Klimt - Estética Sexofobica.
Klimt - Estética Sexofobica.
Klimt - Estética Sexofobica.
Recordamos que Lilith, como Pandora, sería la primera mujer, creada de igual manera
que Adán, con la única diferencia de que ella no nace como Adán del polvo puro, sino que es
creada a base de excrementos y otras impurezas. Lilith será la primera diablesa al rebelarse contra
Dios en respuesta al sometimiento sexual impuesto por Adán. Se convierte así en la primera
pecadora, fugitiva del paraíso, y se refugia en el Mar Rojo de donde provendrán después, según
el antiguo testamento, los diversos seres demoníacos por influencia de ésta. Después de Lilith la
causa del pecado recae en Eva y, de este modo, el poder religioso relega a la mujer pecadora al
castigo y a la mujer real a la sumisión del hombre. Aunque en esta inercia de ambivalencias no
falta María, La Virgen, encarnación del Superyó femenino y ejemplo del bien en la moral
católica, símbolo de la maternidad pura. Por lo tanto, vemos cómo la dualidad original entre lo
apolíneo y lo dionisiaco, entre el eros y los instintos de destrucción; entre el Ello y el Superyó, se
manifiesta en la teología judeocristiana a través de la dicotomía bien‐mal, cielo‐infierno; hombre
y mujer; mujer santa y devota‐mujer pecadora y bruja.
En ese sentido, las mujeres caracterizadas por su acción y autonomía , como las femmes
fatales o new woman son sólo una cara de la representación de la feminidad en clave negativa. La
otra cara, será la que se distingue por su inmovilidad enigmática de apariencia inerte: nos
referimos a las figuras estáticas, mecánicas, articuladas y espectrales que han encarnado los
miedos temidos y secretamente deseados de la masculinidad -especialmente en el
Romanticismo‐ que han sobrevivido hasta hoy, quizá porque no han llegado nunca a rebelarse
contra la imaginación masculina.
Esas “mujeres sin carne” y de dudosa alma materializan algunos sueños perversos,
compulsivamente reiterados. Sin embargo, la vinculación de lo siniestro no se agota con las
manifestaciones de la misoginia. Al contrario, la participación activa de la feminidad en su
relación con lo siniestro motivará la contrapartida. Del mismo modo que en el Romanticismo se
produce una inclinación hacia la sublimación de pulsiones contradictorias a través de la
representación ambivalente y siniestra de la feminidad, la mujer, desde su aceptación en la
creación artística, manifestará igualmente sus impulsos en los márgenes de la creación artística.
La diferencia es que parte ya de un imaginario de fantasmas femeninos heredados con los
que se identifica sólo parcialmente, y esa extraña familiaridad mezclada con el artificio de la
representación, constituye uno de sus rasgos más característicos, que no sólo derivará en
expresiones siniestras sino también irónicas y sarcásticas, como recurso expresivo para clamar
una rebelión a dicha misoginia de manera crítica y/o sublimatoria.
Pero estos conceptos, regidos por una lógica de oposición, no sólo proceden de la
mentalidad masculina sino que las mujeres también han participado de dicho pensamiento,
incluso llegando a hacer de sí mismas el fetiche de la imaginación masculina, aceptando,
defendiendo y transmitiendo los valores mencionados. Lo que, a todas luces cabe concluir, es
que dicha subordinación histórica de la mujer “convierte a su propia realidad inconsciente y
sociocultural en una realidad parcial y limitada, que no proviene de la imaginación femenina
sino de la imaginación masculina respecto a la feminidad“(Dijkstra).
Sobre la herencia de esta base conceptual, la aportación del psicoanálisis a las puertas del
siglo XX ‐coincidente con los primeros movimientos feministas y sufragistas‐ no contribuye a
desestimar dicha conceptualización de la naturaleza de la feminidad, sino que, en cierta medida,
conduce a reforzarlo alegando en la mujer una pasividad natural –biológica‐ determinada por el
rol pasivo de su sexualidad. Esta es concretamente la aportación freudiana cuya razón se halla,
según el autor, en la represión sexual femenina, propiciada por la envidia que ejerce la ausencia
fálica en la mujer. La represión y su consiguiente pasividad son, a decir de Freud, necesarias para
el desarrollo de la sexualidad femenina, pero, por otro lado, activan las tendencias destructivas
propiamente femeninas como la rivalidad, envidia, cólera etc. Según la teoría freudiana, esta
represión sexual es afianzada por el vínculo materno, transmitiéndose de generación en
generación, de manera que la madre sería la primera “represora” a los ojos de las niñas. El fin
último de dicha represión tendría como objetivo, según su hipótesis, fortalecer el Superyó
femenino, al parecer más debilitado que el masculino. Quizá es por esta cuestión que Freud
alegara la idea de la debilidad del Superyó femenino: “Esta reconoce el hecho de su castración, y
con ello también la superioridad del hombre y su propia inferioridad; pero se rebela asimismo
contra este desagradable estado de las cosas”.FREUD, S., Sobre la sexualidad femenina.
Pero, más allá de la teoría freudiana, existe en la entrada del nuevo siglo una fuerte
pretensión de dotar a dicha misoginia de una base argumental de carácter biológico o científico.
Las ideas de Freud pertenecen a un contexto sociocultural en que la mujer y su propia psicología
constituyen un claro enigma. Sus ideas no revisten de una mayor misoginia que otros autores
coetáneos. Al contrario, Freud demuestra ser consciente de la importancia que la cultura había
ejercido en dicho oscurantismo en torno a la feminidad y, asimismo, en la configuración de su
rol de supeditación.
Conviene destacar que Freud, en el desarrollo de su obra, expone sus teorías sobre la sexualidad
femenina a modo de especulación, sin atribuirles respuestas ni conclusiones definitivas. El autor
sostiene que las niñas, al percibir la diferencia sexual anatómica, se sienten en inferioridad de
condiciones y por ello se origina la envidia del pene. En cambio los niños, al verlas a ellas y
percibir su falta, tienden a menospreciar al sexo contrario. Otra teoría que se mantiene a lo largo
de su obra es considerar necesaria la represión de la masculinidad en la mujer, es decir, la
iniciativa hacia la acción en la sexualidad. Según Freud, ello va a posibilitar el cambio de zona
erógena del clítoris a la vagina. Inicialmente formula como propiedades anímicas de la
feminidad: la pusilanimidad, la timidez, y la necesidad de enseñanza y ayuda; propiedades que
en el transcurso de su obra se enlazan a lo que considera característico de la feminidad:
preferencia de fines pasivos, necesidad de ser amada, estimación de sus atractivos como
compensación de su inferioridad sexual, pudor que encubre la defectuosidad de sus genitales,
escaso sentido de la justicia, mayores niveles de envidia y celos que en los hombres originados de
la envidia fálica, debilidad en los intereses sociales y poca capacidad de sublimación. Para Freud
la mujer surge en tanto reprime su sexualidad masculina y transfiere su excitabilidad del clítoris
a la vagina, proceso represivo que refuerza las inhibiciones sexuales que son: el asco, la
compasión y la vergüenza, dando así origen a las citadas reacciones característicamente
femeninas: celos, envidia y rivalidad.
Como conclusión a lo expuesto, cabe destacar que los datos más interesantes que nos
aportan las teorías de Freud no se refieren al análisis puramente psicológico de la condición
femenina. Podemos interpretar que Freud estudia la psicología de mujeres condicionadas por
una sociedad, por unas familias regidas por unos valores represores respecto a su sexualidad, y
que el mismo Freud estaba también condicionado por dicho enfoque. En definitiva pensamos
que la sexualidad femenina, sus pulsiones inconscientes y su desarrollo emocional, depende más
de factores familiares y culturales que de un origen genético específico y común a todas las
mujeres. A partir de ahí, las observaciones de Freud nos pueden interesar, en parte, porque
ayudan a comprender el bagaje psicológico que la cultura y la historia han ejercido sobre la
condición femenina. Podemos concluir también que la represión y los condicionamientos
impuestos por la sociedad han conducido a que la propia realidad psíquica de la feminidad se
constituya como una realidad parcial y limitada, por lo tanto también podría ser calificada de
enigmática. Esta condición nos permite destacar la potencialidad de lo femenino como agente
siniestro, ya que, si bien la mujer ha sido y es un sujeto conocido y familiar en el entorno
doméstico y cotidiano, ese desconocimiento parcial de su verdadera esencia ‐ajena a las
restricciones sociales‐ puede constituir un enigma. Su presunta amenaza de revelación puede
presumirse como siniestra.
Klimt y la representación de la new woman.
Entre 1898 y 1904 Gustav Klimt trabajó en el proyecto que supuso el mayor fracaso social en su
carrera, pero que pese a ello revierte de gran importancia ya que marca un cambio consciente en
su concepción artística y, por lo tanto, en su idea sobre lo femenino. Nos referimos a la serie de
pinturas que realizó para la Universidad de Viena, y que junto a la obra de Matsch, debían de
simbolizar la victoria de la luz sobre las tinieblas. Pero nada más lejos de la realidad, ya que lo
que el pintor realizó en las tres pinturas que se le encargaron- Filosofía, Medicina y
Jurisprudencia.
La crisis personal y social en que Klimt se vio envuelto le llevó a una búsqueda que sobrepasó lo
que hasta ese momento se consideraba tradicional o correcto, destapando con ello las relaciones
entre política y cultura, y mostrando la nueva imagen que el hombre poseía de la mujer.
Esta nueva significación se basa en la idea que el pintor, y otros artistas e intelectuales de la época
poseían sobre la vida basada en la pulsión sexual y pulsión de muerte. Para comprender esta idea
de pensamiento debemos acudir al psicoanálisis de Freud. Para el psicólogo la existencia de la
civilización es necesario que el ser humano reprima sus instintos animales, es decir, como animal
que es el hombre posee unas necesidades básicas que tiene que satisfacer. Estas necesidades se
trasladan al estadio psíquico del ser humano como pulsiones: pulsión de placer y pulsión de
muerte o instinto autodestructivo, que en muchas ocasiones van unidas. Pero estas necesidades o
placeres no pueden satisfacerse del todo, no si deseamos que la sociedad exista, por lo que la
prohibición se asentará como base para la sociedad. La prohibición reprimirá nuestro placer
creando una estructura base para la existencia del hombre en la sociedad, pero esta
estructuración se basa en la ley del padre que prohíbe al individuo entrar a formar parte de la
sociedad si no acepta estos cánones consensuados, para satisfacer estas pulsiones el psicoanalista
ve la clave en la sublimación del arte como medio de expresar los instintos.
El arte de Klimt se basa en esta idea constante del hombre sometido por estos instintos y la
satisfacción de los mismos únicamente en la esfera mística, en el plano dirigido por la Ley de la
Madre. En esta esfera más allá de lo real el hombre no es indispensable para la mujer ya que ella
encarna el “Eros portador de la muerte”, a mujer será aquella que pueda satisfacer los deseos más
intrínsecos del hombre pero también aquella que pueda dominarlo a través de ellos y destruirlo.
En Jurisprudencia, la imagen central es ocupada por un hombre desnudo que maniatado por un
cefalópodo- en el que muchos estudiosos han visto la representación de un útero femenino por
su forma- espera el castigo que le impondrán las lejanas figuras femeninas del fondo de la escena:
la Verdad, Justicia y Ley. Pero no serán estas figuras quienes lleven a cabo el castigo, lo harán las
Furias -seres mitológicos encargadas de castigar en un primer momento a los parricidas y más
tarde a los asesinos- quienes se representan como las mujeres fatales que Klimt había asumido de
su estudio de los pintores del siglo XIX. El uso de estas figuras revierte una doble significación
en la obra: por un lado la escena no ejemplifica directamente a la Justicia- como sí representa un
primer boceto que queda olvidado en 1901- sino un castigo, además Klimt usa una iconografía
clásica cuyo simbolismo invierte ya que la presencia de las Furias muestra los instintos que
subyacen bajo la ley y el orden que la Ley del Padre ha impuesto, el instinto, la barbarie y la
violencia que se creía extinta con la imposición de la Ley del Padre sigue presente y legitimada
gracias a ella. Por otro lado los estudiosos han otorgado una segunda lectura a estas figuras
basada en el miedo masculino a la venganza femenina, miedo al Complejo de Castración. Ya
hemos comentado que las Furias se representan a la manera de las femmes fatales de fin de siglo,
en ellas se unen la representación femenina con la perversidad y crueldad propias de estas
criaturas, además en sus cabelleras observamos indicios del cabello que el artista desarrollará más
tarde en sus Serpientes de Agua II y que se relacionan directamente con la Gorgona, con la
respectiva crueldad de su figura. Son ellas quienes llevan a cabo el castigo, son ellas quienes
castran al hombre reduciendo a un ser impotente. Por lo tanto, en estas figuras se unen Eros,
como seres sexuales y eróticos que impregnan toda la escena y Thanatos que convierten esta
imagen en una pesadilla erótica que liberan el instinto animal del hombre por encima de la ley
de sus ancestros.
Friso de Beethoven. Imagen de las fuerzas malignas.
El quince de abril de 1902 abría sus puertas la catorceava exhibición de la Secesión Vienesa, el
tema escogido para dicha exposición fue la vida y obra del compositor romántico Ludwing Van
Beethoven. En esta exposición los secesionistas vieron la oportunidad de crear la
gesamtkunstwerk u obra total de arte. Para dicha ocasión Gustav Klimt creó un friso de 34
metros que representaba lo que a él le inspiraba el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía. En
ella se representa la imagen de la mujer virtuosa y casta por un lado, mujer fatal por otro, la
división de la sociedad y la propia psique del artista con respecto a la mujer. En la pared central
se representan las fuerzas hostiles compuestas por Typhoeus, un gran gigante con forma
simiesca, y sus hijas, las tres Gorgonas. Por encima de estas últimas se representan la
Enfermedad, la Muerte y la Locura, mientras que a la derecha de Typhoeus se encuentran la
Lujuria, la Fornicación, Intemperancia y el ala de la Tristeza. Por lo que vemos, todas las fuerzas
hostiles a las que el héroe debe enfrentarse, a excepción de Typhoeus, son mujeres cargadas de
una sexualidad exuberante. Pero la belleza no es común para todas las figuras, son las Gorgonas,
la Lujuria y la Fornicación las que poseen los atributos bellos o atrayentes mientras que el resto
de figuras femeninas repelen al espectador, pese a que en el rostro de todas ellas se expresa
agresividad, salvajismo y desenfreno, características que se atribuían a la mujer real por lo que la
salvación para el hombre vendrá del distanciamiento de estos instintos femeninos. Esta
representación se relaciona directamente con el narcisismo del ego masculino ya que el artista
refleja en estas figuras agresivas y amenazantes sus propios instintos y los asocia
irremediablemente a la mujer relacionando toda facción de agresividad de la naturaleza en la
fémina como derivación de las fantasías ansiosas del hombre.
Debemos de destacar un elemento cuyo desarrollo se inició en las pinturas para la
Universidad de Viena pero cuya significación alcanza en esta pintura una importancia clave, nos
referimos a la cabellera femenina. La melena de la mujer adquirió, a lo largo del siglo XIX y
principios del siglo XX, una importancia clave ya que simbolizó la fuerza vital y de atracción
sexual que incitaba al hombre. Es en estos años, los simbolistas le otorgan una fuerza irracional,
un elemento amenazante con el que la mujer puede subyugar al hombre y llevarlo a la muerte.
Klimt hereda esta faceta de estos artistas y lo aplica a sus obras a partir de 1898 - año en el que lo
pone de manifiesto en su obra Filosofía desarrollándose a lo largo de su carrera hasta casi su
muerte. El origen de la importancia de la cabellera proviene del mito griego de las Gorgonas, a
partir de él se instauró a partir de mediados del siglo XIX- lo que se denominaría en la
historiografía “cabellera medusea” y que adquirida una significación más allá de lo pictórico
gracias a las teorías de Freud para quien las víboras de la Medusa simbolizaban elementos fálicos,
la posesión de estos por la mujer simbolizaba la castración del hombre como algo ya no propio
únicamente por él. Por lo tanto el terror a la Medusa es el terror del hombre a la castración y sus
atributos propiamente masculinos. En la obra que estamos estudiando observamos la evolución
de este concepto ya que las cabelleras de las tres Gorgonas no están conformadas únicamente por
serpientes sino que la complementan y decoran revelando su pertenencia al mito solo este hecho,
es decir, encubriendo en cierta manera lo que hay de maligno en ellas. Pero el desarrollo de la
cabellera medusa hará que de ésta desaparezcan las víboras y sean sustituidas por sedosas hebras
de larga longitud con el mismo objetivo: atrapar al hombre. Así, a partir de mediados del siglo
XIX, asistimos en literatura y las artes plásticas a un incremento en la representación de esta
iconografía relacionada con la mujer y más concretamente a una mujer: Lilith. La prefiguración
de este hecho es la obra de finales del siglo XVIII “Fausto” de J.W Goethe donde Mefistófeles
previene a Fausto de Lilith con estas palabras: “Guárdate de su hermosa cabellera, la única gala
que luce. Cuando con ella atrapa a un hombre, no lo suelta fácilmente” .
Judith I. La nueva Salomé.
El cambio de siglo trajo consigo la creación de una de las obras más célebres y polémicas del
artista vienés: Judith I. Un tema religioso, nada novedoso, es el modo en el que el pintor
austriaco ve la oportunidad de representar a su mujer fatal. Para comprender el por qué de este
hecho, debemos de comenzar por discernir la transformación que la figura de la heroína bíblica
sufre en este periodo de fin-de-siecle. Judith había simbolizado antes del cambio de siglo un
emblema de pureza, modestia, alegoría de la victoria y prefiguración de la Virgen María. Todo
ello gracias a que había realizado su hazaña, matar al malvado Holofernes, sin haber yacido con
el general asirio. Por este hecho Judith se transforma en el ejemplo de mujer fuerte y se comienza
a identificar su figura con la de aquellas mujeres que comienzan a desvincularse del camino
impuesto por el hombre, es decir, comienza a identificarse con la nueva mujer. Esto es
inadmisible en estos años, cuando el ego masculino pendía de un hilo, por lo que esta figura de
hondo calado histórico y político se reinterpreta. Judith es el vehículo idóneo para realizar la
relación entre femme fatale y new woman más que cualquier otro personaje. Ya hemos citado
anteriormente el nuevo significado que adquiere para la mujer moderna la figura de la heroína,
por lo tanto no es una figura pasiva ante el hombre siendo necesario su subversión: nace así la
nueva representación de Judith como figura que usa de sus encantos femeninos y su arte de
seducción para llevar al hombre a la perdición. Así la figura de Judith pasa a engrosar la larga
lista de mujeres malvadas que destruyen al hombre. Es en esta clave como Klimt realiza su obra,
presenta no la escena del asesinato sino el momento inmediatamente posterior cuando la
heroína aun se encuentra en el frenesí que ha provocado en ella el homicidio, un frenesí
orgásmico que se expresa en su rostro. Ahora el elemento amenazante no es Holofernes, sino la
propia Judith con lo erótico como emblema transformándola plenamente en un objeto sexual.
Esta transformación se vuelve contra ella: no se muestra como la heroína activa que mata al
hombre violento y movido por sus instintos sexuales, sino que ella misma está abrumada por sus
sentimientos eróticos lo que la hace peligrosa e impredecible.
Como podemos ver, Klimt realiza en su Judith el esquema perfecto de vampiresa pero para ello
no se basó en la Lilith de largos cabello de Rossetti, ni en la escultural y femenina Salomé de
Moreau. El artista escogió un estereotipo de belleza basado en tez clara y cejas oscuras, o sea, el
motivo de la belleza juvenil. El pueblo judío fue, en estos años de cambio de siglo, uno de los
temas de estudio predilectos de los filósofos y psicólogos europeos que comparaban al judío con
la mujer como elementos causantes de la nueva situación del hombre en el mundo, creando lo
que se ha denominado el ¨triángulo masculino-femenino-judío.̈ Sin embargo, la mayoría de
autores apuntan a la transformación del modelo de la mujer fatal debido a meros principios
estéticos, ya que según la creencia popular Gustav Klimt usó como modelo de su Judith a la
adinerada aristócrata Adele Bloch-Bauer. En mi opinión, estas dos teorías son complementarias
ya que Bloch-Bauer era judía, por lo que es posible que Klimt usándola como modelo quisiera
unir lo que los filósofos de la época denominaron el “eterno femenino ” y el “eterno judío”. Las
transformaciones físicas de este nuevo modelo también se expresan en la reducción de la melena:
aquí la medusa cabellera que en los casos anteriores había caracterizado a la mujer fatal se reduce
hasta adoptar la forma de una ensortijada aura azabache. Esta disminución de uno de los
elementos claves de la representación de este tópico de fin de siglo responde a dos hechos: por un
lado esta nueva estética permite usar el cabello como elemento divinizador ensalzando de esta
manera a la new woman de manera casi mística, por otro lado permite destacar la presencia del
gran collar que porta Judith adquiriendo de esta forma una importancia capital en la obra, por
encima incluso de la cabeza de Holofernes. El objetivo de este collar es crucial y su uso por parte
de Klimt en la obra alude a dos factores: la ornamentación fue un elemento intrínseco al fin de
siglo como expresión del narcisismo femenino, este narcisismo es para S. Freud lo que hace a la
mujer enigmática a los ojos de los hombres. Por ello podemos señalar el uso de este elemento
como modo de atracción que se suma al ya de por sí sensual rostro.
Por otro lado el grueso y ornamentado collar separa de forma visual la cabeza de la
heroína del resto del cuerpo de la misma manera que ella hizo con el hombre, de esta forma
Klimt alude directamente a una teoría contemporánea de S.Freud: el complejo de castración.
Este trastorno infantil se basa en la angustia que sufre el niño cuando se da cuenta de que la
mujer, incluida su madre, no poseen pene y se despierta en él un miedo irracional a perderlo, de
la misma manera este miedo se enciende en el hombre de fin de siglo, el miedo de verse
“castrado”, es decir superado, por la nueva mujer.
Vemos así como Judith se transforma en manos de Klimt en una dicotomía entre María como
mujer pura, debido a su carga bíblica previa al siglo XX, y Lilith como mujer sexual y seductora.
Por este hecho, la presencia de estos dos factores, llevaron a un hecho destacado: el público, pese
a la inscripción del título de la obra en el marco, comenzó a denominar a esta obra “Salomé”.
Algunos autores atribuyen este cambio de título a la incompatibilidad de unir la figura bíblica
con las connotaciones sexuales de la obra. A finales de siglo, las figuras de Judith y Salomé son
dos caras de la misma moneda, la primera de ellas símbolo de pureza contrasta con la segunda
como elemento de sensualidad mortal, pero ambas tienen algo en común: la agresión a la figura
masculina. Salomé asesinó de forma consciente a San Juan pidiendo su cabeza, pero no fue ella
quien llevó a cabo la acción a diferencia de Judith: se crea así una figura que ejemplifica el deseo
femenino de matar, una figura que muestra la evolución de la desviación femenina y la
castración del hombre. Si vemos en Judith-Salomé la figura de la mujer fatal debemos hablar
también de la unión de sus “víctimas”, Holofernes es el emblema del deseo masculino mientras
que San Juan es el modelo de hombre inocente, si a ello le sumamos la idea de “crisis del ego
masculino”, que reiteradamente hemos comentado, da lugar a la idea de hombre víctima de la
nueva mujer.
La amenaza de la nueva mujer es advertida por la mirada de Judith, la mujer ahora es una fuerza
paralizadora, ya no es una figura pasiva a merced del hombre sino aquella que puede acabar con
el hombre y lo sabe. De aquí proviene el éxtasis orgásmico de sexualidad, poder y muerte que la
transforma en un icono de la condición femenina.
Conclusiones
Como hemos podido observar a lo largo de este trabajo, a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, la imagen femenina sufrió una transformación paralela al desarrollo social, político y
cultural a la que los artistas no fueron inmunes. Los logros en educación, política y otros
derechos- como la posibilidad de la planificación familiar o el divorcio- que la mujer logró
durante estos años ponía en tela de juicio la moral occidental basada en la superioridad del
hombre. En este ámbito, y con todo lo expuesto, podemos afirmar que aquella mujer que los
estudiosos comenzaron a denominar ya en la época como nueva mujer -aquella que pugnaba por
nuevos derechos- surgió en paralelo a las nuevas representaciones de mujeres malvadas, crueles y
déspotas que se englobarían bajo la denominación de la mujer fatal. En ellas se veía encarnada la
figura del mal, aquel ser que posibilitaba la destrucción del hombre y con él la ley patriarcal que
había impuesto. Medea, Morgana y Lilith, junto a otras detestadas figuras femeninas, resurgirán
en estos años de las sombras en las que la historia las había sumido, a favor de la virginal figura
mariana, y se unirán al nuevo concepto de mujer convirtiendo a la nueva mujer en aquella que
podía llevar al hombre y a la sociedad a la perdición. Como ha quedado expuesto, esta difusión
del nuevo modelo iconográfico femenino respondió a un miedo irracional que asoló a la
población masculina occidental, el miedo a la pérdida de poder sobre la mujer-su objeto de
dominación se vio impulsado por las nuevas corrientes filosóficas, psicológicas y literarias que
influyeron en los artistas.
Por último, Klimt combina esta representación con la de mujer ideal, aquella que sigue
manteniendo la moral que el hombre impone, como ocurre en sus retratos, ya que esta
representación sólo era posible o deseada en mujeres irreales, más propias del sueño o la fantasía.
Que estas características se expresen en un retrato es visto como una provocación, es decir, pese a
atribuirles estas características en el plano teórico su plasmación es escandalosa. Así, las mujeres
irreales de Klimt plasman el miedo que el artista, y sus congéneres, poseían sobre la mujer del
momento. Ella es la que puede destruir la ley del Padre -y con ella la superioridad que los
maestros de la academia imponían sobre los nuevos artistas-, pero también la que puede acabar
con el hombre, esta fuerza destructora femenina se encarna en un erotismo y sexualidad que será
clave en el artista. Para el pintor, el arma de la mujer es su cuerpo, es ella misma, y ahora que es
consciente de ello puede aniquilar al hombre.
Pese a no estar plasmado como un objetivo a priori este estudio ha demostrado cómo la mujer y
su reiterada representación a lo largo de la historia nos da idea, no solo de los cánones de belleza,
sino de los cambios social que la incumben y que, como ocurre en esta ocasión, han producido
las nuevas ideas representadas durante el siglo XX y la actualidad.
Docente.
Nicolas Pi Denis.