Bangueses, Santiago
Bangueses, Santiago
Bangueses, Santiago
República
Facultad de Psicología
Monografía
“Impacto de la Hipermodernidad
en las Adolescencias”
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Montevideo, Julio 2016.
“…el simple hecho de que alguien tenga poder sobre nosotros, benigno la
mayoría de las veces, es traumático”. (Jay Frankel))
Resumen
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tanta fuerza, que la misma reemplaza lo que verdaderamente ocurre y acontece. (M.
Viñar, 2009).
Es en este marco que los jóvenes son los voceros de las consecuencias en
cómo se maneja el poder y c repercuten en nuestras realidades sociales. Esa ruptura
de redes de entramado social y desestabilización de pilares sociales que actúan como
soportes, impactan en el funcionamiento mental de los sujetos, y uno de sus efectos
consiste en que desvaloriza su mundo interior con demandas y sobrecargas
provenientes del entorno, que el sujeto difícilmente pueda soportar.
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de la figura de adultos que invistan, que contengan, que delimiten y que comprendan
las demandas y solicitudes del adolescente.
Esto a su vez, dio paso al segundo pilar, que hace referencia al progreso
universal de la humanidad, a la fortaleza de los conceptos de evolución y teoría, ya
sea desde lo histórico, social o natural.
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El tercer pilar fue la relevancia del Estado de derecho como garante de todo
ese progreso, de toda esa razón, de todo el conocimiento que estaba asomando y de
la preservación de ciertos valores éticos y morales de las sociedades. (J.Rhéaume,
2007).
Sin embargo, ya en las primeras décadas del siglo XX, con el acontecer de las
guerras mundiales, sumado a los intentos de exterminio de poblaciones, culturas y
personas y con el uso de la energía atómica a nivel bélico, no fue tan claro, ni tan
probada la teoría del avance y el progreso del hombre a través de la razón.
Zigmunt Bauman (2000), propone algo muy en consonancia con lo que plantea
Lipovetsky, al hablarnos de una modernidad líquida, como oposición a una
modernidad sólida caracterizada por fábricas con trabajos rutinarios y pesados, con
burocracias estancos que imponían reglas que había que cumplir a rajatabla, con
panópticos y torres como elementos de contralor social.
Una modernidad líquida en la cual los sólidos que fueron puestos a disolver,
derritiéndose, son las relaciones entre las opciones individuales y los planes
colectivos, más claro aún, entre estrategias de vida individuales y operaciones
políticas colectivizadas. (Z. Bauman, 2000).
Esto nos ubica entonces en la era del individualismo por excelencia, que da
paso a una cotidianeidad donde el individuo hipermoderno, busca satisfacerse sin
importar cómo, teniendo cuidado sólo hacia sí mismo, y en caso de ser necesario,
utilizando al prójimo como objeto, sometiéndolo a su propio deseo.
Esta especie de glorificación del Yo, parece indicarnos que el individuo apunta
a una especie de proyecto del Yo, en el cual se jacta de haberse liberado de los
sometimientos que el afuera le imponía en cuanto a deber y represión. Sin embargo la
inmediatez y el vértigo de esta cotidianeidad, lo somete a presiones propias e
interiores en nombre de la optimización y el rendimiento.
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Como sostiene el filósofo sur coreano Byung - Chul Han (2014), en su libro
“Psicopolítica”, estamos entonces, frente a una nueva forma de esclavitud, donde no
hay un amo, sino donde el individuo por su propia voluntad parece explotarse a sí
mismo. (B. Han, 2014).
Todo es objeto de consumo, por lo que la generación del deseo de ese objeto
es fundamental; la exploración recurrente al encuentro de excitaciones y goces, la
liviandad de las relaciones, inundan el acumulado del colectivo social. (G. Lipovetski,
2006).
Hipermodernidad y Poder
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Ese nuevo despliegue del capitalismo de que nos habla Rhéaume nos coloca
en una lógica de vida neoliberal, la cual transforma al trabajador en empresario, en
clave de que cada trabajador pareciera explotarse a sí mismo en su empresa propia.
Es así que el individuo como empresario de sí, no logra pautar con otro(s) un vínculo
desinteresado, de alteridad amena.
Por transitiva los individuos también son objeto del accionar de esa carencia de
interioridad y reserva, que la comunicación exige en nombre de una supuesta
cristalinidad, justamente para no frenar ni estrechar la ágil comunicación que necesita
el sistema.
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más allá de lo laboral. Estamos frente a una etapa en la que se instala la sensación de
agotamiento integral del sujeto, en la cual se explota la psique, ocasionando entre
otras cosas depresiones y el síndrome del burn out. (B.Han, 2014).
A pesar de todo lo expuesto sería pertinente hacer una pequeña pero para
nada menor aclaración. La globalización, el avance tecnológico en general y en lo
comunicacional en particular, es irreversible, es más, parecería un sin sentido esperar
su retroceso.
El tema radica en quién fue que aprovechó y vio el poder que estos avances
brindarían en su beneficio. Una autora que hace un desmenuzado y crítico análisis de
esto es Vivianne Forrester.
En una entrevista que le realizó Anne Marie Mergier y que fue publicada por La
República de las mujeres el 28 de mayo de 2000, ella sostiene que la globalización no
es nada más, ni nada menos que una etapa histórica, enlazada a impensados avances
tecnológicos que fueron ocurriendo. Y que fue el Ultraliberalismo quien comprendió la
utilidad que esto le podía otorgar en aras de incrementar su lucro de manera inusitada
y a gran escala.
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también lo son, y la levedad de las responsabilidades crea desconcierto, que hace que
coloquemos en el acto de consumir, nuestras penurias existenciales. (Araújo, A. 2013).
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Podemos considerar a las adolescencias y juventudes como ese espacio en la
vida de un sujeto, que media entre la infancia y la vida como adulto. Los límites entre
ambas no son claros, y quizás hasta se superponen en algunas ocasiones, según el
enfoque utilizado. Pero desde el punto de vista “disciplinario”, se ha relacionado el
concepto de juventud al análisis de las ciencias sociales y de humanidades y el
concepto de adolescencia, perteneciente más al quehacer de la Psicología. (O. Dávila
León, 2004)
Sin embargo, parecería no existir una teoría que logre una íntegra
caracterización de la adolescencia, e incluso desde lo psicoanalítico, en Freud
encontramos diversas concepciones.
Alejandro Klein (2002), nos explica que una de esas concepciones da cuenta
de un recuerdo reprimido que de manera retardada se convierte en trauma, al
momento de la transformación en la pubertad y que Freud (1895), denomina a ese
mecanismo psíquico como “nagträglich”.
La segunda concepción que nos propone Klein, fue expuesta por Freud unos
años después, en 1905, y refiere a cierta sexualización de la infancia que pasa de ser
autoerótica (endogámica), a encontrar el objeto sexual (exogámica). Las pulsiones
parciales ahora se deben unificar al servicio de lo genital, ergo, las zonas erógenas se
supeditan a la zona genital. La pulsión sexual opera ahora con fines reproductivos.
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En definitiva esto da cuenta de cierta incapacidad de poder vislumbrar al
adolescente metido en un devenir más amplio donde puedan aparecer involucrados a
su vez instituciones, familia, etc. Es decir la sociedad en sí.
Tomando en cuenta este hilo conductor que nos propone el autor mencionado,
podríamos establecer entonces a la adolescencia como algo más que un eslabón
cronológico, en el crecimiento y maduración de un individuo. Es un devenir
transformativo, de crecimiento, de proyección, de expansión, donde ocurren procesos
complejos que no todos culminan con logros.
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Esto nos parece de sustantiva importancia ya que todo aquello que no es
entendido como logro, aquello que no se sitúa dentro de lo conseguido, tampoco
significa que haya que ubicarlo dentro de lo patológico.
Por eso hago mías las palabras del referido autor, en cuanto a que como
profesionales de la salud mental, los psicólogos tenemos que estar con todos los
sentidos alertas y dedicar especial cuidado, cuando nos encontremos frente a la
encrucijada o al facilismo de delimitar lo normal como calmo y ver en cada
transgresión una patología. Es más, en relación a las adolescencias, bien podría ser al
contrario.
Javier García (2013), sostiene que también hay que tomar en cuenta que el
adolescente se mueve en diferentes ámbitos donde se nutre y se vincula con “otros”,
con otras reglas y circunstancias. En estos novedosos movimientos se entrecruzan e
interactúan las reglas provenientes de lo familiar, de lo psíquico, con otras
idealizaciones que ocurren en la adolescencia.
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De esa conjunción aparecen sedimentaciones identificatorias, es decir rasgos,
que de alguna manera van dibujando los trazos del ideal del Yo. Entendiendo al ideal
del yo como:
En definitiva, podemos dar cuenta que son estas edades, momentos claves en
el individuo en su proceso de socialización y en la construcción de un proyecto de
vida, ya que es aquí donde se establecen o se van conformando los mecanismos y
procesos en la construcción de la identidad.
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individuo movilizaciones de tales magnitudes que podrían llegar a poner en jaque su
armonía psicosocial, en caso que éste no contara con los elementos re adaptativos
pertinentes.
El referido autor, especifica aún más y nos aporta que una crisis evolutiva,
también puede ser crisis traumática en caso de no poder efectuarse su elaboración.
Que es allí, en medio de esa aguda intriga que genera ese tránsito entre dos
etapas, donde se va dejando de lado aquellos bienes propios y característicos de la
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niñez y comienzan a avecinarse paulatinamente ciertos principios y protocolos de la
etapa adulta.
Esa etapa que comienza a asomarse implica un contexto diferente, el cual hay
que ir sondeando para irle encontrando el sentido, tanto en lo biológico y físico, como
en lo social y cultural. Es decir que el adolescente se encuentra ante nuevos
compromisos frente al entorno.
Para que este tránsito sea lo menos doloroso posible, la figura de los padres
debería tener el rol de pautar los límites pero en clave de contención y afecto, cosa
que no es para nada sencilla.
Es por esto que más allá de esa tirantez entre ambas figuras, es necesario que
el adolescente perciba en sus padres interlocutores válidos y honestos, que le brinden
el respaldo suficiente en determinados momentos en que necesite por ejemplo poder
manejar sus nuevos tiempos y espacios de manera esperable.
“La desaparición del Otro no sería, finalmente, más que el efecto anunciado de
una desterritorialización radical. Es probable que este desvanecimiento simbólico
comporte efectos deletéreos, inquietantes y perjudiciales, particularmente para las
nuevas generaciones”. (D. Dufour, 2007).
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El autor sostiene que en nuestras sociedades estamos hace tiempo ya, frente a
un proceso de individuación, que despierta una ambición emancipadora en el sujeto y
que no todos pueden responder de entrada a esta exigencia de autonomía, sobre todo
los jóvenes. Estos estarían experimentando una circunstancia subjetiva novedosa de
la cual nadie (de los adultos), posee las claves.
Arendt aclara que es preciso por parte del adulto, tomar las riendas de esta
inserción, porque no hacerlo implica invalidar la autoridad y negarse a aceptar, ya ni
siquiera de manera crítica, la parte que le compete como coautor y constructor de su
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realidad. Esto genera una negación generacional y nos sitúa frente a una generación
adulta que no se asume como tal. (H. Arendt en D. Dufour, 2007).
Silvia Bleichmar (s/f) ofrece una mirada común en algunos puntos, al razonar
de Arendt, pero utilizando los conceptos de asimetría y responsabilidad con respecto
al vínculo de los adultos con los jóvenes.
Esa asimetría debería sostenerse, según ella, en una lógica, no de poder, sino
de saber por parte del adulto. Pero el mundo adulto deambula confuso al carecer de
instrumentos acordes para afrontar los desafíos planteados por la realidad de hoy, que
impone nuevas formas de vínculos sociales.
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Para Bleichmar (s/f) entonces el dilema no está en si se entiende o no el
lenguaje, sino en si se comprende por parte del mundo adulto la problemática del
joven.
Agrega Bleichmar, que esta deconstrucción de los vínculos con el otro, impacta
en los adolescentes no sólo en la posibilidad de respetarse unos a otros, sino en el
abandonar el respeto hacia sí mismos, y hacia su reconocimiento de ser amados y no
objetos de goce.
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El da cuenta que la tríada, desconfianza-desamparo-inseguridad, son tres
nociones que habilitan a describir estas sociedades actuales “escasas” (en
oportunidades para los jóvenes), como las denomina él.
Del mismo modo que estos últimos no son ciudadanos con los mismos
derechos que aquellos que los acogen, los jóvenes dentro de las sociedades escasas
se “des-ciudadanizan” y parecieran tornarse en peregrinos o forasteros, carentes ya de
derechos y normas pre establecidas, que de hecho aparecen literalmente (los
derechos) puestos en duda y en el mejor de los casos, relativizados.
El individuo, agrega Klein, poco puede oponerse frente a esta sociedad que se
presume habilitada a re-presentarse a sí misma de manera virtual, aspecto este último
de ribetes paranoicos.
“Es el punto en que surge la figura del chivo expiatorio: el joven se hace cargo
de amenazas, violencias y ominosidades, con las que se intenta recatar un sentido
perdido e inaprensible”. (A. Klein, 2004).
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Pero el hecho que se haya propuesto y que un poco menos de la mitad de la
población haya pretendido aprobarla, da cuenta por sí sólo, de esto que Klein nos
hablaba doce años atrás.
Consideraciones finales
Como resultado de este estado de fragilidad social, los jóvenes, obligados por
las propuestas y circunstancias del mundo adulto, quedan echados a su suerte y
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desde ese lugar es que edifican como pueden, sus propias autoridades y sus propios
patrones de entendimiento de la realidad social.
Pero no todo es desazón. Sí, parece haber fichas del puzzle que son ubicables
y reconocibles, el mercado neoliberal no es tan ingenuo..
Ese futuro no avizorado por el adolescente, del que nos hablaba Bleichmar
líneas arriba, es según Laurent Bove (2005), sin embargo, un futuro “activo y
universal”, presentado y ofertado a la esperanza adolescente en vías de socialización,
como una misma forma del mundo para todos por igual.
Por otro lado, Marcelo Viñar (2009), da cuenta que no existe salud mental
entendida como tal cuando un individuo es apartado de su circunstancia de sujeto
político. Y eso justamente es una de las finalidades del neoliberalismo, el cual, a su
vez, con su lógica de mercado, nos expone encima de la mesa una sociedad de
ganadores y perdedores.
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Para finalizar, parece pertinente, conceptualizar una idea que en parte fue la
que disparó la realización de este trabajo.
Francoise Dolto (1990), sostiene que no es posible analizar un grupo etario, sin
tomar en cuenta a los otros con los que vive e interactúa de manera constante. Y en
ese marco hace referencia a que cuando el niño torna en adolescente y no considera
a sus padres en términos totales, éstos se sienten sin el peso de representar ese
absoluto referencial y retoman sus vidas en paralelo a la dinámica familiar, como
recuperando sus adolescencias.
Los adultos al intentar vivir una adultez joven, seductora, que es lo que impone
la realidad actual, tratan de actuar a semejanza de sus hijos, compiten con ellos. Los
padres se interesan por mujeres que tiene la edad de sus hijas y las madres apuntan a
ser amigas de sus hijas y también ser admiradas por varones jóvenes como sus hijos.
Y es ahí, cuando ocurre esa desconexión con los roles, donde la autora resalta
la importancia de los vínculos sociales y familiares más cercanos, que pueden y
deberían estar prontos para actuar y contener. Tíos, padrinos, amigos de los padres,
entre otros.
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La generación y la sustentabilidad de estos espacios, de alguna manera
pueden generar una especie de compromiso a cumplir, que a su vez, genere una
investidura de amor, como seña de lo novedoso que está por-venir, como productor de
futuro, que sería un probable proyecto terapéutico.
Referencias bibliográficas
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• Han, Byung-Chul (2014). Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas formas de
poder. Traducción de Alfredo Bergés. Herder Editorial S.L., Barcelona, España.
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