mente de él: su sorpresa al verla, la alarma y el
intento de pasar desapercibido.
Y, finalmente, lo que hizo: aceptar que no había vuelta atrás.
—Hola, Viola.
Era la misma voz de siempre. Ya se le había olvidado lo
maravillosa, aterciopelada y envolvente que era, pero volver a oírla
fue casi como si le clavaran un puñal.
¡Le atraía tanto y lo odiaba tanto! …, y todo al mismo tiempo.
De repente, toda esa rabia inesperada que había conseguido
disipar a la terraza, volvió a tomar posesión de ella. Y a partir de ese
momento se comportó como no lo había hecho jamás.
Se puso de pie, ágil, como un felino, y se acercó a él. Lo miró
fijamente a los ojos, con toda su rabia condensada en esa mirada y,
sin decirle nada, le soltó un bofetón.
—Las quejas, a mi padre —Le dijo después de unos segundos
mirándolo fijamente en silencio.
Y toda recta y digna, salió de allí rumbo al salón de baile.
Capítulo 8

Justin Kirkpatrick, Marques de Greenfield, había sido el agente


secreto más joven que había reclutado el Duque de Rochester.
Concretamente, Justin tenía dieciséis años tan solo cuando el
duque se había fijado en él, diez años atrás.
Justin era el segundo hijo del Duque de Crambert, gran amigo del
Duque de Rochester. Era, de hecho, una de las pocas personas que
se atrevía a decirle al todopoderoso Duque lo que pensaba, incluso
cuando no se trataba de buenas noticias.
Como suele ocurrir en esos casos, eso no había hecho más que
acrecentar el respeto de Rochester por Crambert. Y también que en
las pocas visitas que hacía a Londres, el palacio de los duques de
Crambert fuera uno de los pocos que visitaba.
Había sido en una de esas vistas, diez años atrás, cuando había
reparado en Justin.
—Me gusta tu hijo —le dijo de sopetón mientras tomaban un
whisky en la terraza.
—¿Andrew? —contestó el interpelado nombrando a su hijo
mayor y heredero.
—No, el otro, el moreno.
—l¡¡¿¿¿Justin???!! —respondió asombrado, porque no se le
había pasado por la imaginación que un niño de dieciséis años
lalmara la atención del poderoso caballero.
—Quiero reclutarlo para mis servicios —le contestó sin más.
El Duque de Crambert aceptó, como no podía ser de otra
manera. Sabía que su amigo tenía un instinto insuperable para
contratar agentes secretos. Desde siempre él había planeado que
su segundo hijo, que iba a heredar el título de Marqués de
Greenfield, iba a entrar en el ejército, la ocupación a la que se solían
dedicar los hijos segundones, pero si el Duque de Rochester lo
quería reclutar para su servicio, no le quedaba otra que aceptar. Y
sentirse orgulloso.
Y así fue como Justin empezó a trabajar para el Duque de
Rochester antes de su mayoría de edad y de recibir su título.
Al principio hizo poco más que ser un chico de los recados, pero
no se le podía pedir más por su edad. Pero con el tiempo se
convirtió en su mano izquierda.
Esta era una broma habitual entre Lord Atkinson, su compañero
en los servicios secretos, y él. Si Lord Atkinson era la mano
derecha, a él no le quedaba otra que ser la izquierda.
Pero lo cierto era que izquierda o derecha, ambos eran
indispensables para el Duque, eran, de hecho, los únicos en los que
confiaba plenamente.
Por eso, cuando surgió la misión más delicada en la vida del
Duque, una misión en la que Atkinson no podía participar, fue a él a
quien se la encomendó.
Al principio no le pareció ni bien ni mal. Nunca juzgaba lo que le
tocaba hacer y aquella vez no fue diferente.
Aunque sí se dio cuenta de que se trataba de una misión
especial. Para empezar, porque se la comunicó el mismo Duque en
privado y para continuar, porque él mismo la definió así:
—Solo tú, Atkinson y yo tenemos que saber de esta misión —le
dijo, cuando le pidió reunirse a solas.
—Por supuesto, señor.
—Sí, sé que puedo confiar en ti, Justin, pero lo que te voy a pedir
es especial, diferente, así que, aparte de confidencialidad, que ya sé
que mantendrás, te voy a pedir también delicadeza .
Aquello sí era extraño. Delicadeza era lo último que podía
aplicarse a su trabajo, pero cuándo supo en qué consistía la misión,
el asombro fue mayor.
—Tengo información segura de que van a intentar asesinar a mi
hija Viola.
Justin tuvo que hacer esfuerzos para no decir nada, aunque abrió
los ojos y la boca por la sorpresa.
Hasta entonces, Justin no había hablado jamás de la vida
personal del Duque. De hecho, no sabía si estaba casado o soltero
ni si tenía algún hijo. Era impensable que el jefe supremo de los
servicios secretos compartiera información personal, así que aquello
que acababa de decirle era excepcional, no por la información en sí
—secuestros, asesinatos e intrigas eran parte de los problemas que
tenían que afrontar en su trabajo —, sino por venir de quien venía.
Pero no acabaron ahí las sorpresas. El Duque tuvo que explicarle
con detalles qué ocurría. Al parecer uno de sus mayores enemigos
del Duque, que era otro noble muy cercano al Rey, después de años
de intentar perjudicarlo en la sombra, había decidido atacarlo donde
más le dolía.
Por suerte, la red de espionaje que tenía montada el Duque era
espléndida, y habían conseguido nformación del plan con
antelación. E inmediatamente, se había puesto manos a la obra
para abortarlo:
—Han decidido asesinar a mi hija Viola porque es la más fácil, el
resto están más protegidas, pero Viola sale todos los días sola del
palacio hacia la capilla y ese es el momento que quieren
aprovechar.
—¿Tiene usted más hijas?
Justin se arrepintió de haber formulado esa pregunta en vez de
otra más técnica, como era habitual. Pero le estaba sorprendiendo
tanto lo que estaba escuchando sobre la vida privada del Duque que
le salió sin pensar.
Por suerte, el Duque no solo no se ofendió, sino que le dio más
detalles, haciendo que aquella fuera la conversación más insólita
que había tenido con él desde que trabajaban juntos.
—Tengo siete hijas. Dos ya están casadas y suficientemente
protegidas por sus maridos, pero me preocupo mucho de las otras
cinco. Viola es la tercera y la más…., peculiar de todas. Está claro
que mi enemigo sabe bien dónde atacarme.
—Me ha dicho, señor Duque, que el momento de peligro es
cuando acude a la capilla —Tomó la palabra Justin, en un intento de
llevar la conversación a la parte profesional, ya que veía al Duque
muy afectado, aparte de que empezaba a sentirse incómodo
hablando de temas tan personales.
Pero el Duque, para quien, estaba claro, sus hijas eran su punto
débil, continuó con los temas personales.
Cuando Justin tuvo toda la información se dio cuenta de que
aquello había sido inevitable. El Duque había tenido que contarle
todas las peculiaridades de su hija para que él pudiera llevar a cabo
la misión adecuadamente.
Pero aquellas peculiaridades eran muchas. Incluida la forma en
la que él tenía que llevar a cabo la misión: ¡¡¡disfrazado de pastor!!!.
Porque otra de las peculiaridades de la misión era que ninguna de
las hijas debía enterarse de lo que ocurría. El Duque quería
protegerlas totalmente, que no tuvieran miedo por nada.
Justin tuvo que incorporarse a aquella misión al día siguiente de
la conversación, sin tiempo a prepararla bien, pero luego todo había
sido más fácil de lo esperado.
Y eso había sido gracias, precisamente, a la joven Viola.
Porque cuando empezó la misión se dio cuenta de que la
sorpresa de la conversación del día anterior no era más que el
principio: estaba claro que el Duque era una persona excepcional y
que, por tanto, sus hijas también lo eran.
Viola resultó una joven dulce y atractiva, mucho más de lo que él
había esperado. Pero Justin estaba acostumbrado a relacionarse
con mujeres bellas, tanto en su vida privada como en la laboral, así
que no fue eso lo que más le llamó la atención.
Lo más llamativo fue cómo se encontraba él junto a ella. la forma
tan sencilla y a la vez impactante, de acompasarse. Era como si la
conociera de toda la vida, como si hubieran sido amigos de la
infancia con muchas horas de confesiones y confidencias por
detrás. Y había ocurrido en el primer instante que la había visto.
Lo cierto es que la misión le resultó la más agradable y fácil que
había llevado a cabo en su vida.
Fácil porque, por mucho que vigiló, no vio rastro de ningún
peligro en todo el tiempo que la llevó a cabo.
Y agradable, porque estaba junto a Viola.
Sin embargo, una semana antes de que la misión acabara, una
inquietud empezó a empañar la misión: una inquietud que no tenía
nada que ver con la misión en sí misma, sino con ellos dos.
La joven Viola había empezado a enamorarse de él.
Lo tuvo claro por la forma en que lo miraba y le hablaba.
No era, por supuesto, la primera vez que una mujer se
enamoraba de él. En su vida privada era visto como un caballero
tremendamente atractivo, además de tener un título inmejorable y
unas arcas más que saneadas. Y en su trabajo…, había tenido que
vérselas con mujeres peligrosas y también bellísimas con las que la
atracción física y el encaprichamiento habían jugado un papel
importante.
Sí, estaba acostumbrado a gustar a las mujeres y a que alguna,
incluso, se pusiera demasiado insistente con él.
Pero con Viola no quería eso.
Por nada del mundo.
En primer lugar, porque era la hija de su jefe.
En segundo lugar, porque tenía claro que su trabajo era
incompatible con la vida de casado y, por tanto, jamás se casaría.
Apreciaba a Viola, se sentía feliz a su lado y le gustaba
físicamente,incluso, pero no estaba enamorado (no lo había estado
nunca) y no iba a casarse con ella, porque no iba a casarse con
nadie.
Aquello hizo que aquella última semana se le hiciera
especialmente difícil. Por un lado estaba feliz al ir consiguiendo más
y más complicidad y confianza con ella, pero, por otro lado, no
quería lastimarla por nada del mundo.
El punto más álgido de tensión llegó el día que ella le insinuó que
estaba preparada para recibir su propuesta de matrimonio.
Esa noche Justin no pegó ojo: estaba metido en un lío tremendo.
Por un lado, en medio de una misión que no podía abandonar, era,
de hecho, la misión más importante de su vida. Y por otro, con un
conflicto personal irresoluble. Y todo teniendo en cuenta que
afectaba a la hija de su jefe.
Pero, como si los astros hubeiran decidido alinearse para
ayudarlo, la solución vino a la mañana siguiente en una carta de
puño y letra de su jefe:
“Abandona la misión. Todo solucionado”
Fue el mensaje más contradictorio de su vida: por un lado, le
procuró un alivio inmediato, pero, por otro lado, una gran pena, ya
que iba a dejar de ver a Viola, para siempre.
En cualquier caso, se impuso la cordura. Abandonó la misión sin
preguntar, como hacía siempre. El Duque era quien mandaba y él
solo tenía que obedecer.
Un par de semanas después, inmerso en la siguiente misión,
tuvo una nueva entrevista con el Duque que sirvió para aclarar por
qué había acabado la misión con Viola.
Esta vez, su superior se comportó más acorde a lo que era
habitual en él: pocas palabras y menos detalles. Aunque lo
importante le quedó claro. Al parecer, la misión se había abortado
porque el peligro había desaparecido y Viola se encontraba bien.
Eso era todo lo que necesitaba saber Justin así que, aunque de
vez en cuando se acordaba de Viola y de lo a gusto que había
estado junto a ella, continuó con normalidad su vida.
Pero quizá porque había sido una misión extraña desde el primer
momento, tanto a él como al Duque se les olvidó un aspecto muy
importante de seguridad que en cualquier otra misión no les habría
pasado desapercibido.
Estaba claro que había ocurrido por lo extraño de la misión. Al
tratarse de la protección de la hija del Duque, se habían centrado en
otros aspectos, olvidando el fundamental: que ninguno de los
implicados en la misión pudiera reconocerle después.
Y la implicada era Viola. Y él había actuado como pastor siendo
él mismo y, por tanto, muy fácilmente reconocible en cualquier otra
situación.
Lo cierto es que las posibilidades de que volvieran a coincidir
eran casi inexistentes, ambos tenían vidas muy diferentes, además
de que ni ella ni él acudían apenas a eventos sociales.
Pero a alguno acudían y podía ocurrir lo que finalmente ocurrió:
que fueron al mismo evento.
Ella, obligada por su padre, que tampoco se dio cuenta de lo que
podía ocurrir, él como parte de sus obligaciones como marqués de
Greenfield.
Y allí ocurrió el desastre.
Al principio todo se desarrolló con normalidad. Estuvo charlando
con una antigua amante y luego pasó un buen rato hablando con
Lord Atkinson en una esquina del salón.
Cuando se despidió de él, decidió salir un momento a la terraza a
tomar aire fresco. No era muy entusiasta de ese tipo de eventos, así
que después de refrescarse un poco, pensaba retirarse, pero todo
se torció, porque, cuando ya no había marcha atrás, la vio.
Y ella lo vio a él.
Intentó mantener la calma, algo para lo que estaba bien
entrenado, aunque le costó más que nunca. Porque ahora lo que
estaba en juego era algo más que trabajo.
De hecho, lo que más le sorprendió fue su reacción al verla.
El corazón se le aceleró y sintió un impulso de acercarse a ella,
mirarla, sonreirle…, algo que, por supuesto, no podía hacer.
“Está claro que Viola me afecta mucho más de lo debido”, se dijo
a sí mismo, entre intrigado y enfadado consigo mismo, porque no le
gustaba esa sensación de no controlar sus emociones. Pero
enseguida apartó esos pensamientos y se centró en el trabajo: tenía
que inventarse algo ya, si no, toda la operación quedaría al
descubierto.
Pero no le dio tiempo de hacerlo, ya que la joven le demostró, por
primera vez, que era una digna hija del Duque de Rochester.
Capítulo 9

Esta vez a Justin le costó mucho más olvidar a Viola. Tuvieron


que pasar dos meses para que dejara de repetir en su mente lo que
había ocurrido en aquella terraza.
Y no precisamente porque le doliera el bofetón que había
recibido, sino por lo contrario.
A lo largo de su vida, Justin se había visto envuelto en múltiples
peleas en las que había dado, pero también recibido, puñetazos y
hasta un tiro que le mantuvo convaleciente más de un mes. Estaba,
por tanto, acostumbrado al dolor físico: era una parte inherente a su
arriesgado y peligroso trabajo. Así que el bofetón de Viola no le
supuso nada a nivel físico. La joven se lo soltó con fuerza, pero no
dejaba de ser una mujer y de pequeño tamaño además, así que
para el curtido agente secreto, más que un bofetón fue una caricia.
Pero eso solo respecto a la parte física, porque a nivel simbólico,
el bofetón fue como un terremoto para él.
Viola le había afectado de manera personal el tiempo que habían
pasado juntos en los paseos de la capilla al palacio, le había
parecido una joven singular, especial y atractiva. Había conectado
con ella, pero no había tenido ni un problema para olvidarla. O para
recordarla muy de vez en cuando y tan solo como un episodio
especialmente agradable de su trayectoria profesional.
Pero el bofetón le puso delante otra realidad de golpe. Hizo que
la viera de nuevo, bajo otro punto de vista. Hizo que la descubriera.
Por su profesión, había decidido que no se casaría jamás. Era
demasiado formal y responsable como para someter a una mujer a
la tortura de convivir con un agente secreto: quizá la peor profesión
del mundo para un marido. Ayudaba a que hubiera tomado esa
decisión sin problema que no fuera el hijo primogénito y, por tanto,
no tuviera la responsabilidad de dar un heredero a la familia. Tenía
un título, el marquesado de Greenfield, pero si no tenía
descendencia, el título pasaría a sus sobrinos, que en aquel
momento ya eran cuatro.
Y, por otro lado, permanecer soltero le permitía tener una vida
sexual libre y variada, algo que siendo casado no era imposible,
pero sí más complicado.
Así que respecto a las relaciones con las mujeres, su vida era
casi perfecta.
Esporádicamente visitaba a un par de concubinas, más por un
tema laboral que otra
cosa, ya que, al ser mujeres que se relacionaban con la flor y
nata de la nobleza del paś, podía sacarles información interesante,
pero el grueso de sus relaciones eran mujeres de la alta sociedad
casadas.
Y, finalmente, también había tenido un par de relaciones con
compañeras de “profesión”. Eran pocas, pero existían mujeres
agentes secreto.
A pesar de la diversidad de procedencia, todas las mujeres con
las que se había relacionado tenían una característica común: se
trataba de mujeres de carácter. Esa había sido al razón por la que
Viola le había pasado desapercibida como mujer deseable en sus
primeros contactos: era evidente que era especial, que estaba junto
a ella más cómodo de lo que había estado nunca con nadie, y
también que era una joven atractiva, pero nunca , jamás, la había
visto como deseable sexualmente. Justo después del incidente de la
bofetada se dio cuenta por qué porque era demasiado dulce,
demasiado dócil.
Pero el fuego de sus ojos y la fuerza con que le abofeteó
actuaron como un revulsivo inesperado: ¡¡Viola también tenía
carácter!!.
Y entonces le ocurrió algo impactante, fue como si, de repente,
un montón de piezas suelas y aparentemente inconexas,encajaran
perfectamente. Como si todo tuviera sentido.
Y como si ese sentido fuera lo más importante que le había
ocurrido en la vida: Viola era la mujer perfecta para él.
La única.
La idea se le apareció mientras la veía partir de la terraza, a paso
rápido y enérgico.
Tuvo que contenerse para no ir tras ella y agarrarla del brazo,
volver a sacarla a la terraza y besarla apasionadamente. Hundirse
en ella.
Las imágenes se le agolparon en la mente, una detrás de otra.
Se veía abrazándola, hundiéndose en ella, llamándola por su
nombre , besándola, acariciándola, sacándole gemidos y suspiros.
Quitándole los fantasmas (una frase que ella había usado mucho
con él el tiempo que habían sido “amigos”) a besos.
Se sentó en el pretil que había en la terraza y decidió esperar
unos minutos hasta que se le pasara. Porque en ese momento
estaba convencido de que lo ocurrido era una anomalía y que en
pocos minutos volvería a ser el mismo, olvidaría el episodio y
archivaría de nuevo en su memoria a Viola.
Pero pasaron diez, quince, veinte minutos, y las sensaciones y
pensamientos aumentaron en intensidad en vez de disminuir.
Al final tuvo que volver al salón de baile, ya que se iba acercando
el momento del final del evento y llevaba demasiado tiempo
desaparecido. Por suerte, ya no había ni rastro de Viola y de sus
hermanas cuando apareció: se habían ido ya.
Consiguió mantener la calma aparente para hablar y despedirse
de los conocidos que quedaban sin que nadie se diera cuenta de lo
alterado que estaba, tantos años de entrenamiento daban sus
frutos, pero su interior seguía siendo como un volcán en erupción.
Al día siguiente, al despertar de una noche plagada de sueños en
los que la protagonista había sido una Viola muy ligera de ropa o
directamente desnuda, se dio cuenta de que aquella iba a ser una
de las peores batallas de su vida, precisamente porque iba a ser
contra sus sentimientos.
Tuvieron que pasar dos meses para que empezara a pasar varias
horas seguidas sin pensar en ella. Y, por suerte, cinco meses
después del episodio, se dijo a sí mismo que empezaba a superar lo
que le había ocurrido con la joven. Fuera lo que fuera, porque para
él había sido tan misterioso y extraño como lo que ella decía que le
ocurría con la visión de los espíritus.
Pero sí, cinco meses y varios contactos amorosos con mujeres
variadas después , dio por superado su episodio de obsesión por
Viola.
Ayudó, por supuesto, que no la volvió a ver. Y que pensaba que
no lo volvería a hacer.
Pero la victoria duró apenas dos días, porque ese fue el plazo
que pasó entre el día que dio por vencida su obsesión y el día que
recibió la misiva que volvió a poner su vida personal patas arriba.
Capítulo 10

Cinco meses hicieron falta también para que Viola recuperara “su
vida anterior a Justin” , tal y como ella la llamaba para sí misma.
En su caso no se trató de algo nuevo, ya que anteriormente ya
había pasado por un duelo por su pérdida. De hecho, esta vez no
era tristeza y sensación de vacío los sentimientos que más le
embargaron, sino asombro y rabia.
El asombro era por ella misma. Le costó mucho tiempo
reconocerse en la bofetada que le había dado a Justin. Era la
primera vez, y esperaba que la última, que pegaba a una persona.
Al final aceptó su comportamiento diciéndose que, al fín y al cabo,
era una Arlington. La más dulce y suave de las Arlington (seguida
muy de cerca por India), pero una Arlington al fin y al cabo. Y, como
tal, el carácter se le presumía.
Estaba claro que Justin le daba la vuelta a su vida en todos los
aspectos, desde quitarle los fantasmas de encima hasta sacar el
genio familiar que hasta entonces ella había creído que no
compartía.
Pero también había otra explicación para aquella bofetada y era
su otro sentimiento mayoritario: la rabia.
Un sentimiento que también era nuevo en ella , pero que estaba
totalmente justificado, porque lo que le habían hecho todos los
hombres de su vida no tenía justificación.
Y en él “todos los hombres de su vida”, metía a todos los varones
que la habían rodeado desde su nacimiento, quitando tan solo a los
criados, y solo porque no tenía indicios de que estuvieran
compinchados, aunque tampoco lo descartaba y por eso los miraba
con recelo desde el día del baile.
Se trataba de su padre, por supuesto, pero también del pastor
Adams, de Lord Atkinson y, sobre todo, de Justin.
Cada vez que pensaba en uno de ellos, le entraban ganas de
abofetearlo como había hecho con Justin.
“No está bien lo que me han hecho” , se decía a menudo “no está
bien”, “me han engañado como a una niña, y todo por ese horrible
trabajo de mi padre”.
Sí, tenía una rabia enorme por sentirse engañada, pero, sobre
todo, porque ese engaño había hecho que se enamorara por
primera vez. De una mentira.
Porque Justin era una mentira todo él.
Y también el único hombre que había conseguido que viviera en
paz.
Lo cierto es que al final, a pesar de la rabia, su carácter suave y
pacífico se impuso y fue calmandose. Y asumiendo lo que le había
ocurrido y lo que había perdido.
Volvió a sentirse medianamente cómoda rodeada de fantasmas
que, por supuesto, volvieron en gran número cuando Justin
desapareció de su vida.
Volvió a sus paseos mañaneros a la capilla, en busca de la poca
paz que conseguía cada día y volvió a compartir con el pastor
Adams el rato del oficio religioso por la mañana.
También estaba enfadada y algo resentida con él, pero era con el
que menos. El hombre no le había dado ninguna explicación, por
supuesto, y ella tampoco se la había pedido, pero se le notaba más
incómodo con ella, como cohibido.
Seguramente se sentía culpable con ella. Y era esa actitud la que
hacía que la animadversión de Viola hacia él fuera menos que hacia
los otros. LLegó a pensar, incluso, que él era también una víctima de
su padre y de Justin. Porque era a ellos dos a quienes menos
perdonaba.
A su padre, en cualquier caso, le importaba un bledo lo que
pensaba su hija. En ninguna de las cartas que mandaba
religiosamente todas las semanas había mencionado el asunto ni se
había puesto en contacto con ella de manera discreta para pedirle
perdón o darle algún tipo de explicación.
Nada nuevo, por otro lado, en un hombre acostumbrado a hacer
lo que le daba la gana y a que las personas que le rodeaban
siguieran sus órdenes a rajatabla. Viola le quería, como no podía ser
de otra manera, pero también le resultaba muy irritante y, en ese
momento, estaba muy enfadada con él.
Pero al que no perdonaba por nada del mundo era a Justin. Con
él, no servía ninguna de las excusas que servían para apaciguarla
un poco cuando se trataba de Lord Atkinson o el pastor Evans.
Estaba claro que Justin estaba también a las órdenes de su padre,
pero eso a ella no le calmaba ni le servía de nada. Era una rabia
visceral la que sentía por él. Era la rabia de la mujer despechada por
amor, un tipo de rabia que no se calma con nada más que con el
paso del tiempo.
Pero, por suerte, este pasó y cinco meses después de su último y
desafortunado encuentro, Viola empezó a decirse a sí misma que lo
estaba superando. Ya era capaz de mirar al pastor Adams y a Lord
Atkinson sin resquemor y, aunque seguía sintiendo rechazo a lo que
había hecho su padre, había empezado a olvidarlo y empezaba a
tener ganas de que volviera a casa, algo que llevaba tiempo sin
sucederle.
Lo que no se movió un ápice durante aquel tiempo fue la
animadversión hacía Justin y lo que le había hecho. Cada vez que
se acordaba de él, las ganas de abofetearlo se apoderaban de ella
de una manera violenta. Por suerte, hubo algo que alivió esos
sentimientos: empezó a recordarlo mucho menos. Pasaba buenos
ratos sin pensar en él y un día, incluso, mientras iba paseando hacia
la capilla, se dio cuenta de que desde el día anterior no había
pensado en él.
Ese pensamiento hizo que entrara en la capilla con una sonrisa
plena como hacía tiempo no conseguía sacar.
Una sonrisa que se le quedó congelada cuando vio lo que había
al otro lado de la puerta.
Capítulo 11

Aunque lo correcto era decir “quién estaba” y no “lo que había”.


Justin, vestido con ropa de montar, la miraba fijamente desde el
fondo de la capilla. Las vidrieras que había tras él, dejaban colar la
luz del amanecer, así que toda la capilla estaba iluminada por una
luz que casi parecía mágica.
En ningún momento de aquellos cinco meses se le había
ocurrido a Viola que algo así podía ocurrir: que Justin iba a volver,
pero si se le hubiera ocurrido, habría pensado que su reacción
habría sido abofetearlo de nuevo. Sin embargo, no fue eso lo que
ocurrió.
Lo primero que sintió fue el impacto por su presencia inesperada,
pero, inmediatamente, su corazón empezó a palpitar
aceleradamente y sintió una emoción intensísima apoderarse de
ella.
Pero no era ira, era amor.
Justin estaba guapísimo, era guapísimo, pero vestido con aquella
ropa su cuerpo se distinguía mejor. El pantalón, de ante, ajustado,
marcaba los músculos de sus piernas de forma que parecía que
estaba desnudo. Y eran unas piernas magníficas, fuertes y
musculosas.
Llevaba una camisa blanca de algodón muy fino, coronada por
un pañuelo de seda en el cuello. Un pañuelo blanco que hacía
destacar aún más su piel bronceada y sus ojos y pelo negros. Y la
chaqueta, de paño azul marino, se ajustaba a su cuerpo como si
fuera una segunda piel.
Sí, Justin era el hombre más guapo que había conocido en su
vida, pero no solo eso la estaba alterando y haciendo que su
corazón se llenara de una alegría y ligereza extremas. Ayudaba
también que la estaba mirando, fijamente, pero con un cariño
indisimulado.
Y que , como siempre que estaba Justin, los fantasmas hubeiran
desaparecido del todo.
Nunca en su vida había sentido tanta tranquilidad, paz y felicidad.
El momento, en el que se quedaron los dos en suspenso,
mirándose y sin decirse nada, duró apenas unos segundos. Pero
Viola hubiera deseado que durara toda la eternidad. Era como si
todo su mundo encajara por fín, como si estuviera en el lugar
perfecto con la persona perfecta.
Pero el momento acabó, abruptamente, y fue ella quien lo
terminó.
De repente, recordó quién era ella, quién era Justin y lo que le
había hecho y, aunque no tuvo deseos de abofetearlo, si fue capaz
de sacar sonidos de su garganta, de la manera más seca y seria
que pudo:
—¿Otra vez aquí? ¿No habéis tenido suficiente con lo que me
hicisteis? Dile a mi padre que deje de importunarme y lleve a cabo
sus misiones sin alterar mi mundo.
Una vez lo soltó, se quedó contenta. Había conseguido resumir
en tres frases lo que pensaba y lo que quería que Justin entendiera.
Que sabía que detrás de todo estaba su padre, que estaba mal que
la utilizaran para sus misiones y, sobre todo, que no quería tenerlo
delante de ella.
Sin embargo, la sensación de control de la situación le duró solo
hasta que él contestó, unos segundos después de mirarla con algo
de tristeza.
—Viola, lo siento, pero esta vez la misión te implica aún más.
Tienes que venir conmigo. Ya.

☙☙☙☙☙☙☙☙

No aceptó lo que él le dijo inmediatamente, por supuesto. Volvió


a salir la Arlington que llevaba dentro, aunque con menos violencia
que la última vez.
—La única persona que va a salir de aquí eres tú. Ahora.
Por primera vez desde que lo había conocido, Viola vio a Justin
titubear. Estaba claro que no se esperaba que reaccionara así y
también que no sabía muy bien qué hacer. Ella, desde luego, no le
iba a ayudar a salir del atolladero en el que estuviera.
Entendía lo que le pasaba. Estaba a las órdenes de su padre, el
superior más estricto y peligroso del Reino. No tenía ni idea de por
qué su padre se empeñaba en meterla en el medio de sus
operaciones de espionaje, suponía que era porque les servía de
señuelo: nadie iba a pensar que una joven como ella estuviera
metida en una operación secreta. Pero a ella le daba igual. Le tenía
respeto a su padre, pero no miedo y, además, no se estaba
negando ante él, sino ante su subordinado.
¡¡Qué apechugara Justin con los problemas que surgieran por su
desobediencia!!!, ella, desde luego, no iba a ir con él a ningún lado.
Así que se lo quedó mirando retadora y segura, mientras él
parecía estar debatiéndose con algo.
Fuera lo que fuera, tardó un buen rato en tomar una decisión. Se
pasó la mano por la cara varias veces, negó con la cabeza otras
tantas y, al final, después de mirarla fijamente de nuevo, pareció
llegar a una conclusión, porque afirmó ligeramente con la cabeza
antes de empezar a hablar de nuevo.
Antes de decirle a Viola aquello que iba a cambiar su vida para
siempre:
—Viola, quieren asesinarte, debemos huir para protegerte.
Capítulo 12

No puso en cuestión lo que le dijo Justin. Algo en su voz y la


manera de mirarla le hizo entender que lo que acababa de decirle
era cierto.
A pesar de que era absurdo e incomprensible, era cierto.
Por eso habían organizado aquel montaje con el párroco y por
eso su padre no le había dicho nada.
De repente, todo encajaba sin encajar en lo principal.
¿Quién podría querer asesinarla? ¿A ella? Ella no era nadie, una
joven tímida y tranquila con una peculiaridad, sí, pero una
totalmente inofensiva que, además, no conocía apenas nadie.
Nada de aquello tenía sentido, pero Justin no le dio tiempo ni a
preguntarle, en cuanto vio que ella entendía y aceptaba lo que
acababa de decirle, se puso en marcha sin darle tiempo a nada
más.
—Tenemos que huir inmediatamente, no tenemos tiempo, Viola,
luego te explicaré lo que ocurre…, aunque tu padre me mate
después.
El final de aquella frase hacía aún más incomprensible todo: ¿su
padre no estaba al tanto?. En cualquier caso, tuvo que apartar
aquellos pensamientos y concentrar todos sus sentidos en
acompañar a Justin. O mejor, en adaptarse a sus pasos, porque él
le había dado la mano y había empezado a salir de la capilla, casi
arrastrándola.
Una vez fuera, Justin miró a su alrededor, como buscando algo,
cuando pareció cerciorarse de que no había nadie, la llevó a un
lateral de la capilla.
Allí, junto a un árbol, un caballo nego, magnífico, pastaba con
tranquilidad.
Pero Justin tenía prisa, era evidente.
—Tenemos que huir, Viola —le dijo mientras le ayudaba a
montar.
Viola seguía sin terminar de reaccionar, así que se dejó aupar
como una autómata. Inmediatamente, montó él después de decirte
“¡agárrate a mí! y puso el caballo al galope.
El Duque de Rochester, había obligado a sus hijas a aprender a
montar, pero Viola había sido la menos entusiasta, así que, aunque
sabía lo básico, se alegraba de que Justin hubiera tomado la
iniciativa y fuera él quien llevara el caballo. Ella solo tenía que
dejarse llevar.
Y agarrarse a él con fuerza.
Su hermana Cassandra siempre había disfrutado de las
actividades al aire libre que su padre les había obligado a aprender,
pero no fue hasta ese momento, agarrada fuertemente a la cintura
de Justin, que ella sintió realmente lo que significaba ese disfrute.
Las anchas espaldas de Justin le paraban el aire, que a esas
horas era frío, pero vivificante, mientras veía los lugares por los que
iban pasando. Y todo, todo, era maravilloso.
Llevaba la mejilla derecha pegada a la espalda de Justin. Notaba
su calor y sus músculos poderosos debajo, pero, sobre todo, su olor
masculino. Un olor maravilloso que le hacía sentirse protegida. Y
todo, mientras iba viendo pasar árboles, y páramos, lagos y campos
cultivados.
Al principio, el paisaje era conocido, estaban en los alrededores
del palacio, un lugar que conocía desde niña. Pero pronto
empezaron a pasar por zonas nuevas para ella. Estaba claro que no
iban camino de Londres, pero era incapaz de adivinar hacia dónde
se dirigían.
Viola, al contrario que Cassndra, no había aprovechado las
lecciones del padre sobre orientación, así que no sabía si iban hacia
el norte, el sur, el este o el oeste, pero, en realidad le daba igual.
Estaba en un momento en el que solo se dejaba llevar por los
sentidos, sin pensar, sin razonar.
Justin y ella, pegados, la naturaleza y, de nuevo, la gran maravilla
de vivir en un solo mundo, el que era real para todos, el mundo sin
fantasmas.
También perdió el sentido del tiempo. Ella solo veía pasar
paisajes ante sus ojos y solo notaba el calor y el olor de Justin,
protegiéndola.
Si hubiera podido, se habría quedado así, para siempre. Pero el
cuerpo humano no está hecho para permanecer sobre un caballo
demasiado tiempo sin descansar, así que en un momento dado,
empezó a notar que sus músculos se agarrotaban y empezaban a
dolerle.
Y justo en ese momento, como si Justin hubiera notado lo que le
ocurría, fue haciendo que el caballo bajara la intensidad de la
carrera, hasta ponerlo al trote y, finalmente,hacerlo parar.
Y entonces Viola se dio cuenta de que la tregua que había vivido
tocaba a su fin. Debía volver a enfrentarse a la realidad, a Justin y a
lo incomprensible de lo que estaba ocurriendo.
Al principio, siguieron sin hablar.
Justin la ayudó a descender del caballo, con delicadeza pero con
firmeza, como había hecho para subirla.
Ella se dejó hacer, pero una vez el caballo estuvo tranquilo,
pastando y los dos con pie a tierra, Viola decidió que ya no podía
seguir evitando el enfrentamiento. Lo que acababa de vivir era un
espejismo, o como un oasis en el desierto, pero no la vida real.
Y en la vida real, ella seguía enfadada con Justin y, sobre todo,
sin entender nada de lo que estaba ocurriendo.
—Ahora me vas a decir qué está ocurriendo, Justin.
Le salió la voz firme de las Arlington, pero Justin tenía su propio
plan.
—Ahora vamos a buscar un lugar tranquilo para sentarnos y te
explicaré todo, Viola.
Era exasperante ver cómo él siempre se las arreglaba para
manejar todo a su manera, pero Viola decidió que iba a escoger
bien los aspectos por los que discutir. Justin no se había negado a
darle una explicación, sino que solo la estaba posponiendo y,
además, era cierto que los dos de pie, en medio de un páramo, no
era el lugar ideal para iniciar una conversación delicada.
Así que Viola, una vez más, se dejó llevar por él.
Justin volvió a cogerla de la mano, en un gesto que acrecentaba
en ella la sensación de estar protegida…, y también de estar siendo
manejada por él. Dos sensaciones contrapuestas, pero que tenía
que empezar a asumir que eran lo normal cuando estaba con Justin.
Ella no tenía ni idea de dónde estaban, pero él se movía como si
estuvieran en un sitio muy conocido. Con su mano derecha
agarrando la de ella y la izquierda tirando de las riendas del caballo,
le hizo subir una pequeña loma. Una vez allí, el paisaje sobrecogió a
Viola.
Frente a ella había un camino, no muy ancho, que, pocos metros
más allá, se cortaba abruptamente y aparecía el océano.
Estaba al borde de unos acantilados que no había visto hasta
entonces. El mar, de color gris claro, al igual que el cielo que les
cubría en ese momento, parecía de plata. Y se veía salpicado por
porciones de color blanco, que era la espuma de mar que provocaba
el oleaje.
No era, por supuesto, la primera vez que Viola veía el mar, pero
no era una visión que tuviera a menudo. Pero si eso no era
suficiente para sobrecogerla, había que añadir que seguía sintiendo
el contacto cálido de la mano de Justin y, sobre todo, el silencio.
El inmenso silencio que no recordaba jamás haber sentido.
Justin, ella y la naturaleza, y nada más.
Era como un milagro, hasta el punto que sus ojos se llenaron de
lágrimas por la emoción.
Prefirió no moverse y no hacer ningún movimiento que delatara lo
que estaba sintiendo y se quedó mirando al frente, pero notó cómo
Justin la miraba. Seguramente se dio cuenta de su emoción, porque
no dijo nada, se quedó parado a su lado y le apretó un poco la
mano.
Era terrible que aquel hombre que conseguía que su vida
encajara por primera vez , que tuviera sentido y paz por primera vez
en su vida, fuera también un mentiroso que la había engañado.
Y cuando esas palabras aparecieron en su mente, el momento
mágico se diluyó y ella volvió a ponerse nerviosa.
—Justin, no entiendo… —empezó a hablar, pero Justin la volvió
a cortar.
—Ven aquí.
La llevó hacia un árbol solitario pero fuerte que dominaba el
paisaje.
Una vez allí, ató las riendas del caballo a una rama del árbol y
empezó a buscar algo en la bolsa que llevaba atada a la silla de
montar.
Sacó una manta gruesa de lana que puso a sus pies a la sombra
del árbol y, sin decirle nada, se sentó. Ella entendió el mensaje y se
sentó a su lado.
—¿Estás bien, tienes frío?
—Estoy bien, pero quiero una explicación.
Por primera vez Justin sonrió. Ampliamente.
—Me gusta esta nueva Viola con más carácter.
Viola se lo quedó un momento mirando antes de contestar:
—Eres tú quien saca ese rasgo de mi personalidad. Y no estoy
muy segura de que a mi me guste.
—Te sienta bien
—Y tú estás mareando la perdiz para no contestar.
Justin soltó una carcajada que desconcertó un poco a Viola.
Porque eso lo hizo aún más atractivo.
Estaban teniendo una conversación diferente a las que habían
tenido las veces anteriores. A pesar de parecer muy prosaicas,
había algo muy íntimo en las pocas palabras que habían
pronunciado. Seguramente ayudaba la naturaleza maravillosa, y el
silencio que los envolvía, pero había algo más. Y aquella carcajada
de Justin parecía confirmarlo. Estaba diferente: relajado y más
varonil que nunca.
Había conseguido con Justin una conexión increíble cuando
había estado disfrazado de pastor, pero la de aquel momento era
más intensa, más auténtica.
—Tienes razón, Viola, estoy mareando la perdiz. Para empezar
porque no debería contarte nada.
—Si quieres, te ayudo y empiezo yo: mi padre me ha utilizado
para alguna de sus misiones y tú no has hecho más que seguir sus
órdenes. Eso es lo que me quieres decir; ¿verdad?
Justin pareció titubear. Volvió a pasarse la mano por la cara, en
un gesto que ya había hecho antes y que parecía querer decir que
se estaba debatiendo entre lo que debía hacer y lo que quería
hacer.
—Eso es lo que debería decirte, Viola, y no te mentiría, pero ya
sé que no te vas a conformar con eso.
—¡¡Por supuesto que no! —contestó ella, poniéndose en pie de
guerra de nuevo —Eso lo descubrí el día del baile, pero lo que has
hecho hoy no tiene explicación. No sé qué hago aquí y, sobre todo,
no entiendo lo que me has dicho en la capilla. Doy por hecho que mi
padre me ha utilizado para una misión de las suyas, pero también sé
que yo no soy nadie ni se nada de su trabajo, así que, además de
estar muy enfadada, con él y contigo, por sentirme utilizada, no
entiendo por qué nadie va a querer matarme. Y debes explicármelo.
Ya. Porque si no, voy a acabar pensando que es una nueva mentira
para seguir utilizándome en vuestras misiones.
—Ese es el problema, Viola, que no puedo explicártelo.
-¡¡¡Pero me has dicho hace un momento…!!! empezó ella,
indignada, teniéndose que Justin iba a faltar a su palabra. Pero él le
cortó inmediatamente.
—No puedo explicártelo, pero lo voy a hacer.
En ese momento se hizo el silencio de nuevo. Viola empezaba a
entender cuál era el dilema de Justin. Y él se lo confirmó:
—Cuando empecé a trabajar para tu padre era casi un niño,
apenas tenía dieciséis años. Me explicaron pocas cosas pero, sobre
todo, me recalcaron una, hasta el punto de hacerme firmar un
documento: nunca, jamás, bajo ningún concepto, podría hablar de
las operaciones en las que iba a estar inmerso. Con nadie. Ni
siquiera con mi futura esposa si es que alguna vez tenía una. Y no
te miento si te digo que fue esa promesa la que ha hecho que
decida no casarme jamás: no me parecía justo para la mujer que
compartiera mi vida. Pues bien, Viola, a pesar de tener tan solo
dieciséis años, entendí perfectamente lo que estaba firmando. Y no
solo eso, sino que jamás he faltado a mi palabra en ese tema.
Jamás. Y nunca pensé que lo haría, ni bajo al tortura más penosa.
Sin embargo, ahora estoy a punto de faltar a ese juramento y lo voy
a hacer contigo. Te cuento esto para que entiendas donde estoy y
por qué me está costando tanto contártelo.
Viola se quedó en silencio al principio. Justin le había soltado
todo seguido, pero con una calma y una gravedad que hacían que
fuera aún más impactante lo que le había dicho.
Ella conocía perfectamente a su padre. No había una persona en
el mundo con su autoridad: sabía lo que quería y también estaba
acostumbrado a que todo el mundo cumpliera sus órdenes.
Si era así con sus hijas, no quería ni pensar cómo podría ser con
sus empleados.
Ella sabía que su padre tenía fama de ser el hombre más
poderoso, y también el más temido, del reino, así que entendió
perfectamente lo que le estaba contando Justin y lo difícil que le
estaba resultando.
Pero ella era también una Arlington, así que no mostró lo
impresionada que estaba con lo que acababa de decirle y se agarró
a la idea que llevaba repitiendo desde que lo había vuelto a ver en la
capilla:
—Justin, ¿qué pasa conmigo?
Justin suspiró, pero esta vez, sí, le contó todo.
—Estábamos inmersos en una operación muy delicada con el
mayor enemigo que tiene ahora mismo el reino. Y ya me perdonarás
que no te diga de quién se trata .
Viola sonrió un poco, irónicamente, y negó con la cabeza.
—Ya sabes que no es eso lo que necesito saber.
—Es que empiezas a darme más miedo que tu padre.
Respondió él, intentando continuar una broma que ella cortó
inmediatamente.
—Sigue.
—Bien, lo teníamos acorralado, a punto de que cayera. Como se
trata de un hombre muy poderoso y con una situaciṕn privilegiada
en el país, hacerlo caer no significa destruirlo o hacerlo desaparecer,
sino neutralizarlo. Y eso, normalmente, se hace utilizando
información en contra de él.
—Entiendo —dijo Viola, animándole a continuar
—Y esta vez lo habíamos conseguido. Teníamos información
muy comprometida que implicaba a una de sus hijas. Se trataba de
un escándalo que, si se daba a conocer, iba a ensuciar el nombre de
la familia para varias generaciones. Y eso, para un hombre de su
posición, era peor que la muerte. Así que estábamos a punto de
neutralizarlo para siempre. Pero fallamos en el cálculo, porque no
contamos con la otra persona implicada y sus reacciones.
—¿Qué quieres decir?
—Hablo de su hija. Nuestra parte salió perfecta, le informamos
del escándalo, lo neutralizamos, pero la hija, que también se enteró
de los sucedido, tomó sus propias decisiones. Terribles. Se suicidó.
—¡¡Oh!!!- el grito le salió de dentro, como si se hubiera tratado de
alguien conocido o querido. Le parecía terrible que el juego de poder
de unos hombres acabara afectando a una persona inocente que
nada tenía que ver. No tenía ni un problema en empatizar con
aquella joven, ya que se veía reflejada en ella. Su padre, al que
quería por ser su padre, era un hombre implacable y temido, ella no
tenía nada que ver con él, pero podía ocurrirle como a aquella joven
y que le salpicara. De hecho, en ese momento se le encendió una
luz de comprensión:
—Creo que empiezo a entender —dijo Viola, poniendo en voz
alta sus pensamientos.
—Efectivamente. A partir de ese momento, el tema dejó de ser
algo ajeno a las familias y se convirtió en algo personal. Nuestro
enemigo decidió vengarse y contraatacó de la misma manera.
Intentando hacer daño con una de las hijas de quien había
provocado su desgracia. Del Duque. Tu padre. Quería venganza. Y
sangre. Y organizó todo para asesinarte.
—Pero, ¿hay alguna razón de que me escogiera a mí o fue azar?
—dijo Viola, con el corazón encogido por lo que estaba escuchando.
—Viola, él también tiene una buena red de informantes y pensó,
con buen criterio, que tú eras la más fácil de atacar. Tus hermanas
Silvania y Cassandra tienen a sus maridos para defenderlas, y el
resto, apenas salen de palacio y, cuando lo hacen, siempre están
acompañadas. Tú eras la única que pasaba ratos sola, en concreto,
durante el paseo del palacio a la capilla.
—¿Y cómo os enterasteis de sus planes?
—Te he dicho que él tenía una buena red de informantes, pero
nada comparada a la nuestra. Somos el mejor servicio de agentes
secretos del mundo. Un agente doble nos lo comunicó. A partir de
ahí, se trataba de hacer abortar la operación sin hacer ruido, sin que
nadie se enterara, incluida tú. Y la mejor manera de hacerlo era sin
alterar apenas lo habitual. De esa manera, sustituimos al pastor
Adams por mí, que soy el agente en quien tu padre puso el mayor
peso de la operación. Todo salió perfecto, mejor de lo esperado, ya
que nuestro enemigo se dio cuenta de lo ocurrido y abortó la
operación. Por eso desaparecí sin decirte nada. No podía hacerlo.
Viola negó varias veces con la cabeza. Lo que acababa de contar
Justin explicaba casi todo. Ella entendía lo que había ocurrido y
también que no le hubieran dicho nada. Le molestaba, pero sus
cuitas personales no eran nada al lado de lo que había estado en
juego en aquella operación. Aún así, había dos aspectos que no
terminaban de encajar:
—Pero estás de vuelta —dijo, sacando el primero —luego algo
se ha torcido.
—Si, efectivamente, se ha torcido todo. Ayer recibí una misiva
urgente de tu padre. Tenía que venir al palacio, recogerte y ponerte
a salvo. Gracias a un contacto secreto, se había enterado de que
todo había sido una trampa, de que nuestro enemigo no había
renunciado a su venganza en ningún momento, lo que había hecho
había sido posponerla hasta asegurarse de que podía salir bien.
Matarte se había convertido, se ha convertido, en su razón de vivir.
Ya no es un tema de poder, es un tema de venganza sin cuartel. Así
que no podíamos perder el tiempo. Llegué justo en el momento en
que entrabas en la capilla, con minutos de adelanto a la persona
que se dirigía a palacio para asesinarte. Y te saqué de allí al galope,
como bien sabes.
Viola soltó una exclamación en alto cuando se le ocurrió algo
terrible:
—¡¡¿¿Mis hermanas??!!
—No te preocupes —le dijo él, tarnquilizándola —su obsesión
eres tú: decidió que serías tú la asesinada y no parece haber
cambiado de opinión. En cualquier caso, viendo que había peligro
de que buscara una sustituta si no te encontraba, pensamos
también en la seguridad de tus hermanas. Los maridos de Silvania y
Cassandra están avisados y las que viven en palacio están
totalmente a salvo. Lord Atkinson, con una excusa, se ha trasladado
a palacio unos días. Y la mitad de los criados que trabajan en
palacio no son en realidad criados… y no me hagas decirte más, por
favor —.Terminó Justin, sufriendo por estar contándole tanto.
Viola no insistió. Sabía lo que le estaba costando faltar a su
juramento. Además, eso le permitió preguntarle el segundo tema
que no le terminaba de cuadrar.
—¿Y por qué me lo estás contando, Justin? Sé que he insistido y
he sido imperativa, pero también que te podías haber inventado un
cuento para no decirme la verdad y mantener tu juramento.
Esta vez Justin tardó más en contestar. Se quedó mirando al mar
un buen rato y sin apartar la mirada de allí, sin mirarla por primera
vez, le dijo:
—Después de lo ocurrido en el baile, me prometí a mi mismo que
jamás volvería a mentirte. Y esa promesa ha sido más fuerte que mi
juramento. No me digas por qué, Viola —le dijo después de un
silencio y mirándola de frente —pero sé que mi mentira te hizo daño,
y no quiero dañarte por nada del mundo. De hecho, para calmarme
por mi deslealtad para con el juramento, me he dicho que no hago
más que seguir las instrucciones de tu padre: protegerte contra todo
y todos. Incluso contra sus normas más estrictas —terminó en voz
baja.
Capítulo 13

Era lo más emocionante y tierno que había oído en su vida. Sintió


que su corazón se llenaba de felicidad. El mismo sentimiento que la
había llenado el tiempo que Justin había estado disfrazado de
pastor, pero, esta vez, mucho más intenso.
Toda la rabia que había sentido por él por engañarla, se evaporó,
desapareció, y en su lugar volvieron a aparecer los sentimientos que
había tenido en su época de paseos entre el palacio y la capilla.
Justin acababa de decirle que se preocupaba por ella, hasta el
punto de no ser fiel al juramento más importante de cualquier agente
secreto.
Viola sonrió y sus ojos se llenaron de luz. Igual que
impulsivamente había abofeteado a Justin, ahora sentía unos
impulsos casi irrefrenables de abrazarlo. Besarlo incluso.
Pero su estricta educación esta vez sí sirvió para controlarse y no
lo hizo.
En cualquier caso, la expresión de su mirada era transparente y
Justin la leyó y, de repente, todo cambió de nuevo.
Sin esperar a que ella contestara, se levantó y se dirigió hacia el
caballo. Rebuscó en la bolsa de viaje y volvió con un pan y algo de
queso.
—Tenemos que comer algo y luego intentar dormir,
aprovechando que va a anochecer enseguida. Mañana
continuaremos el viaje.
Volvió a utilizar el tono amable pero distante que le caracterizaba.
Un tono que Viola ya definía como “profesional”, y se puso a cortar
una porción de queso y pan para darle a ella.
Estaba claro que se había dado cuenta de su felicidad y algo le
había asustado de aquella situación, por eso había cortado adrede
el instante de alegría de ella, y con él, también el de intimidad.
En cualquier caso, Viola no estaba dispuesta a dejar pasar
aquello como si nada. Lo que Justin acababa de contarle era
demasiado personal y emocionante.
—Justin, quiero agradecerte lo que has hecho por mí y también
que hayas faltado a tu juramento. Necesitaba saberlo y no me iba a
conformar con cualquier excusa, pero ahora que lo sé, puedes estar
tranquilo, no se lo diré a nadie.
Justin dejó en suspenso lo que estaba haciendo con la comida y
la volvió a mirar de frente. Su mirada, de todas formas, seguía
siendo cautelosa y ligeramente distante. La conexión íntima que
había ocurrido entre los dos había desaparecido:
—Lo sé, Viola, eres una Arlington, sé que puedo confiar en ti. Te
conozco bien además. Toma, come un poco.
Y le pasó el pan con queso y Viola supo que en ese momento la
conversación sobre lo que había hecho por ella había terminado.
Se dio cuenta de que ya no había marcha atrás, de que el
momento de debilidad de Justin había pasado y ya no iba a volver a
ponerse tan personal y cercano con ella. Tendría que guardar aquel
momento en su corazón como un tesoro y centrarse en el futuro.
—¿Y qué va a pasar conmigo a partir de ahora?
—En estos casos —empezó él, serio, pero seguro, en una actitud
que seguramente era la normal cuando estaba en una misión —lo
que hay que hacer es ir por delante de nuestros perseguidores. Por
la información que tenemos, sabemos que se trata de una sola
persona, pero eso no lo hace menos peligroso. Al contrario,
seguramente se tratará de un asesino profesional, acostumbrado a
cazar a sus víctimas en cualquier situación, por muy difícil que sea.
Viola sintió un escalofrío que le hizo temblar. Las palabras tan
frías de Justin se estaban refiriendo a ella: alguien la quería
asesinar: un profesional acostumbrado a no fallar.
En ese momento, Justin pareció tener compasión hacia ella y
volvió a mostrarse cercano:
—Mientras yo esté a tu lado, no tienes nada que temer. Estoy
preparado para enfrentarme al asesino más sanguinario.Y a ganar
en la contienda.
Seguramente aquello era una exageración, pero ella le agradeció
el intento de tranquilizarla.
—Gracias —le dijo, con emoción.
—Como te decía —continuó él, volviendo al tono formal —
debemos adelantarnos a él. Así que nos iremos moviendo. Cada día
dormiremos en un lugar diferente, e iremos alternando sitios a
resguardo con sitios a la intemperie, como hoy. El objetivo es que
siempre vaya por detrás nuestro, Que cuando llegue a donde hemos
estado, ya nos hayamos marchado. De esta manera, tu padre y el
resto de agentes que están investigando la operación tendrán
tiempo de descubrir quién es y darle caza.
—Todo esto es nuevo para mi, Justin, me asusta un poco.
Además, nunca he dormido al aire libre.
—No te preocupes, de verdad, vas a estar bien. Y no vamos a
dormir exactamente al aire libre.
Nada más decirlo, se levantó de nuevo y volvió a trajinar en la
bolsa del caballo. Luego se acercó de nuevo a donde ella y empezó
a pisotear el suelo a su alrededor. Se agachó y apartó algunas
piedras y, fnalmente, exrtendió en el suelo una gran lona de color
verde musgo.
Durante cinco minutos siguió moviéndose con seguridad y
colocando la lona de manera adecuada hasta que, ante los ojos
asombrados de Viola, apareció una pequeña tienda de campaña.
Finalmente, Justin le hizo levantarse, cogió la gruesa manta de
lana y al introdujo en la tienda:
—Dormiremos ahí, así estaremos más protegidos del frío. Aún
así, hará frío, así que no podemos quitarnos la ropa, de hecho, he
traído un par de chaquetas de lana gruesa para ponernos por
encima.
Viola lo miraba con la boca abierta. Estaba impactada con la
rapidez con la que Justin había montado la pequeña tienda, y
también con sus instrucciones. Pero claro, para ser un agente
secreto de élite, como era él, se suponía que tenías que saber hacer
ese tipo de cosas.
Y otro aspecto que la tenía totalmente impactada era la tienda
misma.
Porque era minúscula.
A duras penas podría entrar ella entera, tumbada, y eso que ella
era muy pequeña en comparación con Justin. Pero él había utilizado
el plural, así que estaba claro que pensaba que tenían que dormir
ambos dentro.
El corazón de Viola volvió a acelerarse, pero esta vez de nervios
y excitación: iba a dormir con Justin pegado a ella, con ropa, sí, pero
pegado a ella. Por mucho que él hubiera vuelto a utilizar un tono
formal con ella, aquello que iban a hacer era cualquier cosa menos
formal.
Y decente.
De hecho, se le ocurrió de improviso, estaba segura de que sus
hermanas casadas dormían con sus maridos en camas mucho más
amplias que el habitáculo que tenían que utilizar los dos.
Y nada más pensarlo, se puso roja.
Y Justin entendió lo que le estaba ocurriendo.
—La tienda está pensada para albergar a una sola persona, aún
así, aunque
parece pequeña, entraremos perfectamente. Eso sí, no sobrará
ni un hueco. De todas formas no nos va a venir mal, porque no
podemos encender el fuego para no dar pistas a nuestro
perseguidor y por la noche la temperatura baja mucho. Pero no te
preocupes, Viola —añadió después de un momento —sé que te
resulta turbador y que en otro contexto esto podría ser visto como
un escándalo, pero puedes confiar en mí plenamente, no voy a
tocarte un pelo, creeme. Te respeto enormemente.
Viola no tenía ni una duda de que la respetaba, lo que no tenía
tan claro era que se pudiera estar dentro de aquella tienda
minúscula sin tener contacto físico. Pero, sobre todo, lo que más le
estaba turbando era darse cuenta de que en realidad eso era lo que
ella deseaba: que Justin tuviera que pegarse a ella, que no fuera tan
respetuoso.
En ese momento entendió a sus dos hermanas casadas. Ambas
habían llegado al matrimonio tras un escándalo al ser encontradas
con sus futuros maridos en situación comprometida.
La más comprometida, la de Silvania, ya que Livia la había
pillado en el lecho con Aidan.
En su momento, cuando se había enterado, no había entendido
que había podido llevar a sus hermanas a tener semejante falta de
decoro. Ahora lo entendía perfectamente. No solo eso, sino que
estaba desilusionada con la actitud formal de Justin. En un
momento, incluso, pensó que iba a ser una pena que a ellos no les
pillara nadie, porque no se le ocurría nada más maravilloso que le
obligaran a casarse con él.
Mientras Justin se afanaba por terminar de dar los últimos toques
al habitáculo donde iban a dormir, ella, fuera, de pie, dio un toque de
atención.
“Déjate de tonterías, Viola”, se dijo a sí misma. “No vas a casarte
nunca pero si eso ocurriera, no habría peor forma de hacerlo que
así: obligada. A Cassandra y Silvania les ha salido bien por sendos
milagros, pero es muy improbable que pudiera volver a ocurrir.
Además, es evidente que Justin no siente por mi lo mismo que yo
por él”.
Este último pensamiento fue el definitivo para dejar de tener
pájaros románticos en la cabeza. Se estiró un poco y se puso digna.
Si él se iba a tomar aquello como parte de una misión, ella
reaccionaría igual. Lo que le faltaba era quedar ante él como una
tonta enamorada…, y despreciada.
Pero justo en ese momento Justin dijo:
—Listo, ya podemos entrar.
Y Viola tuvo que respirar hondo un par de veces, porque estaba
claro que aquella iba a ser una situación difícil de manejar.
Capítulo 14

Para Viola la situación estaba siendo difícil. Tenía que manejar,


por un lado, los sentimientos contrapuestos que le embargaban y,
por otro, disimular ante Justin lo que le estaba ocurriendo, pero de lo
que no tenía ni idea era de que a Justin le estaba costando tanto
como a ella.
Para Justin la nueva misión junto a ella había sido tan inesperada
como para ella. Había recibido una misiva del Duque apenas dos
horas antes de que ella le encontrara en la capilla. No había tenido
tiempo de prepararse para lo que venía y esto había sido mucho
peor de lo esperado.
Por un lado, la misión en sí era difícil, la más difícil de su vida, no
por la misión en sí —habái actuado en algunas mucho más
peligrosas —, sino porque afectaba a una persona que le importaba:
Viola.
Y ese era el problema mayor: que Viola le importaba. Mucho.
Era cierto que se había quitado de encima su obsesión por ella
después de un par de meses, pero en cuanto cerró la misiva del
Duque con las instrucciones para esa nueva misión, esta volvió de
nuevo, plenamente.
Y aquello le asombraba, por lo insólito, pero, sobre todo, le
complicaba mucho más la misión. Iba a tener que pasar junto a ella
veinticuatro horas al día, durante…, a saber cuántos días.
Y no solo eso. Tendrían, también, que compartir espacios, como
el de aquella tienda, haciendo que la tensión entre lo que sentía y lo
que tenía que hacer fuera mucho más difícil de aguantar.
Por eso mismo, porque se estaba debatiendo constantemente
entre lo que le apetecía hacer y lo que debía hacer, las reacciones
que estaba teniendo delante de Viola eran tan incomprensibles.
Tan pronto tenía ganas de abrazarla, calmarla, besarla…, como
se alejaba de ella y la trataba como una simple misión.
Estaba claro que Viola le atraía. Mucho. Como no le había
atraído nadie hasta entonces. Le parecía adorable, con su historia
de fantasmas, que jamás había puesto en cuestión, con su mezcla
de candidez y energía.
Por suerte, Viola estaba inmersa en su propio proceso
desconcertante y no se estaba dando cuenta de lo que le ocurría a
él. Justin se daba cuenta de ello, pero, aún así, estaba siendo una
tortura para él.
Entró en la tienda por delante de ella, con seguridad, a pesar de
que internamente estaba muy preocupado. Jamás había estado tan
cerca de una mujer con la que no fuera a acostarse. Tenía un gran
autocontrol y sabía disimular, pero también sabía que el cuerpo
tenía sus propias leyes y, por mucho que él quisiera controlarlo, no
siempre era posible.
Iban a estar tan pegados que si tenía una erección —un riesgo
posible —ella se iba a dar cuenta.
Una vez dentro decidió no agobiarse de antemano. Esperaba que
la cantidad de ropa que llevaban puesta impidiera que notara las
formas del cuerpo de Viola, y eso le ayudaría a mantenerse como
un caballero.
Viola entró una vez él estuvo dentro del todo. Estaba
anocheciendo, pero aún había algo de luz, así que vio sus gestos
vacilantes y su mirada asustada.
Se mantuvo frío y seguro mientras le animaba a ponerse el
grueso jersey que le había traído “porque al anochecer hará más
frío”. Le colocó bien la manta y le ayudó a encontrar su hueco.
Por suerte, Viola era realmente pequeña y la tienda más grande
de lo que parecía, así que consiguió cada uno su lugar, tumbados,
sin tocar al otro. Era casi un milagro, pero un milagro providencial
que hizo que ambos se tranquilizaran inmediatamente.
La primera parte de la experiencia había salido mejor de lo que
esperaban.
Y esa tranquilidad hizo que ambos se relajaran y volvieran a
sentirse cómodos uno junto al otro. Que volviera la complicidad que
había habido entre ambos desde que se habían conocido.
—Justin, tengo miedo. Y es un sentimiento extraño.
Fuera había anochecido ya, y ya no se veían. Pero la voz de
Viola, era como un faro en la oscuridad para él.
—¿De qué tienes miedo, Viola? —le contestó él, volviendo a
convertirse en su amigo.
—¿Y si nos ha descubierto y nos está vigilando y nos ataca
ahora?
—Viola, tengo los oídos entrenados para escuchar un pájaro
saltando en un charco a un kilómetro de aquí. Si se acercara, le
escucharía. Estás segura conmigo, más segura que en ningún otro
sitio.
Quizá había exagerado un poco, pero no le había mentido. El
Duque de Rochester no le había encargado a él la misión más
delicada de su vida por casualidad. Era el mejor agente para ese
tipo de misiones. Tenía un oído privilegiado y era rápido como un
felino.
—¿Por qué has dicho que es un sentimiento extraño? —le
preguntó inmediatamente, para intentar entretenerla.
—Cuando era niña, mis hermanas me preguntaban a menudo si
no me daba miedo estar rodeada de fantasmas y yo siempre les
decía que no. Y no les mentía. Estaba acostumbrada y lo cierto es
que ha sido siempre algo molesto, pero, como para mi era normal,
no me daba miedo. Y el resto de mi vida era muy tranquila y siempre
he estado protegida, así que es la primera vez que siento miedo en
mi vida.
Al decirlo, tembló un poco. Justin tuvo el instinto de abrazarla,
pero se contuvo. Aunque no había ni un milímetro de margen,
estaban perfectamente separados en aquel lugar minúsculo y así
debían seguir.
—Eres ,entonces, más valiente que yo. Porque yo si he sentido
miedo en mi vida, muchas veces y mucho miedo.
Justin notó que ella se giraba para mirarle. Al hacer el pequeño
gesto, una parte de la falda de ella le rozó la mano a él. Fue casi
imperceptible, pero pegó un ligero bote y se separó. Solo aquel
mínimo contacto le había encendido. Jamás le había ocurrido algo
parecido, por suerte, ella no pareció darse cuenta y siguió
interrogándolo.
—¿Miedo? ¿Tu?. No me lo creo, Justin —le dijo, intentando
bromear.
—El miedo no es malo, Viola. De hecho, creo que para mi trabajo
es imprescindible. Un miedo racional, por supuesto, no uno que
paralice.
—Te lo decía de broma, Justin. De todas formas, me vendrá bien
que me cuentes alguna historia de tus miedos, seguro que acabo
calmandome.
Y Justin le hizo caso y empezó a contarle historias que le habían
ocurrido. No dio ni un nombre, por supuesto, y cambió lugares y
situaciones, pero consiguió mantener entretenida a Viola más de
una hora y sacarle alguna risa incluso.
Y luego, poco a poco, fueron bajando el tono de la conversación
hasta que Justin le dijo:
—Viola, tenemos que dormir, mañana nos espera un día intenso ,
tenemos que seguir huyendo a caballo. Hay que descansar.
—Sí, es cierto, Justin, vamos a dormir.
Y se quedaron en silencio finalmente.
En menos de un minuto, Justin escuchó la respiración regular de
Viola y supo que se había dormido.
Había cumplido perfectamente su misión: no sólo había protegido
a Viola del hombre que la quería asesinar, sino que había
conseguido calmarla y que durmiera tranquila.
Y haciéndolo, él también había conseguido calmarse. Se había
acostumbrado a tenerla al lado, ahora ya solo tenía que dormir él
también y seguramente al día siguiente se le haría más fácil.
Capítulo 15

—Tengo frío.
Justin se despertó sobresaltado, a pesar de que Viola lo había
dicho en voz muy baja y suave. Tenía el cuerpo y la mente
preparados para el ataque, así que cualquier cosa que no fueran los
sonidos normales de la naturaleza le habría despertado.
Enseguida se dio cuenta de que no había un peligro externo, solo
estaba ocurriendo algo que había temido.
A pesar de la ropa extra que le había hecho ponerse encima, no
era suficiente para Viola. Él era un hombre curtido acostumbrado a
dormir al aire libre y también a aguantar incomodidades como el frío,
pero para ella estaba claro que era demasiado.
—Intenta encogerte sobre ti misma, cuanta menos superficie del
cuerpo tengas sobre el suelo será mejor.
Le dijo en un primer momento,ya que era un truco que solía
aplicar él.
Viola le hizo caso, obediente. Durante la maniobra, varias partes
de su cuerpo tocaron partes del cuerpo de él, pero estaban los dos
pendientes del frío de ella y no se sintieron incómodos.
Justin notó, además, que la joven temblaba entera de arriba a
abajo con fuertes sacudidas. Era difícil que entrara en calor en esa
situación. Había pasado el punto de no retorno y había que hacer
algo más intenso para que volviera a recuperarse.
Aún así, Justin esperó un par de minutos a ver si conseguía darle
la vuelta ella sola, pero qué va, las sacudidas eran cada vez más
fuertes y le castañeteaban los dientes.
Había que hacer algo ya. Por desgracia, Justin había visto morir
personas por el frío, Viola no estaba aún en esa situación, pero se
acercaba peligrosamente.
Había dos opciones. La primera, encender un fuego. Tenía el
inconveniente de que así se harían visibles a su perseguidor, si es
que estaba cerca. Eso echaría al traste toda la estrategia de huida,
pero, aún así, no lo descartaba. En primer lugar estaba salvar la
vida de Viola.
Pero esta vez había otra opción que era mejor. Primero, porque
seguiría manteniéndolos en el anonimato y segundo, porque
conseguiría hacer entrar en calor a Viola más rápidamente.
Tardó solo treinta segundos en decidirse a hacerlo, a pesar de
que sabía que era una opción peligrosa para él y quizá también para
Viola.
No se trataba de un peligro para su seguridad, pero sí para su
vida.
Iba a suponer traspasar una línea que jamás hubiera querido
pasar. Aún así, no dudó: la vida de Viola dependía de aquello.
—¿Consigues entrar en calor? —le dijo, sabiendo que era casi
imposible, pero gastando el último cartucho.
—N...o… —contestó muy bajito Viola, y de forma vacilante. De
hecho, su voz sonó mucho más baja que el castañeteo de dientes.
—Viola, hay una forma de que entres en calor, pero tienes que
darme permiso.
—Tte lo ddddoy —respondió, con el mismo tono desmayado.
A pesar de lo dramático de la situación, Justin sonrió.
—No sabes lo que te voy a proponer, Viola, escúchame, es
importante que lo aceptes —le dijo después.
—Ddddime.
—Yo mantengo perfectamente mi calor corporal. Estoy
acostumbrado a estas temperaturas y, además, tengo más músculo,
más cuerpo. Si te envuelvo en mi, conseguiré que recuperes el calor
poco a poco.
Ya estaba, ya lo había soltado. No había marcha atrás.
Se hizo un silencio intenso. Debía de haberle impresionado,
porque Viola dejó incluso de castañetear. Pero inmediatamente
contestó:
—Claro.
Ahora fue Justin el que se quedó sin palabras. E,
inmediatamente, sintió que debía justificarse más.
—Será un abrazo totalmente respetuoso, Viola. No lo haría si no
fuera porque tu vida está...
—Lo sé —le cortó ella, con una energía recuperada —no te
preocupes y abrázame, Justin. Lo necesito.
El final de la frase fue más desmayado y empezó de nuevo a
castañetear.
Y Justin supo que tenía que hacerlo ya.
Apenas tenía que moverse, ya que estaban pegados y lo
milagroso habría sido precisamente no tocarse. Pero ahora iban a
pasar de cero contacto a un contacto total.
Justin se sentía turbado por tener que hacerlo, pero, al mismo
tiempo, tranquilo respecto a lo que le había ocurrido unas horas
antes, cuando habían entrado en la tienda Ahora ya no tenía miedo
de que su cuerpo le traicionara. No había nada sexual en lo que
iban a hacer. Se trataba de cuidado y nada más.
Pensar esto último le dio la energía para ponerse manos a la
obra y empezó a darle instrucciones a Viola.
—Date la vuelta y ponte mirando hacia mi. Cuando lo hagas, te
abrazaré. Es mejor así, porque cubriré la parte central de tu cuerpo,
donde están el corazón y los órganos más importantes, que es lo
que hay que proteger.
Viola, sin decir nada, se giró. Él notó su aliento cercano a su
boca. Era la primera vez que lo notaba, porque jamás la había
tenido tan cerca, pero no le sorprendió: era dulce y cálido, como
toda ella.
Soltó un suspiro, que sonó un poco extraño y se pegó más a ella,
de forma que su pecho y su tripa entraron en contacto con los de
ella. Y después la envolvió con sus brazos.
Y la acercó aún más a él.
Capítulo 16

Justin había tenido muchas mujeres entre sus brazos a lo largo


de su vida. En actitud mucho más íntima que la que estaban
teniendo él y Viola, para empezar, porque lo habían hecho
desnudos.
Ahora, varias capas de ropa se interponían entre ellos, pero, aún
así, Justin notó que aquello era lo más íntimo que había hecho en
su vida con una mujer.
En un primer momento le impactó tenerla entre sus brazos, tan
pequeña, tan temblorosa, tan dulce. Pero luego fueron otras
sensaciones las que le fueron embargando.
El cuerpo de Viola se agitó intensamente al principio, fruto de los
escalofríos que le recorrían entera, pero él siguió manteniendo todo
su calor, y este se fue trasladando poco a poco al cuerpo de Viola. Y
los temblores fueron bajando de intensidad. Hasta desaparecer.
—¿Estás mejor?
—Sí.
La respuesta de ella, con la voz más firme, aunque bajito aún, le
confirmó que iba entrando en calor. Sonrió de nuevo, en la
oscuridad, y se sintió más feliz que nunca en su vida.
¿Era aquello el paraíso? le dijo una voz en su cabeza. Pero la
apartó inmediatamente. Solo estaba cumpliendo con su deber, nada
más, debía dejar de lado esas sensaciones, le dijo otra voz, más
firme y seria, y que era la que dominaba su vida.
Pero lo cierto es que nunca se había sentido mejor en su vida,
con aquella joven que le había hecho sentir tan bien desde el día
que la había conocido. Cuidandola, haciendo que volviera a
recuperar el bienestar.
En ese momento, Viola se pegó aún más a él, buscando el calor
de su cuerpo por todos sus resquicios. Él la abrazó más fuerte: la
salvaría de todos y de cualquier cosa, aunque le perturbara la forma
de hacerlo.
Si en un primer momento había sido su aliento el que le había
impactado, poco a poco fue percibiendo más sensaciones, y todas
le parecieron maravillosas. Su cuerpo menudo, pero bien formado,
el tacto de su pelo en su barbilla, su olor suave y dulce…, y hasta
sus manos frías.
Porque, en un momento dado en el que se movieron para
acoplarse mejor, la mano de Viola rozó la de él y Justin no pudo
evitar soltar una exclamación.
—¡¡Estás helada!!
—Estoy mucho mejor, pero las manos….
—Parecen un témpano de hielo —dijo él, después de cogerlas
con las suyas —Es normal, primero el calor llega a las partes vitales
del cuerpo y deja para el final los extremos. Es bueno que estés
mejor, eso significa que mi medicina está funcionando, pero hay que
calentar esas manos también. Tienes que recuperar el calor en todo
el cuerpo.
Y nada más decirlo, se puso de nuevo en acción. Cogió las
manos de Viola y las introdujo debajo de su ropa, para que entraran
en contacto con su piel.
Estaban congeladas, así que tuvo que reprimir varias
exclamaciones por la impresión. Si le escuchaba, Viola sacaría las
manos y él no quería que lo hiciera.
—Están demasiado frías, te voy a enfriar a ti —protestó ella,
iniciando el movimiento para sacarlas de debajo de su ropa, pero
Justin las atrapo por fuera e insistió.
—Están frías, pero no te preocupes, no me vas a enfriar. Y
entrarás en calor enseguida y será definitivo para que te recuperes
del todo.
Viola se dejó convencer y mantuvo las manos alrededor de su
cintura y poco a poco se fueron calentando.
En ese punto, los dos, envueltos uno en el otro, empezaron a
adormilarse de nuevo. Estaba claro que el momento de peligro
había pasado y podrían intentar volver a dormir. En cualquier caso,
ninguno de los dos planteó la posibilidad de volver a la posición
anterior. Justin, de hecho, planteó lo contrario:
—Viola, vamos a intentar dormir así, guardaremos el calor entre
los dos. ¿Te parece bien?
—Sí, me parece bien.
Ya no volvieron a hablar, cada uno se metió en sus propios
pensamientos y, sobre todo, en las sensaciones de tener al otro
entre los brazos.
Cuando la respiración de Viola se hizo regular, Justin se relajó del
todo y se dejó caer también en la niebla del sueño.
Capítulo 17

Viola no quería dormir. Era, de hecho, lo último que quería hacer


en ese momento. Al igual que Justin había tenido un momento de
debilidad diciendose a sí mismo que se sentía en el paraíso, pero
quitándoselo de la cabeza inmediatamente, ella lo había tenido claro
desde el momento que él había propuesto abrazarla para hacerle
entrar en calor: no quería que aquello acabara nunca.
Así que su respiración regular no había sido más que un truco
para que él se durmiera y ella pudiera disfrutar de estar entre sus
brazos sin cortapisas. Y durante toda la noche, porque no pensaba
dormir ni un minuto.
Era consciente de que esa situación no iba a repetirse jamás. No
se engañaba, Justin la estaba abrazando porque quería salvarla,
continuaba comportándose con ella como un agente en una misión.
Un agente encantador, amable y dedicado, pero un agente, no un
amante.
Y era esa palabra: amante, era la que ella quería que fuera él
para ella. Pero tenía claro que los sentimientos no eran mutuos.
Desde que el día anterior había aparecido de nuevo en su vida
de improviso, todos los sentimientos que tanto le había costado
superar y olvidar habían vuelto de nuevo. Y con más fuerza incluso.
Cabalgar con él, notar sus músculos, su cuerpo y su olor, los
paisajes maravillosos, el silencio que les rodeaba, la ausencia de
fantasmas, todo era maravilloso.
Pero estar abrazada a él era ya directamente el paraíso. Había
pasado mucho frío, pero en ningún momento se había asustado
porque lo tenía a su lado y se sentía segura, a pesar de la
incomodidad.
Cuando él le había propuesto abrazarla para entrar en calor,
había agradecido que estuviera oscuro para que él no viera la
enorme sonrisa que le salió.
Y luego todo había sido incluso mejor de lo que había soñado.
Estar entre los brazos de Justin era, sin lugar a dudas, estar en “su
lugar” en el mundo.
Desde que había empezado a soñar despierta con Justin, al
inicio de conocerle, había empezado a interesarse por el sexo.
Anteriormente había creído que nunca iba a tener una relación
sexual, ya que se iba a quedar soltera para siempre. Pero durante el
corto espacio de tiempo que había estado ilusionada con Justin y
había creído que él le correspondía, había acariciado la idea de
perder la virginidad en algún momento no muy lejano.
Aquello le había perturbado ya que no tenía ninguna experiencia
con hombres.
No sabía, por tanto, nada, de relaciones amorosas entre hombres
y mujeres y, por supuesto, nada del acoplamiento físico.
Sin embargo, con Justin era todo fácil. Cuando había abierto sus
brazos para acogerla ella se había refugiado entre ellos y le había
parecido sencillo, fácil, casi como si dos imanes de polos opuesto se
juntaran: inevitable.
Luego, había notado cómo el calor del cuerpo de él iba llegando
poco a poco al suyo, haciendo que dejara de temblar y que una
sensación de placidez y bienestar la llenaran entera.
Fue entonces cuando decidió que no iba a pegar ojo en toda la
noche. No iba a desperdiciar durmiendo el momento de felicidad
más intenso de toda su vida.
Porque todo lo que estaba ocurriendo tenía también una parte
negativa y triste: aquello no se iba a repetir.
Justin no sentía por ella lo mismo que ella por él, lo tenía claro.
Ella no era más que una misión y cuando esta acabara,
seguramente no volvería a verlo.
Este pensamiento le entristeció un poco, pero para entonces su
plan de hacerse la dormida había funcionado y Justin ya dormía
profundamente.
Y decidió que ya se pondría triste cuando la misión acabara y
atraparan al hombre que pretendía asesinarla, mientras, disfrutaría
de cada hora, minuto y segundo que pasara junto a él.
Y eso es lo que hizo durante toda la noche.
Aprendió de memoria su respiración acompasada y suave, hasta
el punto de saber que hasta el último día de su vida, ese sonido
tranquilo y pacífico en su memoria sería el que la ayudaría a dormir.
Olió su pelo y la piel de su cuello, las partes de él que tenía más
cerca de su nariz, y memorizó también ese olor, maravillosamente
masculino, para que le acompañara los días en los que lo pasara
mal.
Justin era su bálsamo, su medicina, tal y como él le había dicho
y, aunque él no lo iba a saber nunca, la acompañaría siempre.
Al sentido del tacto y del oído, al cabo de unas horas se le añadió
también la vista, ya que empezó a amanecer y la luz empezó a
colarse a través de la tela de la tienda.
Viola, sin moverse, porque no quería despertarle, abrió los ojos y
se propuso aprenderse de memoria las facciones de Justin. Se fijó
en su nariz, grande, pero no demasiado, recta, patricia, una nariz
que le daba personalidad y carácter.
La frente, surcada por pequeñas arrugas que no hacían más que
acrecentar su atractivo, tenía un mechón de su pelo negro
cruzándola. Un pelo negro y brillante que Viola no acarició porque
aquello supondría moverse y, quizá, despertarlo.
Y no quería que eso ocurriera aún.
Mientras el sol iba aclarando el interior de la tienda, Viola iba
viendo mejor cada parte del cuerpo de Justin que estaba a la vista.
Hasta que quedó hipnotizada por sus labios.
Eran, quizá la parte más atractiva de su rostro, sin olvidar sus
profundos ojos negros que en ese momento, al estar cerrados, no
podía admirar.
Tenía los labios llenos y carnosos, de un color rosado claro.
Ya se había fijado en ellos anteriormente, cada vez que le oía
hablar, cada vez que le veía reírse, pero ahora estaba casi
hipnotizada.
Los miraba moverse ligeramente al ritmo de su respiración, con el
bigote y la barba incipientes rodeandolos, haciendo que se vieran
más llenos y atractivos.
Quería tocarlos, estaba convencida de que serían suaves y
aterciopelados, pero no iba a hacerlo, por supuesto, no podía
moverse.
Y justo cuando se estaba diciendo esto a sí misma por enésima
vez, ya que la tentación de tocarlos era casi permanente, su cuerpo,
como si tuviera criterio propio y diferente a su pensamiento, hizo un
movimiento nuevo y sorprendente.
Luego, horas después, cuando intentó buscar una explicación a
lo que había hecho, se dijo a sí misma que tampoco era tan extraño
lo ocurrido. Llevaba toda la noche sin dormir y, por tanto,aunque
estaba feliz, estaba cansada y aquello le hacía bajar la guardia.
Había tenido fuerza para no alargar su mano hacia él, pero lo que
hizo no le hizo moverse apenas. Tan solo había tenido que acercar
su cabeza un poco más a la de él, un movimiento de apenas dos
centímetros, ya que estaban muy pegados, y después, posar sus
labios sobre los de él.
Capítulo 18

Fue todo repentino, como la visión luminosa y el sonido del


trueno cuando un rayo cae en el lugar que estás.
Una corriente de energía maravillosa la llenó entera cuando tuvo
sus labios sobre los de él. Fue algo impactante, fuerte, maravilloso.
Los labios de Justin eran, como había imaginado, suaves, cálidos y
plenos, una delicia. Pero, al tenerlos en contacto con los de ella, la
calidez le llegó hasta el fondo de su alma. Fue como si todo
encajara en su vida, como si todo tuviera sentido. Se le aparecieron
imágenes de su pasado en un instante: la muerte de su madre, su
vida solitaria y, al mismo tiempo, rodeada de presencias, Justin en la
capilla la primera vez que lo había visto. Justin en la capilla cuando
había vuelto. Y una voz en su mente que le decía: todo estaba
previsto para que ocurriera así, él es quien da el sentido a tu vida, él
es quien te sacará de la soledad y del otro mundo para centrarte en
este a su lado.
Pero, simultáneamente a esa voz, otra, la del sentido común, le
decía,¡¡¡¿¿¿qué haces??!!! ¡¡¡Apártate; lo vas a despertar!!!.
Esa última voz fue la que tuvo más fuerza al final y de la misma
manera que se había unido en un beso con él, se separó, como si
los labios de él quemaran.
Eran dos sensaciones contrapuestas e igual de potentes: la
perfección en su vida acompañada de la mayor felicidad y la
sensación de quemazón y peligro.
Al final se impuso la segunda y Viola se apartó inmediatamente.
Sin embargo, en el instante que ella separó los labios de él,
Justin abrió los ojos.
Capítulo 19

Viola jamás había visto sus ojos al despertar, pero sí había visto
los de sus hermanas e, incluso, los de algunos niños hijos de los
criados con los que había jugado de pequeña.
Lo normal era que en los primeros instantes al despertar estos
estuvieran envueltos en una especie de niebla que los hacía más
líquidos y como ausentes.
Sin embargo, la mirada con la que Viola se topó no tenía nada
que ver con lo que ella conocía. Justin se despertó como si llevara
horas ojos avizor. Más despierto de lo que estaba ella nunca.
Viola supuso que eso era debido a su trabajo: en cuanto volvía
del sueño, lo hacía con sus facultades al cien por cien. No podía
perder ni un segundo en desperezarse.
Aquello encajaba con lo que le había dicho por la noche tratando
de tranquilizarla, que no se preocupara, que era capaz de oír un
pájaro brincando en la distancia...o algo así.
¿Cómo había sido tan tonta como para besarle? Si tenía el oído
tan agudizado, tendría igual de sensibles todos los sentidos, incluido
el del tacto.
Viola sintió que se ponía roja como un tomate: Justin acababa de
pillarla besándolo. Aquello, además de totalmente indecoroso, algo
que no le preocupaba demasiado ya que estaban solos y no había
nadie a quien escandalizar, suponía también desvelar lo que sentía
por él.
Sin embargo, Justin empezó a hablar y a moverse
inmediatamente, sin nombrar lo que acababa de ocurrir.
Sin nombrar que ella tenía cara de susto y estaba azorada.
—Buenos días, Viola, madrugadora, ¿has conseguido
descansar?
Seguían abrazados, pero mientras lo decía, empezó a separarse
poco a poco de ella.
Viola tardó un segundo en responder, poco, pero más de lo
normal. Seguía asustada con lo que acababa de hacer y con la
posibilidad de haber quedado totalmente en ridículo ante Justin. La
pregunta que él acababa de hacer, sin mencionar el asunto, le hacía
ser optimista, pero no se fiaba.
Al final, decidió seguir como si no hubiera ocurrido nada.
—He dormido poco, Justin, pero cuando lo he hecho ha sido muy
profundamente. He descansado.
—Y conseguiste entrar totalmente en calor¿verdad? —continuó,
ya totalmente separado de ella y empezando a abrir la tienda para
salir al exterior.
—Sí, Justin, gracias, me has salvado la vida una vez más.
En ese momento, Justin paró el movimiento de salir al exterior y
se volvió para mirarla de nuevo:
—Es mi deber, me alegro de estar haciéndolo bien—le dijo, y
salió fuera.
Viola sintió una mezcla de alivio y decepción.
Alivio porque, al parecer, aunque se había despertado en el
momento que ella le había besado, no se había dado cuenta de lo
ocurrido: había salvado su orgullo una vez más.
Decepción porque, aunque habían dormido abrazados toda la
noche, como dos amantes apasionados, no eran nada de eso y no
podía estar más alejado de la realidad su sueño de conseguir el
amor de Justin. Lo que acababa d edecirle, que había cumplido con
su deber, no hacía más que reforzar esa idea clara. Todo lo que
estaba haciendo Justin, todo lo que había hecho desde el principio,
estaba relacionado con su trabajo. No sentía nada hacia ella ni lo
sentiría nunca. Incluso algo tan íntimo como dormir abrazados toda
la noche no le había afectado en absoluto.
En cualquier caso, Viola decidió continuar con el plan que se
había trazado durante la noche: disfrutaría de la compañía de Justin
hasta el último minuto que estuviera con él. Aquellas vivencias, en
plena naturaleza, los dos solos, aquellos abrazos, incluso aquel
beso fugaz de final abrupto, se convertirían en tesoros de su
memoria.
Se sintió de mejor humor mientras salía de la tienda para unirse a
él y comenzar el segundo día de huida juntos. Aún le quedaban
muchas horas junto a él, muchas más vivencias para acumular en la
memoria. Pero siempre, por supuesto, teniendo cuidado de que él
no se diera cuenta de sus sentimientos hacia él.
—Vamos a salir enseguida, Viola. Acaba de amanecer y tenemos
que aprovechar la distancia que le llevamos.
—De acuerdo, Justin—contestó ella, totalmente aliviada porque
estaba claro que Justin no se había dado cuenta de nada —¿se
puede saber a dónde vamos?
No lo había preguntado con suspicacia, sino con curiosidad.
Estaba completamente en sus manos y se fiaba de él, pero quería
saber algo más sobre qué atenerse.
Justin entendió bien su pregunta, así que no le contestó a la
defensiva.Aún así, tampoco le contestó lo que ella quería oír.
—Mejor que no lo sepas, Viola. No por nada, pero es una norma
dentro de los servicios secretos: cuanta menos información se
comparta entre nosotros, menos posibilidades de que la misión se
estropee.
—¿Cuando dices “nosotros” te refieres a mi como agente secreto
también? —dijo ella, divertida.
—Por supuesto—le contestó él en el mismo tono —en esta
misión tú eres un agente más. Uno especialmente bueno —terminó,
tocándole la punta de la nariz con su dedo índice, en un gesto
cariñoso y seguramente inofensivo, pero que a Viola le produjo una
nueva descarga de energía desde el punto de piel que él había
tocado hasta todas las esquinas de su cuerpo.
Viola echó una carcajada para disimular su turbación y pareció
que todo estaba en orden.
Pero a partir de ese momento, Justin no perdió el tiempo, recogió
la tienda en la cuarta parte de tiempo que le había costado montarla,
que tampoco había sido mucho. Se cercioró de que todo estaba en
orden y no dejaban ni una pista de que habían pasado la noche allí
y ayudó a Viola a montar.
En menos de diez minutos desde que se habían despertado, ya
estaban de nuevo en marcha, ella, agarrada a su espalda, él,
llevando la montura como si les persiguiera un asesino (que era
precisamente lo que les ocurría).
Viola volvió a sumirse en un estado de placidez tranquila. Pegó
su mejilla a la espalda de Justin, de tal forma que veía el paisaje
pasar ante sus ojos pero también notaba el calor y el olor de Justin,
que ahora , después de la noche que habían pasado, casi formaba
parte de su ser.
A la placidez que sentía por lo que estaba ocurriendo se le
añadía también la tranquilidad de saber que Justin no se había
enterado de nada. Que su indiscreción había pasado desapercibida.
Si hubiera podido, habría congelado su vida en ese momento, ya
que era perfecta. En cualquier caso, aunque sabía que todo pasaría,
no se entristeció sino que siguió disfrutando de cada segundo junto
a él, como si solo existiera el presente .
Capítulo 20

Justin se había mostrado seguro toda la noche y la mañana, sin


fisuras, con tranquilidad, profesional y cuidadoso al mismo tiempo.
Eso era lo que pensaba Viola y eso era lo que él sabía que había
transmitido.
Pero no era lo que pensaba y sentía.
De hecho, la mente de Justin estaba mucho más alterada y
confusa que la de ella, aunque no lo demostrara.
Por supuesto, se había dado cuenta del beso de Viola. De hecho,
llevaba un buen rato despierto cuando ella se lo había dado.
Era cierto que al principio de la noche había caído dormido
cuando había supuesto que ella dormía también, pero pronto se
había despertado de nuevo. Porque se había dado cuenta de que
ella no dormía.
Llevaba demasiados años teniendo todos los sentidos a flor de
piel como para no darse cuenta de los movimientos de ella, por muy
imperceptibles que fueran.
Pero había decidido no decirle nada. Bastante bien estaban
yendo las cosas teniendo en cuenta la situación tan delicada en la
que se encontraban, abrazados los dos. Con mucha ropa por el
medio, sí, pero pegados como una pareja de amantes en sus
primeras noches juntos.
Y había tenido suerte porque, a pesar de que Viola le atraía como
mujer, no había habido nada sexual en aquel abrazo. Se había
tratado de un abrazo de cuidado, nada más. Pero no había querido
tentar a la suerte, por eso había vuelto a dormir y aunque se había
despertado unas cuantas veces, todas ellas había vuelto a dejarse
vencer por el sueño.
Finalmente, la luz incipiente del día le había despertado
definitivamente, pero justo cuando iba a abrir los ojos, ella le había
besado.
Sin la menor duda, a pesar de ser un contacto fugaz.
Lo cierto es que los dos hechos, abrir los ojos y el beso de ella,
fueron simultáneos. Eso le ayudó a disimular la sorpresa cuando
sintió los labios de ella sobre los de él. Como mentalmente ya se
había puesto en marcha, no tuvo más que seguir la inercia de su
decisión.
Notó, además, que Viola se ponía roja como la grana. Estaba
claro que se había tratado de un beso robado porque pensaba que
él estaba dormido, pero que no quería que él se enterara.
Y él no quería otra cosa que que aquel beso no se hubiera
producido, así que disimuló y se comportó como si nada.
Pero luego estuvo a punto de tirar todo por la borda cuando le
salió el gesto involuntario de acariciarle la nariz.
Un gesto cariñoso que sólo era aceptable entre dos personas
que tuvieran un vínculo afectivo.
Por suerte, esta vez fue Viola la que pareció no darse cuenta de
lo que significaba aquel gesto y fue ella la que siguió comportándose
como si nada.
Justin no tenía muy claro si ella había disimulado como había
hecho anteriormente él con el beso de ella, o de verdad no se había
dado cuenta de lo que su gesto indicaba, pero le daba igual. Lo
importante era que no se manifestara lo que sentían el uno por el
otro.
Él ya sabía lo que ella sentía por él y le estaba costando
manejarlo, si Viola se enteraba de lo que él sentía por ella, toda su
vida tal y como la tenía montada y como quería que transcurriera, se
desmoronaría. No podía permitirse enamorarse . Sobre todo, no
podía permitirse enamorarse de Viola, porque si lo hacía y ella se
enteraba, tendría que casarse con ella.
Y casarse era la última cosa que quería hacer con su vida.
A partir de ese momento, por tanto, tendría que andar con mucho
cuidado para no repetir la indiscreción, para que su cuerpo no
hiciera cosas que no debía hacer. Para empezar, esa misma noche
debía asegurarse de dormir en un lugar lo suficientemente caliente
como para no volver a tener a Viola entre sus brazos nunca más.
☙☙☙☙☙☙☙☙

Estuvieron cabalgando más de doce horas sin descanso,


parando tan solo para comer un poco para no desfallecer.
Si a Viola le hubeiran dicho que tendría que hacer aquello un par
de días antes, habría contestado que era imposible. Sabía montar,
pero la vez que más tiempo había pasado haciéndolo no había
pasado de una hora.
Sin embargo, no le resultó difícil, al contrario, siguió disfrutando
de estar abrazada a Justin, de llevarlo pegado a ella, y también
disfrutó del paisaje, que fue cambiando a medida que pasaron las
horas, aunque sin que ella tuviera ni idea de por dónde iban.
De todas formas, cuando empezó a anochecer, el cansancio le
vino de golpe. Se dio cuenta de que le dolían todos los músculos del
cuerpo y también de que llevaba más de un día sin pegar ojo.
Como le venía sucediendo desde que había conocido a Justin, a
pesar de que no abrió la boca, fue como si Justin hubiera escuchado
sus pensamientos.
—En menos de una hora habremos llegado —le dijo, mientras
apretaba aún más el galope del caballo.
Ella no le preguntó a dónde. Él ya le había dicho que, para que
saliera todo bien, no debía de saber nada. Lo que estaba claro era
que él sí sabía a dónde iban, así que se aferró más fuerte a su
cintura, cerró los ojos y se concentró en respirar el olor de Justin, lo
que más le calmaba en este mundo. Eso permitió que esa última
hora pasara más rápido aún que las anteriores y cuando el sol
acababa de ocultarse, divisaron una luz a lo lejos:
—Vamos a dormiri ahí —le dijo Justin, bajando la intensidad de la
carrera- Menos mal que ya hemos lelgado, porque el caballo está
más reventado que tu. - continuó, poniendo de nuevo en palabras
cuál era su estado físico a pesar de que ella seguía sin decirle nada.
En menos de cinco minutos llegaron al lugar del que provenían
las luces. Aunque no había estado nunca en un lugar así, Viola
adivinó inmediatamente que se trataba de la típica posada que solía
haber en todos los caminos. Lugares humildes pero acogedores, en
los que se podía comer y descansar, tanto los jinetes como los
caballos.
En su vida privilegiada, ella nunca había tenido que pernoctar en
un lugar así, ya que en los pocos viajes largos que había hecho en
su vida, había pernoctado en palacios de familiares o amigos de su
padre, pero había leído muchas novelas en las que la acción
transcurría en posadas. Y siempre le había atraído el aire romántico
que despedían.
Cuando entró, una vez dejaron el caballo en manos del empleado
encargado de la cuadra, se dio cuenta de que aquella imagen solo
existía en las novelas. El lugar le pareció casi tan bullicioso como su
mundo sin Justin lleno de fantasmas. En este caso el bullicio lo
hacían personas de carne y hueso, reunidas en una estancia grande
llena de mesas con bancos corridos: todos a rebosar. Aunque había
alguna mujer, la mayoría de las personas que había dentro eran
hombres de mediana edad y extracción social baja.
No parecían personas de poco fiar, pero si se veía que era una
posada frecuentada por comerciantes de poca monta, agricultores y
personas de pueblo.
Por suerte, tanto ella como Justin iban envueltos en las capas
que había sacado Justin para cabalgar. En aquel momento Viola
agradeció que estuvieran hechas con un material de aspecto basto y
barato, porque aquello les permitiría pasar desapercibidos. Solo
esperaba que nadie se fijara en su cutis y en sus manos, las dos
partes de su cuerpo que delataban su origen nobel sin duda.
Pero enseguida se dio cuenta de que no había peligro de que
nadie reparara en ellos. Nadie los miró al entrar, como si formaran
parte del mobiliario. Cuando Viola se fijó un poco más, se dio cuenta
de que esto ocurría porque todos los presentes estaban muy
concentrados en hacer lo que estaban haciendo en ese momento.
La mayoría: divertirse.
En una de las mesas más grandes había un nutrido grupo de
hombres jugando a cartas. Las risotadas de los que iban ganando
se mezclaban con los gritos de los que perdían. A pesar de que se
notaba que era un momento de diversión, la escena tenía cierta
cualidad violenta, daba la sensación de que todo se podía torcer en
cualquier momento y acabar en una riña.
Seguramente las jarras a rebosar de cerveza que estaban
colocadas delante de cada uno de los jugadores tenían algo que ver
con aquel ambiente ambivalente.
Ella no había visto nunca a una persona ebria. Bueno…, en un
baile había tenido una vez la sensación de que la mujer que se
sentaba a su lado, una anciana duquesa, estaba demasiado
contenta” para lo que correspondía, y había supuesto que aquello
tenía que ver con el vasito de ponche que no paraba de beber y que
siempre estaba lleno, pero se había tratado de algo bastante sutil.
En los ambientes en los que se movía ella, no se bebía alcohol o
se hacía con moderación. Pero si había oído hablar de lugares en
los que el alcohol corría como la pólvora. Y había oído también que
ese consumo descontrolado solía traer aparejados comportamientos
poco adecuados, como peleas y …, y lo que estaba viendo que
ocurría en la mesa contigua a la de los jugadores.
En esa mesa, que estaba más cerca del fuego, había otra buena
cantidad de hombres con sus jarras de cerveza delante, pero
también cuatro señoritas.
Al principio, cuando había entrado en la estancia, había visto a
las mujeres, pero se había tratado de un vistazo rápido, sin fijarse.
Ahora, mientras Justin hablaba con el dueño del lugar, ella se fijó
maś. Y lo que vio le horrorizó.
Las jóvenes estaban sentadas frente a la mesa, al igual que los
caballeros, pero , a diferencia de ellos, no lo hacían sobre el banco
corrido de madera, sino sobre las piernas y rodillas de cuatro de los
caballeros.
Solo eso era ya escandaloso, pero Viola, que se quedó mirando
la escena con total indiscreción, ya que no podía apartar los ojos de
lo que estaba viendo, se dio cuenta de que la situación era aún más
escandalosa, ya que las jóvenes no se limitaban a estar sentadas,
sino que se movían encima de las piernas de los hombres.
Aunque más que moverse, lo que estaban haciendo era frotarse,
ayudadas por ellos, que las agarraban de la cintura y les ayudaban
en sus movimientos.
Viola apartó unos segundos la mirada de la escena y miró
alrededor. Le parecía imposible que todos las personas que estaban
en el lugar no estuvieran mirando hacia aquella zona, y que no
hubiera nadie que les recriminara su desvergonzado
comportamiento.
Pero, al parecer, ella era la única escandalizada. Los hombres
que jugaban a cartas seguían concentrados en su juego y el resto
de personas que había en el lugar no miraban ni una sola vez hacia
el lugar donde estaban las jóvenes desvergonzadas.
Viola volvió la mirada de nuevo al lugar, no podía evitarlo. A
pesar de que le escandalizaba, también le atraía irresistiblemente. Y
ya no pudo quitar la vista de allí en los minutos siguientes.
Justin seguía enfrascado en la conversación con el dueño del
garito (porque solo esa palabra podía definir aquel lugar). A los
oídos de Viola llegaban algunas palabras sueltas, lo justo para saber
que Justin estaba negociando para conseguir buenas habitaciones
para los dos. Al parecer la transacción no estaba resultando fácil,
pero Viola no estaba nada interesada en el asunto en ese momento,
confiaba en Justin y sabía que encontraría un lugar adecuado para
dormir.
Ella, bastante tenía con asimilar lo que estaba ocurriendo con las
mujeres. En ese momento en concreto, como si no le pareciera
suficientemente escandaloso moverse sobre el caballero como lo
estaba haciendo, una de ellas empezó a levantarse la falda. Pero no
lo justo para enseñar el tobillo, o la pantorrilla, que va, inició el
mismo tipo de movimiento que hacía ella todos los días por las
noches para quitarse el vestido. Y si bien la mujer no terminó el
movimiento del todo, solo paró hasta llegar a poner la falda a la
altura de su cintura.
¡¡¡Quedándose en aquel lugar público con las enaguas al aire!!!
Si a Viola le hubiera dicho alguien en aquel momento que la cosa
podría empeorar, le habría mirado como si estuviera loco. No se le
ocurría que se pudiera hacer nada peor en un lugar público.
Y habría estado totalmente equivocada. Porque justo en ese
momento, la joven que estaba sentada a la izquierda de la que se
había quedado con las enaguas al aire, se levantó, soltando una
carcajada, y como si de una competición se tratara, subió la
apuesta:
Ella también se subió la falda, hasta la cintura. Con la diferencia
de que en su caso no había enaguas que enseñar, porque no
llevaba nada debajo.
—Lo siento Viola, no he podido encontrar nada mejor.
La voz de Justin la sacó del momento de turbación y asombro.
No tenía ni idea de qué le estaba contando, se le notaba
contrariado, pero ella lo estaba más. Con un punto de enfado
incluso, que no dudó en mostrarle:
—Justin ¿cómo se te ha ocurrido traerme aquí?
Justin puso la misma cara de no entender nada que había puesto
ella un momento antes, pero al ver hacia donde miraba ella, desvió
su mirada hacia el lugar y entendió todo.
Como era fundamentalmente un hombre de acción, le cogió de la
mano sin decirle nada y la sacó de allí, casi en volandas.
Subieron unas escaleras de madera que crujían como si
estuviera a punto de resquebrajarse y, tras atravesar un pasillo
estrecho, Justin se introdujo en una habitación en cuya puerta
aparecía el número 6.
Solo una vez que estuvieron dentro, empezó a hablar de nuevo:
—Lo siento, Viola, todo ha salido fatal. En principio este no es un
lugar de mala reputación, es tan solo una posada humilde, pero
hemos tenido mala suerte. Ha habido feria en un pueblo cercano y
se han llenado todas las posadas cercanas. Hasta aquí han llegado
los más rezagados, que suelen ser los más descontrolados también.
La mayoría están borrachos y, al parecer, algunos han contratado
mujeres de…, de vida relajada —terminó, después de dudar cómo
calificar a las jóvenes.
Viola respiró hondo un par de veces. Seguía aún impactada con
lo que había visto. Toda su vida viendo presencias de otro mundo y
fantasmas no le había preparado para gestionar adecuadamente lo
que había presenciado. Lo ocurrido en el gran salón de la posada
era para ella algo mucho más impactante que sus visiones desde
niña.
Lo que le acababa de contar Justn explicaba el por qué, pero ella
seguía perturbada con las imágenes que había visto, por eso solo
fue capaz de responderle, muy bajito:
—Ya…
Entonces fue él el que respiró hondo antes de volver a hablar:
—Y eso no es lo peor. No sé si te has enterado, pero he tenido
una discusión bastante acalorada con el dueño de la posada, y no
precisamente por lo que has visto en el salón.
—No me he dado cuenta —respondió ella, sincera. Con lo
concentrada que había estado con las jóvenes descaradas, podría
haber habido una batalla a su lado que no se habría enterado.
—Solo he conseguido esto —Dijo Justin, señalando la habitación
entera con un gesto amplio de su brazo.
Solo entonces se fijó Viola en la habitación.
Y, la verdad, no se asombró ni se asustó. Seguramente, después
de lo que acababa de ver, pasarían muchos meses,años incluso,
para que algo le impactara mucho.
Pero bueno, entendió el fastidio de Justin y su enfado con el
dueño, porque a la habitación le quedaba mejor el calificativo de
cuchitril.
Era francamente pequeña, tenía un solo ventanuco, mínimo y
muy alto, lo justo para renovar el aire y no ahogarse dentro. Una
jofaina y un jarro de metal, roñosos, y una cama mínima. Tan
pequeña, que Viola pensó en un primer momento que se trataba de
una cuna.
Lo único salvable en el lugar era que parecía estar limpio,
sábanas y ropa de cama incluida.
Entendía la desolación de Justin. Conociéndole como le conocía,
él habría querido que les dieran dos habitaciones, no solo una. Y, en
el caso de no haber más, que les hubiera tocado una más amplia
que aquella.
Pero todo lo que había pasado las últimas veinticuatro horas
tenía una ventaja frente a esa situación: con la comparación con el
lugar en el que habían dormido, aquello salía ganando.
—Justin, te recuerdo que hemos dormido en una tienda en la que
apenas cabíamos los dos tumbados. Esto, a su lado, parece un
palacio.
Justin se sintió aliviado, se le notó en la expresión. Aún así,
continuó explicándose.
—Sí, Viola, pero lo de la noche pasada ha sido excepcional. Y
precisamente hemos venido a una posada para que no vuelva a
ocurrir lo de esta noche, para que duermas tranquila y sin frío.
Esta vez Viola tardó un poco más en responder. Lo que acababa
de decirle Justin era maravilloso, una prueba más del cuidado con el
que la trataba, de lo importante que era para él su bienestar físico.
Sí, maravilloso, si no fuera porque era una nueva prueba de que él
no tenía ni un interés en ella más allá de considerarla una misión
importante. Porque para ella no había nada mejor que repetir la
noche anterior, muerta de frío, sí, en un lugar incómodo, pero entre
los brazos del hombre que amaba en silencio.
De todas formas volvió a ser práctica y decidió aparcar su tristeza
para cuando él desapareciera definitivamente de su vida, mientras ,
disimularía ante él, ocultaría sus sentimientos y se mostraría positiva
con la situación en la que se encontraban:
—No te preocupes, Justin, para mi está perfecto así. Además, lo
importante es que estaremos lejos del bullicio y los comportamientos
indecorosos de ahí abajo.
Justin asintió, sin saber que Viola no había dicho toda la verdad
en su primera frase y no había acertado en la segunda.
Capítulo 21

—¡¡¡¿Qué es eso?!!! ¡¡¡¿Que pasa?¡¡¡


Viola se había sentado de golpe sobre la camita que ocupaba
entera, a pesar de su pequeño tamaño.
Se había despertado, sobresaltada por los sonidos que venían de
fuera. Con los ojos abiertos como platos y el corazón golpeando con
fuerza en el pecho, le costó casi un minuto darse cuenta de dónde
estaba.
Justin, sin embargo, continuaba sentado en el suelo, con la
espalda apoyada en la pared, tal y como ella lo había dejado cuando
habían decidido dormir, ella en la cama, él en el suelo.
—No pasa nada, Viola, olvídalo y duérmete.
Viola se quedó mirando estupefacta. Justin había dicho aquello
con un tono un poco hastiado, como cansado e impaciente, pero,
sobre todo, tranquilo.
Aquella actitud era comprensible, porque en la habitación de al
lado estaban asesinando a una mujer.
No había ni una duda. Los gritos eran casi alaridos y se oía el
sonido de muebles moviéndose y una voz gutural de hombre de
fondo. Sí, un hombre estaba maltratando a una mujer a su lado y
Justin, el brillante agente secreto que ella conocía, galante y
cuidadoso con las mujeres, no solo no estaba haciendo nada, sino
que le pedía que se volviera a dormir.
—Justin, por el amor de Dios, ve a ayudarla, no lo soporto —Dijo
ella, mientras se levantaba de la cama y se acercaba a él, con
urgencia —.Te juro que si no lo haces tú, lo voy a hacer yo —
terminó, con un punto de enfado e incomprensión.
Viola no entendía nada, no entendía que lo que a ella le salía del
alma: ayudar a una mujer sufriendo, a él no le moviera ni un pelo. La
única explicación que se le ocurría era que no quería llamar la
atención, no quería involucrarse en ningún problema, para tratar de
protegerla a ella. Sí, esa podría ser la explicación. Pero ella no
estaba en absoluto de acuerdo. Prefería ponerse en peligro antes
que dejar que dañaran a alguien y no intervenir. Por eso le había
dicho a Justin que saldría ella misma, para provocarlo, para que se
moviera ya y salvara a esa mujer que en ese momento gritaba de
nuevo, más alto aún.
Pero Justin, como si se hubiera convertido en uno de esos
fantasmas que le habían acompañado toda su vida, no se sintió
afectado por sus palabras, al contrario, le dijo algo que no hacía
más que aumentar el misterio de su comportamiento.
—Anda, siéntate aquí a mi lado...te lo voy a tener que explicar…
—El final de su frase volvía a tener un tono resignado pero calmado,
que no encajaba en absoluto con lo que estaba ocurriendo.
—Justin , no necesito que me expliques nada, sino que salves a
esa mujer.
Le contestó Viola, ya enfadada y dirigiéndose a la puerta con
decisión: lo haría ella , aunque perdiera la vida en el intento, ya no lo
soportaba más.
Y entonces Justin sí actuó. Se levantó de un salto, como un
felino, y en dos zancadas se acercó a ella la agarró por las muñecas
y le impidió salir por la puerta:
—¡Viola, párate y escucha!
Era la primera vez que Justin la trataba con brusquedad. Una
brusquedad que le dio a Viola la pista de que el Justin que ella
conocía no era el único, que tenía otras caras que encajaban mejor
con la idea de un agente secreto.
Se quedó paralizada por el grito, por la firmeza con la que la
agarraba , pero también por su autoridad. Y, contra su voluntad,
porque lo que le habría gustado en ese momento era abofetearlo de
nuevo, escuchó, como le decía él.
Y empezó a darse cuenta de que algo no encajaba.
—¿Oyes palabras además de los gritos? —le dijo él, de nuevo
amable y calmado, al ver que ella le había hecho caso.
—Sí… —contestó Viola, con cautela y un punto de asombro.
—¿Qué dice él? —continuó él, un poco con el tono del maestro
que pide la lección, ya que él escuchaba lo mismo que ella, así que
estaba claro que lo que quería era que ella lo repitiera en alto.
—Ahí lo tienes, todo, ahí te doy —repitió en alto Viola las
palabras que el hombre estaba gritando en ese momento,
—¿Y qué le responde ella?
—Sí, sí, sí, dame más, por favor, dame más —Volvió a repetir
VIola, con tono de incredulidad. Y luego, recuperando su tono
normal, le miró a Justin y le dijo:
—No lo entiendo, ¿ella quiere que la maltrate?
—No le está maltratando.
Capítulo 22

Ahora estaban los dos sentados en el suelo, con la espalda


apoyada en la pared más alejada de aquella que compartían con el
hombre y la mujer que gritaban.
Porque seguían gritando, aunque no precisamente de dolor
Justin no había tenido que decir nada más para que ella
entendiera qué estaba ocurriendo. Después de su última frase: “no
la está maltratando”, Viola había necesitado medio minuto para
ponerle nombre a lo que estaba ocurriendo: estaba oyendo el sonido
que hacen dos amantes cuando yacen juntos, así que los gritos no
eran de dolor, sino de placer.
Nada más darse cuenta se puso roja como la grana y entonces
fue cuando Justin confirmó que ella había entendido por fín qué
ocurría.
Pero fue discreto y no dijo nada , sabiendo que cualquier palabra
que nombrara lo que estaba ocurriendo en la habitación de al lado
no iba a hacer más que aumentar la turbación de ella.
Lo que hizo fue acercarla al otro extremo de la habitación y
animarla a sentarse a su lado. Inmediatamente, intentó darle
conversación para distraerla de lo que estaban escuchando.
Lo cierto es que el principio funcionó y consiguió que ella fuera
recuperando el color normal de su piel y que estuviera entretenida,
pero los gemidos, golpes rítmicos y gritos de placer de la otra
habitación fueron subiendo de volumen e intensidad y Viola empezó
a dejar las frases sin terminar y volvió a ponerse roja.
Al final, Justin, viendo que no podían seguir ignorando lo que
ocurría, le dijo lo único que podía darle un poco de alivio:
—Ya están terminando, no falta mucho para que nos dejen
descansar en paz.
Viola afirmó con la cabeza, agradeciéndole la información y luego
giró la cabeza hacia el lado contrario al que estaba él.
No quería ni mirar a Justin de lo turbada que estaba, así que se
concentró en decirse que aquello estaba a punto de acabar como le
había dicho él.
Por intentar alejarse un poco de lo que estaba viviendo, decidió
escuchar con mentalidad más científica. Hacía muchos años que
había descubierto que la reproducción humana se llevaba a cabo
mediante un acto íntimo en el que el órgano sexual masculino se
introducía en el femenino. También había adivinado, de
conversaciones furtivas que había escuchado entre criados, que ese
acto les producía mucho placer a los hombres. Pero todo aquel
saber había quedado en nada al escuchar a los dos amantes
ruidosos a su lado.
Lo que estaba descubriendo era que el placer era mucho más
intenso de lo que ella había supuesto y también que las mujeres, o
al menos aquella, disfrutaban tanto como ellos.
Y al llegar a esta conclusión, perdió el punto de vista “científico” y
volvió a turbarse.
Porque la situación en la que se encontraban ella y Justin era
realmente delicada. Ya no hablaban, pero estaban sentados uno al
lado del otro, envueltos en el placer de otras dos personas a pocos
metros de ellos.
Un placer que a ella le habría gustado sentir junto a él.
Justo cuando este pensamiento escandaloso se le presentó, los
amantes redoblaron sus gemidos, unos gemidos de un placer
extremo hasta que, repentinamente, se quedaron callados.
Viola aguantó la respiración y contó hasta diez. Los gemidos no
volvieron.
Por fín había acabado aquello, tal y como le había avisado Justin.
Pero el alivio y la normalidad no llegaron.
De repente, todo era silencio y relativa normalidad, pero, en
realidad, todo había cambiado.
Viola sintió que la habitación se había llenado de una energía
densa y consistente, casi como si se pudiera tocar, que envolvía
todo y se introducía dentro de su cuerpo. Era una energía nueva,
que no había sentido nunca antes, pero a la que le supo poner
nombre: energía sexual.
Tenía cierto parecido con el ambiente cargado cuando hay una
tormenta encima y un rayo está a punto de caer, pero era más fuerte
y mucho más agradable. Le provocaba un nerviosismo
cosquilleante, una necesidad de mirar a Justin y perderse en su ojos
y, quizá, hacer algo más. Pero, al mismo tiempo, sabía que no debía
hacerlo.
Pero, ¿cómo iba a continuar sin mirarse ni sin moverse? la
situación era insostenible, tenía que hacer algo ya.
Y se giró hacia Justin. Y se quedó hipnotizada mirándolo.
Porque supo inmediatamente que a él le estaba ocurriendo lo
mismo que a ella. Que algo había cambiado en el interior del
hombre que amaba, que ya no era el hombre amable, pero
indiferente hacia ella. Que se estaba debatiendo con la mismas
dudas que ella. Que estaba sintiendo la misma energía que le
atravesaba a ella.
¿Cómo lo supo? No sabría explicarlo. Fue una intuición, porque
Justin no la estaba mirando a ella. Él se mantenía recto, apoyado en
la pared y mirando al frente, mostrándole a ella su perfecto perfil,
pero aparentemente inmutable.
Seguramente fue esa impasibilidad la que le dio la pista. Estaba
demasiado tranquilo, demasiado silencioso y, sobre todo,
demasiado alejado de ella. El Justin que había conocido hasta
entonces siempre controlaba las situaciones, siempre mantenía la
distancia, pero siendo amable con ella, hablándole, preocupándose
por ella.
Ahora estaba alejado, ausente, demasiado para la situación en la
que estaban.
El Justin de unas horas antes, se habría levantado y le habría
ayudado a levantarse ella, habría sabido qué decir para que la
situación dejara de ser incómoda. Le habría animado a dormir de
nuevo.
Pero no estaba haciendo nada de eso porque, estaba segura ya,
¡¡estaba sintiendo lo mismo que ella!!
Y de repente fue como si algo primigenio dentro de su cuerpo
tomara el mando. Ella, una joven inocente que apenas había tenido
relación con hombres, supo cómo comportarse y qué hacer para
conseguir que el hombre al que amaba aceptara lo que estaba
sintiendo.
Se lo quedó mirando fijamente, sin decir nada. A escasos
centímetros de él, admirando su perfil maravilloso, sabiendo que
tarde o temprano él la miraría a ella.
Y finalmente Justin lo hizo. Se giró muy despacio, como si no
quisiera hacerlo, pero no tuviera otro remedio, como si la mirada de
ella fuera una fuerza que le atraía irresistiblemente.
Por un momento fue como si el tiempo se detuviera. Ambos
contuvieron la respiración y luego la iniciaron, al mismo tiempo, con
pausa, despacio. El aura de energía densa se acrecentó, pero
ninguno de los dos se movió en un primer momento.
Permanecieron mirándose a los ojos, perdiéndose en ellos,
descubriendo sus almas ante el otro de manera total por primera vez
en su vida,
Porque era cierto que Justin era el hombre con el que había
tenido la relación más cercana, había dormido abrazada a él incluso,
pero lo que Viola estaba viendo en ese momento tenía otro
significado. Viola supo que esa energía que los envolvía era energía
sexual y también vio que a Justin le afectaba tanto como a ella,
Justin la deseaba, tanto como ella a él, no había ni una duda.
Y tampoco dudó de que aquello no era nuevo, que llevaba
ocurriendo mucho tiempo, que Justin lo único que había hecho
había sido ocultar sus sentimientos, reprimirlos.
Pero ya no podía hacerlo.
Aquellos dos amantes fogosos que les habían tocado como
vecinos de al lado habían sido como el resorte que había permitido
que Justin fuera transparente ante ella. Y también que una nueva
Viola saliera a la luz.
Porque después de permanecer mirándose con intensidad unos
segundos, Viola volvió a sentir, a saber, qué tenía que hacer. Y no lo
dudó:
De hecho, iba a ser la segunda vez que hacía ese gesto, con la
diferencia de que esta vez no iba a ser algo instintivo, sino
consciente.
Dejó que su cabeza avanzara un poco hacia Justin y lo besó en
los labios.
Y ese fue el segundo resorte que desató todo, ya sin censura ni
control. Porque Justin esta vez no separó los labios ni apartó la
cabeza, sino que se unió al beso, con toda su alma y su corazón.
A partir de ese momento, fue como si sus almas y sus cuerpo
tomaran el mando de sus acciones. Ya no había razonamientos ni
ideas preconcebidas que les frenaran, eran tan solo un hombre y
una mujer unidos por la fuerza de la atracción.
Lo primero que hicieron fue conocer sus labios. Se besaron
mutuamente con avidez, con hambre acumulada.
Justin había besado a muchas mujeres en su vida, pero lo que
estaba sintiendo con Viola no se parecía a nada de lo que había
vivido hasta entonces. Para empezar porque Viola,
asombrosamente, besaba como ninguna.
Era increíble que una joven inexperta fuera capaz de mover su
boca y acoplarla a la de él como lo estaba haciendo, pero lo cierto
es que ni la amante más experta había conseguido sacarle tanto
placer en un beso.
Tanto, que en un momento dado se le escapó un gemido de
placer y aquello hizo que Viola aumentara la intensidad del beso que
le estaba dando y que él apartara definitivamente sus reticencias y
se uniera al baile del amor con toda su con toda su alma.
Inmediatamente, Viola soltó otro gemido que llenó la habitación
de más energía sexual, si es que era posible, y entonces se
abrazaron, con fuerza, con deseo inmenso, y empezaron a
acariciarse. Él, el cuello, ella, la espalda. Luego Justin cogió con sus
manos el rostro de Viola, mientras lo llenaba de besos pequeños
pero deliciosos. Y Viola le respondió con un reconocimiento de sus
pectorales, sus hombros poderosos y un beso final, húmedo y
caliente.
Y ahora ya no había gemidos sueltos, sino una sinfonía de
suspiros y ruido de ropa moviéndose.
Para que el contacto entre sus cuerpos fuera más profundo,
Justin se dejó resbalar por la pared donde tenía apoyada la espalda
y se dejó caer al suelo. El cambio le pilló a Viola por sorpresa y
acabó encima de él, lo que les hizo soltar una carcajada de sorpresa
y felicidad a ambos. Y después volvieron a abrazarse con
intensidad, y a dar varias vueltas sobre sí mismos, riendo como
niños. Besándose y abrazándose como amantes.
Justin, disfrutando como nunca y ya sin ninguna censura, estaba
admirado de cómo estaba reaccionando Viola. Él no había tenido
experiencias con jóvenes vírgenes, pero siempre había supuesto
que serían miedosas, reticentes y habría que ir con mucho cuidado,
sin embargo Viola, a pesar de ser inexperta, estaba reaccionando
como si fueran amantes desde hacía mucho tiempo, desde el
principio de los tiempos…
En el momento que este pensamiento pasó por su mente, Viola
se estaba poniendo a horcajadas sobre él, demostrándole que lo
que acababa de pensar era cierto. Era virgen , pero apasionada .
Era virgen pero apasionada…
Era virgen…
¡¡¡Era Virgen!!!
Pero ¿¿qué estoy haciendo??
Un pensamiento real que no había podido censurar, le trajo de
nuevo a la realidad. No podía continuar. Lo que estaba haciendo
estaba mal. Viola era virgen. Viola era la hija de su jefe. Estaba en
una misión para protegerla, no para desflorarla.
Y reaccionó de nuevo como un resorte, esta vez para alejarse de
ella.
Se puso de pie apartando a Viola de sí con brusquedad , aunque
sin hacerle daño, y dejándola sentada en el suelo, con cara de
incomprensión, salió de la estancia sin decirle nada y sin mirar atrás.
Capítulo 23

Justin salió disparado de la habitación, huyendo como no lo


había hecho antes en su vida. Se había enfrentado a grandes
peligros los últimos años, y más de una vez había estado a punto de
perder la vida, pero jamás había sentido las ganas de huír que le
habían empujado en ese momento a alejarse de Viola y sus besos.
Bajó por las estrechas escaleras y llegó al gran salón de la
entrada, donde ya se habían apagado las luces y solo quedaba el
fuego de la chimenea alumbrando el lugar.
Ya no quedaba ni rastro de los jugadores de cartas y solo quedan
un par de parejas abrazadas en sendas esquinas de la estancia: se
habrían quedado ahí, a hacer lo que habían hecho un momento
antes sus vecinos de habitación, al estar todas las habitaciones de
la posada ocupadas, ya que él había conseguido la última que
quedaba libre.
Se guardó para sí la maldición que le asomó a los labios,
mientras salía al exterior, pero en su mente se repitió
machaconamente varias veces : ¡¡malditos libertinos que habían
alterado su vida para siempre!!. Pero una vez fuera, el viento,
helador, le hizo tranquilizarse y examinar la situación con una
mirada más realista.
Era cierto que todas aquellas personas de baja estofa le habían
estropeado la noche y le habían complicado la vida para el futuro,
pero ellos no eran los responsables de lo ocurrido: el único
responsable había sido él.
Por un lado y para no machacarse mucho, se concedió que había
sido mala suerte que precisamente hubiera habido feria en aquel
pueblo cercano. Cualquier otro día normal, habrían encontrado el
lugar como solía estar habitualmente, con poca gente y, aunque
humilde, respetuosa. Pero solo hasta ahí llegaba su exculpación.
Luego, el resto de decisiones que había ido tomando habían sido un
desastre y habían impedido lo único que debería haber hecho nada
más ver el ambiente de la posada: coger a Viola y sacarla de ahí.
Podían haberse alejado un poco del lugar y volver a dormir bajo
la tienda, como la noche anterior. Esa tendría que haber sido su
decisión nada más entrar en el lugar y ver el ambiente que había. O
al comprobar que el dueño de la posada no colaboraba y no le
conseguía dos habitaciones, como él había pedido, o,
definitivamente, al ver el cuchitril de habitación que les había dado.
Las tres veces había dudado un momento, pero al final se había
decidido por seguir en la posada.
Y la razón que había utilizado para convencerse a sí mismo
había sido que quería evitarle a Viola más sufrimiento por el frío,
pero ahora, en el exterior de la posada, se dijo a sí mismo que había
habido otra razón oculta mucho más poderosa: si dormían fuera,
volvería a haber mucho frío y él no quería volver a dormir abrazado
a Viola.
La noche anterior había salvado el momento no sabía ni cómo.
Seguramente porque hacía demasiado frío y porque realmente
estaba preocupado por ella.
Había conseguido que una situación comprometidísima y en la
que era casi imposible soslayar el componente sexual, pasara como
algo delicado e ingenuo casi. Sí, había sido un abrazo intenso,
cargado de cuidado y cariño, pero sin gota de sexualidad.
Pero Justin sabía que solo se había tratado de suerte, que
minutos antes del abrazo él había estado controlando su cuerpo
para que no respondiera al tener a Viola tan cerca, además de que
para Viola no parecía haber sido tan inofensivo como para él,
porque lo había besado.
Ahora, a posteriori, ya sabía que la decisión de quedarse en la
posada para evitar estar en la situación delicada de la noche
anterior había sido totalmente equivocada. Había evitado una nueva
noche abrazados que podría haber sido más comprometida, pero se
había metido de lleno en la boca del lobo.
Y lo que más rabia le daba no era que Viola se hubiera desatado,
que hubiera sacado a la Arlington que llevaba dentro, no, lo que más
le estaba torturando era que él había respondido a la pasión de ella
sin cortapisas, con todo su cuerpo y toda su alma. Y que solo había
parado cuando su cerebro había tomado posesión de él unos
segundos tan solo, y había sabido que si seguían adelante tendría
que casarse con ella. Y eso no podía ocurrir jamás.
Al final lo había conseguido: esquivar el desastre. Esa era la
única parte de la que estaba algo orgulloso de sí mismo, se había
sobrepuesto al mandato de su cuerpo, que había sido brutal y había
hecho lo correcto.
Al aire libre, bajo la luz de las estrellas, observando el vapor de
agua que salía de sus labios al respirar, agradeció el frío que estaba
sintiendo porque aquello también había aliviado la tensión sexual de
su cuerpo.
Cuando se había despegado de Viola, había tenido que luchar
contra una fuerza bestial que le empujaba a unirse a ella, no a
separarse. Pero ahora se tenía que enfrentar a otro problema: cómo
volver a estar con ella.
No podía permanecer demasiado tiempo fuera, tenía que volvera
a la habitación, pasar lo que quedaba de noche con ella y seguir
huyendo al día siguiente: con ella pegada a su espalda mientras
cabalgaban.
Iba a ser muy difícil estar con Viola en esa situación.
Ahora todo se había desvelado, estaba claro que sentían una
atracción irresistible uno por el otro y que ambos lo sabían. En el
caso de ella había además enamoramiento, no tenía ni una duda,
¿cómo iban a continuar juntos? ¿cómo iban a manejar el asunto? y
,sobre todo ¿cómo iba a reaccionar Violacon su huida? ¿Se sentiría
despechada?
Recordando su reacción en el baile, después de que él
desapareciera de la capilla, pensó que no iba a ser fácil, que ella
estaría enfadada, que no entendería su alejamiento de ella.
Justin soltó un suspiro en alto. Aquella misión estaba siendo la
más difícil de su vida, tanto, que acabó expresando en alto:
—Viola, has puesto mi vida patas arriba.
Y entonces, detrás de un árbol cercano surgió una figura. Era un
hombre muy alto envuelto en una capa oscura.
Justin sacó el agente que llevaba dentro y se puso en guardia y
se dispuso a luchar, pero entonces la figura habló:
—¿Lord Greenfield?
Capítulo 24

Viola se quedó sentada en el suelo de aquella habitación que


hasta un instante antes había sido el paraíso, pero que nada más
salir Justin empezaba a ver como lo que era: un cuchitril.
¿Qué había pasado? ¿Por qué había salido Justin de aquella
manera? ¿Y con tanta brusquedad?
No era capaz de entenderlo, se encontraba totalmente
conmocionada. Aún notaba los labios entumecidos de placer, por los
besos que había intercambiado con él. Y cada una de las partes de
su cuerpo que él había acariciado, vibraba como si las manos de
Justin aún estuvieran sobre ella. Pero ya solo era un recuerdo, muy
cercano, pero recuerdo, porque Justin había desaparecido de
repente, sin decirle nada.
Viola fue volviendo poco a poco de la conmoción, empezando a
notar el frío suelo bajo sus muslos, la fealdad de la habitación, la
falta de ventilación y, también, empezando a atisbar qué podía
haber ocurrido con Justin.
Y negándose a aceptarlo.
De hecho, en cuanto se le apareció la idea por primera vez, la
apartó y su mente le ofreció otras opciones, casi ridículas por
imposibles. Pero estaba dispuesta a creer cualquier cosa que no
fuera lo que seguramente era.
Aguantó así un par de minutos más, mirando la puerta y sin
moverse, esperando el milagro de que Justin volviera a aparecer y
le dijera que todo había sido un malentendido, o que había salido
por una urgencia pero ya estaba de nuevo entre sus brazos, o
cualquier cosa, porque ella le perdonaría lo que fuera siempre que
volviera a mirarla, abrazarla y besarla como antes.
Y hubo una aparición sí, pero no fue él, sino dos presencias, un
hombre y una mujer mayores, sentados en una esquina,
manteniendo una conversación entre ellos y sin percatarse de su
presencia. Eran los primeros fantasmas que veía desde que él había
vuelto a su vida.
Y, mientras las lágrimas caían por su rostro, supo que Justin
había vuelto a desaparecer de su vida.
Capítulo 25

El Duque de Rochester llevaba dos semanas en Inglaterra,


aunque muy pocas personas conocían la noticia: una de ellas era
Justin Kirkpatrick, Marqués de Greenfield.
Parte del éxito del Duque como responsable de los servicios
secretos de la Corona se debía al secretismo sobre su localización.
Siempre controlaba todo y casi nadie sabía dónde estaba: una
situación ideal para salir exitoso en todas las misiones que
controlaba.
Además, cuando aparecía, lo hacía tan solo antes las personas
estrictamente necesarias, ni una más. De aquella manera, su
seguridad estaba siempre a resguardo: algo fundamental en la
persona que más enemigos tenía en el país.
Esta vez solo tres agentes sabían que había vuelto: dos de ellos
eran Lord Atkinson y Justin. Normalmente ellos dos formaban parte
del reducidísimo círculo cercano del Duque que solía saber de sus
pasos, pero esta vez era indispensable que lo supieran, ya que el
Duque había vuelto para controlar la misión para proteger a su hija
Viola.
Justin entró en el cuartel secreto del Duque, en una zona
boscosa del este de Escocia, esperando recibir nuevas
instrucciones o una explicación a por qué el Duque le había
mandado llamar en medio de la misión.
Porque eso era lo que había ocurrido cuando fuera de la posada
se había encontrado con el hombre envuelto en la capa.
Nada más salir de las sombras, Justin lo había reconocido: era
uno de los suyos. En concreto, era uno de los encargados de la
contravigilancia de la operación de salvamento de Viola.
Viola no lo sabía, pero aquella misión no la estaba llevando a
cabo sólo Justin. Nunca hacían las misiones totalmente solos y por
nada del mundo habría dejado del Duque de Rochester la seguridad
de su hija en manos de un solo hombre, por muy buen agente que
fuera y mucha confianza que tuviera en él.
En este caso, en concreto, había más de veinte hombres
involucrados. Todo organizado de tal manera que la seguridad de
Viola estuviera asegurada.
Justin, de hecho, era el que menos tenía que ver con la caza y
captura del asesino. A él le habían encomendado el último peldaño
de la misión que era estar cerca de Viola todo el rato y protegerla en
el improbable caso de que el asesino pasara todos los diques de
vigilancia.
Y era improbable que ocurriera porque había diez agentes
encargados de crear un círculo externo alrededor de Viola e
investigar a todas las personas que se cruzaban en su camino a un
kilómetro a la redonda.
Los diez agentes restantes se dedicaban a labores de
investigación para encontrar al asesino contratado para matar a
Viola antes incluso de que se acercara a ese radio de un kilómetro.
Era uno de esos hombres quien tenía hilo directo con el Duque,
le informaba de todo lo que estaba ocurriendo y hacía de interlocutor
con el resto. Y él fue precisamente quien se acercó a Justin cuando
salió a tomar aire huyendo de los abrazos de Viola.
Lo que le tarnsmitió fue que la operación estaba definitivamente
cancelada, porque el instigador del asesinato de Viola había
fallecido.
Sí, el enemigo de Duque había fallecido esa mañana en un
extraño accidente cabalgando. Extraño, porque él nunca cabalgaba
a esas horas de la mañana y también porque nadie había sido
testigo del accidente.
Pero había aparecido sin heridas añadidas a las producidas por
la caída, así que nadie había puesto en cuestión lo fortuito del
accidente. Bueno, nadie que no perteneciera a los servicios
secretos. Justin tuvo claro desde el inicio que la mano de su jefe,
con la de algún compañero ejecutor, estaban detrás de todo. Pero
eso era lo que ocurría si te enfrentabas al hombre más poderoso del
reino y, sobre todo, si intentabas atentar contra alguien de su familia.
En cualquier caso, la muerte había sido fortuita para la mayor
parte del Reino, incluido el propio Rey. Esa misma semana se
oficiaría un funeral de estado y sería enterrado con toda la pompa y
boato que le correspondía.
Y, lo más importante para Justin, Viola estaría segura
definitivamente. Para siempre. Y no le volvería a necesitar.
Todo eso fue lo que le contó el agente a Justin. Y también le dijo
que en ese mismo instante su misión acababa. Que él se iba a
ocupar de recoger a Viola y llevarla sana y salva de nuevo a su
palacio, mientras Justin debía dirigirse al refugio del Duque de
Rochester a dar por finalizada la misión.
Y cuando le dijo inmediatamente, se referirá a eso, a que no
podía ni volvera la habitación a despedirse de Viola.
Justin sabía que aquella orden, que venía directamente del
Duque de Rochester, no era casual. El Duque quería que partiera
ya, que dejara de tener contacto con su hija inmediatamente.
Y aquello era algo extraño. Así que Justin entró precavido en la
habitación en la que le esperaba el Duque. Cuando se encontró
frente a él, sin embargo, le dio la sensación de que todo estaba en
orden y de que el Duque estaba, incluso, más dicharachero y
contento que lo habitual:
—Justin, todo ha acabado, pero quiero agradecerte lo que has
hecho por mi hija, nadie lo podŕia haber hecho mejor.
—No he hecho más que cumplir mi deber —le contestó Justin,
formal, pero internamente satisfecho recibir la felicitación de su
poderoso jefe.
Pero después de ese momento, el Duque se quedó un buen rato
en silencio, mirándolo fijamente y sin decir nada. Y Justin supo que
algo raro ocurría. Y que la precipitación con la que había sido
llamado tenía una motivación detrás, tal y como había sospechado.
Aguantó recto y marcial pero internamente nervioso: ¿habría
hecho algo mal?, ¿qué se le estaba escapando?
El Duque continuaba mirándolo, sin darle tregua, hasta que, de
repente, soltó la frase que sonó como una bomba:
—Sabes que debería obligarte a casarte con ella, ¿verdad?
Justin no pudo evitar poner cara de alarma: se había esperado
cualquier cosa menos eso. Pero enseguida se dio cuenta de lo que
había ocurrido. Todos los hombres que vigilaban que nadie sin
control se acercara a Viola, también habían informado de lo que
había ocurrido la noche de la tienda y la noche en la posada. Era
imposible que supieran lo que había ocurrido dentro de esa tienda y
esa habitación, pero el escándalo era suficiente con lo que sí habían
visto: que Viola y él había compartido una noche juntos en una
tienda de campaña minúscula y la siguiente noche en una única
habitación en una posada en la que no se estaban ciumpliendo las
mínimas normas de decencia.
No era su estilo, de hecho, no lo había hecho nunca, pero le salió
justificarse:
—Señor, no había otra manera de hacerlo.
—Claro que había —le cortó seco y con un punto de violencia en
la voz. Y Justín se calló y decidió no justificarse más —podrías
haber dormido fuera las dos veces. Fuera de la tienda, fuera de la
habitación. Además, así habrías vigilado mejor.
Por extraño que pareciera, hasta que no la oyó de boca del
Duque, esa posibilidad no se le había ocurrido, ni se le había
pasado por la imaginación.Y el Duque tenía razón, habría sido la
mejor opción para todo: para proteger a Viola y para no
comprometerla. ¿Por qué no lo había hecho así, por qué no se le
había ocurrido?. Aquello era muy extraño, un fallo imperdonable que
tendría que analizar más adelante, aunque empezaba a vislumbrar
las causas. En cualquier caso, el Duque continuó hablando y esta
vez volvió a su tono habitual.
—Tranquilo, no lo voy a hacer. Ya he casado a dos de mis hijas
obligadas y, aunque ha salido muy bien, no me voy a arriesgar con
la tercera. Viola, al igual que las otras dos, no quiere casarse. Y voy
a respetar su decisión. Pero lo voy a hacer porque sé que ella no va
a contar nada sobre lo ocurrido estas dos noches y tú tampoco.
Porque no lo vas a hacer.
En la última frase del Duque había una amenaza velada que no
le pasó desapercibida a Justin. Sin embargo, su respuesta fue
totalmente tranquila y segura, precisamente porque era totalmente
cierta.
—Por supuesto que no voy a contar nada. Le prometo que me
llevaré a la tumba el secreto de lo ocurrido. Aunque quiero que sepa
que no ocurrió nada , puede estar tranqu…
—Ya estás faltando a tu promesa —el tono del Duque había sido
de broma esta vez, aún así, Justin le miró con reticencia:
—No entiendo qué quiere decir.
—Me acabas de decir que no ocurrió nada escandaloso dentro
de esa tienda y esa habitación, luego ya está contándole a alguien
lo que ocurrió...o no ocurrió.
Inmediatamente soltó una carcajada, lo que permitió que Justin
se relajara del todo.Había sido una broma. Evidentemente, el Duque
estaba convencido de que “no había ocurrido nada”, si no, no es que
le hubiera obligado a casarse con Violal, sino que le hubiera
rebanado el cuello.
Después de ese intercambio , el ambiente se relajó ya del todo.
El Duque le terminó de contar el final de la operación, sin contarle
exactamente que habían asesinado a su enemigo, pero dándole a
entender lo que él ya había intuido, que su muerte no había sido tan
fortuita.
Finalmente decidió darle una seman de permiso:
—A partir de la semana que viene entrarás en otra misión. Esta
se ha terminado y te pido también que no vuelvas a acercarte a mi
hija.
—Si, por supuesto —contestó Justin con firmeza , metiéndose de
lleno en su papel de subordinado.
Todo había terminado y no de mala manera. Viola estaba sana y
salva, él había esquivado el peligro que suponían sus sentimientos
hacía ella y el Duque estaba moderadamente contento. Así que
después de despedirse, se dirigió hacia la puerta.
Pero la salida no terminó de ser todo lo tranquila que él hubiera
querido, porque, cuando ya tenía la puerta abierta, el Duque soltó su
última frase, una última broma que para él no lo fue tanto:
—No creas, no me habría importado nada que te casaras con
ella.
La carcajada que soltó después el Duque le acompañó hasta que
se montó en su caballo.
Capítulo 26

El día de su veinticuatro cumpleaños Viola no cambió sus rutinas


ni un ápice. Madrugó y se dirigió a la capilla, como todos los días.
Tuvo un momento de flaqueza y nostalgia cuando recorrió el
caminito que le llevaba a la capilla y que ese día estaba lleno de
seres del otro mundo. Le ocurrió cuando recordó lo que había
sucedido un año antes. Recordó la sorpresa que se llevó al abrir la
puerta de la capilla y se encontró de frente con el hombre más
atractivo que había visto en su vida.
Había sido un momento inquietante, pero también mágico, que
había sido el inicio de la parte de su vida más convulsa, más
maravillosa y más triste. Todo junto.
Había vivido una aventura junto al hombre que había amado.
Había sentido el poder de la atracción sexual y había estado a punto
de consumarla y, finalmente, había perdido todo.
Los seis meses que habían pasado desde que Justin había
desaparecido definitivamente de su vida no habían sido nada
fáciles, pero a esas alturas había empezado a superarlo. O, mejor
dicho, a aceptarlo.
A aceptar que acabaría sus días como había vivido siempre:
rodeada de vivos y muertos, pero sola. A aceptar que Justin había
sido un oasis en el desierto de su vida.
No es que fuera infeliz, ¡qué va!, pero tampoco era feliz. Ahora lo
sabía, porque había conocido la verdadera felicidad.
En cualquier caso, cuando se ponía muy melancólica con lo
ocurrido, como le estaba pasando aquel día, tenía un método para
recuperar cierta calma y sosiego y era enfadarse mentalmente con
Justin.
Porque, se recordaba entonces a sí misma, él era responsable
de la situación en la que estaban en ese momento. La misión había
terminado, ella estaba sana y salva y ya no había peligro, Justin
había cumplido la misión a la perfección y ya no se necesitaban sus
servicios, pero eso no significaba que tuviera que desaparecer de su
vida como lo había hecho.
Estaba segura de que él sentía algo por ella, al menos el tiempo
que habían huido juntos. Algo tan intenso y profundo que había
acabado dejándose llevar por lo que sentía en vez de por la
evidente censura y autocontrol que había exhibido hasta entonces.
Sí, Viola estaba convencida de que Justin, durante unos días al
menos, había estado enamorado de ella.
Aunque nunca la habían besado antes, había sabido distinguir en
sus besos y caricias la profundidad de lo que él sentía por ella.
Sin embargo, tras acabar la misión, Justin había desaparecido
totalmente de su vida.
Ni siquiera había aparecido en el baile de los reyes de aquel año.
Y aquello solo podía querer decir que no quería volver a verla. Y
que, seguramente, la había olvidado.
Cuando pensaba esto, la tristeza daba paso a la rabia y eso la
aliviaba un poco, porque la rabia le daba la esperanza de que
acabaría olvidándolo.
Sin embargo aquel día, quizá por ser el aniversario de la última
vez que Justin había estado en su vida, la tristeza, la nostalgia y el
vacío de echarlo de menos se estaban imponiendo.
No le duraron mucho, sin embargo, esos sentimientos. Cuando
ya enfilaba la recta anterior a la entrada de la capilla, un nuevo
sentimiento: el miedo, vino a sustituir al resto y se apoderó de ella.
Detrás de un arbusto surgió una figura grande y oscura, envuelta
de arriba a abajo en ropajes oscuros y con la cara tapada por el
embozo de la capa que lo cubría entero.
Viola se quedó paralizada, como un animalillo nocturno al ser
alumbrado con la luz de una antorcha: solo un mensaje repetitivo le
apareció en la mente: “es él, es él, es él”.
Se refería a su asesino. No podía ser otro.. Se trataba de un
hombre enorme y oscuro que en dos zancadas se puso a su lado y
levantó la mano amenazadoramente.
Luego, todo desapareció.
☙☙☙☙☙☙☙☙

Había un hilo invisible que unía las almas de Viola y Justin,


aunque ellos no lo supieran. Un hilo que hacía que sus vidas fueran
paralelas. Porque Justin tampoco lo había pasado nada bien una
vez acabó su misión para proteger a Viola.
En su caso, los sentimientos habían ido apareciendo en otro
orden, pero pasó por los mismos estados de ánimo que Viola.
Primero sintió rabia, aunque no contra Viola, sino contra su
padre.El Duque. Su jefe.
Le enfadaba que lo hubiera elegido a él como agente más
cercano de su hija.
Entendía las razones, ya que él también tenía claro que era el
mejor preparado y, por tanto, el más adecuado, pero, al mismo
tiempo, pensaba que ser el elegido le había cambiado la vida
totalmente, y no para bien.
Estar junto a Viola le había enseñado que existía un tipo de
conexión con una mujer que hasta entonces ni había atisbado. Se
trataba de una conexión total, que iba mucho más allá del sexo, del
disfrute fisico. Aunque intuía, por lo que había vivido con ella en el
único momento que había flaqueado y se había abrazado y besado
con ella, que la conexión física total con Viola le podía llevar al cielo
directamente.
En cualquier caso, nunca, jamás, lo comprobaría.
Viola tenía en parte razón. Justin se había enamorado de ella y
también se había alejado conscientemente. Pero lo que ella no
sabía era que él lo estaba sufriendo tanto como ella. Porque la pena
y la nostalgia eran igual de intensas, si no mayores.
Ella no tenía con qué comparar, pero él sí. Había tenido muchas
amantes y alguna de sus relaciones había durado años. A muchas
de sus antiguas amantes aún las apreciaba, pero con ninguna había
conseguido el grado de conexión que con Viola había sido
inmediato.
Así que alejarse de ella le dolía mucho. Muchísimo. La echaba de
menos constantemente. Recordaba sus besos, su tacto, su olor y su
sabor como un tesoro. A veces la necesidad de volver a estar con
ella casi le dolía físicamente.
Pero tenía claro que no debía hacerlo.
La vida de un agente secreto estaba llena de peligros, no solo
para él, sino para sus seres queridos. Lo ocurrido con Viola era una
muestra de ellos: habían querido asesinarla como venganza por las
actividades de su padre.
Todo aquello no había hecho más que confirmar su decisión de
alejarse de ella, pero eso no quería decir que no sufriera. Al
contrario, el sufrimiento era doble: porque no estaba con ella y
porque era él mismo quien provocaba ese alejamiento.
Y por eso mismo, no había pasado un solo día sin que pensara
en ella y sin que la echara de menos.
Aquel día recordó perfectamente que era el día del aniversario
que la había conocido. Recordó cómo la vio entrar en la capilla, tan
ligera y encantadora, su mirada de asombro cuando lo vio. El rayo
de conexión que los unió en ese mismo instante,. Recordó la
naturalidad con la que ella le contó su peculiaridad con la visión de
espíritus y fantasmas, y su alivio al ver que él no le daba importancia
a esa peculiaridad y, sobre todo, le creía.
Y luego sus paseos juntos, en los que fueron afianzando esa
conexión íntima.
Y la echó de menos como si solo hubiera pasado un día desde
que la había visto por última vez.
Y tuvo que repetirse que no podía ir en su busca, lo único que en
realidad quería hacer.
No le duró mucho, sin embargo, el momento de debilidad,
porque, al igual que le había pasado a Viola, de repente, todo
desapareció.
Capítulo 27

Una vez más, el suelo frío y húmedo devolvió a Viola a la


realidad. Unos minutos antes había abierto los ojos por primera vez
desde que había perdido el sentido a las puertas de la capilla. Lo
primero que había pensado era que estaba viva. Lo había sabido
precisamente porque en el habitáculo que se encontraba no estaba
sola. Dos niñas pequeñas jugaban a su lado ajenas a todo lo que las
rodeaba excepto ellas y su juego. Eran dos fantasmas y la
ignoraban, la señal de que aún se encontraba entre los vivos. Pero
el resto de lo que la rodeaba era ajeno y extraño.
Cuando sus ojos se hicieron a la escasa luz, pudo comprobar
que se encontraba en una habitación desconocida. Se trataba de un
cuarto no muy grande, con una gran ventana que parecía dar al
exterior, aunque no veía nada a través de ella ya que era de noche.
Bueno, había algo que sí podía ver: la ventana tenía unos gruesos
barrotes de hierro. Eso y el intenso dolor de cabeza que tenía, fruto
del golpe que el hombre oscuro le había propinado, le dieron la pista
de que, aunque no la habían asesinado, estaba secuestrada y su
muerte no podía descartarse. Quizá al día siguiente, quizá en unos
minutos…, no tenía ni idea de qué iba a ocurrir con ella, pero daba
por hecho que no iba a ser bueno.
Este pensamiento aterrador y seguramente que no se había
recuperado del todo del golpe, provocaron que perdiera el
conocimiento de nuevo.

Ahora había vuelto a recuperarlo de nuevo. Había vuelto a ser


consciente del frío suelo, donde la habían dejado tirada, y también
de que continuaba siendo noche cerrada. Sin embargo, algo había
cambiado.
Le costó un momento darse cuenta de qué era lo que había
cambiado, pero en cuanto lo supo, se quedó paralizada, sin
atreverse a moverse.
Ni siquiera cuando notó cómo a su espalda algo se movía
despacio.
Alguien.
Y cuando ese “alguien” por fin habló, tampoco se movió. Ni
siquiera se sorprendió:
—¿Viola?
Capítulo 28

La pista definitiva se la había dado, como siempre, la ausencia


de fantasmas. Solo había dos situaciones en su vida en la que no le
acompañaban: dentro de la capilla del palacio y cuando Justin
estaba con ella. En cuanto vio que los dos fantasmas que le
acompañaban en aquel lugar habían desaparecido y que en su lugar
no había ningún otro, lo supo. La voz ronca de Justin no hizo más
que confirmarle lo que ya sabía: que él estaba con ella en aquella
habitación.
Ahora, cinco minutos después, continuaban los dos sobre el
suelo frío de la habitación, pero varias cosas habían cambiado:
estaban sentados, juntos, con la espalda contra la pared y llevaban
cinco minutos hablando, intentando descifrar lo que había ocurrido,
aunque sin conseguirlo del todo.
Viola le contó lo que le había ocurrido y también los temores de
que la mataran. Justin le contó también su experiencia que, aunque
parecida, difería un poco: él no había visto al atacante como había
ocurrido con ella. Le habían atacado por la espalda, seguramente el
mismo individuo, algo normal, porque si el ataque hubiera sido de
frente, él habría conseguido neutralizar al agresor. Quien había
mandado que los secuestraran lo conocía bien y sabía que la única
manera de dejarlo fuera de combate era hacerlo por la espalda y en
absoluto silencio.
Pero Justin no tenía tan claro que fueran a matarlos, de hecho, la
mayor parte de los cinco minutos que llevaban hablando había sido
acerca de ese tema:
—Algo no me encaja, Viola —dijo Justin por enésima vez con aire
pensativo —. Esta no es la forma de actuar de los delincuentes
profesionales o los asesinos.
—Pues el chichón que tengo en la cabeza no me lo ha hecho un
amigo.
—Sí, sí, Viola, está claro que nos querían traer aquí, y a los dos
juntos, y que la única forma de hacerlo era contra nuestra voluntad.
Hasta ahí todo encaja en un intento de secuestro, pero a partir de
ahí es donde no me encaja.
—Igual nos van a matar en breve —dijo ella, con la voz
ligeramente temblorosa por el miedo.
—No lo creo, Viola —le contestó él con calidez, mirándola con
cariño en un intento de transmitirle seguridad —podrían habernos
matado desde el inicio, ¿por qué retrasarlo?
—Igual quieren hacernos sufrir mucho, o hacérselo a mi padre...
—volvió a hablar Viola, con las lágrimas asomando a sus ojos.
Justin se quedó pensativo un momento, pero cuando volvió a
hablar, siguió con la idea que tenía desde el principio.
—Sigue sin encajar, Viola, creéme, llevo toda la vida dedicado a
esto y jamás había visto nada igual. Por un lado es como si
quisieran dañarnos, tal y como tu has dicho, pero por otro lado, no
sé muy bien qué hago yo aquí. Por qué nos han secuestrado juntos.
La misión que nos unió se acabó, eso te lo aseguro, y no hay
ninguna otra razón por la que alguien quiera hacernos daño a los
dos. No tenemos nada en común…
Nada más decirlo, dejó de hablar de golpe. Claro que tenían
mucho en común, eso lo sabían bien los dos. De hecho, la situación
en la que estaban debería haber sido muy incómoda para ambos
después de cómo habían terminado la última vez. No lo había sido,
porque había primado la urgencia en la que estaban, pero esa
mención que acababa de hacer Justin fue un recordatorio de lo que
había ocurrido la última vez. Y se creó un momento de tensión.
Esta vez, sin embargo, Justin no huyó de él y aprovechó para
mencionar otro tema delicado.
—Además, Viola, es absurdo el lugar en el que nos han
encerrado —Y no dijo nada más , se limitó a dirigir su mirada al
objeto que presidía la estancia y que habían obviado hasta
entonces, a pesar de su enorme tamaño.
Viola no se había dado cuenta en un primer momento, pero una
vez recuperada de la sorpresa de encontrarse en la misma estancia
que Justin, cuando se acomodaron los dos contra la pared, no pudo
dejar de notar aquel objeto: cotidiano y normal en cualquier estancia
de su palacio, pero que, como acababa de decir Justin, era lo último
que esperarías encontrar en un lugar de encierro.
Se trataba de una cama enorme, con dosel y perfectamente
vestida con unas primorosas ropas de cama con motivos florales.
Obviando los barrotes del ventanal y que la puerta estaba cerrada
con llave, algo que habían comprobado, parecía más una cámara
nupcial que un habitáculo para secuestrados, que es lo que eran.
Viola hubiera preferido que Justin ni lo mencionara, ya que
aquello sacaba a la luz todo lo que habían dejado en suspenso la
última vez que habían estado juntos. De hecho, si dejabas de lado la
forma en la que habían entrado en la habitación, era como si
hubieran vuelto al punto de partida, a aquella última vez en la
posada.
Justin tenía razón, pensó entonces Viola, aparcando por un
momento su miedo a ser asesinada, aquello era extraño, muy
extraño.
—Es raro, Justin —dijo ella, poniendo en palabras lo que estaba
pensando, pero justo en ese momento, la puerta se abrió.
Instintivamente, Viola se pegó a Justin, mientras él ponía el
cuerpo en tensión, preparado para defenderse y, sobre todo,
defender a Viola. No le hizo falta, porque ni siquiera vieron a quien
abría. Fue todo rapidísimo y solo vieron la mano, enguantada en
cuero negro, que dejaba una bandeja sobre el suelo de la habitacion
y luego cerraba tras de sí de nuevo.
Si a Justin le había parecido todo extraño hasta entonces, lo que
había sobre la bandeja aumentó el misterio.
Para empezar, la misma bandeja era lo último que esperarías ver
en un secuestro. Se trataba de una bandeja de finísima plata con
filigranas grabadas. Una pieza exquisita de gran valor. Y sobre ella,
una sopera humeante y unas lonchas de carne asada acompañada
de verduras crujientes y recién horneadas.
Una cena que no tendría nada que envidiar a la cena que los
reyes tomarían esa misma noche.
Justin y Viola se quedaron mirando estupefactos. El misterio no
hacía más que aumentar. Les habían llevado a aquel lugar de la
manera más salvaje, pero el lugar mismo y cómo les estaban
tratando tenía más parecido con una bienvenida exquisita que con
un secuestro.
Justin iba a volver a poner en palabras su estupor con lo que
estaba ocurriendo, pero entonces se dio cuenta de que en una
esquina de la bandeja, enganchada bajo la sopera, había una nota.
Miró la nota, miró a Viola y cuando ella le hizo un gesto afirmativo
animándole a leerla, lo hizo.
Apenas había una frase.
Intentó disimular, pero Viola se dio cuenta de su tensión
momentánea y le preguntó qué decía, un poco ansiosa.
Y tuvo que leerla en alto.
Era apenas una frase, pero en ella estaba encerrado el horror:
“Aprovechad y disfrutad, porque dentro de veinticuatro horas
vuestras vidas acabarán”
Capítulo 29

Justin mantuvo el tipo, porque gracias a su trabajo llevaba años


preparado para morir. Esa era una de las razones por la que no
había querido casarse con Viola: no dejarla viuda y joven. Ironías
del destino, ahora iban a morir los dos, jóvenes y juntos.
Y volvió a manifestar en alto sus dudas y su incomprensión. No
había ninguna razón por la que debieran morir juntos y menos aún
que los trataran tan bien antes. Pero Viola le hizo callar:
—Qué más da por qué, Justin. Ahora eso no importa. Yo estoy
segura de que tiene que ver con mi padre. Igual otra persona quiere
vengarse de él y te ha escogido a ti como medio de venganza
porque eres uno de sus mejores agentes y me ha escogido a mí de
nuevo por la misma razón que la vez anterior, por ser más accesible
que mis hermanas. Pero eso a nosotros ahora nos da igual: lo
terrible es que nos quedan veinticuatro horas de vida nada más.
Justin se la quedó mirando fijamente. Negó con la cabeza,
porque internamente seguía convencido de que allí había gato
encerrado y su espíritu de agente secreto necesitaba una
explicación, pero decidió que Viola tenía razón en una cosa: lo único
importante era que les quedaban veinticuatro de vida y por eso
mismo, el resto, de repente, carecía de importancia.
Cuando sintió esa revelación, se fijó mejor y vio a Viola pálida y
temblorosa y lo que tenía que hacer le surgió sin pensar: la abrazó,
con toda su alma.
Fue un abrazo diferente a los que habían intercambiado antes.
En la tienda de campaña también la había abrazado para protegerla,
pero siempre manteniendo la idea de que estaba trabajando, de que
formaba parte de su cometido. Luego, en la posada, los abrazos
habían estado cargados de energía sexual.
Ahora la estaba abrazando para protegerla, pero desde el fondo
de su alma, siendo Justin y no el agente secreto y siendo ella Viola,
no la hija de su superior, sino la chica a la que amaba.
La frase apareció en su mente y fue como un rayo partiéndolo
por la mitad. Su vida no tenía sentido sin Viola, pero, por desgracia,
había tenido que llegar el momento de morir para darse cuenta de
ello.
En ese momento, Viola, que continuaba temblando entre sus
brazos, habló:
—No entiendo por qué han desaparecido mis fantasmas, Justin,
ahora que estoy más cerca de ellos.
Y Justin supo la respuesta:
—Porque no necesitas fantasmas, Viola, me tienes a mi.
Capítulo 30

¿Es posible estar condenado a muerte, que te queden


veinticuatro horas de vida y, aún así, que se trate de lo mejor que te
ha pasado en la vida?
Si alguien les hubiera hecho esa pregunta a Viola y Justin, la
respuesta habría sido un sí rotundo.
Cuando Viola escuchó la última frase de Justin: “Porque no
necesitas fantasmas, Viola, me tienes a mi”, supo que su sueño se
había cumplido, que Justin había reconocido lo que ella había visto
casi desde el instante que lo había conocido: que estaban hechos el
uno para el otro, que debían permanecer juntos hasta que la muerte
los separara.
Y entonces, veinticuatro horas antes de morir, tocó el cielo. Dejó
de temblar y de tener miedo y se perdió en Justin, en su mirada de
amor, en sus abrazos y en sus besos.
Porque sí, inmediatamente después de abrazarse, comenzaron a
amarse. No como la última vez, con pasión descontrolada, sino con
calma y amor infinito.Con delicadeza y devoción.
Tenían una cama maravillosa a su disposición, así que acabaron
tumbados sobre ella, a terminar lo que habían dejado pendiente en
la posada.
No perdieron ni un segundo en intentar desentrañar el misterio de
por qué estaban allí, quién los había secuestrado y los iba a matar,
dejándoles antes el regalo de poder yacer juntos. Tampoco lo
perdieron en pensar en su muerte cercana.
Ambos descubrieron lo que los poetas llevaban siglos diciendo:
que el tiempo se encoge y se expande, y que una vida entera puede
concentrarse en segundos, o la eternidad en veinticuatro horas.
Perdidos en el otro, descubriendo sus almas y sus cuerpos,
vivieron más tiempo que el que habían vivido hasta entonces.
Viola dejó de ser virgen, pero no tuvo miedo, ni dolor. Justin le
hizo el amor con delicadeza y pasión, y ella, siguiendo ese instinto
que ya había aflorado en sus primeros besos y abrazos en la
posada, se acopló a él como si llevaran toda la vida haciéndolo.
La primera vez fue lenta y cuidadosa, Justin le fue acariciando
mientras le despojó de la ropa, pidiéndole permiso con la mirada
tras cada nuevo avance, o leyendo sus suspiros y gemidos, que le
guiaban mejor que las palabras.
Viola se fue derritiendo con las caricias de Justin, primero
delicadas y casi ingenuas, luego más profundas y descaradas.
Gritó de placer, muy bajito, la primera vez que él le acarició los
pezones con los labios, luego gritó más alto y más profundamente
cuando esas caricias llegaron al centro de su sexo.
No tuvo vergüenza ni reparo cuando Justin se agachó y la besó
ahí, en el centro de su placer. Al contrario, se dejó llevar por la
sensación electrizante y de humedad: la de la saliva de Justin, la de
su propio cuerpo, que se estaba preparando para recibirlo .
Justin supo que estaba preparada cuando esa humedad se hizo
más intensa, tanto como los gemidos de placer de Viola.
Y entonces volvió a subir y puso su mirada sobre la de ella y la
penetró. Despacio, muy despacio, pero muy profundo. Llenándola
entera con su gran virilidad.
Y ambos empezaron a moverse, al principio despacio y con
cuidado, pero poco a poco aumentando el ritmo y la profundidad de
la unión.
Llegaron los dos al clímax al unísono, sintiéndose uno, sintiendo
que nada importaba más que ellos dos.
Y volvieron a amarse muchas veces más. Con pasión y deseo
incontrolable, con cuidado y lentamente...
Las veinticuatro horas se estiraron y se convirtieron en toda una
vida juntos.

Satisfechos, pero agotados por el placer inmenso, cuando


empezaba a anochecer se acurrucaron sobre la cama, abrazados,
enredados uno en el otro, cansados pero inmensamente felices. No
querían dormir, querían aprovechar todo el tiempo que les quedaba
para ser uno, pero después del último orgasmo, más intenso aún
que los anteriores, cayeron dormidos, enlazados.
Fueron apenas unos minutos, los suficientes para que se hiciera
de noche del todo, hasta que, de repente, un sonido fuerte y seco
los despertó.
Se sentaron sobre la cama, sobresaltados, pero sin dejar de
abrazarse, para comprobar que el sonido lo había provocado la
puerta al abrirse de golpe.
Y ambos supieron que las veinticuatro horas habían pasado.
Capítulo 31

Viola y Justin estaban agarrados de la mano en medio de un


jardín maravilloso. Ambos, estupefactos y maravillados, miraban a
su alrededor.
El lugar no podía ser más perfecto. Macizos de flores de todos
los colores del arco iris los rodeaban. Había caminitos
perfectamente delineados que invitaban a seguirlos, a pasear, a
descubrir los recovecos de aquel inmenso y perfecto jardín. Una
pérgola construida en madera, al fondo, les invitaba a acercarse y
protegerse bajo su sombra, pero, por otro lado, la calidez del sol
también les invitaba a seguir bajo su protección. Era difícil elegir a
dónde ir, porque todo era perfecto y maravilloso.
En una esquina del jardín, Viola vio varios árboles frutales y se
los señaló a Justin: destacaba un melocotonero. Las frutas grandes,
maduras, estaban listas para ser recogidas. Para ser degustadas.
Ambos se imaginaron dándole un mordisco a uno de los
melocotones maduros, imaginaron cómo su jugo se deslizaba por la
comisura de sus labios y resbalaba por su cuello, imaginaron
absorber aquel jugo del cuello del otro, en una imagen sensual que
los llenó de deseo y felicidad.
Pero entonces otro reclamo maravilloso llamó la atención de
Justin y se lo hizo notar a Viola. Cientos de pájaros cantaban
mientras mostraban sus plumajes coloridos.
En medio de esa perfección, se miraron a los ojos y soltaron una
carcajada, de amor y de felicidad.
—Estamos en el Edén, Viola —dijo Justin, antes de empezar a
andar, agarrado de la mano de la mujer que amaba, a investigar
juntos el Paraíso.
A iniciar su nueva vida.
En este mundo.
Porque Justin y Viola no estaban muertos. Aquel Edén era de
este mundo. En concreto, era el jardín que habían atisbado desde la
ventana de la habitación que habían ocupado un momento antes.
La puerta se había abierto de golpe, sí, pero no había aparecido
nadie tras ella.
Después de unos minutos de tensión, Justin se había acercado y
había mirado al exterior. No había nadie y no se oía ningún sonido:
quien quiera que hubiese abierto la puerta había desaparecido.
Con cuidado y vigilando, salieron agarrados de la mano y fueron
recorriendo las estancias del lugar.
Era un castillo encantador, bien decorado, pero vacío.
Y cuando llegaron al salón principal de la planta baja supieron
que estaban salvados. Una nota encima de la gran mesa de nogal
que presidía la estancia les dio la información que necesitaban para
saberlo:
“Justin, Viola, tenéis en las despensas alimento para una
semana, durante la que podréis disfrutar del castillo y los jardines
que lo rodean en soledad y tranquilidad. Está a vuestra entera
disposición. Cuando queráis volver, tenéis dos caballos en los
establos preparados para llevaros a Londres, que está a veinte
millas de aquí. Espero que lo disfrutéis y, sobre todo, bienvenidos a
vuestra nueva vida.”
El misterio de lo que había ocurrido perduraría toda su vida. Pero
en ese momento no les importó, ni les importaría nunca. Sólo
querían iniciar esa nueva vida juntos.
Epílogo

El Duque de Rochester cerró la misiva con una sonrisa de


satisfacción. Lord Arlington le acababa de confirmar que la boda de
Viola y Justin se iba a celebrar en dos semanas. Esta vez iba a
hacer una excepción e iba a acudir y actuar como padrino de su hija.
Por un lado, estaba en uno de esos extraños momentos de
tranquilidad en su trabajo y se lo podía permitir, pero, por otro lado,
estaba especialmente ilusionado con aquel enlace: no en vano, lo
había propiciado él.
No había sido algo planeado en un primer momento, pero tras la
finalización de la misión que los había juntado, le había quedado
claro que Viola y Justin estaban hechos el uno para el otro. Y
también que ellos aún no lo sabían, así que había decidido darles un
empujón.
Él era quien había organizado el secuestro que, como Justin
había intuido desde el primer momento, no encajaba con la forma
habitual de funcionar de los malvados y delincuentes. Los había
encerrado en un lugar encantador con buena comida, una gran
cama y un jardín y había cruzado los dedos para que la naturaleza y
la conexión entre los dos hiciera el resto. Bueno, también había
decidido escribir aquella nota ambigua para terminar de
convencerlos. Se podía interpretar como la habían interpretado
Justin y Viola: que los iban a asesinar y, por tanto, podían dejarse
llevar por lo que sentían sin miedos ni censuras, o como lo que
significaba en realidad: que su vida tal y como había sido hasta
entonces iba a cambiar drásticamente en menos de veinticuatro
horas. Lo había hecho adrede, por supuesto, sabiendo cuál iba a ser
la interpretación de Justin y Viola. Pero el fin había justificado
totalmente el medio. Como ocurría siempre en su trabajo.
El Duque volvió a sonreír, esta vez más ampliamente y divertido:
“¡quién me iba a decir que hacer de casamentero se me iba a dar
tan bien!”, pensó. Llevaba años contrariado por la negativa de sus
hijas a casarse o porque lo hacían de manera escandalosa (aunque
luego esos matrimonios no podían haber salido mejor), pero gracias
a Viola y Justin, se había dado cuenta de que podía hacer algo para
casarla a las que quedaban por hacerlo.
Desde las sombras, por supuesto, y sin que ellas supieran nada.
Así que, visto el éxito, decidió que después de la boda de Viola
se ocuparía de la siguiente:
“¡Prepárate, Minerva!”, se dijo finalmente, sonriendo y teniendo
claro ya cuál iba a ser el siguiente plan…

FIN
Querida lectora, deseo que te haya gustado
la historia de Viola y Justin.
Si quieres seguir conociendo a las Arlington,
ya están publicadas las dos primeras de la serie:
”Duelo de seducción” y “Una dama muy curiosa”. Y
en preventa la cuarta de la serie: “La hija del Duque”.
Anteriormente publiqué otra saga de novelas
románticas de época: “Los Cornwall”: “No necesito
un vizconde“ , “Mi fiera favorita”, “Matrimonio
impuesto”, “Mi Duque odiado” y “El Duque canalla”
También tengo los dos primeros libros de la
saga “Solteronas” y los puedes adquirir aquí: “Un
marqués para una solterona” y “Un duque para una
solterona”.
Y si te gustan las historias contemporáneas,
puedes leer también otras novelas mías: “¡No te
soporto, vecino!” y la bilogía “Un conde del siglo XXI”
y “Un conde para Katia” .
El resto de mis novedades irán saliendo
publicadas en mi página personal de Amazon.

Olympia ❦

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