Ciborgologia
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Cultura, diseño y tecnología:
Ensayos de tecnoantropología
Cultura, diseño y tecnología:
Ensayos de tecnoantropología
E-ISBN: 978-607-479-308-6
E-ISBN: 978-607-479-308-6
EL MÉTODO DE LA TECNOANTROPOLOGÍA
PRÁCTICA DE LA TECNOANTROPOLOGÍA
La comprensión crítica del rol que juegan los medios digitales en el mundo contem-
poráneo obliga a una conceptualización del cuerpo, del sujeto y sus relaciones con la
tecnología. En cierto sentido requiere una manera diferente y radical de pensar las
relaciones entre el mundo de los humanos y el de los no humanos, que constituye el
vasto conjunto de entidades tecnológicas, materiales y orgánicas que han adquirido
una existencia semiindependiente, no del todo predecible por los humanos, a pesar
de ser creadas o transformadas por la acción social (Latour, 2007).
Esto no significa que las cosas hayan cobrado vida, aunque en cierto sentido
lo parezca. Algunos ejemplos son los virus informáticos, los archivos temporales
–cookies– y los robots informáticos autónomos –bots– que navegan en la web, que
generan interconexiones complejas a partir de un programa experto que aprende
con el tiempo, independiente de la decisión del usuario. La máquina parece vivir
y adquirir cierta agencia, y es una extensión de nosotros mismos, pero al mismo
tiempo es algo o alguien con quien interactuar (McLuhan, 2003): es una interac-
ción extrañada con nosotros mismos.
Una consecuencia de esta perspectiva es que no es posible pensar que la acción
del sujeto en el mundo se origina en una conciencia que actúa sobre los objetos
inertes de la naturaleza o la técnica. En este sentido, no se trata del individuo pose-
sivo del liberalismo humanista triunfante de la Ilustración occidental: esta indivi-
dualidad supone por medio de la razón que se posee a sí misma y a su cuerpo. Bajo
dicha perspectiva, el cuerpo es una estructura cerrada sobre la que se inscriben los
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discursos del poder.1 Además, este individuo pretende poseer y controlar a la natu-
raleza y al mundo de los objetos tecnológicos. El individuo posesivo se sustenta en
la división moderna entre sociedad y naturaleza, organicidad y cultura. Sobre estas
premisas se podría pensar que los aspectos instrumentales de la acción humana se
pueden separar de la esfera cotidiana del sujeto racional (Habermas, 1984).
Pensar el ámbito de los humanos separado del de los no humanos ha sido pro-
ductivo para la razón instrumental, pero ha llevado a un callejón sin salida que
clausura las posibilidades de subversión de muchos supuestos que dicha dicoto-
mía ha establecido, como la división tajante entre sujeto y objeto, o individuo y
naturaleza, y ha eliminado la praxis como su proceso constituyente, lo que legi-
tima la destrucción del medio ambiente; lo anterior se ha establecido como un
discurso conceptual cerrado, como una totalidad subordinante (Adorno, 2005).
Contrariamente, nunca hemos sido modernos (Latour, 2007), lo que quiere decir
que el reino de lo no humano –lo tecnológico y otros tipos de especies– siem-
pre ha constituido parte de la producción misma de lo que es pensado como más
humano, tanto material como simbólicamente. En sintonía con ello:
1
El individuo del humanismo liberal no es un cuerpo, sino que posee un cuerpo. Solamente
al poseer un cuerpo se puede poseer una identidad, una dignidad, una clase, un género y una
tecnología. El reverso de esta condición es que de ser un individuo posesivo, se convierte en un
individuo poseído por todo aquello que termina por definirlo (Kroker, 1991).
2
En este trabajo se utilizará el término en inglés media para referir las diversas tecnologías y
plataformas mediáticas especializadas en configurar lo real, como Internet, la web, el celular, la
computadora, entre otros; su uso evita la confusión o ambigüedad que generan sus equivalentes
en español –medios y medios de comunicación– al ser muchas veces empleados como sinóni-
mos de empresas de comunicación de masas, televisoras, conglomerados mediáticos, etcétera.
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forma, que constituyen una ventana de acceso a lo real como parte de la confi-
guración misma de lo real. Esto significa pensar las plataformas mediáticas como
sujetos o actantes.3
Pensar los objetos tecnológicos como sujetos no implica cierta forma de ani-
mismo, ni celebrar los procesos de fetichización al interior del orden tecnológico
capitalista, por el contrario, implica romper la noción metafísica de naturaleza
inherente al paradigma positivista occidental a partir del concepto de praxis,
como la producción contradictoria de lo real desde la práctica histórica concreta
de los individuos en relación consigo mismos, con los otros y con el mundo de los
objetos en y por medio de distintas tecnologías.4 Lo anterior obliga a redefinir lo
que se entiende como sujeto: si por una parte comprende el concepto de persona,
otra de sus acepciones va ligada al concepto de actor, relacionado con el lugar del
sujeto en el desarrollo de procesos específicos.
Esta última perspectiva relacional apunta a los diversos modos en que un suje-
to-objeto cualquiera configura las posibles líneas de acción de otros sujetos-objeto.
Esta conceptualización no requiere como premisa una conciencia que proyecte
su voluntad, basta el análisis de la configuración de una praxis específica, donde
la conciencia emergería en el cruce de sujetos, objetos, tecnologías y naturaleza
(Braidotti, 2013; Harman, 2016). En este sentido, se considera que las tecnologías
son configuradoras de la praxis como forma de relación de los hombres consigo
mismos, con los otros y con el mundo de los objetos. El concepto marxista de
naturaleza es una referencia necesaria que permite sustentar lo anterior. Marx y
Engels (1974) criticaron el materialismo metafísico de Ludwig Feuerbach, y su
noción de lo humano y la naturaleza como entidades trascendentales no insertas
en procesos históricos concretos. Contrario a ello, la dialéctica materialista reside
precisamente en considerar la praxis histórica como constituyente de lo natural y lo
humano (Schmidt, 1976). No existe naturaleza independiente de la mediación de
la praxis histórica concreta a partir de la cual los sujetos la construyen y se constru-
yen; mediante dicha praxis surge el reino de lo natural como espacio-tiempo de la
acción humana, pero esta praxis no se puede entender sin la acción ejercida por
las tecnologías usadas para transformar dicha realidad, lo que a su vez transforma
a la humanidad. La misma idea de la naturaleza surge a partir de la ruptura que
posibilitó la praxis tecnocientífica del capitalismo, según Marx.
3
Cualquier elemento o sujeto –humano o no– que lleva a cabo un papel en la constitución de
una red de prácticas a partir de las cuales se construye una realidad concreta (Latour, 2008).
4
Éste no es un proceso lineal, constituye un círculo reflexivo donde los distintos elementos de
la relación se reconfiguran constantemente.
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Lo posthumano
Pensar los media y las distintas mediósferas6 desde la perspectiva antes mencionada
obliga a considerar lo que significa la emergencia de un devenir posthumano (Hayles,
1999) que no se reduce a la estética ciberpunk de películas como Terminator y Robocop,
como pretenden algunos teóricos latinoamericanos (Sibilia, 2005). Lo posthumano
significa subvertir lo humano y la naturaleza, tal y como han sido caracterizados
por la modernidad capitalista en su búsqueda por lograr el dominio concluyente
del mundo del hombre, en sus aspectos humanos y no humanos (Echeverría, 2016,
p. 9). Lo posthumano es una crítica a las formas de dominación generadas a partir
de la clausura de los cuerpos y su posterior reinscripción como sujetos sexuados,
racializados, estigmatizados o clasificados, y se les niega toda posibilidad de dignidad
desde esa misma clausura identitaria (Melamed, 2011). En cierta medida lo ante-
rior significa romper la cárcel conceptual del sujeto (Adorno, 2005) en su acepción
más cotidiana como hombre, mujer, indígena, negro, etcétera,7 pues dichas catego-
rías han tenido sentido históricamente a partir de negar su humanidad.8
5
Esto no sería suficiente para distinguirla de las perspectivas existencialistas del sujeto.
6
Una mediósfera es una formación mediático-social que incluye en su interior todas las pla-
taformas mediáticas existentes en un momento histórico específico (Alarcón Medina, 2009).
7
El negro no existe, existen negros con diversas historias; la mujer no existe, hay mujeres con
experiencias concretas y complejas, etcétera.
8
Por ejemplo, la noción de indio durante la Colonia fue elaborada en parte para diferenciarlos
de los hombres, grupo al que solamente pertenecía el colonizador.
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Lo que aquí interesa resaltar es la apertura del orden tecnológico como una
posibilidad, como proceso en devenir no clausurado. Si el universo de los no
humanos no puede ser reducido a uno más de los ámbitos pasivos de la acción
del sujeto posesivo del liberalismo capitalista, ello significa que las interacciones
humanas con los no humanos son una constelación abierta de contradicciones y
antagonismos, donde por medio de la interacción los humanos se forman a sí mis-
mos y a los no humanos. La figura del cíborg desmonta la conceptualización de la
mente como estructura independiente del mundo, lo que demuestra que la subjeti-
vidad se conforma en un cuerpo –se encorpora– configurado en sus relaciones con
tecnologías materiales y discursivas (Clark, 2003; Haraway, 1995). Actualmente
esta reflexión se ha extendido junto con otras entidades como agentes en la cons-
titución del sujeto y lo real a partir de sus relaciones, lo que genera una ontología
simétrica y horizontal donde animales, plantas, objetos, medio ambiente y tec-
nologías son investidos con capacidades afectivas de actuación e influencia que
conforman un mundo con una conciencia inmanente que no reside en un lugar o
sujeto privilegiado, sino que emerge como fenómeno distribuido. Dicha perspec-
tiva no sólo cuestiona la definición de lo humano, sino que niega su primacía en
el ámbito ontológico al situar a la persona en una dimensión no humana, un giro
teórico que permite:
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Cíborgs y subalternidad
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creer que la tecnología liberará a los seres humanos, y tampoco significa que el
progreso científico y técnico será la solución. Lo que sí permite esta perspectiva es
insertar procesos de subjetivación tecnomediática como parte de los antagonismos
al interior del sistema capitalista. El cuerpo emerge en las relaciones sociales, orgá-
nicas y maquínicas que modelan al mundo contemporáneo.
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Aun cuando Freud fue un pionero en el pensamiento del cuerpo como constituyente de
la subjetivación humana, su análisis se sustentaba sobre la conceptualización de un cuerpo
constituido de manera natural y biológica, con un cúmulo de pulsiones determinadas estructu-
ralmente de cierta manera bajo una visión evolucionista de las distintas etapas de focalización
de la función del placer en sus fases oral, anal y genital.
11
Ahora bien, se puede argumentar que intentar construir al cíborg como categoría analítica
crítica es bastante inocente: se acepta el señalamiento si al mismo tiempo se acepta su corre-
lato contrario, que la crítica culturalista de dichas imágenes es un ejercicio esnob sin ninguna
consecuencia real más allá de las aulas. Ambas cosas pueden ser ciertas, pero también falsas.
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Es posible que la creciente tendencia a reproducir en Internet las formas de mediación de pla-
taformas tradicionales como la televisión y la radio conlleve la contención de las posibilidades
subversivas que la web e Internet podrían tener y utilizarse de otra forma.
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A no ser que nos enfrentemos a la idea, por peligrosa que sea, de nuestra naturaleza
humana y nuestro ser genérico, y lleguemos a entenderla en parte, no podemos
saber de qué podríamos estar alienados y qué podría significar la emancipación. Y
tampoco podemos determinar cuáles de nuestras apetencias que dormitan deben
despertarse para abarcar los objetivos emancipadores. Establecer una definición de
la naturaleza humana, aun al ser tentativa e insegura, es un paso necesario en la
búsqueda de alternativas reales en lugar de fantásticas. Es desesperadamente nece-
sario entablar una conversación sobre nuestro ser genérico (Harvey, 2003, p. 238).
¿Es posible pensar el ser genérico del hombre sin caer en una nueva forma de clausura
ontológica? Es factible que sí. Para pensar sobre el modo en que los medios digitales
influyen la construcción del cuerpo, es necesario considerarlo como una estruc-
tura abierta que mantiene su propia definición, cierta coherencia consigo mismo
para enunciar lo que es, y que tiene duración. Lo último es importante porque
garantiza que dicho cuerpo aún es un ser autónomo inserto en relaciones sociales
con posibilidades y potencialidades intrínsecas de reorganización, sin necesidad de
crear su propia clausura simbólica y material.
En esta parte se desarrollará una propuesta a partir de una apropiación del
concepto de autopoiesis (Maturana y Varela, 2003), cuyo uso será resignificado
desde una perspectiva sociológica crítica, y se señalarán en su momento sus límites
y los momentos en que su empleo contradiga el concepto original. Se puede estar
de acuerdo en que no es posible extrapolar la naturaleza autopoiética de los orga-
nismos vivos a la sociedad como un todo –como lo hace Luhmann (1996)–, pero
es posible utilizar dicho uso para pensar la constitución de la praxis encorporada,
lo que supera las perspectivas representacionistas de la realidad.
Para un ser autopoiético, la definición de sus límites –el comienzo y fin de su
cuerpo– se hace a partir de los múltiples acoplamientos que produce su actuali-
zación concreta, su devenir en un ser (Maturana y Varela, 2003). No se define su
esencia a partir de una organicidad natural prestablecida. El paradigma autopoié-
tico indica que:
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El cuerpo no es una superficie pasiva sobre la cual se inscriben los discursos del
poder y la ideología, y que puede ser predefinido estáticamente. Tampoco es una
estructura cerrada en cuyo interior habita la sustancia pensante que actúa sobre un
mundo material externo que le pertenece por derecho divino o teleología natural;
el cuerpo es la emergencia de una unidad llamada sujeto, que surge de una con-
fluencia de procesos externa o internamente indiferenciables desde la perspectiva
experiencial de su constitución autopoiética. La producción del sujeto sucede a par-
tir de procesos biológicos, sociales, tecnológicos y culturales experimentados como
reales, originados por la transformación directa del cuerpo físico –como el obrero
ante la máquina–, y parte de las definiciones discursivas o imaginativas donde
ocurre el proceso de reflexión del sujeto sobre su propio habitar un espacio-tiempo.
La naturaleza cíborg del sujeto en su relación cotidiana con el entorno tec-
nomediático contemporáneo se entiende como un proceso recursivo donde los
aspectos físicos, biológicos, tecnológicos y discursivos de la experiencia del sujeto
son indiferenciables en cuanto a su papel como constituyentes de su propia con-
ciencia. La autopoiesis es el proceso mismo de la praxis.13 La experiencia del
sujeto frente a la computadora –con el teclado, el ratón y la pantalla como exten-
siones de su ser físico– construye límites del yo como nuevas formas de aco-
plamiento con el ambiente, entendido como el mundo orgánico, tecnológico y
sociocultural –como universo imaginativo: discursivo, auditivo o visual– donde
La autopoiesis está ligada al concepto de enacción (Maturana y Varela, 2003), entendido
13
como el proceso de traer un mundo con otros, de producir junto a. Este concepto es necesario
para pensar las condiciones de autocreación de organismos sociales que eviten el solipsismo
implícito en la idea de clausura de la entidad autopoiética. Sin embargo, se considera que la
autopoiesis es una forma de ampliar y clarificar el concepto de praxis, que incluye el momento
enactivo como relación social e histórica.
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Imagen y antagonismo
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realidad vivida tendría una naturaleza estática, pues las formas de imaginarla esta-
rían limitadas a lo ya existente, que sólo tendría un modo único de ser representado:
sería la fotografía de una realidad muerta, sin flujo ni cambios. La arquitectura es un
ejemplo de la facultad del poder imaginativo de nuevos espacios para transformar
la experiencia espacio-temporal concreta de un cuerpo (Hansen, 2006; Wegenstein,
2006). A partir de esto, sería erróneo pensar la mediósfera como una dimensión
autónoma o distinta de aquélla donde se genera la subjetivación incardinada con-
temporánea.14 Según lo anterior, resulta equivocada la idea de lo virtual en los
espacios digitalizados como una realidad alterna. La producción de imágenes en la
mediósfera es parte del proceso de la praxis como contradicción y antagonismo.
Es necesario pensar la realidad como mixta (Hansen, 2006), donde los aspectos
virtuales y los actuales son parte del mismo proceso de constante producción de
potencialidad de sujetos y praxis, a partir de la cual producen el mundo en relación
social. No es que exista una realidad a la cual el sujeto accede por medio de la razón;
más bien el sujeto construye un mundo con otros por medio de procesos fisicobioló-
gicos, discursivos e imaginativos. Pensar toda realidad como mixta permite superar
dicotomías entre naturaleza y cultura, virtualidad y realidad, humano y no humano,
etcétera. Así mismo, permite superar la visión de los medios digitales como entornos
artificiales desencarnados, separados de la vida real en el mundo material. El reino de
lo virtual no consiste en un mundo imaginativo alterno, libre de toda relación con el
mundo de la gravedad y la materia, por el contrario, estos entornos imaginativos son
una forma adicional del sujeto para interactuar con sus propias descripciones, lo que
hace que producir imágenes se convierta en una oportunidad de conflictos.
La experiencia en los medios digitales reorganiza el cuerpo del sujeto por medio
de la transformación de la imagen y el esquema corporal, a partir de los cuales se
genera la praxis (Hansen, 2006; Merleau-Ponty, 2000). Los esquemas corporales
son las coordenadas concretas de los límites de acción incardinada en el mundo,
desde el cálculo de distancias hasta la forma de pensar lo que debe tener el cuerpo
y lo que puede hacer en el espacio. La imagen corporal consiste en configuraciones
posibles del cuerpo que pueden o no ser actualizadas, y que no sólo se refieren
a procesos figurativos de la silueta humana, también pueden consistir en espa-
cio-temporalidades distintas encorporadas por los sujetos –experimentadas por un
cuerpo–, tales como los entornos digitales o las diversas maneras en que se puede
imaginar y experimentar el espacio urbano.
14
El “incardinamiento significa que somos sujetos situados, capaces de ejecutar conjuntos de
(inter)acciones discontinuas en el espacio y en el tiempo” (Braidotti, 2004, p. 111).
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El poder de la mentira no está en el medio, sino en el conocimiento del receptor; si el proble-
ma con los media fuera ésta, la cosa sería muy simple. Además, el porcentaje de la programa-
ción informativa en los media es muy inferior al del entretenimiento.
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perspectiva, pero se basan en los contenidos narrativos de los media y no en los media mismos.
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Si se acepta que producir sentido a partir de las imágenes incluye la total orga-
nización del sujeto como entidad autopoiética, el cuadro se complica en sentido
positivo, lo que significa que los media son parte constituyente de la producción de
un mundo, no son formas enajenadas de éste ni sus falsas imágenes, son parte de un
mundo que debe ser visto como una realidad mixta compuesta de la imbricación de
lo natural con lo tecnológico, de lo cultural con lo biológico, de lo humano con la
máquina: del ser “humáquina” (Poster, 2006, traducción propia), “cíborg” (Clark,
2003; Haraway, 1995, traducción propia) o “posthumano” (Hayles, 1999, traduc-
ción propia). El sentido positivo de esto es que abre el proceso biosociotecnológico
sin necesidad de supeditarlo al voluntarismo subjetivo de una conciencia radical, y
permite pensar lo abierto (Agamben, 2006)17 como elemento constituyente de la
experiencia del sujeto en su constitución posthumana.
Para finalizar este trabajo, es preciso subrayar que desde la perspectiva aquí planteada
el problema del poder se ubica en la dimensión del acoplamiento con el mundo y el
otro. El poder es la relación dada en una estructuración del espacio humaquínico
que subordina procesos de autocreación de los sujetos y los reduce a entradas de las
máquinas que el sistema capitalista produce y domina –la industria, el comercio,
la economía de mercado–. No obstante, esto no significa que el capitalismo tenga
pleno control del ambiente biosociotecnológico que produce y que lo produce, ni
de la actualización concreta que los sujetos hacen de la realidad que el capitalismo
pretende dominar. Los espacios físicos, biológicos, tecnológicos, socioculturales y
discursivos donde se conforma el sujeto están abiertos y no determinan ni son total-
mente determinados por la voluntad de los sujetos: son espacios llenos de conflictos.
En el caso de los media, los miembros de la clase social que los controlan pueden
pensar que las imágenes mediáticas que producen generan un efecto muy determi-
nado en el receptor, pero dicha pretensión tiene alguna validez solamente desde su
perspectiva;18 en realidad no se puede tener ningún control total sobre el receptor
17
Agamben (2006) realiza un análisis con cierta tendencia posthumana respecto a la constitu-
ción de lo humano a partir de la fractura de su ser con el de los animales. La superación de un
mundo de individualización particularista pasa por una desindividualización comunitaria que
incluye al reino de los humanos y al de los animales.
18
Controlan el acceso a los dominios de Internet, y son capaces de contener sus potencias
subversivas; por ejemplo, con las plataformas de intercambio digital –peer to peer– que minan
la capacidad de las transnacionales para obtener regalías del copyright.
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porque no existe ninguna transmisión que permita una subordinación. Las descrip-
ciones imaginativas de los sujetos no se refieren a un mundo como objeto externo
–falso o verdadero– porque el sujeto no opera con representaciones. Los mundos
discursivos son un elemento más en la emergencia de un cuerpo que a su vez produce
un mundo con otros en constante antagonismo.
El poder detrás de la imagen mediática se asienta en la estabilidad recursiva que
se le asigna –en la propia narración que aporta cierta estabilidad como sujeto ante
los otros–, ello según los formatos de las plataformas tecnológicas específicas –es
distinto con cada media–, más que en el hecho de que el contenido o el mensaje
que transmiten induzca a error sobre una supuesta realidad. Es así porque en su
emergencia el sujeto no opera con representaciones de la realidad, sino que pro-
duce un mundo a partir de los encorporamientos surgidos al interior de la realidad
mixta de su praxis, de su realidad humaquínica.
El poder y las formas de control generadas por la televisión de entretenimiento no
residen en el carácter falso de su programación con respecto a una realidad escondida
en algún lugar del planeta, sin embargo, permiten un control mayor de la estabilidad
de la imagen y los esquemas corporales que propone. No es el engaño en la imagen
–el contenido como información o representación–, sino su repetitividad y su predic-
tibilidad las que reproducen el control. El poder de la televisión en su formato clásico
con una programación supeditada a un proyecto cultural nacional (Bourdieu, 2002;
Wolton, 2000) no reside en el contenido de lo proyectado, sino en su estabilidad y
en su repetición, por eso causa placer contemplar los mismos programas una y otra
vez. No es que embruje el contenido de algún programa, más bien la estabilidad de
sus imágenes corporales otorga una persistencia mayor al propio esquema corporal
actual, lo que genera una sensación placentera de seguridad.
La cuestión es si dicha estabilidad es necesaria o es producto del control que las
clases dominantes ejercen sobre las potencialidades de encorporamientos diversos.
Se podría decir que ambas interpretaciones tienen un grado de verdad. Por un
lado el sujeto requiere cierta clausura operacional, cierta estabilidad a partir de la
cual producir un mundo con los otros, de lo contrario se abogaría por una total
disolución del sujeto que no permitiría construir un mundo en común. El con-
cepto de negatividad o no identidad del ser consigo mismo debe tomar en cuenta
esto: el sujeto no puede vivir en la negatividad total, requiere cierta estabilidad.
El problema es cuando la configuración histórica de dicha estabilidad se pretende
naturalizar. Las potencialidades de encorporamiento no deberían ser tan estrechas,
como hace pensar la interpelación autoritaria de la subordinación tecnológica del
capitalismo y los conglomerados mediáticos.
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La diferencia entre celular y teléfono fijo es precisamente la fijeza. El teléfono casero per-
tenece al espacio privado familiar, con todas las significaciones y simbolismos que conlleva.
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En este trabajo se han propuesto algunas líneas de reflexión teórica que permi-
ten construir una aproximación crítica al estudio de los medios digitales y su rol en
las reconfiguraciones de la subjetividad contemporánea que ha superado el modelo
racionalista cartesiano, y debe ser pensada como un cuerpo, como una subjetividad
encorporada. Lo que aquí se ha llamado ciborgología es un primer intento de siste-
matizar dicha perspectiva; las nociones de praxis y autopoiesis –reelaboradas prin-
cipalmente a partir del trabajo de Maturana y Varela (2003)– han dado pistas para
ello. Para la ciborgología, la imagen mediática y las formas emergentes de interacción
digital son elementos constituyentes de la encorporación del sujeto; no son falsas
representaciones de la realidad ni mero engaño ideológico. El objetivo de la presente
discusión ha sido ofrecer algunas ideas para comprender el mundo digital contempo-
ráneo, y se ha intentado contribuir al debate en el campo emergente de una posible
tecnoantropología. Queda como tarea comprender las consecuencias que acarrea esta
perspectiva al estudio específico de los diversos escenarios cotidianos de la incorpora-
ción digital, como la política, la educación y el mundo laboral.
Referencias
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