La Hora de Clase Reseña

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ARTÍCULO

PRESENCIA. MIRADAS DESDE Y HACIA LA EDUCACIÓN, N.3 (2018)


Colegio Stella Maris http://www.stellamaris.edu.uy/
Montevideo – Uruguay
ISSN 2393-7076

Reseña bibliográfica

Analía Marín1

Recalcati, Massimo. (2016). La hora de la clase: por una erótica de la enseñanza.


España: Anagrama. 167 páginas 201

La siguiente reseña presenta los puntos centrales del libro señalado en el título.
El autor, Massimo Recalcati, analiza en forma amena y crítica la relación entre Escuela
y sociedad a través de una mirada psicoanalítica, y en particular lacaniana, aunque no
excluye a lectores sin formación al respecto. Su análisis tiene como objetivo la
reconstrucción del deseo por el conocimiento o la transformación de este en objeto
erótico. La reivindicación final que el autor plantea es una revalorización del lugar
ocupado por el docente y en particular el poder transformador de la hora de clase.
Massimo Recalcati (1959) es un psicoanalista y ensayista italiano especializado
en la psicopatología del comportamiento alimentario. Ha desarrollado una intensa
carrera como docente en distintas universidades europeas. Su página web señala que su
actividad científica (…) se ha articulado en torno a algunas pautas
fundamentales: análisis de la psicopatología contemporánea y los trastornos de
la alimentación; estudio de la enseñanza de Jacques Lacan; reflexión sobre la
figura del padre en la época hipermoderna. Análisis de la relación entre política
y penurias de la civilización contemporánea, entre el psicoanálisis y la creación

1
Profesora de Literatura. Contacto: [email protected]
artística (Página web Massimo Recalcati https://www.massimorecalcati.it/
31/10/18).

La hora de la clase: por una erótica de la enseñanza es un seductor ensayo


organizado en cinco partes –más una introducción y un epílogo– que se concentra
quizás en el último aspecto que su sitio web indica, aunque también podríamos
encontrar algunos elementos respecto al análisis de la figura paterna como representante
simbólico –en este caso– de la autoridad. Su planteo principal es, a partir de una
descripción de la situación actual de la enseñanza, reivindicar el “papel insustituible del
enseñante” presentándolo como el encargado de “abrir al sujeto a la cultura como lugar
de humanización de la vida” (página 14). Para esto, nos adentrará en su análisis a partir
de una revisión de aspectos fundamentales de la sociedad hoy y su vinculación con la
Escuela.
Recalcati hace una lectura desde el psicoanálisis y en particular desde la mirada
lacaniana, no solo de la educación que hoy es y la que debería ser sino que también,
como ya se indicó, ofrece una lectura crítica de nuestra época, del debilitamiento del
discurso de autoridad, de la confusión de roles entre padres e hijos, y sobre todo del
desprotegido lugar que el docente ocupa en las sociedades actuales. 202
El elemento central de su análisis será el concepto de deseo y la discusión acerca
de si la escuela y su razón de ser, el conocimiento, pueden convertirse en objeto erótico
para el estudiante hoy.
En la primera parte, Recalcati realiza una interesante descripción, a través del
mito, sobre lo que considera son los complejos que la escuela ha tenido y tiene. Cabe
señalar que por más que los distintos complejos que señala pueden leerse a la luz de
acontecimientos de la historia reciente europea, se los puede ver también coexistiendo
dentro del espacio simbólico de la Escuela.
Los mitos que elige giran en torno a la relación padre-hijo o si se quiere a la
relación sujeto-autoridad: Edipo y su deseo de parricidio, Narciso y el riesgo mortal de
la autocontemplación extasiada, y Telémaco y su búsqueda de un padre que restituya el
equilibrio violado.
El complejo de Edipo vivido por la escuela se relaciona dentro del esquema
tradicional de autoridad, donde el pater familias mantiene su poder tautológicamente
apoyado en su tradición de poder. De la misma forma la escuela es también detentora de
poder: la figura del docente “castrador” que niega la lectura crítica de su papel será la
figura representativa de este complejo. La exigencia de una obediencia acrítica a un
poder sustentado en la tradición producirá, en la visión de Recalcati, la rebeldía
escondida, el deseo de asesinar al padre. El cumplimiento simbólico de esta intención se
concreta en las revueltas estudiantiles del 68 y del 77. Ahora bien, este destronamiento
de la Ley en pos de la concreción del deseo produjo, según Recalcati, un importante
error. Este fue ignorar la riqueza vital del deseo y convertirlo en algo meramente
puberal, sin percibir que deseo y Ley se dan existencia mutuamente: “sin el deseo, la
Ley se vuelve estéril y se convierte en una momia en defensa de un saber muerto, pero
sin la Ley el deseo se fragmenta y se convierte en puro caos” (33)
Se podría considerar, desde la perspectiva de Recalcati, que la consecuencia de
este parricidio fue la autocontemplación narcisista o el “hijo-Narciso”. Este es el hijo
que no busca una “liberación colectiva” del deseo, se basta a sí mismo y solo sus
requerimientos egocéntricos lo motivan. ¿Cuál es el riesgo de esta actitud tan
reconocible a nuestro alrededor? La desconexión del Otro. Recordemos que Recalcati
lee y analiza desde Lacan, y para este el papel de la otredad será sustancial para la
subjetivación del individuo. Entonces, la ruptura del vínculo con el otro impide también
el conflicto y sin conflicto lo que queda es la “confusión especular”. Esta puede
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reconocerse en la “igualdad” que se percibe en la relación padre/hijo o en la
simetrización del vínculo docente/alumno. Ahora, ¿cuál es el peligro a que lleva este
rechazo de la asimetría simbólica que se debería dar entre el docente y el alumno? Para
Recalcati es la pérdida de peso de la palabra, reduciéndose a “un sonido carente de
sentido”. Y las “meras palabras” son palabras sin vida, sin conexión con la vida, sin
posicionamiento ético.
El último complejo que presenta el autor es el complejo del hijo que busca al
padre: la escuela-Telémaco. Desde una mirada dialéctica se plantea cómo el hijo busca
al padre, pretende la Ley, la necesita pero no para repetir de forma vacía el
sometimiento edípico, ya que busca en este caso “un nuevo pacto entre generaciones”
(43). Hay un reconocimiento de la figura del padre como agente indispensable del
proceso de “humanización de la vida”. Se refiere con esto a la búsqueda de la diferencia
generacional que destruyó Narciso, para construir su propia identidad. El docente será el
encargado de reconstruir aquella autoridad simbólica perdida pero no desde el
“automaton de la tradición” sino desde el testimonio de vivir el conocimiento como
objeto erótico. El goce que ofrece no será inmediato o incestuoso, será el goce que
provoca la entrada a la cultura: “hacer del conocimiento un objeto capaz de despertar el
deseo, un objeto erotizado en condiciones de funcionar como causa del deseo, capaz de
estimular, de atraer, de poner en movimiento al alumno” (47).
La segunda parte discute acerca de la naturaleza del saber. Si la función de la
escuela es “hacer del conocimiento un objeto capaz de despertar el deseo”, debemos
preguntarnos qué es ese conocimiento, qué tiene en sí mismo que le permite aspirar a
convertirse en objeto erótico. Para desarrollar su reflexión al respecto, Recalcati se
preguntará: ¿qué actitud denota quien posee el saber?, ¿qué es poseer el saber?, ¿cómo
debe el alumno acceder a ese saber que no le pertenece o no posee? El autor utiliza aquí
como base para su reflexión el Banquete de Platón. Dicha opción no es ingenua puesto
que la intención de Recalcati es arribar al concepto de transferencia, concepto trabajado
por Lacan en el volúmen 8 de su Seminario. Lacan también inicia su discusión sobre la
Transferencia estudiando, analizando El Banquete. Ambos autores buscan hacer
reflexionar al lector sobre la naturaleza del amor: Lacan para explicar la relación que
entre paciente y terapeuta se da como herramienta o proceso de sanación; Recalcati
como camino para explicar el papel central que el docente tiene en esa transformación
del saber en objeto erotizado; y en ambos autores la transferencia será el concepto clave.
El texto de Platón y en particular lo que Recalcati llama “el gesto de Sócrates”
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será el hilo conductor de esta parte. Sócrates es presentado en esta sección como aquel
que posee el saber pero un saber que es un vacío, un saber que frente a la construcción
idílica de Agatón del saber como algo que puede traspasarse de un ser a otro, se
presenta como una carencia. Sócrates invita con su gesto a que Agatón indague
activamente a partir de ese deseo de saber, y no que espere la acción del maestro para
llenarlo de conocimiento. De esto se desprende un concepto de saber y de maestro: “el
saber del maestro nunca es el que colma la carencia, sino más bien lo que la preserva”
(52). Y es el que sabe moverse, como hace Sócrates en El Banquete, del lugar de objeto
amado (erómenos) al de amante (erastés) de ese saber que el discípulo “confunde” con
el maestro.
Recalcati establece a través de esta lectura un paralelismo entre la relación que el
paciente desarrolla con su terapeuta y la relación que se establece entre estudiante y
docente:
Tanto en la experiencia del análisis como en la de la enseñanza, no corresponde
al analista ni al docente aplicar su saber en el paciente y en el alumno, sino que
son el paciente y el alumno quienes deben afanarse para buscar activamente en
el Otro el saber que se les escapa. (59)
Toda esta segunda parte del libro es de las más atractivas y enriquecedoras para
el lector, a pesar de la referencia constante al texto citado de Lacan.
En la tercera parte de su ensayo Recalcati analiza lo que él llama el trauma
positivo de la Escuela. Aquí el autor muestra la contradicción inherente a la institución
escolar: debe ampliar el horizonte del estudiante pero lo hace obligándolo a asistir
diariamente. ¿Cómo hacer, entonces, para que la Ley que la escuela impone no termine
liquidando el deseo de saber?
Ahora bien, la escuela obliga en determinado momento de la vida del sujeto a
alejarse del ámbito hogareño de protección y “ley maternal”. Hay un mundo fuera de
este y la única forma de que el sujeto lo conozca y pase a formar parte de la cultura es a
través del desprendimiento del discurso materno en pos del discurso social. La escuela
es quien lo adentrará en dicho discurso.
Es interesante prestarle atención al papel que el autor asigna aquí a la escuela.
Para Recalcati nuestra época es una época de hedonismo adictivo, hedonismo del ya, del
ahora, del goce que se vive y agota en el momento. El goce que no puede suponerse
lejos del objeto. La escuela entonces será la encargada de ofrecer un goce nuevo, un
goce para toda la vida y no inmediato. Así introduce el autor el concepto de sublimación
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para mostrar cómo el deseo o pulsión que se impone en el sujeto tiene a través del
“modelo sublimatorio” una satisfacción no inmediata pero si “generativa”.
Si en la segunda parte hubo una descripción del proceso de enseñanza como
proceso de transferencia, donde interviene el estudiante que desea un objeto encarnado
en el conocimiento del docente, en la tercera parte el tema que se plantea es que “lo
esencial de la enseñanza estriba en movilizar el deseo de saber, en transformar en
cuerpo erótico el objeto teórico…” (94). Para poder realizar dicha transformación
Recalcati indica que es indispensable ver la relación que el propio docente haya
desarrollado con lo que enseña, funcionando por contagio o testimonio el nacimiento en
el alumno del deseo por abrirse a nuevos mundos que es el deseo a saber. Por eso no
hay posibilidad de educar sin afecto. Este rol o papel asignado al docente (convertir el
objeto teórico en objeto de deseo a partir de su relación erótica con el conocimiento que
imparte) lo lleva al autor a desarrollar la importancia trascendental casi de lo que
aparece en el subtítulo del libro: la hora de la clase.
Este ámbito será percibido por el autor como un espacio casi mágico en el que,
teniendo como recorrido esencial la transferencia, el docente puede a través de esa hora
de clase modificar la vida, el destino de una persona. Es más, frente al riesgo latente de
que el tiempo de la escuela sea un tiempo muerto o de repetición vacía (automaton), el
docente y su estilo podrán evitar esta transformación tan habitual del tiempo de clase.
Ahora bien, no cualquier docente puede transformar el automatismo de la clase
repetida y vacía en una experiencia erótica de encuentro con lo Nuevo. En primer lugar
será el docente que construya su vínculo con el alumno desde la asimetría generacional,
y el que viva el deseo de saber de forma paralela al deseo de enseñar. Este será, según el
autor, el docente que deja una marca: el docente que siente amor por el conocimiento y
puede transmitirlo a la hora de enseñarlo. Por último, será el docente que ame la vid
torcida que es el alumno (el autor ha utilizado esta metáfora en otras partes del libro).
Esta especie de descripción romántica del maestro como ejecutor de la misteriosa
relación que se da en la hora de clase, aparece con su estilo, con su voz, para terminar
poseyendo un don, el don de la palabra:
Para que el don de la palabra sea posible, todo maestro debe renunciar al saber
ya sabido, debe convertir lo ya sabido, lo ya conocido, la memoria que preserva
el saber ya adquirido, en nuevo una y otra vez, en renovado. (125)

Estas primeras tres partes del libro, más allá de la densidad conceptual que
pueda presentarle a un lector no avezado en el discurso psicoanalítico, son de cierta
forma el segmento más teórico pero más ameno del libro. Es el análisis puro de la 206

dimensión histórica y afectiva de la escuela y su relación con el sujeto. Explora la


relación de este con el docente, la relación del docente con la sociedad de donde emerge
y analiza la relación de ambos con el saber. A partir de aquí el libro adquiere un tono
entre lírico y autobiográfico que suaviza la profundidad analítica del comienzo. Quizás
esta especie de desequilibrio de la obra tiene que ver con el deseo de respaldar algunas
de las afirmaciones del inicio con algunos aspectos personales a modo de respaldo
empírico de lo señalado.
Antes de finalizar, es pertinente señalar un aspecto que sobrevuela a lo largo de
todo el ensayo que es la crítica a la educación por competencias. Al comienzo de la
primera parte el autor define a la época actual como un “nuevo fascismo” (20). La base
de este nuevo fascismo se apoya en la desaforada propuesta hedonista del capitalismo
“que se expresa a través del poder hipnótico-seductor del objeto de goce ofrecido sin
limitación alguna por el mercado, al alcance inmediato del cuerpo” (20). Según el autor
la escuela de esta época es una escuela movida por el interés neoliberal de producir
“habilidades eficientes” o como dice más adelante “adquisición de competencias y la
primacía del saber hacer…” estimulando la resolución de problemas en lugar de enseñar
a saber plantear dichos conflictos (23).
En distintos momentos de su análisis el autor vincula a la escuela actual con el
neoliberalismo, el capitalismo y la visión empresarial de la educación. Habla de esta
escuela como la escuela de las tres íes: en italiano, impresa, informatica, inglese: “la
escuela neoliberal exalta la adquisición de las competencias y la supremacía del hacer, y
suprime (...) toda forma de conocimiento no relacionado de manera evidente con el
dominio pragmático de una productividad concebida solo en términos economicistas”
(23). Pero además señala la transformación que esta concepción de la educación
promueve por parte del docente. Ya no es el encargado de realizar lo que para el autor
es la esencia del trabajo docente (transformar a partir de la experiencia, el conocimiento
en objeto erótico), sino que su función se reduce a entretener, distraer a los alumnos en
clase sin pedirles que piensen. El saber que circula aquí está distanciado de la vida y
lejos del deseo: “La escuela de las competencias especializadas (...) niega la erótica de
la enseñanza” (135).
El cierre del libro está impregnado de la experiencia personal del autor quien
plantea que se supo durante mucho tiempo el idiota de la familia. Narra una formación
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escolar accidentada, relegada pero apoyada por la figura de la madre que pagaba con el
desprecio de las maestras hacia su hijo su belleza juvenil. Es claro que el autor quiere
construir un relato negativo de su pasaje por los primeros años de escolarización en el
que la aparición salvadora de la figura de una docente (Giulia) modificó su relación con
el conocimiento y sobre todo con la escuela:
Tú cumpliste para mí esa función que Lacan ha atribuido al Nombre del Padre:
separar la vida de la sumisión al deseo del Otro, separarla, sustraerla a su
destino ya escrito. Convertirla en una repetición nueva, diferente, un corte, una
invención. El nombre del Padre tuvo para mí el nombre de una mujer. (153)

Evidencia empírica del poder transformador del docente, Recalcati se nos muestra como
prueba viviente de que la transformación a través del vínculo docente-alumno-
conocimiento solo es enriquecedora si el amor está de por medio.

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