Las Fracturas Del Estado en America Latina
Las Fracturas Del Estado en America Latina
Las Fracturas Del Estado en America Latina
Junio de 2006
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. Las notas sobre la cuestión territorial que aquí se escriben han sido inspiradas por el conjunto de los trabajos
publicados en este libro y las ricas discusiones que ellos desataron. Sin embargo, no son una síntesis de la
discusión, sino una particular lectura transversal posible al conjunto de materiales, que por su riqueza y
complejidad, son pozo fecundo para otras interpretaciones holísticas sobre los procesos de descentralización en
América Latina.
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. Profesor de la Escuela de Economía en la Universidad Nacional de Colombia y presidente de la fundación para la
participación comunitaria, Parcomún.
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No siempre los países optaron por una forma espacial contra otra, por el contrario en
muchos de ellos el siglo XIX fue época fecunda para movimientos oscilantes entre
centralismo y federalismo, aunque hacia finales de 1800 todos hubieran adquirido la
forma de organización estatal que perdura aun hoy día: Estados unitarios o Estados
federales.
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Lo que la extensión del mercado mundial capitalista facilitó a la vuelta de los siglos,
las compulsivas contracciones del comercio durante las primeras décadas del siglo XX
terminaron de acelerar. Las dos guerras mundiales cerraron parcialmente el mercado
para las exportaciones latinoamericanas y los préstamos para su desarrollo, por lo
que los americanos de abajo del río Bravo se encontraron forzados a mirarse a sí
mismos y buscar los medios para su propio desarrollo. A tal conjunto de
emprendimientos se le llamó Modelo de Sustitución de Importaciones –MSI-, el cual
demandó una fuerte centralización de la política económica externa, comercial,
tributaria, financiera y de direccionamiento del gasto y la inversión. Pero sobre todo,
la hegemonía centralizada de un propósito: el desarrollo capitalista a partir del
mercado nacional. De tal manera, se terminaron de generar las condiciones
estructurales para el fortalecimiento de las grandes negociaciones de los poderes
económicas y políticos territoriales alrededor de las estructuras, los presupuestos, las
políticas y los parlamentos centrales. El resultado de tales negociaciones dista mucho
de haber generado mercados nacionales integrados, o condiciones homogéneas para
el desarrollo económico territorial, ni siquiera unos mínimos de interconexión de
todos los territorios y mercados, de la infraestructura de comunicaciones, la inversión
pública y privada, la difusión de las técnicas administrativas y productivas de punta y
las relaciones laborales alrededor de la asalarización del trabajo. La fragmentación
continuó. La centralización del poder económico y político, con todos el andamiaje de
concentración de instituciones y capacidades de representación política, gremial y
sindical, se anudó alrededor de centros y ejes económicos, de recursos naturales y de
la población urbanizada.
Extraño consenso arropa investigadores de las escuelas más pugnases entre ellas
sobre muchos asuntos, menos sobre el agotamiento del modelo de sustitución de
importaciones. Los mercados nacionales se habrían revelado estrechos para el
crecimiento de una mayor industrialización debido a restricciones en la demanda, es
decir, en la capacidad de consumo monetario de una fuerza laboral, sino mayoritaria
en todos los países, inmensamente ignorante de las relaciones laborales formales y
estables. Contra las insuficiencias internas se levantaban además mercados
protegidos por el Estado patrimonial latinoamericano a favor de actividades
económicas en situación de casi monopolio. Las ganancias no se generaron a través
de un continuo cambio técnico, la innovación, sumas crecientes de inversión y niveles
superiores de productividad, sino mediante el control de precios, restricciones
tributarias y mercados cautivos, entre ellos, el de las compras y la contratación con
empresas estatales. Mercados nacionales con poca capacidad de compra, baja
productividad, mala calidad de los productos y altos precios fueron los síntomas
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No es el fin del Estado, ni siquiera de su forma nacional, entre otras razones porque
es desde la cúspide de los gobiernos centrales que se programan los desmontes de las
funciones estatales de la era capitalista anterior, se transfieren activos al sector
privado y transnacional y se conectan los circuitos económicos locales con la
globalización. Tampoco es el fin de la política, sino la corrupción de las prerrogativas
que los partidos, instancias y regulaciones nacionales tenían, para ser cedidas y
compartidas con escenarios extra estatales y supra estatales, así como locales. La
política se empequeñece en la arena nacional, se abre y pluraliza en lo local, se
agranda en escenarios institucionales mundiales y se difumina a través de las redes
virtuales de geografía múltiple, porosa y abierta.
En este escenario los equilibrios sociales y políticos al interior de los Estados, tanto
en los federados como en los unitarios, se sacuden. Unos sectores económicos ganan
y otros pierden; unos territorios se consolidan, otros se hunden en la depresión; las
grandes ciudades tienden a devenir áreas metropolitanas que articulan regiones
alrededor de su dinamismo, aumentan su peso en los agregados económicos y
reclaman protagonismo estratégico sobre sus asuntos. Es difícil escapar a la revisión
de la centralidad de las instituciones, las regulaciones, la repartición de competencias
y recursos entre niveles del Estado propia del modelo de sustitución de
importaciones. La organización espacial de los Estados se modifica en la
globalización. Por la esperanza de ganar o el miedo a perder, se tejen estrategias de
actores empresariales, sociales y políticos para acumular mayor margen de acción
desde los territorios subnacionales. Las localidades se convierten, para unos en una
oportunidad de acumular poder económico y político, para otros, -o en algunos casos
para los mismos-, en bastión defensivo, refugio y reclamo de una autonomía
ilusionada con la preservación de potestades locales contra las corrientes arrasadoras
de la internacionalización.
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De presente las inversiones no son nacionales sino territoriales, es decir, buscan las
ciudades, áreas metropolitanas, recursos naturales, puertos y toda suerte de recursos
y circuitos de población, consumo, financieros, comerciales y productivos específicos.
El territorio adquiere un inusitado interés, sus activos sociales, humanos y naturales
son inventariados y los encadenamientos virtuosos y falencias son medidos con
precisión. Ahora es deber del Estado nación en la era de la globalización fortalecer las
infraestructuras territoriales más competitivas. La descentralización es un
componente de esta estrategia de adecuación. Su función, construir la arquitectura
institución que logre ser lo más permeable posible a las reglas del mercado. Dicho de
otra manera, el tamaño y costo de las instituciones estatales lo debiera determinar el
vigor de cada mercado local y la capacidad-voluntad de los consumidores de cubrir
sus costos. La malla estatal a construir es aquella que mejor haga rendir la
financiación de las funciones públicas y las inversiones privadas, para lo cual, las
instituciones locales deben ser flexibles y adaptables a los mercados, así como tender
a la auto financiación de sus gastos administrativos, para no cargar inútilmente los
presupuestos nacionales y presionar con tributos al sector privado.
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particular, deben explicarlos. Solo que este “más allá” no es una categoría física, un
lugar externo a los países que luego llega a estos “desde afuera”. El sistema mundial
está en toda parte, en cierta medida la exterioridad no existe. Circunstancias y
necesidades históricas, en particular, niveles e intensidades de las interconexiones
globales parecerían estar en el origen del agotamiento de los Estados nacionales bajo
las formas de organización precedentes. Claro está, no todos los países están en la
misma posición en las relaciones internacionales, en particular en el sub continente
latino de América se reproducen relaciones de dependencia tecnológica, financiera y
política respecto de las potencias del sistema. Las agencias multilaterales, dirigidas
por los países poderosos, administran para su beneficio la implementación de
experimentos de descentralización fiscal, administrativa y política tratando de
construir un modelo de relaciones intergubernamentales que se ajuste a su ideario
programático. Los créditos externos condicionados y la subordinación intelectual de
las elites son instrumentos muy eficaces para inducir cierto protagonismo
empresarial de los gobiernos locales, la privatización de empresas y negocios y la
participación ciudadana como responsable financiador y emprendedores de su propio
desarrollo.
Pero, incluso en los países más obsecuentes que siguen fielmente las instrucciones de
los tecnócratas de las agencias multilaterales, los procesos e impactos de la
descentralización se nacionalizan. Es decir, actores específicos los asumen, usan,
transforman e implementan en condiciones particulares, de tal forma que las
reformas son permeables y afectadas por las estructuras y prácticas nacionales y
locales. A pesar entonces de fuertes condicionantes externos muchas son las
experiencias de descentralización en cada país según sus momentos históricos y más
plurales aun son los intereses contradictorios de los principales grupos de poder que
se disputan usos, estrategias y sentidos de política a través de modelos de
descentralización relativamente parecidos. Así las cosas, ni los más furibundos
funcionarios de las agencias imperiales en los países de mayor debilidad de sus
burocracias controlan los escenarios cambiantes que se desatan con el desenredo de
los amarres de los mecanismos centralizados de las estructuras anteriores. No podría
ser de otro modo, porque unas son las condiciones que llevan a modificar la
organización espacial de los Estados; otra, ciertas agencias de las potencias del
sistema que intentan racionalizar y administrar los cambios, sin logarlo del todo, debe
reconocerse.
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Muchos analistas coinciden en caracterizar los procesos de sus países como una
“descentralización centralista”. La amalgama de términos contradictorios advierte una
doble realidad. Por una parte, el poco margen de autonomía local sobre las funciones
cedidas y el destino de los recursos transferidos, unos y otros sometidos a férreos
mecanismos de tutoría, control y determinación desde el centro sobre las periferias.
Por otra, la conducción predominantemente central de los procesos. No son estos el
fruto pujado y administrado por las fuerzas territoriales que hubieren pasado de su
emergencia por los resquicios de la nueva arquitectura descentralizada, a la
determinación de los rasgos principales del proceso. El carácter centralizado de la
descentralización latinoamericana recuerda el hecho tozudo de la nacionalización de
las principales regulaciones económicas, políticas y administrativas en los Estados
unitarios y federados. Es decir que todavía es en la arena nacional donde se realizan
las transacciones, en particular ésta vez, entre el ajuste estructural, la
internacionalización de los espacios internos y el reacomodo de las fuerzas sociales y
políticas territoriales en este escenario.
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Más allá de las expectativas originales y todavía preservadas con relativo vigor,
amerita evaluar la capacidad real de ensanchar la democracia a través de los procesos
de descentralización. Una gran dificultad impide arriesgar una respuesta en un solo
sentido. ¿Qué es la democracia? Si se considera que es el derecho de muchos de
incidir en la conformación de mayorías electorales, la respuesta se acerca a la
afirmación. La descentralización suele acompañarse de una mayor cantidad de
eventos electorales, en más sitios, con participación de más partidos y movimientos
políticos en contienda. De esta manera, es un mecanismo directo y poderoso de
ensanchar la pluralidad y propagar la representatividad política. En contra de la
tradición autoritaria en América Latina, ahora se amplían los derechos de
participación electoral en más instancias y más agrupaciones acceden a parcelas de
poder. Esta aseveración cobra mayor visibilidad allí en donde ha sido en extremo
lento e inacabado el reconocimiento de la representación política a millones de
personas, en particular por la persistencia de la discriminación étnica como es el caso
de los países andinos: Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia.
Los países de América Latina se han caracterizado por tener más extensión territorial
que estatal, gobiernos más fuertes que reales soberanías sobre todo el territorio y,
sistemas políticos más autoritarios que capacidad de garantizar derechos, igualdad
política y acceso general a los servios básicos. Por lo tanto, no son despreciables los
efectos de una mayor difusión de los sistemas políticos, su penetración territorial y la
ampliación de la pluralidad representativa en América Latina. Sin duda, acortan las
distancias tanta veces señaladas hacia la modernidad, en el sentido en que los
derechos universales al reconocimiento de la diversidad contribuyen a la integración
de todos los territorios, etnias y grupos sociales a la nación. Esta afirmación debe
confrontarse a una posible diferencia en su intensidad según se trate de países
centralizados o federales y entre aquellos que no tuvieron regimenes populistas de los
que si los tuvieron.
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La dispersión por abajo debilita el peso político agregado de las entidades territoriales,
contribuye a mantener la vigencia de los arreglos centrales y parece llamar a la
urgencia de imprimir orden y cohesión a la actividad política. El ímpetu centrífugo
desatado por la descentralización trata de ser contrarrestado por arreglos centrípetos
mediante la creación o animación de gremios territoriales de mandatarios locales y de
niveles intermedios. También, se alientan incipientes amagos hacia estructuras
regionales de representación. El peligro de un pluralismo disgregador, como lo
ilustran varias historias nacionales latinas, es el reclamo a las personalidades
autoritarias que se elevan por encima de las pequeñeces a nombre de los grandes
intereses nacionales. Si bien entonces la descentralización contribuye definitivamente
a las aperturas políticas, a una pedagogía del reconocimiento de los derechos y
asienta la tolerancia con las diferencias políticas, al tiempo esta, no solo convive con
prácticas autoritarias, sino que puede fomentar condiciones que la reclaman.
Las formas y estructuras de los sistemas políticos no son suficientes para evaluar el
vigor democrático. Desde el punto de vista de los ciudadanos la calidad de las
prácticas políticas es definitiva. ¿Cómo reconocer democracia ahí en donde los
sistemas políticos están gobernados por relaciones entre clientes y políticos que
transan con los derechos y los recursos como si fueran bienes personales? ¿O, cómo
conformarse con rituales electorales si el poder del dinero condiciona en mucho los
resultados? Más grave todavía, ¿qué tanta capacidad democrática le queda a
elecciones territoriales si los partidos están tomados organizaciones que perfeccionan
la corrupción, el chantaje y las mentiras a la población? Los tres casos son comunes
en América Latina. Unos y otro alertan límites que las estructuras políticas tienen
para evaluar la democracia y llaman a considerar las prácticas y la cultura política
que gobiernan sobre las formas de organización institucional.
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Difícil entonces creer que los procesos de descentralización tienen algo que los
inmunice contra la revocatoria de la sesiones de poder a los territorios internos. Solo
que la restauración se muestra también imposible, si regreso hay no es al punto de
partida, sino a otros enlazamientos sistémicos. La prueba se encuentra en la historia
misma de las reformas de las últimas dos décadas. “En un comienzo”, la
descentralización tuvo un fuerte énfasis municipalista, después se trató de fortalecer
los niveles intermedios entre la nación y las localidades, para emprender con
posterioridad un movimiento que reclama dosis de centralismo e insinuaciones
regionalistas. La arquitectura espacial de los Estados en América Latina parece lejos
de alcanzar una relativa estabilidad.
Las clases políticas locales han fortalecido su liderazgo sobre los asuntos
descentralizados; también, su visibilidad nacional y sus desempeños comprometen
los resultados de las agendas nacionales, en asuntos tales como el control del déficit
público, la modernización de la administración, las privatizaciones de empresas, el
cobro de impuestos y la lucha contra la corrupción. La difusión de los liderazgos y la
interdependencia entre niveles territoriales no bastan para arrebatar la centralidad de
las relaciones de poder a las instancias nacionales, incluso, en cuanto a las
negociaciones sobre el tire y afloje en competencias y autonomías territoriales
relativas.
Más aun, en varios países el péndulo se ha inclinado con determinación hacia una
fuerte centralización del poder que somete y niega la pluralidad de los liderazgos
políticos descentrados y plurales. El Perú de Alberto Fujimori, Colombia bajo el
presidente Álvaro Uribe y la Venezuela de Hugo Chávez. ¿Qué tienen de común estos
gobiernos? Mucho en los medios y en las justificaciones para alcanzar unos fines
respecto de los cuales las soluciones son diametralmente opuestas. Veamos.
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recursos y capacidad operativa, sino por la presencia pública del estamento militar en
las calles, en asuntos públicos y la sociedad, como parte de una tendencia hacia la
militarización de las relaciones sociales. Estos gobiernos tensan tanto las
instituciones que introducen cambios en los regímenes políticos, en particular al
izarse por encima de los partidos que son usados como entidades de apoyo al
presidente. La continuidad histórica de los proyectos no reposa en acuerdos
programáticos de partidos políticos, sino en el carácter y clarividencia del presidente,
por lo que se reforman las constituciones con el fin de garantizar la reelección del
primer mandatario.
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política interna el deslinde político es también claro. Fujimori y Uribe siguen “con
criterio propio” el ideario neoliberal, en cambio Chávez se presenta como alternativa
contraria; los primeros protegen los ingresos del capital y presionan los tributos del
trabajo, de las clases bajas y medias, mientras el segundo intenta elevar las rentas, el
acceso a servicios y a la propiedad de las clases populares. Crecer para distribuir o
distribuir mientras se crece, la primacía de la racionalidad económica en contra de la
prioridad por la justicia social, son viejas dicotomías que se recrean en las
alternativas de los gobiernos fuertes. En una frontera, la opción de los que defienden
la construcción de la nación bajo el liderazgo de los empresarios y, en otra, el
reconocimiento de que la nación son fundamentalmente sus clases populares.
Otros gobiernos latinoamericanos están tentados, una vez más, por usar
comportamientos y dispositivos presidenciales y centralistas, los que ejercen en la
medida de sus capacidades y posibilidades. El halo reformista que canalizó el
liberalismo económico y político desde los ochenta parece haber llegado a su fin. Se
insinúan en el horizonte grandes movimientos hacia gobiernos que reinstalan
capacidad de intervención sobre el mercado y sistemas políticos fuertes que valoran la
imposición o los pactos alrededor de “las prioridades nacionales”. La descentralización
deja de ser una prioridad en las agendas de principios del siglo XXI. Sin embargo, los
procesos no se desvanecen. En medio de una menor visibilidad se apilan experiencias
y se mueven con paso seguro las fronteras de los alcances experimentados. Ahora se
tiende a rebasar la “descentralización de la política social” para deslizarse hacia la
“descentralización del desarrollo económico”, en particular se experimentan
interesantes intersecciones entre democracia, instituciones y desarrollo en los
ámbitos locales.
Pero una cosa es difundir y expandir el Estado y el mercado, otra muy diferente
desconcentrar el uno y el otro. A pesar de los importantes recursos públicos
comprometidos en los procesos y de la nada despreciable creación institucional, sigue
siendo característica principal la centralización y concentración del poder tanto
privado como estatal en Estados altamente diferenciados y fragmentados. La
población, las principales actividades económicas y las inversiones estatales no son
estáticas, se mueven con ciertas tendencias a la re localización, pero de manera lenta,
y en todo caso, siguiendo un patrón de altas diferenciaciones territoriales. Es
bastante dispar la distribución del poder económico y de la representación política de
los territorios en la nación. Los sistemas políticos y los mecanismos de asignación de
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Sin duda el lector encontrará, en los trabajos de este libro, evidencias de estos y otros
arquetipos, así como relatos nacionales específicos que sugieren variedad de sentidos
y explican dinámicas diferentes en los procesos de descentralización. Sin embargo, en
esta introducción no fuimos más allá de narrar algunos trazos comunes en la historia
del sub continente, para lo cual contrastar algunas características de bulto de los
procesos de descentralización en Europa Occidental ahonda en la dirección de
acercarse a los ambientes institucionales específicos de América Latina.
Lejos estamos de considerar que en Europa la cuestión territorial está resuelta, lo que
sería contra fáctico. Desde la década del setenta se emprendieron reformas espaciales
internas muy importantes que han rediseñado el paisaje de los sistemas políticos, la
distribución de recursos y competencias, e incluso reformulado el Estado, como en el
reino de España y aún de manera más profunda en el reino de Bélgica. El freno a
tanta movilidad de las arquitecturas espaciales no tiene todavía la fuerza suficiente
para parar la ola espacial reformista interna a los países europeos.
Pero si algo diferencia aun más de bulto Europa de América Latina en la cuestión
espacial es que en la primera las reformas han sido concomitantes con la integración
supra estatal en la comunidad europea. Los nuevos espacios internos y externos
tienen importantes relaciones, como fondos de financiación compensatoria del
desarrollo regional, consejos de representación de las regiones en instancias de la
comunidad y asociaciones territoriales supra estatales, entre otras construcciones. En
cambio, en América Latina las descentralizaciones se hacen en frío, como separadas
de la necesaria integración de las naciones y los pueblos. Los acuerdos
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Estas notas distan mucho de querer idealizar las reformas espaciales en Europa,
tanto como que estas tienen poco de ideales. El detalle sobre el que se quiere llamar
poderosamente la atención, y que deseamos inspire la acción política, es plantear
directamente la relación entre procesos de descentralización internos con una
vigorosa integración económica externa, mediante la creación de recursos,
instituciones de regulación y representación política de las regiones internas en los
espacios supraestatales. Para decirlo en una frase si de integración suramericana se
trata debemos asumir el debate sobre el parlamento y el gobierno de América Latina,
la constitución y la moneda común, pero también sobre los mecanismos de
representación de intereses, matices y estrategias de desarrollo territoriales.
Bibliografía
Michael Hardt y Antonio Negri (2002) Imperio. Paidós. Buenos Aires, Argentina.
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