Hnas Alington 03 - Un Marques y Muchos Fantasmas
Hnas Alington 03 - Un Marques y Muchos Fantasmas
Hnas Alington 03 - Un Marques y Muchos Fantasmas
FANTASMAS
© Un marqués y muchos fantasmas.
© Olympia Russell. M. Jiménez 2021
© Fotografía de la portada: Kathy Servian:
www.servianstockimages.com
Todos los derechos reservados.
Queda totalmente prohibida la reproducción total
o parcial de este libro de cualquier forma o por
cualquier medio sin permiso escrito de la
propietaria del copyright.
Esto es una obra de ficción. Cualquier parecido
con la realidad es mera coincidencia.
Capítulo 1
Tenia los ojos negros, al igual que el pelo, que llevaba muy corto.
La piel, bronceada, como si pasara mucho tiempo al aire libre, o
como si tuviera ancestros meridionales. Era muy alto y tenía los
hombros anchos y unos brazos fuertes, hechos para proteger.
Para protegerla.
Este último pensamiento hizo que Viola se asombrara aún más.
Jamás había pensado nada parecido acerca de ningún hombre, y
había varios en su vida que podían encajar en una idea así: su
propio padre o Lord Atkinson, el hombre al que su padre le había
encargado vigilarlas.
Pero lo más asombroso de todo era que aquel hombre en
concreto, además de producirle ese tipo de pensamientos, llevaba
puesta una casulla de pastor. Era, evidentemente, un nuevo pastor.
Y para que no quedara ninguna duda, en ese momento, el nuevo
pastor dio comienzo al oficio. Como si fuera lo normal, como si no
fuera todo extraño y nuevo.
Viola se sentó y se dispuso a escucharlo. No podía hacer otra
cosa, pero en cuanto vio que el pastor nuevo hacía lo mismo que el
otro, se volvió de nuevo a su interior y a sus pensamientos.
¿No será un fantasma?, se le ocurrió, aunque enseguida
desechó la idea. Sabía distinguir perfectamente a los seres de otro
mundo de los de este, y aquel pastor nuevo estaba bien vivo y era
bien carnal.
Viola se concentró de nuevo en observarlo. Estaba haciendo
exactamente lo mismo que hacía el pastor Adams, actuaban como
dos gotas idénticas respecto a los oficios, pero solo eran iguales en
eso.
De hecho, mientras el nuevo pastor realizaba la lectura de las
escrituras, Viola cerró un poco los ojos para escuchar su voz. Y era
tan impactante y maravillosa como su físico. Era una voz grave y
varonil, con un ligero tono ronco que, a pesar de que estaba leyendo
un pasaje de las escrituras, a Viola le hizo pensar de nuevo en sus
brazos varoniles y fuertes protegiéndola.
¿Qué le estaba ocurriendo?, ¿quizá lo mismo que a sus
hermanas Silvania y Cassandra quienes, contra todo pronóstico, se
habían enamorado a pesar de haber mantenido siempre que no
querían saber nada de hombres?
No aquello no le podía estar pasando a ella, tenía que haber otra
explicación a lo que le estaba ocurriendo, porque ella era diferente a
sus hermanas: tampoco había pensado nunca en tener un hombre
cerca ni en casarse, pero en su caso no se trataba de una elección
consciente y largamente reivindicada, era, simplemente, que en su
vida no entraba nadie más porque estaba demasiado llena de gente.
Pero precisamente en el único lugar en el que se sentía casi sola,
aparecía aquel pastor nuevo y empezaba a pensar y sentir cosas
que jamás hubiera imaginado.
Justo en ese momento, el pastor terminó el oficio.
Y se la quedó mirando.
Fijamente.
Y tras un momento que a ella se le hizo eterno, empezó a
moverse hacia ella.
Viola se quedó paralizada, hasta que comprendió lo que debía
hacer.
El nuevo pastor estaba repitiendo el último paso que daba todos
los días el pastor Adams: acercarse a la salida de la capilla para
tener unas breves, pero siempre afectuosas, palabras con ella y
luego despedirse los dos hasta el día siguiente, yéndose él hacia el
pueblo y ella al palacio.
En cuanto se dio cuenta de que, dentro de lo extraño y absurdo
que estaba siendo todo, había una lógica y una cotidianidad, repitió
los pasos que daba todos los días y se dirigió a la salida de la capilla
por delante de él.
De todas formas, cuando le dio la espalda, siguió notándolo.
Estaba segura de que él la seguía mirando con la misma intensidad
que hacía un momento, que estaba fijándose en su forma de andar,
en la forma que le quedaba el vestido...y Viola notó cómo se estaba
poniendo roja por culpa de aquellos pensamientos que no podían
ser menos apropiados en un lugar como aquel.
Quizá por eso, nada más salir al exterior y colocarse junto al arco
de la puerta de salida, como hacía siempre, no esperó a que él
tomara la palabra y lo hizo ella. De una manera brusca y cortante
como no había hecho jamás con nadie:
—¿Quién es usted? ¿Dónde está el pastor Adams?.
Justo antes de que ella le espetara la pregunta de aquella
manera, rayando la mala educación, el nuevo pastor la había
sonreido sin mostrar sus dientes pero sí dándole una luz increíble a
sus ojos negros. Aquello había provocado que el corazón de Viola
se pusiera a batir aún más aceleradamente y seguramente había
provocado también su brusquedad. Pero el nuevo pastor no bajó un
ápice la intensidad de su sonrisa ni pareció ofenderse por su
brusquedad. El único gesto que denotó que le había sorprendido la
forma en que ella se había dirigido a él fue el gesto de levantar su
ceja izquierda. Un gesto que no hizo más que acrecentar su
atractivo, para terminar de alterar a Viola.
Además, esperó mirándola así, entre divertido y asombrado, más
tiempo de lo correcto.
Finalmente, lo que le contestó después tampoco sirvió para
aclararle nada:
—Viola, ¿verdad?.
Y Viola volvió a perder la paciencia:
—Eso ya lo sé, no ha contestado usted a mi pregunta.
En ese momento el pastor, ajeno al enfado que iba
apoderándose de ella, amplió su sonrisa y esta vez, sí, le enseñó la
dentadura, que era perfecta y blanca:
—Disculpe ,señorita Arlington, debe usted perdonarme, pero
pensaba que ya sabía usted quién era yo, ¿el pastor Adams no le
ha avisado?
Con aquella respuesta Viola se tranquilizó un poco: al parecer
todo tenía explicación, aunque no se la habían comunicado.
—Estuve ayer con él y no me dijo nada.
—Seguramente no le quiso importunar —continuó él, formal, pero
sin dejar de mirarla con aquella sonrisa que hacía que sus piernas
flojearan.
—Seguramente saber la verdad me habría importunado menos
que encontrarle a usted hoy aquí.
Viola siempre había sido dócil y tranquila, nada que ver con la
mayoría de sus hermanas, que eran guerreras y luchadoras, pero,
por alguna razón que se le escapaba, aquel pastor estaba sacando
de ella comportamientos totalmente inusuales.
Eso que le acababa de contestar era casi una declaración de
guerra. Jamás le había contestado así a nadie, pero, aun así, él
parecía seguir sin molestarse. De hecho, daba la sensación de todo
lo contrario: que se estaba divirtiendo mucho...y parecía también
que intentaba disimularlo.
—Tiene usted razón, señorita Arlington, entiendo que ha sido
desconcertante para usted y, aunque no ha sido precisamente culpa
mía, le transmito mis más sinceras disculpas.
—Pero sigue sin decirme quién es usted y por qué no está aquí
el pastor Adams.
En aquel momento él pareció no poder aguantar más y soltó una
carcajada en alto. Una carcajada que no casaba en absoluto con el
lugar en el que estaban y con su posición.
—Señorita Arlington tiene usted el carácter de la familia, ya me
habían avisado.
—Y usted parece demasiado chismoso para ser un pastor.
Esta vez Viola consiguió que la sonrisa se le congelara al pastor,
pero se repuso enseguida y cambió el tono por uno mucho más
formal y acorde a su posición.
—Tiene usted razón, Lady Viola, le ruego de nuevo que me
disculpe. Verá —continuó inmediatamente sin darle tiempo a ella a
soltarle una nueva pulla —yo ejerzo mi ministerio en un pueblo de
Gales, a más de cien millas de este lugar, pero el pastor Adams me
pidió el favor de sustituirle una temporada. Al parecer, su única
hermana está gravemente enferma y ha decidido volver a su hogar
natal, en las Highlands, para acompañarla en sus últimos días. No
sabe cuánto tiempo permanecerá fuera, pero el tiempo que sea
ocuparé su puesto. Esa es la explicación. Supongo que el pastor
Adams se olvidó de comunicárselo por el estado de agitación en el
que se encontraba: conoció la noticia justo ayer y aunque su
hermana tiene ya una edad avanzada, siempre han estado muy
unidos.
Viola fue tranquilizándose a medida que él le fue explicando todo.
Ahora todo tenía sentido y lo único extraño era cómo había
reaccionado ella ante el nuevo pastor del que, por cierto, no sabía el
nombre. Eso mismo le dio la oportunidad de reiniciar la relación con
él de otra manera.
—¿Y usted es el pastor:...?
—Justin Smith, pastor Smith.
Por primera vez Viola sacó un atisbo de sonrisa. Empezaba a
comportarse como la dama educada que debía ser.
—Lo siento mucho por el pastor Adams, es un buen hombre. Y
disculpe mi brusquedad, pero hágase usted cargo de mi extrañeza.
Supongo que el pastor Adams le ha dicho que asisto a los oficios
todos los días, así que espero que podamos empezar con mejor pie
a partir de mañana.
Viola había conseguido relacionarse con él de manera normal,
pero con aquello quería cortar ya la conversación y volver al palacio.
La explicación que él le había dado le había servido para
reconducir su relación, pero no quería que esta fuera a más, más
que nada porque su presencia seguía afectándola mucho.
Necesitaba marcharse y dejar de verlo. Los siguientes días pensaba
comportarse de manera educada pero distante: acudiría a los
oficios, pero intentaría que la despedida en la puerta fuera más corta
que con el pastor Adams: aquel hombre la alteraba mucho más que
sus fantasmas.
Pero el nuevo pastor tenía ideas propias y echó por tierra sus
planes:
—Estoy seguro de que a partir de mañana todo irá mejor, por
supuesto. Y ahora, si me permite, la acompañaré hasta palacio
antes de volver a la rectoría del pueblo.
Capítulo 3
☙☙☙☙☙☙☙☙
—¡¡¡Por finnnnnnn!!!!.
La joven saltaba y batía palmas de alegría mientras sus cuatro
hermanas solteras la miraban con resignación.
La joven era Katerina, la quinta Arlington y no estaba más que
repitiendo un clásico anual: el que realizaba todos los años por esas
fechas.
El hecho de que fuera conocido, por todas, no quitaba para que
ella lo disfrutara como si fuera la primera vez.
Porque el resto del año tenía que aguantar a sus aburridas
hermanas llevando su aburrida vida de siempre y, sin embargo, el
baile anual que organizaban los reyes era una de las pocas
ocasiones que tenía para divertirse como a ella le gustaba. Lo
llevaba haciendo desde muy niña además, porque aquel baile
también era excepcional porque permitía que fueran niños, algo que
no ocurría en casi ninguno.
Ella hacía tiempo que no se consideraba una niña, aunque
siguiera sin tener edad para ir a los baile de debutantes, así que
estaba deseando acudir al de aquel año, con un vestido nuevo y un
montón de jóvenes chicos de su edad, y algo mayores, a los que
podría ir echando el lazo para cuando pudiera cazar a uno de ellos
de verdad, algo que pensaba hacer en su primer baile de
presentación, para el que le faltaban aún tres años años.
Pero era, por supuesto, la única Arlington que estaba feliz con la
perspectiva del baile, el resto de sus hermanas solteras, Livia, India,
Minerva y Viola, habrían preferido un martillazo en el pie antes que
acudir a aquel baile.
Cada una tenía sus razones, pero para Viola era una de las
situaciones que más nerviosa le ponía, porque el ruido que se
generaba a su alrededor era casi insoportable. Por un lado, estaba
la permanente cantidad de fantasmas que la rodeaban
habitualmente , y , por otro, todos los asistentes a aquel acto que
solía ser tremendamente bullicioso. Es decir, una auténtica
pesadilla.
Por suerte, ya habían pasado seis meses desde la terrible
decepción que se había llevado con Justin y ya casi lo había
olvidado...Bueno, en realidad tenía claro que no lo iba a olvidar
nunca, que siempre se mezclaría en ella ese sentimiento de rabia
por lo que le había hecho y nostalgia por lo feliz que se había
sentido a su lado, pero, al menos, ya se había acostumbrado a su
rutina de siempre y se había resignado a vivir para siempre en el
palacio de los Arlington rodeada de seres y voces del otro mundo.
Y para que esta rutina no se viera alterada demasiado, solo tenía
que mentalizarse para el día del baile, asumir que acabaría con un
buen dolor de cabeza, por el exceso de bullicio, pero sabiendo que
aquello solo le ocurría una vez al año.
Así que no se enfadó con Katerina, como sí le ocurrió a Livia, y
se limitó a mantenerse tranquila mientras su hermana giraba
alrededor de ellas.
Y el día del baile llegó una semana después y las cinco
hermanas se dirigieron al lugar con sus vestidos nuevos, una
exigencia que su padre les había transmitido en una de las cartas
que les enviaba semanalmente, ya que para él era fundamental que
ninguna de sus hijas perdiera una sola posibilidad de encontrar un
buen partido.
Una vez entraron en el gran salón de baile, no hubo sorpresas,
se encontraron con lo mismo de todos los años y su reacción fue la
misma de todos los años.
En ausencia del padre, Livia tuvo que ejercer su labor como
representante del Ducado de Rochester. Acompañada por Lord
Atkinson en todo momento, ya que en estos eventos él se convertía
en su sombra, tuvo que saludar a todos los que acudían a aquel
baile.
Livia llevaba mucho años enfrentándose a esos momentos, así
que lo hacía con la elegancia y profesionalidad que la caracterizaba.
Solo quienes le conocían bien, sus hermanas, notaban una ligera
crispación en sus andares y forma de moverse, que evidenciaba
que, en realidad, se sentía incómoda y hubiera preferido estar en
cualquier otro lugar.
Viola la observaba desde la zona de sillas donde se sentaban las
mujeres que ya no tenía ni una esperanza (o ganas, como le ocurría
a ella) de cazar a alguno de los solteros que pululaban por el baile.
Estaba junto a sus hermanas India y Minerva, cada una metida en
sus propios pensamientos.
Viola se quedó un buen rato observando a su hermana mayor y
se admiró, una vez más, de lo buena pareja que hacían Lord
Atkinson y Livia y lo poco interesados que estaban uno en el otro.
Porque que el Lord sacaba de quicio a Livia era algo bien
conocido por todos, incluido el implicado, pero Viola estaba
convencida de que a él su hermana tampoco le caía especialmente
bien. La diferencia era que para él era un trabajo cuidar de ellas y
trabajar codo con codo con Livia, y , como buen profesional que era,
lo hacía de tal manera que no se le notaba si le gustaba hacerlo o
no, lo hacía bien y punto.
Siguiendo la senda de esos pensamientos, Viola pensó que, en
realidad, era una pena que no se gustaran, porque Livia podría
convertirse en la tercera hermana casada.
Ella no sabía con pelos y señales lo ocurrido con sus hermanas
ya casadas, Silvania y Cassandra, pero sí sabía, a grandes rasgos,
que sus maridos, que ahora las adoraban y ellas les adoraban a
ellos, no habían sido , al principio, muy bienvenidos.
“Igual las Atkinson solo podemos casarnos con hombres que al
principio nos desagradan”, llegó a la conclusión, e, inmediatamente,
se censuró: “pero ¿por qué estoy pensando estas cosas si nunca
me han interesado?”.
La respuesta, obvia, se le presentó inmediatamente. Aunque casi
había superado del todo la tristeza y el vacío inicial, la experiencia
que había tenido con el pastor Smith le había marcado tanto que se
le ocurrían cosas que antes le habrían hecho escandalizarse.
O pensar que estaba enferma.
Al hacer esa asociación entre su hermana y lo que le había
pasado a ella con el pastor, reaccionó apartando la mirada de su
hermana Livia y se puso a buscar a la que faltaba, Katerina, que no
se había sentado con ellas porque, según sus palabras, “eran unas
aburridas”.
Cuando la encontró se le encendieron todas las alarmas.
Katerina era, quizá, la menos agraciada de las siete hermanas.
No es que fuera fea, ¡qué va!, pero era la que menos destacaba:
tenía un pelo lacio en un color castaño medio que no llamaba la
atención, una estatura media, un peso medio, pero con poco pecho
y quizá demasiada cadera. Unos ojos de color avellana no muy
grandees, unos labios demasiado carnosos para lo que dictaban los
gustos mayoritarios... , en definitiva, una chica que pasaba
totalmente desapercibida.
Y aquello, para ella, era un fastidio, porque era la que más
necesitaba de todas las hermanas un físico que llamara la atención.
¿De qué servía que Minerva e India, las más llamativas de las
siete hermanas, tuvieran unos atributos físicos tan encantadores si
ninguna de las dos quería casarse?
El problema con aquello, en cualquier caso, lo tenía Katerina, ya
que tenía que hacer esfuerzos por que los chicos se fijaran en ella, y
eso era precisamente lo que estaba haciendo en ese momento y lo
que había levantado las alarmas de Viola.
La encontró en medio de un grupo de jovenzuelos de su misma
edad, que, mientras ella no paraba de parlotear y reir demasiado
alto, la miraban con indisimulada diversión. Pero no una diversión
sana, sino una con una nota de indisimulada burla.
Los dos años anteriores ya había ocurrido algo parecido. Desde
que Katerina había cumplido los dieciséis, había sido mucho más
difícil de controlar y se había lanzado a tontear con todos los
jovencitos que veía, sin importarle cómo la recibían. Pero lo que
estaba viendo Viola era un paso más. Eran demasiados chicos a su
alrededor y estaban, claramente, burlándose de ella , de su parloteo
y de su evidente interés en agradarlos. Solo había uno, que a Viola
le cayó automáticamente bien, comportándose de manera diferente.
Se trataba de un joven moreno de ojos profundos, que estaba
mirando a su hermana con atención y respeto y a sus amigos con
censura.
A ella no le gustaba meterse en líos, pero estuvo a punto de
levantarse para traerse a su hermana hacia donde estaba ella con
alguna excusa, por suerte, Livia y Lord Atkinson habían visto
también lo que ocurría y ya se estaban acercando a intentar
solucionar el asunto.
Viola decidió apartar la vista de aquello, necesitaba relajarse un
poco, quitar tensión y ruido de su mente, porque, a todo esto,
además de la cantidad de personas que había en el baile, ese día
sus fantasmas, no sabía por qué, se habían multiplicado por dos, así
que estaba rodeada de un ruido casi insoportable.
Y, de repente, ocurrieron tres cosas que cambiaron todo:
Primero, los fantasmas fueron desapareciendo, desvaneciéndose
poco a poco ante sus ojos, de tal manera que el ruido se redujo a
menos de la mitad, dándole a Viola una sensación de irrealidad y de
tranquilidad extrema.
Luego, quedó solo uno de los espíritus, el de una jovencita
vestida con ropas muy antiguas con unos ojos verdes, preciosos,
fijos en ella.
Era la primera vez, después de lo ocurrido con su madre, que un
espíritu la estaba viendo, mirándola fijamente. Y para que no
quedara ni una duda de que había reparado en ella, le dirigió unas
palabras:
—Viola, mira, ahí está el marqués de Greenfield
Y le señaló a su derecha para, inmediatamente, desvanecerse
ante sus ojos, como habían hecho el resto de espíritus.
Viola, hipnotizada y asombrada, tardó unos segundos en mirar
hacia el lugar que el espíritu de la joven había señalado.
Y entonces vio lo más extraño, asombroso e increíble de todo.
En una esquina de la pista de baile, hablando con una mujer
enjoyada y muy guapa, alto, vestido con una ropa que destacaba su
cuerpo perfecto y con su pelo negro brillante, estaba Justin.
Capítulo 6
Cinco meses hicieron falta también para que Viola recuperara “su
vida anterior a Justin” , tal y como ella la llamaba para sí misma.
En su caso no se trató de algo nuevo, ya que anteriormente ya
había pasado por un duelo por su pérdida. De hecho, esta vez no
era tristeza y sensación de vacío los sentimientos que más le
embargaron, sino asombro y rabia.
El asombro era por ella misma. Le costó mucho tiempo
reconocerse en la bofetada que le había dado a Justin. Era la
primera vez, y esperaba que la última, que pegaba a una persona.
Al final aceptó su comportamiento diciéndose que, al fín y al cabo,
era una Arlington. La más dulce y suave de las Arlington (seguida
muy de cerca por India), pero una Arlington al fin y al cabo. Y, como
tal, el carácter se le presumía.
Estaba claro que Justin le daba la vuelta a su vida en todos los
aspectos, desde quitarle los fantasmas de encima hasta sacar el
genio familiar que hasta entonces ella había creído que no
compartía.
Pero también había otra explicación para aquella bofetada y era
su otro sentimiento mayoritario: la rabia.
Un sentimiento que también era nuevo en ella , pero que estaba
totalmente justificado, porque lo que le habían hecho todos los
hombres de su vida no tenía justificación.
Y en él “todos los hombres de su vida”, metía a todos los varones
que la habían rodeado desde su nacimiento, quitando tan solo a los
criados, y solo porque no tenía indicios de que estuvieran
compinchados, aunque tampoco lo descartaba y por eso los miraba
con recelo desde el día del baile.
Se trataba de su padre, por supuesto, pero también del pastor
Adams, de Lord Atkinson y, sobre todo, de Justin.
Cada vez que pensaba en uno de ellos, le entraban ganas de
abofetearlo como había hecho con Justin.
“No está bien lo que me han hecho” , se decía a menudo “no está
bien”, “me han engañado como a una niña, y todo por ese horrible
trabajo de mi padre”.
Sí, tenía una rabia enorme por sentirse engañada, pero, sobre
todo, porque ese engaño había hecho que se enamorara por
primera vez. De una mentira.
Porque Justin era una mentira todo él.
Y también el único hombre que había conseguido que viviera en
paz.
Lo cierto es que al final, a pesar de la rabia, su carácter suave y
pacífico se impuso y fue calmandose. Y asumiendo lo que le había
ocurrido y lo que había perdido.
Volvió a sentirse medianamente cómoda rodeada de fantasmas
que, por supuesto, volvieron en gran número cuando Justin
desapareció de su vida.
Volvió a sus paseos mañaneros a la capilla, en busca de la poca
paz que conseguía cada día y volvió a compartir con el pastor
Adams el rato del oficio religioso por la mañana.
También estaba enfadada y algo resentida con él, pero era con el
que menos. El hombre no le había dado ninguna explicación, por
supuesto, y ella tampoco se la había pedido, pero se le notaba más
incómodo con ella, como cohibido.
Seguramente se sentía culpable con ella. Y era esa actitud la que
hacía que la animadversión de Viola hacia él fuera menos que hacia
los otros. LLegó a pensar, incluso, que él era también una víctima de
su padre y de Justin. Porque era a ellos dos a quienes menos
perdonaba.
A su padre, en cualquier caso, le importaba un bledo lo que
pensaba su hija. En ninguna de las cartas que mandaba
religiosamente todas las semanas había mencionado el asunto ni se
había puesto en contacto con ella de manera discreta para pedirle
perdón o darle algún tipo de explicación.
Nada nuevo, por otro lado, en un hombre acostumbrado a hacer
lo que le daba la gana y a que las personas que le rodeaban
siguieran sus órdenes a rajatabla. Viola le quería, como no podía ser
de otra manera, pero también le resultaba muy irritante y, en ese
momento, estaba muy enfadada con él.
Pero al que no perdonaba por nada del mundo era a Justin. Con
él, no servía ninguna de las excusas que servían para apaciguarla
un poco cuando se trataba de Lord Atkinson o el pastor Evans.
Estaba claro que Justin estaba también a las órdenes de su padre,
pero eso a ella no le calmaba ni le servía de nada. Era una rabia
visceral la que sentía por él. Era la rabia de la mujer despechada por
amor, un tipo de rabia que no se calma con nada más que con el
paso del tiempo.
Pero, por suerte, este pasó y cinco meses después de su último y
desafortunado encuentro, Viola empezó a decirse a sí misma que lo
estaba superando. Ya era capaz de mirar al pastor Adams y a Lord
Atkinson sin resquemor y, aunque seguía sintiendo rechazo a lo que
había hecho su padre, había empezado a olvidarlo y empezaba a
tener ganas de que volviera a casa, algo que llevaba tiempo sin
sucederle.
Lo que no se movió un ápice durante aquel tiempo fue la
animadversión hacía Justin y lo que le había hecho. Cada vez que
se acordaba de él, las ganas de abofetearlo se apoderaban de ella
de una manera violenta. Por suerte, hubo algo que alivió esos
sentimientos: empezó a recordarlo mucho menos. Pasaba buenos
ratos sin pensar en él y un día, incluso, mientras iba paseando hacia
la capilla, se dio cuenta de que desde el día anterior no había
pensado en él.
Ese pensamiento hizo que entrara en la capilla con una sonrisa
plena como hacía tiempo no conseguía sacar.
Una sonrisa que se le quedó congelada cuando vio lo que había
al otro lado de la puerta.
Capítulo 11
☙☙☙☙☙☙☙☙
—Tengo frío.
Justin se despertó sobresaltado, a pesar de que Viola lo había
dicho en voz muy baja y suave. Tenía el cuerpo y la mente
preparados para el ataque, así que cualquier cosa que no fueran los
sonidos normales de la naturaleza le habría despertado.
Enseguida se dio cuenta de que no había un peligro externo, solo
estaba ocurriendo algo que había temido.
A pesar de la ropa extra que le había hecho ponerse encima, no
era suficiente para Viola. Él era un hombre curtido acostumbrado a
dormir al aire libre y también a aguantar incomodidades como el frío,
pero para ella estaba claro que era demasiado.
—Intenta encogerte sobre ti misma, cuanta menos superficie del
cuerpo tengas sobre el suelo será mejor.
Le dijo en un primer momento,ya que era un truco que solía
aplicar él.
Viola le hizo caso, obediente. Durante la maniobra, varias partes
de su cuerpo tocaron partes del cuerpo de él, pero estaban los dos
pendientes del frío de ella y no se sintieron incómodos.
Justin notó, además, que la joven temblaba entera de arriba a
abajo con fuertes sacudidas. Era difícil que entrara en calor en esa
situación. Había pasado el punto de no retorno y había que hacer
algo más intenso para que volviera a recuperarse.
Aún así, Justin esperó un par de minutos a ver si conseguía darle
la vuelta ella sola, pero qué va, las sacudidas eran cada vez más
fuertes y le castañeteaban los dientes.
Había que hacer algo ya. Por desgracia, Justin había visto morir
personas por el frío, Viola no estaba aún en esa situación, pero se
acercaba peligrosamente.
Había dos opciones. La primera, encender un fuego. Tenía el
inconveniente de que así se harían visibles a su perseguidor, si es
que estaba cerca. Eso echaría al traste toda la estrategia de huida,
pero, aún así, no lo descartaba. En primer lugar estaba salvar la
vida de Viola.
Pero esta vez había otra opción que era mejor. Primero, porque
seguiría manteniéndolos en el anonimato y segundo, porque
conseguiría hacer entrar en calor a Viola más rápidamente.
Tardó solo treinta segundos en decidirse a hacerlo, a pesar de
que sabía que era una opción peligrosa para él y quizá también para
Viola.
No se trataba de un peligro para su seguridad, pero sí para su
vida.
Iba a suponer traspasar una línea que jamás hubiera querido
pasar. Aún así, no dudó: la vida de Viola dependía de aquello.
—¿Consigues entrar en calor? —le dijo, sabiendo que era casi
imposible, pero gastando el último cartucho.
—N...o… —contestó muy bajito Viola, y de forma vacilante. De
hecho, su voz sonó mucho más baja que el castañeteo de dientes.
—Viola, hay una forma de que entres en calor, pero tienes que
darme permiso.
—Tte lo ddddoy —respondió, con el mismo tono desmayado.
A pesar de lo dramático de la situación, Justin sonrió.
—No sabes lo que te voy a proponer, Viola, escúchame, es
importante que lo aceptes —le dijo después.
—Ddddime.
—Yo mantengo perfectamente mi calor corporal. Estoy
acostumbrado a estas temperaturas y, además, tengo más músculo,
más cuerpo. Si te envuelvo en mi, conseguiré que recuperes el calor
poco a poco.
Ya estaba, ya lo había soltado. No había marcha atrás.
Se hizo un silencio intenso. Debía de haberle impresionado,
porque Viola dejó incluso de castañetear. Pero inmediatamente
contestó:
—Claro.
Ahora fue Justin el que se quedó sin palabras. E,
inmediatamente, sintió que debía justificarse más.
—Será un abrazo totalmente respetuoso, Viola. No lo haría si no
fuera porque tu vida está...
—Lo sé —le cortó ella, con una energía recuperada —no te
preocupes y abrázame, Justin. Lo necesito.
El final de la frase fue más desmayado y empezó de nuevo a
castañetear.
Y Justin supo que tenía que hacerlo ya.
Apenas tenía que moverse, ya que estaban pegados y lo
milagroso habría sido precisamente no tocarse. Pero ahora iban a
pasar de cero contacto a un contacto total.
Justin se sentía turbado por tener que hacerlo, pero, al mismo
tiempo, tranquilo respecto a lo que le había ocurrido unas horas
antes, cuando habían entrado en la tienda Ahora ya no tenía miedo
de que su cuerpo le traicionara. No había nada sexual en lo que
iban a hacer. Se trataba de cuidado y nada más.
Pensar esto último le dio la energía para ponerse manos a la
obra y empezó a darle instrucciones a Viola.
—Date la vuelta y ponte mirando hacia mi. Cuando lo hagas, te
abrazaré. Es mejor así, porque cubriré la parte central de tu cuerpo,
donde están el corazón y los órganos más importantes, que es lo
que hay que proteger.
Viola, sin decir nada, se giró. Él notó su aliento cercano a su
boca. Era la primera vez que lo notaba, porque jamás la había
tenido tan cerca, pero no le sorprendió: era dulce y cálido, como
toda ella.
Soltó un suspiro, que sonó un poco extraño y se pegó más a ella,
de forma que su pecho y su tripa entraron en contacto con los de
ella. Y después la envolvió con sus brazos.
Y la acercó aún más a él.
Capítulo 16
Viola jamás había visto sus ojos al despertar, pero sí había visto
los de sus hermanas e, incluso, los de algunos niños hijos de los
criados con los que había jugado de pequeña.
Lo normal era que en los primeros instantes al despertar estos
estuvieran envueltos en una especie de niebla que los hacía más
líquidos y como ausentes.
Sin embargo, la mirada con la que Viola se topó no tenía nada
que ver con lo que ella conocía. Justin se despertó como si llevara
horas ojos avizor. Más despierto de lo que estaba ella nunca.
Viola supuso que eso era debido a su trabajo: en cuanto volvía
del sueño, lo hacía con sus facultades al cien por cien. No podía
perder ni un segundo en desperezarse.
Aquello encajaba con lo que le había dicho por la noche tratando
de tranquilizarla, que no se preocupara, que era capaz de oír un
pájaro brincando en la distancia...o algo así.
¿Cómo había sido tan tonta como para besarle? Si tenía el oído
tan agudizado, tendría igual de sensibles todos los sentidos, incluido
el del tacto.
Viola sintió que se ponía roja como un tomate: Justin acababa de
pillarla besándolo. Aquello, además de totalmente indecoroso, algo
que no le preocupaba demasiado ya que estaban solos y no había
nadie a quien escandalizar, suponía también desvelar lo que sentía
por él.
Sin embargo, Justin empezó a hablar y a moverse
inmediatamente, sin nombrar lo que acababa de ocurrir.
Sin nombrar que ella tenía cara de susto y estaba azorada.
—Buenos días, Viola, madrugadora, ¿has conseguido
descansar?
Seguían abrazados, pero mientras lo decía, empezó a separarse
poco a poco de ella.
Viola tardó un segundo en responder, poco, pero más de lo
normal. Seguía asustada con lo que acababa de hacer y con la
posibilidad de haber quedado totalmente en ridículo ante Justin. La
pregunta que él acababa de hacer, sin mencionar el asunto, le hacía
ser optimista, pero no se fiaba.
Al final, decidió seguir como si no hubiera ocurrido nada.
—He dormido poco, Justin, pero cuando lo he hecho ha sido muy
profundamente. He descansado.
—Y conseguiste entrar totalmente en calor¿verdad? —continuó,
ya totalmente separado de ella y empezando a abrir la tienda para
salir al exterior.
—Sí, Justin, gracias, me has salvado la vida una vez más.
En ese momento, Justin paró el movimiento de salir al exterior y
se volvió para mirarla de nuevo:
—Es mi deber, me alegro de estar haciéndolo bien—le dijo, y
salió fuera.
Viola sintió una mezcla de alivio y decepción.
Alivio porque, al parecer, aunque se había despertado en el
momento que ella le había besado, no se había dado cuenta de lo
ocurrido: había salvado su orgullo una vez más.
Decepción porque, aunque habían dormido abrazados toda la
noche, como dos amantes apasionados, no eran nada de eso y no
podía estar más alejado de la realidad su sueño de conseguir el
amor de Justin. Lo que acababa d edecirle, que había cumplido con
su deber, no hacía más que reforzar esa idea clara. Todo lo que
estaba haciendo Justin, todo lo que había hecho desde el principio,
estaba relacionado con su trabajo. No sentía nada hacia ella ni lo
sentiría nunca. Incluso algo tan íntimo como dormir abrazados toda
la noche no le había afectado en absoluto.
En cualquier caso, Viola decidió continuar con el plan que se
había trazado durante la noche: disfrutaría de la compañía de Justin
hasta el último minuto que estuviera con él. Aquellas vivencias, en
plena naturaleza, los dos solos, aquellos abrazos, incluso aquel
beso fugaz de final abrupto, se convertirían en tesoros de su
memoria.
Se sintió de mejor humor mientras salía de la tienda para unirse a
él y comenzar el segundo día de huida juntos. Aún le quedaban
muchas horas junto a él, muchas más vivencias para acumular en la
memoria. Pero siempre, por supuesto, teniendo cuidado de que él
no se diera cuenta de sus sentimientos hacia él.
—Vamos a salir enseguida, Viola. Acaba de amanecer y tenemos
que aprovechar la distancia que le llevamos.
—De acuerdo, Justin—contestó ella, totalmente aliviada porque
estaba claro que Justin no se había dado cuenta de nada —¿se
puede saber a dónde vamos?
No lo había preguntado con suspicacia, sino con curiosidad.
Estaba completamente en sus manos y se fiaba de él, pero quería
saber algo más sobre qué atenerse.
Justin entendió bien su pregunta, así que no le contestó a la
defensiva.Aún así, tampoco le contestó lo que ella quería oír.
—Mejor que no lo sepas, Viola. No por nada, pero es una norma
dentro de los servicios secretos: cuanta menos información se
comparta entre nosotros, menos posibilidades de que la misión se
estropee.
—¿Cuando dices “nosotros” te refieres a mi como agente secreto
también? —dijo ella, divertida.
—Por supuesto—le contestó él en el mismo tono —en esta
misión tú eres un agente más. Uno especialmente bueno —terminó,
tocándole la punta de la nariz con su dedo índice, en un gesto
cariñoso y seguramente inofensivo, pero que a Viola le produjo una
nueva descarga de energía desde el punto de piel que él había
tocado hasta todas las esquinas de su cuerpo.
Viola echó una carcajada para disimular su turbación y pareció
que todo estaba en orden.
Pero a partir de ese momento, Justin no perdió el tiempo, recogió
la tienda en la cuarta parte de tiempo que le había costado montarla,
que tampoco había sido mucho. Se cercioró de que todo estaba en
orden y no dejaban ni una pista de que habían pasado la noche allí
y ayudó a Viola a montar.
En menos de diez minutos desde que se habían despertado, ya
estaban de nuevo en marcha, ella, agarrada a su espalda, él,
llevando la montura como si les persiguiera un asesino (que era
precisamente lo que les ocurría).
Viola volvió a sumirse en un estado de placidez tranquila. Pegó
su mejilla a la espalda de Justin, de tal forma que veía el paisaje
pasar ante sus ojos pero también notaba el calor y el olor de Justin,
que ahora , después de la noche que habían pasado, casi formaba
parte de su ser.
A la placidez que sentía por lo que estaba ocurriendo se le
añadía también la tranquilidad de saber que Justin no se había
enterado de nada. Que su indiscreción había pasado desapercibida.
Si hubiera podido, habría congelado su vida en ese momento, ya
que era perfecta. En cualquier caso, aunque sabía que todo pasaría,
no se entristeció sino que siguió disfrutando de cada segundo junto
a él, como si solo existiera el presente .
Capítulo 20
FIN
Querida lectora, deseo que te haya gustado
la historia de Viola y Justin.
Si quieres seguir conociendo a las Arlington,
ya están publicadas las dos primeras de la serie:
”Duelo de seducción” y “Una dama muy curiosa”. Y
en preventa la cuarta de la serie: “La hija del Duque”.
Anteriormente publiqué otra saga de novelas
románticas de época: “Los Cornwall”: “No necesito
un vizconde“ , “Mi fiera favorita”, “Matrimonio
impuesto”, “Mi Duque odiado” y “El Duque canalla”
También tengo los dos primeros libros de la
saga “Solteronas” y los puedes adquirir aquí: “Un
marqués para una solterona” y “Un duque para una
solterona”.
Y si te gustan las historias contemporáneas,
puedes leer también otras novelas mías: “¡No te
soporto, vecino!” y la bilogía “Un conde del siglo XXI”
y “Un conde para Katia” .
El resto de mis novedades irán saliendo
publicadas en mi página personal de Amazon.
Olympia ❦