Erica Ridley - Duques de Guerra 03-El Capit+ín Intocable
Erica Ridley - Duques de Guerra 03-El Capit+ín Intocable
Erica Ridley - Duques de Guerra 03-El Capit+ín Intocable
El Capitán intocable
Libro 3 de la serie Los Duques de Guerra
El cuerpo del capitán Xavier Grey está de vuelta en la alta sociedad, pero su
mente no ha sido capaz de liberarse de los horrores de la guerra. Sus amigos
quieren tratar de ayudarle a encontrar la paz. Él sabe que no la merece. Al igual
que no merece las atenciones de la sensual literata con la intención de seducirlo
hasta su cama...
La solterona Jane Downing quiere dejar de vestir santos y lanzarse a los
brazos de un hombre de sangre caliente. En concreto, el oscuro y peligroso capitán
Grey. Puede que no esté destinada a ser su esposa, pero nada la detendrá de ser su
amante. Podría citar a los griegos clásicos cuando tenía cuatro años. ¿Cómo de
difícil podría ser aprender el lenguaje del amor?
Marzo de 1816
Londres, Inglaterra
El calor se extendió por las mejillas de Jane. ¿El capitán Grey? ¿Iba a
encontrarse con ellos aquí?
Todo su cuerpo se sonrojó solo de escuchar su nombre. Y el recuerdo de los
pensamientos más lascivos que tenía sobre él cada vez que cerraba los ojos.
No podía mover ni un solo músculo. Apenas podía pensar siquiera. Esto era
un desastre.
Lo último que necesitaba esta noche era que el objeto de sus fantasías se
sentara a su lado y ni siquiera notara su existencia. Jane prefería volver a casa
ahora, antes de que la más absoluta y total humillación tuviera la oportunidad de
mostrarle su cara.
"¿Cómo sabéis que va a venir?," preguntó sin aliento.
"Porque así nos lo dijo." Lord Carlisle se llevó los dedos de su mujer a los
labios. "Le dije que a Grace le complacería mucho que se reuniera con nosotros al
menos una vez antes de que se retirara a Essex."
"¿Él... se marcha?"
Grace asintió. "Mañana. Tiene una casita de campo a unos tres kilómetros
más allá de Chelmsford y tiene previsto quedarse allí durante el resto de la
temporada."
"O tal vez para siempre," murmuró Carlisle con los dientes apretados.
"Xavier cree que tal vez no está listo para las exigencias de la alta sociedad. Puede
que tenga razón."
Jane tragó saliva. Por supuesto, el hombre oscuro y peligroso de sus sueños
tenía pensado desaparecer de la sociedad para siempre después de esta noche.
¿Qué esperaba?
La cortina del palco privado se abrió de golpe. Allí, silueteado por las
lámparas de araña en el pasillo, estaba el infame capitán Grey... y un acomodador
muy engreído.
Una sonrisa irónica curvó la comisura de los labios del capitán. "Me temo
que mi buen hombre aquí no puede dar crédito a que haya sido invitado al palco
por el duque de Ravenwood. ¿Debería irme?"
Lord Carlisle se puso en pie. "¡Por supuesto que no! Ven a sentarte. Creo
que ya conoces a todos los presentes." Él se volvió hacia el acomodador. "Nos
alegramos mucho de que nuestro amigo haya podido unirse a nosotros. Esto será
todo por el momento."
"Lo siento mucho, mi lord," balbuceó el acomodador con la cara roja.
"Parecía que... Yo pensé que—"
"Ya está olvidado. Márchese." Lord Carlisle despidió al acomodador y luego
se volvió hacia Jane. Su voz se redujo a un susurro. "¿Te importa correrte un
asiento para que Xavier pueda sentarse junto a mí?"
El capitán Grey frunció el ceño. "Eso será innecesario. Ya he interrumpido
bastante."
"No, no me importa." Jane se apartó rápidamente del medio y agitó una
mano hacia su asiento desocupado. "Por favor, siéntese al lado de su amigo."
Él inclinó la cabeza y se sentó.
La iluminación era demasiado tenue para distinguir el azul cristalino de sus
ojos o las largas pestañas negras que los enmarcaban. Pero Jane no necesitaba tener
luz para recordar todos los ángulos de sus cincelados rasgos o la descuidada caída
de su cabello negro y ondulado en contraste con el blanco puro de su pañuelo.
Cada centímetro de su cuerpo estaba grabado en su memoria.
Bueno, cada centímetro adecuadamente, (aunque decepcionantemente),
vestido, claro. Nada podría ocultar esos fuertes muslos enfundados en sus
pantalones de ante ni sus musculosos brazos cubiertos por las mangas de su
chaqueta hecha expertamente a medida.
Qué el cielo le ayudara. Iba a estar solo a medio pelo de distancia de este
magnífico hombre durante las próximas tres horas. Jane absolutamente,
positivamente, no podía desmayarse. Ni lanzarse a sus brazos. Sus fornidos y
poderosos brazos.
Ella se quedó sin aliento. Esto era imposible. Él llevaba sentado a su lado
menos de cinco segundos y su corazón ya estaba retumbando como si estuviera
corriendo por su vida. Tal vez debería. El capitán Grey no era bueno para la
reputación de una... ni para su corazón.
Todo el mundo lo sabía. Había regresado de la guerra en un estado de fuga,
e incluso antes de eso, no había sido considerado un buen partido. No por la alta
sociedad. No era rico. No era el heredero de una corona. Y siempre había tenido el
mismo aire de peligro e imprevisibilidad que se aferraba a él, incluso ahora.
Parecía confiado, elegante y mortal. No era de extrañar que el acomodador
hubiera dudado en dejarle entrar. El capitán Grey se movía más como un cazador
que como un caballero. Esos ojos azules penetrantes podrían congelar a un duque
en un parpadeo.
O a una intelectual solterona.
Ella bajó sus pestañas. De ninguna manera iba a ser capaz de prestarle
atención a esta ópera. Era demasiado consciente de su intoxicante proximidad, del
ascenso y la caída de su pecho, de la forma en que sus ojos... ¿estaban girados hacia
ella? Su pierna empezó a temblar incontrolablemente. Él le había pillado mirándolo
fijamente. Ella se retiró un poco más en su asiento.
Sea cual fuera el color que había teñido su rostro anteriormente, Jane estaba
segura que el tono de sus mejillas ahora haría que el carmesí palideciera a su lado.
Él se inclinó más cerca de modo que su hombro entró en contacto con el
suyo. "¿Alguna idea sobre los que están gorjeando esos en el escenario?"
Oh, señor. Jane no sabía cómo su corazón no había explotado todavía a
través de su pecho. Su hombro estaba tocando el suyo. A propósito.
"Eeh..." Su mente se quedó en blanco. El capitán Grey estaba en realidad
hablando con ella. Y esperando una respuesta. Piensa. ¿De qué era esta ópera? Jane
forzó su mirada hacia el dueto de sopranos. "Se trata de... Ismene y Antígona.
Están irritados porque Creonte no quiere enterrar a Polinices dado que empezó
una guerra."
Él lo miró con los ojos como platos. "¿Hablas italiano?"
Ella sacudió la cabeza. "Griego. Antígona fue un texto griego antes de ser
una obra. Debo haberlo leído cientos de veces."
Él parpadeó.
Ella dejó que sus palabras colgaran en el aire. Deja de hablar. No tenía
sentido admitir que había leído las obras clásicas griegas cientos de veces. Las
intelectuales no sabían cómo ser coquetas. Tenían que esforzarse por ser
encantadoras e irresistibles.
Su instruida mente no lograba convocar todas las ideas viables.
Sus labios se arquearon. "Yo no he leído nada en todo un año, así que
supongo que debería prestar atención a la trama mientras que es dramatizada justo
en frente de mí." Él volvió la mirada hacia el escenario.
Eso había sido todo. Jane quería esconderse debajo del asiento y morirse.
Esto era lo que ocurría cuando mostraba su excesivo amor por la lectura. Nada. No
sucedía nada de nada. Eso era exactamente por lo que era tan olvidable.
Sin embargo, no se le ocurría nada convincente que decir ni nada seductor
que hacer. No podía creer que ya hubiera perdido su atención después de haberla
tenido solo durante un breve momento. Era muy... Jane.
¿Habría sido mejor que hubiera dicho que solo había leído Antígona una
vez? ¿O decir que no tenía ni idea de por qué esas personas estaban bailando sobre
el escenario con espadas mientras sollozaban? Tal vez lo más prudente hubiera
sido—
Su hombro. Ella dejó de respirar. Su hombro todavía estaba tocando el suyo.
Él había permanecido encorvado como si, en cualquier momento, pudiera volver a
susurrarle algo íntimo.
Ella se estremeció. ¡Ni en sus mejores sueños!
No era solo que él fuera el hombre más exquisitamente atractivo que Jane
había visto jamás. Además era un soldado y un héroe. Un oficial. Los militares eran
leales, heroicos, fuertes y deliciosos.
No pienses demasiado, se reprendió a sí misma. Su proximidad no significaba
nada. Era solo una obra de teatro. Solo un hombro. Él no iba a agarrarla y
esconderse con ella entre las sombras para perpetrar un interludio carnal, (no es
que ella se hubiera opuesto); y ciertamente no iba a perder la cabeza y pedirle
matrimonio. El hombre tenía planeado desaparecer de la alta sociedad en su
conjunto.
Pero primero, ella iba a tener que pasar una noche hombro con hombro con
la única persona que nunca sería capaz de salir de su mente.
Capítulo Tres
Jane se alejó del capitán Grey mientras que el calor inundaba su rostro. Él no
quería estar con ella. Ella no podía ignorar las náuseas en su estómago ni el
desolador agujero que había perforado su pecho. Había puesto en práctica todos
sus atributos para atraer su atención. Su lógica, su físico... incluso le había
suplicado.
Y no podría haber sido rechazada más tajantemente.
Había sido un corte demasiado profundo. Ella se acercó a la pared del fondo
con sus piernas rígidas y se inclinó para recuperar el cuaderno de bocetos caído.
Sus ilustraciones largamente custodiadas le habían robado incontables noches de
sueño. Ahora ni siquiera podía soportar mirarlas. Ella metió el cuaderno de nuevo
en su bolso con dedos temblorosos.
Las representaciones de placer en su caso, tendrían que permanecer teóricas.
Ella dejó su bolso en la repisa de la chimenea y abandonó la sala sin decir
una palabra. El capitán Grey no la detuvo. ¿Por qué iba a hacerlo? No había nada
más que hablar.
La cesta de mimbre abandonada de Egui se encontraba al final del pasillo. Si
ella no conseguía meter al gato de nuevo en ella, causaría estragos en la casa del
capitán Grey. Jane respiró hondo y soltó el aire lentamente. Acorralar a Egui era
una tarea con la que estaba muy familiarizada. Desafiante. Peligrosa. Pero no
imposible.
¿Quién hubiera creído que podía ser más fácil atrapar un gato endemoniado
que el interés de un soldado solitario?
Jane caminó hasta el final del pasillo y metió el brazo por el asa de la cesta.
Con suerte, Egui no habría destruido el resto de los pañuelos del capitán Grey
durante el curso de su desastrosa conversación. La noche sería lo suficientemente
incómoda sin tener que reponer el guardarropa entero del hombre.
"Tengo que encontrar al gato," dijo Jane por encima del hombro. "¿Puedo
mirar en las habitaciones que estén abiertas?"
"Puede hacer lo que más desee," respondió Xavier a solo unos pocos
centímetros de distancia.
Ella se giró.
Xavier estaba de pie en la puerta de la sala, observándola. Su mirada azul
era inescrutable.
Después de un instante, desapareció de nuevo.
Ella enderezó la espalda y sonrió tristemente. Ella no podía hacer lo que
deseara. Ni aquí ni en cualquier otro lugar. Ella no podía tener el hombre que
quería. No podía encontrar al gato endemoniado que no quería. Ni siquiera podía
saltar en una diligencia y volver a casa.
Sus motivos podrían haber sido una tontería, pero su plan había sido
sensato. Demasiado sensato. Maldita tormenta de nieve. Le había parecido tan
fortuita en el momento, y ahora... solo otra burla cósmica.
Su hermano estaba a doscientos kilómetros de distancia. Los sirvientes no
sospechaban nada. Ella había cambiado de diligencia cada media hora para
asegurarse de que ninguna persona supiera de dónde venía o a dónde iba. El Dog
& Whistle se había quedado sin habitaciones libres, por lo que le habían aconsejado
que encontrara un alojamiento seguro y no muy lejano. La incesante nieve había
garantizado su bienvenida en casa del capitán Grey.
Y ahora no podía marcharse.
Ella se quitó los zapatos y las medias con el fin de recorrer la casa de campo
lo más sigilosamente posible. Llamar al gato solo le daría una advertencia
razonable. Su única esperanza era cogerlo desprevenido—antes de que él hiciera lo
mismo con ella.
En primer lugar, trató de buscarlo en la cocina. Aquí era donde Egui había
destruido de alguna manera el pañuelo del capitán Grey... Ah. Allí estaba. Un
repugnante amasijo de pelo húmedo y lino triturado. Justo al lado de una pila
similar de lo que una vez había sido un paño de cocina de algún tipo. Encantador.
El gato de su hermano proporcionaba alegrías sin fin.
Ella se puso de puntillas para inspeccionar la parte superior de todas las
superficies y de rodillas para comprobar debajo de cada mueble. No había señales
de Egui. Regresó al pasillo y cerró la puerta de la cocina detrás de ella.
La siguiente puerta abierta conducía a lo que deberían ser las dependencias
del servicio. Las camas estaban hechas a la perfección y las chimeneas estaban
apagadas, lo que hizo que Jane se abrazara a sí misma para protegerse del frío. Las
habitaciones estaban heladas a su parecer, pero Egui había sido bendecido con una
capa de pelo gris como el acero. La temperatura sería de su agrado y con su oscuro
pelaje, sería casi imposible detectarlo en la luz menguante.
Jane comprobó los altillos de los armarios y debajo de cada cama, pero no
pudo encontrar ningún rastro del gato desaparecido.
Rara vez lo hacía hasta que era demasiado tarde.
Al igual que su interacción con el capitán Grey, supuso. Ella no había sido
capaz de protegerse a sí misma de resultar herida porque no había previsto la
fuente del golpe. La no acción dolía tanto como la acción. Tal vez aún más.
Sus hombros se desplomaron. Las heridas punzantes de las pequeñas garras
de Egui desaparecían en una o dos semanas. Pero el rechazo de lleno del capitán
Grey dejaría huella en ella para siempre.
Jane cerró la puerta de las dependencias del servicio y cruzó el pasillo hasta
el comedor. Un aparador de caoba forraba todo el perímetro. Una mesa
rectangular con ocho sillas de madera estaba situada en el medio. No había
escondites. Ni señales de Egui. Con los dientes apretados en frustración, ella se
trasladó a la habitación contigua—y se detuvo bruscamente en el umbral de la
puerta.
Una biblioteca. Pequeña, pero confortable. Frente a la chimenea apagada
había un diván y un sillón orejero.
No había demasiadas estanterías, pero contenían un número respetable de
títulos. Ella no pudo evitar examinarlos. Política... agricultura... clásicos... ¡Fanny
Hill! Tomó el volumen del estante y lo estrujó contra su pecho.
¡Una novela erótica! Había deseado leer una cosa así durante mucho tiempo,
pero no había querido tener que esconder un libro másde su hermano. Puede que
no hubiera imaginería explícita en esas páginas, pero cualquier cosa que se hacía
llamar Memorias de una mujer de placer era algo cuya procedencia no desearía tener
que explicarle a Isaac una noche mientras cenaban.
No es que fuera el material apropiado para leer aquí tampoco.
Ella deslizó el libro de nuevo en su hueco entre los demás. Leer acerca de
encuentros eróticos de ficción, mientras que se alojaba bajo el mismo techo que el
capitán Grey, solo haría que lo deseara aún más. Era mejor para los dos que su
curiosidad permaneciera insatisfecha.
Aunque era deliciosamente tentador pedirlo prestado solo por una noche...
Tras obligarse a abandonar el libro, Jane inspeccionó arriba y dentro de cada
estantería en busca del gato extraviado. Nada. Ni siquiera un revelador pelo gris
que indicase que el gato había entrado en la habitación. Ella salió de la biblioteca y
cerró la puerta firmemente detrás de ella. Y tragó saliva.
La última habitación que quedaba era el dormitorio de capitán Grey. Ella
vaciló ante la puerta abierta.
Una luz naranja parpadeante emanaba de la chimenea, tiñendo la habitación
de un suave y cálido resplandor. Justo al otro lado había una gran cama con dosel
con cortinas gruesas de esmeralda. Había un armario a un lado y enfrente, una
mesa con un cántaro sobre ella y un lavabo. Sin embargo, Jane no podía apartar los
ojos de la cama.
¿Cómo sería unirse a él bajo las sábanas? Caliente, obviamente.
Emocionante. Inolvidable.
Aunque nunca lo sabría.
Apretó los dedos ante el giro espontáneo de su estómago. La verdad no
podía ser más clara. El capitán Grey no era más que un ex-soldado. Era un héroe
de guerra. Un líder entre loshombres. Si quería algo, lo tomaba.
Por lo tanto, no la deseaba. Si lo hiciera, ella ya estaría desnuda.
Dejó el cesto y se arrodilló para mirar debajo de la cama. Cero gatos. Ella
apretó su mandíbula. ¿Dónde diablos se había escondido?
Un golpe sonó en la entrada y ella se puso en pie en señal de alarma.
No era Egui. La emoción empezó a correr por sus venas. El capitán Grey.
Arrastrando su baúl hasta su dormitorio.
Capítulo Siete
Xavier logró evitar toda conversación con la señorita Downing hasta finales
de la tarde, cuando su estómago gruñó su descontento. Si él tenía hambre, ella
debería tener también. Y la nieve no había cesado todavía.
Suspiró. Tendrían que compartir otra comida. Cualquier otra cosa sería
poco práctica. Bien podría empezar a cocinar.
Sus habilidades culinarias perfeccionadas en el ejército eran tan desastrosas
que eran más adecuadas para una mazmorra. Ahora tendrían que mordisquear
queso en rodajas y verduras asadas, mientras que palabras y frases como tieso,
erecto y ella se complació a sí misma colgaban aún entre ellos.
Él se pasó una mano por la cara. Había pensado que la fuente de su
principal atracción por la imparable señorita Downing era el hecho mismo de su
intacta inocencia. El hecho de que ella fuera un ser bueno, verdadero y puro en un
mundo de guerra, engaño y odio.
Una y otra vez, ella le había demostrado lo equivocado que estaba. Sí, era
una mujer virgen y tenía buen corazón, tal como esperaba. Pero también era
inteligente, confiada y sensual sin pudor. En otras palabras... la mujer perfecta.
Para alguien más. Tragó saliva.
Si tan solo pudiera dejar de desearla tantísimo.
Él atacó el queso con un cuchillo mientras que las verduras se asaban en el
fuego. No sería una cena en condiciones, pero al menos sería comestible.
Tres años de infierno habían enseñado a Xavier a no confiar nunca en la
ayuda de nadie. Incluso sin que su cocinera estuviera presente, la despensa de
Xavier estaba abastecida con provisiones suficientes para mantener a un soltero no
meticuloso alimentado a lo largo de toda la primavera. Incluyendo un alijo oculto
de dulces que había echado mucho de menos mientras que había estado fuera.
Una joven como la señorita Downing, sin embargo, aspiraría a unos
estándares superiores. Su nuca se ruborizó cuando se dio cuenta de que ella podría
resultar decepcionada con sus escasas ofrendas. Debía estar acostumbrada a
mucho más. Merecía mucho más. Pero hasta que la nieve dejara de caer, lo único
que tendría sería a él.
A su favor, tenía que admitir que la joven no había manifestado ni una sola
queja. Incluso superaron la parte de la comida sin una sola mención a temas
inapropiados. Pero cuando su sensual invitada devoró el último de sus dulces tras
la cena, fijó su mirada en él con una lenta sonrisa.
Por primera vez en su vida, Xavier deseó ser una pera confitada.
Ella selamió los labios y tomó su copa de vino. "¿El paso a la biblioteca sigue
restringido?"
"Por supuesto." Cada parte de él se sentía igual solo de ver su lengua
humedecer sus rojos y carnosos labios. Apretó los dientes. Tal vez debería abrir la
biblioteca por su propia seguridad y encerrarla dentro hasta mañana. "También
están prohibidos los juegos de cama, los espíritus fuertes, los puros, las apuestas, y
la erótica del siglo XVIII."
"Todo lo divertido, querrá decir," declaró con una mueca burlona.
Él deseaba que su cuerpo no respondiera.
"Si vamos a entretenernos sin actividades físicas," continuó, "entonces
tendremos que conformarnos con la conversación. Ya que estamos aislados por la
nieve en este momento, sin duda no podrá objetar la idea de llegar a conocernos un
poco mejor sobre otra copa de vino."
Por el amor de todos los santos. "Una copa es más que suficiente."
Las comisuras de sus labios se curvaron. "Una taza de leche, entonces.
Incluso podemos sentarnos en los lados opuestos de la sala."
"Bien." Un poco de leche le parecía bien. La leche era inocente. "Vaya a
sentarse. Me reuniré con usted en cuanto recoja la mesa."
"Puedo ayudar con la—"
"Vaya a escoger su lado de la sala."
Ella se rio en voz baja pero se puso de pie con gracia y se alejó
pavoneándose.
Xavier reunió todos los platos y los depositó en un cubo de agua limpia en
la cocina. Los restos de agua dulce apenas cubrirían los fregados de la vajilla y los
baños para él y la señora. La próxima vez que se llevara al gato a dar un paseo,
tendría que acordarse de traer más nieve.
Bueno, bien podría venirle una tromba de agua fría en la nieve para
olvidarse de la agradable y cálida mujer que había dejado en el interior de su casa.
Ella estaba sentada en uno de los dos sillones orejeros cuando Xavier entró
por la sala. Ambas sillas estaban colocadas en ángulos complementarios, un poco
orientados hacia el fuego, y en cierto modo, enfrentados entre sí—sin que ninguno
de los ocupantes se viera obligado a mirar en una dirección concreta. No estaban
precisamente ubicados en lados opuestos, pero al menos no estarían compartiendo
el sofá.
"¿Y bien?" Él se dejó caer en la silla desocupada y estiró sus piernas.
"¿Sagitario?"
Ella le miró boquiabierta. "No es posible que siga la astrología."
"No es posible," estuvo de acuerdo. Por lo menos no discutirían más si
hablaban de los astros. "¿Tiene un mejor punto de partida para una conversación
desenfadada en una situación tan complicada?"
"A decir verdad, así es." La dulzura en su tono erizó el vello de su nuca. Ella
tamborileó con la punta de sus dedos y sonrió. "Pensé que tal vez podríamos jugar
a Bendición o Desnudo."
Sus músculos se tensaron. "¿Bendición o qué?"
Sus ojos marrones se rieron de él desde debajo de sus pestañas rizadas.
"¿Supongo que nunca ha sido una niña de doce años?"
Él arqueó las cejas en silencio.
Ella le devolvió el guiño. "Es un juego de veinte preguntas, ganso. Para
descubrir su alma, no su derrière, en caso de que eso sea lo que tanto le preocupa.
Si decide no responder a una pregunta, debe concederle una bendición al
contrario." Ella se relajó contra su silla; su mirada chispeante con desafío. "No
puedo creer que un gran capitán tan fuerte tenga miedo de un juego al que juegan
las niñas cuando se reúnen a pasar la noche con sus primas."
Bien jugado. Él la miró con acritud. Tal vez podría comprobar a dónde les
llevaría todo esto.
Si ella obtenía una bendición por su parte, tal vez le pediría otro beso... o
pasaría directamente a los fuegos artificiales. Pero ya que las únicas otras posibles
actividades en la casa de un soltero aislada por la nieve eran peores que un juego
estúpido, él no tenía mejores opciones de entretenimiento.
Xavier rodó sus hombros. A pesar de lo agotado que estaba, tendría que
permanecer en guardia. Quería mantenerla fuera de problemas. Ella quería echar un
vistazo dentro de su mente. O sus pantalones. Él se movió inquietamente en su
asiento cuando un escalofrío recorrió su columna vertebral. La forma más fácil de
evitar las bendiciones sería simplemente responder a todas sus preguntas.
De alguna manera, eso era aún más aterrador.
"Cinco," le espetó. "Tiene cinco preguntas, no veinte."
"Tenemos cinco preguntas," le corrigió ella. La victoria la iluminó desde
dentro, haciéndola aún más hermosa. "¿Quiere empezar, o debería hacerlo yo?"
Tal vez debería haber permitido las veinte preguntas. Cuanto más tiempo
tuviera para encadenar una conversación ociosa, menos problemas surgirían entre
ellos. Él movió los dedos con tanto desprecio negligente como pudo reunir. "Las
damas primero."
Mientras que ella se inclinaba hacia adelante, sus ojos se volvieron serios. "Si
los dos nos sentimos atraídos hacia el otro, ¿por qué se niega a actuar en
consecuencia?" El pulso en su garganta se hizo visible. "No estoy buscando algo
que dure para siempre. Solo quiero hacer el amor. Nadie tendrá que enterarse
nunca."
"Porque usted debería estar buscando algo que durase para siempre." Xavier
se pasó las manos bruscamente por el pelo. La conversación ociosa no iba muy
bien. Una pregunta en sí estaba resultando ser demasiado. Bueno, si ella no iba a
dejar el tema de lado, lo mejor que podía hacer era decir la verdad. Tal vez eso
infundiría algo de sentido común en ella. "No se trata solo de hacer el amor.
Cuando usted elija a un hombre, su relación deberá ser algo de lo que ambos estén
orgullosos. Busque compromiso, no secretos. Prométame que nunca se conformará
con nadie que no esté dispuesto a proclamar su amor por usteddesde todas las
azoteas de Londres."
Ella frunció el ceño. "Pero yo no estoy buscando alguien a quien amar."
"¿Ah, no?"
Ella apretó los labios. "¿Es esa su primera pregunta?"
Él levantó las cejas. "Es la pregunta que debería estarse haciendo a sí
misma."
Ella clavó un dedo en su dirección. "No ha respondido a la mía. Usted me
ha informado de por qué no debo tener mi punto de vista, pero yo acabo de
preguntarle por el suyo."
Sus músculos se tensaron. Xavier odiaba este juego y solo acababa de
empezar. Si es que alguna vez había sido un juego para empezar. Él tamborileó con
los dedos en sus reposabrazos. Ahora que había accedido a jugar, tenía la intención
de cumplir con su palabra. Aunque prefería llevar a su gato por largos paseos en la
nieve que forcejear por poner sus sentimientos en palabras.
"Separar lo que yo debo hacer de lo debe hacer usted no es tan fácil como
parece creer," dijo al fin. "Usted es una joven casadera. Sigue siendo virgen. Tiene
un buen corazón. Si yo tomara su inocencia, lo que realmente estaría haciendo sería
robarle toda oportunidad de encontrar a alguien digno de usted."
Ella se inclinó hacia delante. "Pero yo—"
"Me ha preguntado lo que yo pensaba." Él respiró hondo y dejó que las
palabras vieran a él. Era el momento de la verdad, no de la elocuencia. "Su
virginidad no es algo que pueda volver a su persona una vez que la haya perdido.
No importa qué términos crea que está ofreciendo, aceptar esos términos sería
aprovecharme su inocencia. No quiero robarle su futuro. He arruinado más que
suficientes vidas en Bélgica. No me pida que sea un monstruo en el santuario de mi
propia casa."
Jane apretó los labios en una delgada línea, pero no hizo más
interrupciones.
No es que importara. Él había terminado de hablar. Cada palabra que había
dicho era cierta. No había nada más que añadir.
Ella bajó los ojos y levantó un dedo en su dirección. "Su pregunta, capitán."
Solo había una cosa que merecía la pena preguntar. Sus manos se cerraron
en puños. "Su hermano es un guardián de mierda. ¿Cómo diablos fue capaz de
llegar hasta aquí sin que nadie se diera cuenta?"
Un rubor se apoderó de sus mejillas. ¿No le gustaba la pregunta? Bien.
Xavier esperaba que ella se arrepintiera de haberle arrastrado hasta esta farsa. Si él
tenía que responder a sus preguntas, ella, por supuesto, también.
Todavía sonrojada, Janelo miró a los ojos. "Grace mencionó que tenía una
casa de campo a las afueras de Chelmsford. Pensé que no podía ser tan difícil
encontrarla. Todo el mundo en un radio de diez kilómetros está obligado a conocer
la dirección de un capitán del ejército condecorado."
Espléndido. Para salvar su reputación, todo lo que tenían que hacer era
borrar los recuerdos de todos aquellos en un radio de diez kilómetros. ¿O no?
"Así es cómo encontró mi casa," dijo él cuando ella no continuó. "¿Cómo
consiguió escaparse? No puedo creer que su hermano le diera permiso para hacer
este viaje, y mucho menos sin acompañante."
Ella se mordió el labio inferior. "Isaac tenía una importante reunión de
negocios que atender, así que me dejó sola y le concedí a la doncella unos días
libres. ¡No se atormente tanto! Una mujer de veinticuatro años es perfectamente
capaz de cuidar de sí misma."
Xavier tosió. "Obviamente."
"Bueno, eso es lo que pasó. Mi hermano no estaba en casa, así que me fui y
vine hasta aquí. Eso no significa que sea un guardián de mierda. Significa solo que
confía en mí."
"Asumo mi error," dijo él arrastrando las palabras. "Su sabiduría no conoce
límites."
Ella se cruzó de brazos. "A diferencia de usted, Isaac confía en que yo sabré
hacer siempre lo que sea mejor para mí. A mi hermano no le haría muy feliz saber
que me escapé para reencontrarme con un hombre, pero jamás haría comentarios
discordes al respecto como un arpía remilgado."
Xavier había pasado de ser el capitán cascarrabias a "arpía remilgado" en
menos de una hora, y solo había una explicación para ello: ella estaba
absolutamente enfadada.
Él respiró hondo y dejó el tema. No importaba lo que pensara de su plan,
ella había tenido que reunir una gran dosis de coraje para hacer una peregrinación
no planificada hasta Chelmsford con el riesgo de ser rechazada, humillada y
arruinada. Y él le había rechazado. No tenía sentido regodearse en esa herida.
Sobre todo cuando él estaba tratando de ser su amigo.
"Muy bien," dijo en voz baja. "No pretendía ser crítico. Simplemente estoy
acostumbrado a estar solo."
Ella se inclinó hacia adelante con entusiasmo. "¿Es por eso por lo que el
amor es tan importante para usted?"
"¿Quién ha dicho que—?"
"Es obvio. Y esa es mi pregunta." Ella bateó sus pestañas y apretó la
mandíbula, como si estuviera tratando de apartarle de su humor de perros. "Sigua
jugando. ¿Por qué siente que el amor es tan importante?"
Poco a poco, Xavier dejó escapar el aliento. ¿Acaso pensaba una cosa así?
Parecía demasiado idealista y, sin embargo... tal vez era cierto.
"No creía mucho en el amor en un primer momento. No hasta que me di
cuenta de que ya no era digno de él." Volvió su rostro hacia el fuego. "Las cosas
tienen una forma muy retorcida de ganar importancia una vez que están fuera del
alcance de uno." Él la inmovilizó con su mirada. "Algunos dicen que el amor es un
regalo. También es algo que se gana. Algo que se merece o no se merece, a veces
sin que tenga nada que ver el mérito o la culpa de uno. Es algo por lo que vale la
pena luchar. Quizás incluso morir. A menudo es la única diferencia entre el cielo y
el infierno."
Su sonrisa se suavizó. "Es un romántico."
"Soy un cínico. Ravenwood es el que siempre ha abogado por toda esa
tontería romántica sobre casarse por amor desde que el resto de nosotros fuimos
los suficientemente mayores como para empezar a pensar en las jóvenes como
premios que ganar. No era sorprendente que él anhelase encontrar el amor.
Heredó su ducado cuando tenía dieciocho años y el estado cayó en manos
extrañas. Si los fondos no hubieran sido restaurados cuando alcanzó la mayoría de
edad, lo mejor que podía haber esperado era haber encontrado una heredera."
Ella lo miró con los ojos como platos. "Pero él no se ha casado por amor. Ni
siquiera se ha casado para empezar."
"No tiene por qué hacerlo. El ducado es fuerte otra vez. Él puede creer que
el amor es tan importante como le plazca." Xavier se encogió de hombros y arqueó
una ceja. "¿Por qué usted no puede?"
Ella juntó las manos y, silenciosamente, se las llevó a los labios.
No había ningún problema. Xavier tenía mucha paciencia. Era su talento y
su maldición a partes iguales.
Después de un momento, Jane bajó las manos a su regazo. "¿Es esa su
pregunta?"
"Así es."
"Entonces debo responder." Pero ella se volvió hacia el fuego y se quedó
mirando las llamas de color naranja saltando detrás de la parrilla en su lugar.
Xavier la observó en silencio. Su malestar era palpable. La honestidad era
un juego muy peligroso.
"Yo creo en el amor," dijo al fin, sin mirarlo. "Me parece devastadoramente
importante. Es solo que no creo que sea posible para todo el mundo, y ciertamente
no lo es para mí." Ella levantó la barbilla. "No tiene sentido mantener la esperanza
por algo que no va a pasar. No soy una soñadora quijotesca. Es por eso que estoy
aquí. Quería algo que estuviera más a mi alcance." Sus ojos brillaban a la luz del
fuego. "En nuestro camino a la ópera, vi cortesanas elegantes. Prostitutas de un
centavo. Verduleras. Todas ellas tenían amantes. Y pensé... ¿por qué no yo?"
"Señorita Downing, usted no es ninguna verdulera. Su falta de marido no
tiene nada que ver con—"
"¿Por qué se convirtió en soldado?," le interrumpió.
"¿Qué?" Una risa brotó de sus labios ante el cambio tan brusco de tema.
"¿Por qué se convirtió usted en una intelectual?"
"Todavía no es su turno," le espetó.
Él parpadeó y se recostó contra su silla. Aparentemente, habían terminado
de hablar sobre el amor. Intelectuales. "¿Es esa su pregunta?"
"Sí." Ella se apoyó en su silla. "¿Por qué se unió al ejército? Y quiero saber la
verdad. No solo por 'deber' u 'honor.' ¿Por qué lo hizo verdaderamente?"
Su reacción inicial fue aclarar que el deber y el honor eran razones tan
válidas como cualquier otra, pero Xavier necesitó un momento para considerar la
cuestión. ¿Eran esas sus razones? ¿Acaso eran las de alguien?
Él siguió pensando. "Las revistas sensacionalistas dicen que las mujeres
sensibles no pueden resistirse a un hombre en uniforme, pero la verdad es que los
jóvenes no pueden resistirse a querer ser ese hombre."
Ella se tapó la boca con una mano para ocultar su sonrisa. "¿Lee revistas de
cotilleos?"
Él esbozó una sonrisa libertina. "¿Puedo responder a esa pregunta en su
lugar?"
"No, no," contestó rápidamente. "Siga con la explicación. Los uniformes son
universalmente atractivos..."
Él inclinó la cabeza. "Como lo es la idea del honor y el deber. ¿Quién no
quiere ser honorable, o al menos ser percibido como tal? ¿Quién no anhela el
respeto de sus compañeros y la adulación de los corazones femeninos? Cuando
mis amigos más cercanos compraron sus comisiones en el ejército del rey, no había
absolutamente ninguna duda de que yo me uniría a ellos. Éramos invencibles, y
fuimos a la guerra con el fin de convertirnos en héroes."
"Y lo lograsteis," dijo ella con una sonrisa.
"¿Eso cree?," preguntó Xavier con la garganta seca. "Tal vez Carlisle, sí. Yo,
no. El resto de nosotros..." Su voz se fue apagando. Nada de esto estaba
funcionando como ninguno de los dos había esperado. "El ducado de Ravenwood
le impidió ir, y la bala en el pecho de Edmund Blackpool le impidió volver. Vaya a
preguntarle a Bart cuánta adulación ha recibido desde que regresó a casa sin una
pierna. Incluso la magia del uniforme de un oficial tiene sus límites."
Ella levantó la barbilla. "Eso no quiere decir que no sea un héroe."
"Un héroe que no puede soportar ver su propio reflejo." Xavier se encogió
de hombros. "No es que yo sea demasiado aficionado al mío. ¿Es ya mi turno?"
Pensativa, Jane asintió con la cabeza lentamente. "Sí. Pregunte lo que
quiera."
Xavier se frotó las sienes. Su perspicacia e inteligencia se le estaban
escapando en este momento. Su cabeza estaba todavía llena de los recuerdos de la
guerra, y las pérdidas y decepciones a las que habían tenido que enfrentarse todos
sus amigos. Pero, inadvertidamente, ella le había ofrecido un tema que explorar.
"¿Qué le hizo convertirse en una intelectual?," preguntó. "Quiero saber la
verdad. No solo 'me gustan los libros.'"
Ella se echó a reír. "Nadie elige ser intelectual, al igual que nadie elige ser
una mujer florero."
"¿Nadie?"
Ella lo miró como si nunca hubiera considerado la idea anteriormente. Tal
vez no lo había hecho. Ella se mordió el labio inferior. "Supongo que en mi caso, sí.
Elegí ser una intelectual, quiero decir. No una mujer florero. He intentado por
todos los medios ser… bueno, esa no es la cuestión. Intelectuales, sí. Mi madre era
una. Y yo quería ser como ella. Ella y la tía Montagu eran mis heroínas."
Xavier apartó su codo del reposabrazos de la silla. "¿Elizabeth Montagu era
su tía? ¿Cómo no iba a convertirse en toda una intelectual? ¡Ella fue quien inventó
la práctica!"
La señorita Downing contempló el fuego. "Creo que quizás era una prima
segunda o tercera. Un buen porcentaje de los volúmenes en mi biblioteca privada
provenía de ella. Yo era demasiado joven para asistir a las asambleas literarias,
pero mi madre siempre iba, y podía recitarme de memoria."
Él ni siquiera podía empezar a imaginárselo. "¿Cómo se sentía su padre al
respecto?"
"¿Mi padre? Él era un erudito respetado que mantuvo una posición de
asesoramiento de cierto renombre en la oficina de la guerra. Ni siquiera Isaac
puede recordar un momento en que no estuviéramos rodeados de libros y lectura
activa. De hecho, me aprendí de memoria la Odisea para competir con mi
hermano." Ella sonrió ante el recuerdo. "En mi familia, el conocimiento era la meta
más alta que se podía alcanzar. 'Intelectual' no era un insulto, sino más bien un
término de orgullo."
En su familia. Una sensación de vacío se agolpó en la boca de su estómago.
"¿Cuándo se dio cuenta de que eso no se aplicaba por igual en todas las familias?"
Ella ciñó los labios. "El día que tuve que hacer mi primera reverencia. Los
periódicos también tenían cabida en mi casa, por lo que entre las páginas
sensacionalistas y las series góticas, yo estaba convencida de que no importaba lo
que pasara la noche de mi presentación en sociedad, para bien o para mal, sería
absolutamente memorable."
"¿Y qué pasó?"
Su sonrisa no llegó a sus ojos. "Nada."
Él frunció el ceño. "¿Cómo pudo no pasar nada? Si tuvo una presentación en
sociedad, entonces, ciertamente, algo—"
"Creo que estamos retrasando demasiado mi turno de pregunta." Su voz era
un poco inestable. "Cuando llegó a casa de la guerra, usted estaba prácticamente en
estado vegetativo. Pasaron varios meses hasta que mostró un poco de
conocimiento o interés por el mundo que le rodeaba."
Su columna vertebral se puso rígida. "¿Eso es una pregunta?"
"La reformularé." Su mirada se volvió penetrante. "¿Por qué se aisló en su
propia mente?"
Él la miró. "Era más seguro."
Ella no apartó la mirada.
Él tampoco.
Jane suspiró y alzó las manos. "¿Le importaría elaborar un poco más su
respuesta?"
No particularmente. Pero no deseaba tener que deberle ninguna bendición.
"Nadie regresa de la guerra siendo el mismo hombre que era cuando se fue." Él
sobre todo. "No me gustaba en lo que me había convertido. Y no conseguía
olvidar."
"¿En qué se había convertido?"
Xavier acudió la cabeza. "Esa es una pregunta diferente."
"Usted perdió su inocencia," supuso.
Sus labios se torcieron. "Eso lo perdí años antes."
"No me refiero a su virginidad. Me refiero a su inocencia. Usted pensaba que
el mundo era de una manera y resultó ser de otra."
"Eso es... un eufemismo." Resultó ser un infierno.
"Anteriormente, usted ha mencionado que una vez que yo perdiera mi
inocencia, jamás podría recuperarla." Ella inclinó la cabeza. "Es verdad. Pero esa no
es toda la historia."
Él se quedó mirando sus botas. "Nada es toda la historia."
"Quiero decir, como personas, siempre estamos perdiendo nuestra inocencia
por algo, ¿no es así? No lo niego ni lo minimizo, pero aun así, tenemos que seguir
adelante." Ella frunció los labios mientras lo consideraba. "A usted no le gustaba en
lo que se había convertido. Es justo. Pero ya no es esa persona. Ese era el antiguo
yo. Este es el nuevo yo."
Él resopló. "¿Cómo sabe quién o qué soy?"
"Porque usted ya no está en el campo de batalla." Sus palabras se aceleraron.
"Usted dice que la guerra cambia a los hombres y yo le creo, pero no es la única
cosa que cambia a una persona. Quienes somos en un momento dado es una
combinación de nuestras experiencias pasadas, nuestra situación actual y nuestro
futuro potencial. No estamos estancados. La persona que a usted no le gustaba no
era el mismo recluta de ojos brillantes que se unió al ejército, ni el hombre en el que
se convirtió cuando regresó a casa."
"Un vegetal," dijo con ironía.
Ella negó con la cabeza. "No un vegetal. Un hombre en busca de respuestas.
No sé si encontraría alguna. Tal vez no había ninguna por encontrar. Pero todo en
lo que se había convertido, ya no está. Nadie es la persona que era incluso seis
meses antes. El mero hecho de no gustarle en lo que se había convertido le hizo
cambiar a mejor."
Xavier se pasó una mano por la cara, y luego dejó caer la cabeza hacia atrás
en la silla. "No me siento mejor."
"Otra señal de que no es más que humano. Los soldados protegen el bien
mayor. Los actos que están llamados a realizar son desagradables, pero su corazón
está en el lugar correcto."
"¿Acaso no piensan así ambas partes de una guerra?" Él se frotó el puente de
la nariz. Cómo deseaba que la experiencia hubiera sido meramente desagradable.
Su frente se arrugó con preocupación. "¿Está... simpatizando con
Napoleón?"
"Estoy condenando la guerra en general." Él se masajeó la nuca. "Y ahora es
mi turno de formular mi siguiente pregunta."
Los labios de Jane se arrugaron como si estuviera tratando de contenerse
físicamente para no presionarle más, pero se limitó a asentir con la cabeza y
levantar una mano para que continuara.
Espléndido. Ahora Xavier necesitaba pensar en algo que preguntar.
Parcialmente, él no había querido hablar de la guerra, y mucho menos sobre sus
sentimientos al respecto. Maldito juego. La buena noticia era que a ella solo le
quedaba una pregunta. La mala era que él todavía tenía dos.
Al menos... debería haberlo considerado una mala noticia. Cuando se
habían sentado a jugar a lo que él había asumido que sería una frívola tontería, no
había muchas cosas que hubiera deseado hacer menos. Pero de alguna manera, el
fuego se había reducido sin que se hubiera dado cuenta.
Lo que había comenzado como un estúpido reto, ahora era una verdadera
conversación; una conversación muy personal. Xavier se dio cuenta de que no
quería "desperdiciar" las preguntas con temas triviales. La señorita Downing era
inteligente, perspicaz y totalmente imposible, y él quería saber todo sobre ella.
Él se inclinó hacia delante. "Mi círculo de amigos es infame, pero no sé nada
sobre el suyo. ¿Quiénes son sus amigos más cercanos?"
"Los libros." Ella se golpeó a sí misma en el pecho. "Intelectual, ¿recuerda?"
Su frivolidad lo sorprendió. "Le he formulado una pregunta de verdad."
"Y yo le he dado una respuesta de verdad."
"Una respuesta de solo una palabra." ¿Qué le había dicho ella antes? Xavier
levantó las manos. "¿Le importaría elaborar un poco más la respuesta?"
Sí, sí le importaría. Jane cruzó los brazos por debajo de su pecho y desvió su
mirada hacia el menguante fuego. Pero entonces levantó los ojos hacia él.
"Mi hermano tiene sus propias responsabilidades a las que hacer frente.
Grace está casada. Me reuniré con ella en el Teatro Real en menos de quince días
cuando vayamos a ver Ifigenia, pero estaremos prestando atención al escenario. No
tengo más familia ni amigos. Lo que hace que todo se reduzca a... mis libros." Hizo
una pausa.
Él la miró en silencio.
"Adoro mis libros." Ella sonrió mirando hacia sus pies. "Es la verdad. Puede
que ellos no me quieran a mí, pero yo me siento como si lo hicieran mientras que
los estoy leyendo. Pasar la tarde con uno de mis personajes favoritos hace que esté
más tiempo con esa persona que el que podría estar con uno de mis amigos a lo
largo de varios meses. Antes de conocer a Grace, los libros eran los mejores y
únicos amigos que había tenido durante años. Así que paso todo el tiempo que
puedo con ellos."
"Hasta ahora," dijo él en voz baja.
Ella se echó a reír amargamente. "¿Hasta que aparecí en su puerta sin mi
biblioteca a cuestas?"
"No." Él mantuvo su voz susurrante y cálida. "Aparte de Lady Carlisle, los
personajes sobre los que solía leer eran sus únicos amigos... hasta ahora. Ahora me
tiene a mí, también."
La luz del fuego salpicó su asombrada cara.
Xavier sintió cómo su nuca se recalentaba. Avergonzado, hizo un gesto con
la mano para quitarle importancia. "Su turno. Última pregunta."
Contemplativa, Jane volvió la mirada hacia el fuego. Cuando habló, sus
palabras eran tan suaves que él apenas pudo oírlas. Pero no pudo escapar de ellas.
"¿Qué ocurrió exactamente para que se desilusionara y comenzara a creer
que había cruzado del bien al mal?"
Su espalda se irguió. "No lo 'creo' simplemente. Es un hecho. Y no me
merezco ningún perdón."
Ella sacudió la cabeza. "Esa no es una respuesta."
"No va a recibir otra."
"Entonces me deberá una bendición."
Sus músculos se tensaron. Clásico. Él bien podría divulgar su pesar más
oscuro o prepararse para lograr otros nuevos. "La bendición no puede ser hacer el
amor, ni obligarme a responder una pregunta que ya me haya negado a
responder."
Ella se echó hacia atrás en su silla. "Usted no puede decidir cuál va a ser la
bendición o mi pregunta. Solo tiene que responderla."
Los latidos de su corazón se aceleraron con frustración. Él se frotó las sienes.
"¿Cuál es su bendición, señorita Downing?"
Ella lo miró a los ojos. "Jane."
Él parpadeó. "¿Qué?"
"Me llamo Jane. Ahora que somos amigos, pido permiso para llamarle
Xavier."
Un revoloteo se instaló en su estómago. "¿Tutearnos de aquí en adelante es
lo que quiere como bendición?"
Ella le sonrió dulcemente. "Si le parece demasiado íntimo, siempre
podríamos hacer en amor."
"Me toca a mí hacer una pregunta," dijo rápidamente. Ella era incorregible.
Xavier no pudo evitar sonreírle de vuelta. "Jane."
Sus mejillas se sonrojaron llamativamente.
Él inclinó hacia ella. "Ya me has explicado por qué llegaste hasta aquí. ¿Por
qué lo hiciste? Eres lo suficientemente inteligente como para saber que los asuntos
ilícitos no son románticos. Son ilícitos y una vez que pasan, todo ha acabado."
Ella exhaló lentamente. "Tal vez para ti, los asuntos amorosos son ilícitos y
luego no hay nada más. Yo no tengo asuntos amorosos para empezar."
Xavier dudaba que fuera por falta de interés. Jane era exquisita a la vista y
solo se volvía más bella cada vez que abría la boca y hablaba.
Ella se pellizcó el labio inferior con los dedos. "No soy una mujer florero
porque sea divertido. Soy una mujer florero porque nadie se da cuenta nunca de
mi presencia. Abandono sus mentes antes de que tenga tiempo siquiera de
recordarles mi nombre." Ella envolvió sus brazos sobre su pecho. "Siempre trato de
hacerme notar; de decir o hacer cosas imposibles de ignorar. Pero incluso cuando
me muestro lo más escandalosamente posible, nadie me mira dos veces."
Imposible. Él nunca sería capaz de sacarla de su mente.
Jane miró hacia otro lado. "A decir verdad, odio los eventos sociales. Soy
invisible en multitud. Es una tortura. Apenas puedo sentarme a soportar una
orquesta, a pesar de lo que me encantan los violines por encima de cualquier otro
instrumento, porque cada una de esas salidas supone desde una hora a tres de
ignominia. Nadie se da cuenta jamás que estoy allí. Almack’s es aún peor."
Él se puso de pie. "Levántate."
"¿Qué?" Ella parpadeó, confusa.
Xavier le tendió la mano. "Ven aquí."
Ella depositó su mano tentativamente sobre su palma. "¿Por qué?"
"Vamos a bailar." Él la ayudó a salir de la silla.
Jane miró por encima de su hombro alrededor de la sala poco iluminada.
"¿Aquí?"
"Correcto. Aquí." Y la tomó en sus brazos.
Capítulo Doce
Una nube de humo se desprendió del cigarro entre los labios de la siempre
sorprendente invitada de Xavier mientras que lanzaba sus triples ases sobre la
mesa y robaba unas cuantas cartas.
De nuevo.
No sabía lo que era peor—que su pesadilla de contribuir a que una joven
dama se jactase de un libertinaje total estuviera al rojo vivo, o que estuviera
disfrutando en silencio de la constante agitación de tener a Jane en su vida. Ella
sabía distinguir el whisky del whisky escocés, no tenía problemas para contar los
marcadores, y casi con seguridad robaba sus cartas de la parte inferior de la baraja.
Era absolutamente desvergonzada.
Y él no se había divertido tanto en muchos años.
Para ser más precisos, no se había divertido en años. Él lanzó su propio trío
de ases y recogió las fichas directamente de las manos de Jane. Entre la guerra y el
aislamiento en su cabeza a su regreso, Xavier se había olvidado de lo agradable
que una noche de mala deportividad y carcajadas podría llegar a ser.
Nunca había esperado volver a vivir esa sensación de nuevo, y mucho
menos aquí, esta noche. Con ella.
Su exuberante boca se abrió al ver sus cartas. "¡No puedes tener tres ases!"
"¿Por qué no?" Él la miró inocentemente mientras rastrillaba sus ganancias.
"Tú los tienes."
Ella balbuceó intentando explicarse hasta que soltó una carcajada. "¡Pensé
que era la única que tenía una baraja de repuesto! ¡Dos de las tuyas son ases de
espadas!"
"Nunca subestimes a un soldado," le advirtió con seriedad. "Nosotros
siempre llevamos espadas."
Ella lanzó un puñado de tarjetas hacia él. "Yo te daré una extra, justo en tu
corazón."
"Me hiere, señorita." Él empujó todas las cartas hasta el otro lado de la mesa
y sacudió un nuevo taco de una baraja fresca. "¿Apuestas dobles?"
"Hmm." Ella giró su copa de oporto. "¿Todo o nada?"
"Será mejor que te prepares." Él empezó a repartir.
Jane llevaba el pelo suelto sobre sus hombros. Había perdido los bigudíes en
el momento en que se había servido su copa. Las largas y castañas olas caían por
su espalda y acariciaban cada una de sus curvas. Xavier necesitó reunir todas sus
fuerzas para no hundir sus manos en ese cabello espeso y besarla hasta ahogarse.
Ella le tenía hechizado. Era imposible seguir luchando contra ello. En los
últimos días, se había dado cuenta poco a poco de que, aunque Jane era una mujer
florero, una intelectual y una virgen, no era solo esas cosas.
Cualquiera capaz de divertirse de esa manera no podía ser una mujer
florero. Y ella ya había admitido ser una intelectual por elección. Y su presencia en
su puerta no había sido por accidente.
Todo lo que hacía, lo hacía porque así lo deseaba. Si ella estaba allí con él,
era porque debía estarlo.
Xavier se sentía extrañamente orgulloso de haber sido el que captase su
atención. Ella le hacía sentir como si fuera el único hombre que importara. "Me
resulta difícil creer que no tengas una docena de pretendientes esperándote en la
puerta de tu casa."
Ella movió sus cejas. "¿Por la forma tan seductora en que enciendo un
puro?"
"Por eso," admitió él con una pícara sonrisa, "y por todo lo demás. Eres
inteligente, hermosa, y haces trampas a las cartas. ¿Por qué no estás casada?"
La risa fácil desapareció de sus ojos. Ella apagó el puro en su plato.
"¿Quieres decir que por qué no me he lanzado a las fauces del mercado
matrimonial? Tienes razón. Isaac podría encontrar a alguien lo suficientemente
interesado en mí o en mi dote como para caminar conmigo hasta el altar. Pero me
niego a casarme con alguien a quien no quiera. ¿Por qué debería?"
"Mucha gente lo hace."
"Yo, no. Nunca más." Ella tomó sus cartas. "Perder a mi prometido es lo
mejor que me podía haber pasado."
"¿Tu qué?" Una candente racha de celos lo atravesó antes de obligarse a
modular su tono de voz. "¿Ibas a casarte? ¿Qué pasó?"
Ella recogió sus cartas sin mirarlo a los ojos. "No funcionó."
"¿Cómo demonios no funciona una promesa de matrimonio?"
"De muchas maneras." Ella se frotó las sienes. "Además, eso pertenece al
pasado."
Él entrecerró los ojos ante su evasión. "¿Cómo de lejos en el pasado?"
Ella desvió su mirada. Dejó sus cartas sobre la mesa y empezó a ordenar sus
marcadores. "Yo tenía casa diecisiete años. Hubiera sido una boda pequeña."
Su estómago se retorció. "¿Una novia a los dieciséis años? ¿Cuántos años
tenía él?"
"Treinta y cinco. No pasó nada. No te sulfures tanto. Isaac acordó que era
demasiado joven como para tener pretendiente y convenció a nuestra tutora para
que me dejara esperar unos años. Tan pronto como Isaac alcanzó la mayoría de
edad, se compró una casa en la ciudad y me trajo a Londres para mi presentación
en sociedad."
Xavier estaba cada vez más tenso. "¿Qué pasó con tu ex prometido?"
Ella se encogió de hombros. "Él era el pretendiente de alguien más por aquel
entonces. Además, yo nunca tuve la intención de estar con él. Esa decisión fue
tomada por mí. Mi tutora no quería seguir teniendo mi custodia."
La furia estaba consumiendo a Xavier. Una chica de dieciséis años no
tendría jamás que casarse en contra de su voluntad. "¿Quién diablos era ese
sinvergüenza dispuesto a aceptar a una chica tan joven como novia? ¿Y quién
diablos era tu tutora en aquel momento?"
"Ya no importa." Ella empujó sus montones de fichas y se encogió de
hombros. "Hace mucho tiempo ya de eso. Yo era una niña."
"¡Eso es precisamente por lo que es tan importante!"
"Eso es precisamente por lo que no lo es. Ocho años cambian a una persona.
Además, es muy probable que ni siquiera se acuerde de mi nombre."
"A mí me gustaría saber el suyo." Xavier se crujió los nudillos.
"¿Por qué? Es irrelevante. No lo he visto en años." Su voz se suavizó.
"Permanecí entre las sombras durante mucho tiempo, y para cuando quise salir de
ellas, ya era demasiado tarde. Era invisible. Nadie se fijaba en mí, no importaba
cuánto lo intentara. Durante años, les eché la culpa a todos los demás. Y luego
pensé—¿por qué no persigo lo que quiero?" Ella le sonrió desde debajo de sus
pestañas. "Lo que yo quería era a ti. Es por eso que estoy aquí. Pase lo que pase, no
me voy a arrepentir. He llegado a conocer al hombre que realmente eres."
Él la miró consternado. Si tan solo sus palabras fueran ciertas. Si tan solo
fuera posible saber qué clase de hombre era realmente y no lamentarse por ello.
Xavier se pasó las manos por el pelo. A él también le gustaba ella, a pesar de todo.
Habría sido más fácil apartarla, decirle que no cuando todo lo que habían
compartido era atracción física.
Por supuesto que la deseaba. Ese magnífico pelo largo. La curva de su
trasero. La forma de sus senos. Su regordete labio inferior. Esos increíbles ojos
marrones. Anhelaba verlos oscurecen con pasión mientras cerraba sus piernas
alrededor de sus caderas y hacía el amor con ella.
Excepto que entonces habría un después. Ella merecía mucho más que
cualquier tipo de después que él pudiera ofrecerle. No podía casarse con ella. No le
deseaba la mala fortuna de acabar encadenada a él por toda la eternidad. No era
un buen hombre. Sería un marido terrible.
¿Qué opciones le quedaban entonces? ¿Ceder a su deseo de ser su amante?
Ella no se merecía una cosa así, por mucho que la deseara. Se merecía a un hombre
que no estuviera dispuesto a dejarla escapar.
Xavier tomó sus cartas y trató de concentrarse. Los palos se emborronaron.
Concentrarse era imposible. Todo en lo que podía pensar era ella.
Desde el momento en que había cruzado el umbral de su puerta, había sido
solo una cuestión de tiempo. Y fuerza de voluntad. Con cada pequeña sonrisa
descarada, cada sorpresa, todos sus ases bajo la manga, ella se había ido clavando
poco a poco en su corazón. Él se preocupaba por ella.
Razón de más para mantenerla a salvo, no para seducirla.
Xavier apuró el coñac. No importaba lo que ella pensara acerca de las
perspectivas de su futuro, sería una esposa maravillosa para otro hombre. De
hecho, Xavier no podía imaginar una compañera mejor.
Al principio, él había asumido que una mujer como Jane Downing sería la
última persona con la que sería capaz de hablar o relacionarse. Se había
equivocado. Su intelectualidad significaba que era la única persona él que conocía,
y que no era un soldado, que estaba familiarizada con la geografía de Bélgica y se
interesaba por las guerras más allá de sus soldados uniformados en los periódicos
sensacionalistas.
Más que todo eso, ella conocía su historia. No solo la historia de Napoleón,
sino la de cualquier guerra que se remontaba siglos atrás. Podía poner las cosas en
contexto de una manera que él ni siquiera había considerado.
Había aprendido todas esas cosas sin perder su inocencia. Podría pensar
que sus libros podían ofrecerle un mundo cansado y aburrido, pero su falta de
experiencia personal con los horrores de la vida le habían hecho conservar su
inocencia. Ella creía en las causas por las que las personas morían. Creía en él.
Era casi suficiente como para hacerle creer que podía ser posible; como si
pudiera convertirse de nuevo en una buena persona si así lo deseaba y se esforzaba
con todas sus fuerzas.
El primer paso sería hacer lo correcto por la señorita Downing.
Lo que significaba que por mucho que le gustara, por mucho que anhelara
ceder a sus deseos y tirar de ella contra su cuerpo, lo mejor que podía hacer por los
dos era mantener las distancias. Incluso si tenía que volver a obligarse a caer en un
estupor simplemente para no tocarla.
Él hizo un gesto hacia la mesa con otra copa de brandy. "Tu turno, milady."
Antes de que cualquiera de los dos pudiera jugar su primera carta, un
chillido ensordecedor llenó el aire. Una mancha gris pasó por encima de la mesa,
haciendo volar las cartas y las fichas como si fueran confeti.
"¡Atrápalo!" Jane se levantó de un salto y huyó de la habitación.
Sin problemas. Él era un ex-soldado.
Xavier dejó su brandy. Cuando se puso de pie, su silla cayó hacia atrás y
golpeó el suelo con un estruendo. El gato desvió su cabeza hacia el repentino
ruido, lo que hizo que Xavier tuviera tiempo para lanzarse sobre Egui y atraparlo
entre sus brazos.
El gato le dio las gracias con un conjunto completo de garras.
Jane corrió de vuelta a la habitación con la cesta de mimbre que estaban
utilizando como jaula. "Vamos a necesitar una jaula nueva. Se ha comido el
cerrojo."
"Me resultado difícil creerlo," dijo Xavier con ironía entre dientes mientras
trataba de mantener a la bestia inmóvil. "Odio tener que decir esto, pero tu gato es
toda una amenaza."
Jane se arrodilló delante de él y abrió la canasta. "Egui no es mi gato."
Xavier hizo una pausa y trató de concentrarse. "¿Qué?"
"Egui." Ella colocó la caja como si se tratara de una trampa. "No es mi gato.
Si yo tuviera un gato, estaría bien educado. Y le pondría un nombre un poco más
sensible. Tal vez...Ambrosio. O Bigotitos."
Xavier se movió a un lado. "¿Qué clase de nombre es Egui?"
"Uno chino. Significa 'fantasma hambriento.' Por eso no puede resistirse a
comer lino." Ella le indicó con un gesto que soltara al gato dentro. "Despacio. A mi
hermano le daría algo si le pasara algo a su preciosa bola endemoniada de pelo."
El gato salió disparado de su agarre y cayó directamente en la canasta. Sin
duda, era tan difícil de atrapar como un fantasma. Y no escatimaba en ropa de
cama.
Xavier se sentó y se frotó sus nuevas heridas. "A veces no sé cuándo estás de
broma."
"Yo nunca estoy de broma." Ella ató la tapa de la cesta con una cinta de tela
que sospechosamente, guardaba un gran parecido con la fábrica de su nuevo
chaleco.
"¿Tú y tu hermano habláis chino?"
Ella terminó de atar el nudo. "No."
Él parpadeó. "Entonces, ¿de dónde saca un gato ese tipo de nombre?"
"No sabemos. Ya lo tenía cuando vino a nosotros. Isaac lo está cuidando
como un favor a un amigo."
"¿Un amigo chino?," supuso Xavier, un poco perdido.
"Obviamente." Ella aseguró el nudo de la lazada. "¿De qué otra forma habría
conseguido sino Egui un nombre chino?"
"¿De qué manera consiguió tu hermano un amigo chino?" ¿Quién era esta
familia? Xavier se sentía como si estuviera viviendo en una farsa italiana. En
cualquier momento, los bailarines saltarían al escenario y la música empezaría a
sonar.
Jane dejó la canasta en rincón más remoto de la habitación. "¿Cómo podría
saberlo? No sabía que Isaac tenía amigos hasta que Egui apareció y exigió su
legítimo lugar como gobernante supremo de nuestra familia."
"¿Cuánto tiempo hace de eso?"
Ella frunció los labios, pensativa. "Nueve años."
Xavier la miró boquiabierta. Nueve años. Habían estado cuidando de un de
un felino endemoniado y poseído durante nueve años. La simple idea hizo que su
piel se erizara.
Él negó con la cabeza. "Me temo que tu hermano no tiene un amigo chino.
Tiene un enemigo chino muy inteligente."
"Estás sangrando." Ella levantó sus manos para inspeccionar sus trituradas
mangas. "Ven conmigo. Tengo un ungüento especial en mi maleta."
Por supuesto que sí. Era la guardiana de un gato endiablado y hambriento.
Y, sin embargo, eso no afectaba en nada a sus encantos. En todo caso, hacía
que fuera más sorprendente y misteriosa. Xavier podría pasar cada momento del
resto de su vida con esta mujer y no aburrirse ni un solo día.
Ni tampoco una noche. No había mejor distracción de los arañazos en sus
brazos que el balanceo de sus caderas mientras caminaba. Todo lo que tenía ahora
era el dolor familiar en su corazón al pensar en su partida.
Esta sería su última noche juntos.
Tan pronto como entraron en el dormitorio, ella le quitó el abrigo, su
chaleco y las mangas de la camisa.
Xavier había renunciado a ponerse un pañuelo esta mañana porque no
pudo encontrar uno que no estuviera triturado. Ahora deseaba haberse puesto diez
camisas, solo para sentir sus dedos desabrochándolas, una y otra vez.
El aire frío golpeó su piel caliente. Su pecho estaba desnudo, al igual que sus
brazos.
Ella no parecía una enfermera en el campo de batalla inspeccionando las
heridas de un soldado. El nudo en su garganta y la velocidad del pulso en su
cuello indicaban que lo estaba viendo por lo que era. Un hombre.
Un hombre medio desnudo.
Ella sostuvo uno de sus antebrazos por encima de la tina de agua. Él la dejó.
Tomó la esponja con su temblorosa mano y la pasó con cuidado a lo largo de su
brazo.
Xavier no estaba preocupado por sus arañazos. No podía apartar los ojos de
los de ella. La oscura curva de sus pestañas contra el blanco pálido de sus mejillas.
La forma en que se mordía su labio inferior de color rosado. El dulce aroma de su
cabello. Cómo anhelaba tomarla entre sus brazos y mostrarle lo mucho que
significaba para él.
Ella tomó su otra muñeca. "Ya casi está listo. Iré a por el ungüento."
"No necesito ningún ungüento." Su voz era ronca y cruda.
Sus labios se partieron. Ella lo miró con los ojos muy abiertos. "¿Qué
necesitas?"
"A ti."
Capítulo Quince
Xavier había pensado que la desilusión sería lo peor que podía vislumbrar
en la cara de Jane. Había estado equivocado.
No tenía sentido decir, no voy a hacerte daño. Había tomado su virginidad de
solo un empuje, y ahora le estaba arrebatando lo que le quedaba de inocencia.
Tragó saliva contra el sabor amargo en su boca. Ya era hora de que ella
supiera la verdad. Nunca iba a ser el hombre que imaginaba. Había perdido la
esperanza muchos años atrás.
Pero ahora detestaba verla encorvada contra la cabecera de la cama que
habían compartido, aferrando las mantas a sus pechos desnudos y mirando hacia
sus pies con... ¿decepción?
Tal vez no le tenía miedo. Simplemente lamentaba haberle conocido.
No había querido que las cosas hubieran ido tan lejos, pero los días que
había pasado con ella habían sido condenadamente estimulantes, y no estaba
hecho de acero. Estaba hecho de promesas incumplidas.
Xavier se pasó sus temblorosos dedos por su cabello y miró hacia otro lado
mientras que la auto-recriminación lo bañaba. Había querido que ella lo
entendiera. Pero no así. No ahora.
Al menos, ella podía comprender ahora la imprudencia de ofrecer su cuerpo
a una ilusión que había construido en su mente. Y él no le había detenido. Había
sabido que estaba mal, y no había hecho nada para evitar llegar a la conclusión
natural.
No había cambiado en absoluto.
Tal vez no podía. Quizás estaba condenado a cometer los mismos errores
durante el resto de su vida mal concebida.
"¿Qué hiciste?," susurró ella. Sus ojos no se encontraron con los suyos.
"Empieza por el principio."
Xavier casi se echó a reír. El principio. ¿Cuándo fue eso? Había nacido el
año que comenzó la Revolución Francesa. Nadie idealizaba una batalla mejor que
un muchacho joven. No podía aspirar a tener riquezas o heredar un título, pero sin
duda podría unirse al ejército del rey, y ganarse la admiración y el respeto de
todos.
Nada había salido según lo planeado.
"Compré mi comisión con mis amigos más cercanos," dijo al fin. "Pero nos
separamos después del entrenamiento. Me encontré rodeado de extraños. Todos
ellos, jóvenes, asustados, y todos ellos dispuestos a morir antes que ser vistos como
menos soldados que sus compatriotas." Su garganta se espesó. "Encajé
perfectamente."
El silencio se extendió por la habitación.
Cuando Jane volvió a hablar, su voz era vacilante. "¿Es por eso que dijiste
que no todo lo que se hace por la patria es bueno al fin y al cabo?"
"Entiendo por qué creerías una cosa así. Yo también lo creía. Todos lo
hicimos." Xavier podía oír la amargura en su propia voz. Y la ira reprimida. "Puse
todo lo que tenía en todo lo que hice, y fui recompensado generosamente por ello."
Su boca se torció. "Pero no fue hasta que me encomendaron ayudar a supervisar el
'interrogatorio' de los presos cuando me di cuenta de lo engañosas que eran
nuestras creencias. El 'bien por nuestro país' justificaba cualquier atrocidad contra
nuestro prójimo."
"Supervisor." Su rostro se aclaró. "Fuiste un supervisor, no el autor de los
crímenes."
"Peor. Fui un capitán." Nunca dejaría de odiarse a sí mismo por ganarse una
promoción en tales condiciones. "Tenía un buen rango, poder y las llaves para abrir
cada grillete. Nunca usé ninguna."
Su expresión se volvió pensativa. "¿Podrías haberlo hecho?"
"No lo creo." Él mismo se hacía esa pregunta todos los días. Su incapacidad
por remendar el pasado corroía su alma. "Pero siempre tenemos opciones."
"¿Entonces por qué no lo hiciste?," preguntó en voz baja.
Xavier cerró los ojos. "Creía que derrotar a Napoleón era un bien mayor.
¿Qué importaba un solo hombre si sus secretos podrían salvar a cientos de miles?
Pero no había manera de saber qué cautivos podrían poseer la clave para poner fin
a la guerra sin interrogarlos a todos." Sus piernas comenzaron a temblar mientras
que los recuerdos le inundaban. "Algunos de ellos eran simples soldados,
luchando por su país. No merecían morir."
Su expresión se volvió cautelosa. "Tú tenías las llaves, pero no podías
simplemente decidir que querías abrir las esposas. No si podrías poner en peligro a
más personas si lo hacías."
Él asintió con la cabeza. "Si me hubiera opuesto a hacer lo que me
encomendaron, habrían pensado que era un espía. Un traidor. Hubiera
'interrogado' hasta mi último aliento."
Ella enderezó los hombros. "Entonces no tuviste otra opción."
"Esa era la otra opción." Él se encogió de hombros. "Elegí la errónea."
Sus ojos destellaban. "¿Martirizarte a ti mismo mismo habría salvado a los
demás cautivos?"
Xavier se encogió de hombros. "No me hubiera convertido en un monstruo."
Todo se quedó en silencio.
Su piel se erizó. Él miró hacia otro lado. ¿Qué más podía decir? Algunos
soldados eran héroes. El no era. Fin de la discusión.
"Es una historia horrible," dijo ella pausadamente.
Él asintió con la cabeza. Era una persona terrible. La mancha en sus sábanas
lo demostraba. Estaba destruyendo vidas de nuevo.
"Tienes razón," continuó ella. "Solo estabas siguiendo órdenes, y esos
hombres tan horribles podrían haberte hecho lo mismo a ti, pero aun así, fue
despreciable permitir que la tortura fuera infligida a otra persona."
Él hizo una mueca. Esas mismas palabras rondaban por su mente mil veces
al día. Horrible. Despreciable. Tortura.
"También es algo que ya ha pasado." Ella lo miró a los ojos. "Y algo que
lamentas profundamente, como debes. Pero solo porque el pasado siempre vaya a
estar ahí no significa que no puedas hacer lo mejor de tu futuro."
Su risa era áspera y fea, haciendo juego con el hombre que era en su interior.
"¿Qué futuro sugieres? ¿Cachorros y bebés? ¿Debo ir anunciando nuestro
casamiento?" Él extendió sus brazos a los dados. "En tres semanas, todo esto puede
ser tuyo."
"No estaba sugiriendo matrimonio," le espetó.
Por supuesto que no. Ninguna mujer en su sano juicio lo haría.
Él se encogió de hombros. "Al menos has conseguido el affaire sin sentido
que querías."
Ella se apretó aún más contra el cabecero. "Lo que yo quería era hacer el
amor con alguien que me gustara y a quien yo le gustara. Quería sentirme... como
una mujer. Conectar con otra persona."
"Bueno, yo soy un hombre, y los hombres copulamos porque tenemos
pollas." Sabía que estaba siendo cruel. Ella se merecía cualquier otra persona que no
fuera él. Tenía que asegurarse de que regresara a la seguridad y no volviera jamás.
"Los hombres como yo no conectan, señorita Downing. Pensamos con nuestras
pelotas, no con nuestros cerebros."
Su labio tembló. "¿O corazones?"
"Yo no poseo uno." Xavier le dio la espalda a la cama. "Duerma un poco. Le
espera un largo viaje mañana."
Capítulo Diecisiete
FIN