Bangueses, Santiago

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 28

Universidad de la

República
Facultad de Psicología

TRABAJO FINAL DE GRADO

Monografía

“Impacto de la Hipermodernidad
en las Adolescencias”

Estudiante: Santiago Andrés Bangueses


Peirano
C.I.: 1.971.712-1

Tutora: Mag. Rossana Blanco Falero

1
Montevideo, Julio 2016.

“…el simple hecho de que alguien tenga poder sobre nosotros, benigno la
mayoría de las veces, es traumático”. (Jay Frankel))

Resumen

El presente trabajo pretende reflexionar sobre la manera en cómo el poder


adulto, hoy en día se vincula y condiciona la construcción de las subjetividades y los
proyectos de vida de los adolescentes.

Para dar cuenta de esta relación se abordarán los conceptos de


Hipermodernidad, Neoliberalismo, Adolescencia y Crisis.

Los inusitados avances tecnológicos, han hecho del mundo un lugar


extremadamente globalizado y mediático, en el cual se edifica una realidad virtual con

2
tanta fuerza, que la misma reemplaza lo que verdaderamente ocurre y acontece. (M.
Viñar, 2009).

Esto ha estado generando cambios en relación a la morfología del ejercicio de


poder de las lógicas patriarcales, hegemónicas y heteronormativas, que provenientes
del mundo adulto, venían encuadrando y delimitando a las adolescencias.

Hoy podemos decir claramente que vivimos en una realidad globalizada,


inserta en una Hipermodernidad que parafraseando a Jacques Rhéaume (2007), “es
un nuevo despliegue del capitalismo”, donde se amplía cada vez más la brecha en
cuanto a desigualdades sociales se refiere.

Hipernodernidad que necesita licuar vínculos de todo tipo. Los poderes


representantes de los capitales globales precisan un mundo transformado en una
especie de gran mercado en el cual puedan operar sin restricciones, un mundo
carente de contralores que los cuestionen. Un mundo donde se mercantilice la vida y
las relaciones humanas, donde los sujetos se piensen de la misma manera en que el
poder los piensa a ellos: como objetos. (Z. Bauman, 2000).

Las interrelaciones humanas, en especial aquellas redes que operan desde lo


territorial, significan una molestia, un estorbo el cual deber ser suprimido.

“Los poderes globales están abocados al desmantelamiento de esas redes en


nombre de una mayor y constante fluidez, que es la fuerte principal de su fuerza…el
derrumbe, la fragilidad, la vulnerabilidad, la transitoriedad y la precariedad de los
vínculos y redes humanos, permiten que esos poderes puedan actuar”. (Z. Bauman,
2000).

Es en este marco que los jóvenes son los voceros de las consecuencias en
cómo se maneja el poder y c repercuten en nuestras realidades sociales. Esa ruptura
de redes de entramado social y desestabilización de pilares sociales que actúan como
soportes, impactan en el funcionamiento mental de los sujetos, y uno de sus efectos
consiste en que desvaloriza su mundo interior con demandas y sobrecargas
provenientes del entorno, que el sujeto difícilmente pueda soportar.

Cuando todo esto ocurre en una población en la que a su vez se están


produciendo cambios neurálgicos por estar transitando una etapa bisagra y
fundacional en la construcción del psiquismo, es cuando más falta hace la presencia

3
de la figura de adultos que invistan, que contengan, que delimiten y que comprendan
las demandas y solicitudes del adolescente.

Intentar dar cuenta de cómo se producen adultos en estos tiempos de liquidez


y a su vez, cómo estos se vinculan e interactúan con los adolescentes es lo que
trataremos de ir analizando a lo largo de este trabajo.

Tiempos de liquidez hipermoderna

No es la idea aquí hacer un raconto histórico de las diferentes épocas de la


cultura occidental, sin embargo para contextualizar el concepto de Hipermodernidad es
necesario ir un poco y brevemente hacia atrás en el tiempo.

Antes de comenzar nos es imperioso dejar en claro que cuando hablamos de


la historia de la cultura, los momentos en cuanto a fechas que marcan o establecen
etapas, tienen la relatividad que todo devenir humano lleva implícito. No se puede
decir con exactitud cuando comienza algo, sino que los acontecimientos se van dando.

“… sin embargo, la Historia necesita siempre de marcos cronológicos que, a


pesar de su arbitrariedad, permitan entrever su sustancia, el tiempo”. (J. Barrán, 1990).

Aclarado esto, partimos entonces desde la modernidad, la cual se apoya en


tres pilares claramente identificables, sobre los cuales podemos encontrar sus inicios o
desde donde podemos decir que se fueron generando a partir mediados del siglo XVII.

Según Jacques Rhéaume en su conferencia en el Paraninfo de la Universidad


de la República, el 19 de abril de 2007, uno de ellos es la supremacía del saber
científico por encima de la religión y la tradición, como consecuencia de “La
ilustración”, lo cual tuvo una preponderancia tal, que el siglo siguiente, el XVIII, fue
denominado el siglo de las luces.

Esto a su vez, dio paso al segundo pilar, que hace referencia al progreso
universal de la humanidad, a la fortaleza de los conceptos de evolución y teoría, ya
sea desde lo histórico, social o natural.

4
El tercer pilar fue la relevancia del Estado de derecho como garante de todo
ese progreso, de toda esa razón, de todo el conocimiento que estaba asomando y de
la preservación de ciertos valores éticos y morales de las sociedades. (J.Rhéaume,
2007).

En el siglo XIX con el advenimiento de la revolución industrial, es que estamos


finalmente frente a una modernidad con una impronta sólida, monolítica, estable, con
reglas de juego claras, de explotación quizás, pero identificables por todos. (A. Araújo,
2011).

Sin embargo, ya en las primeras décadas del siglo XX, con el acontecer de las
guerras mundiales, sumado a los intentos de exterminio de poblaciones, culturas y
personas y con el uso de la energía atómica a nivel bélico, no fue tan claro, ni tan
probada la teoría del avance y el progreso del hombre a través de la razón.

Es allí entonces cuando comienza a hacerse piel una visión posmoderna de la


realidad. Es decir una especie de desencanto de los grandiosos modelos que daban
esclarecimiento a los temas históricos. Se va dando un abandono de ciertas
posiciones altruistas en cuanto al progreso del hombre en conjunto. Aparecen los
cuestionamientos a los patrones asignados por la modernidad. El concepto de Estado
comienza a no ser tan moneda corriente en cuanto a su importancia protectora,
trayendo consigo cambios en instituciones como la familia, y esto a su vez,
cuestionamientos en los papeles habituales asignados al hombre y a la mujer.
(J.Rhéaume, 2007).

Se da un reordenamiento en el funcionar cultural y social dentro de los marcos


democráticos, que implicó cierto abandono de las militancias políticas, trayendo
consigo un debilitamiento de la esperanza revolucionaria y un cuestionamiento a la
autoridad y la disciplina. Pero el gran cambio se percibió en la apuesta al
individualismo y en el inusitado incremento del consumo y de las comunicaciones.

Estos factores, lejos de apuntar la mirada hacia algo diferente a la modernidad,


lo que hicieron fue exacerbarla, potenciarla. Los adelantos tecnológicos y científicos y
la comercialización de todo, llevó al interés liberal y capitalista a forzar
desregulaciones económicas y al aprovechamiento casi hasta el agotamiento, de los
recursos y de la razón instrumental. (G. Lipovetsky, 2004).
5
La modernidad se caracterizaba por ser consistente y fuerte, desde sus
concepciones políticas e ideológicas.

Esto que hoy llamamos Hipermodernidad, trasciende ese orden, lo desestima


en favor de lo tecnológico, lo mediático, lo urbano, lo económico y lo eficiente, que es
a su vez, el discurso de las democracias liberales.

“No se trata ya de salir del mundo de la tradición…sino de modernizar la


modernidad misma, de racionalizar la racionalización…de destruir…los arcaísmos…de
destruir las rigideces institucionales y a los obstáculos proteccionistas de deslocalizar,
privatizar, estimular la competencia. En la hipermodernidad…el culto a la
modernización técnica ha superado a la glorificación de los fines y los ideales.” (G.
Lipovetsky, 2004).

Zigmunt Bauman (2000), propone algo muy en consonancia con lo que plantea
Lipovetsky, al hablarnos de una modernidad líquida, como oposición a una
modernidad sólida caracterizada por fábricas con trabajos rutinarios y pesados, con
burocracias estancos que imponían reglas que había que cumplir a rajatabla, con
panópticos y torres como elementos de contralor social.

Una modernidad líquida en la cual los sólidos que fueron puestos a disolver,
derritiéndose, son las relaciones entre las opciones individuales y los planes
colectivos, más claro aún, entre estrategias de vida individuales y operaciones
políticas colectivizadas. (Z. Bauman, 2000).

Esto nos ubica entonces en la era del individualismo por excelencia, que da
paso a una cotidianeidad donde el individuo hipermoderno, busca satisfacerse sin
importar cómo, teniendo cuidado sólo hacia sí mismo, y en caso de ser necesario,
utilizando al prójimo como objeto, sometiéndolo a su propio deseo.

Esta especie de glorificación del Yo, parece indicarnos que el individuo apunta
a una especie de proyecto del Yo, en el cual se jacta de haberse liberado de los
sometimientos que el afuera le imponía en cuanto a deber y represión. Sin embargo la
inmediatez y el vértigo de esta cotidianeidad, lo somete a presiones propias e
interiores en nombre de la optimización y el rendimiento.

6
Como sostiene el filósofo sur coreano Byung - Chul Han (2014), en su libro
“Psicopolítica”, estamos entonces, frente a una nueva forma de esclavitud, donde no
hay un amo, sino donde el individuo por su propia voluntad parece explotarse a sí
mismo. (B. Han, 2014).

Todo es objeto de consumo, por lo que la generación del deseo de ese objeto
es fundamental; la exploración recurrente al encuentro de excitaciones y goces, la
liviandad de las relaciones, inundan el acumulado del colectivo social. (G. Lipovetski,
2006).

El hombre que produce, es decir el trabajador que era central en la


Modernidad, cede ahora su espacio al hombre que consume, dejando el destino de las
sociedades desarrolladas librado al reemplazo continuo que produce el consumo
voraz. El trabajo como proceso integrador social queda relegado; lo importante es
obtener lo que se desea, ya sea a través de un juego de azar, de estafas, actividades
ilegales o incluso de atracos.

Estamos hablando entonces de sociedades generadoras de más violencias,


que traspasan la calle y se instalan de manera más sutiles e insidiosas en los hogares.
(E. Enríquez, 2010).

Sociedades insertas dentro de la “mutación civilizatoria” de la cual nos habla


Ana María Araújo (2013), ocasionada por la celeridad del tiempo y de las evoluciones
tecnológicas, que a su vez dieron nacimiento a un universo virtual, constructor y
de-constructor de subjetividades.

Esa aceleración constante implica que no haya tiempo de esperas, todo es


ahora mismo y aquí. Lo que está por-venir, lo proyectado no puede ser pensado o
concebido como tal porque todo se reduce al pragmatismo del fin inmediato. (A.
Araújo, 2013).

Este presente, signado por un tiempo y espacio hipermoderno y líquido, desde


lo económico, social y cultural, y generado por el mundo adulto, va a generar nuevas
implicancias y consecuencias en la construcción de subjetividad y proyectos de vida
de los adolescentes.

Hipermodernidad y Poder
7
Ese nuevo despliegue del capitalismo de que nos habla Rhéaume nos coloca
en una lógica de vida neoliberal, la cual transforma al trabajador en empresario, en
clave de que cada trabajador pareciera explotarse a sí mismo en su empresa propia.
Es así que el individuo como empresario de sí, no logra pautar con otro(s) un vínculo
desinteresado, de alteridad amena.

Detrás siempre estará la intención de llegar a un determinado fin o beneficio,


por lo tanto son vínculos que dependen del momento específico y la oportuna
conveniencia. No son vínculos sólidos, ni fuertes ni duraderos, los cuales además
impulsan al individuo al aislamiento, al no generar un accionar común con otros.

“Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo


responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema.
En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal…en el régimen
neoliberal de la autoexplotación, uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta
autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario sino en depresivo”.
(B.Han, 2014).

Como mencionábamos líneas antes, el panóptico disciplinario, queda fuera de


moda y dejado de lado por ineficiente, frente a la libertad y la comunicación ilimitadas.
De manera desenfrenada, por ejemplo en las redes sociales, todo sale hacia afuera,
exteriorizado, para ser transformado en comunicación, en información que a su vez
puede transmitirse sin contexto alguno debido justamente a su falta de interioridad, de
reserva.

Por transitiva los individuos también son objeto del accionar de esa carencia de
interioridad y reserva, que la comunicación exige en nombre de una supuesta
cristalinidad, justamente para no frenar ni estrechar la ágil comunicación que necesita
el sistema.

Es así como el poder en lugar de darse a ver como represión y vigilancia, se


oferta como libertad. No opera prohibiendo sino permitiendo y satisfaciendo,
generando así sujetos dependientes en lugar de sumisos, cautiva en lugar de prohibir.

Los sujetos permanecen intervenidos por esta manera de dominio neoliberal,


que persigue únicamente explotar a la persona en sí, su atención y su vida, mucho

8
más allá de lo laboral. Estamos frente a una etapa en la que se instala la sensación de
agotamiento integral del sujeto, en la cual se explota la psique, ocasionando entre
otras cosas depresiones y el síndrome del burn out. (B.Han, 2014).

A pesar de todo lo expuesto sería pertinente hacer una pequeña pero para
nada menor aclaración. La globalización, el avance tecnológico en general y en lo
comunicacional en particular, es irreversible, es más, parecería un sin sentido esperar
su retroceso.

El tema radica en quién fue que aprovechó y vio el poder que estos avances
brindarían en su beneficio. Una autora que hace un desmenuzado y crítico análisis de
esto es Vivianne Forrester.

En una entrevista que le realizó Anne Marie Mergier y que fue publicada por La
República de las mujeres el 28 de mayo de 2000, ella sostiene que la globalización no
es nada más, ni nada menos que una etapa histórica, enlazada a impensados avances
tecnológicos que fueron ocurriendo. Y que fue el Ultraliberalismo quien comprendió la
utilidad que esto le podía otorgar en aras de incrementar su lucro de manera inusitada
y a gran escala.

Nos plantea Forreseter, que la ideología ultraliberal, a través de los medios de


comunicación masivos implantó el concepto que la globalización equivalía a
Ultraliberalismo, para de esa forma camuflada, adoptar este último, las características
de irreversible e ineludible. Los avances tecnológicos, posibilitaron esta hegemonía
ultraliberal, pero no significan lo mismo. El ultraliberalismo precisa de ellas, las maneja
para poder sustentarse. Pero no ocurre lo mismo al revés, las tecnologías de punta ni
emanan ni necesitan de él para existir. (V. Forrester en A. Mergier, 2000).

El aparato neoliberal, genera en el sujeto una dependencia direccionada hacia


el objeto de consumo, el cual cambia día a día; trabajamos no ya en nombre de la
satisfacción de necesidades propias, sino para las que el capital genera y que
llegamos a apreciar como propias.

Parafraseando a Ana María Araújo, el consumo es donde se sustenta el


mercado, que es quien está reglamentando nuestra vida mediante la tecnología que a
su vez nos indica que todo es recambiable y desechable. Los vínculos humanos

9
también lo son, y la levedad de las responsabilidades crea desconcierto, que hace que
coloquemos en el acto de consumir, nuestras penurias existenciales. (Araújo, A. 2013).

Adolescencia: construcción social

10
Podemos considerar a las adolescencias y juventudes como ese espacio en la
vida de un sujeto, que media entre la infancia y la vida como adulto. Los límites entre
ambas no son claros, y quizás hasta se superponen en algunas ocasiones, según el
enfoque utilizado. Pero desde el punto de vista “disciplinario”, se ha relacionado el
concepto de juventud al análisis de las ciencias sociales y de humanidades y el
concepto de adolescencia, perteneciente más al quehacer de la Psicología. (O. Dávila
León, 2004)

Aunque podemos encontrar, algunas veces, que ambos términos,

“…tienden a usarse de manera sinónima y homologados entre sí, especialmente en el


campo de análisis de la Psicología general…” (O. Dávila León, 2004).

Sin embargo, parecería no existir una teoría que logre una íntegra
caracterización de la adolescencia, e incluso desde lo psicoanalítico, en Freud
encontramos diversas concepciones.

Alejandro Klein (2002), nos explica que una de esas concepciones da cuenta
de un recuerdo reprimido que de manera retardada se convierte en trauma, al
momento de la transformación en la pubertad y que Freud (1895), denomina a ese
mecanismo psíquico como “nagträglich”.

Y que desde allí la adolescencia sería la oportunidad de entender algo que


había permanecido sin reconocimiento psíquico en vivencias prematuras de la niñez.

Es decir, la pubertad, como una etapa productiva que posibilita colocar en


marcha el mecanismo de “nagträglich”, y así sexualizar sucesos no sexualizados hasta
entonces.

La segunda concepción que nos propone Klein, fue expuesta por Freud unos
años después, en 1905, y refiere a cierta sexualización de la infancia que pasa de ser
autoerótica (endogámica), a encontrar el objeto sexual (exogámica). Las pulsiones
parciales ahora se deben unificar al servicio de lo genital, ergo, las zonas erógenas se
supeditan a la zona genital. La pulsión sexual opera ahora con fines reproductivos.

Ese pasaje de lo auto erótico a lo heterosexual denotaría cierta pérdida de


sentido de la adolescencia, y su configuración psicológica es capturada por la
perspectiva biologicista.

11
En definitiva esto da cuenta de cierta incapacidad de poder vislumbrar al
adolescente metido en un devenir más amplio donde puedan aparecer involucrados a
su vez instituciones, familia, etc. Es decir la sociedad en sí.

“Podríamos decir que no existe “la” teoría psicoanalítica sobre la adolescencia:


la posición de Erikson (Maier, 1980), por ejemplo, es inconciliable con la de Aulagnier
(1991). Uno, preocupado por los procesos de adaptación y de bienvenida del joven a
la sociedad; la otra, atenta por establecer un fondo de memoria capaz de otorgar
identidad y continuidad psíquica.” (A. Klein, 2002).

Es pertinente entonces, dejar bien en claro que cuando hablamos de


adolescencia, estamos haciendo referencia a una construcción cultural, social y
política, proveniente del mundo adulto, reciente desde el punto de vista histórico y
relativamente consensuado. (J. García, 2013).

Es más, según Viñar (2009), la palabra adolescencia podemos decir que es de


reciente surgimiento histórico, también en su entendido como problemática durante la
transición entre la infancia y la etapa adulta. Lo que reafirma que no pertenece a algún
orden natural, sino claramente a un constructo cultural.

Está claro, que existen características biológicas específicas que surgen en el


individuo con el advenimiento de la pubertad, como por ejemplo, esa especie de
estampido hormonal tan característico.

Sin embargo, esta arista biológica, no es necesariamente la que determina los


efectos vinculares, ni lo que trae consigo consecuencias psicosociales y/o
intrapsíquicas. Más bien, es lo que induciría a una elaboración mental novedosa,
fundacional de alguna manera, que conlleva a que dentro del sujeto dialoguen,
acuerden, y desacuerden justamente, biología y cultura.

Tomando en cuenta este hilo conductor que nos propone el autor mencionado,
podríamos establecer entonces a la adolescencia como algo más que un eslabón
cronológico, en el crecimiento y maduración de un individuo. Es un devenir
transformativo, de crecimiento, de proyección, de expansión, donde ocurren procesos
complejos que no todos culminan con logros.
12
Esto nos parece de sustantiva importancia ya que todo aquello que no es
entendido como logro, aquello que no se sitúa dentro de lo conseguido, tampoco
significa que haya que ubicarlo dentro de lo patológico.

Esa especie de lógica binaria, agrega, lejos de apuntalarnos para intentar


comprender los complejos procesos mencionados líneas arriba, reduce notoriamente y
enmagrece la riqueza y la diversidad de aquello que buscamos entender. (M. Viñar,
2009).

Por eso hago mías las palabras del referido autor, en cuanto a que como
profesionales de la salud mental, los psicólogos tenemos que estar con todos los
sentidos alertas y dedicar especial cuidado, cuando nos encontremos frente a la
encrucijada o al facilismo de delimitar lo normal como calmo y ver en cada
transgresión una patología. Es más, en relación a las adolescencias, bien podría ser al
contrario.

Porque, concluyendo con Viñar (2009), mientras que la credulidad es lo que de


alguna manera caracteriza la vida infantil, la duda sobre la validez del saber adulto es
lo que parece predominar en la adolescencia.

Ese desbarrancamiento de la credulidad, da cuenta de un proceso de


desenganche de las figuras parentales. Proceso que implica dolor, que a su vez es
necesario y sano pero que genera estridencias. Esta especie de doloroso
desmembramiento, no puede ser transitado de manera pueril y calma.

En resumen, el camino desde la infancia hacia la adultez, no obedece solo al


crecimiento biológico madurativo, sino que es algo transformacional que implica una
ardua faena psíquica y cultural (M. Viñar, 2009).

Javier García (2013), sostiene que también hay que tomar en cuenta que el
adolescente se mueve en diferentes ámbitos donde se nutre y se vincula con “otros”,
con otras reglas y circunstancias. En estos novedosos movimientos se entrecruzan e
interactúan las reglas provenientes de lo familiar, de lo psíquico, con otras
idealizaciones que ocurren en la adolescencia.

13
De esa conjunción aparecen sedimentaciones identificatorias, es decir rasgos,
que de alguna manera van dibujando los trazos del ideal del Yo. Entendiendo al ideal
del yo como:

“instancia de la personalidad que resulta de la convergencia del narcisismo


(idealización del yo) y las identificaciones con los padres, sus sustitutos y los ideales
colectivos. Como instancia diferenciada, el ideal del yo constituye un modelo al cual el
sujeto intenta ajustarse.” (J. Laplache y J. Pontalis, 1977.)

A partir de este bosquejo identificatorio junto al desbarrancamiento de las


referencias infantiles es que puede hablarse de ciertas incertidumbres que son
características de este momento y que en cierta ocasión tendrán que dar cuenta de
respuestas en cuanto al sitio político, social y sexual desde donde construirse.

Es entonces allí donde se pondera lo institucional, lo familiar, lo social, lo grupal


en cuanto a incidencia en la disposición del ideal del Yo. (J. García, 2013).

En definitiva, podemos dar cuenta que son estas edades, momentos claves en
el individuo en su proceso de socialización y en la construcción de un proyecto de
vida, ya que es aquí donde se establecen o se van conformando los mecanismos y
procesos en la construcción de la identidad.

Por lo tanto las miradas que encuadran la visión etapa-problema, que


estigmatizan, que visibilizan al adolescente sólo cuando altera el orden o que los
define desde sus incompletitudes, parecen ser algo demasiado peligroso teniendo en
cuenta que estamos ante una etapa fundante en el psiquismo del sujeto (D. Krauskopf,
2005).

Crisis de la adolescencia y adolescencias en crisis

Parafraseando a Amorín (2008), cuando hablamos del vocablo crisis estamos


haciendo referencia a cambio, alteración, separación, modificación. Es plausible de ser
asociada al peligro, debido a que esa permutación, desequilibra e implanta en el

14
individuo movilizaciones de tales magnitudes que podrían llegar a poner en jaque su
armonía psicosocial, en caso que éste no contara con los elementos re adaptativos
pertinentes.

Derivados de ese quiebre (homeostático), podrían acontecer síntomas en


referencia a lo vincular, a lo psicológico y en relación a lo psicosomático e incluso de
relacionamiento con el entorno, que todo esto sumado podría dar cabida a un
trastorno.

Es decir, sostiene el autor, que estamos haciendo referencia a una serie de


sucesos que estampan en el individuo un requerimiento que atenta contra el equilibrio
de sus conductas corrientes. Y que demanda períodos de procesamiento, en los
cuales el psiquismo pueda ocuparse de su tramitación, la cual consiste en elaborar el
duelo que toda pérdida requiere y en asumir lo nuevo.

Desde el punto de vista evolutivo, es lo que permite el tránsito de un momento


evolutivo hacia otro, común a su vez, a los individuos que se encuentran insertos
dentro del mismo momento evolutivo. (D. Amorín, 2008).

El referido autor, especifica aún más y nos aporta que una crisis evolutiva,
también puede ser crisis traumática en caso de no poder efectuarse su elaboración.

Y esto puede acontecer por ejemplo, debido a la magnitud de los componentes


críticos externos, al estado del aparato psíquico del sujeto (posibilidades adaptativas y
metabolizadoras) y también debido a la cantidad o simultaneidad de situaciones
provenientes del entorno y que impacten y demanden una transformación crítica.

En sintonía con lo mencionado entonces hasta aquí, David Le Breton (2003),


en el libro “Adolescencia bajo riesgo”, sostiene que la adolescencia es una instancia
de quiebre, de transformaciones que dan paso al inicio de los umbrales de una etapa
adulta que de por sí no aparece como clara y nítida.

Que es allí, en medio de esa aguda intriga que genera ese tránsito entre dos
etapas, donde se va dejando de lado aquellos bienes propios y característicos de la

15
niñez y comienzan a avecinarse paulatinamente ciertos principios y protocolos de la
etapa adulta.

Esa etapa que comienza a asomarse implica un contexto diferente, el cual hay
que ir sondeando para irle encontrando el sentido, tanto en lo biológico y físico, como
en lo social y cultural. Es decir que el adolescente se encuentra ante nuevos
compromisos frente al entorno.

Para que este tránsito sea lo menos doloroso posible, la figura de los padres
debería tener el rol de pautar los límites pero en clave de contención y afecto, cosa
que no es para nada sencilla.

Según el autor, ambas figuras, la del adolescente y la de sus padres, están en


ese momento declinando a sus funciones anteriores y readaptándose a lo nuevo. Y lo
nuevo suele generar resistencias, problemas. Mucho más si el adolescente comienza
a avizorar el hecho de ir adquiriendo una función más activa dentro de la sociedad.

Es por esto que más allá de esa tirantez entre ambas figuras, es necesario que
el adolescente perciba en sus padres interlocutores válidos y honestos, que le brinden
el respaldo suficiente en determinados momentos en que necesite por ejemplo poder
manejar sus nuevos tiempos y espacios de manera esperable.

Si esto no aconteciera, ganaría el desconcierto, la falta de proyección, la


inmediatez del disfrute sin tomar en cuenta las consecuencias a futuro, entre otras
cosas.

De la conjunción sobre lo expuesto por ambos autores, podemos decir en


definitiva, que la adolescencia es una etapa que por definición trae consigo crisis. La
crisis de la adolescencia entonces, da cuenta de la oposición entre las ambiciones del
adolescente y las chances que lo social ofrece para la realización de las mismas. (D.
Le Breton, 2003).

Parecería por consiguiente, que la crisis de la adolescencia es algo esperable,


ya que estaríamos hablando de la tensión entre las expectativas del adolescente y las
16
posibilidades que lo social brinda, más allá de lo que sea que esta brinde y de cuáles
sean las expectativas del sujeto.

Ahora bien, cuando lo parental, lo familiar, lo tutelar y lo institucional no ejercen


su función frente al adolescente, y con esto no otorgan los límites necesarios para que
este tránsito sea recorrido con la mayor contención y respaldo posible, es que quizás
podríamos estar hablando de las adolescencias en crisis.

Adolescencias en tiempos de liquidez

Marcelo Viñar (2009), en su libro “Mundos adolescentes y vértigo civilizatorio”,


plantea que el esquema adolescente en referencia a una definición de sí mismo, es
una experiencia fundacional que demanda ser departida junto a otros.

Allí, lo social, lo gregario, incide mediante una potente sensación de


pertenencia, donde lo personal puede figurar tanto como semejanza o como
17
divergencia con el contexto. Pero siempre en relación al entorno, ya que es allí, en ese
trato con los otros y consigo mismo donde se erige la mismidad.

“El sentimiento de masa, de multitud, es capital y los encuentros y


desencuentros en esa etapa dejan marcas, a veces tóxicas, a veces saludables. Hay
otros como yo, yo soy uno entre otros, pero también soy distinto de otros.” (M. Viñar,
2009).

Lipovetski (2006), sostiene que, en estos tiempos de hipermoderna liquidez, lo


más preocupante de todo es la “fragilización de la personalidad”.

El debilitamiento de los dominios regulatorios a nivel institucional, y el poco


peso que tienen para el individuo, las referencias culturales, políticas, religiosas,
familiares y grupales, ocasionan en él conductas movibles, laxas, que más que
denotar mayor independencia, es decir un sujeto amo de sí mismo, podría más bien
estar dando cuenta de una mayor inestabilidad del yo.

Concluye que, echado a su suerte, como resultado de la excesiva


individualización, el hombre se ve desposeído de las reglas sociales que lo hacían
formar parte de una estructura que a su vez, lo investía de ímpetu para encarar los
problemas del vivir. Ese debilitamiento de las firmezas interiores del individuo,
desencadenaría, según el autor, trastornos y desequilibrios en la subjetividad del
mismo. (G. Lipovetsky, 2006).

Esto parece estar en bastante consonancia con lo que nos propone


Dany-Robert Dufour (2007), en su libro, “El arte de reducir cabezas”. Allí da cuenta de
que una de las características de estos tiempos, es la decadencia del “Otro”, donde el
sujeto no se define en relación a la existencia de otro, sino más bien lo hace de
manera autorreferencial.

“La desaparición del Otro no sería, finalmente, más que el efecto anunciado de
una desterritorialización radical. Es probable que este desvanecimiento simbólico
comporte efectos deletéreos, inquietantes y perjudiciales, particularmente para las
nuevas generaciones”. (D. Dufour, 2007).

18
El autor sostiene que en nuestras sociedades estamos hace tiempo ya, frente a
un proceso de individuación, que despierta una ambición emancipadora en el sujeto y
que no todos pueden responder de entrada a esta exigencia de autonomía, sobre todo
los jóvenes. Estos estarían experimentando una circunstancia subjetiva novedosa de
la cual nadie (de los adultos), posee las claves.

Retomando a Le Breton (2003), él transmite algo muy similar al sostener que el


adolescente ya no se edifica en un vínculo, (aún siendo este último de carácter
conflictivo), con un “Otro”.

La hipermodernidad reinante ya descripta anteriormente, impone una realidad


de competencia generalizada donde los adultos se esfuerzan por mostrarse jóvenes,
declinando a su función de adultos, haciendo borrosas casi hasta la extinción las
fronteras generacionales.

La educación se ha convertido en un importante problema al habitar padres e


hijos realidades de sentidos diferentes ya que los primeros no logran comprender las
variantes constantes que el mundo impone. El joven es quien queda a cargo de sí
mismo y con la iniciativa de actuar como le plazca, haciendo la elección de sus
autoridades a su propio criterio. (D. Le Breton y otros, 2003)

Es en este concepto, el de autoridad justamente, en donde podría estar lo


medular de esta problemática.

Hannah Arendt (1972), sustenta la idea que la autoridad no es homologable


con la persuasión, ya que esta última, implica niveles de igualdad. Mucho menos que
la autoridad pueda significar el uso de medios de coerción, tan típicos de las lógicas
totalitaristas. La autoridad concierne a una demanda bien puntal, que es insertar en un
universo ya determinado a los sujetos “recién llegados por nacimiento”.

Arendt aclara que es preciso por parte del adulto, tomar las riendas de esta
inserción, porque no hacerlo implica invalidar la autoridad y negarse a aceptar, ya ni
siquiera de manera crítica, la parte que le compete como coautor y constructor de su

19
realidad. Esto genera una negación generacional y nos sitúa frente a una generación
adulta que no se asume como tal. (H. Arendt en D. Dufour, 2007).

Silvia Bleichmar (s/f) ofrece una mirada común en algunos puntos, al razonar
de Arendt, pero utilizando los conceptos de asimetría y responsabilidad con respecto
al vínculo de los adultos con los jóvenes.

Destaca que la asimetría involucra solamente representaciones de


responsabilidad y no formas de autoritarismo, es decir que está establecida en clave
funcional y no necesariamente por uso del poder.

La cuestión para esta autora radica en cómo el mundo adulto, padres,


instituciones, etc. puedan lograr ejercer la responsabilidad que tienen y no así el
poder, ya que ambos términos en algunas ocasiones pueden apreciarse como
enfrentados.

Es más, hace principal hincapié en que muchas veces el poder es usado


justamente como una manera de “des-responsabilizarse”. Por ejemplo, en padres que
al no poder ejercer sus cometidos de responsabilidad, practican un autoritarismo
despótico y totalmente arbitrario en el interior del núcleo familiar.

Esa asimetría debería sostenerse, según ella, en una lógica, no de poder, sino
de saber por parte del adulto. Pero el mundo adulto deambula confuso al carecer de
instrumentos acordes para afrontar los desafíos planteados por la realidad de hoy, que
impone nuevas formas de vínculos sociales.

También sostiene Bleichmar (s/f), que no hay que confundirse en relación a


que el problema sea la falta de información (eso es lo que más abunda), sino la forma
en cómo es procesada esa información.

El problema se encontraría no sólo, en si ambas partes manejan o no un


mismo lenguaje, sino en si uno comprende lo que el otro le está comunicando, o sea,
la eventualidad que el actuar de uno provoque una réplica en el otro. Eso sería la
comunicación.

La manifestación, que puede ser de queja o desagrado, es lanzada por el joven


para obtener algún tipo de respuesta. Si esto no acontece, el sentimiento que
predomina es de no reconocimiento, de descrédito, de no ser amado.

20
Para Bleichmar (s/f) entonces el dilema no está en si se entiende o no el
lenguaje, sino en si se comprende por parte del mundo adulto la problemática del
joven.

Las problemáticas de los jóvenes, se centran según la autora, en que éstos no


logran avizorar algo para ganar en el futuro, y al ocurrir esto no se genera la
posibilidad de aceptar la frustración actual, debido a que la misma no tendría una
finitud visible.

A los adolescentes hoy en día no se les transmite claramente, si los


aprendizajes y estudios, vale decir, si los esfuerzos de hoy les van a generar algún
beneficio o certeza a futuro.

La autora explicita que la adolescencia es una etapa en que el individuo se


apronta para el futuro. Pero la característica de las sociedades actuales, es que han
“de-construido” los proyectos de futuro, para pasar a ofertar a cambio, disfrutes
inmediatos. También han sido de-construidas las propias etapas de la vida, con niños
trabajando y adultos excluidos del mercado laboral.

Por último se pregunta si estos modos de relacionarse con el otro no


representan maneras de des-subjetivarse uno mismo, al resignar la chance de
pensarse como un individuo capaz de amar a otro individuo.

Agrega Bleichmar, que esta deconstrucción de los vínculos con el otro, impacta
en los adolescentes no sólo en la posibilidad de respetarse unos a otros, sino en el
abandonar el respeto hacia sí mismos, y hacia su reconocimiento de ser amados y no
objetos de goce.

Finalmente concluye en que una alternativa para esta encrucijada, es la de


facilitarles su “re-ciudadanización”, es decir, su categoría de individuos subjetivados
dentro de una sociedad que los reconozca como tales.

Alejandro Klein (2004), en su libro “Adolescencias: un puzzle sin modelo para


armar”, explica desde su visión, algo de lo que se mencionaba en el párrafo anterior.

21
El da cuenta que la tríada, desconfianza-desamparo-inseguridad, son tres
nociones que habilitan a describir estas sociedades actuales “escasas” (en
oportunidades para los jóvenes), como las denomina él.

Prosigue el autor aseverando, que este tipo de sociedades propone una


manera de relacionamiento con los jóvenes que las habitan, en donde se produce
cierta analogía con los inmigrantes y la sociedad que los recibe.

Del mismo modo que estos últimos no son ciudadanos con los mismos
derechos que aquellos que los acogen, los jóvenes dentro de las sociedades escasas
se “des-ciudadanizan” y parecieran tornarse en peregrinos o forasteros, carentes ya de
derechos y normas pre establecidas, que de hecho aparecen literalmente (los
derechos) puestos en duda y en el mejor de los casos, relativizados.

Esto da cuenta, de que hay un abandono social en relación al adolescente,


pero según lo expuesto a lo largo de este trabajo, hay un abandono generalizado de la
sociedad toda como tal, desde lo vincular.

El individuo, agrega Klein, poco puede oponerse frente a esta sociedad que se
presume habilitada a re-presentarse a sí misma de manera virtual, aspecto este último
de ribetes paranoicos.

Lo paranoico y persecutorio, concluye el autor, crecen a ritmos tales que se


torna traumático al punto de rebasar las posibilidades adaptativas en los psiquismos
de los sujetos.

Esta sumatoria de hechos desafortunados con sensación de invariables,


genera la imperiosidad de una dilucidación, de encontrarle un sentido a lo que está
aconteciendo.

“Es el punto en que surge la figura del chivo expiatorio: el joven se hace cargo
de amenazas, violencias y ominosidades, con las que se intenta recatar un sentido
perdido e inaprensible”. (A. Klein, 2004).

No en vano, ni casualmente, hace dos años, en 2014, se plebiscitó en Uruguay,


la posibilidad de bajar la edad de imputabilidad, de dieciocho años, a dieciséis años.
En ese caso puntual, como sociedad se respaldó medianamente a los adolescentes, y
la iniciativa no prosperó.

22
Pero el hecho que se haya propuesto y que un poco menos de la mitad de la
población haya pretendido aprobarla, da cuenta por sí sólo, de esto que Klein nos
hablaba doce años atrás.

Consideraciones finales

Siguiendo con la línea de pensamiento de Klein (2004), podemos sostener que


la actualidad hiper líquida, se identifica con la fragilidad y el cuestionamiento de sus
propias instituciones, a tal escala que se llega a confundir el concepto de autonomía
con ese debilitamiento de los recursos socializantes. Cuando este desgaste de los
agentes socializadores ocurre, toman relevancia lo efímero y el individualismo.

Como resultado de este estado de fragilidad social, los jóvenes, obligados por
las propuestas y circunstancias del mundo adulto, quedan echados a su suerte y

23
desde ese lugar es que edifican como pueden, sus propias autoridades y sus propios
patrones de entendimiento de la realidad social.

“…como un gigantesco puzzle conformado por fichas de diversas


características…provenientes de diferentes instancias…sin modelo referencial.
Construyen su vida como si de un puzle se tratara, con todo tipo de fichas…Hacen el
puzzle sin tapa…a ciegas, tanteando…” (J. Elzo Imaz en A. Klein, 2004).

Pero no todo es desazón. Sí, parece haber fichas del puzzle que son ubicables
y reconocibles, el mercado neoliberal no es tan ingenuo..

Ese futuro no avizorado por el adolescente, del que nos hablaba Bleichmar
líneas arriba, es según Laurent Bove (2005), sin embargo, un futuro “activo y
universal”, presentado y ofertado a la esperanza adolescente en vías de socialización,
como una misma forma del mundo para todos por igual.

En un universo quebrantado, impetuoso y puramente competitivo, todos,


empleados y empleadores, negociantes y consumidores, se posicionan listos, con sus
potencialidades a la orden para la destreza de la táctica bélica del orden empresarial.

Por consiguiente, asisten prestos a la fundición dogmática del deseo con la


mercancía, establecida como único patrón valedero de vida real. (L. Bove en Le Breton
y otros, 2005).

Por otro lado, Marcelo Viñar (2009), da cuenta que no existe salud mental
entendida como tal cuando un individuo es apartado de su circunstancia de sujeto
político. Y eso justamente es una de las finalidades del neoliberalismo, el cual, a su
vez, con su lógica de mercado, nos expone encima de la mesa una sociedad de
ganadores y perdedores.

Ante este panorama como profesionales de la salud mental, sostiene el citado


autor, estamos limitados casi en exclusividad a la atención terciaria, a la rehabilitación
del sujeto ya con el daño causado.

Esto último, concluye, es lo más costoso desde el punto de vista económico y


moral, pero que termina siendo rentable. Y por lo tanto, peligroso.

24
Para finalizar, parece pertinente, conceptualizar una idea que en parte fue la
que disparó la realización de este trabajo.

Francoise Dolto (1990), sostiene que no es posible analizar un grupo etario, sin
tomar en cuenta a los otros con los que vive e interactúa de manera constante. Y en
ese marco hace referencia a que cuando el niño torna en adolescente y no considera
a sus padres en términos totales, éstos se sienten sin el peso de representar ese
absoluto referencial y retoman sus vidas en paralelo a la dinámica familiar, como
recuperando sus adolescencias.

Los adultos al intentar vivir una adultez joven, seductora, que es lo que impone
la realidad actual, tratan de actuar a semejanza de sus hijos, compiten con ellos. Los
padres se interesan por mujeres que tiene la edad de sus hijas y las madres apuntan a
ser amigas de sus hijas y también ser admiradas por varones jóvenes como sus hijos.

Y es ahí, cuando ocurre esa desconexión con los roles, donde la autora resalta
la importancia de los vínculos sociales y familiares más cercanos, que pueden y
deberían estar prontos para actuar y contener. Tíos, padrinos, amigos de los padres,
entre otros.

Lo que el adolescente estaría necesitando en esta etapa tan crucial, es tener


mojones referenciales claros brindados por el entorno social y adulto cercano, que le
den fuerzas, respaldo y red de contención para animarse a asumir riesgos. (F. Dolto,
1990).

Cuando eso no acontece, cuando la coyuntura no sólo no ayuda sino que


complica como ya ha sido analizado a lo largo de este trabajo, el valor de los espacios
institucionalizados disponibles, es sustantivo.

En Uruguay, sostiene Ulriksen de Viñar (2003), si bien se ha avanzado, aún no


están institucionalizados los debidos espacios que registren y asuman como suyas las
especificidades de los adolescentes.

Y es mediante una instancia clínica donde se puede llegar a lograr una


adecuada escucha, que arroje además intervenciones pertinentes y concretas, sin
ánimo intrusivo y que eso sea sostenible dentro de un marco de respeto y
confidencialidad. (M.Ulriksen de Viñar, en Le Breton y Otros, 2003).

25
La generación y la sustentabilidad de estos espacios, de alguna manera
pueden generar una especie de compromiso a cumplir, que a su vez, genere una
investidura de amor, como seña de lo novedoso que está por-venir, como productor de
futuro, que sería un probable proyecto terapéutico.

Que también, dé cuenta de un espacio de implicancia mutua, con un analista


que invista y contenga, al transitar por varias teorías, que habiliten a tratar esa doble
puesta en crisis del adolescente.

Este afronta no sólo un mundo adulto desbarrancado, sino también el


desasimiento parental, el acto agresivo del cual nos habla Winnicott como condición
necesaria para que exista crecimiento.

El espacio clínico visto como una elaboración de a dos en el vínculo


terapéutico, que haga las veces de soporte, no en clave pedagógica, pero sí vincular,
con el fin de producir subjetividad. (A. Bó de Besozzi, 2005)

Referencias bibliográficas

• Amorín, D. (2008). Cuadernos de Psicología Evolutiva. Apuntes para una


posible Psicología Evolutiva. Tomo 1. Editorial Psicolibros. Montevideo,
Uruguay.

• Araújo, A. (2011). Ponencia en Jornadas de Adolescencia 2011. Asociación


Psicoanalítica del Uruguay.
Recuperadode:http://anterior.apuruguay.org/sites/default/files/A-Araujo-Tiempo.
pdf.
26
• Araújo, A. (2013). Recuperado de : https :// www .psyciencia.com/2013/09/
psicologia-adleriana-entrevista-con-la-dra-ana-maria-araujo-uruguay

• Araújo, A. (2013). Todos los tiempos el tiempo. Trabajo, vida cotidiana e


hipermodernidad. Editorial Psicolibros Universitario. Montevideo, Uruguay

• Barrán, J (1990). Historia de la sensibilidad en el Uruguay. Tomo II. El


disciplinamiento (1860 – 1920). Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo,
Uruguay.

• Bauman, Z. (2002). Modernidad líquida. Fondo de cultura económica. Bs. As.,


Argentina.

• Bleichmar, S. (S/fecha). Artículo recuperado de:


http://www.buenosaires.gob.ar/areas/educacion/eventos/actualidad/silviableich
mar_ultima_conferencia.pdf.

• Bó de Besozzi, A. (2005). La clínica del descreimiento y la producción de futuro


en la juventud actual. Aportes desde una perspectiva psicoanalítica situacional.
An.1. Simp. Internacional do Adolescente. Brasil.

• Dávila León, O. (2004). Adolescencia y Juventud: de las nociones a los


abordajes. Última década N° 21, CIDPA, Valparaíso, Chile.

• Dolto, F. (1990). La causa de los adolescentes. El verdadero lenguaje para


dialogar con los jóvenes. Editorial Seix Barral S.A. Barcelona, España.

• Dufour, D. (2007). El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre


liberado en la era del capitalismo total. Traducción de Alcira Bixio. Editorial
Paidós. Buenos Aires, Argentina.

• Enriquez, E. (2010) El ideal tipo del individuo hipermoderno: ¿un individuo


perverso? Versión preliminar para Uruguay no publicada.

• García, J. (2013). Los adolescentes, la declinación del patriarcado y las nuevas


estructuras familiares. Revista uruguaya de Psicoanálisis. P. 129: 136.
Montevideo, Uruguay.

27
• Han, Byung-Chul (2014). Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas formas de
poder. Traducción de Alfredo Bergés. Herder Editorial S.L., Barcelona, España.

• Klein, A. (2002). Imágenes Psicoanalíticas y sociales del adolescente.


Condiciones de surgimiento de la adolescencia en la modernidad y el
disciplinamiento adolescentizante en la posmodernidad. Editorial Psicolibros.
Montevideo, Uruguay.

• Klein, A. (2004). Adolescencia: Un puzzle sin modelo para armar. Editorial


Psicolibros. Montevideo, Uruguay.

• Laplanche, J. y Pontalis, J. (1971). Diccionario de Psicoanálisis. Editorial Labor.


Barcelona, España.

• Le Breton, D. y otros (2003). Adolescencia bajo riesgo. Cuerpo a cuerpo con el


mundo. Ediciones Trilce. Montevideo, Uruguay.

• Lipovetsky, G. y Charles, S. (2006). Los tiempos hipermodernos. (Traducción


de A. Prometeo Moya). Editorial Anagrama. Barcelona, España.

• Menger, Anne M.: “Vivianne Forrester ataca de nuevo - Globalización y


ultraliberalismo no son sinónimos” – La República de las mujeres, 28/5/2000

• Rhéaume, J. (2007). Conferencia del Dr. Jacques Rhéaume en el Paraninfo de


la Universidad. Montevideo, Uruguay.

• Viñar, M. (2009). Mundos adolescentes y vértigo civilizatorio. Ediciones Trilce.


Montevideo, Uruguay

28

También podría gustarte