Redhouse - Lury Margud
Redhouse - Lury Margud
Redhouse - Lury Margud
LOS HORTON
Dedicado a todos ellos que aman el romance histórico tanto como yo.
Espero que disfrutéis de la lectura, al menos la mitad de lo que yo disfrute al
escribirla.
Capítulo 1.
Oxford. 12 de Noviembre de 1804.
La señorita Rose Redclive estaba aterrada, era el día de su boda. Lucía un elegante vestido
de seda, y envuelta en encaje de Bruselas, se miró por última vez en el espejo. Una angustia
terrible se reflejó en su rostro al enfrentar su propia mirada. Los golpes en la puerta le
avisaron que debía darse prisa, intentó ordenar a sus piernas que se movieran, pero su orden
no llegaba con la debida autoridad, y permaneció inmóvil frente al espejo.
─ Vaya.─ dijo bromeando su padre.─ te parece apuesto, eso es una buena cosa.
─ ¿Por qué?─ insistió ella.
─ Lo sé.─ suspiró la joven, que había mantenido esa misma conversación demasiadas veces
en los últimos seis meses, desde que su padre le contó, por primera vez, que el vizconde de
Cortwind buscaba una esposa para tener un heredero.
No había sido difícil convencerla, aunque su trato con el vizconde de Cortwind había sido
muy superficial durante toda la vida, él prácticamente nunca estaba en Corthouse, la casa
que el conde tenía en Oxford. Ella siempre había sentido una especie de anhelo cuando
habían coincidido, quizá porque toda jovencita sueña con enamorar a un hombre importante,
para demostrarse a sí misma que vale lo mismo que las demás.
Finalmente cogió el brazo de su padre. Juntos se dirigieron al carruaje que esperaba en la
puerta. Su mano temblaba ostensiblemente sobre el antebrazo de su padre, este puso su
mano sobre la de ella, para darle ánimos y tranquilidad.
Caminando junto a su padre se acercaron al novio que esperaba al pie del púlpito. Le
pareció el hombre más apuesto que había visto nunca. Vestía de negro, y resaltaba el blanco
de su camisa en el cuello y los puños. La chaqueta ajustaba perfectamente en su cuerpo,
dibujando un triángulo desde los hombros hasta la cintura. Su rostro tenía rasgos que le
hacían hermoso, pero eran sus gestos los que transformaban esa belleza en algo mágico.
A Rose se le erizó la piel cuando él la sonrió mientras se acercaba a través del pasillo.
Respiró profundamente y con una seguridad que no sentía, se colocó junto al novio.
Durante la ceremonia siguió preguntándose por qué un hombre como él, había convenido en
tener una mujer que era prácticamente una desconocida, cuando era evidente que por su
apostura, su riqueza y su título hubiera podido tener a una dama de su elección. No quería
pensar que él la había elegido, pues eso la llevaría seguramente a fantasear y Rose Redclive
era una mujer demasiado racional para eso.
Cuando el novio formuló los votos, ante todos, mirándola a los ojos, no pudo evitar que su
mente racional se quedara muda mientras miles de hormigas corrían arriba y abajo por su
estómago.
Lord Edmund Cortwind vio acercarse a la novia, su futura esposa. Le pareció bastante
bonita y también, se preguntó por qué habría aceptado aquel matrimonio de conveniencia.
Pensó que no le costaría demasiado cumplir con sus deberes conyugales, sonrió cuando su
padre le entregó la mano de la novia, aquel contacto le electrificó el brazo.
Él tenía sus razones para casarse, pero no podía dejar que una mujer, que era poco más que
una desconocida pudiera afectarle tanto. Ese matrimonio para él sólo tenía un objetivo,
darle los herederos que necesitaba el título.
Cuando el vicario los declaró marido y mujer, él posó levemente sus labios en los de ella.
Apenas un toque breve y mullido. Algo pasó entre ellos y sus ojos se encontraron. Ella le
miró con sorpresa, casi con ilusión, él pudo disimular el horror que le causaba que aquel
contacto le hubiera encendido la sangre de un modo olvidado para él.
Los novios y el resto de los ilustres invitados partieron hacia Corthouse, la mansión del
conde de Carrick, y padre del novio. Los novios precedían al resto de los invitados en un
carruaje cerrado.
Lady Rose Cortwind sentía un hormigueo en los labios, un ansia desconocido para ella. Su
esposo era alto, apuesto, fuerte y por primera vez se dejó arrastrar por un sentimiento de
calidez hacia él, había pensado en mantener las distancias hasta que descubriera donde
estaba el dichoso gato, pero aquel beso, apenas un roce, la tenía en una nube.
Cada uno de los novios saludaba con la mano a los curiosos que se habían apostado a lo
largo del camino para ver a tanta gente importante, duques, marqueses, condes, vizcondes,
barones. A pesar de la época del año en que se encontraban, nadie quiso perderse la boda
del futuro conde de Carrick. En especial, porque era el nieto del Duque de Gloucester,
nadie en la alta sociedad se atrevería a disgustar al patriarca más poderoso de la
aristocracia.
Antes de alcanzar su destino, al que tardaron en llegar cinco minutos, él se volvió hacia
ella. No sonreía y en sus ojos se adivinaba una dureza que a Rose no le pasó desapercibida.
Si él notó que ella estaba tensa y aterrada, no lo demostró, la guiaba por la fiesta de un
grupo a otro hasta que consiguieron llegar a la mesa.
Edmund estaba incómodo, la situación era distinta a como la había imaginado, pensó que no
sentiría nada al ver a la hermana soltera de su amigo Virgil, y que esta tendría la
consideración de no ser tan atractiva. Parecía tan vulnerable que sintió deseos de abrazarla
y reconfortarla, pero él no podía hacer algo así, no podía alentar a la joven a tomarla
cariño. No, cuando él no podía corresponderla, él deseaba sentir indiferencia y así
continuar con su vida sin pararse a pensar en su esposa, excepto para la procreación.
Su piel y su cuerpo se encendieron con la idea. Tendría que poner distancia entre ellos, se
dijo, aunque para traer al heredero al mundo debía recorrer esa distancia a la inversa. Trató
de pensar en la mujer que le esperaba en Londres.
Durante el resto de la celebración el novio la ignoró, pese a que los gestos que la dedicaba
y que estaban destinados a engañar al resto de los asistentes. Ella sentía su indiferencia
como un mal presagio. No la miraba cuando le ofrecía la copa de champán para brindar
frente a todos, y cuando su mano la cogió de la cintura para abrir el baile con un vals, era
tan fría y distante como él. Sin embargo, y a pesar de ellos mismos, un cosquilleo les
recorría el brazo desde la mano entrelazada, y Edmund luchaba contra el deseo de acercar
el cuerpo de su esposa al suyo en cada giro.
Rose siguió pensando en las razones que habían llevado al vizconde a elegirla a ella, y de
repente, pareció sorprenderse al darse cuenta de que ni su padre ni su hermano le habían
preguntado por qué ella había aceptado al vizconde. Quizá la conocían tanto como para
intuirlo, porque nadie sabía lo que realmente ocurrió cuando se presentó en su primera
temporada, dos años atrás. Respetaron su decisión de no volver a Londres a buscar marido,
y finalmente el marido la encontró a ella.
El día fue largo y agotador, y cuando por fin partieron en dirección a Cornualles, a la casa
de campo que el conde de Carrick tenía allí y donde pasarían la luna de miel, se dejó caer
en los asientos acolchados del carruaje.
Se había cambiado para el viaje, y se abrigaba con una manta de piel y unos ladrillos
calientes que se había preparado en un brasero a sus pies. Su marido frente a ella, evitaba
mirarla.
─ Me gustaría que pudiéramos ser amigos.─ dijo Rose incómoda por la forma en que su
marido evitaba su mirada y su contacto.
─ Es mejor que no.─ dijo Edmund. La dureza había vuelto a sus ojos y su semblante.─
Pienso hacer mi vida como me plazca, y temo que si te tomo cariño quizá acabe sintiéndome
mal por ello. Este matrimonio sólo tiene un propósito, cuando se cumpla cada uno podrá
hacer la vida que desee.
Se sintió mal. Quizá no debería haber cedido a las presiones de su padre y de su abuelo
para casarse, tenía treinta años. Aunque esperar sólo hubiera conseguido que aquella
situación en la que estaba se hubiera demorado, pero no evitado.
La primera parada fue en Londres, en la casa del vizconde nadie parecía esperarles a
excepción de la doncella de Rose, que la ayudó a desvestirse. Después de asearse se puso
un camisón bordado con rosas blancas, y se envolvió en la bata que tenía a juego, se sentó
frente al fuego, esperando.
Y esperó, nerviosa, aterrada. Diez campanadas, once. Cada minuto de aquellas dos horas
sintiendo que el corazón podría salir de su cuerpo y caminar junto a ella.
Y siguió esperando, hasta que le llegó el sonido de la puerta principal, se asomó por la
ventana y vio a su marido marcharse a lomos de un caballo. Su mirada le siguió hasta que se
perdió en las sombras de la noche.
Capítulo 2
No supo decir si lo que sintió era alivio o decepción, o ambas cosas, pero se sintió
terriblemente sola, abandonada y herida. Sin ánimo para dormir sacó del doble fondo de su
baúl unos libros envueltos en seda negra, se acomodó en un escritorio y empezó a pasar
signos de un cuaderno a otro. O mejor dicho, pasaba palabras a signos y signos a palabras.
Edmund cabalgó hasta una mansión en la plaza de Saint James, desmontó en el parque que
había frente a la misma, diez minutos después una criada salió de la casa y le entregó una
nota.
“Mi marido está en la casa, espero que tu luna de miel no dure demasiado, no puedo vivir
sin ti. Te amo. Elizabeth”
No quiso volver a casa y sentirse demasiado tentado a compartir la cama a la que tenía
derecho desde aquella mañana, y se encaminó a su club. Trataba de imaginar como el conde
de Ocam, que se encontraba bastante borracho, cuando él y Rose abandonaron el banquete,
podía haber llegado a Londres tan rápido. Por supuesto que no había podido llegar, se dijo,
pero si Elizabeth estaba todavía enfadada por haberse casado pese a su oposición, le daría
tiempo para que se acostumbrara a la idea. Algunos caballeros se acercaron a felicitarle por
su boda. No se percató de la sonrisa maliciosa de alguno de ellos al felicitarle, o si lo hizo
no le importó. Estuvo bebiendo y jugando con varios de ellos hasta la madrugada.
Durante las cinco noches que duró el viaje hasta su destino, ni siquiera compartieron el
carruaje, ya que él cabalgaba varios metros por delante. Ni tampoco compartieron la cena
en el salón privado y, por supuesto, no la visitó por las noches para consumar el
matrimonio, pese a todo, Rose le esperaba y cuando no llegaba sacaba sus pequeños libros
y trabajaba en ellos hasta que el sueño la alcanzaba.
La última jornada del viaje transcurrió entre paisajes abrumadores, grandes riscos se
levantaban a un lado del camino, y se podía oír al mar y al viento empujando con furia las
moles de roca. Pasaron cerca de Fowey, un pueblo de casas de piedra, y siguieron el
camino a través de un bosque hasta un páramo donde se encontraba su destino. La mansión
era impresionante alta, majestuosa y con un patio enlosado que se extendía hacia unos
jardines que presentaban un aspecto bastante descuidado, o quizás fuera que en diciembre
sólo crece el frio.
Desde el mismo momento en que ambos descendieron del carruaje, su marido cambio de
actitud, amorosamente la tomó de la mano para ayudarla a bajar, y algo paso entre ambos,
una sensación compartida que hizo que sus miradas se encontrasen, pero fue sólo un
segundo, inmediatamente él retiró la vista, y galantemente la acompañó hasta la entrada.
Al contrario que en Londres, los criados esperaban perfectamente alineados en dos filas
frente a la casa, la presentó a todos, lo hizo rápido para evitar permanecer mucho tiempo en
el exterior, pese a todo, ella no tuvo problemas en recordar los nombres de cada uno de los
sirvientes y su ocupación.
─ Cenaremos a las seis.─ dijo pareció dudar si volver a tocarla, y finalmente no lo hizo.
Subió con la doncella a la habitación precedida por la Sra. Stron, el ama de llaves llegaron
a una habitación enorme, una cama con dosel y cortinas de terciopelo ocupaba una de las
paredes, bajo la ventana había un escritorio, una chimenea calentaba la habitación, frente a
esta dos pequeñas butacas y una mesa ovalada.
Jenny era la hija de uno de los arrendatarios de la finca de su padre, de pequeñas habían
sido grandes amigas y lo seguían siendo, pese a sus respectivas posiciones. Cuando ambas
llegaron a la adolescencia donde sus vidas estaban destinadas a separarse, Jenny le pidió el
puesto, a Rose no le costó convencer a su padre de contratar a Jenny, sobre todo porque de
no hacerlo, esta hubiera tenido que casarse con el hijo mayor de otro de los apareceros, un
hombre especialmente desagradable, pero que al padre de Jenny le pareció un buen partido
para su hija.
Ninguna de las dos sabía exactamente que debía hacer una doncella, pues Rose no había
tenido ninguna antes, y aunque Jenny no sabía nada de planchar, sabía mucho de coser,
lavar, y del resto de las tareas que realizaba en la granja. La señora Sullivan, la cocinera de
su padre, enseñó a la joven todo lo demás que necesitaba saber.
─ Muchas gracias, Sr. Paul. ¿Hay algún sendero que salga de la propiedad hasta los
acantilados?
─ Debe evitar la zona de los acantilados, milady. En esta época el viento podría arrastrarla
hacia el mar.
─ Seguiré su consejo. Muchas gracias.
El vizconde después de cambiarse se había reunido con uno de sus empleados, el hombre le
saludó sonriendo.
─ Permítame felicitarle, milord.─ El vizconde asintió aburrido.
─ ¿Alguna novedad?─ preguntó.
─Han llegado varios mensajes, pero hay uno que no consigo descifrar, milord.
─ Lo sé, por eso he traído un nuevo código. Cuando llegue un mensaje con este código,
significa que es un asunto urgente. ─ Le entregó dos pequeños libros.
─ He descifrado el resto de los mensajes.─ contestó el hombre.─ ¿Quiere verlos ahora?
─ Sí. También dame el nuevo, trataré de decodificarlo para ir practicando.
El vizconde de Cortwind no tenía previsto hacer un viaje de novios, pero pertenecía junto
con su padre, que era quien la dirigía, a una red que dependía directamente del ministro de
la guerra, una red que colaboraba con el Lord del alto almirantazgo. Eran dos
organizaciones dedicadas a labores de información, o desinformación según el caso. Una
civil y otra militar.
La labor del vizconde era simplemente recoger y entregar la información que le hacían
llegar los hombres que dependían de él. Hombres en los que confiaba y a los que confiaría
su vida. Uno de esos hombres era su primo, Lord Peter Horton, quien era mayor del quinto
regimiento de húsares, y que había sido reclutado, igualmente, por Lord Stirling, el Lord del
alto almirantazgo, para labores similares a las que realizaba para su primo, aunque en este
caso, la información que recogía no se encontraba en despachos, sino en el campo del
enemigo.
Aquello les permitía obtener una información bastante completa de lo que estaba pasando en
el continente.
Fowey era el lugar ideal para una reunión que pretendía mantenerse en secreto para la red
que dependía del Lord del almirantazgo. Un lugar de la costa, lo suficientemente lejos de las
intrigas de Lord Stirling.
“Llegare el 28, peligro en la red, no confíes en nada que no venga en este código”
Rose empezó a caminar por el sendero que llevaba al pueblo, el viento estuvo a punto de
despegarla del suelo en un par de ocasiones. Cuando el pueblo quedó a la vista, retrocedió
y tomo un pequeño sendero, este parecía llevar cerca de los acantilados, no pensaba
acercarse demasiado, pero de todos modos, siguió caminando hacia ellos.
Antes de llegar a la cima donde terminaba el sendero, se encontró con un lugar inesperado,
un camino de piedras y matojos conducían a un valle diminuto protegido del viento. Cuando
terminó de bajar se dio cuenta que allí nadie podría verla desde el camino, así que tendría
que tener cuidado para no caerse o nadie la encontraría aunque la buscasen, suponiendo que
alguien la echará de menos, pensó con tristeza.
Cuando terminó de bajar por la empinada cuesta, le pareció que hasta el aire era cálido en
aquel lugar. No es que no hiciera frio, pero el viento era inexistente, buscó un lugar donde
sentarse a leer la carta. Descubrió una especie de túnel formado por ramas entretejidas y
decidió que aquel era el lugar perfecto. Abrió la carta de su padre. Estaba codificada.
Capítulo 3
Casi sonrió, su padre y ella mucho antes de que Redhouse existiera se comunicaban con
códigos inventados, cada día un poco más complejos, hasta que el honorable Sr. Redclive
se rindió. La complejidad de las operaciones mentales que ideaba Rose en sus códigos,
necesitaban para descifrarlos, un diccionario de claves. Ella, sin embargo, reconocía el
código empleado, y lo descifraba en minutos haciendo malabarismos con su mente, una
mente prodigiosa, que nadie, excepto su padre y su hermano, sabían que existía.
“ Se ha detectado un intruso en la red. Sólo código Fit. Espero que termines pronto el
nuevo código, el negrero está impaciente. Deseo que estés disfrutando de tu luna de miel.
Recuerda que debes ser discreta. Te quiere, tu padre.”
Cuando terminó de leer el mensaje lo rompió en cientos de pedacitos, y después casi sonrió.
Si se mostraba más discreta, podría ser invisible. Durante poco más de media hora fantaseó
con la idea de ser invisible, las posibilidades le devolvieron el buen humor.
Lo primero que haría en aquel estado transparente, sería averiguar las razones de su marido
para el matrimonio, y para eso tendría que estar pegada a él. La idea le gustó demasiado.
Intentó poner distancia entre sus deseos, que estaban enfocados en su marido de una manera
bastante irracional, y los hechos.
Él se había casado para tener un heredero, pero ella no debía gustarle lo suficiente para
mantener la intimidad que se necesitaba, una intimidad que por otra parte la aterraba, y
mientras deseaba de una vez por todas pasar por eso, por otra parte, casi agradecía que su
marido ni la mirase ni la tocase. Cuando la idea de la intimidad le provocó una explosión de
ansiedad en el estómago hasta revolvérselo, decidió pensar en otra cosa.
No conocía mucho la propiedad de su suegro, pero sabía que la atravesaba un río cerca de
las tierras de su padre, solía jugar allí con Jenny, hasta que esta dejó de ir para ayudar a su
padre en la granja.
Se sentía ridículo, no podía evitar sentir que el deseo que le despertaba su esposa, le hacía
sentir como un hombre ruin y desleal para su único amor. Un amor al que había sido fiel en
los últimos diez años.
Recordaba bien como se había sentido cuando la mujer que amaba se casó con otro, el
suplicio que supuso imaginarla en brazos de su marido, un hombre que podía haber sido su
padre, y que tomó de ella toda su inocencia. Cuando dos años después de la boda se
hicieron amantes, la certeza de saber que ella sólo disfrutaba el placer entre sus brazos, le
sirvió para consolarse del dolor de que ella pertenecía a otro hombre.
Aquel secreto era lo más valioso que tenía, y se lo entregaría como prueba de un amor
incondicional. De esta manera contentaría a Elizabeth, trató de imaginarse los rasgos
perfectos que le habían mantenido en un estado de extasiada contemplación durante su
relación, pero sus ojos volaban una y otra vez hacia su esposa, lanzando los recuerdos de
Elizabeth fuera de su mente.
Durante la cena examinó a su esposa como un experto examinaría una antigüedad que
pretendiera comprar. Era toda una dama, no tenía duda, su comportamiento desde que la
conocía había sido el correcto, a pesar de que él no se lo había puesto demasiado fácil al
tratar de mantenerla a distancia. Intuía que su cuerpo sería delicioso, su rostro aquella noche
tenía una luz que le tenía pendiente, sin querer, de cada uno de los gestos que hacía.
Cuando su marido entró en su habitación vestido solo con una bata, sus ojos se abrieron
horrorizados y curiosos, se sintió como una gacela en el punto de mira de un cazador.
La calidez de su cuerpo y su aroma le resultaron excitantes, pero fue su sonrisa, una sonrisa
producto de los nervios, lo que hizo que deseara besarle y comprobar que aquellos labios
eran tan acogedores como le parecieron en aquel único beso que habían compartido.
Se acercó despacio hasta que sus labios se rozaron, ella cerró los ojos fuertemente,
esperando, él estuvo a punto de reírse. Mientras la besaba, degustando el sabor de su boca,
se sorprendió de lo mucho que le gustaba.
Puso sus manos a los costados de su cintura y la atrajo hasta tenerla pegada a su cuerpo, ella
estaba temblando, deslizó sus manos por su espalda, tratando más de tranquilizarla que de
excitarla, y la recorrió con su boca, arrastrando sus labios a lo largo de sus mejillas y su
cuello, subió sus labios hasta atraparlos con sus dientes, después mordisqueó el lóbulo de
su oreja. La sintió estremecerse en sus brazos. La vanidad masculina le llevó a sonreír
sobre su piel.
Su deseo se inflamó y con un solo movimiento le sacó el camisón por la cabeza. Ella no
tuvo tiempo de cubrirse, pues estaba de nuevo entre sus brazos, esta vez las manos de su
marido vagaban libremente por la piel, como si quisiera aprenderla al tacto, haciéndola
sentir como si fuera otra persona, su boca recorría su cuello mientras mantenía con su
abrazo sus caderas juntas, meciéndose contra ella, volvió a su boca y la traspasó con su
lengua. Reconoció el sabor de la pasión.
Los sentidos de Rose, estaban exaltados y volaban pesados y libres por encima de su
pensamiento, ni se dio cuenta de cuando la recostó en la cama y se quitó la bata, de repente
el tiempo tenía una dimensión diferente.
Su mente racional quería entender lo que estaba pasando, pero estaba perdida. Quiso
concentrarse, pero la mano de su marido, acariciaba en pequeños toques sus muslos, una
suave presión para que abriera las piernas, antes de que su mano alcanzara “aquel lugar”,
ella de manera inconsciente apretó las piernas encerrándole la mano entre ellas, dejo de
preocuparse por la mano, cuando su marido empezó a lamer y succionar uno de sus pezones.
Levantó apenas la cabeza para ver la imagen que estaban representando. Algo muy caliente
le corrió el vientre. El glorioso cuerpo de su marido tendido parcialmente sobre ella,
concentrado en su pecho, mientras su mano finalmente vagaba libremente por su entrepierna,
una descarga nerviosa la obligó a dejarse caer sobre la cama, después todo fueron
emociones, sensaciones, y estremecimientos que recorrían su cuerpo por dentro y por fuera
como una manada de gatos caminando por su piel con zapatos de plumas.
Los movía en círculos, acariciando las paredes de aquel lugar secreto, húmedo y oscuro. Su
boca la mantuvo distraída mientras se elevaba sobre ella, y deslizando los dedos hacia los
muslos los separó lo suficiente para poder entrar en ella.
La impresión fue brutal. Como caer de manera inesperada de una nube. De repente aquel
lugar donde las sensaciones se habían transformado en una ansiedad creciente, se llenó de
dolor.
─ ¿Estás bien?─ la susurró junto al oído. Una caricia de su aliento que apenas un minuto
antes había conseguido erizarla la piel, ahora le resultaba irritante.
Deseaba empujarlo y quitárselo de encima. Ella no podía saber lo difícil que le resultaba a
su marido permanecer quieto, cuando su instinto y sus deseos estaban agonizando por la
necesidad de moverse.
Sus caderas empezaron a moverse, y ella sintió la fricción en su interior, un escozor molesto
que se convertía en un dolor agudo cada vez que se movía. Apretó los dientes esperando la
siguiente envestida, y el malestar que la acompañaba y rezó para que aquello terminase
pronto.
Edmund se obligó a ir despacio a pesar del enorme deseo de bombear rápido y duro en
aquel cuerpo que había resultado ser infinitamente mejor de lo que pensaba.
Para sorpresa de Rose, el escozor pasó y la sensación provocada por el lento movimiento,
empezó a ser agradable, se relajó, y el volvió a su boca, imitando con su lengua el juego de
sus caderas. De repente el movimiento se aceleró, el embestía rápido en una sucesión de
estremecimientos que la hicieron vibrar en aquel ritmo. Él gritó, un sonido animal. Durante
un segundo la aplastó con su peso, después se retiró.
Ella se sintió incompleta, como si le hubiera robado algo que no sabía que tenía, le recordó
en alguna medida lo que sintió cuando empezó a leer un libro, para descubrir que faltaban
las últimas páginas.
Estaba terriblemente laxa para levantarse, así que pereceó pensando en lo que había pasado.
La forma en que su piel respondía a su contacto. Sabía que los hombres podían hacer
aquello sin amor, ¿Acaso no lo acababa de hacer ella?. En alguna parte de su cabeza pensó
que aquel no sé qué, que buscaba, era la falta de amor. Imaginó que con amor no quedaría
ninguna sensación pendiente y las emociones acabarían en un círculo perfecto.
Capítulo 4
Pensar en su amante le hizo sentirse culpable. Él había disfrutado de su mujer, mientras ella
apenas soportaba a su marido. Cuando Elizabeth le buscó, él se resistió a pesar de lo mucho
que la amaba. Cuando ella le suplicó con lágrimas en los ojos, que necesitaba quitarse de su
piel el asco que sentía por el tacto de su marido, no pudo resistirse. Empezaron una relación
clandestina y discreta, que muy pocos conocían, sin embargo después de diez años de
relación, eran pocos en Londres, los que desconocían dicha relación.
De nuevo, le asaltó la culpa por haber disfrutado con su esposa hasta olvidarse por
completo de Elizabeth. Recordó la promesa que le hizo a su amada, de pensar en ella
cuando tocara a su esposa, una promesa que no pudo cumplir desde el momento en que sus
labios entraron en contacto con la piel de Rose.
Se sirvió una copa de brandy para tranquilizar su conciencia que aquella noche estaba
especialmente activa. Odiaba sentirse vulnerable ante los sentimientos de los demás, pero
así era él. Un hombre que trataba de hacer lo correcto y que cuando podía, intentaba evitar
causar dolor a los demás. Y el dolor que imaginaba estar causando a ambas mujeres le
estaba volviendo loco.
─ ¿Has conocido a alguien?─ la pregunta la esperaba, pero no así el grito ni el empujón que
casi lo sacó de la cama. Elizabeth nunca perdía los nervios, como él, por eso es que se
entendían tan bien.
─ Necesito un heredero.
─ Supongo que aunque Ocam muriera mañana, no te casarías conmigo.─ Nunca la había
visto tan furiosa.
─ Por supuesto que lo haría. Prefiero vivir contigo sin hijos, que sin ti.─ Ambos sabían que
estaba mintiendo. Ella llevaba casada once años y no se había quedado embarazada en ese
tiempo, ni de su marido, ni de Edmund.─ Pero estando casada y gozando tu marido de una
salud de hierro, debo estudiar el resto de las opciones.
─ Ya está decidido.─ su voz sonó lo suficientemente grave para hacerla comprender que
nada podía hacerle cambiar de opinión.─ Mi matrimonio no cambiará nada entre nosotros.
No pudo explicarle que su decisión estaba basada en su deber de tener hijos para el título,
hubiera sido demasiado humillante para ella. Algo que era importante para él. La única
mentira que recordaba haberle dicho nunca.
Él era testarudo, cuando tomaba una decisión nadie conseguía que se retirase un centímetro
de su trayectoria, ni los reclamos, ni el llanto de Elizabeth lo consiguieron. Se lo debía a su
padre.
Recordó las palabras que su padre le dijo para convencerlo de que se casase, ocho meses
atrás.
─ Aun cuando pudieras esperar para casarte con “esa mujer”.─ era el término que siempre
empleaba su padre para referirse a Lady Ocam.─ Ella no te daría hijos. Su reputación ha
sido dañada y ni su título de condesa, ni el que tu pudieras darle, restablecería su nombre.
─ Demasiada gente lo sabe para mi disgusto. Aprecio a Ocam, además goza de excelente
salud y acabarás por convencerte que no se va a morir sólo porque a ti te convenga. Podría
darse el caso, de que cuando quieras reaccionar, seas demasiado viejo y sólo puedas
conseguirte una esposa cuyos padres sólo estén interesados en tu título y tu dinero, y
entonces te convertirías en lo mismo que has hecho de Ocam, un cornudo. ¿Acaso ese es el
camino que esperas tomar?
─ ¿Conoces a una mujer que pueda ser fiel a un hombre que no tiene intención de renunciar
a su amante?─ Su tono fue desafiante.
─ Así es.
Edmund supo que aquella conversación había sido una trampa que su padre había tejido con
gran habilidad, hasta llevarle a tomar la decisión de casarse, una decisión de la que no
podría volverse atrás.
Cuando su padre le habló de la señorita Redclive, y de todas las virtudes que le adornaban
no le prestó demasiada atención. Sin embargo, antes de hacer la petición formal decidió
hablar del asunto con Virgil Redclive, el hermano de la novia y su amigo.
─Si tratas a Rose con respeto, eres discreto respecto a esa otra mujer y la permites vivir en
Corthouse para que pueda estar cerca de nosotros, no veo en que puede perjudicarla. Rose
es la persona más racional que conozco. Ella entenderá que este matrimonio sólo pretende
darle un heredero al título, no te dará problemas. Pero si la tratas mal, te mataré.
Lo cierto es que no pensaba tratar a Rose ni bien ni mal, hasta aquella noche. Pensó que
podría tomarla sin involucrarse. Se equivocó.
Su relación cambió a pesar de ellos mismos. Por la noche, después de los fuegos artificiales
que estallaban en sus sentidos, su marido la dejaba sola en la cama, Rose se sentía cada vez
más esperanzada de alcanzar su corazón. Su mente lógica analizaba aquellos encuentros, y
no encontró en ellos nada que pudiera ser reprochable, más bien al contrario, la pasión que
compartían era algo que, estaba convencida, no podría alcanzarse sin algún tipo de amor.
Ella ya empezaba a notar el cosquilleo en su corazón, quizá a él también le estaba naciendo
el amor, pensaba ella cada noche.
Aun cuando le disgustaba que él abandonase la cama tan rápido como se reponía de la
cálida laxitud de hacer el amor. No le dio importancia, pues el único conocimiento sobre el
matrimonio que llevo a su boda, era que los esposos tenían habitaciones separadas. Y hasta
el momento ese conocimiento resultó ser cierto. Todo lo demás era demasiado
contradictorio.
Por contra, él trataba de convencerse cada noche, que su corazón pertenecía a Lady Ocam, y
que sólo estaba engendrando un heredero para el título, una tarea que cada noche le gustaba
más, y que hacía que se olvidase hasta de sí mismo.
Ella dejó de intentar comprender a su esposo, disfrutaba de sus noches, y aunque la ignoraba
durante la mayor parte del día, al menos, durante la comida y la cena conversaban. Algo que
a los dos les resultó fácil, a pesar del equipaje de silencio que ambos arrastraban, ya que
los temas que trataban nunca eran personales.
Hablaban de la casa, de los conocidos que ambos tenían en Londres, o de los planes de
Rose para construir “su rincón” en Oxford. Él la escuchaba, pero a veces perdía el interés
por completo y se levantaba dejándola con la palabra en la boca. Al principio se
desconcertó, después se enfadó, y por último se resignó a no terminar ninguna conversación
con su marido.
Pensó que él tenía alguna especie de tara, lo que explicaría la forma en que la había elegido
para casarse, quizás tuviera problemas para comunicarse, o las mujeres le ponían nervioso.
Aunque a un nivel más primitivo, más básico, cuando se dejaba llevar por la pasión y no
había palabras que se interpusieran entre ellos, la comunicación no podía ser más perfecta.
Se acercaba la navidad, y a pesar que Jenny le daba toda la conversación que necesitaba, se
aburría mortalmente, así que empezó a trabajar en sus libros. En cuanto su padre le habló de
que el antiguo código había sido descubierto, se le ocurrió una forma para identificar a la
persona que mandaba el mensaje.
Por fortuna, el no sé qué, que había faltado en sus primeras relaciones con su marido, se
presentó por sorpresa una de aquellas noches, dejándola en un estado de idiotez profunda,
aun cuando descubrió la esencia de lo que acababa de encontrar, seguía refiriéndose a eso,
como el no sé qué, una definición privada para unas sensaciones que la hacían explotar por
dentro y por fuera, dejándola sin respiración y sin energía. El no sé qué, se hizo presente
todas las noches, dejándola en un estado de aturdimiento puro que no le permitía pensar con
claridad, se dormía tan rápido que ni siquiera era consciente de cuando su marido volvía a
su propia habitación.
No pensaba demasiado en lo que sentía. Su piel y su cuerpo amaban a su marido, eso era
algo que no podía negarse, aunque tratara de convencerse de que aquel amor no alcanzaba
órganos internos y sólo existía en la superficie de su piel.
Capítulo 5
Fowey. Diciembre de 1804.
Poco después de navidad tuvieron la visita de dos hombres, aunque a uno de ellos ni
siquiera alcanzó a verlo. El otro le fue presentado como Lord Peter Horton, hijo del
marqués de Surrey al que había conocido el día de su boda.
─Tuviste que conocer a todos mis hermanos, somos ocho. Yo soy el segundo varón, el
repuesto del heredero. Hay un segundo repuesto, mi hermano Charles, pero me temo que
esta echado a perder. No sirve ni para marqués ni para duque.
Rose ya lo sabía. Pero aun cuando no se lo hubieran dicho antes de la boda, era capaz de
recordar a todos los invitados, sus nombres, sus títulos y hasta el color de sus trajes.
La navidad fue menos triste con la presencia de Lord Peter Horton. Este era bastante
divertido, y conseguía hacerla reír contándole muchas de las cosas que le habían pasado a
lo largo de su vida.
Por las mañanas, los primos se reunían en el estudio a puerta cerrada, mientras Rose salía a
pasear por el bosque, hacia su valle secreto.
─ Es encantadora.─ le dijo Peter una mañana.─ ¿Es familia de Virgil Redclive?. Se parecen
mucho.
─ Su hermana.
─ ¿Sabías que Virgil también trabaja para Lord Stirling?
─ ¿Virgil?
─ El mismo. Trabaja directamente con Redhouse, el codificador de Stirling.
─ No lo sabía, pero no me sorprende es una de las personas más inteligentes que conozco.
─Bien. Vayamos a lo nuestro. Antes de que se me olvide, quiero que guardes esto bien.─
sacó una carta lacrada y se la entregó.─ Es mi testamento, por si acaso algo pasara. Está
codificado.
─ Digamos que esa persona sólo trabajara conmigo. Pero no deseo que quede al descubierto
si algo me pasa. Y confió en que hagas lo que puedas por ayudarle. Es importante Edmund,
confió plenamente en que harás lo que te pido.
─Por supuesto.
─Se espera que se produzca una reunión en breve, durante la primavera en Londres. Entre
los que asistirán a la reunión hay dos personas que se conocen como Prometeo y Perseo.─
Al ver la expresión de su primo, se rio.─ No me preguntes porque no tengo ni idea de por
qué.
─ Mejor. Se sospecha que uno de ellos es un militar británico con acceso a información
reservada y el otro es un aristócrata, posiblemente francés o belga. Mi contacto ha intentado
seguirlos en varias ocasiones, pero sólo tiene una mera descripción de ambos. Prometeo
sería el militar, de unos treinta y pocos años, educado sin llegar a ser un verdadero
caballero, aunque no se descarta que pueda ser hijo de algún noble empobrecido. Alto,
rubio, ojos azules. Una aguja en un pajar. Perseo es un hombre de unos cincuenta y muchos
años, no demasiado alto, obeso y sus ropas son de muy buena calidad, pero viste con mucha
sencillez, por lo menos a las reuniones donde va. Tiene un anillo con una letra, una R. Las
joyerías de Londres han perdido la cuenta de los anillos que venden a diario con alguna
inicial. Así que esta no será una búsqueda fácil.
Durante la comida de aquel día, Peter y Rose descubrieron su afición por la jardinería y la
joven vizcondesa pudo, por fin, hablar abiertamente de su proyecto de realizar un jardín, así
como la forma en que desviaría el agua del río para proceder a su riego de manera natural.
Así como la forma en que pensaba escalonar los jardines en forma de terraza.
Edmund estaba cada vez más molesto por aquella afinidad entre su primo y su esposa.
Aunque reconocía el tema, Rose había empezado a contárselo, cuando él había sentido
deseos de involucrarse en el proyecto hasta que la imagen de Elizabeth rompió el momento,
y tuvo que marcharse bruscamente, para romper el hechizo que Rose solía tejer con cada
una de las palabras.
No participó en ninguna de las conversaciones que mantuvieron Peter y Rose durante las
veladas en las que Lord Horton permaneció en la casa, aunque descubrió muchas cosas de
la mujer con la que se había casado. Cosas que desearía no saber porque conocerla hacía
que le gustase bastante más, de lo que ya le gustaba.
─ Ten mucho cuidado. Nos veremos en Londres. Hay muchas cosas que hacer allí,
empezando por proteger a Virgil. Partiremos mañana. Cualquier mensaje envíalo a
Corthouse.
Poco después el posadero de Fowey trajo unas cartas y unos paquetes. Edmund examinó el
correo y separó una carta del Sr. Redclive para su hija. Procedió a abrir el paquete y en su
interior encontró un retrato de Elizabeth y una carta.
Metió el retrato en la caja, y lo puso sobre la mesa para no olvidar guardarlo y llevarlo a
Londres con él. Sin embargo, no reconoció a Elizabeth en la carta que estaba leyendo.
“Estimado Vizconde de Cortwind, supongo que las promesas hechas a una mujer
enamorada no tienen ninguna validez y no se pueden reclamar ante un tribunal.
Pero yo te reclamo. Eres mío así como yo soy tuya. Me prometiste que tu matrimonio no
cambiaría nada en nuestras vidas, y pronto habrá pasado un mes, y ni siquiera me has
escrito, no sé cuándo volverás a Londres, o si volverás a mí.
¿Te importa?. Espero que sí, porque a mí me importa que en tu cama haya otra mujer.
¿Te dolería? Espero que te mate, como a mí me está matando. No me consuela tu promesa
de pensar en mi cuando estés en su cama.
Puede que ella lleve tu anillo, pero yo soy tu mujer, y te exijo que vuelvas a casa de
inmediato o te juro que lo lamentarás.
Firmado. Lady Elizabeth, condesa de Ocam.”
La ira empezó a treparle hasta la garganta, como bilis a punto de ser vomitada. Durante su
relación, Elizabeth siempre se había mostrado como una mujer vulnerable, que le
necesitaba, siempre dulce y atenta, dispuesta a escuchar. No reconocía a la mujer que
reclamaba, exigía y amenazaba. No sabía si Elizabeth había cambiado, o era él.
Cuando Rose volvió de su paseo, el Sr. Paul le informo que había llegado una carta para
ella y que estaba en el estudio. Se sentó tras el escritorio donde aún permanecía el olor a
sándalo de Edmund, durante unos instantes saboreó el aroma, rememoró el ardor de sus
noches, cabeceó para desprenderse de las sensaciones y se puso cómoda para leer la carta.
Estaba codificada, por supuesto.
Su padre le hizo una divertida narración de anécdotas cotidianas que habían ocurrido
durante su ausencia. Le informaba que su hermano había sido llamado por el Lord del
Almirantazgo y que le habían dado un puesto importante en el ministerio de la guerra, desde
el que podía aspirar a puestos políticos si conseguía no defraudar la confianza que se había
depositado en él. La fortuna de los Redclive era moderada y su linaje, aunque tan rancio
como él que más, no le daba acceso a las altas esferas, pero si Virgil conseguía entrar en el
gobierno, era bastante probable que consiguiera un título de caballero, y ahora que ella
había emparentado con el Duque de Gloucester y el conde de Carrick, las probabilidades de
que eso ocurriera eran mayores..
Deseaba regresar a casa, pero temía que al hacerlo perdiera aquellas noches de intimidad.
Seguramente una vez en Corthouse, su marido viviría en Londres y la visitaría simplemente
para completar su objetivo, suponiendo que no hubiera cumplido con él en aquellas noches.
Pensó en la posibilidad de estar en cinta y se sintió entusiasmada con la idea. Aunque
aquello podría significar el fin de su intimidad.
Imaginó a su hermano Virgil casado y a los hijos de ambos jugando juntos en “su jardín”, ya
había previsto un pequeño estanque donde podrían bañarse y nadar.
¿Qué importaba lo que no tendría en su vida, cuando podía llenarla de tantas cosas
estupendas?. Rompió la carta en pedacitos, y la depositó en un cenicero, abrió un cajón para
buscar cerillas y quemar los restos de papel, cuando se dio cuenta de la solapa de la caja
enganchada, la sacó para volver a meterla de nuevo y entonces, vio el retrato. Después vio
la carta. La curiosidad pudo más que ella y la leyó. Y el mundo se derrumbó.
Capítulo 6
Deseó encerrarse en su habitación, pero la idea de estar donde su marido la había tocado
pensando en otra mujer, la espantó hasta la repugnancia. Entendió entonces claramente todos
los signos que no había sabido interpretar antes de leer aquella carta. El maldito gato por fin
se apareció, y era negro, muy negro..
Su esposo sólo era complaciente cuando imaginaba a otra mujer en su cuerpo, ni siquiera la
soportaba cuando la veía a ella misma, por eso huía a su habitación después de hacerle el
amor y se marchaba antes que ella pudiera terminar una frase. Que estúpida se sentía.
Se sintió usada. Sucia. Insegura y dolida. Comprendió de golpe por qué su marido la había
elegido a ella. Casi se rio, la pena y la rabia empezaba a bullir dentro de ella, sentía que se
estaba poniendo histérica, ella, la racional Rose, se limpió las lágrimas y salió al vestíbulo
de nuevo.
Comparó aquel dolor sordo que sentía en aquel momento, con el otro, el que sintió cuando
en su primera temporada, el hombre que amaba y que decía amarla, la había abandonado,
decepcionado y humillado.
Amó a Lord Mortimer con un corazón entregado, pero apenas se conocían y olvidarle no fue
tan difícil, perdonar la ofensa le seguía resultando imposible.
Arrastrada y golpeada por el viento sentía un cierto consuelo, eran el abrazo que nadie más
le daría en aquel momento, empezó a recordar sus últimos momentos con Lord Mortimer, su
pensamiento lo trajo de vuelta como para demostrarse que estaba condenada a no ser
amada. Un sollozo se escapó de su garganta, se dejó caer en la arena mojada mientras los
recuerdos volvían a ella, como el resultado de la ecuación que era su vida.
Jenny la había ayudado a ponerse el vestido de paseo color lavanda, ambas estaban
riéndose, felices porque esperaban la llegada de Lord Mortimer. Cuando bajó al salón, vio
que una dama lo acompañaba.
Al principio no la reconoció, sólo tenía ojos para su enamorado. Qué hermoso le parecía
Lord Mortimer, en aquel entonces.
No tuvo tiempo de ofrecerles un refrigerio, Lord Mortimer dio un paso hacia ella, y con una
voz que no reconocía empezó su discurso.
─Espero que sepa disculpar mi falta de tacto.─ aún podía verle envarado, vestido con un
traje que delineaba un cuerpo esplendido.─ Mi prometida considera, que quizás usted se
haya imaginado que tengo un interés romántico hacia usted. Estando próximos a casarnos, he
decidió decirle frente a ella que nunca ha sido así y, si mi comportamiento cortés le hizo
pensar otra cosa, lo lamento profundamente.
Vio como la joven pareció satisfecha, como un gato que acabará de tomar un plato de nata.
Ambos se fueron dejándola aturdida y confusa.
La joven señorita Crouser, era inmensamente rica, la única hija de un banquero y magnate
americano. ¿Cómo no iba a comprender que él decidiera asegurar su futuro?. Pero ¿era
necesario que la humillara frente a ella?
Pero lo que no pudo comprender ni perdonar, fue la proposición que el mismo hombre se
había atrevido a realizarla tres días después.
─ Me caso con ella por el dinero.─ dijo el joven James Mortimer.─ Es algo bastante
común, pero lo que siento por ti es extraordinario, algo a lo que no puedo renunciar.
Pasaremos una temporada en América y a mi regreso, viviremos nuestro amor.
─ ¿Estás loco?─ preguntó escandalizada al imaginar que él pudiera pensar que ella
aceptaría algo así.
─ No debería decírtelo, pero la señorita Crouser tiene una grave enfermedad, no vivirá
mucho tiempo, por eso su padre esta tan decidido a casarla con quien ella quiera. Quizás a
mi regreso sea un viudo rico. ¿Me esperarás?
Y así fue, sus sentimientos por Lord Mortimer desaparecieron a fuerza de voluntad y de
idear códigos que la mantenían el pensamiento ocupado. Pero el engaño y la humillación, no
se lo perdonó nunca. Le resultó obvio que había cortejado a la heredera al mismo tiempo
que la hablaba de amor. Y para una persona con los principios de Rose, el simple hecho de
haberla propuesto una relación adúltera, acabo con todo el respeto que le tenía.
Decidió desterrar la esperanza de su vida. Cada vez que una luz se encendía en su corazón,
se apagaba sin haber llegado a iluminar lo suficiente para que valiera la pena. El dolor era
demasiado intento para compensar.
Después de concluir que no tenía capacidad para interpretar el comportamiento del género
masculino, adoptó la única decisión que le pareció sensata y la única que podría protegerla
de los hombres en general y de su marido en particular.
Siguió enumerándose todas las verdades que debía asumir. Su marido no sentía ningún
afecto por ella. La pasión no era más que el reflejo de la que él sentía por lady Ocam. Fue
capaz de controlar su imaginación para evitar que se formaran imágenes de su marido con
otra mujer, por fortuna, no recordaba a Lady Ocam de su breve temporada social, pero el
maldito retrato hizo que aquellas imágenes fueran aún más dolientes, la mujer era bellísima.
Se detuvo, sorbió las últimas lágrimas que estaba dispuesta a derramar por su fallecido
matrimonio y respiro profundamente.
Establecidas las pautas de actuación, se reprochó todos los anhelos y las esperanzas que
había alentado durante su breve matrimonio, en especial el deseo de llamarle por su
nombre, Edmund. La rabia ocupó el lugar de la pena.
─ Estuve paseando por los acantilados.─ Evitó mirarle para mantener la compostura, quería
llorar como una niña y golpearle como una fiera. Se controló para no hacer ninguna de esas
cosas.
¿Cómo es posible que el corazón pueda romperse dos veces, acaso el corazón es un órgano
estúpido?, se preguntó. Sintió cada frágil pedazo de su voluntad tirar de las riendas. Por
supuesto, después de la carta, desearía poder encontrarse con su amante aprovechando que
el pobre marido estaba ausente. Le miró sin poder evitar el desprecio que le inspiraba.
Capítulo 7
El viaje de vuelta fue silencioso, pero esta vez fue un silencio diferente. Un silencio
cargado de dolor y de remordimientos.
─ Preferiría no sufrir las molestias de la intimidad durante el viaje de vuelta a casa.─ dijo
ella.
─ Creo que debemos aclarar algunos asuntos. – Su voz era dura.─ Este es un matrimonio
acordado, no sé qué esperabas conseguir tú, pero yo me casé para conseguir un heredero.
Lamento que te hayas enterado de la existencia de Elizabeth, pero así son las cosas.
─ Si hubiera sabido que existía otra mujer no me habría casado contigo.
─ Si no existiera otra mujer, yo no te habría elegido a ti.─ Estaba enfadado con él, con ella
y con Elizabeth, y aunque sabía que estaba siendo especialmente cruel con sus palabras,
necesitaba desahogarse.
Él se acercó a ella, la tomó bruscamente por los brazos y la besó con furia. Ella se resistió
al principio, cuanto más peleaba ella para soltarse, más se excitaba Edmund, pareció que
ella finalmente se relajó entre sus brazos, y sus besos se hicieron menos agresivos. En el
momento que la soltó los brazos para quitarle la ropa, sintió el rodillazo en su entrepierna.
Tendido en el suelo, ella le siguió golpeando con los pies desnudos en las costillas, cuando
comprobó que se estaba haciendo más daño que el que provocaba, buscó por la habitación y
encontró un zapato, lo cogió y empezó a golpearle en la espalda mientras él, más
recuperado, empezó a levantarse.
Las palabras de alguna manera le hicieron comprender lo que parecía estar a punto de
hacer. El deseo y la rabia habían tomado el control de su mente, respiro profundamente para
tranquilizarse.
Las palabras de Elizabeth y de su padre llegaron a su memoria en una sola frase de dos
voces, aun siendo conversaciones diferentes, “Ocam me da repugnancia”,” ¿quieres esperar
a que otra mujer haga de ti lo que tú has hecho con Ocam?”. Sintió que el estómago se le
revolvía. La idea de que Rose pudiera buscar a otro hombre era algo que le desangraba por
dentro y hacia correr la rabia por sus venas.
Deseó poder tomarla contra su voluntad y reclamarla como un antiguo guerrero primitivo,
atarla a la cama, la rabia y el deseo se agolpaban en su mente y en sus genitales, la deseaba
como nunca antes había deseado a ninguna otra mujer. Supo que si no estuviera Elizabeth en
su vida, la habría reclamado con su cuerpo y su vida.
De repente la relación con su amante, su amor, le pareció una cuerda atada a su cuello. Algo
que le impedía maniobrar sin ahogarse. Rose había resultado mejor de lo que esperaba,
pero ahora, no podía cambiar los términos del acuerdo, en cuanto ella le proporcionara el
heredero reclamaría la libertad prometida. Se convenció a sí mismo que así tenía que ser. Y
que tenía que volver a los brazos de Elizabeth para recuperar la paz mental y física, pero no
quería renunciar a Rose.
Ensilló su caballo, y se marchó dando órdenes a los criados y al cochero, que llevaran a su
esposa directamente a Oxford.
Cinco días de trayecto en la soledad del carruaje terminaron de convertir en certeza todos
sus miedos. La ayudaron a decidir sobre su futuro, también.
Cuando Rose llegó a su antigua casa, su padre la recibió en un abrazo de oso. Nunca
imaginó que pudiera sentirse tan reconfortada, se apretó contra él. Y abrazados entraron en
la casa. Los criados y el coche cargado con sus baúles quedaron esperando en la entrada de
la pequeña casa familiar.
─ Me alegra que hayas pasado por aquí antes de ir a Corthouse.─ dijo su padre sentándose
junto a ella en el sofá que había frente a un cálido fuego en la sala de visitas.
─ Quiero quedarme aquí.─ dijo mirándole, sus ojos dejaron asomar la tristeza y el dolor
que había estado conteniendo durante el viaje.
─ ¿Qué ha ocurrido?─ preguntó tratando de mantener la calma, pero con deseos de aplastar
el cráneo del vizconde por haberla causado el daño que se reflejaba claramente en su
mirada. Seguramente si hubiera estado allí, lo hubiera hecho, pero solo podía preguntar.
Como si fuera un animal herido, su padre le acarició la espalda, ver el dolor de su hija le
hizo desear matar al hombre que, erróneamente, pensó podía ser un buen marido para su
pequeña. Y deseó matar al conde, y matarse él mismo.
Cuando el conde de Carrick y él pensaron que aquel matrimonio podía darles a sus hijos una
oportunidad para olvidar el pasado, no esperó ni remotamente que pudiera ver a su hija tan
infeliz.
─ Muchos caballeros tienen amantes. ¿Y qué importancia tiene que busquen una amante
durante el matrimonio, o que la tengan antes de casarse?. – dijo más tranquilo y tratando de
explicar su opinión, sus palabras no tuvieron sentido para ella, porque solo reflejaban el
punto de vista de un hombre, un género, que decididamente ella era incapaz de
comprender.─ A todos los efectos, tú serás su esposa, la madre de sus hijos, vivirás a pocos
minutos de tu familia. Si él tiene una amante, mejor para ti, eso te permitirá disfrutar de tu
libertad.
─ ¿Decirme?.─ estaba rabiosa.─ No recuerdo haber mantenido una conversación con él tan
profunda, apenas me hablaba durante las comidas, el resto del tiempo lo he pasado sola.─
Por un segundo recordó las noches, pero borró las imágenes de su memoria.─ Encontré una
carta de su amante. Tuvimos una discusión y le eché de mi cama.
─ ¿Estas esperando?
─ Es pronto para saberlo.
Diez minutos después, el honorable Sr. Redclive ordenaba al cochero que descargaran el
equipaje de su hija, y los envió a la casa del conde acompañados de una carta que acababa
de escribir, explicando las razones por las que su hija, se quedaba a vivir con él.
Capítulo 8.
Lord Charles Horton, era el tercer hijo varón del marqués de Surrey, y el que nació en
quinto lugar. Tenía veinticuatro años, y su fama de mujeriego y pervertido le perseguía
desde que cumplió los veintidós años, edad a la que la cortesana más famosa de Londres le
acogió en su seno y en su cama.
Madame Celina había hecho correr el rumor que era la hija de un conde francés, que fue
guillotinado en Francia, eso le daba un “saber estar” que todos parecían valorar. Era una
mujer hermosa, pasaba los treinta años, pero su cuerpo era escultural, sus pechos eran
enormes y destacaban sobre una cintura delgada y unas caderas anchas. Era la dueña del
“Celina”, un local que ofrecía en los salones de la primera planta, juego, bebida y
conversación con las chicas, con las que los hombres podían subir a la segunda planta. Pero
también facilitaba otro tipo de servicios, más exclusivos.
Sus habitaciones estaban en un edificio anexo al local, un lugar al que sólo se podía acceder
a través del club y de sortear varios matones especialmente sanguinarios, que eran los
encargados de mantener la paz en el local. Hombres que asustarían al más curtido de los
asesinos.
Lord Charles Horton se había trasladado a vivir allí desde abril del año anterior, desde que
su padre, le negó la asignación para obligarlo a cambiar de vida. Faltaban seis meses para
que cumpliera los veinticinco y tener acceso a la herencia que le había dejado su abuela, la
duquesa de Gloucester y mientras tanto era conocido en Londres, por ser el mantenido de
una cortesana. Lo que escandalizaba a todas las damas de la alta sociedad, quienes a pesar
de su linaje y su apostura, se apartaban de él como si fuera un leproso capaz de contagiar a
cualquiera con su depravación. Los caballeros eran diferentes, en los salones le trataban
con frialdad, pero en cualquier otra situación le buscaban para que intercediera con Celina,
para conseguir sus favores.
Los tres hermanos Horton eran muy diferentes entre sí. Lord John heredero del ducado,
había sido educado por su abuelo, el Duque de Gloucester, era el más alto de los tres, tenia
los ojos del color del acero, y un pelo entre rubio y castaño. Lord Peter era rubio y el color
de sus ojos era azul oscuro, mientras Lord Charles era moreno con los ojos azules y
cristalinos como un lago en calma. Las hermanas sin embargo eran muy parecidas entre si, y
a lord Charles.
Cuando conoció a Madame Celina, era poco más que un imberbe que no había tenido más
experiencia con las mujeres que unos manoseos con alguna criada, o un polvo rápido con
alguna prostituta.
Durante mucho tiempo estuvo encadenado a Celina por sus manos y su boca, ella le enseño
como satisfacer a una mujer, y como una mujer podía volver a un hombre del revés. Fue en
esa época cuando Celina le cobraba los servicios sexuales con favores.
De esta forma, Lord Charles Horton empezó a colaborar con los franceses. Al principio, ni
siquiera sabía que lo estaba haciendo. Se limitaba a entregar cartas, mensajes, paquetes.
Viajaba a Calais, para reunirse con amigos de Celina que a su vez le entregaban cartas,
paquetes, mensajes y dinero.
¿Quién sospecharía del nieto libertino del Duque de Gloucester? Absolutamente nadie, por
eso le eligieron de entre todos los jóvenes dispuestos a colaborar con los franceses, sin
embargo la pasión de Charles por Celina sirvió para que hiciera lo que esta le pedía sin
preguntar, ni cuestionarse nada.
Cuando se enteró, no pareció importarle, con el mismo aspecto indolente e indiferente con
el que se conducía en la vida, le pidió a Celina una retribución económica por su
participación.
─ Si van a colgarme por traidor.─ le dijo.─ Al menos quiero disfrutar de una buena vida, y
eso es algo que el dinero me puede conseguir.
─ Después de haber estado contigo, mi querida amiga, todas las mujeres me parecen
aburridas. Quizá ha llegado el momento de que de un sentido a mi vida y elija una profesión,
la de espía me parece fascinante.
─ Te aprecio, mi buen amigo. Si entras no podrás salir. Ahora todos piensan que te estoy
utilizando y que eres tan estúpido que no sospechas nada. Ahora haces recados, si entras,
tendrás obligaciones, misiones, que te llevaran a la muerte si fracasas.
─ Entonces supongo que estaréis faltos de personal.─ bromeó. Ella no pudo evitar sonreír
divertida, realmente sentía debilidad por aquel hombre al que había diseñado a la medida
de su propio placer.─ ¿Supongo que no me mandaran asesinar al regente?. No soy bueno
disparando, lástima que la esgrima haya pasado de moda, realmente soy muy bueno con una
espada.
─ Eres terrible con la espada, mi pequeño demonio. Hablare con Le Maison. Pero no podré
protegerte, así que piénsalo bien.
No lo pensó bien, pero aun así Le Maison acordó un encuentro en una casa abandonada de
Londres, muy cerca del local de Celina. Ambos hombres se estudiaron detenidamente,
hablaron del tiempo y de la caza, como si en lugar de estar en una casa semiderruida
estuvieran en un club de caballeros. El caballero le recordaba a alguien pero Lord Charles
no fue capaz de ubicar su recuerdo.
─ Ya soy un traidor, como supongo que sabe, y si me descubren seré colgado por traidor
por mucho que justifique que soy un pobre estúpido al que han engañado.─ parecía reírse de
sí mismo mientras hablaba con el francés.─ Pongo mis pocas capacidades a su servicio,
pero espero a cambio algún tipo de gratificación.
Fue fácil para él, seducir a las esposas de aquellos hombres que poseían información
importante sobre la guerra, y más fácil convencerlas para que contrataran un lacayo o una
sirvienta para facilitar no sólo los encuentros clandestinos, sino también el acceso a dicha
información.
Cuando su padre le negó la entrada en la casa familiar, fue debido a que había coronado a la
mitad de sus amigos, y un buen número de personas influyentes. La fama de Lord Charles
Horton como buen amante se extendía por la alta sociedad como el aceite sobre el agua, y
los rumores sobre su perversidad en la cama, le llevaban a recibir más proposiciones de las
que podía aceptar. Aunque lo intentaba.
Sus artes amatorias se comentaban entre susurros en los tocadores de señora, muchas
damas, aquellas de moral más distraída le buscaban a todas horas, sólo se sentía a salvo en
el club de Celina.
Allí era él quien gozaba de la perversidad de la mujer, quien se dejaba llevar hasta la gloria
para caer en el infierno, aprendiendo siempre algo nuevo, hasta que por fin comprendió lo
que un día le dijo Celina totalmente en serio.
─ Querido, el sexo está aquí.- dijo señalándose con el dedo en mitad de la frente.─ Si
consigues entrar en la imaginación de la mujer que tratas de conseguir, no tendrás ni
necesidad de tocarla para que ella goce como si estuvieras en su interior. ─ Después le
miro tristemente, de frente.─ El problema es que cuando domines a los demás con el sexo,
habrás perdido tu capacidad de sentir aquí.─ Le señaló en el corazón.─ Es una gran
pérdida, mi querido amigo, aunque ahora no le des importancia, el alma se llena de soledad
que es imposible reemplazar.
Lord Charles se acercó a ella hasta que sus labios quedaron a pocos centímetros de su boca,
sus alientos se entrecruzaron mientras esperaban el beso. ─ Mi querida Celina, la amistad
es el único amor que quiero en mi vida. Además de esto.
La beso suavemente y ella se dejó besar como si fuera una tímida debutante, pero pronto los
dos se incendiaron hasta que sólo quedaron las cenizas de ellos mismos sobre el colchón.
Capítulo 9
7 de enero 1805
El vizconde Cortwind a pesar de que su primera idea, había sido galopar hasta Londres
para encontrarse con Elizabeth y recuperar la cordura, desvió su trayectoria hacia Bristol.
Dado su estado de ánimo, era muy posible que acabara discutiendo con Elizabeth también,
su enfrentamiento con Rose le había dejado un vacío que no tenía sentido para él. No era
remordimiento, sabía combatir el remordimiento buscando razones que justificaran su modo
de actuar. Era algo distinto. Un dolor mudo pero constante.
Apenas conocía a su esposa, era cierto que parecía una mujer dulce, pero había resultado
toda una arpía, se excitó pensando en el fuego de los ojos de Rose durante la discusión, por
supuesto que entendía el enfado, pero desde luego era una conducta que no podía tolerar,
aunque no sabía que haría exactamente para no tolerarla, porque le gustaría ser capaz de
controlar aquel fuego con besos y pasión.
Dejarla vivir su vida no era una opción, a pesar de lo que el mismo dijo, la echaba
terriblemente de menos a pesar de que sólo habían pasado tres días desde que la dejo en la
posada. Por supuesto que la tendría, pero no a la fuerza, así que tendría que convencerla de
la conveniencia de llevarse bien. Era una mujer inteligente y era su esposa. Por la forma en
que ella se estremecía en sus brazos podría seducirla.
Se dio cuenta que estaba buscando excusas para recuperar a Rose y que estaba evitando
enfrentarse con Elizabeth. Temía que su amante se diera cuenta de lo mucho que le gustaba
su esposa.
Se sintió terriblemente cansado al pensar en las explicaciones que tendría que darle a
Elizabeth para justificar su afición por su esposa. Por otra parte, tendría que explicar a
Rose, su relación con Elizabeth para que tratará de comprender que aún cuando el quisiera
no podría dejarla. ¿Desde cuándo un hombre daba explicaciones a su esposa o a su amante?,
pensó cansado de tanto buscar soluciones a sus problemas. Él pondría las normas y ellas
tendrían que aceptarlas. Especialmente su esposa, si Elizabeth se oponía le daría la excusa
perfecta para romper la relación. No es que él quisiera rompe, se dijo a si mismo, pero en
el fondo la posibilidad de romper su relación con su amante, le produjo una intima
satisfacción, pero no quiso pensar en eso.
Ellas tendrían que aceptar lo que les diese. Elizabeth le quería, pues le tendría, pero sin
reclamos, se lo dejaría bien claro. Rose si deseaba lucir el título de vizcondesa tendría que
aceptarlo en la cama, o no disfrutaría ni de ese, ni del de condesa, aunque tuviera que
desterrarla a Fowey.
Cuando finalmente llego a Bristol, estaba seguro de haber encontrado la solución a sus
problemas, y pudo centrarse por fin en lo que le había llevado hasta allí. Era el día siete de
enero, desde el principio supo que no llegaría a tiempo para observar a Lord Stirling en
acción, pero era especialista en recoger información, así que la detención del espía francés
seguramente no pasó desapercibida. Es posible que muchos no supieran que habían
presenciado en realidad, pero él, podría adivinarlo si encontrase a alguno de esos testigos.
La posada donde se alojaba era de las mejores del lugar. Allí se alojaban comerciantes que
acompañaban su mercancía hasta el puerto, oficiales de alta graduación a punto de embarcar
hacia el continente, y algunos otros huéspedes que parecían esperar un barco para irse o
para recibir a sus familiares y amigos.
Estaba cenando con el Comandante Jefferson y varios de sus oficiales, entonces vieron
entrar a un hombre de aspecto siniestro. Parecía un gigante, vestía totalmente de negro, se
sentó en una mesa junto a la pared del fondo de la posada, y con la espalda pegada a la
pared empezó a observar a todo el mundo.
Le reconoció enseguida, era Lord Ewan Macnein, duque de Betwich, trabajaba para Lord
Stirling, sus miradas se cruzaron como si nunca antes se hubieran visto.
─ No sabría decirle, hubo un problema con uno de los pasajeros que estaba desembarcando,
algo con sus papeles, los agentes estaban revisando la documentación cuando el pasajero
intento un soborno, entonces le arrestaron y fue entonces cuando ese hombre golpeó a los
agentes y facilitó la huida del pasajero. Se necesitaron cinco hombres para poder reducirle,
me sorprende que le hayan dejado libre.
─ No parece estar muy magullado para haber sido reducido por cinco hombres─ le observó
con descaro, el gigante miraba hacia la puerta, como si estuviera esperando a alguien.
─ Bueno, creo que cuando el hombre consiguió escapar dejo de poner resistencia.
─ ¿Cuánto tiempo hace de eso? ¿Cinco días, seis?
Estuvo dos días más merodeando por la ciudad tratando de encontrarle, pero nadie supo
decirle nada, ni del hombre, ni del altercado que hubo en los muelles, así que decidió
volver a casa, tardó una hora en decidir, si quería ir a Londres o a Oxford.
Finalmente se encaminó hacia Londres, cuando llegó le entregaron varios mensajes que
Elizabeth le había enviado a su casa de la ciudad. Después de leerlos, se sintió de nuevo
inseguro de su decisión de ir a verla.
Los leyó por orden de llegada, cada mensaje era más amenazante e insultante que el
anterior. Se preguntó si Elizabeth recuperaría la dulzura que lo enamoró en el pasado, o si
tendría que cargar con una amante amargada y exigente, o dejarla finalmente, no quiso
pensar en ello, se consoló pensando que todo se arreglaría finalmente tanto con Rose como
con Elizabeth. Se consideraba sensato y ecuánime, capaz de convencer a cualquiera de lo
conveniente de la situación.
Había viajado a Londres porque deseaba encontrar en los brazos de Elizabeth el deseo, la
comodidad y la complicidad que habían compartido antes de que él decidiera casarse. La
imagen de una Elizabeth enfadada apagó su deseo. A pesar de todo necesitaba verla, tenía la
necesidad de comprobar si realmente deseaba seguir con la relación o ponerle fin. La
actitud de Elizabeth sería la clave para tomar esa decisión. Decidió no demorarla más. Aun
así le dio tiempo a tomarse media botella de brandy en el club antes de emprender el
camino a casa de su amante.
Su cuerpo no parecía sentirse tan entusiasmado como él con la idea, culpó al alcohol de su
falta de deseo, sin embargo estaba seguro que su cuerpo reaccionaría cuando viera a
Elizabeth, sus pechos eran grandes y sus pezones se extendían como una mancha rosada
sobre ellos. Sus caderas y sus nalgas eran deliciosas y cuando se arrodillaba dándole la
espalda, le recordaba un corazón perfecto, se fue calentando con la expectación.
Cuando faltaban dos manzanas para llegar, se encamino a la parte trasera de la casa, a
través de las callejuelas, desde donde se accedía a las puertas de servicio de varias
mansiones, separadas tan solo por una pequeña tapia entre ellas.
No había nadie por las calles, mucho menos en los callejones que le llevaron hasta la zona
de servicio de la mansión del conde de Ocam.
Con su erección casi completa, deseó poder olvidarse de los ojos de su esposa, de la
añoranza que sentía de su piel. Le pareció bastante inconveniente no haber pensado en
Elizabeth cuando le hacía el amor a su esposa, y no poder alejar a ésta de su pensamiento
mientras se proponía gozar con su amante, con su amada, se rectificó mentalmente.
Entró por la puerta de la cocina, no había nadie en aquella zona de la casa, por la hora
debían estar todos acostados, subió las escaleras sin hacer ruido, cuando llegó a la puerta
del dormitorio de Elizabeth miró a ambos lados del pasillo, después entró con el mismo
sigilo al dormitorio.
Ni en su peor pesadilla hubiera imaginado que la mujer que creía amar era una de las dos
mujeres que estaba en la cama. Pero era ella. Un hombre estaba con ellas, haciéndolas
gemir a ambas de placer.
Reconoció a Madame Celina, al hombre no le pudo reconocer hasta que no saco la cabeza
para respirar de entre los cuatro senos que parecían enterrarlo. Era su primo Charles.
Se sentía asqueado, pero extrañamente excitado por lo que veía. Estaban tan absortos en lo
que estaban haciendo, que no se dieron cuenta de su presencia. Se quedó apoyado contra la
pared a la espera de que el trío terminara de jugar.
Su erección desapareció a los pocos segundos, cuando la sordidez de la escena tuvo entrada
en su cerebro.
Su primo boqueaba como un pez ahogándose entre los pechos de las dos mujeres, mientras
con sus manos las proporcionaba placer al mismo tiempo, ellas le acariciaban a cuatro
manos, mientras se besaban compartiendo los gemidos.
La certeza que esperaba encontrar en aquella casa, le encontró a él. No sintió el dolor que
esperaba, solo decepción y asco. También se dio cuenta de un modo instantáneo que amaba
a su mujer.
Ahora sabía dónde se encontraba su futuro. Tenía una esposa, que aun cuando él no la
hubiera elegido personalmente, había llenado su vida con su presencia. Pequeñas cosas que
estaba empezando a valorar y que le descubrieron que su confusión era producto de los
sentimientos que Rose le inspiraba y que no había querido ver. Se sintió como un verdadero
idiota.
Se sintió liberado de las ataduras de la culpa y el remordimiento. Se sintió liberado de
Elizabeth.
─ Siento molestar.─ dijo elevando la voz para llamar la atención de los tres amantes.─ Les
agradecería un momento de su atención, ya que tengo un poco de prisa.
Madame Celina le miró con ojos depredadores, esbozó una sonrisa que era toda una
invitación.
Elizabeth por su parte, retiró a Charles de entre sus piernas y de un salto se cubrió con su
bata, se paró frente a él, todavía sonrojada por el placer que acababa de recibir apenas unos
segundos antes.
Parecía estar buscando alguna excusa que pudiera justificar lo que acababa de suceder.
Comprendió que no se habían inventado las palabras que pudieran encubrir y excusar lo que
Lord Edmund acababa de presenciar.
─ No es bueno dejar a una mujer sola.─ dijo Madame Celina con su acento francés,
susurrando cada palabra.─ La soledad hace extraños compañeros de cama.
─ Extraño razonamiento. Por cierto, Charles.─ dijo a su primo.─ Será mejor que nos
evitemos durante una temporada. No te ofendas si tampoco se te permite la entrada en mi
casa.
─Por supuesto, primo. Tampoco imagino que tendría que hacer en tu casa.─ dijo Charles
sonriendo a medias─ ¿Te importaría cerrar la puerta al salir? Aunque disfruto enormemente
de los dramas, finalmente siempre terminan aburriéndome.
─ Sera un placer. Lamento haber interrumpido una reunión tan agradable. Conozco el
camino ─ Salió cerrando la puerta a su espalda y bajo los escalones al trote, se sentía casi
feliz, liberado.
Salió por la puerta de servicio. Escuchó la voz de Elizabeth que le llamaba, pero ni sus
gritos ni sus amenazas, gritadas a su espalda, significaban ya nada para él. Una de las
cuerdas que le había mantenido oscilando en el aire, como un títere, acababa de romperse, y
había recuperado la voluntad para dirigir su futuro.
Cuando salió a la calle, se detuvo un momento como buscando la herida que debería sangrar
después de aquel disparo emocional, para su sorpresa había salido ileso.
De vuelta a casa, comprendió que había idealizado a Elizabeth hasta ponerla por encima de
cualquier otra mujer. Era una mujer que había cubierto sus necesidades físicas y
sentimentales. Se había entregado a ella en cuerpo y alma en sus encuentros clandestinos,
una plenitud ficticia. Descubrir que había sacrificado media juventud por ella y echado por
tierra sus principios, le hizo sentirse como un desconocido en su piel, lo peor es que ese
desconocido que era él, era realmente estúpido.
No pudo evitar sentir la decepción que le inspiraba ese pobre idiota que era él,i cuando
trató de buscar las razones, que en su momento le parecieron importantes, para justificar su
relación adúltera con la condesa de Ocam.
Pensar en el conde le hizo sentir mucho más miserable aún. Era un hombre agradable y no se
merecía el bochorno y la humillación al que él le había sometido en los últimos años. ¿Pero
cómo se le pedía perdón a un hombre por haber usado a su mujer?
No le consoló que hubiera sido ella quien había tomado la iniciativa de convertirse en
amantes, pese a que al principio fue reacio a mantener una relación adúltera con una mujer
casada, amaba a Elizabeth, y lo demás dejó de importar en aquel entonces, y después no
volvió a cuestionarse su conducta.
¿Cómo diablos había llegado Elizabeth a mantener una relación tan sórdida, con una
cortesana y su primo?. Seguramente en otras condiciones emocionales, hubiera saltado la
alarma en su cerebro, pero estaba demasiado implicado para razonar más allá de la
decepción inmediata.
Era incapaz de imaginar la respuesta por más que lo intentó. Su familia conocía su relación
con la condesa y estaba seguro, que Charles debía conocerla también, ¿Por qué se prestó a
participar con la mujer de su primo?, porque era así como él veía a Elizabeth hasta aquella
noche, como su mujer. Y como habían podido convencer a Elizabeth de qué participara en
algo así. La mujer que él conocía o que creía haber conocido no existía. ¿Había existido
alguna vez?
Se reprochó la frialdad que había mantenido con su esposa, una distancia calculada para
evitar que ella llegara a encariñarse con él. La misma que pretendía evitar que él pudiera
llegar a apreciarla. Todo para descubrir lo que su corazón parecía saber antes que él
mismo, amaba a Rose.
En aquel momento deseó poder tenerla a su lado, sólo ella podría exorcizar los demonios de
su decepción.
Quizá no era demasiado tarde y podrían comenzar de nuevo, hacer de su matrimonio uno de
verdad, no un simple acuerdo. Pensar en eso le mantenía a este lado de la cordura. Con
tristeza comprendió, que sus últimos diez años se habían convertido en polvo, su cuerpo y
su espíritu se habían desmoronado, su pensamiento invocó a Rose, y entre los escombros de
su vida vislumbró la esperanza.
Intentaría conocerla un poco mejor, aunque sabía muchas cosas de ella, le gustaban las
cosas dulces, y había imaginado un jardín impresionante, que se construiría de inmediato,
sólo para darla gusto, sabía que era una mujer aficionada a la lectura porque siempre
llevaba libros en la maleta, tenía una dulce sonrisa entre los labios mientras cavilaba, en
vete tu a saber que cosas. Sabía que caminaba con pasos cortos, que apretaba los labios
cuando algo la disgustaba. Y que tenía fuego en la piel. Por su parte, le mostraría que era un
hombre inteligente y cariñoso, que podía ser leal.
Dos días después preparó su equipaje para viajar a Oxford. Le había dejado a su padre, un
mensaje codificado con el nuevo Fit y hacerlo le llevó más de medio día para poder
contarle su encuentro con Peter y su viaje a Bristol y la presencia de Betwich. Le pedía que
intentara averiguar en que andaba metido su cuñado, Virgil. El intentaría averiguar algo en
Oxford a través de su suegro y su esposa.
No le sorprendía en absoluto que Virgil fuera Redhouse, al igual que el señor Redclive, era
un experto en matemáticas. Quizá su amigo pudiera mediar entre él y su hermana para
convencerla, desechó la idea por sentirse ridículo al imaginarse tratando este tipo de
asuntos con su amigo.
Hizo el camino de regreso a Corthouse en el carruaje, pensando en todo lo que tendría que
aclarar con Rose. Ella le perdonaría, pensó, al fin y al cabo y pese a todo, no le había sido
infiel, aunque no mencionaría que se debiera más a las circunstancias que a su voluntad, lo
cierto es que no había estado con más mujer que su esposa desde su matrimonio.
Capítulo 10
Llegó a la finca familiar deseando poder soltar su discurso, repleto de reflexiones sobre el
deber y el afecto, con el que esperaba reconciliarse con su mujer. No preguntó por ella,
decidido a visitarla en cuanto se hubiera aseado y cambiado de ropa, quería estar lo más
presentable posible para defender sus argumentos y conseguir así la reconciliación. El
deseo le bullía por las venas, deseaba reconciliarse con ella en cuerpo y alma. Su cuerpo
estaba ansioso por conseguir su parte.
Su padre salió a su encuentro apenas entró al vestíbulo. Estaba muy enfadado, Edmund no
deseaba una confrontación pero no encontró la forma de evitarla.
─ Tenemos que hablar.─ aquello fue una orden en toda regla, le siguió al estudio.
─ ¿Ocurre algo?─ preguntó sentándose frente al escritorio, su padre estaba al otro lado de
la mesa, como si quisiera mantener la distancia entre ellos. Se sintió como un niño
esperando el castigo, frente al padre de su infancia.
─ Han ocurrido muchas cosas en tu ausencia. Te preguntaría como has permitido que Rose
volviera sola de su luna de miel, y la razón por la que se niega vivir en esta casa, pero
dejaremos los asuntos personales para después.
─ Lord Stirling tuvo una reunión conmigo hace dos semanas, al parecer, el inventor de los
códigos es tu suegro. Redhouse es Redclive. Jamás lo hubiera sospechado, me molesta
haber estado tan ciego, pero dejando vanidades aparte, Stirling ha pedido mi ayuda para
protegerlo, se ha convertido en un objetivo para los franceses. Desean contar con sus
servicios, su talento ha impresionado al jefe de la inteligencia francesa, pero a pesar de eso,
si no consigue que cruce la linea, lo matará. Han interceptado algunos de los mensajes con
el nuevo código, parece ser que no han sido capaces de descifrarlo, por suerte las claves
del Fit, están perfectamente localizadas y custodiadas.
─ Por supuesto que no. Tenemos hombres vigilando la casa y el pueblo. Stirling y yo
estamos de acuerdo en que nadie sospecha que Redhouse y Redclive son la misma persona,
si él ignora que están tras su pista se seguirá comportando con normalidad y evitará llamar
la atención sobre sí mismo.
─ Eso fue cosa de tu madre y de tu abuelo materno. Desgraciadamente, ella no está aquí
para contestar a tus preguntas. Pero puedes visitar a tu abuelo, seguro que estará encantado
de saber que has terminado con esa mujer.
─ Así es. Cuando los Horton se alían para conseguir algo nada puede detenerlos, nunca
olvides eso. Ahora pasemos al tema familiar, la pregunta es, ¿qué piensas hacer con Rose?
─ Traerla de vuelta a casa, por supuesto, máxime ahora, que podría correr peligro en la
casa de su padre. Por otra parte, debo recordarte que yo también soy un Horton y me
conozco todos sus trucos.─ Se permitió sonreír al imaginar a su imponente abuelo y a su
madre ganándole la mano a su padre.
Agradeció a ambos que le hubieran librado de Elizabeth y se estremeció ante la idea de que
Rose pudiera sufrir algún daño. No quería volver a ser un idiota, amaba a su mujer pero no
le daría la oportunidad de manejar su vida, como había hecho su amante.
El Sr. Redclive salió a su encuentro en cuanto lo vio llegar y ambos hombres se encontraron
en el pequeño vestíbulo.
─ ¿Dónde está mi esposa?─ preguntó con su mayor altivez.
─ Buenos días. Ella se encuentra bien, gracias.─ Espero que haya tenido un buen viaje
desde Londres.
─ Vengo de casa de mi padre.─ Se negó a dar más explicaciones.
Miró a su suegro con aquella mirada que hubiera intimidado a cualquiera, pero el aire
distraído del señor Redclive, no era fingido, le mantenía en un mundo paralelo y volvió a
preguntar. Esta vez su tono fue levemente más bajo y contenía una amenaza indefinida. Su
suegro le llevó cogido del brazo, casi a la fuerza a su despacho, le sirvió una copita
diminuta de oporto, única bebida que había en la casa, después se sentó en uno de los
sillones que había frente a la chimenea.
─ En el tiempo que lleva aquí ha desaparecido parte del daño, pero no todo. Conozco a mi
hija, cuando haya conseguido comprender la situación estará más receptiva, mucho me temo
que si le ve ahora es capaz de morderle y envenenarle en el proceso. Lamentablemente no
tenemos en la casa antídoto para las mordeduras de esposas decepcionadas.
Las palabras del honorable señor Redclive reflejaban un profundo sentido del humor,
consiguiendo su propósito, calmar al vizconde.
─ Cometí algunos errores.─ dijo Edmund, su confesión le sorprendió incluso a él.─ Estaba
equivocado en muchas cosas, pero deseo un matrimonio que funcione y que se base al
menos en el respeto.
─ Ella no volverá con usted mientras siga manteniendo su relación con Lady Ocam.
─ ¿Ella se lo dijo?─ preguntó adoptando de nuevo una actitud distante.─ No me gusta que
mi vida privada se airee de manera pública.
─ Por supuesto que lo hizo, pero fue su padre quien me habló de su amante antes de que le
propusiera el matrimonio a Rose. Somos amigos, él no quería engañarme. Para el conde su
relación adúltera, era una tara de su personalidad, no quería venderme ganado enfermo,
como ganado de buena calidad. ─ el vizconde encajó el golpe con un ligero pestañeó de
sorpresa.─ Yo no le dije nada a Rose, seguramente no hubiera aceptado un acuerdo así,
pensé que usted seria lo suficientemente discreto para que ella no se enterara.
─ Aunque no lo crea, trate de mantenerme distante para evitar precisamente que ella pudiera
encariñarse conmigo.─ Omitió que era él, quien había caído en una trampa de la que no
tenía idea como salir.
El Sr. Redclive se encogió de hombros. Le acompañó hasta el jardín donde Rose con más
violencia de la necesaria y ayudada por un pequeño cuchillo de podar, parecía estar
asesinando una hilera de rosales.
Tres días después, volvió Edmund a la casa de su suegro, en la mano llevaba los esquejes
de unos rosales que le había entregado el jardinero jefe de su casa. Era un regalo que
pretendía sustituir los rosales asesinados a manos de su esposa.
Durante esos tres días y sus tres noches, tuvo tiempo suficiente para pensar en el matrimonio
que deseaba, e incluso pensó en el matrimonio que podría querer Rose. También pensó en
Elizabeth y si realmente había sido un pelele tal y como le definió su padre. Por desgracia
para su autoestima, tuvo que concluir que efectivamente se había dejado llevar por su
amante en demasiadas ocasiones, en su momento y viéndolo con la perspectiva del tiempo y
la desilusión, comprendió todas las veces que ella, en nombre del amor que no había podido
ser, le guiaba hasta llevarle a tomar decisiones que no hubiera tomado de otro modo.
Y no sólo con respecto a la relación que mantenían, incluso llegó a usar su influencia para
favorecer o perjudicar a aquellas personas que ella le indicaba. Trató de recordar algunas
de estas veces, pero fueron tantas en aquellos años, que su memoria había desechado la
mayoría de ellas.
En aquel momento vio tan clara la manipulación a la que había estado sometido, lo ciego
que había sido, que no pudo evitar preguntarse cómo no había sospechado antes, cuando los
indicios estaban allí, para que él pudiera unirlos e interpretarlos, ese era su principal
cometido para la red, y “esa mujer” había conseguido incluso desposeerlo de su mayor
habilidad.
Camino de vuelta a casa, no pudo evitar sentirse horrorizado con la decisión que había
tomado en Fowey de entregarle a Elizabeth sus secretos, sintió vértigo al imaginar las
consecuencias que hubiera provocado su confidencia.
Cuando Edmund entró en la casa, fue directamente al estudio, ante la pregunta silenciosa,
Redclive contestó.
─ Debe estar abonando el jardín, como todas las mañanas.─ No entendió el humor que
parecía encerrarse en aquel mensaje.
Ella con un gesto de la mano, le indicó que se marchara mientras trataba de controlar las
arcadas. El permaneció junto a ella, esperando a que terminara. Cuando termino de vomitar,
se limpió con un pañuelo que llevaba en la mano y se dejó caer, en un banco de madera, que
estaba a pocos metros. Parecía angustiada. Se sentó junto a ella y volvió a preguntar.
─ Supongo que sí. Gracias.─ contestó ella respirando por la nariz profundamente para
calmar su malestar.
─ He venido para llevarte a casa.─ dijo, ella le miró abriendo sus grandes ojos de gacela.
Parecía sorprendida de verlo.
Sin querer Rose sintió el anhelo que siempre la embargaba cuando él estaba cerca, tenía que
darse prisa en echarle, o su deseo de volver a sus brazos pesaría más que el dolor y el daño
que él había hecho a su corazón y sus esperanzas. Le había extrañado tanto que pensó que
moriría. Ahora estaba allí y ella deseaba estar entre su brazos.
─ Prefiero quedarme aquí.─ dijo retirando la mirada. Su fuerza de voluntad luchando para
no dejarse vencer hacia el cuerpo de Edmund.
─ Sé que he sido un tonto.─ empezó el discurso que tenía ensayado.─ un hombre nunca
valora lo que tiene de bueno, suele valorar aquello que piensa que puede perder…He sido
desconsiderado contigo, pero estoy dispuesto a intentar que nuestro matrimonio se base en
la amistad, nuestra vida sería muy agradable si…
─ ¿Por qué tenemos que hablar de cosas tan desagradables?─ preguntó mientras se
levantaba y se encaminaba a la casa, asomó la cabeza en la cocina y pidió un té, después
seguida por su esposo entró al salón familiar.
Parecía agotada, vio cómo se dejaba caer sobre el sofá y respiraba profundamente.
─ Es necesario que hablemos, apenas llevamos dos meses casados, no podemos rendirnos
tan pronto. Debemos superar lo que ha pasado e intentar que nuestro matrimonio resulte
agradable para ambos.
─ Supongo que has venido tan pronto te has enterado de mi embarazo.─ le recriminó ella.─
Pero eso no cambia nada, al contrario. Tendrás tu heredero y viviremos cada uno nuestra
vida, tal y como tenías planeado desde el principio.
Una criada entró con el servicio del té. Ella se sirvió una taza, y después de endulzar el té,
hasta casi convertirlo en melaza, empezó a beberlo en pequeños sorbos.
─ Bueno, no nos conocíamos.─ dijo él tratando de recordar todos los argumentos que le
habían parecido convincentes cuando decidió ir a buscarla, estaba confuso por la noticia del
embarazo, casi feliz, no podía estar seguro.─ Ahora tengo deseos de hacerlo, debemos
hacerlo por nuestro hijo.
─ Podría obligarte.
─ Me gustaría ver como lo intentas.
─ No quisiera tener que llegar a eso.─ claudicó el vizconde.─ Tiene que haber alguna
forma en que podamos arreglar esto.
─ ¿Te has peleado con tu amante, no es cierto?
El creció unos pocos milímetros, adoptando aquella actitud de aristócrata a la que nadie
podía llegar. Miro a los ojos de su esposa, seguía sorbiendo de la taza sin dejar de mirarle.
─ Por favor.─ dijo ella levantándose.─ No estoy de humor para escuchar estupideces. Tú te
casaste para tener un heredero, esté ya está en camino. Si el bebé, fuera una niña, quizás
sólo quizás, te permitiría volver a intentar tener el varón que necesitas. Si tuviera que
responderte a eso ahora, seguramente te quedarías sin heredero.
Se quedó tan anonadado que fue incapaz siquiera de detener su marcha. Era la primera vez
que él recordara que alguien se había atrevido a llamarle estúpido y dejarle con la palabra
en la boca.
Confuso, enfadado y extrañamente feliz por la próxima paternidad, se dirigió al estudio para
encontrarse con Redclive.
─ ¿Qué tal le ha ido?─ preguntó su suegro.
─ Supongo, claro que me lo ha dicho.─ sonrió.─ los hijos eran algo hipotético, saber que un
hijo mío pronto vendrá a este mundo, me hace sentir diferente, no sabría explicarlo.
─ Deseo que nuestros hijos tengan un hogar.─ confesó el vizconde.─ Deseo que crezcan con
sus padres, los dos, y deseo sobre todas las cosas recuperar la confianza de su hija.
─ Para las personas como yo y como mi hija, los deseos solo se consiguen luchando por
ellos, ¿luchará usted?
─ Sí. Y tal y como están las cosas espero que no le importe que me traslade a vivir aquí.
Redclive le miró curioso. Después se echó a reír.
─ Supongo que así será más cómodo para usted protegerme.
Edmund no pudo evitar que asomara el asombro a sus ojos, aunque enseguida recuperó su
aire impasible.
─ Eso también, pero sobre todo porque ella y mi hijo podrían verse involucrados en este
asunto, ya que parece saber el peligro que corre, ¿no sería más sensato convencer a Rose
para que vuelva conmigo a Corthouse?
Se instaló aquella misma noche, y no, no le gustó su habitación, esta estaba al final de un
corredor, en la parte baja de la casa. Dedujo que debía haber sido en algún tiempo, la del
mayordomo, pero no protestó. Su mujer valoraría los esfuerzos que él estaba dispuesto a
realizar por ella. Por ellos.
Aun cuando hubiera querido tomar parte en las conversaciones entre padre e hija, le
resultaba casi imposible. Redclive le planteaba problemas matemáticos a su hija, que
resolvía divertida, al parecer con acierto, dada la reacción de su padre, cuando él ni
siquiera entendía el enunciado. Una profunda admiración por Rose empezó a nacer.
Rose estaba terriblemente enamorada, lo supo en cuanto le vio acercarse a ella el día que
estaba vomitando sobre los rosales. Pensó que ignorarlo conseguiría que Edmund se sintiera
como un estúpido y volvería a su casa o a Londres con su querida. Él había utilizado ese
método con ella y casi funciona.
Habían pasado casi tres semanas, y aún permanecía en la casa, a pesar de la habitación que
ocupaba, poco soleada y terriblemente húmeda, a pesar de que le ignoraba hasta llegar a
veces a mantener conversaciones a través de su padre.
A pesar de todo eso, él la miraba con ternura. Aquello la desconcertaba más que ninguna
otra cosa. No ayudaba que cada vez que él la tocaba, ella se estremecía.
Cada día que pasaba se sentía más tentada de aceptarlo de nuevo. Algunas noches mientras
esperaba el sueño, jugaba con la idea de atreverse a buscarlo, pero su orgullo recuperaba el
mando de su voluntad, se daba la vuelta en la cama y empezaba a divagar sobre la teoría de
los números imaginarios.
Capítulo 11
Oxford. Febrero de 1805.
Aquel domingo se celebraba la festividad de San Blas con un pequeño almuerzo en la casa
del vicario, por supuesto estaban invitadas las personas más importantes del lugar, el
marqués de Surrey, su hijo, el Sr. Redclive, el terrateniente de la zona, el médico y el
abogado con sus respectivas familias.
Fue la Señora Emerson, la mujer del terrateniente quien busco la compañía de Rose al
conocer su estado. Después de darle todos los consejos y transmitirle toda la sabiduría que
poseía como madre de cinco criaturas, terminaron hablando de la temporada que estaba a
punto de comenzar en Londres.
─ Pero querida, el marqués me ha asegurado que irán. Incluso ha sido tan amable de
invitarme a su fiesta, un baile en su honor para anunciarle al mundo la noticia, eso me dijo.
Si la preocupa Lady Ocam, debe olvidar a esa mujer.─ de repente la humillación volvió a
Rose con más fuerza que nunca, sintió como el calor subía hasta la punta de sus orejas, pero
se mantuvo impasible sonriendo a la señora Emerson, está se sintió animada a continuar con
el tema.─ Ella ya no representa ningún peligro para usted, usted es la vizcondesa y está
esperando al futuro heredero, si es niño, claro, en cualquier caso ella se pasea con su nuevo
amante, parece que no le importan las habladurías. Desde que su marido la dejo ha perdido
completamente la razón.
─ ¿Tiene un nuevo amante?─ Rose había supuesto que Edmund había terminado con la
condesa, incluso había fantaseado que lo hubiera hecho por ella. Si resultaba que estaba con
ella porque la mujer se había buscado a otro, no le perdonaría, se dijo. Esperó con el
corazón encogido.
─ Lord Charles Horton, la oveja negra de la familia. Un sinvergüenza, muy guapo, muy
simpático, con una fortuna considerable también, pero es un libertino de la peor clase. No
dejaría que se acercara a mis hijas ni aun cuando fuera el último hombre sobre la tierra.
Rose supo que mentía, cualquier dama con edad casadera buscaría emparentarse con la
familia del Duque de Gloucester, aunque fuera a través de la oveja negra.
Al día siguiente, durante la comida, el vizconde había decidido iniciar la conversación para
evitar ser excluido, la última semana había consultado más manuales de matemáticas que
durante sus años de universidad, todo para entender las conversaciones entre padre e hija y
poder comprobar que no estaba siendo objeto de ninguna broma de los dos.
─ Lo han traído en persona. Al parecer...─ miró a Rose y continuó.─ Es más seguro así.
─ Está bien.
Dentro había dos cartas lacradas. Ambas estaban codificadas, así que Redclive saco de una
caja fuerte los libros de claves, y se pusieron a la par a transcribir los mensajes. Redclive
lamentó no contar con la ayuda de Rose, completar el mensaje les llevó varias horas.
La segunda carta, mencionaba a un agente francés, conocido como Polifemo, que había
conseguido llegar a Londres después de haber conseguido esquivar a los agentes que lo
estaban esperando en Bristol. Polifemo, era un hombre de mediana edad, con un aspecto de
profesional acomodado, y todo indicaba que podía ser escocés.
El primer ministro había ordenado al marqués de Surrey y a Lord Stirling colaborar en este
asunto sin reservas. Y ordenaba que se reunieran con él en Londres en dos días.
Él se acercó a ella hasta que su calor la envolvió. Permaneció detrás de ella, como una
mera presencia, ella se sintió tentada de apoyarse contra su cuerpo, pero consiguió
mantenerse firme. De repente la boca de su marido estaba en su cuello, junto a su oído. Se
estremeció y rezó para que él no se hubiera dado cuenta. Pero si se dio cuenta. Le pasó los
brazos por la cintura y la recostó contra él.
─ Me gustaría que vinieras conmigo...─ le dijo al oído.─ ¿Es que nunca vas a perdonarme?
─ Dejaste muy claro lo que querías de mí. Yo llevo a tu heredero en mi vientre, ahora es
cuando cada cual hace su vida. ¿No?
─ Te extraño.
Intento apartarse, pero no pudo moverse dentro de su abrazo. Edmund la siguió acariciando
con sus labios, mientras trataba de convencerla.
─ Estamos casados. Yo te deseo, y sé que tú también me deseas a mí.─ le volvió la cara con
una mano para poder besar sus labios, un roce apenas, y después un acercamiento lento y
mullido hasta que aprovecho un suspiro de Rose para entrar en su boca, la fue girando poco
a poco sin dejar de besarla hasta que ambos estuvieron frente a frente. Ella se aferró a su
cuello sintiéndose más feliz de lo que debería, pero sus sentidos estaban despertando de su
letargo y desterró cualquier pensamiento.
Él tomó su mano y la condujo hasta su habitación, ella se dejó llevar, simplemente porque
estaba valorando si debía o no consentir a los deseos de su cuerpo. No había tomado una
decisión cuando ya estaba recostada sobre la cama, Edmund había desabrochado el vestido
y mientras tiraba de él, besaba cada pedazo de piel que quedaba al descubierto.
Ella empezó a acariciarle el cabello, a mirar mientras la besaba con hambre el cuello, la
clavícula, mordía suavemente durante su recorrido descendente. Cuando llego a los pechos,
los acarició con los labios, con sus mejillas rasposas, con la lengua.
El suspiro de Rose inundó la habitación de una pasión que hasta ese momento era reprimida
por ambos. Ahora sin ataduras ni distancias, sus cuerpos, libres de toda la ropa, de todo
estorbo para sentir otra cosa que no fuera la piel del otro.
Él no sé qué, explotó entre ellos como un mar enfurecido, como una lluvia de meteoritos
incandescentes, sus cuerpos se movían, galopaban al unísono, y ambos perecieron en las
manos del otro.
─ Ha sido maravilloso.─ dijo Edmund atrapándola entre sus brazos, mirándola a los ojos,
bebiendo de ellos, sintiendo de nuevo renacer las ganas de volver a amarla, pero no con su
cuerpo, sino de una manera más trascendental.
─ Antes de irme contigo a Londres quiero saber quien rompió la relación y porqué.
─ Rose no estropees un momento tan mágico como este, hablando de una mujer que no lo
merece.
─Necesito saberlo.Edmund vio en la mirada de su mujer una vulnerabilidad que le asusto.
Ella sufría por su culpa. Era una sensación agridulce.
─ Lady Ocam es el pasado, tú eres mi presente y mi futuro. Eso es lo único que debe
importarte. No habrá nadie más. Te lo prometo.
Capítulo 12
Partieron al día siguiente para Londres y Edmund se guardó la carta de su primo, la que le
entregara en Fowey, en el bolsillo de la chaqueta En casa de Redclive no hubiera tenido la
intimidad necesaria para hacerlo, ni tampoco había tenido tiempo, ocupado como había
estado persiguiendo a su esposa.
El viaje fue corto, apenas dos horas. El conde de Carrick les estaba esperando en Londres.
Rose fue acompañada por el ama de llaves a su habitación, mientras su padre, su marido y
su suegro se reunían en la Biblioteca.
Allí se sentaron alrededor de una mesa que estaba situada frente a la chimenea. Sobre ella
un montón de carpetas se apilaban, dejando asomar algunas hojas.
─ No pensamos que vendrías tan pronto.─ le dijo su padre al verlo entrar.
─ ¿Qué es exactamente lo que está pasando?
─ Supongo que no puede evitar ser el mejor, y que todos seamos consciente de eso. Me
alegra saber que se encuentra bien.─ dijo Edmund a su padre.
─ Esa era la buena noticia.─ dijo el conde, adoptando una expresión sombría miró a
Redclive.─ Tienen a Virgil. No conozco a su hijo lo suficiente para saber si delatará a su
propio padre o asumirá su destino.
─ Virgil es fuerte, pero si han llegado hasta él, quiere decir que están cerca de mí…, de mí.
Quizás sería conveniente que desapareciera una temporada, un viaje al norte.
─ No. No podemos correr riesgos.─ dijo el conde.─ Se quedará aquí, hay hombres
encargados de su seguridad, la de todos nosotros. Lo que nos interesa saber, es ¿cuánto sabe
Virgil de Redhouse, del código, de las informaciones que han llegado a sus manos?
─ Eso es algo que tendrá que contestar Lord Stirling. Yo no estoy autorizado, crean que lo
lamento.
Rose se retiró temprano a su habitación, Edmund después de compartir una copa con su
padre y su suegro, les dejó en la biblioteca, y se dirigió a la habitación donde estaría Rose
seguramente llorando por el destino de su hermano. Pero la encontró dormida. Al mirarla
descubrió unas ojeras que no recordaba, y una palidez que le asustó.
Se quitó la chaqueta y la dejó sobre la silla, mientras la miraba dormir. La sintió tan
vulnerable, que olvidó su deseo de amarla, deseó poder consolarla con cada poro de su
piel, absorbiendo el dolor hasta su propio cuerpo, se desvistió y se acostó a su lado, ella se
acurrucó contra él, seguía dormida, pero esta vez entre sus brazos, que era donde debía
estar.
Su calor y su aroma le hicieron olvidar sus intenciones. Al tenerla entre sus brazos, la
plenitud le invadió, y comprendió dos cosas. Estaba enamorado de su mujer como nunca
antes había amado, ni siquiera a Elizabeth, y moriría por ella, para hacerla feliz.
Con caricias sensuales fue levantando el camisón, ella ronroneó dormida bajo sus caricias,
mientras su mano se paseaba por su vientre y sus caderas, su boca había tomado uno de sus
pechos, la sintió estremecerse, su boca fue bajando recorriendo su vientre, la recorrió con
los labios desde el cuello hasta el ombligo, deteniéndose en sus pechos, donde mamaba
suavemente mientras ella respondía con ansiedad a sus caricias. Se posicionó entre sus
piernas, empezó a rodar sus pezones entre sus dedos, mientras su boca dejaba un sendero de
humedad en su estómago, su vientre, siguió bajando, se volvió loco con el aroma de mujer.
El la miró por encima de su vientre, sin dejar de besar y mordisquear su objetivo, sus
miradas se encontraron, la de ella estaba completamente velada por el placer, después cerró
los ojos cuando su cuerpo explosionó en fragmentos de colores. El la penetró en el momento
en que ella parecía bajar de la nube. El notó alrededor de su pene las últimas contracciones.
Se quedó quieto sobre ella, sus miradas se encontraron, en aquel momento fueron uno, y
ambos lo sintieron. Sus bocas se encontraron en un beso perfecto, un beso que sabía a ella, a
él, a ellos.
Un beso que les abrió el apetito de más besos, el empezó a moverse despacio, les faltaba el
aire así que tuvieron que renunciar a los besos por un momento, sus labios a pocos
centímetros, compartiendo el aire que necesitaban para respirar.
Él empezó a moverse más rápido, ella echó la cabeza hacia atrás, dejando su cuello al
descubierto, él la mordió la clavícula mientras ella le clavaba las uñas en los costados
intentando detener la corriente que la llevaba sin control hacia una catarata, un abismo de
oscuridad, donde se presentía la llegada del no sé qué.
Ella se rio contra su piel, se estremeció en un placer diferente. Era la primera vez que la
veía reírse, o mejor dicho, la sentía reírse, cosquillas sobre su piel, que le hicieron desear
que el tiempo fuera eterno en aquel momento.
─ ¿No sería mejor que pidieras el azúcar con té?─ bromeó él.
─ Es lo único que me aquieta el estómago.─ confesó ella entre sorbo y sorbo.
─ Tengo cosas que hacer esta mañana, pero me gustaría que saliéramos esta tarde juntos.
¿Qué te apetecería hacer?
─ Podrías acompañarme a comprar algunos libros.
─ ¿Puedo irme tranquilo sin temor a que eches a mi hijo por tu boca?
Ella le sonrió y él quedo suspendido en ese instante. Como podía estar tan ciego para no
haber descubierto a Rose mucho tiempo antes. Haberla tenido todo el tiempo a su lado, sin
darse cuenta de que era lo mejor que la vida le había dado nunca.
Rose había tomado tres tazas de té y el malestar matutino desapareció, después de asearse
volvió a su habitación, estaba a punto de llamar a la doncella para que la ayudara a vestirse
cuando vio la chaqueta de Edmund.
Se inclinó a cogerlo. Sabía que no debía hacerlo, pero lo hizo. Leyó el contenido,
sintiéndose culpable al descubrir que era una carta de su primo, y no de su amante,
reconoció el código en el que estaba escrita la segunda parte de la carta. Como siempre la
ocurría, para ella leer uno de sus códigos era como para cualquiera leer en su propio
idioma. Guardó la carta en el sobre, y la volvió a colocar dentro de la chaqueta. Lo que su
primo le decía a su marido, era demasiado importante, decidió que no le diría nada a nadie,
ni a su propio padre. La situación de Virgil le vino a su memoria, y se sintió terriblemente
desanimada. La maldita guerra hacia que todo el mundo se volviera loco, e hicieran cosas
que nunca harían de otro modo.
Cuando bajó a desayunar, en la mesa del comedor estaba el conde de Carrick, se levantó
para saludarla.
─ Te doy las gracias por hacerme abuelo, y por mantener a mi hijo en el buen camino.
─ No estoy segura de ser capaz de llevar a mi esposo donde el no quiera ir.
─ Créeme cuando te digo, que él te seguirá a donde quiera que vayas. Cuando nazca el
bebé.─ dijo el conde tratando de cambiar de tema pero absolutamente feliz, lo que se
manifestaba en una gran sonrisa.─ Pienso regalarle un precioso poni, y a su madre le
entregare las esmeraldas de la familia.
─ Prefiero, con diferencia, que sean capaces de devolverme a mi hermano.
─ No dudes ni por un momento que lo haremos. Tu hermano estará aquí para celebrar la
noticia del nacimiento de su sobrino.
Capítulo 13
El Duque de Betwich vestía unos pantalones de lana descoloridos, y unas botas de gamuza
con suela de piel, llevaba el torso al aire. El sudor le caía por el pecho y la espalda
mientras cortaba la leña en pequeños trozos, que se iban apilando al lado izquierdo del
tocón.
Su rostro estaba contraído por el esfuerzo. Sus ojos estaban mirando sin ver, sus
movimientos eran mecánicos. Su pensamiento estaba en otra parte por eso se sobresalto
cuando escucho la voz de Virgil Redclive a su espalda.
─ No quisiera que se molestase conmigo, Sr. Grant. ─ dijo Virgil disimulando el terror que
le inspiraba el gigante. ─ El guisado de liebre esta recién hecho, al igual que él pan.
El Duque, Sr. Grant en ese momento, miró a Redclive en sus ojos apareció una sombra que
hizo que Virgil se estremeciera.
─ Vayamos entonces a comer. ─ se limpio con la camisa el sudor y se la metió sobre la
cabeza, Virgil no pudo evitar sentir un estremecimiento.
Desde que le habían secuestrado a la salida del despacho de Lord Stirling, estaba aterrado,
él no era un hombre de acción sino de ciencia. Había hecho caso a su padre quien deseaba
colocar a sus hijos en los mejores puestos de la sociedad. Lo había conseguido con Rose,
pero con él había fracasado, no sólo se había dejado atrapar, sino que odiaba el trabajo que
hacia, no le gustaba la guerra, ni las conspiraciones, ni la corrupción que atraía a los
tiburones que llegaban al olor de sangre.
Tendría que resistir la tortura si es que llegaba. Porque parecía más un invitado que un
rehén, aquello le producía un desequilibrio mental, pues no sabía si tenía que tratar de
escapar, o matarse antes de que empezara la tortura y terminara descubriendo a su hermana,
o simplemente esperar que trataran de canjearlo por otro agente francés. Esta era la
posibilidad que más pesaba, ya que llevaba dos días secuestrado y no le habían dicho ni
hecho nada.
Cuando entraron en la casa, un hombre mayor muy parecido al Sr. Grant, Betwich, estaba
sirviendo la mesa, Virgil fue el último en sentarse.
─ Sr. Redclive.─ dijo el hombre de mayor edad. ─ Necesitábamos de sus servicios por
varias razones, pero la fundamental es porque tenemos el convencimiento de que usted será
capaz de decodificar esto.
Betwich observo como su padre entregaba un pergamino amarillento por el tiempo al joven
Redclive. Este asintió con la cabeza.
─ Esto no tiene que ver con la guerra, ¿Verdad? Es un código antiguo, era uno de los que
solía utilizar mi padre en sus tiempos. No creo que tarde demasiado en descifrarlo si es lo
que quieren.
Durante toda la noche, el joven Redclive estuvo haciendo su trabajo, lo que mejor se le
daba, sobre todo cuando no había muertos ni guerras de por medio. Se quedo sorprendido
cuando completo el texto.
─ ¿Podemos confiar en que si le dejamos con vida, olvidará el trabajo que acaba de
realizar?. Como habrá comprobado no tiene nada que ver con la guerra, es un asunto
familiar.
─ No. No lo creo. Ha llegado el momento en el que debo informarle que trabajo para Lord
Stirling, esta es una casa escondida, un lugar donde se refugian las personas que tenemos
que proteger.─ Betwich hablaba mirándole a los ojos, tratando de descubrir la capacidad de
traición del joven Redclive.─ Permanecerá aquí dos semanas más, después volveré por
usted y le entregaré a su casa, sano y salvo.
─ Eres un traidor., el comandante Blanche tenía razón cuando puso a Polifemo para
vigilarte. Él es mucho peor que tu, mucho peor. Te abrirá en canal y te colgara como un
ternero.
─ ¿Realmente piensas que hay alguien peor que yo?.─ Betwich sonrió sin mover los labios,
algo difícil, que le confería a su rostro un aspecto mucho más siniestro, lleno de sombras.
─ Voy a morir. Pero me alegra saber que nunca llegaras a todos nuestros agentes. Le
Blanche se guardo varias cartas en la manga, puede que Le Maison confíe en ti, pero el
comandante sabrá que tu tienes que ver con mi muerte. Será tu fin.
─ Espérame en el infierno entonces.─ dijo Betwich acercándose a él.─ Pero antes vamos a
saber si ciertamente no dirás nada.
─ Admiro tus métodos, pero preferiría no tener que presenciarlos. Ahora es todo tuyo.
Regreso a Londres.
─ Tenemos a Virgil en la otra casa, quizá deberías ir a buscarle y llevarte el mérito de su
salvación.
Apenas salió Lord Peter de la casa, Betwich desató al prisionero. Este sonrió con gran
satisfacción.
─ Me encanta tu sentido dramático de la vida.
─ Mi padre se ha marchado a Jamaica, esperará allí hasta encontrar algún rastro del Sr.
Milton. Tú te marcharás mañana hacia el penal de Nueva Zelanda, tienes que empezar a
sobornar a las autoridades allí. Pronto vamos a necesitar sus servicios.
─ Elizabeth controla a Ocam. Es una pena que por su lascivia haya perdido a Edmund,
ahora es más importante que nunca que sepamos donde se encuentra en cada momento. Ya
veré como soluciono ese problema. El problema ahora es Polifemo. Esta deseando acabar
con todo. No sé si podré impedírselo.
─ Esta descontrolado. Me alegro de poner todo un océano de por medio. Tendrás que
acabar con él, tarde o temprano.
─ No hasta que no tengamos todas las piezas. Él sabe que mientras tenga el diario
codificado es intocable para mi.
─ ¿Me dirás que contenía el pergamino?
─ Fue vendida a un negrero. El capitán Milton fue el encargado de hacer el negocio. Un
comerciante que opera principalmente en Jamaica.
─ Eso es buscar una aguja en un pajar. Quizá tendríais que darla por muerta, seria mas fácil
para vosotros.
─ ¿Que sería más fácil?.─ una sonrisa triste asomó a la cara del Duque.─ Si la diera por
muerta, ¿Como podría vivir con mi conciencia?
─ Al fin y al cabo...─ La mirada del Duque le atravesó interrumpiendo lo que fuera a decir.
─ Ella no ha tenido la culpa de nada. Sea lo que sea lo que haya pasado, va a contar
siempre con mi apoyo y el de mi padre.
─ ¿Que harás con el verdadero Prometeo?
El Duque le miró durante unos segundos, como si tratará de decidir si contárselo o no.
después simplemente se encogió de hombros.
Capítulo 14
Cada uno se dedicó a sus propios asuntos, después del desayuno, sólo que Rose no tenía
asuntos a los que dedicarse, no tenía amigas a las que visitar, sus conocidos eran
caballeros, las amistades de su padre y su hermano, así que se decidió por leer algo en la
biblioteca.
─ Puede avisar a mi suegro por favor, si está dispuesto a acompañarnos no tengo problemas
en recibirle.
─ Buenos días, Lady Rose Cortwind.─ saludó el visitante.─ Me alegra encontrarla tan bien.
─ Muchas gracias. Por favor siéntense. ¿Les apetece un té?
─ No, sólo quería felicitarla por su matrimonio y comprobar que estaba bien. Me esperan en
otra parte.─ El visitante estaba nervioso, ella no pudo decidir si era por verla a ella, o por
la presencia del conde.
─ Sólo asistiremos a unos pocos eventos dado el estado de Lady Cortwind. Pero no dudo
que en algún momento podamos coincidir. ¿Es usted miembro de algún club?
De manera sibilina y con el tono prepotente que utilizaban las clases superiores al dirigirse
al resto del mundo, le dio a entender que aun cuando Rose participara en la temporada, no
coincidirían en el mismo circuito social.
Cuando Edmund regresó a la mansión, se dirigió en primer lugar al estudio para informar a
su padre de la reunión con Lord Stirling. Traía una carpeta llena de los documentos que
habían confiscado hacía tiempo por los hombres del Lord del alto almirantazgo. El primer
ministro estaba furioso con ambas redes y había ordenado tanto a Stirling como al conde
que no se escamotearan información, debiendo actuar de manera coordinada en lo sucesivo.
No es necesario decir que ambos hombres se tomaron bastante mal la orden, pero ambos la
obedecieron sin reservas.
─ Cuando Rose, se presentó en sociedad hace dos años, todo el mundo esperaba que él la
propusiera matrimonio, pero se casó a toda prisa con la señorita Crouser
La cara de Edmund se convirtió en piedra, y sus rasgos se tensaron bajo su piel. Por alguna
razón había imaginado que Rose había estado escondida en Oxford esperando a que él,
llegara a ella. Se sintió celoso, pero lo disimulo jugando con una tabaquera que había sobre
la mesa de su padre.
Al pasar junto a la biblioteca vio a su mujer leyendo. Estaba sentada sobre sus pies e
inclinada sobre un enorme libro. Le sorprendió verla tan concentrada, la observó durante
unos minutos, tratando de adivinar si la visita la había afectado de alguna manera,
¿Seguiría Rose enamorada del tal Mortimer?, se preguntó. Después de la noche anterior, lo
dudaba, pero el sexo con su esposa siempre había sido algo magnifico, y al fin y al cabo, no
sabía nada de la mujer con la que se había casado. Estaba aprendiendo a conocerla y
valorarla ahora, pero ¿seguiría ella sintiendo algo por aquel hombre? ¿Sobreviviría si ella
le engañaba? El miedo y los celos le hicieron prisionero, tuvo que controlarse para no
perder su aplomo cotidiano, hubiera querido cogerla entre sus brazos y zarandearla hasta
que confesará que el único hombre en su vida era él.
Al acercarse, ella se sobresaltó y se puso de pie. Él tenía el ceño fruncido, estaba enfadado,
pero ella no podía imaginar los negros pensamientos que le crecían a su marido.
─ Tendríamos que diferenciar entre secreto y discreción y entre ocultar algo vergonzoso o
algo vergonzante. Creo que es un tema de conversación que debemos profundizar esta tarde
durante nuestro paseo.
─ Me parece bien, y supongo que una vez establecida la diferencia entre unos y otros, la
necesidad de mantener los vergonzosos en secreto, y confesar los vergonzantes. ¿Qué
opinas?
─ No estoy seguro de que te permita mantener ningún secreto, así que te sugiero que hagas
una lista sobre todos los tuyos, y me des cuenta de todos y cada uno de ellos, para que yo
pueda decidir si debo perdonarte o quizás imponerte alguna penitencia, antes del perdón.
Ella le beso, era la primera vez que tomaba la iniciativa, le supo tan dulce como siempre, la
deseo tan intensamente como siempre, pero la sombra de Mortimer se había extendido sobre
su corazón. Nunca hubiera sospechado que pudiera sentir celos por nada o por nadie. Pero
estaban allí, mordiéndole el pecho, que palpitaba acelerado por los besos de su mujer.
Durante el paseo de aquella tarde, él preguntó sobre el libro que ella había estado leyendo,
Rose se entusiasmó explicándole algunos conceptos matemáticos, cuando llegó a los
números imaginarios, decidió besarla.
Apenas una leve presión en los labios, un gesto espontáneo que hizo que ella se ruborizase
hasta las orejas, y rápidamente volteara la cabeza para comprobar si alguien los había visto.
─ No es infrecuente que un marido bese a su mujer.─ se estaba burlando de ella, pues era
del todo escandaloso besarse en público, aun cuando como en aquel momento, no hubiera
testigos para hacer rodar el chisme.
Durante su visita a la librería, siguió a Rose hasta las estanterías que contenían tratados de
ciencias y matemáticas, después de comprobar que aquella zona estaba desierta, la abrazó y
la besó.
Ella luchaba como un gato arisco, sin violencia pero revolviéndose para salir de sus brazos.
─ Por favor, Edmund.─ le pidió.─ Esto me resulta muy embarazoso. Alguien podría vernos
─ Volvamos a casa entonces.
Ella le miró y él vio en sus ojos que compartían el mismo deseo, hubiera deseado hacerla
suya allí mismo, pero pensó que ella no lo gozaría, demasiados prejuicios para disfrutar del
sexo en un lugar público, así que la tomó de la mano, y volvieron de nuevo al carruaje.
Regresaron a casa diez minutos después de haber salido.
Saltó del carruaje y ayudo a Rose a bajar antes de que llegara el lacayo, la tomo de la mano
y la condujo directamente a la habitación.
Empezó a desvestirle, estaba terriblemente excitado aquello divirtió a Rose que se dejó
desnudar. Después de ayudarle con la chaqueta, hizo el intento de desabotonarse la camisa,
pero él no se lo permitió, se la sacó por la cabeza. Ambas prendas quedaron precariamente
colgando del respaldo de una silla.
Intento sacarse las botas, pero no podía solo. Ella sin imaginar el efecto que tenía sobre él,
se giró de espaldas y tomo la bota de su marido entre sus piernas, y tiró de ella. Edmund fue
incapaz de resistir la tentación de acariciar sus nalgas mientras ella estaba en aquella
postura. Pensó que podría estallar allí mismo, el deseo empezaba a doler.
La sentó sobre su muslo, y la abrazo contra él. Mientras besaba su cuello, una de sus manos
había alcanzado uno de sus pechos, después de mantenerlo en su mano, empezó a pasear el
pulgar en círculos alrededor del pezón. Cuando este reaccionó, lo aprisiono entre sus dedos,
y suavemente lo fue exprimiendo, ella jadeaba moviéndose contra su muslo.
Fue entonces cuando él buscó su boca, la besaba con ansia, mientras con la mano que tenía
libre empezó a acariciar su estómago, para ir bajando por su vientre hasta encontrar el lugar
más necesitado y palpitante de su cuerpo. Recorrió con sus dedos la extensión de sus labios,
sin tocar allí donde ella quería, lo que la hizo mecerse contra el muslo y la mano, buscando
lo que necesitaba.
La mano encontró el monte que coronaba su humedad y empezó a frotarlo, de arriba abajo, y
cuando ella explotó, siguió haciéndolo en círculos consiguiendo de nuevo que volase en sus
brazos.
No podía esperar más, desabotonó el pantalón, y la montó encima de su sexo, ella parecía
agotada por el placer, así que cogiéndola por las caderas la enseñó a moverse, al mismo
tiempo que él se lanzaba hacia arriba buscando su propia liberación.
Rose no tardó en sentirse de nuevo cabalgando las sensaciones que la arrastraban hacia su
destino, y apoyándose en los muslos de su marido, no necesito más guía para mecerse sobre
él, se frotó, y bajó, y subió, cuando él alcanzo su placer, la apretó fuertemente contra su
cuerpo, ambos estremeciéndose al mismo tiempo, vibrando piel con piel, hasta sus
corazones parecían latir al mismo ritmo.
Cuando ella se levantó, volvió de nuevo a su posición inicial para quitarle las botas, él se
dejó caer de espaldas sobre la cama, riéndose.
Se incorporó sobre los codos, y con el otro pie empujo las nalgas de su esposa, que
gloriosamente desnuda se tambaleó hacia delante con la bota en la mano.
A la fiesta de máscaras de las cortesanas, solían acudir la mayoría de los caballeros que se
encontraban en Londres para la temporada, caballeros casados en su mayoría, aunque
tampoco faltaban caballeretes en busca de mujeres fáciles con las que poder dar rienda
suelta a sus bajos instintos. La diferencia entre unos y otros, era que los primeros solían
buscar una querida que mantener con cierta discreción mientras los segundos pretendían
conseguir una mujer con la que fornicar, a ser posible sin tener que pagar, y en el peor de
los casos manosear a tantas mujeres como fuera posible en el atestado salón.
Las fiestas de las cortesanas, a veces terminaban en orgías, que degeneraban en tumultos,
cuando algún caballero usaba y no pagaba, o pagaba y era otro el que tocaba.
Aquel fue el lugar que eligió Madame Celina para la reunión con los agentes franceses. Un
lugar donde nadie se fijaba realmente en los hombres, a excepción de las cortesanas,
algunos caballeros procuraban no ser descubiertos por sus conocidos, mientras otros
precisamente iban a la fiesta para encontrarse allí con sus amigos. Las máscaras ayudaban
también a mantener las identidades de cada quien a salvo. En aquella fiesta menos el rostro,
todo lo demás solía estar al descubierto.
Madame Celina llevaba una máscara que cubría la mitad de su cara, y que se adornaba con
plumas de color verde, haciendo juego con un vestido transparente que mostraba claramente
el corsé y la ropa interior. Su escote era tan bajo que los pezones, que llevaba pintados de
rojo, quedaban a la vista. La acompañaba un séquito de prostitutas, mujeres que trabajaban
en su local y que llevaban vestidos tan escandalosos como su patrona, aunque ni las
hechuras ni las telas tenían la calidad de las ropas que vestían o desvestían a Madame
Celina.
Lord Charles Horton, había sido uno de los que habían ido a la fiesta, no llevaba máscara
porque no necesitaba esconder su verdadera naturaleza. Recorrió la sala saludando a
quienes reconocía, y devolvía el saludo de todos y de todas. Visito varias veces las
habitaciones traseras, donde se practicaba el sexo, con distintas mujeres antes de
encontrarse con Madame Celina que parecía algo molesta.
─ ¿Y bien?─ preguntó uno de los hombres de la comitiva, un hombre que por su aspecto
parecía el mayor de todos, y también el de menor estatura. Bastante regordete.
─ Es difícil de saber, el código está realizado a partir de operaciones matemáticas, dice que
le llevó un año hacer el código y el libro de claves, y que no recuerda bien el proceso, aun
así se está mostrando bastante colaborador.
─ ¿Dónde lo tienes?─ preguntó otro de los hombres. Tanto su aspecto como sus
movimientos, incluido el tono de su voz, mostraba claramente que se trataba de un militar.
─ Bien, bien.─ dijo el regordete y se volvió hacia Charles.─ ¿tenemos las llaves?
Charles se desató el pañuelo dejándolo caer a los lados de su cuello, y se sacó por la
cabeza una cadena de la que pendían varias llaves.
─ Todas están aquí. – se las entregó al hombre.
─ ¿Y usted, milord?─ la pregunta se dirigía al último hombre del grupo, un hombre ataviado
con ropas de caballero que llevaba una máscara veneciana, al contrario de sus compañeros,
todos ellos llevaban una media mascara que les llegaba desde la punta de la nariz hasta el
nacimiento del pelo, y a excepción de Charles, que no llevaba ninguna.
─ El hombre morirá como está previsto.─ su voz sonaba a hueca por debajo de la porcelana
que le cubría el rostro.
─ Charles.─ le dijo el regordete.─ Usted ayudará a Polifemo.
─ No creo que lo haga. Elizabeth es su amante, no quiero que por culpa del despecho me
apuñale por la espalda. Gracias, pero no.
─ ¿La condesa de Ocam es la amante de Polifemo?.─ preguntó el gigante de negro.
Se hizo un silencio en el grupo, que se hizo palpable entre la algarabía de la fiesta.
─ Así es, ella misma me lo confesó.
─ Esa mujer siempre tuvo la boca muy abierta.- dijo Polifemo.
─ No sólo la boca.- dijo Charles mirando los pechos de Celina. ─ Esto no es un juego para
su diversión.─ dijo el caballero regordete─ ¿De qué cree que va todo esto?─ siguió
preguntando en el mismo tono de maestro de escuela a Charles.─ Es la guerra. La gente
muere.
─ Para mi tranquilidad, tanto la guerra como la gente que muere en ella, lo hace lo
suficientemente lejos de mí para que no tenga que pensar demasiado en ello.─ dijo de
manera indolente mirando alrededor a todas las mujeres con aquella sonrisa, que siempre
era recompensada.
─ Son ustedes peor que niños.─ dijo el regordete negando con la cabeza.─ Cada cual sabe
lo que tiene que hacer, nos veremos el 15 de abril, se les indicará el lugar de reunión a
través de Celina.
Se despidieron, y mientras Madame Celina paseaba del brazo de Lord Charles por el salón
con ojos depredadores, los demás abandonaron la fiesta.
─ Ese hombre es un estúpido.─ comentó Celina mientras se acercaban a la pista de baile.
Estaba claro que se refería al militar.
Bailaron un vals de un modo que consiguieron escandalizar a los presentes, lo que no era
una tarea fácil teniendo en cuenta el lugar, y las actividades que se estaban llevando a cabo,
tanto en los cuartos como en los rincones del propio salón de baile. Muchos hombres
aquella noche, hubieran pagado todo lo que tenían, para tener la posibilidad de ser amados
por Celina. Ella sonrió a todos los hombres de la reunión y con su mirada les advertía que
estaba a la venta, aunque su precio era una pequeña fortuna.
Debido a que el vestuario que se había confeccionado con motivo de su boda le quedaba
estrecho a causa del aumento de pecho y de cintura que estaba experimentado su cuerpo, y a
su negativa a ceñirse el corsé para no perjudicar al bebe, la habían dejado sin nada que
ponerse, lo que realmente no la importaba, porque no tenía ningún deseo de mostrarse en
sociedad.
En primer lugar por la situación de incertidumbre que vivía respecto a su hermano Virgil.
En segundo lugar, por la vulnerabilidad que sentía respecto de su situación con su marido,
la idea de encontrarse con Lady Ocam la generaba tanta angustia que la revolvía el
estómago, y la tercera razón era su embarazo. Aunque aún no se notaba demasiado, le
parecía algo impropio mostrarse en su estado.
Finalmente y tras una dura negociación con los hombres de su familia, su marido, su padre y
su suegro, accedió a estrenar cinco vestidos, destinados a los únicos bailes a los que
asistiría durante la temporada. Las modistas fueron a la casa de su suegro, apenas en tres
días tenía todo lo necesario, y alguna cosa más que su marido había mandando hacer para
ella. Estaba empezando a gozar de su posición, entendiendo porque era tan deseable ser una
vizcondesa rica. Su pensamiento voló hasta Lord Mortimer, todavía le dolía muy en el
fondo, que él la hubiera cambiado por dinero. Desecho de su pensamiento a su antiguo
pretendiente para volver a pensar en la mujer que ocupó el corazón de su marido durante
tanto tiempo.
Las cinco fiestas a las que acudiría serían las más exclusivas de la alta sociedad. La que
daría el duque de Gloucester, abuelo de su marido, el del marqués de Surrey, tío de su
marido, el de su suegro, el conde de Carrick del que sería anfitriona, el baile del
almirantazgo, en casa de Lord Stirling, y al de su tío, el barón de Redclive. Ni siquiera
Edmund consiguió convencerla para que lo acompañará al teatro, o a cualquier otro evento
de los muchos que se celebraban durante la temporada.
Rose estaba muy nerviosa ante la perspectiva de su primera fiesta, la relación con su marido
era casi perfecta, quedaban muchas palabras por decir, pero sobre todo, en el corazón de
Rose, pesaban las palabras que él la había dicho en aquella posada camino de Londres.
Cuando estaban juntos y él se mostraba cariñoso, ella las olvidaba, pero no podía evitar
recordarlas cuando se encontraba sola “si no existiera otra mujer, no te habría elegido a ti”.
Ahora irían juntos a un baile donde se encontraría cara a cara, con la mujer que él, sí
hubiera elegido.
La fiesta que se ofreció en la mansión del conde de Carrick, se celebro el 13 de marzo, las
invitaciones habían sido enviadas, pero la nueva vizcondesa de Cortwind, que debería
haberse estrenado como anfitriona tuvo que quedarse en cama.
Divisó a varios de sus primos, y se acerco al grupo, los hombres se callaron al verlo llegar.
─ Soltadlo ya.─ dijo Edmund.
─ Me alegra mucho oír eso.─ dijo Lord John Horton─ a mi padre le simpatiza mucho tu
esposa. Él tiene mucho talento para discriminar a las personas por sus cualidades.
─ Por eso no se entiende, que pudiendo estar con Lady Ocam, Celina o con cualquiera en
realidad.─ dijo Marcus algo envidioso.─ No sea algo más selectivo, pareciera que
cualquier mujer sirve a nuestro adorable primo.
Edmund levantó las cejas de forma interrogativa, y su primo de manera poco elegante
resopló, y continuó hablando, pero en susurros.
─ Ha estado con Lady Stirling y con Lady Forsite que yo sepa. Y las dos mujeres que
podrían ser su madre, se comportan con él como debutantes. Es repugnante.
La música seguía sonando alegre, y las parejas bailaban una cuadrilla. Sus primos se dieron
a la fuga en cuanto vieron acercarse a Lady Ocam, le dejaron solo.
─ ¿Sigues tan enfadado conmigo, que no me invitarás a bailar?─ preguntó coqueta la
condesa de Ocam.
─ Me parece que no seguimos el mismo ritmo, y no me sé los pasos de los bailes que
parecen gustarte últimamente.
─ Yo te enseñaré.─ dijo insinuante y se inclinó hacia delante para que el pudiera apreciar
su escote, y sus pezones.
Pasearon por el salón, la condesa de su brazo hasta que terminó la pieza, y entonces, se
colocaron para bailar la nueva cuadrilla que empezó a sonar en cuanto las parejas
estuvieron colocadas.
Durante los breves encuentros que les permitía la cuadrilla, ella se inclinaba mostrando a él
y al resto de los asistentes el borde de sus pezones, que estaban más rojos de lo que
recordaba. Finalmente se dio cuenta, como el resto de los presentes, de que la condesa se
había pintado los pezones de un color parecido al que llevaba en los labios.
El rumor de que la condesa de Ocam se había coloreado los pezones, se extendió
rápidamente por el salón. Las mujeres se abanicaban frenéticamente en señal de
desaprobación mientras los caballeros trataban de conseguir acercarse lo suficiente para
asomarse a mirar. Alejándose de ella una vez confirmada la sospecha para ir a confirmarlo
a las chismosas, que esperaban sentadas al borde del salón.
Lady Elizabeth, intentó todas sus mañas para mantenerse a la vista de Edmund, cuando la
persecución se hizo evidente, la evitó sin sutilezas. No pudo impedir sin embargo, que se
sentase a su lado durante la cena.
─ Edmund estás resultando ser un hombre molesto, ¿Es que no vas a perdonarme nunca?,
¿No eres capaz de entender como me sentía?─ preguntó la mujer en un susurro, volviendo a
mostrarle sus pechos maquillados.
─ Estaba furiosa contigo.─ dijo la mujer ignorando el tono duro del vizconde.─ Me sentía
vulnerable y Charles se aprovechó. Oh, Edmund, reconoce que nuestra cama se había vuelto
terriblemente aburrida.─ le pasó disimuladamente la mano por el muslo, él se la apartó
bruscamente.─ Pero deseo tanto volver a tu cama, que no me importará si esta tu esposa en
ella.
La idea le repugnó. La idea de acostarse con dos mujeres, era una de esas fantasías con la
que todo hombre jugaba, pero era algo que uno sólo podía plantearse realizar con
prostitutas. La idea de Rose participando en algo así, terminó de revolver su estómago y
despertar del sueño que le había mantenido atado a esa mujer.
Durante menos de dos segundos, se sintió tentado a probar con Elizabeth y quizás Madame
Celina. Se imaginó a sí mismo en la misma posición en la que encontró a su primo, y la
fantasía se desplomó. No pudo evitar preguntarse, si hubiera sido capaz de algo así antes de
casarse. La respuesta sonó alto y claro en su cabeza, no.
Decididamente debía ser un hombre poco sofisticado, se dijo a sí mismo, al comprender que
lo único que deseaba era que terminara la fiesta para poder acostarse junto a su mujer, a la
que sólo podría abrazar teniendo en cuenta su estado.
Durante el baile que seguía a la cena, consiguió ignorar a Lady Elizabeth lo suficiente para
que ella se mostrara molesta, pero no lo suficiente para que dejara de perseguirlo.
La condesa de Ocam sintió que le volcaban un jarro de agua fría cuando se anunció el
embarazo de la vizcondesa de Cortwind. Empezó a temblar de indignación y de rabia, trató
de controlarse y discretamente, mientras todos murmuraban las noticias observando al
vizconde danzar con su tía, se escabulló hasta la terraza, con el ceño fruncido se quedó
mirando el jardín, sin verlo.
Se alejó unos pasos hacia la oscuridad, se agarró a la baranda con las manos apretadas
hasta que los nudillos se le pusieron blancos y trato de contener las lágrimas mientras
terminaba el vals.
Sintió un cuerpo masculino apretarse contra su espalda. Imagino que era Edmund, y se dejó
arrastrar hasta el jardín. Trató de volverse para mirarle, pero el hombre enterró la cara en
su cuello impidiendo que se girase a mirarlo, mientras pasaba sus manos por sus pechos,
primero midiéndolos, pesándolos y después tomando sus pezones entre sus dedos. Ella
empezó a gemir de necesidad y se apretó contra el cuerpo masculino.
Ella hubiera querido soltarse al reconocer la voz de Charles, no era a él a quien ella
esperaba seducir aquella noche, pero como siempre, Charles parecía hipnotizarla con su
tacto, y llevarla hasta un estado de excitación que la impedía pensar en otra cosa que no
fuera el placer, nadie la había tocado como Charles.
Estaba jadeando de necesidad y apenas presionaba sus pezones, pero estos transmitían una
corriente nerviosa directamente a su entrepierna. Ese hombre parecía conocer todos los
puntos sensibles de una mujer, como enervar el deseo hasta borrar de su cabeza cualquier
prejuicio, cualquier reparo. Parecía un ingeniero montando un mecano. Encajando las piezas
de forma magistral para alcanzar el máximo placer.
Cuando dejó de acariciarla, sintió que podría morirse, se miraron, él parecía divertido,
levantándola las faldas del vestido por encima de la cintura, la penetró en una única
envestida.
─Has sido buena y te has pintado los pechos, y veo que tampoco llevas ropa interior como
te pedí.─ lamió su oído por dentro, dejándola temblando entre sus brazos, el permanecía
inmóvil en su interior, ella trataba de moverse pero el peso del hombre se lo impedía.
La vio boquear impotente, buscando su boca y restregándose contra él, incitándole a que se
moviera dentro de ella. Finalmente cedió, y sosteniendo los muslos con sus antebrazos la
levantó para dejarla en el aire, y empezó a entrar y salir de ella muy lentamente. Su mirada
estaba estudiando a la mujer, cada detalle, cada gesto, le ayudaba a incrementar el poder
que tenía sobre ella.
Ella se retorcía contra él, rasgándose el vestido contra el árbol que la sostenía por la
espalda, empezó a mordisquearla los pezones y a beber de ellos, degustando el sabor de la
pintura, empezó a moverse dentro de ella, profunda y rítmicamente, hasta que ella gritó, él
se movió más rápido para alcanzar su placer. Apenas un gemido sordo indico que él
también había alcanzado el final.
Salió de ella, el dejo que se resbalara hasta el suelo, se cerró los pantalones.
─ Como siempre ha sido un placer. Pero vas a tener que esforzarte más si quieres mi
atención. La belleza y el sexo no es lo más excitante de una mujer.
─ ¿Qué más puede ofrecer una mujer?.─ dijo sosteniéndose a duras penas contra el árbol.
Lady Elizabeth con las faldas aún por encima de su cintura se dejo caer en el suelo, incapaz
de sostenerse, completamente laxa como consecuencia del placer recibido. Se sentía
terriblemente avergonzada, pero increíblemente viva.
Cuando Charles entró al salón de baile, absolutamente relajado, sonrió de manera inocente a
un grupo de jovencitas que parecían admirarlo entre risitas histéricas. Las saludo con una
inclinación de cabeza, pero no se acercó a ellas. La joven que había permanecido en el
balcón no pudo evitar entrar para contemplar de cerca al caballero, cuya actuación había
presenciado. Se topó con él en las prisas. El frunció el ceño sorprendido.
─ Disculpe.─ Dijo la joven desapareciendo entre la multitud.
Charles trató de encontrarla entre la multitud, por un segundo algo en los ojos verdes de la
muchacha le habían dejado como paralizado, su búsqueda terminó cuando su hermano Lord
John se acercó a él.
─ Espero que algún día puedas contarme en que consiste el juego este que te traes.
─ Quizá lo haga. ─ La sinceridad de su mirada convenció a su hermano mayor, de que
pronto sabría de que iba todo aquello.
Cuando la fiesta terminó, Edmund se recostó contra su esposa, dormía. Incluso con la nariz
roja e hinchada, le pareció la más bella de las mujeres. La abrazo contra él.
El duque había mandado dos tipos de invitaciones. Para los miembros más prominentes de
la alta sociedad, la invitación incluía un pequeño baile de bienvenida y la cena, para el
resto, la invitación se refería al baile que se celebraría después de la cena, en torno a la
medianoche.
Por desgracia para Rose, los condes de Ocam estaban en el primer grupo de invitados, así
que en cuanto tuvo ocasión buscó la compañía de su padre, y trató de mantenerse a su lado,
hasta que la familia del duque dejo el hall de entrada con la llegada del último de los
invitados.
La puerta se cerraría y no se dejaría entrar a nadie más, hasta pasada la medianoche en que
empezaría la segunda sesión de baile. Si alguno de los invitados a la cena se retrasaba,
sabía que no podría entrar hasta que las puertas volvieran a abrirse.
─ Querida mía, ─ dijo su padre sonriendo con malicia.─ La vida puede quebrarse en
cualquier momento. Es ley de vida. Pero nadie podrá tocarte ahora que eres la nieta del
Duque.
La elegancia sobria de Rose contrastaba con la exuberancia de los vestidos del resto de las
damas, todas habían adornado sus vestidos con piedras preciosas o perlas, y lucían joyas
que hubieran servido para el rescate de un rey. Por otra parte, el colorido de los vestidos
que llevaban las damas, iban del rojo intenso al dorado, pasando por distintas tonalidades
del azul y el verde. Las damas solteras vestían colores más tenues, pero todas ellas lucían
unos escotes que mostraban más que ocultaban.
Ella llevaba un sencillo vestido de cintura alta, con un escote que le cubría completamente
los senos, el color del vestido era gris perla y se adornaba con un sencillo bordado en negro
debajo del pecho, en los puños y en los vuelos de la falda. Llevaba unos sencillos
pendientes de oro con una perla. Ningún colgante, y únicamente su anillo de bodas.
De la mano de su padre, de su marido, de su suegro, del duque, del marqués y del vizconde
de Horton, quienes parecían haberse puesto de acuerdo para no dejarla sola, fue
conversando en distintos grupos, mientras en la pista de baile, los colores de los danzantes
vestían el lugar de una magia especial.
Edmund la encontró sentada con otras mujeres. Mientras se acercaba a ella no podía evitar
compararla con el resto. Una ola de amor le recorría al comprender que su esposa, su Rose,
era muy superior a todas ellas. No era la mas hermosa, aunque para él lo era. Pero sin duda
era como un diamante amarillo, raro y valioso.
Su belleza y su elegancia no eran de aquellos que volvían locos a los hombres, como en el
caso de Elizabeth, a la que había visto apenas de pasada, ella había conseguido su amor con
su serenidad y su inteligencia. También con su carácter. Por supuesto, la pasión que ambos
compartían era un secreto que nadie podía imaginar viéndoles tan discretos y comedidos en
público. Parecían de hielo y hierro, pero en la intimidad eran agua de fuego.
Cuando Rose le vio acercarse se disculpó con las mujeres con las que conversaban y se
encaminó hacia él. Sin palabras la llevó al centro de la pista de baile, donde empezó a
sonar el vals que precedía a la cena. De repente el mundo desapareció para ellos.
Bailaron mirándose a los ojos y sintiendo el calor y el deseo del otro, a pesar de mantener
la distancia adecuada, sus cuerpos se rozaban en los giros, y una extraña euforia los
invadió. Cuando caminaban después del baile hacia el comedor, el acarició la mano que
ella mantenía enlazada a su codo.
Después de medianoche, la mansión se llenó de gente, tuvieron que abrirse varias salas más,
para dar cabida a la cantidad de personas que iban llegando. Había cuatro pequeñas salas
donde se jugaba a las cartas, la biblioteca y el estudio se abrieron para que los caballeros
pudieran fumar sus cigarros sin tener que salir al frio de la noche.
Durante la fiesta, a Lady Ocam no le importó ponerse en evidencia, pero esta vez el objeto
de su persecución no fue Edmund, sino su primo Charles. Como dos niños jugando. ella se
acercaba y él se escapaba entre la multitud, cuando parecía que lo había perdido, una mano
le apretaba una nalga, y la sonreía de aquella manera que prometía otro tipo de placeres.
Las caricias disimuladas no pasaron desapercibidas, y el rumor del escándalo se fue
trasladando de boca en boca entre los asistentes.
Ella estaba tan excitada que cuando él cogió su mano, no la importó que lo hiciera delante
del todo el mundo, no la importó que de aquella manera impropia la llevará a través de la
galería, donde otras personas deambulaban en pequeños grupos conversando, y frente a
todos la empujara a uno de los salones, él no se molestó en cerrar la puerta. Eso la excitó
aún más.
─Este juego se juega a mi manera.─ dijo mientras le bajaba las mangas y el escote, dejando
sus pechos al aire. ─ El anhelo es el umbral del placer, mi querida Elizabeth.
La miró a los ojos, no la había tocado pero jadeaba expectante ante el contacto. El sopló
sobre sus pezones, estos reaccionaron irguiéndose, mamó de cada uno de sus pechos como
lo haría un bebé, pero jugando con su lengua y sus dientes. Ella se estaba derritiendo, la fue
empujando hasta que quedo sentada sobre la mesa, se arrodillo frente a ella, y le fue
levantando la falda hasta que solo quedaron a la vista las medias, como la vez anterior, no
llevaba ropa interior.
Estaba paseando indolentemente los dedos por los muslos de la condesa, mientras esta
parecía estar sufriendo una terrible agonía. Apenas había llegado a su centro húmedo y
caliente con su pulgar cuando oyeron voces. El no dejaba de acariciarla mientras las voces
se acercaban. Cuando estaban a punto de llegar, aceleró el movimiento haciendo que se
estremeciera en un placer que la convulsionaba todo el cuerpo. Ella quedo deshecha en un
placer inaudito, extraordinario. Le vio marcharse como en una nube.
Apenas le dio tiempo a esconderse detrás de las cortinas de terciopelo. Con el rostro
encendido, saciada y hambrienta aún, se fue tranquilizando mientras los dos hombres que
acababan de entrar, cerraban la puerta.
Miró por un hueco que dejaba las cortinas de terciopelo de la ventana. Eran dos hombres,
reconoció a uno de ellos, Lord Chierton un aristócrata de baja reputación por dedicarse a
negocios turbios, se preguntó por qué le habría invitado el duque. Después recordó que era
el hermano de la segunda esposa de Lord Justin Horton, el hijo del anfitrión.
─Ya estás aquí.─ dijo Lord Chierton al hombre.─ Ahora yo me lavo las manos.
─No puedo acercarme a ella, no la dejan sola ni un momento. Sólo tienes que decirle que la
espero aquí. Lo que pase después no es asunto de nadie. Nadie lo sabrá.
─Mortimer no insistas.
Lord Mortimer no sabía que estaba siendo observado, por eso se dejó caer en una silla y
apoyando los codos en las rodillas enterró la cara entre las manos, mostrándose tan
vulnerable como se sentía.
Edmund que había estado observando a su esposa durante toda la noche, al igual que el
resto de la familia, para evitar que se sintiera intimidada por la grandiosidad de la familia
de la que ya formaba parte, pero además la miraba porque emitía una luz, que al parecer
sólo el percibía, que le mantenía pendiente de cada gesto, cada baile y cada conversación
en la que participaba.
Cuando la vio salir del brazo de su padre, sintió la necesidad de seguirlos y lo hizo. Se
disculpó con el grupo con el que conversaba en ese momento, y se marchó pensando en la
posibilidad de pasear con su esposa por el jardín y robarle un beso, o muchos, quizá algo
más que un beso.
La galería estaba llena de gente que paseaba, conversaba en corrillos o admiraban las
pinturas que se exponían en el amplio corredor. El apenas se entretuvo saludando con la
cabeza, cuando estaba a punto de entrar en el cuarto donde lo habían hecho su mujer y su
suegro, oyó la voz indignada de este.
─ Te sigo amando. ¿Por qué no me esperaste? Te dije que volvería. ─ Esta conversación ha
durado demasiado.─ dijo Redclive realmente enfadado.─ Mi hija es una dama decente. Si
se acerca a ella de nuevo, tomaré las medidas oportunas. Si no le reto en este momento a un
duelo, es para evitar el escándalo. Pero se lo advierto, ahora Rose tiene detrás de ella una
familia importante, no podrá jugar con ella como hizo en el pasado.
Rose miró a su padre sorprendida y agradecida, nunca le contó nada de lo sucedido, pero al
parecer tenía formas de saber, ahora entendió porqué nunca volvieron a insistir, ni su padre
ni su hermano, para que volviera a Londres.
Observó a Lord Mortimer cuando salió del cuarto, le pareció un hombre que podía gustar a
las mujeres. Apuesto y elegante, un rival a tener en cuenta. Se dirigió al salón en busca de
Rose, pero el deseo de besarla en algún rincón oscuro del jardín dejó paso al deseo de
alejarla de su rival, y del mundo, encerrarla sólo para él.
Cuando Edmund la convenció de volver a Oxford, ella se sintió aliviada de alejarse de las
fiestas y el bullicio de Londres, pero algo en la forma en que se comportaba su marido, la
hizo sospechar que lo que quería en realidad era apartarla de su vida, para retomar su
relación con Lady Ocam. El pensamiento la lleno de una tristeza profunda.
Los recelos que ambos mantenían para sí mismos, actuaban sobre su pasión como una
corriente de aire frio. Seguían amándose con pasión, pero cada cual retenía una parte que el
otro echaba en falta. No era nada concreto, pero estaba allí, tan presente como la cama o los
muebles de la habitación. Una emoción helada que enfriaba el fuego sin apagarlo.
Capítulo 18
Oxford, abril de 1805.
Antes de marcharse a Oxford, Edmund le pidió a Ackinson que averiguara todo lo que
pudiera de Lord Mortimer. Sabía que los celos le estaban volviendo irracional, pero la idea
de que Rose pudiera engañarle era más de lo que podía soportar.
─ Charles, por supuesto, eso ocurre.─ bramó el recién llegado.─ Ahora se ha vuelto
inseparable de Ocam, después de haber mantenido relaciones con su mujer a la vista de
todo el mundo.─ Como si se diera cuenta de repente de las implicaciones de sus palabras,
miró a Edmund casi arrepentido.
─Eso es agua pasada, continúa.─ dijo Edmund quitando importancia al tema.─ ¿Qué es
exactamente lo que ha hecho?
La idea de su primo en la cama con Ocam y Elizabeth cruzó por su mente y le revolvió el
estómago.
El silencio se hizo tenso, Carrick sirvió una copa de brandy que entrego inmediatamente al
marqués. Este la bebió de un trago. Edmund quedó consternado. Una cosa era lo que
Elizabeth fuera capaz de hacer en la intimidad, otra muy diferente dejarse amar en público.
No pudo creer algo así.
─ Seguramente era alguna mujer que se le parecía.─ dijo Edmund.─ Ocam nunca consentiría
algo tan sórdido.
─ ¿Qué piensas hacer?─ preguntó Carrick tratando de mantener la seriedad en su rostro,
pero en el fondo le divertía la poca vergüenza de Charles.
Se marchó enseguida. Rose se cruzó con él cuando bajaba al vestíbulo, el hombre estaba tan
furioso que ni siquiera la vio. Ella que había escuchado la conversación, se quedó
pensativa. ¿Seria capaz esa mujer de algo tan sórdido? ¿La seguiría Edmund amándola? Que
pensaría su esposo de la actitud de Elizabeth. ¿Quizá se sentiría responsable de su actitud, o
ella le estaba castigando?. Ojala tuviera el valor de preguntar.
Dos horas después estaban en Corthouse, después de dejar a Redclive en su casa. Edmund
decidió salir a cabalgar para desentumecerse, aunque lo que realmente le hubiera apetecido
era compartir la siesta con su esposa, pero Rose caía en un sueño demasiado profundo, y
sus caricias sólo conseguían hacerla ronronear dejándolo completamente insatisfecho, ya
que era incapaz de hacerla el amor estando ella dormida, por muy dispuesta que pudiera
parecer al oírla gemir y suspirar.
La tarde resultó cálida y el aroma de la primavera parecía invadir cada brote nuevo. Llegó
hasta el rio, y después, decidió acercarse hasta las posiciones desde donde sus hombres
habían quedado vigilando la casa de Redclive. Encontró al primero de ellos, el Sr. Button
en la cabaña del guarda. Le sorprendió terminando de comer, el hombre se levantó al ver al
vizconde y le saludó, parecía dudar en ofrecerle compartir la comida, de la que apenas
quedaba un pedazo de carne, finalmente le ofreció cerveza. El vizconde aceptó un vaso y se
sentó a la mesa.
─Termine de comer, no se preocupe por mí. ¿Alguna novedad por aquí?─ preguntó a su
hombre.
─Todo tranquilo por esta parte. Dos días después de marcharse un caballero pregunto por el
Sr. Redclive en el pueblo, cuando le dijeron que se había ido, se monto en un carruaje muy
elegante y se volvió a Londres.
─ ¿Cómo era?
─ Era un hombre grande, vestía completamente de negro, le vi de lejos, quizá el párroco
pueda decirle algo más. Fue con él con quien estuvo hablando.
─Ahora que estamos aquí de nuevo, no deben bajar la guardia.
─ Por supuesto, milord.
Se le había hecho tarde para ir hasta el pueblo y volver a tiempo para la cena. Decidió
volver junto a Rose. La necesidad de tenerla a su lado se había convertido en compulsión.
Los celos y la idea que pudiera engañarle le volvía loco. Quería tenerla en todo momento
controlada, para saber donde estaba y con quién. Confiaba en ella, en su honorabilidad,
pero el también era así, hasta que Elizabeth le convenció.
Cenaron los dos solos y después Edmund la amó con desesperación, como si la amenaza de
perder a su mujer, no fuera una posibilidad remota. La desnudó despacio, besó su vientre
apenas abultado y los pechos, ella suspiró. El se incendió, controlando apenas el deseo la
recorrió con las manos y la boca hasta hacerla gemir de aquella manera en que los suspiros
se vuelven roncos y profundos, después la veneró con su cuerpo, moviéndose con ella,
dentro de ella, sobre ella, ambos respirando el mismo aire, mezclando sus lenguas, su
aliento.
Una carrera de fondo que ambos querían ganar, finalmente llegaron a la meta al mismo
tiempo, estaban sincronizados de un modo extraordinario, como dos piezas de un objeto que
sólo se completaba cuando estaban juntos, plenos, agotados y unidos por algo más que el
sexo.
Edmund decidió acercarse a Londres temprano para informar del merodeador, descartó a
Lord Mortimer pues este creía que su esposa estaba en Londres. Cuando Rose encontró la
nota de su marido, todos sus miedos se hicieron realidad. Le informaba que sólo estaría
fuera un par de días. En dos días podría reconquistar a Elizabeth, ahora que lo conocía
mejor, no imaginaba a ninguna mujer negándole nada.
Edmund regresó dos días más tarde, después de reunirse con su primo Peter quien le
informó que sospechaban del lugar donde podría estar secuestrado su cuñado, Virgil, y poco
después se reunió con Ackinson quien le entregó un informe de varias páginas referidas a
Lord Mortimer.
─ ¿Si se sabe donde está, puedes explicarme que hace allí todavía?─ preguntó a su primo
mirándole a los ojos, vio en ellas una chispa de diversión.─ Así que hemos sido nosotros
quien le hemos secuestrado.
─ Algo así.
─ Demasiadas personas procesando la información.─ dijo con pesar.
Lord Edmund, Ackinson junto con el Sr. Redclive, regresaron a Oxford, desviándose a las
afueras del pueblo, donde Edmund tomaría el camino de Corthouse y Ackinson el que le
llevaba a la posada a las afueras del pueblo, donde tenía alquilado un cuarto. Redclive se
había separado de ellos dos kilómetros atrás para tomar el camino que atajaba hasta su
casa.
Algo le pareció diferente cuando se acerco a la mansión, no supo decir que era, pero supo
que algo había pasado. Ningún lacayo llegó al punto para coger el caballo, desmontó y el
mismo lo llevó a las cuadras, allí tampoco había nadie. La sensación le erizó la piel. No
llevaba ningún arma encima, busco entre los utensilios que colgaban en las paredes del
establo.
De entre todos los aperos que colgaban ordenados en la pared, se decidió por un tridente
que se utilizaba para pasar el heno a los compartimentos de los caballos. Dio la vuelta al
establo y se encaminó a la parte trasera de la casa. Llegó al huerto donde la cocinera
cultivaba sus vegetales, saltó la pequeña pared y con cuidado llegó hasta la portilla.
Enfrente estaba la puerta de la cocina. Le recibió de nuevo el silencio. Ni la cocinera ni
ninguna de las criadas se encontraba allí. Estaba erizado como un gato cuando se asomó al
pasillo, nadie tampoco. Con la horquilla en la mano subió corriendo las escaleras y entró en
tromba a la habitación donde debería estar descansando Rose.
Nadie. El terror se convirtió en algo real que respiraba a su lado. Entró en su cuarto a través
del vestidor, sacó una pistola de la mesita de noche, bajó de nuevo a la planta baja con la
horquilla bajo un brazo y empuñando el arma con la otra mano, entró en el despacho y se
hizo con otra pistola, una que guardaba en el último cajón del escritorio, se guardó el arma
en el bolsillo del abrigo.
Armado recorrió el resto de la casa, habitación por habitación, llamo a su mujer, y a los
criados a gritos. Sólo contestó el eco de su propia voz.
Oyó unos cascos de caballo acercarse, se asomó por la ventana y vio a Ackinson con los
dos hombres encargados de vigilar la casa de su suegro, galopando hacia allí. Salió a su
encuentro.
─Hemos visto a su mujer en la posada. Cuando se fueron vimos que Lady Cortwind se había
dejado el guante sobre la mesa, cuando lo recogí encontré una nota dentro.
Leyó la nota, y sintió que el hielo que le estaba corriendo por las venas se deshizo y
comenzó a hervir. Era una nota firmada por Lord Mortimer, donde la citaba en la posada del
pueblo.
─ Bájese.─ le ordenó a uno de los jinetes.─ Usted se quedará aquí y tratará de averiguar
dónde está todo el mundo. Nosotros vamos a buscar a mi esposa. Pero pasaremos antes por
la casa de mi suegro.
Aunque todos los indicios señalaban claramente que algo extraño estaba ocurriendo, Lord
Edmund Cortwind sólo podía pensar en que su mujer se había fugado con un antiguo amor.
Al no poder matarlos a ellos, sentía la necesidad de reclamar a alguien, y Redclive, era ese
alguien.
Redclive reconoció el código, ignorando a su yerno, saco un pequeño libro negro del cajón,
y examino los garabatos, le llevó apenas dos minutos. Edmund que reconoció el mensaje
cifrado, le dejó hacer mientras trataba de controlar sus instintos asesinos.
─ Ese hombre está loco.─ dijo al fin.─ Ha secuestrado a mi hija.
Edmund cogió a su suegro de la pechera y lo levantó sobre la punta de sus pies. Apenas un
segundo, porqué Redclive le empujó violentamente, soltando el amarre de Edmund.
─Ahora me doy cuenta que usted también está implicado, y si no me dice donde esta mi
esposa, juro por Dios que le golpearé hasta matarlo.
Redclive, le tiró la nota del mismo modo que el había hecho anteriormente, junto a los
signos estaba lo que él acababa de escribir.
─Muchacho, por Dios no es momento de perder la calma. Pero me lo esta poniendo muy
difícil. Mi hija ha sido secuestrada, lea usted mismo.
Le soltó, examinó los garabatos y durante algo más de cuatro minutos consiguió trascribir el
mensaje. Coincidía con lo que había escrito su suegro.
“Mortimer está loco. Pretende que nos casemos. Avisa a Edmund para que tenga
cuidado”
Aquello no calmó a Edmund, al contrario, estaba aun más furioso.
─ ¿Me quiere hacer creer que mi esposa, escribiría una nota de auxilio en el código Fit, un
código que sólo conocen unas pocas personas? No soy tan ingenuo, aunque últimamente
todos consigan engañarme.
─Ella ideó el sistema Fit. En realidad la mayoría de los códigos que se han venido
utilizando en los últimos tres años han sido obra suya. No podemos perder el tiempo
discutiendo, tenemos que ir por ella, puede estar en peligro.
─ ¿Mi esposa es REDHOUSE?
─ Es lo que acabo de decir.
Redclive ordenó que le ensillaran un caballo, apenas estaba sobre él cuando llegó el
hombre al que había desmontado en el patio de Corthouse.
─ Se la han llevado, milord.─ dijo jadeando.─ Todos los criados estaban maniatados y
amordazados en el cuarto del carbón.
─ Nada de esto tiene sentido.─ dijo Redclive.─ Mortimer no puede estar tan loco para
pensar que puede casarse con mi hija, cuando ambos están ya casados.
─Quizás tenga planeado que ambos enviuden pronto.─ dijo Ackinson.
─Volveré a Londres.─ dijo Redclive.─ Hay que avisar a Lord Stirling de que el
codificador está en peligro.
─ ¿El no lo sabía?─ preguntó Edmund confundido todavía e incapaz de reconocer la
identidad del codificador en Rose.
─Sólo Virgil y yo lo sabemos. Durante todo este tiempo hemos jugado a despistarles para
que creyeran que era Virgil o yo mismo. O ambos.
─Podemos ir hacia el norte.─ dijo Ackinson.─ La familia de Lord Mortimer tiene una
propiedad por la zona de Shottery. Lord Stirling puede tratar de averiguar algo más en
Londres.
A Edmund le hubiera gustado marcharse directamente desde allí, tal y como estaban. Pero
Ackinson le convenció de la necesidad de prepararse para el viaje, así que regresaron a
Corthouse.
No tuvo ninguna duda sobre la veracidad del secuestro cuando pudo mirar el estado en que
todos los criados de la casa, más de quince, aparecieron ante él con señales de haber sido
golpeados duramente, algunos de ellos presentaba heridas graves que en aquel momento
atendía el doctor del pueblo.
─ Milord, no pudimos hacer nada.─ dijo el mayordomo─ Nos asaltaron dentro de la casa,
alguien debió abrirles la puerta de servicio.
─ ¿Falta algún criado?.─ preguntó Edmund.
─ No he tenido tiempo de hacer averiguaciones Milord, enseguida me pondré en ello.
─ Primero que les atiendan las heridas, tendremos tiempo de averiguar después. Les
prometo que quien haya sido se va a arrepentir.
Lord Edmund y sus hombres se marcharon al galope rumbo al norte, siguiendo la única pista
que tenían sobre la dirección que había tomado el secuestrador de su esposa.
Capítulo 19
El señor Redclive tardo menos de hora y media en llegar al Almirantazgo donde le contó lo
sucedido a lord Stirling, este no se sintió muy feliz de que alguien se hubiera llevado,
aunque fuera por razones románticas, a la persona que conocía todos los códigos del
ministerio de la guerra.
Los hombres a los que Lord Stirling había encomendado la búsqueda de la vizcondesa de
Stirling no entendieron que tuvieran que dejar su trabajo cuando estaban a punto de
descubrir la identidad de Perseo y Prometeo en Londres y el lugar donde pretendía reunirse,
para tratar de recuperar a una mujer que, al parecer, había escapado con su amante. No
discutieron las órdenes.
Uno de esos hombre era Lord Peter, a quien no le importó dejar la misión para ayudar a su
primo para recuperar a Rose. Esperaba de corazón que ella no se hubiera fugado con Lord
Mortimer, lo que no le hubiera sorprendido de ser el caso, ya que él había sido testigo de la
forma en que la trataba. Descubrir que además era REDHOUSE, no le sorprendió
demasiado. Aunque aquello le iba a complicar la vida, mucho.
El y otro agente se dirigieron a la mansión de los Crouser. La casa del famoso banquero
estaba situada a las afueras de Londres, cerca de Lumisbury.
La verja que daba acceso a la finca estaba cerrada pero no había ningún portero a la vista.
La paciencia no era el fuerte de aquellos hombres, que estaban deseando acabar con aquella
misión para poder volver a su labor de descubrir espías. Saltaron la tapia.
Oyeron ladrar a los perros, se quedaron quietos esperando verlos avanzar hacia ellos. Los
ladridos se oían desde el mismo sitio, se miraron aliviados, seguramente estaban atados. Se
encaminaron hacia la casa. Nadie salió a recibirles, cuando entraron en el vestíbulo de la
mansión, sacaron sus armas. Oyeron unos gemidos en la parte trasera.
─ ¿Quiénes son ustedes? Aunque debo darles las gracias por haber venido.─ estaba
histérico.─ ¿Y la señora?, ¿y el patrón? Estaban arriba cuando llegaron esos hombres.
Llevamos más de dos días así, atados como corderos.
─Silencio.─ dijo el compañero de Lord Peter, deteniendo con su voz autoritaria la charla
histérica y confusa del mayordomo.─ Mi nombre es Colin Steven , y este es Raymond
Jewells.─ dijo señalando a su compañero.─ Contestarán a mis preguntas mientras Colin
registra el resto de la casa. ¿De acuerdo?
Todos asintieron, aun cuando no hubieran estado tan agotados física y mentalmente, el toque
marcial de la voz del hombre los hubiera hecho asentir igualmente.
─Están muertos.─ dijo Colin haciendo un gesto hacia el piso superior, dos mujeres
empezaron a sollozar.─ El hombre parece haber muerto de forma natural, la mujer ha sido
degollada.
Más llantos.
─Tenemos que irnos. Avisen a las autoridades. Si les preguntan por nosotros informen que
nos pondremos en contacto con ellos.
Los dos hombres salieron esta vez por la verja, el guarda la abrió con la llave, y corrió de
nuevo a la casa.
─ ¿Raymond Jewells y Colin Steven? ─ Preguntó divertido uno de los hombres al otro
cuando se alejaban de la mansión.
─En la próxima parada te dejare que seas tú quien nos bautice.─ dijo el que se había
presentado como Raymond.
─Creo que me gustan estos, deberíamos conservarlos un poco más. ¿Qué piensas de lo que
ha pasado?
─Evidentemente son asesinos contratados por alguien. No se han llevado nada de valor, y la
casa estaba llena de pequeños tesoros para un ratero. Vinieron aquí con el único propósito
de matar. Por las descripciones de los atacantes, parecen marineros más que asesinos, pero
claro pueden ser ambas cosas.
─Eso nos hace deducir.─ dijo Colin.─ que Lord Mortimer pretende matar a Lord Cortwind
antes de llevarse a su mujer, no a Gretna, sino a un barco, donde el capitán pueda casarlos
siendo ambos viudos. Lo que no sabe Mortimer es que mi primo no es tan fácil de matar.
Por otra parte, el vizconde de Cortwind, no sólo había perdido la calma, también el sentido
común en opinión de Ackinson. Después de haber cabalgado hacia el norte, agotado los
caballos y maldecido mil veces, Edmund pretendía continuar la persecución en plena noche,
en una zona desconocida para todos ellos, y sin considerar que quizás estaban siguiendo un
rumbo equivocado, nadie de los que habían preguntado había visto a ninguna persona que
respondiera a las descripciones de la vizcondesa y su secuestrador.
Ackinson estaba realmente preocupado.
Seguían el camino principal,. Lord Cortwind no había perdido por completo la razón, a
pesar de la oscuridad de la noche, el camino permitía a los hombres cabalgar al trote con
cierta seguridad, el suelo era de tierra y el paso constante de carros, carruajes y jinetes era
garantía suficiente para Edmund, de que los caballos no encontrarían ningún obstáculo en el
camino.
Pero no podía parar. Escuchaba a sus hombres, y aun cuando comprendía que tenían razón,
pararse no era una opción. Si se detenía moriría.
El corazón se le aceleraba y se le detenía cada vez que pensaba en Rose, y en el hijo que
llevaba en su vientre. ¿Cómo podía plantearse siquiera descansar cuando ella podía estar en
peligro, o en el peor de los casos, en los brazos de otro hombre? Simplemente no sabía
manejar esa idea, y sus pensamientos y sus acciones huían hacia la acción.
Tenía la esperanza de encontrar alguna casa de postas donde cambiar los caballos antes de
agotarlos por completo, ese era el único tiempo que pensaba perder, no le importaba si
tenía que continuar solo, o atarse al caballo para no caer al suelo si se dormía, pero no
permitiría que Rose se perdiera en la noche. Aunque una parte de él, sabía que podían estar
siguiendo un camino equivocado, seguirlo era la única acción que le empujaba hacia
delante, hacia Rose.
El sonido de los cascos de los caballos retumbaba en la oscuridad que les envolvía. Un
sonido monótono que se vio interrumpido con un disparo que vino de las sombras de la
cuneta situada a su derecha.
Otro disparo sonó a sus espaldas levantando la hierba que se encontraba entre Edmund y
Ackinson, los dos se giraron al mismo tiempo y con la misma rapidez dispararon hacia el
lugar de donde procedía el disparo. Se oyó una maldición y un grito de dolor.
Los dos hombres que los acompañaban, fueron reptando, dibujando un semicírculo en el
suelo, en dirección al primero de los tiradores.
Edmund y Ackinson volvieron a tumbarse, pegados a la tierra, ni siquiera podían verse las
caras, a pesar de estar a menos de un metro de distancia.
Un nuevo disparo. El fogonazo les marcó la diana, ambos hombres volvieron a disparar.
Esta vez no se oyó nada más que un cuerpo caer. Ambos hombres rodaron sobre sí mismos
para evitar anunciar su posición, dos disparos fallaron su trayectoria por centímetros. Los
atacantes habían aprovechado el destello de sus disparos para saber su posición.
No pudieron disparar, en cuanto consiguieron una nueva posición, cargaron sus armas, y se
dispusieron a esperar un nuevo ataque. No querían delatarse.
Los dos hombres de Ackinson consiguieron llegar hasta el sujeto que había disparado la
primera vez, este estaba agazapado a los pies de un árbol, utilizando un tronco como
parapeto. Atento a su objetivo, no se percató de la presencia de los dos hombres a su
costado, hasta que sintió el golpe que lo dejó inconsciente. Mientras uno de ellos lo
maniataba, el otro siguió reptando por el suelo, en dirección a los otros.
Las monedas y el título tranquilizaron a la familia. La mujer regreso a los niños a la cama,
una habitación en la trasera de la casa, y después les preparo té. Con eficiencia se movió
rápido y puso a cocer agua para limpiar la sangre del herido, al que habían tumbado sobre
la mesa de la cocina.
El médico llegó antes que Lord Orgins, el magistrado de la zona. Cuando este por fin llegó a
la casa del granjero, Button ya había sido atendido, yacía inconsciente en la cama de
matrimonio de los granjeros. Otro hombre gruñía, atado y amordazado junto a la puerta.
─Conozco a Lord Mortimer, su padre tenía una propiedad cerca de Shottery. Está cerca de
aquí. Unas dos horas.
Edmund no estaba seguro de lo que encontrarían allí. Ni siquiera estaba seguro a pesar de la
nota, que su mujer quisiera volver con él. ¿Y si no quería?. Era leal, pero el corazón a veces
pesa más que la razón. Incluso él, que era el más racional de todos los hombres, se había
dejado arrastrar por el amor que sentía por Elizabeth.
Observando su corazón, pensó que aquello que sentía por Elizabeth debía ser una especia
de locura idealizada, porque ni en los momentos en que creía amarla con locura, sintió la
desesperación que le embargaba en este momento. No podía perder a Rose. La amaba.
La idea de vivir sin su esposa a su lado, se le hizo eterna, insufrible. ¿Como podría
sobrevivir si algo le ocurría a Rose? Además era REDHOUSE. ¿Como podía ser tan
ingenuo? Elizabeth le ocultó su verdadera personalidad durante más de diez años. Su esposa
le había ocultado algo mucho peor. Salvarla de Mortimer no sería fácil, pero la idea de
tener que defenderla de la amenaza constante de los espías franceses que la andaban
buscando, le dejo exhausto.
Capítulo 20
.
Shottery, Abril 1805.
Lady Rose Cortwind, vizcondesa del mismo nombre, había decidió fingir que dormía, pero
no tuvo que fingir durante mucho tiempo antes de caer absoluta y profundamente en un
estado de semiinconsciencia.
Cuando despertó tenía la boca seca y estropajosa, una criada le ofreció un vaso de agua que
se bebió casi sin respirar. Entonces fue cuando paseó la mirada a su alrededor. Estaba
tendida en una cama con dosel, cuyas cortinas estaban prendidas en las esquinas. Junto a
ella, la mujer que parecía estar a punto de sufrir un colapso nervioso. Apreció la calidad de
los muebles que decoraban la habitación. Trató de hablar sin conseguirlo, la mujer le llenó
de nuevo el vaso con agua.
Esta vez lo bebió despacio. Se incorporó en la cama, pero tuvo que volver a recostarse por
el mareo y el revuelto de su estómago, cerró los ojos con fuerza tratando de controlar las
nauseas.
Al minuto siguiente entró en la habitación Lord Mortimer. Recordó entonces como la habían
sacado de su casa amenazando con matar a los criados de la casa. Uno de aquellos hombres
le entregó una nota.
─ ¿Lord Mortimer, qué es lo que pretende?─ preguntó al hombre que se acercaba a la cama
sonriendo.
─ Recuperar mi vida, nuestra vida. Te he extrañado mucho, cada hora de cada día.
Se sentó a su costado, haciendo que el colchón se hundiera por ese lado. El movimiento lo
sintió en sus tripas como una tormenta en alta mar. Se llevó las manos a la boca, como si así
pudiera impedir lo que estaba por venir. Respiro profundamente y contestó
─Cada cual tiene su vida. Fue una decisión que usted tomó. No pretenda en este momento
involucrarme en algo que nada tiene que ver conmigo.─ dijo Rose que se sentía incapaz de
seguir una conversación con el contenido de su estómago en pleno maremoto. ─Usted tiene
una esposa y un hijo, yo tengo un esposo y pronto tendré un hijo.
─ Me esperaste durante dos años, Rose, lo sé porque siempre he sabido de ti, no volviste a
Londres a buscar un marido. Tendría que haber venido antes por ti. Cuando el párroco me
escribió informándome de la boda, fue demasiado tarde, aunque cogí el primer barco. No
llegué a tiempo.─ dijo él. ─ Las cosas se complicaron para mí y mi familia. Pero ya estoy
aquí. Ahora tenemos la oportunidad de empezar de nuevo.
─ No tenías que haber vuelto. No por mi, desde luego. Para empezar cuando me
abandonaste, yo decidí olvidarte. Y aunque no fuera así, estoy casada y estoy esperando un
hijo. ¿Acaso no te das cuenta de la locura que estás cometiendo?. ¿Me has secuestrado?.
Quizá si sólo fuera la hija del pobre Sr. Redclive, podrías salirte con la tuya, pero ahora no
lo van a permitir. Reflexiona.
─ Entonces yo era como tu padre, un segundón.─ dijo a modo de explicación, ella oía sus
palabras como si estuviera en otra dimensión, mientras trataba de aquietar el estómago.─
Mi padre no tenía suficiente patrimonio para el heredero, mi hermana y yo nunca le
preocupamos. Si no me hubiera casado entonces, no hubiéramos podido estar juntos, ni
entonces, ni ahora. Te amaba, te amo. Pero no era suficiente. He llegado tarde, lo sé, pero tu
boda me ha dado el valor que necesitaba para revelarme contra el destino.
─Me gustaría saber cuáles son sus planes. ¿Tendrá alguno, no?
─ Nos marcharemos a Jamaica, allí tengo una plantación, mi hermana y mi hijo esperan allí.
Nos casaremos durante el viaje. Después de un tiempo, volveremos de nuevo a Londres, si
es lo que deseas.
La idea de que Edmund pudiera estar muerto, la llenó de angustia, una angustia que sirvió
para terminar con el control que estaba manteniendo sobre el contenido de su estómago. Se
incorporó lo justo para vomitar a un lado de la cama.
El la sostuvo por los hombros mientras vaciaba su estómago, la limpió y la recostó, sus
dedos recorrían su rostro, de nuevo su expresión se transformo, ahora era un James
enamorado, protector.
─Te mandaré a la Señora Doher. Procura descansar, Saldremos por la mañana temprano.
─ James, por favor, reflexiona. Yo no te amo. ¿No te das cuenta de que tú y el tiempo
mataron lo que sentía por ti?
─ Volveré a enamorarte.
La misma mujer que se había marchado, apareció con una bandeja conteniendo un servicio
de té y un pedazo de tarta de limón. Al ver el desastre producido por el estómago de Rose,
salió del cuarto, y volvió con dos mujeres que en silencio limpiaron la habitación.
A pesar de su estado de aturdimiento, Rose no pasó por alto que las tres mujeres parecían
aterradas. Trató de pensar con claridad, pero las ideas se le volaban de la cabeza y se le
cerraban los ojos de nuevo, trató de mantenerse despierta.
Las mujeres se miraron, la que debía ser la Sra. Doher ordenó a las dos mujeres que se
marcharan, mientras la tapaba hasta el cuello, remetiendo las mantas alrededor de su figura.
Poco después entró Lord Mortimer.
─Debo decirle Milord, que no apruebo lo que está haciendo. Tampoco creo que lo aprobará
su padre─ dijo la mujer, pero no estaba desafiándolo, a pesar de sus palabras su tono era
sumiso.
Lord Mortimer se encaminó a la biblioteca, allí empezó a escribir una carta, llevaba escrito
apenas media cuartilla, cuando se detuvo, leyó lo que había escrito. Se levantó con el papel
en la mano y lo lanzó a la chimenea.
─ Meredith, espero que algún día puedas valorar lo que hice por ti. Lo que he perdido.─
Susurró─ pero no te cargaré con esa culpa. No te cargaré con mi remordimiento. Eres mi
hermana y era mi obligación defenderte. No tuve opción entonces y no la tengo ahora.
Capítulo 21
Lord Peter Horton, igualmente conocido como Colin Steven, se encontraba junto a su
compañero, conocido recientemente como Raymond Jewells, de camino hacia la mansión de
Lord Orgins, magistrado de aquella zona del condado de Warwickshire. Peter conocía a
Orgins del colegio, y si no había cambiado les ofrecería una cama para dormir y un par de
buenos caballos de refresco.
Quizá incluso les acompañaría a Aptonhouse, la casa del barón Apton, hermano de Lord
Mortimer, y próximo vizconde de Shottery. Una hora después de que abandonaran la
mansión de los Crouser habían encontrado una pista que les conducía directamente a los
marineros que había contratado un “tipo muy elegante y rico, de los que vuelven locas a
las mujeres”, según les comentó Fanny, la tabernera del peor local de los arrabales de
Londres. Los marineros según la misma fuente, eran “cinco tipos que parecían escapados
de galeras”.
Los dos grupos se encontraron de manera casual, y afortunadamente, poco antes de que Lord
Orgins les guiase por un camino que se desviaba de la ruta principal hacia Aptonhouse..
─ ¿Peter?─ preguntó el vizconde.─ Pensaba que estabas en Cádiz, o en algún otro lugar del
continente.
─Lord Stirling me hizo llamar para investigar algunas cuestiones mitológicas.─ Su primo
entendió la alusión claramente.─ Debe apreciarte mucho para que dé prioridad a este
asunto.
─No te equivoques.─ contestó Edmund fríamente.─ Lord Stirling no tiene más prioridades
que la seguridad nacional.
Incluso Lord Orgins, fue capaz de entender que todos ellos de alguna manera estaban
involucrados con el alto lord del almirantazgo, pero ni él, ni ninguno de los hombres que
acompañaban a Edmund a rescatar a su esposa, podían imaginar de qué forma aquel rescate
pudiera afectar a la seguridad de Inglaterra.
Los hombres de Edmund, Raymond Jewells y Lord Orgins, llegaron a Aptonhouse unas
horas antes de que amaneciera, la noche era cerrada, y la casa se hallaba completamente a
oscuras.
Ninguno de ellos se percató que entre las sombras había otro hombre. Betwich. Se había
enterado de las ordenes de Stirling cuando fue al encuentro de Peter. Decidió mantenerse al
margen, le había sorprendido que el Lord del Alto almirantazgo desistiera de la búsqueda
de los agentes franceses para salvar a la esposa del vizconde. Como siempre decidió
conocer los alrededores, se dirigió al pueblo, la posada estaba cerrada, pero consiguió que
le abrieran.
Pidió algo de comer, el posadero enseguida se sintió intimidado por el hombre, que no
obstante sonrió, ganándose de esa manera la confianza del hombre, que se sentó y le contó
todo lo referente a los habitantes del pueblo, el vizconde de Apton y los chismes más
interesantes de las últimas décadas.
**
La vizcondesa de Cortwind pensó que nada podía ser más humillante que lo que la estaba
haciendo la Sra. Doher. Aunque comprendía bien las razones de la buena mujer, y
seguramente aquello era la única opción que tendrían para poder intentar escapar, admiró
que sin conocerla estuviera dispuesta a arriesgarse por ayudarla.
─ Tenemos que conseguir que venga el médico a visitarla, no se me ocurre nadie más que
pueda ayudarnos, en la casa sólo están las dos criadas que vio anoche y yo.
Y decía la verdad, pues los únicos que había estaban muertos. En la cama del vizconde se
encontraba el padre de Lord Mortimer y su hermano mayor. Un estremecimiento de horror
recorrió a la mujer pero no la impidió continuar con su tarea.
Había llegado a la habitación con un servicio de té, que coloco en la mesilla junto a la
cama, Rose tendida de espaldas dejó que la mujer levantara su camisón y separara sus
piernas mientras le vertía el contenido de la tetera, en lugares que hasta ese momento sólo
había conocido su esposo.
─ ¿No será malo para el niño, verdad?─ pregunto antes de dejarla maniobrar.
─Tranquila milady, el niño está más arriba. La sangre debe parecer que sale de su cuerpo,
no creo que él señor vaya a mirarla, pero si lo hace tiene que creer que está teniendo un
aborto, y entonces llamará al doctor...
Dejo la frase en el aire. Cuando hubo terminado, le bajó el camisón y le cubrió con la ropa
de cama, se limpió las manos con un trapo, que enseguida se llenó de sangre y lo metió en el
recipiente. La vio entrar en el vestidor y salir secándose las manos.
Rose prefería no pensar en las sensaciones tan desagradables que estaban sintiendo entre las
piernas, el contacto de la sangre convirtió sus muslos en algo pegajoso.
Lord Mortimer acudió cinco minutos después de que la Señora Doher le avisara. Entró
preocupado, parecía haberse recompuesto a toda prisa, como si acabará de despertarse.
Ella negó con la cabeza, entonces la Señora Doher levantó la ropa de cama, y el hombre
pudo ver el camisón manchado de sangre en la entrepierna de Rose, y la sangre se extendía
casi hasta las rodillas a través de la tela.
─Rose, mi amor.─ decía cogiendo su mano.─ Yo hubiera querido a ese niño, porque era de
tu carne, pero piensa que es mejor así. La señora Doher te va a lavar, voy a buscarte algo
para que puedas descansar.
Le acarició la mejilla, ella trató de retirar la cara, entonces con dulzura el sostuvo su cara
entre sus manos para que lo mirase.
─Mi dulce Rose. No te merecemos ni él ni yo, pero al menos yo te amo, lo que hice lo hice
por los dos. Mientras el sólo ha pretendido usarte. No quiero lastimarte pero debes saber
que él tiene otra mujer.
─Él ha dejado a la condesa.─ protestó ella sin comprender por qué trataba de defender a
Edmund.
─Ella no vale la pena, supongo que tu marido es de esos hombres que no pueden prescindir
de ese tipo de perversiones, por eso comprendí que tenía que hacer algo. No podía dejarte
con él.
Cuando Mortimer volvió encontró a la Sra. Doher lavando las piernas de Rose, sintió
deseos de retirar a la mujer para lavarla el mismo, pero aunque se había convertido en un
asesino por amor, se consideraba un caballero, al menos en lo que a Rose se refería.
Preocupado y excitado se dirigió al estudio en la planta baja, se sirvió una copa a rebosar
de brandy. La bebió de un trago.
Se sentó en la oscuridad esperando que el hijo de Rose se reuniera pronto con su padre, allí
donde sus hombres debían haberlo enviado a esas alturas. En el infierno, donde ambos
merecían estar por haber profanado el vientre de Rose.
Mirando el brandy que acababa de servirse, la rabia le inundó. La rabia que había estado
conteniendo desde su matrimonio, y que le había llevado a conseguir sus propósitos. El
hubiera preferido una vida de pobreza al lado de Rose, pero las circunstancias le empujaron
de manera inexorable a tener que dejarla. Su esposa se había encaprichado con él, y el Sr.
Crouser, había conseguido comprarlo a través de las deudas de su padre y del futuro de su
hermana, Meredith.
Durante dos años estuvo bailando al son que tocaba su esposa, hasta que nació su hijo, el
amor le inundó al recordar al bebe de pocos meses que esperaba con su hermana en
Jamaica. Quizá por él, si merecía la pena haber pasado por todo. Pero ni su hijo ni Rose
tenían la culpa de su rabia.
Ella le esperó, no volvió a Londres a buscar un marido, y según le contaba el párroco en sus
cartas. Ella no intento tener pretendientes hasta su matrimonio, fue un acuerdo entre los
padres de los novios. Al igual que su hermana Meredith, a la que tuvo que salvar del
matrimonio que su padre había acordado para ella. La rabia que sentía era contra sí mismo.
Si hubiera vuelto seis meses antes, ella no se sentiría obligada con un hombre que no la
merecía. Bebió la copa de un trago.
Decidió dormir las horas que quedaban de noche. Después de asomarse a la habitación de
Rose y comprobar que el vaso que contenía el láudano estaba vacío, y ella dormía, se
dirigió a sus habitaciones.
Lo cierto es que Rose estaba dormida. A pesar de todo, o quizás por todo ello, su cuerpo y
su mente se encontraban agotados. El sueño la fue deslizando hasta un lugar donde se
encontraba a salvo de la realidad. Se despertó cuando sintió un calor húmedo entre las
piernas. Al incorporarse asustada vio de nuevo a la Señora Doher vertiendo el líquido
espeso de la tetera.
─Han venido dos hombres.─ dijo la Sra. Doher.─ Quieren irse en cuanto amanezca,
necesitamos que venga el doctor. Es la única oportunidad que tendrá usted, milady. El señor
se ha vuelto loco.
Con horror comprobó que la señora Doher además de la sangre, estaba haciendo una
especie de masa con algo y con las manos lo extendió por la entrepierna. Entre la vergüenza
y el asco, venció este y empezó a vomitar en seco, ya que no tenía nada en el estómago.
Después de cubrirla con la ropa de cama, y limpiarse fue en busca de Lord Mortimer. Este
estaba reunido con los dos hombres en el estudio. Oyó la discusión y se quedo al otro lado
de la puerta, escuchando.
─Explícamelo otra vez.─ bramó Lord Mortimer.
─Esperamos en el camino del norte, como usted nos dijo. Pensamos que vendría solo, pero
era cuatro hombres, hubo un intercambio de disparos, consiguieron matar a John y a Frezan,
no sabemos que ha sido de Luc, vinimos tan rápido como pudimos para avisarle.
─Sigo sin entender como han conseguido encontrarnos tan pronto. Se supone que el
vizconde estaba en Londres con su amante.
Los dos hombres se encogieron de hombros. No se oía nada, la señora Doher contó hasta
diez y llamó a la puerta.
─Adelante.─ gruñó Lord Mortimer.
─Milord, la señora está sangrando de nuevo.
─Preparen el carruaje.─ dijo a los dos hombres quienes se miraron molestos.─ Usted.─
dijo a la Señora Doher.─ Se viene con nosotros. Prepare a la señora para el viaje,
pararemos en el pueblo para que la examine el médico.
─Sí milord.─ la señora Doher consiguió contener el suspiro de alivio hasta estar a solas en
el pasillo.
Con el abrigo por encima del camisón ensangrentado, y una manta envolviéndola esperaba
Rose sentada en la cama cuando fue a buscarla Lord Mortimer perfectamente vestido para el
viaje.
─No tengas miedo. Te voy a llevar a ver al doctor.─ dijo acercándose a ella.
Ella se dobló sobre sí misma hasta tocar con su frente las rodillas. El se arrodilló a su lado.
Rose desesperada rompió a llorar, aquello hizo que Lord Mortimer cambiara de opinión.
Entre las sombras, seis hombres estaban preparados para entrar en acción. Habían visto
llegar a los dos jinetes y encenderse la luz del estudio así como una de las habitaciones de
la primera planta. Edmund tuvo que ser retenido por su primo y por Raymond para que no
corriera hacia la casa como un loco.
Colin miro a Raymond formulando en silencio, la pregunta. ¿ Así que este es tu primo el
que nunca pierde la calma?
Cuando habían conseguido calmarle lo suficiente vieron a uno de los dos jinetes, cabalgar
en dirección al pueblo. Peter hizo un gesto a Raymond y Ackinson, estos entendieron la
orden silenciosa, y montaron en sus caballos detrás del jinete solitario.
Le maniataron y esperaron a que despertara, lo que llevo varios minutos. El hombre abrió
los ojos como platos al verse rodeado, abrió la boca como para gritar pero Peter le metió el
cañón de su pistola en la boca. El hombre dio una arcada, pero Peter no saco el arma, al
contrario la empujo hasta casi enterrarla en su garganta.
─Ahora nos vas a contar cuantos hombres hay en la casa. Que planes tiene Lord Mortimer.
Puedes mentir, por supuesto, es algo que espero que hagas, pero debes reflexionar antes de
contestar, la verdad puede salvarte la vida. ¿Me dirás la verdad?
El hombre apenas pudo asentir con la pistola en la boca, Peter saco el arma despacio. El
hombre tragó antes de hablar.
─Solo hay dos hombres, lord Mortimer y Hugo.─ la mirada de Peter atravesó al hombre,
este continuo balbuceando.─ Hay tres mujeres y la señora. Esta muy mal, yo iba a buscar al
doctor.
Edmund con el rostro crispado cogió al hombre por las solapas.
─ ¿Qué le habéis hecho a mi mujer?
─Nosotros nada. Apenas hemos llegado hace poco, y creo que Milord tampoco la ha
lastimado, a veces esas cosas pasan.
─¿Quieres hablar claro?.─ le zarandeó.
─La señora ha perdido al niño, eso creo. Iba en busca del doctor cuando me han cogido.
─Si nos has mentido, morirás.─ dijo Peter mientras le amordazaba con el pañuelo de cuello
de Edmund.
─ Que alguien vaya a por el médico, nosotros vamos a entrar ahora mismo.─ dijo el
vizconde, nadie le discutió.
Capítulo 22
Londres. Abril de 1805
Mientras en el norte se disponían a liberar a Lady Rose, en una casa abandonada de las
afueras de Londres se encontraban reunidas las mismas personas que en el baile de
mascaras de las cortesanas. Celina y Charles eran los únicos que tenían el rostro al
descubierto, como en aquella ocasión el resto de los asistentes llevaban mascaras.
─ El mes que viene se prepara una ofensiva importante.─ dijo el hombre regordete cuyo
alias era Prometeo.─ Para ese entonces tenemos que tener el código. Necesitaremos también
el número total de buques de guerra y sus posiciones.
─Me temo que no hemos avanzado mucho con el código.─ dijo el gigante, que seguía
vistiendo de negro, y como la vez anterior se cubría con una máscara de porcelana
completa.─ Y en este momento el codificador no está en condiciones de trabajar en una
temporada, así que habrá que intentar conseguirlo de otra manera.
─Robando los libros de claves. Antes de perder el segundo meñique de sus pies, y el
conocimiento, conseguimos que nos diera el nombre de dos personas que tienen un libro de
claves.
─¿Quiénes son esas personas?─ preguntó Celina nerviosa por los largos silencios del
hombre de negro. Podría parecer que tratará de disimular la voz, y modulara las palabras
para este fin.
─No dudo que el lord del almirantazgo tenga el código, pero conozco a Ocam. El no estaría
metido en algo así.─ aseguró Charles.─ Sólo le preocupa la caza, quien aseguré que él tiene
algo que ver con este tipo de asuntos, no conoce al pobre hombre.
Notó la desconfianza en la mirada de los demás, incluso Celina parecía sorprendida de que
el indolente y aburrido Lord Charles Horton se hubiera tomado la molestia de defender al
hombre al que estaba haciendo un cornudo de manera pública.
─Es mi opinión.─ dijo recuperando su gesto hastiado.─ Si es que cuenta para algo.
─ Limítate a follar.─ dijo el militar que sentía verdadera inquina por Lord charles y no se
molestaba en disimular.─ Deja que nosotros nos ocupemos de pensar.
Si el insulto afectó a Charles, no lo pareció en absoluto. Con gesto aburrido se limitó a
coger su sombrero y su bastón.
─ De pequeño me enseñaron que hay que obedecer al más listo. Así voy a ver si follo algo,
mientras ustedes piensan en como ganar su guerra.
Celina no pudo evitar que los celos asomaran a su rostro, se encaró con el militar.
─Al menos sirve para algo. ¿De qué has servido tú?. No soy quien para desconfiar de ti,
pero hasta ahora la información que das, no sirve para gran cosa.
─Estoy proporcionando información útil que una puta no podría entender.─ ignoro a Celina,
pero se justificó con el resto de los asistentes─ No solo os advertí de las maniobras
inglesas para coaccionar a España para que esta declare la guerra a Francia, sino también
de las conversaciones entre Inglaterra y Rusia. Pronto habrá una alianza por ese lado. ¿Qué
hace Francia con esa información?, no lo sé, pero podría hacer mucho. Tanto en Rusia como
en España hay un gran número de librepensadores que ven en las ideas de Napoleón una
sociedad diferente. Una sociedad donde los hombres puedan llegar a lo más alto, sin
importar su origen ni condición.
Parecía tan convencido de lo que decía, que se hizo el silencio a su alrededor, fue Prometeo
quien lo rompió.
El gigante de negro se levantó, y se dirigió a la puerta, pero antes se volvió, todos pudieron
sentir su mirada a pesar de que esta estaba oculta tras la máscara. ─Yo debo encontrar a
Redhouse. Ustedes consigan el libro de claves. Si dentro de dos semanas no han logrado
nada, habrá que disolver el grupo.
Todos entendieron lo que significaba aquello. Sólo había una forma de desmantelar el
grupo, con la muerte de sus miembros. La amenaza sobrevoló sobre ellos durante bastante
tiempo después de que el gigante se marchara. Parecían reacios a abandonar la casa.
─ Me robaron los pergaminos. Pero no los entenderán, están codificados. Por eso no debes
preocuparte, estas a salvo. No tienes que hacer esto, todavía puedo ser util.
─ Sólo has sido útil para dos cosas. Involucrar a Charles y follar. Ya has involucrado al
nieto del Duque, ahora vas a tener ocasión de vender tu cuerpo a cambio de tu vida. Procura
esforzarte.
Cuando Celina vio entrar al hombre, supo que nada de lo que hiciera iba a salvar su vida.
En los ojos del hombre había demasiado resentimiento para ser engatusado con placeres
exquisitos, aun así le sonrió de manera seductora.
─ Te voy a enseñar como folla un hombre de verdad.
Antes de que pudiera reaccionar, él la había tirado al suelo y empezó a golpearla, cuando
empezó a sangrar, la penetró de manera brutal, durante el proceso lamía la sangre de su
rostro, cuando estaba a punto de culminar su placer, la fue estrangulando, cuando acabó,
estaba dentro del cadáver de Celina.
Capítulo 23
Aptonhouse. Abril 1805.
Lord Peter Horton, y su compañero, rodearon la mansión en apenas unos minutos, y
volvieron a reunirse con el resto del grupo,
─Hay dos hombres en la planta baja.─ dijo Peter.─ ni rastro de las mujeres
─ Ackinson viene conmigo por la puerta de servicio. Vosotros dos por la puerta principal
dijo señalando a su primo y su compañero. ─Vosotros dos os quedáis aquí vigilando a
este.─ dijo Edmund y señaló al hombre maniatado.
Cuando entraron por la puerta de servicio, se toparon con una mujer que llevaba una
bandeja con una jarra de agua, Ackinson apuntó directamente a la nariz de la mujer mientras
se llevaba un dedo a los labios, indicándole que guardara silencio.
La bandeja empezó a temblar en sus manos, Ackinson se la quitó para ponerla encima de la
gran mesa de la cocina. La mujer estaba aterrorizada.
─Soy el vizconde de Cortwind. ¿Dónde está mi esposa?─ preguntó en un susurro.
─En la primera planta, milord, la segunda puerta a la derecha. Tengan cuidado, se ha vuelto
loco.
Edmund y Ackinson subieron por las escaleras de servicio, fueron directamente hacia la
habitación que les había indicado la mujer, durante unos pocos segundos estuvieron
escuchando, no se oía ningún ruido, Edmund abrió despacio la puerta y con el arma
preparada fue recorriendo la habitación. Entonces vio la cama abierta y manchada de
sangre, el corazón se le paro, entro de golpe.
─ ¿Rose?
─¿Edmund?
Vio a su mujer sentada frente a la ventana, se levantó y corrió hacia él. El la abrazó
fuertemente, hasta que recordó la sangre, la separó para mirarla a la cara.
─¿Estás bien?, ¿Te ha tocado de alguna manera?
Ackinson que también había visto la sangre, salió de la habitación, estaba furioso, la palidez
de la mujer y la sangre le habían conmovido hasta el corazón. No entendía como el vizconde
podía ser capaz de mantener la calma. Tampoco Edmund entendía porque no estaba
aullando como un loco de rabia, pero tenía que calmar a Rose.
─Estoy bien. Pensaba que no vendrías…─ dijo ella llorando aferrándose a él.
Durante el tiempo que no había estado dormida, había perdido la esperanza no sólo de ser
rescatada, sino de volver a ver al hombre que amaba. Antes de que los hombres de
Mortimer la secuestraran, ella ya sospechaba que su marido la había devuelto a Oxford para
retomar su relación con Elizabeth, y cuando Mortimer se lo confirmó, perdió la esperanza.
Estaba como entumecida por todo lo que había pasado. Al ver entrar a su marido por la
puerta de la habitación, fue como si se abriera una compuerta, y sus sentimientos se
desbordaron. Se abrazó a su cintura con todas sus fuerzas, el suspiró de alivio y la besó el
pelo, mientras la acariciaba la espalda. Cuando Rose parecía haberse calmado, él la separo
a la distancia de un brazo.
─ ¿Te ha hecho daño de alguna manera?─ al hacer la pregunta el no pudo evitar que sus
ojos se dirigieran a la cama. A la mancha de sangre.
─No, no, estoy bien. ¿Podemos irnos a casa por favor?. No soporto estar aquí.
Edmund le entregó una pistola.
─ Pronto nos iremos, Ahora cierra la puerta, y no abras a nadie. ¿De acuerdo?
─Me voy contigo. Edmund le dio un beso ligero sobre los labios, y cerró la puerta frente a
sus narices.
Recorrió con Ackinson la primera planta, fueron entrando en todas las habitaciones, y
mientras uno permanecía de guardia en el pasillo, el otro entraba recorriendo la estancia y
los vestidores. Cuando llegaron a la última del pasillo, el olor a putrefacción les indico que
algo no estaba bien. Abrieron la puerta de golpe, y entraron apuntando con el arma. Lo que
vieron les dejo unas milésimas de segundo suspendidos en el horror.
Sobre la cama estaban dos cadáveres, por la sangre que había por toda la habitación, no
tardaron en descubrir que habían sido arrastrados hasta la cama después de ser degollados.
El olor les revolvió el estómago, ambos salieron de la habitación rápidamente y se
permitieron respirar a grandes bocanadas una vez que cerraron la puerta. Oyeron un
disparo.
Edmund bajó a toda prisa a la primera planta, después de indicar a Ackinson con un gesto
que se quedara vigilando el corredor. Este le siguió de todos modos hasta las escaleras,
desde donde podía ver el cuarto donde estaba la vizcondesa, y donde el olor a muerte
parecía menos intenso. Aunque como todos los que han tratado con la muerte, sabía que el
olor le acompañaría durante un tiempo.
Cuando Edmund llegó al estudio, vio a Peter recargando su arma, mientras Mortimer
intentaba ponerse en pie al mismo tiempo que con una mano trataba de contener la sangre
que manaba abundantemente por su pecho. Su esbirro estaba con las manos en la cabeza
mientras Lord Orgins le apuntaba con su arma a poca distancia., el otro hombre, mantenía
sus pistolas apuntando a uno y otro.
Cuando Lord Mortimer vio llegar al vizconde, en su cara se dibujó una mueca de rabia, sus
ojos brillaron con odio, buscó el arma que segundos antes había tenido en la mano, pero
Peter le dio un puntapié mandándola lejos de su alcance.
─Hay dos muertos arriba.─ dijo Peter, especialmente a Lord Orgins.
─ ¿Lady Rose?─ preguntó Peter.
Un nervio de la mandíbula de Edmund se tensó, su vista estaba fija en el hombre que se
estaba desangrando.
─ ¿Qué diablos pretendías hacer?─ preguntó Lord Orgins a Mortimer. ─Llevarme a Rose.
Nosotros nos amamos.─ sonrió al ver el efecto que sus palabras provocaron en Edmund,
rabia y dolor, quizás vergüenza.─ Ella prometió esperarme, pero no pude venir antes por
ella. No podíamos estar juntos hasta que yo no arreglara la situación.
─Al menos yo la amo. No como usted, que prefiere a una zorra pervertida en lugar de a
Rose. – empezó a sentirse mareado, y el sudor empezó a cubrirle un rostro, respiró a
grandes bocanadas como si necesitara grandes cantidades de aire, después entrecerró los
ojos para mirar a Edmund a través de ellos, como rendijas de maldad.─ He tenido a su
mujer.─ Peter con la rapidez de un rayo le quitó la pistola a Edmund mientras apuntaba al
herido con intención de matar, Mortimer pareció divertirse por la reacción y decidió
continuar.─ Puedo entender que usted decidiera conservarla, es una auténtica zorra, me hizo
cosas que ni las mejores prostitutas saben hacer, y yo le hice otras que nunca antes me había
atrevido a hacerle a una mujer.
Edmund recordó la sangre en la cama de la habitación donde Rose esperaba, pero ni Peter
ni Orgins llegaron a tiempo para impedir que cogiera a Mortimer de la pechera, se manchó
las manos de sangre, pero no le importó. Enfrentó la mirada febril de Mortimer mientras
este trataba de ocultar el dolor de su herida tras una sonrisa de satisfacción. Lo zarandeó
dos veces antes de dejarlo caer al suelo.
─Cuando vuelva con su mujercita…─ empezó a toser y a respirar con dificultad, de repente
perdió la consciencia.
Edmund salió al exterior, no podía respirar. Su amor seguía estando allí, pero sentía tanto
dolor e impotencia. Ni por un segundo pensó que Rose hubiera consentido una relación con
su antiguo enamorado, ni aun cuando le siguiera amando. Pero la sangre le hablaba de
violación salvaje. No quería pensar en eso o tendría que matarlo. Prefería con mucho verlo
colgando de una cuerda. Matarlo era demasiado fácil.
Peter y Orgins maniataron al esbirro de Mortimer, mientras Peter con las pistolas cargadas y
apuntando vigilaba a los dos hombres sentado en una silla junto a la puerta, Lord Orgins
subió al primer piso.
─¿Dónde están los cadáveres?─ preguntó a Ackinson, este le acompañó, esta vez se colocó
un pañuelo sobre la nariz y la boca antes de entrar, lo mismo hizo Lord Orgins. Después de
examinarlos durante unos minutos, volvió a bajar al estudio.
─El vizconde de Shottery y el Barón Apton.─ dijo Orgins en un susurro para si,
confirmando la identidad de los cadáveres.
Ackinson entendió que esas eran los títulos de los dos cadáveres. Edmund le escuchó
cuando pasaba por la puerta en dirección a la habitación de su mujer. Cuando se hubo
calmado lo suficiente comprendió que ella era una víctima, y que él debería estar con ella.
Era culpa suya no haber sabido protegerla. No pudo relegar del todo la sensación de que
quizás ella no se resistiera demasiado, al fin y al cabo, él había sido su primer amor, quizás
el único.
La sangre que se extendía por el camisón de Rose desde su vientre a sus rodillas, hablaban
de un gran violencia, casi deseo que ella hubiera consentido sus relaciones con Mortimer,
en aquel momento comprendió que la hubiera perdonado si así hubiera sido. Con el amor de
su esposa o sin él, había descubierto que él no sobreviviría sin Rose en su vida.
En cuanto Rose abrió la puerta la abrazó tan fuerte que ella sintió que se le podrían fracturar
las costillas, pero no la importo. El soltó el abrazo y la llevo abajo, a una de las salas. Los
primeros colores del amanecer se asomaban en el horizonte, la ayudo a quitarse el abrigo,
descubrió la sangre en el camisón. Una mancha de sangre que se extendía por encima de su
entrepierna y llegaba casi hasta sus rodillas. El la miró horrorizado.
El médico vio las manchas de sangre de la mujer, y al hombre herido, no le costó sacar sus
propias conclusiones.
─La examinaré a usted primero.─ dijo el doctor mirando con desprecio al hombre herido.
─No, no, estoy bien. Atienda a Lord Mortimer.
Hubo un momento de desconcierto. Edmund apretó los dientes con tanta fuerza que podría
haberlos hecho trizas. Parecía que a pesar de lo que Mortimer le había hecho, ella prefería
que lo cuidasen a él, antes que a ella. Le seguía amando. Aquella verdad, lo mató
─El médico ha venido, quizás necesite su ayuda. Hiervan agua y busquen sábanas viejas
para hacer vendas.
La señora Doher se fue directa al estudio. Se colocó junto al doctor y en silencio empezó a
ayudarle. Cuando el médico empezó a tocar los bordes de la herida, Lord Mortimer
recuperó el conocimiento a causa del dolor. Su mirada vagó por los presentes hasta llegar a
Rose.
Edmund puso su brazo por encima de los hombros de su esposa. Ni siquiera él estaba
seguro si pretendía protegerla, consolarla o de alguna forma estaba reclamando su
propiedad frente a Mortimer.
─Ella es demasiado buena para ti. – dijo. El doctor vertió un liquido sobre la herida que
hizo que Lord Mortimer se arqueara. Rose se estremeció bajo el abrazo de su marido.─ Tú
tienes a mi mujer.─ le dijo a Edmund con rabia.─ Pero yo he tenido a la tuya.
─No es eso lo que ha dicho antes.─ dijo el esbirro que parecía convencido de que estando
presente el magistrado no le asesinarían a sangre fría, o quizás porque había recuperado el
valor.─ Ha dicho que es peor que una puta.
Rose se llevó las manos a la cara, se sintió terriblemente mortificada. Se acurrucó contra el
costado de Edmund, ella notó dureza en el cuerpo y en el abrazo de su marido. Imaginó que
estaba indignado como ella de que alguien pudiera cuestionar su honorabilidad. Pero lo
cierto es que dadas las circunstancias, no parecía tener muchos argumentos a su favor.
─No me refería a ella, imbécil, hablaba de la mujer del vizconde, su puta, la condesa de
Ocam. La mujer de la que está enamorado.─ miró al vizconde con toda su rabia.─ la hice
mía mientras ella me hablaba de usted – estalló Mortimer respirando con dificultad.
─Esa mujer no es nada mío.─ dijo Edmund abrazando a Rose tenso como una cuerda de
guitarra.
─Estuvimos leyendo sus cartas y nos reímos de su cursilería mientras me daba placer con
su…─ se calló advirtiendo la presencia de Rose, y cambió de actitud, sus palabras sonaron
más dulces.─ Si me hubieras esperado, yo te habría entregado el mundo, él no merece ni
siquiera tu respeto.─ su voz se iba debilitando.─ si él te hubiera amado yo hubiera podido
resignarme...─ fue lo último que dijo antes de caer en la inconsciencia.
Edmund sintió como desaparecía toda la carga que había estado llevando desde que se
enteró de la desaparición de su esposa, pensó que podría volar como uno de aquellos
globos de helio que se exhibían en Londres. No dedicó ni dos segundos en pensar en
Elizabeth y si era cierto o no lo que dijo Mortimer, a él sólo le importaba Rose. Se dio
cuenta de lo injusto que estaba siendo, incluso cuando había imaginado a Rose forzada por
ese canalla, sentía los celos y la duda de si ella se hubiera resistido solo por sus principios,
y no porque no deseara a su primer amor. A pesar de saber que estaba bien, y tener la
certeza de que Mortimer no la había tocado, no le liberaban de los celos, ¿amaría a
Mortimer? Trató de convencerse de que no, pero la duda persistía dejándolo una extraña
sensación de derrota.
─ Está perfectamente. La señora Doher le está ayudando a asearse.─ le miró fijamente a los
ojos.─ Si le sirve de algo, tengo la certeza de que no la ha tocado. La señora Doher me ha
contado que llegó inconsciente. Después se le ocurrió la idea de ensangrentarla para simular
un aborto.
Edmund utilizó el carruaje de Lord Mortimer para llevarse a Rose a casa, les acompañó
Ackinson que hizo de cochero hasta el pueblo, donde contrataron a un hombre para que
realizara el resto del viaje. Después Ackinson regresó a la mansión para ayudar al
magistrado en la investigación. Aunque no había misterios que resolver. Si hubiera que
prestar declaraciones, y en el caso de que Mortimer sobreviviera a la herida, ir a juicio.
Todos se habían puesto de acuerdo en que era mejor evitar que apareciera el nombre de la
vizcondesa.
Capítulo 24
Una vez que salieron del pueblo, Edmund se sentó junto a Rose y la abrazó contra su cuerpo,
apoyando la barbilla sobre su cabeza. Aunque sólo fuera en su pensamiento, las dudas le
estaban convirtiendo en alguien mezquino.
Sabía que tendría que enfrentar los sentimientos de Rose, él tenía pruebas de la
honorabilidad de su esposa, y sabía que esta no le habría permitido mantener relaciones con
Mortimer aunque le amase. ¿Era eso lo que ella sentía, amor por su antiguo pretendiente?
Cuando el médico quiso reconocerla, pidió que trataran a Mortimer primero, y no vio en sus
ojos el odio que debería sentir una mujer arrancada de su casa, detecto cierta ternura en ella
hacia su secuestrador, ¿Qué sentía Rose por aquel hombre?. El no deseaba saberlo, pero
sabía que hasta que aquella cuestión no estuviera resuelta, no podría recuperar la paz.
Por suerte para ambos, Rose cayó en una especie de letargo del que apenas se despertaba.
Cuando se detuvieron a pasar la noche en la posada, ella ya estaba despierta.
─Lamento mucho lo que ha pasado.─ dijo ella.
─Tú no tienes ninguna culpa.
─Lo sé, pero no puedo evitar pensar que quizás podría haber hecho algo para evitarlo.
Durmieron abrazados, y aunque Rose hubiera deseado que Edmund le hubiera hecho el
amor, él no parecía desearlo, a pesar del calor y el consuelo que le daba el cuerpo de su
marido, prevalecía la sensación de soledad, la distancia entre ellos parecía insuperable. Ni
siquiera se atrevió a tomar la iniciativa, la idea de que pudiera rechazarla era algo que no
podría soportar. ¿Estaría dolido por lo que James había dicho de Lady Ocam?
Cuando Rose comprendió que se dirigían directamente a Londres, sus miedos mordieron su
corazón, dejándolo desgarrado y en carne viva. Lo único que podía haber en Londres era
Elizabeth, la tristeza se apretó en torno a ella como un corsé demasiado apretado. Cuando
llegaron a la mansión del conde de Carrick, agradeció que su padre se encontrara allí, se
fundieron en un abrazo, y Rose dejo escapar el manantial de lágrimas que había estado
conteniendo durante todo el tiempo.
Aquella noche Edmund no durmió con ella. Fue a verla y después de darle un beso tan
liviano que apenas alcanzo la carne de los labios, se marchó. Rose tuvo la certeza de que
Edmund estaría con ella. Amándola, quizá necesitaría que ella le negase lo que James había
dicho. El desanimo se apoderó de ella.
Por su parte, Edmund deseaba a su mujer como nunca antes había deseado nada en el
mundo. Si hubiera sido sólo deseo físico hubiera cedido a la tentación de amarla con su
cuerpo, de satisfacer, al menos, su deseo en parte. Pero necesitaba su alma, su amor. No
podía conformarse con que ella cumpliera con su deber. Compartían una pasión que era
verdadera, pero la pasión y el amor son dos mecanismos distintos. El quería ambos o su
matrimonio quedaría cojo y el se sentiría incompleto.
Pero la idea de perder a su esposa, le había llevado hasta la locura, y el demonio de los
celos le mantenía en ella. La imagen de Rose con Mortimer rumbo a Jamaica, lejos de él y
resignada a ese destino, de la misma manera que había terminado por resignarse a él, le
hacía temblar de rabia.
Sabía que era injusto, él había consentido en aquel matrimonio de conveniencia, era él quien
se había comportado de un modo detestable, quien había estado a punto de ignorar el tesoro
que había ganado al casarse con Rose, y ahora, se sentía herido y traicionado por las
acciones de un hombre que amaba a su esposa, ella era inocente de toda culpa, pero no
conseguía enjaular al demonio de los celos.
Se dirigió al club donde esperaba encontrar la distracción suficiente para dejar de lado
aquella ansiedad que le estaba volviendo loco. Encontró amigos y conocidos, bebió con
ellos, y jugo a las cartas hasta que la noche empezó a clarear. Entonces volvió a casa.
Su ayuda de cámara lo despertó cuando apenas había dormido tres horas. Se sobresaltó
pensado que algo podía haberle pasado a Rose.
─¿Rose?
─Está abajo con el conde, su padre y Lord Stirling, todos están esperándole. Estaban en la
mesa del desayuno, vio que no estaban presentes los criados, así que se sirvió el mismo.
Ignoró el reproche que encontró en los ojos de su padre y de Redclive así como evitó la
mirada de Rose. Se sentía demasiado en carne viva, los sentimientos a flor de piel, no
deseaba que nadie supiese que su esposa lo había convertido en un hombre aterrado y
vulnerable.
─Supongo que ahora tendrá que trabajar para ambos.─ dijo Stirling a Rose refiriéndose al
conde y a él mismo.─ Por su padre he tenido conocimiento de que es capaz de descubrir las
claves de un código con cierta facilidad.
─Sin duda, mi padre exagera.─ dijo modesta, se sentía incómoda por la actitud de Edmund,
y hubiera preferido que él no estuviera presente.
Edmund miró a los dos hombres, su expresión era distante y aunque le hubiera gustado haber
parecido indiferente, no pudo ocultar la rabia y el disgusto. Se marchó sin decir nada,
apenas una leve inclinación de cabeza dirigida a nadie en particular.
La relación entre Edmund y Rose había recuperado cierta normalidad. Habían vuelto a
compartir la cama por las noches, pero la intimidad entre ellos estaba plagada de sombras,
cada caricia compartida parecía suave como un pétalo de rosa, pero a veces se encontraban
sus espinas, cuando algún pensamiento inoportuno les alcanzaba.
Sin saberlo, ambos compartían el mismo veneno. Ambos imaginaban que otras personas
compartían aquella intimidad. A veces eran capaces de olvidar a los intrusos invisibles y
sus cuerpos se decían lo que callaban sus palabras. Otras sin embargo, las caricias se
convertían en algo ajeno a ambos.
El dolor y el placer se entrelazaban con sus cuerpos, dejando un vacío extraño entre ellos.
Fue Rose la que decidió enfrentarse a la situación, acababan de hacer el amor, ambos
habían alcanzado el placer, pero ninguno de ellos parecía realmente satisfecho. Edmund se
disponía a marcharse a su propia habitación con la sensación de haber amado sin ser
amado.
─No puedo soportarlo más.─ dijo ella sentándose en la cama.─ Si tan duro te resulta, no es
necesario que vuelvas, estoy embarazada por si no lo recuerdas, ya has cumplido con creces
tu obligación.
─¿Me amas?─ él simplemente asintió cogiéndole la mano y enlazando sus dedos con los de
ella.─ Por Dios santo, Edmund, estoy loca por ti. ¿Por qué no me lo has dicho antes?
─No pensé que me correspondieras. He llegado a conocerte, se que eres una mujer con
principios, algo realmente extraordinario, y…
Ella le besó aferrándose a su cuello. Moldeó sus labios mientras le repetía, en un susurro,
“te amo, te amo”. El sintió un estremecimiento recorriéndole la espina dorsal hasta la nuca,
el vello se le erizó, y le hormigueó todo el cuerpo.
Se tumbó sobre ella, a pesar de tener la ropa de cama interponiéndose entre sus cuerpos, a
los dos le pareció que aquel momento era bastante más íntimo que el que apenas acababan
de compartir. El se apoyo en los codos para poder mirarla, reconoció el amor en su mirada,
y no tuvo dudas de que ella podía sentir el suyo. El amor les envolvía con un halo de la luz
inexistente. La luz de un fuego que ardía en sus corazones recorriéndoles cada poro de su
piel y de su alma. Completándolos.
Cuando se cansaron de mirarse, Edmund la recorrió el rostro con sus labios, saboreando su
piel, sus nudillos recorrían su cuello en una caricia que despertaba su piel, erizándola.
Los labios de Edmund encontraron su boca, y el saboreo por dentro y por fuera, bebiéndola,
mordiéndola, respirándola.
La ternura empezó a calentar la sangre de un modo nuevo, distinto, llenando sus venas de
fuego que les hizo olvidarse de todo. El pasado murió en aquel mismo instante, y como si
aquella comprensión fuera una revelación, el aparto la ropa que los separaba, rápidamente
sus manos empezaron a recorrerla no para descubrirla, sino descubrirse. Rodaron piel con
piel, mientras ambos se recorrían con las manos y la boca. Cuando su mano encontró el
centro de su placer, ella ya estaba a punto de estallar. Lo hizo apenas el movió su mano, y lo
hizo de nuevo cuando la penetro.
Esta vez no hubo espinas. Ambos durmieron abrazados y satisfechos, felices y completos,
sin sombras que perturbaran la luz que acababan de compartir.
Se amaron a la luz del nuevo día, y cuando tuvieron que separarse, para asearse y vestirse,
se despidieron como si alguno de ellos fuera a partir al nuevo mundo. Sus miradas y sus
manos parecían incapaces de abandonar al otro. Y ambos se apresuraron para volver a
encontrarse.
Tanto el conde como Redclive se miraron extrañados cuando los vieron entrar al comedor
cogidos de las manos.
Capítulo 25
Lord Charles Horton, se enteró de las noticias mientras esperaba en Tatterhall al conde de
Ocam. Comprendió entonces las miradas de desprecio que había estado recibiendo durante
su paseo por el parque.
A pesar de los últimos escándalos que habían llevado al destierro familiar de Charles, le
recibieron como un miembro más de la familia. Le llevaron al salón, donde tomo el oporto
que le sirvieron mientras conversaba con las cuatro hijas del marqués, de nada en
particular. Sentía una especial predilección por la más pequeña, quizá porque siempre había
sido la más descarada, trepando a sus rodillas, para acabar dormida en su regazo. Ahora
tenía quince años, y cuando se miraban, ambos sentían que habían perdido el contacto, pero
no el cariño.
Ocam lamentaba tener que renunciar a todo aquello, a su amistad de tantos años que le había
llevado a ser parte de esa familia, pero ni siquiera la sensación de pérdida consiguió
desviarlo de su propósito.
─Ha llegado el momento de que sepas quien soy.─ dijo Ocam, parecía buscar las palabras
adecuadas.
─Lo de Charles es definitivo. – Atajó el marqués.─ Por supuesto no creo ni por un momento
que la cortesana fuera tu esposa, sobre todo estando tú allí. Pero…
─ Pues era Elizabeth. Créelo.
─Por Dios bendito.─ gruñó el marqués respirando con alivio.─ Me habías asustado, pensé
que ibas a contarme algo terrible, y sólo quieres hacer un ejercicio de añoranza.
─Vengo a hablarte de Charles, pero para poder hacerlo, tengo que contarte como empezó
todo.
El marqués dejó la botella en el suelo junto al butacón después de llenarse la copa, y se
dejó caer contra el respaldo.
─Me enamore de ti la primera vez que te vi en Eton.
El marqués volteó la cara hacia su amigo, quien miraba en el brandy como si se tratara de
una de esas adivinas que veían el futuro en una de aquellas bolas de cristal. No fue capaz de
articular una sola palabra, hubiera bromeado, pero sabía que Ocam estaba hablando en
serio.
Surrey había bebido media botella de Brandy mientras el conde de Ocam le confesaba como
fue su infancia y su adolescencia amando a su mejor amigo, permaneció en silencio, sin
saber que decir, mientras reflexionaba sobre si le importaba o no ser el objeto de tanta
devoción.
─Carrick se dio cuenta de todo.─ seguía diciéndole.─ Supongo que por eso
me ofreció trabajar para él, supongo que pensaría que yo guardaría cualquier secreto de
estado aunque sólo fuera para que no salieran a la luz mis “tendencias”, pero no pienses que
me obligo, sólo que era una garantía para él. Así es como empecé a trabajar para el
gobierno a las órdenes de tu cuñado.
El marqués volvió a llenar su copa, pero apenas la probó, no deseaba terminar borracho sin
llegar a conocer el final de aquella historia, que se estaba poniendo interesante por
momentos.
─El conde de Carrick, un hombre de los pies a la cabeza, como su hijo, como tus hijos, al
menos Peter y Charles. Imagino que John será lo más parecido a su abuelo, lo que no es una
buena cosa, perdona que te lo diga, pero así lo pienso.─ el marqués se removió inquieto,
pero no dijo nada para que su amigo siguiera hablando.─ Cuando Edmund se enamoró de
Elizabeth fue tu hermana, Eleanor quien vino a verme. Ella como mujer vio la verdadera
naturaleza de mi esposa. ¿Sabes que cuando me casé con ella estaba embarazada?
─Después de lo que me has contado, ni siquiera imagino como llegaste a casarte con ella.
─Ahora llegamos a eso.─ El conde saboreó el brandy despacio y continuo hablando.─ Tu
hermana vino a verme temiendo que Edmund acabara casado con ella, a pesar de la
oposición de sus padres. Eleanor vino a verme desesperada, así que me pidió, me rogó, que
la cortejara. Por supuesto, mi idea del cortejo era pagar a sus padres por ella. Estos
estuvieron demasiado encantados con la idea, y a Elizabeth no parecía molestarle, lo que me
sorprendió bastante, pues por lo que me contó tu hermana, pensaba que Elizabeth y Edmund
estaban enamorados.
─Es lo más probable. Aunque no me enteré de su estado hasta que no la trajeron a casa, casi
desangrándose por haber intentado que una mujer le quitara el niño. Supongo que cuando
comprendió que no conseguiría acostarse conmigo a pesar de sus intentos, no tuvo más
opción que deshacerse del niño.
─Si Eleanor lo hubiera sabido, hubiera obligado a Edmund y a su padre, a consentir ese
matrimonio.
─Tampoco sé eso, pues Eleanor murió un mes después de mi boda. Por eso me llevé a
Elizabeth a Escocia, para que Edmund pudiera tapar un dolor con otro. La muerte de su
madre con la de su corazón. Pero me estoy desviando de lo que quería contarte.
─ Llevas desviándote desde que has empezado, así que no te pongas ahora con prisas, y
complace mi curiosidad. ¿Cómo consentiste después la relación entre Edmund y tu esposa,
cuando te casaste con ella para impedirla?
─Tardé bastante en enterarme.─ se rió de una broma privada.─ es cierto eso de que el
marido es el último que se entera. Ella lo confesó cuando volvió a quedarse embarazada, y
abortó de nuevo. Durante estos años se ha quitado cuatro que yo sepa, imagino que es más
cuidadosa o simplemente no puede concebir después de tanto aborto.
─Continúa.
─Edmund empezó a trabajar con su padre después de la muerte de Eleanor, y este metió a tu
hijo Peter en el asunto. Ellos eran muy buenos amigos, además de primos. Por eso, el conde
le regaló a tu hijo su comisión de oficial, y desde entonces todos hemos estado trabajando
en interés de la corona.
─No puedo imaginar haciendo qué. Pero lo que no consigo imaginar es a Charles teniendo
algo que ver en este asunto.
El conde de Ocam se incorporó en el asiento y miró a su amigo a los ojos, fuese lo que
fuese lo que esperaba encontrar, sintió un gran alivio al reconocer la misma mirada franca y
amistosa de todos aquellos años, teñida con el velo de la curiosidad. El marqués se
incorporó también, presintiendo que lo que diría a continuación era el verdadero motivo de
su visita, y comprendiendo que quizás al contar la verdadera naturaleza de sus sentimientos,
cualquier cosa que le dijera de Charles, le parecería bien.
─Madame Celina eligió a Charles para usarlo fuera y dentro de la cama. Cuando digo fuera,
me estoy refiriendo a utilizarlo para sus intereses, ella es, era una espía francesa, nos
enteramos de eso gracias a Charles.
─Como para olvidarle. Maldije hasta el agotamiento, y aun así no conseguí que dejara el
ejército, es desde entonces que tanto mi padre como yo, dejamos de frecuentar a Carrick, le
echamos la culpa, y desde luego que la tiene al poner a dos de mis hijos en peligro.─ estaba
enfureciéndose por momentos, y la ira y el alcohol estaban consiguiendo pintar su cara de
rojo.
─Fue entonces cuando Peter pensó que si algo le pasaba, alguien tendría que saber lo que
Charles estaba haciendo para que se valorara su servicio a la corona. Hizo un testamento
que envió a su primo. Así que deduzco que Edmund también sabe de la implicación de
Charles en el asunto.
─ Una implicación gloriosa, ya que lo tuvo que pasar desde el otro bando.
─Charles ni siquiera sabía que estaba en el otro bando. No seas injusto, Surry.
─Todos estamos trabajando para acabar con la red de espías que trabajan en Londres, pero
ahora todo ha cambiado. Charles corre peligro. La muerte de la cortesana y el agregado
francés es una mera puesta en escena, y lo han hecho de tal modo para que parezca que tu
hijo es el culpable del crimen. Lo quieren muerto.
─No puedes intervenir, si te cuento esto es para que si algo pasa, sepas quien es realmente
tu hijo. O si algo me pasa a mí. Te he nombrado albacea de mi testamento y quiero que me
prometas que usaras de toda tu influencia para conseguir que se respeten mi última voluntad.
─Maldita sea, ¿quieres que me quede sin hacer nada después de todo lo que me has
contado? Tiene que haber una forma en que pueda ayudar.
─No hay nada que puedas hacer.
Durante un par de minutos ambos hombres apuraron dos copas a rebosar de brandy, y
después continuaron bebiendo hasta que la embriaguez empezó a dejarlos medio dormidos.
─Eres un auténtico hijo de puta.─ dijo el marqués, tenía lágrimas en los ojos aunque trataba
de impedir que corrieran por sus mejillas limpiándose con la manga de la chaqueta.
─ Lo siento.─ fue lo único que pudo decir Ocam, y se levantó algo tambaleante, antes de
que llegara a la puerta, el marqués le llamó, al girarse para encararle recibió un abrazo de
oso. Después se separó.
─Puede que nunca comprenda esa clase de amor que sientes por mí, pero comprendo el
amor que siento por ti, eres mi mejor amigo, y te estaré eternamente agradecido por lo que
has hecho por mi familia, y por devolverme un hijo que creía perdido. Gracias.
Cuando el marqués volvió a abrazarle, ambos dejaron que las lágrimas corrieran por sus
mejillas. Lágrimas de borrachos emocionados. Lágrimas de amistad.
Cuando el conde se marchó, el marqués sintió la necesidad de reivindicar a sus hijos, pero
era un hombre sensato y no podía ir de fiesta en fiesta diciendo lo orgulloso que estaba de
sus hijos menores, así que visitaría a su cuñado a la mañana siguiente, le demostraría su
gratitud rompiéndole la cara al conde de Carrick. Le sobraban motivos para hacerlo, pensó
mientras terminaba de apurar la copa de brandy.
A la mañana siguiente, fue a visitar a su heredero que tenía su propia casa, a pocas
manzanas de la suya. Lord John se había levantado temprano y estaba en la biblioteca
estudiando una carpeta llena de documentos. Por la lista de números que llenaban las
paginas, el marque´s supo que su hijo se encontraba enfrascado en la contabilidad del
ducado.
Su esperanza desapareció, mientras su padre le contaba todo lo que Ocam le había confiado
el día anterior, la mirada de Lord John se fue oscureciendo y los rasgos de su cara se fueron
endureciendo. Cuando su padre terminó su relato, su rostro parecía esculpido en piedra.
Después fue a visitar a su cuñado. El conde de Carrick se había marchado a Corthouse, fue
lo único que consiguió sacar al mayordomo, reacio incluso a proporcionarle dicha
información.
Apenas regreso a su mansión ordenó que le prepararan equipaje para un par de días, y con
su ayuda de cámara se dirigió a Oxford dos horas después.
Durante el trayecto no podía evitar pensar en su cuñado y en la forma en que había puesto a
su hijo en peligro, recordó la vez que Peter regreso herido de la península y como su padre
y él trataron de convencerlo para que vendiera su puesto en el ejército.
Ciertamente estaba orgulloso, y curiosamente, era Charles del que se sentía en aquel
momento más satisfecho, durante aquellos años siempre había tenido la sensación de
haberle descuidado a favor del heredero, y sentía como un pecado propio la culpa, de la
vida que llevaba Charles con aquella cortesana. Su amigo le había reivindicado haciéndolo
honorable a sus ojos y a su corazón. No es que su corazón no sintiera orgullo por Peter, pero
su segundo hijo se había ganado su amor y su admiración desde su nacimiento, y en aquel
momento se regodeaba por Charles.
Capítulo 26
Shottery, Mayo 1805.
Lord Mortimer fue trasladado a la misma cama donde se encontraron los cadáveres de su
padre y de su hermano, por supuesto después de que las criadas prepararan la habitación, y
todo ello, a pesar de las protestas de la señora Doher, pero Lord Peter Horton convenció al
magistrado de que aquel sería el único castigo que recibiría en vida el hombre, ya que no se
esperaba que pudiera sobrevivir a la bala que tenía en el pecho. Ambos hombres estaban
sentados en el estudio, mientras el resto ayudaba a preparar los cadáveres para el entierro.
Llevaron a los esbirros de Mortimer a la cárcel del pueblo, donde Ackinson fue el
encargado de su custodia hasta que pudieran llevarlos a Londres, los hombres habían
confesado todos los crímenes, la muerte de la esposa de Mortimer, el secuestro de Rose, y
el intento de asesinato del vizconde de Cortwind, así como los planes de embarcarse en el
“Plymouth” rumbo a Jamaica.
─El médico piensa que no vivirá demasiado.─ Había dicho Peter a Lord Orgins.─ Es una
forma de que al menos pague su conciencia, si es que tiene alguna.
─Supongo que tienes razón.─ había dicho el magistrado.─ Pero sigue pareciéndome algo de
mal gusto, aunque como nuevo vizconde de Shottery parece apropiado que ocupe las
habitaciones que le corresponden.─ sus palabras estaban teñidas de una especie de humor y
rabia.
─ ¿Conocías al vizconde?
─Muy poco, él y su hijo, el barón Apton, eran personas reservadas. Mi esposa es amiga de
su hija, Lady Meredith, cuando Lord Mortimer se caso se marchó a vivir con él, suelen
escribirse una vez al mes.
─ ¿Está casada?
─No lo creo. Mi esposa me contó algo sobre un escándalo, al parecer su prometido rompió
el compromiso, y su padre trato de casarla entonces con el conde de Docher un viudo con
gustos extraños, pero Lord Mortimer se casó con la fortuna de los Crouser y según dice mi
esposa, “la salvó de un destino peor que la muerte”
─No sabía que tu esposa tuviera tanto gusto por el drama. Aunque en este caso debo darla la
razón, Docher es un mal tipo.
─¿ Lo conoces?
─ Hemos coincidido en el pasado. ─ dijo Peter dejando claro que no diría mucho más.─
Así que en este caso debo estar de acuerdo con el gusto de tu esposa.
El magistrado sonrió de un modo extraño.
─Tú mismo te formaras una opinión. Espero que te alojes en mi casa el tiempo que dure la
investigación.
─ ¿Te llevará mucho?
─ Depende de lo que viva Lord Mortimer. Si le hubieras disparado tres centímetros a la
izquierda, no sería necesario tanto trámite, habría mandado a los marineros a New Gate, y
me hubiera olvidado del asunto apenas hubiera llegado a mi casa. Pero mientras esté vivo
tenemos que observar ciertas reglas de cortesía.
Dos días después los agentes de la corona custodiaron a los dos esbirros de James
Mortimer hasta Londres. El nuevo vizconde de Shottery seguía febril entre la vida y la
muerte, las tres criadas de la casa y un hombre designado por el magistrado se ocupaban de
su custodia y cuidado. Por su parte el doctor, que solo iba a verlo por la mañana, parecía
sorprenderse cada día de encontrarlo vivo.
Una semana después Lord Mortimer murió, al entierro y al funeral sólo asistieron el
magistrado y su invitado Lord Peter Horton, no asistieron ni las criadas ni el doctor. Cuando
regresaron a la casa del magistrado, su esposa, Lady Orgins seguía enfadada con su marido
por no haberla permitido asistir al sepelio.
─Eres un hombre horrible.─ dijo durante la comida sin importarle que Lord Peter estuviera
presente.─ ¿Qué le diré a Meredith?
─Dile que siendo su hermano un asesino múltiple, no me pareció correcto que la esposa del
magistrado mostrara su pena por él.
─Oh Dios mío.─ exclamó como si se hubiera recordado algo terrible, los dos hombres
quedaron expectantes pero la mujer no dijo nada.
─¿Qué?─ preguntó su marido. Ella miro a Lord Peter avergonzada.
─ Ella no me perdonará nunca.
─Si es como su hermano, es mejor para todos que así sea.
─Ella adora a su hermano, al fin y al cabo la salvó de un matrimonio peor que la muerte.
Ojalá me hubieras dejado ir al funeral.
─El doctor me dijo que vendría pero no ha podido esperarle, ha tenido que salir a atender
un parto. Le ha dejado esto.
Lord Peter Horton cogió el sobre que le entregó la mujer y se lo guardó en el bolsillo del
abrigo, no leyó la carta hasta que paró en una posada para pasar la noche. Aquella noche
Lord Horton se fue a dormir con una enorme sonrisa en los labios.
Llegó a Londres al día siguiente y se hospedó en casa de su padre. Por primera vez en su
vida Peter sintió cierta inseguridad. La mirada de su padre lo traspasaba a cada momento
como si estuviera tratando de adivinar todos sus secretos. Mantuvo su imagen de caballero
impenetrable, y militar aguerrido, pero no podía evitar sentirse como un niño al que han
pillado robando pasteles en la cocina.
La sensación se hizo tan intensa, que decidió trasladarse con sus hombres a la taberna, lejos
de la comodidad y de la buena comida, pero sobre todo lejos de la mirada inquisitiva de su
padre. Se había reunido con Chilton, que era el agente que había quedado encargado de
vigilar la reunión que había terminado con la muerte del agregado francés y Celina.
Chilton parecía aburrido cuando lo encontró sentado en una de las mesas más alejadas de la
entrada. Como todos los hombres que coquetean con el peligro, la pared siempre a la
espalda, para evitar darles a los enemigos alguna ventaja. Al ver a Peter le saludo con una
mano, indicándole que se acercara.
El tabernero les dejó sobre la mesa una licorera que contenía brandy, y dos vasos limpios,
nada que ver con el vidrio empañado del que bebían el resto de los clientes. No había
muchos en aquel momento, pero en una hora o dos, el lugar se llenaría con lo peor de cada
casa, y ellos se retirarían a sus cuartos para evitar llamar la atención, en su profesión ser
invisible era el mejor de los disfraces.
Un hombre. Casi un gigante, vestido completamente de negro entro en la taberna, Chilton se
tensó, listo para actuar. Era algo instintivo en él reaccionar incluso antes de que el peligro
se manifestara. El recién llegado tenía un sombrero calado hasta los ojos, y las solapas del
abrigo negro, le tapaban hasta el nacimiento de las patillas.
El tabernero señaló hacia Peter y Chilton, y el gigante se volvió hacia ellos. Este último ya
tenía su pistola en la mano, apuntando al hombre que se acercaba.
─Guarda el arma.─ dijo Peter incomodo ante la situación. Se trataba de Betwich.
Chilton hizo caso omiso de la sugerencia, y estuvo tratando de descubrir al hombre que
vestido de negro parecía caminar en las sombras. Cuando se sentó con ellos a la mesa, no
pudo evitar que su rostro reflejara la sorpresa.
Se oyó el sonido metálico del arma, había apretado el gatillo apuntando directamente al
estómago del gigante, se sorprendió tanto del fallo del arma, como de encontrarse
encañonado por la pistola de Peter. Sintió el cañón del arma en la cintura, a su costado.
─¿Vaya Chilton, sabemos quien es Perseo?─ preguntó Peter en el mismo tono amistoso que
había empleado al sentarse junto a él.
─No sé de qué diablos estás hablando.
─Sólo Peter y tú conocían cierta información que, curiosamente se dejó caer en la reunión
que se realizó en el baile de las cortesanas. Lógicamente la lealtad de Peter esta fuera de
toda duda.
─No debería estarlo. Al fin y al cabo, su hermano fue uno de los que asistió a la reunión.
─No fue Charles quien la dio. Puedo asegurarlo, porque yo estaba allí.
Chilton palideció, comprendiendo finalmente que había sido pillado en falta, antes de que
pudiera realizar cualquier maniobra de escape, el gigante lo levantó agarrándole
fuertemente del brazo, Peter se colocó al otro lado, y le clavó el arma entre las costillas,
una clara advertencia. A pesar de la situación el hombre mantenía la calma. El gigante miró
a su alrededor. El tabernero colocaba las botellas en las estanterías que estaban detrás del
mostrador, y una mujer barría sin demasiado interés el polvo hacia la puerta del local. El
resto no parecía enterarse, en aquel barrio meterse en los asuntos de otro, podía ser
peligroso para la salud.
─Creo que es mejor tener la cabeza despejada.─ fue lo único que le dijo a Peter, este por
alguna razón prefirió no discutirle al gigante, pero dos copas de brandy no afectarían a sus
ideas, en algunas de sus misiones había bebido bastante más y nunca había perdido el
rumbo.
─Creo que el brandy esta envenenado. ¿Me equivoco?─ pregunto a Chilton por encima del
hombro. Colin le lanzo la copa al gigante, pero este la cogió en el aire sin problemas.
─Eres muy listo para ser un salvaje escocés.
─Yo también he bebido el brandy.─ señaló Peter a Betwich preocupado..
─No te matará. – contestó cortante Macnein.
─Te voy a ir abriendo en canal. – Le dijo con aquel tono seco y cortante que era su seña de
identidad.─ No profundizaré demasiado al principio, lo suficiente para extraerle los
intestinos. No pienses que el veneno te matará antes. Tardarás un par de horas en morir, y
será interesante ver como se contraen tus intestinos mientras el veneno hace su efecto. Hasta
entonces, quizás me entretenga cortándote aquí y allá.─ su mano señaló su nariz y sus
genitales.
Chilton miro aterrorizado a Peter, este se había sentado en el suelo con los brazos alrededor
del estómago y la cabeza apoyada en las rodillas, así que no encontró ayuda en su antiguo
compañero.
Quizá fuera la lealtad o quizás el efecto del veneno, pero no consiguieron sacarle ninguno
verdad durante la agonía que le llevó a la muerte dos horas después. Peter recuperó la
consciencia una hora antes de que su compañero exhalara el último suspiro. Miró al gigante
con cierta aprensión.
─ El tabernero dejo en el fondo de tu copa el antídoto.─ contestó el gigante a la pregunta no
formulada.
─ Alguna vez deberías tratar de avisarme antes.
─La próxima vez.─ sonrió Betwich.
Macnein y Peter sacaron el cuerpo de Chilton por la puerta trasera de la taberna, aunque las
calles de la zona estaban atestadas de gente, no recibieron más que miradas curiosas,
ninguno de los habitantes de aquel barrio de Londres se preocupó de la suerte del hombre
inconsciente. Aunque como buitres carroñeros vigilaron el destino final del cuerpo, con la
esperanza de poder registrarlo o simplemente hacerse con la ropa o el calzado.
Eso fue lo que hicieron, cuando los dos hombres arrojaron el cuerpo de Colin al río, apenas
habían abandonado el lugar, un grupo de hombres rescataron al cadáver y sus posesiones.
Capítulo 27
Lady Rose Cortwind estaba trabajando en descifrar los mensajes que le había entregado
Lord Stirling, había conseguido transcribir la mayoría de ellos, tenía bastante claro en qué
consistía el plan que se estaba tramando. A pesar de ello, decidió no decir nada hasta que
regresara su padre, quien había tenido que volver a Oxford para recoger algunos de los
nuevos libros de claves en los que había estado trabajando Rose cuando regresó de su luna
de miel.
A pesar de la admiración, que tanto su marido como su suegro, parecían haber sentido por
ella cuando descubrieron que era Redhouse, había detectado que las pocas veces que había
aventurado una opinión, era amablemente ignorada. La escuchaban, pero no dedicaban ni un
minuto a reflexionar sobre su punto de vista, no debería haberse sorprendido, pues durante
toda su vida había sido tratada con la misma condescendencia. Esa fue la razón de que
trabajara a la sombra de su padre. Reconocía la condescendencia y el interés que se
obligaban a prestarle, al fin y al cabo, ella era Redhouse, pero parecían pensar que aquello
era una especie de anomalía de su cerebro, y que aparte de los códigos no era capaz de
entender la información que estos contenían.
El asesinato del conde Ocam ocurrió el mismo día en que su padre llego a la ciudad. La
amistad del conde con la familia de su esposo, obligó a Redclive a ofrecerles su ayuda y
estos la aceptaron.
La muerte de Ocam convulsionó a la alta sociedad al ser uno de sus miembros más
relevantes, y con la conmoción, se extendió el rumor, cada vez más insistente de que el
asesino era lord Charles Horton, se había sospechado de su participación en la muerte de
una cortesana y su amante, y la muerte violenta del conde le señaló también como asesino.
Esta vez, dada la calidad de la víctima, no sólo se le cerraron las puertas de la familia, sino
de toda la sociedad.
El marqués de Surrey, le pidió al conde de Carrick que se encargara del entierro y funeral
del conde. Debido a las sospechas que tanto los diarios como los chismosos de la alta
sociedad dirigían como flechas ardiendo hacia su hijo Charles, le pareció que sería, no sólo
de mal gusto, sino que solo servirían para aumentar las habladurías sobre el tema.
Esa sospecha, que el mismo hubiera tenido si su gran amigo no hubiera decidido abrirle el
alma antes de morir. En aquel momento comprendió, que quizá Ocam intuía lo cerca que
estaba de dejar este mundo.
El conde entendió perfectamente su dilema, a pesar del desagrado que le inspiraba la viuda,
se ocupó de los preparativos soportando a duras penas a la mujer. Mientras repasaba el
escritorio del conde para tratar de ordenar la documentación referida a sus propiedades,
facturas, etc. La condesa había mandado llamar a la casa a dos de las mejores y más
exclusivas modistas de Londres con el fin de que la prepararan un vestuario de luto
completo.
Hubiera podido pasar por alto la vanidad que encerraba el gesto, si hubiera mostrado
respeto y pena, aunque hubiera tenido que fingirla, por la memoria del hombre que había
sido asesinado. Y cuando mostró su dolor durante el entierro del conde en el panteón
familiar, lo hizo colgándose del brazo de su hijo.
Durante los tres días anteriores al entierro, había sentido deseos de golpearla, pero cuando
la vio apretarse contra el costado de Edmund, frente a Rose, no pudo evitar sacársela a su
hijo de los brazos, y con una expresión que desmentían su actos, acogerla entre sus brazos
para sostener la teatral desesperación de la mujer.
La familia del marqués de Surrey, había preferido no asistir al entierro, aunque sí lo hizo el
duque de Gloucester. El sol resplandecía por encima de sus cabezas, reflejándose en el
mármol del panteón.
La condesa viuda de Ocam se mantenía rígida y furiosa bajo el brazo del conde, que la tenía
prácticamente inmovilizada. Rose y su padre habían ocupado un lugar entre la multitud, y si
el conde no hubiera desalojado de los brazos de Edmund a la condesa tan pronto como lo
hizo, seguramente ella lo habría hecho. Durante un rato estuvo fantaseando con la idea de
arrancarle a la viuda el velo que la cubría el rostro y arrastrarla por los pelos hasta el
panteón y enterrarla a ella también. El acto fúnebre termino antes que su fantasía, despertó
cuando su padre le llamó la atención. ¬Despierta Rose, nos vamos.
A pesar de sus deseos de mantenerse al margen, el marqués fue convocado por los abogados
del conde de Ocam para proceder a la lectura del testamento. Los intentos de la condesa
viuda para que los abogados procedieran de inmediato a la apertura del mismo, fueron
inútiles.
Estos la explicaron que debían proceder de acuerdo a las instrucciones que el propio
difunto había redactado. Y que el testamento no podría abrirse hasta que no estuvieran
presentes todas las personas que se mencionaban en el mismo, incluyendo los criados de
todas las propiedades del Conde.
El luto había llevado a la condesa viuda de Ocam a un estado de aburrimiento mortal, había
enviado varios mensajes a Charles para que fuera a visitarla, y había intentado lo mismo
con Edmund y algunos de sus amantes, pero sólo uno contestó. Fuera cual fuera el contenido,
hizo que la condesa rompiera en pedazos el papel y lo lanzara a las llamas, las lagrimas
asomaron a sus ojos, no de pena, sino de rabia.
Sólo las damas de la alta sociedad acudían a compartir aquellos momentos, que suponían de
dolor por parte de la viuda, parecía que los caballeros mostraban su lealtad al difunto conde
manteniéndose lejos de la cama de su viuda, lo que curiosamente no habían hecho durante su
vida.
Dos semanas después, el mayordomo entró en la sala donde Lady Elizabeth trataba sin éxito
de entretenerse con un libro.
─ Un hombre desea expresarle sus condolencias.─ el rostro del mayordomo mostraba
claramente el desagrado que le producía la visita.
─ ¿De quién se trata?─ preguntó animada. El desagrado del criado, hizo que confiara en que
se trataba de alguno de sus amantes.
─ No quiso decir su nombre, milady.
─ ¿Cómo es?
─ No sabría decirle, milady.
─ Hágalo pasar.
El mayordomo acompañó al visitante al salón. Una vez que el hombre entró en la sala les
dejó solos. El visitante observo divertido el examen que la viuda hizo de su persona.
─¿Le gusta lo que ve?
─Bastante. ¿Cuál es el motivo de su visita?─ Su voz y su actitud eran las de una gata
ronroneante.
─He pensado que podría sentirse sola, y he venido confiando que ambos podamos satisfacer
nuestras necesidades presentes y futuras.
Ella le miro de manera lasciva, a pesar de que el hombre no era exactamente el tipo de
hombre que solía gustarle, su cuerpo era ligeramente orondo, y tenía varias cicatrices en la
cara, secuelas de una pubertad llena de granos, dedujo la mujer. Pero necesitaba el consuelo
de la piel y el desahogo de la pasión.
─ Algunos me llaman Polifemo. Ese nombre debería ser suficiente para usted.
─ ¿Trae algún mensaje para mi?
Capitulo 28
Londres. Junio de 1805
El despacho de abogados que llevaban los asuntos del conde, eran tres hombres de mediana
edad, eran hermanos, y por tanto eran conocidos como Garrison, Garrison y Garrison. De
tamaño y forma similar, vestían de manera impecable, y sólo quienes les conocían bien,
sabían distinguir quién era quién.
Cuando estaban solos, nunca terminaban las empezaban, porque parecían adivinarse
mutuamente las conversaciones que
El público sentado y solemnemente en silencio, estaba compuesto por los criados de todas
las propiedades del conde. Ocupaban las últimas cinco filas de asientos. En la primera fila,
estaban el Marques de Surrey, sus hijos Peter y Charles, su sobrino Edmund y la
inconsolable viuda, que se apoyaba contra el brazo de este último, como una mujer
terriblemente desconsolada.
Los abogados se sentaron en las sillas que había tras un escritorio, frente a todo el público.
Mientras Garrison segundo y tercero extendían sobre la mesa, perfectamente ordenados unas
pilas de papeles, Garrison primero que estaba entre ellos, asintiendo sutilmente al trabajo
de sus socios, bebió de un vaso de agua antes de dirigirse al público.
─ Era voluntad del difunto Conde de Ocam, nombrar al marqués de Surrey albacea del
testamento, si acepta la responsabilidad debe firmar el juramento, que hará cumplir sus
últimas voluntades tal y como han sido estipuladas.
─ Empezaremos.─ continuó Garrison primero.─ con los legados otorgados a los empleados
del conde. Se procederá de la siguiente manera. Diré el nombre del beneficiario, la cantidad
legada, y si nadie de los presentes pone objeciones, procederemos a firmar la aceptación
del legado, junto con el albacea. Se les entregará una carta bancaria por el importe
correspondiente, e inmediatamente abandonarán la sala.
El silencio fue la respuesta, al silencio que Garrison primero hizo, esperando alguna
pregunta.
Durante más de una hora, se procedió a llamar uno a uno a todos los criados, esperando las
objeciones, que no existieron y después de firmar, se entregaba la carta de pago. El conde
había entregado una pequeña fortuna a los criados más viejos, y una suma bastante
razonable a los que llevaban menos de diez años a su servicio.
La última de las criadas que esperaba recibir su legado, era la doncella de la condesa
viuda. Cuando se leyó el contenido de su legado en voz alta, no pudo por menos de
protestar. El conde le dejaba la ridícula cantidad de un chelín.
─ Señor, debe tratarse de un error.─ dijo la mujer buscando el apoyo de su señora, que no
le prestó ninguna atención, preocupada únicamente en mantenerse pegada al costado del
vizconde de Cortwind, ignorando deliberadamente la rigidez e incomodidad de este.
Garrison tercero sacó un sobre lacrado que había junto a otro sobre también lacrado en una
de las esquinas de la mesa. Se lo entregó al albacea, el marqués, este abrió la carta y la
leyó, miró a la mujer y entregó la nota a Garrison primero que procedió a leerla.
─ Como imagino que la estupidez no conoce ni la humildad ni sus propios límites, supongo
que la señorita Devinson, fiel empleada de mi esposa, no será capaz de evitar compararse
con los empleados, que a diferencia de ella, se han mostrado leales a quienes pagaban su
salario. Un chelín es lo que vale la gratitud que le debo a los servicios prestados a la
señorita Devinson. Su objeción le resta incluso ese chelín, y puesto que ni sus servicios ni
su prudencia han estado a la altura de lo que se espera de un empleado de la casa Ocam,
deberá ser despedida inmediatamente sin referencias.
Cuando terminó de leer, esperó más objeciones, la señorita Devinson miraba a la condesa
viuda, al igual que el resto esperando una objeción que no llegó. Cuando las miradas de
ambas mujeres se encontraron, la condesa la hizo un gesto de asentimiento, que consiguió
que las protestas de la doncella terminaran. Una señal que todos entendieron y que
obligaron al marqués a intervenir cuando la doncella abandonó la sala.
─ Si pretendes mantener a esa mujer al servicio de esta casa, no recibirás nada de lo que
pueda corresponderte de la herencia hasta que los tribunales decidan la cuestión. Puedo ser
muy puntilloso cuando la ocasión lo requiere.
Su voz y su compostura recuperaron todo su aplomo una vez que abandonó la sala el último
de sus criados. Sólo quedaban ellos. Edmund se levantó para evitar el contacto de la mujer
y se quedó de pie junto a su tío.
Sus miradas se encontraron, ella pensó que Edmund había decidió ponerse a salvo de su
contacto, imaginando que estaba teniendo efecto sobre él su cercanía. Le envió en su mirada
una promesa de auténtica lujuria y una dulce sonrisa, que pretendía compensar sus
intenciones.
El Sr. Garrison primero espero a que el vizconde ocupara de nuevo su asiento, cuando
comprendió que no lo haría, empezó a leer el legado de Lord Charles Horton.
El Sr. Garrison primero, hizo una descripción exhaustiva de la propiedad, sus límites,
incluyendo dentro del legado, el pabellón de caza, y los más de cincuenta caballos de caza
que se criaban allí. La propiedad por si misma producía ingresos suficientes para
mantenerla y vivir con cierto lujo, el dinero en cambio permanecería en un fideicomiso que
administraría el albacea hasta que Charles cumpliera los treinta años, recibiendo el interés
del dinero, cada 1 de enero.
Lord Charles preguntó si podía permanecer en la sala, o debía marcharse, los Garrison se
miraron unos instantes, murmuraron varias palabras sin sentido para nadie, excepto para
ellos mismos, asintieron con la cabeza.
Llegó el turno del vizconde de Cortwind. Este esperaba curioso el legado que podría
haberle dejado el hombre al que no conocía demasiado y al que había convertido en
cornudo. Imaginó que recibiría una regañina póstuma, y se convenció que la soportaría con
tanta dignidad como fuera posible.
─ De las joyas que pertenecieron a mi madre.─ escuchó decir a Garrison primero, se obligo
a prestar atención.─ las siguientes: el juego de esmeraldas, aguamarinas con diamantes,
perlas negras y rubís. Compuestos cada uno de ellos por una diadema, el collar, la pulsera y
el anillo. Cada uno de estos juegos deberá entregarlos a su esposa por cada hijo que Dios
tenga a bien concederles─ El Garrison primero le miro directamente a los ojos..─ El conde
solicita su presencia hasta que se termine de dar lectura al testamento.
─ Por supuesto.
Aunque su intención hubiera sido otra, deseaba satisfacer su curiosidad. Habría pedido
quedarse, tal y como había hecho Charles, aún cuando no existiera tal condición o
pedimento.
Guardó silencio para oír la objeción si es que se producía. Lady Ocam había abandonado
por completo su imagen de viuda desconsolada, su desagrado era patente para todos los
presentes, respiró varias veces profundamente tratando de mantener la calma ya que había
perdido la capacidad para ocultar la rabia que la estaba consumiendo.
─ Por supuesto que no, era un simple comentario.─ El vizconde sabe lo que he sufrido al
lado de mi difunto esposo. Espero que su caballerosidad le llevé a entregarme a mi esa
joyas en lugar de a su esposa. Ella no conocía a mi marido. No sabría valorarlas.
─¿Por qué?─ fue lo único que preguntó el vizconde al abogado, este se encogió de hombros.
El Sr. Garrison primero esperó a que la condesa viuda de Ocam volviera a ocupar su
asiento, en cuanto lo hizo, siguió leyendo el testamento.
─ Tengo una objeción.─ dijo Elizabeth antes de que diera tiempo a guardar el silencio.─ A
decir verdad, tengo muchas objeciones. Desde ahora les informo que buscare otros
abogados para que impugnen el testamento. No piensen que pueden robarme lo que me he
ganado aguantando a un viejo durante mas de diez años. Ni crean que vaya a permitir que
me quiten lo que me pertenece. Me lo he ganado.
El señor Garrison tercero, cogió el sobre lacrado de la esquina del escritorio, se lo entregó
al señor Garrison primero, y este a su vez al albacea. La expresión del marqués de Surrey
no sufrió ningún cambio, todos le observaban mientras leía el contenido de la carta durante
cinco largos minutos. Cuando terminó se la entregó al abogado. Este empezó a leer.
─ Retiro mi objeción.
─ Me temo que ya no es posible.
Lady Elizabeth se levantó y mirando a cada uno de los hombres con absoluto desprecio
abandonó la sala.
─ No voy a quedarme aquí, viendo como soy insultada y humillada en mi propia casa.
Pueden terminar esta farsa sin mí.
Se miraron entre sí, y los Garrison iniciaron una de sus conversaciones imposibles.
─ El albacea debe…
─ No sin el interesado…
─ Además el acuerdo puede ser…
─ Seguramente…
─ Para eso están los testigos.
─ Padre no seas aguafiestas.─ protestó Charles con mirada traviesa.─ Yo creo que el conde
pretendía desenmascarar a su esposa, y debe hacerse, además la curiosidad me mata.
No pudo evitar preguntarse si era tan estúpido como se sentía. En aquel momento de su
vida, cuando lo que sentía por su esposa era algo absolutamente desproporcionado al
compararlo con los sentimientos que había sentido por Elizabeth en el pasado, era incapaz
de comprender como podía haber estado tan engañado con su amante, pero lo cierto es que
nunca habían convivido mas allá de las pocas noches en que se limitaban a hacer el amor, y
conversar frívolamente en las fiestas donde coincidían. Entendió que no conocía a
Elizabeth, él la había inventado para satisfacer sus necesidades.
El señor Garrison carraspeó para llamar la atención de todos, y continúo con la lectura de
la carta.
─ Cuando me entere, te pedí que no volvieras a hacer algo así, y que cualquier hijo
engendrado por mi esposa sería hijo mío. Pero hubo dos abortos más el año siguiente, todos
ellos por tu mano. Te entregue mi nombre, mis riquezas y una gran libertad a cambio de la
posibilidad de que me dieras un hijo, un hijo de otro. Tomaste todo y no diste nada, esa es tu
naturaleza. Para el caso de que el testamento fuera impugnado, los contratos matrimoniales
quedarían sin efecto por conducta adúltera y escandalosa, iniciándose por tanto un
procedimiento que impediría impugnar el testamento, hasta que ambos pleitos no hayan
quedado resueltos, se te entregarán las 2.000 libras correspondientes a la dote recibida.
Seguramente nos encontremos de nuevo antes de que los tribunales hayan decidido la
cuestión, así que esperare paciente el volver a verte.
─ Hablaré con ella antes de que intente siquiera impugnar el testamento.─ dijo el
Marqués.─ Como albacea considero que si no se impugna ante los tribunales el legado,
reciba lo estipulado en el contrato matrimonial.
Ninguno parecía estar de acuerdo con él, pero comprendieron que el marqués preferiría
mantener el nombre de su amigo fuera del escándalo. ─ Lord Peter Horton. – dijo el primer
Garrison elevando dos notas el tono de voz para recuperar la atención de los presentes.─
Debido a que en el parlamento existe un expediente para que le sea concedido un título
nobiliario, y no teniendo herederos ni cercanos ni lejanos, es mi voluntad y mi orgullo que
el Condado pase a pertenecer, junto con todo su patrimonio. El resto de las propiedades no
adscritas al título deben utilizarse para pagar los gastos del mismo, y seguramente la única
condición que se deba cumplir, aparte de pagar una fortuna a la corona, sea el cambio de
nombre. Este testamento en lo referido a la sucesión nobiliaria esta unido al expediente. Y
si están leyendo esto, quiere decir que estamos avanzando hacia la resolución del
expediente.
Esta vez el silencio no fue esperando una objeción, los Garrison complacidos observaban la
conmoción.
─ Es tiempo de decir…
─ Mejor esperar a estar seguros…
─ No sería conveniente…
─ ¿Tienen algo más que añadir?─ preguntó el marqués a los Garrison.
─ Nos tomamos la libertad de promover el expediente del título apenas tuvimos
conocimiento de la muerte del conde.─ dijo el primer Garrison.
─ De hecho.─ añadió el segundo.─ Es muy posible que dentro de tres meses sea Lord Peter
Manning, Conde de Ocam.
Peter estaba demasiado aturdido para mostrar alegría o preocupación. Fue su hermano
cuando le palmeo la espalda quien le despabiló del desconcierto que le había provocado la
noticia.
─ Le entregaré las joyas.─ dijo Garrison segundo al vizconde.
Por un momento parecía que ella iba a negarse, o a montar una escena, pero se marchó
arrastrando los pies. Vestida de negro, con el rostro lleno de lágrimas y desesperación
había conseguido parecer, al fin, una viuda doliente. Hubieran sentido lástima por ella de no
saber que aquel dolor era causado por su propio egoísmo.
Finalmente abrieron la caja fuerte con la llave que tenía el tercer Garrison, y sacaron las
joyas que le correspondían al vizconde.
─ ¿Por qué le dejó las joyas a mi sobrino?─ pregunto el marqués, mientras examinaban que
estuvieran todas las piezas en los estuches.
Los abogados se miraron y después de asentir con la cabeza, Garrison primero tomó la
palabra.
─ Pienso que el Conde ha querido compensar al vizconde por los hijos que Lady Elizabeth
perdió, y al mismo tiempo castigarle.
─ Creo que eso es.─ dijo el segundo.
─ Seguro.─ afirmó rotundo el tercero.
Cuando Elizabeth salió del estudio estaba bastante desesperada y humillada. Su doncella la
esperaba en la habitación, con una pregunta en su cara.
─ Te quedas.─ dijo la condesa.─ Ahora es cuando más voy a necesitarte.
La señorita Devinson sonrió como un gato ante un plato de nata, y empezó a ayudarla a
desvestirse.
─ Debe descansar, Milady, ha sido un día difícil para usted.
─ No puedo descansar. Tengo que buscar una solución…
De repente se dio cuenta de lo fácil que le resultaría retener la herencia, al menos por el
momento. Se sentó en el escritorio y escribió unas líneas, cerró el papel y se lo entregó a su
doncella.
─ Debes entregar esta nota a quien tu ya sabes. Dile que estoy desesperada, que le espero
donde siempre, si no me ayuda, él caerá conmigo. Cuando regreses prepara el equipaje.
Capítulo 29
Londres, Junio 1805
La llegada de Virgil Redclive a la casa del conde de Carrick en Londres, reunió a todos los
que estaban implicados en la red de Surrey y de Stirling. Incluyendo a Rose y exceptuando a
Charles, que se había marchado a la propiedad recientemente heredada. Supuso que Ocam
no sólo le había entregado un futuro sino también un lugar donde podría permanecer
escondido mientras las sospechas del triple asesinato recaían directamente sobre él. Nadie,
a excepción de la viuda de Ocam y su propia familia, conocía la existencia del legado.
─ Fue Peter quien consiguió liberarme.─ explicó Virgil a todos, quienes se volvieron
directamente hacia el futuro conde de Ocam. Rose miró a su hermano y supo que estaba
mintiendo en algo. Un ligero titubeo en la voz y la punta de las orejas enrojecidas. Se apuntó
mentalmente hablar con él, para que le contará que era lo que había pasado en realidad
durante su cautiverio.
─ En realidad nunca estuvo realmente en manos de los franceses, pero había que
desmantelar la red de Prometeo, aunque me parece que hemos dejado varios cabos sueltos.
─ ¿Por qué lo crees?─ preguntó Virgil con naturalidad, mientras que al resto de los
hombres, les recorría la incomodidad, de tratar ese tipo de asuntos con una mujer, por muy
buena codificadora que hubiera resultado ser.
─ Lo sabemos.─ dijo Lord Stirling sin poder evitar darle a su tono un cierto aire
condescendiente.─ Pretenden desviar nuestra atención a los intereses británicos en la
Martinica para sortear el bloqueo británico. Pero ya estamos trabajando en... ─ se sintió
ridículo dando explicaciones a una dama─ el asunto ya esta resuelto.
─ Pienso que es algo más que eso. Si se llevan barcos de nuestra armada hacia América, no
sólo consiguen evitar el bloqueo, sino que consiguen una vía de entrada a nuestro país.
Tenemos demasiadas costas para poder prevenir cualquier tipo de invasión, máxime cuando
la mayoría de nuestros regimientos están luchando en el continente.
─ Eso nunca va a pasar.─ dijo Stirling rotundo.─ Los franceses no podrían ganar en suelo
inglés.
─ Tiene sentido.─ dijo Virgil.
─ Todos los mensajes que se han interceptado a los franceses, hablan de actividad de sus
barcos y siempre hacen mención de los movimientos de los regimientos enemigos por tierra.
Pero también están pasando información sobre las costas inglesas, así como los
destacamentos que se encuentran cerca.
Lord Edmund que se había quedado con la boca abierta, admirando a su esposa, lanzó una
mirada de advertencia al Lord del almirantazgo. Este no quiso darse por aludido.
─ Bueno, ¿qué sentido tiene que la infantería, varios regimientos, tengan órdenes de estar
preparados en la costa del norte de España, cuando nuestros barcos posiblemente se
encuentren en Jamaica?─ preguntó Rose a Lord Stirling, este se removió incomodo en su
silla.
─ Ellos no pueden saber donde estarán nuestros barcos.─ dijo un impaciente Lord
Stirling.─ Ya he dicho que hemos tomado medidas de seguridad para que no ocurra.
─ Creo que sería conveniente tener algún agente en la costa española.─ señaló Peter.─
Podríamos comprobar cuales son las intenciones de los franceses que esperan allí... si
trasladarse al sur para dar apoyo al resto de los contingentes, o bien están esperando para
embarcar rumbo a Inglaterra
─ Desde luego será conveniente, pero para avisar a nuestras tropas de los movimientos
franceses, no para desmantelar una operación que no va a producirse. ¿Quieres
encargarte?─ Peter asintió.─ Repito. Hemos tomado medidas para que eso no ocurra.
─ Deja ese asunto en nuestras manos.─ dijo el marqués sin ocultar que la interferencia de
Rose, le parecía inoportuna. La miro como si fuera una niña que fuera a recibir una
reconvención en cuanto se fueran las visitas.
Rose abandono la reunión con toda la dignidad que pudo reunir, tenía los ojos aguados,
aunque fue capaz de contener las lágrimas. Se prometió que no asistiría a más reuniones.
Habían hecho que se sintiera como una niña pequeña y molesta. Si no fuera por los intereses
que estaban en juego, hubiera decidido dejar de codificar y decodificar para ellos, pero esta
era una decisión que no podía permitirse.
─ Puede que ustedes la vean como una mujer, demasiado frágil para involucrarse en los
asuntos de estado, quizás la consideren vulnerable por ser mujer y estar embarazada.─ dijo
el Sr. Redclive.─ Pero les aseguro que hasta la fecha nunca ha errado en un juicio. Y si
ustedes no tuvieran tantos prejuicios respecto a ella, se darían cuenta que “Rose” es
“Redhouse” y que durante los últimos años, cuando Redhouse sacaba una conclusión todos
la daban por buena. ¿Que ha cambiado ahora? ¿Que la inteligencia este dentro de una mujer
en lugar de un hombre?
─ Ella es mi esposa.─ exclamó Edmund uniéndose al bando de su esposa.─ Sólo por eso
merece ser escuchada con toda atención y respeto.
El señor Redclive y Virgil miraron a Edmund como si se hubiera vuelto loco. ¿Debería ser
escuchada por ser su esposa? ¿No por ser Redhouse?
─ Es evidente que es una mujer especial, y con muchas virtudes, no me cabe duda.─ se
defendió Lord Stirling.─ Pero la guerra no es un tema que me resulte cómodo tratar con una
mujer. Puede que sepa mucho de códigos, pero no de estrategia militar. No creo que deba ir
más allá de lo que se le encomiende, Lady Rose que se dedique a sus códigos, y nosotros a
la guerra.
─ Eso es distinto.─ intervino el conde claramente del lado de Stirling en ese asunto.─ A
veces decidimos sobre la vida o la muerte de otras personas, ¿Crees que ella tiene estómago
para aguantar tal cosa?
─ No es estúpida y estamos en guerra. Claro que asume que gente morirá a causa de las
decisiones que tomemos.─ intervino Virgil.─ Pero sin su ayuda, habría muchos más muertos
de este lado.
─ Le pediré disculpas si ustedes consideran que he sido grosero con la Dama.─ dijo
Stirling.─ Pero la idea de una invasión es ridícula. ¿Qué posibilidades existen de que ganen
a nuestra armada?
─ Si nuestra armada no está donde debe estar, la posibilidad de una invasión no es tan
descabellada.─ Señaló Peter.
─ ¿Tú qué opinas?─ pidió ayuda al conde.
─ No soy partidario de curar heridas inexistentes, pero nada perdemos con mantenernos
alerta.
Con aquella frase que no significaba nada realmente, se termino la reunión.
Edmund subió a ver a su esposa en cuanto terminó la reunión. Ella estaba sentada en la silla
del escritorio, aprovechando la luz de la ventana y de un pequeño quinque para iluminar su
cuaderno negro. El miro como la luz de la ventana jugaba con su pelo. Ella se volvió a
mirar, estaba concentrada y eso se veía en su gesto. El sonrió y ella se despabiló por
completo.
─ Quiero que me cuentes porqué consideras a Perseo tan peligroso. Es solamente un enlace
entre agentes, alguien que compra y vende información por dinero. Con la muerte de
Prometeo, ya no tiene más enlaces.
Ella miró confundida a Edmund y empezó a reflexionar sobre el asunto. Le indico que se
acercara y el se sentó al borde de la cama, quedando frente a ella.
─ Perseo es quien facilita información sutil. ─ durante un momento parecía estar buscando
las palabras.─ Lo que significa que tiene contactos en la aristocracia, pero también en los
bajos fondos. Es capaz de contratar un matón como de saber como esta distribuida una
mansión en Mayfair. Lo que significa que muchas personas que pasan desapercibidas están a
su servicio. ¿Como puedes descubrirlas, como saber si no tiene alguno de sus agentes
trabajando en esta casa o en cualquier otra que esconda algún secreto importante?
─ Entiendo lo que quieres decir. ─ Contestó Edmund pensativo.─ Voy a pensar en el asunto.
─ Podrías pedirle ayuda a tu primo Charles.
Edmund la miró como si la viera por primera vez. Hizo un aspaviento exagerado como si le
hubiera dado un puñetazo, después sonrió abiertamente.
─ Mi primo Charles... ¿Lord Charles Horton?
─ Creo que él podría...
Las carcajadas de Edmund confundieron a Rose. Después fueron sus besos risueños que
pasaron a ser ansiosos, hambrientos, después, ninguno de los dos volvió a pensar en
Charles.
Capítulo 30
El marqués de Surrey junto con los Garrison, dos empleados de estos, y la ayuda de los
criados de la casa, estaban realizando el inventario de las pertenencias del Conde de Ocam.
Lady Elizabeth se había marchado al día siguiente, al que se dio lectura al testamento, saber
que estaba en paradero desconocido, les hacía sospechar que la viuda pretendía
ocasionarles problemas en el futuro. Pero todos ellos estaban convencidos, que cualquier
problema que ella pudiera causar sería perjudicial para ella misma.
Todos estaban preparados para dicha eventualidad, de hecho, pese a la intención del
marqués de respetar el legado del conde para su esposa, los Garrison se mostraron como
tres montañas inamovibles, y habían procedido con los trámites para declarar nulo el
matrimonio del conde, varios de los amantes de la condesa viuda habían sido interrogados
por el magistrado encargado del asunto. Y todo parecía indicar que en un par de meses,
Lady Ocam volvería a ser la Señorita Elizabeth Manning
Volvía de la casa de su amigo cuando le anunciaron que su hijo Peter le estaba esperando.
─ Quería hablar contigo.─ saludó este.
─ Eso me han dicho. ¿Te quedarás a comer?
─ Por supuesto.
─ Entonces hablemos antes de que tus hermanas y tus sobrinos nos descubran. Vamos al
estudio.
─ Me voy a España.
─ Deberías dejar tu comisión en el ejército, pronto serás un conde.
─De eso quería hablarte. ¿Si algo me pasara, que ocurriría con el título?
─ Me parece que no me va a gustar esta conversación.
─ Contesta, hay alguna posibilidad de que pueda dejárselo a Charles.
─ Ahora no puedes legar lo que no es tuyo. Deberías esperar al menos a que la cámara de
los Lores lo apruebe.
─ ¿Cuánto tiempo tardarán?
─ La última sesión es el 30 de junio. Si no lo aprueban antes de esa fecha, habrá que
esperar al otoño cuando se reanuden las sesiones.
─ Bueno, si algo me pasara, quiero que intentes que el titulo recaiga sobre Charles. ¿Sera
necesario un testamento formal, o algo parecido?
─ No puedes legar lo que no tienes.─ insistió su padre.
─ Pero puede pasar que muera después de que me hayan concedido formalmente el titulo,
¿entonces sería posible?
─ En teoría, si. Pero no puedo permitirlo. Al haber aceptado el cambio de apellidos has
renunciado a tus derechos sobre el ducado, no podemos prescindir de Charles, si algo le
pasará a John...Capitulo 30Los ojos del marqués se cubrieron de sombras, que Peter no
supo interpretar.
***
Lord Charles Horton por su parte, se encontraba con su hermano mayor en Escocia. Lord
John estaba ayudando a inspeccionar los libros de la propiedad, así como las reformas que
serían necesarias para el sueño que había empezado a germinar en la cabeza de Charles.
Dedicarse a la cría de los caballos de caza. Se encontraban examinando los establos, dos
pabellones perfectamente adecuados para dicho fin.
─ Es evidente que el conde de Ocam sabía muy bien lo que hacia. ─ le comento John a su
hermano al comprobar la buena administración de la propiedad.─ Pronto recibirás la
herencia de la abuela, espero que esto te haga reflexionar sobre lo que ha sido tu vida.
─ Estoy aquí contigo, me has llamado tú para que te ayude. He dejado todo lo que tenía que
hacer para venir contigo, para ayudarte. Si tuviera que matar por ti, lo haría. Durante un
tiempo estuve tentado de asesinar a la cortesana que te mantenía, pero siempre fuiste un niño
brillante, sabía que saldrías solo del problema... Estoy feliz de que el conde, por las
razones que fueran, te haya dejado este pedazo de tierra donde podrás poner paz y distancia
para reflexionar sobre lo que esperas del resto de tu vida. No me molesta tu suerte. Estoy
encantado con ella.
─ No tengo mucho sentido del humor.─ dijo John en aquel tono que había utilizado durante
toda la conversación, mas propia del parlamento que de una conversación entre hermanos.
─ Yo te enseñare.- dijo Charles.─ Espero no tener que matar por ti, no se si sería capaz.
─Estoy convencido de que no podrías.
─ No se si eso habla bien o mal de mi valor.─ bromeó Charles.
─ Habla estupendamente bien de la persona que eres.
Lord John comenzó a caminar hacia la casa desde el establo hasta la casa principal. ─ John
hay algo que quería contarte. Necesito contarte...
Lord John le miro de nuevo, pero esta vez en el interior del acero de sus ojos, brillaba una
luz de diversión. Apenas esbozó una sonrisa y continuó caminando hacia la casa. Charles
entrecerró los ojos para observar a su hermano mayor. ¿Podía ser que fuera mucho más que
un caballero estirado? Bueno, lo era. Era su hermano. Pero nunca lo había visto como ahora.
De repente el mundo le pareció un lugar menos triste. No estaban Celina ni Ocam, pero allí
estaba John, sólo le preguntó si podía acompañarlo y habían salido al día siguiente.
Comenzó a caminar de nuevo, pero esta vez no trató de ponerse a la altura de John, le seguía
a dos pasos de distancia mientras le observaba con cariño. John se detuvo al llegar a la
entrada.
El embarazo de Rose hacia que pareciera una especie de pato danzarín. El bebé parecía
haberse instalado cómodamente en el vientre de su madre de canto, la tripa sobresalía bajo
sus pechos medio metro por delante de ella. Quince días antes, su vientre apenas estaba
abultado en una curva que se disimulaba a la perfección en los vestidos de talle alto.
La idea de separarse de Rose le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir, sin
embargo, al verla tan oronda y patosa consideró que era puro egoísmo el llevarla con él, y
que ella estaría más cómoda en Londres, o en Oxford.
Antes de marcharse, Edmund le enseñó los juegos de joyas que había heredado del Conde,
no quería introducir a Elizabeth en ninguna de sus conversaciones, pero debía hacerlo. Le
contó todo mientras le fue mostrando las joyas.
Había colocado las joyas sobre la cama, a Rose le parecían maravillosas, las miraba
mordiéndose el labio inferior, su marido supo que no las quería, e intuyó la razón.
─No me gustaría que te acordaras de ella, cuando las llevara.─ confeso al fin.
─ Eso no pasará. Gracias a ti he podido librarme de una gran mentira que ocupaba toda mi
vida. Ella está muerta para mí.
─Yo creo que si pasará. Puede que no pienses en ella con amor, pero inevitablemente te
acordarás de los hijos que pudiste haber tenido con ella. No, no me gustan. Realmente creo
que se las ha ganado, como te dijo.
─ Si pienso en ella, será para compararla contigo y eso me hará quererte más, si eso es
posible.
─ De todos modos, no las quiero.
─ Las guardaré para las hijas que tengamos. Ellas no tienen que saber la historia, sólo las
lucirán, cada juego vale una pequeña fortuna. ¿No pretenderás negar el beneficio a nuestras
hijas por un orgullo que en este caso no tiene sentido?
─ Nadie está preparado para algo así. En cualquier caso, tú no decides. Simplemente
utilizas esa mente maravillosa para sacar conclusiones. Las decisiones están por encima de
nosotros. Y nuestro único deber es intentar que cuenten con el mayor número de
informaciones veraces, para que la decisión que finalmente se adopte sea la mejor para
Inglaterra.
─ Realmente, es mi padre quien decide, y Lord Stirling, y por encima de ellos el Ministro
de la guerra, por encima de este el primer ministro. Y cuando este lo hace, tiene en cuenta
otras opiniones como las del consejo de guerra, incluso el ministro de hacienda interviene
para regatear el dinero que se necesita.
─ Visto así, me parece hasta extraño que puedan acertar alguna vez.
Las joyas fueron guardadas en la caja fuerte del vestidor de Edmund. A pesar de lo que le
había dicho a Rose, siempre le harían recordar lo estúpido que puede llegar a ser un hombre
cuando se enamora de la mujer equivocada.
─ Me voy contigo. Estoy segura que seré más útil en Fowey que en Londres o en Oxford,
donde ni siquiera puedo pasear con esta enorme barriga. En Fowey podre ser de mas
utilidad aunque no me levante del sillón.
El viaje a Fowey les llevó dos días más que la vez anterior. Pero a diferencia del primero
que hicieran, las palabras llenaban algo más que los silencios, las noches se llenaban de
caricias mutuas que aunque no alcanzaban la altura de la pasión que habían estado
compartiendo, llenaba sus noches de placer y ternura.
La piel de Rose recibía las caricias con una sensibilidad nueva, ambos temían hacer daño al
bebe con el movimiento del amor, y alcanzaban el placer por turnos, gozando tanto al dar
como al recibir. Era una nueva forma de amar que habían descubierto juntos, aun cuando las
caricias fueran eternas en el tiempo y entre hombres y mujeres a lo largo de la historia, ellos
las sentían diferentes porque era la piel del ser amado el tocado y las manos y los labios del
amante, quien tocaba. El cielo les esperaba cada noche y llegaban a él por todos los
caminos de la piel.
─ Lamento haberles fastidiado la diversión.─ contestó mirando a la mujer con una frialdad
que podría haber congelado la mano que la sujetaba del brazo, Elizabeth la soltó.─ Hay una
posada en el pueblo, estoy segura que recibirá allí el trato que se merece.
─ Puede que lo haga.─ contestó sonriendo, satisfecha de ver el daño que sus palabras
habían causado─ Con usted aquí, no será lo mismo de todos modos. Espero que vayas a
visitarme, tenemos muchas cosas que tratar.
Edmund pasó al lado de Elizabeth sin prestarle atención, subió las escaleras hacia la
habitación de Rose. La puerta estaba cerrada, lo intentó entrando por la puerta de
comunicación entre ambas habitaciones. Cerrada.
Golpeó la puerta.
Cuando bajó a la planta baja para encararse con Lady Elizabeth esta estaba sentada en uno
de los sofás de la sala, esperando que una de las criadas le sirviera una taza de té.
El se acercó a la ventana, con el sol a medio camino en el cielo, podía ver más allá del
bosque, la forma de los acantilados. Trató de acompasar los latidos de su corazón a su
respiración pausada. Se obligó a controlar el deseo de golpearla que le quemaba en las
manos.
─ No tardaré tanto.─ dijo dejando sobre la mesa la taza de té.─ Hasta que no se descarte
que puedo estar embarazada, nadie puede tocar la herencia de Ocam, un heredero legítimo
convertiría en nulo el ridículo testamento anterior.
─ Habrá que esperar de todos modos a lo que resulte de mi embarazo.─ dijo desafiante.
─ Espera si quieres, pero en otra parte.
─ Quiero las joyas.─ dijo levantándose.─ Me pertenecen. Además no se las merece, puede
que te haya engañado haciéndote creer que es honorable, pero se rumorea en Londres que
trato de escaparse con Mortimer. Ya ves que no somos tan diferentes.
─ Eso es algo que no puedo perdonarme a mí mismo. Tú has dejado de formar parte de mi
vida y de mis pensamientos hace mucho. Lamento comunicarte que tu minuto ha terminado.
Capitulo 32
Fowey, julio 1805
Rose se mantuvo encerrada en su habitación durante dos días y dos noches, Jenny intentó
inútilmente durante ese tiempo que comiera algo, pero Rose lloraba, dormía y bebía té con
mucho azúcar, ya no lo hacia para aquietar su estómago, sino su animo.. A pesar de los
intentos de Edmund de hablar con ella, Jenny resultó ser el mejor perro guardián de su
señora, hasta que empezó a preocuparse por la falta de apetito de Rose. Sólo entonces se
alió contra su enemigo natural, el vizconde de Cortwind. Al tercer día le permitió entrar en
la habitación, Rose estaba tan débil que no pudo impedírselo, él se arrodilló al lado de la
cama.
─ Rose.─ llamó cogiendo su mano, ella trató de retirarla de su contacto, pero parecía que
las fuerzas la habían abandonado por completo.─ Te amo.
─ Ya no importa.─ dijo casi sin voz, las lágrimas se acumulaban entre sus pestañas.─ No
tengo fuerzas para creer en ti, para luchar por ti.
─ Yo lucharé por los dos. Te amo.─ repitió junto a su boca, bebiendo sus lágrimas.
─ No deseo tu amor. No deseo nada de ti. ─ Rose parecía vencida─ Ella siempre esta entre
nosotros. Siempre aparece.
─ ¿Cómo puedes creerla después de lo que ha pasado entre nosotros?
─ Estaba aquí, y tú querías dejarme en Londres. ¿Cómo podría no creerla?
─ Debes confiar en mí.─ dijo besándola castamente sobre los labios, apenas un leve
contacto.
─ Al menos come algo, por nuestro hijo.─ ella no reaccionó, así que Edmund ordenó a
Jenny.─ Trae una bandeja.
Rose deseaba negarse, pero ya no le alcazaba la rabia para luchar, así que tomó una taza de
té muy azucarada y mordisqueó una tostada con mermelada, que le sabía amarga al paladar.
Edmund indicó a Jenny que se marchara, después de un instante de duda, la doncella salió
del cuarto.
─No tengo nada que ver con la presencia de Elizabeth aquí. Piensa, Rose, ¿Me crees capaz
de traerte conmigo sabiendo que me esperaba ella?
─ Tú no querías que yo viniese.─ murmuró.
─ No, no quería, pero por tu salud. Pero, por el amor de Dios, ¿qué tipo de persona crees
que soy para invitar a mi amante a mi propia casa?
─ ¿Tu amante?
─ Sabes a lo que me refiero. También sabes que ella no significa nada para mí, te amo
Rose. Daría mi vida por ti.
La tostada empezó a tener un sabor más dulce a medida que se desmenuzaba entre sus
dientes. Vio algo en su mirada que le hizo recuperar la confianza en él. Sin embargo, eso no
hizo desaparecer el dolor que sentía en su pecho.
─ No estoy orgulloso de lo que esa mujer ha hecho conmigo, Rose. He confiado en ella y la
he amado.─ Vio el respingo que dio su esposa.─ Creí haberla amado.─ rectificó
entrelazando sus dedos con los de ella.─ Me duele más el engaño que el desamor. ¿Lo
entiendes?
─ Sí.
─ ¿Confías en mí?
─ Sí, pero a veces recuerdo la razón por la que nos casamos. Tengo miedo de que
simplemente estés enojado con ella, quizá en el futuro te des cuenta de que es a ella a la que
amas.
─ Eso no pasará. No puede haber amor sin respeto, eso lo he aprendido contigo.
Edmund vio que Rose se estaba quedando dormida, permaneció en la habitación con su
mano entrelazada con la de su esposa, hasta que ella se durmió.
Salió al pasillo y encontró a Jenny apoyada sobre la pared, esperando.
─Quédate con ella. Volveré a la hora de la comida con otra bandeja.
─ Sí, milord.
─ Cualquier cosa, estaré en el estudio.
Sobre la mesa del estudio le esperaban varias cartas y algunos mensajes codificados que su
hombre le había dejado vueltos del revés. Procedió a ordenar el correo, las facturas a un
lado, y las cartas a otro. Se centró entonces en los mensajes, y comprobó que Peter habían
estado ocupados en el norte de España. Por un momento dudo pedirle ayuda a Rose, pero
prefirió no molestarla, y durante el resto del día se pasó descodificando los mensajes. Sólo
descansó para comer y cenar, lo que hacía en la habitación de Rose, con ella.
Al llegar la noche, Rose estaba completamente recuperada del viaje, del disgusto y de los
dos días que llevaba sin comer. El se recostó a su lado en la cama, pero se limitaron a
comentar el contenido de los mensajes hasta que el sueño les alcanzó.
Al día siguiente, los dos bajaron al estudio donde esperaban varios mensajes más, el ceño
de Rose advirtió a Edmund de que algo le preocupaba.
─ ¿Qué piensas?
─ Ninguno de estos mensajes han podido decodificarse con Fit..
─ ¿Que quieres decir?
─ En el código Fit no existe la i. Es una de las cosas que lo hace seguro. Aquí puedes
comprobar que hay varias palabras con esa letra. Estos mensajes están manipulados.
Rose despejó el centro de la mesa y tomó los mensajes codificados en una de sus manos.
Ella advirtió la mirada de orgullo y reconocimiento con que su marido la contemplaba, la
veía como una compañera además de una esposa, se sintió terriblemente satisfecha.
─ Estos dos son de mi hermano. Para diferenciar sus mensajes de los de los demás,
inventamos una palabra clave. Él eligió la palabra “tumbado”. No es una palabra común en
el contenido de los mensajes, pero es fácil de conectar. Ninguno de estos mensajes es suyo.
. Están prisioneros.─ terminó Edmund, pero Rose no estaba pensando en eso. Sino en
Elizabeth. Ella había estado en la casa, seguramente los criados convencidos de su relación
con su marido no la impidieron deambular libremente.
─ Podría ser. ─ dijo ella sin atreverse a decir en poner sus pensamientos en palabras. No
estaba segura si era lo lógico, o sólo se trataba de la antipatía natural que sentía por
Elizabeth.
─ La mayoría habla de las órdenes dadas por Napoleón de atacar los intereses ingleses en
las colonias, e insisten en que el canal está seguro.
─ Sigues pensando que la idea de Napoleón es invadir Inglaterra.
─ Dejarnos engañar. Es evidente que Perseo debe ocupar un puesto importante para haber
llegado tan lejos, así que la orden que debe salir del almirantazgo es la de mandar a nuestra
armada a las colonias, dejar que nos vean los franceses en el Atlántico y volver de
inmediato a defender las costas inglesas.─ dijo Rose convencida.
─ Por supuesto que no, no por mí en todo caso.─ aunque sus ojos se nublaron cuando
recordó lo cerca que había estado de confiarle los secretos de Inglaterra a su amante.─
Ocam era uno de los nuestros, eso explicaría la forma en que se hicieron con el código.─
dijo más para sí que para su esposa.─ Aunque sinceramente me cuesta imaginar a Elizabeth
en algo así.
─ ¿Por qué no?─ Rose preguntó con dureza, le pareció que él la estaba defendiendo.
─ Siempre me pareció demasiado vulnerable.
─ ¿Estúpida?
─ Lo cierto, es que el único estúpido en esa relación era yo. Ella solo lo parecía.─ se
sonrió tristemente.
─ Si estamos en lo cierto, debemos dejar que crea que ha conseguido engañarnos.
─ Pero no podemos dejar que se marche sin averiguar qué sabe y con quién está
colaborando, aunque no dudo de su inteligencia, no creo que este sola en esto.
─ Tendríamos que tenderle alguna especie de trampa. Debes ir a verla.
Edmund miró a Rose y pudo ver la inseguridad que se reflejaba en su rostro.
─ ¿No desconfiarás?
─ He decidido confiar en ti. Lo que no significa que no tenga miedo de que puedas volver a
sentir algo por ella. Pero es necesario que ella piense que de alguna manera ha recuperado
tu interés.
─ No será necesario llegar a tanto, en este momento a Elizabeth le importan más las joyas
que me dejo el conde que recuperar su relación conmigo.
─ Yo no estaría tan segura.
─ En todo caso, las joyas serán nuestro señuelo.
─ ¿Cabe la posibilidad de que alguno de los criados esté colaborando con ella?
─ Yo he pensado eso también, pero todos los criados de la casa han sido cuidadosamente
seleccionados debido a que esta casa suele ser un punto de reunión de la red.
─ ¿Explícame entonces por qué la dejaron entrar?─ dijo Rose. El se mostró avergonzado.
─ Supongo que dieron por hecho que seguía siendo mi amante.─ dijo evitando su mirada.
La rabia renació en el pecho de Rose, y a su pesar, supo que no podía perdonarle, le amaba,
quizás más de lo que nunca sería capaz de amar, su mente lógica le perdonaba, pero su
corazón era un órgano distinto, sus sentimientos estaban en carne viva, y de repente
comprendió que su relación con su marido no era algo entre ellos dos, sino consecuencia
del desamor y la rabia que él sentía por su amante.
Trató de convencerse que la magnitud con la que se manifestaban sus sentimientos los
últimos días era producto de su estado de gestación, pero ni el pensamiento más lógico
podía evitar que las emociones le salieran disparadas como bombas de cañón.
Unos minutos de silencio entre ellos les parecieron siglos, mientras Rose trataba de tragar
las lágrimas de la rabia y la desesperanza, Edmund trataba de adivinar los daños que su
relación con Elizabeth había causado a su matrimonio, y la forma en que debería luchar para
borrar de Rose cualquier dolor en el futuro.
─ Mañana me iré a Londres.─ dijo Rose al final.─ Informaré a mi padre y al tuyo de lo que
ha sucedido, y creo que deberías hacer creer a Elizabeth que estás nuevamente interesado en
ella. En este momento confío plenamente en ti, sé que tus sentimientos no interferirán en el
objetivo de descubrir que tiene qué ver la condesa con los mensajes falsos.
─ Te amo.
─ También la amabas a ella apenas unos meses atrás.
La conversación se vio interrumpida por el mayordomo, Sr Paul.
─ La condesa viuda de Ocam ha enviado un mensaje. Están esperando una respuesta.
El Sr. Paul colocó la bandeja donde se encontraba el sobre delante del vizconde. Rose miro
al Sr. Paul, quien parecía manifestar con aquel gesto que no mantendría secretos para la
dueña de la casa, una lealtad que a Rose, como el amor de su marido, le llegaba tarde,
porque nunca debió permitir que la condesa se alojase en su casa en primer lugar. Cuando
Edmund terminó de leer la nota, se la pasó a Rose.
El impulso de Edmund cuando terminó de leer la carta, fue levantarse y correr hacia la
posada, no porque el amor le moviese a partir a la llamada de su antigua amante, por un
instinto más primario de protección. Ya no la amaba, pero Elizabeth a pesar de todo, era
parte de su vida, y si estaba involucrada con los agentes franceses, no dudó que su vida
peligrase. Tuvo que reprimir el impulso y en su lugar mantener la calma y entregarle la nota
a Rose, la observó mientras la leía, no pudo adivinar que pensaba ella.
─ Oh Dios, Edmund.─ gimió la mujer, su voz entrecortada, los labios presentaban costras
de sangre en una de las comisuras, y en el centro del labio inferior. Si no conociera tan bien
a la mujer, hubiera dudado incluso que fuera ella, de lo irreconocible que estaba.
─ ¿Te ha visto el médico?─ preguntó sentándose en la cama, su mano acariciando
suavemente su espalda.
Ella negó con la cabeza, las lágrimas trataban de hacerse hueco a través de las rendijas que
eran sus ojos. Edmund se levantó, y desde la puerta gritó al posadero que fuera a buscar un
médico. Volvió a su lado.
─ Créame cuando le digo que la encontré así. Ella me mandó llamar, en cuanto la vi, avisé
al posadero para que le buscase.─ La frialdad en el tono del vizconde, no convenció al
médico, un poco más de compasión por parte del vizconde, quizás le hubiera hecho dudar
de la afirmación de su paciente.
─ Supuse que era él. .─ dijo ella entre dientes, mover los labios parecía doler bastante.─
Fue uno de tus criados quien me citó en la parte trasera de la posada, entonces ha sido tu
esposa quien lo ha mandado…
─ Le daré láudano para que pueda pasar unas pocas horas sin dolor. Es mejor que no hable
o le sangraran los labios nuevamente.─ El doctor realizó las curas sin enfrentar la mirada de
la pareja.
─ Edmund quédate conmigo.─ dijo ella mientras el láudano hacia efecto.
─ Lo haré, pero antes dime, ¿cuál de mis criados te hizo esto?
O el láudano hizo su efecto, o Elizabeth fingió dormir para no tener que contestar.
Dos horas después Lady Elizabeth estaba siendo instalada en la habitación de invitados de
la mansión, Rose no pudo evitar sentir lástima por la mujer al ver el estado en el que se
encontraba y saber del alcance de la agresión que había padecido.
Al día siguiente recorrió el camino que había aprendido durante su luna de miel, no pudo
ascender toda la cuesta debido a la pesadez de su embarazo, pero el tiempo era agradable,
se sentó sobre un tronco que estaba caído para tratar de recuperar la respiración. Su mente
seguía dando vueltas a los porqués, cuando se vio sorprendida por una sombra que la cubrió
por completo.
Habían transcurrido ocho días desde que la condesa viuda de Ocam había sido instalada en
la mansión del conde de Carrick, las costillas rotas por la paliza no le permitían abandonar
la cama, las magulladuras de su rostro habían desaparecido.
Edmund la visitaba por las mañanas y por las tardes, Rose por su parte se sentía como un
alfiletero donde estaban clavadas decenas de alfileres que le llenaban de sentimientos
contradictorios. Aun cuando no advirtió ningún interés especial en su marido respecto de su
antigua amante, había conseguido una cierta serenidad mental que le permitió ser capaz de
distanciarse de sus emociones para analizar la situación. No siempre lo conseguía.
Ella estaba gorda e hinchada. Ni siquiera podía consolarse en los brazos de su marido,
porque apenas cabía en ellos, por contra, estaba Lady Elizabeth que había recuperado su
belleza a pesar de los restos de moratones, se la veía preciosa. Los celos no necesitan tener
razones para aparecer, cuando lo hacen van generando un rencor que se dirige directamente
contra el ser amado.
Durante todo el tiempo que había permanecido allí, Lady Elizabeth se había mantenido
alejada tanto de Rose como de su marido, pero desde su ventana vio a un hombre llegar a
caballo, decidió que su clausura había durado demasiado, o quizá estaba interesada en los
mensajes que acababan de llegar. Bajo despacio y con gran esfuerzo, sujetándose las
costillas, hasta la biblioteca donde Edmund y Rose se encontraban en ese momento, se
quedo pegada a la puerta tratando de escuchar.
En el tiempo que Edmund sacaba de la caja fuerte los libros de tapas negras donde se
encontraban las claves para descifrar los mensajes, Rose los había descifrado.
Su marido sonrió dulcemente, orgulloso. Desde que llegaron a Fowey no habían vuelto a
compartir intimidades ni confidencias, a pesar de compartir la cama cada noche, su relación
parecía haberse transformado en una tibia amistad, algo más que una mera camaradería.
Antes de que ella pudiera imaginarlo, estaba entre sus brazos. La mirada de Edmund
encontró la suya.
─ Si pudieras imaginar lo feliz que me haces. Eres perfecta para mí. ¿Como puede nadie
imaginar que debajo de esa piel tan dulce se esconda REDHOUSE?
La besó en los labios con ternura y volvió al trabajo. Entre ambos mandaron todos los
mensajes, en realidad Rose codificaba y el actuaba como su asistente.
Ella sonrió con los ojos, agradecida y emocionada. Hubiera deseado un abrazo, mejor un
beso como el que le había dado antes, pero había algo que la retenía a mostrarse tan
cariñosa como deseaba.
Edmund tiró de la campanilla para llamar al Sr. Paul, Lady Elizabeth tuvo tiempo de entrar
en la sala de visitas antes de que este apareciera. Se encontraba feliz. Acababa de descubrir
lo que todos los agentes franceses estaban buscando. No estaba segura de poder llegar hasta
la casa del pueblo donde esperaba su contacto. Se sentó a pensar en la forma en que podría
avisarle, sin levantar sospechas. Estaba bastante satisfecha consigo misma. Conservaría el
titulo de condesa, a cambio de no revelar la identidad de la codificadora, lo que acabaría
haciendo. Edmund era suyo y lo quería de vuelta. Empezó a maquinar la forma en que
debería actuar para ganarse su confianza hasta que volviera a sus brazos para consolarse
por la muerte de su esposa.
─ Tiene que conseguir que abandone la casa. Que se meta en la cama con Lord Cortwind si
es necesario.
Aquel mismo día Lady Elizabeth decidió bajar a cenar al salón. Ayudada por su doncella,
consiguió sentarse controlando bastante el dolor que parecía estar sufriendo. Cuando Rose
la vio, miro a Edmund esperando una reacción frente a la intromisión de su antigua amante
en sus momentos de privacidad.
─ Me alegra comprobar que te encuentras bien.─ dijo Edmund.─ Eso significa que pronto
podrás regresar a Londres, o a donde quieras que te propongas ir.
─ Aún no me encuentro recuperada para viajar.─ contestó la mujer y adoptando una actitud
arrepentida, se dirigió a Rose.─ Espero que no te moleste que haya bajado, pero llevo
demasiado tiempo encerrada en mi habitación. Por otra parte, tengo un asunto importante
que hablar con los dos, me pareció que este podría ser el mejor momento para hacerlo.
─ En primer lugar, tenemos a nuestro querido Edmund como tema en común. ¿Sigue
diciendo “te amo” después de saciarse en el amor?, y ese lunar que tiene en la cadera, no es
realmente encantador...
Ambas mujeres miraron a Edmund para que fuera él quien decidiera si Elizabeth se quedaba
o debía retornar a su habitación, con gesto galante tomó la mano de su mujer y le ayudó a
sentarse frente a Rose, a continuación tomó asiento en la cabecera de la mesa, con ambas
mujeres a cada lado.
─ No puedo imaginar algo mejor que cenar con las dos mujeres que amo. Dos verdaderas
inteligencias. Eso dice mucho en mi favor.
─ ¿Todavía me amas Edmund?.─ pregunto Elizabeth mirando a los ojos de Edmund.
─ No se puede mandar en el corazón, él decide a quien amar, lo merezca o no.
Rose pudo oír el sonido de cristales rotos en su alma, Elizabeth en cambio sonrió y su
rostro se iluminó convirtiéndola en alguien diferente, su belleza se había trasformado en
algo sublime con una simple sonrisa. Rose comprobó que a pesar de todo, no se muere ni de
amor, ni de rabia, ni de celos. Luchó consigo misma para permanecer sentada a la mesa. No
pensaba huir de lo que fuera que descubriera en aquella cena, pero sería definitivo para
ayudarle a tomar una decisión acerca de su marido, no podía vivir con el miedo constante a
perderle por aquella mujer.
─ Todos cometemos errores.─ dijo Elizabeth mientras apartaba los guisantes a la orilla del
plato.─ Pero las personas civilizadas discuten los problemas y buscan soluciones. Puede
que hayas descubierto una faceta de mi vida que te disgusta, pero en el fondo, sigo siendo la
misma. Todavía te amo.─ miro a Rose a los ojos, en los de esta podía verse las lágrimas
formándose, aquello fue otra pequeña satisfacción para la condesa. ─ Creo que Edmund nos
quiere a las dos. Yo estoy dispuesta a compartirlo, si no quiere que los franceses sepan
quien es usted en realidad, deberá aceptar esta posibilidad.
─ Creo que quizá seria mejor que usted se lo quedará entero. Al fin y al cabo. Nuestro
acuerdo matrimonial se limita a engendrar herederos para el título. ─ contestó Rose.
. ─ Me parece que no estoy dispuesto a dividirme en partes, así que tendrán que tomarme
entero por turnos.─ dijo Edmund en tono frívolo.─ Quizá no sea tan mala idea. Necesito una
mujer y es evidente que mi esposa no está en condiciones de aguantar mi peso, eso le haría
daño al niño…
Las orejas de Rose estuvieron a punto de salir disparadas de su cabeza, de repente todo se
volvió rojo sangre, sin ser consciente realmente de lo que estaba haciendo, cogió el cuchillo
de la carne y lo clavó en el antebrazo de su marido. Edmund con reflejos de gato la tomo de
la muñeca y la desarmó, sus miradas se encontraron. La sorpresa y el dolor brillaban tras la
mirada de Edmund, el odio se concentraba en los ojos de Rose.
─ Creo que es mejor para todos que se vaya.─ dijo Elizabeth con aquella dulzura que
durante tantos años le había mantenido en sus redes.─ En su estado no es bueno para el bebé
que sufra disgustos.
─ Será lo mejor.─ dijo quitándose la chaqueta con ayuda de uno de los lacayos, mientras el
otro había salido en busca del mayordomo.
En cuanto el Sr. Paul apareció con una bandeja en la que traía vendas, y una crema para la
herida. Elizabeth continúo comiendo, mientras Edmund era atendido en la cabecera de la
mesa, la manga de la camisa por encima de su codo, estaba arruinada por la sangre de la
herida.
Rose no había regresado a la habitación, necesitaba huir a un lugar donde nadie pudiera
encontrarla, salió a la noche y caminó deprisa balanceando su enorme cuerpo a los lados.
La oscuridad y el viento cálido consiguieron calmar parte de la desesperación, sus pasos la
llevaron sin querer al pequeño valle escondido. Al bajar por la pendiente resbaló, cayó
sobre su trasero, al tratar de levantarse una de las manos donde apoyaba su peso perdió el
apoyo sobre la piedra, y al resbalar esta, se torció la mano haciéndola caer hacia ese lado.
La inercia la llevó medio metro por la pendiente, cuando consiguió frenarse, se quedó
quieta, recuperando la razón. De repente se encontró completamente agotada, y pensó que si
se tumbaba sobre el suelo la muerte la encontraría, no era capaz de articular ningún
pensamiento lógico, sólo podía ver las imágenes de su marido y Elizabeth juntos.
Media hora después de haber llorado hasta la extenuación, fue llegando el alivio. A pesar
de la calidez de la noche, su cuerpo estaba temblando de un frio que venía de dentro.
Con fuerza de voluntad y bastante esfuerzo llegó al camino, desde allí podía ver las luces de
la casa, se orientó y tomó el sendero que la llevaría hasta el camino del pueblo. Eran cinco
kilómetros de camino, pero era más fácil caminar hacia un objetivo que pararse a pensar.
Regresar estaba descartado de su mente.
Los cascos de un caballo rompieron su concentración, por suerte el camino estaba bordeado
por zonas arboladas, no le fue difícil esconderse en la maleza a tiempo para que el jinete
pasara por su lado sin percibir su presencia. Desde la oscuridad de su escondite no pudo
distinguir la identidad del hombre que galopaba como el diablo en dirección al pueblo.
Imaginar que era Edmund la lleno de una sensación de amarga alegría. De nuevo, las
lágrimas empezaron a correr a raudales por sus mejillas. Se quedó sentada un buen rato
recostada sobre el árbol que le había servido de parapeto, cuando consiguió calmarse se
puso en pie con cierta dificultad, el bebé que llevaba en sus entrañas parecía decidido a
balancearse dentro de ella y poner en peligro su estabilidad.
Finalmente decidió seguir el camino en paralelo, y eso le costó tropezar con el saliente de
una roca, el dedo gordo de su píe empezó a gritar un dolor agudo, haciéndole olvidar, por
un momento, el dolor sordo de su muñeca. Regresó al camino.
La noche sólo permitía ver las siluetas de los árboles a la vereda del camino, y este parecía
desaparecer en cada curva de su trayectoria, pero al menos, era de tierra aplastada y sus
pies embutidos en unos zapatos de seda solamente padecían los dolores de las secuelas de
su aventura en la pendiente. Rose percibía las consecuencias de su huida como leves
molestias en comparación con el caos devorador que le recorría las venas.
Repentinamente un caballo se cruzó en su camino, ella trató de girar y volver al bosque pero
antes de que pudiera hacerlo, unos brazos enormes la colocaron sobre el caballo, el terror
se hizo hueco entre el tumulto caótico de pensamientos y sentimientos, cuando comprendió
que el hombre que se alejaba con ella no era su marido ni nadie que ella hubiera visto antes.
Capítulo 34
Después de la cena Edmund y Elizabeth pasaron al salón, cuando el lacayo les sirvió unas
bebidas, brandy para él y oporto para ella, se marchó dejándolos solos. Elizabeth era la
mujer Edmund recordaba.
─Lamento mucho lo que pasó.─ contestó ella evitando su mirada.─ Seguramente no sea el
mejor momento para hablar de esto, pero nada de lo que dijo Ocam en su testamento era
cierto. Puede que mi comportamiento posterior a tu boda haya contribuido a que las
mentiras hayan sido más fáciles de creer. Pero estaba consumida por los celos y la rabia,
esa es mi única excusa. Quería causarte el mismo dolor que yo sentía.
─ Eso ya no importa.─ dijo él sentándose en una silla frente al diván donde ella se había
acomodado.─ He tomado cariño a mi esposa, no deseo que sufra innecesariamente, creo que
me ama. No creo que acepte nuestra relación, ni aunque su vida, como es el caso, dependa
de ello. Así que debemos ser discretos.
Una ráfaga de malicia atravesó la mirada de la mujer, que enseguida se torno blanda.
─ Desde luego. No estoy orgullosa de lo que tengo que hacer para conservarte, pero eres lo
más importante en mi vida.
─ No discutiré contigo.─ dijo ella demasiado sumisa, incluso para la antigua Elizabeth.─
Quiero tenerte en mi vida, no me importa el precio que tenga que pagar.
Edmund empezó a mirar su silueta con admiración. La respiración de Elizabeth se hizo más
profunda y sus pechos llenaron hasta rebosar el escote nada discreto de su vestido, Edmund
los miro como si estuviera decidiendo cuál de ellos comería primero.
─ Por desgracia, tendremos que esperar a que se marche por la mañana para completar
nuestra reconciliación.─ dijo resignado.
Elizabeth se inclinó hacia él, intentando mostrar más de su cuerpo, y pasó sus manos en una
lenta caricia por las piernas de Edmund, desde la rodilla hasta la entrepierna, el cogió sus
manos entre las suyas antes de llegar a su objetivo.
Con los dedos entrelazados empezaron a juguetear con los dedos, él le acariciaba la palma
con los pulgares.
─ Ella me perdonará si cree que sólo he recuperado una vieja amistad, por mucho que
pueda molestarla, pero no lo hará si comprueba que duermo contigo.
─ ¿Cómo podría comprobarlo?
─ Mi esposa y yo dormimos juntos.
─ Nunca imaginé algo así.─ dijo Elizabeth casi divertida.─ ¿No es un poco burgués?
─ Ciertamente. Ahora ya has descubierto la verdadera razón de mi matrimonio. Ella es la
codificadora, no sólo tengo que asegurarme que siga trabajando, sino que lo haga con
agrado. Además así puedo protegerla personalmente.
─ No creo que sea seguro para ti dormir esta noche con ella.─ señaló la herida con un
gesto.
─ Seguramente este profundamente dormida cuando me acueste. El embarazo, ya sabes.
Elizabeth no percibió el tono irónico de la última frase de Edmund, trató de zafar sus manos
para poder acariciarle, pero él las llevó a su boca, y fue besando y lamiendo cada uno de
sus dedos.
La puerta se abrió y entro el Sr, Paul, su rostro estaba lívido, los miró y su malestar se
manifestó con un ceño que le hacía juntar las cejas sobre la nariz.
─¿Ocurre algo?─ preguntó Edmund molesto por la interrupción y por el desagrado
manifiesto del mayordomo, con desgana soltó las manos de Elizabeth.
─ Lady Rose ha desaparecido.
Los ojos de Edmund se convirtieron en dos diamantes afilados. ─¿Cómo ha podido
desaparecer en plena noche?
─Verty.─ ordenó Edmund a uno de los lacayos.─ Vigilarás que la condesa de Ocam no
salga de sus habitaciones hasta que mi esposa regrese. Si intenta huir se lo impedirás de
cualquier modo, si es necesario, mátala.
─ Moviliza a todo el personal. Quiero que busquen sobre todo por las ensenadas. Si alguien
quiere secuestrar a mi esposa, lo normal es que tenga algún barco dispuesto para hacerlo.
Por tierra sería imposible pasar desapercibido.
Las noticias de Fowey llegaron a Londres el día 12 de julio de 1805, Lord Stirling y el
conde de Carrick se reunieron con el primer ministro apenas media hora después de haber
decodificado los mensajes, a pesar de que Rose no había seguido el consejo de su marido,
las miradas de los jefes de la redes parecían sentir el “ya te lo dije” como un reproche
silencioso.
Rápidamente las órdenes fueron impartidas, el “Tempos” el barco más veloz de la armada
británica tendría que ir en busca de los barcos que se dirigían a la Martinica para ordenar su
regreso al mar Cantábrico. Varios emisarios salieron hacia el norte de España y Gibraltar
para transmitir las nuevas órdenes al resto de la flota.
Las actividades del alto almirantazgo, como una reacción en cadena, movilizaron a los
agentes franceses en su afán por advertir a Francia de los planes británicos, la red
silenciosa de Carrick actuó en suelo británico, mientras la de Stirling empezó a moverse a
lo largo del continente, alertando a los altos cargos de los regimientos que permanecían en
el continente.
El capitán Garding había ocupado su cargo como ayudante del almirante Walter. Se
encontraba en cubierta observando las gaviotas que indicaban que la Martinica estaba a
pocos días de distancia, el vigía avistó un barco francés que emprendía el regreso de vuelta
a casa y dio la alarma.
En el camarote del almirante Walter, sus oficiales trataban de decidir entre dirigirse a la
Martinica o perseguir al barco francés y proceder al ataque del mismo.
─ Las órdenes son claras.─ dijo el capitán.─ Debemos proteger y custodiar la Martinica.
El capitán se encontró solo en su tesis, la conversación entre los oficiales se fue calentando
ante el empecinamiento del capitán, el almirante tuvo que intervenir cuando como uno solo,
los oficiales insinuaron la cobardía del capitán.
Cada día la tensión parecía crepitar en torno a los hombres, no sólo los oficiales parecían
mantener una guerra soterrada, también los marineros aprovecharon estas diferencias entre
los mandos para obtener ventajas, que se traducían en el descuido de sus propias tareas.
El almirante Walter veía el resultado de aquella tensión, pero no terminaba de adivinar cuál
era la verdadera causa, no siempre sus oficiales se habían mostrado de acuerdo en las
decisiones que finalmente se adoptaban, pero ver que las disputas alcanzaban a los
marineros, le llevó a reunir de nuevo a los oficiales de su fragata.
Todos asintieron, pero para su desconcierto, lo que pretendía ser una amonestación había
incrementado la tensión y la desconfianza. Al día siguiente una vela de la mayor se soltó
haciéndoles perder el viento durante más de una hora, lo que propició una considerable
ventaja para el enemigo.
Aquella misma tarde, cuando prácticamente estaban a punto de dar la vuelta de regreso a la
Martinica les abordó el capitán del “Tempos”, le entregó las órdenes del Alto almirantazgo,
que se leyeron frente a todos los oficiales.
Nadie advirtió la palidez extrema del capitán cuando se disculpó para transmitir las órdenes
sobre el rumbo a su segundo.
Danzando un extraño baile las fragatas se acercaban y alejaban al ritmo de los cañones,
parecían haber llegado a un punto muerto, donde la mayoría de las naves ardían por alguna
parte, y como desarrapadas sin futuro, se acercaban tratando de abordarse, con la
desesperación y dolor pintada en la cara de los combatientes.
El almirante Walter fue herido y retirado del puente de mando, el capitán asumió el mando,
retirando la fragata del combate y llevándola hasta las costas españolas, entre el caos, el
humo del fuego y el humo de los cañones no fue difícil pasar inadvertida, lo difícil fue no
encontrarse alguno de aquellos disparos que se lanzaban al azar.
El día 22 de julio frente a las costas de Finisterre, la flota francesa amaneció destruida, la
batalla había resultado dura, y la armada británica no parecía capaz de afrontar una nueva
escaramuza, pero varias fragatas provenientes de Gibraltar terminaron de sellar el destino
de los franceses, y de sus planes de invadir Inglaterra.
Dos semanas tardó Peter en conseguir la información que hubiera podido evitar la batalla y
la matanza. Pero por fin habían cazado a uno de los hombres de Perseo. Pero el Capitán
Garding había sido apuñalado y arrojado al mar, antes de que el barco en el que viajaba
llegará a puerto.
Capitulo 36
Su salvador o secuestrador había sido brusco desde el momento en que la bajo del caballo y
la arrastró al interior de la cabaña, donde la dejó sobre el pequeño camastro que ocupaba el
único cuarto de la casa. Tuvo recuerdos intermitentes de esos primeros dos días, donde era
despertada para tomar sopa de pescado, y té demasiado amargo para su gusto.
Al tercer día de su estancia allí, despertó con una lucidez nueva, un hombre estaba sentado
en una de las dos sillas, en la mesa que había frente al fogón. Observó el entorno antes de
llamar la atención del hombre.
La casa se componía de aquella única estancia, la cama iba de pared a pared en el fondo,
tenía la puerta frente a ella, pero la mesa y las sillas obstaculizarían su huida en el caso de
que hubiera querido intentarlo. ─ ¿Cómo se encuentra?─ reconoció la voz del hombre.
─ Mejor excelencia.
─ Preferiría que no se dirigiera a mi de esa manera. Betwich es suficiente. Tengo aquí lo
que hablamos. ¿Podrá hacerlo?
─ Sólo puedo intentarlo.
─ Estoy poniendo mi vida en sus manos.
─ La mía lleva en sus manos mucho tiempo. Era tiempo de igualar el marcador.
El duque no pudo evitar sonreír a la mujer. Realmente era digna de admiración en todos los
sentidos.
Después de aquella primera conversación no hubo más, el hombre salió de la casa, y sólo
aparecía para dejar en la mesa la comida, marchándose a continuación. Dos días después se
atrevió a salir fuera de la cabaña para tratar de situar el lugar en el que se encontraba. No
fueron necesarias las palabras para hacerla regresar a la seguridad de la cabaña. Apenas
puso un pie fuera, escuchó el sonido de una pistola y un segundo después la sintió sobre su
oreja. Frunció el ceño molesta, pero regresó dentro.
Entregadas las órdenes y cumplidas por quienes debían llevarlas a cabo, tanto Carrick como
Stirling se centraron en la búsqueda de Redhouse. Ambos coincidieron en que todos estos
problemas estaban causados por su condición femenina. No les parecía normal que siempre
la estuvieran secuestrando. Ninguno lo manifestó en voz alta, pero ambos imaginaron, que
una vez rescatada, la mantendrían constantemente vigilada para evitar una situación
parecida. Atada a la cama del vizconde si era necesario.
Todos los agentes habían sido movilizados, mientras Edmund mantenía a Elizabeth vigilada
en la casa, día tras día recorrió cada camino y sendero que partía de la casa hacia el pueblo.
Preguntó a todos y cada uno de los habitantes de Fowey, y con ayuda de la mayoría de los
lacayos y las gentes del pueblo fueron examinando los acantilados, incluso llegaron a
descolgar al hijo del posadero por algunos de ellos durante la marea baja.
Si sólo hubiera desaparecido Lady Rose, vizcondesa de Cortwind, hubiera podido templar
sus nervios y controlar el pánico, pero su esposa era Redhouse, la codificadora buscada por
los franceses, y estos estaban allí, o de lo contrario no hubieran enviado a Elizabeth. Las
posibilidades de lo que pudieran hacerle a Rose le provocaban una extraña sensación que
hacia que su piel se separara de su carne.
Por sus venas corría una niebla helada que había conseguido desterrar cualquier atisbo de
compasión, al regresar del cuarto día de búsqueda, decidió que solo tenía un camino que
recorrer. Elizabeth.
Con el aspecto de un ser nacido del mismo infierno, subió hasta la habitación de Elizabeth
donde esta gozaba de las comodidades de su casa, durante su cautiverio sólo le había
negado la salida del cuarto, pero eso estaba a punto de cambiar.
En un salto llegó hasta ella, la cargó sobre su hombro, ante el rostro asombrado de la
mayoría de los criados de la casa, la subió hasta el tercer piso. Entró en una habitación y
mientras con una mano inmovilizaba el cuerpo de la condesa, con la otra abrió la ventana.
Antes de que la mujer pudiera adivinar qué estaba pasando, se vio lanzada al vacío, las
manos de Edmund la tenían cogida por los tobillos. Por primera vez Lady Elizabeth
comprendió que no se trataba de una mera amenaza. Supo que de nada le serviría fingir o
desentenderse confiando en que Edmund sería incapaz de lastimarla seriamente, el terror la
inundó cuando él la hizo balancearse hacia los lados, la falda del vestido caía sobre su
cabeza.
─ Se escondía en una casa abandonada, una casa de pescadores, te juro que no sé nada
más.─ Supo que decía la verdad, porque era la casa donde había mandado a su doncella.
La subió sin cuidado de que el cuerpo de la mujer no se golpeara o arañase con la áspera
pared. Apenas le puso dentro de la habitación, cayó desplomada sobre sus piernas, a pesar
de su estado de ánimo, comprobar que la mujer le tenía miedo, fue la única satisfacción que
consiguió ese día.
Cuando llegó Peter en la mansión sólo estaban el Sr. Paul, la cocinera y el lacayo que
vigilaba a Lady Elizabeth. Tras ser informado de lo que estaba ocurriendo se unieron a las
partidas de rastreo. Se encontraron con Edmund golpeando matojos en una zona de bosque a
tres kilómetros de la mansión, Peter comprendió que no era a u esposa a la que estaba
buscando, sino a su cadáver.
Edmund levantó la vista hacia su primo. En ese mismo momento llego Virgil Redclive
donde se encontraban los dos.
─ Pensé que podrías ser un buen marido para mi hermana.─ dijo con rabia.─ has resultado
una gran decepción para mí y para mi familia. – Respiró profundamente para controlar el
nudo que se le había formado en la garganta.─ Cuando la encontremos no voy a permitir que
vuelva contigo.
Edmund se envaró, pero encontró la excusa perfecta para desahogar toda su rabia, quizá
marido y hermano de la desaparecida hubieran acabado matándose, si Peter no se hubiera
interpuesto entre ellos.
Los recién llegados le siguieron, galoparon en dirección oeste tres kilómetros, después
tuvieron que desmontar para ascender por una loma, desde la cima pudieron ver la casa de
Lowy, llegar allí era imposible si no se conocía el camino. Había un sendero de bajada, que
era engañoso, pues se iba desviando hacia la derecha hasta quedar prácticamente al aire
sobre la roca, recordaban que había una especie de cueva.
─ Voy a volver al pueblo.─ dijo Edmund.─ Trataré de llegar a la cabaña por el mar, tú.─ le
dijo a Peter ¿Recuerdas la cueva?─ su primo asintió, después se dirigió a Virgil.─ Tu
quédate aquí y vigila cualquier cosa que pase.
Virgil asintió de mala gana, sacó la pistola que colocó en su regazo después de sentarse.
Durante dos horas estuvo mirando el mar, la playa, la casita y los acantilados, perforando
con su mirada a través del aire para descubrir cualquier cosa, pero todo a su alrededor
transmitía calma, y como una premonición empezó a sentirse aliviado.
No tardó en divisar una pequeña embarcación con varios hombres en la playa, dio por
supuesto que era Edmund hasta que descubrió un gigante entre ellos, el mismo que le había
secuestrado unos meses antes. De la sombra de los acantilados surgió un hombre que se
encaminó hacia los recién llegados.
Otro barco se acercaba al primero, pero sólo iban Edmund y dos hombres más, los del
primer barco dispararon a los tripulantes de la nave que se acercaba, los hombres se tiraron
al suelo dejando el barco a la deriva que se fue alejando de la playa, cuando el barco que
había llevado al gigante se disponía a perseguir al otro, oyeron un grito ronco y seco, la
orden del gigante les corto las intenciones.
Virgil se había levantado al ver salir a su hermana de la cabaña. De repente le pareció que
no podía quedarse allí simplemente mirando, tomo el sendero que le pareció era el camino
más evidente, por suerte el camino le obligaba a caminar despacio, teniendo que fijarse en
donde ponía los pies, pudo ver el peligro antes de caer en el vacío.
Regresó sobre sus pasos y trató de imaginar el camino que había seguido Peter, comprendió
la conversación entre los primos, y buscó la entrada de una cueva, había varias, algunas se
terminaban a dos metros de la entrada, otras continuaban en total oscuridad hacia las
entrañas de la tierra.
Se dio por vencido y regresó a la cima para al menos ser testigo de lo que fuera que estaba
pasando.
Los dos se encaminaron hacia el estudio donde esperaban Peter, Virgil y el Duque que la
había llevado en brazos hasta el barco. A pesar del resultado de la aventura.
Virgil la estrechó entre sus brazos en un abrazo incompleto porque la enorme barriga de
Rose impedía la aproximación. Edmund se sirvió una copa para estar a la par con el resto
de los caballeros presentes, el Sr. Paul llegó casi al instante con una bandeja de té, había
una enorme tetera junto con una taza y dos azucareros, Rose miro al hombre con una gran
sonrisa.
─ Todo parece indicar que fue Polifemo quien contacto con Lady Elizabeth. Me temo que ha
escapado. – dijo Peter y preguntó a Rose.─ ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
─ Suponiendo que fuera el hombre que me llevo a la cabaña, esta mañana entró a dejarme la
comida del día.─ al igual que a su hermano la punta de las orejas se le enrojecieron por la
mentira.
─ ¿Suponiendo?─ preguntó Virgil con una ceja levantada, conocía demasiado bien a su
hermana para dejar pasar el tono que ella había empleado.
─ El hombre que me secuestró, y los que me han estado llevando la comida a la cabaña no
eran el mismo, de hecho, creo que eran cuatro diferentes, no pude verles el rostro, por la
máscara, pero aunque físicamente eran muy parecidos, hay detalles que me hacen pensar lo
contrario.─ Decidió que era mejor ceñirse a la verdad todo lo que pudiera.
─ Es el nieto de Lowy. Supongo que fue él quien escogió la cabaña para mantenerla
oculta.─ dijo Edmund.─ Tenía que haber pensado en él, pero estaba demasiado aturdido y
desesperado para pensar con claridad.
─ Por supuestos ustedes me van a permitir rescatarla, y ponerla a salvo.─ Su voz era
absolutamente irónica. Todos quedaron callados durante un momento, después fue Peter
quien asintió con la cabeza, a continuación Virgil y Edmund, solo Rose parecía reflexionar.
─ Por favor no se ofenda.─ dijo Rose.─ Usted no es capaz de controlar a Elizabeth, ella
encontrará la forma de dominarle a usted, o a cualquiera que pueda serle de utilidad. No me
parece una mujer que se dé por vencida con facilidad.
Con cada contracción las maldiciones iban aumentando en intensidad y volumen. Hora y
cuarto después de haberse puesto de parto, nació el bebé.
─ El parto ha sido muy fácil. – dijo la matrona sonriendo.
─ Si esto ha sido fácil, no quiero imaginar un parto complicado, sinceramente no creo que
pudiera soportarlo.─ confesó Rose exhausta.
En cuanto se anunció la llegada del nuevo miembro de la familia Cortwind, todos los
hombres del estudio a excepción de Edmund que subió corriendo hacia la habitación,
empezaron a brindar por Rose y el bebé.
Edmund tuvo que esperar a que adecentaran a la madre y al pequeño, Jenny fue la única que
encontró la fuerza para impedir que entrase a la habitación. Cuando por fin estuvieron listos
se acerco a la cama, besó a una adormilada Rose en los labios, ella trato de mantenerse
despierta.
─ Aquí tiene a su heredero, milord.─ dijo ella señalando el paquete blanco que descansaba
sobre su hombro.
─ Me hubiera gustado que hubiera sido una niña, como su madre.
─ Si quieres una niña, la tendrás que tener tú.
El sonrió, recogió el paquete y lo abrió para ver una carita redonda y arrugada de la que
sobresalía una gran nariz, las manitas del bebé empezaron a buscar en el aire, el vizconde le
entregó su dedo, y sintió una emoción nueva al ver a su hijo amarrado a él.
Cuando Rose se quedó dormida saboreando el nombre de su hijo, Edmund bajó a la planta
baja donde todos esperaban para conocer a Lord Gabriel Cortwind, barón de Sefard.
La matrona no permitió que el padre se apropiara del niño más que unos cuantos minutos,
acompañada de Jenny como fuerza de apoyo, consiguió quitarle el bebé, Edmund estuvo
tentado de tirar de él como un perro que pelea por un hueso, pero se lo entregó a la mujer.
El brandy y los mejores puros se repartieron entre los caballeros, todos estaban sentados de
manera informal en la biblioteca, donde se habían retirado después de que la matrona se
llevara al niño.
─ Bueno señores, hoy es un gran día para esta familia.─ dijo el conde alzando su copa.─
Brindo por mi nieto.
─ Por mi nieto.─ se unió Redclive.
La imagen de los dos hombres levemente achispados hizo que el resto no pudiera evitar
sonreír al verlos comportarse como dos adolescentes en su primera parranda.
─ Por fortuna.─ dijo Peter.─ La guerra sigue estando lejos de nuestro suelo, y Gabriel
tendrá una buena infancia.
─ ¿Es cierto que le han retirado el título a la condesa de Ocam?─ preguntó Redclive al
conde. El padre de Rose ignoraba todo acerca del testamento del fallecido Conde de Ocam.
─ ¿Le dan un titulo a Charles?─ preguntaron al mismo tiempo Virgil y su padre sin poder
disimular su asombro.
─ No a él, a mí. A primeros de septiembre seré conocido y reconocido como Lord Peter
Manning, decimotercero conde de Ocam.
─ Enhorabuena.─ dijo Betwich palmeando su la espalda.─ ¿Te quedaras en casa a cuidar
de tu nuevo título?
─ ¿Acaso te has quedado tú en tu casa, cuidando del tuyo?
─ ¿Tienes un título?─ preguntó Virgil al gigante, con el que seguía manteniendo las
distancia.
─ Soy Lord Ewan Macnein, undécimo duque de Betwich. Creo que tengo trece títulos más,
algunos de ellos ingleses y alguno irlandés también.─ Hizo una reverencia de presentación.
Todos quedaron mudos de asombro, pero no tanto por la calidad del título sino por el
cambio radical que se había producido en él, había adoptado una pose mas aristocrática y
su enorme cuerpo no parecía brutal sino elegante, la expresión de su rostro había dejado de
ser salvaje para convertirse con un gesto, en un aristócrata altanero.
─ Puede que hayan absuelto a Charles.─ dijo Peter.─ pero no podrá librarse de las
sospechas, al fin y al cabo, fue el amante de Elizabeth. La familia lo ha vuelto a admitir,
pero todos le hemos pedido que se quede en Escocia todo el tiempo que pueda aguantar.
─ Es lo más sensato, ¿Qué problemas puede encontrarse allí?─ dijo el conde de Carrick.
─ ¿En Escocia?─ preguntó Macnein con una carcajada.─ Los problemas le encontrarán a él.
─ Sólo queda pendiente el tema de Polifemo.─ dijo el conde devolviendo a la reunión la
seriedad inicial.─ ¿Qué es exactamente lo que sabe?
Cuando Lord Peter Horton pasó a ser de manera oficial Lord Peter Manning, Conde de
Ocam se celebró con una fiesta por todo lo grande en la casa del duque de Gloucester,
asistió toda la familia, incluso Charles. Que asistió cojeando a causa de un accidente de
caza.
Epílogo
En Corthouse Rose había vuelto a su trabajo, su relación con su esposo había vuelto a la
normalidad, la falta de intimidad recomendada por el doctor tras el parto, había dejado
pendientes muchas cosas entre ellos, a pesar de la complicidad que existía entre la pareja,
se mostraban cautos, como si no quisieran enturbiar la felicidad conseguida. Como si las
palabras pudieran invocar de nuevo los problemas.
Dos meses después del nacimiento de Gabriel Cortwind Edmund se trasladó a la habitación
de Rose.
─ ¿Qué esta haciendo?─ preguntó ella al ver al ayuda de cámara haciendo sitio en su
vestidor para las cosas de su marido.
─ Es muy molesto tener que ir y venir. Además necesitas un lugar para trabajar, un cuarto
que no esté lejos de tu dormitorio, ni de la habitación de los niños. Mi habitación reúne
todos los requisitos.─ Contestó su marido desde el umbral de la puerta que comunicaba
ambas habitaciones.
─ No es necesario que renuncies a tu privacidad, hay muchos cuartos vacíos en este piso.
─ Lo sé. Pero no quiero volver a dormir solo.─ Ella le miro con malicia.─ Quiero decir
que quiero dormir contigo. Aquí, todas las noches, el resto de mi vida.
Cuando el ayuda de cámara y Jenny terminaron de acomodar las cosas del vizconde y se
marcharon, Edmund camino hasta Rose para quedar frente a ella.
─ Tengo que confesar que sabía que Elizabeth estaría en Fowey.
─ Lo sé.
─ ¿Lo sabes?
─ Supongo que cuando tu padre hizo el inventario de las cosas del conde de Ocam vio que
faltaban los libros de claves. Y si no él, alguno de los criados leales al anterior conde.
─ Así es.
─ ¿Por qué me dejaste acompañarte?
─ Supongo que me pareció que si estabas allí, te darías cuenta de que sólo me importabas
tú. Mi intención no fue nunca seducirla, las joyas eran suficiente señuelo para tener a
Elizabeth controlada.
─ Debes prometerme que haga lo que haga nunca me abandonarás, desde este momento
tienes mi permiso para dispararme si te doy motivos para ello, pero jamás vuelvas a
dejarme.
─ No lo haré.
Sus labios apenas se habían encontrado cuando sus cuerpos se pegaron buscando traer a la
memoria el contacto olvidado, Edmund recorrió el rostro de su esposa con los nudillos en
una caricia de reconocimiento mientras ella le desabotonaba el chaleco y la camisa.
Sus manos cayeron a sus costados cuando entró Jenny con un bebé vociferante en la
habitación, se lo entregó a Rose, en cuanto se marchó de la habitación, acomodó al niño
entre sus brazos, se descubrió en cuanto el bebé tomo el pecho, se hizo la paz, Edmund se
arrodillo ante ellos, besó la cabecita de su hijo, que le retiro la cara con la manita
advirtiéndole claramente que no quería intromisiones con su madre, se sentó frente a ellos y
su mirada vagó de uno a otro.
─No puedo imaginar otra vida en la que pudiera ser más feliz.─ dijo.
─ Yo tampoco.
─ Cuando termines debo insistir en revisar la fuente de alimentación de mi heredero, he de
comprobar que todo es tan delicioso, como se ve.
Ella le sonrió y al instante su rostro se vio iluminado por el amor. Una luz difícil de definir,
pero que quienes alguna vez amaron y fueron amados, reconocen al instante.