IE II - Eje 1 Temas 3,4 y 5
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está el ideal a seguir. En el continente ilustrado se dieron dos guerras mundiales, las
ideologías marxistas han generado dictaduras y pobreza, el capitalismo permite convivir el
derroche y la miseria, al tiempo que en el 2008 ha generado una crisis económica mundial sin
precedentes. Todo esto es una manifestación expresiva de cómo las metanarrativas, en su
dimensión más política y social, se han vuelto en contra de la humanidad.
Así, la postmodernidad nos libera de los abusos de la razón, de un fundamentalismo
racionalizante, que no pocas veces ha contribuido a alimentar y mantener ideas, principios,
modos de vida y verdades que se tenían por incuestionables y cuya finalidad última era el
dominio, la coacción y el poder sobre el otro: (machismo, clasismo, capitalismo...)
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C. LA PEDAGOGÍA EN LA POSTMODERNIDAD
Hegemonía y educación en la modernidad
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sexual puedan acceder a la cultura pública universal. Esto conduce al diseño de una
institución pública, gratuita y obligatoria, que confía en la objetividad y asepsia de la
racionalidad moderna como criterio con el que demarcar qué contenidos, valores deben
formar parte de esa instrucción universal.
Sin embargo, la razón llega a convertirse en la modernidad en el nuevo tótem con el
que alzar significados culturales a la categoría de universales o absolutos. El racionalismo
absoluto de la modernidad, hace estragos en el sistema educativo. Así por ejemplo, el
delimitar o empaquetar en el currículum unos contenidos académicos dados como científicos
y universalmente valioso –pero paradójicamente completamente asignificativos para que el
individuo pueda interpretar su vivencia y experiencia cotidiana con la realidad−; la creación de
un currículum oficial y oficioso en el que se privilegian los significados o referentes culturales
de unas comunidades sobre los de otras; la proliferación de una prácticas profesionales
docentes en las que predomina la realización de acciones funcionariales, pero donde a los
docentes se les coarta la posibilidad de generar espacios y tiempos que hagan posible la
confrontación respetuosa y el enriquecimiento entre significados de distintas culturas, son, a
mi entender, algunos de los males que las desviaciones de la modernidad ha traído a la
institución escolar contemporánea. Son, sin duda, otras formas de utilizar el “dios razón” para
universalizar, adoctrinar, negar la subjetividad u obstaculizar el desarrollo de una escuela
capaz de albergar la diversidad, una escuela en la que “la subjetividad humana se pierde en
los mecanismos de la objetividad científica” (Vattimo, 1996, p. 36).
La escuela ha sido, y en ocasiones lo sigue siendo, un escenario de este uso desviado
de la racionalidad. Y es que, el modelo educativo de la modernidad, basado en la razón como
herramienta con la que descubrir la verdad absoluta, ha ido configurando y delimitando los
objetivos y contenidos que debían ser transmitidos en la escuela. En estas escuelas, los
alumnos tienden a asimilar las verdades y contenidos que les son transmitidas. Dichas
verdades, por un lado, en su mayoría resultan asignificativas e inservibles para que el
alumnado las conecte y le sirvan para interpretar racional y críticamente sus experiencias y
realidades cotidianas; y por otro lado, dichas verdades suelen mostrar una visión sesgada y
parcial de la realidad, que sin embargo, habitualmente se suele presentar como verdades
fundamentales para la vida que no dejan lugar a otros saberes (Esteve y Vera, 2001).
Mucho tiempo hemos pensado que la esencia del aprender residía en aquello que se
trasmitía: un contenido objetivo, formalizado, que se debía transmitir con autoridad y
neutralidad. En la modernidad, ésta es la imagen tradicional del aprender. Lo que se da a
aprender, en la modernidad, es un saber atrapado con autoridad y transmitido con
neutralidad, un saber por el que el aprendiz transita ordenadamente sin ser atravesado por la
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aguda flecha de la palabra del libro que se lee. Es un saber que ya no ‘sabe’, porque a nada
‘sabe’ en realidad. Un saber sin ‘sabor’. (Bárcena y Mèlich, 2000, p. 153).
Esta desubstanciación del saber está provocada por la concepción instrumental y
tecnócrata de la racionalidad (Deleuze y Guattari, 2001) y además termina arrojando a los
maestros al rol de técnicos. Como afirma Labarre (1992) el problema con esta perspectiva es
que promociona un modelo tecnocrático de la enseñanza y tiende a ocultar el contenido ético
de los problemas instructivos. De esta forma, los maestros y educadores quedan relegados a
utilizar sus capacidades mentales y racionales para transmitir los objetivos y contenidos que
“les vienen desde arriba”: (administración, editoriales o expertos) sin poner en tela de juicio el
sentido y la función que tienen y van a desempeñar dichos objetivos y contenidos.
Aunque afirmamos contar con una educación democrática, la realidad es muy diferente:
tenemos un modelo educativo colonial, muy elaborado, y diseñado fundamentalmente para
formar a los maestros con métodos que devalúan la dimensión intelectual de la enseñanza. El
objetivo principal de este modelo colonial es continuar discapacitando a los maestros y
estudiantes, de forma que caminen irreflexivamente a través de un laberinto de
procedimientos y técnicas. (Chomsky, 2001, p. 10).
Efectivamente, los profesionales de la educación corremos el riesgo de no ser muy
conscientes del ‘funcionarismo’ en el que podemos vernos abocados, del abandono
negligente de nuestros derechos y deberes democráticos, de no ejercer nuestra capacidad de
racionalidad crítica, a partir de la cual discernir y reflexionar sobre el modelo de sociedad y de
persona que estamos contribuyendo a construir.
El técnico no investiga, no descubre leyes científicas sino que aprende las derivaciones
normativas que hace el ingeniero, incorpora las rutinas, las recetas, las reglas de intervención
y las aplica a la práctica. El maestro que se concibe como un simple técnico no tiene que
acceder al conocimiento científico, sino simplemente a las derivaciones prácticas del mismo,
asimilando sus características y desarrollando las capacidades y habilidades requeridas para
ponerlas en práctica. Como lógica consecuencia de este enfoque se deteriora la
consideración social del maestro, subordinado al científico (Pérez Gómez, 1993, p. 11).
Cuando el maestro y el educador quedan postergados al rol de técnico, que utiliza su
pensamiento exclusivamente para poner en marcha los medios oportunos que permitan
alcanzar unos fines ya preestablecidos por otros, el potencial re-creativo que tiene el
profesional de la educación queda inmolada. La situación resulta aún más gravosa, si
pensamos que de este modo no sólo es el maestro o el educador individualmente los que
pierden capacidad de re-creación, sino que es la misma sociedad, a través de sus
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sujetos de instrucción a unos individuos que ya son definidos desde otras coordenadas
psicosociológicas.
Dada la constatación de transformaciones socioeconómicas operadas, se deposita en la
escuela la necesidad de adaptarse a ciertos cambios que se operativizan en la solicitud de
diversificación de sus funciones, flexibilización de las prácticas docentes, potenciación de los
recursos psicosociológicos del aula y mayor sintonización de valores priorizados en el ámbito
académico y a nivel social. En este sentido, se van imponiendo nuevos órdenes
socioeducativos, ya sea en los sistemas de instrucción-aprendizaje, la gobernabilidad escolar
o en propuestas de currículum multicultural en los escenarios educativos. En consecuencia,
se abunda en la necesidad de volver a pensar la educación y sus funciones.
En suma, los escenarios e intérpretes de la praxis psicopedagógica y de las
interacciones formales e informales han de adaptarse a la nueva idiosincrasia de la educación
contemporánea y al ritmo entrópico de cambio de las últimas décadas.
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recubierta por una compleja red de interrelaciones, soterradas bajo la acción de mecanismos
distractores que entorpecen nuestra comprehensión. Cualquier realidad es el producto de un
entramado de influencias y representaciones.
Por su parte, la verdad de las palabras es una mera abstracción de intuiciones diversas
que se reifica socialmente. La propia naturaleza del lenguaje, la discursividad de lo social se
redefine desde posturas denominadas posestructuralistas, de acuerdo con Ogiba (1997).
Precisamente, Foucault llamaba la atención sobre el papel ejercido por el lenguaje, que
parece actuar como un elemento de constitución de la realidad, y estar implicado en, al mismo
tiempo que ejerce, las relaciones de poder.
En este sentido, el discurso sobre la educación, y el propio discurso sobre la
posmodernidad, están contribuyendo a la conformación de una serie de epistemes, o
categorías reificantes de definición de la realidad social, la que se convertirá en tal a partir de
su acto de nombrar esa realidad, al tiempo que la constituyen. El lenguaje es un instrumento
de acción y no solo de etiquetaje.
Resulta curioso pretender cuestionar nuestra sociedad sin pensar en los límites que nos
impone la misma lengua mediante la cual pretendemos poner en duda el sistema establecido,
como nos advirtió agudamente Roland Barthes.
El término educación, como algo más que un constructo sociolingüístico, es un
fenómeno en el sentido anteriormente aludido, artefacto1, que actúa como agente
socializador y mecanismo transmisor de poderes –autocontrol, interiorización, aprendizaje
individualista, autoexigencias, conciencia, libertad y saber a través del conocimiento, etc.–,
que se convierten en mecanismos eficaces de inoculación de poderes y verdades difíciles de
desacreditar.
En definitiva, todos construimos posiciones políticas e ideológicas desde las que hablar,
ya sea sobre educación, adolescencia, sociedad, etc. De ahí que el reconocimiento de la
naturaleza política de la educación resulta insoslayable. El conocimiento y el poder se
interrelacionan para reafirmar la diferencia e inquirirla, de acuerdo con la argumentación de un
crítico de la educación tradicional como Giroux. La pedagogía, para este autor, es una
tecnología del poder por el lenguaje y la práctica que produce y va legitimando formas
diversas de regulación ideológica, moral y política mediante todo lo cual se ofrecen visiones
particulares de sí mismos, y del mundo. En consecuencia, el desarrollo crítico de un lenguaje
público mediante el que se abandonen formas activas de prácticas pedagógicas que dificulten
a los alumnos tomar conciencia de la opresión institucional y cotidiana a la que se ven
sometidos por las mismas, amparadas en la fuerza de la tradición y eficaces en la
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consecución de sus objetivos disciplinarios, es una tarea prioritaria en cualquier proyecto que
pretenda oxigenar dichas prácticas.
Por tanto, los términos escuela y posmodernidad han de ser analizados no sólo como
constructos sociolingüísticos, de los que de hecho se derivan consecuencias, sino como
realidades socioconstruidas.
Introducción
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El quiebre
“La única certeza es la incertidumbre”
Zygmunt Bauman
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significado moderno del valor de la escuela. Porque la escuela dejó de vincularse con el
mundo del trabajo que no se les presenta como posible. Son excluidos sociales, o tomando el
término de Robert Castel, desafiliados (Castel, 1997). Son desafiliados los padres como los
hijos que concurren a la escuela. En estrecha ligazón con esto, la escuela pasa a
desempeñar un rol de contenedora de la situación social. Testigo de esto son la proliferación
de comedores escolares en los barrios más pobres. En la política de tierra arrasada que
significó el neoliberalismo, la escuela sobrevivió como un dique de contención, al igual que los
centros de salud y los hospitales de los barrios humildes. Como es lógico, hay un desborde tal
de problemas y tan precarios recursos, que las escuelas y las otras instituciones estatales o
comunitarias se ven ampliamente desbordadas. Si socialmente se conserva el derecho a la
educación, en la realidad el capitalismo parece precisar de la escuela sólo la contención
social que brinda.
La escuela no puede sostener con la certidumbre de antes la promesa moderna de un
futuro mejor, lo que ofrece ahora es un lugar donde el niño va a estar mejor que en su casa.
Muchas veces se ven casos de chicos que enfrentan situaciones sociales muy adversas, y es
mejor que el niño concurra a la escuela (si es posible, en jornada completa) a que esté en su
casa o solo por la calle, incluso trabajando. Después, si aprende algo mejor.
La función disciplinar de la escuela pierde terreno frente a la función contenedora. Es
notable también ver cómo en los barrios humildes no se demanda en general más que esto.
Es muy común encontrar a padres disconformes con el maestro porque un niño le pegó a otro
y prácticamente nunca se observa alguna inquietud pedagógica, de por qué no enseña
división, multiplicación, la mar en coche. La escuela parece asemejarse a la guardería, el
maestro al cuidador.
Pero es fundamental apuntar que, si en muchas situaciones la escuela dejó de ser una
promesa de progreso, sí se puede advertir que su estructura formal (reglamentos,
organización escolar, jerarquía) no ha abandonado por lo menos totalmente los principios que
rigieron la educación moderna. Y aquí comienza a interactuar conflictivamente el ideal
moderno que aún persiste en la escuela en nombre de una promesa ya no tan fácil de
cumplir, y el desenvolvimiento concreto como contenedora y mejor lugar para el ahora, para la
coyuntura. Porque la escuela se ha transformado quizás en eso, en una perpetua coyuntura
con poca planificación o visión de futuro. Es un sitio mejor que la calle y a veces poco más
que eso y no por responsabilidad docente precisamente sino por ser la trinchera, el dique de
contención de la situación social.
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Como la guardia de un hospital, atendemos solo las emergencias. Estamos atrapados por la
coyuntura y no planificamos el futuro.
Bibliografía
- Castel, R. (1997) La metamorfosis de la cuestión social. Buenos Aires: Ed. Paidós.
- Forrester, V. (1997) El horror económico. Buenos Aires: Ed. Fondo de Cultura Económica.
- Foucault, M. (2003) Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI
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- Netto, J. P. (2002) “Reflexiones en torno a la cuestión social”. En: Varios Autores. Nuevos
escenarios y práctica profesional. Buenos Aires: Editorial Espacio.
- Sarmiento, D. (1849) De la educación popular. Santiago de Chile: Imprenta de Julio Belín.
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