Lo Comun Sentido Como Sentido Comun Libe
Lo Comun Sentido Como Sentido Comun Libe
Lo Comun Sentido Como Sentido Comun Libe
SENTIDO
(POLÍTICAS, POLÉTICAS Y POLÍRICAS
CONTRA EL CREDO NEOLIBERAL)
PATRICIA MANRIQUE
Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-Com-
partirIgual 4.0 Internacional de Creative Commons. Para ver una copia
de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-
sa/4.0/.
ISBN: 978-84-120292-5-3
La Vorágine
Calle Cisneros, 69-Bajo
39007 Santander (Cantabria)
www.lavoragine.net | www.voravi.com
Índice
Introducción
La capacidad de pensar(nos)
realmente diferente 9
Poléticas, políricas y filosofías
contra el credo neoliberal 13
Adiós al sujeto,
hola singularidad plural 35
La trampa del sujeto-individuo 36
La alternativa en la singularidad 51
«Un decir entre otros decires…» 66
Lo común sentido, sensible 77
Heidegger y el protagonismo del con 80
Nancy y la singularidad plural 89
Esposito y la corresponsabilidad del munus 96
Inmunidad virtuosa, inmunidad común 103
Lo común insensible y los peligros del
activismo identitario 113
El nosotros identitario, el nosotros excluyente 118
Instituciones del común versus
comunidades cerradas 135
Politizar lo doméstico,
domestizar lo político 147
Bíos y zoé: la vida expulsada de la política 152
Dejar que la vida «contamine»
lo político 168
Politizar lo doméstico, domestizar lo político 179
Magias comunitarias de lo común sentido 195
7
Introducción
La capacidad de pensar(nos)
realmente diferente
9
de las religiones que no profesamos. Por suerte, hace
décadas que esos consensos están siendo agrietados.
La mayoría de las veces, desde el Sur, los movimientos
de los sin tierra, el zapatismo, la resistencia a los
megaproyectos económicos, el feminismo comunitario,
el anticolonialismo han supuesto, con las sanas
contradicciones que contienen, aire fresco para quien
ha querido escuchar, ver, tocar… Por otra parte, en
el Norte, numerosas voces del pensamiento crítico
han logrado superar la frontera del marxismo y han
indagado más allá de las categorías «universales» de
las que nos dotamos en el centro del sistema.
10
Lo común sentido como sentido común era carne
de cañón de la línea editorial textos (in) surgentes
antes de ser escrito, cuando en la cabeza de Patricia
Manrique se cruzaban veredas del pensamiento y de
la acción tan provocadoras como inquietantes. Te
invitamos a dejarte interpelar, a leer este libro como
quien abre una ventana para oxigenar el pesado
ambiente de una habitación climatizada. Nosotras,
hemos desaprendido un buen trecho editando y
preparando el material de Patricia y le agradecemos
el esfuerzo por traducir lo complejo pero dejándonos
espacio para el necesario esfuerzo.
11
Poléticas, políricas y filosofías
contra el credo neoliberal
Jean-Luc Nancy
13
Existe, entre otras pocas —muy pocas—, una combi-
nación mágica de palabras que tal vez sea aún capaz
de poner luz en este mundo oscuro nuestro, una
expresión formada por un pronombre, que apunta
a lo abstracto y se presta a múltiples sustituciones,
junto con —y el «con» tiene mucho que decir aquí—
un adjetivo de virtudes taumatúrgicas y curativas,
el calificativo «común»: «lo común», tal es nuestra
locución de cualidades políticamente curativas, de
defensa de la vida en todo su esplendor. Allá donde
se oye, se lee y, sobre todo, se vive lo común, la co-
munidad, el con… emerge un universo semántico con
la potencia —la posibilidad y la fuerza, la energía—
necesaria para abrir nuevos mundos en este mundo
que agoniza, dando aliento a sus pobladores.
14
«antipoder», asimétrica respecto del poder del capital.
Pensar un universo de lo común que nos permita cons-
truir antipoder, que emancipe la potencia, el poder-ha-
cer, y que nos libere de los espejismos, esclavitudes y
pasiones tristes que nos infringe cotidianamente ese
hastiante y estéril juego de la potestas, del poder-so-
bre, y de las luchas que provoca en ese terreno extraña
e injustamente acotado que llamamos «política».
15
en ese fascinante ejercicio de imaginación política
feminista —y de ensalzamiento del con— que es su
último libro, Seguir con el problema: «Importa qué
pensamientos piensan pensamientos. Importa que
conocimientos conocen conocimientos. Importa qué
relaciones relacionan relaciones. Importa qué mundos
mundializan mundos. Importa qué historias cuentan
historias»2… y, añadiríamos, importa, y mucho,
hacerlo colectivamente. Eso que hace Haraway
tan bien, crear imaginarios —incluyendo vibrantes
términos y conceptos que atrapen nuevos destellos—
y compartirlos es lo que permite, entre otras cosas,
acariciar lo común desde el pensamiento, tratar de
escucharlo, olerlo, tocarlo, escribirlo y describirlo,
pensarlo… generar una polírica —una política lírica,
que brote desde la intimidad— con un vocabulario,
un imaginario, un ritmo y una melodía nuevas que
la acompañen. Y eso, no lo dudemos, cambia nuestra
vida, tiene que cambiarla.
16
ese gesto tan elemental como es la alimentación»3.
Aquí proponemos pensar para sobrevivir, pensar qué
necesitamos como el comer, porque comer y dormir y
tener techo requieren pensar y exigen acción política,
en muchas formas, tantas como formas de vida, di-
versas, echándole reflexión e imaginación desde allá
donde nos encontremos. Nos va la vida en ello.
17
dicotomía de las esferas que separa y jerarquiza lo
privado y lo público, despolitizando lo doméstico,
es un producto liberal, pero ya Aristóteles separa
la existencia política de la cotidiana, la doméstica,
operación que implica robarle su politicidad a la
primera, donde tantos hechos relevantes acontecen.
Queremos poner eso patas arriba y, por fortuna, no
son pocas las voces, muy en particular feministas,
que nos han mostrado que hay ahí una estrategia
del poder-sobre, del Poder con soberbia e injusti-
ficada mayúscula, para minorizar la reproducción
frente a la producción, despolitizando y minorizando
la gestión doméstica, la supervivencia, el día a día.
Parafraseando al Comité Invisible4, otres trabajado-
res del comunismo de la sensibilidad, aquí queremos
pensar cómo oponer la lógica del incremento de po-
tencia en la existencia a la lógica de la toma del po-
der, restringida al ámbito público, porque queremos
habitar plenamente nuestras vidas en oposición al
paradigma del gobierno y su fijación con el Estado.
18
dedos de frente sabe que pensar es necesario, que
los saberes son necesarios, aunque no debamos
confundir «saber» con lo gestado en la Academia.
Nunca viene mal pensar un poco más y utilizar,
también un poco más, lo pensado por otras mentes.
Y es preciso, hoy más que nunca, generar literatura
política que recree mundos alternativos, que aquilate
nuevos términos para nuevas formas de estar en el
mundo, que cuestione el indiscutido poder del capital
ecomunitariocida, que abra lo posible. Sobre algo así
esto es un «ensayo», esto es, un experimento, un
tanteo…
19
La máquina de propaganda, la de esparcir
impotencia, funciona a todo trapo desde hace siglos y
lo hace contando con todos los medios habidos y por
haber. Y no podemos permitir que aplaste nuestros
legítimos sueños de felicidad, nuestro anhelo de
disfrutar de este grandioso regalo que es estar vivas.
El neoliberalismo no es un sistema económico, sino
toda una fábrica de objetivación y subjetivación, un
conjunto heterogéneo de dispositivos de generación de
realidad, algunas veces virtual, otras no tanto, que
impacta directamente sobre nuestros cuerpos. Sin
necesidad de conspiración de por medio, pero sí con la
colaboración de toda una estructura, con la fuerza y
la violencia de la hegemonía, la cultura individualista,
la antroponomía5 neoliberal y su miríada de valores
despiadados —ese «malismo» que, curiosamente,
hemos interiorizado como si fuera más aceptable
socialmente que el «buenismo»— se han asentado en
nuestras vidas colonizando nuestros cuerpos y nuestros
pensamientos, acciones, emociones y sentimientos…
todo nuestro ser, nuestro existir. Aunque ni nos
realice como seres humanos ni nos haga felices a la
inmensa mayoría, así ha sido. Vivimos, por ello, en un
escenario que han querido sentenciar como «tragedia
de lo común»6 sin alternativa operativa aparente,
20
un expolio de los comunes por parte de unos pocos
y muy poderosos grupos de poder, económicos y
políticos, convenientemente acompañados de fuertes
operaciones de desarme político de las sociedades,
todo con la melodía de fondo de la primacía de lo
privado y lo individual.
21
tados y tremendamente egoístas, de unos egoístas de
nivel homicida. Que eso que llamamos «democracia»
—y no lo es— no deje de estrecharse, que merme esa
fábrica de consensos desde arriba, ese estrechamiento
constante de los límites de lo posible complaciente
con la dominación de la equivalencia general, es el
menor de nuestros males políticos: son aún peores las
dramáticas consecuencias de la biopolítica en el nivel
más íntimo, en la politización negativa de nuestras
vidas, en los drásticos modelados a que son sometidas
nuestras existencias, conducidas por valores despre-
ciables. Frialdad y frivolidad, egoísmo, ambición
desmedida, necesidades vanas, olvido de lo esencial…
22
cumplido y cuyo «mesianismo sin mesías» responde
hoy a un trabajo de duelo por el futuro perdido, por
la futuridad, por aquel pasado en que sentíamos que
había futuro, anterior a nuestra «condición póstuma»
que tan bien caracteriza Marina Garcés7 —otra gran
pensadora de lo común—. Se acompaña, por ejemplo,
de la redefinición de Jean-Luc Nancy de la palabra
«comunismo», que recuerda que ya en el siglo XII
existía vinculada al movimiento comunal8 y es el acto
del habla de la existencia, de nuestro estar en común.
Nancy, como otros pensadores actuales, reivindica la
centralidad del concepto de «relación» que, en última
instancia, permite comprender qué es el sentido y,
a la vez, pensar sentidos del mundo —volveremos
sobre esto a lo largo del ensayo—. Escucha también
la demanda implicada en el ensayo del ya mencio-
nado Erick Bordeleau ¿Cómo salvar lo común del
comunismo?, que navega en las aguas del comunismo
sensible que tratamos de desarrollar aquí y recoge
abundantes aportaciones al respecto. Resuena en la
vibración de La comunidad por venir agambiana,
que podría considerarse un largo poema dedicado al
comunismo de la sensibilidad. Todo ello, de la mano,
imprescindible, del feminismo comunitario desde Mu-
jeres creando y Julieta Paredes, a Raquel Gutiérrez,
23
Lorena Cabnal, Silvia Federici9… y cada una de las
mujeres luchadoras que la autora se ha tropezado,
que no son pocas y arrancan con su propia madre,
Manuela Fernández Lachhein, maestra de la domes-
ticidad, así como de la experiencia, insustituible por
lectura alguna, que le ha procurado la vida—y no
sólo «la lucha»— en los movimientos sociales en los
últimos veinticinco años. Detrás siempre, en fin, de
quienes deciden homenajear vitalmente a lo común,
quienes se hacen cargo de su carga brutal en la con-
dición humana entendida como ser-con, co-estar.
Trataremos, así, de evocar un «comunismo», uno
bien distinto al doctrinal, que por fortuna creemos
que asedia el mundo pese a la hegemonía neoliberal y
que es, más allá de visiones monolíticas y fundamen-
talistas, un comunismo siempre por venir, siempre
abierto. Dicen Dardot y Laval:
24
«que siempre fue concebido como una
profundización de la democracia política, no
como su rechazo». Se trata, pues, para aquellos
a quienes no satisface la «libertad» neoliberal,
de abrir otro camino.10
25
sentimentalmente el expolio y la rapiña capitalistas
en todos los ámbitos de la existencia, materiales e
inmateriales, individuales y colectivos, y ello, insisti-
mos, porque nos va la vida en hacerlo, la de todo el
planeta, la del planeta sobre todo.
26
más cotidiana —más «común»— como es el ser en
común, que ilumina una buena parte de las prácticas
transformadoras pasadas y actuales, aquellas que,
como explican Raquel Gutiérrez y Huascar Salazar,
comuneras del pensamiento, son «acciones de resis-
tencia y luchas en el presente que defienden y amplían
las posibilidades concretas de reproducción de la vida
humana y no humana en su conjunto»11. Y siempre
desde la cautela del respeto, desde la sensibilidad de
atender lo concreto, desde la conciencia de que «como
descendientes de historias imperiales y colonizadoras
tenemos que reaprender a conjugar mundos con cone-
xiones parciales y no con ideas universales ni particu-
lares», siguiendo un buen consejo de Haraway12, que
escribe desde el ombligo del monstruo.
27
en común, que es nuestra condición, buscaremos al-
gunas claves para vivir lo común, en el presente, con
humildad para asumir que no es el patrimonio ni el
fetiche de ideología alguna, sino nuestra más íntima
condición ontológica. Y «nuestra» apunta a todo lo
que existe: seres humanos, animales, zapatos, signos,
piedras. Somos en común, no podemos no serlo... tal
vez convenga renunciar a esa actitud antropocéntrica
endiosada, que se cree que todo lo crea, incluida la
comunidad, siendo capaz de arrasar lo que ya existe
para ello.
28
permita decir nosotras/nosotros/nosotres sin excluir,
que nos permita decir yo sin negar el tú o el él/ella/
elle. Tal vez así podamos hacer más habitables estas
sociedades de la mismidad, con nociones de comuni-
dad tan poco hospitalarias con la otredad, y nuestra
propia vida, tal vez así podamos facilitar que florezcan
comunidades soberanas, manantiales, valores en sí
mismas, independientes de toda utilidad, necesidad y
finalidad, ya no instrumentos de nada ni nadie.
29
como el 15M…— son excepcionales y están al alcan-
ce de pocos/as —a veces por cierta pasión por la
particularidad que luego trataremos de analizar—,
a diferencia de las experiencias de comunidad coti-
dianas, por no hablar de la vida comunitaria, del
Sur Global, que tienen tanto que enseñarnos, mucho
más inmersas en la cotidianidad comunera.
30
Por otro lado, creemos que no todo aquello que nece-
sitamos hacer haya de alinearse armónicamente, no
todo debe casar a la perfección en un programa, cuya
aplicación nos devuelva a la política de la abstracción
que tanto nos alejó del común sensible. Queremos
acostumbrarnos a vivir las situaciones, no tanto a
crearlas, a soportar la contradicción consustancial a la
existencia, no reducirla… Habitar lo ch’ixi, la mezcla
de contrarios, el abigarramiento de la vida en la ter-
minología aymara empleada por Rivera Cusicanqui13.
El pensamiento que aquí se invoca tiende a huir del
fundamentalismo metafísico, de las figuras metafísicas
fundacionales como totalidad, universalidad, esencia o
fundamento desde la apuesta por el acontecimiento en
toda su soberbia humildad. No pretendemos derivar
una política de la ontología, pese al placer del viaje
ontológico al que invitamos, sólo tratar de rescatar
algunas miradas, tactos, escuchas, sensibilidades que
muestran otro mundo que el del credo neoliberal. Otro
mundo en el terreno de la acción, múltiple y distribui-
da, discontinua e inesperada, contextual y falible; en el
de la emoción y el sentimiento; en el del pensamiento…
Múltiples pensamientos de la singularidad plural y la
plural singularidad de lo común sensible que cuestio-
nan el credo neoliberal.
31
no es presencia, que es inatrapable en el lenguaje de
la metafísica… quizá en cualquiera, porque este ser
inatrapable o, mejor, inapropiable, le corresponde por
esencia, una esencia nunca plena. No «hay» un «en-
tre» abierto por individuos preexistentes, el «entre»
no existe, no es en la forma de un ente, no puede ser
«una —tercera— cosa», si es que pretendemos que
haya de verdad relación, comunicación y, de su mano,
sentido. Trataremos de mostrar que donde otros colo-
can identidades macizas hay espacio, espaciamiento,
nada. Una nada que en la que se circula, la circula-
ción del sentido. Como explica Peter Pal Pelbart:
32
Este ensayo, en fin, es el producto de un compromiso
y una colección de perplejidades. Sólo quiere hacer
pensar y dejar que brote la poesía y el pensamiento
de lo común. Manosear, toquetear, tener contacto con
las alternativas que se plantean desde el mundo de
la filosofía, que intentaremos explicar de una mane-
ra sencilla y accesible para todo tipo de lectoras y
lectores… Esperamos, por ello, que las referencias y
los pies de página sean tomados como un mapa del
tesoro —no como piedras en el camino o mojones
que marquen dirección—: como bien sabía Jacotot,
El maestro ignorante de Rancière, la mejor manera
de aprender —de modo muy en especial en filosofía,
por cierto— es buscar un camino motivador y an-
darlo, sacudiéndonos los miedos inculcados por una
educación castradora que nos aboca a depender de
expertos y sus «experteces». Los pensadores y pensa-
doras que merecen la pena, algunos/as/es esperamos
que desfilarán por aquí, deben hacer pensar: quienes
aquí recogemos nos parecen llaves al rico caudal del
mundo de lo común, facilitadores de futuros compos-
tajes para, como dice Haraway, devengamos humus…
mejor que empeñarnos en seguir distinguiéndonos
como «seres humanos».
33
Adiós al sujeto,
hola singularidad plural
Giorgio Agamben
35
La trampa del sujeto-individuo
36
al corazón de la ontología del sujeto, un pequeño
tour guiado sobre algunas teorías filosóficas acerca
del mismo, más como parte de nuestra búsqueda de
la felicidad —en buena parte de eso trata o debería
tratar la filosofía— que como conocimientos a secas.
37
pensamiento ya sido como aquella trayectoria que
escogimos y no como mero error: apostamos por una
línea de pensamiento, con sus grandezas y miserias,
y siempre estamos a tiempo de dar un salto, hacia
atrás y hacia arriba —lo que Heidegger llama Schritt
zurück, un tipo especial de «paso atrás» respecto al
pensar de la era tecnológica— y retomar el asunto
por nuevos caminos.
38
concepto de totalidad, realizan una crítica profunda
a la metafísica, el sujeto y la Historia entendida como
narración totalizadora.
39
debates en el feminismo, pues el feminismo ilustrado
ha afeado a la demolición del sujeto universalista la
problemática que, al parecer, genera cuando se busca
definir el sujeto de las luchas feministas. Una buena
muestra del debate la encontramos en la confron-
tación, ya clásica, entre Sheila Benhabib y Judith
Butler16 a este respecto, discusión a la que contribuye
Nancy Fraser con toda su sensatez pragmática. Sin
embargo, como señala más que acertadamente Paul
B. Preciado, una buena forma de afrontar este debate
—desde la afinidad con posturas postmodernas— es
considerar que el feminista ha de ser un proyecto de
transformación radical de la sociedad cuyo verdadero
sujeto sea «el proyecto de despatriarcalización, de
descolonización y radicalmente ecológico».
40
sujeción que no es ajustada a la realidad de nuestras
vidas, presupone la estabilidad en nuestro devenir
existencial que representa el yo, la «identidad», que
tantas veces ha sido denunciada como una ficción —
desde Hume ya en el siglo XVII a Freud entre otros—,
una forma de alienación —Marx— y una carga que
merma la libertad y la creatividad de la personalidad.
Hoy, por cierto, la defensa de la identidad se mani-
fiesta claramente en la exigencia —capitalista— de
una identidad-marca cuyo extremo es el dichoso per-
sonal branding, táctica empresarial extendida más
allá de lo estrictamente económico a toda nuestra
vida, que nos invita —u obliga— a tratarnos y tratar
nuestras vidas como si de una empresa se tratara,
entrando en el amplio pero estrecho mercado de las
identidades —«eres» lo que vistes, calzas, conduces,
pagas, escuchas…—. Hay hoy una esclavitud que con-
siste en la obligación cotidiana de generar un yo en
las redes, en comunicarse en el semiocapitalismo —el
capitalismo en el que el capital simbólico, el signo, es
lo determinante17—, aportando contenidos a las redes
sociales, exponiendo al personal lo que opinamos,
sentimos o hacemos, y sometiéndonos a la tiranía del
«me gusta» en medio de una «movilización global»18
que exige, además de grandes cantidades de tiempo
y de energía, un comportamiento virtual coherente
con la imagen que damos a los demás. Ofrecer una
41
identidad, ser explícitamente sujetos. No obstante,
no sólo no somos idénticas a nosotras mismas, sino
que una relajación en esa egocéntrica obsesión por el
escaparate del yo abre las puertas a otras formas de
vida en nuestra propia existencia y en la relación con
las demás. El anonimato19, ser nadie, la cualquieri-
dad… son nombres para el lujo que entraña la nueva
riqueza de poder «devenir imperceptible», dejar de
cargar con la identidad. En el plano colectivo, al que
nos dedicaremos más tarde, es más evidente que, en
la medida en que las identidades colectivas funcionan
mediante la exclusión, determinando el yo por el no-
yo, la pertenencia a una comunidad por la diferencia
o negación de las otras, la identidad contribuye, como
ha mostrado Judith Butler —entre otras—, a la
producción de sujetos abyectos y marginados, chivos
expiatorios sobre los que se edifican la identidad nor-
mativa y normal, y, en definitiva, a la exclusión de lo
diferente20.
42
tradicionalmente ha ostentado el poder —y ha tenido
tiempo para pensar y oportunidad para medrar como
pensador—, de modo que las construcciones trascen-
dentales construidas sobre este sujeto no sólo carecen
de fiabilidad sino que son, desde la propia base, ex-
cluyentes y, en esa medida, carentes de riqueza. Las
ontologías y políticas del sujeto priman la homogenei-
dad, la fabricación de sujetos al modo y modelo del
sujeto universal. No me extenderé más a este respecto
porque resultaría imposible tratar siquiera de esbozar
el trabajo ingente realizado, a este respecto, por el
pensamiento feminista, el marxismo, el pensamiento
anticolonial y el necesario entretejimiento de estas y
otras perspectivas gracias al enfoque interseccional,
porque además es una crítica que, por fortuna, es
bastante conocida hoy.
43
un sujeto que sujete una serie de atribuciones posi-
bles —ser mujer, ser europeo, ser negro…—. Es, en
realidad, un existente sin pertenencias, asignaciones
y propiedades que le envíen a nada más que el hecho
de existir, de estar expuesto a encadenamientos de
sentidos. La verdad del existir no es un «sujeto» sino
la sucesión singular de una serie de advenimientos
que podría decirse que se abren al infinito. Además,
en la tradición occidental el subiectum es, a la vez
que un supuesto, un estar doblegado por, sometido
a una autoridad. Al designar el ser de un agente
de representación o de volición, ese «alguien» que
puede tener representaciones y voliciones, expresa
la capacidad de apropiación de esas representacio-
nes y voliciones. Decía Kant: «Es preciso que mis
representaciones puedan ser mías», pero de Kant a
Heidegger podemos pasar a una existencia en la que
lo que sucede es «cada vez» mío, que rompe con la
necesidad de una identidad presupuesta.
44
está siempre aún por venir»21, con una presencia
out of joint, fuera de quicio, pese a que refleja
la ilusión de estabilidad, permanencia y cohesión
donde no la hay. Para salir de esta presuposición,
será necesario subvertir el sujeto, colocar la sub-
versión donde antes había sustancia, deconstruir-
lo, lo cual hace advenir al «cualquiera», el cada
cual, la singularidad, que no es ya un qué sino
un quién, el quis latino. El singular, un singular,
ya no presupuesto ni pospuesto, sino expuesto o
exponiéndose. Volveremos sobre la importancia de
esta noción de «exposición».
21 NANCY, J.L., ¿Un sujeto?, Buenos Aires, La Cebra, 2014, pág. 52.
22 FLAHAULT, F., El crepúsculo de Prometeo, Barcelona, Ga-
laxia Gutemberg, 2013.
45
de tiempo»23 , el modo de cuestionar y combatir nues-
tra finitud. Flahault señala cuatro grandes errores
o ilusiones características de este prometeísmo: en
primer lugar, la creencia de que el hombre no forma
parte de la naturaleza, que su carácter cultural lo
hace distinguirse de todo el resto, que por supuesto
existe a su servicio; en segundo lugar, la creencia de
que donde hay racionalidad no hay desmesura, ya
que la racionalidad asegura la cordura —y un día
llegó el nazismo para mostrar hasta qué punto el
sueño de la razón engendra monstruos—; en tercer
lugar, la negación de la interdependencia humana y
la fe en una autonomía que convierte en accesorios
los vínculos; y, en cuarto y último lugar, la creencia
de que el deseo de existir de manera incondicional y
absoluta, sublime, debe cumplirse realmente, esto es,
un afán por negar nuestra finitud, por ser eternos.
46
y la sociedad, que es el verdaderamente relevante,
con el consiguiente menosprecio de la maternidad en
un pensamiento que, además de antropocéntrico, es
androcéntrico. El sujeto, autónomo e independiente,
es el trasunto metafísico, a su vez, del individuo,
pieza mágica sobre la que descansa toda la cons-
trucción política liberal que se pretende artífice de la
sociedad mediante el contrato social que no es, como
veremos, sino el asesinato de lo común, pues inmu-
niza al individuo parapetado tras derechos y deberes
que lo desconectan del resto, de la comunidad que
nos constituye desde el nacimiento.
47
Sin embargo, poco a poco se va produciendo un
viraje en este pensamiento, que llegado un momento
muestra síntomas de agotamiento y separación
excesiva de la vida. Empiezan, así, a surgir
visiones que cuestionan el sujeto y el prometeísmo
androcentrista y se aventuran a colocar al mundo
por delante del sujeto. Martin Heidegger, por
ejemplo, crítico con la noción de sujeto, subrayará
la «vecindad con el ser» del Dasein, del existente,
en un intento de respetar y restaurar el encanto
del mundo, de devolver el misterio robado a la
naturaleza al convertirla en mero objeto a dominar,
y tratando con ello de responder al prometeísmo en el
pensamiento. Cuestionará esa visión de la realidad
que todo lo convierte en objeto listo para ser usado,
en reserva disponible, visión que planteará como
esencia de la era de la tecnología —la Gestell—,
caracterizada por el dominio violento, que procede
de la metafísica del sujeto, del idealismo moderno
instrumentalista, antropocéntrico y neutralista25.
48
eksistencia, volcada al exterior, a un mundo que
forma parte de lo que el propio Dasein es. Precisa-
mente a eso apunta el término alemán Dasein, que
significa «ser ahí» —no «aquí», sino allí en donde
no es propiamente él—, fuera de sí, volcado al mun-
do. El pensamiento se entiende, así, como forma de
habitar el mundo, superando una idea del pensar en
sentido únicamente pasivo o activo, huyendo de la
interpretación instrumental y abandonando los polos
sujeto-objeto del pensamiento metafísico moderno.
Con Heidegger, se entiende el pensar como praxis
existencial del ser humano que consiste en el cuida-
do y acogida propios de una existencia finita y en
relación con el mundo. Así el con entra de lleno en
el pensamiento occidental. Pensar deja de ser mera
representación de una realidad convertida en objeto
para convertirse en relación con el ser.
49
«podemos ser lo que queramos» —Pico Della Mirán-
dola, concretamente—; lo dirá Sartre, que describe
al ser humano como «creación ex nihilo» —de nuevo
en modo Dios— desde su libertad; y hasta lo canta
La Internacional que, en la versión original francesa,
propone «Du passé faisons table rase» («del pasado
hagamos tabla rasa»), aunque no le falten los motivos
para desearlo. Y es que este renacimiento del hombre
prometeico supone también un modelo de revolución
mítica que promulga la existencia de un momento de
creación o re-creación absoluto, en el que los seres
humanos echan todo abajo y todo lo regeneran a par-
tir de la nada, con un enfoque de la revolución como
acontecimiento y no tanto como transformación, algo
bastante más cercano al normal acontecer de la cosas
de la vida.
50
identidad implica no pocas complicaciones a nivel
político, algo que ha hecho, como ya adelantamos,
que las llamadas perspectivas postmodernas sean
duramente criticadas desde el pensamiento de corte
ilustrado, que opta por hacer crítica de estas nociones
sin eliminarlas. Es entonces cuando, a nuestro juicio,
se produce una situación complicada: la necesidad de
escoger entre lo que parece aceptable filosóficamente
y lo que resulta operativo políticamente. Por ejemplo,
en el feminismo… Es una de las situaciones en que
la visión ch’ixi llama a la puerta: se hace necesario
cabalgar las contradicciones, convivir con ellas.
La alternativa en la singularidad
51
uso no de una teoría del sujeto cognoscente —el
que se caracteriza por el conocimiento— sino de
la práctica discursiva —cómo nos expresamos—
y emplear, cuando se hace necesario, no tanto la
identidad como la identificación —que no es algo
estable ni definitivo sino contingente y siempre
producto de la negociación— que hace posible,
por ejemplo, la articulación, el trabajo contextual
de grupos que coinciden en sus objetivos en
un contexto determinado, y que fraguan su
trabajo conjunto en base a la misma práctica,
sin necesidad de establecer una identidad común
previa pero que definen una especie de identidad
transitoria que resulta operativa a efectos de lo que
se esté trabajando, por lo que se esté luchando.
Algo, por cierto, que hemos visto mucho en las
luchas comunes sobre todo tras el 15M, cuando
aprendimos a trabajar sin obsesionarnos por el
quién, más centradas en el cómo. Y es que, pese
a las críticas recogidas en el apartado anterior, en
ocasiones necesitamos entendernos en términos de
cierta identidad. Tengamos en cuenta que nada de
lo que aquí se plantea conviene que sea enfocado
desde el fundamentalismo.
52
impuestos, que un pueblo con una historia y una
ascendencia compartidas tiene en común»27. En
adelante, la noción llevará implícito el reconocimiento
de la imposibilidad de unificación y el hecho de que
las identidades son construidas de pluralidad y a
menudo incluyen discursos, prácticas y posiciones
antagónicas. Se construyen a través de la diferencia
y no al margen de ella, sólo pueden producirse a
través de la relación con lo otro. Exigen, así, lo que
Cusicanqui llama mirada ch’ixi, la capacidad de
cabalgar las contradicciones, algo que si se piensa
bien coincide bastante con nuestra experiencia
cotidiana: no existimos de una manera unificada y
nuestra identidad, ya sea personal o colectiva, no
es algo primitivo, anterior a lo vivido o las luchas,
sino resultado del propio existir —«Caminante no
hay camino, se hace camino al andar», en lenguaje
machadiano—. Sujetas a una historización radical y
en un constante cambio, las identidades individuales
y colectivas son ya bastante menos idénticas, y el
sujeto no sólo está menos sujeto, sino que no es ya
fundamento, sobre todo cuando estamos aprendiendo
a vivir y hacer política sin someter la práctica a la
tiranía de una teoría entendida como abstracción
deshistorizante o paradigma racional que gobierne de
los procesos desde afuera.
53
necesitamos de una categoría que haga el trabajo de ese
subiectum, de ese sujeto sujetado, esa identidad, ese
ego que es presupuesto y fundamento, pero teniendo
en cuenta el carácter nocivo de la noción y asumiendo
los desplazamientos en nuestra autopercepción y
nuestro pensamiento ya mencionados. Propone,
como ya anunciamos, que después del sujeto, llegue
el/la/le cualquiera, cada cual, el anónimo, nadie…
la singularidad. Una noción que hace las funciones
necesarias para nombrarnos, pero con una carga
semántica bien distinta.
54
presencia de otros hacia los cuales dirijo mi certeza
y quienes pueden confirmarla: ego sum implica ego
cum, exposición, cuerpo a cuerpo, coestar, coexistir.
55
Una existencia sin adjetivar, ajena a la pulsión
identitaria, probablemente mucho más humilde, más
consciente de la finitud, porque lo que llamamos
«sujeto» en la tradición metafísica muestra una
necesidad de establecer un centro, un fundamento,
una instancia de universalidad extraída de la
intimidad con uno mismo que de lugar a la ilusión
de estabilidad, permanencia y cohesión… de la
identidad con la que hemos operado constantemente
en el pensamiento. De ahí el reto apasionante de
pensar y vivir de otra manera, siendo una humilde
y libre singularidad que no aspira obsesivamente a
la identidad ni la exige al resto.
56
de toda identidad, el «cualsea», como todo ser de las
cosas, es «divino», es objeto de reverencia, de asom-
bro ante el mundo. Entusiasmémonos con la realidad,
alucinemos con el milagro de que cada cual, en su
singularidad inesencial y expuesta al mundo, sea lo
que es, como es, y convirtamos esto en un hábito, un
modo de habitar, un ethos:
57
esa es su potencia, es capaz de la propia impotencia.
Qué riqueza, qué lujo es poder decir no a la identi-
dad, por ejemplo. Y este «cualsea», que ya no tiene
que realizar esencias ni vocaciones, tiene como tarea
ética «el simple hecho de la propia existencia como
posibilidad y potencia»31, exponer de todos los modos
posibles su ser amorfo, carente de determinaciones,
ya no acto de potencia alguna. Agamben encuentra
una oportunidad para el ser humano en la posibili-
dad de que se adhiera a la impropiedad como tal, en
que la desposesión de sí lo lleve a realizarse como
una singularidad sin identidad, común, común y co-
rriente, dejando atrás la realización en esta o aquella
identidad biográfica para pasar a ser «su exterioridad
singular y su rostro», con lo que, a su juicio, «la hu-
manidad accedería por primera vez a un comunidad
sin presupuestos y sin sujetos, a una comunicación
que no conocería más lo incomunicable»32.
58
el átomo, lo indivisible, el resultado abstracto de
una descomposición. La singularidad plural es el
resto del sujeto, lo que impide la totalización, lo
que niega la sujeción y el cierre en sí mismo, lo que
no se pretende fundamento, lo que no enfrenta la
realidad considerándola objeto, sino que se inserta
en la contigüidad con otros cuerpos. Somos nosotres,
finitas y expuestas al mundo.
59
«la» Bondad— y la defiende en debates en los que el
consenso es obligatorio constituyendo, en realidad,
«polémicas» —de polemós, «guerra», como recuerda
Foucault33 — que se cobran derrotas y no diálogos
que admitan la pluralidad de sentidos, todo ello
en el empeño por un consenso a menudo labrado
con golpes de fuerza o mayorías. El monoteísmo
recela de toda desviación del pensamiento de lo
Uno o, en todo caso, lo integra como marginal o
insólito, escondiendo lo que Nietzsche denuncia
como «voluntad de verdad»: detrás de su afán de
hegemonía está la guerra por imponer una sola forma
de verdad trascendente que descarte todo aquello
que pueda contrariarla. Esta actitud monoteísta
implica dicotomías con afán de resolución dialéctica
o, cuando menos, de jerarquía y lo lleva mal para
pensar singularidades —que probablemente le
parezcan «bobadas postmodernas»— y mucho peor
para tratar de pensar la relación.
60
entender los sentidos, así, en plural. Es el discurso
de la impotencia, que, equivocadamente, pretende
que nada puede argumentarse ante las injusticias, la
desigualdad, la corrupción, la contaminación cuando
falla «la» Verdad, cuando falla «el» Sentido. Es la
actitud de quien se exaspera por poner algo en el lugar
del Dios muerto y recurre, demasiado a menudo, al
arte o a la ética como refugios que tienden a provocar
el encierro en uno mismo, negando la exposición, la de
estetas, cínicos y otros adalides del postmodernismo,
pero como lógica cultural del capitalismo avanzado.
61
denomina Metafísica, esto es, el pensamiento de
la sustancia y el sujeto que convierte el ser en cosa:
algo atrapable, dominable, cognoscible, previsible…
que se expresa en una verdad con mayúsculas. Hay
que atreverse, proponemos, a pensar sin categorías
tranquilizadoras que permitan apropiarse de lo que se
piensa, objetualizarlo, convertirlo en algo disponible,
usable, equiparable —apropiable para el capitalismo—.
Pensar desde los sentidos, que son plurales, y menos
desde «la» Verdad monolítica… sin renunciar a las
verdades, desde luego diferentes de las mentiras.
62
La existencia es, tiene lugar singularmente, en la
exposición, en el cuerpo con cuerpo —personas,
cosas, plantas, animales, signos…—, en el acuer-
parse, en el con-tacto, en la afectabilidad, por lo
que el sentido se da en la exterioridad y, más espe-
cíficamente, en la corporalidad. El sujeto ya no es
el sitio o fuente del sentido, sino que el sentido es
exteriorizado y su origen es el ser-en-común entre
los cuerpos. La comparecencia, la coexistencia, el
co-estar, son modos de expresar el éxtasis cotidia-
no, la magia de lo material, de lo real. No hay un
ser trascendente ni una verdad ni un principio o
simplicidad absolutas más allá de lo que existe: al
principio de todo está la relación, el movimiento
de relacionarse, que no es nada —insistimos: no
es una sustancia, no es algo atrapable, no se puede
dominar— y es todo.
63
El pensamiento se asoma a un nuevo reto, a la
aventura maravillosa de mirar el mundo de otra
manera, una que se siente más que se ve. La
realidad implica una pluralidad singular, una
singularidad plural que exige pensar esa nada
que es la relación para hacer justicia a los valores
de la tierra, que decía Nietzsche. No se trata de
pensar lo común desde nuestro ser «sujetos», como
un sujeto más, colectivo; se trata de ser sensibles
al entre, de prestarle atención. Esto supone
primar la sensibilidad sobre esa abstracción que
es la identidad. También abandonar la posición de
sujetos soberanos, de sujetos como presupuesto, de
mi yo y el tuyo y el tuyo como fundamento de
lo común: transitar el estar expuestos, cuerpo a
cuerpo, en la fragilidad de nuestras singularidades,
y transitar el con que nos con-forma. Prestar, pues,
más atención a lo que nos rodea, a lo que Nancy
denomina «arealidad», el área de nuestro existir,
lo que nos constituye, y menos a la identidad, la
nuestra y la del grupo. Tal vez sea considerarnos
presupuesto y fundamento lo que nos lleva a
imponer un proyecto abstracto que fracasa una y
otra y otra vez, tratando de domar lo que está,
de hecho, ocurriendo, siguiendo con la tradición
dominadora, técnica, y obviando las potencias de lo
que nos rodea con bastante falta de tacto, de con-
tacto. Tal vez, también, estemos obsesionadas por
estar sujetas, guardar la coherencia, mostrar una
identidad… que nos cuesta dios y ayuda mantener,
que no permite la contradicción, que exige constante
reafirmación mediante la autopublicidad que nos
hacemos en las redes sociales, en los artículos que
leemos, escribimos o recomendamos leer, en lo que
64
opinamos en las reuniones con otras personas...
Tal vez entre fotos de pies en vacaciones y de las
páginas de libros que nos leemos y los platos que
comemos en Facebook, en la exhibición de un ser
redondo estemos perdiendo de vista lo común, a
saber, la existencia, tan singular, tan humilde y a
la vez tan grande, ¡todo!
65
sino la capacidad práctica de operar a
través de ellas, de moverse en ellas, de
establecerlas o truncarlas36.
66
acceder a un universo tan rico como diverso, con
ejercitar la inteligencia y el respeto. En una charla
titulada «Sabidurías Ancestrales y Descolonización»,
durante el XXVIII Encuentro de Teología y Pastoral
Andina celebrado en Chucuito (Puno, Ecuador)
en 201838, Lajo explica a un público diverso en qué
consiste la descolonización del saber. Le cuenta a este
público que tiene que haber una diferencia entre el
pensamiento occidental y el andino y que él quiere
plantearla, investigarla. Comienza por Parménides,
el pensador con el que nace ese gesto que llamamos
Filosofía Occidental, cuando, por indicación de la
diosa, descubre la verdad, la aletheia, y que ser y
pensar son lo mismo. A Lajo no le convence que la
única manera de acceder al ser sea la razón, tal como
le dice la diosa a Parménides, y considera que es
más apropiado hablar de senti-pensar, noción que
tiene su propio término en su lengua materna, la
lengua del pueblo puquina —ancestro del quechua
y el aymara— y que, reconoce, es una manera
de entender el acceso al mundo que pensadores y
pensadoras occidentales comienzan a tener en cuenta
—en referencia al pensamiento contemporáneo—. En
las culturas andinas, destaca, para actuar bien hay
que pensar bien y sentir bien, todo ha de ir «parejo».
67
de que el ser es y el no ser no es. Conoce, como
filósofo, el pensamiento occidental, a la vez que,
por ser indígena, sabe de sus desastrosos efectos
colonizadores y coloniales y le parece importante
destacar que Aristóteles fue tutor de Alejandro
Magno, alguien que se propuso conquistar el mundo.
El arma que el filósofo le pone en las manos al
conquistador, explica, «es fuerte»: «Si el ser es y el
no ser no es, aquellos que se encuentre Alejandro
que no coincidan con el ser griego —que no depende
de la sangre sino de la cultura griega— deberán ser
considerados no-ser, luego deberán ser dominados»,
explica al público. Y si insisten en no ser lo que
Alejandro es, en no ser como él, entonces tendrá que
matarlos, explica Lajo, imaginando la escena entre
el conquistador y su tutor filósofo.
68
clave de comunidades o culturas. El ser sería el griego
adulto y varón, culturizado, excluyendo a las mujeres
y los no culturizados —esclavos, extranjeros…— en
la cultura griega.
69
esta cosmovisión ni término ni símbolo que aluda a
algo similar. De existir alguna idea parecida, señala,
«sería subsidiaria a la idea de «relación», o siendo más
preciso, a la idea de «vínculo», puesto que el vínculo
es co-existente con la idea del «par»»40. Se trata,
pues, de una cosmología relacional y paritaria, que
se contempla desde los mitos fundacionales, como
en la leyenda de Manco Qhapaq y Mama Ocllo
saliendo juntos del Titicaca, como la Pakarina o
fuente primordial de la cultura ancestral. Asimismo,
refleja la paridad, la pareja Ilawi o Idolo de Puquina
de Ilave, que representa un varón mirando al saliente
y una mujer mirando al poniente, ambos envueltos
o amarrados por serpientes, «pareados», símbolo de
lo que Lajo denomina «vincularidad» varón-mujer
y también humanos-naturaleza, solidaria de la idea
de chacha-warmi, el principio de dualidad y de lo
complementario. En el mundo andino todo es par o
se da por parejas, y lo que se presenta como impar
—o ch’ulla en Puquina— existe sólo en apariencia
y transitoriamente. El Runa Simi, el idioma usado
por millones de indígenas peruanos, está plagado
de paridades, a pesar de la decodificación cristiana
de los idiomas quechua, aymara y puquina. ¿En
qué consiste la verdad en esta cosmogonía andina?
Lajo la considera sintetizada en el pensamiento de
que «la verdad es la vida, hija del yanantinkuy de
los dos cosmos, cuyo vínculo la produce y que nos
permite la conciencia del existir»41.
70
Acompaña todo su pensamiento de un estudio
el gran desarrollo científico astronómico andino,
con importantes repercusiones simbólicas que no
es este lugar para explicar, pero que muestra una
civilización preocupada desde siempre también por los
pachakutis, los «volteos», los cataclismos, el cambio,
y que hoy investiga como herramienta práctica y
teórica de un «sistema de vínculo» para mantener el
equilibrio del hombre con la mujer —algo que ha de
ser pensadosin ligazón a los cuerpos para no resultar
excluyente con otres— y de estos con el mundo y la
vida, la existencia. El filósofo peruano trabaja en la
posibilidad de recuperar un «orden andino», que sea
en sí mismo el equilibrio del mundo y de la existencia,
sintetizado en el principio del Allin Kausay o Suma
Gamaña, esto es, el «Vivir Bien» o «Buen Vivir».
71
ecuatoriana), en la tradición maya de Guatemala y
Chiapas (México), entre los Gunas (Panamá)…
72
de Santiago López Petit42 . Una polética o polírica
liberadas de identidad que nos hagan pasar de la
impotencia al impoder, que sea una apuesta por
querer vivir, en toda su extensión.
73
la gente tiende a respetarlo. ¿Será verdad? ¿Cómo
seremos desnudos de determinaciones? Hablando
con este escritor anónimo llegamos a la conclusión
—efímera— de que este tipo de experiencia pudiera
ser un lujo de los pobres, más capaces de hacerse
nadie. Y es que, cuando no se tiene ya nada que
perder, o menos, es más sencillo problematizar la
existencia radicalmente. Son lo que López Petit llama
«espacios del anonimato», «la intemperie donde la
experimentación se hace posible» y donde «el querer
vivir se hace desafío». Bienaventurados los pobres y
precarias —dicho sea con orgullo de clase— por la
capacidad de acabar con el capitalismo. Cada una
de nosotras puede decidir dejar de formar parte de
la civilización de la equivalencia total, donde todo es
tan igual como indiferente, en la que todos estamos
sujetos a una misma medida, el dinero, y optar por el
Buen Vivir y por hacer justicia a nuestra existencia,
a nuestro ser-juntos, seres humanos, signos, zapatos,
animales, ordenadores y piedras. Se trata, entonces,
de quitarle a «la» Política y al Estado —con toda
su ralea de secuaces: de periodistas a coach y
psicólogos— la prerrogativa sobre los fines del ser
humano y entregarla a «lo» político de la existencia
común y singular, singular plural.
74
Lo común sentido, sensible
75
Es tan revolucionario como nutricio para nuestras
vidas afirmar algo tan simple como es el hecho de
que la existencia es en común y sólo en común. Nada
de individuos: no hay yo sin tú, nadie es ni constata
su ser si no puede sentirse incluido en algún nosotros/
as/es. Pese al individualismo a la base de nuestro
acervo filosófico, la cuestión de la comunidad lleva
casi medio siglo ocupando con especial intensidad a
un pensamiento occidental que ya no acepta reducirla
a las dimensiones del individuo o el sujeto, ya sea por
el lado liberal o por el comunitarista, y que surge en
buena parte de la crítica al totalitarismo cuando era
algo relativamente reciente, por lo que es un asunto
especialmente interesante hoy, con la extrema derecha
en pleno auge. Se trata de un trabajo de investigación
—a veces repartido, otras compartido— que quiere
pensar nuestra existencia en común, lo que, como
apunta Nancy, equivale a pensar nuestra existencia
«a secas» porque, como hemos visto, existir es ser
en común.
76
anhelos a la comunidad, una comunidad homogénea
y sustantiva, un supersujeto.
77
pues correría así el riesgo de perder su propia esencia:
debe consagrarse, más bien, a la deconstrucción, a
la desestabilización, a la apertura y no al cierre, a la
rebeldía y no al dominio.
78
plazca: de abajo a arriba, de atrás hacia delante, o
al revés, por fragmentos, por épocas o por impulsos…
con la Verdad —con mayúsculas— ha muerto la
Obra —idem— y somos libres para disfrutar, sobre
todo pensando lo leído, sea lo que sea.
79
esta obra fundamental en lo que cabría denominar
su primera etapa, repasa las estructuras del Dasein,
del existente abierto al mundo —bien diferente del
«sujeto»—, relacionadas con el «estar-en-el-mundo»:
el coestar (Mitsein) y la coexistencia (Mitdasein).
Nuestro existencial —y no cabe aquí decir
«esencial»— estar-en-el-mundo (In-der-Welt-sein)
es el hecho que desmonta la hipótesis de un sujeto
independiente y separado, puesto enfrente, y apunta al
ser como co-estar, caracterizando la existencia como
«conal» si es que pudiéramos adjetivar el «con»43. El
Dasein comparece siempre intramundanamente, en
el mundo, nunca aislado: si está aislado, si notamos el
aislamiento, la carencia puntual de mundo, es porque
su coestar en el mundo es anterior.
80
interrupción de la cotidianidad, cuando nos paramos
a pensarlos, a asombrarnos ante ellos. El mundo
engloba todo aquello que nos concierne: objetos,
hechos, sucesos, aconteceres, acciones, procesos…
Es lo que habitamos y cómo lo habitamos, estando
siempre referidos a, volcados a, abiertos a. Y, en ese
mundo, ante todo tenemos relaciones de cotidianidad
con las cosas, relaciones en las que ni siquiera
nos preguntamos por ellas, pues directamente las
usamos, aunque cuando dejamos de hacerlo, cuando
ya no son para nosotros un objeto de uso y nos
ponemos a mirarlas, a interrogarnos por ellas, se
nos muestran en su significatividad. Hay, pues, cosas
que están a la mano y usamos, pero las mismas
cosas pueden estar ante los ojos, en cuyo caso nos
dedicamos a contemplarlas, que ya es otro asunto, y
aparte están los otros Dasein, que nos remueven de
una manera particular.
81
otro que esté fácticamente ahí porque nos determina
el propio coestar, no la ausencia o la presencia. El
Dasein es ser ahí, no en sí… está volcado al ahí,
expuesto. Por eso, no hay un «yo y los otros/as/es»
como si «los otros/as/es» fueran los demás fuera de
mí, sino que ya están ontológicamente implicados en
mi existencia. La manera de encontrarse del Dasein
consiste, justamente, en dejar de mirar su ombligo y
entenderse en su quehacer en el mundo circundante,
que incluye a otros Dasein. Heidegger rechaza
así las nociones tradicionales de «yo», «sujeto»
y «conciencia» entendidas como algo cerrado y
autónomo. El Dasein, al ser «ahí», existe en una
espacialidad ontológica que implica algo así como una
expropiación esencial: la de estar siempre concernido
por, en referencia a. Y esta «espacialidad existencial»,
este estar en medio del mundo no en dirección a sí
sino alejándose de sí, esta mundaneidad, hace que el
Dasein exista en referencia y no sólo en referencia a
otros Dasein, sino también a las cosas, a todo lo que
le concierne, dado que es apertura a la otredad. En
adelante, todo será relación, copertenencia, de Dasein
y ser, del ser y el espacio- tiempo, del lenguaje y el ser
humano, de la humanidad de lo humano … Relación
y no sustancia en el centro, relación constitutiva, sin
polo privilegiado, sin asidero.
82
Rectorado, el pronunciamiento nazi y absolutamente
prometeico sobre el que después mantendrá un
silencio sepulcral. La cosa es que, llegando los años
40, Heidegger deja atrás el proyecto de ontología
fundamental de Ser y Tiempo y la analítica del
Dasein y se dedica a fondo a la investigación del ser.
El ser es esa obsesión de muchas y muchos filósofos/
as a la que se consagra la disciplina llamada
ontología, la investigación que trata de explicar
por qué hay algo y no nada, la maravilla de la
existencia. Hará entonces Heidegger un esfuerzo por
pensar este que es uno de los asuntos esenciales del
pensamiento occidental que, a su juicio, no se había
pensado correctamente, pues siempre se obvió que es
en sí mismo relación —en su caso, dirá que espacio-
tiempo—. Se abrirá aquí una interesantísima etapa
en la que, por ejemplo, aparece su crítica constante
de la Gestell, de la época de la tecnología, la época
del pensamiento como dominio, en la que vemos un
Heidegger dedicado al pensamiento del habitar, una
suerte de ecología ontológica, y su «pensar», que
en adelante llama así y no «filosofía» —El final de
la filosofía y el comienzo de la tarea del pensar,
titula una de sus conferencias—, va a luchar por
ir más allá de la representación y del cálculo, del
proceder anticipador, del sentar sobre seguro, de la
objetivación dominadora científica y de la semántica
de lo propio bajo el imperativo de la utilidad que
caracteriza la metafísica de la sustancia y el sujeto.
Heidegger abre, con todo ello, un mundo nuevo a la
reflexión filosófica radical poniendo en el centro la
relación y abriendo la posibilidad de ir más allá del
mero pensar cosas, entidades atrapables.
83
Trabajará desde entonces en el pensamiento del
ser en cuanto ser, de lo que denomina la diferencia
ontológica, distinguiendo el propio ser del ser de
los entes, la presencia en sí misma de lo presente,
contra la ontificación del ser —tratar al ser como una
cosa— efectuada una y otra vez por la metafísica
—y su lengua y su gramática— y su afán de dominio
paralelo al olvido de la diferencia, una reflexión en
pugna con el afán de seguridad y dominio que lleva
a buscar atrapar la totalidad de lo óntico, de lo que
existe, bajo un fundamento.
44 Op. cit., 39
84
En la conferencia Tiempo y Ser, que como vemos
invierte los términos del título anterior, la realidad
será pensada desde Ereignis, lo que podría traducirse
como «el acontecer (des)apropiador», que caracteriza
el ser. El mundo entendido como pluralidad
ontológica se desvelará en su darse en el espacio-
tiempo, en una verdad entendida como desocultarse
—que corresponde con el término griego para la
verdad, aletheia— aunque sólo posible gracias a
que existe también el ocultamiento. En este juego de
ocultamiento y desocultamiento emergerá la inmensa
riqueza de lo real, con sus plurales caras, y al ser
humano le caracterizará la capacidad de cuidar el
ser gracias al lenguaje, pero no entendido éste como
expresión o comunicación, no como instrumento,
sino como «advenimiento del ser mismo, que aclara
y oculta»45. Con el lenguaje, traemos al mundo el
ser, desocultamos el advenir del acontecimiento que
es, por resumir, la existencia, pero sólo gracias a un
remitirse entre el ser humano y el ser que se obra
en el lenguaje y no mediante el lenguaje. Por ello,
el lenguaje no es más un mero instrumento, sino la
«casa del ser» en la que habita el hombre, su ethos,
su morada. No poseemos el lenguaje, no somos sus
dueños: nos excede y sobrepasa.
85
convirtiendo todo ente en objeto-para-el-consumo, en
un presente entendido como «ahora», despiadado con
el pasado y el futuro y sus remitencias —«éxtasis»—
recíprocas, con el que también es necesario romper.
La noción de tiempo que va ligada a Ereignis es, por
cierto, una apertura a la ecología en sentido amplio,
a la responsabilidad ante presente, pasado y futuro,
y la superación de la metafísica tradicional pasa por
abandonar el concepto vulgar de tiempo que se basa
en la ousía, en la primacía de lo presente, del ahora
como elemento constitutivo de la temporalidad. No
todo estar presente, que es atañer, concernir, concurrir,
dirá Heidegger, es en el tiempo presente como ahora.
La unidad del tiempo auténtico viene determinada por
lo que denomina la cuarta dimensión, que mantiene
presente, pasado y futuro separados y a la vez juntos
en la cercanía del ser. En todo esto reside, por cierto,
para este autor la humanitas, la dignidad del ser
humano: devolverle a la realidad un misterio que se
despliega en el ser-tiempo, ser acogedores con él.
86
del habitar en un mundo al que se le reconoce ser,
sentidas porque se reconoce al mundo el encanto, el
misterio, tras ser desontificado, transido de la verdad
del ser, del Ereignis que conecta pasado, presente y
futuro.
87
desobrada (1986), que su trabajo sobre la comunidad
es una tarea siempre en construcción y, de hecho,
marca toda su obra, aún en marcha. Su reflexión se
inicia con esta obra y continúa en La comparecencia
(1991), en Ser singular plural (1996), La comunidad
enfrentada/afrontada (2001) y La comunidad
descalificada (2014), aunque son muchos más los
trabajos dedicados al con, al entre, a la nada de
la relación y al comunismo, y no precisamente al
zombie.
88
El sentido, que no la verdad, consiste, como ya hemos
apuntado, en relación, es posible por la comunidad,
es una remisión de un lugar a otro, de una presencia
a otra/s, algo que no es más válido en el caso del
ser humano que en el de la piedra, el zapato, el
signo o el animal. Sólo con el concurso de la piedra,
el zapato, el animal, el signo, el ser humano hace
mundo. Y la piedra hace mundo también, porque
hacer mundo, hacer sentido, no es algo que surja
de la interioridad humana sino de la multiplicidad,
de la comunidad, del número y de la exposición
y del espaciamiento, de la yuxtaposición y de la
disposición. «Sientan cómo circula el sentido entre
las cosas» parece decirnos su ontología.
89
animal y ser humano, donde la primera no hace
mundo, el segundo es pobre o escaso de mundo y
el tercero, el ser humano, configura mundo. Nancy
afirma que el sentido de «ser» no puede limitarse al
sentido del existir humano, sino que se trata, más
bien, de entender el misterio de la simple posición
de lo ente en lo real, ¡nada menos que el hecho de
que lo que existe, exista! Esta «tópica existencial»
nancyana, su descripción de la existencia, pone el
acento en el espaciamiento entre entes y no tanto
en el acceso a ellos —el conocimiento— tratando
de evitar el excesivo protagonismo dado aún por
Heidegger, tal vez incluso a su pesar, al conocimiento,
lo cual le hace pecar de subjetivista y dejar fuera de
la coexistencia a los entes que no son Dasein.
90
Nancy nos advierte del peligro de la política que
pretende ocupar el ser en común, que lo trata de
hacer pleno: el totalitarismo, al que denomina
inmanentismo, que consiste en la anulación de toda
trascendencia, de todo salir de uno mismo, porque
es un regodeo en lo propio, en la mismidad. Con
«inmanentismo» se refiere, así, a ese modo de enfocar
al ser humano —y la comunidad— centrado en sí,
productor de sí mismo, ser absoluto, distinguido
por la autarquía… olvidando el éxtasis, olvidando
la trasinmanencia, olvidando que la comunidad no
es un objeto que se convierta en sujeto sino aquello
que tiene lugar a través del otro y para el otro,
caracterizada por la finitud y la contingencia, y por
la fragilidad.
91
las cosas son cuerpos» y es justamente este rasgo
trascendental de la singularidad el que la expone y
compromete con las/les/los otres: el cuerpo. Pero la
comunidad, el ser-con, es nada, no es una cosa.
92
totalizadora, totalitaria— propia de la irritación o
exasperación que provoca el afán de reducir todo a
lo idéntico, del totalitarismo.
93
Por lo común debemos entender a la vez lo banal,
es decir, elemento de una igualdad primordial
e irreductible a cualquier efecto de distinción,
y —sin que puede ser distinguible de ello— lo
compartido, es decir, lo que no tiene lugar sino
en la relación, a través de la relación y como
relación: en consecuencia, lo que no se reduce a
un «ser» ni a una «unidad». Eso, por tanto, que
no se puede siquiera plantear como algo singular
—«la relación»— sin hacer que se despierte el
ruidoso enjambre de sus plurales.49
94
seamos sujetos individuales y cerrados sobre sí en la
medida en que el «con» interrumpe la identidad, en
que el «entre» nos atraviesa alterándonos, definiendo
así la existencia. Por eso, advierte, la communitas
expone al sujeto al riesgo más extremo: el de perder,
junto con su propia individualidad, los límites que
garantizan su intangibilidad por parte del otro. De
ahí que exista su doble inverso, la inmunitas, que nos
libera de exponernos, pero en el exceso también nos
sustrae existencia.
95
Munus viene de la raíz indoeuropea mei- que significa
cambio, intercambio, a la que se suma el sufijo nes que
aporta un carácter de deber50, de lo que resulta que
96
se refiere a algo así como un «intercambio debido»,
producto de una deuda. Se trata de un tipo concreto
de don que obliga a un cambio, a una reciprocidad
y, por tanto, genera obligación. De hecho, el inmunis
es el ingrato, el que no atiende a este deber que
genera el munus. Un ejemplo del munus investigado
aparece en Roma, en Festo, cuando se habla de que
los privilegiados tenían que hacer gastos en juegos y
fiestas para agradecer su situación ventajosa: tenían
ese munus, ese deber de obligada reciprocidad.
97
personas unidas no por un más que suma identidad
sino por un menos que horada su identidad, una
deuda con el otro/a/e por quien una es «afectada», a
diferencia de quien está «exento» o «eximido», quien
es inmune: por ejemplo, el individuo del contrato
social que puede encerrarse en lo privado parapetado
en sus derechos a los que corresponden deberes
prefijados, estereotipados… que eximen de la atención
singular al otro singular. El sentido originario de
communitas es, por tanto, estar com-prometido por
esa expropiación de la subjetividad que vincula al
otro/a/e. No reafirma al sujeto, sino que lo descentra,
lo fuerza a salir de sí mismo. No es precisamente la
pertenencia la clave, sino un común no pertenecerse.
No es un cuerpo o una fusión de individuos de la que
resulta un individuo más grande, ni un lazo colectivo
que conecta individuos previamente separados
confirmando su identidad inicial. No es un modo de
ser o de hacer del sujeto individual, sino justamente
la exposición que interrumpe el cierre sobre sí de la
singularidad.
98
apuntado antes, que esto tiene mucho de amenaza,
que amenaza al sujeto y hasta a la subsistencia,
que es apertura al peligro de la convivencia y
en la convivencia: implica todo eso que nos con-
mueve, que resta sujeción al sujeto, que nos saca
de nuestra pretendida fortaleza de la individualidad.
En resumen, la comunidad, y en esto insisten tanto
Nancy como Esposito, es nada —no es «una cosa»—,
la nada de la relación, el movimiento expropiatorio
del sujeto ya no tan sujeto, de la singularidad,
diríamos tras lo apuntado en el capítulo anterior.
99
Si se le dice a alguien que sea capaz de
escuchar: «Lo que usted me hace no es
justo», es posible tocar y despertar en su
fuente la atención y el amor. No sucede
lo mismo con palabras como: «Tengo el
derecho de...», «Usted no tiene el derecho
de...»; éstas encierran una guerra latente y
despiertan un espíritu de guerra. La noción
de derecho, puesta al centro de los conflictos
sociales, convierte en imposibilidad, de
una parte, como de la otra, todo matiz de
caridad.51
100
que parte de su individualidad cerrada, absoluta,
preeminente, y lanza la exigencia al otro de que esta
sea reconocida.
101
social, que dispensa de la relación y su amenaza
de expropiación y exposición, y que endiosa la
individualidad y la identidad. Los ciudadanos
pasan a tener, ante todo, derechos y deberes, y
sus relaciones con los demás estarán pautadas,
lo que evita una atención a lo que Emmanuel
Lèvinas denominaría «el rostro del otro», a las
demandas concretas y singulares, sensibles, de la
alteridad. Esto hay que hacer y esto no: apenas
hay decisión —que para serlo, diría Derrida, ha
de ser indecidible: de lo contrario, no es decisión
sino mera aplicación de una regla—. Por ello, en
toda la época moderna, con el individualismo, la
preeminencia de la inmunitas, —un impulso, por
otro lado, necesario— llega al borde de aniquilar
la communitas, ya que la desocialización es la
apuesta inmunitaria prevalente, vehiculada en
dispositivos de todo tipo: política, economía,
derecho, antropología, medicina… En general,
todos ellos, en principio para conservar la vida
común, la suprimen, quedando una comunidad sin
vínculos, un simulacro de comunidad, una mera
yuxtaposición de individuos.
102
al estilo de las enfermedades autoinmunes, que
en el campo político serían la pérdida de libertad
de las personas y de soberanía de los Estados, en
la época de máxima proliferación de fronteras y
del renovado impulso de los discursos xenófobos.
Los comunitarismos y patriotismos actuales que
entienden la comunidad como una cosa, una
sustancia o como vínculo basado en una sustancia
—la lengua, las tradiciones, etc. como ya hemos
comentado, además aquí cabe de nuevo debatir si
la patria, la matria, la fratria, o incluso ciertas
formas de entender la manada, la banda, el
colectivo, etcétera no tienen un sospechoso aire
de familia— generan una inmunitas que rechaza
lo otro excluyéndolo. Son espacios de pureza
contrarios a la acepción primitiva de communis, de
común, que es también lo «vulgar», lo «popular»
y lo «impuro». Y el elemento mestizo resulta
intolerable tanto al sentido común como al discurso
filosófico-político cuando se proponen indagar en el
«fundamento esencial», cuando se empeñan en la
búsqueda de la mitología del origen. Al fondo, todo
recto, la extrema derecha.
103
inmunitas es un derrideano pharmakón 52 , a la
vez un veneno y un remedio.
104
tipo de riesgo o contaminación y las metáforas gue-
rreras han preñado las explicaciones de la mayoría de
los planteamientos inmunológicos. En tal registro, se
entiende la relación entre el yo y el otro en términos
de una recíproca aniquilación: como ocurre en el anti-
biótico, que como una bomba nuclear acaba con todo
lo que encuentra a su alrededor o, en el paroxismo
de este impulso auto-aniquilador, las enfermedades
autoinmunes, que suponen que el sistema inmunitario
se vuelva contra sí mismo provocando fallos críticos
en el organismo.
105
sible mediador, más que como un sistema de control
central o como un departamento de defensa armado.
106
madre, es decir, no se trata de un sistema protector
de entrada, no suprime toda reacción de la madre
—anulándola—, sino que hace que exista un reconoci-
miento materno precisamente de ese otro y que se dé
una primera reacción que permite fabricar los factores
placentarios. «La diferencia entre el «sí misma» y el
otro es, por decir así, continuamente negociada»56, ex-
plica Rouch: la madre acepta el embrión en su calidad
de otro y, ni lo rechaza completamente, ni lo acepta
incondicionalmente. Resume Irigaray: «La economía
placentaria es, pues, una economía ordenada, no de
fusión, respetuosa del uno y del otro»57. Una visión
que difiere considerablemente de las habituales, que
plantean bien una especie de anulación de la madre,
bien al bebé como prolongación de la misma, no como
un ser independiente.
107
embarazos, como hemos visto— y no es una simple
ausencia de respuesta sino una respuesta en sí mis-
ma: el reconocimiento es lo que implica no producir
anticuerpos. Entender la tolerancia como parte del
sistema inmunitario, claro, es bien distinto a conside-
rarla una «brecha» en el mismo, una no-inmunidad
y, desde luego, tiene no pocas consecuencias para
nuestra comprensión de la inmunitas y su relación
con la communitas. La negociación, la tolerancia,
complejiza las fronteras, las agujerea. El sujeto puede
ser interpretado como todo o como nada: «Si toda
alteridad es referida al yo, esto también quiere decir
que el yo siempre, y constitutivamente, está alterado.
E incluso que coincide con su propia alteración»58.
El sistema inmunitario obliga al yo a una constante
redefinición, lo expone a la alteridad, no es una mera
barrera de exclusión. Y el cuerpo resulta ser, así,
constitutivamente permeable al exterior, en absolu-
to algo hecho, cerrado. En definitiva, «lo otro es la
forma que adquiere el sí mismo allí donde lo interior
se cruza con lo exterior, lo propio con lo ajeno, lo
inmune con lo común»59.
108
cómo se da en nuestros colectivos vitales, si virtuoso
o excluyente. Si vivimos conforme a la exposición
nancyana, si atendemos al munus de Esposito, o si
intentamos convertir la comunidad en una cosa, en
un sujeto, y nos parapetamos en derechos contrac-
tuales que nos distancian de la otredad, convirtién-
donos en inhóspitos más que en seres acogedores,
hospitalarios. Si vivimos los vínculos o corremos el
riesgo de cancelarlos en nuestro afán de producirlos y
atarlos contractualmente. Dice Fernand Deligny, en
Lo arácnido, que «la red no es una solución sino un
fenómeno constante, una necesidad vital»: ¿Construi-
mos nuestra/s red/es, la/s habitamos, ni una cosa ni
la otra o parte de las dos?
109
Lo común insensible y los
peligros del activismo identitario
Alvaro Bianchi
111
A nuestro juicio, y esta es una de las hipótesis
y/o perplejidades que guían este ensayo, asumir
la densidad ontológica que posee una condición
existencial —la nuestra— ligada a lo común hace
recomendable preguntarnos si no nos habremos
dedicado demasiado a producir comunidad —
generarla artificialmente— y demasiado poco a
habitar, a vivir plenamente aquellas en las que
de hecho ya estamos insertas de modo natural,
pecando de un cierto prometeísmo y fieles a
la lógica de un segundo —tercero, cuarto…—
nacimiento individualista. Si no hemos pretendido
unirnos en una presunta gran comunidad humana
cuando aún no hemos reconocido las que se
hallan simplemente más allá de nuestros grupos
de afinidad. Y es que quizá corramos, más de
lo que cabría tolerar, el riesgo de producir las
que en Tiqqun se nombran como «comunidades
terribles», esas que, a la postre identitarias y
finalistas, no son sino un individuo ampliado.
Parece pertinente interrogarnos acerca de si
no consumimos demasiadas energías en esa
tarea, tantas que acaben separándonos de las
comunidades que podríamos llamar «de vida»,
esas que nos tocan, en buena parte por azar, y
con las que hay que lidiar en la medida en que
forman parte de nuestras condiciones materiales
de existencia, es decir, aquellas que constituyen
un comparecer en común pero, ni mucho menos,
implican lo que Bruno Latour llama «un mundo
común», un sentido compartido, algo que, en todo
caso, habremos de construir con todo el esfuerzo,
112
porque no está dado 60. Probar a construir desde
ahí puede ser un reto bien interesante.
113
libertad de escoger la comunidad o las comunidades
en que decidimos habitar, ni que les hurtemos la
importancia indudable que han tenido y tienen a
las comunidades «activistas» o cualquiera de ellas
basadas en la afinidad para o por la lucha política.
Pretendemos hacer, en todo caso, una crítica situada,
desde dentro, personal y política, tras muchos años
de militancia con el correspondiente esfuerzo por
repensar nuestro ethos, nuestro modo de habitar,
nuestra ética y política respecto a las comunidades
activistas, reflexionando, a la vez, sobre nuestra
relación con las comunidades en las que simplemente
—nada más y nada menos— vivimos, esas que
a veces desatendemos considerándolas un mero
paisaje y no el organismo simbiótico complejísimo
que en realidad son.
114
de las comunidades autónomas a las naciones,
requerirían un tratamiento diferenciado, dado
que la relación que se establece con ellas tiene
otros componentes—a menudo, por ejemplo, la
abstracción— y la suficiente complejidad como
para requerir otro ensayo completo.
115
Por eso, empezamos por una crítica del «nosotros/as/
es» tal como se tiende a utilizar por quienes pretenden
impulsar ese cambio civilizatorio tan necesario, en el
modo en que se emplea en las comunidades de «las
militantes» o «les rebeldes», los «amigos» del Comité
Invisible… Un nosotros/nosotras/nosotres que a veces
puede tener la desafortunada consecuencia de separar,
de separarnos, del mundo que queremos cambiar y
de mermar los activos para la defensa de lo común,
de la vida, creyendo que sólo desde cierta actividad
política pública se pueden obrar cambios. Algo que es
falso, pues sabemos que hay mucha más gente de la
que pensamos posibilitando cambios, y no estaría de
más considerarlos un poco más «amigos». No debiera
haber la separación que hay entre el mundo activista
y el resto del mundo.
116
las múltiples vibraciones de esa maravillosa tela de
araña que es nuestra existencia cotidiana. Es lo que
ocurre cuando se cultiva en exceso la «exterioridad»,
la distancia, la exaltación de la propia diferencia, algo
perceptible en agrupaciones activistas, esas que en la
publicación filosófica colectiva Tiqqun se destacaban
como ejemplo paradigmático de «comunidad terrible»
y el Comité Invisible retrata en esa parodia andante
que es «el radical», doble invertido de otra parodia de
activista, «el pacifista»:
117
Por eso, sin restarles mérito, analicemos algunas de
las limitaciones de las comunidades producidas, en
lo relativo a su separación del «resto del mundo».
Para empezar, visto lo visto, podríamos considerar,
de la mano de Esposito, si no se trata de una cierta
inmunitas respecto de lo común entendido como lo
corriente, lo normal, lo vulgar, lo habitual que, si
bien tiene su utilidad, como la tiene la inmunitas en
general, pues es necesario desmarcarse de un sentido
común de época que hoy por hoy es claramente
neoliberal, llevada al exceso puede devenir una
enfermedad autoinmune.
118
camareros, pescaderas, cuidadores, etcétera; hay
gente común y corriente, anónima, preocupada por
la soledad de los adultos mayores o el sinhogarismo
brutal en nuestras calles que se compromete a
mitigarlos o que toma medidas en contra de la
pobreza en su barrio, por ejemplo, haciendo bocatas
o café para repartir algunas noches sin que nadie lo
sepa; hay quien se toma en serio los asuntos vecinales
y se preocupa de que se tomen las decisiones de
modo democrático; hay personas que tratan con
cuidado a los demás y, sin considerarlo un trabajo
político, están haciendo toda una labor comunitaria,
en un ecosistema antipático y despiadado como el
que habitamos, poniendo en cuestión el mismísimo
modelo neoliberal; hay artistas generando lenguajes
que son sanadores para todas, que reparan con sus
apuestas nuestra maltrecha sensibilidad… Hay, en fin,
tantas formas de contribuir a lo común por descubrir,
que abrir los ojos para verlas es ya, de por sí, una
tarea política pendiente para mucha gente.
119
a un Centro Social o a un colectivo asambleario, y
una vez «dentro» acaben alimentándolo con furia de
conversas. De hecho, este fue un fenómeno recurrente
en el post-15M: gente que se sumó con entusiasmo
al activismo en aquellos días que, en principio, era
bastante crítica con cualquier rasgo de identitarismo
excluyente por parte de los movimientos y colectivos
previos al 15M, pero pasó a comportarse de un modo
sospechosamente similar en el momento en que
encontró «su» lugar y abrazó acríticamente el pack
identitario de colectivo —lenguaje, gestos, vestimenta
y hasta filias y fobias—.
120
Estas singularidades (…) comunican en el
espacio vacío del ejemplo, sin estar ligadas por
propiedad alguna, por identidad alguna. Están
expropiadas de toda identidad para apropiarse
de la pertenencia misma, del signo. Trickters
o haraganes, ayudantes o toons, eso son los
ejemplares de la comunidad que viene.64
121
activistas y a quienes no, y es el reto de lo que aquí
denominamos el comunismo sensible o comunismo
de la sensibilidad, a falta de mejor denominación:
un comunismo sentido, sensible, concreto, no tanto
pensado y abstracto, un comunismo que pone en el
centro las comunidades vividas, no las diseñadas.
Estriba en algo bien sencillo y bien complejo, lo
suficiente para implicar un cambio drástico, como
es tratar de entender y de vivir de modo sensible,
concreto, el con-tacto con los otros/otras/otres para
hacer que la propia pertenencia a una comunidad, el
coestar, el coexistir, se convierta en algo relevante,
digno de ser celebrado vitalmente, merecedor de
atención. Una cierta educación del tacto, de la
sensibilidad. Ser capaces de sentir, de tener una
vivencia plena de dónde, cómo, con quién y qué
habitamos, de cuáles son nuestros ámbitos vitales
compartidos: el barrio, el trabajo, la escuela, la
calle, el club o la asociación del tipo que sea… Sentir
el mero comparecer, coexistir, en toda su vibrante
intensidad, en su realidad, esa que el neoliberalismo
opaca —esa que jamás podrán sentir, por ejemplo,
quienes viven en un imaginario al estilo «Wall
Street», atrapados en la antropología neoliberal,
anclada en el individuo—. Sentir lo común en su
textura heterogénea, vacuna contra el identitarismo,
dado que habitamos en comunidades en las que
cada cual es singular. Y hacernos conscientes de
ello, acuerparnos con la realidad común de nuestra
común existencia.
122
situada, concreta, sensible, que debe orientarse
a la atención y el cuidado, multiplicando las
potencias y conexiones concretas para promover
el buen vivir, dispuestas a detectar y apoyar, por
ejemplo, todo aquel gesto que suponga poner la
vida en común en el centro. Desde esa intensidad
de vida, todo es posible. Y desde esta concreción,
ahora puesta en valor, desde esa sensibilidad
afilada que en absoluto excluye el pensamiento,
sino que es una con él, es posible sopesar en
qué medida el dominio de la abstracción nos ha
acercado a ideas —más o menos preconcebidas—
pero también nos ha alejado de las realidades
sensibles, concretas, que nos circundan, resultando
engañosa y poco apropiada para una politización
de la existencia con vistas a defender la vida.
Erick Bordeleau llama precisamente «política
de la abstracción» a cierta forma de entender
la política, bastante generalizada, que coloca
la abstracción por delante, en la medida en que
los proyectos, a menudo utópicos, implican una
aspiración a que coincidan idea y realidad que
hace que todo lo que se salga de nuestros esquemas
quede fuera… A veces cuestiones muy relevantes.
La abstracción es reaccionaria cuando el sujeto
revolucionario es definido en abstracto y todo tiene
que adaptarse al modelo, al arquetipo —estilo
platónico muy habitual en la cultura occidental—
con independencia del contexto. Se trata de una
idea que se evidenció, por ejemplo, en la praxis del
socialismo científico, más aún en versiones como la
estalinista o la maoísta, en las que se consideró
un objetivo corregir la existencia para adaptarla
123
al modelo, aunque también es característico de
otras tradiciones utópicas... Sin embargo, ese lugar
ideal es a menudo tan impracticable que a la larga
no puede realizarse, convirtiéndose en u-topos, lo
que coloca este modo de obrar en el polo opuesto
al pensamiento tópico, del lugar, del tacto, de la
atención, de los cuerpos, que proponemos a través
del concepto de comunismo sensible.
124
no, y cuantas más y más variados perfiles y
comunidades, mejor.
125
el discurso—. Esto dura algún tiempo, el
tiempo del burn out, de la depresión o de la
represión. Y uno no cambió nada.65
126
todo hacer, como señala Tiqqun, tiene que pasar
«por la criba de la compatibilidad con su existencia,
en vez de organizarse en torno a su surgimiento»66.
127
de que, como organismos vivos que son, nacen y
crecen, pero también enferman y mueren. A veces,
pretenden mantenerse a toda costa, siempre iguales
«hasta la victoria», estáticos en el tiempo… con lo
que proliferan los colectivos zombies que producen
en las personas comprometidas una sobrecarga que
poco pueden contribuir a la creatividad política,
nuevamente. Ya a principios de la década de 1980,
el sociólogo francés René Lourau reflexionó en
La autodisolución de las vanguardias sobre la
problemática presente en ciertos grupos de querer
eternizarse, negando una posibilidad de autoclausura
que abriera nuevas posibilidades y generando por
ello fenómenos de burocratización que aniquilaban
sus capacidades creativas. Unos años antes, Félix
Guattari apuntaba que «el criterio de un buen grupo
consiste en no soñarse único, inmortal, y significante
(…) sino en conectarse con un afuera que lo confronte
con sus posibilidades de sinsentido, de muerte o de
fragmentación, por la misma razón de su apertura a
los demás grupos»68. Es la negación de la finitud, una
vez más, prometeica.
128
Carolina León titulado Trincheras permanentes. A
través de entrevistas y charlas con activistas, León
reflexiona acerca «de lo pequeño, de lo desarmado,
de lo que no tiene cariz heroico o se oculta en lo
doméstico»69 para mostrar que los cuidados, tan
importantes como son, quedan en la minorizada
retaguardia aunque, mostrando una nueva visión en
alza, sobre todo gracias a la irrupción del discurso
feminista, la autora consigue transmitir toda
una enseñanza: «Hay algo hermoso y radical en
cuidar (…) es un vector que implica salirse de uno
mismo, entrar en relación, enlazarse con los demás,
desclasarse en el imperio de la personalidad, dejar
de tomarse demasiado en serio»70.
129
intensidades) que ya están ahí; en lugar de
aplicar leyes y forzar-doblegar la realidad,
consiste en cuidar, acompañar y favorecer los
distintos puntos de potencia.71
130
ofrecían algunas pistas sobre el cómo, un cómo lleno
potencia:
73 TIQQUN, Ibídem.
74 COMITÉ INVISIBLE, A nuestros…, pág. 255.
131
habitual en la visita puntual a un centro social por
mucho que este se pretenda abierto. Hablamos de
una revolución molecular en la que los gestos de
compromiso con lo común consistan, muy en especial,
en ser capaz de tratar con la vecina mayor sola de
entresuelo, el tendero chino o la cajera disgustada
de ese hipermercado explotador al que vas porque
eres más pobre de lo que deberías —o la comida
sana demasiado cara— como para comprarlo todo
orgánico y sin explotación de ningún tipo… aunque
no dejes de intentarlo.
132
todo de cara a una acción revolucionaria, aquí nos
preguntamos si la banda o la manada, a la vez
tan arcaicas y post-industriales, no tienen algo de
huida de lo común y corriente que, dependiendo del
caso, puede implicar un encierro que nos desconecte
del resto del mundo. Una bula papal para no
participar de lo normal. Las manadas, las bandas,
las comunidades rurales o urbanas sustentadas en la
afinidad son, sin duda, una opción de organización
vital y política, además crítica con otras formas de
agrupación como los sindicatos, colectivos y partidos
empresariales, de formas jerárquicas y anquilosadas,
proponiendo ya una politización de la existencia, pero
siguen apartadas de la existencia del cualsea, de los
singulares anónimos con que tropezamos a lo largo
de una vida y, desde ese punto de vista, vuelven a
apostar por la homogeneidad. Donna Haraway, por su
parte, recomienda «hacer parientes, no bebés» como
parte de su propuesta de una nueva alianza entre
especies para revitalizar un planeta devastado por
el capitalismo patriarcal. ¿Y si tratamos de ensayar,
como hace ella, otros caminos? ¿Y si nos planteamos
trabajar con gentes y no gentes que no comparten
esa percepción común, desde la más radical
heterogeneidad que constituye la existencia cotidiana?
¿Podríamos hacer algo con eso? ¿Disfrutarlo incluso?
¿Conjugar unas y otras comunidades, las producidas
y las que ya están ahí? ¿Qué posibilidades hay de
organizarse para el cambio desde la normalidad más
común y corriente? ¿Qué política se puede hacer
por fuera de los colectivos y las bandas? Eso nos
interesaría explorar.
133
Instituciones del común versus
comunidades cerradas
134
Es normal que necesitemos replegarnos, buscar
una cierta protección y tranquilidad: la cuestión es
hacia dónde focalizar eso —y ofrecer alternativas
que cortocircuiten los intentos totalitarios de darle
respuesta—. Porque hoy, por más que tengan
interesantes aportaciones que hacer, parece más
difícil defender desde abajo y a la izquierda y
para la mayoría teorías que animen a «fluir», a
«desterritorializarse», a «ser nómadas»… propuestas
que tal vez fuesen más apropiadas en tiempos de
cierta bonanza, de clases medias con seguridades
asfixiantes e incuestionadas de las que huir: en el
presente todo ha sido cuestionado y el problema, en
medio de un estado de desahucio existencial, es más
bien cómo lograr sentirse un poco en casa.
135
ya no nos valen —el trabajo, la escuela, el Estado…—
provoca «la tendencia a la segmentación, a la
disgregación, a la conformación de micromundos y a la
autorreferencia, ya que cada uno queda circunscrito a
pequeñas comunidades cada vez más identitarias»76.
Contra la disolución de vínculos que produjo la
Modernidad, a derecha y a izquierda en Europa se
agita en el siglo XXI las banderas de la comunidad y
de la identidad pero, y pese a lo ya vivido en el XX,
demasiado en clave nacional y nacionalista. De la
extrema derecha en alza a una izquierda en la que se
hace notar el rojipardismo, podemos encontrar casos
de conservadurismo sin nada nuevo que aportar más
que un ramillete de ideas vintage que son más de lo
mismo, fetiches y pastiches.
136
en común y las menos tienen algo que ver con su
solidificación en la forma Estado. Por algo será.
137
que pensar en nuevas formas de vida, en Común
repasan las notas que definen a las instituciones del
común, que existen por todas partes, planteando
la apertura hacia una alternativa tanto al Estado
como al mercado —los Commons— que, señalan los
autores, aportan a sus miembros recursos durables y en
cantidades satisfactorias mediante reglas de gestión de
lo común, como han mostrado, entre otros, los trabajos
de Elinor Ostrom. Sin embargo, Ostrom se refería sólo
a bienes materiales, mientras que ellos definen los
comunes como «objetos de naturaleza muy diversa
de los que se ocupa la actividad colectiva de los
individuos»77, de modo que comprenden todo aquello
que las comunidades consideren como valioso para la
vida y que no debe ser privatizado o convertido en
objeto de lucro.
138
resta, lo cual incluye desde la Sanidad y la Educación
o Internet a conocimientos biotecnológicos esenciales
como las semillas o las patentes de las secuencias
del genoma. Ante todo ello, «protestar contra la
enclosure de los comunes significa reanudar la crítica
de la propiedad privada como condición absoluta de
la riqueza social»78, señalan, y hacerlo puede permitir
establecer nexos entre muy diversas luchas sociales
—y, dado el poder de convicción de los argumentos,
puede atraer a amplios segmentos de población—.
Es una defensa del común como modo de producción
que nos permite responder a nuestra perplejidad, al
menos indiciariamente, con un estupendo ni-ni: ni
sólo producir ni sólo habitar el común, sino ambos.
139
comunidades pensando en su uso y beneficio para el
consumo de alimentos, y no para el lucro. El banco de
semillas que Shiva puso en marcha con comunidades
campesinas va en contra del derecho de propiedad
que privatiza las semillas a través de patentes y ella
misma entiende su trabajo como una defensa de la
creatividad de la naturaleza y de los diversos sistemas
de conocimiento de los que depende el futuro en la
Tierra contra «la apropiación del patrimonio común
intelectual»80 como un «cerramiento» (enclosure)
haciendo un símil con el proceso de cerramiento y
privatización de los terrenos comunales a comienzos
de la época industrial. El de Shiva es desde luego
muy apropiado, pero también podría valer como
ejemplo de reapropiación —desapropiadora— la
remunicipalización de un servicio público, siempre
que sus usuarios puedan participar en su gestión, sin
cederla al Estado.
140
mediante la experiencia, las acciones y las relaciones
sociales y económicas allende el derecho romano
que separa derecho privado y público. A diferencia
de lo que ocurre en el liberalismo, los contratos
serían el resultado de relaciones sociales basadas
en el verdadero valor del trabajo, en la equidad y
en el principio de mutualismo, que se traduce en
beneficios justos. El trabajo debería estar orientado
a la recuperación de los vínculos, la solidaridad, al
verdadero actuar en común que permitiera pensar
la empresa como una institución democrática
mediante su gestión cooperativa, algo que desde
luego ya se está haciendo en cooperativas actuales y
que ya no deberíamos tratar como algo accesorio o
complementario al capitalismo, sino que deberíamos
plantearnos seriamente convertirlas en sustitutas
del modelo de trabajo de la economía neoliberal.
Por nuestra comodidad, seguridad y felicidad, nada
menos. Hoy ya sobran experiencias para tomar
como modelo81.
141
devuelva a la sociedad el control de las instituciones
democráticas expoliadas por un Estado que ha
puesto sus instituciones y los recursos públicos
al servicio del mercado, que se ha colocado a los
pies de ese neoliberalismo tan poco liberal. Los
servicios públicos deben convertirse en instituciones
de lo común, gobernadas democráticamente por sus
usuarias, en todo caso con la participación —no
protagonismo— del gobierno, desde la premisa de su
obligación de servicio a las necesidades colectivas.
Sería el caso de la remunicipalización del agua
en Nápoles, que tras el referendo de 2011 decidió
apostar por una administración colectiva de este
recurso básico y valioso.
142
sino de la participación y la implicación en una
misma actividad o tarea»82, una exigencia de la
democracia participativa que oponen a la democracia
representativa, que autoriza a unos pocos a hablar
y actuar en nombre de la mayoría. Sin embargo,
aunque no sea este el espacio para dedicarnos al
estudio comparado de los cuatro autores, apuntemos
que el desacuerdo podría deberse a que el enfoque
ontológico de Esposito o Nancy no admite una simple
traducción al ámbito socio-histórico de Laval y Dardot
y, en cambio, si negamos esa práctica común —en
la abstracción— consistente en traducir la ontología
y convertirla en recetas políticas, pretendiendo
fundamentar la praxis política, la manera de
entender nuestra condición existencial por parte de
unos parece altamente compatible con la forma de
valorar las instituciones de los otros. Dejamos los
matices para otra ocasión.
143
Politizar lo doméstico,
domestizar lo político
145
Nuestra cultura política, inscrita en una concepción
occidental de lo común, de la comunidad, que ha
acabado convirtiéndola en un objeto político con tintes
de sujeto, plantea también desde bien temprano una
separación excluyente, una cesura, entre lo público y
lo privado y minoriza, mucho antes incluso de que el
liberalismo lo hiciera oficialmente, lo doméstico junto
con todas las cuestiones relacionadas con este ámbito
que es, sin ninguna duda, el ámbito privilegiado de la
vida. Todo cambiaría notablemente si trabajásemos
en esta marginalización que es un secreto a voces,
trabajo que ha de implicar, de entrada, la rotunda
afirmación del valor de la maternidad y la crianza
que el «segundo nacimiento» humanista y toda la
tradición misógina y machista han opacado o la
extensión de la cultura de los cuidados, por supuesto
en clave no neoliberal —Eva Illouz ha estudiado
de sobra la vampirización de los cuidados llevada
a cabo por el capitalismo emocional83 —. «La vida
es lo que nos deben», decían en 1996 las y los
zapatistas; por la vida, ante todo, porque tenga el
papel que le corresponde, proponemos luchar contra
una racionalidad neoliberal que la coloca siempre
detrás del beneficio económico. No olvidemos qué
ha ocurrido, qué está ocurriendo con las personas en
búsqueda de refugio, cómo se trata a las personas
146
que migran o la indiferencia generalizada ante la
pobreza y el sinhogarismo… ¿Es algo habitual? Sí ¿Es
admisible? En absoluto. Puro «malismo».
147
esta dicotomía y la jerarquía que lleva asociada es
uno de los movimientos esenciales para una defensa
apropiada de lo común, para un comunismo de la
sensibilidad, un comunismo de lo concreto, de lo
común sentido, que implique una defensa de la vida
y, según defenderemos a continuación, una apuesta
no sólo por la politización de lo doméstico, sino, más
allá, por la «domestización» de lo político.
148
al domicilio de residencia o a la propia familia
nuclear, idea muy posterior y liberal, perteneciente
justamente a la época en que se aquilata la separación
privado-público y se recorta significativamente la
familia extensa —entronizando la familia nuclear y
encerrando a la mujer en lo doméstico como modo
de clausurar sus demandas de emancipación—. El
oikos, de donde deriva también «economía» —ley
o ciencia de la casa—, versión griega del romano
domos que está a la raíz de «doméstico», incluía
la familia extensa e incluso los esclavos, en la
medida en que se contaban dentro de esta unidad
básica de la sociedad los terrenos agropecuarios
de los que se abastecía la familia, en los que
ellos y ellas trabajaban. Era el centro alrededor
del cual se organizaba la vida, a partir del cual
no sólo se satisfacían las necesidades materiales,
sino que también se cultivaban los valores éticos,
deberes y responsabilidades, relaciones sociales
y relaciones con los dioses. Oikos —tal vez más
propiamente oikía para este significado amplio,
aunque Aristóteles los usaba indistintamente y, en
definitiva, para lo que nos interesa aquí, que tiene
que ver con la derivación castellana de domos, no
es necesario discernir— era la base de la sociedad.
Sin embargo, ya desde el siglo V a.C. se opuso el
oikos a la polis, lo doméstico a lo público, fundando
una separación que establecerá como fundamental
en su ideología el pensamiento contractualista
y liberal, ya en torno al siglo XVII, pero que
signa el pensamiento de lo político occidental
desde sus orígenes. Un pensamiento, en resumen,
profundamente patriarcal.
149
Pese a ser el doméstico el espacio de cuestiones esen-
ciales para todas y todos, pues ya dice Aristóteles
que «sin las cosas de primera necesidad los hombres
no podrían vivir y menos vivir dichosos»84, se ins-
taura bien temprano una oposición con la polis que
coloca a las mujeres —seres «con una voluntad na-
turalmente subordinada al varón», según la Política
del estagirita— del lado de lo doméstico, del oikos
y lo privado-íntimo, y las expulsa del ámbito políti-
co-público, que corresponderá a los varones con atri-
butos para ser ciudadanos —en esa época ciudadanos
griegos libres, pero con el tiempo varones blancos,
heterosexuales, propietarios, urbanos, letrados…—.
La política será entendida como aquello que hacen
hombres libres e iguales dedicados a la cosa común
una vez «liberados» de la reproducción económica85,
esa servidumbre a la finitud, a la vulnerabilidad, a la
vida, en definitiva, a lo que veremos nombraban más
propiamente con el término zoé —vida en el sentido
más básico—, esa dependencia que tanto ofende reco-
nocer a los autónomos prometeos occidentales.
150
que contiene varias teorías filosóficas, no hay
demasiado problema para comprender lo posterior
en saltarlo… o dejarlo para una relectura posterior.)
151
bios politikos. Ahora todo ciudadano pertenecía a
dos órdenes de existencia»86. Añadamos a lo dicho
por Arendt que al decir «hombre» no hablamos de
«seres humanos», sino únicamente de los varones
que, dando por hecho el primer orden, colocaban el
valor político en el segundo.
152
un poder de gobierno «absoluto, irrebatido»88, incluso
por la violencia, y no por el discurso y la persuasión
como ocurría en el ámbito político. El zóon logon
ekhon —«ser vivo capaz de discurso»— es para
Arendt el ser genuinamente político… un poco como
si el ámbito doméstico permaneciera mudo respecto a
«lo importante», vaya.
153
nuestra condición de vivientes y todo el ámbito que
presta atención a tal condición, el doméstico. No es
de extrañar que la virtud política por excelencia, a
juicio de Arendt, fuera el valor —andreia—, virtud
genuinamente masculina en el imaginario popular
—sólo Platón se planteó que las mujeres pudieran
pertenecer a la clase de los guerreros y con importantes
limitaciones, pues consideraba que no podrían
alcanzar la plenitud e igualarse a los varones— y que
permitía dejar atrás la existencia cotidiana, la propia
supervivencia, pues «ya no estaba ligada al proceso
biológico vital», algo —añadimos— tan humano, tan
poco divino. La «buena vida», la «gran vida», era la
de la polis.
154
respectivamente, aparecen separadas desde el
surgimiento de la antigua ciudad-estado, en cambio,
lo que denomina «esfera social» distinguiéndola de
la política, que a su juicio no es pública ni privada,
fenómeno cuyo origen coincide con la llegada de
la Edad Moderna, es el resultado del ascenso del
«conjunto doméstico», de las actividades económicas
a la esfera pública y la administración de la casa y
todas las materias que anteriormente pertenecían a
la esfera privada familiar se convierten en interés
«colectivo». La economía, quiere subrayar, entra
en la política con el capitalismo. La social es la
«esfera curiosamente híbrida donde los intereses
privados adquieren significado público, es decir,
lo que llamamos «sociedad»»91. ¿Supone esto un
incremento de la importancia —política— de
lo doméstico? Más bien no, ya que es vaciado y
despolitizado, una vez más.
155
maneja otro concepto de vida, una vida entendida
como don que posibilita la singularidad de los
individuos, un concepto que la lleva a poner en el
centro «la natalidad», concepto que se opone a la
tradición anterior tanatocentrada, obsesionada con
la muerte, cuyo análisis excede las posibilidades de
este ensayo. Aquí nos hemos limitado a la cuestión
de la bios y la zoé según es tratada en La condición
humana, sobre todo porque nos permite conocer una
forma de entender esta cuestión en la que las esferas
quedan separadas en la Antigüedad y mezcladas en
la Edad Moderna sin que ello suponga cambio alguno
en la marginación constante del espacio doméstico.
156
Por otro lado, el francés explica en su célebre clase
del 17 de marzo de 1976 — publicada en Defender
la sociedad— que desde el siglo XIX se produce una
marcada tendencia a la estatalización de lo biológico.
Hasta entonces, la teoría clásica de la soberanía
establecía que el soberano tiene derecho de vida y
muerte, pero no en cualquier fórmula, sino en la de
Hacer morir y dejar vivir 93. La aparición progresiva
de otro paradigma se observa, señalará Foucault, en
el derecho y en las discusiones de filosofía política
que plantean hasta qué punto puede el soberano
ejercer el poder de vida y muerte, pero sobre todo en
la inclusión, mediante las tecnologías disciplinarias
dirigidas a los cuerpos individuales, de otras
técnicas dirigidas a la «población» en un ejercicio de
poder masificador que se dirige al hombre-especie.
Si el «territorio» era el objeto de intervención del
antiguo soberano, en el nuevo régimen se trata de
regular la relación entre el territorio y las personas
que lo habitan, surgiendo la «población» como
nuevo objeto de gobierno, estudio e intervención.
Este nuevo tipo de poder, el biopoder, añade a las
técnicas disciplinarias sobre el cuerpo individual,
las regularizadoras de la población. La biopolítica
consiste, en resumen, en el control e intervención
en procesos globales de salud, higiene, natalidad,
mortalidad, longevidad, etcétera, con campañas,
por ejemplo, de higiene y medicalización públicas.
Resulta de este modo que:
157
Más acá, por lo tanto, de ese gran poder
absoluto, dramático, sombrío que era el poder
de la soberanía, y que consistía en poder
hacer morir, he aquí que, con la tecnología
del biopoder, la tecnología del poder sobre la
población como tal, sobre el hombre como ser
viviente, aparece ahora un poder continuo,
sabio, que es el poder de hacer vivir. La
soberanía hacía morir y dejaba vivir. Y resulta
que ahora aparece un poder que yo llamaría de
regularización y que consiste, al contrario, en
hacer vivir y dejar morir.94
158
En este biopoder, por citar un ejemplo que haga
esto más comprensible, juega un papel fundamental
el racismo, pues el surgimiento del biopoder lo
inscribe —obviamente ya funcionaba antes— en
los mecanismos del Estado. El racismo de Estado
instaura una cesura entre seres humanos que son
dignos de vivir y los que no lo son, abre una cesura
en el continuum biológico que aborda el biopoder.
Pone en circulación la relación bélica que expresa
la máxima guerrera «si quieres vivir, es preciso que
hagas morir, es preciso que puedas matar» o, dicho
de un modo más adecuado aquí, «si quieres vivir, es
preciso que el otro muera» — que tal vez nos suene
más así: «Los españoles primero»—, y lo hace de un
modo compatible con el biopoder ya que la muerte del
otro, de la raza «mala» o «inferior», hace que la vida
sea más sana y más pura, esto es, se trata de una
relación biológica, no bélica o guerrera, biopolítica y
no tanatopolítica. El racismo es la condición gracias a
la cual el biopoder puede ejercer el derecho de matar
disfrazado de vida, ahí radica su importante misión:
159
a todo lo que puede ser asesinato indirecto: el
hecho de exponer a la muerte, multiplicar el
riesgo de muerte de algunos o, sencillamente,
la muerte política, la expulsión, el rechazo,
etcétera.96
160
Derrida, por Heidegger en su Carta sobre el
humanismo—. Las técnicas de gobierno se
traducen en la autoproducción de los sujetos que
se convierten en «empresarios de sí mismos»,
disfrazando de libertad elecciones funcionales al
sistema. El capitalismo requiere el biopoder que,
mediante todo tipo de técnicas y dispositivos —de
los modelos de amor o satisfacción personal y deseo
a las autopistas—, generará cuerpos dóciles, algo
que a juicio de Foucault es una novedad, pero no
tanto, como veremos ahora, para Giorgio Agamben,
que considera que este tipo de operación arranca con
la propia política occidental.
161
Para Agamben, la zoé, la nuda vida, «tiene, en
la política occidental, el singular privilegio de ser
aquello sobre cuya exclusión se funda la ciudad de los
hombres»97 aunque se trate, a juicio del filósofo, de
una inclusión exclusiva —se la incluye excluyéndola—.
Identifica zoé con la categoría de Walter Benjamin
nuda vida para referirse a la pura existencia biológica
que se opone a bíos como vida cualificada y señala
que el problema estriba en la propia separación, hecha
desde el poder soberano, ya que no existe un ser
humano despojado de forma de vida y sólo aparece así
cuando se lo construye como tal. Agamben considera
que esto ocurre con lo que denomina homo sacer,
recuperando una categoría del Derecho Romano: ser
humano sacrificable por el poder soberano, ese ser
gracias al cual el poder muestra su brutal prerrogativa
de excepcionalidad, su capacidad de dar muerte. Un
inmigrante indocumentado ahogado en el Estrecho,
un sin-hogar apalizado, una prostituta muerta «que
habita la tierra de nadie entre la casa y la ciudad»98
son zoé, vida desnuda o nuda vida, homo sacer,
«vida expuesta a la muerte». Para Agamben, este
es «el elemento político originario»99 de la política
occidental al completo —no algo propio, en principio,
de la Modernidad como señalaba Foucault—, que ata
lo jurídico-estatal y lo biopolítico, pues la idea de una
vida que puede ser matada hace posible la existencia
162
del poder soberano que decide sobre esta vida y sobre
la aplicación y desaplicación de las leyes. A su juicio:
163
zoé, el espacio en el que se desarrolla la zoé como bíos,
donde la vida biológica es una tarea también política
y sobre cuya escisión y exclusión se fundamenta la
política patriarcal occidental que establece parejas
jerárquicas, no pares como los mostrados en la cultura
ancestral andina. A diferencia del autor de Homo
sacer no destacaríamos como matriz de la política
occidental la «exclusión inclusiva» o excepción de la
zoé en la polis en la figura del homo sacer sino,
más bien, la patriarcal inclusión exclusiva de la vida
concreta —no mera organicidad, zoé, sino mucho
más— y, con ella, aquí está la clave, la exclusión del
ámbito doméstico de la reflexión y acción política,
con la consiguiente excepción generalizada de las
labores realizadas por las mujeres y los valores
que en este ámbito se juegan. Un efecto colateral
o un elemento esencial, habría que analizarlo con
más detalle, del prometeísmo, de su negación de
la finitud, la interdependencia, la vulnerabilidad
y la materialidad de la existencia. Todo ello ha
supuesto la marginalización de una contracultura
femenina históricamente constituida, como ha puesto
de manifiesto el feminismo de la diferencia que,
independientemente de que se compartan sus tesis
centrales o no, ha hecho una interesante labor de
puesta en valor y rescate de esta contracultura.
164
gesto de la política occidental. Para Derrida, zoé
designa en algunos textos una vida cualificada y
no «desnuda» como plantea Agamben que, a su
juicio, considera una distinción nítida entre los dos
términos cuando reconoce, a la vez, las excepciones,
algo que al padre de la deconstrucción no le parece
«un instrumento suficientemente profundo para
acceder a semejante profundidad de semejante
«acontecimiento fundador»»103, retomando la
expresión rotunda y ambiciosa, amén de claramente
fundacionalista, del propio Agamben. La cuestión
estriba, en buena parte, en cómo se entiende el zoon
politikón aristotélico que, de entrada, en la propia
expresión podría implicar la posibilidad de una zoé
cualificada, de una zoé que es una bíos, algo que
desmontaría en parte la tesis de Agamben y que, a
efectos de lo que aquí tratamos, no haría sino mostrar
una veta oculta que ahora proponemos retomar. La
interpretación de Agamben del politikon zoon y
de zoon logon eckon aristotélicos trata de reforzar
la idea de separación cuando, de hecho, también
podría inscribirse en una tradición que interprete
al hombre entre los animales y plantas como zoé.
Desde el triplete de almas aristotélicas —vegetativa,
común a todos o seres vivos; sensitiva, propia de
animales y humanos; e intelectiva, exclusiva de
seres humanos— que ponen en continuidad, en
cierto sentido, a plantas, animales y seres humanos,
al empleo de zoon para caracterizar al ser humano,
Aristóteles parece salirse ligeramente de una
165
tradición occidental empeñada en marcar la cesura
entre los humanos y el resto de los seres vivos, algo
que, como ya hemos apuntado, está íntimamente
conectado con la negación de la importancia de la
vida en su radical materialidad y, por tanto, de lo
doméstico.
166
ámbito doméstico, esfera de vida con entidad sufi-
ciente para vindicar su politicidad, tradicionalmente
negada pese a que implica una importante urdimbre
de relaciones materiales y humanas—. Consideramos
una tarea imprescindible para un feminismo de lo
común —sensible, sentido— exigir que la impronta
de lo doméstico, sus enseñanzas respecto a, por ejem-
plo, el papel de los cuidados o de la sostenibilidad
material de la vida, cale en la concepción de lo polí-
tico y sea reconocida y tenida en cuenta también en
el ámbito público —que este sea, así, «domestizado»,
que se obre una virtuosa «contaminación»—. En ese
contexto, resultaría también forzosa la muy necesaria
redistribución de los cuidados y el reconocimiento,
también económico, de las tareas relacionadas con
ellos. Las relaciones, los vínculos se producen, sobre
todo, primero, en el oikos, en la casa, en el ámbito
doméstico, aunque no sólo; sin embargo, tanto las
relaciones como este ámbito han sido sistemática-
mente minorizados desde el punto de vista político.
La separación zoé/bíos niega el valor a la zoé y, al
proponer «domestizar» lo político, estamos tratando
de poner nombre al reconocimiento del valor del ám-
bito doméstico, de la gran cantidad de implicaciones
que este tiene a nivel político y económico, algo que,
en cierta manera, el mismo Agamben plantea —si
bien sin clave feminista alguna, carencia que no es
baladí—, cuando vuelve a proponer, en Lo abierto,
«la asunción de la misma vida biológica como tarea
política (o más bien impolítica) suprema»106.
167
Siguiendo esta línea que cuestiona una dicotomía
nítida y ante un debate extenso —sobre si la
dicotomía zoé/bíos es excluyente— en el que merece
la pena seguir trabajando, nos permitimos, ya
puestas, la apertura de una duda sobre si la vida
doméstica habrá sido entendida de hecho —más
allá de lo que digan ciertos textos relevantes de la
historia oficial y oficiosa del pensamiento—, como
zoé en el sentido de «mera animalidad», de modo
radicalmente opuesto a bíos, pues implicaba, en lo
que se refiere a las mujeres, un vasto universo de
tareas productivas, además de las reproductivas,
desarrolladas dentro del Oikos, que van mucho más
allá de la «animalidad»: la manufactura textil, la
transformación de alimentos y todas aquellas labores
relacionadas con el autoabastecimiento, controlar
gastos e ingresos, distribuir los trabajos domésticos,
supervisar los quehaceres, el cuidado y las primeras
etapas de la educación de la descendencia —lo cual
incluye transmisión de valores y ritos—, además de
la supervisión de la marcha de las vidas, no sólo del
trabajo, de las personas no libres del oikos. Eso,
claro está, aparte de procurar herederos a quien
traspasar el patrimonio familiar, el cual también
debían ayudar a conservar y gestionar a pesar de
éste dependiera en última instancia del cabeza de
familia —el despotés—. Lo que desde luego no
se hizo es reconocerle un papel político relevante,
su politicidad, pero quién pudiera escuchar a las
mujeres de entonces al respecto. Y es que no son
extrañas las disonancias entre lo ocurrido de hecho
y lo que aparece en los textos escritos, que tienden
además a reseñar las condiciones de determinados
segmentos de población. Así, por ejemplo, en el
168
Económico de Jenofonte, diálogo socrático que trata
de la economía doméstica y la agricultura, se da
por hecha la superioridad de la mujer en el oikos,
mientras que la polis se describe como el ámbito de
la acción masculina, cuando la cruda realidad era,
como explican historiadoras feministas como Ana
Iriarte107, que la condición del oikos era, sobre todo,
la del espacio en que se encerraba a las mujeres,
un instrumento de su dominio y subordinación
ante todo. No debemos caer, por tanto, al hablar
del ámbito doméstico, tampoco en glorificaciones
de un pasado occidental hipotético que nunca fue.
Y esto por no hablar de que las diferencias entre
la situación de mujeres aristócratas o de clases
inferiores eran notables: sin ir más lejos, en la propia
Política de Aristóteles, se reconoce que en la casa
del áporos, del pobre, está justificado el uso de la
mujer como fuerza productiva cuando el marido no
está en condiciones de poseer mano de obra esclava,
esto es, la mujer sale del oikos y, aunque esto no
implique propiamente el desarrollo de una vida
político-pública, sí supone la extensión de su papel
en ámbitos no estrictamente circunscritos a la casa
como ocurre en el caso de las aristócratas.
169
que, para las mujeres y hombres indígenas, supuso la
llegada de los colonizadores, produciéndose, además
del saqueo y la imposición sociopolítica y cultural, un
cambio esencial en la politicidad precolonial: el confi-
namiento de lo doméstico en el mundo de lo privado
y la negación de su relevancia comunitaria, política,
algo que no ocurría en el mundo precolonial.
170
—el par complementario hombre-mujer— no es una
varita mágica que borra las discriminaciones»109.
Pero, amén del interés de contar en otras latitudes
con modelos distintos, ajenos a la pareja jerárquica,
podemos ver cómo el virus de la dicotomía excluyente
se inyecta desde la colonialidad, cómo se transmite
una enfermedad que portaban, por tanto, los
colonizadores. Se exporta ese gesto que denunciamos
que se halla inscrito en la cultura política y filosófica
occidental desde su nacimiento, ese gesto recurrente
que implica restarle toda importancia a la vida
natural y cotidiana, a la zoé, a lo doméstico, en favor
de una bíos vinculada a lo público-estatal.
171
oikos, por muy imprescindibles que pudieran ser
sus funciones.
172
Si la biopolítica actual implica que el poder nos
trate «como animales» —tal como se trata a los
animales— y que nosotras mismas nos hayamos
reducido a ser cuerpos productivos, fuerza viviente
al servicio del capital y a los deseos más básicos y
deshumanizados —carentes de auténtica libertad—,
cabe entender que este proceso, dado que es
imposible su erradicación, su reducción sin resto,
requiera una transformación, una traducción, la
construcción de una biopolítica afirmativa, positiva
para los pueblos y sus gentes y que valore la zoé,
humana y no humana, teniendo en cuenta que
vivir no es tan sencillo, que no se hace solo, ni es
algo solamente privado o íntimo… Que reconozca,
asimismo, el papel que en el vivir han tenido las
mujeres, así como los saberes, la contracultura
atesorada por ellas, por nosotras. Con la propuesta
de «domestizar» lo político apuntamos a poner en
valor político el ámbito doméstico, a cuestionar la
separación y la jerarquía y a tratar de dotar de
caracteres domésticos atentos a la sostenibilidad
de la vida y las relaciones, a la esfera política, el
compromiso, la lucha, el activismo, la militancia.
173
imprescindible para el buen vivir hay en lo doméstico.
No todas, como ocurre en todo, pero, por regla general,
la mayoría crecimos en la sombra de la dominante
cultural individualista patriarcal y sobrevivimos
por siglos generando vínculos y construyendo redes
de cuidados pese al aislamiento en que se nos quiso
colocar tipificándonos de gatas en pugna por un
varón casadero, de Aristóteles a Kant o Hegel. No lo
escogimos y lo que el movimiento feminista pretende
desde hace siglos también, muy en especial desde el
XX es, precisamente, que estas labores se generalicen
y puedan ser elegidas, que no sean impuestas, pero
puede que no ganemos mucho negando que poseemos
una contracultura destilada, con lágrimas, sudor y
sangre, de nuestro involuntario exilio.
174
con lo común.
175
Desde ciertas luchas feministas se ha reivindicado, con
la centralidad que corresponde, tanto para hombres
como para mujeres, la importancia de los vínculos,
de la corresponsabilidad y de las retaguardias, su
carácter vertebrador en la lucha. Cuidados, pero
cuidados desde una perspectiva revolucionaria,
capaces de poner patas arriba la insensibilidad, el
descuido. Asimismo, se puede decir que buena parte
de las luchas feministas se han pivotado sobre la
necesidad de acabar con la separación artificial entre
lo personal y lo político, entre lo individual y lo común,
entre lo doméstico y lo público, la reproducción y la
producción. El cuestionamiento de estas dicotomías
ha implicado, de un lado, comprender las políticas
que atraviesan muchos de nuestros malestares —«lo
personal es político»—; de otro, tratar de acabar
con ellas trabajando en común y aquí es donde cabe
proponer que hagamos más concreta la comunidad,
que pongamos énfasis en los vínculos sensibles y
concretos, cuidando de las relaciones y domestizando
lo político. Parece conveniente apostar por una
valorización de lo doméstico que implique poner en el
centro la reproducción de la vida, una vida entendida
como esencialmente comunitaria y caracterizada por
la reciprocidad —como un común munus— y que
esto se lleve a cabo mediante relaciones humanas
generadas socialmente a través de la interacción
también con la naturaleza de la que somos parte,
produciéndose, de este modo, vínculos y sentidos y
no solo bienes o servicios. Los trabajos reproductivos
son —como bien ha mostrado, entre otras, Silvia
Federici, afeándole la ceguera a Marx— un auténtico
proceso de producción de seres humanos y relaciones
176
que garantizan la reproducción global de la vida y sólo
reconociendo el valor de lo comunitario se recuperará,
a su vez, el valor social de este trabajo concreto,
del trabajo concreto en general, contra el trabajo
abstracto que promueve el capitalismo, medido en
horas socialmente necesarias para producir o dinero,
pero sin capacidad de valorar cualitativamente la
contribución del trabajo a lo común.
177
en palabras de Kimberlé Williams, implican «reconocer
como social y sistémico lo que anteriormente era
percibido como algo aislado e individual», conlleva
también no pocos peligros, entre ellos acabar haciendo
de policía de nosotras mismas, como ya se denunciara
en el movimiento feminista hacia 1970. Corremos el
riesgo, si no lo tenemos en cuenta, de tratar de establecer
políticas con tendencia universalista que busquen
imponer modelos de comportamiento, mermando una
libertad que es fundamental en los propios objetivos
del feminismo. Recordemos que el feminismo, que tiene
como objetivo obvio y común denunciar el patriarcado,
tiene una praxis tremendamente diversa, situada,
concreta, que aspira a la igualdad, pero también a la
libertad, aunque no sea, precisamente, una libertad en
clave de consumo de tipo neoliberal.
178
por las absolutizaciones de la política atrapada en
el cumplimiento de lo abstracto: ni despolitización
ni politización excesiva, siempre evitando la política
identitaria, para evitar caer en la tentación de imponer
modelos de salud, consumo, relaciones, maternidad,
etc. obligatorios, algo no poco habitual en los últimos
tiempos. Politizar significa problematizar desde lo
común, no dogmatizar ni generar credos colectivos.
179
reproducción más comunitarias y colectivas, que creen
entramados afectivos como garantía de seguridad.
180
e intelectuales, etcétera. Se trata de un dispositivo
jerarquizador siempre funcional al capitalismo.
181
más que de la «autonomía», término que en nuestro
Occidente se ha gastado de tanto usarlo y sobre
el que, en consecuencia, sería útil reflexionar,
pues nos lo representamos muy vinculado con la
libertad consumista capitalista centrada en optar
sin demasiada responsabilidad. Hay también una
vinculación de las luchas feministas con la defensa
de la tierra, por ejemplo, contra el extractivismo,
frente a la noción de dominio de la naturaleza
hegemónica aún en Occidente: el valor ecológico es
esencial en estos feminismos. Asimismo, la ruptura
de la universalidad como criterio homogeneizador
tiene mucho que enseñar a la universalidad
abstracta que oculta diferencias y opresiones.
Desde estos feminismos se discute y advierte el
peligro de nociones excesivamente abstractas como
«sororidad», «mestizaje» o «interseccionalidad» y se
prefiere hablar de «alianzas» o «articulaciones».
182
resulte extraña e incluso molesta a algunos y
algunas, sobre todo a cierto feminismo liberal que
no piensa la transformación social desde el ámbito
de la reproducción, pues consideran que lo que debe
demandar el feminismo es «salir de la casa», incluso
al precio de descargar las tareas reproductivas, vía
mercantilización, sobre los hombros de mujeres
racializadas y/o pobres. Pero es que no se trata de
volver a encerrarnos en la reproducción —¡cómo
reivindicar ser encerradas en nada!— sino de
ponerla en valor, de modo que el Estado se haga
cargo de su importancia destinando recursos de
todo tipo y de que en la vida cotidiana cuidar sea,
más que una imposición, una suerte de invitación a
compartir una esencial dimensión de la vida entre
todes. Porque las tareas reproductivas son, además
de una necesidad, una forma de conectar con la
vida, con lo material, con nuestra condición de seres
vivos y vulnerables, materiales e interdependientes.
Si no logramos ver esto, los cambios habrán de ser
a golpe de legislación —e imposición—sin atender
a lo central, al cambio de visión.
183
político, que nada tiene que ver con la «domesticación».
Para aclarar esto, tal vez haya llegado el momento
de que intentemos, sumando a lo ya esbozado, dar
unas claves concretas sobre a qué nos referimos con
la «domestización» de lo político, concretas pero
tan sólo indiciarias acerca de una cuestión que sólo
puede establecerse como producto de una reflexión
colectiva, situada y constantemente revisada.
184
Las palabras clave se repiten: acogida,
solidaridad, sororidad, calor, una familia
(esto es especialmente importante para las
que tienen la familia biológica a miles de
kilómetros de distancia, recuerda Norma),
amistad, convivencia, amor, abrigo,
comprensión, confianza, gente querida,
«sentirme escuchada y aprender a escuchar»,
crecimiento, aprendizajes, «conciencia sobre
mis derechos», empoderamiento colectivo,
muy buena energía, muchos abrazos, «un
espacio seguro donde no me siento juzgada»,
puertas abiertas, creatividad, compañeras con
las que ir haciendo camino, comidas diversas
y muchas fiestas. «Y cabreos», apostilla
Rocío con vena teatrera. Risas.113
185
lo haga del modo más alejado posible del capitalismo
y de modo permanente, una cobertura que posibilite
un trabajo político intergeneracional por sostenible,
que permita estar conectada siempre sin que ello
suponga un abandono de la dimensión personal. No
más obligación de ser héroes ni heroínas desmateriali-
zados e infinitos, no más prometeísmo. Recogiendo la
herencia de las sociedades de apoyo mutuo, las cajas
de resistencia y todas las redes generadas desde la
solidaridad obrera, pero también la tradición rural y
barrial de no permitir que una vecina o vecino quede
en la indigencia o lo pase mal por falta de recursos,
no debería haber un solo colectivo despreocupado de
la existencia cotidiana de sus participantes, de sus
condiciones materiales y psíquicas de existencia.
Con una cultura política domestizada, con una do-
mesticidad politizada, no habría colectivos sin caja
de resistencia, grupo de consumo o huerta colectiva
asociada, ni proyectos políticos sin inversión en so-
beranía energética mediante cooperativas locales de
producción de energía, banca ética —que, con todas
sus limitaciones, siempre será mejor que el Banco
Santander— o cooperativas de crédito, ni sindicatos
sin proyectos de fomento de la economía alternativa
como las viviendas en cesión de uso, las residencias
de mayores cooperativas o los seguros éticos. Nunca
debieran desentenderse los proyectos políticos de las
condiciones de vida y si lo hicieran, como se hace a
menudo aún hoy, será al precio de contar en sus filas
únicamente con gente joven, sana y con mucho tiem-
po, además de perteneciente a profesiones muy con-
cretas y/o con condiciones laborales decentes —esa
quimera en el capitalismo del desastre actual—que,
186
al estilo del funcionariado, permita integrar la mili-
tancia en sus vidas. Todo esto ocurre hoy y recorta
ostensiblemente la riqueza humana de los colectivos
y de sus aportaciones, estrecha la variedad de per-
files. Atender a la materialidad de la vida y contar
entre las prioridades con asegurar las condiciones
materiales de existencia de los colectivos —abando-
nando el comportamiento abstracto habitual en las
políticas centradas en «la cabeza», en la vanguardia
y la abstracción— haría que los propios colectivos
tuvieran más capacidad de atracción y convicción que
los actuales que, instalados a menudo en la lógica del
sacrificio, dejan a las personas que los integran, en
más ocasiones de las que debieran, al albur de tus
circunstancias.
187
capaz de caer en ese tremendo error una y otra vez.
Silvia Rivera Cusicanqui subraya que las relaciones,
los afectos políticos, son de una importancia medular
en las luchas. Para ella, atender a los afectos implica,
por ejemplo, sembrar lealtades duraderas «porque
la lucha no es sólo la victoria, es también la larga
experiencia de la derrota. La euforia de la victoria es
fantástica, pero cuando viene el bajón tienes que ser
leal, aguantar y es más largo y es más tedioso, pero
a veces toca»114.
188
ch’ixi 115, lo contradictorio, lo contencioso, «que es y
que no es a la vez, un gris heterogéneo, una mezcla
abigarrada entre el blanco y el negro, contrarios entre
sí y a la vez complementarios» y «capaz de nutrirse
de las aporías de la historia en lugar de fagocitarlas o
negarlas»116. Porque lo colectivo es ch’ixi, contencioso,
en la medida en que está vivo y «si vivimos la
contradicción entre pensar y hacer como tal, creo que
vamos a pensar y hacer con más fuerza»117.
189
la estrategia finalística provoca una ceguera a la
táctica emergente y a la creatividad política, por no
hablar de que se sacrifica todo medio al fin y carece
de tacto con lo común. Esto implica que:
190
En cuarto y último lugar —y el orden no es de
importancia—, una domestización de lo político
implica el serio reconocimiento del papel social
esencial de la maternidad y la crianza, el suficiente
como para conseguir que la atención a estas labores
sea atendida, compartida y respetada como debe,
al igual que debe ocurrir con todas las labores del
hogar. Este debería ser, en la medida en que afecta a
absolutamente todos los seres humanos, un objetivo
radical e inaplazable. Acabar con la minorización de
la figura de las madres y los padres, pero muy en
especial de las madres, y sacar de la invisibilidad,
reconocer la importancia humana ergo política de la
crianza y los cuidados de quien los requiere, junto con
las dificultades de todo tipo, materiales y no, que se
presentan para hacerlo en el capitalismo patriarcal,
es imprescindible para politizar lo doméstico y
domestizar lo político. Al comunismo sensible no
puede escapársele la flagrante carencia de comunidad
de apoyo con que se suele criar hoy, con la práctica
desaparición de la familia extensa, esa que justamente
se quiere recobrar —¡Hagamos parientes, más que
bebés!— y la necesidad de luchar por dar espacio
y significado político a estos primordiales procesos
de creación y protección de la vida: embarazo —y
aborto—, parto, crianza y trabajo del hogar han de
ser visibilizados y trabajados como lo que son.
191
en kichwa, cuidado de la Madre Tierra o Uma Kiwe
en nasa, Ñuke Mapu para los mapuches, Meyedobo
para los Ngäbe Buglé, Qutamam (Madreagua) para
los Urus, Elohehe para los Cherokee, Odùa-Ilè-Àiyé
para los yoruba… Todos ellos modelos de hecho ya
existentes, en la práctica, para el modo de entender
la realidad que llamamos comunismo sentido, de
la sensibilidad, concreto, de lo común vivo. Todas
ellas son, no será baladí, culturas en las que juega
un papel relevante el ámbito doméstico y afines al
«sentipensar».
192
Magias comunitarias
de lo común sentido
193
«Vivir y morir bien en convivencia sobre la
tierra», tal es la propuesta de Haraway en Seguir
con el problema que bien nos podría servir para
resumir en una máxima todo lo aquí planteado.
Sin embargo, no citamos a Haraway sólo porque
nos sirva de inspiración su decir, su letra, sino
que apostamos, sobre todo, por su música: su
compromiso con un trabajo constante por redefinir
imaginarios desde la colaboración entre la ciencia,
las humanidades y la práctica política desde un
punto de vista radicalmente situado que nos impida
caer tanto en universalismos neocolonialistas
como en particularismos ciegos. Haraway
propone construir narrativas coproducidas
—«simpoéticas», escoge nombrarlas119 — y tratar
de reencantar el mundo reescribiéndolo desde la
consciencia de que nos necesitamos y debemos
cuidarnos recíprocamente entre seres humanos,
objetos, plantas, animales, máquinas, signos...
Para ello, elabora un imaginario, todo un mundo
alternativo, con una terminología e iconografía
asociadas.
194
los juicios… no resulten necesarios y útiles; es que,
de hecho, ya disponemos de cantidades ingentes de
información que no consigue movilizarnos cuanto
es necesario. Internet no sólo nos ha conectado
a la realidad de todo el planeta, sino que pone a
nuestra disposición un bagaje brutal, un torrente
de información que, bien analizada —algo, claro
está, que no es sencillo—, nos provee del utillaje
racional suficiente; sin embargo, hace falta algo más
y resulta imprescindible practicar el «sentipensar»
en nuestra manera de acceder a la realidad y a la
hora de expresarla, de comunicarla y comunicarnos.
El sistema maneja el capital emocional, nosotras
no podemos quedarnos atrás. «De poco sirve
concienciar a un mundo ya enfermo de consciencia»,
hay que romper el hechizo y crear magias nuevas,
sentenciaban en Tiqqun:
195
El capitalismo neoliberal ha sabido generar todo un
universo de deseos y emocionalidades al que podemos
y debemos ofrecer alternativas sensibles, haciendo
que mane de nuestras prácticas un sentimiento de
riqueza y de felicidad, el nuestro, el que vivimos
cotidianamente y nos mantiene decididas en la
oposición al no-mundo del capitalismo neoliberal y
conectadas, comprometidas. Tal vez necesitemos,
antes de nada, reconocer las emociones que lo
consiguen, los afectos que lo facilitan y, sobre
todo, los sentimientos que las convierten en un
ethos —«El sentimiento permite una narración.
Tiene una longitud y una anchura narrativa», dice
Byung Chul Han121—: pensarlos, explicitarlos,
ponerlos en palabras, buscar lenguajes de todo tipo
—corporales, musicales, éticos, políticos…— que
transmitan la riqueza que tenemos entre manos. Y
quizás sean la literatura, el pensamiento, el cine,
la fotografía, la música o la danza y, desde luego,
la vida cotidiana, espacios de trabajo político a
largo plazo tan apropiados como la propia política.
Generar sentimientos políticos, poner el cuerpo,
la sensibilidad en la lucha, politizar el malestar
y el bienestar son prácticas esenciales para una
biopolítica afirmativa y exigen espacios heterogéneos
a los considerados tradicionalmente como políticos.
No se trata, obviamente, de vaciar las calles —
eso, nunca—, sino de entender que la danza, por
ejemplo, hablándole al cuerpo, puede provocar en
los espectadores emociones políticas que se lleven,
196
de vuelta a casa, a sus (con)vivencias cotidianas.
No en vano, en la democracia griega era esencial
el papel de la tragedia y la catarsis, que Aristóteles
consideraba una purificación emocional, corporal,
mental y espiritual esencial. Algo de lo que, sin
duda, estamos necesitadas.
197
a cuestiones como estas que hasta ahora no nos
parecieron importantes, pero sin duda lo son.
198
que fluctúan en un vacío de ser, en un
espacio que se ha tornado desprovisto de su
magnetismo propio, antes garantizado por
los placeres y obligaciones de la reciprocidad.
Psiquismos chupados por el mundo de las
cosas a partir de la falencia múltiple de sus
lazos de arraigo. (…) Es así que el deseo
de las cosas produce individuos, mientras
el deseo del arraigo relacional produce
comunidad.122
199
Frente al orgullo «malista» o el realismo pesimista
antropológico neoliberal, deberíamos estar dispuestas
a redefinir y reivindicar el buenismo. «Buenismo»
es un término, desde luego de carácter despectivo,
utilizado para descalificar a toda persona que
coloque la vida por delante del capital, dado que se
pretende que esta postura es ilusa o utópica. Nada
de eso: hay que estar dispuestas a defender, como
sentido común —buen sentido gramsciano—, que
la vida siempre debe colocarse por delante, la vida
de los más débiles sobre todo, y que una ética que
ponga esto en cuestión es inadmisible, es inhumana.
La RAE definió el término «buenismo» en 2017
como «actitud de quien ante los conflictos rebaja su
gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva
tolerancia», como si defender el cumplimiento de los
Derechos Humanos de migrantes y refugiados o
preocuparse por la pobreza extrema, se produzca en
España o en Tombuctú, fuera «rebajar la gravedad»
del asunto o considerar que es algo fácil solucionarlo.
Sabemos de sobra que es necesario nada menos
que darle vuelta al dominante ético y económico
neoliberal, ese que antepone el beneficio a todo y
es complicado, sin duda, pero una vez tomada la
decisión civilizatoria, una vez convertido lo común
sensible en prioridad, en el sentido común de época,
las medidas económicas para llevarlo a término no
tendrían más complejidad que la que entraña un
rediseño económico —y su paulatina implantación—
que redistribuya la riqueza y descabalgue a las élites
de sus desproporcionados y obscenos patrimonios.
Con todo, no nos dejemos atrapar por discursos que
nos superan ni por la grandilocuencia de apuestas
200
abstractas que nos pongan en riesgo de precipitarnos
en el nihilismo. Antes que nada, sin pretender jugar
a ser Dios, podemos defender, vez a vez, algo bien
sencillo: la actual falta de respeto por la vida es
demencial y hemos de conseguir que sea percibida
como tal en todos los ámbitos a nuestro alcance que,
si somos muchas, serán muchos también.
201
su impoder o antipoder —su poder de hacer, no
su poder-sobre—, de su potencia, ya que es el de
la sociedad civil el único espacio público en el que
puede germinar un cambio notorio como el que es
hoy necesario.
202
que asola el mundo autodenominado «desarrollado»,
lo sabemos, lo sentimos cotidianamente, lo vivimos
como todo un lujo, el lujo de la felicidad y de sentirse
acompañadas. Si lujo es abundancia, exuberancia,
excelencia o exquisitez de poseer algo por su calidad,
muchas gozamos de buenos y diversos lujos, frente a
la pobreza de quienes lo único que poseen es dinero
y ambición material. La alegría de vivir conforme a
los propios valores, la libertad de escoger y construir
formas de vida que no sean complacientes con el
egoísmo, el consumismo y el vacío humano imperan-
tes, la felicidad de compartir nuestras vidas con otras
personas que miran al futuro con ilusión, de organizar
la rabia y luchar codo a codo contra la injusticia… son
lujos de altísimo valor que no tienen precio. Lo que
queremos difundir no es tanto un «nuevo» modo de
vida —la novedad está sobrevalorada en ese paraíso
contaminante de la obsolescencia que es el mundo
actual— cuanto modos de vivir, de habitar, ethos,
éticas… como la máxima del epicureísmo, esa inteli-
gente respuesta del siglo IV antes de nuestra era, en
plena globalización macedónica: «Gozar de la vida,
saber lo que es valioso de verdad y compartir con
las amistades». Es todo un concepto de riqueza que,
sea cual sea el modo en que se explicite, apunta, ante
todo, a una forma de felicidad, a una forma de placer,
a una forma de lo que se designa comúnmente como
«bien». Y felices luchamos mucho mejor.
203
entificado, cosificado, y el anhelo de una felicidad no
consumista a sus gentes. Necesitamos, de la mano
del arte, del conocimiento, de la diversión, de la
lucha, crear embrujos comunitarios que rompan el
velo neoliberal que convierte todo en una superficie
cuantitativa, en un centro comercial. Romper con el
igualitarismo de la equivalencia total, en un mundo
en el que todo tiene un precio y abrir espacio para
lo incalculable, lo cualitativo, lo heterogéneo, lo
vivo, el gasto sin reserva, la fiesta de estar vivas y
la felicidad de celebrarlo cotidianamente. Atender
a nuestras vidas, que están llenas de lo imperfecto,
de la textura rugosa de la existencia, de geometrías
imperfectas, de intercambios asimétricos, de
cuidados gratuitos, de políticas con piel contra,
claramente a la contra y más allá del horizonte de
la equivalencia general impuesto por el capitalismo,
que se alía de modo tan aproblemático con la
democracia representativa liberal. Hagámoslo
desde la vida cotidiana y desde la literatura, la
ciencia, el cine, la fotografía, el video, el diseño, la
música, la pintura, la danza, la magia propiamente
dicha, y desde la familia, el trabajo, la escuela,
la asociación, la comunidad de vecinas… tratemos
de esparcir, de sembrar, de comunicar este modo
de felicidad, esta riqueza se sentirse vivas a quien
se deje desde todos aquellos terrenos en que sea
posible el sentipensar, la circulación del sentido, la
puesta en juego de nuestro ser creativo humano,
ese ser que, como ya hemos señalado antes, debe
hacerse humus, y dejar de arrasar con el resto
del planeta y sus pobladores, nuestros congéneres
menos afortunados incluidos.
204
Sigamos buscando y encontrando, juntas, coordenadas
cooperativas para alojar una terrícola inequivalencia,
una gozosa diversidad en la que no haya una
dirección obligatoria del pensar y el sentir, sino
que el sentido circule y se reconozca a la existencia
su valor inconmensurable, su infinita finitud.
Atrapadas a ratos en los consensos neoliberales, en
sus estertores totalitarios, empezamos a intuir que
una política vivible debe ser precisamente un lugar
de destotalización, que no afirme sentidos o valores,
sino que les de espacio, que haga hueco a nuestras
afirmaciones y deseos heterogéneos y que ponga en
el centro de la existencia los valores de la vida, de
la tierra. Esta comprometida felicidad y el respeto
a la diversidad no implica, ni mucho menos, que
desconozcamos la realidad ni que no sepamos que
hay verdades compartidas que no deben quedar
sepultadas en argumentos falaces, por vestidos de
economía y política que pretendan vendérnoslos: hay
verdades comunes por las que es obligado luchar
hasta el final. Entre otras muchas: los débiles tienen
prioridad, nunca un objeto vale lo que una vida, el
egoísmo y la avaricia no resultan menos pestilentes
bajo una traje de chaqueta o una colonia cara, la
usura es una actividad maléfica para la sociedad en
que se produce… Porque, que dejemos que circule el
sentido, no significa que renunciemos a las verdades
imprescindible para la supervivencia conjunta.
205
alcanzarlos: gocemos de la fortuna cotidiana que
supone el mero estar vivas, convirtamos eso en el
centro de todo placer. Epicuro, volvamos a él de nuevo,
distinguía en su búsqueda de la felicidad tres tipos de
placeres: naturales y necesarios, los que merecen la
pena, desde comer y dormir a respirar o practicar
sexo; naturales y no necesarios, menos convenientes,
capaces de provocar dolor por dependencia o abuso,
como beber en exceso y drogarse o amar con
dependencia y posesión; por último, consideraba
que debemos huir de los placeres no naturales y no
necesarios, que producen dolor, como ocurre con el
deseo de dinero, éxito, poder… Si lo pensamos, son
precisamente esos los que hoy día más se valoran y no
es extraño que, en consecuencia, los índices de felicidad
más bajos del mundo, aparte de aquellos países que
se encuentran en guerra o en alguna crisis natural o
antropogénica, se den en países «ricos» desde el punto
de vista del neoliberalismo. Al Informe Mundial de
la Felicidad que elabora anualmente la ONU, con
criterios neoliberales —el dinero considerado como
principal riqueza—, lo contradice el Informe global de
emociones elaborado por la consultora independiente
Gallup, que muestra con datos que la felicidad no es
directamente proporcional al dinero y que, de los 10
países más felices del mundo, nueve se encuentran
en Latinoamérica y no en los países nórdicos como
pretende la ONU. Se da la curiosa coincidencia de
que Suecia, epítome del individualismo, es el cuarto
país más feliz para la ONU y el cuarto más infeliz
según Gallup: recordemos que se trata de un país que
sufre una auténtica epidemia de soledad que lo ha
llevado a crear un Ministerio ad hoc. Bien pensado, es
206
muy significativo que ningún país se tome en serio la
felicidad y que tan sólo Bután calcule el FIB, el índice
de Felicidad Interior Bruta, pero todos se ocupen y
preocupen de un PIB, producto Interior Bruto, que
poco o nada dice de la felicidad que proporciona
a sus habitantes. Es obvio que a nivel planetario
aceptamos sin apenas discusión que la riqueza, ya
reducida a la abundancia de bienes preciosos cuando
en general es un nombre de la diversidad, se limita
hoy a la posesión de dígitos en un apunte bancario.
Es completamente absurdo, y no debiéramos perder
esta obviedad de vista.
207
autonomía, y recuperar la conexión, la presencia,
la comunidad sensible saliendo del encierro en el
abstracto activista o individualista, es igual, y
automáticamente sentiremos la necesidad de hacer
extensiva esta riqueza a otras personas. Quien sabe
reconocer la grandeza de ese regalo que es la mera
existencia dispone de la sensibilidad necesaria para
no poder disfrutarlo mientras haya otras personas
sufriendo. Por eso, reconocer la riqueza de estar
vivas es el primer paso para la lucha:
208
del capitalismo. Quienes optamos por lo primero
reconozcámonos, por fin, como una nueva especie
de millonarias/os/es ajenas a la lógica productiva,
una nueva clase pudiente de una riqueza que no
requiere para valorizarse la pobreza ajena: riqueza
del común, la riqueza de existir, soberanía de la
Nada125. El mundo se podrá dividir, así, entre
quienes, enfermos de necedad, desconocen lo que
es realmente valioso y quienes saben apreciar el
placer infinito que proporciona, vez a vez, el mero
hecho de respirar.
209