Resumen Pasiones Desalmadas
Resumen Pasiones Desalmadas
Resumen Pasiones Desalmadas
La ética
Lacan
Juicio sobre nuestra acción.
Toda acción supone un juicio (no necesariamente bien elaborado) que la justifica y respalda.
Toda acción está “permitida” por el sujeto que actúa.
Acción → libertad de reflexividad y capacidad de escoger.
Acción → responsabilidad del agente que se establece en el respectivo juicio moral con las sanciones a las que hubiere
lugar.
Zizek
“La ética, como mandato que no puede ser enraizado (arraigado) en la ontología, existe en tanto hay una grieta en el
edificio ontológico del universo; la Ética en su nivel más básico, designa la fidelidad a esta grieta.”
No podemos escapar de la ética desde el momento en que no todo está dicho ni decidido.
La ética surge como como una conciencia reflexiva llamada a suplir la falla ontológica o la falta de acabamiento del
mundo humano.
Agamben
“El hecho del que debe partir todo discurso sobre la ética es que el hombre no es, ni ha de ser o realizar, alguna
esencia, ninguna vocación histórica o espiritual, ningún destino biológico. Solo por esto puede existir algo así como
una ética: pues está claro que si el hombre fuese o tuviese que ser esta o aquella sustancia, este o aquel destino, no
existiría experiencia ética posible y solo habría tareas que realizar… Hay de hecho alguna cosa que el hombre es y
tiene que pensar, pero esto no es una esencia, ni es tampoco propiamente una cosa: es el simple hecho de la existencia
como posibilidad y potencia. Pero justo por esto todo se complica, justo por esto la ética llega a ser efectiva.”
El ser humano es posibilidad abierta y potencia pensante. La libertad, la duda y la reflexión son la base misma de la
experiencia ética.
Kant
El mal está más en las reglas que normal el comportamiento que en las mismas acciones.
Las “máximas” son reglas que los individuos creamos para nuestro propio gobierno y pueden alejarse de la ley moral
o imperativo categórico.
“La fuente del mal puede descansar solo en una regla hecha por voluntad en su condición libre, esto es en una
máxima.”
“El sujeto no considera en ellas (máximas) la condición como válida sino para su propia voluntad.”
“Para llamar a un hombre malo, tendría que4 ser posible de inferir a priori de muchos actos malos hechos con
conciencia de su maldad… una máxima subyacente (por debajo) a todas las máximas moralmente malas.”
Lo decisivo son las reglas que norman nuestra conducta, detrás de ellas hay una coherencia, que al ponerse debajo de
la ley moral, escoge ser libre o esclavizarse a la transgresión”.
El mal
Lo hacemos los individuos, pero ordenamientos sociales y situaciones nos empujan a este, y prolifera.
Visibilizar el mal implica una actitud vigilante, de denuncia y desmitificación, identificarlo allí donde muy pocos
quieren verlo.
Nadie dice hacer el mal gratuitamente sin razón.
Las personas que hacen algo malo no lo ven así, lo justifican como si fuese un costo inevitable para hacer algo tan
bueno que el mal se justifica o lo hacen como compensación de sufrimientos inmerecidos.
La justificación resulta en un (auto)engaño, se preserva una buena conciencia pero se pierde (en cierto grado) la
capacidad autocrítica.
Hacer el mal produce satisfacciones, vivencias cálidas y reafirmadoras. La propia potencia queda exaltada en la
humillación del otro.
El simulacro es también un (auto)engaño en el que el agente busca acceder al placer ilícito manteniendo limpia su
conciencia, esto supone la renuncia a la lucidez (la cualidad humana por excelencia).
Las posibilidades de hacer el mal se multiplican si existe algún tipo de poder y capacidad de controlar a los otros. La
concentración de poder conlleva a la sensación de superioridad.
Los subordinados también pueden incitar al mal, que renuncia al pensamiento y permita entregar su agencia sobre sí,
construyendo al tirano.
El primer mal que efectúan el oportunista y el incondicional es dañarse a sí mismos, al dejar de lado su dignidad.
El cínico
No negarse nada
Un cínico es alguien que cree solo en su propio goce.
Nadie reconoce ser un cínico.
Es imposible ser totalmente cínico, desaparecería como humano.
Un cínico siempre tiene un simulacro, una mentira en la cual atrincherarse; la excusa de estar actuando por una meta
superior.
El cínico es prisionero de su goce, esclavizado a un desenfreno que quiere justificar a nombre de una causa. En el
fondo del cínico hay un fanático.
El Dios oculto del cínico le permite una máscara de buena conciencia.
El fanático (asceta)
Negarse todo.
Esclavitud puritano-rigorista.
El puritano se complace en reproches sin término.
Su goce deriva de rechazar el goce, de una (auto)agresiva práctica ascética.
Se define a partir de la renuncia de su ser, desde una identificación con algún deber.
Austero y calculador, dispuesto siempre al sacrificio, renunciando al autoestima.
Su sentido de deber opresivo es una forma de goce tortuoso y masoquista, está contaminado por el cínico, muchas
veces el fanático termina sacrificando a otros, pasando del goce tortuoso y flagelante al goce sádico del cínico.
El Dios público del fanático le permite reflejarse como héroe de la renuncia y mártir de sí mismo.
El cínico y el fanático
Cuando el cínico se toma más en serio su “Dios oscuro” y el fanático se da sus licencias de goce, uno se convierte en
el otro.
El simulacro
Simulación de la verdad que crea identidad y compromiso. Convierte al individuo en un medio para legitimar el mal.
El siervo albedrío
Una “ética” basada en un simulacro conlleva a convertirse en un “siervo albedrío”. Esto resulta en una subjetividad
colonizada por el mandato del goce (se pierde la libertad), se está ávido para conseguir más poder y dinero (en el caso
de Montesinos). El “siervo albedrío” no puede negarse nada que le genere excitación, morbo o adrenalina.
El mal y Vladimiro Montesinos
Máximas de Montesinos
Primera máxima
Los acuerdos deben respetarse mientras me resulten beneficiosos. Una vez que dejan de serlo, quedo liberado del
compromiso suscrito.
Esta máxima aparece en la relación entre Vladimiro Montesinos (cínico) y Abimael Guzmán (fanático).
La mentira es lícita cuando conviene.
Vladimiro Montesinos y Abimael Guzmán
Luego de que Guzmán es capturado, Montesinos realiza un “acuerdo ético” (una farsa) tratando de ganar su
confianza, permitiéndole reunirse con su compañera (Miriam), prestándole libros y colocando música (canción
favorita de Nora, la exesposa fallecida de Guzmán) con la finalidad de ganar su confianza y quebrarlo.
Abimael Guzmán ganó tiempo, recibió comodidades, lecturas, información política y hasta a su compañera. Estafó
a Montesinos.
Segunda máxima
Es posible censurar al otro por hacer las mismas cosas de las que yo me felicito. Condenando al otro, sentiré la más
viva indignación. Felicitándome a mí mismo, me consideraré más astuto y con más derechos.
Montesinos no mide a los otros con la vara que emplea en sí mismo. Lo inaceptable en los demás resulta ingenioso y
conducente cuando es él quien lo hace; “ley del embudo”: lo ancho para mí y lo angosto para los demás.
La norma tiene sentido en el universo ético del amo, en donde hay una jerarquía en la que los grupos tienen distintos
derechos y deberes, pero en una democracia, donde las leyes son iguales para todos, la norma incita al abuso.
Conversación con Bedoya (Vivanco) y conversación con Dionisio Romero.
Tercera máxima
Tener poder, capacidad de actuar, me exime del cumplimiento de la ley. En todo caso, siempre puedo invocar razones
muy razonables. A su vez, estar encima de la ley, no ser fiscalizado, es prueba de mi propia superioridad. Lo ajeno no
me merece respeto. Lo mío tiene un valor indiscutible.
El autoendiosamiento de Montesinos es la propia corrupción.
Fujimori y sus allegados difunden la imagen de Montesinos como la de una mente brillante entregada al bienestar de
los peruanos. La validación de su imagen le da más seguridad.
Se genera en montesinos una dinámica en la que él es diferente a los demás, rompe las leyes, accede a los goces
obscenos y es considerado como un prohombre, se cerciora de ser casi omnipotente y omnipresente. Se cierra al
diálogo y trata de imponerse a como dé lugar.
Cuarta máxima
La lealtad para conmigo es el valor fundamental que puede tener un subordinado. El subordinado es el rostro que
deben tener quienes quieran acercárseme. Si tuviera otro, ya no serían tan reconocidos; o serían, en todo caso,
enemigos con quienes se plantea una lucha que es (casi) necesariamente moral.
Esta lealtad corresponde a la gratitud que puede despertar recibir una ganancia ilícita.
La relación está basada en la complicidad, en el mutuo beneficio y encubrimiento a espaldas de la ley.
Montesinos, en el régimen fujimorista, concentra el poder; el mérito vale cada vez menos. Es importante formar parte
de la “hermandad” de Montesinos.
Conversaciones con los tres militares.
Las cuatro máximas de Montesinos