Ambrosio de Milan. El Paraiso, Cain y Abel, Noé

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Ambrosio de Milán

EL PARAÍSO
CAÍN Y ABEL
NOÉ
Introducción, traducción y notas de
Agustín López Kindler

Ciudad Nueva
© Agustín López Kindler

© 2013, Editorial Ciudad Nueva


José Picón 28 - 28028 Madrid
www.ciudadnueva.com

ISBN: 978-84-9715-278-5
Depósito legal: M-16.276-2013

Maquetación: Antonio Santos

Impreso en España

Imprime: Afanias Industrias Gráficas - Alcorcón (Madrid)


INTRODUCCIÓN

En este volumen se agrupan tres textos de san Ambro­


sio que presentan indudables rasgos comunes: los tres se
centran sobre los primeros capítulos del Génesis, fueron
compuestos por la misma época y se agrupan entre los es­
critos exegéticos del gran obispo de Milán. Si bien no se
cuentan entre sus obras más estudiadas y famosas, su inte­
rés radica tanto en la importancia de los acontecimientos
que comenta, como en el indudable valor literario que les
confiere la extraordinaria personalidad de su autor.

I. INTRODUCCIÓN GENERAL

Las cuestiones que más han interesado a los estudio­


sos al plantearse el carácter de los tres títulos han sido de
dos tipos, según la perspectiva desde la que se ha aborda­
do su análisis. Los filólogos se han centrado en determi­
nar con la mayor precisión posible la fecha de su compo­
sición, las fuentes en las que su autor se inspiró y la huella
que han dejado en la literatura posterior. Desde un punto
de vista prevalentemente teológico, los especialistas se han
centrado en el método hermenéutico empleado por el au­
tor y las consecuencias de orden teológico y pastoral que
de él extrae.
De ahí que en esta Introducción nos propongamos en
primer término exponer lo más brevemente posible las con­
6 Introducción

clusiones a las que, de una parte la Altertumswissenschaft y


de otra la Patrología, han llegado en todos y cada uno de
estos aspectos.
A continuación estableceremos algunos rasgos que ca­
racterizan estas obras y que cualquier lector cuidadoso pue­
de apreciar a simple vista en ellas: la importancia de los
nombres, la atención a los números y la dimensión cristo-
céntrica de los textos. Para los dos primeros es evidente que
podía apoyarse en su modelo Filón; el tercero es completa­
mente original.

1. Cronología

El primer interrogante que se plantea es el relativo a la


naturaleza de estas tres composiciones y es inseparable del
acontecimiento que cambió de modo radical la vida de Am­
brosio: su sorprendente consagración episcopal, el 7 de di­
ciembre de 374, cuando ya rondaba los cuarenta años. De la
noche a la mañana el gobernador civil de la provincia con
sede en Milán se convirtió en pastor de la diócesis emiliana.
Debió de encontrarse en un serio aprieto, consciente de
su falta de preparación para desempeñar semejante tarea,
porque, como es bien sabido, a la sazón no había recibido
ni siquiera el bautismo. Sin embargo, consciente de la res­
ponsabilidad que había contraído, se aplicó desde el primer
momento a dirigir su grey, a la vez que conseguía lo antes
posible el bagaje doctrinal necesario para llevar a cabo su
cometido.
Le costó un esfuerzo de casi tres años, que dedicó al
estudio de la Sagrada Escritura, a la vez que cumplía con
sus deberes administrativos y pastorales, entre los cuales
ocupaba un lugar relevante la predicación, y con sus com­
promisos políticos, enfrentado desde el primer momento al
peligro arriano.
Introducción 7

La obligación de formar al pueblo en la interpretación


y la aplicación de la Sagrada Escritura estuvo presente des­
de el primer momento, si bien sólo en 377 se encontró en
condiciones de abordar por escrito temas vitales para la for­
mación de los fieles: de una parte, el fomento de la piedad
entre las mujeres y de otra la exposición de la realidad del
pecado y sus consecuencias, que sólo la misericordia de Dios
es capaz de enderezar1.
Ambos campos temáticos no son en la mente de Am­
brosio tan dispares como podría a primera vista parecer, si
se tiene en cuenta que para él la mujer fue la causante y res­
ponsable principal de la caída y por tanto de la culpa ori­
ginal. Su educación en la virtud y su comportamiento ejem­
plar serían, por tanto, las vías más razonables y eficaces para
combatir y desterrar el pecado del mundo.
Aunque es un dato pacíficamente aceptado que Am­
brosio dio a conocer sus obras, incluso las epístolas y los
textos homiléticos, tras una profunda labor de elaboración,
sin embargo es legítimo preguntarse si las composiciones
que aquí presentamos son ejercicios de principiante o tra­
tados sistemáticos.
Un argumento a favor de la primera alternativa es el he­
cho de que sólo diez años más tarde, hacia 387, con su He-
xameron , Ambrosio se enfrenta a un tema de la envergadu­
ra de la Creación, que en buena lógica tendría que haber
abordado antes del Paraíso.
Cabe pensar, por tanto, que nos encontramos ante los
primeros frutos del trabajo de nuestro autor en su esfuerzo
por exponer de un modo sistemático los pasos iniciales del
hombre en la tierra. A pesar de que no se encuentren ras­
tros de ello en el texto por nosotros conocido, todo hace su­

1. Entre 377-378 compone de duis y de otra D e paradiso, De


una parte D e virgin ib u s y D e v i- Caín et Abel, D e Noe.
Introducción

poner que como base de estas obras haya habido homilías


pronunciadas de viva voz y de modo sistemático sobre es­
tos temas2.
El Paraíso, Caín y Abel, Noé serían, por tanto, el pro­
ducto, elaborado en el taller de la retórica ambrosiana, pro­
cedente de su predicación a lo largo de los años 374-378.
Su estructura viene dada por el texto bíblico que co­
menta, versículo a versículo, si bien no faltan atisbos de sis­
tematización de la materia en algunos momentos de la ex­
posición, como veremos en su momento3.

2. Fuentes

El problema de las fuentes ha sido muy discutido y per­


manecerá siempre abierto a nuevas aportaciones en cuestio­
nes de detalle. Una respuesta segura hay que ir a buscarla
como siempre en la mentalidad del autor: en este caso, en

2. A posiciones tajantes como G. M adec, Saint A m broise et la


las de J.-R. Palanque, Saint Am- P hilosophie, Etudes Augustinien-
broise et l E mpire rom ain, París nes, París 1974, pp. 177-179.
1933, pp. 438-39 y O. B ardenhe- 3. Adelantemos ya la división
wer, Les P eres d e l ’E glise..., t. II, de la fuente que riega el paraíso en
París 1905, pp. 510-512, quienes cuatro brazos, que Ambrosio po­
son partidarios respectivamente de ne en relación con las cuatro vir­
atribuir a estas obras un origen es­ tudes cardinales y las cuatro eras
crito u homilético, han sucedido de la historia {Parad., 3, 13-23), las
opiniones más moderadas, en el condiciones del sacrificio agrada­
sentido que exponemos en el tex­ ble a Dios (Cain et Ab., II, 6, 19-
to de esta Introducción: Ambrosio 22), o las razones que aporta para
es ante todo un pastor que predi­ explicar que los animales hayan
ca, si bien somete esos textos a un sufrido las consecuencias de la ma­
esmerado trabajo de revisión antes licia de los hombres (N oe 10, 31-
de publicarlos. Cf., por ejemplo, 33).
Introducción 9

su actitud más bien despectiva con respecto a la filosofía pa­


gana -la gran enemiga de la fe a lo largo de toda la Anti­
güedad- y proclive a seguir en todo la Sagrada Escritura, la
única fuente segura de sabiduría.
Es verdad que en estos escritos no puede arremeter di­
rectamente contra las cosmogonías y supersticiones propa­
ladas por los primeros filósofos, como hará a lo largo del
Hexameron , pero no cabe duda de que combate con todas
sus fuerzas ideas perniciosas para la fe, como las que de­
fendía desde siempre la escuela platónica, representada por
los más furiosos detractores del cristianismo4.
Como es sabido, al menos desde S. Jerónimo -el pri­
mer crítico de Ambrosio en el tiempo y uno de sus más du­
ros detractores-, en estos escritos de la primera época se de­
tecta una fuerte influencia de Filón5, hasta el punto de que
ha podido ser calificado como el «Filón cristiano». Para El
Paraíso se inspira fuertemente en las Legum allegoriae y las
Quaestiones in Genesim del gran exegeta judío alejandrino.
En el Caín y Abel, hace amplio uso del De sacrificiis Caini
et Abelis, así como de las Quaestiones in Genesim del mis­
mo, al que también debe mucho el Noé.

4. Valgan como ejemplo, para mentos 13 (III, 74B) y 15-17 (III,


el D e Paradiso, las ideas de Cel­ 85E, 88E, 93D)-, quien calificaba
so -cf. O rígenes, C ontra Celso, de fábulas inadecuadas los relatos de
VII, 24.68; VIII, 28-33- sobre los la creación de la mujer, el Paraíso y
demonios como demiurgos y agen­ el pecado original que se encuen­
tes divinos, las de Porfirio a pro­ tran en el libro del Génesis.
pósito de la injusticia divina al 5. A esta conclusión, por lo de­
prohibir a Adán el conocimiento más tradicional, ha llegado defini­
del bien -cf. P orfirio, Sobre los tivamente el estudio exhaustivo de
cristianos, fragmento 42- o las del H. Savon, Saint A m broise d eva n t
emperador Juliano —cf. J uliano el l ’ex égése d e P bilon le Ju if, 2 vol.,
A póstata, C ontra los galileos, frag­ París 1977.
10 Introducción

Sin embargo, es importante explicar bien los términos


y el alcance de esta influencia. Se puede hablar de ella -se
sigue discutiendo el dato de si Ambrosio conoció directa­
mente la obra filoniana o le llegó a través de un interme­
diario cristiano, posiblemente Orígenes-, sobre todo por­
que: a) sin adoptar directamente la técnica de preguntas y
respuestas6 característica de las Quaestiones in Genesim y
otras obras filonianas, estas obras utilizan profusamente el
recurso retórico del interlocutor fingido; b) los sermones y
tratados ambrosianos contienen una serie de elogios a los
patriarcas hebreos, que habría tomado de Filón; c) incluso
se puede concluir que nuestro autor ha querido componer
con sus escritos una especie de galería de patriarcas según
el modelo del pensador judío.
Pero de ahí a que el pensamiento de éste se haya abier­
to paso en el modo de pensar de Ambrosio hay una gran
diferencia7. En efecto, como veremos más adelante a pro­
pósito de su método hermenéutico, para él el Nuevo Testa­
mento ha eclipsado al Antiguo. Por tanto, una fuente judía
desempeña un papel meramente instrumental.

6. No hay que olvidar que ya -P arad. 13, 66-, se hacen los sor­
Aristóteles, en su obra perdida dos ante la palabra de Dios -ib i-
P roblem ata, resolvía aponas pre­ d em 14, 69-, se han convertido en
sentadas por la historia natural, la parricidas al matar al Mesías -C aín
música y la poética y que esta téc­ et Ab. I, 2, 5 - o se niegan a creer
nica perdura hasta configurar la en Jesucristo (N oe 8, 26). De ahí
estructura de la Summa th eologia e que el destino de la sinagoga será
de Santo Tomás, pasando por una el de aquella mujer que es dejada
larga serie de etapas que no es del de lado -M t 24, 4- cuando venga
caso citar aquí. el Hijo del Hombre -C aín et Ab.,
7. No faltan, a lo largo de es­ I, 8, 30- y el pueblo judío sea ca­
tas obras, alusiones a la penosa si­ lificado como sacrilego y necio
tuación de los judíos, que inter­ (Noe, 13, 45).
pretan al pie de la letra la Escritura
Introducción 11

Entonces, ¿cómo se debe entender el uso que hace de


sus fuentes, de las lecturas que, con la ayuda de Simplicia-
no -el filósofo que habría de sucederle en la sede episco­
pal-, tuvo que hacer en estos primeros años para asegurar
su formación y aprender mientras enseñaba y resolvía los
negocios propios de su cargo?
A este respecto, Ambrosio ha sido acusado de simple
compilador, en un tono despectivo8, y hasta de plagiario.
Pero, como afirma G. Madec9, la erudición moderna ha si­
do muchas veces mezquina al criticarlo, porque lo específi­
co de él y donde radica su originalidad es en la manera en
que emplea sus fuentes, mezclándolas, con una técnica que
ha sido justamente calificada de collage'0.
En este sentido merece ser citada una atinada observa­
ción de G. T isso T: «A menudo se tiene la impresión de que
la lectura de sus modelos es para el obispo de Milán, ante
todo, una fuente de ideas: los escucha, registra y retiene sus
expresiones, pero durante todo ese tiempo ha seguido sus
propios razonamientos, de modo que con esas mismas pa­
labras construye planteamientos diferentes, incluso a veces
diametralmente opuestos»11.
Aplica este procedimiento siempre, pero mucho más
cuando, como es el caso de los escritos que nos ocupan, sus
fuentes son ajenas al cristianismo o lo han empañado con
el sucio vaho de la herejía. Este último es el caso, en De pa-

8. Cf. epístola 84 de S. Jeróni­ broise et la Philosophie, Études Au-


mo a Pamaquio y Océano, escrita gustiniennes, París 1974, p. 344.
en el invierno 398/99: «Hace po­ 10. Cf. M. von A lbrecht,
co tiempo que Ambrosio resumió G eschichte d er rom ischen L itera-
-co m p ila v it- el H ex aem eron (de tur, Berna-Múnich 1992.
Orígenes) de un modo en el que 11. Cf. G. T issot, A m broise de
más bien sigue la línea de Hipóli­ Milán. Traite sur l ’E vangile d e s.
to y Basilio». Luc, Sources chrétiennes 45, París
9. Cf. G. M adec, Saint Am- 1958, p. 17.
12 Introducción

radiso, de Sabelio, Fotino, Arrio -12, 58- y sobre todo de


Apeles, un hereje del s. n cuyas ideas, extraídas de Marción,
si son tenidas en cuenta, es para polemizar con ellas a par­
tir de 5, 28. Algo análogo ocurre en De Caín et Abel -I, 8,
30-, cuando al narrar la visión de Abrahán bajo la encina
de Mambré, Ambrosio insiste en su simbología trinitaria, en
clara oposición al arrianismo.
En definitiva, si en éstas como en otras obras recurre a
autores paganos o a escritores heterodoxos es para, sirvién­
dose de ellos como punto de referencia12, resaltar, en con­
traste con ellos, la superioridad del pensamiento cristiano.

3. Pervivencía

Como se ha puesto muchas veces de relieve, fuera de


Milán donde su memoria se ha mantenido intacta a través
de los siglos, la influencia de Ambrosio en la Iglesia se de­
be tanto a su producción literaria -por la que se encuentra
entre los cuatro Padres occidentales-, como sobre todo a su
incomparable papel en la configuración de las relaciones con
el Estado, sin olvidar la importancia de su influjo en la pie­
dad popular13.
Desde el principio su figura ha estado muy presente
en la hagiografía, gracias a la 'Vita Ambrosii que su secre­
tario Paulino redactó a instancias de san Agustín, el me­
jor eco y portavoz de quien fue su guía en el camino ha-

12. Esta técnica se refleja una y ejemplo, Caín et Ab. I, 6, 24.


otra vez en los dos niveles que mar­ 13. Baste recordar el papel de
can sus comentarios: el literal y el sus himnos en la liturgia, así como
alegórico, el que puede alcanzar la las tradiciones devotas de pesebres
inteligencia y el que penetra en el y pasiones en torno a la humani­
misterio divino: véase, por poner un dad de Jesús.
Introducción 13

cía la conversión y a quien cita unas ochocientas veces en


sus escritos14.
Los datos de su vida trasmitidos por algunos otros de
sus contemporáneos -Jerónimo, Paulino de Ñola-, así co­
mo las sucesivas obras de historiadores -Casiodoro, Sócra­
tes, Sozomeno, Teodoreto-, han configurado a lo largo de
los siglos una tradición que hace de Ambrosio una figura
de primera importancia en la historia de la Iglesia.
Algo análogo cabe decir por lo que respecta a su peso
e influencia en los concilios y entre los teólogos de la An­
tigüedad tardía y la Edad Media. A este respecto, Ambro­
sio tiene más autoridad en la Iglesia oriental que en la de
Occidente, donde san Agustín está siempre más presente.
Si de estas consideraciones generales pasamos a la trans­
misión de las obras que nos ocupan en concreto, debe decir­
se que no existen testimonios que documenten la recepción
de estos escritos en los siglos inmediatamente posteriores a
Ambrosio.
Sólo a partir del s. ix se encuentran manuscritos de las
tres obras que presentamos en este volumen. Las dos pri­
meras en el c -1/61 de Monza; sólo la primera en otros cin­
co lugares; Munich, Clm 3728 (s. x); París, lat. 1913 (s. ix);
Reims, 377 (s. ix); San Omer 72 (s. ix); Vaticano, lat. 296 (s.
x)- y la tercera en Karlsruhe, Aug. CCXIII y París, lat. 12137
(s. ix). Después de esa fecha parece que esta penuria mejo­
ra15, pero queda la impresión de que hasta el s. x ii no cir-

14. Aparte de que se encuentran 15. Así lo demuestran el códi­


en san Agustín pasajes de estas ce actualmente denominado Add.
obras que se han perdido en los ma­ 49364 del British Museum, en el
nuscritos de Ambrosio que cono­ que se encuentra Parad, y el ms.
cemos -cf. Noe 3, 7b- y que han X que se halla en la catedral de
servido para reconstruirlos, recoge­ Novara y reproduce Parad, y
mos también en nota las citas que Caín et Ab., ambos de mediados
el obispo de Hipona hace de ellas. del s. xii.
14 Introducción

cularon con profusión y que, por tanto, con excepción del


Hexameron, todos los escritos que Ambrosio dedicó a co­
mentar el Génesis fueron relativamente poco conocidos.
No obstante, Ambrosio aparece como una de las fuen­
tes que gozan de más autoridad entre las utilizadas por Isi­
doro (570-636), sobre todo para su De natura rerum , don­
de se encuentran pasajes tomados sobre todo del Hexameron
y su autor es citado nominalmente hasta diez veces.
Poco tiempo después circulaba un resumen de los co­
mentarios de Isidoro a los ocho primeros libros del Anti­
guo Testamento en un Epítome que era conocido como obra
del Pseudo-Ambrosio y llevaba por título Retractatio de pa-
radiso. Este escrito tuvo un gran éxito y se difundió entre
los monjes cistercienses a lo largo del s. xn. Y precisamen­
te el comienzo de esa Retractatio coincide con el inicio del
De paradiso de Ambrosio.
Pero en las obras exegéticas llegadas hasta nosotros, an­
teriores a esa fecha, son excepción las que reflejan un co­
nocimiento directo de Ambrosio que vaya más allá de una
alusión general, junto a san Agustín. Por el contrario, el co­
mentario de éste De Genesi ad litteram es utilizado profu­
samente por Wigbog, el cortesano de Carlomagno, que pre­
paró para la corte un comentario enciclopédico sobre los
ocho primeros libros del Antiguo Testamento. Por la mis­
ma época, ni Alcuino ni Teodulfo parecen haber leído di­
rectamente a Ambrosio.
El primer escolástico que utiliza las obras de Ambro­
sio como una de sus fuentes directas es Claudio de Turín,
una de las personas más cultas de su época -finales del s.
viii y primeros decenios del s. ix-, que escribió múltiples
comentarios a libros bíblicos, entre ellos también los ocho
primeros (Octateuco).
Más limitada parece ser su presencia en la producción
literaria que Rábano Mauro (784-856) y Juan Escoto Eriu-
gena (primer cuarto del s. ix hasta alrededor del 877) dedi-
Introducción 15

carón a comentar el libro del Génesis, si bien en el Pe-


riphyseon de éste último cita repetidas veces el De paradiso.
De esta somera exposición se desprende que hay que es­
perar al s. xn para encontrar estos escritos de Ambrosio so­
bre el libro del Génesis incluidos en la tradición exegética de
Occidente. Una recopilación en seis volúmenes de las obras
de Ambrosio fue preparada por Martino Corbo, obispo de
Milán entre 1135 y 1152. Entre ellas se cuentan Hexameron,
De Paradiso, De Cain et Abel, De Abraham, De Isaac, De
Iacob, De Ioseph, De Patriarchis. Esos fueron los libros que
Francesco Pizolpasso llevó al Concilio de Basilea en 143716.
El texto definitivo está aún por establecer de modo
completo, teniendo en cuenta que la única edición crítica
con la que contamos es la de K. Schenkl en el Corpus Scrip-
torum Ecclesiasticorum Latinorum (CSEL), que data de
1897 y que no pudo colacionar todos los manuscritos ac­
tualmente conocidos.

4. Método hermenéutico de Ambrosio


A lo largo de esta exposición ha quedado ya de algún
modo explicada la metodología que Ambrosio emplea para
interpretar la Sagrada Escritura y los peligros que ésta trae
consigo. Su trayectoria como exegeta ha sido tradicional­
mente descrita así: comienza de la mano de Filón con una
incontrolada -en el sentido de que el texto mismo no per­
mite determinados simbolismos- explicación alegórica, pa­
ra pasar después a las filas más sobrias de la escuela antio-

16. Cf. a este respecto G. Bi- ni..., Milán 1976, vol. I, pp. 5-34;
llanovich , «Testi ambrosiani in s. M. F errari, « “Recensiones” mila-
Ambrosio e s. Tecla», en A m bro- nesi trado-antiche, carolinge, bas-
sius episcopus, Atti del Cogresso so-medievali di opere di sant Am-
internazionale di studi ambrosia­ brogio», en Ib idem pp. 35-102.
16 Introducción

quena, representada por Basilio de Cesárea, antes de caer de


nuevo en la mística anagogía de Orígenes.
A este respecto, sin embargo, se debe precisar que es
cierto que los tres autores citados han servido de punto de
partida a nuestro autor como fuente de ideas y hasta de ex­
presiones. Se podrá seguir encontrando más paralelismos en­
tre ellos, a medida que se amplíe nuestro conocimiento de
la Antigüedad tardía; ahora bien, como ha sido agudamen­
te observado17, tan importante como protocolizar esas de­
pendencias sería analizar lo que Ambrosio ha dejado de la­
do en sus obras y lo que ha hecho con los préstamos que
ha tomado de sus modelos.
En las obras que aquí nos ocupan es de suma impor­
tancia observar cómo una y otra vez Ambrosio, enfrentado
a la perentoria necesidad de utilizar a Filón como patrón
para sus sermones dominicales sobre los primeros capítulos
del libro del Génesis, lo despoja de todo lastre filosófico y
le dota de una dimensión soteriológica, es decir transforma
el relato bíblico en un drama cuya figura central es Dios,
que se relaciona con su creación a través del Verbo, Jesu­
cristo, como veremos más adelante.
Esto significa que Ambrosio no se interesa sino inci­
dentalmente por cuestiones disputadas en torno a la exége-
sis del texto, sino que desde el pulpito trasmite a sus oyen­
tes la palabra de Dios como una pauta de vida y como una
promesa de salvación futura. Para él la Revelación es pala­
bra de Cristo y el fin de su exégesis no es otro que hacer
llegar su voz a la humanidad18.

17. Cf. E. D assmann, A m bro- método esegetico di sant’Ambro-


sius v o n Mailand. L eben und gio», en A m brosim episcopus, Atti
Werk. Stutlgart 2004, pp. 195ss. del Cogresso mternazionale di
18. Véase L. F. P izzolato, «La studi ambrosiani..., Milán 1976,
Sacra Scnttura fondamento del vol. I, pp. 393-426.
Introducción 17

Para conseguir esos objetivos no le sirven discusiones so­


bre el texto mismo o su fondo histórico, porque para él es mu­
cho más importante el contenido -res- que las palabras -<¡ver-
ba-\ es más, la explicación debe ir de la primera a las segundas.
Es la verdad revelada -el credo, la liturgia, los sacramentos, la
vida cristiana- lo que lleva al correcto conocimiento y a la co­
rrecta interpretación, si es que es necesaria19, del texto.
Ahora bien, la palabra de Dios es tan rica20 que las pa­
labras humanas se quedan cortas y hacen convenientes in­
terpretaciones tipológicas o alegóricas que ayuden a pene­
trar en los diferentes sentidos de lo que ha sido revelado,
de modo que sea accesible a sus destinatarios. A su juicio,
este método es necesario aplicarlo sobre todo para el Anti­
guo Testamento, porque aquí permanece aún oculto lo que
en el Nuevo aparece con toda claridad, ya que en éste ha­
bla Cristo directamente. Aún entonces, hay que actualizar
su mensaje, para hacerlo llegar hasta el lector o el oyente.
Sólo cuando se logra que los hombres encuentren a
Dios -lo del método es lo de menos- y se vean impulsados
a una mayor unión con Él y con el prójimo, ha consegui­
do la exégesis su objetivo. El conocimiento de la Revelación
no se limita, por tanto, a conocer datos o precisar concep­
tos, sino que produce unión con Dios, y éste es un fenó­
meno de gracia que ningún método exegético puede suplir.

19. Cf. Caín et Ab., I, 6, 22: Te luz, d el q u e está llena toda la fa z


h e ex plicado... los d on es d e nues­ d e la tierra. Tienen p o r testigo f i ­
tras riquezas, q u e y o h e ju z ga d o d ed ign o su esplendor, sin n ecesid a d
dignos... d e ser expuestos con las d e ninguna explicación.
palabras desnudas d e la Escritura, 20. Cf. Of f , I, 165: La Escri­
para q ue brillen con su luz propia tura divina es un b a n q u ete d e sa­
y a su v ez hagan sen tir su propia biduría: cada libro es un pla to sin­
voz. En efecto , ni el sol ni la luna gular. C om prende en p rim er lugar
n ecesitan un in térprete; tien en co ­ q u é alim en tos co n tien e cada uno y
m o in térp rete el resplandor d e su en ton ces m ete las manos.
18 Introducción

Pero esta Introducción no quedaría completa si, aparte


de dar cuenta de todos estos aspectos estudiados por filó­
logos y teólogos, no llamara la atención sobre algunos ras­
gos que saltan a la vista al leer estas obras y parecen carac­
terísticos del modo de pensar y argumentar de Ambrosio.

5. La importancia de los nombres

Para él, los nombres de los personajes -nomen est


ornen- que aparecen en los relatos sagrados están cargados
de un significado que guarda relación con el papel y el des­
tino que Dios ha adjudicado a cada uno en la historia de la
Redención. De ahí que sus comentarios partan de ordina­
rio de una explicación cuidadosa y matizada del sentido de
cada uno de ellos.
Incluso en los casos en que no hace una alusión explí­
cita ni a su etimología ni a su sentido, como el de Adán y
Eva, es evidente que el autor les identifica respectivamente
con la mente y la sensibilidad humanas21 y que en ellos es­
tá incluida la humanidad entera en su masculinidad y femi­
nidad. En efecto, el nombre que Dios impone al primero es
«hombre», y éste reconoce a la mujer como «hembra», es
decir una parte complementaria de sí mismo, situada a la
misma altura. Y precisamente por eso, porque representan
a todo el género humano, su conducta repercute en todos
y determina su destino futuro, sometido al pecado y a la
muerte, que Jesucristo logrará enderezar al redimirnos.
Por lo demás, no sólo los personajes principales como
Caín22, Abel23 y Noé24, sino una gran cantidad de secunda-

21. Cf. Parad., 3, 12. 23. Ibid.


22. Cf. Caín et Ab., I, 1, 3. 24. Cf. N oe, 1, 1.
Introducción 19

ríos -Enoch25, Agar26, Quetura27, Esaú28, Jacob29, Leví30,


Cam31, Sem32 y Jafet33, Canaán34- encierran ya en su nombre
la explicación de su estatus, el motivo por el que lo recibie­
ron, el acontecimiento determinante que lo provocó o algu­
na circunstancia que marca de manera decisiva su biografía.
Algo análogo ocurre con algunos otros nombres, como
los de los cuatro ríos en que se divide la fuente que riega el
Paraíso35. Por tanto, los nombres bíblicos tienen siempre un
sentido y la explicación de éste forma parte, aunque sea sim­
ple punto de partida, del método exegético de Ambrosio.

6. La atención a los números

Algo análogo ocurre con los números. No hay duda de


que para él las cifras están dotadas de un sentido simbóli­
co y teológico al que atiende de continuo, sacando de él to­
das las consecuencias posibles.
En las obras que nos ocupan tiene oportunidad de fi­
jarse de un modo especial en el tres, los días que tarda Abra-
hán en llegar al lugar en que había de ofrecer el sacrificio
de su hijo, para hablar de la Trinidad en relación con la vi­
sión del patriarca bajo la encina de Mambré36.
El cuatro alcanza una gran extensión a la hora de des­
cribir el Paraíso, tanto porque son cuatro los ríos que lo
surcan, como las virtudes que representan y las épocas en
que se divide la historia de la humanidad37.

25. Cf. Parad., 3, 19. 32. N oe, 2, 3.


26. Cf. Caín et Ab., I, 6, 23. 33. N oe, 2, 3 ; 33, 124.
27. Ibid. 34. N oe, 28, 106; 32, 121.
28. Cf. Caín et Ab., I, 4, 12. 35. Cf. Parad., 3, 14ss.
29. Ibid. 36. Cf. Caín et Ab., I, 8, 29ss,
30. Cf. Caín et Ab., II, 3, 11. 37. Cf. Parad., 3, 14-23.
31. N oe, 2, 3 ; 28, 106.
20 Introducción

También el número siete tiene un papel importante en


estas obras: encierra la idea del reposo y el perdón divinos
al final de la historia de Caín y Abel38 y adquiere un sim­
bolismo excepcional en la narración de los acontecimientos
del diluvio, como veremos en la introducción a esa obra, en
la que este aspecto de su método exegético resalta de un
modo especial.
El resto de las cifras que aparecen en el relato del Géne­
sis -quince, cuarenta, ciento cincuenta, trescientos cincuenta-,
también encierran su simbología a los ojos de Ambrosio.
Todo esto sin olvidar que tiene muy presente la unidad
-que es símbolo de la Divinidad- entre el Padre y el Hijo39
y entre los dos y el Espíritu Santo40, así como la dualidad,
representada ante todo por Adán y Eva, Caín y Abel, las
parejas de animales que entran en el arca, pero también en
sentido alegórico por el vicio y la virtud, la Iglesia y la si­
nagoga, etc.

7. La dimensión cristológica
Y aquí tocamos el nervio de la producción literaria de
Ambrosio como exegeta: su dimensión cristológica. Más allá
de los ecos presentes en su obra de la polémica con los arria-
nos41, se ha puesto de relieve en estos últimos tiempos42 la
hondura del pensamiento teológico de Ambrosio, nada co­
mún en su época, desde el inicio de sus escritos exegéticos.
En primer lugar, su visión de Dios, impregnada de una
clara dimensión antropológica, que se traduce en una bon-

38. Cf. Caín et Ab., II, 10, 34 41. Cf. Cain et Ab., I, 8, 29ss.;
39. Cf. Parad., 5, 26 ; Caín et N oe, 26, 99.
Ab., II, 2, 7; N oe, 13, 47; 26, 99. 42. Cf. E. D assmann, A m bro-
40. Cf. Caín et Ab., II, 6, 20; sius vo n Mailand, L eben und Werk,
Noe 16, 58. Stuttgart 2004, pp. 71ss.
Introducción 21

dad y una misericordia infinitas, compatibles de una parte


con su justicia y de otra con la libertad y la proclividad del
hombre al pecado. Si bien es innegable que la historia de la
humanidad -desde el principio, como nos muestran las his­
torias del Paraíso, de Caín y Abel y del diluvio- es una se­
rie ininterrumpida de infidelidades por parte de las criatu­
ras, suceden a fin de que se consume la obra divina, y en
ese sentido fueron permitidas por Dios a fin de que poda­
mos conocer la supremacía del bien43.
Esa actitud magnánima es la que aparece una y otra vez
en estos textos y llena de asombro a Ambrosio, quien co­
menta así las palabras divinas tras el diluvio: Dice Dios: Pon­
dré mi arco entre las nubes, no «pondré la flecha». Porque
el arco es el instrumento para disparar la flecha y en conse­
cuencia no es el arco mismo el que hiere, sino la flecha. Y
por eso el Señor pone en las nubes el arco en vez de la fle­
cha, es decir no algo que hiera, sino algo que provoque te­
mor y que de ordinario no produzca heridas44.
Precisamente esta cercanía de Dios a la humanidad al­
canzará su punto culminante en la Encarnación del Verbo,
quien media entre el cielo y la tierra, desempeñando el pa­
pel de Salvador45, prolongado en el tiempo por la Iglesia46.
Jesús es la figura clave a la hora de captar la palabra de
Dios. Lo es en dos sentidos: de una parte -y esto es fun­
damental para entender el Antiguo Testamento- porque tan­
to los personajes como los acontecimientos de éste son ti­
pos, figuras o símbolos de Jesucristo, y de otra porque El,
tal como aparece en el Nuevo Testamento, constituye tan­
to la cumbre de la Historia de la Redención como el mo­
delo de vida para sus seguidores.

43. Cf. Parad., 2, 8. 45. Cf. Parad., 10, 47.


44. Noe, 27, 104. 46. Cf. Parad., 14, 72.
22 Introducción

Hasta la encarnación del Verbo, el sentido profundo de


la presencia en la tierra de hombres justos como Noé, es su
calidad de símbolos o tipos de Jesucristo, el centro de la his­
toria -Christus omnia-, y de la Iglesia, en quien el Verbo
divino continúa actuando en el mundo47. Tanto la fuente que
riega el Paraíso48 como el arca49, tanto Isaac50 como el cor­
dero pascual51 son algunos de los ejemplos que encontra­
mos en las obras que aquí nos ocupan.
Y, de acuerdo con lo que nos trasmiten los Evangelios
y el resto de los libros del Nuevo Testamento, ante todo las
epístolas de S. Pablo, el Verbo divino constituye la cumbre
de la enseñanza divina y el ideal de vida cristiana52. De ahí
que en los textos ambrosianos haya continuas referencias a
Cristo53.
Esta característica llama la atención sobre todo en el De
Noe, como exponemos a continuación. Cuando, en el ter­
cer capítulo y en relación con Gn 6, 1-3, Ambrosio descri­
be la proliferación del mal en la tierra, que provoca la ani­
quilación de la humanidad, comenta que esa situación se ha
repetido a lo largo de los siglos y afecta a cada hombre, que
corresponde al beneficio de la gracia del Espíritu divino con
la caída en el pecado. Sólo Jesús será una excepción a esta
ley, porque Él es el único de quien se puede decir que no
ha cometido pecado54.
Más adelante, en su exégesis a Gn 6, 17, Ambrosio se la­
menta de que, cuando el alma se doblega bajo el grave peso

47. Cf. Caín et Ab., I, 2, 5; N oe Ab., I, 2, 7; 1, 8, 31-32; II, 1, 1-2.


15, 52. 53. Baste, por poner algún
48. Cf. Parad., 3, 13. ejemplo, Caín et Ab., I, 1,4; II, 3,
49. Cf. Noe, 19, 70. 10-11. En este sentido, consultar el
50. Cf. Caín et Ab., I, 2, 7. índice de nombres y materias.
51. Cf. Caín et Ab., I, 8, 31. 54. Ibid. 3, 7b.
52. Cf. Parad., 10, 47; Caín et
Introducción 23

de las pasiones, entonces se precipitan sin contención todas


las demás facultades, que son destruidas por el pecado mor­
tal y caen en una muerte real y perpetua. Sólo Noé, como
todo hombre justo, vive para siempre y se convierte en he­
redero del patrimonio divino, sin que eso menoscabe para na­
da la riqueza de Dios, ya que no le son gravosos los que par­
ticipan de sus bienes, sino que disfruta más de aquello que
nosotros utilizamos. El ejemplo más sublime es el del Señor
Jesús, que se hizo pobre, siendo rico, para que nosotros nos
enriqueciéramos con la pobreza de Aquel que llevó a su cum­
plimiento, por medio de su sangre, uno y otro Testamento55.
Poco después, y a propósito de Gn 7, 2, el autor expli­
ca que la Redención tiene un significado tan profundo, que
es capaz incluso de trasformar el significado de las cifras,
concretamente del cuarenta. En efecto, ese número, que es­
taba reservado para designar los acontecimientos tristes, só­
lo a partir de la Resurrección de Jesús no será considerado
ya el último, sino el primero y desde entonces se cuenta la
vida allí donde antes se calculaba el número de la muerte56.
Finalmente, comentando Gn 7, 19, interpreta el diluvio,
que llegó a cubrir hasta los montes más elevados, ante to­
do como el tipo de la purificación que Cristo, con su obe­
diencia y su humildad, ha llevado a cabo, incluso en las na­
ciones gentiles57.

8. La presente traducción

Con las reservas ya expuestas cuando hablamos de la


tradición manuscrita de estas obras, en esta traducción nos

55. Ibid. 10, 35. zinger , J., Jesú s d e N azaret, Her-


56. Ibid. 13, 44. Cf. el co- der, I.
mentario a este propósito en R at- 57. Ibid. 15, 52.
24 Introducción

atenemos en líneas generales al texto establecido en la edi­


ción de C. Schenkl para la colección del CSEL, quien tie­
ne en cuenta en su aparato crítico las anteriores a la suya58.
Siempre que en algún punto nos apartamos de él, damos
cuenta en nota a pie de página de esa discrepancia.
Un rasgo que nos parece importante señalar es que, co­
mo ya hicimos en la traducción del Hexameron , a la vez
que mantenemos la distribución en capítulos y parágrafos,
hemos cambiado sustancialmente la presentación tipográfi­
ca del texto, multiplicando los puntos y aparte.
Lo hemos hecho así por dos razones. La primera, por­
que de este modo se marca con más claridad el proceso dia­
léctico de la argumentación del autor, que con frecuencia
cambia una y otra vez de perspectiva en su exposición; con
otras palabras, nos parece que así se entiende mejor lo que
Ambrosio escribió, porque queda más delineado, incluso
gráficamente, el curso de su pensamiento.
La segunda, porque hemos pretendido mantener viva la
atención del lector por un texto que, dentro de su disposi­
ción lineal, siguiendo ordenadamente el relato de la Sagra­
da Escritura, resulta arduo de seguir, a juzgar por el escaso
interés que hasta ahora ha suscitado.
Ojalá contribuya esta publicación a dar a conocer me­
jor el trabajo exegético de uno de los grandes Padres de la
Iglesia en Occidente.
Hechas estas consideraciones, que podrían aplicarse
también en buena parte a otras obras análogas de Ambro­
sio, concentrémonos ahora en cada una de ellas.

58. Hemos ya estudiado esas publicados en la colección de


obras en la Introducción a los Dis­ Fuentes Patrísticas, n. 25, a la que
cursos consolatorios de Ambrosio, remitimos al lector.
Introducción 25

II. EL PARAÍSO TERRENAL

1. I ntroducción

Esta obra, que data, como ya hemos dicho, de 37759, es


una versión elaborada de las homilías pronunciadas por el
joven obispo60 en los primeros años de su pontificado y es
posiblemente el primero de sus escritos exegéticos. Se trata
de un comentario a Génesis 2, 8 - 3, 19, estructurado de
acuerdo con el relato bíblico.
Contiene la historia de los primeros padres, Adán y
Eva, hasta su caída. En su descripción, el autor marca una
serie de puntos que se corresponden más o menos con los
capítulos en los que hoy se nos presenta dividida la obra:
existencia del Paraíso, confirmada por el relato de san Pa­
blo61 (I, 1), su lugar y configuración (I, 2 - II, 11), los ríos
del Paraíso (III, 12-23), la función del hombre en él (IV, 24-
25), el mandamiento de Dios (V, 26 - IX, 45), la creación
de la mujer y su función (X, 46 - XI, 50), el significado de
la presencia de los animales (XI, 51-53), el diálogo entre la
mujer y la serpiente (XII, 54 - XIII, 61), la caída de Eva y
sus consecuencias (XIII, 62-67), la condena divina (XIV, 68-
70), la contestación del hombre (XIV, 71-72), el castigo (XV,
73-77).
Comencemos el estudio pormenorizado de esta obra con
la descripción de los diferentes capítulos de su redacción.

59. La mayor parte de los es­ 60. «Ahora bien, yo escribí so­
tudiosos datan este libro entre 375 b re el Paraíso cuando todavía no
y 378. Cf. P. Siniscalco , II Para- era un sacerdote anciano»: Am­
diso terrestre. Caino e A bele. brosio , Ep., 34 (45), 1.
Sant Ambrogio, O pere esegetich e 61. Cf. 2 Co 2, 14.
II/I, Milán-Roma 1984, p. 11.
26 Introducción

2. D escripción de la obra

Tras haber mostrado su respeto reverencial al tema que


se propone tratar y tomando ejemplo de la experiencia de
Pablo (2 Co 12, 2-6) cuando contempló en una visión el Pa­
raíso, que se siente incapaz de describir (1), el autor atri­
buye a Dios su libre creación (2), a la que vez que lo do­
taba de todo tipo de árboles fructíferos (3) y de todas las
delicias que surgen del río del Espíritu divino y hacen de
ese lugar imagen de la Jerusalén celestial (4). En ese lugar
plantó Dios al hombre, como a las demás criaturas (5), jun­
to con el árbol de la vida y el de la ciencia del bien y del
mal (6).
El capítulo II se centra sobre éste último, del que sur­
girá el pecado. A primera vista es incomprensible que el
Creador mismo haya plantado este árbol, pero responde al
designio divino, inescrutable para el hombre (7).
Además, por medio de él se consumó la obra divina y
triunfó el bien. Aporta el ejemplo del cuerpo humano, en
el que todo, incluso la bilis, redunda en bien del conjunto
(8). También en el Paraíso estaba la serpiente, figura del de­
monio, que por designio de Dios habría de tentar a Adán
y Eva, como lo hizo más tarde con Job, con José, con Abra-
hán62. Incluso la actuación del demonio, del mismo modo

62. Estas tres figuras del Anti­ humano dotado de grandes méri­
guo Testamento aparecen una y tos, ante todo su fe; además, un
otra vez en las obras exegéticas de modelo de entrega a los planes de
Ambrosio, sobre todo el tercero, Dios, a la manera de un estoico, cu­
al que dedica un tratado entero: ya actitud y cuyas obras todo cris­
D e Abrahán. Para él, este patriar­ tiano debería imitar. Cf. L. J. V an
ca no es un modelo de perfección, D er L of, «The ‘prophet’ Abra-
porque ésta no existió hasta la ve­ ham», en Augustiniana 44 (1994),
nida de Jesucristo, pero sí de ser pp. 26-27.
Introducción 27

que la presencia del árbol en el Paraíso, benefició al con­


junto, a la manera que la traición de Judas resaltó la fideli­
dad del resto de los apóstoles (9).
También de esta presencia se siguen bienes para la hu­
manidad, ya que el maligno salió derrotado, como siempre
que el hombre actúa precavido contra sus asechanzas, que
no son sino repetición de la primera de todas (10).
Por último, Ambrosio abre paso a una interpretación
alegórica de la tentación y la consiguiente caída, que expo­
ne sin aceptarla ni rechazarla. Estas, de acuerdo con lo que
piensa Filón, no habrían sido provocadas por el demonio,
sino que se produjeron en el interior del hombre, cuya sen­
sibilidad indujo a la mente al pecado (11).
En el capítulo III Ambrosio insiste en una idea, que ya
había apuntado de la mano de Filón en el número anterior,
pero que ahora expone con toda crudeza y que constituye
uno de los puntos centrales de su exposición sobre el Para­
íso: identifica la sensibilidad con Eva y la capacidad inte­
lectual con Adán. Este es el necesario punto de partida pa­
ra su particular interpretación de lo sucedido en el Edén:
Eva es tentada, prevarica y arrastra con ella al varón (12).
La naturaleza humana no estaba expuesta inicialmente
al pecado, sino que, para superar dificultades de todo tipo,
contaba con una serie de recursos y ayudas, sobre todo la
fuente que regaba el Paraíso, en la que Ambrosio ve una
imagen de Cristo (13).
Esta fuente se divide en cuatro brazos: el Ganges (Fi-
són, para los hebreos), el Nilo (Guijón), el Tigris y el Eu­
frates, que simbolizan las virtudes procedentes de la sabidu­
ría divina. El primero la prudencia, el segundo la templanza,
el tercero la fortaleza, el cuarto la justicia (14).
Los puntos siguientes, dentro del mismo capítulo, es­
tán dedicados a exponer la relación entre cada uno de los
ríos y la correspondiente virtud. Las aguas del Ganges son
ricas en sustancias preciosas -oro, bedelio, ágata- y abun­
28 Introducción

dantes; llegan hasta los confines de la tierra tras atravesar


diversas regiones y fertilizarlas, como hizo la venida del Se­
ñor, salvando a todos los hombres. Por eso, la prudencia es
la primera de todas las virtudes (15).
A orillas del Nilo aprendieron los hebreos a vivir la
templanza antes de salir de Egipto y liberarse de la esclavi­
tud, castos y purificados. Allí se estableció por primera vez
la observancia de la Ley, por la que desaparece el pecado de
la carne (16).
El Tigris, a su vez, por la rapidez de sus aguas, es la
imagen de la fortaleza, virtud que atraviesa todo obstáculo
que se le opone (17).
El cuarto río es el Eufrates, que en latín significa «fe­
cundidad, abundancia de frutos», consecuencia de la justi­
cia, que siembra paz y alegría allí donde es observada. Tras
haber mostrado que en estos cuatro ríos se manifiestan las
cuatro virtudes cardinales, Ambrosio las pone en relación
con las cuatro épocas por las que ha pasado la historia del
mundo hasta sus días (18).
La primera abarca desde el inicio del mundo hasta el
diluvio y fue la de la prudencia. En ella destacan Abel, He­
nos, Enoch y Noé (19).
La segunda es la de los patriarcas Abrahán, Isaac y Ja­
cob, que resplandecen por su templanza, demostrada en su
observación de la virtud de la religión (20).
La tercera es la era de la Ley de Moisés y los profetas,
modelo todos ellos de fortaleza (21).
Con la época evangélica, en la que reina la justicia, aca­
ba Ambrosio esta descripción histórica, no sin antes haber
observado con ejemplos tomados de cada una de esas eta­
pas -Abel de la primera, Abrahán de la segunda, Moisés de
la tercera- que todos vivieron cada una de las virtudes, es
decir que éstas están concatenadas (22).
Como colofón de este capítulo, Ambrosio vuelve a un
punto que parece haber quedado incompleto a propósito del
Introducción 29

primero de los ríos, el Ganges, y las piedras finas que arras­


tran sus aguas, aportando ejemplos de hombres de la pri­
mera edad que las representan: Henos, el oro; Enoch, el be-
delio; Noé, la esmeralda. En definitiva, tanto la ubicación
del Paraíso -el Oriente-, como su función y constitución
apuntan a Jesucristo (23).
Génesis 2, 15 da pie a Ambrosio para hacer tres preci­
siones en el capítulo IV: a) la superioridad moral del varón, a
pesar de haber sido creado fuera del Paraíso, sobre la mujer,
que fue la que primero prevaricó y por ese motivo le debe es­
tar sujeta (24); b) que trabajar el Paraíso y custodiarlo -las dos
misiones que el hombre recibió de Dios- son diferentes; c)
que contra la opinión de Marción63, quien se contenta con el
sentido literal de la Escritura, negándole cualquier sentido so­
brenatural, el precepto divino encierra una dimensión espiri­
tual, es decir, para cumplirlo el hombre no cuenta solamente
con sus fuerzas, sino con la gracia de Dios (25).
Los versículos 16-17 plantean varios interrogantes que
Ambrosio examina e intenta resolver en el capítulo V. El
primero es un problema de crítica textual provocado por el
tenor mismo del mandato impuesto por Dios al hombre.
Las diferentes versiones de la sagrada Escritura difieren en
él. En efecto, mientras Símaco -y con él la Vulgata- lee ne
comedas, la Septuaginta traduce en plural, phágesthe. Am­
brosio adopta la segunda y toma pie de este paso del sin­
gular al plural para insistir en la idea de que fue la mujer
- y con ella, la carencia de una unidad de voluntades- la cau­
sa del pecado (26-27).

63. Este gnóstico del s. n sepa­ del mundo. Ahora bien, de resultas
ra radicalmente el Nuevo del Anti­ de su dualismo metafísico, para él
guo Testamento, al que niega cual­ ese dios creador es diferente del Pa­
quier tipo de autoridad, salvo la de dre de Cristo.
ser el acta auténtica de la creación
30 Introducción

La existencia del precepto y, sobre todo, las conse­


cuencias que se derivarían de su trasgresión traen consigo
una serie de problemas que se analizan a continuación. Son
fundamentalmente tres: a) qué es más decisivo para la vida
del hombre: ¿el soplo creador de Dios o el árbol de la vi­
da?; b) si el hombre no fue creado perfecto, sino que debe
lograr la perfección de la virtud, ¿logra por sí mismo más de
lo que Dios le ha entregado?; c) si el hombre no conocía la
muerte antes del pecado, ¿cómo podía ser amenazado con
algo que no conocía y que por tanto no podía temer? (28).
El tenor general de la respuesta a estas disquisiciones
-en la que se encuentran algunas lagunas textuales- es sim-
plificador, en el sentido de que hay que responderlas desde
la perspectiva de Dios, que es la perfecta unidad y sencillez.
En efecto, Dios, que es la verdadera fuente de vida, si­
tuó en medio del Paraíso ambos árboles -el de la vida y el
de la ciencia del bien y del mal- para que el hombre libre­
mente pasara de la sombra de vida que había recibido a la
posesión plena de ésta (a). La ayuda divina que necesitaba
para dar ese paso estaba ya incluida en el don de la vida (b).
Existía ya en nosotros, concedido por el Creador, un ins­
tintivo temor a la muerte (c) (29).
El capítulo VI trata otras cinco cuestiones relacionadas
con el mandato divino respecto al árbol de la ciencia del bien
y del mal. La primera (30) se refiere a la conveniencia de no
obedecer una ley que acarrea perjuicios. La respuesta de Am­
brosio es tajante: es malo no seguir una ley buena. Por el con­
trario, es bueno seguirla y, cuando no se hace así, se peca.
Segunda (31): quien no conoce el bien y el mal es co­
mo un niño y por tanto inocente. Ahora bien, ya ha mos­
trado en el número anterior que, aunque su conocimiento
fuera genérico y superficial -lo que hoy llamamos un co­
nocimiento natural-, el hombre lo tenía y su trasgresión le
hacía culpable. A este respecto, Ambrosio aclara además que
en la situación actual del hombre, sólo después de haber de­
Introducción 31

jado de ser niño se le puede imputar la carencia de un co­


nocimiento profundo del bien y del mal.
Tercera (32): quien no conoce el bien y el mal no sabe
que seguir el mandamiento de Dios es un bien y transgre­
dirlo un pecado. Por tanto, no se le puede castigar. Am­
brosio responde: después de todo lo que Dios le había da­
do, el hombre pudo concluir que le debía obediencia. No
necesitaba un conocimiento experimental del bien y del mal,
necesitaba fe.
Cuarta (33): si comer del árbol de la ciencia del bien y
del mal era tan eficaz que se llegaba a conocer el bien y el
mal, la mujer no debió reiterar el pecado, al solicitar al hom­
bre para que él también comiera. Ambrosio está de acuerdo
con esa postura, pero piensa que la mujer temió ser expul­
sada sólo ella del Paraíso y no quiso ser separada del varón.
Quinta (34): no es malo conocer el mal, sino realizarlo
a sabiendas de que lo es. Ambrosio aprovecha esta aclara­
ción para explicar que el acto malo procede de la ira o de
la codicia; esta última a menudo surge del miedo. El móvil
del primer pecado de Eva fue, en efecto, la codicia. El del
segundo, el miedo a ser separada de su marido.
En el capítulo VII, que comienza el n. 35, Ambrosio se
enfrenta al primero de los interrogantes principales que ha
planteado ya en el n. 28 para concluir que no ha sido Dios,
sino el hombre con su desobediencia, quien ha acarreado la
muerte a la humanidad, del mismo modo que a un médico
no se le puede inculpar de la muerte de un enfermo que ha
desobedecido sus prescripciones.
En sí mismo es bueno conocer tanto el bien como el
mal, a fin de hacer buen uso de esa ciencia, a la manera del
médico, que conoce tanto la medicina saludable como la que
perjudica al enfermo (36).
El mal uso de los bienes recibidos no es imputable a quien
los otorga, sino a quien a sabiendas hace mal uso de ellos: eso
pasó con el árbol de la ciencia del bien y del mal (37).
32 Introducción

Todo el capítulo VIII gira, con diversos matices, en tor­


no a un dilema: ¿sabía o no sabía Dios de antemano que el
hombre había de pecar? Si lo sabía y no lo impidió es que
no es bueno; si no lo sabía, no es omnipotente. En el pri­
mer caso ese mandato habría sido superfluo e imprudente
(38). Eso objetan quienes no reconocen la autoridad del An­
tiguo Testamento: Ambrosio contesta a éstos mostrándoles
cómo Jesús, en el Nuevo, eligió a Judas para el apostolado
a pesar de que sabía que habría de traicionarlo.
Es más: hay un argumento de razón que convence in­
cluso a los gentiles (39). Gracias al mandato y a la trans­
gresión resplandece más la voluntad misericordiosa de
Dios, que quiere que todos los hombres se salven. Por tan­
to, la culpa no está en quien dio el mandato, sino en quie­
nes prevaricaron -Adán, Judas-, ni existiría el pecado si no
hubiera habido mandato. Además, sin uno ni otro, tam­
poco existiría la virtud. Esto lo entienden incluso los gen­
tiles, que vienen al mundo con ese mandato impreso y cu­
ya conciencia se erige en ley.
Otros, de ese mismo dilema sacan la conclusión de que
ese Dios, que crea al hombre y le impone una prohibición
que sabía habría de transgredir, no es bueno y por tanto es
diferente al Dios Creador. Ambrosio responde a esta apo-
ría con una pregunta (40): si eso hubiera sido así, ¿quién ha
sido entonces el Creador del artífice del hombre?
Es evidente que fue Dios mismo quien previo la entra­
da del mal en el mundo. Lo hizo para que el hombre, ten­
tado en su parte material pero manteniendo el vigor del al­
ma y su mente libre, experimentara por una parte su
fragilidad y por otra el poder y la misericordia divinas. So­
bre esas bases, estaría en condiciones de volver a la amistad
con Dios, incluso con algún mérito de su parte (41).
Ambrosio dedica el capítulo IX a explicar la razón por
la que Dios consideró que debía mandar al hombre lo que
debía y no debía comer, así como el significado de ese he­
Introducción 33

cho. Aborda el primer tema, saliendo al paso de la objeción


que pretende que ese mandato: a) es contradictorio por par­
te de Dios, quien en el Evangelio afirma que no es lo que
el hombre come lo que lo hace indigno64; b) es humillante
para el hombre, quien en su estado paradisíaco no necesi­
taba alimento terreno. El motivo, sin embargo -replica Am­
brosio-, es que ese pan consistía en obedecer, en acatar la
voluntad de Dios (42).
En el punto siguiente (43) aborda el autor la explica­
ción del significado exacto del mandato. Para ello analiza la
expresión de la Septuaginta thanáto apothaneísthe, que la
Vulgata traduce al pie de la letra morte morietis («con muer­
te morieréis»).
Esta redundancia sirve al autor para exponer en el res­
to del capítulo (44-45), de un modo virtuoso y matizado, el
sentido de las cuatro posibles combinaciones producidas por
la acumulación de los términos «vida» y «muerte»: vivir de
vida, morir de muerte, vivir de muerte y morir de vida.
El capítulo X trata específicamente la creación de la mu­
jer como algo bueno para el varón. En primer lugar obser­
va agudamente que, si Dios califica de buenas a todas las
criaturas, no lo hace así cuando se trata del hombre. Por
eso, en Gn 2, 18 no se contradice al constatar que no era
buena la soledad del varón (46).
La pregunta que se plantea es la siguiente: ¿cómo se pue­
de decir que la mujer es buena para el hombre, cuando fue
ella la primera en pecar e inducir al varón al pecado? Am­
brosio responde que, dado que la propagación del género
humano no podía proceder sólo del varón, la mujer debía
desempeñar ese papel y así no sólo se salvaría ella, sino que
daría a luz a su propio Redentor, Jesucristo (47).

64. Mt 15, 11.


34 Introducción

Por último, no carece de interés el hecho de que la mu­


jer no haya salido de la tierra, como el varón, sino de una
costilla de éste. La naturaleza humana es una, tiene una so­
la fuente, y en su propagación la mujer desempeña una fun­
ción preeminente, aunque no deje de ser una ayuda, es de­
cir, de rango inferior, como muestra la experiencia de la vida
en la que personas más elevadas recaban la asistencia de otras
de rango inferior (48).
En el capítulo XI continúa Ambrosio con Génesis 2,
donde, en el versículo 19, se lee que Dios presentó a Adán
los animales, no sólo para que les diera nombre, sino para
que tuviera oportunidad de observar que todas las especies
constaban de macho y hembra, de modo que reconociera
que él también necesitaba a la mujer (49).
A continuación, el libro del Génesis -2, 21-23- descri­
be el proceso por el que Dios creó a la mujer. El comenta­
rio de Ambrosio a este pasaje es corto, pero muy articula­
do (50). De una parte, saluda la irrupción de la mujer como
la plenitud y plena realización del hombre, pero de otra in­
terpreta ese sopor en que el varón queda sumido, parango­
nándolo a la somnolencia para las cosas de Dios en que pa­
recen caer los hombres cuando fijan una excesiva atención
en la cópula conyugal y, sobre todo, matiza que la mujer
no es «alma del alma, sino hueso de mis huesos y carne de
mi carne».
Esto es todo lo que le sugieren los últimos versículos
del capítulo segundo, que pasa por alto, quizá porque en
realidad no es posible saber si salen de la boca del Creador,
de Adán o del hagiógrafo65.

65. Ésta debía de ser la situa­ exhortación apostólica Familiaris


ción de la exegesis en la época de consortio de Juan Pablo II- ven en
san Ambrosio. La actual y el Ma­ esos versículos el estatuto funda­
gisterio pontificio -por ejemplo, la cional del matrimonio.
Introducción 35

Antes de acabar este apartado -y con él el comentario


al capítulo segundo del Génesis-, Ambrosio toca tres cues­
tiones marginales pero que sin duda eran debatidas ya en
su tiempo.
La primera de ellas viene a decir: ¿cómo es posible que
el Paraíso fuera habitado por los animales, cuando al prin­
cipio éste fue un gran don de Dios para los hombres, y más
tarde apareció como una recompensa a los méritos de todo
hombre justo?
Una explicación posible es que en realidad el Paraíso
era el alma de Adán, mientras que los animales eran sus pa­
siones corporales. Y vuelve a insistir en lo que ya apuntó
en el número 11 y que constituye uno de los puntos fuer­
tes y discutibles de todo el tratado: la mujer es la aísthesis,
la sensibilidad, mientras que la mente del varón, el noüs, no
ha podido encontrar otra cosa semejante a ella (51).
La segunda es una consecuencia de la anterior: si fue
Dios quien colocó a los animales en el Paraíso, ¿es acaso El
el autor del pecado? De ningún modo -contesta Ambro­
sio-, porque la mente del hombre está por encima de todos
ellos. Además -añade-, porque sabía que eras débil, te im­
puso un mandato que debías haber observado. Tú has que­
rido arrogarte la capacidad de juzgar, y por tanto no debes
rehusar la pena derivada de un juicio erróneo (52).
La tercera se ocupa de la actitud que debe adoptar el
justo que aún en esta vida es arrebatado al Paraíso, como
narra Pablo en algunos pasajes de sus epístolas. Debe guar­
dar celosamente esa experiencia, porque aún se encuentra
sometido a las pasiones de este cuerpo, sin que esta actitud
lo lleve a temer una prevaricación en el futuro (53).
El capítulo XII contiene el meollo de todo el tratado,
como se observa a simple vista comparando simplemente su
longitud con la del conjunto del texto. En él se comenta el
capítulo tercero del Génesis, que narra la tentación y el pe­
cado de los primeros padres. Su primer punto (54) nos pre­
36 Introducción

senta la sabiduría puramente terrena de la serpiente, que no


es sino el demonio y el móvil de su insidia: la envidia ante
el destino del hombre, inferior a él por su origen pero lla­
mado a un destino superior por designio del Creador. Su
trama no apunta directamente a Adán, que había oído di­
rectamente de Dios el mandato, sino a Eva.
Las reflexiones del demonio son un modelo de astucia
y a la vez una escuela en la que el hombre puede aprender
a liberarse de las diversas tentaciones a que es sometido por
las múltiples fuerzas del mal en este mundo (55).
La primera observación del autor ante el texto hace hin­
capié en el engaño, primer instrumento de la astucia, que la
serpiente introduce al reproducir el mandato divino: en vez
de reproducir fielmente las palabras del Creador, las tergi­
versa. En vez de decir: Podéis comer de todos los árboles,
menos del de la ciencia del bien y del mal, dice: No come­
réis de ningún árbol.
Aunque no conocemos el modo en que Adán trasmitió
a la mujer los términos de ese mandato, también ésta en su
diálogo con la serpiente introduce una novedad que, o es
superficial y por tanto innecesaria, o admite que la orden
fue incompleta. En efecto, según Eva, Dios habría dicho: ni
siquiera toquéis nada de él. Este detalle corrobora a Am­
brosio en su convicción de que el pecado tuvo su origen en
la mujer (56).
Respecto a este último punto, Dios no dijo nada -po­
dría haberlo prohibido, porque no quería que el hombre y
el mal se tocaran, y podría haberlo mandado porque habría
sido bueno para el hombre tener una experiencia del mal
que le llevara a evitarlo-, porque el tema en sí mismo era
inocuo (57).
Mucho más importante es en la actualidad la penosa si­
tuación en que se encuentran un catecúmeno que quiere pro­
fundizar en la fe o un infiel que quiere convertirse y caen
en manos de herejes como Sabelio, Fotino o Arrio. Tanto el
Introducción 37

catecúmeno como el pagano deben ante todo reflexionar, co­


mo deberían haber hecho Adán y Eva antes de caer en el
engaño (58).
Finalmente Ambrosio se enfrenta en este capítulo con
la discusión sobre si el hombre habría podido comer los fru­
tos del árbol de la ciencia del bien y del mal junto con los
de los demás árboles del Paraíso. Hay algunos que piensan
que la prohibición se centra en el hecho de comer exclusi­
vamente los frutos de ese árbol, y que, por tanto, el hom­
bre podía comer de él como de todos los demás. No así
Ambrosio. Para él, el hombre podía comer de todos menos
de él. Y de hecho los comió, porque de otro modo habría
quedado privado radicalmente de sabiduría y de cualquier
otro género de virtud (59-60).
El capítulo siguiente (XIII) trata de la dinámica de la
tentación en una serie de números muy cortos y puntuales.
El demonio opera con la mentira y la multiplica, mezclán­
dola con alguna verdad nociva para el hombre (61). Eva cae
imprudentemente y arrastra con ella a Adán (62).
Al instante sufren las consecuencias de la caída: pierden
la inocencia y su mente es víctima de una falsedad que los
empuja a volcarse en las cosas de este mundo (63). En efec­
to, el justo elige el fruto, es decir, la virtud; el pecador, las
hojas que le sirven para cubrir sus actos vergonzosos (64).
Eso es lo que hace todo aquel que sostiene que el dia­
blo es el instigador del delito, se justifica aduciendo el atrac­
tivo de la carne o denuncia a algún otro como incitador al
error. Ese hombre llega incluso a citar ejemplos de la Sa­
grada Escritura, con los que muestra que con frecuencia los
justos actuaron así. Tras incurrir en el pecado, es capaz de
decir si, por ejemplo, ha sido sorprendido en adulterio:
También Abrahán yació con su esclava y David deseó a la
mujer de otro y la tomó por esposa (65).
Llegado a este punto de su exposición, Ambrosio hace
un inciso para aludir a la actitud de los judíos, condenados
38 Introducción

a la esterilidad por contentarse con una interpretación pu­


ramente material de las Sagradas Escrituras (66).
Eso es lo que hace Adán cuando se cubre con hojas de
higuera, que son inútiles porque son incapaces de apagar la
concupiscencia. A esa interpretación literal, Ambrosio opo­
ne la espiritual: el creyente se cubre con la palabra divina,
cuyo fruto es la castidad (67).
Los últimos dos capítulos (XIV-XV) describen las con­
secuencias de la caída, poniendo fin así a todo el relato. Los
dos primeros puntos constatan que Dios pasea al atardecer y
pregunta por el hombre. Se trata de una representación an-
tropomórfica del Creador por parte del autor sagrado, que
Ambrosio interpreta de un modo espiritual, como de ordi­
nario. Dios pasea en el sentido de que contempla todo lo que
ocurre en la creación y penetra a fondo hasta en el pensa­
miento del hombre, mientras que éste, tras haberse librado
de la pasión que lo embargaba mientras pecaba, descubre el
temor e intenta ocultarse (68). Dios habla a quien está dis­
puesto a escucharlo en el fondo de su corazón (69).
El punto siguiente (70) analiza el sentido de las pala­
bras que Dios pronuncia: no son un interrogante, ni se in­
teresa por el lugar en que Adán está, sino una interpelación
para que el hombre sea consciente de la lamentable situa­
ción en que se encuentra. Llama la atención de Ambrosio
también el hecho de que sea el varón el interlocutor, y lo
interpreta en perjuicio de la mujer -la primera en pecar- y
a favor del hombre, que es el primero en avergonzarse.
La confesión de su pecado por parte de la mujer -en
contraste con la actitud de Caín, quien al no confesar su pe­
cado no fue digno de obtenerlo-, le fue tenida en cuenta
para conseguir el perdón (71).
De esta actitud de la mujer se derivan consecuencias fa­
vorables: logra una sentencia que condenaba el error sin ne­
gar el perdón, y además, una vez convertida, está en con­
diciones de servir a su marido. En primer lugar, para que
Introducción 39

no le resultara fácilmente atractivo el pecado; en segundo


lugar, para que, estando sujeta a una voluntad más fuerte,
no desorientara al varón, sino que más bien ella misma fue­
ra guiada por el consejo de éste. En esta relación entre ma­
rido y mujer ve Ambrosio expresado con toda claridad el
misterio de Cristo y la Iglesia. Esta está sometida a Aquél,
a la manera como también Esaú se sometió a Jacob (72).
Prepara el autor el final de todo el tratado proponiendo
una vez más su interpretación de los acontecimientos. La ser­
piente personifica el placer, la mujer la sensibilidad, el varón
la inteligencia. La tentación surge de la primera, la caída se
inicia en la segunda, el tercero la secunda. Por eso el casti­
go se cierne ante todo en la instigadora, pasa luego a Eva y
acaba en Adán (73).
La serpiente -es decir, el demonio- no tiene razón si
pretende excusar su malicia con la condena que sufrió, por­
que Dios no condenó a la serpiente. No le dice: Te conde­
no a andar sobre tu pecho, a arrastrar tu abdomen y a co­
mer tierra todos los días de tu vida, sino: Te arrastrarás y
comerás, para que quedase claro que simplemente predecía
lo que iba a suceder. De modo análogo, tampoco el hom­
bre puede justificar su malicia con la condena que recibió
tras el pecado; más bien éste lo pone en condiciones de re­
cibir la gracia del arrepentimiento y el perdón (74).
En efecto, la sentencia que recibe el hombre, aunque se­
mejante a la de la serpiente, es diferente de una manera sus­
tancial. En primer lugar porque el hombre comerá entre pe­
nalidades, lo cual es más provechoso para su alma que entre
placeres, como demuestra la Sagrada Escritura, tanto el An­
tiguo como el Nuevo Testamento (75). Y además, porque
comer las hierbas del campo es mejor que comer tierra, en­
cierra una cierta gradación, un cierto progreso (76).
Por último, se debe tomar en consideración que fue
maldita la serpiente, no el hombre ni la tierra en sí, sino
cuando el hombre realiza en ella obras terrenas, mundanas.
40 Introducción

La conclusión es una exhortación a huir de esas obras pa­


ra, por el contrario, realizar obras del espíritu: Porque si
sembramos lo que es de la carne, recogeremos frutos de la
carne; si, por el contrario, hemos sembrado bienes espiritua­
les, recogeremos frutos del espíritu (77).

3. R asgos característicos del D e p a r a d is o

Esta exhaustiva descripción de la obra arroja algunas lu­


ces sobre el entramado que Ambrosio persiguió al compo­
nerla. En primer lugar y ante todo, es evidente que toda su
estructura sigue, casi punto por punto, el texto de la Escri­
tura que comenta.
Asimismo, destacan las alegorías de las que se sirve pa­
ra sacar de él consecuencias pastorales y ascéticas. Entre ellas
hay algunas que gozaron en lo sucesivo de una especial
aceptación y hasta popularidad. Por ejemplo, la descripción
de los cuatro ríos del Paraíso, que Ambrosio compara con
las cuatro virtudes cardinales: prudencia, templanza, forta­
leza y justicia, y que en su especulación llega a relacionar
con determinadas épocas de la historia de la humanidad: la
prudencia con el período entre la creación del mundo has­
ta el diluvio; la templanza, con el que va del diluvio a Moi­
sés; la fortaleza con el tiempo de Moisés y los demás pro­
fetas; la justicia con la era cristiana (III, 14-23).
Otras son más difíciles de aceptar y han sido ignoradas
por la tradición. Me refiero ni más ni menos que a su in­
terpretación del pecado original66. Según él, el demonio sim-

66. «El placer corporal tomó la to, el placer solicita nuestros sen­
figura de la serpiente. La mujer es tidos, éstos trasmiten a la mente la
el símbolo de nuestros sentidos, el pasión que han acogido. Así pues,
varón el de la inteligencia. Por tan­ el primer origen del pecado es el
Introducción 41

boliza la concupiscencia -delectado- que, adoptando la for­


ma de serpiente, tienta a la mujer, encarnación de la sensi­
bilidad -sensus-, para que sea ella quien arrastre a la caída
a la inteligencia -m ens- del hombre. De esa manera, la que
había sido creada para ser ayuda de Adán se convirtió en
su perdición67.

4. C arácter apologético del D e paradiso

Pero no es menos llamativo el dato de que la forma en


que aborda una buena parte de sus ideas tiene muy en cuen­
ta la tradición apologética de la teología cristiana en los pri­
meros siglos y más concretamente en el s. IV, en el que se
desarrolla la gran batalla entre cristianismo y paganismo por
el dominio de la cultura.
Las huellas de esas tensiones aparecen por doquier, tan­
to en su vertiente interna -en confrontación con los here­
jes, Sabelio, Fotino, Arrio, los maniqueos y sobre todo con
Apeles, un discípulo de Marción- como frente a las obje­
ciones que seguían oponiendo a la fe las diferentes escuelas
filosóficas, sobre todo los neoplatónicos.
Ambrosio, que no experimentaba ningún aprecio por
la filosofía, es deudor del estoicismo en la sistematización
de las virtudes cardinales que presenta en esta obra —se­
guramente a través de Cicerón, como aparecerá con toda
claridad años después en su tratado De officiis-, pero la

placer..., en segundo lugar la mu­ P o o r t h u i s , «Who is t o blame:


jer y en tercer lugar el varón»: D e Adam or Eve? A posible Jewish
Paradiso, XV, 73. source for Ambrose’s D e paradi­
67. Esta interpretación podría so 12, 56», en Vigiliae christianae
provenir de una fuente judía in­ 50 (1996), pp. 125-135.
dependiente de Marción. Cf. M.
42 Introducción

mayor parte del tiempo polemiza en De paradiso con las


objeciones que hacen a la fe los sistemas de pensamiento
paganos.
En este sentido, sus obras exegéticas son verdaderas
apologías que tienen en cuenta, a la vez que intentan resol­
verlas para sus fieles, las interrogantes que plantea la lectu­
ra de los libros sagrados, o más exactamente las aporías que
los enemigos de la fe han presentado a la Revelación desde
la perspectiva de la razón y el reducto de la filosofía.
Pero a mí me parece que, más que defenderse, lo que
persigue directamente Ambrosio es ante todo hacer ver a
sus oyentes o lectores el poder de la misericordia divina y
el alcance de la Redención operada por Jesucristo y exten­
dida en el tiempo por la Iglesia.

5. Los PERSONAJES DEL DRAMA

Persigue este objetivo de una manera no exenta de dra­


matismo a través de los personajes centrales de las escenas
desarrolladas en el Paraíso: el demonio, Adán y Eva, Dios.

El demonio

La historia de este ser inteligente -no una mera abs­


tracción-, su papel y sus atributos, según se desprende del
De paradiso, que no se aparta de las demás obras exegéti­
cas de Ambrosio68, están nítidamente descritos. De acuerdo
con el relato de san Lucas en 10, 18, se trata de un ángel
que «cae del cielo como un rayo» (2, 10; 12, 57), pero que

68. Cf. M. J. M c H ugh, Satan lia, 26 (1972) pp. 94-106.


in Saint Ambrose, en C lassical Fo-
Introducción 43

en figura de serpiente permanece en el Paraíso (12, 54), así


como en medio de los hombres -incluso en forma de ángel
de luz (15, 73)-, con el fin de tentarlos, como ocurre al ini­
cio de esta penosa historia.
Los principales atributos del demonio son su falsedad
y su animadversión al hombre, provocada por la envidia
(12, 54). Estas son las premisas que lo llevan a transfor­
marse en serpiente y a tentar y engañar en primer lugar a
Eva. En realidad, apunta Ambrosio, es él quien sale derro­
tado, mientras que el hombre recibe la promesa de la Re­
dención (10, 47; 15, 74).
La palabra que más frecuentemente emplea para desig­
nar al demonio es «diablo» (chabolas: 23 veces)69, que es la
traducción griega del Satan hebreo y constituye la denomi­
nación genuina y más antigua, según recoge Orígenes en su
obra dirigida Contra Celsam, el primer filósofo pagano que
se ocupó sistemáticamente del cristianismo70. Al término
«diablo» siguen «adversario» (adversarias: 271; hostis: l 72) y
«enemigo» (immicus: 273). El mismo diablo aparece también
en un pasaje como acusador (accusator), una de las traduc­
ciones latinas de esa palabra.
Aparte de esas expresiones directas, aparecen otras
imágenes para ese principio del mal. Éste aparece perso­
nificado ante todo en la figura de la serpiente, pero también
en el príncipe de este mundo (12, 55) -el de Tiro (2, 9)- en
ángel de luz, como hemos dicho más arriba al describir la
obra. El es el primero en entrar en escena para tentar a la
mujer.

69. Cí. 2, 9 (8); 2, 10 (2); 2, 11; o C risto?, Pamplona 2009.


12, 54 (4); 12, 55 (2); 12, 58; 13, 71. Cf. 12, 54 (2).
61; 13, 65; 14, 71; 15, 74 (2). 72. 12, 55.
70. O r í g e n e s , C ontra C elsum , 73. 12, 54 (2).
6, 42. Cf. A. L. K i n d l e r , ¿D ioses
44 Introducción

La mujer

Eva, por su parte, es la víctima directa de las asechanzas


del demonio, quien la elige como la parte más asequible a la
tentación. Ella fue el origen y la causa inmediata del pecado:
el origen, porque éste hay que ir a buscarlo en el interior de
la naturaleza humana; y la causa, porque fue la sensibilidad,
representada en la mujer, la que cayó primero.
Pero no se contentó con pecar, sino que -quizá te­
miendo ser expulsada sólo ella del Paraíso y vivir en lo su­
cesivo separada del varón- reiteró su culpa al solicitar al
hombre para que él también comiera.
Ella es, por tanto, después del demonio, un trágico per­
sonaje que obra a impulsos, primero de la codicia de ser co­
mo Dios, y luego del temor a llevar en lo sucesivo una vi­
da desgraciada, privada de la presencia de su compañero.
Su papel, sin embargo, es en definitiva positivo, ya que,
por una parte, no tiene inconveniente en reconocer su pe­
cado ante Dios; por otra, gracias a su debilidad, no sólo se
salvaría ella, sino que daría a luz a su propio Redentor, Je­
sucristo; y finalmente porque su ejemplo sería útil en lo su­
cesivo por varios conceptos: para quitar atractivo al peca­
do, para sujetarse a la voluntad más fuerte del varón y para
iluminar el misterio de Cristo y la Iglesia. En efecto, con­
cluye Ambrosio, ésta última tiene su razón de ser en cuan­
to se somete al Verbo divino.

Adán

A su vez, Adán, a pesar de que no haya sido el origen


del pecado, no deja de desempeñar un triste papel protago­
nista en toda esta historia. Una buena parte de su respon­
sabilidad directa en ella se debe en primer lugar a la digni­
dad única de su condición de primogénito. Él ha sido de
Introducción 45

algún modo asociado al papel creador, por cuanto Dios le


ha presentado a los animales para que les dé nombre, como
un signo de su dominio sobre todos ellos. También ha sido
quien ha recibido directamente de labios de Dios el man­
dato inequívoco: No comas.
Su intervención directa en el pecado original podría ha­
ber comenzado -como mantienen algunos, aunque Ambro­
sio descarta esta interpretación- con la infidelidad en la tras­
misión a su mujer del tenor de la orden recibida de Dios.
El Creador no le había dicho, como él parece haber relata­
do: ni siquiera lo toquéis, un añadido que es al menos su-
perfluo y manifiesta una predisposición a la desobediencia.
Muestra su debilidad en el momento decisivo de acceder
al ruego de la mujer para que coma y, tras el pecado, come­
te el error de ocultarse a los ojos de Dios y buscar una ex­
cusa, culpando a Eva y tratando de cubrir su vergüenza, a
pesar de que él sigue siendo el interlocutor al que el Crea­
dor se dirige para pedirle cuentas de su acto.
No obstante, la mirada del autor sobre él es benigna
porque, aparte de haber sido víctima del engaño, no direc­
tamente sino a través de la mujer, la actitud posterior de
Adán es interpretada como el primer signo de arrepenti­
miento: Es posible que fuera el sexo débil el que comenzó
la prevaricación y el más fuerte el que inició la vergüenza
y el arrepentimiento, de manera que la mujer fu e origen del
pecado y el hombre del pudor74.
Toda la obra gira en torno a la actitud y las maniobras de
estos tres personajes, para acabar en la magnificencia divina.
En efecto, no ha sido Dios, sino el hombre con su desobe­
diencia, quien ha acarreado la muerte a la humanidad, del mis­
mo modo que a un médico no se le puede inculpar de la muer­
te de un enfermo que ha desobedecido sus prescripciones.

74. Parad., 14, 70.


46 Introducción

Dios

El Creador, cuya obra previsora domina toda la prime­


ra parte del escrito, se ve obligado a castigar la transgresión
de su mandato, es verdad, pero del drama del pecado saca
ocasión para demostrar su misericordia, su magnanimidad,
y en definitiva su generosidad, que llega al punto de enviar
a su Hijo al mundo con el fin de redimirlo del pecado. Gra­
cias a la orden divina y a la desobediencia por parte del
hombre, resplandece más la voluntad salvífica de Dios, que
quiere que todos los hombres sean redimidos.
He aquí una clara prueba de que fue Dios mismo quien
previo la entrada del mal en el mundo. Lo hizo para que el
hombre, tentado en su parte material, pero manteniendo el
vigor del alma y su mente libre, experimentara por una par­
te su fragilidad y por otra el poder y el perdón divinos. So­
bre esas bases estaría en condiciones de sacar provecho del
pecado y volver a la amistad con Dios, incluso con algún
mérito de su parte: el de tener que morir a las obras de la
carne y recoger los frutos del espíritu.
Todo este proceso, que en sí mismo contiene los ele­
mentos propios de una tragedia, concluye felizmente en Je­
sucristo, el Redentor de la humanidad, que aporta la salva­
ción a todo aquel que, ayudado por su gracia, se decide a
morir al pecado. El es en definitiva la fuente del Paraíso, la
fuente de la que brota la vida eterna.
Así consigue Ambrosio que el mensaje de toda la obra
sea edificante y mueva por una parte a la huida del pecado
y por otra a un arrepentimiento que sea fruto de la piedad
confiada en Dios, por la intercesión de Jesucristo.
Eso ya sería mucho, si no fuera porque Ambrosio aña­
de además/ una dimensión parenética a su trabajo exegético.
Esta historia es aleccionadora para que los hombres de todos
los tiempos consigan la salvación, ya que de ella aprendemos
a conocer la naturaleza de la tentación y a enfrentarnos a ella
Introducción 47

con la seguridad de que podemos vencerla si actuamos pre­


cavidos y contamos ante todo con la gracia de Dios.
En efecto, la situación del Paraíso se repite en la vida
de cada hombre, que no es tentado ni por el demonio m
por los atractivos de la carne ni por cualquier otra criatura,
sino por su propio corazón, que se siente atraído por las
cosas de este mundo, por las hojas con las que Adán intenta
cubrirse tras haber perdido la inocencia.
En definitiva -y aquí se ve la afinidad entre esta obra
y las que Ambrosio dedicó en los primeros años de su epis­
copado al fomento de la virginidad- la batalla que tiene lu­
gar en el alma de cada hombre es la de la concupiscencia
con la castidad de vida, a la que es exhortada toda persona,
llamada a ser partícipe de los frutos de la Redención.

6. E l texto

Una breve alusión final al texto, que presenta tres lu­


gares declarados por C. Schenkl en su edición para el CSEL
como corruptos -5, 29; 6, 31; 9, 42-, tras haber intentado
en vano resolverlos, como hizo con otros pasajes dudosos,
por ejemplo 9, 43.
De ellos damos cuenta en los lugares correspondientes,
así como de dos pasajes —3, 15; 11, 53- en los que nos apar­
tamos de la versión de ese editor para seguir la de la ma­
yoría de los códices.
48 Introducción

III. CAÍN Y ABEL

Como el De paradiso, el De Cain et Abel es un escri­


to de la primera época del episcopado ambrosiano, quizá
del mismo año 377. El mismo autor da testimonio de ello
y lo confiesa abiertamente al comienzo de esta obra: En las
páginas precedentes -en la medida en que hemos podido, de
acuerdo con nuestra capacidad para encontrar el sentido de
lo que el Señor inspiró- hemos disertado sobre el Paraíso75.
También por el tema, es continuación de la obra ante­
rior, pues por una parte sigue el hilo del relato del Génesis
a partir del punto en que lo había dejado, y por otra se de­
dica a describir las consecuencias del pecado original, más
funestas aún para la humanidad que la caída misma. En efec­
to, el comentario se centra en la historia de Caín, relatada
en los veinticuatro primeros versículos del capítulo IV.

1. Descripción de la obra

Pero ya una primera mirada atenta a la obra de Am­


brosio nos muestra hasta qué punto es selectiva su elección,
a la vez que delata la intención que lo ha impulsado a tra­
tar este tema. En realidad, su relato se limita a los quince
primeros versículos, porque los restantes -16-24- los des­
pacha en una sola frase: El injusto, el criminal, el impío,
manchado incluso con el asesinato de su hermano, tuvo una
larga vida, se casó, dejó descendencia, fundó ciudades y me­
reció todo eso con el consentimiento de Dios76.
Un análisis más minucioso aún nos lleva a la conclu­
sión de que en realidad el núcleo del relato lo constituyen

75. Cain et Ab. I, 1. 76. Ibid.. II. 10. 37.


Introducción 49

los versos 2-7, es decir aquellos en los que se narra la tra­


gedia que se produce entre ambos hermanos a partir de la
diferente aceptación que tiene a los ojos de Dios su sacrifi­
cio, y que desemboca en el primer fratricidio cometido en
el mundo.
Si el relato interesa a Ambrosio es porque la historia de
Caín y Abel se reproduce en cada hombre, en cuya alma
está desencadenada la lucha entre el bien y el mal. De ahí
la urgencia de que cada uno vele y procure -por todos los
medios que Dios y en su nombre la Iglesia le proporciona,
gracias a la vida redentora de Jesucristo- evitar convertirse
en un parricida.
Ante esta evidente unidad del argumento, no se entien­
de la razón por la que la materia se presenta editada en dos
libros, puesto que la división es artificial y la longitud apro­
ximadamente la misma que De Paradiso, y desde luego más
reducida que De Noe, que no consta más que de uno. Ade­
más, falta todo rastro tanto de conclusión al final del libro
I como de introducción al II, por lo que está más que jus­
tificada la conclusión de que ha sido infeliz esa separación,
sin emportar quién la ha provocado.
Tampoco es orientadora para el lector la separación en­
tre los capítulos, que no se corresponde para nada con los te­
mas analizados en la exposición. El verdadero hilo conduc­
tor de la obra es el texto de la Sagrada Escritura, de cuya
mano se va desarrollando el pensamiento ambrosiano, que de
cada versículo extrae consecuencias aplicables a la vida cris­
tiana77. De acuerdo con estas consideraciones, parecería más
adecuado distinguir en este texto los siguientes apartados:

77. No está de más apreciar verá, es tan grave pasar por alto la
que la distinción entre preceptos obligación de ofrecer las primicias,
morales y rituales queda lejos de como la correcta separación de los
su consideración. Para él, cómo se miembros de las víctimas.
50 Introducción

Tras esa breve introducción, a la que ya hemos aludi­


do, comenta Ambrosio Génesis 4, 1 (nn. I, 1-2), versículo
que narra el nacimiento de Caín. Desde el primer momen­
to adopta un tono didáctico, interpelando a sus oyentes a
fin de que aprendan a atribuir a Dios, como hizo Eva, to­
dos los dones que reciben.
Génesis 4, 2a (nn. I, 3-10). El simple hecho de que Abel
fuera dado a luz en segundo lugar es un indicio de que el
Creador quiso que la autosuficiencia de Caín desapareciera
para dar paso a la actitud sumisa de su hermano. Los nom­
bres de los dos hijos hablan de la distinción entre esas dos
disposiciones, que atraen respectivamente la atención com­
placida o la indiferencia divinas. Con una clara intención
parenética, Ambrosio hace ver que ha sido Dios mismo el
que ha querido eliminar la actitud perversa del primogéni­
to para dar paso a la buena del segundo, sustituir la sober­
bia por la humildad.
Por otra parte, la Sagrada Escritura muestra que la his­
toria se repite a lo largo de los tiempos. A la luz del ejem­
plo de diferentes personajes del Antiguo Testamento -Abra-
hán, Isaac, Jacob, Moisés, David, Elias-, muestra Ambrosio
que la biografía de todos ellos prueba que Dios ha querido
continuamente añadir, es decir, cambiar y transformar lo an­
terior por medio de esos nuevos instrumentos suyos.
Esta voluntad divina alcanza su cumbre en la encarna­
ción y resurrección de Jesucristo, con la que se inicia el Nue­
vo Testamento, que ha venido a instaurar la Iglesia y dejar
de lado la sinagoga.
El colofón de este comentario lo constituye el parágra­
fo diez, en el que Ambrosio aplica los frutos de la Reden­
ción al alma de cada bautizado, donde se produce el mismo
fenómeno: la vieja mentalidad de Caín da paso a la actitud
de justicia y santidad propia de Abel.
A propósito de Génesis 4, 2b (nn. I, 11-24), también los
oficios de los dos hermanos dan pie a Ambrosio para esta­
Introducción 51

blecer una distinción jerárquica entre ellos, aplicable a la vi­


da de cada hombre: no es la mayoría de edad el criterio mo­
ral, sino la madurez en la conducta. Alude de nuevo al ejem­
plo de Esaú y Jacob. Esta diferencia permite al autor tejer
una larga digresión, en la que describe, tomando pie de múl­
tiples pasajes de la Escritura, la batalla que en cada alma dis­
putan el vicio y la virtud.
En primer lugar comparece el placer con sus tentado­
res alicientes -descritos de manera sugestiva en el libro de
los Proverbios-, ante los cuales el alma, herida como el cier­
vo atravesado en sus entrañas por la flecha, sucumbiría si
no fuera por el ejemplo de cómo Jesucristo superó las ten­
taciones del demonio tras haber ayunado en el desierto.
Pero también la virtud tiene algo que decir, y en un lar­
go discurso presenta, con palabras del Cantar de los canta­
res, los premios que tiene preparados para todos aquellos
que permanecen fieles a El.
Tras haber escuchado a ambas partes, concluye Am­
brosio este amplio capítulo de su comentario conminando
a quien lo escucha a tener fe y no temer las dificultades que
puedan presentarse en su camino.
Génesis 4, 3 (nn. I, 25-39). Siguiendo punto por punto
el relato bíblico, pasa a hablar del sacrificio que ambos her­
manos ofrecieron a Dios. Se centra primero en el de Caín
y descubre en él dos fallos: fue tardío y, además, una ofren­
da tomada de lo superfluo. Hace hincapié en la primera de
esas faltas, que interpreta como una señal de orgullosa su­
ficiencia -como si los frutos fueran el resultado de su pro­
pia actividad-, para acentuar que el voto hecho a Dios de­
be cumplirse enseguida. De lo contrario no se guarda la ley
establecida en el Deuteronomio y confirmada por la vida de
Jesucristo, con san Pablo en su primera Carta a los Corin­
tios como intérprete fidedigno.
Una vez más ocupan un importante lugar en la argu­
mentación los ejemplos: en sentido negativo el del faraón,
52 Introducción

siempre reacio a cumplir las advertencias divinas, y en sen­


tido positivo los patriarcas, sobre todo Abrahán, y Jesu­
cristo.
Considera Ambrosio además otra característica esencial
del sacrificio para que sea agradable a Dios: debe de ser si­
lencioso, sin alardes. A explicar esta característica -cuya ne­
cesidad viene atestiguada de nuevo por el ejemplo de Abra­
hán y la doctrina de Jesús- dedica los últimos cinco puntos
de este apartado. En él aparece con toda claridad la mane­
ra de argumentar habitual en Ambrosio. Ambas fuentes, la
antigua y la nueva, son paralelas y coinciden en la trasmi­
sión del mensaje divino, que constituye un verdadero testa­
mento, ya que ha sido consagrado con sangre: el Antiguo
en imagen, el Nuevo en verdad.
Génesis 4, 4 (nn. I, 40-11, 17). La segunda falta del sa­
crificio de Caín contrasta con la actitud de Abel, quien ofre­
ce las primicias; de ahí que su ofrenda resulte agradable a
Dios. «Primicia», para Ambrosio, no tiene nada que ver con
sucesión temporal ni con objetos materiales -no se refiere
ni a los frutos de la tierra o las crías de los animales ni a
los primogénitos de cualquier especie-, sino con algo más
profundo. Tiene que ver con la actitud devota de quien sa­
crifica: en una palabra, con la santidad de vida.
Ante todo, interpreta este pasaje de un modo espiritual
y aplica este concepto de «primicia» a la preponderancia del
alma sobre el cuerpo. Las primicias de esta masa de la que
está compuesto el hombre son espirituales, es decir, aque­
llas que están exentas de pecado, de malicia y de todo error:
las facultades del alma, que se ejercitan en la virtud hasta
lograr que Jesucristo la haga conforme a El mismo.
Hay también actividades del cuerpo que son necesarias,
como dormir, comer, beber, andar y otras funciones de es­
te tipo, pero en ellas no hay «primicias». Estas se encuen­
tran en la castidad, la piedad, la fe, la devoción y las demás
virtudes, todas ellas disposiciones del alma.
Introducción 53

Esta distinción la explica Ambrosio a la luz del hecho


de que Israel, el primogénito entre los pueblos por haber
sido escogido por Dios, no es santo, mientras que los levi­
tas, que no fueron los primogénitos, fueron santificados por
El. Por voluntad divina, pues, han sido antepuestos a todos
los demás hijos de Israel en la santificación y son los pri­
mogénitos en ese orden.
La consideración precedente da pie a Ambrosio para pro­
nunciar un encomio del orden sacerdotal, del que exige un
comportamiento de acuerdo con la misión a la que ha sido
destinado78. En su base está el desprendimiento de los afanes
de este mundo. A partir de ahí exige de ellos ante todo la fe7980
y, tras de ella, todas las demás virtudes que resplandecen en
la vida de Cristo: El es el verdadero Levita, para hacer que
nosotros los levitas nos unamos a Dios, le dirijamos continuas
preces, esperemos de El la salud, evitemos las ocupaciones te­
rrenas, seamos considerados propiedad de Diosw.
Génesis 4, 5-7 (II, 18-25). Ambrosio pasa prácticamen­
te por encima de la reacción de Caín ante la actitud de Dios
respecto a su sacrificio y se concentra en el reproche del
que es objeto en el versículo siete, que transcribe según la
versión de los Setenta81. ¿Por qué no agrada a Dios el sa­
crificio de Caín?

78. Se trata de una especie de ne si b en e egeris, recipies? Sin au-


anuncio del que sería su gran tra­ tem male, statim in forib u s p ecca -
tado sobre los D eberes de los mi­ tum adderit; sed sub te erit appeti-
nistros sagrados, compuesto a par­ tus eius, et tu dom inaberis illius,
tir del año 386. Cf. Of f , 1, 50, 246. mientras que la nueva traduce:
79. Caín et Ab., II, 2, 8: cf. N onne si b en e egeris, vu ltu m ato­
O ff., I, 50, 253. lles? Sin autem male, in forib u s p ec-
80. Caín et Ab., II, 3, 11. catum insidiabitur, et ad te erit ap-
81. Este pasaje difiere ya en la petitus eius, tu autem dom inaberis
nueva Vulgata respecto a la versión illius. Pero Ambrosio no utiliza ese
clásica. En esta última se lee: N on- texto, que viene a decir: ¿No lleva-
54 Introducción

Para Ambrosio, cuatro son las condiciones por las que


los sacrificios eran bien aceptados de acuerdo con la Ley: si
eran las primicias de los nuevos frutos, si habían sido tos­
tadas al fuego, si habían sido correctamente separados los
miembros de las víctimas, si eran constantes, sin interrup­
ción. La explicación de cada uno de estos requisitos le sir­
ve para hablar de la necesidad de conservar viva la fe obte­
nida en el bautismo (19), de fortalecerla con el fuego de la
palabra de Dios (20), de hacerla fructificar con obras en las
que se reflejen las diferentes virtudes -sobre todo las cardi­
nales- (21), de mantenerla vigorosa por medio de una con­
tinua oración (22).
Si falta alguna de esas cualidades, el sacrificio no es acep­
tado. Ese fue el caso de Caín, en el que es evidente que fal­
taron al menos la primera y la tercera. Por eso, Dios le ex­
plica que no tiene ningún derecho a enfadarse. Al contrario
-añade Ambrosio-, debe callar y arrepentirse de su culpa.
Hasta este punto, como ya explicamos al comienzo, lle­
ga el núcleo de todo el tratado. A partir de aquí, el co­
mentario sobre las consecuencias del pecado se precipita y
apenas da pie a que el autor explique algunos puntos mar­
ginales o haga consideraciones que muevan a la piedad a sus
oyentes.
Génesis 4, 8 (II, 26). Ante la actitud benevolente de
Dios, que le da explicaciones de su actitud, Caín reacciona
mal y pronuncia las palabras reproducidas en el versículo
ocho: atrae a su hermano al campo, es decir, escoge el yer­

nas el rostro alto si obraras b ien ? ofrenda) correctam ente, p ero la has
Pero si obras mal, el p eca d o acecha separado mal, has com etido un p e ­
a la puerta y serás atraído p o r él, p e ­ cado? Q uédate tranquilo. Hacia ti
ro tu lo dom inarás, sino el de la se dirige (el pecado), p ero tií lo d o­
Septuaginta, cuyo tenor es: ¿No es minarás.
verd a d que, si has presentado (la
Introducción 55

mo como el lugar adecuado para perpetrar su crimen. El


mismo escenario han buscado los criminales de todos los
tiempos, y parece como si la esterilidad fuera una maldición
que incluso la naturaleza les impone. La situación se repe­
tirá en la vida de José, en la de Arnnón y en el conjuro de
David a los montes de Gélboe.
Génesis 4, 9-10 (II, 27-30). Las consecuencias del fra­
tricidio no se hacen esperar. Son terribles sobre todo por­
que el reo se niega a confesar su culpa, le falta la fe en el
Creador: de ahí que haya sido incapaz de guardar las exi­
gencias de la piedad fraterna. Aun si no fuera omnisciente,
Dios habría podido llegar a la conclusión de que, por ex­
clusión, Caín había matado a su hermano. Tanto éste como
sus padres eran incapaces de cometer semejante crimen. To­
dos cumplen celosamente la ley natural, y por eso no son
ellos quienes acusan; son la sangre y la tierra misma.
Génesis 4, 11-12 (II, 31). La solución para Caín habría
sido confesar su culpa y así obtener el perdón divino, pe­
ro como se niega a reconocer el pecado, la tierra misma, a
pesar de ser el elemento ínfimo de lo creado, se trasforma
en el testigo de cargo inapelable contra el asesino.
Génesis 4, 13 (II, 32). A éste no le queda otro recur­
so que ocultarse de Dios y de las demás criaturas por mie­
do a ser condenado a muerte en castigo por su delito. Con
esta actitud acrecienta su maldad porque se queda solo, sin
la guía de un pastor que lo oriente.
Génesis 4, 14 (II, 33). Así queda sumido en el temor
de que acaben con él las fieras o sus propios padres, co­
mo ocurrirá en el futuro, tras el ejemplo funesto de Caín.
Génesis 4, 15 (II, 34-36). Pero Dios se compadece de él
y establece un castigo para quien atente contra su vida. Es­
ta muestra de su misericordia no va dirigida sólo a Caín -a
quien pone una marca como señal que le mueva al arre­
pentimiento-, sino a todos los hombres que deben apren­
der a usar correctamente su razón y perdonar al que ha co­
56 Introducción

metido un delito, porque ellos serán medidos por el juez


divino con la medida de su propia benevolencia.
Estas consideraciones dan pie a Ambrosio para intro­
ducir dos nuevas digresiones. La primera consiste en mos­
trar que el ser humano tiene ocho facultades: la razón, por
la que está por encima de todos los demás, y luego los cin­
co sentidos corporales, aparte de la palabra y la capacidad
de engendrar. Si no son gobernadas por la razón -preci­
sa-, todas las demás están sujetas a la muerte.
La segunda es una breve pero completa reflexión sobre
la muerte como una liberación de las penalidades de esta vi­
da, y una corta catcquesis sobre la inmortalidad del alma.
Génesis 4, 16 ss. (II, 37-38). En estos últimos puntos
concentra Ambrosio su comentario a la segunda parte de la
vida de Caín, cuando a pesar de todo y con el consenti­
miento divino, tuvo una larga vida, se casó, dejó descen­
dencia y hasta fundó ciudades.

2. Interpretación de la obra

Este análisis de la obra nos permite interpretarla como


una gran tragedia con dos protagonistas, pero que se ac­
tualiza en el alma de cada hombre, donde el bien y el mal
se disputan la victoria. Este planteamiento es un indicio cla­
ro de que se basa toda ella en material de predicación, pues,
aparte de que en ella se detectan más elementos oratorios y
parenéticos, al relato proporcionado por la Biblia y al ma­
terial tomado del comentario filoniano, Ambrosio añade las
aplicaciones morales que considera provechosas al público
que lo escucha.
Los fieles de la iglesia milanesa, deformados no sólo por
los errores arríanos, sino por el influjo de marcionitas y ma-
niqueos, necesitan oír esta historia, que, a partir de la inter­
pretación etimológica de los nombres de sus protagonistas,
Introducción 57

así como de Esaú y Jacob, les habla del contraste entre amor
a Dios y amor propio, Iglesia y sinagoga, Cristo y Satanás,
y los enfrenta a su responsabilidad en el uso de su libertad.
Porque si cada hombre es responsable de sus actos y de su
destino eterno, la misericordia divina, que no excluye a na­
die de la salvación, lo invita al arrepentimiento.
Aquí, como en De paradiso, Ambrosio no es original
en su interpretación, pero va mucho más allá que Filón
cuando pasa de una explicación puramente filosófica a una
dimensión soteriológica y hasta eclesiológica: no es sólo que
Caín represente a todo aquel que «se atribuye todo a sí mis­
mo», sino que por eso se deja aparte, como la sinagoga;
mientras que Abel, «que todo lo espera de Dios», es acogi­
do por Dios, como la Iglesia.

3. El texto

De los tres, el De Caín et Abel es el texto más segu­


ro, pues aparte de algunas conjeturas añadidas por el editor
y justificadas para bien de su comprensión, presenta una so­
la laguna -I, 4, 12-, de la que hablamos en su lugar.
58 Introducción

IV. NOÉ

1. Tema de la obra

Con el De Noé, aun manteniéndonos en la misma épo­


ca, ya aludida, de datación -hacia el 378-, tema -primeros
capítulos del Génesis- y método de composición -comen­
tario sistemático del texto sagrado-, es muy posible que nos
adentremos en un paisaje en muchos aspectos novedoso de
la obra literaria ambrosiana.
El primero de ellos consiste en que con esta obra, de
acuerdo con la narración bíblica, Ambrosio abandona el ca­
pítulo de los orígenes del cielo, la tierra y la humanidad,
que habían sido objeto del Paraíso y Caín y Abel, para -de­
jando de lado el capítulo quinto, con el elenco de las gene­
raciones entre Adán y Noé- concentrarse en la historia de
este último y su descendencia, que debió de desarrollarse en
una época muy difícil de precisar82.
Desde luego, es difícil de aceptar la idea defendida re­
cientemente por algunos filólogos83 según la cual este texto
sería el primero de los siete libros que Casiodoro afirma de­
dicó Ambrosio a los patriarcas84. Es mucho más verosímil la

82. Una interpretación segura un lieu de Cassiodore faisant allu-


de las genealogías de Gn 5 es im­ sion aux sept livres d’Ambroise sur
posible. La más aproximada data­ les patriarches», en Vigiliae Chris-
ción del diluvio, según la letra de tianae, 30 (1976), pp. 307-309. A.
esas genealogías, daría una fecha P a s t o r i n o , Sant’A m brogio, O pere

posterior a 2300 a. C. Ese cálculo esegh etich e ////, N oé, Milán-Roma


sería siglos posterior a las fuentes 1984.
que hablan del diluvio en Ur y de 84. Cf. M. A u r e l i o C a s i o d o -
los relatos hebreos y babilónicos r o , D e institutione divinarum lit-

sobre el mismo tema. terarum I.


83. Cf. E. L u c c h e s i , «Notes sur
Introducción 59

tesis, mantenida hasta ahora casi unánimemente, de que esa


serie comienza con los dos libros dedicados a Abraham85.
Efectivamente, la historia de Noé arranca de la prolife­
ración del mal sobre la tierra y la decisión divina de destruir
la Creación, muy lejos aún, incluso cronológicamente86, de
sus designios de elegir para sí un pueblo, momento en el que
empieza a poder hablarse de los patriarcas de Israel.

2. Método

El segundo rasgo novedoso es el método exegético que


escoge el autor. En efecto, ya desde el inicio, sistemática­
mente y en paralelo, añade a un comentario literal del tex­
to sagrado, otro al que él mismo califica de más profundo
-altior, profundior; verior- y que hoy denominamos alegó­
rico87. El primero atiende al significado de las palabras se­
gún los usos naturales, conformes a la realidad; el segundo
trata de las consecuencias en el orden moral - moralia- que
Dios espera obtener a través de cada acontecimiento88. Es­
te último es el que pone de relieve el autor, a quien a veces
basta una sola frase para exponer el primero89.

85. Cf. K. S c h e n k l , S. Am- 87. Esta técnica aparece muy


brosii O pera, Corpus Scriptorum pronto -4, 10- y se repite de un
ecclesiasticorum latmorum, XX- modo sistemático: 5, 11; 10, 34; 11,
XII/1, praef. pp. VIII ss. J.-R. Pa- 37; 12, 39; 13, 46; 14, 49; 15, 50. 51.
l a n q u e , Saint A m broise et l ’em pi- 52. 53. 54. 55; 16, 56. 57; 17, 59. 60.
re rom ain , París 1933, pp. 440ss. F. 61. 62; 18, 65; 19, 69; 20, 72; 21, 77;
H o m e s D u d d e n , The Ufe an d ti­ 23, 83; 24, 87; 25, 91; 26, 97; 27, 102.
m es o f St. A m brose, Oxford 1935, 104; 28, 106; 29, 111; 30, 115; 31,
II, pp. 640ss. 117. 118; 32, 121; 33, 125; 34, 128.
86. Unos tres milenios si se 88. Cf. Noe, 12, 39-40.
calcula el tiempo de Abraham en­ 89. Cf. Ibid., 15, 50. 54. 55; 31,
tre 2000-1850 a. C. 118.
60 Introducción

Con esta técnica Ambrosio trasciende -es decir, cristia­


niza- el texto filoniano que le sirve de pauta y quiere mos­
trar que todo hombre está expuesto a sufrir un derrumba­
miento moral, un verdadero diluvio cuando no se esfuerza
por cultivar la virtud y se deja arrastrar por las pasiones. Al
mismo tiempo deja claro que, por encima de la miseria y la
debilidad humanas, campea la misericordia divina, siempre
dispuesta a salvar eficazmente cada alma.

3. Género literario

El tercero consiste en que este tratado, siguiendo el mo­


delo de las Quaestiones in Genesim de Filón, presenta co­
mo ninguno de los anteriores el esquema propio de las obras
apologéticas compuestas según una técnica de preguntas y
respuestas, que tan vigente se mantuvo hasta bien entrada
la Edad Media90 . Desde luego, este rasgo no aparece con
tanta claridad como en obras posteriores -por ejemplo, el
Hexamerón-, pero se detecta en muchos pasajes una clara
voluntad de resolver las cuestiones que se plantea un alma
al decidir si es razonable la conversión.
Ya en el primer capítulo el autor comienza saliendo al
paso de dos objeciones: a) ¿es posible conocer la intimidad
de un hombre91?; b) ¿tiene sentido poner el nombre de «jus­
to» y «descanso» a un hombre como Noé, que acarreó la
aniquilación y un cúmulo de miserias92?
Y luego, a lo largo de la obra, continúa planteando y
contestando a los interrogantes que trazan las diversas fases
del relato, con el fin de mostrar hasta qué punto llega la

90. Baste pensar que con esta téc- 91. N oe, 1, 1.


nica está compuesta la Summa theo- 92. Ibid., 1, 2.
logiae de santo Tomás de Aquino.
Introducción 61

maldad del hombre y cómo la misericordia divina perdona


siempre, en una actitud que es compatible con el castigo93.

4. Contenido del De Noe

La historia de Noé ocupa en el libro del Génesis, des­


de 5, 28 en que se habla de que su padre Lamec lo engen­
dró cuando contaba ciento ochenta y dos años, hasta 10, 1,
cuando se comienza a narrar la descendencia de los hijos de
Noé, tras el diluvio. Se trata de los últimos versículos del ca­
pítulo 5 y del primero del 10, sólo que mientras los prime­
ros sirven de presentación gradual y elocuente del persona­
je, los segundos se despiden de él de un modo abrupto.
Entremedias, el capítulo sexto del libro del Génesis des­
cribe la propagación del mal sobre la tierra, la tristeza y el
arrepentimiento del Creador ante ese panorama y el anun­
cio del diluvio, tras haber considerado que sólo Noé mere-

93. Por ejemplo, responde am­ impuros, como si la honestidad


pliamente a la objeción de que el fuera compatible con la falta de
castigo comprenda a los seres irra­ ella: ibid., 12, 41; contesta al inte­
cionales a la vez que expone las ra­ rrogante planteado por el hecho de
zones por las que resulta explicable que, al parecer, Dios se acuerda, es
que todos perezcan al desaparecer decir, se compadece de Noé y no
el hombre de la tierra: N oe, 4, 10. de su familia, comenzando por su
10, 31-33; demuestra cómo y por mujer: ibid., 16, 56; explica el sen­
qué quien recibe el bautismo es tido exacto del término d oñ ee, que
superior al catecúmeno, o quien se ya entonces había sido objeto de
convierte a la fe desde el paganis­ controversias, a propósito de la
mo sobrepasa al judío que se con­ Virginidad de María después del
tenta con el cumplimiento de la parto: ibid., 17, 63; polemiza con
Ley: ibid., 8, 25-26; resuelve la el arrianismo, defendiendo la uni­
perplejidad que puede invadir a dad entre el Padre y el Hijo: ibid.,
quien lee que Noé introdujo en el 26, 99; esclarece el sentido de la
arca, mezclados, animales puros e promesa divina de no enviar otro
62 Introducción

cía sobrevivir y haberle dado instrucciones precisas sobre la


construcción del arca y sus características.
El capítulo séptimo contiene las órdenes de Dios al jus­
to para que entre en el arca, la docilidad de éste y el de­
sencadenarse del diluvio con sus consecuencias.
El capítulo octavo describe la retirada de las aguas y la
salida del arca, el sacrificio ofrecido por Noé y la promesa
llena de misericordia de Dios.
Por último, en el capítulo nueve se recoge la alianza de
Dios con Noé, la debilidad y el pecado de éste, junto con
las consecuencias que acarrea para sus hijos, ante todo la mal­
dición a Cam y su descendencia, junto a la bendición de Sem.
De modo paralelo y consecuente se organiza la obra de
Ambrosio. Al capítulo quinto del Génesis le dedica, a mo­
do de introducción, los dos primeros capítulos de su obra.
El comentario al capítulo sexto del libro sagrado ocupa los
capítulos tercero a décimo. Al capítulo séptimo le dedica
cinco capítulos: del 11 al 15. Con el capítulo 16 comienza
la exégesis al capítulo octavo, que llega hasta el 23 inclusi­
ve. Del capítulo 24 al 33, se ocupa del capítulo nueve, mien­
tras que los dos últimos -33 y 34- los dedica a dar breve
cuenta de la descendencia de Noé, descrita en el capítulo
diez del libro bíblico.

diluvio a la tierra, así como la na­ en que son citados los tres hijos de
turaleza del arco iris: ibid., 27, Noé en los diversos pasajes del li­
101-104; analiza el motivo por el bro sagrado: ibid., 31, 119; razona
que Noé, tras el diluvio, planta sobre el motivo que llevó a Noé
una viña en vez de trigo o cebada: no a maldecir al hijo que había pe­
ibid., 29, 109-110; justifica que, cado, sino a la descendencia de és­
junto a Cam, aparezca ya el nom­ te: ibid., 32, 120; finalmente se in­
bre de Canaán, que aún no había terroga sobre el significado de que
nacido, involucrado en el pecado la Escritura se haya ocupado de
de su padre: ibid., 30, 114-115; describir la descendencia del mal­
aclara la discordancia en el orden vado Cam: ibid., 34, 126.
Introducción 63

Una vez hecha esta descripción general, que nos mues­


tra los capítulos 3 a 33 como núcleo de todo el texto, vea­
mos, punto por punto, cuál es el contenido del tratado am-
brosiano.
El primer capítulo es una introducción en la que pare­
cen encontrarse alusiones a las turbulencias de la época, no
tanto de la vida pública -la batalla de Adrianópolis, en la que
cayó el emperador Valente (364-378) fue considerada desde
el primer momento, como así fue, el comienzo de la invasión
de los pueblos bárbaros en el Occidente europeo-, como de
la Iglesia, afligida por el arrianismo, al que ese emperador fa­
voreció. Pero, ya desde el inicio, deja claro Ambrosio que su
propósito es describir el comportamiento de Noé, que brilla
por su justicia y es modelo para todo hombre.
En el segundo capítulo, a raíz de la etimología de los
nombres, Ambrosio da un significado moral al orden dife­
rente en el que los hijos de Noé -Sem, Cam y Jafet- son
citados en los dos pasajes del relato bíblico en que apare­
cen, y que recuerda a la estrategia de todo buen general al
disponer su ejército de modo que las tropas más débiles que­
dan en el centro, para que en todo momento puedan reci­
bir ayuda de las alas, donde sitúa a las más aguerridas. En
efecto, cuando el mal -el vicio, personificado por Cam- se
apodera de la voluntad de una persona, entonces el bien -la
virtud, Sem- que es previo y de naturaleza intelectual, acu­
de ante todo en ayuda de los dones indiferentes -el bienes­
tar, la buena salud, la belleza, la laboriosidad, las riquezas,
la gloria, la nobleza de nacimiento, Jafet- , que podrían es­
tar en peligro de pervertirse, de modo que unidos ambos
puedan servir de mensajeros atrayentes de la virtud y con­
tribuyan así a dominar el mal.
En el tercer capítulo, en relación con Gn 6, 1-3, se des­
cribe cómo la humanidad a la sazón era fecunda y se mul­
tiplicaba por la gracia de Dios, pero por culpa de la carne
había proliferado el mal y por eso se condena ella misma a
64 Introducción

ser aniquilada. Esta situación se ha repetido a lo largo de


los siglos: al beneficio de la gracia del Espíritu divino, el
hombre ha correspondido con la caída en el placer. Sólo Je­
sús será una excepción a esta ley. Él es el único de quien se
puede decir: No ha cometido pecado.
Siguiendo punto por punto el relato bíblico, Ambrosio
registra en el cuarto capítulo la existencia de los gigantes,
no en el sentido de la mitología, sino como si hubieran si­
do engendrados por ángeles y mujeres, y aprovecha este da­
to para interpretarlo desde una perspectiva moral: se com­
portan como tales -seres orgullosos y estúpidos- quienes
desprecian una vida virtuosa y escogen una carnal. Los pri­
meros se comportan como hijos de Dios; los segundos, co­
mo hijos de la carne.
Esta transgresión es tan grave que, pese a que Dios es
impasible, provoca su ira hasta el punto de que amenaza
con la destrucción de la humanidad, y con ella, como con­
secuencia lógica, la de toda la creación, que sólo tenía ra­
zón de ser en función del hombre. Sobre este tema vuel­
ve más adelante -10, 31-33- para explicar las razones por
las que el Creador actuó así. Sólo Noé encuentra gracia a
los ojos de Dios, por una parte como condena hacia los
demás, y por otra como expresión de la piedad divina. El,
el único justo, salva a todo el género humano gracias a su
virtud.
El capítulo quinto aporta una interpretación espiritual
de Gn 6, 11-13, a la luz del nuevo Testamento: Dios deci­
de acabar con la perversión de la humanidad, no tanto ani­
quilándola por medio del diluvio, sino salvándola gracias a
la Redención. Ambos acontecimientos son, por tanto, un
signo de los designios misericordiosos de Dios sobre la hu­
manidad y tienen lugar en el momento dispuesto por su
Providencia.
Los cuatro capítulos siguientes -del sexto al décimo-
contienen posiblemente las ideas que más han llamado la
Introducción 65

atención de toda la obra. La descripción del arca -sus me­


didas, su distribución interior, las peculiaridades de su cons­
trucción- da pie a Ambrosio para establecer una metáfora
que la compara con el cuerpo humano. De un modo plás­
tico, incluso pintoresco y hasta ingenuo, equipara punto por
punto ambas realidades: su figura cuadrangular y propor­
cionada, su distribución en compartimentos, que él llama ni­
chos, el aislamiento que protege del exterior a la vez que
ensambla las diferentes partes, son paralelos en el arca y en
el cuerpo.
La alegoría llega a unos límites extremos cuando, en el
capítulo séptimo, compara la cima, con la que se prolonga
la altura del arca, con la cabeza del hombre, una especie de
ciudadela regia en la cual se asienta la mente y desde la cual
loa sentidos se difunden sobre cada una de las partes del
cuerpo, hasta las plantas de los pies, tras haber pasado por
el pecho, el estómago, costados, glúteos, muslos y piernas.
En ese conjunto sobresalen los ojos, que como centinelas y
guardianes observan desde lo alto casi todo el estado de
nuestra ciudad.
Ya en el capítulo octavo, aplicando su firme convicción
de que la filosofía pagana no es sino un préstamo tomado
de la Sagrada Escritura, explica en clave moral el sentido de
Gn 6, 16. He aquí el desarrollo del razonamiento: Sócrates
y Platón, basándose en la expresión «colocarás la puerta en
su costado», explicaron el motivo por el que el canal de los
excrementos corporales está situado en la espalda, a fin de
que nuestra vista no fuera ofendida con las evacuaciones del
vientre. Pero en realidad este pasaje nos habla de la necesi­
dad de la sobriedad y la templanza.
Esto lo entienden bien los paganos que se convierten y
llegan a ser incluso más santos -a la manera de Pablo, pri­
mero prevaricador y hasta perseguidor, luego el más meri­
torio de los apóstoles por haber sido quien más profunda­
mente penetró en los misterios divinos-, pero son incapaces
66 Introducción

de entenderlo los judíos, que se empeñan en no creer en Je­


sucristo.
Todo el capítulo noveno está dedicado a dotar al texto
bíblico -Gn 6, 16- de un contenido moral, sugerido por las
partes inferiores del arca, que el autor parangona a la mis­
ma zona inferior del cuerpo humano, que debe mantenerse
sumisa al alma. La conclusión es elocuente: Reprime tam­
bién tú todas tus pasiones irracionales, somete todas tus sen­
saciones a la mente y habitúate a los mandatos del alma. No
permitas a tus concupiscencias volar fuera, a tu lujuria salir
en público. También tú, gracias a la mente racional, podrás
incluso liberar de todo peligro de diluvio a tus pecados irra­
cionales e inmundos 94.
El capítulo décimo repite95, para profundizar en él, el ar­
gumento de que toda la creación había de perecer junto con
el hombre, de acuerdo con la decisión que Dios toma en Gn
6, 17. Ambrosio aporta tres razones filosóficas extraídas de
la lógica: la primera es que no era injusto que, desaparecida
aquella persona a la que el Señor había concedido un poder
real sobre todas las especies animales, éstas perecieran junto
con ella; la segunda muestra lo natural de que, cuando se le
corta la cabeza, todo ser vivo muera, mientras que muchos
sobreviven tras haberles sido amputados otros miembros.
Por tanto, dado que el hombre es en cierto modo la cabeza
y la cima de los demás animales, no debe parecer extraño
que, al morir éste, mueran con él los demás seres animados;
la tercera consiste en que los animales privados de razón han
sido creados no por sí mismos, sino en función del hombre.
Por tanto, era lógico que, borrado éste de la faz de la tierra,
también aquellos que habían sido creados por su causa de­
saparecieran con análoga destrucción.

94. N oe 9, 30. en 4, 10 a propósito de Gn 6, 7.


95. Ya había hablado de esto
Introducción 67

Mas, por encima de estos argumentos, Ambrosio aporta


otro más profundo: que cuando el alma se doblega bajo el
grave peso de las pasiones y se encuentra sumergida por esa
verdadera marea, entonces se precipitan sin contención todas
las demás facultades, que son destruidas por el pecado mor­
tal y caen en una muerte real y perpetua. Nadie -concluye-
muere más gravemente que quien vive en el pecado%.
Ese es el motivo por el que sólo Noé, como todo hom­
bre justo, permanece para siempre y se convierte en here­
dero del patrimonio divino, sin que eso menoscabe para na­
da la riqueza de Dios, ya que no le son gravosos los que
participan de sus bienes, sino que disfruta más de aquello
que nosotros utilizamos. El ejemplo más sublime es el del
Señor Jesús, que se hizo pobre, siendo rico, para que noso­
tros nos enriqueciéramos con la pobreza de Aquel que lle­
vó a su cumplimiento, por medio de su sangre, uno y otro
Testamento.
Al comienzo del capítulo once -y a propósito de la pri­
mera parte de Gn 7, 1- anticipa Ambrosio lo que comen­
tará más adelante en torno a Gn 9, 2197: la importancia del
ejemplo paterno para la descendencia del justo. El mismo
que había merecido por su bondad la salvación de su fami­
lia, caerá en el pecado de embriaguez.
Pero, volviendo al texto, la segunda parte de Gn 7, 1
da pie al autor para hacer primero un comentario literal y
luego una aplicación moral de las expresiones «he visto» y
«en esta generación». El primero explica que Dios ve más
allá de las apariencias y que su juicio condenatorio abarca
solamente la generación de Noé.
El segundo hace hincapié en la necesidad que tiene el
hombre de entrar en sí mismo para ponerse a salvo del de­
sorden -un verdadero diluvio- de las pasiones. Sólo enton­

96. N oe 10, 34. 97. Cf . N oe, 30, 114ss.


68 Introducción

ces, cuando ningún vicio ofusque la mente, estará seguro. Si


se cuida la castidad -concluye-, si en el corazón habita la
templanza, no arde ninguna llama de concupiscencia ni se
propaga ninguna llaga de enfermedad, porque la sobriedad
de la mente es medicina para el cuerpo.
Con el capítulo doce continúa su método de distinguir
un sentido literal y otro alegórico en Gn 7, 2. El primero
le sirve para desplegar una pequeña teoría sobre los núme­
ros primos, concretamente a propósito del siete. Se trata de
cifras que no son fruto de una multiplicación y por tanto
son indivisibles. Por esto último son completas, compactas,
sin ningún vacío y admiten sólo relación con la unidad, en
definitiva con el «Alpha», de quien proceden las fuerzas que
han dado origen a todos los seres.
Pero ese mismo versículo, por el hecho de que en él se
hable de parejas, tanto de animales puros como de impu­
ros, sirve a nuestro autor para hacer dos consideraciones
morales. En primer lugar, el dato de que se hable de pare­
jas le permite repetir las consideraciones que ya explicó por
extenso en De paradiso sobre la condición masculina -ra­
cional- y femenina -sensible- del género humano. En se­
gundo lugar, la mezcla de animales puros e impuros dentro
del arca es un indicio de que en cada alma se encuentran
semillas y principios de malicia y de virtud, es decir, hay en
ella una ciencia del bien y del mal. El Creador de la natu­
raleza consideró que no debía privar de pasiones -que son
como los animales impuros- a la sustancia terrena de nues­
tro cuerpo, que fluctúa, como en una especie de diluvio, en
medio de ellas. Pero cuando, gracias a la sobriedad y la con­
tinencia, un hombre se libera del diluvio de las pasiones que
lo anegan y, por decirlo así, saca a flote en terreno seco su
alma, comienza a revitalizar su cuerpo y la pureza del al­
ma, cuyo guía es la sabiduría.
La exégesis literal del relato del diluvio se centra una
vez más, a la altura del capítulo trece, en el significado de
Introducción 69

las cifras siete y cuarenta, los días que tardó en desencade­


narse el temporal desde el momento en que Noé entró en
el arca y los que duró, respectivamente. Ambrosio inter­
preta el siete como un número venturoso: son los días que
tardó Dios en completar la Creación y ahora el espacio de
tiempo que ofrece a la humanidad para que se arrepienta de
sus pecados.
El cuarenta, a su vez, se reserva para designar los acon­
tecimientos tristes, enviados por Dios para exterminar la ma­
licia de los hombres: ése es el sentido de los cuarenta días
que el Señor necesitó para borrar el mal del mundo y los que
tardaría en entregar a Moisés las tablas de la Ley en las que
se prescribe lo que se debe evitar. Sólo a partir de la Resu­
rrección de Jesús, como ya hemos comentado al inicio de es­
ta introducción, el cuadragésimo día no será considerado ya
el último, sino el primero, y desde entonces se cuenta la vi­
da allí donde antes se calculaba el número de la muerte.
Entremedias, no pasa por alto el detalle de que se hable
de días y de noches, para concluir que con ello se alude a
que mueren tanto los hombres -el día- como las mujeres -la
noche- porque éstas últimas fueron creadas mientras Adán
estaba sumido en sopor.
Gn 7, 4 da pie a Ambrosio a componer un bello texto
de alabanza a la misericordia divina, obligada por nuestros
pecados a destruir la obra de sus manos, pero de modo que
mantiene la esencia y la condición de las especies. No ani­
quila, sino que purifica; por eso el diluvio es figura de la
purificación de nuestra alma. Estas consideraciones adquie­
ren el tono de una plegaria, en la que intercala una serie de
improperios contra la actitud de los judíos.
A propósito de Gn 7, 5, alaba la actitud obediente de
Noé, que pone en práctica las órdenes recibidas no como
un siervo, sino como un amigo. Una corta digresión expli­
ca la diferencia entre los títulos de Dios y Señor, que apa­
recen en el texto sagrado.
70 Introducción

El capítulo catorce introduce, a propósito de Gn 7, 11,


la cronología y duración del diluvio, uno de los temas más
difíciles de comprender para nuestra mentalidad, que busca
fijar con exactitud este tipo de datos. Es imposible precisar
la primera partiendo de la sucesión de las generaciones des­
pués de Adán, que se encuentran en Gn 5. Pero también la
segunda es difícil de calcular a partir del comentario de Am­
brosio, teniendo en cuenta: a) la dependencia del texto bí­
blico de Filón, diferente al de las versiones de la Septuaginta
y la Vulgata; b) la diversidad en el cómputo de los años, se­
gún el uso hebreo, romano-pagano y curial o eclesiástico; c)
la intervención de diversos factores -sobre todo los copis­
tas, desconcertados ante las divergencias surgidas de a) y de­
seosos de concertarlas- en la recepción de este texto; d) las
consideraciones, tanto literales como alegóricas, que hace
Ambrosio en la exégesis de los pasajes del Génesis que alu­
den a este tema98.
El único dato claro que aporta es que el diluvio comen­
zó en primavera, cuando la naturaleza se renueva, y por eso
sufre más los efectos del cataclismo. Así se resalta la grave­
dad de las ofensas que llevaron a Dios a tomar la drástica de­
cisión del castigo radical. También resulta evidente que la res­
tauración comienza en la primavera del año siguiente.
Asimismo está llena de sentido la repetición del núme­
ro seis en la fecha de comienzo del castigo y en la de la res­
tauración, porque fue precisamente en el día sexto cuando
Dios creó al hombre.
Cargado de significado está también el hecho de que en
el diluvio se desencadenen las fuerzas de la tierra y las del
cielo, lo cual lleva a Ambrosio a la conclusión de que tam-

98. Para obviar estas dificulta- puntos en las notas a los pasajes
des, trataremos de explicar estos correspondientes del texto.
Introducción 71

bien en el hombre se produce una ruina total cuando a la


perversión del cuerpo terrestre se une la del alma celestial.
La interpretación literal y alegórica de Gn 7, 16 se re­
duce a unas líneas. Dios mismo cierra el arca por fuera pa­
ra protegerla del ímpetu de las olas, a la manera como, por
medio de la piel, ha protegido el cuerpo humano de los ri­
gores del frío y del calor.
Lo mismo ocurre con Gn 7, 17: de modo semejante a co­
mo el arca se agita ante el desbordamiento de las aguas, nues­
tra carne es arrojada aquí y allá por las diversas pasiones.
El número 52 -comentando Gn 7, 19- interpreta el di­
luvio que llegó a cubrir hasta los montes más elevados, ante
todo como el tipo de la purificación, que Cristo, con su obe­
diencia y su humildad, ha llevado a cabo, incluso en las na­
ciones gentiles. Y, a propósito del versículo siguiente, el nú­
mero de codos -quince- que alcanzaron las aguas sobre los
montes, concluye que con él se alude a los cinco sentidos, re­
novados en un triple sentido: terreno, animal y espiritual.
En torno a Gn 7, 21, con la desaparición de todo ser
viviente, se describe la suerte de las criaturas que poblaban
la tierra, pero se quiere significar lo que ocurre con toda al­
ma que no se alimenta con la virtud, concretamente la pru­
dencia, la justicia y la templanza. Dios destruye a los so­
berbios, como muestra Gn 7, 23; sólo Noé, justo por estar
libre de pasiones irracionales, se queda en el arca y se sal­
va a pesar de su corporeidad.
Con el capítulo 16 comienza el comentario a Gn 8. En
él explica el autor en primer lugar tres aspectos del primer
versículo: a) es suficiente la sola alusión al cabeza de la fa­
milia; b) es razonable el orden en que vienen citados los ani­
males; c) no es el viento, sino el Espíritu divino, quien ha­
ce que las aguas comiencen a decrecer.
Gn 8, 2 describe un fenómeno explicable en buena ló­
gica: cerradas las fuentes de las aguas, cesa la lluvia; pero el
sentido de ese fenómeno es más profundo: cuando cesa el
72 Introducción

estímulo para el pecado, la salud y el vigor del alma se re­


cuperan.
Según los datos que aporta Ambrosio en este pasaje, la
duración del tiempo en el que se cumplió el ciclo del dilu­
vio es de trece meses, o cuatrocientos y un días"; de ahí la
conclusión de que comenzó en el primer mes y acabó en el
segundo del año siguiente por tanto en la misma estación,
la primavera.
Vuelve al dato de la ventana, que ya había explicado en
8, 24 desde un punto de vista físico, para interpretarla co­
mo símbolo de los sentidos corporales, que nos llevan a con­
fesar el poder divino.
También de un modo alegórico se interpreta la salida
del cuervo -Gn 8, 6- fuera del arca: este pájaro en su in­
mundicia es el símbolo de la culpa que todo hombre justo
aparta de sí. Por eso no regresa, ya que, una vez expulsado
de su compañía, no puede hacer más daño al alma.
Diverso es el comportamiento de la paloma. En su sen­
cillez, vuelve a buscar su morada en el alma del justo. Este
contraste de comportamiento, articulado en las diversas eta­
pas de las que nos habla el texto sagrado, sirve a Ambrosio
para contraponer el vicio a la virtud en una larga exposi­
ción que abarca los capítulos 18-19. Su mensaje es esperan-
zador porque cuando el pecador -cuervo- se convierte, se
trasforma por gracia del Espíritu en paloma y encuentra aco­
gida en el arca de Noé, que es símbolo de Jesucristo.
Esta larga digresión, en el curso de la cual se aportan
ejemplos bíblicos como el de Sodoma y Gomorra, personi­
ficaciones de la ceguera y la esterilidad, acaba con un ale-

99. A saber: 7 desde la entrada decrecimiento de las aguas + 40 has


en el arca hasta el comienzo de la ta la liberación del cuervo y la pa
lluvia + 40 de la duración del dilu­ loma + 7 segundo envío de la palo­
vio + 150 de inundación + 150 de ma + 7 tercer envío = 401 días.
Introducción 73

gato contra la actitud de los judíos y una invitación a que


se conviertan.
En el capítulo 20 se describe el final y el nuevo co­
mienzo de la vida en la tierra a la misma altura del año en
que se había producido el diluvio. Este dato lleva a Am­
brosio, basado en Ex 12, 2, a considerar la irrupción de la
primavera como el comienzo del año, pero sobre todo a
ponderar la misericordia divina, siempre presta a perdonar
la iniquidad y renovar sus dones.
A propósito de Gn 8, 15-16, el capítulo 21 pondera la
actitud del justo, que sólo actúa siguiendo las órdenes de
Dios, y analiza la diferencia entre el orden en que los seres
racionales entran y salen del arca.
De ese orden extrae también consideraciones ascético-
morales en el sentido de que el peligro provoca en el hom­
bre pensamientos viriles y fuertes, mientras que las facilida­
des hacen que se insinúen y desarrollen en su mente y en su
conducta las pasiones, de por sí femeninas y poco firmes.
El capítulo 22 trata de Gn 8, 20-21 y contiene una se­
rie de consideraciones en torno al sentido literal de las pa­
labras, pero sobre todo a propósito de su sentido más pro­
fundo. Dios manda y el hombre obedece, pero el primero
ejerce su dominio de un modo considerado, lleno de una
misericordia que le lleva a prometer no dañar nunca más
a la especie hasta borrarla de la faz de la tierra.
En el capítulo 23 Ambrosio analiza punto por punto
Gn 8, 22, distinguiendo, como hace el texto sagrado, cua­
tro tiempos. Su comentario parte del sentido literal de las
palabras. El Señor promete en este versículo que en lo su­
cesivo preservará de corrupción todo lo creado y manten­
drá el orden de la Creación: 1) el ciclo de las estaciones; 2)
los tiempos de la sementera y la cosecha; 3) el contraste en­
tre frío y calor; 4) la sucesión del día y la noche.
Pero, no contento con esa explicación, analiza esas ex­
presiones en un sentido más profundo, alegórico: principio
74 Introducción

y fin son inseparables y ambos son causa de salvación; por


eso la mente humana no permanece nunca inactiva y cuan­
do acaba una obra emprende la siguiente: en esa sucesión el
alma se ejercita en las virtudes, sobre todo en la prudencia,
la justicia y la templanza.
En el capítulo 24 se comentan Gn 9, 1-3. Ambrosio ex­
plica en primer lugar las dos componentes del primer hom­
bre, surgido del barro de la tierra y hecho a imagen de Dios,
para seguidamente compararlo con Noé, el primer ser hu­
mano tras la restauración. Ambos dominan al resto de los
animales, del mismo modo que el sabio domina todas las
pasiones, si bien entre estas últimas hay algunas que son
inocuas al alma, como son todos los afectos que nos llevan
a apartarnos del vicio.
El comentario a la segunda parte del versículo Gn 9, 3
ocupa todo el capítulo 25, que comienza con una pequeña
apología del ideal vegetariano por lo que supone de huida
del peligro de intemperancia en quienes prefieren alimen­
tarse con carne. No obstante, Ambrosio niega que el texto
encierre un precepto divino, como ocurre con la sobriedad
de vida. Pero, elevando este tema a un plano moral, tras ha­
ber ridiculizado las teorías de algunos filósofos a propósito
de la naturaleza del alma, traza una distinción entre el alma
sensitiva y la intelectual: la primera es el espíritu vital que
transmite la sangre, mientras que la segunda es el alma es­
piritual, fortalecida por la virtud.
En el capítulo 26, a propósito de Gn 9, 5, Ambrosio
aduce tres razones por las que Dios es especialmente seve­
ro con el hombre que derrama la sangre de su hermano: a)
la primera es que todos los hombres tienen por madre a la
misma naturaleza, no así los animales; b) la segunda, que
precisamente de los más próximos procede el mayor peli­
gro de asechanzas; c) la tercera, que cuando ésta se produ­
ce, quien más deber habría tenido de vivir la piedad es más
culpable ante Dios.
Introducción 75

Pero, en sentido alegórico, el hombre debe guardarse so­


bre todo de los peligros que proceden de su interior, de la ma­
licia que alberga en su corazón y arruina el alma. De toda es­
ta explicación se derivan tres consecuencias: 1) en primer lugar,
que se debe rechazar la opinión de algunos filósofos, según
la cual Dios no se preocupa de los hombres; 2) además, que,
conociendo que el derecho a castigarnos corresponde a Dios,
no acometamos contra otros lo que debe permanecer reser­
vado al juicio divino; 3) y finalmente que nosotros mismos
no temamos demasiado a la muerte, puesto que sabemos que
Dios no pasa por alto la de un ser humano inocente.
El capítulo 27 comenta dos pasajes, como siempre en
dos planos: por una parte, Gn 9, 11, donde Dios excluye la
repetición de un diluvio tan grave que destruya la tierra -lo
cual no excluye que sigan produciéndose catástrofes-, pero
sobre todo quiere expresar que Dios no permitirá que un
alma, por más tentada que sea, pierda la esperanza de sal­
varse; y por otra Gn 9, 13-15, donde, con la señal del arco
iris, más que mostrar una señal de lluvia, Dios quiere ape­
lar al temor de Dios por parte del hombre.
Gn 9, 18-19 da pie a que en un capítulo -el 28- se co­
mente, a propósito de la generación de Cam, sobre todo su
significado simbólico, a saber: que de un hombre malvado
surge una estirpe viciosa.
El capítulo 29 analiza dos temas diferentes, como siem­
pre a raíz del relato bíblico, concretamente Gn 9, 20-21. En
primer lugar, el dato de que Noé se dedicó a la agricultura
le sirve para equipararlo a Adán, con la diferencia de que
mientras éste último trabajaba la tierra, aquél la cultivaba,
es decir, Adán actúa como un mercenario, mientras que
Noé, el justo, actúa como un padre de familia. En segundo
lugar, el que Noé plantara una viña quiere decir que busca­
ba los frutos placenteros más que los necesarios.
Su pecado de embriaguez es digno de ser analizado en
detalle. Noé -según Ambrosio—bebe con mesura y su des­
76 Introducción

nudez es más corporal que espiritual. La primera ocurre,


pero de un modo discreto; la segunda no se produce. En
efecto, Noé se embriaga por ignorancia y su estado provo­
ca en él un sentimiento de vergüenza que ya en sí es al me­
nos una señal de arrepentimiento.
En el capítulo 30, el texto de Gn 9, 22 permite a Am­
brosio justificar la alusión a Canaán, a pesar de que éste aún
no había nacido, porque ese personaje es el prototipo de la
persona malvada, que se alegra de los errores del justo, co­
mo buscando en ellos una excusa para su propia conducta
desviada.
También el capítulo siguiente -el 31- contiene, junto a
un comentario literal de Gn 9, 23-24, otro más profundo:
el hombre estúpido contempla solamente las cosas presen­
tes, mientras que el sabio no olvida su vida pasada, sino que
camina como de espaldas, y al mismo tiempo considera las
futuras. Por otra parte, Cam es presentado en este contex­
to como el más joven de los hijos de Noé, no en contra­
dicción con lo que se ha dicho en Gn 5, 32 y 6, 9 sino en
un sentido alegórico, atendiendo a la rudeza de su sensibi­
lidad y la inmadurez de su inteligencia.
En el capítulo 32 el autor comenta Gn 9, 26-27, tanto
en su sentido literal como en el alegórico. En este último y
a propósito de Gn 9, 26, pone de relieve que los delitos del
padre repercuten en el hijo porque ambos participan del
mismo espíritu; y, a propósito de 9, 27, ocurre lo mismo
porque la intención de quien los posee es fundamental pa­
ra valorar moralmente los bienes llamados indiferentes.
Brevemente, en los últimos capítulos -33 y 34- se co­
menta en la descripción de los años que cumplió Noé tras
el diluvio -Gn 9, 28- la extensión de la descendencia de Ja-
fet por las islas -Gn 10, 4-5- y la descendencia de Cus,
descrita en Gn 10, 6-9. Pero el sentido profundo de todos
esos datos es diáfano y único: mientras el justo se ocupa
de los bienes eternos e imperecederos, el hombre impío se
Introducción 77

concentra en la acumulación de los bienes externos y efí­


meros.

5. Los números en el De Noe

Si en todas estas obras Ambrosio insiste en comentar el


sentido de los números que aparecen en el relato bíblico, en
el De Noe salta a la vista esta característica, precisamente
porque en él abundan las cifras100. Apenas deja pasar una
oportunidad para poner de relieve el sentido que la Sagra­
da Escritura les confiere en el contexto de los aconteci­
mientos narrados; es más, resalta la importancia que tiene
para el exegeta tener en cuenta el sentido y la sucesión de
cada cifra101.
Ante todo, el siete ocupa un lugar excepcional en la Bi­
blia por estar unida tanto a la terminación y la perfección
de la obra de la Creación (Gn 2, 2-3) como a las expresio­
nes de culto por parte del pueblo (Ex 12, 15.19; 20, 10; 25,
32; Lv 4, 6; 14, 7; 25, 4.8; 28, 11; Nm 29, 12).
Pues bien, el siete, que ya aparece al comienzo de la
historia de Noé en los setecientos setenta y siete años que
duraron los días de su padre Lamec -Gn 5, 31-, se hace pre­
sente en el relato bíblico en el número de las parejas de ani-

100. Por supuesto, como ya 101. Vnde d o cet nos scriptura


hemos apuntado en la introduc­ ordin em esse seru a n d u m : N oe, 17,
ción general, no es original al uti­ 60. También en esto se muestra su
lizar este método, que aparece con dependencia de Filón, quien en sus
profusión en la obra de Filón de Q uaestiones in G enesim se ocupa
Alejandría. Baste aludir a todo lo con mucha más amplitud de ex­
que éste dice en su obra L egum poner el sentido de las cifras en la
a llegoria e a propósito de los nú­ Sagrada Escritura: cf. Q uaestiones,
meros seis (I, 3-5) y siete (I, 8-16). II, 5.
78 Introducción

males puros y aves del cielo que entran en el arca -Gn 7,


2-3-, en el número de días que trascurren desde ese mo­
mento hasta que comienza el diluvio -Gn 7, 4- y en el nú­
mero de días que espera Noé hasta soltar por segunda -Gn
8, 10- y por tercera vez la paloma: Gn 8, 12.
Asimismo se habla del séptimo mes del año, ya señala­
do en el Pentateuco como especialmente importante -Lv 16,
29-, como del momento en que cesaron las lluvias en la tie­
rra: Gn 8, 4.
Ambrosio comenta varias veces a lo largo del De Noe
el significado del siete. Para él102, esa cifra es pura y sagra­
da porque en sí misma es un número primo103, pleno, ya
que no se mezcla ni procede de ningún otro. Su mayor cua­
lidad consiste en ser virgen, ya que no engendra ningún otro
y posee la gracia de la santificación varonil, en contraste con
el número dos, que es divisible y por tanto encierra en sí
mismo el vacío.
Además104*, siete son los días que trascurrieron durante
la Creación del mundo, y dentro de ellos el último es es­
pecialmente significativo porque en él Dios descansó de la
tarea realizada. Este dato significa que fue el Dios Creador
el mismo que desencadenó el diluvio, pero sobre todo que
concedió al hombre el mismo espacio de tiempo que había
durado la Creación, a fin de que se arrepintiera de sus pe­
cados e hiciera penitencia, atrayéndose la misericordia y el
perdón.
Algo análogo hace Noé: deja que transcurra el mismo
número de días antes de soltar la paloma por segunda y por

102. Cf. N oe, 12, 39. m ezcla y sin m adre; ni en gen d ra,
103. Estas expresiones, con al­ ni es en gen d ra d o, co m o el n ú m ero
gunas variantes, están tomadas de uno... (Q uaestiones in G enesim ,
Filón, quien escribe a propósito II, 12, A 91-93).
del número siete: es virgen , sin 104. N oe, 13, 42.
Introducción 79

tercera vez105, para simbolizar que el comportamiento de to­


do hombre prudente es también creativo, es decir, redunda
en beneficio de los demás sin menoscabo para él mismo.
De la misma fuerza significativa goza el séptimo mes
del año, que es para Ambrosio no sólo el momento en que
comenzó el diluvio106, cuando la naturaleza en su exube­
rancia sufriría más las consecuencias de la catástrofe, sino
también la estación en la que cesó107, para dar a entender
que, tras el castigo, Dios le hacía recuperar sus característi­
cas anteriores.
Junto con el siete y en contraste con él, el otro núme­
ro emblemático en esta obra es el cuarenta. Esta cifra está
relacionada en la Sagrada Escritura con los grandes prodi­
gios realizados por Dios a lo largo de la historia, una serie
que comienza con el diluvio pero que se prolongará en di­
versas épocas hasta llegar a Jesucristo, quien ayuna durante
cuarenta días antes de comenzar su vida pública108 y se apa­
rece a los discípulos durante ese mismo espacio de tiempo,
tras su resurrección109.
En el relato que nos ocupa aparece dos veces: el nú­
mero de días que dura el diluvio -Gn 7, 17- y los que es­
pera Noé antes de soltar al cuervo: Gn 8, 6.
Pues bien, Ambrosio comenta esa cifra110 sólo a propó­
sito del primer pasaje111, si bien lo hace largamente, para
aclarar que ha sido asignada a los acontecimientos más tris­
tes, es decir a la destrucción de las criaturas, mientras que
la creación de todo el mundo, esto es, los sucesos más ale­
gres, duran una semana, o sea, siete días.

105. Ibid., 18, 66; 19, 70. 109. Cf. Hch 1, 3.


106. Ibid., 14, 48. 110. Cf. Noe, 13, 43-44.
107. Ibid., 17, 60. 111. En ibid., 17, 60 pasa por
108. Cf. Mt 4, 2. encima de ese dato sin comentarlo.
80 Introducción

Su simbología es evidente para él: la pena impuesta a


los hombres se prolonga durante los mismos días que pa­
sará Moisés en el monte Sinaí para recibir los mandamien­
tos de la Ley. Esto significa que el castigo dura en justicia
el mismo tiempo que ha debido transcurrir para que Dios
haya establecido sus preceptos.
En definitiva, los cuarenta días de que habla este pasa­
je son una bendición, porque -concluye- Dios los ha pres­
crito, no para imponer una pena sino para dar vida, a fin
de que por medio de este número aliviemos las penas por
nuestros pecados con ayunos y plegarias más frecuentes y, fie­
les a las prescripciones de la ley, corrijamos nuestro error con
la devoción y la fe 111.
Con la encarnación de Jesucristo, esta cifra cobrará de­
finitivamente un sentido positivo, dado el papel que de­
sempeña en su vida terrena, hasta culminar con su ascen­
sión a los cielos. A partir de ese momento, el cuadragésimo
día no es considerado ya el último, sino el primero, y aho­
ra se cuenta la vida allí donde antes se calculaba el núme­
ro de la muerte, hasta la consumación del mundo y la de­
saparición del género humano11*.
También el seis ocupa un lugar destacado en la Sagra­
da Escritura desde que el hombre fue creado precisamente
en el día sexto (Gn 1, 27) y seis jornadas a la semana le es­
taba permitido trabajar (Ex 20, 9; 23, 12; 31, 15). De ahí que
sea habitual relacionar estrechamente esta cifra con el hom­
bre y su actividad.
Es verdad que en la historia de Noé, tal como la des­
cribe el Génesis, no aparece directamente esa cifra, sino só­
lo el seiscientos, que eran los años de edad que contaba al
comenzar el diluvio (Gn 7, 6. 11), pero Ambrosio pone de12

112. Ibid. 13, 44. 113. Ibid.


Introducción 81

relieve la relación entre ambas para ponderar que la des­


trucción tuvo lugar en paralelismo con la creación, y apro­
vecha la circunstancia de que el seis esté en el origen del
seiscientos; por una parte, para exponer que el primero es
un número casi perfecto, porque es par y porque en ese día
se concluyeron todas las obras de Dios114; y por otra, para
establecer una relación íntima entre el primer hombre,
Adán, y el restaurador del género humano, Noé, con ven­
taja para este último, quien resiste a las tentaciones y se
comporta como señor sobre todas las criaturas.
El uno, o el primero, es otra cifra que en la Sagrada Es­
critura, siempre con una referencia aunque sea remota a
Dios, denota lo único, lo extraordinario, lo excepcional, lo
prioritario de un asunto.
En los capítulos del Génesis que contienen la historia
de Noé, aparece algunas veces: concretamente Dios salva al
único justo (Gn 7, 1), le pide que meta en el arca una pa­
reja de todo ser vivo (Gn 6, 19-20); el día uno del mes dé­
cimo se ven las cumbres de los montes (Gn 8, 5); el día uno
del primer mes se secan las aguas de encima de la tierra y
pueden salir (Gn 8, 13).
Ambrosio interpreta el hecho de que el hombre haya
sido el único ser creado que ignoró a su Creador y el dato
de que tras el diluvio y en el primer mes la tierra comen­
zara a germinar de nuevo, como indicios de que, de una
parte, aunque hayan sido los pecados de los hombres los
que provocaron el castigo, la misericordia divina está siem­
pre presta al perdón115, y de otra, aunque esté solo, el hom­
bre justo es quien con su comportamiento provoca una y
otra vez esa indulgencia116.

114. Ib id., 14, 48; 24, 86. 116. Ibid., 20, 71.
115. Ibid., 14, 48.
82 Introducción

La cifra tres en la Revelación tiene ante todo una reso­


nancia trinitaria, que indica perfección, pero aparece tam­
bién en otros contextos que no se deben pasar por alto. Por
ejemplo, el tercer día está lleno de significado, tanto en el
Antiguo -Ex 19, 11; Os 6, 2; Jon 2, 1-, como en el Nuevo
Testamento -M t 27, 40; Me 15, 29; Le 13, 32; 1 Co 15, 4-;
asimismo, tres eran los discípulos que estaban más cerca de
Jesús -M t 26, 37; Me 9, 2- y tres fueron las cruces que se
colocaron en lo alto del Gólgota -cf. Mt 26, 38; Le 23, 33—;
y, finalmente, Gedeón divide en tres cuerpos -Je 7, 16.20-
a los trescientos hombres con los que presenta batalla a los
madianitas por orden divina.
Sólo en esta última perspectiva comenta Ambrosio ese
número, que aparece hasta cinco veces en el relato del Gé­
nesis (Gn 5, 32; 6, 10; 7, 13 -con sus tres mujeres-; 9, 19;
10, 1) en relación con los hijos de Noé117. En efecto, tras
comentar el significado de los tres nombres desde el punto
de vista etimológico, llama la atención sobre el sentido que
encierra el distinto orden en que son citados"8, sin insistir
en el valor en sí de la cifra.
Lo contrario ocurre con el número trescientos cin­
cuenta, que Ambrosio desdobla en dos al comentarlo119. Por
una parte, el trescientos prefigura la cruz de Cristo, símbo­
lo en el que el justo Noé fue liberado del diluvio; y por
otra, cincuenta es el número jubilar del perdón, el día en
que el Espíritu Santo fue enviado para infundir la gracia en
los corazones de los hombres.

117. La relevancia de esta cifra Jafet; sin embargo en 10, 2, a la ho­


en relación al misterio de la Santí­ ra de dar cuenta de su descenden­
sima Trinidad la pone de relieve cia, aparece primero la de Jafet, se­
Ambrosio en Caín et Ab., I, 8, 29ss. guida de las de Cam y Sem.
118. N oe, 2, 3. En efecto, en 119. N oe 33, 123.
Gn 6, 10 se habla de Sem, Cam y
Introducción 83

Finalmente, interpreta de un modo alegórico los quin­


ce codos -Gn 7, 20- que sobresalen las aguas por encima
de las cumbres de los montes. Se trata, según él, de una ci­
fra llena de significado, porque se refiere a que los cinco
sentidos del hombre, las puertas por las que percibimos las
cosas sensibles, fueron así purificados en un triple sentido:
terreno, animal y espiritual120.
Por último, el ciento cincuenta -Gn 7, 24- que son los
días durante los cuales, primero la tierra permaneció inva­
dida por las aguas, y luego, al empezar a soplar el viento,
tardó en secarse, sirve a nuestro autor para poner de relie­
ve el orden, o más bien la simetría, con la que Dios realiza
sus obras: 17, 61.

6. El texto

Sobre el texto del De Noe que traducimos debemos ha­


cer dos tipos de observaciones: a) por una parte, hay cua­
tro pasajes deficientes, en el sentido de que uno -14, 48- ha
sido corregido por los copistas, por los motivos ya citados,
y en otros tres -2, 3; 23, 82; 29, 109- se han producido la­
gunas en la tradición manuscrita: de ellas damos cuenta en
los lugares correspondientes121; b) de otra, hay todo un apar­
tado -7b- aceptado en el texto ambrosiano, que sólo nos es
conocido a través de citas de S. Agustín122.

120. Cf. ibid., 15, 52. 122. Concretamente en A g u s ­


121. Además, entre 25, 91 y 25, t ín C ontra duas epístolas p elagia-
,

92, C. Schenkl asegura, basado en n oru m , IV, 11, 29 (cf. J.-P. M i g n t ,


que se perdió un folio del arque­ PL 44, 632-633); Id., C ontra lu -
tipo, que éste contenía seguramen­ lianum p ela gia n u m II, 2, 4 (cf. J.-
te los temas que Filón analiza en P. M i g n e , PL 44, 674).
Q uaestiones, II, 58-59.
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Ambrosio de Milán
EL PARAÍSO
EL PARAÍSO

Capítulo 1

Dios plantó luego un jardín en Edén1, al oriente, y allí


puso al hombre que había formado2.
1. Al emprender el discurso sobre el Paraíso3, parece
embargarnos una turbación no pequeña, dado que quere­
mos indagar y explicar qué es el Paraíso, dónde está y cuál
es su naturaleza, sobre todo porque el Apóstol, a pesar de
que no sabe si en el cuerpo o fuera de él4, sin embargo afir­
ma que fue raptado hasta el tercer cielo.

1. La misma expresión indica por sinécdoque, «lo que se cerca»,


que el jardín no ocupaba todo el es decir «jardín» o «parque». En es­
Edén, sino una parte limitada del te sentido aparece varias veces en el
mismo, la oriental. Sobre su situa­ AT -Ne 2, 8; Ct 4, 13; Qo 2, 5- p a -
ción exacta se han elaborado múl­ radeisos, término utilizado en grie­
tiples teorías. La más común es go por primera vez en J e n o f o n t e
que se trataba de una región al Sur (426-350 a. C.) al describir los jar­
de Mesopotamia, limitada por el dines persas que él mismo había
Eufrates, el Tigris y dos canales o contemplado durante la guerra del
afluentes que los unían entre sí. La Peloponeso. Tanto la Septuaginta
que adopta Ambrosio identifica el como la Vulgata lo emplean en Gn
primero -Fisón- con el Ganges y 2-3 para traducir el hebreo gan, do­
el segundo -G uijón- con el Nilo. tándolo así de un valor teológico
2. Gn 2, 8. preciso.
3. Esta palabra, procede del per­ 4. 2 Co 12, 2.
sa pairidaeza, «cerca circular» y,
90 Ambrosio de Milán

Y -continúa diciendo- sé de este mismo hombre -si en


el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, lo sabe Dios- que fue
raptado al Paraíso y oyó palabras inefables, que no es líci­
to pronunciar a un hombre. De esto me gloriaré, mas de m í
mismo no he de gloriarme si no es de mis flaquezas. Pues
si quisiera gloriarme, no sería insensato, ya que diría la ver­
dad56.
Ahora bien, si el Paraíso es tal que sólo Pablo -o a du­
ras penas alguien semejante a Pablo- ha podido verlo mien­
tras se encontraba todavía en vida -y aun así no está en con­
diciones de recordar si lo había visto en el cuerpo o fuera
del cuerpo- y ha oído palabras tales que le fue prohibido
divulgar lo que había escuchado, ¿cómo podremos explicar
el lugar del Paraíso, nosotros que no hemos sido dignos de
contemplarlo y, si lo hubiéramos hecho, se nos habría prohi­
bido darlo a conocer a otros?
A la vez, si Pablo tuvo miedo de ensalzarse a sí mismo
por lo sublime de las revelaciones que había tenido, ¡cuán­
to más tenemos que estar atentos nosotros para tratar con
absoluta precisión algo cuya sola revelación constituye un
riesgo! No debemos, pues, subestimar esta cuestión del Pa­
raíso y, por tanto, dejemos que siga siendo un secreto de
Pablo.
2. No obstante, puesto que leemos en el libro del Gé­
nesis que Dios plantó el Paraíso a Oriente y que allí puso
al hombre formado por Dios, ya estamos en condiciones de
indicar quién es el autor del Paraíso. Porque ¿quién pudo
crear el Paraíso sino el Dios omnipotente, el que habló y
todo fue hechob, sin que jamás haya necesitado todo cuan­
to haya querido crear?

5. 2 Co 12, 3-6. los Salmos es la de la Vulgata.


6. Sal 32, 9. La numeración de
El Paraíso, 1, 1-5 91

Por tanto, implantó el Paraíso Aquel del que dice la Sa­


biduría: Toda planta que no ha plantado mi Padre será
arrancada7. Buena es la planta de los ángeles, buena la de
los santos; se dice, en efecto, que los santos, que son figu­
ra de los ángeles, se sentarán bajo la higuera y la vid8 en el
tiempo venidero de la paz.
3. Por tanto, el Paraíso está poblado con muchos árbo­
les, pero árboles que dan fruto, árboles llenos de savia y de
virtud, de los que se ha dicho: se regocijarán todos los ár­
boles de los bosques9, árboles siempre en flor por el vigor
de sus méritos, como aquel árbol plantado junto al cauce
de las aguas, cuyas hojas no caerán porque en él crece exu­
berante fruto de todo tipo. Este es, por consiguiente, el Pa­
raíso.
4. Y el lugar en el que fue situado se llama «delicia»10*.
Por eso dice el santo David: Les darás de beber en el to­
rrente de tus delicias11. Y también has leído que sale del Edén
un río que riega el Paraíso'2. Así pues, estos árboles que han
sido plantados en el Paraíso son regados como por un río
abundante que surge del torrente del espíritu. De él tam­
bién dice (David) en otro lugar: La corriente del río alegra
la ciudad de Dios13. Se trata de aquella ciudad que está arri­
ba, es la libre Jerusalén14, en la que han germinado los di­
versos méritos de los santos.
5. Así pues, en este Paraíso puso Dios al hombre que
había formado. Comprende bien que no puso allí al hom­
bre hecho según la imagen de Dios, sino a aquél según el

7. Mt 15, 13. Q uaestiones, in G enesim (Q uaes-


8. Cf. Mi 4, 4; F ilón, L egum tiones), I, 7.
a llegoria e (L egum ), I, 14. 11. Sal 35, 9.
9. Sal 95, 12. 12. Gn 2, 10.
10. Cf. F i l ó n , L egum , I, 14; 13. Sal 45, 5.
Id., D e p osterita te Caini, 10; Id., 14. Cf. Ga 4, 26.
92 Ambrosio de Milán

cuerpo15, ya que el hombre incorpóreo no ocupa lugar. Por


tanto, lo puso en el Paraíso como al sol en el cielo, a la es­
pera del reino de los cielos, del mismo modo que la criatu­
ra espera la manifestación de los hijos de Dios16.
6. Por consiguiente, si el Paraíso es el lugar en el que ha­
bían tenido su origen los retoños de las plantas, el Paraíso es
como el alma que multiplica la semilla recibida17, el alma en
la que se planta cada una de las virtudes, el alma en la que
estaba asimismo el árbol de la vida18, o sea la Sabiduría, co­
mo dijo Salomón: que la Sabiduría no ha nacido de la tierra,
sino del Padre, porque ésta no es otra cosa que el esplendor
de la luz eterna y emanación de la gloria del Omnipotente19.

Capítulo 2

7. En el Paraíso estaba ciertamente el árbol de la cien­


cia del bien y del mal. Por eso encuentras escrito que Dios
hizo brotar en él árboles hermosos a la vista y sabrosos al
paladar y el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien
y del mal20. Más adelante veremos si también este árbol her­
moso a la vista y sabroso al paladar era como todos los de­
más. En efecto, discutiremos esto más oportunamente cuan­
do encontremos el pasaje en el que el hombre fue engañado
al probarlo21.

15. Es decir, a todo el hombre, mitad del Paraíso y cuyo fruto ha­
compuesto de alma y cuerpo. Cf. ce al hombre inmortal, no se ha­
Filón, L egum, I, 12.16; Id., Q uaes- bla en este contexto. Sí del segun­
tiones, I, 8. do, que constituye el centro de
16. Cf. Rm 8, 19. todo el tratado. Cf. F i l ó n , L egum ,
17. Cf. F i l ó n , D e opificio m un- I, 18; Id., Q uaestiones, I, 6.11.
di, 54; Id., L egum , I, 15. 19. Sb 7, 21-26.
18. De este árbol, situado en la 20. Gn 2, 9.
El Paraíso, 1, 5 - 2, 8 93

Mientras tanto, no tenemos nada que objetar en este pun­


to, aunque no podamos comprenderlo con la razón. Pues en
esta creación del mundo no debemos condenar con un juicio
temerario el hecho de que algo nos parezca difícil de enten­
der e incomprensible a nuestra inteligencia: por ejemplo, la
creación de serpientes y otros animales venenosos, dado que
nosotros los hombres no podemos todavía entender ni saber
por qué razón han sido hechas cada una de las cosas2122.
Por tanto, también de modo análogo, no critiquemos
en las Escrituras divinas con ligereza aquello que no pode­
mos comprender. En efecto, hay muchas cosas que no pue­
den ser abarcadas por nuestra mente, sino que deben ser va­
loradas en relación con la profundidad del designio y la
palabra de Dios.
8. Así pues, sin prejuzgar aún una futura toma de po­
sición, supongamos que a ti te desagrada este árbol de la
ciencia del bien y del mal porque, tras haber degustado su
fruto, los hombres comprendieron que estaban desnudos23.
Sin embargo, te diré que también este árbol germinó en el
Paraíso a fin de que se consumara la obra divina, y por eso
fue permitido por Dios a fin de que podamos conocer la
supremacía del bien.
En efecto, ¿cómo aprenderíamos a distinguir entre el
bien y el mal si no existiera la ciencia del bien y del mal?
Porque si no existiera la ciencia del bien -y no podría exis­
tir esa ciencia, si al mismo tiempo no existiera el bien-, no
tendríamos la posibilidad de juzgar que era un mal lo que

21. Cf. capítulo 12. brosio por extenso este argumen­


22. En el H ex am eron, tras ha­ to sobre la utilidad de cada una de
ber explicado el equilibrio que rei­ ellas, con aplicaciones para la con­
na entre las diversas especies ani­ ducta del hombre (VI, 6, 38).
males, dentro de la armonía de la 23. Cf. Gn 3, 7.
creación (VI, 4, 22), expone Am­
94 Ambrosio de Milán

realmente lo era. Del mismo modo, no sabríamos que era


un bien lo que era un bien si no existiera la ciencia del mal.
Toma el ejemplo de la misma condición del cuerpo hu­
mano. Ciertamente hay también en él el amargor de la bi­
lis, que resulta útil para la salud del hombre si consideras
ésta en su conjunto. Por tanto, incluso lo que consideramos
perjudicial, muchas veces no lo es en todos los aspectos, si­
no que resulta útil para la totalidad. Porque, así como la bi­
lis está en una parte del cuerpo y redunda en bien de todo
él, así Dios, sabiendo que aprovecharía a todos, concedió la
ciencia del bien y del mal a una parte, a fin de que fuera
útil al conjunto.
9. Por eso encuentras en el Paraíso a la serpiente, no
engendrada ciertamente sin la voluntad de Dios. Porque en
la figura de la serpiente está el diablo.
En efecto, que en el Paraíso estaba el diablo lo enseña
también el profeta Ezequiel, quien dice a propósito del rey
de Tiro: Has sido puesto en las delicias del Paraíso2*. En ver­
dad, nosotros entendemos al príncipe de Tiro como figura
del diablo2425.
¿Acaso por eso acusaremos a Dios también de que -a
excepción de aquellos a los que El mismo se ha dignado re­
velarlo- no somos capaces de comprender los tesoros de su
ciencia sublime, que permanecen escondidos y ocultos en
Cristo? Y sin embargo, para que sepamos que incluso la ma­
licia del diablo es una ayuda para la salvación de los hom-

24. Ez 28, 13. dría contener alguna alusión a


25. En estas dos últimas frases acontecimientos eclesiásticos ocu­
identifica Ambrosio al diablo co­ rridos en esa ciudad, como el fa­
mo la serpiente y como el prínci­ moso sínodo de 335, que destitu­
pe de Tiro. La primera simbología yó a Atanasio de su sede episcopal
es bíblica -Gn 3- y tradicional en de Alejandría.
toda la Patrística; la segunda po­
El Paraíso, 2, 8-9 95

bres, reveló no que el diablo quiera ayudarnos, sino que el


Señor convierte en saludable para nosotros su malicia, aun
sin él quererlo.
En definitiva, fue la malicia del demonio la que hizo
que la virtud y la paciencia del santo varón Job resultaran
más resplandecientes25. La malicia de aquél puso a prueba
el sentido de la justicia de éste, de modo que combatiera y
venciera y a la victoria siguiera la corona, ya que no es co­
ronado sino aquel que haya combatido legítimamente17.
Tampoco la pureza de José habría llegado jamás a nues­
tro conocimiento si la mujer de su señor, estimulada por los
ardientes dardos del diablo, no hubiera tentado su corazón
y finalmente no hubiera solicitado su muerte, a fin de que
resplandeciera aún más la limpieza de un hombre dispues­
to a despreciar la muerte por su castidad28.
¿Quieres saber cuál es el designio de Dios? En verdad,
parece que por instigación del diablo se traman insidias con­
tra hombres justos e incluso se cometen crímenes contra sus
hijos.
Sin embargo, el Señor puso a prueba a Abrahán tam­
bién en este aspecto, hasta el punto de pedirle que le in­
molara a su hijo29. Por medio de esa tentación Abrahán fue
reconocido fiel al Señor, ya que ni siquiera en aras de la pie­
dad hacia su amado hijo renegó de la obediencia impuesta
por su devoción.
Pues de ese mismo modo estaba también en el Paraíso
el árbol de la ciencia del bien y del mal, que era agradable
a la vista y por su aspecto parecía bueno para comer; pero
en realidad no era tal, porque comerlo fue a todas luces per­
judicial para los hombres.

26. Cf. Jb 1-2. 28. Cf. Gn 39, 7ss.


27. 2 Tin 2, 5. 29. Cf. Gn 22, lss.
96 Ambrosio de Milán

Por tanto, hay cosas que dañan al individuo y ayudan


a la humanidad, como el diablo causó la ruina de Judas30
pero, a excepción de él, concedió la corona a todos los após­
toles, que superaron las tentaciones provocadas por la ma­
licia del traidor.
10. Así pues, no se debe dudar ni reprochar que en el
Paraíso estuviera el diablo, dado que no pudo cerrar el ca­
mino a los santos, para que ninguno ascendiera hasta Dios.
Ni tampoco impidió a los justos que habitaran en él, como
si hubiera sido el dueño de esa morada.
Es admisible que haya apartado a algunos perezosos y
viciosos de la posesión de la morada suprema, pero es un
hecho mucho más sublime y más hermoso que el diablo se­
rá apartado por las oraciones de los santos cuando se haya
cumplido la palabra: Veía a Satanás caer del cielo como un
rayo31.
No temamos, por tanto, a quien es tan débil que está
destinado a caer él mismo por tierra. Ha recibido cierta­
mente permiso para tentar, pero no ha recibido la fuerza de
hacer caer, a no ser que una voluntad débil, que no sabe so­
licitar auxilio para sí misma, caiga por su propia decisión.
Por eso, para que podamos estar precavidos, es necesa­
rio conocer con qué engaño ha tentado al primer hombre, o
también qué ha considerado que podía ser sujeto de la ten­
tación en el hombre, con qué método y con qué artificio.
11. No obstante, hay muchos que no admiten que el
diablo haya estado en el Paraíso, a pesar de que hayamos
leído que estaba con los ángeles en el cielo32; para que és­
tos no se consideren heridos, escuchen una interpretación
de este pasaje, de acuerdo con su criterio33.

30. Cf. Le 22, 3. 33. Cf. F il ó n , D e opificio m un-


31. Le 10, 18. di, 59.
32. Cf. Za 3, 1.
El Paraíso, 2, 9 - 3, 12 97

En efecto, antes de nosotros hubo quien sostuvo que


el hombre había cometido el pecado a causa del placer sen­
sible, entendiendo bajo la forma de la serpiente la figura
del placer e identificando en la figura de la mujer la sensi­
bilidad del alma y de la mente, a la que los griegos llaman
aísthesis34.
Este afirmó que, de acuerdo con el relato, tras haber
sido engañada la sensibilidad, prevaricó también la mente,
a la que los griegos llaman noüs. Así pues, con razón en
griego el término noüs representa al hombre y aísthesis a la
mujer. De ahí que algunos interpretaron el nombre de Adán
como si significase el noüs terreno.
Por otra parte, el Señor presentó en el Evangelio a las
vírgenes que esperaban la llegada del esposo con las lám­
paras encendidas o apagadas como alusiones a los senti­
dos, íntegros en las vírgenes prudentes, corrompidos en las
necias35. En efecto, si Eva -es decir, la sensibilidad de la
primera mujer- hubiese tenido las lámparas encendidas, ja­
más nos hubiera implicado en los tentáculos de su pecado
ni habría perdido la condición inmortal que es propia de
la virtud.

Capítulo 3

12. El Paraíso es, por tanto, una tierra fértil, es decir,


un alma fecunda plantada en el Edén, o sea, en el placer o
en una tierra bien cultivada en la que el alma encuentra sus
delicias36. También resulta que noüs equivale a Adán y «sen­
sibilidad» a Eva. Y para que no tengas nada que atribuir a
la debilidad de la naturaleza o a su disposición contraria a

34. Cf. F i l ó n , L egum , I, 29. 36. Cf. F il ó n , L egum , I, 14.


35. Cf. Mt 25, lss.
98 Ambrosio de Milán

soportar las dificultades, considera las ayudas de las que


dispone esa alma.
13. Había un río que regaba el Paraíso3738. ¿Qué río era,
sino el Señor Jesucristo, fuente de vida eterna como el Pa­
dre? Porque está escrito: Porque en ti está la fuente de la
vida 38 y, por tanto: Ríos de agua viva fluirán de su seno39.
Se lee «una fuente» y también «un río», que riega el ár­
bol fructífero del Paraíso para que dé fruto de vida eterna.
Ésta es, por tanto -como has leído, porque la Escritura di­
ce que una fuente sale del Edén40- una fuente: es decir, en
tu alma hay una fuente. De ahí que también Salomón diga:
Bebe el agua de tus recipientes y de las fuentes de tus po­
zos41.
Ésta es la fuente que procede de aquella alma aguerri­
da y colmada de felicidad; ésta es la fuente que riega el Pa­
raíso, es decir, las virtudes de un alma que se desbordan por
sus sublimes méritos.
14. La fuente -dice- se parte en cuatro brazos. El pri­
mero se llama Pisón y es el que rodea toda la tierra de Evi­
ta, donde hay oro. Y el oro de esa tierra es puro y allí hay
además bedelio y ágata. Y el segundo se llama Guijón: éste
es el que rodea toda la Etiopía. El tercero se llama Tigris y
es el que corre hacia el Oriente de Asiria. El cuarto río es
el Eufrates42.
Estos son, por consiguiente, los cuatro ríos, o sea el Fi-
són -para los hebreos se llama Fisón, mientras que para los
griegos, Ganges-, que fluye hacia la India. Por su parte,
Guijón es el Nilo, que rodea la tierra de Egipto, o Etiopía.
A su vez, se llama Mesopotamia a la tierra que abarcan el
Tigris y el Éufrates, porque esa tierra está rodeada por es­

37. Cf. Gn 2, 10. 40. Gn 2, 10.


38. Sal 35, 10. 41. Pr 5, 15.
39. Jn 7, 38; cf. Is 58, 11. 42. Gn 2, 10-14.
El Paraíso, 3, 12-14 99

tos dos ríos, cosa que el mismo nombre y la opinión co­


mún aclaran a quienes habitan lejos43.
Pero ¿en qué sentido se llama fuente a la sabiduría de
Dios? Efectivamente, es fuente según el Evangelio, que di­
ce: Si alguno tiene sed, venga a m í y beba44. Es fuente tam­
bién según el profeta, que dice: Venid y comed mis panes y
bebed el vino que he mezclado para vosotros45.
Así pues, como la sabiduría es fuente de vida, fuente de
gracia espiritual, así es fuente de las demás virtudes, que nos
dirigen hacia el camino de la vida eterna. Por eso, de aque­
lla alma que ha sido cultivada, no de la inculta, procede es­
ta fuente que riega el Paraíso, es decir, los brotes de las di­
versas virtudes, ya que son cuatro los arranques en los que
se divide tal sabiduría46.
¿Cuáles son los cuatro inicios de las virtudes, sino el
primero la prudencia, el segundo la templanza, el tercero la
fortaleza y el cuarto la justicia? Estas son las virtudes que
también los sabios de este mundo, tomándolas de los nues­
tros, han trasladado a sus escritos47.
Por tanto, como la fuente es la sabiduría, así también
estos cuatro ríos que manan de aquella fuente son las aguas
abundantes de las virtudes.

43. Si es indiscutible que los 46. Cf. Filón, L egum , I, 19;


dos últimos son el Tigris — h id d e- Id., Q uaestiones, I, 12.
q e l- y el Eufrates -p erd í-, las opi­ 47. Ambrosio recoge siempre
niones sobre los otros dos son tan que tiene ocasión este argumento
numerosas como diversas. Ambro­ -la dependencia de la filosofía grie­
sio, como ya hemos advertido, los ga respecto al judaismo-, que ya
identifica respectivamente: el pri­ estaba presente desde antiguo, tan­
mero -p is cb ó n - con el Ganges y el to en autores judíos -Aristóbulo-
segundo - g ih ó n - con el Nilo. como en los cristianos, desde el
44. Jn 7, 37. apologista Justino.
45. Pr 9, 5.
100 Ambrosio de Milán

15. El Fisón, por tanto, representa la prudencia, y por


eso contiene el oro puro, el espléndido bedelio y la piedra
ágata48. En efecto, a menudo apreciamos como el oro a aque­
llos que consideramos prudentes, por lo que también el Se­
ñor dice, por medio del profeta: Les he dado oro y plata 49;
y David dice de los prudentes: Y mientras vosotros dormís
en medio de los elegidos, las alas de la paloma resplandecen
de plata y sus plumas con el color del oro50, porque quien
ha penetrado hasta el fondo en el Antiguo y el Nuevo Tes­
tamento puede avanzar incluso en los misterios de la sabi­
duría de Dios gracias a la fecundidad de su investigación.
Por tanto, llamaría a este oro «puro», no oro acuñado51, que
es corruptible y terreno52.
Tiene también -dice- aquel espléndido carboncillo53, en
cuya especie de llama vive nuestra alma. Posee asimismo el
ágata, que parece mostrar algo del verdor y vitalidad en el

48. Cf. F i l ó n , L egum, I, 19.25. aparece en la Antigüedad con sen­


49. Os 2, 10. tidos diversos. De una parte es una
50. Sal 67, 14. sustancia de origen vegetal, resi­
51. Ambrosio dice textualmen­ nosa, amarga y perfumada, utiliza­
te m onetale, un oro convertido en da ya en Egipto para embalsamar
moneda, que por tanto está ex­ a los muertos, y que tiene aplica­
puesto tanto a la falsificación de una ciones medicinales contra el bocio,
aleación con metales menos valio­ los cólicos nefríticos, la tos y las
sos, como a la caducidad de la ima­ mordeduras de serpientes. De otra,
gen del emperador representado. en el lenguaje bíblico, la tradición
52. Preferimos la lectura casi jahw ista trasmite esta palabra,
unánime de los códices diceret, que bdolah, que la versión de los Se­
tiene como sujeto a quien ha pro­ tenta traduce ántrax, mientras que
fundizado en la comprensión de la la Vulgata dice bdelliu m en dos
Escritura, pasando por alto la con­ contextos diferentes. En el prime­
jetura de CSEL, seguido por P. Si- ro -Gn 2, 12, que es el que nos
niscalco, quienes leen d icere licet, es ocupa- se equipara a una piedra
decir: «es oportuno llamar...». preciosa. Por el contrario, en Nm
53. El bedelio. Esta palabra 11, 7 se compara el bedelio con el
El Paraíso, 3, 15-16 101

aspecto de su color. Verdean, en efecto, los arbustos que vi­


ven, mientras que por el contrario se secan todos aquellos
que mueren; verdea la tierra cuando florece, verdean tam­
bién las semillas cuando brotan. Y es razonable que haya
sido puesto en primer lugar este río, el Fisón, al que los ju­
díos llaman Pheoison, o sea «cambio de lengua»54, porque
no solamente recorre el territorio de un pueblo, sino que
atraviesa la Lidia.
Porque la prudencia no es algo escaso, sino rico en do­
nes, de modo que ayuda a muchos. Por eso es la primera
virtud, para que si alguno saliere del Paraíso, sea por así de­
cir acogido por el río de la prudencia, de modo que no pue­
da secarse de repente, sino que mediante ella vuelva con fa­
cilidad al Paraíso. Muchos hombres surcan este río, y por
eso se dice que tiene una gran belleza y fertilidad. Y por
eso la prudencia, que ha dado muchos frutos con la venida
del Señor, autor de la Salvación, es representada con la ima­
gen de este río.
Por lo demás, fluye hasta los últimos confines de la tie­
rra porque, mediante la sabiduría, han sido redimidos todos
los hombres. De ahí que también se haya dicho: Su voz se
ha difundido por toda la tierra y sus palabras llegan a los
confines del orbe de la tierra55.
16. El segundo río es el Guijón, a cuya orilla fue dada
la orden a los israelitas, cuando se encontraban en Egipto,
de que se retiraran de ese país y comieran el cordero con
los lomos ceñidos56, lo que es señal de templanza, puesto

maná, acepción que lo acerca al petrificada puede pasar fácilmente


primer sentido. La dificultad, co­ por una piedra brillante.
mo sugiere H. Gossen (R eallexi- 54. Cf. F i l ó n , L egu m , I, 24.
kon fü r Antike u n d C bristentum , 55. Sal 18, 5.
2, col. 34-36), puede resolverse si 56. Cf. Ex 12, 11.
se tiene en cuenta que esa resina
102 Ambrosio de Milán

que es oportuno celebrar la Pascua del Señor castos y pu­


rificados.
De ahí que, junto a este río se estableciera por prime­
ra vez la observancia de la Ley, ya que este nombre signi­
fica como una «grieta» de la tierra57. Por eso, del mismo
modo que una grieta se traga la tierra y todas las impure­
zas y suciedad que hay en ella, así la castidad elimina habi­
tualmente todas las pasiones del cuerpo; con razón se esta­
bleció aquí por primera vez la observancia de la Ley, ya que
mediante ella desaparece el pecado de la carne.
Es adecuado, por tanto, decir que el Guijón, que en­
cierra la figura de la castidad, atraviesa las tierras de Etio­
pía, de modo que purifica el cuerpo impuro y extingue el
ardor apasionado de la carne. En efecto, Etiopía, según la
interpretación latina, significa tierra abyecta y vil58. Pues
¿qué hay más abyecto que nuestro cuerpo, que a semejan­
za de los habitantes de Etiopía, es también negro a causa de
las tinieblas propias del pecado?
17. El tercer río es el Tigris, que corre hacia Asiria,
adonde Israel fue conducido como esclavo tras haber pre­
varicado. Se dice que este río es el más veloz de todos; lo
habitan los asirios, es decir, «aquellos que dirigen», porque
ése es el significado del nombre.
Así que todo aquel que con fortaleza de ánimo haya so­
metido los vicios degradantes del cuerpo, dirigiéndose a las
cosas celestiales, es considerado semejante a este río. Y, por
tanto, también la fortaleza surge de aquella fuente que se
encuentra en el Paraíso. En efecto, la fortaleza con su rápi­
da carrera atraviesa todo aquello que se le presenta por de­
lante y su camino no se detiene ante ningún obstáculo que
se le oponga.

57. Cf. Filón, Q uaestiones, I, 58. Cf. Filón, L egum , I, 21.


12.
El Paraíso, 3, 16-19 103

18. El cuarto río es el Eufrates, que en latín significa


«fecundidad y abundancia de frutos» y es como el signo dis­
tintivo de la justicia que nutre el alma.
En efecto, ninguna virtud parece producir frutos más
abundantes que la equidad y la justicia, que ayuda más a los
otros que a sí misma y menosprecia los propios intereses,
anteponiendo la utilidad común.
Muchos opinan que se llama Eufrates apo toü eufraí-
nesthai, esto es, a propósito de congratularse por el hecho
de que el género humano no se alegra de nada más que de
la justicia y la equidad5960. Se nos dice, en efecto, que el mo­
tivo por el que se describen las regiones por las que fluyen
los otros ríos, mientras no se describen los lugares por los
que corre el Eufrates, es que sus aguas dan vida, restauran
y fortifican. De ahí que los sabios hebreos y asirios lo lla­
maron Auxeba.
Por el contrario, se habla del agua de los demás ríos por
el hecho de que donde hay prudencia, hay también malicia;
donde hay fortaleza, ira; donde hay templanza, allí hay con
frecuencia intemperancia y otros vicios, mientras que don­
de hay justicia, allí reina la concordia de las demás virtudes.
Por tanto, a la justicia no se la reconoce a partir de los
lugares por los que fluye, es decir, en una sola parte, por­
que esta virtud no es una parte, sino algo así como la ma­
dre de todas las virtudes.
Por tanto, en estos cuatro ríos se manifiestan las cuatro
virtudes principales que han abarcado las épocas de este
mundo.
19. Según esa interpretación, la primera -desde el inicio
del mundo hasta el diluvio- fue la de la prudencia61; en ese

59. Cf. F i l ó n , Legurn, I, 23. Cf. F il ó n , Q uaestiones, I, 13.


60. Del griego auxo (lat. augeo), 61. Cf. F i l ó n , D e A brahán,

«aumento, hago crecer, prosperar». 9.11.


104 Ambrosio de Milán

tiempo se cuentan entre los justos Abel -así llamado por el


Señor62- y Enós63 -esto es, el hombre hecho a la imagen de
Dios-, que tuvo esperanza al invocar el nombre del Señor,
Dios; asimismo, Enoch64, cuyo nombre significa en latín
«gracia de Dios» y fue arrebatado al cielo; finalmente Noé65,
también él justo y en cierto modo un indicio de paz.
20. La segunda época es la de Abrahán, Isaac y Jacob,
así como de los otros numerosos patriarcas, en los que ha
resplandecido la casta y pura templanza propia de la virtud
de la religión.
En efecto, el inmaculado Isaac fue concedido a Abrahán
como hijo a través de la promesa, significando no tanto el
don de un parto corporal, cuanto la prenda de la divina be­
nevolencia. En él estaba prefigurado Aquel que era verdade­
ramente sin mancha, como enseña el Apóstol cuando dice
que a Abrahán y a su descendencia fueron hechas las prome­
sas. No dice a sus descendencias, como si se tratara de mu­
chas, sino de una sola: y a tu descendencia, que es Cristo66.
21. La tercera es la descrita en la ley de Moisés y los
demás profetas. Porque me faltaría tiempo para hablar de
Gedeón, de Barac, de Sansón (Salomón), de David, de Sa­
muel y de los otros profetas, Ananías, Azarías, Misael, Da­
niel, Elias, Eliseo, los cuales, por la fe, conquistaron reinos,
ejercieron la justicia, alcanzaron las promesas, cerraron las
fauces de los leones, extinguieron la violencia del fuego, es­
caparon al filo de la espada, sacaron fuerza de la enferme­
dad, fueron valientes en la guerra, tomaron campamentos
enemigos67.

62. Cf. Mt 23, 35. 65. Gn 6, 9 . Cf. F i l ó n , L egum ,


63. Cf. Gn 4, 26; Filón, De III, 24.
praem iis et p oenis, 2. 66. Ga 3, 16.
64. Cf. Gn 5, 24; Filón, De 67. Cf. Hb 11, 33-34.
p osterita te Caini, 11.12.
El Paraíso, 3, 19-23 105

Con razón, por tanto, vemos en ellos la imagen de la


fortaleza. Como encuentras más abajo, fueron mutilados,
puestos a prueba, muertos a espada. Anduvieron errantes,
cubiertos de pieles de cabra, necesitados, atribulados y afli­
gidos por el dolor, de cuyos méritos el mundo no era dig­
no, perdidos por los desiertos y por los montes, entre las
cavernas y las hendeduras de la tierra68. Por tanto, justa­
mente ponemos en ellos la imagen de la fortaleza.
22. En verdad, según el Evangelio, es importante la fi­
gura de la justicia, porque es una virtud que sirve para la
salvación de todo aquel que cree69. Además, el mismo Se­
ñor dice: Deja que cumplamos toda justicia™.
Esta es en verdad la madre fecunda de las demás vir­
tudes, por más que en aquel que posee cualquiera de las
virtudes fundamentales de las que hemos hablado, también
están presentes las demás, ya que esas mismas virtudes es­
tán unidas y conectadas. En efecto, Abel fue sin duda jus­
to, Abrahán estuvo lleno de fortaleza y de paciencia; los
profetas fueron prudentísimos y Moisés, que había sido
instruido en el conjunto de las ciencias egipcias, conside­
ró el oprobio de Cristo un honor mayor que los tesoros
de Egipto. Y ¿quién más sabio que Daniel?71 También Sa­
lomón pidió y mereció la sabiduría72.
Así pues, hemos hablado de los cuatro ríos de las vir­
tudes, de los que es provechoso beber. Y, puesto que he­
mos dicho que el Fisón contiene el oro fino de la tierra,
el carbón y la esmeralda, consideremos ahora su signifi­
cado73.
23. Porque nos parece a nosotros que Henos es como
el oro fino, él que prudentemente deseó conocer el nombre

68. Cf. Hb 11, 37-38. 71. Cf. Dn 1, 17.


69. Rm 1, 16. 72. Cf. 1 R 3, 8ss.
70. Mt 3, 15. 73. Cf. F i l ó n , L egum , I, 25.26.
106 Ambrosio de Milán

de Dios74. Por su parte Enoch, que fue arrebatado y no vio


la muerte75, es como el carbón, la piedra de buen olor que
el santo Enoch ofreció a Dios con sus obras, atrayendo en
cierta manera la gracia sobre sus acciones y costumbres.
Igualmente Noé, como la esmeralda, mostró el color de
la vida porque, en el momento del diluvio, él solo se salvó
en el arca, como simiente trasmisora de vida para la futura
generación. Por tanto, el Paraíso, regado por muchos ríos,
está situado en justicia al oriente y no contra el oriente; es
decir, en aquel oriente que recibe propiamente ese nombre76;
o sea, en Jesucristo, que difunde el esplendor de la luz eter­
na77 y está en el Edén, es decir, en el gozo.

Capítulo 4

24. Y tomó Dios al hombre, a quien había hecho, y lo


puso en el Paraíso para que lo trabajase y lo custodiase78.
Ves que es tomado el que ya existía, pues estaba en la
tierra de la que había sido plasmado. Lo tomó por tanto la
potencia de Dios, infundiéndole evolución y aumento de su
fuerza.
Así pues, lo puso en el Paraíso, para que se entienda que
el hombre fue tomado y como inspirado por el poder de Dios.
Por lo que respecta al lugar, advierte que el varón fue
formado fuera del Paraíso y la mujer dentro de él, para que
te des cuenta de que cada uno adquiere la gracia no en ra­
zón de la nobleza del lugar o de la estirpe, sino de la virtud.
Por eso el varón, aun habiendo sido creado fuera del Pa­
raíso, es decir, en un lugar inferior, resulta que es mejor, mien­
tras que aquella que ha sido creada en un lugar mejor, es de-

74. Cf. Gn 4, 26. 77. Cf. Ap 22, 16; 2 P 1, 29.


75. Cf. Gn 5, 24. 78. Gn 2, 15.
76. Cf. 2a 6, 12 (Sept.); Le 1, 78.
El Paraíso, 3, 23 - 4, 25 107

cir en el Paraíso, encontramos que es inferior, porque fue la


primera en ser engañada y ella misma engañó al varón.
Por eso el apóstol Pedro recordó a las mujeres santas
que obedecieran a sus maridos como a sus señores, some­
tiéndose a la criatura más fuerte79. Y Pablo dice que no fue
Adán el seducido, sino Eva quien, seducida, incurrió en la
transgresión80. De ahí se debe deducir que nadie puede pre­
sumir con ligereza de sí mismo. En efecto, he aquí que aque­
lla que fue creada para apoyar al hombre81, necesita su pro­
tección, porque el hombre es cabeza de la mujer82; mientras
que aquel que creía contar con la ayuda de la mujer, cae por
culpa de su esposa. De ahí que nadie deba fiarse con lige­
reza de otro si antes no ha puesto a prueba su virtud; ni
tampoco puede arrogársela a sí mismo el que creía haber si­
do elegido como apoyo.
Por el contrario, si más bien encuentra que aquel para
quien pensaba ser una ayuda, es más fuerte, tome en prés­
tamo la gracia de él, como también el Apóstol manda a los
maridos rendir honor a las mujeres, cuando dice: Igual­
mente, vosotros maridos, llevad la vida común con sabidu­
ría, como junto a un ser más frágil, la mujer, honrándolas
como a coherederos de la gracia de la vida, de modo que
nada impida vuestras oraciones83.
25. Así pues, el hombre fue puesto en el Paraíso, mien­
tras la mujer fue creada en el Paraíso. Pero, en aquel mo­
mento, antes de ser engañada por la serpiente, también la
mujer participó de la gracia del hombre porque había sido
tomada riel hombre -aunque esto sea un gran misterio, co­
mo dijo el Apóstol84- y por eso extrajo de él la causa de la
vida.

79. Cf. 1 P 3, 1ss. 82. Cf. 1 Co 11, 3


80. 1 Tm 2, 14. 83. 1 P 3, 7.
81. Cf. Gn 2, 18. 84. Cf. Ef 5, 32.
108 Ambrosio de Milán

De ahí que la Escritura hable sólo del hombre cuando


dice que lo puso en el Paraíso para que lo trabajase y lo cus­
todiase85. No es lo mismo trabajar que custodiar; porque en
el trabajo hay un cierto desarrollo de la virtud; en la cus­
todia se sobreentiende un cierto cumplimiento de la obra,
porque se custodia aquello que en cierto modo está ya con­
sumado. Estas dos cosas se le exigen al hombre: que por
medio de sus obras busque cosas nuevas y que custodie lo
que ha conseguido. Esto es universal86.
Filón87, por el contrario, dado que no comprendía -de
acuerdo con su mentalidad judía- la dimensión espiritual,
se limitó a la conducta moral, para decir que al hombre se
le pedían dos cosas: cultivar los campos y custodiar la ca­
sa. Y añadió que aunque el Paraíso no necesitara las labo­
res agrícolas, sin embargo, puesto que el primer hombre
iba a ser la norma para la posteridad, precisamente por eso
asumió también en el Paraíso ese tipo de labor que se con­
vertiría en ley para obligarnos a ejercer y custodiar la de­
bida tarea y el oficio propio de un legado recibido en he­
rencia.
Se te piden, pues, estas dos operaciones, tanto en sen­
tido moral como espiritual. Esto te lo enseña también el sal­
mo profético, porque está escrito: Si el Señor no edifica la
casa, en vano han trabajado los que la construyeron; si el
Señor no guarda la ciudad, en vano han vigilado quienes la
custodian88. Ves que trabajan aquellos que están implicados

85. Gn 2, 15. tener en cuenta sólo el manda­


86. En varios sentidos: en pri­ miento de Dios, que lo obliga mo­
mer lugar, como acaba de decir, ralmente, sino también la gracia
porque atañe a hombres y muje­ divina.
res; pero también, como explica a 87. Cf. F i l ó n , L egum , I, 28.
continuación en contraste con F i ­ Q uaestiones, I, 14.
l ó n , porque el hombre no debe 88. Sal 126, 1.
El Paraíso, 4, 25 - 5, 26 109

en la realización y la edificación de una obra; y que a su


vez vigilan quienes han recibido la custodia de una obra ya
realizada.
Por eso, el Señor dijo a los apóstoles, como a personas
ya más perfectas: Vigilad y orad, para no caer en la tenta-
ciónm, enseñando que el don de una naturaleza perfecta y
la gracia de una virtud plena debe ser conservado y que, in­
cluso uno que es más perfecto, no debe estar seguro de sí
mismo si no permanece en vela.

Capítulo 5

26. Y el Señor Dios dio un mandato a Adán, diciendo:


De todo árbol que está en el Paraíso comerás para alimen­
tarte, pero no comeréis del árbol de la ciencia del bien y
del mal. Porque el día en que de él comiereis, ciertamente
moriréis8990.
¿Por qué motivo, cuando mandó que se debía comer de
todos los árboles, dijo específicamente: comerás; pero cuan­
do habló del árbol de la ciencia del bien y del mal, dijo en
plural: no comeréis91*?

89. Mt 26, 41. más adelante -n. 56- transcribe to­


90. Gn 2, 16-17. Estamos ante do el texto en plural. La expresión
un pasaje crítico de la Escritura m orte m oriem in i es en sí redun­
que las diferentas versiones resuel­ dante y difícil de traducir: sería al­
ven de manera distinta. En efecto, go así como «moriréis de muerte»,
mientras la Septuaginta traduce en «seréis castigados con la muerte»
plural -p h á g esth e-, la Vulgata lee y da a entender la gravedad del
n e com edas, una forma en singu­ precepto. Ambrosio vuelve sobre
lar, más lógica puesto que aún no el tema en 9, 43.
ha sido creada la mujer. Ambrosio 91. Cf. F i l ó n , L egum , I, 32.
adopta aquí la primera, que con­ Q uaestiones, I, 15.
viene a su exégesis, mientras que
110 Ambrosio de Milán

He aquí una cuestión no superflua. Pero, si prestas aten­


ción, puede resolverse gracias a la autoridad de las Escrituras.
En efecto, lo que es bueno también debe hacerse y lo que es
bueno y debe hacerse es a la vez armonioso y compacto, mien­
tras que lo que es vil carece de armonía, es descompuesto y
dividido en partes. Por eso, el Señor, que tiene siempre los
ojos puestos en la unidad, emitió un mandato conforme a ella.
Porque, en definitiva, lleva a cabo la unidad Aquel que
de dos ha hecho un solo pueblo 92; y no sólo de dos, sino in­
cluso de todos ha hecho un solo pueblo, porque a todos
nos ha mandado que seamos un solo cuerpo y un solo es­
píritu1'3. Así el Primogénito94, siendo una unidad con el Pa­
dre, está siempre en todo unidísimo al Padre, ya que el Ver­
bo estaba en DiosK. Incluso afirmó: Yo y el Padre somos
una sola cosa%, para mostrar que existe una unidad de ma­
jestad y divinidad entre El y el Padre.
Pero también a nosotros nos mandó ser una sola cosa
y nos transfundió, por la adopción que habíamos obtenido
a través de la gracia, la semejanza de su naturaleza y de su
unidad, diciendo: Padre, como yo y tú somos uno, así sean
ellos una sola cosa en nosotros97.
Así pues, cuando mandó algo bueno, lo mandó como
si se dirigiera a uno solo, diciendo: comerás-, en efecto, la
unidad no puede sobrepasar la frontera de lo que está per­
mitido98. Pero donde dice que no se debe probar el fruto
del árbol de la ciencia del bien y del mal, es como si dije­
ra a muchos: no comeréis; en efecto, es como si la prohibi­
ción se impusiera a muchos.

92. Cf. Ef 2, 14. 97. Jn 17, 21.


93. Cf. Ef 4, 4. 98. Este último concepto es ex­
94. Cf. Col 1, 15. presado en latín con una sola pa­
95. Jn 1, 1. labra: praevaricare.
96. Jn 10, 30.
El Paraíso, 5, 26-27 111

Yo, por mi parte, lo interpreto de otra manera y en­


cuentro en la misma palabra de Dios lo que iba a ocurrir en
el futuro. Mandó que debería comer de todos los árboles só­
lo a Adán, de quien El sabía que habría de guardarlo; pero,
al hablar del árbol del conocimiento del bien y del mal, del
que no se debía probar, no emplea el singular, sino el plu­
ral, porque sabía que la mujer había de prevaricar. Por eso,
mediante el plural, muestra que no iban a guardar el man­
damiento, porque la voluntad de muchos está desunida.
27. Por lo que respecta a la versión de los Setenta va­
rones, está ya solucionado el problema que plantea. Pero,
dado que Símaco" transcribió uno y otro verbo en singu­
lar, concluimos que ha seguido esta lectura porque también
en la Ley, cuando Dios habla al pueblo, se expresa en sin­
gular, como cuando lees: Escucha, Israel, el Señor tu Dios
es el único Señor y amarás al Señor Dios tuyo99100. La inter­
pretación de Símaco no constituye para mí un inconve­
niente, porque él no pudo concebir la unidad entre el Pa­
dre y el Hijo, aunque algunas veces tanto Áquila101 como él
la confesaron en su modo de expresarse.
Y nadie concluya que, por el hecho de que Dios hable
en singular al pueblo que habría de transgredir los manda­
tos divinos, eso contradiga lo que hemos dicho más arriba,
porque el pueblo judío contravino también en singular los
preceptos que se le habían entregado. La ley, en verdad, es

99. Este traductor del AT al 101. Este judío prosélito, pro­


griego vivió en tiempos de Septi- cedente del Ponto hacia el año
mio Severo (193-211 d. C.). Su 125, tradujo el AT del hebreo al
obra gozó de autoridad a los ojos griego, fiel a la letra, a diferencia
de s. Jerónimo, quien lo utilizó re­ de Símaco, quien había evitado
petidas veces en la Vulgata, pero sistemáticamente los hebraísmos.
ha llegado hasta nosotros de un Por eso su versión gozó de una
modo muy fragmentario. gran autoridad para el judaismo
100. Dt 6, 4-5. rabínico.
112 Ambrosio de Milán

espiritual y por tanto Dios interpelaba con su palabra divi­


na a un pueblo en lenguaje común y a otro en lengua pro-
fética. En efecto, dice: No cocerás el cabrito en la leche de
su madre 102.
28. A partir de este punto, aparecería sencilla la suce­
sión de los preceptos celestiales si muchos de ellos no pro­
vocaran cuestiones a las que conviene que respondamos, no
vaya a ser que confundan con una maliciosa interpretación
a mentes sencillas.
Porque muchos, cuyo maestro es Apeles103, como se lee
en el tomo treinta y ocho de sus obras, plantean las si­
guientes cuestiones: ¿cómo puede el árbol de la vida pare­
cer más eficaz para la vida que el soplo de Dios?
En segundo lugar: si Dios no hizo al hombre perfecto
y cada uno con su propio empeño trata de adquirir la per­
fección de la virtud, ¿no parece que logra por sí mismo más
de lo que Dios le ha otorgado?
En tercer lugar objetan: si el hombre no hubiera pro­
bado la muerte, ciertamente no habría podido conocer lo
que no había probado. Por tanto, si no la había probado,
no la conocería; y si la desconocía, no podría temerla. Por
tanto, en vano Dios esgrimió, para atemorizar, una muerte
que los hombres no temían.

102. Ex 23, 19; 34, 26; Dt 14, posición, al menos hasta 8, 41: por
21 . ejemplo, en expresiones como
103. Aunque la presente sea la «plantean otras preguntas» (6, 30),
única cita directa a Apeles, un «Aún plantean otras cuestiones»
díscipulo disidente de Marción de (6, 32), «También atrae la atención
finales del s. ii, su crítica a la au­ otro problema» (7, 35). A este res­
tenticidad de los libros mosaicos, pecto, véase A. von H a r n a c h ,
expuesta en la extensa obra titu­ M arcion: das E vangelium vo m
lada S yllogism ói, está muy pre­ frem d e n Gott, Leipzig2 1924, pp.
sente a lo largo de toda esta ex­ 177-196.
El Paraíso, 5, 27-29 113

29. Tratemos pues de entender por qué Dios hizo sur­


gir el árbol de la vida y en el mismo lugar también el árbol
de la ciencia del bien y del mal. En efecto, se lee que hizo
surgir el árbol de la vida en méso toü paradeísou, o sea, en
medio del Paraíso. Dice...104 Por tanto, se entiende que lo
hizo surgir en el medio. Así pues, en medio del Paraíso es­
taba la vida y la causa de la muerte105.
Comprende que el hombre no creó la vida, sino que
pudo adquirirla observando o guardando los mandatos de
Dios. Porque la vida, como dice el Apóstol, estaba oculta
con Cristo en Dios106. Por consiguiente, el hombre estaba de
un lado como en figura en el umbral107 de la vida -dado que
es una sombra esta vida nuestra ahora en la tierra-, y de
otro tenía cierta garantía de vida porque contaba con el so­
plo de Dios.
Tenía por tanto una prenda de inmortalidad, pero si­
tuado en el umbral de esta vida no podía ver ni abarcar, con
este nuestro tacto y esta vista nuestra, la vida oculta con
Cristo en Dios. Aunque no era aún pecador, sin embargo

104. Aquí hay una laguna en el to en el mismo lugar, en el centro


texto trasmitido por los códices, del Paraíso, el árbol de la vida y el
que C. S c h e n k l en su edición de de la ciencia del bien y del mal,
1897 -Corpus Scriptorutn Eccle- que causaría la muerte?
siasticorum Latinorum (CSEL), 106. Col 3, 3.
XXXII, 1- llena, conjeturando 107. U mbra -la palabra que
con muchas dudas que Ambrosio Ambrosio utiliza en estos pasajes,
habría incluido, en griego, la par­ en antítesis a lux - es la «sombra»
te de Gn 2, 9 relativa al árbol de que producen los objetos y en sen­
la ciencia del bien y del mal, es tido figurado la «apariencia», pero
decir «y colocó el árbol que hacía -también desde el punto de vista
posible el conocimiento del bien y fonético- no está lejos de ese sen­
del mal». tido la palabra «umbral» en cuan­
105. La objeción es clara: ¿có­ to «principio» o «entrada» de cual­
mo es posible que Dios haya pues­ quier cosa.
114 Ambrosio de Milán

no contaba con una naturaleza incorrupta e inviolable, co­


mo lo prueba el hecho de que después cayó en el pecado,
si bien hasta aquel momento no era aún pecador. En defi­
nitiva, estaba en el umbral de la vida.
Por el contrario, los que son pecadores se encuentran
en el umbral de la muerte. Porque el pueblo de los peca­
dores -como enseña Isaías108- estaba asentado en la sombra
de la muerte y para él surgió la luz no gracias al mérito de
la virtud, sino por gracia de Dios.
Por tanto, entre el soplo de Dios y el alimento del ár­
bol de la vida no hay ninguna diferencia, ni nadie puede de­
cir que el hombre pueda adquirir por sí mismo más de lo
que se le ha concedido por la largueza divina. ¡Ojalá fuéra­
mos capaces de conservar lo que hemos recibido! En ver­
dad, nuestro esfuerzo sirve para reconquistar lo que nos ha
sido concedido.
La tercera cuestión que nos ha sido propuesta -que
quien no había sido sometido a la muerte no podía temer­
la- tiene fácil solución a partir de lo que ocurre habitual­
mente en la naturaleza. En efecto, está inscrito en la natu­
raleza de todo ser animado que tema como algo nocivo todo
aquello que aún no ha experimentado como dañino.
Porque ¿de dónde la viene a la paloma, ya de naci­
miento, el terror a la vista del halcón? ¿De dónde son los
lobos temibles para las ovejas, los milanos para las gallinas?
Y si en éstos, que son seres irracionales, existe un terror na­
tural hacia las especies animales que les son hostiles por su
especie hasta el punto de que, aunque están privados de ra­
zón, poseen el instinto para huir de la muerte, ¡cuánto más
debió de existir en el primer hombre, que indudablemente
estaba dotado de plena razón, una especie de convicción na­
tural de que había de evitar la muerte!

108. Cf. Is 9, 2.
El Paraíso, 5, 29 - 6, 30 115

Capítulo 6

30. Después plantean otras preguntas de este tenor: no


siempre está mal no obedecer a una orden. En efecto, si la
orden es buena, es bueno obedecer; pero si la orden es ma­
la, no obedecer es útil. Luego no siempre es malo no obe­
decer a una orden, sino que es malo no obedecer a una or­
den buena.
Ahora bien, es bueno el árbol que produce el conoci­
miento del bien y del mal, por cuanto también Dios cono­
ce el bien y el mal. Porque es El en definitiva quien dice:
He ahí a Adán hecho como uno de nosotros109. Por tanto, si
es bueno tener la ciencia del bien y del mal, y tal conoci­
miento es bueno -tanto, que también Dios lo posee-, pare­
ce que quien se la impide a los hombres no la prohíbe jus­
tamente.
Esto es lo que afirman. Pero si comprendieran qué sig­
nificado tiene «el conocer», cuál es la fuerza de este térmi­
no, si comprendieran de modo correcto las palabras: Cono­
ció el Señor quiénes son los suyos110 -en efecto, el Señor
conoció a aquellos que de muchos han sido hechos uno, en
medio de los cuales Él habita y camina'11— , entonces sabrían
que «el conocer» no consiste en el simple conocimiento su­
perficial, sino en el cumplimiento de las cosas que conviene
que se realicen.
Por consiguiente, convenía que el hombre obedeciera al
mandato y, al no obedecer, prevaricó. Así pues, quien no obe­
deció, pecó, porque el pecado es una prevaricación. Real­
mente, aunque quisieran restringir el significado del «cono­
cer» hasta el punto de pensar que había sido prohibido el
conocimiento superficial del bien y del mal, también en eso

109. Gn 3, 22. 111. Cf. 2 Co 6, 16; Lv 26, 11-


110. Nm 16, 5; 2 Tm 2, 19. 12.
116 Ambrosio de Milán

hay pecado de prevaricación: no haber obedecido al man­


dato, puesto que Dios decidió que se debía prohibir inclu­
so un conocimiento apresurado del bien y del mal.
31. Otra cuestión: quien no conoce el bien y el mal, en
nada se diferencia de un niño; ahora bien, ante un juez justo,
los niños no tienen ninguna culpa. Por eso, el Creador del
mundo, si fuera justo, jamás habría inculpado a un niño de
no haber discernido entre el bien y el mal, porque un niño
está exento de la acusación de prevaricación y de pecado.
Es verdad, como hemos dicho más arriba, que hay una
doble manera de entender el conocimiento del bien y del
mal. Si nos referimos a un conocimiento superficial, enton­
ces es ciertamente falso que no se distingue en nada de un
niño aquel que no conoce el bien y el mal; pero si es falso
que (ese hombre) en nada se diferencia de un niño, enton­
ces Adán no es un niño. Si no es un niño, entonces se le
imputa el pecado, como a uno que no es un niño. Si le es
imputado el pecado, al pecado sigue el castigo, porque se
reconoce que es merecedor de un castigo quien no ha sabi­
do evitar el pecado.
Puede ocurrir además que, incluso aquel que no tiene
la ciencia del bien y del mal, no sea un niño, porque antes
de que el niño conociera el bien y el mal, no se confió a la
malicia112. Y lees también: Porque antes de que el niño
aprenda a decir padre y madre, recibirá la potencia de Da­
masco y el botín de Samaría113.
Perfecto es, pues, quien obra el bien, aunque no haya
adquirido el conocimiento del bien y del mal, así como mu­
chos, antes de conocer la ley, son ya ley para ellos mismos114.
¿Qué más? ¿Qué decir del hecho de que el Apóstol, an­
tes de que aprendiera el no desearás115, ignoraba que la con­

112. Is 7, 16. 114. Cf. Rm 2, 14.


113. Is 8, 4. 115. Ex 20, 17.
El Paraíso, 6, 30-32 117

cupiscencia fuera un mal? En efecto, él mismo dice: Yo no


conocí el pecado sino por la ley, pues no conocería la codicia
si la ley no dijera: no desearásllb. En este sentido, también
el niño puede ser perfecto conforme a la naturaleza antes
de saber que la codicia es un pecado o de cometer el peca­
do de codicia.
Por tanto, en lo que respecta al conocimiento superfi­
cial, Dios quiso que el hombre supiera lo que es el mal, no
fuera a ocurrir que, por ser imperfecto, no pudiera evitar­
lo. De ahí que, al no obedecer a su mandato, incurrimos en
el pecado. Admitamos, pues, la culpa.
Pero si, por otra parte, nos referimos al conocimiento
elevado y profundo del bien y del mal, el cual cuando es
verdaderamente profundo hace al hombre perfecto... en­
tonces, el niño que no ha podido aún alcanzar la ciencia ele­
vada y profunda, con justicia no es condenado inmediata­
mente como si no fuera un niño11617.
32. Aún plantean otras cuestiones. Se dice: quien no co­
noce el bien y el mal, tampoco sabe que el mismo mal con­
siste en no observar el mandamiento, como tampoco sabe
que el bien consiste en obedecer el mandamiento. Por tan­
to, puesto que no lo sabía -dicen-, el que no obedeció era
digno de perdón, no de condena.
Este es ciertamente un problema que tiene solución en
lo que hemos recordado antes. En efecto, el hombre, a par­
tir de lo que Dios le había dado con antelación -que había

116. Rm 7, 7. miento un lugar paralelo de san


117. Aquí hay otra laguna en A g u s t í n , D e G enesi a d litteram

el texto que hace imposible seguir VIII, 14, 32, en el que, a partir de
el razonamiento del autor. P. Si- la misma cita de Is 7, 16, distingue
niscalco, en su edición de esta obra entre la culpabilidad de quienes
-S a ncti A m brosii episcopi m ediola- tienen un conocimiento experi­
nensis opera, II, 1, 1984, p. 85- mental del mal, frente a los que no
aporta para su posible esclareci­ lo tienen.
118 Ambrosio de Milán

recibido el soplo de Dios, que había sido colocado en un


jardín de delicias- pudo colegir que debía la máxima obe­
diencia a su Creador. Y por eso, si bien no conocía el al­
cance del bien y del mal, sin embargo, dado que el Crea­
dor de bienes tan grandes le había dicho que no debía comer
del árbol de la ciencia del bien y del mal, debía haberse man­
tenido fiel a quien había dado la orden.
En efecto, no se le exigía un conocimiento experimen­
tal, sino fe. Ciertamente él comprendía que Dios estaba por
encima de todo; por tanto, debería haber atendido a la per­
sona de quien mandaba. Aunque no entendía el valor y la
naturaleza de lo que se le ordenaba, sabía no obstante que
debía respeto a Aquel que le había dado el mandamiento.
Tenía por naturaleza esta convicción, a pesar de que no tu­
viera conocimiento del bien y del mal.
En definitiva, incluso la mujer dice a la serpiente: Po­
demos comer del fruto de todos los árboles del jardín, pero
del fruto del árbol que está en medio del Paraíso Dios nos
ha mandado: No comáis de éln%. Así pues, sabía que se de­
bía obedecer a ese mandato hasta el punto de decir: «Po­
demos comer todos los frutos», como había mandado el Se­
ñor; pero del árbol que está en medio del jardín, el mandato
del Señor dice que no debían probar para no morir. Por tan­
to, la que sabía que se había de obedecer al mandato, supo
con certeza que era un mal infringirlo y de resultas es con­
denada en justicia la que había prevaricado.
33. Escucha otra cosa: si comer del fruto del árbol de
la ciencia del bien y del mal era tan eficaz que se llegaba a
conocer el bien y el mal -eso es lo que aparece claro en la
Escritura, cuando dice que ambos comieron, se les abrieron
los ojos y conocieron que estaban desnudos119, es decir se les

118. Gn 3, 2-3. 119. Gn 3, 7.


El Paraíso, 6, 32-34 119

abrieron los ojos del corazón y supieron que era vergon­


zoso andar desnudos-, sin ninguna duda, cuando la mujer
comió del árbol de la ciencia del bien y del mal, pecó y su­
po que había pecado.
Por consiguiente, la que era consciente de que había pe­
cado no debió invitar también al hombre a unirse a su pe­
cado. Mas, al solicitar al hombre y al darle de lo que ella
misma había comido, no evitó, sino que reiteró el pecado.
En efecto, si se considera la verdadera sustancia del he­
cho, ella no sólo no habría debido arrastrar a quien quería
a compartir su pecado, sino disuadir a quien aún lo desco­
nocía de aquello que ella misma había conocido que era pe­
cado; aunque podría parecer que en realidad la mujer, cons­
ciente de que tras el pecado no podía permanecer en el
Paraíso, temió ser expulsada ella sola del Paraíso.
Y así, tras el pecado, ambos se escondieron. Por tanto,
sabiendo que sería expulsada, Eva no quiso ser privada de
la compañía del hombre, a quien amaba.
34. Toma nota también de esto: no es malo el conoci­
miento del mal, pero el hecho de realizarlo colma la mali­
cia. Porque no hace automáticamente lo que está mal quien
conoce el mal, sino aquel que hace lo que sabe que está mal.
En realidad, el incentivo para obrar el mal suele ser la
ira o la codicia. Y no necesariamente sucede que quien tie­
ne conciencia del mal haga lo que sabe que es deshonesto,
a no ser que se deje llevar por la ira o por la codicia. De
ahí se sigue que hayamos dicho que el incentivo del peca­
do es o bien la ira o bien la codicia, pero también muchas
veces el miedo, si se admite que la codicia surge del miedo,
dado que todo el mundo quiere evitar lo que teme. Y por
eso justamente hemos situado la ira y la codicia como in­
centivos para todos los demás vicios.
Consideremos, pues, si Eva fue inducida por estos es­
tímulos al vicio. Porque ni estaba airada contra su marido,
ni fue vencida por la codicia. La segunda vez se equivoca
120 Ambrosio de Milán

sólo en el dar a comer a su marido lo que ella misma había


probado ya. La primera vez la instigadora del pecado había
sido la codicia, que la había inducido a comer: y ésa fue la
causa del pecado siguiente. En efecto, no podía desear aque­
llo que ya había comido y al comer había conseguido la
ciencia del mal.
Por consiguiente, no debió desviar hacia el varón el mal
que había conocido ni hacer que su propio marido trans­
grediera el mandato divino. Pecó pues consciente y delibe­
radamente, sabiendo que atraía a su marido a su propio
error; de otro modo, se habría mostrado falso el discurso
sobre el árbol de la ciencia del bien y del mal, si incluso
después de haber comido ella de aquel árbol hubiera sido
incapaz de tener conocimiento del mal.
Y si este razonamiento es cierto, con certeza es impo­
sible que Eva se haya movido por la codicia, por más que
muchos opinen que se la debe excusar por ese motivo: que,
amando al varón, temió ser separada de él; y aducen este
móvil de la codicia, esto es, el hecho de que haya querido
permanecer junto a su marido.

Capítulo 7

35. También atrae la atención otro problema: ¿De dón­


de le vino a Adán la muerte? ¿De la naturaleza de ese ár­
bol o de Dios? Si la atribuimos a la naturaleza del árbol, el
fruto de este árbol parece ser superior al soplo vivificante
de Dios si es verdad que el fruto del árbol arrastró a la
muerte a aquel a quien había dado vida el soplo divino.
Si, por el contrario, afirmamos que es Dios el autor de
la muerte, dicen que lo inculpamos con una presunción do­
ble: o que parece ser tan cruel que no quiere perdonar, aun­
que podría hacerlo; o que se muestra impotente, en el caso
de que no haya sido capaz de perdonar.
El Paraíso, 6, 34 - 7, 36 121

Veamos, pues, cómo se debe resolver esta cuestión. Si


no me equivoco, puesto que la causa de la muerte fue la de­
sobediencia, por esa razón fue el mismo hombre la causa de
su propia muerte, sin que Dios fuera el autor de ella.
En efecto, si un médico ha prescrito a un enfermo los
alimentos que a su juicio debe evitar y éste juzga que no
debe abstenerse de lo que le ha sido prohibido, la causa de
su muerte no es el médico, sino que ciertamente el respon­
sable de su propia muerte es el enfermo. Del mismo modo
Dios, como un buen médico, prohibió a Adán que comie­
ra lo que habría de perjudicarlo.
36. Escucha además esto: conocer el bien es mejor que
no conocerlo y, para aquel que conoce el bien es hermoso sa­
ber lo que es malo para estar en condiciones de evitarlo y so­
meterse, mediante la prudencia, a la garantía de la vigilancia.
Por otra parte, no es suficiente conocer sólo lo que es
malo, por si al conocer el mal uno comienza a perjudicar la
ciencia del bien. Por tanto, es más hermoso que conozca­
mos ambas cosas para que, por una parte, al conocer el bien
huyamos del mal, y por otra, al conocer lo que está mal,
prefiramos la gracia del bien. Pero debes conocer el uno y
el otro de manera que los reconozcas hasta el fondo, persi­
gas lo que has reconocido y tus actos sean congruentes con
tu conocimiento.
En caso contrario, la Escritura indica que es más acep­
table el que desconoce ambos que quien los conoce super­
ficialmente120. En efecto, es grave conocer aquello que ni
puedes seguir ni puedes evitar; es grave saber, sin hacer uso
y obrar de acuerdo con esa ciencia profunda.
Es un obstáculo para la buena reputación de un médi­
co conocer aquello que ayuda o perjudica al enfermo, a no

120. Cf. Le 12, 47-48.


122 Ambrosio de Milán

ser que emplee sus conocimientos del modo conveniente;


por tanto, no es buena una ciencia si no la utilizas como es
oportuno.
37. Asimismo, toma nota de esto: el árbol de la ciencia
del bien y del mal no creció inútilmente en medio del Pa­
raíso, y si hubiera crecido para cada hombre, habría sido su-
perflua la prohibición. Por el contrario, el árbol no fue crea­
do en vano ni fue creado para nadie más que para el hombre,
quien recibió el mandato a fin de que pudiera hacer uso no
sólo de él, sino de él junto con los demás árboles.
En efecto, si examinas muchas otras cosas, encontrarás
múltiples -incluso innumerables- que pueden perjudicar a
quien no sabe utilizarlas. Te darás cuenta de que ni siquie­
ra las riquezas son ventajosas si el rico, a pesar de tener la
posibilidad de ser generoso, niega el sustento a los pobres,
rechaza al que, privado de ayuda, lo necesita, se apropia del
bien ajeno, valiéndose de su poder.
Incluso la belleza y el aspecto agradable del cuerpo
arrastran al vicio con más frecuencia que la fealdad. Porque
¿acaso alguien prefiere tener hijos deformes más que her­
mosos, o que sus parientes sean pobres en vez de ricos? Mu­
chas son las cosas de este tipo que no se deben atribuir a la
imprudencia de quien las concede, sino a la culpa de quien
las utiliza mal; y, por tanto, hay que inculpar al usuario más
que a quien las concede.

Capítulo 8

38. Otra cuestión: ¿Dios sabía o no sabía que Adán iba


a desobedecer su mandato? Si no lo sabía, ésa no es una
afirmación conforme al poder divino; si, por el contrario, lo
sabía y sabiéndolo mandó algo que iba a ser desatendido,
no es propio de Dios mandar algo superfluo. Pero inútil­
mente mandó a la primera criatura, Adán, algo que sabía
El Paraíso, 7, 36 - 8, 39 123

que de ningún modo sería observado. Mas Dios no hace na­


da superfluo; por tanto la Escritura no procede de Dios.
Ésta es la objeción que plantean quienes no aceptan el
Antiguo Testamento y aducen este tipo de cuestiones121. Pe­
ro a éstos hay que vencerlos con sus mismas afirmaciones
y opiniones. Porque, puesto que no niegan la autenticidad
del Nuevo Testamento, se los debe rechazar con un ejem­
plo para que crean también en el Antiguo porque, dado que
los preceptos y las obras divinas concuerdan entre sí, es evi­
dente que se debe creer en que uno y otro Testamento pro­
ceden de un solo autor.
Aprendan, pues, que el mandato no fue superfluo, no fue
injusto, aunque fue dado a uno que lo transgrediría. Porque
el mismo Señor Jesús eligió a Judas, que sabía iba a ser un
traidor. Si piensan que éste fue elegido por una imprudencia,
menoscaban el poder de Dios. Pero no pueden creerlo, por­
que la Escritura dice que Jesús sabía que habría de traicio­
narlo122. Enmudezcan, pues, estos detractores del Antiguo
Testamento.
39. Pero, puesto que también -si acaso llegan a plantear
esta objeción- parece que hay que responder a los gentiles,
dado que no admiten esa autoridad y exigen un argumento
de razón, escuchen también ellos por qué motivo el Hijo de
Dios dio un mandato a quien iba a prevaricar y eligió al que
habría de traicionarlo.
El Señor Jesús había venido para salvar a todos los pe­
cadores123 y debió mostrar su voluntad incluso ante los im­
píos. Por eso, no quiso pasar por alto ni siquiera al que lo
iba a traicionar para que todos advirtieran que El, al elegir
al traidor, marcaba su designio de salvar a todos, y con esa

121. El maniqueísmo plantea- san Agustín,


ba este tipo de objeciones, como 122. Jn 6, 64.
demuestra el C ontra Faustum de 123. Cf. Le 19, 10.
124 Ambrosio de Milán

señal, ni Adán fue herido por el hecho de haber recibido el


mandato, ni Judas por el hecho de haber sido elegido.
Porque Dios no impuso como algo inevitable ni la pre­
varicación al uno ni la traición al otro, ya que si cada uno
de ellos hubiera guardado lo que había recibido, habría po­
dido abstenerse del pecado. Finalmente, sabía que no todos
los judíos iban a creer, y sin embargo dice: No he venido
sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel124.
Por tanto, la culpa no está en quien dio el mandato, si­
no que el pecado está en quien prevaricó; y así mostró que,
en lo que dependía de Dios, quiso liberar a todos.
Pero yo no digo que no conociera la futura prevarica­
ción; es más, afirmo que la conocía, pero no por eso debía
provocar contra él el odio del traidor que iba a su perdi­
ción, de modo que se atribuyera a Dios la caída de ambos.
Ahora bien, uno y otro son acusados y hallados culpables
porque aquél recibió un mandato para que no cayera en el
pecado y éste fue incluso elegido para el ministerio apostó­
lico, de modo que por la gracia de Dios se apartara de la
tentación de la traición y al mismo tiempo se hiciera útil a
todos, mientras que otros caen de nuevo.
Porque no existiría el pecado si no hubiera habido
prohibición125; y si no se hubiera producido el pecado, no
sólo no existiría la malicia, sino posiblemente tampoco la
virtud, porque ésta no podría subsistir ni destacarse si no
hubiera ciertos gérmenes de malicia.
En efecto, ¿qué es el pecado sino la trasgresión de la
ley divina y la desobediencia a los preceptos del cielo? Por­
que no valoramos los preceptos celestiales a partir de lo que
percibimos con los oídos del cuerpo, sino porque existe la
palabra de Dios: así han germinado en nosotros las ideas del

124. Mt 15, 24. 125. Cf. Rm 3, 20; 7, 7.


El Paraíso, 8, 39-40 125

bien y del mal, al comprender que debemos evitar lo que


es malo por naturaleza y al saber, igualmente por naturale­
za, que nos ha sido mandado lo que está bien.
Por eso, precisamente a este propósito parece que oí­
mos la voz del Señor, que nos prohíbe unas cosas y nos
manda otras. Si uno no obedeciere a lo que creemos que
Dios nos ha mandado de una vez por todas, lo considera­
mos merecedor de castigo. Porque el mandato de Dios no
lo leemos como si estuviera inscrito con tinta en tablas de
piedra, sino que lo tenemos impreso en nuestros corazones
en virtud del Espíritu del Dios vivo126.
Por tanto, el juicio de nuestra conciencia se hace ley a
sí mismo. En verdad, cuando los gentiles, que no tienen ley,
guiados por la razón natural, cumplen los preceptos de la ley,
ellos mismos, sin tenerla, son para sí mismos ley. Y con esto
muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus co­
razones'27. Por tanto, el juicio de la conciencia humana es
para uno mismo como la ley de Dios.
40. Llegados a este punto plantean aún otra cuestión: en
lugar de aquel mandato, que hemos dicho que está en la base
de la convicción del hombre, acusan a esta misma convicción
que Dios ha imprimido en nosotros como norma de la ley di­
vina. Dicen: ¿sabía o no sabía que el hombre habría de pecar
Aquel que lo creó e imprimió en él la idea del bien y del mal?
Según este planteamiento, si respondes que no lo sabía,
piensas algo incompatible con la majestad divina; si por el
contrario afirmas que Dios, aun sabiendo que el hombre pe­
caría, imprimió en su corazón el sentido común del bien y
del mal, a fin de que no pudiera conservar la vida para siem­
pre al sobrevenir el mal -así como en el primer supuesto lo
haces desconocer el futuro-, parece que admites que Dios

126. Cf. 2 Co 3, 3. 127. Rm 2, 14-15.


126 Ambrosio de Milán

no es bueno. Y de ahí deducen que la creación del hombre


no es obra de Dios.
Porque, así como arriba hemos demostrado que afirman
que no ha existido por parte de Dios un mandato, así a es­
te propósito dicen: por tanto, la creación del hombre no es
de Dios, porque Dios no ha hecho el mal, y el hombre tu­
vo conciencia del mal cuando se le mandó que se abstuvie­
ra de cometerlo. Por eso, con argumentos de este tipo in­
tentan defender que uno es el Dios bueno y otro el Creador
del hombre.
Hay que responderles inmediatamente en la línea de su
punto de vista. Si no admiten que el hombre haya sido he­
cho por Dios, dado que el hombre es pecador -y esto lo re­
chazan, porque podría parecer que un Dios bueno ha crea­
do a un pecador-, entonces que nos digan si piensan que el
artífice del hombre ha sido creado por Dios.
Porque si ese artífice del hombre -como ellos dicen- ha
sido creado por Dios, ¿cómo un Dios bueno ha podido crear
al artífice del mal? Por tanto, no es bueno. Y si no es bue­
no aquel que ha hecho al hombre pecador, hay que tener
cuidado de que no vaya a resultar más grave haber creado
al artífice del pecador. Porque el Dios bueno debería haber
impedido el nacimiento de aquel que habría de introducir la
sustancia del pecado.
Y si dicen que ese artífice no fue engendrado, entonces
hay que examinar si el Dios bueno habría o no podido im­
pedir de algún modo la malicia en sus comienzos: si no es­
tuvo en condiciones de hacerlo, no sería poderoso; si pudo
y no lo hizo, no sería bueno.
Por tanto, si estas cosas no cuadran y también las opi­
niones de los herejes divergen entre sí, investiguemos si aca­
so no ha habido un motivo racional por el que Dios haya
permitido que la malicia de aquel artífice, creado o increa­
do, entrase en este mundo, aunque El hubiera sido capaz de
impedirlo.
El Paraíso, 8, 40-41 127

41. De este modo, manteniendo la unidad y la identi­


dad del Dios bueno y Creador, atribuyamos, si es posible,
las cualidades benéficas que convienen a uno y otro atribu­
to, sin eludir la respuesta a la odiosa acusación de quienes
afirman: ¿cómo puede ser bueno un Dios que no sólo ha
permitido al mal entrar en este mundo, sino que ha con­
sentido en que llegara a tal confusión?
Ciertamente habría lugar para tal acusación si el mal co­
rrompiera el vigor del alma y la íntima fuerza oculta de la
mente hasta el punto de que de ninguna manera pudiera ser
eliminado y un veneno, causa de heridas incurables128, se
adueñara de nuestra mente y de nuestra alma. Además, se­
ría un motivo aún más válido para esta acusación el hecho
de que Dios, pudiéndolo todo, sin embargo ha permitido
que el hombre pereciera.
En verdad, desde el momento en que Dios, lleno de
misericordia hacia nosotros, se ha reservado los remedios
para rechazar el pecado y no ha eliminado la posibilidad
de evitar cualquier contagio, ¿cómo puede ser algo irracio­
nal e injusto el que haya permitido que nuestra parte ma­
terial sea puesta a prueba por la turbación propia de la fra­
gilidad humana, a fin de que después, gracias a la penitencia
por los pecados, la gracia volviera multiplicada al corazón
del hombre?
Así éste, consciente de su fragilidad, dado que con tan­
ta facilidad había vacilado, desviándose de la línea de los
mandatos divinos, temería abandonar en lo sucesivo los pre­
ceptos de Dios como timón de su alma fluctuante, atribu­
yendo una mayor importancia a la misericordia divina, por­
que había acogido al que se había perdido y a la vez porque
había vuelto, contrayendo para sí cierto mérito.

128. Cf. O vidio, Metamorfosis, I, 190.


128 Ambrosio de Milán

Capítulo 9

42. Consideremos ahora cuál es la razón y qué significa


que Dios, al determinar con su mandato las condiciones de
aquella vida admirable y bienaventurada -no fuera a ser que,
al contravenirlo, tuviera que ser castigado con la muerte-, con­
sideró que debía mandar al hombre lo que debía y no debía
comer.
Hay algunos que piensan que este mandato no coincide
en absoluto con lo que conviene al Creador del cielo, la tie­
rra y todas las cosas, ni es digno de los habitantes del Paraí­
so, por la sencilla razón de que su vida se asemeja a la de los
ángeles. Por eso, podemos pensar que el alimento que habían
de comer no sería este terreno y corruptible, ya que quienes
no beben ni comen serán como ángeles en el cielo129130.
Por lo tanto, dado que en el alimento no se encuentra
ninguna recompensa -porque los alimentos no nos recomien­
dan a Dios-, ni un gran peligro -porque no es lo que entra
por la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de
la bocal}0-, parece indudablemente [indigno]131 de un Creador
tan sublime un mandamiento de ese tenor, a no ser que el ali­
mento se refiera al profético, dado que el Señor promete a sus
santos aquel famoso gran premio: He aquí que mis siervos co­
merán y vosotros pasaréis hambre132.
En verdad, éste es el alimento en el que consiste la vida
eterna; quien sea privado de él morirá porque el pan vivo y
celestial es el Señor mismo133, que da su vida por este mun­
do. De ahí que El mismo dice: Si no coméis mi carne y be­
béis mi sangre, no tendréis la vida eternanA.

129. Mt 22, 30. ra que recogemos en la traducción.


130. Mt 15, 11. 132. Is 65, 13.
131. Estamos de nuevo ante un 133. Cf. Jn 6, 50-51.
lugar corrompido del texto, que 134. Jn 6, 53.
K. Schenkl salva con una conjetu­
El Paraíso, 9, 42-43 129

Había, pues, un cierto tipo de pan del que había ordena­


do comer a los habitantes del Paraíso. ¿De qué tipo era? Es­
cucha de qué pan habla. El hombre comió el pan de los án-
ge/es135, dice. En efecto, cumplir la voluntad de Dios es un
buen pan. ¿Quieres saber en qué medida es bueno ese pan?
El mismo Hijo come ese pan, del que dice: Mi alimento es
hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielosI36.
43. Veamos ahora137 por qué razón el Señor Dios dijo a
Adán: Ciertamente moriréis y qué diferencia hay entre mori­
réis y haber añadido ciertamente moriréis138, pues debemos
mostrar que no hay nada superfluo en el mandato de Dios.
A este respecto, yo pienso lo siguiente. Siendo la muerte
y la vida dos realidades contrarias entre sí, según el modo or­
dinario de decir, hablamos de vivir, a propósito de la vida, y
de morir, a propósito de la muerte. Pero si quieres acumular
los dos términos, puesto que la vida produce vida, se dice «la
vida vive», como se lee en la Ley139; y, puesto que la muerte
produce muerte, se dice morirá de muerte.
Pero esta repetición no es superflua, porque hay una vi­
da para la muerte y una muerte para la vida, ya que todo ser
vivo, viviendo140 muere y mientras muere vive. Así pues, se
producen cuatro distinciones: vivir de vida, morir de muerte,
morir de vida, vivir de muerte.
Estando así las cosas, debemos excluir el sentido de es­
tas palabras predefinido por el uso y la costumbre, porque
tienen el inconveniente de que por lo general se dice que
vive tanto el que vive de vida como el que vive de muerte,
y de ordinario se dice que muere tanto el que muere de
muerte como el que muere de vida.

135. Sal 77, 25. este texto en el n. 26.


136. Jn 4, 34. 139. Cf. Ez 33, 13ss.
137. Cf. F i l ó n , L egum , I, 33. 140. Se trata de una conjetura
Q uaestiones, I, 16. de C. Schenkl frente a las lecturas
138. Gn 2, 17. Véase la nota a de los códices.
130 Ambrosio de Milán

Por tanto, de las cuatro distinciones, sólo dos son sig­


nificativas, de modo que se dice que quien vive, vive -sin
distinguir el mejor y el peor- y que quien muere, muere,
sin que aparezca la diferencia entre una mala y una buena
muerte. En realidad, un tipo de vida privada de distincio­
nes es la propia de los animales irracionales o de los niños;
y del mismo modo, una muerte sin distinciones.
44. Así pues, dejando de lado el uso común, considere­
mos ahora el significado de «vivir de vida» y «morir de
muerte», así como «vivir de muerte» y «morir de vida».
En efecto pienso, de acuerdo con las Escrituras, que «vi­
vir de vida» significa algo así como llevar un tipo de vida
feliz, admirable, y parece mostrar que esta experiencia de
estar vivo y este don de respirar están de algún modo uni­
dos con la gracia de la vida dichosa y participando de al­
gún modo en ella. Porque «vivir de vida» es esto: vivir en
la virtud, tener en la vida de este cuerpo un comportamiento
propio de la vida bienaventurada.
Por el contrario, «morir de muerte» ¿qué otra cosa sig­
nifica, sino junto con la muerte del cuerpo la falta de gra­
cia de quien muere, cuya carne es privada del don común
de la vida y cuya alma no puede gozar de la vida eterna?
Hay también quien «muere de vida», es decir, quien vive
corporalmente pero está muerto por su comportamiento; ta­
les son los que -como dice el profeta- descienden vivos al in­
fierno 141, así como aquella que, viviendo, está muerta142.
Queda el cuarto supuesto, que es el de aquellos que vi­
ven de muerte, como los santos mártires, que ciertamente

141. Sal 54, 16. lar, unos consejos sobre el trato


142. 1 Tm 5, 6. El Apóstol in­ con las viudas. Ambrosio aplica es­
cluye en este pasaje de su epístola, ta consideración a las personas o,
en un inciso y con un valor gené­ si se prefiere, a las almas.
rico, aunque se exprese en singu­
El Paraíso, 9, 43-45 131

mueren, pero para vivir. Muere la carne, pero vive la gracia


de los que mueren así.
Guardémonos, por tanto, de vivir participando de la
muerte, y muramos por el contrario participando de la vi­
da. En efecto, el santo no desea participar de esta vida, co­
mo está escrito: morir y estar con Cristo; porque eso es m u­
cho mejorUi, y otro: ¡Ay de mí, porque se ha prolongado mi
destierro!144, con dolor ciertamente porque, a la vez que es­
pera participar en la vida eterna, es retenido en la fragilidad
de esta vida.
Por tanto, puedo decir en contraposición que, aunque
«vivir de vida» es un bien, sin embargo vivir para esta vida
es ambivalente. Porque se puede decir que uno «vive para
la vida», es decir, que se adiestra para la vida eterna con la
vida de este cuerpo; pero también se puede decir «vivir pa­
ra la vida» en el sentido de tener algún deseo, aunque sea
santo, de la vida presente del cuerpo, como sucede, por
ejemplo, si alguno piensa que debe vivir honestamente con
el fin de conseguir a través de sus buenas obras una larga
vida: es el caso de muchos, más bien débiles, a quienes agra­
da esta vida.
45. Así pues, de la misma manera que hemos aprendi­
do lo que significa vivir para la vida, aprendamos ahora lo
que es morir para la muerte y vivir para la muerte. Porque
puede haber quienes mueran a la muerte y quienes vivan
para la vida.
En efecto, quien no vive de modo que vive según la
muerte de su alma, ése muere a la muerte, porque no está
sometido a la muerte, es decir, se ha sustraído al vínculo de
una muerte atormentada, no está aherrojado por las cade­
nas de una muerte eterna. Ha muerto a la muerte, es decir,
ha muerto al pecado, al castigo.

143. Flp 1, 23. 144. Sal 119, 5.


132 Ambrosio de Milán

Es lo contrario de vivir para el castigo, que es lo que


ocurre cuando uno vive para la muerte: que vive para el cas­
tigo. A su vez, quien muere a la pena, muere a la muerte.
Se da también el caso del que, situado en esta vida, mue­
re para la vida, como aquel que dijo: Y ya no vivo yo, sino
que Cristo vive en mz445; porque ha muerto al pecado y vi­
ve para Dios, es decir la muerte ha muerto en él, pero vive
la vida, que es el Señor Jesús145146. Luego es buena la vida de
aquellos que viven para Dios, y mala la de aquellos que vi­
ven para el pecado.
Existe también la vida mediana, como la de todos los
demás animales, según se lee en la Escritura: Produzca la
tierra seres animados según su especie147.
Existe asimismo la vida de los muertos como aquello
del Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob,
porque no es Dios de muertos sino de vivos148.
Existen también aquéllos para quienes hay cierta mez­
cla de muerte y vida; de ellos habla el Apóstol cuando di­
ce: Si habéis muerto con El, también con El viviréis149. Por­
que -dice- si hemos sido injertados en El por la semejanza
de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección,
conscientes de que nuestro hombre viejo ha sido con El cru­
cificado para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya
no sirvamos al pecado. En efecto, el que muere queda ab­
suelto de su pecado150.
Y del mismo modo que hemos hablado de muchas imá­
genes de la vida, así también las encontramos de la muer­
te. Se habla, en efecto, de una muerte mala, según aquello
de: El alma que pecare, ésa morir¿z151. Se alude habitual-

145. Ga 2, 20. Me 12, 26-27.


146. Cf. Jn 14, 6. 149. 2 Tm 2, 11.
147. Gn 1, 24. 150. Rm 6, 5-7.
148. Cf. Ex 3, 6; Le 20, 37-38; 151. Ez 18, 20.
El Paraíso, 9, 4 5 - 1 0 , 46 133

mente a la muerte, como encuentras, por ejemplo, que


uno152 vivió tantos años y murió y fue sepultado junto a
sus padres153. De la muerte se habla también a propósito
del sacramento del bautismo, como está escrito: Pues con
El hemos sido sepultados por el bautismo para participar en
su muerte I54, y en otro lugar: Si hemos muerto con Cristo,
creemos también que viviremos junto con É/155*. Ves que,
aunque sea designada con la palabra «muerte», ésta es en
realidad nuestra vida.

Capítulo 10

46. Aún otra cuestión: ¿por qué razón dijo el Señor: No


es bueno que el hombre esté solo156? En primer lugar, date
cuenta de que en un pasaje precedente, cuando Dios formó
al hombre del barro de la tierra, no añadió: Vio Dios que era
buenoli7, como en cada una de sus obras. En efecto, si Dios
en esta ocasión hubiera dicho que era bueno haber creado
al hombre, habría habido una contradicción entre el actual
pasaje, en el que dice no es bueno, y el anterior, en el que
afirmó que era bueno. Pero comprende que el pasaje actual
se refiere al momento en el que creó a Adán solo158.

152. Los manuscritos dan modernas proponen prescindir de


Adam, que es un contrasentido, Adam. La presente traducción tie­
apenas imaginable en Ambrosio. ne en cuenta esta propuesta.
Para resolver este problema, los 153. Cf. Hch 13, 36.
maurinos conjeturaron que la ex­ 154. Rm 6, 4.
presión qm a Adam procedería de 155. Rm 6, 8.
un quídam , ya que aludiría a la si­ 156. Gn 2, 18. Cf. F i l ó n , Le-
tuación descrita en diversos pasa­ gu m , II, 1. 2; Id., Q uaestiones, I,
jes del Antiguo Testamento, a pro­ 17.
pósito de Abrahán -Gn 25, 8-, o 157. Gn 1, 4ss.
de David: 3 R 2, 10. Las ediciones 158. Cf. Gn 2, 7.
134 Ambrosio de Milán

Por el contrario, cuando habla en general de la creación


del hombre y la mujer, aunque no se refiera a ninguno de
ellos en particular, sin embargo teniendo en cuenta que des­
pués afirma: Vio Dios todos los seres que había creado y he
aquí que eran muy buenos159, es evidente que afirma que es
bueno que el hombre y la mujer hayan sido creados.
47. Pero de esta cuestión surgió aún esta otra: en reali­
dad, ¿por qué razón cuando fue creado solo Adán no se di­
jo que era bueno que hubiera sido creado, mientras que
cuando fue creada a partir de él la mujer, entonces se llegó
a la conclusión de que todo era bueno?
Aunque en aquel pasaje (Dios) alabó a todas las criatu­
ras y fue aprobada la creación en su totalidad -dado que en
el hombre fue ensalzado el conjunto de la naturaleza-, sin
embargo no parece superfluo plantearse la razón por la que,
cuando fue creado solo Adán, no sólo no se dirigió a la obra
predilecta el elogio de que fuese algo bueno, sino que se
afirmó que no era bueno que el hombre estuviese solo, cuan­
do sabemos que Adán no había cometido ningún pecado
antes de que la mujer fuera creada, mientras que después de
su creación -habiendo sido ella la primera en desobedecer
el mandato divino-, había inducido también a su marido al
pecado y había actuado de instigadora de él.
Por tanto, si la mujer es artífice de la culpa para el hom­
bre, ¿cómo da la impresión de que se le puso al lado para
su bien?
Mas, si consideras que Dios se ocupa del conjunto, com­
prenderás que debió complacer al Señor lo que contenía el
origen de todo el género humano, pero que debió ser con­
denado por El aquello que había de ser causa del pecado.

159. Gn 1, 31.
El Paraíso, 10, 46-48 135

Y por eso, dado que la propagación del género huma­


no no podía proceder sólo del varón, afirmó el Señor que
no era bueno que el hombre estuviera solo. Por tanto, Dios
prefirió que fueran muchos los hombres a quienes podía sal­
var, perdonándoles el pecado, a que existiese Adán solo,
aunque libre del pecado. Por eso, puesto que El es el crea­
dor de ambos seres, vino a este mundo a fin de salvar a los
pecadores160.
En definitiva, ni siquiera toleró que Caín, culpable de
un fratricidio, muriera antes de engendrar hijos161.
Por tanto, fue necesario poner a la mujer junto al hom­
bre a fin de que engendrara a los hombres que habían de
sucederse. Esto es lo que, al fin y al cabo, expresan las pa­
labras de Dios cuando dice que no es bueno que el hom­
bre esté solo. Porque si la mujer había de ser la primera en
pecar, sin embargo, puesto que ella daría a luz a su propio
Redentor, no debió ser excluida de la participación en la
operación divina. En efecto, aunque no fue Adán el seduci­
do, sino la mujer quien, seducida, incurrió en la trasgresión,
sin embargo -dice la Escritura- se salvará por el engendra­
miento de los hijos]b2, entre los cuales engendró también a
Cristo.
48. No es ocioso plantearse el motivo por el que la mu­
jer no fue hecha de la misma tierra de la que fue plasma­
do Adán, sino de una costilla de éste163, para que apren­
diéramos que es una sola la naturaleza del cuerpo en el
hombre y en la mujer, una sola la fuente del género hu­
mano.
Por eso, desde el principio no fueron creados dos, hom­
bre y mujer, ni dos varones o dos mujeres, sino primero el

160. Cf 1 Tm 1, 15. 163. Cf. F ilón , Q u aestiones,


161. Cf. Gn 4, 15ss. I, 25.
162. 1 Tm 2, 14-15.
136 Ambrosio de Milán

varón y después de él la mujer. Dios, en efecto, queriendo


constituir una sola naturaleza humana a partir de un único
principio, eliminó la posibilidad de que surgieran a la vez
múltiples y diversas naturalezas.
Dijo: Hagámosle una ayuda que se le asemejem . Una
ayuda, entendemos, para la generación de la especie huma­
na, y verdaderamente una buena ayuda. Porque si entien­
des en su mejor sentido la palabra «ayuda», se observa que,
en el proceso de la generación, la intervención de la mujer
es más grande, como ocurre con esta tierra nuestra que, una
vez recibidas las semillas, nutriéndolas poco a poco con su
calor, las hace crecer y fructificar.
En esto consiste, pues, la ayuda de la mujer, que es te­
nida por buena, aunque el término «ayuda» se aplique tam­
bién a algo inferior, como vemos en la experiencia humana,
donde a menudo personajes más elevados por su dignidad
recaban ayudantes de grado inferior.

Capítulo 11

49. Examina ahora por qué Dios formó además de la tie­


rra todos los animales del campo y todas las aves del cielo y
las condujo hasta Adán para ver qué nombre les pondría164165.
¿Por qué motivo sucedió esto: que Dios condujo hasta Adán
solamente a los animales del campo y las aves del cielo? Se
trataba realmente del ganado, según la especie de cada uno.
A continuación se lee que Adán dio nombre a todos los
ganados y a todos los animales del campo; pero entre to­
dos ellos no había ninguna ayuda semejante a él166. Así pues,
¿qué explicación tiene esto, sino que los animales sin do­
mesticar y las aves del cielo fueron conducidas al hombre

164. Gn 2, 18. 166. Cf. Gn 2, 20.


165. Cf. Gn 2, 19.
El Paraíso, 10, 48 - 11, 50 137

por el poder divino? Así, también el hombre tuvo el poder


de reunir a los animales una vez domesticados. Por consi­
guiente, la primera operación fue propia del poder divino;
la segunda, de la diligencia humana.
Al mismo tiempo, aprende por qué razón fueron todos
conducidos ante Adán: para que viera en todas las especies
que la sustancia de la naturaleza consta de ambos sexos, o
sea del macho y la hembra, y para que él mismo recono­
ciera, mediante la experiencia y el ejemplo, que necesitaba
la ayuda de la mujer.
50. Y -dice- Dios hizo caer sobre el hombre un sopor y
se durmió 1671
68.
¿Qué otra cosa es este sopor, sino que cuando por un
momento fijamos nuestra atención en la cópula conyugal,
parece que bajamos nuestra vista dirigida al reino de Dios,
caemos en una especie de sueño propio de este mundo y
nos adormilamos un poco para las cosas de Dios, mientras
descansamos en las profanas de este siglo?
Y a continuación, después de que insufló este sopor en
Adán y éste se durmió, entonces -dice- construyó el Señor
Dios a la mujer de la costilla que había tomado de AddnrbS.
Y dijo bien «construyó», al hablar de la creación de la
mujer, porque en el hombre y en la mujer parece alcanzarse,
por así decir, la plena realización de la casa. El que está sin
mujer es considerado como alguien sin casa; porque se pien­
sa que, así como el hombre es más hábil para los asuntos pú­
blicos, del mismo modo la mujer lo es para las faenas do­
mésticas.
Observa que Dios tomó una costilla del cuerpo, no una
parte del alma: es decir, no alma del alma, sino hueso de mis
huesos y carne de mi carne169: así será llamada la mujer.

167. Gn 2, 21. 169. Gn 2, 23.


168. Gn 2, 22.
138 Ambrosio de Milán

51. Hemos conocido, pues, el motivo de la generación


humana. Pero, dado que perturba a muchos que indagan
con más profundidad, (examinemos esta cuestión): ¿cómo
es que se dice que también estuvieron en el Paraíso las bes­
tias, los animales del campo y las aves del cielo, siendo así
que al principio éste fue un gran don de Dios para los hom­
bres, de modo que fueron colocados allí y más tarde apa­
reció como una recompensa a grandes méritos, de manera
que todo hombre justo fuera arrebatado al Paraíso?
De ahí que algunos hayan entendido que el Paraíso es
el alma del hombre, en la que, por así decir, se desarrollan
las semillas de las virtudes, y que el hombre fue puesto a
trabajar y custodiar el Paraíso, o sea, la mente, cuya virtud
parece que cultiva el alma y no sólo la cultiva, sino que tam­
bién la guarda una vez que la ha cultivado.
Por su parte, las bestias del campo y las aves del cielo,
que son conducidas a Adán, son nuestros movimientos irra­
cionales, porque en cierto modo las bestias y los animales
representan las diversas pasiones del cuerpo, tanto las más
turbulentas como las más débiles.
Por lo que respecta a las aves del cielo, ¿qué otra co­
sa pensamos que son sino los vanos pensamientos que, a la
manera de los pájaros, revolotean alrededor de nuestra al­
ma y a menudo la zarandean de aquí para allá con su vo­
luble movimiento? Por eso, no se ha encontrado ninguna
ayuda semejante a nuestra mente, sino la sensibilidad, o sea
la aísthesis. Nuestra noüs no ha podido encontrar otra co­
sa semejante a ella.
52. Pero quizá podrías objetar que Dios mismo colo­
có en tal Paraíso todos a estos seres, o sea, las pasiones
del cuerpo y esa vanidad de los pensamientos fluctuantes
y vacíos, porque El mismo fue el artífice de nuestro pe­
cado.
Examina sus palabras. Dice: Dominad sobre los peces del
mar, las aves del cielo y todos los seres vivos que se mueven
El Paraíso, 11, 51-52 139

sobre la tierra170172. Ves que Dios te ha dado poder para estar


en condiciones de discernir, mediante una prudente deter­
minación de tu juicio, la especie de cada ser, de modo que
estás obligado a tomar una decisión sobre todo. Dios con­
vocó a todos ante ti para que fueras consciente de que tu
mente está por encima de todos ellos.
¿Por qué has querido tomar contigo y unir a ti seres
que no has encontrado en nada semejantes a ti? El te ha
dado ciertamente la facultad mediante la cual eras capaz de
conocer todas las cosas y emitir un juicio sobre lo que ha­
bías conocido; pero con razón has sido expulsado de aquel
fecundo jardín del Paraíso, ya que no has podido observar
su mandato.
Dado que Dios sabía que eras débil, sabía que no esta­
bas en condiciones de decidir; por eso te dijo, como diri­
giéndose a personas frágiles: No juzguéis, para que no seáis
juzgados 171. Así pues, porque sabía que eras inseguro para
juzgar, quiso que fueras obediente a su mandato. Por eso te
impuso el precepto. Y si no hubieras prevaricado, no ha­
brías podido caer en el peligro de juzgar de un modo inse­
guro.
Por tanto, puesto que tú quisiste juzgar, en consecuen­
cia añadió: He aquí que Adán está hecho como uno de no­
sotros, conocedor del bien y del malm . Has querido arro­
garte la capacidad de juzgar, no debes rehusar la pena
derivada de un juicio erróneo. No obstante, Dios te ha pues­
to frente173 al Paraíso para que no pudieras borrar el re­
cuerdo de él.

170. Gn 1, 28. ma la que conserva el recuerdo y la


171. Mt 7, 1. nostalgia del paraíso-, este término
172. Gn 3, 22. no deja de tener un valor locativo:
173. Aunque el sentido profun­ el hombre es expulsado del paraíso
do de contra sea espiritual -es el al- y se asienta frente a él.
140 Ambrosio de Milán

53. Finalmente, los justos son a menudo174 arrebatados


al Paraíso, como Pablo fue raptado al Paraíso y oyó pala­
bras inefables175. Si tú eres arrebatado del primer cielo al se­
gundo y del segundo cielo al tercero gracias al vigor de tu
mente, esto sucede porque todo hombre es en primer lugar
un ser corporal, en segundo lugar un ser animado, en ter­
cer lugar un ser espiritual176.
Por tanto, si eres arrebatado al tercer cielo de tal ma­
nera que contemplas el resplandor de la gracia espiritual
-porque el hombre animal no percibe las cosas que son del
espíritul77*, y por tanto necesitas la ascensión al tercer cielo
para ser raptado al Paraíso-, serás arrebatado ya sin correr
peligro, de modo que podrás juzgar todas las cosas, porque
el hombre espiritual juzga de todo, pero a él nadie puede
juzgarlol7S; y, quizá débil hasta ese momento, oirás palabras
inefables que no es lícito al hombre pronunciar. Entonces,
conserva lo que hayas recibido y guarda lo que hayas oído.
El apóstol Pablo lo guardaba, bien para no caer él mis­
mo, bien para no inducir a error a otros. O quizás dijo aque­
llo de que no es lícito al hombre pronunciar esas palabras179
porque se encontraba aún en el cuerpo, es decir, veía las pa-

174. Frente a C. Schenkl, quien plantas porque, citando a san Pa­


prescinde de un saepe que aparece blo, éstos últimos no tienen acce­
en la mayoría de los códices, lo in­ so a las cosas del espíritu- es com­
cluimos en la traducción siguien­ patible con la comprensión del ser
do a P. Simscalco. humano como compuesto de alma
175. Cf. 2 Co 12, 2-6. y de cuerpo, que Ambrosio expre­
176. Sobre la existencia de múl­ sa, por ejemplo, en el punto si­
tiples cielos, véase A mbrosio, H e- guiente -12, 54- y por doquier en
xam., I, 2, 5ss. Esta distinción tri­ Hexam., VI, 6, 39; 7, 43ss.
partita -en la que se resalta que el 177. 1 Co 2, 14.
hombre posee un alma de grado 178. 1 Co 2, 15.
superior a la de los animales y las 179. 2 Co 12, 4.
El Paraíso, 11, 53 - 12, 54 141

siones de este cuerpo, veía la ley de su carne luchando con­


tra la ley de su mente180.
Efectivamente prefiero que se entienda de este modo,
para que no parezca que propagamos el terror ante un pe­
ligro venidero; es bueno, en efecto, que haya seguridad tam­
bién con respecto a esta vida, a fin de que en lo sucesivo
no temamos ninguna insidia de una prevaricación futura.
Por tanto, todo aquel que sea arrebatado al Paraíso gra­
cias a su virtud, oirá aquellos misterios arcanos y secretos
de Dios, oirá al Señor decirle, como a aquel ladrón que se
convirtió del delito a la confesión, del latrocinio a la fe: Hoy
estarás conmigo en el ParaísoI811 82*.

Capítulo 12

54. Pero la serpiente era la más sabia de todas las bes­


tias que había en la tierra, creadas por Dios nuestro Señor.
Y la serpiente dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho
que no comáis de todo árbol que está en el Paraíso?1*2
Cuando (la Escritura) llama a la serpiente el animal más
sabio, comprendes de quién habla: de nuestro adversario,
que sin embargo posee la ciencia de este mundo. Pero tam­
bién la voluptuosidad y el placer son calificados de «sabios»,
porque se habla también de la sabiduría de la carne, como
en la expresión la sabiduría de la carne es enemiga de
Diosm , y quienes ansian placeres, actúan con astucia para
buscar todo tipo de deleites.

180. Cf. Rm 7, 23. uso que la serpiente hace de su sa­


181. Le 23, 43. biduría, la exégesis ambrosiana del
182. Gn 3, 1. Aunque la tra­ pasaje requiere que se mantenga el
ducción habitual de sapiens es «as­ sentido original.
tuta», teniendo en cuenta el mal 183. Rm 8, 7.
142 Ambrosio de Milán

Por tanto, si te refieres al placer, hay en él, por así de­


cir, algo opuesto al mandato divino y enemigo de nuestros
sentidos, por lo que dice san Pablo: Siento otra ley en mis
miembros que repugna a la ley de mi mente y me esclaviza
a la ley del pecado'*4.
Si, por el contrario, te refieres al diablo, él es el verda­
dero enemigo del género humano184185. Porque ¿qué otra es la
causa de las enemistades sino la envidia? Como dice Salo­
món: Por la envidia del diablo entró la muerte en el mun-
dom . En efecto, el motivo de la envidia fue la felicidad del
hombre colocado en el Paraíso, y por eso el diablo, que no
fue capaz de conservar él mismo la gracia recibida, tuvo en­
vidia del hombre porque, aunque había sido formado del
barro, había sido elegido como habitante del Paraíso.
Así pues, el diablo reflexionaba sobre el hecho de que
mientras él, que tenía una naturaleza superior, había caído en
estas realidades terrenas y efímeras, el hombre, por su parte,
que era una criatura de rango inferior, aspiraba a las eternas.
Esto es, pues, lo que envidió, al decirse: «¿Este ser in­
ferior obtendrá lo que yo no fui capaz de conservar? ¿Es­
te migrará de la tierra al cielo, mientras que yo he caído del
cielo y estoy en la tierra? Dispongo de muchos medios con
los que puedo engañar al hombre. Está hecho de barro, su
madre es la tierra, está rodeado de cosas corruptibles. Aun­
que su alma sea de naturaleza superior, sin embargo inclu­
so ella puede estar sujeta a la caída, puesta como está en la
cárcel del cuerpo, desde el momento en que ni yo mismo
pude evitar la caída».

184. Rm 7 , 23. Cf. A g u s t í n , sio ataca aquí de frente las creen­


C ontra Iulianum pelagian u m , II, cias paganas que hacían de los de­
5, 13 (PL 44, 682). monios seres inocuos y hasta pro­
185. Como hemos puesto de vechosos al hombre.
relieve en la Introducción, Ambro­ 186. Sb 2, 24.
El Paraíso, 12, 54-55 143

«Hay por tanto una primera vía para engañarlo, dado


que desea cosas que están por encima de su condición; en
efecto, él es uno que intenta afanarse en exceso. En se­
gundo lugar, es propio de la carne desear lo que no tiene.
Por último, ¿en qué puede parecer que yo soy la criatura
más sabia de todas, si no acecho al hombre y lo combato
con astucia y con engaño?».
Así urdió su trama, de manera que no atacó directa­
mente a Adán, sino que intentó acecharlo por medio de
la mujer; no atacó a aquel que había recibido personal­
mente el mandato divino, sino que atacó a aquella que ha­
bía aprendido del hombre, no escuchado de labios de
Dios, lo que debía observar. Porque no lees que Dios ha­
bló a la mujer, sino que habló a Adán y por tanto se de­
be entender que la mujer conoció (el mandato) a través
de Adán.
55. Por consiguiente, conociendo por este pasaje el ti­
po de tentación, descubrirás también las muchas formas de
tentación de otras ocasiones.
Algunas son por instigación del príncipe de este mun­
do, que ha arrojado sobre él una especie de sabiduría ve­
nenosa para que los hombres tomasen por verdadero lo
que es falso y su corazón se sintiera atraído por las apa­
riencias.
Porque el enemigo no siempre se presenta a rostro des­
cubierto, sino que hay ciertas potestades que simulan amor
y aparentan buena voluntad, de manera que infunden po­
co a poco en nuestro pensamiento el veneno de su iniqui­
dad. De ellas nace ese tipo de pecados que procede del pla­
cer o de cierta proclividad de la mente.
Pero hay también otras fuerzas que, por decirlo así, en­
tablan batalla con nosotros. De ahí que el Apóstol diga: Por­
que nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino con­
tra los principados y las potestades y los dominadores de este
mundo, de estas tinieblas; contra la maldad de los espíritus
144 Ambrosio de Milán

que habitan en los aires187. Ellos, en efecto, con una lucha


de este tipo, quieren dividirnos y debilitar en cierto modo
el vigor de nuestra alma.
Por eso Pablo, como un buen atleta, no sólo sabía evi­
tar los golpes de los poderes adversos, sino también herir
a los que se le oponían. De ahí que también dice: Pego con
los puños, no como quien golpea al aire188. Y por eso, co­
mo todo buen atleta, mereció alcanzar la corona189.
Son, pues, múltiples las tentaciones del diablo. Por
eso, la serpiente es considerada como un animal de len­
gua bífida y mortal, dado que el ministro del diablo ex­
presa una cosa con la lengua mientras que medita otra en
su corazón.
Hay también otros ministros que es como si dispara­
ran con sus palabras unas flechas que están infectadas por
el veneno, tanto de su corazón como de su boca. A ellos
dice el Señor: Generación de víboras, ¿cómo podéis decir
cosas buenas, siendo malos?190.
56. Y la serpiente dijo a la mujer: ¿ Conque Dios os ha
dicho que no comáis de todo árbol que está en el Paraíso?
Y respondió la mujer a la serpiente: podemos comer de to­
dos los árboles del Paraíso, pero del fruto del árbol que es­
tá en medio del Paraíso, Dios dijo: No comáis de él, ni si­
quiera lo toquéis, no vayáis a morir191.
Tras haber oído que la serpiente es la más sabia de to­
das las bestias, toma nota ya aquí de su astucia. Simula de­
cir las palabras de Dios y trama sus propios engaños.
Dios en realidad había dicho: De todo árbol que está
en el Paraíso comeréis para alimentaros, pero no comeréis

187. Ef 6, 12. 190. Mt 12, 34.


188. 1 Co 9, 26. 191. Cf. Gn 3, 1-3.
189. Cf. 2 Tm 4, 8.
El Paraíso, 12, 55-56 145

del árbol de la ciencia del bien y del mal. Porque el día


que de él comiereis, ciertamente moriréis191.
La serpiente, como si interrogara a la mujer, en vez de
decir como Dios había hecho: «Comeréis de todo árbol que
está en el Paraíso para alimentaros, pero de uno solo de ellos
no comeréis», introdujo una mentira, de modo que dice:
«No comeréis de ningún árbol», cuando Dios había im­
puesto el precepto de no comer solamente del árbol de la
ciencia del bien y del mal.
No tiene nada de extraño que haya intentado engañar,
porque es habitual que engañen todos aquellos que se es­
fuerzan por inducir al error a alguien. Por tanto, no es ocio­
sa la pregunta de la serpiente. Mas, para que te des cuenta
de que en el mandato de Dios no podía haber ningún error,
la mujer respondió y dijo: Podemos comer de todo árbol del
Paraíso, pero del fruto del árbol que está en medio del Pa­
raíso ha dicho Dios: No comáis de él, ni siquiera lo toquéis,
no sea que muráis191.
Ciertamente no hay ningún error en el mandato, sino
en la manera de relatarlo. Así pues, por cuanto nos enseña
la presente lectura, aprendemos que nada debemos añadir al
mandato, ni siquiera por un motivo de cautela. Porque si
añades o quitas algo, parece que se produce de algún mo­
do una prevaricación del mandato.
En efecto, debe mantenerse pura y simple la forma del
precepto divino, así como debe ser expuesta la sucesión de
los hechos en un testimonio. A menudo, cuando un testigo
añade algo de su cosecha a la sucesión de los hechos, con
la falsedad de una parte priva de credibilidad a toda su de-

192. Gn 2, 16-17. Véase la no­ brosio utiliza el plural siempre.


ta a propósito de este texto en el 193. Gn 3, 3.
n. 26. Aquí se observa que Am-
146 Ambrosio de Milán

claración. Por tanto, no se debe añadir nada, ni siquiera lo


que parece bueno.
Porque, en este caso, ¿qué hay de malo a primera vis­
ta en las palabras que añade la mujer: N i siquiera lo toquéis?
-Dios no había dicho toquéis, sino no comáis-; y, sin em­
bargo, esto comienza a ser el principio de la caída.
En efecto, lo que ella añadió, o era superfluo, o al aña­
dirlo por propia iniciativa dio a entender que el mandato
divino era incompleto. Por tanto, el relato de los aconteci­
mientos en el presente texto no debe quitar ni añadir nada
a los mandatos de Dios.
Porque si Juan, a propósito de sus escritos, escribió lo
siguiente: si alguien introduce añadidos a estas cosas -dice-,
Dios añadirá sobre él las plagas descritas en este libro; y a
quien quite palabras de esta profecía, borrará Dios su par­
ticipación del libro de la vidam , ¡cuánto más no se debe qui­
tar nada de los mandatos divinos!
Por tanto, en este punto comenzó a manifestarse la pri­
mera trasgresión del mandamiento. Y muchos piensan que
esto no es culpa de la mujer, sino que lo fue de Adán. Es­
te, con la intención de hacer más prudente a la mujer, le ha­
bló de tal modo que añadió que Dios había mandado: N i
siquiera toquéis nada de él. Porque sabemos que fue Adán,
no Eva, quien recibió el mandato de Dios, ya que la mujer
no había sido plasmada todavía.
Ciertamente el texto no revela las palabras exactas con
las que Adán comunica a la mujer la forma y el tenor lite­
ral de la orden, pero entendemos que éste llegó a la mujer
a través del varón.
Tengo en consideración lo que otros piensan, pero a mí
me parece que el pecado tuvo su comienzo en la mujer, que194

194. Ap 22, 18-19.


El Paraíso, 12, 56-57 147

ella inició la mentira. Porque aunque parezca que hay in­


certidumbre entre los dos, sin embargo el sexo pone de ma­
nifiesto quién pudo pecar el primero.
Añade además que aquella, que después se constató que
fue la primera en pecar, está atenazada por un prejuicio.
Efectivamente, causa del pecado no fue el hombre para la
mujer, sino la mujer para el hombre. De ahí que también
Pablo dice: No fue Adán el engañado, sino la mujer quien,
seducida, se hizo culpable de la trasgresión195.
57. Veamos ahora si, aparte del hecho de añadir algo
-que se produjo en lo que había sido mandado-, parece que
lo añadido fue contraproducente.
Pues si en realidad es algo bueno lo de ni siquiera lo
toquéis y si ayudaba a ser prudentes, ¿por qué Dios no lo
había prohibido en absoluto?; más aún, ¿por qué parece que,
al no prohibirlo, lo había permitido? Debemos, por tanto,
preguntarnos ambas cosas: por qué razón ni lo permitió ni
lo prohibió. Porque hay algunos que dicen: ¿por qué mo­
tivo no mandó que también se tocara lo que había hecho
que se viera?
Ciertamente, cuando oyes que en aquel árbol residía la
naturaleza del conocimiento del bien y del mal, se puede
concluir que Dios no quiso que el mal te tocara. En efec­
to, nos basta ver a Satanás caer del cielo como un rayo196
-según la palabra del Señor- y convertirse en alimento, no
de los hijos de la luz, sino de los de la noche y las tinie­
blas, porque está escrito: Lo ha entregado como comida a
los pueblos de los etíopes197. Esto por tanto queda dicho a
propósito de que Dios no mandó que no se tocara.
En cuanto a que no lo prohibiera, escucha lo que yo
entiendo. Hay muchas cosas que nos dañarían si las quisié-

195. 1 Tm 2, 14. 197. Sal 73, 14.


196. Le 10, 18.
148 Ambrosio de Milán

ramos ingerir antes de saber qué son. En efecto, muchas ve­


ces con respecto a los alimentos y la bebida se aprende de
la experiencia, en el sentido de que, si de antemano sabes
que algo es amargo, te armarás de paciencia, y si compren­
des que esas cosas amargas te hacen bien, te revistes de to­
lerancia para que un repentino sabor amargo no te disgus­
te y comiences a rechazar algo que te aprovecha.
Es conveniente, por tanto, conocer las cosas de ante­
mano para aprovechar aquello que conoces y no rechazar
lo que es desagradable. Pero estas cosas pueden ser perni­
ciosas en menor grado; presta atención más bien a aquello
que puede ser más dañoso, si uno no es previsor.
58. Por ejemplo, hay un pagano que aspira a la fe. Cuan­
do es catecúmeno, desea recibir un mayor grado de doctri­
na y de fe. Que tenga cuidado para que, mientras quiere
aprender, no aprenda errores y aprenda de Fotino198, apren­
da de Arrio199, aprenda de Sabelio200, se confíe a semejantes
maestros, que pueden atraerlo con cierta autoridad, y así,
inducido por la jactancia de éstos, sea incapaz de discernir
las enseñanzas impresas en su alma inexperta.
Por tanto, examine en primer lugar con los ojos de la
mente qué doctrina sigue, vea dónde está la vida, saboree

198. Diácono de Ancira, obis­ 200. Originario de Libia, Sabe­


po de Sirmio, condenado y de­ lio fue un teólogo que llegó a Ro­
puesto en 351, murió en Galacia ma en vida del papa Ceferino
en 376. Sus errores lo llevaron a (199-217) y allí propagó el error
negar la divinidad de Cristo. trinitario que por él lleva el nom­
199. En la misma línea, Arrio bre de sabelianismo, o modalismo,
(256-336), presbítero de Alejan­ según el cual en Dios no hay sino
dría (Egipto), defendió que el Hi­ una persona; el Padre, el Hijo y el
jo era una creación de Dios y por Espíritu Santo son modos de con­
tanto inferior a El, doctrina con­ siderar a Dios en sus operaciones
denada en el concilio de Nicea en a d extra.
325.
El Paraíso, 12, 57-58 149

en fin la savia vital de las Sagradas Escrituras, de modo que


no sea corrompido por ningún intérprete perverso.
Sabelio lee a su modo: Yo estoy en el Padre y el Padre
está en mí201, y afirma que hay una sola persona. Fotino lee
que mediador entre Dios y los hombres es el hombre Cris­
to Jesús202, y en otro lugar: ¿Por qué queréis matarme a mí,
un hombre?203. También Arrio lee que El dijo: Porque el Pa­
dre es mayor que yo204.
Es verdad que lo que se lee tiene un sentido evidente,
pero (ese catecúmeno) debe ante todo reflexionar consigo
mismo a fin de ser capaz de descubrir el sentido de esas
afirmaciones. Los maestros hablan con cierta autoridad, pe­
ro no haber buscado habría sido mejor para él que haber
encontrado semejante intérprete.
Pero también el pagano lee, si toma la Escritura: Ojo
por ojo, diente por diente205, y asimismo: Si tu mano dere­
cha te escandaliza, córtala206; no comprende el sentido de
esas palabras, no capta los misterios de la palabra divina, cae
en una situación peor que si no hubiese leído.
Precisamente por eso (el apóstol Juan) enseñó de qué
manera debería interpretarse la palabra de Dios, no con li­
gereza ni improvisación, sino diligente y atentamente. Lo
que era desde el principio -dice-, lo que hemos oído y lo que
hemos visto con nuestros ojos, contemplamos y palparon
nuestras manos sobre el Verbo de vida, (eso) lo hemos vis­
to, lo testimoniamos y os lo anunciamos™. Date cuenta có­
mo primero ha palpado casi con las manos el Verbo de Dios
y después lo ha anunciado.

201. Cf. Jn 14, 10. 205. Lv 24, 20.


202. Cf. 1 Tm 2, 5. 206. Mt 5, 30.
203. Cf. Jn 8, 40. 207. 1 Jn 1, 1-2,
204. Jn 14, 28.
150 Ambrosio de Milán

Por eso, quizá la palabra no habría dañado para nada a


Adán y Eva si antes la hubieran acogido examinándola aten­
tamente con, por decirlo así, las manos de la mente, ya que
quienes no están firmes a base de examinar e indagar con
diligencia, pueden penetrar en la naturaleza de cualquier co­
sa que no alcanzan a comprender. Ciertamente (Adán y
Eva), que eran débiles, antes de haberlo tocado de algún
modo, deberían haber indagado a fondo aquel árbol en el
que sabían estaba la ciencia del mal.
Porque a menudo puede sernos de provecho el conoci­
miento del mal. Por eso, tanto en este pasaje como en los
profetas, leemos los engaños del diablo con el fin de apren­
der cómo podemos evitar sus asechanzas; en efecto, debe­
mos conocer sus tentaciones no para secundarlas, sino para
evitarlas una vez instruidos y expertos en ellas.
59. Hay algunos que en este pasaje tienen dudas sobre si
Dios dijo que debían probar el fruto de todo árbol, de ma­
nera que se podía probar el fruto del árbol de la ciencia del
bien y del mal como el de todos los demás, o si en realidad
había dicho que se probara el fruto de todos los árboles con
la sola excepción del de la ciencia del bien y del mal.
Los primeros opinan que no es para nada inútil pensar
que, aunque fuera dañino el fruto de este árbol, sin embar­
go si se hubiera probado junto con los de los demás no ha­
bría podido hacer mal. En efecto, se dice que del cuerpo de
la serpiente es corriente extraer un antídoto curativo que,
precisamente por ser un veneno que procede del cuerpo de
la serpiente, es nocivo cuando se ingiere solo, pero sana y
es saludable cuando se mezcla con otras sustancias.
Tampoco la ciencia del bien y del mal es considerada
inútil si uno está en posesión de la sabiduría, si uno está
siempre orientado hacia la vida, si uno trata de conseguir
los demás tipos de virtudes.
Por este motivo, algunos han creído que se podía dar
la citada interpretación: Dios habría impuesto esa prohibi­
El Paraíso, 12, 58-60 151

ción con el fin de que el árbol de la ciencia del bien y del


mal no fuera probado solo, sin los demás; pero no habría
prohibido probarlo junto con ellos. Piensan que eso es lo
que se afirmó, porque Dios dijo a Adán: ¿Quién te ha he­
cho saber que estás desnudo, si no es por haber comido del
árbol del que te mandé que de él solo no comieras?208.
Estas palabras darían algún margen a semejante inter­
pretación, si no fuera porque en un pasaje precedente la mu­
jer, al decirle la serpiente: ¿Conque Dios os ha dicho que no
comáis de todo árbol que está en el Paraíso?, respondió: Del
fruto del árbol que está en medio del Paraíso, Dios dijo: No
comáis de él209.
Con esto, aunque es verdad que parece más débil la fe
de la mujer que habría de prevaricar, sin embargo no des­
pojaré a Adán de todas las virtudes hasta tal punto que pa­
rezca no haber conseguido virtud alguna en el Paraíso ni
haber probado nada de los demás árboles y haber caído en
el pecado antes de haber conseguido fruto alguno.
Así pues, no despojaré a Adán para no despojar a to­
do el género humano, que es inocente antes de conseguir la
capacidad de distinguir el bien del mal. Porque no sin ra­
zón se ha dicho: Si no os convertís y os hacéis como este ni­
ño, no entraréis en el reino de los cielos210. En efecto, cuan­
do se maldice a un niño, él no devuelve la injuria; cuando
se le pega, no replica211; no conoce las tentaciones de la am­
bición y la rapacidad.
60. Pienso, por tanto, que es más conforme a la verdad
que Dios mandó que no se comieran los frutos del árbol,
aunque fuera junto con los de los otros árboles. Porque, a
pesar de que la ciencia sea una cosa buena para el hombre
perfecto, sin embargo es inútil para quien no lo es.

208. Gn 3, 11. 210. Mt 18, 3.


209. Gn 3, 1-3. 211. Cf. 1 P 2, 23.
152 Ambrosio de Milán

Me atrevería a afirmar que todo hombre es imperfecto,


desde el momento en que Pablo habla como si fuera im­
perfecto, diciendo: No es que ya lo haya alcanzado o ya sea
perfecto, sino que lo sigo por si le doy alcance211, y por eso
dice el Señor a los imperfectos: No juzguéis a fin de que no
seáis juzgados 2
1213. Así pues, la ciencia es inútil para quien es
imperfecto. Por último: Yo no conocería el pecado si la ley
no dijera: no codiciarás214, y más adelante: Porque sin la ley,
el pecado está muerto 215.
Pues ¿de qué me aprovechaba conocer algo que era in­
capaz de evitar? ¿De qué me aprovechaba conocer aquello
que la ley de mi carne había de intentar conseguir? Pablo
es tentado y ve la ley de su carne, que repugna a la ley de
su mente y lo encadena a la ley del pecado216. Y no presu­
me de su propia conciencia, sino que confía en que con la
gracia de Cristo se verá liberado del cuerpo de muerte217. Y
tú, ¿piensas que quien posee la ciencia (del bien y del mal)
no puede pecar?
Pablo afirma: Pues no hago el bien que quiero, sino el
mal que no quiero 218. Y tú, ¿mantienes que aprovecha al
hombre la ciencia, como si ésta aumentara el odio al pe­
cado?
Aun cuando admitiéramos que el hombre perfecto no
pueda pecar, en Adán preveía Dios a todos los hombres y
por eso no era conveniente que todo el género humano po­
seyera de un modo confuso la ciencia del bien y del mal,
que no estaba en condiciones de utilizar como era debido,
a causa de la debilidad de la carne.

212. Flp 3, 12. 216. Rm 7, 23.


213. Mt 7, 1. 217. Cf. Rm 7, 24.
214. Rm 7, 7. 218. Rm 7, 19.
215. Rm 7, 8.
El Paraíso, 12, 60 - 13, 62 153

Capítulo 13

61. Aprendamos, pues, que las tentaciones del diablo es­


tán llenas de engaño. Pues apenas parece haber una sola cosa
verdadera en todo lo que promete; todo lo demás es falso.
En efecto, lees: Y la serpiente dijo a la mujer: no mori­
réis con toda certeza219. He aquí la primera mentira, ya que
el hombre que creyó en las promesas de la serpiente cono­
ció ciertamente la muerte.
Después añadió: Dios en realidad sabía que el día en
que comiereis, a partir de ese momento se abrirían vuestros
ojos220. Sólo esto era verdad, porque más adelante encuen­
tras que ambos comieron y se abrieron sus ojos2212; pero se
trata de una verdad nociva. Por tanto, no es ventajoso pa­
ra todos abrir los ojos, porque está escrito: Verán y no ve­
rán112.
Pero enseguida se introduce otra mentira, porque aña­
dió: Y seréis como dioses al conocer el bien y el mal211. En
estas palabras es lícito advertir que la serpiente incita a la
idolatría, porque este tipo de engaño parece haber introdu­
cido muchos dioses para confundir a los hombres. Y en es­
to engañó la serpiente: en que los hombres serían como
Dios. Porque no sólo los hombres dejaron de ser como dio­
ses, sino que aquellos que eran como dioses -a quienes se
les había dicho: Yo dije: «sois dioses»224-, perdieron la gra­
cia que les era propia.
62. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer­
se, hermoso a la vista y bello de contemplar115.

219. Gn 3, 4. 223. Gn 3, 5.
220. Cf. Gn 3, 5. 224. Sal 81, 6.
221. Cf. Gn 3, 6-7. 225. Gn 3, 6.
222. Cf. Is 6, 9.
154 Ambrosio de Milán

La autora de esa valoración era insegura, ya que estaba


juzgando sobre algo que no había experimentado. Y por eso
no parece que se haya de aceptar fácilmente, a la hora de
obrar, sino aquello que hemos considerado con extrema di­
ligencia, lo que hemos aprobado con nuestro sentir más ín­
timo.
Tomando pues de su fruto -dice-, comió y al mismo tiem­
po dio a su marido y entrambos comieron126. Con razón se pa­
sa por alto el momento en el que fue engañado Adán, por­
que no cayó por culpa de él, sino por el error de la mujer.
63. Y se abrieron sus ojos -dice- y comprendieron que
estaban desnudos127.
En verdad, también antes estaban desnudos, pero no es­
taban privados del revestimiento de las virtudes. Estaban
desnudos gracias a la inocencia de su comportamiento y
porque su naturaleza no conocía hasta entonces el vestido
del engaño228; pero ahora la mente humana está envuelta en
muchos velos de falsedades.
Por tanto, tras verse despojados de aquella integridad e
inocencia de la naturaleza intacta e incorrupta, comenzaron
a buscar las cosas del mundo hechas por mano del hombre,
con las que cubrir la desnudez de su mente, acumulando
placer a placer y las inconsistentes voluptuosidades de este
mundo como hoja sobre hojas, con las que tapar su intimi­
dad genital.
En efecto, ¿cómo es que Adán, que había visto todos
los seres animados hasta el punto de darles incluso su nom­
bre, pudo tener hasta ese momento los ojos del cuerpo ce­
rrados? De este modo, es decir, con un conocimiento supe­
rior y más profundo, fueron conscientes de que les faltaba
no sólo la túnica, sino el revestimiento de las virtudes.

226. Ibid. 228. Cf. F ilón , L egum , II, 15-


227. Gn 3, 7. 16; I d ., Q uaestiones, I, 30.
El Paraíso, 13, 62-65 155

64. Y entretejieron unas hojas de higuera -dice- y se hi­


cieron unos cinturones213.
La narración de las Escrituras Sagradas nos enseña en
figura de qué debemos interpretar en este pasaje la imagen
del higo, puesto que la misma Escritura nos recuerda que
ha habido hombres santos que en algún momento reposan
a la sombra de la vid y la higuera229230, y Salomón ha dicho:
¿Quién planta una higuera y no come de su fruto?231
También el Señor se acercó a una higuera y se indignó
por no haber encontrado fruto, sino solamente hojas232.
Por tanto, al haberse fabricado un cinturón con hojas
de higuera tras haber pecado, Adán, que más bien debe­
ría haber disfrutado de sus frutos, me enseña el significa­
do de esas hojas. El justo elige el fruto, el pecador las ho­
jas. ¿De qué fruto se trata? El fruto del Espíritu -dice la
Escritura- es caridad, alegría, paz, paciencia, bondad, mo­
destia, dominio de sí, amor 233. No tenía fruto quien no te­
nía alegría, no tenía fe quien había violado el mandato de
Dios, no tenía dominio de sí quien se había alimentado
del árbol prohibido.
65. Por consiguiente, todo aquel que desobedece el
mandato de Dios se despoja, se desnuda y se envilece a sí
mismo234. Quiere cubrirse con algunas hojas de higuera
-quizá con algunos razonamientos vacíos o superficiales- y
entretejiéndolas con rebuscadas mentiras y acumulando pa­
labra tras palabra para cubrir su conciencia, el pecador ex­
tiende un velo sobre su mente y sus acciones con el fin de
tapar sus vergüenzas.
Porque echa hojas sobre sí mismo aquel que, deseando
cubrir su pecado, sostiene que el diablo es el instigador del

229. Gn 3, 7. 232. Cf. Mt 21, 19.


230. Cf. 1 R 4, 25; Mi 4, 4. 233. Ga 5, 22.
231. Pr 27, 18. 234. Cf. F i l ó n , L egum II, 16.
156 Ambrosio de Milán

delito, se justifica aduciendo el atractivo de la carne o de­


nuncia a algún otro como incitador al error. Incluso con fre­
cuencia cita ejemplos de la Sagrada Escritura con los que
muestra que los justos incurrieron en el pecado, diciendo,
si por ejemplo ha sido sorprendido en adulterio: «También
Abrahán yació con su esclava y David deseó a la mujer de
otro y la tomó por esposa»235. Así entreteje a su favor al­
gunos episodios tomados del relato de los libros inspirados,
pero no piensa que debe sacar fruto de ellos.
66. ¿No te parece que también los judíos entretejen ho­
jas cuando interpretan de un modo material las palabras de
la ley espiritual? Su interpretación pierde todo tipo de fru­
to vital, condenada con una maldición de aridez eterna236.
Así pues, lleva fruto una interpretación correcta, es de­
cir, espiritual, de la higuera a cuya sombra reposan los jus­
tos y los santos237238. Quien la haya plantado en el alma de ca­
da hombre -según lo que dice Pablo: Yo planté, Apolo
regóm -, comerá su fruto. Por el contrario, una mala inter­
pretación no podrá producir fruto, mantener el vigor.
67. Por tanto, cosa que es aún más grave, Adán se ciñó
con esta interpretación aquella parte del cuerpo que debería
más bien haber cubierto con el fruto de la castidad. Porque
se dice que en los lomos que nos ceñimos radican las semi­
llas de la generación, y por eso hizo mal Adán cuando se ci­
ñó con hojas inútiles allí donde había de implantar no ya el
fruto futuro de una nueva generación, sino el germen de pe­
cados que persistieron hasta la venida del Señor salvador239.
Por lo demás, después de su venida, el Señor encontró la
higuera estéril. Cuando se le pidió que no la mandara arran-

235. Cf. Gn 16, lss.; 2 R 11, 2ss. 239. Cf. A g u s t í n , C ontra Iu-
236. Cf. Mt 21, 19. lianum pelagian u m , II, 6, 16 (PL
237. Cf. Mi 4, 4. 44, 685).
238. 1 Co 3, 6.
El Paraíso, 13, 65 - 14, 68 157

car, permitió que se la cultivase240. Y por eso ya no nos ceñi­


mos más con hojas, sino con la palabra divina, porque el mis­
mo Señor dijo: Tened ceñidos vuestros lomos y encendidas las
lámparas241. También por eso prohíbe que llevemos dinero en
nuestros cinturones242, pues nuestro cinturón debe guardar no
las cosas de este mundo, sino las eternas.

Capítulo 14

68. Y oyeron -dice la Escritura- la voz del Señor, que


se paseaba al atardecer242.
¿Qué significa este paseo de Dios, que siempre está en
todas partes? Creo que hay cierto pasearse de Dios a lo lar­
go de los relatos de las Sagradas Escrituras, en los que es
como si aletease su presencia, como cuando oímos que El
mismo lo contempla todo y que los ojos del Señor están so­
bre los justos244, cuando leemos que Jesús conocía sus pen­
samientos245, cuando leemos: ¿Por qué pensáis mal en vues­
tros corazones?246 Así pues, cuando reflexionamos sobre
estos pasajes, reconocemos a Dios, como si pasease247.
Por tanto, el pecador había huido no a un lugar en que
pudiera ocultarse a la mirada de Dios, sino porque deseaba
esconderse dentro de su conciencia, no quería que salieran
a relucir sus actos248. En efecto, es propio del justo mirar
cara a cara249, porque la mente del justo no sólo está pre-

240. Cf. Le 13, 6ss. 247. La Escritura es para Am­


241. Le. 12, 35. brosio el lugar donde Dios se pre­
242. Cf. Mt 10, 9. senta ante el hombre: D ios pasea
243. Gn 3, 8. p o r el Paraíso, cu ando leo las Sa­
244. Sal 33, 16. gradas Escrituras: Ep., 33 (49), 3.
245. Cf. Le 6, 8. 248. Cf. Jn 3, 19; Mt 5, 16.
246. Mt 9, 4. 249. Cf. Dt 34, 10. 1 Co 13, 12.
158 Ambrosio de Milán

sente a Dios, sino que también conversa con Dios, como


está escrito: Haced justicia al huérfano, amparad a la viu­
da y venid, entendámonos, dice el Señor250.
Por tanto, cuando el pecador lee este pasaje de las Es­
crituras, oye la voz del Señor, como si pasease al atardecer.
¿Qué significa al atardecer sino que reconoce su culpa tar­
de y que tarde se presenta cierta vergüenza por el error pa­
sado, que debería haber prevenido?
Porque, mientras el pecado hierve en el cuerpo y el al­
ma es agitada por las pasiones del cuerpo, los afectos de
quien yerra no piensan en Dios, es decir, el pecador no oye
al Dios que pasea en las Sagradas Escrituras, que pasea en
el alma de cada hombre. En efecto, Dios dice: Porque esta­
bleceré mi morada entre ellos y marcharé en medio de ellos
y seré su Dios251.
Por tanto, una vez que el alma ha vuelto a ser sensible
al temor ante el poder divino, entonces nos ruborizamos, en­
tonces intentamos escondernos, entonces, puestos por la con­
templación de nuestros pecados en medio del árbol del Pa­
raíso -allí donde hemos pecado-, nos sorprendemos a
nosotros mismos deseando permanecer ocultos y pensando
que Dios no escruta lo que está escondido. Pero el que es­
cruta en las almas y en los pensamientos252253,penetrando has­
ta lo más profundo del alma255, dice: Adán, ¿dónde estásf254
69. ¿Cómo habla Dios? ¿Acaso con voz corpórea?255
Ciertamente no, sino que infunde a sus palabras una fuer­
za superior a las posibilidades de la voz corporal. Esta voz
de El oyeron los profetas, esta voz oyen los fieles, no la en­
tienden los impíos.

250. Is 1, 17-18. 254. Gn 3, 9.


251. Lv 26, 11-12. 255. Cf. F ilón , Q u a estion es,
252. Cf. Sb 1, 6. I, 42.
253. Hb 4, 12.
El Paraíso, 14, 68-70 159

Precisamente en el Evangelio encuentras que el evange­


lista oyó al Padre decir: Lo glorifiqué y de nuevo lo glorifi­
caré25*'. Pero los judíos no lo oyeron; tan es así, que decían:
Se ha producido un trueno256257258. Así pues, igual que antes se
encuentra escrito que se veía pasear a Dios, que no paseaba,
ahora se oye hablar a Dios, que no hablaba.
70. Pero examinemos lo que dice: Adán, ¿dónde estás?25S
En estas palabras todavía hay una posibilidad de salva­
ción para quienes escuchan la palabra de Dios. Al fin y al ca­
bo los judíos, que se han tapado los oídos para no escuchar,
tampoco hoy merecen escuchar. Mientras que tienen aún re­
medio los que se escondieron. Porque el que se esconde se
avergüenza y el que se avergüenza se arrepiente, como está
escrito: Confundidos sean y se conviertan todos al instante251*.
Además, el mismo hecho de llamar es un indicio de que
habrán de salvarse, porque Dios llama precisamente a aque­
llos de los que se apiada. Al decir, pues: ¿dónde estás?, no
busca un lugar Aquel que conoce todo secreto. Dios, en
efecto, no tenía los ojos cerrados como para no ver al que
se escondía. Por eso, dijo después: Adán se ha hecho uno
de nosotros260, porque abrió los ojos. Y ciertamente abrió
los ojos de modo que vio su culpa, que no había sabido
evitar.
Porque, sobre todo después de haber pecado, no en­
tiendo cómo reconocemos nuestras ofensas y entonces com­
prendemos que es un pecado aquello que, antes de pecar,
no entendíamos como tal y no creíamos que debía ser con­
denado como pecado. Porque si lo condenáramos, no lo co­
meteríamos.

256. Jn 12, 28. 259. Sal 6, 11.


257. Jn 12, 29. 260. Gn 3, 22.
258. Gn 3, 10.
160 Ambrosio de Milán

Dios, por su parte, ve las culpas de todos y conoce los


delitos de todos; mantiene sus ojos sobre el alma, sobre los
secretos de cada uno. ¿Qué significa, por tanto: Adán, dón­
de estás? Esto no significa ¿en qué lugar?, sino ¡en qué si­
tuación te encuentras!261. Por tanto, no es un interrogante,
sino una interpelación.
Le dice: «¿De qué beneficios, de qué felicidad, de qué
gracia, has venido a caer en semejante miseria? Has aban­
donado la vida eterna y te has sepultado en la muerte, has
compartido la tumba con el error. ¿Dónde está aquella con­
fianza tuya, bien consciente de sí misma? Este temor reco­
noce la culpa; tu escondite, la prevaricación. Por tanto,
¿dónde estás? Es decir, no pregunto el lugar, sino en qué
estado. ¿A dónde te han conducido tus pecados, hasta el
punto de huir de tu Dios, a quien antes buscabas?».
Quizá llama la atención el hecho de que Adán sea el
primero en ser increpado, cuando había sido la mujer la pri­
mera en haber probado el fruto. Pero es posible que fuera
el sexo débil el que comenzó la prevaricación y el más fuer­
te el que inició la vergüenza y el arrepentimiento, de ma­
nera que la mujer fue origen del pecado y el hombre del
pudor.
71. Y dijo la mujer: La serpiente me engañó y comí262.
Es perdonable un pecado al que sigue la confesión de
los errores. Por tanto, la mujer, que no se calló ante Dios,
no está desesperada, sino que, tras confesar su pecado, más
bien obtiene una sentencia que puede ser curada.
Es bueno recibir la condena de los pecados y el casti­
go por los delitos, de manera que seamos castigados junto
con los demás hombres. Concretamente, Caín, porque qui­

261. Cf. F i l ó n , L egum , III, 17; 262. Gn 3, 13.


Id., Q uaestiones, I, 45.
El Paraíso, 14, 70-72 161

so negar su crimen, no fue encontrado digno de ser casti­


gado por su pecado, sino que fue despedido sin fijar la pe­
na, quizá no tanto porque se trataba de un crimen grave de
fratricidio -el que había cometido contra su hermano-, si­
no porque era un sacrilegio, ya que creyó poder mentir a
Dios, diciendo: No lo sé; ¿acaso soy yo el guardián de mi
hermano ?263
Por eso, la acusación contra él está reservada al diablo
en el papel de acusador, a fin de que sea castigado en com­
pañía de sus ángeles aquel que no quiso ser castigado jun­
to con los hombres. En definitiva, de ellos se dijo: Para ellos
no existe la decadencia de la muerte y no serán castigados
junto con los demás hombres26*.
Otra es, por tanto, la situación de la mujer, que aunque
había caído en un pecado de desobediencia, sin embargo po­
seía aún el alimento de la virtud procedente de los árboles
del Paraíso y, por tanto, confesó su pecado y le fue tenido
en cuenta para el perdón. Porque el justo es el acusador de
sí mismo en cuanto empieza a hablar265, ya que ninguno pue­
de ser justificado del pecado si antes no lo ha confesado.
De ahí que el Señor diga: Confiesa tus iniquidades a fin de
que seas justificado166.
72. Por tanto, dado que Eva confesó ella misma su deli­
to, consiguió una sentencia más leve y que sería útil en lo su­
cesivo: una sentencia que condenaba el error sin negar el per­
dón, de modo que, una vez convertida, sirviera a su marido.
En primer lugar, para que no le resultara fácilmente atrac­
tivo el pecado; en segundo lugar para que, estando sujeta a
una voluntad más fuerte, no desorientara al varón, sino que
más bien ella misma fuera guiada por el consejo de éste.

263. Gn 4, 9. 265 Pr 18, 17.


264. Sal 72, 4-5. 266. Is 43, 26.
162 Ambrosio de Milán

En esto reconozco con toda claridad el misterio de Cris­


to y la Iglesia. En efecto, aquí hay un indicio de la futura
conversión de la Iglesia a Cristo y su servicio religioso: su
sumisión al Verbo divino, que es mucho mejor que la li­
bertad de este mundo.
Por eso está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y a El
solo servirás267. Por tanto, una servidumbre de este tipo es
un don de Dios. De ahí que el someterse a esta servidum­
bre es algo que se cuenta entre las bendiciones.
En efecto, incluso Isaac, en vez de la bendición, pres­
cribió a su hijo Esaú que sirviera a su hermano268. En rea­
lidad, Esaú pedía una bendición. Aunque era consciente de
que la de la primogenitura le había sido arrebatada, sin em­
bargo solicitaba otra, al decir: Padre, ¿acaso tienes una sola
bendición í 269
Ahora bien, por medio de esta servidumbre, él, que an­
teriormente había vendido su primogenitura por culpa de la
gula y por amor a la caza en el campo había perdido la gra­
cia de la bendición270, creyó que en lo sucesivo sería mejor
si veneraba en el hermano la prefiguración de Cristo.
Porque el pueblo cristiano cobra fuerzas con esta ser­
vidumbre, como también el Señor dice a sus discípulos:
Quien entre vosotros quiera ser el primero, sea siervo de to­
dos27'. En una palabra, produce esta servidumbre la caridad,
que es más excelente que la esperanza y la fe272. De ahí que
ha sido escrito: Servios unos a otros por la caridad272.
Este es, por tanto, el misterio del que habla el Apóstol
refiriéndose a Cristo y a la Iglesia274. Porque ésta, efectiva­
mente, estaba antes en el pecado, pero será salvada gracias

267. Dt 6, 13; Le 4, 8. 271. Mt 20, 27.


268. Cf. Gn 27, 40. 272. Cf. 1 Co 13, 13.
269. Gn 27, 38. 273. Ga 5, 13.
270. Cf. Gn 25, 27.30. 274. Cf. Ef 5, 32.
El Paraíso, 14, 72 - 13, 73 163

a la crianza de hijos en la fe, en la candad, en la santifica­


ción acompañada de la modestia275.
En verdad, el género humano, pecador en los padres,
será salvado por medio de los hijos, de modo que corrija en
el pueblo cristiano que había de venir lo que había sido
ofensa en el pueblo judío.

Capítulo 15

73. La serpiente -dice- me convenció276, y esto pareció


a Dios digno de perdón, porque sabía que son muchas las
vías de la serpiente para engañar, ya que se transforma en
ángel de luz277 y sus ministros son una especie de ministros
de una justicia que impone nombres falsos a las cosas, has­
ta el punto de afirmar que la temeridad es una virtud y de
llamar a la avaricia habilidad.
Así que la serpiente engañó a la mujer y ésta indujo al
varón a pasar de la integridad a la prevaricación278. El pla­
cer corporal tomó la figura de la serpiente. La mujer es el
símbolo de nuestros sentidos, el varón el de la inteligencia.
Por tanto, el placer solicita nuestros sentidos y éstos tras­
miten a la mente la pasión que han acogido.
Así pues, el primer origen del pecado es el placer, y por
eso no debes sorprenderte de que sea la serpiente la prime­
ra en ser condenada por el juicio divino, en segundo lugar
la mujer y en tercer lugar el varón279. Según la sucesión del
pecado, se mantuvo también el orden del castigo; porque de
ordinario el placer cautiva los sentidos, y los sentidos, la
mente.

275. 1 Tm 2, 15. 278. Cf. F i l ó n , L egum , II, 18.


276. Gn 3, 13. 279. Cf. Id., Q uaestiones, I, 47.
277. Cf. 2 Co 11, 14-15.
164 Ambrosio de Milán

Y para que comprendas que la serpiente es la figura del


placer, observa su castigo.
74. Dice el Señor: Te arrastrarás sobre tu pecho y a lo
largo de tu abdomen2S0.
¿Quiénes son los que caminan sobre su abdomen, sino
aquellos que viven para el vientre y la gula, cuyo dios es el
vientre y cuya gloria consiste en realidades vergonzosas2^,
que tienen el corazón puesto en las cosas terrenas y, pesa­
dos por la comida, se vuelcan en ellas?
Con razón, pues, interpela al placer que, volcado en la
comida, parece comerse la tierra: Te arrastrarás sobre tu pe­
cho y a lo largo de tu abdomen y comerás tierra todos los
días de tu vida2il. Hay que quitar al diablo toda justifica­
ción, no vaya a ser que pueda mostrar una disculpa cual­
quiera a su malicia, al afirmar que su iniquidad procede de
su condena y que por eso se esfuerza con pertinacia en ha­
cer daño a los hombres, porque ha sido condenado para ha­
cerles daño.
Esta afirmación parece estar cercana a la opinión co­
mún, si tomamos esta sentencia de Dios como una conde­
na; pero Dios no pronunció una condena a la serpiente pa­
ra que hiciera daño, sino que expuso lo que había de suceder.
Es más, hemos demostrado más arriba que más bien esa ten­
tación fue de provecho para los hombres283. Y si sabemos
que, como está escrito, Dios ha dicho: Honraré a quienes
me honran y el que desprecia mi honor será objeto de des­
precio284, nos es lícito hacer alguna consideración a partir de
estas palabras. Porque Dios pone por obra lo que es bue­
no, no lo que es malo.2801

280. Gn 3, 14. 282. Gn 3, 14.


281. Flp 3, 19. Cf. F ilón , Le- 283. Cf. 2, 7-11
gu m , III, 47. 284. 1 R 2, 30.
El Paraíso, 15, 73-74 165

Así pues, deben enseñarte las palabras divinas que Él es


quien otorga la gloria y suprime la pena. Honraré a quie­
nes me honran, dice, dejando claro que es propio de su mo­
do de obrar rendir honor a los buenos. Y los que me des­
precian, no dice yo los despreciaré, sino serán objeto de
desprecio, no atribuyendo su deshonra a su comportamien­
to, sino mostrando lo que habría de ocurrir.
Por tanto, este pasaje no dice: te condeno a andar so­
bre tu pecho, a arrastrar tu abdomen y a comer tierra to­
dos los días de tu vida, sino que Dios dijo: Te arrastrarás y
comerás, para que quedase claro que predecía a la serpien­
te lo que iba a suceder, más que prescribía lo que ella de­
bía hacer.
La tierra será tu alimento -dijo-, no el alma, ya que tam­
bién esto ayuda a los pecadores. De ahí que el Apóstol en­
tregara a tales hombres a la muerte de la carne, a fin de que
su espíritu se salve en el día de nuestro Señor Jesucristo285.
La Escritura dice que la serpiente se arrastra sobre el
pecho y el vientre no tanto por la forma de su cuerpo, si­
no porque ha caído de aquel estado de bendición celestial
por culpa de sus pensamientos terrenos. En efecto, el pecho
es considerado a menudo como el lugar donde reside la sa­
biduría. Y por eso el apóstol (Juan) reclina su cabeza sobre
el pecho de Cristo286 y no la arroja por tierra. Así pues, si
se compara la sabiduría del diablo a las bestias más feroces,
que tienen el pecho en medio de las patas; si también los
hombres -que tienen la sabiduría de las cosas de la tierra y
no se elevan hasta el cielo con la íntima disposición de su
alma- parecen arrastrarse con el vientre por la tierra, es evi­
dente que no debemos llenar el vientre de nuestra alma con

285. Cf. 1 Co 5, 5. 286. Cf Jn 13, 25; 21, 20.


166 Ambrosio de Milán

las cosas corruptibles de este mundo, sino más bien saciar­


lo con la palabra de Dios.
Bien dice, pues, David, tomando el papel de Adán: Mi
alma está postrada en el polvo, mi vientre se ha pegado a la
tierra1*7. Se ha pegado a la tierra, en efecto, al conformarse
a la serpiente, que se alimenta de la iniquidad de la tierra.
Por eso el Apóstol nos dice que nos conviene configu­
rarnos con Cristo287288, para que el poder de Cristo se mani­
fieste en nosotros. Esta sentencia hacia la serpiente no se
considera grave, desde el momento en que también Adán,
que pecó menos gravemente, fue condenado por una deci­
sión análoga.
75. Porque está escrito: Por tu comportamiento será mal­
dita la tierra: penosamente comerás de ella todos los días de
tu vida2*9.
Ciertamente parece haber alguna semejanza en la sen­
tencia, si bien dentro de esa misma semejanza hay una gran
diferencia. En efecto, hay diferencia entre que uno coma la
tierra -como se le dijo a la serpiente que la comiera-, o -co­
mo se le dijo al hombre- que comerás penosamente290*.
Este añadido penosamente marca la diferencia. Consi­
dera cuánta fuerza tiene esta diferencia. Es mejor para mí
comer tierra entre penalidades que entre placeres; o sea, es
preferible que parezca que yo experimento dolor en una ac­
ción o sensación del cuerpo, a que parezca que me deleito
en el pecado.

287. Sal 43, 26. en la Vulgata -in laboribu s-, es


288. Cf. Flp 3, 10. mucho más expresiva: «en medio
289. Gn 3, 17. de trabajos». Ese es el matiz que
290. Ambrosio traduce in tris- parece resalta más con la traduc­
titia esta expresión que, tanto en ción que proponemos.
la Septuaginta - e n lypais-, como
El Paraíso, 15, 74-76 167

En efecto, a causa de sus excesivas iniquidades, muchos


no cobran conciencia del pecado. Por el contrario, aquel que
dice: Castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre291, se en­
tristece haciendo penitencia por nuestros pecados, porque
por su parte no ha cometido tantos delitos que deba en­
tristecerse por ellos. En definitiva, nos convence de que tam­
bién a nosotros nos es útil esta aflicción, que es según
Dios292, no según el mundo. Os conviene -dice- entristece­
ros haciendo penitencia según Dios, porque la tristeza se­
gún Dios es causa de salvación, mientras que la tristeza del
mundo produce la muerte 293.
Mas aprende también del Antiguo Testamento que aque­
llos que sufrían aflicción en trabajos corporales obtuvieron
la gracia, mientras que quienes experimentaban placer en
esos trabajos permanecieron en el castigo. Así, los hebreos
que gemían en los trabajos de Egipto294 lograron el premio
de los justos y, por haber comido el pan penosamente295, re­
cibieron el don de un alimento espiritual296, mientras que los
egipcios, que se dedicaban a tales trabajos en medio de pla­
ceres, no obtuvieron ningún perdón por servir a un rey abo­
minable.
76. Pero hay una diferencia más por la que se le dice a
la serpiente que comerá la tierra y, en cambio, a Adán le di­
ce comerás penosamente las hierbas del campo297.
Es para que entendamos que en estas expresiones hay
cierta gradación: cuando comemos tierra, parece que esta­
mos en la malicia, mientras que cuando comemos hierba nos
encontramos en cierta progresión y cuando comemos pan
hemos alcanzado el pleno vigor.

291. 1 Co 9, 27. 295. Cf. Tb 2, 5.


292. Cf. 2 Co 7, 9, 296. Cf. 1 Co 10, 3; Ex 10, 14
293. 2 Co 7, 10. ss.; Filón, L egum , III, 60.
294. Cf. Ex 2, 23. 297. Cf. Gn 3, 17-19.
168 Ambrosio de Milán

Así pues, tengamos también nosotros una progresión en


nuestra vida, como la tuvo Pablo, que dice: Y ya no vivo
yo -o sea, no el yo que primero comía tierra, no el yo que
comía hierba, porque toda carne es hierba298-, sino que Cris­
to vive en mi2", esto es vive aquel pan vivo que viene del
cielo300, vive la sabiduría, vive la gracia, vive la justicia, vi­
ve la resurrección.
77. Considera además que no fue maldito el hombre,
sino la serpiente, ni fue maldita la tierra en sí misma, sino
que las palabras maldita en tus obrasxl están dirigidas al al­
ma del hombre.
La tierra es maldita cuando tú realizas obras terrenas,
es decir, obras mundanas y aun entonces la tierra es maldi­
ta no en absoluto, sino en el sentido de que produce espi­
nas y cardos302, a no ser que haya sido cultivada por el es­
fuerzo del trabajo humano. Y si la hemos cultivado con
fatigas y sudor303, entonces comeremos pan.
Porque la ley de la carne combate a la ley de la mente304
y debemos esforzarnos y afanarnos por castigar el cuerpo, re­
ducirlo a servidumbre305 y sembrar bienes espirituales306. Por­
que si sembramos lo que es de la carne, recogeremos frutos
de la carne; si, por el contrario, hemos sembrado bienes es­
pirituales, recogeremos frutos del espíritu.

298. Cf. Is 40, 6. 303. Cf. Gn 3, 19.


299. Ga 2, 20. 304. Cf. Rm 7, 23.
300. Cf. Jn 6, 50-51. 305. Cf. 1 Co 9, 27.
301. Gn 3, 17. 306. Cf. 1 Co 9, 11.
302. Cf. Gn 3, 18.
Ambrosio de Milán
CAÍN Y ABEL
LIBRO I

Capítulo 1

1. En las páginas precedentes -en la medida en que he­


mos podido, de acuerdo con nuestra capacidad para encon­
trar el sentido de lo que el Señor inspiró- hemos disertado
sobre el Paraíso: en ellas hemos descrito la caída de Adán
y Eva. Ahora, puesto que aquella culpa no se paró en sus
autores, sino que -lo que es peor- encontró un heredero
aún más malvado, emprendemos la historia siguiente y con
nuestra obra proseguimos todo aquello que se derivó, se­
gún las Sagradas Escrituras.
2. Adán conoció, pues, a Eva su mujer, la cual concibió
y dio a luz a Caín; y dijo: He conseguido un hombre con la
ayuda de Dios'. De ordinario valoramos las cosas que con­
seguimos a partir de qué, de quién y por medio de qué; a
partir de qué, es decir de la materia; de quién, o sea de qué
agente; por medio de qué, como si fuera a través de un ins­
trumento12.
¿Acaso en este pasaje dice: He conseguido un hombre
con la ayuda de Dios para que entiendas a Dios como un
instrumento? Ciertamente no, sino para que entiendas a
Dios como artífice y creador. De ahí que lo atribuyó sobre

1. Gn 4, 1. 58; Id., D e C herubim , 35.


2. Cf. Filón, Q uaestiones, I,
172 Ambrosio de Milán

todo a Dios, ya que dijo: He conseguido un hombre con la


ayuda de Dios para que también nosotros, cuando obtene­
mos algo o siempre que se trata de acontecimientos favora­
bles, sintamos el deber de atribuirlos a Dios más que a no­
sotros mismos.
3. Y añadió el alumbramiento de Abel3. Cuando se aña­
de algo, se anula lo que antes existía. Y esto se obtiene tan­
to de las operaciones aritméticas como de los pensamientos
del alma. En efecto, cuando se añade un número, se obtie­
ne otro; el anterior es abolido, y el advenimiento de una
nueva idea excluye la precedente.
Así pues, cuando se añade Abel, Caín queda de lado.
Esto se entiende mejor interpretando el sentido de los nom­
bres4. En efecto, Caín significa «adquisición», porque todo
lo que obtenía era para él, mientras que Abel es «el que lo
refería todo a Dios», vuelto hacia Él con una piadosa aten­
ción del alma, sin adjudicarse nada a sí mismo, como su her­
mano mayor, sino atribuyendo al Creador todo lo que ha­
bía recibido de El.
4. Por tanto, bajo el nombre de los dos hermanos hay
dos disposiciones que se combaten y se oponen mutua­
mente5: una, que adjudica todo a la propia mente, como si
ésta fuera de algún modo el origen de todo pensamiento,
sensación y movimiento -es decir, una que atribuye al in­
genio del hombre la capacidad de cada descubrimiento- y
otra que reconoce a Dios como origen y creador de todo y
todo lo somete a su gobierno, por cuanto es padre y guía.
La primera de las dos está personificada en Caín; la segun­
da, en Abel.

3. Gn 4, 2. Cf. Filón, D e sa- 4. Cf. F ilón , D e sacrificiis, 2.


crificiis Abelis et Caini {De sacrifi- 5. Cf. ibid., 3.
ciis), 1.
Caín y Abel, I, 1, 2-4 173

Una sola alma dio a luz estas dos disposiciones, que por
consiguiente son consideradas hermanas, porque han sido
formadas en un mismo vientre, aunque se oponen, ya que
conviene que ambas se distingan y se separen por más que
hayan sido engendradas en el seno de una misma alma; pues
a quienes se combaten es imposible que los acoja una mis­
ma morada.
También por eso Rebeca, cuando al ir a dar a luz dos
temperamentos de la naturaleza humana -uno para el bien,
otro para el mal-, sintió que se revolvían dentro de su se­
no -en efecto, Esaú era la imagen del mal, Jacob llevaba en
sí la figura del bien-, pidió al Señor, admirándose de lo que
le parecía una especie de desacuerdo en el feto que había
concebido, que le revelase la causa de ese mal que padecía
y le diese remedio. Por eso le fue dada una respuesta a su
oración: En tu seno hay dos razas y dos pueblos saldrán de
tu vientre 6.
Si aplicas esto al alma, comprenderás que la misma en­
gendra el bien y el mal porque de la única fuente del alma
manan ambos. Pero suele ser propio de un juicio prudente
rechazar el mal y en cierto modo alimentar y reforzar lo
que es bueno. Así pues, antes de dar a luz el bien -es de­
cir, la reverencia que a Dios es debida, de manera que todo
se le atribuye a El- el alma prefiere sus propios bienes; pe­
ro, cuando ha dado a la luz el reconocimiento que debe a
Dios, depone la soberbia de su corazón. Por tanto Dios, al
añadir la buena actitud al alma, es decir, Abel, eliminó la
perversa, es decir, Caín.

6. Gn 25, 23.
174 Ambrosio de Milán

Capítulo 2

5. Yo, sin embargo, en este lugar veo más bien, según


la Escritura, el misterio de dos pueblos, por cuanto Dios,
añadiendo para su Iglesia la fe de un pueblo devoto, su­
primió la perfidia del pueblo prevaricador, ya que las pala­
bras mismas parece que quieren decir esto, cuando Dios
afirma: En tu seno hay dos razas y dos pueblos saldrán de
tu vientre.
Esta figura de la sinagoga y de la Iglesia había apareci­
do antes en estos dos hermanos, Caín y Abel. Por Caín se
entiende el pueblo parricida de los judíos, que persiguió la
sangre de su Señor y Creador, es decir, de su hermano gra­
cias al parto de la Virgen María. Por Abel se entiende asi­
mismo el pueblo cristiano que se une a Dios, como dice
también David: Porque estar unido a Dios es un bien para
mí7, para unirse estrechamente a los bienes celestiales y se­
pararse de los de la tierra. Y en otro lugar dice: Se consu­
me mi alma en tu palabra8, porque ha puesto la regla y la
práctica de su vida no en los placeres de la tierra, sino en
el conocimiento del Verbo.
De lo cual se deduce que, no sin motivo, sino con ple­
na conciencia y discernimiento, ha sido escrito aquello que
leemos en los libros de los Reyes: Y fue sepultado junto a
sus padres9. Nos es dado pues comprender que (David) fue
semejante a los Padres en la fe. De lo que se deduce con
claridad que se refiere no tanto a la sepultura del cuerpo co­
mo a la participación de la vida.

7. Sal 72, 28. 9. 3 R 2, 10.


8. Sal 118, 81.
Caín y Abel, I, 2, 5-6 175

6. En definitiva, con razón se dice que ha sido escrito


de Isaac que, tras abandonar la forma de este cuerpo que
revestía a su alma, fue depositado junto a sus mayores10 por­
que se había adherido a las costumbres de su padre. Está
bien dicho «a sus mayores», no a su pueblo, como en otros
pasajes11. Porque en otros lugares leemos que algunos fue­
ron depositados junto a su pueblo, pero ésos no eran tan
eminentes; es más insigne, por el contrario, aquel que tuvo
pocos, no muchos, semejantes a él -en el pueblo están com­
prendidos más que en la propia familia- y se da más im­
portancia a ser semejante a pocos que a muchos.
Así pues, aquel que había sido engendrado por la pro­
mesa (de Dios), el que había sido elegido para un sacrificio
que pusiera a prueba la piedad, el que -recompensa del tra­
to con una sola esposa, es decir, el de la sabiduría, que co­
rresponde a la estirpe celeste, siempre coherente consigo
misma- no imitó la mezquindad del vulgo, ése fue consi­
derado digno de presentarse como testigo de la divina Es­
critura.
En efecto, allí donde hay trabajo, erudición, esfuerzo,
allí hay comunión colegial de muchos y una especie de par­
ticipación popular. Porque, al escuchar, hacen progresos mu­
chos a los que El ha llamado su pueblo. En cambio, donde
se observa una disciplina que no procede de la transmisión
humana, sino de la acumulación del ingenio sin necesidad
de esfuerzo, allí se observa la incorrupta pureza de una es­
tirpe sublime12.

10. Cf. Gn 35, 29. dencia divina la que conduce la


11. Cf. Dt 32, 50; 1 M 14, 30. historia de la humanidad y la que,
12. En estas expresiones se dentro de ella, escoge los instru­
vislumbra lo que quiere decir mentos que la hagan progresar. La
Ambrosio, como se explica en la historia de Caín y Abel confirma
introducción. Es la misma Provi­ todo esto.
176 Ambrosio de Milán

Y por eso se lee que Isaac, como un don de Dios, fue


depositado junto a su estirpe y no junto a su pueblo, a fin
de que reconozcas que fue un solícito imitador de las cosas
divinas más que de las humanas.
7. Dichosa también toda alma que, superando las apa­
riencias e incluso a su propia estirpe, merece oír aquello que
se le dijo a Moisés cuando se separó del pueblo: Pero tú
quédate conmigo°.
Porque así como en Isaac la figura de la encarnación del
Señor, sobrepasada la ley de la generación humana, superó
a sus antepasados -tanto que en él prevaleció no ya una gra­
cia ordinaria y popular, sino una especial prerrogativa, co­
mo enseña el texto sagrado: Las promesas fueron hechas a
Abrahán y a su descendencia. No dice «y a sus descendien­
tes», como si se tratara de muchos, sino de uno solo, esto es
de Cristo1
34-, así también en Moisés, la figura del Maestro
que había de venir a enseñar la Ley, predicar el Evangelio,
dar cumplimiento al Antiguo Testamento, establecer el Nue­
vo15, dar a los pueblos el alimento celestial, sobrepasó la dig­
nidad de la condición humana hasta el punto de que le con­
cedió el don del nombre de Dios, como encontramos escrito
en las palabras del Señor: Te ha constituido en Dios ante el
FaraónXb.
En efecto, vencedor de todas las pasiones y no seduci­
do por ningún atractivo del mundo, aquel que había re­
conducido esta morada del cuerpo a la pureza de la vida ce­
lestial17, guiando la mente, sometiendo y castigando la carne
con una autoridad por así decir regia, fue llamado con el
nombre de Dios, a cuya semejanza se había formado con la
riqueza de una virtud perfecta.

13. Dt 5, 31. 16. Ex 7, 1.


14. Ga 3, 16. 17. Cf. Flp 3, 20-21.
15. Cí. Mt 5, 17.
Caín y Abel, I, 2, 6-8 177

8. Y por eso no leemos de él, como de todos los de­


más, que murió porque se deterioró, sino que murió por la
palabra de Diosls; porque Dios no sufre decadencia ni dis­
minución, así como tampoco admite un crecimiento.
Por eso la Escritura añade: Nadie conoce hasta el día de
hoy el lugar de su tumba1819, para que entiendas que habla de
su traslado más que de su muerte: la muerte, en efecto, es
una especie de separación del alma y del cuerpo. Así pues,
murió por la palabra de Dios, como dice la Escritura, no
«según la palabra», para que adviertas que no se alude a un
anuncio de muerte, sino a un don de gracia. Fue, más que
abandonado, trasladado al cielo, y su sepultura nadie la co­
noce. Porque ¿quién ha logrado encontrar en la tierra los
restos de quien el Hijo de Dios en el Evangelio ha mostra­
do que vive junto a El20?
En fin, se apareció junto a Elias, del cual se lee que fue
arrebatado en un carro y no que fue sepultado ni muerto21;
en efecto, vive quien está con el Hijo de Dios. Ciertamen­
te se lee que Moisés murió, pero murió por la palabra de
Dios, por la que todo ha sido hecho. Pues por la palabra de
Dios tomaron consistencia los cielos22.
Así pues, por la fuerza de la palabra de Dios, su obra
no se destruyó, sino que se afirmó. Se comprende, por tan­
to, que Moisés no se disolvió en la tierra por la corrupción
del cuerpo, sino que recibió el gracioso don de una opera­
ción de la palabra divina, de modo que su carne obtuvo la
paz más que el sepulcro.

18. Dt 34, 5. «Palabra», en el 19. Dt 34, 6.


sentido de «orden, providencia», 20. Cf. Mt 17, 3.
porque la palabra divina tiene fuer­ 21. Cf. 2 R 2, 11.
za creadora. 22. Cf. Sal 32, 6.
178 Ambrosio de Milán

9. Y es bueno que se mantenga la distancia entre el Se­


ñor y el siervo para que se comprendan las prerrogativas
que son propias del Señor y las gracias dadas al siervo.
De Moisés se lee que nadie conoce su tumba; a su vez,
de Cristo, que su sepulcro ha sido levantado de la tierra23,
ya que aquél, según el misterio de la ley, esperaba la Re­
dención para resucitar, mientras que Este, según el don del
Evangelio, no esperaba la Redención sino que la donaba. Y
por eso su sepulcro no fue desconocido, sino ensalzado; la
humanidad no ha podido conservarlo durante más tiempo24,
porque gracias a El toda criatura ha conseguido ser elevada
de la esclavitud de la corrupción25. Por tanto, nadie conoce
el sepulcro de Moisés, ya que todos han conocido su vida;
todos, sin embargo, hemos visto el sepulcro de Cristo, pe­
ro ahora no lo conocemos26 porque hemos reconocido su
Resurrección.
Porque fue necesario que se conociera su tumba, a fin
de que fuera puesta de manifiesto su resurrección. Y por
eso en el Evangelio su sepultura ha sido descrita con gran
detalle27; no se la busca en la Ley porque, aunque la Ley
haya anunciado su resurrección28, es el relato evangélico el
que nos la ha confirmado con toda certeza.

23. Cf. Is 53, 8; Me 16, 19. Es­ sión de Is 57, 2 de la Vetus latina,
tos textos bíblicos se aplican difí­ reconstruida a través de autores de
cilmente a la tumba de Cristo. El los ss. il-lll: sepultura eius sublata
primero de Isaías se encuentra den­ est e m edio.
tro del llamado «Poema del Siervo 24. Cf. Hch 2, 24.
de Yavé» y se refiere al que «fue 25. Cf. Rm 8, 21.
arrebatado por un juicio inicuo». 26. Cf. 2 Co 5, 16.
El segundo describe la ascensión 27. Cf. Mt 27, 60.
de Jesús: «fue levantado a los cie­ 28. Cf. Is 11, 10.
los». Más ajustada resulta la ver­
Caín y Abel, I, 2, 9 - 3, 10 179

Capítulo 3

10. Así pues, para acabar lo que nos habíamos pro­


puesto -la Escritura dice que Dios añadió el alumbramien­
to de Abel , es decir el del mejor—, Eva, que antes había pe­
cado gravemente, dio a luz de sus entrañas un modo de
pensar que había de abolir el pecado cometido por la men­
talidad anterior.
Sería yo un mentiroso si esto no se comprobara en to­
do. En efecto, nacemos de tal manera que tenemos en no­
sotros la sensibilidad incierta de la infancia, después la del
adolescente, que se preocupa solamente del cuerpo, libre de
cualquier tipo de observancia o veneración por las cosas di­
vinas.
De ahí que, para demostrar que Jesucristo nació de una
virgen, con una innovación evidente de la naturaleza, diga
el profeta: He aquí que una virgen concebirá en su vientre
y dará a luz un hijo y su nombre será Emmanuel. Comerá
mantequilla y miel, antes de conocer el mal y el bien; por­
que antes de discernir el bien o el mal no tomará concien­
cia de la maldad para poder elegir el bien1*. Y más adelan­
te: Antes de que el infante aprenda a decir padre y madre,
recibirá las riquezas de Damasco y los despojos de Samaría
frente al rey de Asiriai0.
Porque El fue el único que no fue cautivado por la va­
nidad de este mundo y la soberbia de la carne, como aquel
que se humilló haciéndose obediente hasta la muerte 2
93031, con
mucha distancia diferente a cada uno de nosotros, que en

29. Is 7, 14-15. indicar que Cristo estará dotado


30. Is 8, 4. Isaías profetiza la de todas esas riquezas -parto vir­
destrucción de Samaría y de Da­ ginal, exención de pecado- desde
masco a manos del rey asirio. Am­ su nacimiento.
brosio aporta aquí esta cita para 31. Flp 2, 8.
180 Ambrosio de Milán

vano nos ensalzamos, ensoberbecidos por un ánimo carnal.


De ahí que ningún hombre esté sin pecado, ni siquiera un
niño de un solo día, mientras que El no cometió pecado323.
Por eso, en nosotros nace primero Caín, que se prefie­
re a sí mismo, y después es engendrado Abel, en el que es­
tá la veneración por la divinidad. Por tanto, en primer lu­
gar se insinúa en nosotros el mal y después se reconoce el
bien. Y donde está el bien, allí está lo justo; donde está la
justicia, allí está la santidad, es decir Abel, que no se apar­
ta de Dios.
11. Dice la Escritura: Y Abel se convirtió en pastor de
ovejas. Caín, a su vez, trabajaba la tierra?7’. No es una ca­
sualidad que, a pesar de haber nacido antes Caín, como en­
seña la Escritura, en este pasaje sea antepuesto Abel y que
la sucesión de los nombres no sea la misma que su orden
natural. ¿Qué quiere decir este cambio del orden, de mane­
ra que menciona primero al más joven, a la hora de descri­
bir la condición de vida y su actividad laboral? Examine­
mos la diferencia de los oficios para deducir el motivo de
esta preferencia.
La labor de la tierra es anterior como actividad, pero
inferior en dignidad al pastoreo de las ovejas. En efecto, es­
to último conviene a un maestro y a un guía; y es justo que
el mayor comenzara con la actividad más antigua y el más
joven prefiriera la más reciente, que no producía ninguna
espina, ningún cardo, ni estaba sometida a una sentencia
condenatoria34.
En definitiva, Adán, reo de pecado, fue expulsado del
paraíso de delicias para que trabajara la tierra35. Con razón,
pues, en el pasaje, cuando nacen estos hermanos, se man-

32. Cf. Jb 14, 4-5; 1 P 2, 22; 1 crificas, 11; Id., Q uaestiones, I, 59.
Jn 3, 5. 34. Cf. Gn 3, 18.
33. Gn 4, 2. Cf. Filón, D e sa­ 35. Cf. Gn 3, 17.
Caín y Abel, I, 3, 10 - 4, 12 181

tiene en la exposición el orden natural; pero allí donde se


habla de su modo de vida, el joven es antepuesto al mayor,
porque, aunque más joven en edad, es superior en la virtud.
En efecto, por lo que respecta al tiempo, la inocencia
viene después de la malicia y es casi igual en edad, pero es
anterior por la nobleza de sus méritos: Porque la vejez es
venerable no cuando es rica en años, sino en virtudes. La
madurez que da los años es una vida inmaculada36. Por tan­
to, que vaya por delante Caín allí donde se indica el naci­
miento, pero cuando se alude al modo de vivir, que Abel
tenga la precedencia37.
Pues ¿quién es capaz de negar que la adolescencia y la
misma juventud en sus comienzos está inflamada por las li­
sonjas de las más variadas pasiones, pero que cuando so­
breviene la edad más madura, una vez que se ha disipado la
tempestad de la lujuria juvenil, se difunde la calma y con­
duce, por decirlo de alguna manera, la nave del alma can­
sada al abrigo de puertos tranquilos? Así las violentas pa­
siones de nuestra adolescencia se aplacan en la apacible
fidelidad de la vejez.

Capítulo 4

12. Por tanto, adoctrinado por tales ejemplos de la na­


turaleza, no dudes de que la maldad precede en el tiempo,
pero crece débil. La malicia tiene la ventaja de la edad, mien­
tras que la virtud posee la prerrogativa del prestigio, que de
ordinario el insensato cede a quien está en su cabal juicio38.

36. Sb 4, 8. quiere decir que la maldad nace


37. Cf. Filón, D e sacrificiis, 14. primero, pero es débil. En ella uti­
38. Ambrosio expone aquí en liza un neologismo, iu ven cu lesco,
dos frases escuetas un razona­ «hacerse joven», que traducimos
miento complejo. Con la primera por «crecer». En la segunda, en
182 Ambrosio de Milán

De esto da testimonio fiel la Sagrada Escritura, que


muestra cómo Esaú, cuyo nombre alude a la estupidez, ce­
dió de buen grado la primogenitura a su hermano Jacob,
llegando a decir: ¿Para qué me sirve la primogenitura?1''’. Pe­
ro lo que él desdeñó, otro varón dotado de un nombre que
significa empeño, se apresuró a merecerlo. ¿No te parece
que Esaú, como si hubiera sido vencido en una contienda
para la que se consideraba inferior por la fragilidad de su
propia mente, cedió la corona a un vencedor, a quien veía
que no se doblegaba a ningún deleite de las pasiones, con
las que él mismo no era capaz de evitar la derrota?
¿Para qué me sirve la primogenitura?, dice. En efecto,
para los malvados no cuentan las insignias de la virtud; en­
tre los sabios ocupan el primer lugar, ya que el interés por
la virtud es en cierta manera un instrumento para obtener­
la. Porque así como no puede haber un combatiente sin ar­
mas, del mismo modo no puede haber virtud sin empeño.
De ahí que también el Señor en el Evangelio diga: Desde los
días de Juan el Bautista el reino de los cielos es tomado a la
fuerza y los violentos lo conquistan40, y en otro lugar: Bus­
cad el reino de Dios y he aquí que todo estará a vuestro al­
cance’'. No a los somnolientos ni a los ociosos, sino a los
que vigilan y trabajan se les promete el premio..., sino que
está preparada la recompensa para un esfuerzo que, aunque

primer lugar contrapone la maldad a ser ilustrada con una nueva com­
a la virtud constatando la superio­ paración entre Esaú y Jacob, si­
ridad de esta última, para a conti­ guiendo el modelo de Filón. Cf.
nuación expresar la diferente acti­ Filón, D e s a c r i f i c i i s , 17-18.
tud del insensato y el prudente 39. Gn 25, 32.
ante ellas. La alusión a Caín -ma- 40. Mt 11, 12.
yor/malvado/insensato- y a Abel 41. Mt 6, 33.
-más joven/virtuoso/prudente- va
Caín y Abel, I, 4, 12-13 183

no sea atrayente y apacible, sin embargo es rentable para


conseguir el premio42.
13. Esto enseña el tenor de la Ley, tal como lo encon­
tramos escrito: Si un hombre -dice- tuviera dos esposas, una
de ellas amada y la otra odiosa y ambas - la amada y la
odiosa- le hubieran dado hijos y el primogénito fuera hijo
de la odiosa, el día en que dejará a los hijos como herede­
ros de su propia hacienda, no podrá dar la primogenitura al
hijo de la mujer amada dejando de lado al hijo de la odio­
sa, sino que reconocerá como primogénito al hijo de la mu­
jer odiosa y le entregará la dote de todos los bienes que se
encuentran en su poder, porque él es la primicia de sus hijos
y a él se le debe la primogenitura 43.
¡Cuán profundos secretos de los misterios divinos se
encierran en estas palabras! Reconoce, alma, las obras que
has dado a luz y busca el misterio de esta mujer odiosa. Las
encontrarás en ti si las buscas. Repite mentalmente tus pen­
samientos, recuerda tus sentimientos y reconocerás a quién
corresponde la primogenitura. Porque en cada uno de no­
sotros cohabitan dos mujeres que se encuentran divididas
por enemistades y discordias, que llenan la casa de nuestra
alma como con disputas de su celotipia. Una de ellas es pa­
ra nosotros fuente de suavidad y amor, alentadora conseje­
ra de lo atractivo, y se llama Placer. Nosotros consideramos
a ésta como allegada de la familia, mientras que a la otra,
cuyo nombre es Virtud, la tenemos por cruel, áspera, desa­
gradable44.

42. C. Schenkl propone llenar 43. Dt 21, 15-17. Cf. Filón,


la laguna de modo que la frase di­ D e sacrificiis, 19.
ría: «está preparada la recompensa, 44. Cf. ibid., 20.
[no a la desidia] sino al esfuerzo».
184 Ambrosio de Milán

14. Así pues, aquella impúdica (el Placer), con sus movi­
mientos de ramera, su paso quebrantado por los deleites, lan­
zando sus redes con señales de ojos y juegos de párpados,
con los que captura las preciosas almas de los jóvenes -por­
que el ojo de la prostituta es lazo para el pecador-, si ve a
uno de ellos pasar con aire indeciso, le sale al encuentro en
un rincón apartado de su casa con palabras graciosas, ha­
ciendo que vacilen los corazones de los jóvenes: inquieta en
su casa, vagando por las plazas, pródiga en caricias, privada
de pudor, ostentosa en el vestido, pintada en el rostro45*.
En efecto, ya que no puede tener la auténtica gracia de
la naturaleza, simula la belleza exterior con una apariencia
seductora, no con la verdad. Rodeada por una escolta de vi­
cios y circundada por un coro de malos hábitos, guía de de­
litos, toma al asalto los muros de la mente humana con es­
tas engañosas palabras: Presento un sacrificio de paz, hoy
rindo mis votos. Por este motivo he salido a tu encuentro
anhelando ver tu rostro y te he encontrado. He adornado
mi lecho con guirnaldas y lo he cubierto con alfombras de
Egipto. He rociado mi lecho con perfume de azafrán y mi
casa con cinamomo. Ven, disfrutemos del amor hasta el al­
ba. Ven y embriaguémonos con el placer4b.
Por boca de Salomón vemos descrita esta especie de
prostituta. Pues ¿qué otra cosa hay tan parecida a una me­
retriz como el placer de este mundo, que desde la ventana
de su casa insinúa con el juego de los ojos las primeras ten­
tativas de acercamiento y penetra enseguida si tú continúas
mirando hacia la plaza, es decir, hacia las vías públicas re­
corridas por los transeúntes, y no vuelves la mirada de tu
mente a los profundos misterios de la Ley?

45. Cf. Pr 7, 8ss.; Filón, D e 46. Pr 7, 14-18.


m erced e m eretricis (De m erced e), 2.
Caín y Abel, I, 4, 14 185

Es ella ciertamente la que con lazos suficientemente re­


sistentes teje una especie de maraña de relaciones íntimas
con nosotros, de modo que el que en ella se apoya perma­
nece atado; y es ella la que cubre la prostitución de su cuer­
po con el velo de un engaño ignominioso a fin de seducir
el ánimo de los jóvenes, aduciendo la ausencia del marido,
es decir, el desprecio a la Ley.
En efecto, la Ley está ausente para quienes pecan, por­
que si estuviera presente no se cometerían culpas. Y por eso
dice: En verdad mi marido no está en casa, se ha ausenta­
do para un viaje larguísimo, llevándose en la mano la bol­
sa del dinero47. ¿Qué voy a decir sobre el significado de to­
do esto, sino quizás que los ricos piensan que no hay nada
que resista a su dinero y que querrían que también la Ley
estuviera en venta para su ventaja?
El Placer difunde sus olores, ya que no tiene el perfu­
me de Cristo4748, ostenta tesoros, promete reinos, ofrece amo­
res eternos, promete abrazos nunca experimentados, erudi­
ción sin pedagogo, elocuencia sin maestro, una vida sin
preocupaciones, dulces sueños, placeres inextinguibles49.
Dice la Escritura: Seduciéndolo con la poderosa lisonja
de sus discursos y atándolo con los lazos de sus labios lo atra­
jo hasta su casa. Y él la ha seguido, cayendo en la trampa50.
Resplandecía la sala con el lujo propio de un rey, relu­
ciente en sus adornadas paredes, y el pavimento estaba hú­
medo, inundado de vino51. La tierra rezumaba ungüentos,
cubierta de espinas de peces y alfombrada con flores ya des­
hojadas. Allí el clamor de los comensales, los gritos de los
contendientes, la violencia de los que riñen, los coros de los

47. Pr 7, 19-20. 51. Cf. Virgilio, Eneida, I, 637-


48. Cf. 2 Co 2, 15. 641; C icerón, Pro Gallio, frag., 1;
49. Cf. Filón, D e m erced e, 2. también A mbrosio, H el., 8, 25; 13,
50. Pr 7, 21-22. 46.
186 Ambrosio de Milán

cantantes, el estrépito de los que danzan, el cacareo de las


risas, el aplauso de los lujuriosos, todo es confuso, nada se­
gún el orden de la naturaleza. Allí las bailarinas rapadas y
los jóvenes esclavos con la cabellera rizada, la indigestión
de los comilones, los eructos de los glotones, la sed de los
ebrios, la resaca de ayer, la pesadez de estómago de hoy, las
copas llenas con el vómito de los bebedores, que rebosan
de embriaguez más de lo que hubieran podido estar llenas
de vino nuevo.
El en persona, de pie en medio, exclama: Bebed y em­
briagaos5253, para que cada uno caiga y no se levante más.
Comparezca el primero ante mí aquel que sea el más de­
pravado de todos. Me pertenece aquel que ya no es due­
ño de sí mismo, me es más agradable aquel que es más ne­
fando para él mismo. El dorado cáliz de Babilonia está en
mi mano y embriaga toda la tierra: de mi vino han bebi­
do todas las gentes55. Por tanto, que se dirija a mí el que
sea más insensato y a quienes carecen de sabiduría les or­
deno, diciendo: Saboread los exquisitos panes clandestinos
y bebed el agua robada, que es más dulce54. Comamos y
bebamos, porque mañana moriremos55. Pasará nuestra vi­
da como las huellas de una nube y se disipará como la nie­
bla. Venid, pues, y gocemos de los bienes presentes y apre­
surémonos a hacer uso de las criaturas como de la juventud.
Saciémonos de vino exquisito y de perfumes y no se nos es­
cape la flor de la edad. Coronémonos de rosas antes de que
se marchiten. No haya pradera que no atraviesen nuestras
ansias de gozar; dejemos por doquier las huellas de nues­
tra alegría55.

52. Jr 25, 27. 55. Is 22, 13.


53. Jr 51, 7. 56. Sb 2, 4-9.
54. Pr 9, 16-17.
Caín y Abel, I, 4, 1 4 - 5 , 15 187

«Todas estas cosas se dejan aquí y nadie llevará nada


consigo, sino aquello que ha recogido con el goce del
cuerpo57. En definitiva, yo mismo he establecido esta fi­
losofía. Y no hay ninguna más veraz que aquella que de­
clara bueno lo que es dulce y agradable. Por tanto, dad
crédito a la filosofía, o mejor a la sabiduría de Salomón».

Capítulo 5

15. Al oír estas palabras el hombre, herido en sus en­


trañas como el ciervo alcanzado por la flecha58, presta aten­
ción. Pero la Virtud, compadeciéndolo y viendo que está a
punto de caer, viene en su ayuda de inmediato, temiendo
que la mente humana sea capturada por tales encantos li­
sonjeros59.
Dice: «Comparezco ante ti, que no me buscas, para que
no engañe tu imprudencia y te enrede la mujer desenfrena­
da y corrompida60 que no conoce el pudor. Está sentada a
la puerta de su casa en un trono y llama en voz alta a quie­
nes pasean por las plazas6I. Por tanto, ahora, hijo mío, escú­
chame y atiende a las palabras de mi boca. No se aparte ha­
cia sus caminos tu corazón, porque ha hecho ya caer a
muchos, hiriéndolos, y son innumerables aquellos a los que
ha masacrado. Su casa es el camino hacia los infiernos que
conduce al lugar de la muerteh2. Aleja, pues, de ti la boca
perversa y arroja fuera de ti los labios injustos. Contemplen
tus ojos la vía rectaa. No prestes oídos a la mujer engaña­
dora. Porque destilan miel los labios de esa mujer deprava-

57. Cf. C icerón, D e fin ibu s, 60. Pr 9, 13.


II, 106; Id., D isputationes Tuscula- 61. Pr 9, 14-15.
nae, V, 101. 62. Pr 7, 24-27.
58. Cf. Pr 7, 22-23. 63. Pr 4, 24-25.
59. Cf. F ilón, D e m erced e, 3. 64. Pr 5, 3.
188 Ambrosio de Milán

daM, que durante cierto tiempo llena de placer tu boca, que


después sentirás más amarga que la hiel».
«La luz diurna faltaría antes de que yo acabara de ex­
poner sus vicios, que por cierto han sido descritos clara­
mente en los Proverbios, por boca de la Sabiduría: No te
dejes vencer por el deseo de poseer su belleza65. Es falsa, im­
buida de engaños, nunca iluminada por un esplendor au­
téntico y genuino. Y no te dejes cautivar por la vista, por­
que en derredor hay redes extendidas. Más bien imita y
sigue a aquel que salta sobre los montes y recorre las coli­
nas, mirando a través de las ventanas, asomándose por en­
cima de las cortinas66».
«Perniciosas son las ataduras del placer. Deleita los ojos,
halaga los oídos, pero ensucia la mente; cuenta muchas men­
tiras, acumula falsedades, esconde la verdad, promete dine­
ro, ofrece oro, pero destruye la disciplina. Tú, por el con­
trario, acepta la instrucción más que el dinero y la ciencia
por encima del oro fino, porque vale más que las piedras pre­
ciosas^».
«No te ocultaré qué puntos culminantes tiene el placer,
para que no dé la impresión de que te desvelo sus lados de­
sagradables y te escondo los que dan gusto68. Porque soli­
cita y eleva la mente con palabras convincentes y muestra
todos los reinos de la tierra, diciendo: Todo esto te daré si
postrándote me adoraresb9. En ese momento, guárdate de de­
jarte arrastrar por las cosas pasajeras y que no permanecen,
en las que se encierra una gran tentación».
16. «El Señor Jesús te ha enseñado con claridad cómo
resistir a este tipo de tentaciones. El diablo le había tendi­
do en primer lugar el lazo de la gula, diciendo: Si eres H i­

t e . Pr 6, 24-25. Cf. Filón, D e 67. Pr 8, 10-11.


m erced e, 4. 68. Cf. Filón, D e m erced e, 4.
66. Ct 2, 8-9. 69. Mt 4, 9; cf. Le 4, 7.
Caín y Abel, I, 5, 15-16 189

jo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan70. El


Señor respondió: No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que viene de Dios7172. Diciendo esto, se liberó
del lazo».
«De nuevo el demonio tendió una segunda asechanza:
la vanidad, que es capaz de sofocar incluso una mente bue­
na que avanza por un camino de prosperidad. El Evangelio
dice: Y lo condujo a Jerusalén y lo colocó sobre el pináculo
del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate de aquí,
porque escrito está que ha dado órdenes a sus ángeles de que
te guarden; porque te tomarán en sus manos para que tu pie
no se golpee contra las piedras71. Y así, aun pudiendo arro­
jarse sin ningún peligro, el Señor Jesús -en cuya ayuda ha­
bría acudido el vuelo de los ángeles-, para que no se pro­
dujera ningún tipo de vanidad, respondió al diablo: No
tentarás al Señor tu Dios771. Al mismo tiempo nos enseñó a
guardarnos de hacer la voluntad del diablo. Porque si de­
bemos evitar hacer ostentación de lo que es verdad, ¿cuán­
to más nadie debe hacer ostentación de lo que es falso co­
mo si fuera verdadero?».
«Queda un tercer lazo, el de la avaricia y la ambición.
Poniéndolo sobre un monte, le mostró todos los reinos de
la tierra en un instante74. Dice bien en un instante, porque
no pueden durar. Espera un momento, y enseguida pasan.
Así pues, a quienes los persiguen, les parece que se en­
cuentran sobre un monte, pero no duran mucho, como es­
tá escrito: Vi al impío ensalzarse y elevarse por encima de
los cedros del Líbano: volví a pasar y he aquí que ya no es­
taba77’. Mas quien los estima como el valor más alto, de­
muestra que es adorador del diablo, cuyo dios es el vientre

70. Le 4, 3; cf. Mt 4, 3. 73. Le 4, 12; cf. Mt 4, 7.


71. Mt 4, 4; cf. Le 4, 4. 74. Le 4, 5.
72. Mt 4, 5-6; Le 4, 9-11 75. Sal 36, 35.
190 Ambrosio de Milán

y cuya gloria radica en algo de lo que debería avergonzar­


se76. Tú, en cambio, busca la gloria en Dios, que te dice:
Adorarás al Señor tu Dios y a El solo servirás777
8; de El reci­
birás dones eternos, no temporales».
17. «Si, a pesar de todo, alguno ama estos bienes, pída­
selos con moderación a Aquel que es la verdadera fuente de
todos ellos. Porque incluso los mismos bienes de su pecu­
lio, que parecen ser poder exclusivo del diablo, pertenecen
a otro, como él mismo dice: Te daré todo este poder y la
gloria de estos reinos porque me han sido confiados7S. Espé­
ralos por tanto -aunque para una breve vida no se debe bus­
car un bagaje para largo-, pero de Aquel que lo ha creado
todo, que lo ha entregado al diablo por un tiempo limita­
do, no para que los posea, sino para que los haga objeto de
prueba. Porque no era posible obtener una corona sin que
hubiera lucha79. Era necesario someter a prueba a los vaci­
lantes para que los justos recibieran la corona».
18. «Así pues, confió al diablo estos bienes, porque en
ellos mismos radica la pena de quien los recibe si no sabe
utilizarlos. Porque ¿qué sentido tiene un tesoro para uno
que vive en el lujo, si no es el consumo de ese lujo? Pero
no es el amante del lujo el que recibe la aprobación, sino el
que se comporta frugalmente. Por eso, usa con moderación
las cosas que se te presentan, de modo que no te hagas odio­
so por comer excesivamente. Porque insomnio y pesadillas
acompañan al hombre glotón80».
«Y más adelante: Si has sido obligado a comer, levánta­
te y vomita: te sentirás aliviado y no infligirás enfermedad
a tu cuerpou . Y es que a muchos mata su gula, a nadie la
frugalidad; a muchos dañó el vino, a ninguno la modera­

76. Flp 3, 19. 79. Cf. 2 Tm 2, 5.


77. Mt 4, 10; Le 4, 8. 80. Si 31, 24.
78. Mt 4, 9; Le 4, 6. 81. Si 31, 25.
Caín y Abel, I, 5, 16-19 191

ción. Muchísimos han entregado su alma en medio de un


banquete y llenaron las mesas con su propia sangre82. A
otros los excesos en la comida les han robado la voz y los
sentidos y, si para algunos la gula no fue nociva, la embria­
guez fue su ruina. A algunos una borrachera, aunque en sí
misma ya es un pecado, los condujo al crimen; a otros los
redujo a la miseria».
«Por último, escucha quiénes son aquellos a los que
Cristo excluye: Cuando haya entrado el padre de familia y
haya cerrado la puerta -dice-, vosotros estaréis fuera y co­
menzaréis a golpear la puerta, gritando: ¡Abrenos! Y él en
respuesta os dirá: ¡No sé de dónde sois! Apartaos de m í to­
dos vosotros, los que obráis la iniquidad. Entonces empeza­
réis a decir: Hemos comido y bebido en tu presencia y tú has
enseñado en nuestras plazas. Y El os dirá: No sé de dónde
sois*3. Has oído lo que ha dicho de los comilones; escucha
ahora lo que dice de los que ayunan: Bienaventurados los
que ahora tienen hambre y sed, porque serán saciados84. Y
más adelante: Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque
tendréis hambre 85».
19. «Pero ¿quieres comer, quieres beber? Ven al ban­
quete de la Sabiduría, que invita a todos, diciendo a gran­
des voces: Venid y comed mis panes y bebed el vino que he
preparado para vosotros*6. ¿Te gustan los cánticos que de­
leitan los oídos del que banquetea? Escucha a la Iglesia que
exhorta, escucha a la que canta no sólo en los himnos, sino
también en el Cantar de los Cantares: Comed, amigos mí­
os, y bebed y embriagaos, hermanos míos*7. Pero esta em­
briaguez crea hombres sobrios, es una embriaguez de gra­
cia, no de embotamiento. Provoca alegría, no tambaleos».

82. Cf. A mbrosio, Hel. 8, 22-23. 85. Le 6, 25.


83. Le 13, 25-27. 86. Pr 9, 5.
84. Le 6, 21. 87. Ct 5, 1.
192 Ambrosio de Milán

«Y no temas que en el banquete de la Iglesia te vayan


a faltar agradables perfumes, o dulces bocados, o variedad
de vinos, o nobles comensales, o siervos convenientes. ¿Qué
hay más noble que Cristo, el cual es sacerdote y víctima en
el banquete de la Iglesia88? Ponte al lado de este comensal
que se ha recostado a la mesa89 y únete así a Dios. No des­
deñes la mesa que Cristo eligió al decir: He entrado en mi
jardín, hermana, esposa mía. He vendimiado la mirra jun­
to con mis aromas, he comido mi pan con mi miel y he be­
bido el vino con mi leche90».
«En el jardín, es decir, en el Paraíso tiene lugar el ban­
quete de la Iglesia, donde estaba Adán antes de cometer el
pecado. Allí se sentaba a la mesa Eva, antes de concebir y
dar a luz el pecado. Allí vendimiarás la mirra, o sea, la se­
pultura de Cristo, a fin de que sepultado con él en la muer­
te por medio del bautismo, como El resucitó de los muertos,
así también tu resucites91. Allí comerás el pan que fortifica
el corazón del hombre92, degustarás la miel con la que se
endulzará la cavidad de tu paladar93. Beberás vino con le­
che, es decir, con esplendor y sinceridad, tanto porque la
sencillez es pura, como porque es inmaculada la gracia que
se obtiene en la remisión de los pecados, o porque nutre a
los recién nacidos con la abundancia de su consuelo94 a fin
de que, alimentados en la alegría, crezcan hacia la plenitud
de la edad perfecta».
«Súmate, pues, a este banquete. ¿O temes acaso que la
excesiva estrechez de la casa o la reducida sala del banque­
te te angustien? ¡Oh, Israel, qué grande es la casa de Dios

88. La expresión de Ambrosio 90. Ct 5, 1.


es, al pie de la letra «Cristo que 91. Rm 6, 4.
sirve y es servido...», con referen­ 92. Cf. Sal 103, 15.
cia a Mt 20, 28 y Jn 13, 5ss. 93. Cf. Ct 4, 11.
89. Cf. Jn 13, 23. 94. Cf. 1 Co 3, 2.
Caín y Abel, I, 5, 19-20 193

y qué enorme es el lugar de su dominio! Es grande y no tie­


ne frontera, alto y sin medida. Allí estuvieron los famosos
gigantes que existieron desde el comienzo con su gran esta­
tura y expertos en la guerra. Dios no los eligió a ellos9596. Y
no los eligió en justicia, porque conocían la guerra, no la
paz. Por eso, tú aprende la paz a fin de que Dios te elija.
Pero, para que no juzgues por azar privada de adornos la
grandeza de esta casa y te deleiten las habitaciones provis­
tas de columnas, la Sabiduría se construyó una casa y la sos­
tuvo con siete columnas9k».
«Y Jesús mismo, nuestro Señor, recuerda que en la ca­
sa de su Padre hay muchas mansiones97. En esta casa, por
tanto, comerás alimentos para el alma y beberás para la men­
te, de modo que en lo sucesivo no pases jamás hambre ni
sed. Porque el que come, come hasta la saciedad, y el que
bebe, bebe hasta la embriaguez».
20. «Mas, este tipo de embriaguez es custodia del pu­
dor, mientras que es fuente de desenfreno la embriaguez
producida por el vino, por culpa del cual se consumen en
el cuerpo las visceras internas, se quema la voluntad, arde
el alma. La lujuria es aguijón desaforado de las culpas, que
jamás permite que quien es afectado permanezca sereno. De
noche, hierve; de día, ansia; desvela del sueño, aparta de las
ocupaciones, aleja de la razón, quita el buen juicio, inquie­
ta a los que aman, predispone a las caídas, acecha a los cas­
tos, inflama el afán de poseer y se enciende con el hábito».
«No hay medida en el pecado y la insaciable sed de mal­
dades no puede extinguirse sino con la muerte de quien las
desea. Por eso dice el Apóstol: Huid de la fornicación98, a
fin de que, con una rápida huida, podamos evitar de algún

95. Ba 3, 24-27. 97. Cf. Jn 14, 2.


96. Pr 9, 1. 98. 1 Co 6, 18.
194 Ambrosio de Milán

modo la crueldad de una tirana furiosa y liberarnos de una


terrible esclavitud99».
21. «Y ¿qué diré de la avaricia, esa insaciable ansia de di­
nero y de riquezas, un desenfreno que cuanto más acumula,
tanto más pobre se cree? Envidiada de todos, despreciable a
sus propios ojos, miserable en medio de las mayores rique­
zas, con su avidez rebaja toda su abundancia en riquezas. No
hay moderación para la rapiña allí donde no existe una me­
dida para el afán de poseer. De tal manera se apodera del al­
ma, de tal manera la alimenta con su llama, que se diferencia
de la lujuria únicamente en esto: esta última es amante de los
cuerpos, aquélla de los bienes terrenos».
«Arremete contra los elementos, surca los mares100, re­
vuelve la tierra, agobia al cielo con sus peticiones, no está
contenta ni con el tiempo sereno ni con el nebuloso, se la­
menta de sus rendimientos anuales y critica las recolectas del
campo. Pero ésta es una enfermedad del alma, no su salud».
«Con pocas palabras el Eclesiastés lo expresa: Hay un
malestar pernicioso, que he visto bajo el sol: que se guardan
las riquezas en perjuicio de quien las posee101. Y antes: El
que ama el dinero no será saciado con el dinero102. Y tam­
bién: No hay límite para su búsqueda de bienes103. Si buscas
tesoros, acepta los invisibles y ocultos, que puedes encon­
trar en lo más alto de los cielos, no en las venas profundas
de la tierra».
«Sé pobre de espíritu y serás rico, cualesquiera sean tus
bienes materiales, porque la vida del hombre no se funda­
menta en la abundancia de las riquezas'04, sino en la virtud

99. Cf. V irgilio, Églogas, I, 40. m enón, 440.


100. Cf. V irgilio, Eneida, X, 101. Qo 5, 12.
197; Ovidio, Pontinas, I, 4, 35; Id., 102. Qo 5, 9.
M etam orfosis IV, 707; Plinio, H is­ 103. Ba 3, 17.
toria natural, I, 2, 4; Séneca, Aga­ 104. Le 12, 15.
Caín y Abel, I, 5, 20 - 6, 22 195

y en la fe. Ésas son las riquezas que te harán verdadera­


mente rico, si lo eres ante Dios105».

Capítulo 6

22. Has escuchado los secretos del Placer106, has oído


también los dones de nuestras riquezas, que yo he juzgado
dignos no de ser explicados con una cubierta ornamental,
sino de ser expuestos con las palabras desnudas de la Es­
critura, para que brillen con su luz propia y a su vez hagan
sentir su propia voz.
En efecto, ni el sol ni la luna necesitan un intérprete107;
tienen como intérprete el resplandor de su luz, del que está
llena toda la faz de la tierra. Tienen por testigo fidedigno su
esplendor, sin necesidad de ninguna explicación; él es, por
así decir, una especie de testigo sin testigo, que no tiene ne­
cesidad de la declaración de otro y que se presenta de in­
mediato ante los ojos de todos. Por eso, tampoco nuestras
obras necesitan presentación, sino que claman y se anuncian
a sí mismas.
Ciertamente -para no pasar por alto lo que es tenido
por dificultoso en nuestra doctrina-, se exige fe, se pide es­
fuerzo, se requieren obras108*. Porque con estas tres compo­
nentes el Señor Jesús ha definido los deberes del hombre
piadoso: Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad
y se os abrirá™. Y más adelante: Así pues, todo aquel que

105. Cf. Le 12, 21. quien se queda en el esfuerzo y la


106. Cf. F ilón , D e m er ced e, 4. instrucción como requisitos para
107. Cf. Id., D e sacrificiis, 34. avanzar en la práctica de la virtud.
108. En este pasaje se observa Cf. F ilón , D e sacrificiis, 35ss.,
claramente que Ambrosio va mu­ 112.
cho más allá que su modelo Filón, 109. Mt 7, 7.
196 Ambrosio de Milán

escucha estas palabras mías y las pone en práctica es seme­


jante a un hombre sabio110.
23. Quien haya perseguido con empeño estos objetivos
recibirá la bendición de la primogenitura, como el patriar­
ca Jacob, quien con la templanza y la fe borró las huellas
de las pasiones humanas. El dice: Dios ha tenido misericor­
dia de m í y lo tengo todo111.
Por tanto, merezcamos esta misericordia con la fe, el es­
fuerzo y las obras, disciplinas con las que Israel encontró la
gracia de Dios y, a través de ella, todo. El se alegraba, en
efecto, de tener para sí en abundancia no las riquezas de es­
te mundo, sino la práctica de las virtudes. Leguemos a nues­
tros herederos estas virtudes que el santo Abrahán dejó co­
mo herencia suya en la persona de su hijo Isaac, confiando
a este varón sabio y justo112 todo el legado de sus obras bue­
nas y no concediendo a las esclavas m a los hijos de las es­
clavas ningún derecho hereditario, sino tan sólo el regalo de
una donación113.
Porque las virtudes perfectas reciben en herencia el pa­
trimonio de la gloria; a las comunes y mediocres se les arro­
ja alguna cosa de escaso valor. Por eso Agar114, que en latín
significa «extranjera» y «transhumante», lo mismo que Que-
tura115, que significa «la perfumada», no son herederas. En
efecto, el mediocre en la práctica de las virtudes es un iti­
nerante, no un ciudadano de la sabiduría: se encuentra ro­
ciado de perfume, pero no saturado de fruto. El alimento,
no el olor, es el que causa la salud, porque éste es sólo el

110. Mt 7, 24. esclava de Abrahán podría signifi­


111. Gn 33, 11. Cf. F ilón , D e car «huida», que en árabe se dice
sacrificiis, 42ss. h e gira.
112. Cf. Gn 25, 5. 115. Segunda esposa de Abra­
113. Gn 21, 10; 25, 6. hán, tras la muerte de Sara: cf. Gn
114. Este nombre semita de la 25, 1.
Caín y Abel, I, 6, 22-24 197

mensajero de los frutos. Por tanto, comprendemos que de­


ben preferirse las virtudes principales a las secundarias y las
indígenas a las foráneas.
24. Todo esto según lo que se puede comprender con
la inteligencia. Pero, según el misterio, Abrahán, el padre de
las gentes, dejó toda la herencia de su fe116 a su descenden­
cia legítima, que es Cristo; él (Abrahán) vino a esta tierra
como extranjero, de manera que recogió de esta vida más el
perfume que el fruto.
Cuando la mente escucha estas verdades, se aparta del
placer y se adhiere a la virtud, admirando de la belleza au­
téntica, la gracia, el puro afecto, la autenticidad del pensa­
miento, el vestido modesto; es decir, se fundamenta no en
la persuasión del discurso, sino en la manifestación del Espí­
ritu 117 -tal es la expresión del pensamiento del Apóstol-, que
resplandece en el manto de la verdad y de la piedad, más
valioso que todo el oro; además, acoge el coro de la pru­
dencia, de la templanza, de la fortaleza, de la justicia, que
desprenden el perfume de las buenas normas de vida, im­
ponen respeto e infunden gracia.
En consecuencia, la mente, movida por tales razona­
mientos, escoge el ejercicio de la virtud al que Jacob, varón
que se empeñó en un ejercicio asiduo, dedicó su mente. Por
eso es presentado como pastor de ovejas118, porque se pien­
sa que más importante que gobernar pueblos y estar al fren­
te de ciudades es dominar el cuerpo, sus sentidos y el pla­
cer, así como frenar la lengua de modo que no ande suelta
como oveja descarriada. En efecto, es más difícil dominar­
se a sí mismo que a otros. Superar el propio estado de áni­
mo, reprimir la irascibilidad, unificar las leyes de la mente

116. Cf. Ga 3, 16. 118. Cf. Gn 30, 31ss.


117. 1 Co 2, 4.
198 Ambrosio de Milán

y de la carne es propio de un hombre inmortal que no se­


rá presa de las puertas del infierno.
He aquí la razón por la que Moisés, el promulgador de
la Ley, reivindicó para sí el cometido de llevar a pacer a las
ovejas de Jetró119 -cuyo nombre significa «superfluo»- y
conducirlas al desierto. Por eso consiguió dominar la lo­
cuacidad irracional de un modo de hablar trivial y vulgar al
explicar los secretos misterios de una doctrina sobria.
Por eso los pastores de ovejas eran objeto de odio pa­
ra los egipcios120, porque todos aquellos que se han entre­
gado a tales pasiones del cuerpo y condescienden con sus
placeres, huyen con una especie de aversión de quien tiene
discernimiento de la palabra y es maestro de virtud. Tam­
bién por eso, mediante enigmas, Moisés enseñó que son
agradables a Dios los sacrificios121 que todo hombre im­
prudente evita, esto es, las obras y los mandamientos de la
virtud. Este es el motivo por el que se lee que Abel fue pas­
tor, mientras que Caín cultivaba la tierra122. Caín, hombre
necio, no pudo soportar la luminosa belleza de la virtud que
resplandecía en su hermano.

Capítulo 7

25. Y sucedió que, después de unos días, Caín ofreció al


Señor el sacrificio de los frutos de la tierra123. Doble culpa:
una, porque lo ofreció al cabo de unos días; otra, porque lo
hizo de los frutos, no de las primicias. Porque un sacrificio
tiene valor por su rapidez y por la disposición con que se
ofrece. Por eso está mandado: Si haces un voto, no retardes

119. Cf. Ex 3, 1; Filón, D e sa- 122. Gn 4, 2.


crificiis, 50ss. 123. Gn 4, 3; cf. Filón, D e sa-
120. Cf. Gn 46, 34; 47, 3. crificiis, 52-53.
121. Cf. Gn 4, 4.
Caín y Abel, 1, 6, 24 - 7, 26 199

el cumplirlo, porque es mejor no hacerlo que hacerlo y no


mantenerlo124. Y cuando lo retrasas, no lo cumples.
Un voto es una petición de favores a Dios con la pro­
mesa de ofrecerle a cambio un don; por tanto, cuando has
obtenido lo que pediste, es propio de un ingrato retardar lo
que se ha prometido. Porque en el entretanto, o se insinúa
a los negligentes el olvido de lo que han obtenido, o anida
en el corazón de los presuntuosos y soberbios la atribución
a sí mismos y a su propia capacidad de lo que ha ocurrido
y no adjudicarlo al autor de la gracia, sino considerarse ar­
tífices de sus propios bienes.
Hay un tercer tipo de pecado, ciertamente menos gra­
ve pero casi igual que la arrogancia: el de aquellos que en
verdad no niegan que Dios sea el dispensador de los bienes,
pero juzgan que lo que les ha ocurrido les ha sido conce­
dido en justicia, gracias a su prudencia y a los demás méri­
tos contraídos por sus demás virtudes125. Y por eso han si­
do encontrados dignos de la divina gracia, porque jamás
habrían resultado indignos de tales beneficios divinos aque­
llos que los han alcanzado.
26. Por tanto, para que no te suceda algo de esta espe­
cie, por lo que un voto tuyo se convierta en un pecado, la
Ley te ha informado e instruido, al decir el Señor que pro­
mulgó la Ley: Pon atención en no olvidar los beneficios del
Señor Dios tuyo y no guardar sus mandamientos, sus deci­
siones y aplicaciones que hoy te prescribo; no vaya a ser que
una vez que hayas comido y estés saciado, cuando hayas
construido bellas mansiones y hayas comenzado a vivir en
ellas, cuando tus rebaños y reatas hayan prosperado, cuan­
do tengas abundancia de bronce, plata y oro, cuando hayas

124. Dt 23, 21; Qo 5, 3-4.


125. Cf. Filón, D e sacrificiis, 54ss.
200 Ambrosio de Milán

empezado a poseerlo todo y estén repletos tus hórreos, tu co­


razón se enorgullezca y olvides al Señor Dios tuyo™.
Así pues, olvidarás al Señor cuando te hayas olvidado
de ti mismo. Pero si reconoces que eres débil, reconocerás
que Dios está por encima de todas las cosas y no podrás
olvidar tributarle la veneración que le es debida.
27. Aprende ahora cómo cada uno recibe la adverten­
cia de que no se tenga a sí mismo como el artífice de sus
bienes. Dice: No digas en tu corazón: mi propia fuerza y mi
capacidad me han dado este gran poder, sino que en tu men­
te tendrás al Señor Dios tuyo, porque es El quien te da la
fuerza a fin de que practiques la virtud126127.
Por eso dice el Apóstol con razón, como intérprete de
la Ley, que no se engreía por su valor, porque decía que era
el menor de los apóstoles128; y que, lo que era, lo era por
gracia divina, no por mérito suyo; y que no tenemos nada
que no hayamos recibido. Pues ¿qué tienes que no hayas re­
cibido? -dice-. Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías, co­
mo si no lo hubieras recibido?™
Has aprendido, pues, a seguir la humildad más que la
arrogancia, a aspirar más a la aplicación que a la potencia.
Has recibido preceptos saludables: no desprecies los útiles
instrumentos de la medicina, con los cuales se corta toda la
fibra de una herida mortal.
28. Incluso aquel que se tiene por justo, que no se hin­
che con el orgullo de su corazón; también él ha recibido un
mandato de salvación en la palabra divina que afirma: Cuan­
do el Señor Dios tuyo comience a eliminar de tu mirada
aquellas gentes, no pienses en tu corazón, diciendo: «El Se­
ñor me ha hecho poseer esta tierra por mi condición de jus­
to»; sino que más bien el Señor los ha hurtado a tu rostro a

126. Dt 8, 11-14. 128. Cf. 1 Co 15, 9-10.


127. Dt 8, 17-18. 129. 1 Co 4, 7.
Caín y Abel, I, 7, 26 - 8, 29 201

causa de su iniquidad. N i por tu justicia ni por la rectitud


de tu corazón has entrado en posesión de esta tierra, sino
que por la iniquidad de esas gentes el Señor los ha disper­
sado de tu presencia y mantendrá su testamento, que pro­
metió a vuestros padres130.
El testamento es un don perfecto de Dios; porque Dios
no concede nada imperfecto, y la virtud es perfecta, así co­
mo sus obras. Se llama testamento al acto mediante el cual
se trasmite la herencia de los bienes. Y correctamente se lla­
ma también «testamento» y «divino», ya que aquellas cosas
que son en verdad bienes se conceden como atestiguación
de los preceptos divinos. Se llama además testamento por­
que ha sido consagrado con sangre, el Antiguo en imagen,
el Nuevo en verdad. En este último, nosotros tenemos la
prenda de la gracia divina, porque Dios amó tanto a este
mundo, que entregó a su único Hijo por todos nosotros131.
Por eso, al predicar la perfección de la gracia, dice el Após­
tol: ¿ Cómo no nos va a haber dado también todo junto con
Él?'32

Capítulo 8

29. Por tanto, la primera cualidad de un voto es la ra­


pidez de su cumplimiento. En una palabra, cuando a Abra-
hán se le mandó que ofreciera en holocausto a su hijo, no
lo hizo días después, como Caín, sino que, levantándose de
mañana, ensilló su asna, tomó consigo a dos siervos y a su
hijo Isaac y, después de haber cortado leña para el sacrifi­
cio, se levantó, partió y al tercer día llegó al lugar que Dios
le había indicado'33.

130. Dt 9, 4-5. 132. Rm 8, 32.


131. Jn 3, 16; cf. Rm 8, 32. 133. Gn 22, 3-4.
202 Ambrosio de Milán

Advierte en primer lugar el celo inmediato y solícito del


oferente, que no interpone ningún plazo de espera sino pa­
ra escuchar la palabra divina; tras eso, adereza su cabalga­
dura, él mismo se encarga de toda la tarea, prepara las co­
sas necesarias para el sacrificio y conduce a su víctima,
sostenido en su fe por dos virtudes: la certeza en el poder
de Dios y la seguridad de su bondad.
30. Lo que quiere decir con la expresión al tercer día
es tanto que el ofrecimiento debe ser ininterrumpido y pa­
ra siempre -en efecto, el tiempo está dividido en tres par­
tes, pretérito, presente y futuro, con lo que se nos advierte
que no debe insinuarse en nosotros ningún tipo de olvido
de los beneficios divinos pasados, presentes y futuros, sino
persistir tenazmente en el recuerdo de sus favores y no fal­
tar nunca la obediencia-, como que quien ofrece el sacrifi­
cio debe creer en el único esplendor, en la única luz de la
Trinidad134. En efecto, para el que ofrece el sacrificio con fe,
el día resplandece, la noche no existe. También Moisés en
el Exodo afirma: Andaremos un camino de tres días y ha­
remos un sacrificio al Señor nuestro Diosl35.
Pero también en otro pasaje, cuando Dios se apareció a
Abrahán junto a la encina de Mambré, se dice: Alzando los
ojos Abrahán miró y he aquí que tres varones estaban en pie
ante él. Apenas los vio, corrió hacia ellos a la puerta de su
tienda, se postró en tierra y dijo: Señor, si he encontrado gra­
cia ante tí136. Ve a tres, adora a uno, les ofrece tres medidas
de harina137. Porque, aunque sea inmenso, sin embargo en-

134. La explicación del misterio brosio, Abr., I, 5, 32; Id ., E x c . frat.,


de la Trinidad -punto clave de la II, 96; Id., Spir. S., II, prol. 4.
polémica de Ambrosio con los 135. Ex 3, 18.
arríanos- a partir del episodio de 136. Gn 18, 2-3.
Mambré es un tema que aparece re­ 137. Cf. Gn 18, 6.
petidas veces en su obra: Cf. Am­
Caín y Abel, I, 8, 29-31 203

cierra en sí mismo la medida de todo, como está escrito:


¿ Quién ha medido el agua con el cuenco de su mano, el cie­
lo a palmos y ha abarcado toda la tierra con su puño?n&
Por tanto, el santo patriarca ofrecía un sacrificio de ha­
rina espiritual, es decir, en la intimidad más profunda de su
mente, a la Trinidad, perfecta en cada una de las personas.
Esta es la harina que en el Evangelio muele aquella mujer que
será elegida, pues una será tomada -dice-, la otra será deja-
da 1
3839. Será tomada la Iglesia, será dejada la sinagoga; o tam­
bién, será elegida la mente buena, será dejada la malvada.
Para que sepas, además, que también Abrahán creyó en
Cristo, dice la Escritura: Abrahán vio mi día y se alegró140.
Quien cree en Cristo, cree en el Padre, y quien cree perfec­
tamente en el Padre, cree en el Hijo y en el Espíritu Santo.
Así pues, son tres medidas y una harina, es decir, era
uno el sacrificio que fue presentado a la venerable Trinidad
con la misma medida de devoción y la pertinente plenitud
de piedad.
31. Escucha también el celo propio de una solicitud di­
ligente: Corrió y tomó un buen ternero de un año -dice- y
lo entregó a un siervo, quien se aprestó a prepararlo141. Por
doquier una vigilante dedicación; de ahí que el sacrificio fue­
ra agradable a Dios.
También por todas partes encuentras la exhortación a pre­
venir con la oración la salida del sol. Corre al encuentro del
sol142, dice (Salomón). En el Evangelio encuentras al Señor, que
dice: Zaqueo, apresúrate a descender143. Y aquel que había con­
seguido lo que quería -ver a Cristo, e incluso más de lo que
había pedido: ser visto y ser llamado por Cristo- , bajó en­
seguida y lo recibió gozoso en su casa. Por eso el Señor apro­

138. Is 40, 12. 141. Gn 18, 7.


139. Mt 24, 41 142. Sb 16, 28,
140. Jn 8, 56. 143. Le 19, 5.
204 Ambrosio de Milán

bó su disposición y lo gratificó con una recompensa inme­


diata: Hoy se ha realizado la salvación en esta casam .
Porque el Señor también se apresuró a conceder el be­
neficio, y por eso no puso un plazo, de modo que prime­
ro prometió y cumplió más adelante, sino que primero lo
hizo y luego habló. Porque dijo: Se ha realizado la salva­
ción, palabras que son indudablemente propias de quien pre­
viene, no de quien promete.
Así pues, el justo recomienda su voto a la rapidez. Y
por eso nuestros padres comían la Pascua deprisa, ceñidos
sus lomos, con los pies calzados con sandalias14145 y como si
aligeraran el peso del cuerpo para estar preparados al paso
del Señor. En efecto, la Pascua del Señor es el paso de las
pasiones al ejercicio de la virtud. Y se llama Pascua del Se­
ñor, tanto porque entonces en aquella prefiguración del cor­
dero se anunciaba la verdad de la Pasión del Señor como
porque ahora se celebra su beneficio.
32. Por tanto, alma mía, conquista pronto todo esto, a
fin de que también pronto puedas oír lo que oyó Jacob: H i­
jo, ¿cómo es que has encontrado (la caza) tan pronto? 146*. Y
él, según las instrucciones que había recibido, respondió: El
Señor tu Dios lo ha puesto entre mis manosH7. Dios da en­
seguida, porque El habló y todo fue hecho; mandó y todo
fue creadoHS.

144 Le 19, 9. calco, o. cit., p. 227- por motivos


145. Cf. Ex 12, 11; Filón, D e que no parecen de peso. De ahí
sacrificiis, 63. He aquí el tenor del que sigamos la versión de C.
pasaje del Éxodo y el comentario Schenkl, quien conjetura un non.
de Filón. Ahora bien, los manus­ 146. Gn 27, 20.
critos trasmiten el texto así: «con 147. Ibid. Cf. F ilón, D e sacri­
los pies libres de correas de calza­ fica s, 64.
do», lectura que aceptan algunos 148. Sal 32, 9. Cf. Filón, D e
editores modernos -C f. P. Sinis- sacrificiis, 65.
Caín y Abel, I, 8, 31-32 205

Porque el Verbo de Dios no es, como alguno piensa,


criatura, sino creador, como lo tienes escrito: Mi Padre crea
hasta el presente y Yo también creo149. Precede a todas las
cosas; en efecto, existe antes de todo como el Padre; está en
todas las cosas como el mismo Padre, penetra todas las co­
sas150. Es poderoso y agudo y más afilado que cualquier es­
pada que penetra hasta dividir el alma y el espíritu, los
miembros y las médulas, previniendo los pensamientos de
todos151.
De El dice Dios Padre: Ahora verás si mi Verbo te do­
mina o no151. En efecto, donde está Dios, allí también está
el Verbo, como dice: Vendremos y pondremos nuestra mo­
rada en é/153. Y como lees en otro pasaje sobre Dios: Yo es­
tuve aquí antes que tú 154, también dice el Verbo: Yo te vi
antes, cuando estabas debajo de la higuera155. Y del mismo
Verbo, es decir, del Elijo de Dios, está dicho: En medio de
vosotros está Aquel a quien vosotros no conocéis156.
En efecto, allí donde hay hombres santos, allí en me­
dio está el Verbo de Dios: está en el corazón de cada uno
El que llena los mares y la tierra. Y cuando está en un pun­
to concreto, también está en cualquier otro, no por haber
cambiado de sitio, sino por haber colmado todo lugar con
su presencia. Porque está en todo lugar el que está por do­
quier y en todo, sin dejar ningún lugar privado de su pre­
sencia: donde está presente, estaba; y donde estaba, está pre­
sente. Y por eso, todo aquel que conoce que el Verbo de
Dios es rápido, pide pronto e inmediatamente obtiene.

149. Jn 5, 17. 154. Ex 17, 6. Cf. Filón, D e


150. Cf. 1 Co 15, 28. sacrificiis 67.
151. Cf. Hb 4, 12. 155. Jn 1, 48.
152. Nm 11, 23. 156. Jn 1, 26.
153. Jn 14, 23.
206 Ambrosio de Milán

Capítulo 9

33. Por el contrario, el Faraón, que dedicaba su esfuer­


zo a creencias engañosas e inútiles en el tiempo en que Egip­
to estaba plagado de ranas, cuyo croar estrepitoso no deja­
ba percibir ningún sonido y hacía inútil cualquier ruido,
respondió a Moisés -cuando éste le decía: Indícame cuándo
debo rogar por ti, por tus ministros y por tu pueblo, para que
el Señor extermine las ranas157, cuando en realidad debería
haberle pedido, puesto en una necesidad tan grande, que ro­
gara inmediatamente y no lo retrasara-: Mañana 158.
Así, despreocupado y negligente, habría de pagar la pe­
na de su demora con el exterminio de Egipto. De ese mo­
do este desgraciado, a la vez que pedía, olvidaba la gracia
recibida y, soberbio de mente, esclavo de la carne, olvidaba
a Dios.
34. Sin embargo, era la humildad la que hacía válida la
oración. Por eso fue reprendido aquel fariseo que enume­
raba sus ayunos y de algún modo se los echaba en cara a
Dios como si fueran méritos propios, mientras sostenía que
él estaba inmune de pecado159. A su vez fue alabado el pu-
blicano que, quedándose lejos en pie, no quería levantar los
ojos al cielo, sino que golpeaba su pecho, diciendo: Señor,
Dios mío ten compasión de mí, pecador160. Por ese motivo,
el juicio divino lo prefirió, diciendo que este publicano fue
justificado, más que aquel fariseo161.
Porque es perdonado aquel que confiesa su propio peca­
do, como el mismo Señor dijo: Confiesa tus iniquidades y se­
rás justificado162. Y David dice: El sacrificio para Dios es un es­

157. Ex 8, 5. 160. Le 18, 13.


158. Ex 8, 6. Cf. Filón, D e sa- 161. Le 18, 14.
crificiis, 69. 162. Is 43, 26.
159. Cf. Le 18, llss.
Caín y Abel, I, 9, 33-35 207

píritu contrito1631
645*, y de nuevo: Dios no menosprecia a un cora­
zón atribulado y humilladoXM. Asimismo Jeremías dice: Un al­
ma angustiada y un espíritu atormentado clama hacia tiXbS.
Así pues, fueron abatidos a causa de su soberbia tanto
el Faraón como el rey asirio que decía: ¿Qué dios de estas
gentes ha liberado su país de mis manos? ¿Por qué, Jerusa-
lén, te va a liberar el dios tuyo de mis manos?Xbb
Al contrario, un hombre justo como Jacob atribuye al
Dios Creador todos los bienes que ha obtenido, afirmando
de todas las cosas que ha reconocido como favorables para
él que el Señor tu Dios las ha confiado a mis manos167. Es­
te es, por tanto, el mejor modo de cumplir los votos, como
también dice David: Ofrece a Dios un sacrificio de alaban­
za y cumple tus votos al Altísimo 168.
Alabar al Señor significa ofrecerle un voto y cumplirlo.
Por ese motivo fue preferido a los otros aquel samaritano
que, cuando fue curado de la lepra junto con los otros nue­
ve leprosos por mandato del Señor, regresando solo a Cris­
to, ensalzaba a Dios y daba gracias169. De él dice Jesús: ¿No
ha habido ninguno de ellos que haya vuelto a dar gracias a
Dios, sino este extranjero ? Y le dijo: Levántate y vete; por­
que tu fe te ha salvado170.
35. Hay otra regla más para hacer agradables nuestras
oraciones y nuestros votos: no divulgar nuestra plegaria, si­
no mantener secretos los misterios, como los mantuvo
Abrahán, que hizo panes cocidos bajo el fuego171. Los man­
tuvieron también cubiertos los patriarcas, que cocieron la

163. Sal 50, 19. 166. 2 R 18, 35; cf. Ex 5, 2.


164. Ibid. 167. Gn 27, 20.
165. Ba 3, 1. Este es uno de los 168. Sal 49, 14.
pasajes en los que Ambrosio cita 169. Cf. Le 17, 14-16.
al profeta Baruc como si fuera Je­ 170. Le 17, 18-19.
remías: cf. A mbrosio, Fid., I, 3, 28. 171. Cf. Gn 18, 6.
208 Ambrosio de Milán

pasta que habían sacado de Egipto'72, haciendo el pan áci­


mo bajo el fuego, que en griego se llaman enkryphia por­
que se cubren con las cenizas. Con eso quieren indicar que,
como aquella famosa levadura que la mujer del Evangelio
mezcló con las tres medidas de harina hasta que todo estu­
vo fermentado172173, así también debe permanecer oculta la en­
señanza de los misterios.
Esto lo enseñó con más claridad el Señor en su Evange­
lio, al decir: En cambio, tú, cuando reces, entra en tu cáma­
ra y, cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto: y tu Padre,
que conoce el secreto, te recompensará. Cuando recéis, no pro­
nunciéis muchas palabras174. Y más adelante: Pues vuestro Pa­
dre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáisI75.
Tu cámara es lo más recóndito de tu mente y lo más
secreto de tu alma. Entra en esta cámara, o sea, en lo más
profundo de tu corazón, transpon del todo el vestíbulo ex­
terior de tu cuerpo y cierra tu puerta.
36. Aprende cuál es tu puerta: Pon, Señor, un guardián a
mi boca y una puerta alrededor de mis labios176. Y Pablo pi­
de que se rece por él para que se me abra -dice- la puerta de
la palabra con el fin de anunciar el misterio de Cristo177. Mas
justamente él, como elegido para la predicación del Evange­
lio, rogaba que se le abriera la puerta de la palabra porque de
su boca salía la salvación para las gentes, de su boca procedía
la vida para los pueblos. Nosotros, sin embargo, cerremos la
puerta para que no entre la culpa, para que no salga ningún
falso discurso. Entra la culpa si sale el error.
Escucha de qué modo entra la culpa: Por hablar mucho
-dice-, no escaparás al pecado'7*. Salió una gran cantidad de

172. Cf. Ex 12, 34; cf. F ilón, 175. Mt 6, 8.


D e sacrificiis, 62. 176. Sal 140, 3.
173. Cf. Le 13, 21. 177. Col 4, 3.
174. Mt 6, 6-7. 178. Pr 10, 19.
Caín y Abel, I, 9, 35-37 209

palabras, entró el pecado, porque el discurso que sale en la


locuacidad jamás mantiene la mesura179. Se cae por ligereza,
aunque el hecho mismo de decir algo de una manera des­
mesurada sea ya un gran pecado.
37. Por tanto, guárdate de hablar imprudentemente,
porque los labios del imprudente le incitan al mal18018. Guár­
date de envanecerte en la oración, porque la oración del hu­
milde penetra las nuheslsl. Guárdate de divulgar sin cautela
los misterios del Credo y del Padrenuestro182*. O ¿no sabes
cuán grave es cometer un pecado en la plegaria, donde es­
peras encontrar un remedio? Ciertamente, por medio del
profeta, el Señor enseñó que eso era una grave afrenta, cuan­
do dijo: Y su oración se transforme en pecadom . A no ser
que tú pienses que eso es algo poco importante para ti.
Porque es desconfiar del poder de Dios pensar que no
te escucha si no gritas. Griten tus obras, grite tu fe, griten
tus afectos, griten tus pasiones, grite tu sangre, como la del
santo Abel, de la cual dice Dios a Caín: La sangre de tu
hermano clama hasta m íiM. Escucha también lo que pasa en
tu interior Aquel que limpia hasta lo más secreto185.
Nosotros no podemos oír a no ser que alguien nos ha­
ble; ante Dios no hablan las palabras, sino los pensamien­
tos. Y para que sepas que esto es cierto, decía el Señor Je­
sús a los judíos: ¿Por qué pensáis maldades en vuestros
corazones? 186. Esa no es la voz de uno que pregunta, sino

179. Cf. Si 21, 25. gente peso social del paganismo y


180. Cf. Qo 10, 12. la herejía arriana. Sobre la discipli­
181. Si 35, 17. na arcani de esta época, cf. P. Si-
182. Esta advertencia no es ya niscalco, o. cit., p. 233ss.
una exigencia de la humildad que 183. Sal 108, 7.
pide Jesús en el Evangelio -cf. I, 184. Gn 4, 10.
9, 35-, sino una medida de pru­ 185. Cf. Sal 18, 13.
dencia aconsejada por el aún vi­ 186. Mt 9, 4.
210 Ambrosio de Milán

de quien sabe. Esto es lo que te aclara el evangelista cuan­


do dice: Pero Jesús conocía sus pensamientos'*7.
Por tanto, así como conoce el Hijo, conoce también el
Padre. Has aprendido que el Hijo sabe y que el Padre sa­
be, apréndelo de las palabras del consejero y testigo del Pa­
dre: Porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis, antes de
que se lo pidáis'**. Así pues, cuece tu pan bajo el fuego del
Espíritu Santo y cuece asimismo las pasiones del alma al ca­
lor del Verbo.
Aunque sean demasiado violentas tus pasiones, que qui­
zá han salido recientemente de Egipto, cúbrelas y cuécelas
a fuego lento187189 para que no deban soportar una llama de­
masiado fuerte y no se quemen en vez de cocerse, porque
son muchas las cosas que no agradan crudas, pero que una
vez cocidas deleitan.
Guarda, pues, en tu corazón los misterios profundos,
no vaya a ser que, con un discurso prematuro, los confíes
en cierto modo crudos a oídos incrédulos o débiles y el que
te escucha se aparte de ti y se disguste con horror. Si, por
el contrario, probara esos misterios bien preparados, perci­
biría la suavidad del alimento espiritual.
38. Por su parte, el Señor Jesús, a lo divino, te ha mos­
trado por una parte la bondad del Padre -que sabe dar cosas
buenas190, para que tú pidas cosas buenas al que es bueno- y
por otra te ha recomendado rogar intensa y frecuentemente191,
no para que la oración se prolongue tediosamente, sino para
que sea frecuente y asidua. Con frecuencia, palabras inútiles
ofuscan una oración prolongada e indudablemente el descui­
do se insinúa en una plegaria interrumpida.

187. Le 6, 8. 190. Cf. Le 11, 13.


188. Mt 6, 8. 191. Cf. Mt 26, 41.
189. Cf. Gn 18, 6.
Caín y Abel, I, 9, 37-39 2 11

Además, el Señor enseña que, cuando pides perdón pa­


ra ti mismo, sobre todo entonces debes aprender a otor­
gárselo a otros192, para así recomendar tu súplica con la voz
de tus obras.
También el Apóstol enseña que se debe rezar sin ira y
sin rencor'93, a fin de que tu oración no se vea turbada ni
sea falsa. También enseña que debemos orar en todo lugar'94,
mientras que el Salvador dice: Entra en tu alcoba'99. Pero
considera que se refiere no a una estancia recluida entre pa­
redes, en la que tus miembros pueden reposar, sino en el re­
ducto que hay en ti mismo, en el cual están encerrados tus
pensamientos y donde se agitan tus sentimientos. Esta al­
coba de tu oración está contigo en todas partes y en todas
partes es secreta; nadie es juez de ella, sino sólo Dios.
39. Además se te advierte que debes rezar sobre todo
por el pueblo196, esto es, por todo el cuerpo, por todos los
miembros de tu madre; en esto se ve un signo de la caridad
mutua. Porque si rezas por ti, sólo tu rezarás por ti, y si
cada uno reza sólo por sí mismo, la gracia que obtiene el
que reza será menor que la del que intercede por los de­
más. Ahora bien, puesto que cada uno reza por todos, tam­
bién todos rezan por cada uno.
Por tanto, para concluir, si rezas sólo por ti, eres el úni­
co en rezar por ti, como hemos dicho. Si, por el contrario,
ruegas por todos, todos rogarán por ti, ya que tú estás com­
prendido en todos. De ese modo se obtiene una gran re­
compensa: que por las oraciones de cada uno, cada uno ob­
tiene los sufragios de todo el pueblo. En esto no hay
ninguna presunción, sino una mayor humildad y un fruto
más abundante.

192. Cf. Mt 18, 33-35. 195. Mt 6, 6.


193. 1 Tm 2, 8. 196. Cf. 1 Tm 2, 1-2.
194. Ib id.
212 Ambrosio de Milán

Capítulo 10

40. Pero ya es tiempo de pasar a otro tema porque, a


propósito del hecho que Caín haya presentado sus ofrendas
al cabo de varios días, hemos explicado ya ampliamente que
fue una señal de orgullosa suficiencia, cuando la petición de
favores en sí misma debe ser rápida en el cumplimiento del
voto para que no parezca que hemos esperado conseguir el
remedio a partir de artes humanas -es decir, de la habilidad
del que cura o de los jugos de hierbas- más que de haber
pedido ayuda a Dios197*.
Porque en primer lugar hay que recurrir a Aquel que
puede curar las pasiones de nuestra alma. En vez de eso, los
hombres invierten el orden y buscan primero la ayuda de
otros hombres; allí donde los remedios humanos fallan, en­
tonces piensan que deben pedir la gracia de la benevolencia
divina.
41. Por tanto, acabado este tema y probada la culpa de
Caín, examinemos otro defecto de su ofrenda. Ofreció fru ­
tos de la tierram . No ofreció a Dios las primicias de la pri­
mera cosecha. Esto significa que primero reivindicó para sí
mismo las primicias y que ofreció a Dios el resto.
Y así, cuando el alma debe tener la primacía sobre el
cuerpo, que es su esclavo, indudablemente debemos ofrecer
sus primicias, es decir las del alma, antes que las del cuer­
po. Primicias del alma son las primeras manifestaciones de
un comportamiento recto.
Este, aunque sea posterior en el tiempo con respecto a
las primicias del cuerpo, tales como la nutrición, el creci­
miento, la vista, el oído y el tacto, el olfato, la voz -la men-

197. Cf. Filón, D e sacrificiis, 198. Gn 4, 3. Cf. Filón, D e sa-


70. crificiis, 72ss.
Caín y Abel, I, 10, 40-42 213

te y los sentimientos son en parte del alma, en parte del


cuerpo-, sin embargo es más importante para la conducta.
Su primera manifestación es el agradecimiento a Dios ofre­
cido con corazón puro y palabras sencillas.
42. Estos presentes ofreció Abel y por eso Dios con­
templó sus ofrendas199, porque sacrificó las primicias. Se aña­
de además el hecho de que le llevó los primogénitos de las
ovejas y su manteca. Fíjate que no presentó cosas insensi­
bles, sino animadas. Porque tiene más valor lo que tiene vi­
da que lo inanimado, ya que lo animado está próximo a lo
que posee espíritu.
Es verdad que no nació antes lo espiritual, sino lo ani­
mal y después lo espiritual. Lo que es animal, respira; tie­
ne un espíritu vital, no como lo que forma parte de los fru­
tos de la tierra.
En definitiva, Abel ofreció los primeros frutos, no los
segundos; víctimas pingües, no escasas. Estas son las ofren­
das que la Ley aprobó y mandó que se presentaran, como
está escrito: Y ocurrirá -dice- cuando Dios te introduzca en
la tierra de Canaán, como ha jurado a tus padres, y te la
entregue: ofrecerás al Señor a todo varón que abra la vul­
va. Todo primer parto del ganado bovino y de tus rebaños,
si es de género masculino, conságralo al Señor. Todo lo que
abra la vulva de una asna, lo intercambiarás por un corde­
ro, y si no lo cambias, lo liberarás200.
¡Qué profundo misterio, qué alta y secreta sabiduría es
lícito deducir de las profundidades de estas palabras senci­
llas y beber la riqueza de una gracia espiritual! En efecto,
los cananeos son volubles e inquietos. Por eso, cuando ha­
yas penetrado en su tierra y te des cuenta de que han sido

199. Gn 4, 4. El texto utiliza el D e sacñficiis, 88-89.


verbo red im ere, es decir «rescatar, 200. Ex 13, 11-13.
pagar un precio» por él. Cf. Filón,
214 Ambrosio de Milán

expulsados de su posesión por su inconstancia, inquietud e


inestabilidad de carácter, manten tú la constancia.
No te dejes perturbar por cualquier consideración mez­
quina, por cualquier discurso superficial, porque esto es lo
propio del Cananeo201: el discurso voluble, el ánimo inesta­
ble, la discusión inquieta. Tú, por el contrario, mantón con
serenidad la tranquilidad del corazón, la paz del espíritu, de
manera que en un mar agitado seas capaz de ofrecer a las
naves una especie de puerto: el refugio de tu mente.
43. El Señor te promete esta posesión y la garantiza con
una especie de juramento sacramental, a fin de fortalecer tu
constancia. Porque Dios no jura porque tenga necesidad de
la fidelidad del creyente o porque, privado de la confirma­
ción de testigos, requiera el apoyo de un juramento, como
nosotros los hombres, que nos buscamos la confianza por
medio de un juramento y por eso juramos, para que se crea
que hemos dicho la verdad202.
El Señor, por el contrario, cuando habla es fiel, y su pa­
labra tiene el valor de un juramento. Y Dios no es fiel por
efecto de un juramento, sino que un juramento es digno de
fe a causa de Dios.
Así pues, ¿por qué razón nos presenta Moisés a un Dios
que promete bajo juramento? Porque nosotros somos pri­
sioneros de nuestras costumbres humanas y como erizos es­
tamos cubiertos de una especie de coraza de mentalidad vul­
gar; o como los caracoles, que no pueden respirar sino
refugiados dentro de su concha y son incapaces de aspirar
o retener el aire libre, nosotros no subsistimos si no esta­
mos al amparo terreno de los hábitos humanos.

201. Es la personificación de los mo explica más adelante: cf. n. 44.


habitantes de Canaán, hombres agi­ 202. Cf. Filón, D e sacrificiis,
tados por las turbias pasiones, co­ 91ss.
Caín y Abel, I, 10, 42-45 215

Éste es el motivo por el que, dado que de ordinario so­


lemos dar más crédito a lo que ha sido confirmado con un
juramento, para que no cojee nuestra fe, se le atribuye un
juramento a Dios, que de por sí no hace juramentos, sino
que es juez de los que juran y castiga a los perjuros.
Por eso está escrito: El Señor ha jurado y no se arre­
pentirá: tú eres sacerdote por la eternidad105. El ha manteni­
do firmemente lo que ha jurado: nos ha dado el eterno prín­
cipe de los sacerdotes203204 para que tú sepas que debes
mantener lo que has jurado hasta tal punto que seas cons­
ciente de que, por haber jurado en nombre de quien no
miente, Él te castigará si mientes.
44. Por tanto, una vez que hayas expulsado los pensa­
mientos inquietos y mudables, Dios te concederá la libre
posesión del corazón y de la mente para que la ejercites en
la serenidad y puedas recoger sus frutos, sin permitir que
irrumpan en ella los cananeos, esto es, las turbias pasiones;
para que desarraigues cualquier reducto de vicios propios
de los gentiles, para que tales todos sus bosques, que en­
sombrecen la verdad e impiden, con la pesadilla de una te­
nebrosa disputa, cualquier posibilidad de contemplar libre­
mente la verdad celeste.
45. Pero esto no lo puedes obtener si no lo recibes co­
mo don de Dios. Por eso dice: Dios te lo dará205, o sea, los
mejores pensamientos, las decisiones serenas, los logros pa­
cíficos. Cuando te haya dado todo esto, tomarás todo pri­
mogénito varón y lo consagrarás al Señor. Dios, que te ha
dado todo, no te lo exige todo. Porque muchas cosas han
sido concedidas para el sustentamiento habitual del hombre
y no puede ser sacrificado a Dios lo que necesita la natu­
raleza.

203. Sal 109, 4. 205. Ex 13, 11.


204. Cf. Hb 5, 6; 7, 17.
216 Ambrosio de Milán

Comer, beber, dormir y las demás funciones del cuer­


po te han sido dadas gratuitamente, no son dones que tú
tengas que restituir a Dios. Pero todo lo santo que hayas
pensado, eso es un don de Dios, inspiración de Dios, gra­
cia de Dios; del mismo modo que, por el contrario, no son
las cosas que la naturaleza humana usa las que manchan al
hombre, sino lo que sale de su boca, los robos, los falsos
testimonios, los sacrilegios, ésas son las cosas que manchan
al hombre206.
46. Purifiquemos, pues, nuestro corazón para que nues­
tra ofrenda pueda no ser desagradable. Busquemos en él to­
do varón que abre la vulva, es decir lo que es justo y esen­
cial, lo que debemos consagrar al Señor.
Porque no nos santifican los acoplamientos del cuerpo
ni las concepciones ni los partos, con los que la vulva de la
mujer se abre al haber sido desflorado el pudor de su virgi­
nidad. Porque, aunque la mujer santifique al varón y el va­
rón a la mujer207, sin embargo muchas veces ocurre que la
vulva de una virgen es abierta incluso sin la santidad del ma­
trimonio.
Por otra parte, tampoco la gracia es sólo del hombre
mientras que la mujer es ajena a la santificación, ni es cier­
to que la naturaleza de ambos sexos no tenga sus funcio­
nes, de modo que los dos intervienen en el parto de las cria­
turas humanas. Los varones tienen sus tareas y las mujeres
diferentes funciones propias de su sexo. Corresponde a la
mujer la generación de la descendencia humana, que es im­
posible al varón208.
47. Por tanto, si esta explicación no cuadra con la ex­
periencia de la carne, examinemos el papel propio del alma.

206. Cf. Mt 15, 11.18-19. 208. Cf. Filón, D e sacrificiis,


207. Cf. 1 Co 7, 14. 101.
Caín y Abel, I, 10, 45-47 217

Evidentemente encuentro que ésta no se diferencia por el


sexo. Y, puesto que no tiene sexo, asume las funciones pro­
pias de ambos: copula, concibe, da a luz.
Y así como la naturaleza ha dado a las mujeres la vul­
va, en la que, durante los períodos menstruales, se forma la
gestación de todo ser animado, del mismo modo existe una
cualidad en el alma que, como en lo profundo del seno ma­
terno, suele acoger el semen de nuestros pensamientos, ali­
mentar lo que ha concebido y dar a luz un ser vivo.
De otra suerte, en efecto, Isaías no habría dicho: H e­
mos concebido en el seno y dado a luz el Espíritu de salva­
ción-!09, si no hubiera reconocido el carácter de vulva en el
alma. Algunos de estos alumbramientos son femeninos: la
malicia, la insolencia, la lujuria, la destemplanza, la impure­
za y otros vicios de este género por culpa de los cuales pier­
de vigor, por así decir, la virilidad de nuestro ánimo.
Son masculinas la castidad, la paciencia, la prudencia, la
templanza, la fortaleza, la justicia, con las cuales se vigori­
za nuestra mente y hasta el mismo cuerpo, adquiriendo el
coraje necesario para cumplir con prontitud los requisitos
de la virtud.
Aquel seno profético ha dado a luz estas criaturas. Por
eso dice: Hemos concebido en el seno y dado a luz el Espí­
ritu de salvación. Así pues, Aquel que ha engendrado y da­
do a luz el Espíritu de la salvación es masculino.209

209. Is 26, 18 (Sept).


LIBRO II

Capítulo 1

1. Estos son los fetos que nuestra alma debe llevar en


su seno, y no sólo debe llevar en sí, sino dar a luz y dar a
luz al cumplirse los días a fin de que el día del juicio no
sorprenda frutos inmaduros. De ese tipo de partos dijo el
Señor Jesús: ¡Ay de las encintas y de las que estén criando
en aquellos días!'.
Por tanto, tenga lugar este parto con madurez y des­
pliégúense nuestros pensamientos en un progreso de bue­
nas obras para que nuestra meta no encuentre nada imper­
fecto, el término de nuestra vida no tropiece con algo
inacabado y el uso de nuestra capacidad de obrar no deje
nada, por decirlo así, puesto en el yunque2. Alma, apresú­
rate por tanto a concebir tus fetos, dalos a luz a tiempo, nu­
tre con prontitud a aquellos a quienes has engendrado.
2. Cuál debe ser la armonía de un parto tal lo indica el
Apóstol cuando dice: Hijitos míos, por quienes de nuevo
siento dolores de parto, hasta que Cristo esté formado en vo­
sotros1 A
2* spiren a este modelo todas las visceras de nuestra
mente juntas y resplandezca Cristo en el seno generador de

1. Le 21, 23. cf. Tácito, D iálogo, 20, 4.


2. Expresión clásica para indi- 3. Ga 4, 19.
car que algo no está aún acabado:
220 Ambrosio de Milán

nuestra alma. Sea nuestro parto la fe, sean los preceptos de


la doctrina nuestro alimento.
De ellos sea imbuida la infancia de nuestro corazón, sea
educada la adolescencia, fortalézcase la juventud, madure la
vejez; porque la verdadera vejez es una vida inmaculada4.
Por tanto, es sólo buena una vejez del alma que nunca ha­
ya sido manchada por la polución de la infidelidad.
Por eso Pablo defiende a sus criaturas de esa mancha
-yo os be engendrado en el Evangelio5, dice-, para que la
pérfida sugestión del pecado no pusiera en peligro la infan­
cia de una fe poco formada.
Así pues, daba a luz hijos varones aquel que ardía en
deseos de que los pueblos por él instruidos se acomodaran
en unidad de fe al hombre perfecto y alcanzaran la medida
perfecta de la plenitud de Cristo en el conocimiento del Hi­
jo de Dios67.
En efecto, comprendía que a los ojos de Dios era acep­
table el sacrificio del que está escrito: Todo primer parto
masculino sea para el Señor1. Y, puesto que añade: Todo pri­
mer parto de tus reatas y de tus rebaños sea para el Señor8,
consideremos este pasaje a fin de que no quede ningún pun­
to oscuro.
3. La Escritura había hablado de los partos más impor­
tantes, es decir, de los que tienen plena capacidad de racioci­
nio9. Habló también de los de los rebaños, es decir, de los
que están dotados de los restantes sentidos, o sea de los in­
feriores, y que son parangonados a los animales irracionales.
Éstos últimos, sin embargo, cuando son conducidos por
un guía, fácilmente se adocenan y se habitúan a obedecer

4. Sb 4, 9. crificas, 102.
5. 1 Co 4, 15. 8. Ibid.
6. Cf. Ef 4, 13. 9. Cf. F ilón, D e sacrificiis,
7. Ex 13, 12. Cf. Filón, D e sa­ 104.
Caín y Abel, II, 1, 2-3 221

órdenes, aceptar el yugo y, a la voz del maestro, acelerar el


paso10, o pararse, o volverse, o cumplir -cuando se les en­
cargan- otras tareas propias de su incumbencia, en una ac­
titud análoga a la de los esclavos. La educación tiene tanta
fuerza, que vence la naturaleza.
Del mismo modo, esos seres que no participan de nues­
tra sustancia reconocen a pesar de todo la autoridad de nues­
tra voz y, aunque por naturaleza no están dotados de ra­
zón, asumen la racionalidad de la nuestra y de algún modo
la adquieren por transmisión.
Así vemos caballos que son incitados por el favor del
pueblo a alegrarse con los aplausos, a disfrutar con las ca­
ricias del instructor11I,. Observamos leones salvajes que cam­
bian su ferocidad natural en una mansedumbre impuesta,
deponen su agresividad, adoptan nuestros hábitos y, aunque
ellos mismos sean temibles, aprenden a temer.
Se golpea al perro para inspirar temor al león y a aquel
que se irrita por la violencia que ha sufrido se lo frena con la
de otro, y así es doblegado por el ejemplo ajeno. ¡Cuántas ve­
ces prefieren soportar el hambre, cuando la presa está prepa­
rada y la comida al alcance de la mano, porque temen la ira
del domador! ¡Cuántas veces, a una orden, cierran las fauces
ya abiertas para morder, a impulsos de un movimiento instin­
tivo! Así, mientras siguen nuestra voluntad, olvidan la suya.
No actúan así las fieras o aquellas manadas de caballos
o todas las demás especies de ganado que vagan sin ningún
guía y se desmandan, privadas del control de un domador.
Por eso se les asignan arrieros, guardianes y otros tipos de
pastores en calidad de conductores de rebaños. Cada uno
de ellos adapta sus funciones al tipo de animales que se le
ha confiado.

10. Cf. V irgilio, Eneida, IV, 11. Cf. V irgilio, G eórgicas,


641. III, 185-186.
222 Ambrosio de Milán

4. Por tanto, también por lo que respecta a nuestras fa­


cultades sensitivas, parece que hay cierta parte que está do­
minada, tranquila, y otra indómita: aquella que por deter­
minado impulso de la mente, semejante al movimiento
desenfrenado y desatado de una manada, se precipita en los
placeres irracionales del cuerpo. Por el contrario, es tran­
quila la parte que se somete y se confía al gobierno de la
mente como a un guía12.
Así pues, todas las facultades de la naturaleza humana que
son dominadas, son masculinas y perfectas; por el contrario,
aquellas que privadas de guía están dominadas por una espe­
cie de plebeya arrogancia -como ocurre con toda ciudad que
está privada del consejo del rey y sus consultores-, vuelven
afeminado todo comportamiento y esfuerzo viril con una es­
pecie de relajamiento mujeril13.
Entre estas últimas está aquella ley de la carne que, asal­
tando la de la mente de la que habla el Apóstol, la hace cau­
tiva de la ley del pecado14. Por eso, para ser liberado de aquel
cuerpo de muerte15, Pablo ponía toda su esperanza no en sus
propias fuerzas, sino en la gracia de Cristo16.
De ahí es patente que aquellas conmociones del alma que
son conformes a la ley de la mente procedan del favor divi­
no, mientras que los otros sentimientos vienen de la voluntad
del cuerpo.
5. Así pues, los primeros, que son santos, son las primi­
cias de nuestras facultades; los segundos provienen como de

12. Cf. F ilón, D e sacrificiis, Siniscalco, o. cit., p. 252, prescin­


105-106. dimos del punto que C. Schenkl
13. Esta interpretación procede sitúa después de «arrogancia».
y coincide con la del pecado origi­ 14. Cf. Rm 7, 23.
nal que Ambrosio despliega a lo 15. Rm 7, 24.
largo de todo el D e paradiso y que 16. Rm 7, 25.
toma de su modelo Filón. Con P.
Caín y Abel, II, 1, 4-6 223

una reata y son de una vulgar mezquindad, lo cual parece ha­


ber explicado Moisés a los judíos con diversos nombres.
En efecto, esto es lo que significa, por ejemplo, aquella
era mística de la Ley de la cual dice: Consagrarás los prime­
ros frutos de tu era y de tus tinajas, no los últimos. Me entre­
garás el primogénito de tus hijos17.
Las buenas reacciones de nuestra sensibilidad, que son se­
gún la virtud, ésas son las primicias de la era espiritual; por
eso se las compara a una era del campo18 en la que se avien­
ta el trigo.
Porque, así como en la era del campo se sacuden el trigo
y la cebada y a la vez que se les avienta se les separa de la pa­
ja -porque la paja y el resto de las escorias de la cosecha se
dispersan por doquier al suave soplo del aire, mientras que los
elementos más consistentes caen en el mismo lugar una vez
eliminado el polvo-, del mismo modo aquellos de nuestros
pensamientos que son sólidos y de óptima calidad brindan un
puro y genuino alimento a la virtud, según aquello de la Es­
critura: Porque no sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra divina19.
Por el contrario, los que son inútiles y vanos se dis­
persan como el humo y las nubes, ya que como el humo pa­
ra los ojos20, así es la iniquidad para quien la practica. Y con
razón se compara la iniquidad al humo, porque ofusca la
agudeza de la mente con una especie de humo que proce­
de del mundo.
6. Y por eso dice el Señor: Cuando penetréis en la tierra
en la que yo os haré entrar y cuando comencéis a comer del
pan de esa tierra, ofreceréis una oblación separada al Señor, un
pan que sea la primicia de vuestro amasamiento; como la obla­

17. Ex 22, 28. 19. Le 4, 4.


18. Cf. Nm 15, 20; cf. Filón, 20. Pr 10, 26.
D e sacrificiis, 107-108.
224 Ambrosio de Milán

ción de la era, así apartaréis las primicias de vuestras recolec­


ciones y las entregaréis al Señor212.
Nosotros somos una fusión compuesta por la mezcla
de diversos elementos, dado que se entrelazan en nosotros
el frío con el calor, lo húmedo con lo seco. Este amasijo
contiene muchos alicientes para la carne, muchos deleites;
pero estas sensaciones de nuestro cuerpo no constituyen
esas primicias.
Y puesto que constamos de alma, cuerpo y espíritu, és­
ta es la pasta principal de nuestro ser, en la que el Apóstol
desea que nos santifiquemos, como dice: Que el mismo Dios
de la paz os santifique por medio de todo y que vuestro es­
píritu se conserve intacto y vuestra alma y vuestro cuerpo
irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo21.
Las primicias de esta masa son espirituales, es decir, el
descubrimiento y la generación de aquellas facultades que
proceden del vigor del alma. Pero no todas esas facultades
son primicias, sino sólo las que están exentas de pecado, de
malicia y de todo error.
Hay también placeres del cuerpo que son necesarios,
como dormir, comer, beber, andar y otras funciones de es­
te tipo, pero en ellas no hay primicias. Y, por tanto, el sa­
cramento del Señor no está en ellas, sino allí donde se en­
cuentran la castidad, la piedad, la fe y la devoción.
Un ejemplo manifiesto y evidente de esto es la oblación
del patriarca Isaac, a quien su padre, inflexible a cualquier
influjo de una pasión humana, ofreció en sacrificio, presen­
tando a Dios una víctima pura, libre de miedo e inmune al
deseo corporal, cuando incluso el afecto paterno cedía el pa­
so a la devoción del que inmolaba23.

21. Nm 15, 18-21. Cf. Filón, 23. Cf. Filón, D e sacrificiis,


D e sacrificiis, 109. 111.
22. 1 Ts 5, 23.
Caín y Abel, II, 1, 6 - 2, 7 225

Capítulo 2

7. Examinemos ahora cuál es la fuerza de las primicias


y cuáles son consideradas como tales por razón del tiempo
o de la santidad; es decir, si todo lo que ha nacido antes
contiene la santidad de las primicias.
En efecto, según la Ley24, las primicias de los frutos son
santas porque en ellas se verifica el sacrificio de más alta ca­
lidad presentado por una fe solícita, pero vienen a ser san­
tas por la devoción, no por el tiempo. No es la anticipación
en el tiempo lo que santifica, sino la devoción. Por eso, allí
donde el nacimiento es precoz, si la devoción se demora, se
ofende a Dios. Por tanto, no todos los primogénitos son san­
tos, sino que todo lo que es santo es también primogénito.
En una palabra, Caín fue primogénito, pero no santo.
También Israel, el pueblo de Dios, es santo, pero no el pri­
mero por edad. Y sin embargo es llamado unigénito, como
está escrito en los profetas: Mi primogénito Israel25.
También Leví es santo, pero no el primogénito, porque
se lee que fue el tercer hijo de Lía26. Y, sin embargo, los le­
vitas, que han tomado de él el nombre, son llamados pri­
mogénitos. Pues está escrito en el libro de los Números: He
aquí que he tomado a los levitas de entre los hijos de Israel
a cambio de todos los primogénitos entre los hijos de Israel.
Los levitas serán míos, porque me pertenece todo primogéni­
to. En el día en que aniquilé a todo primogénito de Egipto,
santifiqué a todos los primogénitos de Israel17.
Por eso, pues, son llamados primogénitos los levitas,
que son quienes en la santificación han sido antepuestos a
todos los demás hijos de Israel. Escucha al Apóstol, que nos

24. Cf. Nm 18, 8.10. 27. Nm 3, 12-13. Cf. F il ó n ,


25. Ex 4, 22. De sacrificiis, 118-119.
26. Cf. Gn 29, 34.
226 Ambrosio de Milán

dice por qué razón son primogénitos: Pero os acercasteis al


monte Sión y a la ciudad del Dios vivo , Jerusalén, que está
en los cielos, y a las miríadas de ángeles exultantes y a las
asambleas de los primogénitos que están inscritas en el cie­
lo2*. Ha distinguido cuatro órdenes: el monte Sión, la ciu­
dad de Jerusalén, la multitud de los ángeles y la asamblea
de los primogénitos.
Así pues, el Señor Dios ha escogido a los levitas de en­
tre el pueblo de Israel porque no quiso que tomaran parte
en los afanes humanos, sino que fueran ministros de la re­
ligión divina y los hizo primogénitos suyos para que abran
la vulva espiritual. Por tanto, no procedían del seno de la
naturaleza, como los reos de los diferentes pecados, sino que
son elegidos tras ser arrancados de los afanes seculares.
De ahí que no tengan parte en los bienes de este mun­
do, ni sean contados entre la gente del pueblo, porque po­
seen en medio de ellos al Verbo de Dios, como está escrito
en el Evangelio: Donde están dos o tres unidos en mi nom­
bre, allí estoy Yo en medio de ellos282930,y en otro lugar: En me­
dio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis20.
8. A partir de aquí, por tanto, sabemos que ante todo
es la fe la que nos debe hacer agradables a Dios. Cuando
tengamos fe, empeñémonos en que nuestras obras sean per­
fectas, habida cuenta que éste es el sacrificio completo y per­
fecto, como el mismo Señor enseña, al decir sobre los do­
nes que se le ofrecen: Tendréis buen cuidado de presentarme
dones en mis días de fiesta 31, sin quitar ni perder nada, sino
inmolando ofrendas abundantes, íntegras, perfectas.
El día de fiesta del Señor cae cuando está presente la
gracia de las virtudes perfectas. Y éstas son perfectas cuan-

28. Hb 12, 22-23. 31. Nm 28, 2. Cf. F il ó n , De


29. Mt 18, 20. sacrificiis, 110-111.
30. Jn I, 26.
Caín y Abel, II, 2, 7-9 227

do el ánimo, vencedor sobre las solicitaciones del mundo y


las lisonjas del cuerpo, ahuyenta las seducciones del placer,
liberado del mundo, entregado a Dios, sin restar nada a la
tarea de la lucha asidua y sin desperdiciar el tiempo, divi­
diéndolo entre el placer y el esfuerzo.
Por eso, sólo el hombre sabio, y ningún otro, celebra
esta solemnidad. Es difícil, en efecto, encontrar un alma in­
mune a este tipo de pasiones. De acuerdo con esto, separa
de un modo racional la parte del alma que manda de la que
obedece, y entonces captarás qué es lo masculino y qué lo
femenino en ella. En efecto, no hay virtud sin esfuerzo, por­
que éste hace avanzar a aquélla.
Esto es lo que también pretenden expresar las palabras
de la Ley, que dice: Todo lo que abra la vulva de una as­
na, lo cambiarás por un cordero2,2. La Ley, en efecto, ha exi­
mido a los animales impuros del sacrificio y en su lugar ha
mandado que se ofrezcan animales puros. Por eso, ordena
que el parto inmundo de la asna se cambie por un cordero,
que es puro y apto para el sacrificio.
Esto es, según la interpretación literal. Por lo demás, si
alguien busca el significado más profundo de la ley espiri­
tual, considerará el hecho de que la asna es un animal que
da trabajo, la oveja es productiva. Por tanto, el texto dice
que debe convertirse el trabajo en fruto, para que el fin de
la obra sea su fruto.
También se puede interpretar de este modo: volverás
aceptable todo tu trabajo, toda tu actividad con una dispo­
sición pura y simple.
9. Si no lo cambias, lo rescatarás33. Así pues, se ordena,
según una interpretación literal, que en vez de un animal in­
mundo se ofrezca otro animal o su valor en dinero, a fin de

32. Ex 13, 13. Cf. F il ó n , De 33. Ibid.


sacrificiis 112.
228 Ambrosio de Milán

que no parezca que entre los diezmos34 se ofrece o algo de


menos valor o algo impuro.
Una comprensión más profunda del pasaje enseña a su
vez que tu alma debe ser liberada para que renuncie a to­
das aquellas cosas que no producen fruto. Porque quien res­
cata se libera y de algún modo se desvincula de una deuda.
Hay que abandonar las obras que no pueden dar un verda­
dero fruto ni un buen resultado, cuales son las de este mun­
do, cuya utilidad no puede ser duradera.
En ellas el éxito mismo es inconsistente y exento de ver­
dadera eficacia y, aunque se lo busque con extremo esfuer­
zo, no ayuda al alma. En efecto, las cosas que llevan consi­
go la esclavitud del alma, aunque no falten los resultados,
son todas inútiles.
Grande parece ser la victoria de los que han luchado,
la gloria de los que triunfan; pero con frecuencia vemos a
los mismos que han vencido sucumbir de nuevo ante las in­
certidumbres de la guerra y acabar en manos del enemigo a
causa del resultado final de una batalla, y así llegar a ser más
desventurados precisamente por el hecho de que anterior­
mente habían sido victoriosos.
Por tanto, es necesario que dirijas a Dios tus obras y
que su favor te socorra. Incluso el atleta -que compite con­
fiado en sus fuerzas, no en las ajenas-, cada vez que se en­
frenta al adversario, está convencido de que se somete a la
incierta suerte, y cuando llega a alcanzar la victoria, de in­
mediato entiende que esa gloria mundana se marchita como
las hojas de la misma corona.
El timonel, cuando ha conducido a puerto su nave, di­
fícilmente piensa que ha puesto fin a sus fatigas y ensegui­
da busca el inicio de un nuevo trabajo.

34. Cf. Gn 28, 22; Le 18, 12.


Caín y Abel, II, 2, 9 - 3, 10 229

El alma se separa del cuerpo y, tras el final de esta vi­


da, se mantiene aún en suspenso por la incertidumbre del
juicio que está por venir. Así pues, el fin no está allí don­
de se cree que se encuentra. Por eso, permanezcamos uni­
dos a nuestro Dios por la oración, una conciencia pura y
con espíritu de caridad; y tratemos de obtener el favor di­
vino pidiendo que podamos liberarnos y eximirnos de las
preocupaciones de este mundo, como de unos dueños crue­
les y brutales; y salir de la esclavitud terrena35, llamados a
la libertad de la ciencia celestial, que es la verdadera y úni­
ca verdad.

Capítulo 3

10. Y para ilustrar el precepto de la Ley con un ejem­


plo: cuando los egipcios oprimían al pueblo de los judíos,
imponiéndoles varios trabajos con la arcdla y la piedra, los
hijos de Israel se lamentaron36 y suscitaron la misericordia
del Señor para con ellos.
Y dijo a Moisés: He oído el lamento de los hijos de Is­
rael por el modo en que los egipcios los tienen oprimidos en
esclavitud y he recordado mi alianza. Ve y di a los hijos de
Israel: Yo soy el Señor y os sustraeré al poder de los egipcios
y os rescataré de su esclavitud y os liberaré con brazo po­
deroso y un terrible castigo, y os tomaré como mi pueblo y
seré vuestro Dios y sabréis que Yo soy el Señor; Dios vues­
tro, que os sustraeré al poder de los egipcios y os haré en­
trar en una tierra sobre la que he extendido mi manoh7.
He aquí de qué manera el pueblo hebreo cambió el tra­
bajo en fruto, de modo que el que trabajaba la arcilla con-

35. Cf. V irgilio , É glogas, I, 36. Cf. Ex 2, 23.


40. 37. Ex 6, 5-8.
230 Ambrosio de Milán

cibió la esperanza del reino eterno. Así también el Señor en


el Evangelio, compadecido del vano esfuerzo de los paga­
nos, que construían ladrillos de una superstición arcillosa y
-entregados a los placeres del cuerpo- no eran capaces de
edificar el muro sólido de la fe, les dice, hablándoles como
si fueran fetos de una asna: Venid a m í todos los que os fa ­
tigáis y yo os almiaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y
aprended de m í porque soy manso y humilde de corazón y
hallaréis paz para vuestras almas3S.
En esta llamada me parece reconocer de un modo más
pleno las palabras misteriosas de la Ley por las que nos ha
enseñado a cambiar el asna por el cordero o a rescatarla con
dinero, de modo que no sólo sea posible cambiar el feto de
la asna por el cordero -es decir, las cosas impuras por las
puras-, sino también redimirlas.
Éste parece ser el significado: si nosotros primero lava­
mos la contaminación producida por nuestros pecados con
el sacrificio de la purificación y con el misterio del bautis­
mo, podemos también redimir nuestros pecados con las
obras buenas, con el precio de la fe y con la misericordia.
11. El precio de nuestro rescate es Cristo. De ahí que
el apóstol Pedro diga: No habéis sido redimidos con oro o
con plata, sino con una sangre preciosa3 839. Y Pablo dice: Ha­
béis sido comprados por un precio; no queráis convertiros en
esclavos de los hombres40.
Por eso, con razón se admiran de que, según la narra­
ción del Evangelio, el Señor Jesús se sentara sobre el polli­
no de una burra41, ya que el pueblo de los gentiles, que se­
gún la Ley era considerado impuro, fue el principio del
sacrificio de Cristo.

38. Mt 11, 28-29. 40. 1 Co 7, 23.


39. 1 P 1, 18-19. 41. Cf. Me 11, 7.
Caín y Abel, II, 3, 10-11 231

De ahí que también a propósito de los levitas ha sido es­


crito que son su rescate42, porque con la santidad de su vida
y su oración eliminarían los pecados del pueblo. En ellos la
figura del cordero anticipó de modo misterioso al verdadero
Levita que había de venir, el cual habría de quitar el pecado
del mundo 43 con la pasión de su propio cuerpo.
Levita significa «el preferido para mí», o también «el
que me resulta ligero». Ese nombre contiene un indicio de
perfecta capacidad para comunicar la salvación al pueblo.
Por tanto, Aquel que, esperado para la salvación de todos,
vino para mí, engendrado en un seno virginal, por mí fue
inmolado, por mí experimentó la muerte, por mí resucitó.
En El tuvo su cumplimiento la redención de todos los hom­
bres, fue alcanzada la resurrección.
Él es el verdadero Levita, para hacer que nosotros los
levitas nos unamos a Dios, le dirijamos continuas preces, es­
peremos de Él la salud, evitemos las ocupaciones terrenas,
seamos considerados propiedad de Dios, como está escrito:
Señor, toma posesión de nosotros44. Porque la única posesión
auténtica es aquella que, por no estar expuesta a ninguna
tempestad, da frutos de gracia eterna.
Levita es el que redime, porque el hombre sabio es la re­
dención del necio; como un médico, cura el ánimo enfermo
del necio y suministra a la mente fármacos de una prudencia
más sólida, a imitación de aquel médico que vino del cielo
para indicar a los hombres las vías de la prudencia y revelar
a los pequeños las sendas de la sabiduría45.
Veía, en efecto, que quienes se encuentran en la tribu­
lación no pueden salvarse sin un remedio, y por eso pro­
porcionaba medicina a los enfermos; por eso ofreció a to-

42. Cf. Ex 13, 13. crificiis, 121.


43. Jn 1, 29. 45. Cf. Sal 18, 8; Mt 11, 25; Le
44. Ex 34, 9. Cf. Filón, D e sa- 19, 10.
232 Ambrosio de Milán

dos el medio para la salvación, para que el que se pierde se


atribuya a sí mismo las causas de su muerte, porque no ha
querido curarse a pesar de que poseía el remedio con el que
habría podido liberarse.
Por su parte, sea proclamada la evidente misericordia de
Cristo hacia todos, porque los que se pierden perecen por su
propia negligencia, mientras que quienes se salvan son libe­
rados por la voluntad de Cristo46, que quiere que todos los
hombres se salven y alcancen el conocimiento de la verdad47.
En definitiva, si Sodoma hubiese tenido cincuenta jus­
tos, no habría sido destruida; incluso si hubiese tenido diez
habría sido redimida48, precisamente porque la palabra que
perdona los pecados libera el alma de la esclavitud y la ple­
nitud de una perfecta disciplina no permite que la mente sea
consumida por el fuego devorador de las pasiones.
12. Sin embargo, es muy importante y ayuda a formar
una correcta disposición moral si aceptamos con sencillez que
el número de los justos ayuda a la salvación de los pueblos.
Suprime y corta la envidia, desconcierta a la iniquidad, susci­
ta la virtud, aumenta la gracia. Pues nadie debe envidiar a otro
la alabanza que redunda en su beneficio; incluso cualquier
malvado, cuando recibe a su salvador, frecuentemente lo imi­
ta, ciertamente lo venera y muchas veces incluso lo ama.
El justo, a su vez, si es consciente de que puede ayu­
dar a otros, multiplica su celo y con su carisma une a los
pueblos, aumenta la caridad entre los ciudadanos y la glo­
ria de las ciudades. ¡Qué afortunada es una ciudad que cuen­
ta con muchos justos! ¡Cuán digna es de ser celebrada por
boca de todos! ¡Cuán alabada es por todas partes y consi­
derada feliz y estable su situación!49

46. Cf. Jn 3, 16. D e sacrificiis, 122.


47. Cf. Jn 3, 17. 49. Cf. Filón, D e sacrificiis,
48. Cf. Gn 18, 24 ss.; Filón, 124.
Caín y Abel, II, 3, 11 - 4, 13 233

¡Cuánto me alegro cuando veo que viven largos años


hombres mansos y sabios, cuando contemplo vírgenes cas­
tas y viudas respetables ya en edad avanzada, que forman
una especie de senado venerable de la Iglesia, que hace ver
en su mismo rostro y grave aspecto aquello que respetan,
aquello que imitan, aquello en lo que se inspira su com­
portamiento lleno de decoro!
No me alegro por ellos mismos, ya que mientras viven
sufren muchas aflicciones de este mundo, sino porque sir­
ven de ayuda a otros muchos. De modo análogo, cuando
alguno de éstos muere, aunque se encuentre ya en una ve­
jez extrema50, me aflijo porque la línea de los jóvenes es pri­
vada del muro protector de los ancianos.
Por eso, el primer indicio de la perdición de una ciu­
dad, o de inminentes males, o de una futura decadencia es
si faltan los varones más prudentes, o también la mujeres
más respetables, porque a partir de ahí se abre la puerta al
asalto de males.
Pues del mismo modo que toda una ciudad se consolida
y prospera con la presencia de personas sabias y se arruina
con su desaparición, así también un discurso austero y lleno
de grave prudencia suele prestar estabilidad al alma y firme­
za a la mente de cada uno. Y si se añade la utilización asidua
de los textos sagrados -verdadero senado de numerosas ense­
ñanzas y consejos-, hace que se perpetúe la estabilidad de esa
ciudad que está en el corazón de los individuos.

Capítulo 4

13. Por ese motivo, pues, Moisés llamó levitas a los pri­
mogénitos y liberadores de todos los demás51, porque son

50. Cf. V ir g il io , Eneida, XII, 395. 51. Cf. Nm 3, 12.


234 Ambrosio de Milán

los hombres de modo de pensar más maduro y provecho­


so quienes arrastran a unos a una cierta madurez de espíri­
tu, mientras que a otros les confieren la redención.
De ahí que Moisés, en el Antiguo Testamento, señalase
a las ciudades de los levitas como lugares de refugio52, por­
que todo aquel que se refugia en un alma en la que habita
el Verbo de Dios53 -que está protegida y fortificada a la ma­
nera de una ciudad-, conquista para sí la libertad perpetua.
En efecto, como en las ciudades de los levitas había per­
dón de las penas -de manera que si se refugiaba en ellas uno
que involuntariamente había causado la muerte de un hom­
bre, a nadie le estaba permitido matarlo mientras se encon­
trara dentro de sus muros-, así el que se arrepiente de su
pecado, cometido por imprudencia o contra su voluntad, si
cultiva el trato asiduo de los levitas y decide no alejarse de
esos maestros que divulgan los preceptos divinos, queda li­
berado por la misma Ley de toda pena y suplicio por el de­
lito cometido.
14. Y no pienses que es absurdo que los criminales co­
habiten con los justos y los culpables con los consagrados
a Dios, ya que necesitan ser purificados quienes han sido
contaminados con el contagio de algún delito.
Además, en cierto modo, se produce una situación de
signo contrario: efectivamente, como el levita, habiendo re­
nunciado a los placeres del mundo, está lejos de toda cul­
pa, así también el culpable de un delito de sangre se con­
vierte en un fugitivo de su patria.
Pero hay una diferencia: este último ha abandonado a
los suyos necesariamente, por miedo a la Ley, mientras que
el ministro de Dios renuncia a la compañía de las pasiones
humanas y se sustrae al parentesco con los deleites carnales

52. Cf. Nm 35, 6 ss.; Filón, 53. Cf. Jn 1, 14.


D e sacrificiis, 128-130.
Caín y Abel, II, 4, 13-11 235

por amor a la virtud. Y no se aparta de la verdad cuando


dice que también él ejerce cierta violencia consigo mismo
para matar a los placeres del cuerpo y, en cierto sentido, in­
ferir la muerte a su carne54.
Por ejemplo, Moisés mató al egipcio y huyó de la tie­
rra de Egipto55 para escapar al tirano. Pero no habría mata­
do a aquel hombre si antes no hubiera aniquilado de su mal­
dad espiritual al egipcio que tenía en sí mismo y no hubiera
renunciado al lujo de los honores reales56, juzgando que el
oprobio de Cristo era un patrimonio mayor que los teso­
ros de Egipto; lo que a los insensatos parece el oprobio de
Cristo, porque para nosotros el oprobio de la cruz del Se­
ñor es poder y sabiduría de Dios57.
15. Se añade el hecho de que en Dios hay dos tipos prin­
cipales de poder: uno por el que perdona, otro por el que
castiga. Los pecados se perdonan mediante el Verbo de Dios,
del que el levita es intérprete y en cierta manera ejecutor. Se
perdonan por medio de la función sacerdotal y su sagrado
ministerio, mientras que se castigan también por medio de
hombres, por ejemplo los jueces, que ejercen su poder por
un tiempo determinado, como enseña el Apóstol cuando di­
ce: ¿ Quieres no tener miedo a la autoridad? Haz el bien y
obtendrás su alabanza, porque es ministro de Dios para bien
tuyo. Pero si haces el mal, teme. Porque no sin motivo lleva
una espada, ya que es ministro de Dios y se venga con ira
de aquel que ha hecho el mal5S.
Los pecados son castigados también a través de los pue­
blos, como leemos; porque muchas veces el pueblo judío

54. Éste es uno de los tipos de 56. Cf. Ex 2, 10-11.


muerte que Ambrosio describe ex­ 57. Cf. 1 Co 1, 23-24.
tensamente en Exc. fra t., II, 36. 58. Rm 13, 3-4.
55. Cf. Ex 2, 12.
236 Ambrosio de Milán

fue sojuzgado por pueblos extranjeros levantados por orden


de Dios a causa de una ofensa a su divina majestad59.
Ni siquiera aquel que haya cometido un homicidio in­
voluntariamente es ajeno a esta función, dado que la ley afir­
ma de él que Dios lo entregó en sus manos60. Por tanto, sus
manos, a modo de instrumento, han servido a la venganza
divina.
Así pues, el levita es ministro del perdón; a su vez, el ho­
micida que no ha cometido un crimen con premeditación si­
no de forma involuntaria, es ministro de la venganza divina.
Observa también otro dato: cuando se mata al impío, se
introduce Cristo; y cuando deja de estar vigente la abomina­
ción, se recolecta la santificación, porque el Señor dijo:
16. En el día en que extermine a todos los primogénitos
de Egipto, santificaré para m í a todo primogénito de Israel61.
Y esto hay que referirlo no sólo al día de la aflicción de
Egipto, sino a todo tiempo. En efecto, cuando se renuncia a
la maldad, inmediatamente se acoge la virtud, porque la sa­
lida de la maldad produce la entrada de la virtud y con el
mismo empeño con que se excluye el delito se une uno a la
inocencia62.
Esto lo encuentras en el Evangelio, porque cuando Sa­
tanás penetró en el corazón de Judas63, Cristo se alejó de él,
y en el instante en que acogió a aquél, perdió a éste. Cla­
ramente está así escrito: Y, después del bocado, entró en él
Satanás. Por tanto, le dijo Jesús: Lo que vas a hacer, hazlo
pronto64.
¿Por qué dice esto? Con el fin de que se apartara de
Cristo por el hecho de que Satanás había entrado en él. Así

59. Cf. Is 13, 17. 135.


60. Ex 21, 13. 63. Cf. Jn 13, 2.
61. Nm 3, 13; cf. Ex 13, 15. 64. Jn 13, 27.
62. Cf. Filón, D e sacrificiis,
Caín y Abel, II, 4, 15-16 237

que es arrojado y expulsado fuera, porque ya no puede es­


tar con el Señor Jesús el que había empezado a estar con el
diablo, ya que no hay nada común entre Cristo y Belial65.
Por eso, una vez expulsado por una orden, se marchó
enseguida, como leemos en el pasaje donde el evangelista
dice que una vez que tomó el bocado, enseguida salió; y era
de noche66. No sólo salió, sino que lo hizo inmediatamente
y de noche. No es extraño que estuviera en las tinieblas de
la noche el que abandonaba a Cristo.
En verdad, del mismo modo que él, acogido por el de­
monio, se alejó de Cristo, así Zaqueo, renunciando a la ava­
ricia, acogió a Cristo. En recompensa, al ver su interés por
haberse subido al árbol para ver a Jesús que pasaba, el Se­
ñor le dice: Taqueo, baja inmediatamente, porque conviene
que hoy me detenga en tu casa. Y bajó veloz y lo recibió
con alegría67.
En realidad, al recibir a Cristo expulsó la avaricia, des­
terró la perfidia, renunció al fraude; porque Cristo no en­
tra de otro modo, si no es para alejar los vicios, ya que El
no cohabita con los errores. Por eso arrojaba del templo a
los cambistas68: porque El mismo quería habitar allí.
De ahí que Zaqueo, al comprender que no podía aco­
ger a Cristo con sus pasadas inclinaciones, obligó a sus an­
tiguos vicios a salir de su casa para que entrase Cristo. Con
razón, pues, mientras la gente murmuraba porque el Señor
Jesús se había parado para ir a casa de un hombre pecador69,
dijo al Señor: He aquí que doy la mitad de mis bienes a los
pobres y, si algo he quitado a alguno con fraude, le devuel­
vo el cuadruplo70.

65. Cf. 2 Co 6, 15. Jn 2, 15.


66. Jn 13, 30. 69. Cf. Le 19, 7.
67. Le 19, 5-6. 70. Le 19, 8.
68. Cf. Mt 21, 12; Me 11, 15;
238 Ambrosio de Milán

Con estas palabras respondió a quienes decían que un


pecador no habría debido ofrecer hospitalidad a Cristo, di-
ciéndoles: «Ya no soy un publicano, no soy aquel Zaqueo,
no robo, no defraudo. Devuelvo lo que he arrebatado; de­
vuelvo yo, que acostumbraba a quitar. Ahora dono a los po­
bres, a quienes antes despojaba; ahora doy de lo mío, yo
que antes me apropiaba de lo ajeno».
Huyeron los pecados después de que Cristo entró. Se
disipó toda la ceguera de las pasiones carnales en cuanto se
difundió la luz de la vida eterna.

Capítulo 5

17. Hemos hablado de las primicias; ocupémonos tam­


bién de las grasas7172, de las cuales David habla cumplida­
mente, diciendo: Como de grasa y de fértil riqueza se llene
mi alma71. Y previamente afirma: Y sea pingüe tu holocaus­
to 73. Con esto enseña que el sacrificio agradable es el pin­
güe, el resplandeciente, el cebado -por así decir- por el pas­
to de la fe y la devoción, así como por el rico alimento de
la palabra celestial.
Con frecuencia llamamos pingüe a una obra para dar a
entender que es densa y fatigosa, y se llama ofrenda copio­
sa a la que no es leve y menuda. Por eso también llamamos
con razón pingüe a un sacrificio cuando lo queremos de­
clarar copioso. E incluso nos sirve de prueba el hecho de
que las vacas pingües de la interpretación profética fueron
parangonadas con los años de abundancia74.

71. Cf. Gn 4, 4. 74. Cf. Gn 41, 26; Filón, Quaes-


72. Sal 62, 6. tiones, I, 64.
73. Sal 18, 4.
Caín y Abel, II, 4, 1 6 - 6 , 19 239

Capítulo 6

18. Consideremos ahora qué significa lo que dice el Se­


ñor: Si haces una ofrenda justa, pero no la distribuyes co­
rrectamente, has pecado: sosiégate75. Lo cual demuestra que
a Dios no se le aplaca con el ofrecimiento de dones, sino
con la intención del que los ofrece.
Por consiguiente, Caín, que ofrecía un don desaprobado
por la evidencia de que era un ofrecimiento insincero, enten­
dió que su sacrificio no era agradable a Dios y se entristeció7576.
En efecto, cuando la mente es consciente de que actúa
con rectitud77, se alegra y el ánimo se llena de gozo por una
especie de infusión espiritual siempre que el esfuerzo y las
obras de una persona son aprobadas por Dios.
Así pues, la tristeza es testigo de la conciencia de Caín,
el signo de la repulsa divina. Aunque presentó el don, sin
embargo cayó en la culpa por no haber dividido, ni correc­
ta ni justamente.
19. Porque son cuatro las condiciones por las que los
sacrificios eran bien aceptados: si eran las primicias de los
nuevos frutos, si habían sido tostadas al fuego78, si habían
sido divididas, si eran ininterrumpidas.
Las primicias de los frutos nacidos en la primera épo­
ca del año, que en imagen eran consideradas como los pri­
mogénitos, ahora ha sido revelado que en realidad signifi­
caban aquellos que son renovados por el sacramento del
bautismo. Este es verdaderamente el sacrificio de las primi­
cias, cuando cada uno se ofrece como víctima79, comienza
por sí mismo para después poder presentar su ofrenda.

75. Gn 4, 7. Cf. F ilón, Q uaes- 78. Cf. Lv 2, 14; F ilón , D e sa-


tiones, I, 63. crificiis, 76.
76. Cf. Gn 4, 7. 79. Cf. Rm 12, 1.
77. Cf. Virgilio, Eneida, I, 604.
240 Ambrosio de Milán

Es, por tanto, apta para el sacrificio la fe de los que se


han convertido en hombres nuevos, una fe nueva, vigorosa,
juvenil, que busca el crecimiento en la virtud, no indolen­
te, no cansada, no lánguida por algún tipo de decrepitud ni
débil de energía; una fe que brote de un vigoroso germen
de sabiduría y florezca en el juvenil fervor del conocimien­
to de Dios; una fe que, sin embargo, tenga el jugo de la an­
tigua doctrina, pues debe coincidir la del Nuevo con la del
Antiguo Testamento, ya que está escrito: Comed el viejo ali­
mento de la antigua cosecha y separadlo de la faz del nue-
voso.
Sea nuestra comida el conocimiento de los patriarcas, el
alma se sacie en el oráculo de los profetas, con tal alimen­
to se nutra lo más profundo de la mente; pero que no sea
más el signo del cordero, sino la verdad del cuerpo de Cris­
to. No ofusque nuestros ojos la sombra de la ley8081, sino que
la gracia de la Pasión del Señor y el esplendor de su resu­
rrección ilumine con claridad la agudeza de la mente.
20. Y si ofreces un sacrificio de corderos primogéni­
tos, ofrecerás ese sacrificio primicial asado al fuego junto
con la grasa, según está escrito82. Eso significa que tu fe
debe estar como probada al fuego y ferviente con el Espí­
ritu Santo.
En definitiva, Jacob coció un plato de lentejas y arre­
bató a su hermano la bendición de la primogenitura83, que
sin duda habría obtenido una fe firme. Por tanto, el prime­
ro crecía robusto y vigoroso; el segundo, que no sabía co­
cerse su comida, decaía fatigado y desfallecido84.

80. Lv 26, 10. Cf. F ilón, D e 83. Cf. Gn 25, 29; Filón, De
sacrificiis, 79. sacrificiis, 81.
81. Cf. Hb 10, 1. 84. Cf. Gn 25, 30.
82. Cf. Lv 7, 2-5.
Caín y Abel, II, 6, 19-21 241

Así pues, arda la virtud de tu alma con la palabra del


Señor como al fuego vivo. Mira cómo se inflamó José, co­
mo está escrito: La palabra del Señor lo inflamó 85. Sea hor­
neada tu fe como las espigas de las mieses. Porque las espi­
gas ofrecen la madurez de sus frutos cuando en la temporada
estival, al llegar el sol a su cénit, las abrasa.
Por tanto, la eficacísima palabra de las Escrituras con­
firma el alma y la broncea, por decirlo así, al calor de la
gracia espiritual, incluso robustece las capacidades de la ra­
zón y anula todo el poder de las pasiones irracionales.
Por eso Esaú, tras haber aflojado los lazos de su virtud,
quedó destruido; mientras que aquellos a quienes se les
mandaba comer con los lomos ceñidos la cabeza de un cor­
dero -no crudo ni cocido en agua, sino asado al fuego, co­
mo lees en el Exodo86-, atravesaron el mar a pie con ánimo
fuerte y fiel87.
También el Señor Jesús comía peces asados, como está
escrito en el Evangelio88, y sobre El revoloteaba la plenitud
del Espíritu Santo. Y quizá por eso Esaú era débil: porque
deseaba una comida cocida en agua, que Jacob entregó al
que estaba sin fuerzas, como si no fuera adecuada para él
mismo.
21. Además, la ofrenda y la oración conviene que no
sean confusas, sino distintas con la oportuna división89. Por­
que en todo es mejor la distinción que la confusión, y mu­
cho más en la oración y en la ofrenda, que se vuelve un tan­
to oscura si no tiene divisiones precisas. Por eso la ley
manda muchas veces que se dividan los miembros de la víc­
tima90 y que se ofrezcan los holocaustos de manera que el
sacrificio sea sin mezcolanza ni cubierta - y por tanto des­

85. Sal 104, 19. 88. Cí. Le 24, 42-43.


86. Cí. Ex 12, 9. 89. Cf. Filón, De sacrificiis, 82.
87. Cf. Ex 14, 22ss. 90. Cf. Lv 1,6.
242 Ambrosio de Milán

nudo-, porque desnuda y despojada de todo envoltorio de­


be arder nuestra fe, a fin de que la mente no esté revestida
de fútiles y engañosas opiniones, sino que aparezca pura e
íntegra su simplicidad.
Por tanto, divídase en partes congruentes. Porque la vir­
tud es un género que se divide en muchas especies, pero las
principales son cuatro: prudencia, templanza, fortaleza, jus­
ticia. En consecuencia, que tu oración rezume prudencia en
lo referente al conocimiento de Dios y a la verdad de la fe,
exhale la templanza que el Apóstol juzgó debía exigirse in­
cluso de los cónyuges, al decir: No os defraudéis el uno al
otro, sino acaso de común acuerdo por un tiempo determi­
nado, para dedicaros a la oración91.
Y la ley manda acercarse al altar del sacrificio tras ha­
berse mantenido castos desde el día anterior y desde el día
precedente a éste92. Sostenga la oración a la fortaleza para
que no se meta por medio ningún miedo y no desfallezca
por flaqueza alguna; porque la dedicación a la plegaria de­
be fortalecerse precisamente cuando somos urgidos por las
dificultades.
La plegaria mantenga la justicia: si Judas hubiese ob­
servado esta virtud, su oración no se habría transformado
en pecado. Porque ¿cuándo debemos prescindir más de
obras y afanes injustos, sino cuando invocamos la justicia
divina93? Por eso el Señor, para que tomáramos en serio la
justicia, dijo: Bienaventurados los que sufren persecución por
la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos94. Esto es
lo que le faltó a judas, porque si hubiera estado presente en
él la justicia, no habría traicionado al Señor, no habría en­
tregado al Maestro.

91. 1 Co 7, 5. 93. Cf. Mt 6, 33.


92. Cf. Ex 19, lOss. 94. Mt 5, 10.
Caín y Abel, II, 6, 21-22 243

Eso faltó también al sacrificio de Caín, que si hubiera


practicado la justicia, habría debido ofrecer al Señor las pri­
micias, no los frutos posteriores. Le faltó, por tanto, la di­
visión, y por ese motivo se le dijo en respuesta: Si haces una
ofrenda justa, pero no la distribuyes correctamente, has pe­
cado: no te enfades95. Ves cuánta culpa hay en esto: donde
falta la división, allí todo el sacrificio es rechazado.
22. Falta hablar de la oración continua e ininterrumpida,
en la que conviene que nos mantengamos y nos dediquemos
constantemente a ella. El Señor pasaba la noche en oración96
no para ayudarse a sí mismo, sino para enseñarnos.
En efecto, la oración frecuente produce cierta discipli­
na de plegaria, porque la costumbre en sí misma nos hace
dóciles a Dios97, mientras que la negligencia nos vuelve in­
capaces de aprender. Por tanto, es un buen ejercicio.
Por lo demás, el vigor del cuerpo aumenta con el ejer­
cicio frecuente; por el contrario, cuando no se practica, dis­
minuye y languidece; efectivamente, muchos destruyen in­
cluso su fuerza natural por falta de entrenamiento. De
manera análoga, la fortaleza del alma se consolida con la asi­
duidad del ejercicio, de modo que incluso el esfuerzo de la
disciplina no se convierte en pesadez, sino en hábito.
Proporcionemos a nuestra mente este alimento que, tri­
turado y molido por una larga meditación, preste fuerzas al
corazón del hombre como un maná celestial98. No hemos
recibido ese alimento triturado y molido sin fatiga. Por eso,
debemos triturar y moler durante un gran espacio de tiem­
po las palabras de las Escrituras celestes, empeñándonos con
toda el alma y el corazón para que la sabia espiritual de tan
sublime alimento se difunda por todas las venas del alma.

95. Gn 4, 7. 97. Cf. Jn 6, 45.


96. Cf. Le 6, 12. 98. Cf. Jn 6, 32.
244 Ambrosio de Milán

Por eso, si la fe se desarrolla en un espíritu juvenil, que


depone el defecto de una devoción envejecida, es ardiente
de espíritu, y por una parte se atiene, con una apropiada
distinción, a la medida de la división prevista por la ley, y
por otra consigue la gracia divina por su asiduidad; enton­
ces se convierte en ese modo de rezar pingüe y, por así de­
cir, fecundo del que dice el profeta: Ungiste mi cabeza con
óleo99.
Porque, así como los corderos engordan con la abun­
dancia de leche y las ovejas bien nutridas llaman la aten­
ción por sus grasas, del mismo modo engorda la oración
de los fieles alimentada con las palabras de los apóstoles.
23. Si falta alguna de las cualidades de las que hemos
hablado más arriba, el sacrificio no es aprobado. Por eso se
le dijo a Caín: Si haces una ofrenda justa, pero no la distri­
buyes correctamente.
En efecto, leemos que incluso el mundo ha sido crea­
do por separado, siendo así que con antelación una parte de
él era informe porque la tierra era invisible y descompues­
ta 10°. Es decir, al principio fue creada la luz y Dios la llamó
luz y separó la luz de las tinieblas y a las tinieblas las lla­
mó noche101.
Y leemos que las cosas, una por una, fueron creadas se­
gún un orden: el cielo, la tierra, los árboles frutales y los di­
ferentes animales. Y los elementos más ligeros, como el aire
y el fuego, fueron distribuidos en las zonas superiores, y los
más pesados, como el agua y la tierra, en las inferiores.
Ciertamente Dios habría podido mandar que todo fue­
ra creado al mismo tiempo, pero prefirió mantener la dis­
tinción para que nosotros la imitáramos en todos los asun­

99. Sal 22, 5. 101. Cf. Gn 1, 2.


100. Gn 1, 1.
Caín y Abel, II, 6, 22 - 7, 24 245

tos y sobre todo en el intercambio de favores. En tales si­


tuaciones no es suficiente devolver lo que se ha recibido, si­
no que hay que hacer agradable lo que se devuelve.
Pues si uno paga lo que debe y al hacerlo agravia al
acreedor, hace algo incluso más intolerable que no haber de­
vuelto lo que debía, porque se tiene en consideración no la
cantidad de lo que se paga, sino la disposición de ánimo de
quien devuelve, su actitud y sus sentimientos.
Así pues, (Caín) ofreció con razón, porque el sacrificio
es un signo de devoción y una demostración de reconoci­
miento, pero no dividió de un modo correcto, porque ante
todo debía haber inmolado a Dios las primicias, para co­
menzar por obtener la gracia del Creador. Porque de hecho
éste es el orden de la división: que las cosas de más impor­
tancia precedan a las secundarias y no las secundarias a las
primarias, y que las celestiales sean antepuestas a las terre­
nas, no las terrenas a las celestiales.

Capítulo 7

24. Pero, dado que Caín confundió este orden, se le di­


ce: Has pecado: no te enfades102. Dios lo enseña todo: en
primer lugar, a no pecar, como advirtió a Adán; en segun­
do lugar, si has pecado, no te rebeles, como aprendes en el
caso de Caín.
Porque debemos avergonzarnos y condenar el pecado,
no defenderlo, ya que la culpa disminuye con el pudor, y
defendiéndola, aumenta; con el silencio nos corregimos, y
discutiendo caemos aún más. Haya al menos vergüenza allí
donde no hay liberación de la culpa.

102. Gn 4, 7. Cf. Filón, Q uaestiones, I, 65.


246 Ambrosio de Milán

De ahí, aquello de: El justo, desde el comienzo de su dis­


curso, se acusa a sí mismo'05. Y también en otro pasaje lee­
mos estas palabras de la misma boca del Señor: Confiesa tus
iniquidades para que seas justificado'0*.
¡Tanta es la gracia obtenida por el pudor, que por la
vergüenza logra la justicia eliminada por la pena propia de
la culpa! Por eso dice: Calla, porque no tienes excusa. La
misma culpa se vuelve contra ti.
En efecto, no se le añade la responsabilidad por su her­
mano, sino que se le atribuye el pecado del que él mismo
es autor. Sobre ti -dice- recae la culpa'05, que ha tenido en
ti su origen. No tienes ningún argumento para echar la cul­
pa a la necesidad, más que a tu propia mente. Tu malicia se
revolverá contra ti, tú eres el primer responsable de ella'0b.
25. Está bien dicho: Tú eres el primer responsable de
ella. En efecto, la impiedad es como la madre de los deli­
tos, y quien ha cometido los pecados más graves, fácilmen­
te cae en otros.
Pues ¿cómo puede mantener la templanza de las cosas
humanas el que ha violado las divinas y ser bueno con los
hombres el que ha ofendido a Dios? Por tanto, siguen otros
vicios a las culpas más graves, porque hacia donde tienden
las ignominias, allí se inclina todo lo demás.
Así pues, tú eres el principal responsable de tus obras,
tú el guía de tus crímenes. La culpa no te ha atraído con­
tra tu voluntad o por tu imprudencia, sino que tú, reo vo­
luntario, no has cometido el mal por un error, sino por tu
propia decisión, por la que tú mismo te demuestras culpa­
ble de haber ofendido a Dios.10345

103. Pr 18, 17. tiones, I, 66.


104. Is 43, 26. 106. Ibid.
105. Gn 4, 7. Cf. Filón, Quaes-
Caín y Abel, II, 7, 24 - 8, 26 247

Capítulo 8

26. Caín, pues, advertido para que se estuviera quieto,


aumenta su arrogancia, exacerba la insolencia. ¿Qué pre­
tende cuando dice: Salgamos al campo107 sino elegir un lu­
gar desnudo de vegetación para un parricidio? Porque ¿dón­
de iba a matar a su hermano, a no ser en un lugar privado
de frutos?
Como si lo presintiera, la naturaleza había negado sus
frutos al lugar de un crimen tan horrendo, porque no era
conveniente que un mismo suelo fuera contaminado contra
la naturaleza por la sangre de un parricidio y produjera fru­
tos de acuerdo con la naturaleza.
Con razón dice el mismo: Salgamos al campo, y no di­
ce: «vayamos al paraíso», donde florecen los árboles frutales,
o a algún lugar cultivado y productivo. Son los mismos pa­
rricidas quienes muestran que son incapaces de recoger el fru­
to de su crimen y que el fruto no puede permanecer en ma­
nos de quienes han sido instrumentos de tamaña impiedad.
Son ellos mismos los que huyen de la benevolencia de
los elementos, como este Caín que parece haber temido que
una tierra asaz generosa en buenas cosechas fuera a impe­
dir su triste crimen; y que con su habitual abundancia ge­
nerativa, con la que hace que de sus entrañas surjan vásta-
gos y frutos de toda especie, sólo con su muda presencia
habría de renovar su amor fraterno, incluso cuando se apres­
taba a cometer un crimen.
El ladrón huye del día como si fuese un testigo de su
crimen; el adúltero es como si tuviera vergüenza de la luz,
que conoce su pecado; el parricida evita la fecundidad de la
tierra. Pues el que mataba al hermano con quien tenía en

107. Gn 4, 8. Cf. F il ó n , Quaestiones, I, 67.


248 Ambrosio de Milán

común la sangre, ¿cómo podía contemplar la armonía fra­


terna entre los frutos de la naturaleza?
José fue arrojado a una cisterna vacía108, Amnón fue ase­
sinado entre las paredes de su casa10910. Por tanto, la naturale­
za ha emitido una sentencia justa al privar de sus dones aque­
llos lugares donde había de cometerse un fratricidio, con el
fin de mostrar, con una especie de maldición al suelo ino­
cente, cuán grandes serán las penas de los culpables.
Así pues, incluso los elementos son condenados por cul­
pa de los delitos de los hombres. Finalmente, David deseó
el castigo de una esterilidad eterna a los montes en los que
fue muerto Jonatán junto con su padre, diciendo: ¡Montes
que estáis en Gélboe, que ni rocío ni lluvia caiga sobre vo­
sotros, montes de muerte /no

Capítulo 9

27. Examinemos ahora por qué motivo preguntó Dios


a Caín dónde estaba su hermano, como si no supiera que
lo había matado111. Realmente, por lo que respecta a la cien­
cia divina, ésta acusa al que no confiesa y, al que niega (lo
que ha hecho), le responde como uno que sabe: La voz de
la sangre de tu hermano clama hasta mz112.
En un sentido más profundo, amonesta a los pecadores a
la penitencia, porque la confesión lleva consigo una disminu­
ción de la pena. Por eso, en los procesos humanos, aquellos
que niegan su culpa son torturados en el caballete, mientras
que el juez siente cierta compasión por los que confiesan.

108. Cf. Gn 37, 24. tiones, I, 68; Id., Q uod deteriu s po-
109. Cf. 2 S 13, 28-29. tiori insidian soleat (Q uod d e te­
110. 2 S 1, 21. rius), 57-58.
111. Cf. Gn 4, 9; Filón, Q uaes- 112. Gn 4, 10.
Caín y Abel, II, 8, 26 - 9, 28 249

Los pecados traen consigo una especie de vergüenza y


es ya un inicio de arrepentimiento el hecho de confesar la
culpa y no quererla desviar de uno mismo, sino reconocer­
la. El pudor de los reos ablanda al juez, pero la pertinacia
de quienes niegan su culpa lo endurece.
Dios quiere inducirte a pedir perdón, quiere que espe­
res de El indulgencia, quiere demostrar, con tu confesión,
que El no es el creador del mal. Porque quienes -como ha­
cen los gentiles- atribuyen su pecado a cierta necesidad de
su decisión o de su acción, como si su propia naturaleza
fuese la causa del pecado, parece que acusan a la Providen­
cia divina, ya que el que ha matado obligado por una ne­
cesidad es como si lo hubiera hecho contra su voluntad.
Los impulsos que proceden de nosotros no tienen ex­
cusa; son excusables, sin embargo, los que están fuera de
nuestro alcance. Pero mucho más grave que el mismo pe­
cado es atribuir a Dios los que tú has hecho y transferir el
oprobio de tu pecado al Creador, no de la culpa sino de la
inocencia.
28. Sopesa ahora la respuesta del fratricida. Dice: No lo
sé, ¿acaso soy el guardián de mi hermanom ? Aunque esta
respuesta dé muestras de arrogancia, deja entrever no obs­
tante que, si hubiera tenido consideración con su buen her­
mano, debería haber guardado su deber de piedad hacia él.
Porque ¿de quién otro debería haber cuidado más que
de su hermano? Pero ¿cómo podía cumplir el deber de la
fraternidad quien no había reconocido el afecto propio del
parentesco? O ¿cómo podía ocurrir que fuese obediente a
las leyes de la naturaleza aquel que no mostraba respeto a
Dios?
En primer lugar, niega como ante uno que no sabe na­
da; rechaza el deber de cuidar de su hermano, como si es­

113. Gn 4, 9.
250 Ambrosio de Milán

tuviera exento de cualquier vínculo natural; rechaza al juez,


como si estuviera libre de ser juzgado.
¿Por qué te admiras de que no haya conocido la pie­
dad quien no reconoce a su Creador? Por eso, aprendes de
este texto de la Escritura que la fe es la raíz de todas las
virtudes. Por eso también el Apóstol dice que nuestro fu n ­
damento es Cristo114 y todo lo que hayas edificado sobre es­
te fundamento, sólo eso será de provecho para el fruto de
tu obra y para la recompensa de tu virtud.
29. Por consiguiente, el Señor dio una respuesta ade­
cuada a quien imprudentemente no confesaba su pecado, al
decirle: La voz de la sangre de tu hermano clama hasta m íni,
esto es: «¿Por qué no sabes dónde está tu hermano? Esta­
bais solos, con vuestros dos padres; entre tan pocos, tu her­
mano no debió ocultarse a tus ojos.
»¿Es acaso porque tus padres no pueden ser tus acusa­
dores? En efecto, no quiero que ese parentesco, que es cau­
sa de salvación, se convierta en un motivo de peligro. Sólo
en ti la naturaleza ha perdido la fuerza de sus leyes.
»¿Por eso piensas que tu delito permanece oculto: por­
que tus padres no deben acusarte? Pero, precisamente por
eso es mayor tu condena: en efecto, si las personas queri­
das de la parentela no deben acusar, tanto más no deben
matar.
»Pero si tú me rechazas como testigo y huyes de mí co­
mo juez, la voz de la sangre de tu hermano es un testigo que
grita hasta mí. Esta te acusa con mayor autoridad que si tu
hermano viviese. Estabais solos: ¿quién otro pudo matarle?
»Si acusas a tus padres, brindas la prueba de tu fratri­
cidio: ha sido capaz de matar a su hermano quien no per­
dona a sus padres; ha sido capaz de ser un fratricida quien
desea probar que ha nacido de unos parricidas.

114. 1 Co 3. 11-12. 115. Gn 4. 10.


Caín y Abel, II, 9, 28-30 251

Dice bien el Señor: La voz de la sangre clama, no cla­


ma tu hermano; es decir, incluso en la muerte mantiene la
inocencia y la benevolencia fraternal. El hermano no acusa
para no aparecer como un fratricida, no acusa su voz, no
acusa su alma, sino que acusa la voz de su sangre que tú
mismo has derramado. Por tanto, te acusa tu crimen, no tu
hermano».
En este instante, el culpable pierde toda posibilidad de
defenderse. No puede quejarse de un testigo foráneo el que
confiesa su crimen con su propio delito. Las palabras valen
menos que los hechos. Sin embargo, también es testigo la
tierra que ha recibido su sangre.
30. Y dice bien: La voz de la sangre de tu hermano cla­
ma desde la tierranb. No ha dicho: «Grita desde el cuerpo
de tu hermano», sino «clama desde la tierra». Aunque tu
hermano te perdone, la tierra no te perdona; si el hermano
calla, la tierra condena. Esta es testigo y juez contra ti: un
testigo más inexorable, porque está aún húmeda de la san­
gre de tu fratricidio; un juez más severo porque está con­
taminada por un crimen tan enorme, que ha abierto su bo­
ca y ha recibido de tus manos la sangre de tu hermano.
En realidad, ella abrió su boca como para recibir pala­
bras piadosas de unos hermanos. No temía nada viendo a
dos hermanos, porque sabía que la ley de la fraternidad era
un incentivo para el amor, no para el odio. Porque ¿cómo
podía sospechar un fratricidio, cuando todavía no había con­
templado ningún homicidio?
Pero tú derramaste una sangre por cuyo contacto la tie­
rra, dolida, no te hará prosperar -dice-, concediéndote sus
favores117. ¡Qué venganza más inocente! La que había sido
tan gravemente ofendida, se contenta con no ayudar, no bus­
ca perjudicar.

116. Ibid. 117. Gn 4, 12.


252 Ambrosio de Milán

31. Tampoco es de poca importancia la afirmación que


dice: La voz de la sangre de tu hermano clama hasta mi118.
Porque Dios escucha a sus justos, aunque hayan muerto, ya
que viven en Dios119.
Y con razón son considerados vivos porque, a pesar de
haber probado la muerte del cuerpo, sin embargo experi­
mentan una vida incorpórea, son iluminados por el esplen­
dor de sus méritos y disfrutan de la luz eterna.
El Señor, pues, escucha también la sangre de los justos,
pero aparta de sí los ruegos de los impíos porque, aunque
parece que están vivos, son más miserables que todos los
muertos, ya que llevan su carne en torno a sí como una
tumba en la que han sepultado su infeliz alma.
Porque ¿qué otra cosa hace que estar sepultada el alma
que se revuelca en la tierra y estar encerrada en los deseos
de la avaricia terrena y los demás vicios, de modo que no
puede respirar el aire de la gracia celestial?
A un pecador tal lo maldice la tierra, que es la parte ín­
fima y última del mundo120. Encima está el cielo y las cria­
turas que están en él: el sol, la luna y las estrellas, los tro­
nos, las dominaciones, los principados y las potestades, los
querubines y los serafines121. Así pues, no hay duda de que
también los seres superiores han condenado a aquel a quien
habían ya condenado los inferiores.
En efecto, ¿cómo puede ser absuelto allí arriba con una
pura y celestial sentencia uno a quien ni siquiera la tierra
pudo absolver? Por eso es condenado a existir gimiendo y
temblando sobre la tierra112.

118. Gn 4, 10. Cf. Filón, Quaes- 121. Cf. Col 1, 16.


tiones, I, 70. 122. Gn 4, 12. Cf. Filón, Quaes­
119. Cf. Rm 6, 10-11. tiones, I, 72.
120. Cf. Filón, Quaestiones, I, 71.
Caín y Abel, II, 9, 31-33 253

32. El sentido (de estas palabras) es evidente y univer­


sal: a todo malvado le ocurren y le ocurrirán males. Los ac­
tuales le producen tristeza y los futuros temor, pero al mal­
vado le preocupan más los presentes que los que vendrán.
Por eso, Caín dijo al Señor: Mi pecado es demasiado
grave; si hoy me abandonas, me esconderé de tu rostro123.
Porque nada hay más grave que ser despedido para errar le­
jos de Dios, de modo que uno no puede volver.
La muerte del pecador lleva consigo el fin de la posi­
bilidad de pecar, pero una vida privada de la guía divina se
precipita y deriva hacia males más graves. Del mismo mo­
do que, si el pastor abandona el rebaño, hacen incursiones
las bestias, así, cuando Dios abandona al hombre, irrumpe
el diablo.
Es grave, sobre todo para los necios, no contar con un
guía. Se insinúa el mal, crece la herida allí donde falta la me­
dicina. En verdad se esconde el que quiere cubrir una cul­
pa y ocultar un pecado. Porque quien obra el mal, odia la
luz y busca las tinieblas como escondites de sus delitos.
El justo, por el contrario, está acostumbrado a no es­
conderse ante el Señor, Dios suyo, sino más bien a presen­
tarse, diciendo: Heme aquí, ya que no tiene una conciencia
culpable que tema ser sorprendida en falta.
33. Así pues, con razón se esconde124, consciente de su
pecado, y dice: Todo el que me encuentre, me matará'25. El
hombre de mente estrecha tiene miedo de la muerte pre­
sente, menosprecia la eterna y no teme el juicio divino; im­
plora solamente que se aleje la muerte del cuerpo.
Pero ¿por quién temía ser matado, puesto que sólo te­
nía a sus padres en la tierra? En verdad, podía temer un ata-

123. Gn 4, 13-14. Cf. Filón, tiones, I, 74.


Q uod deterius, 141-142. 125. Gn 4, 14.
124. Cf. Gn 4, 14; Filón, Quaes-
254 Ambrosio de Milán

que de las fieras, él que había violado los mandamientos de


la ley divina; y no sentirse superior a todos los demás ani­
males que le estaban sujetos, él que había enseñado que se
puede matar a un hombre.
También podía temer a unos padres parricidas, él que
había enseñado que se podía cometer un fratricidio. En efec­
to, los padres habrían podido aprender del hijo lo que los
descendientes aprendieron de su antecesor.

Capítulo 10

34. Consideremos ahora por qué motivo Dios llegó a de­


cir: Quien mate a Caín, pagará una pena siete veces mayor126,
y por qué razón puso sobre él una señal, para que el fratri­
cida no fuera matado, mientras que no se había tomado nin­
guna precaución para que no fuese asesinado un inocente.
El hombre es un ser con ocho facultades: tiene la ra­
zón, por la que está por encima de todos los demás, y tie­
ne también los cinco sentidos corporales, tiene la palabra y
tiene la capacidad de engendrar.
Estas siete facultades, si no son gobernadas por la ra­
zón, están sujetas a la muerte. Y por eso, el hombre insen­
sato corre un gran peligro al ponerlas en ejercicio. Por tan­
to, el que ha perdido la capacidad de razonar se jacta en
vano de poder usar estos siete dones corporales. Todos ellos
se dispersan si no están vinculados por las riendas de la ra­
zón. Por eso, la muerte de la razón produce la muerte de
las pasiones irracionales.
Pero es mejor ponderar que el número siete127 es el pro­
pio de la paz y el perdón. Por eso, quien no perdona a otro

126. Gn 4 , 15. Cf. F i l ó n , Quaes- 127. Cf. Gn 2, 2.


tiones, I, 7 5 ; I d ., Quod deterius, 1 6 8 ss.
Caín y Abel, II, 9, 3 3 - 1 0 , 33 255

pecador y le niega el don de la remisión de los pecados, él


mismo se privará de la esperanza de ser perdonado y el cas­
tigo en él será medido de acuerdo con su indulgencia.
35. En cuanto a la señal que puso sobre Caín128 para
que nadie lo matara, Dios quiso hacer reflexionar al que ha­
bía errado e invitarlo a que, con su ayuda, se corrigiera, por­
que nosotros nos solemos confiar más fácilmente a aquellos
que nos dispensan su favor.
Sin embargo, Dios no concede un gran favor (a Caín),
sino que en él castiga la imprudencia del insensato que, aun
siendo digno de suplicios eternos, no pide que se le remita
la pena, sino que considera oportuno pedir una vida terre­
na en la que hay más sufrimientos que placeres.
Porque la muerte consiste sólo en la separación del al­
ma y del cuerpo y en el fin de esta vida; al mismo tiempo
que llega, suele quitar los dolores del cuerpo, no aumentar­
los. De hecho, los miedos que frecuentemente asaltan a los
hombres en esta vida, las tristezas, los dolores, los llantos y
demás sufrimientos, las heridas de las adversidades y las en­
fermedades, infieren al género humano muchos tipos de
muerte, de modo que ella misma aparece como un remedio,
no como una pena, ya que por ella no se pierde la vida, si­
no que se pasa a una mejor.
En realidad, cuando mueren los culpables, los que no han
querido apartar su camino del pecado, aunque mueran contra
su voluntad, sin embargo no consiguen el término de su vida,
sino de su culpa, de modo que no están en condiciones de pe­
car más, ellos cuya vida es el interés ilícito de sus delitos.
Pero cuando mueren quienes están en posesión de una
buena esperanza, se debe tener la confianza de que, más que
perder algo, cambian de casa.

128. Cf. Gn 4, 15; F il ó n , Quaestiones, I, 76.


256 Ambrosio de Milán

36. En este lugar se introduce la doctrina sobre la in­


mortalidad del alma. La vida verdadera y feliz es aquella que
todo hombre vive de una manera mucho más pura y di­
chosa una vez que nuestra alma ha abandonado el envolto­
rio de esta carne y se ha liberado de esta especie de cárcel
corporal, para volar de nuevo a aquel lugar superior del que
ha venido129.
Infundida desde allí en nuestras visceras, ha sufrido en
compañía de este cuerpo hasta haber cumplido la función de
gobierno que se le había encomendado: regir y gobernar con
su guía racional los movimientos irracionales de esta carne.
De ahí se comprende por qué los profetas fueron a la
cautividad con el pueblo judío: a fin de que el resto del pue­
blo, al que se había quitado la protección y privado del con­
sejo de hombres santos, no sufriese una aflicción aún más
grave, sino que más bien, instruido por los frecuentes vati­
cinios proféticos, volviera al Señor su Dios con ánimo de­
voto y no cayera en el pecado de infidelidad ni, castigado
por las adversidades del cautiverio, perdiera la esperanza en
el remedio de la salvación eterna.
37. Este pasaje rebate a aquellos que piensan que la úni­
ca vida es la que transcurre en este siglo, donde todo está
lleno de errores, lleno de dolor y son rebatidos por una sim­
ple sucesión de datos.
He aquí, pues, que el justo, el inocente, el piadoso, in­
curriendo en el odio de su hermano por la gracia que le
atrae su devoción, es arrancado a la vida, aún joven, por me­
dio de un fratricidio; por su parte, el injusto, el criminal, el
impío, manchado incluso con el asesinato de su hermano,
tuvo una larga vida, se casó, dejó descendencia, fundó ciu­
dades y mereció todo eso con el consentimiento de Dios130.

129. Cf. C icerón, D e repúbli­ 130. Cf. Gn 4, 17ss.


ca. VI. 14.
Caín y Abel, II, 10, 36-38 257

¿No es verdad que en estos hechos suena abiertamente


la voz de Dios? Os equivocáis si pensáis que aquí se en­
cuentran todos los dones de la vida. ¿No entendéis, no ad­
vertís que esa vejez es una larga experiencia de miserias y
el avanzar de la vida una acumulación de sufrimientos; que
nos encontramos trastornados por naufragios diarios a la
manera de la Escila131; que somos abatidos por las olas; que
transcurrimos nuestra vida en cuevas rocosas y que en ellas
nos gozamos como aquel monstruo, que no estaba tan vi­
vo para siempre, como era inmortal su maldad?
Por tanto, la longevidad concedida a Caín es un casti­
go, porque vivió en el temor y recorrió una amplia exten­
sión de terreno con una enorme y estéril fatiga. Ninguna
pena es más grave que ser uno mismo la causa de penas aún
mayores.
Mira, por tanto, qué perpetua es la vida de los justos y
qué inexistente la de los malvados. La sangre del justo cla­
ma, incluso después de muerto, mientras que la vida del pe­
cador se esconde.
38. La tercera consideración es ésta: puesto que se ha­
bía cometido un fratricidio, es decir, el más grande de los
crímenes, en el momento en que se introdujo el pecado, en­
seguida también debió de extenderse la misericordia divina.
Porque si la venganza hubiera caído inmediatamente so­
bre el culpable, tampoco los hombres habrían tenido pa-

131. Sobre este monstruo la­ alusión de Filón, Q uod deterius,


drador que la mitología sitúa en el 178, quien la utiliza repetidas veces
lado italiano del estrecho que sepa­ en sus obras para describir la muer­
ra Sicilia del continente y que des­ te espiritual como una especie de
cuartizaba a todo ser vivo que se condena a una ansiedad y malestar
acercaba a la costa, existen varias continuos que acarrean consigo mil
versiones. H omero lo cita en O di­ muertes.
sea XII, 118. Ambrosio toma esta
258 Ambrosio de Milán

ciencia ni moderación en juzgar, sino que al punto habrían


aplicado el castigo a los culpables.
Pero el designio de la sentencia divina es tal, que ense­
ña a los jueces la magnanimidad y la paciencia, de modo que
ninguno fuera precipitadamente arrebatado por el afán de
venganza y llegara a condenar a un inocente por la precipi­
tación de la deliberación, o exacerbara la pena a uno que no
le fuera grato; o, por el contrario, permitiera que fuera in­
dultado uno que no se mostraba arrepentido de su crimen.
En efecto, Dios expulsó a Caín de su presencia132 y,
apartado de sus padres, le relegó a una especie de destierro
en una habitación separada, dado que había pasado de la
mansedumbre humana a la ferocidad de los animales. Pero
no quiso castigar al homicida con un homicidio, porque pre­
fiere el arrepentimiento del pecador a su muerte133.
De ahí que castigue setenta veces siete a Lamec134, por­
que es más grave la culpa de aquel que no se ha corregido
tras la condena de otro. Caín había pecado antes de él por
un impulso irreflexivo; Lamec indudablemente debía haber
evitado aquello que había advertido haber sido desaproba­
do en el comportamiento de otro. La sentencia provenía de
su propio juez, para que nadie pensara que el culpable de­
bía ser castigado indistintamente.
Y, para venir al designio misterioso de Dios, Lamec no
debió matar a quien, hasta que llegara al término natural de
la muerte, tenía tiempo de hacer penitencia. Caín habría po­
dido aducir que se habría redimido, aunque hubiera sido
con un acto postrero de penitencia, si no le hubiera quita­
do la vida un castigo prematuro.

132. Cf. Gn 4, 16. 134. Cf. Gn 4, 24; F il ó n , Quaes-


133. Cf. Ez 33, 11. tiones, I, 77.
Ambrosio de Milán
NOÉ
NOÉ

Capítulo 1

1. Nos disponemos a exponer la vida, las costumbres,


los hechos y, en la medida de nuestras posibilidades, tam­
bién el sentido profundo del pensamiento del santo Noé.
Porque si incluso la filosofía afirma que nada es más difícil
de comprender que la intimidad del hombre1, ¿cuánto más
difícil será conocer la mente de un varón justo2?
Sin embargo, conviene que también nosotros describa­
mos a aquel que fue destinado por Dios a renovar la des­
cendencia humana3, a fin de que fuera un vivero de justicia,
de modo que todos podamos imitarlo y encontrar en él des­
canso a todas las angustias de este mundo, que diversas tri­
bulaciones nos obligan a soportar cada día.
Nos avergüenza sobrevivir a nuestros hijos, nos pro­
duce tedio poder disfrutar de esta luz cuando oímos hablar
de tantas adversidades de personas queridas. ¿Quién de no­
sotros es tan fuerte que sea capaz de sufrir con paciencia

1. Si ya es difícil que el hombre Ambrosio aplica a Noé los califi­


se conozca a sí mismo -cf. A mbro­ cativos sanctus y iustus. Más ade­
sio, Hexam VI, 9, 39-, mucho más lante empleará otros equivalentes,
arduo resulta penetrar desde fuera sobre todo sapiens: 24, 87; 25, 91;
en la intimidad de su corazón. 29, 111.112; 30, 115; 31, 117.
2. Ya en este primer capítulo 3. Cf. Gn 6, 9.
262 Ambrosio de Milán

cuando se presentan, o afrontar las olas que se nos oponen


y las tempestades a las que se ven expuestas hasta las mis­
mas iglesias?
Precisamente por eso hemos procurado conseguir esa
serenidad a fin de que, al contemplar con más profundidad
al santo Noé, también nosotros seamos capaces de reno­
varnos del mismo modo que todo el género humano recu­
peró en él la paz para sus dificultades y su aflicción.
2. También por ese motivo se lo llama Noé, que en la­
tín significa «justo» o «descanso»45. De ahí también que sus
padres dijeran: Este nos hará descansar de las fatigas, de la
tristeza y de la tierra que el Señor Dios ha maldecido\
Es verdad que, si consideras que todo esto hay que apli­
carlo a lo que ocurrió -dado que durante su vida se pro­
dujo el diluvio-, parece que Noé no trajo a los hombres el
descanso, sino la aniquilación, no la liberación de los males
sino un cúmulo de miserias.
Pero, si consideras el alma del hombre justo, advertirás
que la justicia es la única cosa que, nacida para los demás
más que para sí misma, no persigue lo que es útil para sí,
sino lo que es útil para todos.
Es ella la que nos hace desistir de las acciones injustas,
ella la que nos aparta de la tristeza porque, mientras hace­
mos lo que es justo, estando a resguardo de una conciencia
pura, no tememos nada, no sufrimos un dolor grave, porque
no hay un dolor mayor que haber incurrido en la culpa.
Liberémonos también de todo cuidado, fruto de los afa­
nes terrenos, que con frecuencia oprime nuestro cuerpo y
nuestra alma a la vez que consume nuestra vida.

4. Ibid. Cf. Filón, L egum alie- dones, in G enesim (Q uaestiones) I,


go ria e {Legum), III, 24. 87.
5. Gn 5, 29. Cf. Filón, Q uaes-
Noé, 1, 1 - 2, 4 263

Capítulo 2

3. Noé tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet6, nombres que


significan respectivamente «bueno», «malo» e «indiferente»,
según, al parecer, cada uno de ellos tuvo, por gracia de su
naturaleza, la bondad, o jamás le faltaron las tentaciones de
la maldad, o acumuló, bajo capa de virtudes, actos indife­
rentes, es decir (ni buenos ni malos) 7.
La razón por la que el malo está puesto en el medio es
evidente: en todos reside el bien por naturaleza y no los sa­
ca a la luz como a náufragos8, sino que los dota de fuerzas
a fin de que no sean oprimidos por las tentaciones de la mal­
dad y sucumban como inválidos; también los protege y los
reviste con ciertos ropajes indiferentes, como son el bienes­
tar, la buena salud, la belleza, la laboriosidad, las riquezas, la
gloria, la nobleza de nacimiento, de modo que, fortalecidos
por estos dones, refuercen la bondad de la naturaleza y cer­
quen el mal de tal manera que no tenga posibilidad de cau­
sar daño y, una vez encerrado, lo estrangulen.
4. ¿No es verdad que contemplamos una especie de ejér­
cito de virtudes en orden de batalla, las más débiles en el
centro, las más fuertes a derecha e izquierda, como en las
dos alas, por medio de las cuales toda la línea recibe su fuer­
za? De ahí que un poeta griego haya dicho: kakous d ’eís més-
son helassen, esto es: «intercaló a los malos en el centro»9.

6. Cf. Gn 5, 32; 6, 10; F ilón, a la expresión.


Quaestiones, I, 88 . 8. Cf. Basiliio, Exc. frat., II,
7. Este paréntesis último res­ 29.
ponde a una conjetura de C. 9. Cf. H omero, Iliada, 4, 299;
Schenkl, el editor de este volumen Filón, Q uaestiones, II, 27. Sobre
en CSEL, para llenar una laguna esta idea vuelve más adelante -16,
de los manuscritos en este párra­ 57- en otro contexto.
fo, de por sí complejo en cuanto
264 Ambrosio de Milán

Por tanto, de este modo también la naturaleza, como


un buen comandante a las órdenes de Dios, sabiendo que
hemos sido creados para las batallas de este mundo, coloca
en primera fila lo que sabe que es bueno, en segunda lo no­
civo y en tercera lo que aporta ayuda; de este modo el ene­
migo, como si estuviera rodeado, se ve comprimido allá
donde se vuelva por redobladas fuerzas, de tal manera que
ninguna de éstas se fatigue, como en un combate con una
armada de efectivos equivalentes, ni el enemigo tenga la po­
sibilidad de escaparse a las fragosidades del terreno y de­
fenderse en un espacio más amplio.
5. Pero éste es el orden de su generación; sin embargo,
cuando son ellos los que generan10, en primer lugar se habla
de Jafet y en tercer lugar de Cam. Por tanto, hay que acla­
rar el motivo de ese pasaje para que nadie piense que hemos
dicho algo en contradicción con lo que viene después.
Es cierto que el bien tiene la precedencia, dado que de al­
gún modo está presente en la noble condición de la naturale­
za, y que el mal viene después. En efecto, los pensamientos
nocivos de la mente surgen claramente después. Éstos, du­
rante el tiempo en que quedan, por así decir, encerrados y no
germinan como en las hierbas, son alentados en el seno de la
mente buena para que no salgan a la luz.
Porque mientras el mal está en la voluntad y no en el
entendimiento, esto es, en las obras y en sus consecuencias,
la bondad mental del timonel, a modo de auriga, domina y
frena la malicia que intenta irrumpir al exterior. Pero cuan­
do ésta entra en ebullición y se abre hacia fuera como una
herida, entonces, para que no pueda extenderse más allá y
contaminar las zonas limítrofes, interviene la justa Provi­
dencia, a fin de que aquello que comúnmente se llama «bien

10. Cf. Gn 10, 2.


Noé, 2, 4 - 3, 6 265

de segunda clase», es decir, lo que es indiferente, no aban­


done su puesto, por decirlo así, al no poder ya resistir al
ímpetu del mal.
Por tanto, para que el mal no difunda más extensamente
su veneno y contamine engendrando múltiples corruptelas,
aquel primer bien -que lo es por naturaleza propia- cam­
bia el orden mientras cambia de lugar, como para llevar re­
fuerzos al ala que está en dificultades y hacerse cargo de
aquella parte del frente que sufre mayor presión.
Porque el valor del combatiente es necesario en los lu­
gares más difíciles, así como la presencia del buen centine­
la es más frecuente allí donde las murallas son más frágiles.
Y para que ninguna parte esté sin defensor, mientras el ci­
tado bien sostiene a las que son más débiles, el indiferente
ocupa el primer puesto, como si aquella parte le hubiese si­
do asignada por el susodicho bien, porque nada hay más
perfecto que la virtud.
Por otra parte, las cosas indiferentes no poseen la con­
sistencia de la virtud aguerrida, pero aumentan y difunden
su atractivo. Por eso fue llamado Jafet, que en latín signifi­
ca «amplitud».

Capítulo 3

6. Pero no sólo el santo Noé engendró un número co­


pioso de hijos11; también en aquel tiempo se difundió por
doquier todo el género humano. Este es un dato que no pa­
rece superfluo. Porque, de cara al diluvio que había de so­
brevenir, no se debe pensar que faltó el don de la fecundi­
dad a aquella generación que quedó anegada por las aguas.

11. Cf. Gn 6, 1; Filón, Q uaestiones, I, 89.


266 Ambrosio de Milán

De ese modo, la proliferación del género humano debe


atribuirse a la gracia divina, mientras que el diluvio que so­
brevino hay que imputarlo a nuestras iniquidades, porque
con nuestros pecados rechazamos la misericordia del Señor.
También en acontecimientos posteriores observarás
igualmente que la fecundidad del mismo número de años
precedió a la consiguiente esterilidad de Egipto12. Porque
es esencial para la virtud comenzar por los beneficios y así
sembrar por adelantado la gracia. Por eso, también David
dice: Señor; te cantaré misericordia y justicia13. Precede la
gracia del beneficio, sigue el juicio de una sobria discipli­
na. Por tanto, es divino el hecho de que, de antemano, nos
sean concedidos bienes; es nuestro el hecho de que se cam­
bien.
7. Lo afirma Dios mismo cuando dice: No permanece­
rá mi espíritu en los hombres, porque son carne'4. El Espí­
ritu Santo es un espíritu de sabiduría, un espíritu de cono­
cimiento. Por tanto posee la sabiduría, posee también la
disciplina, como la Escritura dice también de Besalel15, a
quien la voz de Dios mandó construir un tabernáculo sa­
grado y que fue colmado del espíritu de prudencia y de dis­
ciplina'6.
Por tanto, se concede a los hombres este espíritu, pero
no permanece. Y se manifiesta el motivo por el que no pue­
de permanecer: porque son carne, y la naturaleza de la car­
ne es incompatible con la disciplina, porque tiende al placer.
En definitiva, sólo de Jesús se ha escrito: Aquel sobre
el que verás descender y permanecer sobre El el Espíritu del
cielo, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo'7. En efecto,

12. Cf. Gn 41, 29-30. 15. Besalel significa «a la som­


13. Sal 100, 1. bra de Dios», bajo su protección.
14. Gn 6, 3. Cf. Filón, Quaes- 16. Ex 31, 3.
tiones, I, 90. 17. Jn 1, 33.
Noé, 3, 6 - 4, 8 267

el Espíritu permanecía en Aquel a quien ningún obstáculo


de corrupción carnal impedía seguir un orden de intacta e
incontaminada disciplina, en Aquel cuya carne no conoció
la corrupción.
7b. Así pues, se anuncia que la salvación llegará a los
pueblos sólo a través del Señor Jesús, quien no pudo ser
justo por sí mismo -puesto que la humanidad entera esta­
ba en el pecado-, a no ser que, nacido de una Virgen, hu­
biera estado del todo exento, por un privilegio1819, de una ge­
neración culpable.
He aquí -dice- que he sido concebido en la iniquidad
y mi madre me engendró en el pecado^, dice aquel que era
tenido por justo por encima de los demás20. Por tanto, ¿a
quién podré llamar aún justo, sino al que está libre de es­
tas ataduras y a quien no dominan los lazos de la naturale­
za ordinaria? Todos los descendientes de Adán estaban ba­
jo el pecado, sobre todos reinaba la muerte21.
Acceda a la presencia de Dios sólo el justo, del que no
se diga con reservas: No ha cometido pecado en sus labios21,
sino: No ha cometido pecado12.

Capítulo 4

8. En aquellos días había gigantes en la tierra24. El autor


de la divina Escritura no quiere que, según la tradición de los

18. En rigor, un privilegio no es 20. Es decir, el rey David, au­


el motivo por el que Jesucristo se tor de los Salmos.
encarna sin conocer el pecado, por­ 21. Cf. Rm 3, 9; 5, 14.
que su Persona divina está exenta 22. Jb 1, 22.
de él; es privilegio el de la concep­ 23. 1 P 2, 22.
ción inmaculada de su Madre, san­ 24. Gn 6, 4. Cf. Filón, Q uaes-
ta María. tiones, I, 92.
19. Sal 50, 7.
268 Ambrosio de Milán

poetas, esos gigantes sean considerados hijos de la Tierra25;


por el contrario, afirma que aquellos a quienes denomina con
esa palabra, queriendo aludir con ella a la magnitud de su
cuerpo, fueron engendrados por ángeles y mujeres26.
Y consideremos si acaso no es verdad que se asemejan
a los gigantes aquellos hombres que se afanan por el culto
de su cuerpo pero no se ocupan para nada de su alma, co­
mo aquellos que -surgidos de la Tierra, según las ficciones
poéticas-, se dice que despreciaron a los dioses, fiados en la
gran mole de su cuerpo.
¿O se deben estimar diferentes aquellos que, a pesar de
constar de alma y de cuerpo, desdeñan la capacidad de la
inteligencia, el don más precioso que tiene el alma, y se com­
portan, a imitación de esta carne, como herederos de la es­
tupidez materna27?
Por tanto, con sus pretensiones soberbias y dedicados
a obras terrenas, se afanan en vano por conquistar el cielo
quienes al elegir un modo de vida inferior y despreciar uno
superior, son condenados con una severidad más grave por
ser culpables de pecados voluntarios.
9. Con frecuencia la Escritura llama ángeles a los hijos de
Dios, porque las almas no son engendradas por ningún hom­
bre. Por eso, Dios no tuvo inconveniente en llamar hijos su-

25. Según el relato mitológico, poderes superiores que los llevan a


estos seres surgieron de la Tierra desafiar a los dioses, aquéllos no
(Gea) al caer en ella gotas de la poseen más que un cuerpo desme­
sangre de Urano cuando éste fue surado, como el del filisteo Goliat:
mutilado por Cronos. 1 S 17, 2. Ambrosio va más allá y
26. El autor sagrado hace pro­ afirma que esos «hijos de Dios»
ceder a estos gigantes de la unión eran ángeles: cf. N oe, 4, 9.
de los filii D ei con mujeres, versión 27. Es decir, se comportan no
que difiere sustancialmente de la como hijos de Dios, sino como hi­
mitología pagana. En efecto, mien­ jos de la carne, de la Tierra, según
tras éstos últimos están dotados de la mitología pagana.
Noé, 4, 8-10 269

yos a los hombres fieles28. Ésa es la razón por la que, así co­
mo los varones de vida loable son llamados hijos de Dios, del
mismo modo, con la autoridad de las Escrituras, llamamos hi­
jos de la carne a los que realizan obras de la carne.
En efecto, Juan el evangelista dice que a cuantos reci­
bieron al Señor Jesús les dio el poder de ser hijos de Dios;
a quienes creen en su nombre, que han nacido no de la san­
gre ni de la voluntad de la carne ni de la voluntad de va­
rón, sino de Dios29.
Por eso encuentras a continuación30 que el Señor se ai­
ró porque, aunque pensara -es decir, aunque supiera- que
el hombre situado en la tierra y unido a la carne no podía
estar sin pecado -en efecto, la tierra es en cierto sentido un
lugar de tentaciones y la carne un incentivo a la corrup­
ción-, no obstante los hombres, a pesar de que contaban
con un entendimiento capaz de razonar y la fuerza del al­
ma infundida en el cuerpo, se precipitaron sin reflexión al­
guna en el pecado, del que no quisieron retractarse.
Y es que Dios no piensa igual que los hombres de mo­
do que cambie de parecer, ni tampoco se irrita como si fue­
se inconstante, sino que todo esto se lee para expresar así
la gravedad de nuestros pecados, que han merecido la ira de
la divinidad31, por cuanto la culpa ha aumentado hasta el
punto de que incluso Dios, que por naturaleza es inamovi­
ble a la ira o al odio o a cualquier otra pasión, es como si
hubiera sido provocado a la ira.
10. Incluso amenazó con destruir al hombre. Dijo: Des­
truiré desde el hombre hasta el ganado, desde los reptiles
hasta las aves32. ¿En qué habían infligido una ofensa los se-

28. Cf. Sal 81, 6; 88, 7. 31. Cf. F ilón, Q uaestiones, I,


29. Jn 1, 12-13. 95.
30. Cf. Gn 6, 6; Filón, Q uaes- 32. Gn 6, 7. Cf. Filón, Q uaes­
tiones, I, 93. tiones, I, 94.
270 Ambrosio de Milán

res irracionales? Mas, puesto que habían sido creados para


el hombre, una vez exterminado aquel para el que habían
sido hechos, era lógico que también ellos fueran destruidos,
ya que no existía quien pudiera disfrutarlos.
Esto está claro también en un sentido más profundo,
porque el hombre es una mente dotada de razón: en efec­
to, el ser humano es definido como un animal vivo, mortal
y racional. Por tanto, una vez extinguido el elemento prin­
cipal, también de igual modo se extingue toda facultad sen­
sitiva, dado que nada resta a salvo cuando desaparece la fa­
cultad que es el fundamento de la salvación.
Se dice que Noé encontró gracia a los ojos de Dios, por
una parte como condena hacia los demás y por otra como ex­
presión de la piedad divina33. Es evidente, al mismo tiempo,
que la culpa de los demás no quita brillo al hombre justo, des­
de el momento en que éste es reservado para ser vivero de to­
da una estirpe que no es alabada por la nobleza de su naci­
miento, sino por el mérito de su justicia y perfección.
En efecto, el linaje de un hombre santo es la prosapia
de sus virtudes, porque del mismo modo que la nobleza de
una estirpe son los hombres, así la nobleza de las almas son
las virtudes. Efectivamente, las familias humanas se enno­
blecen con la gloria de la estirpe, mientras que la gracia de
las almas se ilumina con el esplendor de la virtud.

Capítulo 5

11. Dice: Pero la tierra estaba corrompida ante Dios y


se había llenado de iniquidad 34. Es evidente la causa de la
corrupción de la tierra, dado que la injusticia humana la

33. Cf. Gn 6, 8; F ilón, Q ua- 34. Gn 6, 11. Cf. Filón, Q ua-


estiones, I, 96. estiones, I, 98.
Noé, 4, 10 - 5, 12 271

contaminó. De ahí que el Señor Dios dice: El tiempo de to­


do hombre ha llegado a mi presencia porque la tierra está
llena de sus iniquidades35.
Ciertamente el tiempo de cada hombre está ante los ojos
de Dios y depende de su voluntad. No se aduce lo que ha­
bitualmente se llama un decreto del destino, sino que pien­
so que esto se dice especialmente porque el Señor, que ha­
bía de redimir al género humano con la pasión de su propio
cuerpo y lo habría de purificar con su sangre y con el sa­
cramento del bautismo, dice en su Evangelio: Padre, ha lle­
gado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glori­
fique a ti36.
Por tanto, precisamente porque durante el diluvio los
restos del género humano fueron salvados por medio del ar­
ca de Noé en su calidad de semillero para la restauración y
la renovación futura, pronunció de antemano esas palabras:
Ha venido el tiempo de todo hombre, porque la tierra está
llena de sus iniquidades.
Esto en sentido figurado, porque en realidad dice: El
resto (del género humano) ha sido salvado por el amor de
la gracia37. Y por este motivo exclama el Apóstol: Sobrea­
bundó el pecado, para que sobreabundara la gracia38.
12. Toda carne -dice la Escritura- había corrompido su
camino39. Aquí ha escrito «carne» por el hombre terreno, en
el que las lisonjas de la carne habían corrompido su cami-

35. Gn 6, 13. Una vez más se el tiempo ni la meta, sino el desti­


comprueba en esta cita cómo el no que ha ido fraguándose a lo lar­
texto bíblico que Ambrosio utiliza go de su vida.
está más cerca de la Septuaginta 36. Jn 17, 1.
que de la Vulgata. Mientras que és­ 37. Cf. Rm 9, 27; 11, 5.
ta lee aquí fin ís como primera pa­ 38. Rm 5, 20.
labra, aquélla emplea kairbs, que es 39. Gn 6, 12. Cf. Filón, Q uaes-
el concepto que aquí se reproduce, tiones, I, 99.
abarcando no sólo el punto final en
272 Ambrosio de Milán

no. Si él hubiera comprendido el regalo que había recibido


de Dios, seguramente no habría consentido que la carne fue­
ra un obstáculo para las virtudes del alma.
Por tanto, la carne fue la causa de que también se co­
rrompiera el alma; la carne, que es en cierto sentido la re­
gión y el lugar del placer, pues de ella surgen como de una
fuente los ríos de las concupiscencias y las malas pasiones40
y se desbordan ampliamente. Estas, tras sacar de su puesto,
por decirlo así, al timonel -porque también la mente, como
vencida por furiosas tempestades, pierde su lugar- hacen que
se sumerjan en el agua los remos del alma.
Dice bien, por tanto, que el hombre corrompió la vía
de su naturaleza. Porque su vida en el Paraíso estaba orien­
tada hacia las bienaventuranzas, hacia aquella floración de
virtudes, hacia aquella gracia incorruptible: una orientación,
que él contaminó con huellas terrenas.
Otros leen: El camino de El41, es decir, el de Dios. Con
esta expresión, uia ipsius, se suele designar «el camino del
Señor».

Capítulo 6

13. Pero ya es hora -pienso- de hablar de la misma ar­


ca de Noé que, si uno quiere considerar atentamente, en­
cuentra que en su construcción está delineada la figura del
cuerpo humano. Pues, ¿qué significado tiene lo que dice el
Señor: Hazte un arca con maderas cuadrangulares?42

Cf. Filón, Q u a e s t io n e s , II, 1.


40. ta se traduce por c u p r e s s i n i s , la Sep-
41. Gn 6, 12 S e p t. tuaginta escribe t e t r a g ó n o n , es de­
42. Gn 6, 14. Mientras la Vul- cir «cuadrangulares». Cf. F ilón,
gata lee l e v i g a t i s , es decir «aligera­ Q u a e s t i o n e s , II, 2.
das, pulidas», que en la Neovulga-
Noé, 5, 12 - 6, 14 273

Es cierto que llamamos cuadrángulo a lo que está bien


ensamblado en todas sus partes y proporcionado entre sí.
Se afirma, por consiguiente, que Dios es el autor de nues­
tro cuerpo y el creador de la naturaleza y que con estas pa­
labras se expresa la perfección de su misma obra.
Es evidente el motivo por el que los miembros del hom­
bre son cuadrangulares, si se considera el tórax humano, si
se considera el vientre, que tiene una longitud igual a la de
su anchura, a menos que se exceda la medida natural, cuan­
do el vientre se hincha por los excesos de los banquetes.
Y ¿quién no advertirá a primera vista que pies, manos,
brazos, muslos y piernas son cuadrangulares? A su vez, la
mayor parte de ellos, si bien es verdad que no tienen la mis­
ma longitud y extensión, sin embargo guardan cierta analo­
gía, de tal manera que en ellos es posible apreciar la medi­
da y la proporción que les conviene: una longitud mayor
que la anchura, una anchura mayor que su espesor.
Y así como es triple la diferencia en las medidas de las
maderas del arca, dado que Dios había prescrito que se ob­
servara la longitud de trescientos codos, la anchura de cin­
cuenta y la altura de treinta43, del mismo modo también en
nuestro cuerpo hay una distancia máxima, una media y una
mínima; máxima en cuanto a la altura, media en cuanto a la
anchura y mínima en cuanto a la profundidad.
Sin embargo, todo el cuerpo ensamblado por todos los
miembros presenta un aspecto cuadrado. En efecto, también
por costumbre es así: llamamos cuadrados a los que consi­
deramos que no son desproporcionados por su altura, pero
sí son fuertes por el aspecto de su robusto cuerpo.
14. También me parece que no hay que silenciar en ab­
soluto lo que ha pretendido cuando dijo: Harás nidos en el

43. Cf. Gn 6, 15.


274 Ambrosio de Milán

arca44. Pienso, en efecto, que esto se ha dicho en sentido na­


tural y propio, porque todo nuestro cuerpo ha sido cons­
truido como un nido, a fin de que el espíritu vital penetre
en todas las visceras de nuestro organismo y, desde nuestro
núcleo central, se difunda por cada uno de los miembros45.
Una especie de nidos son nuestros ojos, en los que se
introduce la vista. Nidos son los nichos de nuestros oídos,
por los que se inocula la capacidad de oír, precipitándose
como en una caverna profunda. Existe el nido de las nari­
ces, que atrae a sí al olor. Un cuarto nido, mayor que los
demás, es la apertura de la boca: en él se conserva el sabor
hasta que sazona y de él surge la voz; en él se oculta la len­
gua que, en cuanto órgano de la voz, modula los sonidos
con la suavidad de un arte y que, siendo ella misma un ser
irracional, emite una voz razonable.
Nido es la parte superior del cráneo, nido es la mem­
brana que protege el cerebro y lo encierra dentro de sí. Ni­
dos son las visceras del pulmón y el corazón. El pulmón es
el nido de nuestro respirar, es decir, del aire que aspiramos
y con el que nos alimentamos en esta vida.
Por su parte, el corazón es el nido de la sangre y del
hálito vital. Tiene, en efecto, dos ventrículos: uno, en el que
recibe la sangre como en un cuenco y la trasmite a las ve­
nas y otro que, regado por el anterior, envía la sangre a las
arterias con un fluir incesante.
También los huesos más robustos tienen sus nidos; en
efecto, presentan en su interior cavidades en cuyo hueco es­
tá la médula. Incluso en las visceras más blandas se encuen­
tran los nidos del placer y del dolor. Y, si uno considera aten­
tamente otros miembros, encontrará también muchos otros
nidos en este edificio del cuerpo humano.

44. Gn 6, 14. Cf. F il ó n , Quaes- 45. Cf. V ir g il io , Eneida, VI,


tiones, II, 3. 726.
Noé, 6, 14-15 275

Por eso supongo que el salmista se ha expresado, no só­


lo en sentido místico sino también natural, cuando dice en
el salmo: Halla ciertamente para sí una casa el pájaro y la
golondrina un nido donde poner sus polluelosAb. En efecto,
existe ya en este cuerpo un nido para el pudor, donde an­
tes estaba el nido de la concupiscencia irracional. Y así, don­
de antes el placer alimentaba hijos deformes, allí crece aho­
ra la estirpe de una pureza que confiere decorosa honra.
15. La calafatearás con brea, dice4647. El cuerpo humano
consta de muchos huesos y nervios y algunos otros ele­
mentos. Por consiguiente, por dentro y por fuera forma un
todo compacto, conexo entre sí por una estructura bien con­
juntada y mantenido por una singular ensambladura -que
los griegos llaman éxin-, de modo que el espíritu infundi­
do y mantenido en él, o la sustancia espiritual que en su in­
terior actúa, como si se encontrara constreñida por una do­
ble atadura, no ande vagando, sino que se vea forzada a una
eficiente y armónica unidad y a una fuerte conexión.
De ahí la orden de que el arca sea unificada con brea,
porque ésta está destinada por naturaleza a unir estrecha­
mente. De ahí el nombre griego de áspbaltos, que deriva de
asphaléias, que significa «seguridad», porque une lo que es­
tá separado y lo vincula con unos lazos tan indisolubles, que
se podría creer que sus elementos se han conjuntado, gra­
cias a una unidad natural.
Por este motivo el arca es calafateada por dentro y por
fuera: para que su vital cohesión no se rompa fácilmente.

46. Sal 84, 4.


47. Gn 6, 14. Cf. Filón, Q uaestiones, II, 4.
276 Ambrosio de Milán

Capítulo 7

16. En otro lugar más adelante, es decir, en el Exodo48,


también se reviste de oro por dentro y por fuera aquel ar­
ca que en el Santo de los santos es imagen simbólicamente
representativa del mundo. Pues del mismo modo que el oro
es más valioso que la brea, así el arca que está en el Santo
de los santos es superior a ésta.
Por lo demás, aquí puso simplemente tablas, mientras
que allí ensambló ciertamente tablas, pero de una madera
incorruptible, para expresar los méritos de los santos. Ade­
más añadió que allí los soportes serían inmóviles49 porque
la actitud de los santos es estable e inconmovible, dado que
han seguido la ruta de una vida honorable bajo la guía de
la virtud evitando cualquier contacto con la corrupción.
Por el contrario, esta arca fue impulsada durante el di­
luvio de aquí para allá con un movimiento fluctuante, por­
que la condición de los pecadores es inestable y su vida va
errando en un inconstante vagabundeo, sujeta a la corrup­
ción a causa, por decirlo así, de un diluvio de pasiones des­
bordantes.
17. Y no se debe pasar por alto que, tras decir: Y ha­
rás un arca de trescientos codos de largo y cincuenta codos
de anchoi0, añadió: Fabricarás el arca ensamblando sus pie­
zas y la acabarás añadiendo un codo por arriba51, para aña­
dir al resto del cuerpo -compuesto de forma cuadrada con
una armonía de medidas conveniente a la gracia- la cabeza
del hombre, una especie de ciudadela regia desde la cual,
tanto se difunden todos los sentidos sobre cada una de las
partes del cuerpo, como, sobre todo, los ojos -que la Pro­

48. Cf. Ex 25, 10. 51. Gn 6, 16 (Sept.). La Vulga-


49. Cf. Ex 25, 15. ta dice aquí: «Harás una ventana
50. Gn 6, 15. en el arca...».
Noé, 7, 16-18 2 77

videncia nos ha dado como centinelas y guardianes de la na­


turaleza- observan desde lo alto casi todo el estado de nues­
tra ciudad52.
Allí fue colocada también la mente, según la opinión de
la mayoría, sobre todo la de Salomón, que dijo: Los ojos del
sabio están en su cabeza53, como si reuniese en torno a sí,
como en una sala imperial, la asamblea de las virtudes y, ro­
deada de semejante séquito, ella misma se encontrara más
segura; y como si ejerciera el gobierno sobre todo el cuer­
po desde un Santo de los santos protector y supiera dar res­
puestas gracias a las cuales fuéramos capaces no sólo de ver
en nuestro pasado ni sólo lo que está delante de nuestros
pies, sino también de escrutar los secretos celestiales con la
profunda visión de la sabiduría.
Por tanto, allí reside la totalidad de nuestra salvación,
allí la gracia; de allí viene la protección, también de allí pro­
cede, para todo el cuerpo, la belleza que en primer lugar
resplandece en el rostro. En efecto, es conveniente que sea
superior el boato de la sala imperial en la que, cuanto más
se usa, tanto mayor resulta su esplendor.
18. Porque, si te fijas en cada uno de los órganos que
en la configuración del cuerpo humano parecen estar dis­
puestos para un uso preciso -por ejemplo, los ojos para ver,
los oídos para oír, las narices para oler, la boca para hablar-,
todos cumplen su función para contribuir a la belleza.
¡Qué deformes son los rostros de los ciegos! Y ¿qué
tiene de sorprendente el que el rostro del hombre sin ojos
sea deforme, si incluso el cielo sin sol pierde su belleza?
Sin sol pasamos días tristes, las noches sin luna no nos gus­
tan, porque ambos son, en cierto sentido, los ojos del mun­
do.

52. Cf. C icerón, D e natura 53. Qo 2, 14.


deoru m , II, 140.
278 Ambrosio de Milán

Quita la luz a las estrellas y parece que en el mismo


cielo haya una ceguera deforme. Los mismos cabellos que
orlan la cuenca de los ojos y establecen una especie de em­
palizada para que la pupila no sea dañada por alguna su­
ciedad y mota de polvo, ellos mismos salen en su defensa
si se presenta cualquier objeto que pueda hacer mal al ojo,
si éstos se ponen acuosos, lo cual es desagradable, si el pár­
pado se ha contraído, cuando se cortan las cejas, que res­
plandecen como entretejidas por piedras, como si fueran jo­
yas preciosas.
19. También es tan bello el aspecto de las orejas como
necesario su uso, de modo que si alguien las cortara, aca­
rrearía una deformidad a todo el rostro. La naturaleza ha
perfeccionado de tal manera su obra en ellas que la misma
fragosidad de sus cavidades aporta, gracias a una admirable
providencia, un máximo de utilidad, para que el sonido no
golpee de improviso las zonas más arcanas del cerebro.
En efecto, con frecuencia vemos que muchos se sor­
prenden por un ruido imprevisto y se asustan ensordecidos
por el sonido de una voz o de cualquier tumulto. Incluso la
suciedad que se produce dentro de las mismas cavidades mo­
dula la audición, como si se tratara de una gelatina. Al mis­
mo tiempo, si el estímulo de un sonido ha sido demasiado
fuerte, se atenúa y se retarda para que, por haber sido anun­
ciado, acaricie más que golpee de improviso las cavidades in­
teriores. Incluso si los gusanos intentaran introducirse en el
oído, son retenidos por esta sucia viscosidad.
20. Las narices chatas parecen ir contra la naturaleza.
Porque, si fueran cortadas, ¿cómo se podría sobrevivir, una
vez suprimido el canal respiratorio? ¡Hasta qué punto se
tiene más por la cabeza de un animal que por el rostro de
un hombre!
21. ¡Con qué agradable veste cubren el cráneo los ca­
bellos de la cabeza, como una especie de guardias del pala­
cio real, a fin de que el aire no lesione el cerebro, o lo gol­
Noé, 7, 18-23 27 9

pee la lluvia, o lo queme el sol! Mas la naturaleza nos lo ha


proporcionado de modo que, según el sexo, la edad, o en
general las condiciones del tiempo y de la estación, nos gus­
ten más largos o más cortados.
La canicie es agradable en los ancianos, rara en los ni­
ños. En verano nos gusta llevarlos más cortos, en invierno
más generosos. La cabellera sirve de ornato a las mujeres,
para los hombres es motivo de vergüenza. En una palabra
expresó esto con claridad el Apóstol cuando dijo: ¿No es la
misma naturaleza la que os enseña que es una ignominia pa­
ra el hombre llevar los cabellos largos, mientras es un honor
para la mujer si los deja crecer? 54.
22. ¿Qué puedo decir del mismo palacio real55 a través
del cual se pronuncian los discursos regios, especie de indi­
cadores de nuestros pensamientos y mensajeros del espíritu?
¿Qué decir del mismo orden de la dentadura, que a la
vez que gracias a su trabajo distribuye energía a todo el
cuerpo, también modula la voz? Si cae uno de los dientes,
la voz comienza a cojear.
23. Nos hemos alargado al decir todo esto de la cabe­
za porque fue oportuno colocar todos los sentidos en el lu­
gar más elevado56 para distribuir desde allí todas las fun­
ciones entre las restantes partes del cuerpo.
Cercana a su vez a nuestra cabeza, por la parte poste­
rior está la nuca, a izquierda y derecha los brazos, que pro­
tegen la fortaleza imperial como fieles guardianes: en resu­
men, en nosotros los miembros más fuertes, que están más
cerca de la cabeza, ésos son los más valiosos.
Luego está el pecho, que es como un sagrario de la sa­
biduría, y el estómago, una especie de testigo -como dicen

54. 1 Co 11, 14-15. 56. Cf. C icerón, D e natura


55. Se refiere evidentemente a deoru m , II, 140.
la cavidad de la boca.
280 Ambrosio de Milán

los médicos- que participa de los secretos de la cabeza y


participa en sus sufrimientos, porque le trasmite todas sus
reacciones, ya sean saludables, ya adversas.
Costados, glúteos, muslos y piernas dan idea de ampli­
tud con su mismo aspecto, así como los pasos de los pies,
que, aunque parecen más bien cortos, se alargan cuando ca­
minamos.

Capítulo 8

24. Con razón añade después: Colocarás la puerta en su


costado57, designando aquella parte del cuerpo por la que
acostumbramos a expulsar los residuos de la comida, hasta
el punto de rodear de mayor respeto las partes del cuerpo
que consideramos menos nobles58. Esto lo expresó la Escri­
tura de un modo más agradable que Sócrates, como se lee
en el libro de Platón59.
Teniendo en cuenta que, o bien el mismo Sócrates, o
bien Platón -que estuvo en Egipto- pudieron haber leído
esto en los escritos de Moisés -o al menos haberlo oído de
labios de quienes los habían leído-, lo cierto es que el pri­
mero afirmó, movido por una inventiva luminosa, que se le
había abierto una puerta para proclamar la sabiduría de
nuestro Creador, alabándolo por el hecho de que había si­
do muy conveniente al decoro el haber desviado a la espal­
da algunos canales, y sobre todo la salida de esos conduc­
tos, a fin de que nuestra vista no fuera ofendida con las
evacuaciones del vientre.

57. Gn 6, 16. a Platón, estableciendo así un nexo


58. Cf. 1 Co 12, 23. con la Biblia, para mostrar una vez
59. Filón, Q uaestiones, II, 6, más que la filosofía griega ha to­
cita en este contexto sólo a Sócra­ mado su sabiduría de la Sagrada
tes. Ambrosio añade por su cuenta Escritura.
Noé, 7, 23 - 8, 25 281

Porque en verdad dice el Apóstol: los miembros del


cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios606
1, su­
perando así con una sola y sencilla expresión las descrip­
ciones de los filósofos, y los que parecen miembros más vi­
les del cuerpo, a esos los rodeamos de mayor honor y los que
son indecentes reciben mayor consideración^.
En efecto, en la interpretación de este pasaje hay sobre
todo un indicio de nuestra sobriedad y templanza. Porque
los glotones, o engordan por sus atracones hasta correr pe­
ligro o, por lo común, desfallecen al vaciarse sus visceras.
25. De una manera sublime el Apóstol ha referido to­
do esto también a los miembros de la Iglesia62. Porque ¿qué
otros son nuestros miembros indecorosos y superfluos, si­
no la lujuria, sino la lascivia?
Si alguno, enredado en ellas en tiempos de su juventud,
se acerca al bautismo al alcanzar una edad más madura, que
renuncie a su conducta precedente y se despoje de sus vie­
jas costumbres, que renuncie al pecado, que sea sepultado
con el Señor Jesús, que el mundo sea crucificado para él y
él para el mundo63.
¿No es verdad que ese hombre, enriquecido por la re­
misión de sus pecados, goza de mayor honor que aquel ca­
tecúmeno, cuya vida era tenida por más inocente? Y, para
utilizar un ejemplo del mismo Apóstol, que era judío, que
era un perseguidor: cuando fue llamado a la gracia, comen­
zó a ser apóstol de Cristo64.
Y, dado que le había sido perdonado más65, comenzó a
amar más, a trabajar más que todos los apóstoles, convertido
en vaso de elección, enviado como doctor de las gentes66.

60. 1 Co 12, 22. 64. Cf. Flp 3, 5-6; Ga 1, 15.


61. 1 Co 12, 23. 65. Cf. Le 7, 47.
62. 1 Co 12, 27-28. 66. Cf. Hch 9, 15; 1 Tm 2, 7.
63. Cf. Rm 6, 4; Ga 6, 14.
282 Ambrosio de Milán

¿Acaso no consiguió también una gloria más abundante y más


noble que las muchas de los mismos apóstoles, el que antes
había sido depravado y reprobable porque perseguía a la Igle­
sia? Precisamente éste, pobre y débil en la Iglesia, te ha redi­
mido con sus plegarias.
26. Y para desvelar misterios aún mayores, ¿qué cosa
hay más despreciable que el pueblo pagano? Sin embargo,
pobre como quien no tiene ninguna palabra divina, débil y
cojeando de ambos pies porque no había creído ni en la Ley
ni en el Evangelio, cuando fue llamado creyó y al ser bau­
tizado recibió la gracia. Por tanto, aquel a quien más se le
ha perdonado, ama más67.
Quedó atrás el pueblo judío: aunque cojee de un solo
pie, sin embargo incluso en la misma Ley anda a trompi­
cones. Y así aquel pueblo que había sido el más glorioso, lo
perdió todo -un consejero admirable y un arquitecto pru­
dente y un interlocutor lleno de sabiduría-, mientras que
ese otro que era innoble, tras adquirirlo todo se gloría con
el título de la fe, con el triunfo de los mártires, con la com­
pañía de los ángeles.
Por tanto, Platón utilizó palabras brillantes en la medi­
da en que le fue posible, pero el Apóstol, que contaba con
el Espíritu divino, ha revelado el misterio68. Hemos habla­
do bastante de la puerta, porque los que estaban los últi­
mos se han convertido en los primeros69.

Capítulo 9

27. Preguntémonos ahora qué es lo que ha querido de­


cir el Señor con las palabras: Harás las partes inferiores del

67. Cf. Le 7, 47. 69. Cf. Le 13, 30.


68. Cf. 1 Co 7, 40.
Noé, 8, 25 - 9, 28 283

arca a dos y tres niveles™. Al decir «partes inferiores» en­


tendemos que ha querido que comprendamos bien cómo
deben considerarse en un nivel inferior los lugares que re­
ciben los alimentos, es decir, aquellas visceras que elaboran
la comida que se ha tomado.
En efecto, la comida es algo corruptible, y lo que es co­
rruptible no se debe parangonar a las cosas superiores, sino
a las inferiores. A la vez, porque la comida se trasporta ha­
cia abajo: una pequeña parte de ella sirve de provecho a las
fuerzas del cuerpo, mientras que el resto desciende en di­
rección al vientre para ser eliminado, dado que los intesti­
nos son el conducto por el que desciende lo superfluo de
los alimentos.
28. Nuestro Creador los formó de manera que no se
extendieran desde el estómago al bajo vientre, sino que fue­
ran tortuosos y replegados, a fin de que se prolongara nues­
tra vida.
Porque si se extendieran los intestinos del hombre, que
reciben y trasportan la comida, ésta pasaría en un instante,
sin ninguna pausa, y entonces nosotros, o necesariamente
padeceríamos un hambre continua y comeríamos sin inte­
rrupción, o, privados de la sustancia de los alimentos, mo­
riríamos de inmediato.
Ahora bien, en esos repliegues tortuosos de los intesti­
nos, divididos en dos y tres compartimentos, la comida se
sedimenta y, al descender paso a paso, distribuye energías,
infunde jugos al cuerpo, mantiene la saciedad, retrasa el ape­
tito, de modo que ni la salida es instantánea y la evacuación
repentina, ni se produce un hambre inextinguible ni un de­
seo insaciable de comer.70

70. Gn 6, 16. La interpretación «dos y tres pisos», «dos y tres ha­


de este texto difiere y consiste sus- bitaciones». Cf. F ilón , Q uaestio-
tancialmente en dos posibilidades: nes, II, 7.
284 Ambrosio de Milán

Porque en el primer supuesto tendríamos escasez y


hambre; además, y a causa de ellas, se seguiría un deseo con­
tinuo de comer sin pausa. Y ¿qué hay más vergonzoso que
estar pendiente siempre del vientre, que debe evacuar cuan­
do se llena y debe llenarse cuando ha evacuado? En tercer
lugar, ¿qué quedaría, sino una muerte en medio de esos ali­
mentos y banquetes?
Pues ¿cómo podrían esos hombres sobrevivir largo
tiempo comiendo y al mismo tiempo teniendo hambre, be­
biendo y teniendo sed y, aun antes de saciarse, evacuando
todo lo que habían comido y al instante teniendo hambre
de nuevo?
Ahora, en cambio, mientras la comida desciende poco
a poco, la naturaleza previsora atenúa el hambre y templa
la dificultad de digerir. Porque, en primer lugar, la comida
se elabora en el estómago, que muchos llaman vientre su­
perior; después se cuece en el hígado, y allí, por efecto del
calor, es digerido. Su líquido se distribuye en determinadas
partes por las visceras y gracias a él todo el cuerpo se ro­
bustece. Esto lo atestigua tanto el crecimiento de los jóve­
nes como la supervivencia de los ancianos.
El resto de la comida desciende al vientre, que todos
llamamos vientre sin más especificaciones, pero algunos lo
denominan vientre inferior, cuyos excrementos -que han ba­
jado en plena corrupción- es necesario sean evacuados por
la ya citada puerta posterior.
29. Mas, a pesar de que todas estas funciones parecen
haber sido ordenadas hábilmente por una disposición natu­
ral siguiendo un orden divino, sin embargo -si por nuestra
parte no se observa una moderación en la comida y en el
comportamiento-, como si las pasiones se desbordaran, se
produce un diluvio y, por decirlo así, la disolución de todo
el cuerpo.
En efecto, la falta de templanza excita el placer, produ­
ce dificultades en la digestión, crea la descomposición. Y así
Noé, 9, 28-30 285

los intestinos, o se tensan con un endurecimiento interno y


se revuelven de dolor, o el jugo no digerido de los alimen­
tos y la pesadez de la indigestión producen una especie de
restregamiento de la membrana interna del intestino.
El doble revestimiento de éste está protegido por una
especie de lámina: el externo -que los expertos o aquellos
que lo han observado con más atención llaman «continuo»-
se dirige de arriba hacia abajo, y el otro, el interno, está co­
mo cosido por los lados, razón por la que afirman que no
se disuelve del todo cuando se lo restriega. En realidad, si
el interno fuera continuo, una rotura suya sería incurable.
Allí, frenados por los obstáculos de las puntadas, se de­
tienen los restos de los alimentos; si estas puntadas se des­
cosen, los alimentos a medio digerir pasan por allí y las be­
bidas se filtran. Todo esto supone un diluvio para el hombre.
30. Por todo lo dicho, opino que, a través de la figura
de esta arca, Dios nos ha querido enseñar de qué modo es­
tamos protegidos de este preciso diluvio. En efecto, la co­
rrupción es la causa del diluvio. Allí donde ésta se insinúa,
se abren paso las aguas, entran en ebullición todas las fuen­
tes de las pasiones, de manera que todo el cuerpo es su­
mergido por tan enorme y profunda oleada de vicios.
Porque nada hay que sea tan capaz de someter al hom­
bre a una esclavitud miserable como la lascivia y los deseos
de esa especie, que oprimen a la desgraciada conciencia con
un -por decirlo así- yugo pesado de crímenes, de tal mane­
ra que no puede levantarse, como si hubiera perdido la li­
bertad de la inocencia.
Por tanto, el mayor remedio ante semejante diluvio es
preferir al justo y elegirlo como ejecutor de las órdenes ce­
lestiales. ¿Quién es el justo en nosotros, sino el vigor de la
mente, que encierra en esta arca todo género de seres ani­
mados que existe sobre la tierra?
Así pues, reprime también tú todas tus pasiones irracio­
nales, somete todas tus sensaciones a la mente y habitúate a
286 Ambrosio de Milán

los mandatos del alma. No permitas a tus concupiscencias vo­


lar fuera, a tu lujuria salir en público. También gracias a la
mente racional podrás incluso liberar de todo peligro de di­
luvio tus pecados irracionales e inmundos.

Capítulo 10

31. Todo cuanto hay en la tierra perecerá71. ¿Qué peca­


do habían cometido en realidad los animales mudos? ¿Por
qué motivo fueron sometidos al castigo quienes no tenían
sentido del pecado?
Mas, como cuando en la guerra el general es muerto por
el enemigo, se extingue su ejército y resulta sofocada toda
fuerza militar, así no parece injusto que a la muerte de aque­
lla persona a la que el Señor Dios había concedido en cier­
ta medida un poder real sobre todas las especies animales
-de manera que presidiera con autoridad imperial a todas
las aves, las fieras y las bestias-, perecieran también junto
con él los ganados y todas las especies de animales irracio­
nales.
Por lo demás, es lo mismo que cuando hay una peste
por la contaminación de un trozo de cielo72: primero la fu­
nesta enfermedad infecta a los seres irracionales73, especial­
mente a los perros, a los caballos, a los bueyes, y afecta tam­
bién a aquellos que parecen estar en contacto con el hombre
y así la fuerza de la enfermedad envuelve también al géne­
ro humano. Así pues, éste es el primer motivo de esta afir­
mación, a mi parecer justa.

71. Gn 6, 17. Cf. Filón, Quaes- 73. Cf. H omero, Iliada, I, 50;
tiones, II, 9. L ucrecio, D e reru m natura, VI,
72. Cf. Virgilio, E neida, III, 1222.
138-139.
Noé, 9, 3 0 - 1 0 , 34 2 87

32. El segundo es que nadie acusa a la naturaleza por


el hecho de que, con sólo quitar la cabeza, mueran los de­
más miembros del cuerpo, mientras que vemos que muchos
sobreviven tras haberles sido amputados los pies y las ma­
nos. Y es que los restantes miembros no tienen la impor­
tancia de la cabeza; por eso, cuando se corta ésta, de la que
se propaga nuestra sensibilidad al resto del cuerpo, mueren
también todos los miembros; y en esto no se echa en falta
la Providencia del Creador ni se hacen reproches a la fragi­
lidad del ser humano.
Así pues, del mismo modo nadie puede quejarse en este
supuesto: dado que el hombre es en cierto modo la cabeza y
la cima de los demás animales, no debe parecer extraño que,
al morir éste, mueran con él los demás seres animados.
33. El tercer motivo consiste en que los animales pri­
vados de razón no han sido engendrados por sí mismos, si­
no en función del hombre. En efecto, su existencia ha sido
dispuesta a causa del hombre, a fin de que, gracias a su su­
misión, sobresaliera la condición humana.
En definitiva, la Escritura habla de esa autoridad del
hombre cuando dice: Todo lo has sometido a sus pies, las
ovejas y todos los bovinos junto a los ganados del campo, las
aves del cielo y los peces del mar7*, porque todos ellos exis­
ten para él: unos para su utilidad, otros para su regalo, otros
para su placer.
Por tanto, era lógico que, borrado el hombre de la faz
de la tierra, también aquellos que habían sido creados por
su causa desaparecieran con análoga destrucción. Todo esto
según la exposición literal del texto.
34. Pero también admite una interpretación más subli­
me y más profunda: que, cuando el alma se doblega bajo el

74. Sal 8, 7-9.


288 Ambrosio de Milán

grave peso de las pasiones y se encuentra sumergida por la


marea de los diversos placeres, entonces se precipitan sin
contención todos los pensamientos y concupiscencias terre­
nas, porque todo pecador, cuanto más graves son los peca­
dos que ha cometido, tanto más insolente se vuelve.
En efecto, la indecencia aumenta con la costumbre y el
ejercicio, mientras que la audacia se nutre de la impunidad.
Así pues, el pecador se aparta de todo respeto por la hon­
radez, mueren en él todas las facultades terrenas por la acri­
monia del pecado mortal, que lo destruye con una muerte
real y perpetua; en efecto, nadie muere más gravemente que
quien vive en el pecado.
Mueren en él las facultades una por una: muere la vis­
ta, que anuncia el pecado, que se vuelve hacia la mujer en­
gañosa, que es cautivada por la belleza de un rostro desco­
nocido, a la que han enlazado los ojos de la meretriz, que
ha sido encadenada por el aspecto de una fornicadora. ¿Aca­
so no muere en cierta manera aquel que se ha clavado a sí
mismo el dardo de la concupiscencia, aquel que por propia
voluntad se ha precipitado en la fosa de la muerte?
También perece el oído cuando refiere crímenes, cuan­
do repite las palabras del adúltero que intenta corromper­
lo, cuando susurra en las almas las palabras de aquella pros­
tituta que, tras haber seducido al joven con la irresistible
lisonja de su conversación75, lo ata después con los lazos de
sus labios.
Muere la voz con el silencio, si no confiesa a Dios; mue­
re por palabrería, porque para ti está escrito: Por el mucho
hablar, no escaparás al pecado7h; muere por la ira cuando se
traspasa la medida de la venganza.
En fin, mueren todos los sentidos cuando se convierten
en instrumento de iniquidad.

75. Cf. Pr 7, 21. 76. Pr 10, 19.


Noé, 10, 34-35 289

35. Y por eso, dado que todas las cosas terrenas mue­
ren con el diluvio y sólo el justo permanece para siempre7778,
a él se le dice: Contigo estableceré mi promesa7S, porque él
es el heredero de la gracia divina, él el dueño de la heren­
cia celestial, el participante en los bienes más excelsos.
Es verdad que también los hombres, cuando mueren,
suelen traspasar su patrimonio por testamento y que la he­
rencia no pasa a otro mientras vive el testador. Pero, dado
que Dios es eterno, trasmite a los justos la herencia del pa­
trimonio divino y El mismo, que nada necesita, entrega lo
suyo sin sufrir menoscabo por ello, porque no le son gra­
vosos los que participan de sus bienes y disfruta más de
aquello que nosotros utilizamos.
En definitiva, el Señor Jesús se hizo pobre, siendo ri­
co79, para que nosotros nos enriqueciéramos con la pobre­
za de Aquel que llevó a su cumplimiento, por medio de su
sangre, uno y otro Testamento, para hacernos coherederos
de su propia vida y herederos de su muerte80, a fin de que
lográramos una participación en su vida y el beneficio de la
muerte81.
Además, concedió mucho al justo cuando le dijo: Con­
tigo estableceré mi testamento, porque todo hombre racio­
nal y fiel es testamento de Dios. El mismo es, en efecto, la
herencia de Dios, él la propiedad: en él está la virtud del

77. Cf. Pr 10, 30. 79. Cf. 2 Co 8, 9.


78. Gn 6, 18. En el texto se di­ 80. Cf. Rm 8, 17.
ce T estam entum , que aquí tiene el 81. Considerar la muerte como
valor de alianza sobre una base le­ un beneficio es una idea muy que­
gal, que compromete a quien lo rida para Ambrosio, que la desa­
otorga con el heredero, quien pa­ rrolla por extenso en varias de sus
sa a ser dueño in spe y a partici­ obras, sobre todo en Bon. Mort. y
par de los bienes que le han sido Exc. frat.
legados.
290 Ambrosio de Milán

testamento divino; en él, el fruto del juicio; en él se contie­


ne la herencia de la promesa; de él dijo David: He aquí los
hijos, herencia del Señor, su recompensa, el fruto de sus en-
trañasS2.
Pero, expuesto ya el sentido del misterio más profun­
do, pasemos al resto.

Capítulo 11

36. Entra en el arca -dice- tú y toda tu casa, porque te


he hallado justo en esta generación^. También a este pasaje
se le atribuye sin discusión la autoridad de una palabra pro-
fética, porque el necio es necio sólo para sí mismo, mien­
tras que el sabio posee la sabiduría para sí y para otros mu­
chos828384.
Por eso, con razón se salvó también la familia del jus­
to Noé durante el diluvio. De ese mismo modo, los nave­
gantes en el mar y los ejércitos en la guerra, si no les falta
a unos la pericia del piloto y a otros la prudencia del ge­
neral, gracias a la intervención de una persona ajena están
al abrigo de cualquier peligro.
Pero, puesto que el ejército de un buen general es un
buen ejército, por eso también pensamos que la gloria de
un hombre justo no se menoscaba: su familia ha encontra­
do la salvación a justo título, porque él ha sabido organizar
su propia casa de modo que resplandezca por la participa­
ción de todos en la virtud.
Y no es contradictorio el hecho de que, más tarde, el
hijo o la mujer pecaron. Dormía el justo cuando el hijo se
descarrió85. También la mujer, en cuanto sexo más débil, per-

82. Sal 126, 3. 85. Cf. Gn 9, 22; y más ade­


83. Gn 7, 1. lante 30, 114.
84. Cf. Pr 9, 12.
Noé, 10, 35 - 11, 38 291

turbada por la magnitud del peligro -ya que estaba con­


vencida de que toda la tierra habría de perecer a causa del
fuego divino86-, ¿por qué te sorprendes de que no haya po­
dido seguir a su esposo, puesto que éste mismo, siendo jus­
to, apenas escapó, advertido por los ángeles87?
¿Qué tiene de extraño que el error se insinúe en el hom­
bre o se debilite su voluntad? Deplora, por tanto, que el
justo se haya embriagado88.
37. Pero pienso que estos acontecimientos deben reser­
varse para su lugar apropiado. Por el momento, considere­
mos lo que resta. Pues bien dijo: Porque he visto que eres
justo en esta generación^. Muchos parecen justos a los ojos
de los hombres, pocos ante Dios: de un modo ante los hom­
bres, de otro distinto ante Dios. Ante los hombres según
las apariencias, ante Dios según la pureza del alma y la ver­
dad de la virtud; los hombres aprueban el exterior, Dios va­
lora lo que está dentro.
Con ponderación, pues, añade en esta generación para
no condenar a las precedentes ni excluir a las siguientes y
para advertir que el diluvio había sido querido justamente
para destruir aquella generación, que no tenía ninguna re­
lación con la justicia. Todo esto, según el sentido literal.
38. Pero una significación más profunda nos impulsa a
pensar que el vigor de la mente en el alma, y el alma en el
cuerpo, es lo que el padre de familia en su casa. Porque lo
que la inteligencia es en el alma, eso mismo es el alma en el
cuerpo. Si la inteligencia está segura, está segura la casa, es­
tá segura el alma; si el alma permanece incólume, incólume
estará también la carne corporal. Porque una mente sobria
mantiene a raya todas las pasiones, domina los sentidos, go­
bierna las palabras.

86. Cf. Gn 19, 26. 88. Cf. Gn 9, 21.


87. Cf. Gn 19, 15-16. 89. Gn 7, 1.
292 Ambrosio de Milán

Por eso, dice bien el Señor al justo: Entra tú, es decir,


entra en ti mismo, en tu mente, en la parte dirigente de tu
alma. Allí está la salvación, allí el timón; fuera, el diluvio; fue­
ra, el peligro. Y una vez que estés dentro, también fuera es­
tarás seguro porque, allí donde la mente es el árbitro de sí
misma, son buenos los pensamientos, buenas son las obras.
En efecto, si ningún vicio ofusca la mente, los pensa­
mientos son sinceros. Si se cuida la castidad, si en el corazón
habita la templanza, no arde ninguna llama de concupiscen­
cia ni se propaga ninguna llaga de enfermedad, porque la so­
briedad de la mente es medicina para el cuerpo.

Capítulo 12

39. Consideremos ahora por qué razón le ordena que


introduzca en el arca siete machos y siete hembras de los
animales puros, mientras que de los impuros dos y dos, a
efectos de reproducir las especies en toda la tierra90.
A mi modo de ver, declara con esto que se inicia una
semana pura, porque el número siete es puro y sagrado91:
en efecto, no se une con ninguno ni es engendrado por otro.
Por eso se le llama virgen, porque de por sí no engendra
nada y con razón, porque está exento de proceder de una
madre y es inmune a dar a luz y copular con una hembra:
a pesar de que la semana recibe un nombre femenino, po­
see el privilegio de tener un significado viril, porque todo
lo de sexo masculino que abra la vulva será consagrado al
Señor92; esto es, será santo. Y en el Profeta encuentras: H u ­
yó y dio a luz un varón 93 es decir, un santo.

90. Cf. Gn 7, 2; Filón, Q uaes- 92. Le 2, 23. Cf. Ex 13, 1.12;


tiones, II, 12. 22, 29; 34, 19.
91. Cf. Filón, L egu m , I, 5; Id., 93. Is 66, 7.
D e vita Mosis, III, 27.
Noé, 11, 38 - 12, 40 293

Por su parte, el número dos no es completo porque es


divisible; y precisamente porque no es completo, encierra el
vacío en sí mismo. Sin embargo, el número siete lo es, ya
que una semana es como una década; y es además similar
al famoso número uno, ya que el alpha es semejante a Aquel
que existe siempre94 y de quien proceden y adquieren mo­
vimiento las fuerzas que se encuentran en todas las espe­
cies95. Esto por lo que respecta a las cosas naturales.
40. Mas para hablar de las cuestiones morales no hay
duda de que la parte irracional de nuestra alma se divide en
cinco sentidos, más la voz y la capacidad de engendrar, que
por naturaleza parecen ser todos femeninos, ya que nues­
tros sentidos enseguida se arrastran hacia las cosas materia­
les y mundanas. De ahí se muestra con claridad que todos
ellos poseen el sustrato de una naturaleza más débil.
Pero para un varón instruido y trabajador todo es pu­
ro, porque la sabiduría y la virtud de un hombre experi­
mentado infunden en esas facultades una firmeza viril. Por
eso, gracias al buen juicio de un hombre prudente y a la de­
cisión de uno que se domina, esas facultades se trasforman,
de la condición de un sexo inferior, a una sustancia más vi­
gorosa.
En efecto, válido y firme es el criterio del sabio; no mu­
dable, como el del necio e ignorante, que vacila con una
opinión inestable; o como el del malvado, que no elige lo
que es verdadero y justo, sino que separa lo que es verda­
dero y justo de lo que es provechoso y útil para él.
La justicia es, en efecto, un bien excepcional, apreciada
en sí misma únicamente por su valor; la injusticia, en cam­
bio, produce, por decirlo así, cosas divisibles, unas veces do­
blegada por el odio, otras por el afán de lucro; y confunde

94. Cf. Ap 1, 8; 21, 26; 22, 13. 95. Cf. Hch 17, 28.
294 Ambrosio de Milán

cosas que deberían permanecer separadas. Porque el necio


cambia como la luna96 y, deformado por la multicolor va­
riedad de sus estados de ánimo, mancha su alma con una
desagradable infección a la manera de un cuerpo leproso,
mezclando a menudo pensamientos saludables con otros
culpables.
41. Mas quizá, al considerar la orden de que se intro­
dujeran en el arca animales puros e impuros, te pueda ex­
trañar, con razón, que yo haya dicho antes que no se de­
ben mezclar decisiones honestas y deshonestas.
Yo no niego ciertamente que haya en nuestra alma al­
gunas semillas y principios, por así llamarlos, irracionales,
aunque puros, y otros que no lo son. Porque la naturaleza
humana es capaz de cosas contrarias, de modo que en ella
hay accesos para la malicia y para la virtud. Con razón, al
principio de este libro, que es el del Génesis, has leído, ba­
jo la figura del árbol que estaba en medio del Paraíso, que
hay una ciencia del bien y del mal97.
Fue ordenado que no se debía comer de ese árbol de la
ciencia del bien y del mal, precisamente porque nuestra
mente, en la que radica el conocimiento y la capacidad de
aprender, percibe las nociones del bien y del mal.
Por tanto, el Creador de la naturaleza, del mismo mo­
do que salvó a los animales para propagación y conserva­
ción de la especie, de manera que toda la tierra se llenase
de la semilla de esos seres animados, así también consideró
que no debía privar de pasiones -como a los animales im­
puros- a la sustancia terrena de nuestro cuerpo, que, cuan­
do está inmersa en los placeres y en la lujuria, como en una
especie de diluvio, fluctúa en las susodichas pasiones.
Pero cuando, gracias a la sobriedad y la continencia, un
hombre se libera del diluvio de las pasiones que lo anegan

96. Si 27, 12. 97. Cf. Gn 2, 9.17.


Noé, 12, 40 - 13, 42 295

y, por decirlo así, saca a flote en terreno seco su alma, co­


mienza a revitalizar su cuerpo y la pureza de su alma, cu­
yo guía es la sabiduría.

Capítulo 13

42. Hay que examinar también con diligencia cuál es la


razón por la que el diluvio sobrevino siete días después de
que Noé entrase en el arca e introdujese los animales98. En
efecto, no parece superfluo el hecho de que no trascurrie­
ran más o menos días, sino exactamente los mismos que du­
ró la Creación del mundo.
Porque el mundo fue creado en siete días y en el día
séptimo Dios descansó de sus obras". Con esta señal mani­
festó que El mismo era el autor de la Creación y del dilu­
vio: creó el mundo por su bondad, provocó el diluvio a cau­
sa de nuestros delitos.
Por tanto, se advierte a los hombres, también por me­
dio del número de días en los que el mundo fue creado, que
debían haberse reconciliado con su Creador no sólo con lá­
grimas y plegarias, sino con el cambio de sus costumbres.
Así pues, el Señor dio espacio a la penitencia porque
quería más perdonar que castigar, para obligar a los hom­
bres, que eran presas del terror ante el inminente diluvio, a
implorar perdón y así renunciar a la impiedad y a la injus­
ticia, mientras aborrecían el peligro de la muerte que les ha­
bía de sobrevenir.
Además, también para que de este hecho podamos al­
canzar la clemencia del Señor, misericordioso por encima de
toda medida, ya que quiso perdonar en pocos días la ofen­
sa de muchos años, cometida desde la constitución del mun­
do hasta su fin, si los hombres se hubiesen arrepentido.

98. Cf. F il ó n , Quaestiones, II, 13. 99. Gn 2, 2.


296 Ambrosio de Milán

Porque Dios olvida el pecado y remunera la virtud, se­


gún El mismo dice por medio del profeta: Yo soy, yo soy el
que borró tus iniquidades y no me acordaré de ellas. Tú, sin
embargo, recuérdalas y vayamos a juicio: confiesa tus culpas
para que seas justificado 10°. En efecto, cuando advierte que
se ha reintegrado la auténtica virtud en el alma, depara a és­
ta tanto honor, que no sólo le concede el perdón de los pe­
cados pasados, sino que además le depara la gracia y la jus­
tificación.
Así pues, esperó de nuevo al séptimo día -al mismo en
que había descansado de su obra- con el fin de poder apla­
car su indignación en el caso de que se le hubiera pedido
perdón y hubiera seguido la enmienda.
43. Se preocupó también de que no se omitiera decir
que el diluvio duró cuarenta días y se añadiera cuarenta no-
ches101. En efecto, sabemos que se llama «día» al espacio de
tiempo que marca el sol iluminando la tierra, y «noche» al
que separa la difusión de las tinieblas de la claridad del día.
También sabemos que a menudo hablamos de «día» sin in­
cluir la noche, mientras que otras muchas veces la inclui­
mos. En efecto, cuando hablamos de un mes de treinta dí­
as, nos referimos también a las noches.
Por eso nos preguntamos por qué Moisés, cuando ha­
bría sido suficiente decir que el diluvio duró cuarenta días,
añadió también cuarenta noches. Algunos de nuestros pre­
decesores incluso han interpretado que con el diluvio se de­
mostraba que habían muerto los hombres y las mujeres, re­
firiendo el día al varón, que es más puro, semejante a la luz,

100. Is 43, 25-26. La versión d u c m e in m em oriam , es decir «re-


que sigue Ambrosio aquí parece ser cuérdamelas» (tus culpas).
la Septuaginta -«acuérdate de 101. Gn 7, 12. Cf. F ilón, Quaes-
ellas»-, porque la Vulgata lee: re- tiones, II, 14.
Noé, 13, 42-44 29 7

y la noche a la mujer, que se describe fue creada mientras


el hombre dormía102.
Al mismo tiempo, porque el hombre es el primero, una
especie de agente que pone en movimiento la fecundidad de
la mujer y la incita a parir; además, el primero destaca más
en la vida pública, mientras que la mujer está más escondi­
da, como encerrada entre las paredes de la casa y cercana a
la noche, puesto que ha surgido en segundo lugar y ha si­
do formada de la costilla del hombre103, debiendo así a su
antecesor la gracia de la existencia, sometida también al pri­
vilegio del número más valioso y comparable a las cosas ma­
teriales por su capacidad de dar a luz104.
Por el contrario, igual es para ambos el número por lo
que respecta a la prueba, porque también los pecados son
equivalentes y con razón los espacios de tiempo no difie­
ren, ya que tampoco difiere la gravedad de sus pecados.
44. No por superficialidad se preguntan también mu­
chos por qué motivo el diluvio duró cuarenta días. Y po­
demos afirmar que ese número cardinal ha sido asignado a
los acontecimientos más tristes, es decir, la destrucción de
las criaturas, mientras que la semana ha sido asignada a la
creación de todo el mundo, esto, es a los acontecimientos
más alegres.

102. Cf. Gn 2, 21-22. el primero en el tiempo, el que es­


103. Ibid. tá presente en la vida pública, el es­
104. Por tanto, la expresión píritu. La mujer, en cuanto noche,
«días y noches» índica que pere­ representa la fecundidad, la que es­
cieron hombres y mujeres respec­ tá sometida, la segunda en el tiem­
tivamente. Con ese motivo, Am­ po, la que permanece oculta, dedi­
brosio expone una vez más su cada a los quehaceres materiales.
modo de pensar en este tema: el Ambos tienen en común la prueba
varón, en cuanto día, es para él la a la que fueron sometidos y el pe­
luz, la pureza, el elemento activo, cado.
298 Ambrosio de Milán

Pero quizá haga esto alguna referencia a que también la


Ley fue consignada en cuarenta días. Otros tantos días pa­
só Moisés en el monte Sinaí y allí habitó cuando recibió los
mandamientos de la Ley105106.
En justicia, por tanto, los preceptos de los pecados que
había obligación de evitar fueron entregados en el mismo
número de días en los que la pena correspondiente a la cul­
pa ha sido cumplida, para que seamos conscientes de que la
gloria de la enmienda debe lograrse, por medio de la en­
mienda y a partir de ella, en el mismo espacio de vida en el
que es posible cometer la culpa que debe ser castigada.
De ahí que ahora Dios haya prescrito los cuarenta dí­
as, no para imponer una pena sino para dar vida, a fin de
que por medio de este número aliviemos las penas por nues­
tros pecados con ayunos y plegarias más frecuentes y, fie­
les a las prescripciones de la Ley, corrijamos nuestro error
con la devoción y la fe.
Por lo tanto, gracias a la resurrección del Señor, el cua­
dragésimo día no es considerado ya el último, sino el pri­
mero, y ahora se cuenta la vida allí donde antes se calcula­
ba el número de la muerte hasta la consumación del mundo
y la desaparición del género humano.
45. Y exterminaré de la fa z de la tierra toda resurrec­
ción de la carne'06. ¡Oh, belleza de las palabras celestiales,
si uno las examina con la clara inteligencia de una mente
piadosa!

105. Cf. Ex 34, 28. todo el brote (exanástasis) que yo


106. Gn 7, 4. Esta formulación he hecho-, aunque esté más cerca
no responde exactamente ni a la de la segunda. F ilón lee delebo
versión de la Vulgata -delebo om- omnem suscitationem vigentem,
nem substantiam quam feci de su­ quam feci, a facie terrae: Cf. F i­
perficie terrae- ni a la Septuagin- lón , Quaestiones, II, 15.
ta -borraré de la faz de la tierra
Noé, 13, 44-45 299

Dios se indigna de nuestros pecados, pero no olvida su


piedad; amenaza con el castigo, pero no permite la destruc­
ción, sino que modera la venganza, revoca la severidad. Di­
ce que exterminará la carne no de la tierra, sino de la faz
de la tierra. Corta la flor, pero salva las raíces. Deja que la
virtud de la sustancia humana permanezca en el fondo, que
sufra en la superficie pero que por dentro se mantenga in­
demne e, inmune al mal, se reserve para subsistir en aque­
llos que no son reos de culpa.
Con propiedad, pues, ha puesto exterminaré como si se
tratara de los trazos superiores de las letras que son des­
truidos sin menoscabo de los libros y sin deterioro de las
tablas. Se desdibuja la tinta, pero permanece la madera. Se
borran las letras, de ordinario para escribirlas mejor; se qui­
ta la tinta, pero no se destruye la sustancia107.
Dice: «Destruiré la corrupción de la carne para escribir
incorrupción. Destruiré la resurrección de la carne sobre la
faz de la tierra para inscribir a los que resucitan en las re­
giones celestiales. Los borraré del libro de la tierra para ins­
cribirlos en el libro de la vida»108.
Sean destruidos, Señor, Señor mío, sean destruidos in­
mediatamente los caracteres trazados por el hombre, a fin de
que sean escritos los trazados por Cristo. Sea abolida la re­
surrección terrenal para que sobreabunde la gracia celeste.
¡Ven, Moisés, prepara tu seno, recibe la Ley, acepta unos ca­
racteres que no destruya más la misericordia divina! ¡Recibe
las tablas que Dios tenga a bien fijar para la eternidad!109.
¡Ojalá no las rompas tú mismo!
Incluso me las habría quitado mi propia culpa, si el Se­
ñor no me las hubiera devuelto. Con razón ciertamente te
indignaste, Moisés, para que no gozaran de privilegios di-

107. Cf. 1 Co 15, 42. 109. Cf. Ex 32, 19.


108. Cf. Sal 68, 29.
300 Ambrosio de Milán

vinos todos aquellos que no fueran obedientes, pero pien­


so que las rompiste, no para mí, sino para los judíos. Las
rompiste para los judíos, las transmitiste para mí. Las ante­
riores fueron despedazadas a fin de que las posteriores se
mantuvieran. Las rompiste en los corazones de los judíos.
Porque ¿de qué les servía tener unas tablas cuyas prescrip­
ciones no eran capaces de cumplir?
He aquí que afirman tener unas segundas tablas, pero
no las tienen. Dicen que leen la palabra divina, pero no la
leen. Moisés dice que las tablas han sido escritas por el de­
do de Dios110: ellos no leen lo que ha escrito el dedo de
Dios, sino el estilete humano. Ven la tinta, no distinguen el
espíritu divino. La Iglesia, por el contrario, ignora la tinta,
pero reconoce el Espíritu.
Por eso Pablo aprendió a escribir no con tinta, sino con
el espíritu del Dios vivo111. ¡Oh, sacrilego y estúpido pueblo
judío! Un hombre escribe con el Espíritu de Dios y además
se trata de un hombre instruido bajo la Ley, y ellos preten­
den que Dios haya escrito con tinta, no con el Espíritu112.
46. Así pues -volviendo a lo que decíamos más arriba-,
Dios destruye la resurrección de la carne, como si fueran
los trazos superiores de un escrito redactado con letras. Con
esa expresión se indica que, a la manera de unas letras, Dios
ha cancelado una reproducción inútil de los hombres por
culpa de su impiedad, pero que ha mantenido la sustancia
y la condición de la especie humana, como si se tratara de
la vigencia para siempre de las tablas, de manera que de ella
germinara la semilla que había quedado.
Con esta interpretación parecen concordar sus palabras,
ya que dijo: Exterminaré toda resurrección de la carne. Pues
a la resurrección, de acuerdo con la manera habitual de ac­

110. Cf. Ex 31, 18; Dt 9, 10. 112. Cf. Ga 1, 14; Flp 3, 5-6.
111. Cf. 2 Co 3, 3.
Noé, 13, 43-47 301

tuar de la naturaleza, parece oponerse la purificación, ya que


con ésta decae y se reprime la exuberancia de la resurrec­
ción. Es verdad que todo lo que se purifica pierde la loza­
nía, pero mantiene e incluso mejora su propia sustancia.
Así pues, el Señor retuvo con la purificación del dilu­
vio el uso del cuerpo y el modo de vida de aquella genera­
ción que se había desviado de la dignidad de su naturaleza
y de la belleza de los dones que había recibido. Esto, en
sentido literal.
Mas por lo que respecta al sentido más profundo, la
imagen del diluvio es figura de la purificación de nuestra al­
ma. Por tanto, cuando nuestra mente se haya purificado de
las lisonjas corporales de este mundo, con las que antes se
deleitaba, limpiará con buenos pensamientos el lodo de la
antigua concupiscencia, como si diluyera en aguas más pu­
ras el amargor de las aguas turbias que antes fluían113.
47. Y Noé -dice- hizo todo lo que el Señor Dios le ha­
bía mandado1'4. El justo recibe encargos, el siervo órdenes.
El primero es tenido por un amigo que hará todo aquello
que se le ha encargado debe cumplir; el segundo es consi­
derado como alguien que duda en obedecer y es obligado a
hacerlo por el yugo de la esclavitud.
En definitiva, también el Señor Jesús dice en el Evan­
gelio: Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya
no os llamaré siervos115. Se le manda, pues, como a un ami­
go, se le manda como a quien sigue los mandamientos con
una caridad robusta, con un claro criterio.
Y la decisión del justo no decepcionó al Señor. Cum­
plió todas sus órdenes: no una parte, sino todo lo que se le
había mandado, y por eso recibe el testimonio de la Sagra­
da Escritura.

113. Cf. Ex 15, 23. dones, II, 16.


114. Gn 7, 5. Cf. F ilón, Q uaes- 115. Jn 15, 14-15.
302 Ambrosio de Milán

Pero no pienses que es de poca importancia el hecho


de que ésta haya escrito juntas las palabras «Señor» y «Dios»
-porque Dios está en el Señor y el Señor en Dios-, para
que tú entiendas que se trata de un precepto común del Pa­
dre y del Hijo.
No obstante, algunos antes de mí han interpretado11617que,
al decir en este pasaje Dios y Señor, ha expresado el doble
poder divino de castigar y de perdonar: primero Dios casti­
ga a los pecadores -y por eso dice en primer lugar «Señor»-,
mientras que después lo llama «Dios» porque a continuación
perdona a fin de que se propague la estirpe del justo.
Por eso, en el momento de crear el mundo, es llamado
Dios: En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Y dijo
Dios: Hágase la luzn7.

Capítulo 14

48. Está también la famosa consideración -no superflua-


de que el diluvio tuvo lugar cuando Noé tenía seiscientos
años, el día veintisiete del séptimo mes118. No hay duda de
que el séptimo mes es tiempo de primavera, cuando co-

116. Cf. F ilón , Quaestiones, nera judía, a quien Ambrosio si­


II, 16. gue en este comentario. Sin em­
117. Gn 1, 1.3. bargo, en los manuscritos que nos
118. Gn 7, 11. En esta datación han trasmitido esta obra -salvo en
hay un problema de transmisión una primera mano del Parisinas,
del texto. La lectura que aquí tra­ que fue corregida posteriormente-
ducimos -mense séptimo- procede se encuentra unánimemente men­
de una conjetura propuesta por el se secundo, que concuerda con la
autor de la edición crítica del Cor­ Vulgata y con la Septuaginta. Esta
pus scriptorum ecclesiaticorum la- corrección responde muy proba­
tinorum, C. Schenkl, basándose en blemente al esfuerzo de los copis­
F ilón , Quaestiones in Genesim, tas por «normalizar» el texto am-
II, 17, que computa el año a la ma­ brosiano.
Noé, 13, 4 7 - 1 4 , 48 303

mienzan a desarrollarse las cosas recién nacidas, el campo


germina y se extienden, tanto los brotes de la tierra como
los de los animales119.
Suscitó, por tanto, el diluvio cuando habría de ser ma­
yor el dolor de aquellos que eran castigados en su opulen­
cia, cuando el castigo iba a ser más terrible, como si Dios
dijera: «He aquí que la naturaleza generosa ha engendrado
todo gracias a la liberalidad de la divina Providencia; la tie­
rra más fecunda ha germinado todos sus productos en be­
neficio del hombre, se contemplan las espigas de trigo; los
campos se llenan de cebada, las copas de los árboles se re­
visten con las flores del fruto venidero; la tierra no deja de
cumplir sus obligaciones ni los animales sus funciones,
aprestándose a sus venturosos partos, a fin de que nada le
falte al hombre».
«Sólo éste no alumbra, ignora a su Creador, a Aquel
que le proporciona todo lo que necesita, descuida a su pro­
pio autor. El hombre desprecia a su remunerador, mientras
que Dios no ha despreciado su propia obra. Perezcan todos
los seres junto con el hombre, a causa del cual todos han
nacido. Consúmase el hombre en medio de sus riquezas,
muera junto con su dote».
Antes del hombre, la tierra no había incurrido en ningu­
na culpa, no se había equivocado en ninguno de sus frutos:
sólo en el hombre se dio cuenta de que había degenerado,
produciendo espinas y cardos en vez de frutos120. La única fa­
cultad que es admirable, la que dirige la mente, ha perecido.
Por tanto, ¿para qué se conservan todas estas cosas? De
ahí que no se derrame agua tras haber recogido los frutos,
no vaya a ser que la tierra, en vez de un diluvio, reciba un
beneficio.

119. Cf. V irgilio, G eórgicas, 120. Cf. Gn 3, 18.


II, 330.
304 Ambrosio de Milán

En definitiva, en Egipto, si bien en un mes diferente121,


el Nilo sale de su curso en la estación primaveral para que
la tierra se esponje ante la sementera y reciba las simientes
que se le confían en un seno más blando y un regazo más
propicio.
El dato de que el diluvio ocurrió en el año seiscientos de
Noé parece mostrar que Adán fue creado en el sexto día122.
Se mantiene un número idéntico, es decir uno llamado par,
tanto en el primer hombre como en el restaurador, ya que el
número seis está en el origen de sesenta y de seiscientos.
Del mismo modo se habla también del primer y del sép­
timo mes. Pero debemos considerar sobre todo el primero
porque después del diluvio se renueva la solicitud por el
cultivo de los campos en la estación primaveral, cuando co­
mienza de nuevo a avanzar la producción del suelo com­
placiente y fértil.
Esto es un indicio de que Dios jamás habría hecho pe­
recer a los hombres en el mismo número o tiempo en el que
les había dado principio si no hubiera sido ofendido con de­
litos espantosos. A la vez, la relación entre el tiempo y el
número contiene una promesa del perdón por el que Dios,
aunque airado, se ve inducido por tantos motivos prece­
dentes de sus beneficios a no destruir del todo la sustancia
de aquellos a quienes El mismo había otorgado sus dones.
49. E irrumpieron todas las fuentes del abismo y se
abrieron las cataratas del cieloUi. La Escritura ha descrito
de modo apropiado la fuerza del diluvio al decir que su­
frieron al unísono una conmoción cielo y tierra, los ele­
mentos sobre los que se basa todo principio constitutivo de

121. Efectivamente, en Egipto perior en julio-agosto.


el Nilo registra su curso más bajo 122. Cf. Gn 1, 27.
en mayo y sólo en junio comienza 123. Gn 7, 11. Cf. F ilón, Qiiaes-
a subir para alcanzar el límite su­ tiones, II, 18.
Noé, 14, 48-49 305

este mundo. Por tanto, el género humano se vio conculca­


do, envuelto en masas de agua que provenían de todas par­
tes. Esto, según la letra.
Mas, por lo que respecta a su sentido más profundo,
con el cielo se alude simbólicamente a la mente humana, con
el nombre de tierra a su vez al cuerpo y a los sentidos. Se
produce, así pues, un gran naufragio, cuando se mezclan en­
tre ellas al mismo tiempo el torbellino y la tempestad de la
mente, del cuerpo y de todos los sentidos. Sopesemos con
diligencia el sentido de estas palabras.
La mayoría de las veces el error y el engaño de la men­
te inoculan su veneno, pero la sobriedad y la continencia
del cuerpo protegen de la maldad de la mente. Con fre­
cuencia la mente vacila por culpa de la incertidumbre de la
propia fe y manera de pensar, pero la carne no se pliega a
las delicias de la lujuria, de tal manera que la frugalidad dis­
culpa el error de la mente, como les pasa a muchos herejes,
que pretenden mostrar la continencia de su cuerpo para pro­
porcionar credibilidad a sus afirmaciones con el testimonio
de su sobria carne. Si bien son falaces por su modo de pen­
sar, al menos son tanto más dignos de excusa cuanto con
menos ignominia se comportan.
Pero cuando el veneno de la mente y la contagiosa pes­
te de la obscenidad del cuerpo perturban todos los sentidos
y todo el vigor, y el ánimo -vacilante por su proceder in­
cierto, fétido por la viscosidad de la malicia, incendiado por
el furor de la crueldad- es excitado también por las infa­
mias del cuerpo, e incluso la pasión de la avaricia -que no
soporta contar con medios moderados por su afán de lujo
y su ansia de difundirse- cae en el crimen de amenazar la
salvación de los demás, entonces se desencadena un gran di­
luvio, al precipitarse a la vez todas las pasiones; entonces
parece que la imprudencia, la injusticia, la temeridad, la ma­
levolencia, la perfidia se precipitan desde un lugar superior
como si fueran cataratas de la mente.
306 Ambrosio de Milán

De ahí, de esa fuente del cuerpo terrenal, surgen los pla­


ceres, la embriaguez, la lujuria; en fin, las aberraciones de
los diversos crímenes que debilitan de raíz tanto la fuerza
del cuerpo como el vigor de la mente.

Capítulo 15

50. Y el Señor cerró el arca por fuera '24. El sentido li­


teral está claro. Era necesario cerrar el arca y protegerla con
una defensa segura para que no penetraran en ella las fluc-
tuantes olas del diluvio.
Pero también es válida la interpretación en un sentido
más profundo, si pensamos que el cuerpo humano, del que
es figura el arca descrita, se protege del frío y del calor ro­
deado de una coraza, porque el Dios Creador lo cubrió con
un vestido natural para la defensa de todos sus miembros y
lo envolvió, por decirlo así, en una cobertura para que no se
congelase con el frío ni se disolviese con el calor del estío.
51. Así pues, el agua se salió de su cauce y elevó el ar­
ca, que era trasportada sobre la superficie de las aguas124125. No
sin razón el agua salió de su cauce cuando las cataratas del
cielo se abrieron y de la tierra irrumpieron las fuentes de las
aguas y los ríos. Esto se describe con gran énfasis. Porque
donde se produce una salida de cauce, allí es necesario que
sobrevenga una inundación irresistible y no se pueda conte­
ner la fácil irrupción de enormes torrentes de agua.
Está claro, por tanto, lo que ha sido escrito126. Pero si
piensas que se debe considerar de un modo más profundo,
nuestra carne, como el mar, se ve agitada y envuelta por di-

124. Gn 7, 16. Cf. Filón, Quaes- 126. Cf. F il ó n , Quaestiones, II,


tiones, II, 19. 20 .
125. Cf. Gn 7. 17.
Noé, 14, 49 - 15, 52 307

versas pasiones por las que es arrojada aquí y allá, como si


se encontrara sobre las olas de sus propios malestares, ya
sea del hambre, ya de la sed, ya de los malos deseos, ya de
la alegría, ya del dolor.
52. Pienso que tampoco se debe pasar por alto el por­
qué la Escritura no ha omitido el número de codos alcan­
zados por el agua sobre la tierra127: dice exactamente que el
agua alcanzó quince codos sobre las cimas de los montes128129.
La razón es sencilla y por tanto evidente, pues la ale­
goría abarca los cinco sentidos, que son en nuestro cuerpo
como montes elevados que ensombrecen esta carne de pa­
siones y a menudo son asaltados por las fieras y revueltos
en la oscuridad de sus zonas umbrosas.
De ahí también que el Señor, al venir por la fe de las
naciones creyentes, llega a su Iglesia desde el Líbano, como
afirma el profeta Habacuc cuando dice: El Señor vendrá del
Líbano, de un monte umbroso y oscuro11*3.
También la Iglesia viene del Líbano, como encontramos
escrito en el Cantar de los Cantares. Porque leemos así: Vie­
nes aquí del Líbano, esposa mía, vienes aquí del Líbano. Pa­
sarás y volverás a pasar desde el principio de la fe, desde las
guaridas de los leones y desde los montes de los leopardos130,
porque los pueblos de gentiles, que antiguamente padecían
los graves asaltos de pasiones bestiales, ahora se distinguen
por la profundidad de su fe y la eminencia de su devoción.
Por tanto, a través de esos montes llega Cristo, mode­
rando con los discursos del Evangelio los movimientos de es-

127. Cf. F ilón, Q uaestiones, de que su amada abandone los lu­


II, 21. gares de los que procede y se tras­
128. Cf. Gn 7, 20. lade a Palestina; pero a Ambrosio le
129. Ha 3, 3. interesa más el sentido moral de la
130. Ct 4, 8 (Sept). Con estas expresión: abandonar las pasiones
palabras, el esposo expone su deseo para convertirse a una vida de fe.
308 Ambrosio de Milán

te cuerpo salvaje y destruyendo con su obediencia y humil­


dad la insolencia del corazón y la soberbia altanera. Y así, con
razón, comenzaron a dar frutos de mansedumbre aquellos a
quienes antes anegaban oleadas de turbias pasiones.
A propósito del número de codos, algunos antes de no­
sotros pensaron de manera que los cinco sentidos se pueden
recapitular en una triple descripción, ya que la vista ve lo
que es visible, el oído oye lo que es audible, el olfato huele
lo que es oloroso, el gusto gusta lo que es gustoso y el tac­
to toca lo que es tangible en una sustancia. Por tanto, los
cinco sentidos son valorados de un triple modo, o según
aquello que está escrito: Escribe para ti de tres maneras131.
Yo, por mi parte, me inclino a pensar que esos quince
debo interpretarlos como los sentidos del hombre terreno,
animal y espiritual, que han sido anegados por aquellas
aguas del diluvio.
53. Merecidamente pereció todo viviente132. Esto está
claro tanto en su sentido literal como en cuanto expresa,
por medio de un signo apropiado y natural, la corrupción
de la carne con la imagen de una agitación tempestuosa. Pues
una agitación no es en sí misma nociva si no se produce a
consecuencia de una corrupción en la disposición del áni­
mo. En efecto, es la carne la que suscita las pasiones y ella
misma es turbada por las pasiones: esa agitación es la que
provoca la corrupción.
Por tanto, la causa de la corrupción es la agitación de es­
te mundo, por la que degenera el alma de todo ser humano.
En efecto, cuando las pasiones viciosas agitan la mente, se
produce la corrupción; cuando se enciende el interés por la
virtud, eso significa un progreso para la vida ordenada.

131. Pr 22, 20 (Sept). tio n e s , II, 22.


132. Gn 7, 21. Cf. F ilón, Q u aes-
Noé, 15, 50-54 309

Así pues, murió todo aquel que se encontraba en tierra


firm e133, pues no podían sustraerse a la muerte aquellos a
quienes había sumergido la ola de un diluvio tan enorme.
Esto, según el sentido literal de las palabras escritas.
Pero si quieres buscar una interpretación alegórica, no
hay duda de que, según el ejemplo de la madera seca que
arde apenas el fuego ha comenzado a lamerla, así también
el alma, si no se humedece con el rocío de las diversas vir­
tudes -para regarse, por así decir, con la copa de la sabidu­
ría, con la fuente de la justicia y con el manantial de la cas­
tidad-, como si se hubiera secado su raíz vital, prende fuego
en el incendio de las pasiones o sucumbe, hundida por el
aluvión de la carne.
De ahí que el alma debe siempre alimentarse con pen­
samientos de obras buenas de manera que la mente, em­
briagada por la savia de la prudencia, se vigorice a fin de no
ceder con facilidad a la violencia del diluvio del cuerpo y
morir debilitada por el árido desamparo del descuido.
Por eso nos advierte el Señor que no nos alejemos de la
fuente de la sabiduría134, que bebamos la copa de la virtud, no
vaya a ser que agoste a alguno el sol de la iniquidad y no sea
capaz de resistir la tempestad de la persecución. Porque está
escrito: Si esto hacen en el verde, ¿qué ocurrirá en el seco?135.
54. Dios destruyó -dice- todo lo que estaba sobre la faz
de la tierraUb. La explicación de lo escrito es evidente. La
alegoría, en cambio, nos declara que aquí se habla de la so­
berbia, que se levanta en esta sustancia terrena y frágil y, ol­
vidándose de las cosas divinas y despreciando las humanas,
deforma en su arrogancia el aspecto exterior y el modo de
andar del hombre.

133. Gn 7, 22. Cf. F ilón , Q ua- 135. Le 23, 31.


estiones, II, 23. 136. Gn 7, 23. Cf. Filón, Quaes-
134. Cf. Ha 3, 12. tiones, II, 24.
310 Ambrosio de Mdán

Así describe Isaías a algunas hijas de Judea que lanza­


ban chispas con el guiño de sus ojos y se pavoneaban con
la cabeza erguida137. Son de esta especie, en efecto, quienes
arquean las cejas, con el corazón hinchado, el pecho eleva­
do, alzado el cuello; quienes apenas tocan el suelo con las
puntas de sus pies, manteniéndose en equilibrio con todo el
cuerpo y oscilando a un lado y otro como el fiel de una ba­
lanza, avanzando hacia delante pero volviendo la cabeza ha­
cia atrás, mirando al cielo pero menospreciando la tierra, co­
mo si estuvieran afectados por un dolor de cuello, de modo
que no pueden inclinarlo hacia abajo.
Por eso Dios los borró del libro de la vida138, diciendo:
Todo el que se ensalza, será humillado 139, y no permitirá que
se unan a las revelaciones celestiales entre los méritos de los
santos.
55. Por tanto, tras haber perecido todos los que que­
daron fuera del arca, sólo Noé fue dejado junto con todos
aquellos que estaban con él en el arcaH0. Esta sencilla ex­
presión no necesita interpretación -su comprensión coinci­
de con la letra-, pero el sentido más profundo y secreto de­
muestra que el hombre justo y amante de la sabiduría
-semejante a un árbol frutal al que se le ha quitado todo lo
que solía roerle el alimento, ensombrecer su copa, obstacu­
lizar el crecimiento de sus ramas- queda solo con los su­
yos, firme y libre de pasiones irracionales.
Y añade bien que se quedó en el arca, como si apenas
se pudiera creer que, una vez eliminadas las pasiones del
cuerpo, diera la impresión de que aún permanecía en el cuer­
po en el que -aunque ya privado de contagios terrenos-
conservaba aún -por más que incorrupta- la sustancia del140

137. Cf. Is 3, 16. 140. Gn 7, 23. Cf. Filón, Quaes-


138. Cf. Ap 3, 5. tiones, II, 25.
139. Le 14, 11.
Noé, 15, 54 - 16, 57 311

cuerpo y era trasportado en el cuerpo sobre el diluvio, co­


mo si fuera incorpóreo. No se hundía a pesar de tener un
cuerpo, porque se encontraba en el interior del arca, pero
además porque gobernaba ese mismo cuerpo en medio de
tan grandes agitaciones, invencible a las pasiones, lo mismo
que si no lo tuviera.

Capítulo 16

56. El Señor se acordó de Noé y de los animales y ga­


nados'4', como dice la Sagrada Escritura. Algunos se asom­
bran del motivo por el que el autor no ha dicho que Dios
se acordó también de la mujer y los hijos de Noé, puesto
que se acordó de los animales y los ganados. Pero al decir
que Dios se acordó de Noé, en el autor y cabeza de la ca­
sa abarca todo el resto de su parentela.
Parece que al mismo tiempo se expresa el acuerdo de
los demás miembros. En efecto, cuando todos se quieren
mutuamente, hay una sola casa; por el contrario, cuando
discrepan, se separan, rompiéndose en varias casas. Porque
allí donde hay amor, con el nombre del más anciano, del
que dependen todos los demás, se indica toda la casa; del
mismo modo que si uno habla de un árbol, comprende tam­
bién las ramas, si uno habla de una rama comprende tam­
bién, con una sola y con la misma palabra, los frutos que
hay en ella.
57. Tampoco está de más el detalle de que en primer lu­
gar haya dicho que Dios se acordó de Noé, después de los
animales y en tercer lugar de los ganados. Es decir, ¿por qué
no nombró, tras el hombre, a los animales que son más man­
sos, sino a los más feroces? Parece que la razón está en que

141. Gn 8, 1. Cf. F il ó n , Quaestiones, II, 26.


312 Ambrosio de Milán

los animales más feroces se amansarían por la proximidad


de las otras dos partes.
Esto es lo que parece afirmarse también en aquel fa­
moso verso poético: Pon a los malos en el mediol42. De ahí
que también el poeta dedujese que se organizara así la dis­
posición del ejército que iba a entrar en combate, de modo
que los más débiles fueran colocados en el centro para que
pudieran recibir mayor ayuda por parte de los más fuertes
de ambos lados y asumir la disposición al combate de una
y otra ala. En esto es claro el relato de la Escritura.
Pero, en un sentido más profundo, es cierto que el jus­
to tiene los sentimientos de su corazón en el centro, no en
los extremos, y que, mientras se afana en esta vida, tiene ne­
cesariamente en el cuerpo, como en aquella arca, animales
feroces. Porque no hay mente alguna, no hay un alma que
no albergue también los movimientos salvajes de los malos
pensamientos. Por tanto, el alma del imprudente agudiza las
pasiones salvajes y difunde el veneno de las serpientes, mien­
tras que la fuerza del sabio las mitiga y las reprime.
58. Y Dios hizo soplar el espíritu sobre la tierra y cesó
el agua1*3. No pienso que esto haya sido dicho para que con
la palabra «espíritu» pensáramos en el viento. Porque ni si­
quiera el viento tenía poder para secar el diluvio: en ese ca­
so, cuando el mar cada día es agitado por los vientos, de­
bería sin duda vaciarse.
Pues entonces, ¿cómo no habría de vaciarse el mar por la
fuerza de los vientos, esa fuerza a la que habría cedido el di­
luvio difundido por toda la tierra hasta las llamadas columnas
de Hércules, e incluso el inmenso mar que desbordaba por
encima de las cumbres de los montes más altos? I44.

142. H omero, Iliada, 4, 299; cf. tiones, II, 28.


más arriba, 2, 4. 144. Cf. G il 7, 19.
143. Gn 8, 1. Cf. F ilón, Q uaes-
Noé, 16, 57 - 17, 59 313

No hay duda, por tanto, de que ese diluvio ha sido re­


primido por la fuerza invisible del Espíritu divino, por una
intervención del Cielo, no por el soplo del viento. De ahí
que se haya escrito: Todos esperan de ti que les des el ali­
mento a su tiempo. Cuando Tú abras tu mano , todos se sa­
ciarán de bienes, pero cuando vuelvas a otra parte tu rostro,
se turbarán. Les quitarás su espíritu y morirán y volverán a
su polvo. Enviarás tu espíritu y serán creados y renovarás la
faz de la tierra145.
Es, pues, el Espíritu, aquel frente a cuya operación todo
parece retirarse, aquel en el que radica el poder del mismo
cielo, como está escrito: Con la palabra del Señor fueron cre­
ados los cielos y con el soplo de su boca toda la fuerza de los
mismosHb. Ese Espíritu es el Creador de todas las cosas, co­
mo dice también Job: El Espíritu divino que me ha creado,47.

Capítulo 17

59. Consideremos ahora qué significa lo que dice la Es­


critura: Se cerraron las fuentes de las aguas y las cataratas
del cze/o148. El sentido, a mi parecer, no es oscuro. En efec­
to, el diluvio disminuye por las mismas causas por las que
creció. Se habían desencadenado las fuentes de las aguas, se
habían abierto las compuertas del cielo para que, al irrum­
pir las aguas por doquier, la tierra se inundara. Debía ce­
rrarse aquello de donde surgió el origen del diluvio para que
comenzara a bajar el nivel de las aguas.
Esto dice la letra, pero una interpretación más sutil ex­
plica por qué el diluvio se había introducido en las almas con

145. Sal 103, 27-30. 148. Gn 8, 2. Cf. Filón, Quaes-


146. Sal 32, 6. tiones, II, 29.
147. Jb 33, 4.
314 Ambrosio de Milán

el vicio de la mente, con la lujuria corporal, de modo que la


malicia se mezclara con la pasión y la pasión con la malicia.
Pero cuando el Verbo de Dios vino como médico a vi­
sitar el alma que sufría día a día bajo la malicia de las con­
troversias y la crueldad de las pasiones, debieron en primer
lugar ser amputadas las causas de la enfermedad. Porque el
fundamento de la medicina es eliminar las causas del mal, a
fin de que las sustancias nocivas no contribuyan por más
tiempo a aumentar el malestar.
Esto nos lo enseña también la Ley149. En efecto, cuan­
do la lepra se para y ya no progresa, entonces dice que esa
etapa y ese estadio de la lepra son puros, porque es inmundo
todo lo que se mueve contra la naturaleza.
Esta es, por tanto, la salud del alma, éste el vigor de la
mente: que cese el manantial del error, que pare el pecado
para que no se difunda más. Cuando cesa el estímulo para
el pecado y la culpa, la salud está segura y el vigor del al­
ma, al no ser agredido, se recupera.
60. Y el arca se posó -dice- en el séptimo mes, el día
diecisiete del mes'50. Si no lo intentas con diligencia, es di­
fícil entender este pasaje, incluso al pie de la letra. Elay que
evitar por encima de todo que uno quede desorientado por
la continua repetición del «séptimo mes».
Porque así está escrito: el diluvio comenzó en el año
seiscientos, en el «séptimo mes», el día veintisiete151; la di­
fusión de las aguas duró ciento cincuenta días152; el arca se
posó sobre un monte el día veintisiete del «séptimo mes»153.

149. Cf. Lv 13, 4. Cf. F ilón, Q uaestiones, II, 31 y 33.


150. Gn 8, 4. A esta cita alude 151. Cf. Gn 8, 13-14. Véase
-sin razón, porque aquí se trata de más arriba: 14, 48 y la nota co­
la fecha de conclusión del diluvio, rrespondiente.
no de la del comienzo- K. Schenkl 152. Cf. Gn 8, 3.
para justificar su conjetura en 14, 48. 153. Cf. Gn 8, 4.
Noé, 17, 59-60 315

Luego, por la misericordia divina, las aguas comenza­


ron a disminuir; esa retirada duró ciento cincuenta días; a
continuación aparecieron las cimas de los montes154 y, fi­
nalmente, el santo Noé abrió la puerta del arca después de
cuarenta días: soltó un cuervo, que no volvió; soltó una pa­
loma, que volvió de vacío; de nuevo, al cabo de siete días,
la soltó y volvió con una rama de olivo; la soltó por terce­
ra vez al cabo siete días y no volvió. Entonces comprendió
Noé que las aguas se habían retirado por completo155.
Y así se demuestra que el año se concluyó el día vein­
tisiete del «séptimo mes». [Y así se demuestra que el año se
concluyó el veintisiete del segundo mes en el año seiscien­
tos uno de Noé]156. Por lo que respecta al significado evi­
dente de esta fecha: la tierra fue restituida a su estado pri­
mitivo, después del diluvio, en el mismo día y en el mismo
mes en que fue deteriorada, al comienzo del diluvio. En
efecto, durante la estación primaveral todo el campo rever­
dece y la tierra produce sus frutos157. Entonces los árboles
comienzan a brotar, a germinar los frutos.
Así pues, el Señor rehízo su opulencia y restituyó sus
cualidades. Por tanto, en el segundo mes, es decir en abril
-el primero es el de marzo, en el que el justo celebra su na­
cimiento, cuando se observa que las noches son iguales a los
días-, concretamente el día octavo de las calendas de abril,
según el cómputo romano, según otros el quinto, en el se­
gundo mes -repito-, es decir el día veintisiete del mes, co­
menzó el diluvio.

154. Cf. Gn 8, 5. muestra de las perplejidades pro­


155. Cf. 8, 6-7; Filón, Q uaes- vocadas en los copistas por las dos
tiones, II, 33. versiones bíblicas, como ya se ha
156. Esta versión alternativa, explicado: cf. nota a 15, 48.
incorporada al texto a lo largo de 157. Cf. V irgilio, G eórgicas,
la transmisión manuscrita, es una 330.
316 Ambrosio de Milán

Por tanto, se estima que la primavera es el inicio del


año, no según el ciclo del tiempo, sino de acuerdo con las
características de la naturaleza, porque dado que en ese mo­
mento comienzan las expectativas del año y empiezan a apa­
recer los frutos, también parece que es el principio del año.
Así pues, de acuerdo con la numeración, se calcula sép­
timo al mes que llamamos septiembre, porque, si bien el año
parece comenzar con el mes de septiembre, como lo mani­
fiesta el uso de las actuales indicciones158 -período en que
tiene lugar la sementera-, sin embargo el origen del año se
produce en la primavera, época en la que comienza a ma­
nifestarse con más fuerza la vida. De ahí que sea tenido co­
mo séptimo ese mes, que, por otros motivos, de acuerdo
con un cálculo diverso, es considerado primero. Por tanto,
fue entonces cuando se posó el arca -exactamente el día
veintisiete del séptimo mes- sobre el monte Ararat159. Des­
de ese momento el diluvio comenzó a disminuir.
Considera ahora el motivo por el que algunas cosas se
disuelven con los mismos números por los que han co-

158. In dictio en la Antigüedad cristiana. Por tanto, la cifra de in­


es el anuncio de un acto cultual ex­ dicción de un año era un comple­
traordinario, por tanto no tiene un mento a otra datación, por ejem­
valor indicativo de cadencia regu­ plo el año de la era cristiana o el
lar. Con el tiempo, fue utilizado año de un pontificado. El inicio de
para usos muy diversos: por ejem­ cada año es septiembre en la litur­
plo, el pago regular de un impues­ gia bizantina.
to, o en el Cristianismo, para da­ 159. Cf. Gn 8, 4. El nombre
tar la comunicación por escrito de del monte es incomprensible en
las fechas de determinadas cere­ los manuscritos llegados hasta no­
monias, como la Pascua anual, un sotros de esta obra. La Vulgata di­
sínodo, etc. Los Romanos Pontífi­ ce su per m on tes A rm eniae y la
ces mantuvieron el uso de esta pa­ Septuaginta Ararat, que no es un
labra, que indicaba ciclos de quin­ monte, sino el primitivo nombre
ce años, independientes de la era de Armenia.
Noé, 17, 60-62 317

menzado: cómo el diluvio tuvo su comienzo el día veinti­


siete del segundo mes del año, se derramó durante ciento
cincuenta días y cesó en otros ciento cincuenta días; cómo
la excepcional violencia devastó a lo largo de cuarenta días
con lluvia del cielo y erupción de las fuentes y, pasados otros
cuarenta días, el santo Noé soltó al cuervo el día primero
del undécimo mes, tras haber aparecido las cumbres de los
montes.
Así resulta que el diluvio disminuyó con el mismo nú­
mero con el que llegó a su punto culminante. De donde la
Escritura nos enseña que hay que tener en cuenta el orden
en la sucesión de los números.
61. Más arriba se ha explicado lo que significa la puer­
ta del arca que abrió el justo160, desde un punto de vista cor­
póreo. Pero, según una interpretación más profunda, pare­
ce debe decirse que los sentidos del cuerpo son considerados
semejantes a las puertas. En efecto, por ellos, como a tra­
vés de puertas, accede a nuestra mente -por decirlo así- la
percepción de las cosas sensibles.
Parece, por tanto, que nuestra mente mira a través de esos
sentidos, especialmente a través de la vista, que es tenida por
el más noble de todos los sentidos del cuerpo, ya que es fa­
miliar de la luz y, cuando a través de ella contemplamos el
cielo, la tierra, los mares y además el sol, la luna y las estre­
llas que adornan el cielo, entendemos que Dios es el Creador
y el que gobierna el mundo, y creemos que tales seres no han
podido ser creados ni pueden mantenerse en el ser sin la in­
tervención de Dios, Creador de obras tan grandes.
62. Así pues, el justo soltó en primer lugar un cuervo a
través de esta ventana161. Hay que buscar el motivo, si bien

160. Cf. Gn 8, 6; F ilón, Q uaes- 161. Cf. Gn 8, 6; Filón, Q uaes-


tiones, II, 34. Véase más arriba, N oe tiones, II, 35.
8, 24.
318 Ambrosio de Milán

no se nos oculta según el sentido literal, porque muchos opi­


nan que el cuervo es el mensajero de lo que va a suceder, es­
tudian sus graznidos y analizan su modo de volar.
Pero, en un sentido más profundo, significa que la men­
te del justo, cuando comienza a purificarse, aleja de sí ante
todo lo que es tenebroso, inmundo y temerario, por cuan­
to toda impureza y pecado son tenebrosos y se alimentan
de cadáveres como el cuervo, mientras la virtud, que res­
plandece por la pureza y sencillez de la mente, está próxi­
ma a la luz.
Y por eso la culpa es expulsada y como puesta en fu­
ga, es separada de la inocencia, de manera que en la mente
del hombre justo no quede nada de tenebroso. Así el cuer­
vo, después de haber salido, no vuelve al justo162163porque to­
da culpa evita la equidad y a todas luces no coincide con la
honradez y la justicia.
En definitiva, en cuanto el justo se ha separado de su
compañía, cree el inicuo que se ha liberado como de las ca­
denas de una especie de diluvio y corrupción familiar, a la
manera del cuervo, que, al no haber encontrado en ningu­
na parte tierra seca, no volvió, sino que permaneció fuera.
63. Hay que considerar también por qué razón ha di­
cho que el cuervo no volvió hasta que el agua de la tierra
no se hubiera secadom , como si hubiera vuelto más tarde.
Pero éste es un modo de decir habitual en la Sagrada Es­
critura, ya que también en el Evangelio se ha escrito, a pro­
pósito de santa María, que José no yació con ella hasta que
dio a luz a su hijo164, cuando tampoco después, en absolu­
to, yació con ella.
Además, ¿qué manera de hablar es ésta, cuando dice
hasta que el agua de la tierra no se hubiera secado, y no «la

162. Cf. Gn 8, 7. tiones, II, 36.


163. Gn 8, 7. Cf. F ilón, Q uaes- 164. Cf. Mt 1, 25.
Noé, 17, 62 - 18, 64 319

tierra del agua»165? No hay duda de que en la lengua ha­


blada se acostumbra a hablar de este modo.
Sin embargo, algunos de nuestros predecesores han pen­
sado que, puesto que con ese modo de hablar parece que se
expresa una especie de fuerza sin límites de las pasiones, el al­
ma, dado que se encuentra sumida en un torbellino de pasio­
nes y tempestades, reconquista la virtud en cuanto éstas des­
fallecen y, por decirlo así, se secan. Por tanto, no retorna la
imagen de la culpa al alma del justo, sino que la deja como
seca y muerta, de manera que no le puede hacer más daño.

Capítulo 18

64. No está vacío de sentido el hecho de que a conti­


nuación haya soltado una paloma166: en efecto, la sencillez
resuelve la malicia, la virtud hace desaparecer la culpa. Así
pues, la malicia ama el diluvio, huye del trato con la men­
te justa y permanece sola y sin puerto, porque no tiene nin­
guna relación con la virtud. Esta, en cambio, que ama la
compañía de los justos, vuelve y, por estar acostumbrada a
conceder cosas útiles, otorga los medios de salvación y ad­
vierte que deben evitarse las cosas nocivas.
De modo análogo, la paloma que fue soltada, dado que
estaba llena de justicia, cuando vio que el agua se había re­
tirado, volvió para anunciar al que la había enviado qué era
lo que aún había de evitar, y así, esperando, recoger después
un fruto todavía mejor. Además, el hecho de que la paloma
vuelve a Noé al no encontrar dónde posarse167, fue un in­
dicio manifiesto de que por este tipo de pájaro se intenta
expresar cuánta diferencia existe entre la malicia y la virtud.

165. Cf. F ilón , Q uaestiones, II, tiones, II, 38.


37. 167. Cf. Gn 8, 9; Filón, Q uaes­
166. Cf. Gn 8, 8; F ilón, Q uaes­ tiones, II, 39.
320 Ambrosio de Milán

En efecto, el cuervo que había sido soltado antes, cuan­


do parecía que el diluvio se había desbordado aún más, dio
la impresión de que había encontrado un lugar donde po­
sarse. Ahora bien, el cuervo no es un tipo de pájaro como
otros que están acostumbrados a vivir en el agua. Por tan­
to, si el cuervo al parecer había encontrado un lugar donde
posarse, mientras que la paloma no, es evidente que este pa­
saje necesita una interpretación más profunda.
En efecto, la malicia acostumbra a aliarse con las pa­
siones y los malos deseos que corrompen al alma y se de­
leita con ellas como con cosas que le son familiares y afi­
nes, fijando allí su morada, mientras que la virtud, ofendida
al instante por el espectáculo que se presenta a sus ojos, se
apresura a volver a la mente y al alma del justo. Porque allí
está situado el refugio más seguro para ella, dado que, co­
mo la paloma, no puede encontrar en otro sitio una mora­
da más segura. Realmente, la sencillez difícilmente suele en­
contrar un puerto entre los engaños de este mundo y las
olas de los vicios del siglo.
65. Por eso, del mismo modo que la virtud, tras haber
avanzado penosamente -atraída por el deseo de ver-, se
apresura a volver junto a la mente excelsa y no se separa
más del justo, así también éste y todo aquel que se afana
por la virtud, en cuanto intuye que ésta se acerca, le abre el
regazo de su mente.
Porque ¿qué significa que Noé, un hombre amante de
la virtud, extendiendo su mano, tomó la paloma y la intro­
dujo en su presencia168? Si esto parece claro según el senti­
do literal, no por eso, sin embargo, se puede concluir con
facilidad -a no ser que conozcas la costumbre del hombre
sabio- que se sirve de la virtud como de una exploradora y

168. Cf. F il ó n , Qnaestiones, II, 40.


Noé, 18, 64-66 321

que parece confiar a ésta el encargo de examinar y llevar a


cabo los asuntos.
Así pues, la misma virtud sopesa las naturalezas de ca­
da cosa, de modo que si alguna de ellas le parece adecuada,
está en condiciones de hacerla progresar. En efecto, la sabi­
duría posee una especial bondad abierta a todos, generosa
y de gran utilidad, de manera que se asocia a aquellas na­
turalezas que ve dóciles a sus invitaciones.
Pero cuando se da cuenta de que la naturaleza de algu­
nos es recalcitrante a sus intenciones, es como si volara y
volviera a la morada que le es familiar y el hombre sabio y
vigilante se apresura a tomarla, por decirlo así, con la ma­
no de la mente, abriéndole todo su corazón en el cual la te­
nía incluso cuando estaba ausente. En efecto, el sabio nun­
ca puede estar privado de su virtud.
66. Aparte de todo esto, ¿qué quiere decir que retuvo du­
rante otros siete días a la paloma y que de nuevo la soltó169,
sino llamar tu atención sobre el hecho de que el sabio de­
sea siempre asociar a los demás a su propio bien y a sus
buenos propósitos, enmendar a los que yerran, reconducir
a los descaminados? Si ve que alguno al principio se resis­
te, a pesar de eso no desespera de transformarlo y corre­
girlo en lo sucesivo.
Porque del mismo modo que un buen médico, aunque
no sea aún el momento de suministrar una medicina al en­
fermo, sin embargo en primer lugar lo ausculta con cuida­
do y después no descuida la vigilancia durante la oportuna
espera y, siguiendo paso a paso la evolución de la enferme­
dad, espera la oportunidad para curarla y, cuando ésta se
presenta, no escatima sus cuidados, así también el sabio de­
sea curar las malignas pasiones con sus palabras y sus ra­

169. Cf. Gn 8, 10; F il ó n , Quaestiones, II, 41.


322 Ambrosio de Milán

zonamientos del mismo modo que hace el médico con los


medicamentos.
Y puesto que para todo es necesario utilizar el remedio
del favor divino, por eso Noé esperó siete días170 -los mis­
mos que empleó el Señor para crear el mundo y propor­
cionarse un descanso171—a fin de que la norma reguladora
del quehacer humano procediera del mismo Creador de to­
dos los seres.

Capítulo 19

67. Así pues, la paloma regresó al atardecer, trayendo en


su pico una hoja y un ramo de olivo172. No sin motivo está
escrito «al atardecer», y «regresó», y «trayendo en su pico
una hoja y un ramo de olivo», para que no pienses que la
virtud rechaza los progresos del futuro, siempre que le sea
posible conseguir algunos; y para que sepas también que no
ha estado de nuevo como privada de luz y escondida en las
tinieblas, sino que, resplandeciente por la luz del día, espe­
ró hasta la puesta del sol y así volvió a aquel junto al cual
no podía tener tinieblas, aunque fuera ya de noche.
También la hoja que trajo consigo, aunque parece que ha­
bía traído sólo una pequeña hoja, significaba una esperanza
-por más que pequeña, sin embargo una esperanza- para
aquellos que se arrepienten de su propio pecado. En efecto,
la hoja no podía carecer de retoños. Por tanto, aportó cierta
señal, aunque no fuera grande, de un mejoramiento que ya
apuntaba, y además un ramo de olivo, el árbol que produce
la aceituna, de la que se extrae el aceite que alimenta esta luz
material y pone en fuga la oscuridad de las tinieblas.

170. Cf. Gn 8, 12. 172. Gn 8, 11. Cf. F ilón, Qaaes-


171. Cf. Gn 2, 2. tiones, II, 42.
Noé, 18, 66 - 19, 68 323

¿Qué cosa hay más familiar a la virtud que la luz? Así


pues, la hoja y el ramo son signos de enmienda y luego la
enmienda tiene como raíz propia la penitencia, que no pue­
de germinar en personas turbulentas, sino en aquellas que
han acogido ya el brote de un discurso espiritual. Tampo­
co es casualidad que ese ramo parezca haber sido traspor­
tado en el pico, porque la virtud y la sabiduría resplande­
cen en el modo de hablar y su luz irradia por su mismo
aspecto, sobre todo cuando pronuncia palabras de paz: por­
que todos aquellos que aspiran a la paz presentan de ordi­
nario este ramo.
Trajo el ramo porque la sencillez, por medio de la pure­
za y la sinceridad, infunde en nuestros oídos una especie de
semillas de utilidad y la instrucción en la recta virtud, o bien
anima a la constante aplicación e invita al premio, conscien­
te de su saludable disciplina, o bien provoca en el pecador el
deseo de hacer penitencia y seguir una conducta diversa.
68. Además, hay que considerar de dónde el santo Noé
llegó a saber que el agua había desaparecido de la tierra, se­
gún está escrito173. Ante todo, de acuerdo con el sentido li­
teral, porque fue capaz de apreciar si la hoja que se le ha­
bía traído estaba seca o húmeda; después, porque la paloma
no es de una naturaleza que pueda extraer los frutos ocul­
tos bajo el agua.
Pero tú debes tratar de comprender si esta hoja surgió
antes del diluvio o durante el mismo. Si fue antes del dilu­
vio, el hombre justo se alegró de que algún fruto de la vie­
ja semilla hubiera sido salvado y de ahí extrajo un signo de
la misericordia divina, que, tras haber suspendido ya el di­
luvio, mostraba un fruto que el diluvio no había sido capaz
de dañar.

173. Cf. Gn 8, 11.


324 Ambrosio de Milán

Si, por el contrario, la hoja nació durante el diluvio, el


hombre justo advierte sin duda que aún entonces han fruc­
tificado nuevas semillas de la misericordia celeste, porque
las raíces de los árboles se habían mantenido vivas y, como
si hubieran recuperado el alma, habían germinado brotes an­
tiguos y habían regresado los productos habituales, un in­
dicio de los cuales era ostensiblemente la hoja enviada co­
mo mensajera.
69. Pero, con una interpretación más profunda, se lle­
ga más bien a esta conclusión: que el Señor, Dios nuestro,
a pesar de haber sido ofendido por los crueles errores de
nuestra iniquidad, preservó sin embargo una semilla, aun­
que fuera pequeña, de la antigua prosapia y de la virtud de
nuestros padres, a fin de que no fuera destruida completa­
mente toda huella de su obra y de su creación del género
humano.
De ahí que Isaías diga/: Si el Señor Sebaot no nos hu­
biese dejado un resto, nos habríamos convertido en Sodoma
y habríamos sido semejantes a Gomorra 174, expresando con
el nombre de la primera el signo de la ceguera y, con el de
la segunda, el de la esterilidad. Porque así, con los nombres
de Sodoma y Gomorra, significaban los caldeos en su len­
gua patria la ceguera y la esterilidad, respectivamente175.
Y con razón el Señor, en el caso particular de estas dos
ciudades, puso fin a los vicios humanos, más que juzgó ne­
cesario castigar a todos los hombres.

i 74.
Is 1, 9. (G eographica, 16, 2) habla del Oes­
175. Cf. F ilón, D e ebrietate, te, mientras otros documentos pos­
53; Id., D e som niis II, 29. Hallaz­ teriores hablan del Norte. El con­
gos arqueológicos sitúan estas ciu­ traste entre el desierto salino del
dades a orillas del mar Muerto, si Suroeste y el oasis del Sureste ha­
bien su localización difiere según ce más plausible la información de
las fuentes y las épocas: EsrabÓN Estrabón.
Ñor, 19, 68-70 325

70. Por tercera vez, después de siete días, es soltada


una paloma y ésta ya no vuelve176. Consideremos si en es­
tas palabras no se encuentra algo en contradicción con lo
que hemos dicho más arriba. Porque, si en sentido literal
es la paloma, pero en realidad es la virtud la que no vuel­
ve al justo, entonces ¿es éste privado y defraudado de su
recompensa?
En absoluto. Porque jamás un hombre de este temple
es separado de la virtud ni se despoja de ésta cuando su bo­
ca profiere palabras de justicia y habla de cualquier virtud,
o se priva de la equidad que los demás deben imitar, sino
que ilumina a los otros a la manera del sol cuando emana
los rayos de su propia luz.
Es evidente que el fuego calienta a quienes se aproxi­
man a él, porque posee en sí mismo el calor propio de su
naturaleza. ¿Acaso disminuye la luz del día cuando ilumi­
na con su esplendor el mundo entero? Mantiene intacto su
curso e íntegra su naturaleza.
De ese mismo modo, bajo la figura de la paloma, tam­
bién la virtud vuelve al justo cuando todavía está el diluvio
desencadenado -en cuanto pájaro, ciertamente en la tierra;
en cuanto virtud, en las pasiones de los hombres-, porque
la virtud no había podido encontrar un lugar en el que po­
sarse dentro del corazón de aquellos malvados. También por
eso, tras su segunda salida, se para a su vuelta y descansa.
Por el contrario, cuando decrecen los diluvios de las pa­
siones y muchos se afanan por participar en la palabra que
han escuchado y en la doctrina que han aprendido, enton­
ces la disciplina de la virtud empieza a no ser ya patrimo­
nio de uno solo, sino un bien común y, por decirlo así, va­
cían la copa de la sabiduría muchos que antes no querían
bebería, aunque estuvieran sedientos.

176. Cf. Gn 8, 12.


326 Ambrosio de Milán

Así ocurre ahora con los judíos, en cuyo corazón hier­


ven dduvios y, a pesar de que el agua de la doctrina celes­
te se desborda y la bebida abunda, piensan que no deben
beber. Se lee el Evangelio, brota la virtud de la palabra ce­
leste, la explica el sacerdote en la iglesia; incluso, para evi­
tar el peligro de no poder ser oído por quedarse solo den­
tro del arca, también sale de la iglesia, allí donde acuden los
judíos, exhorta y propone el ejemplo de las Sagradas Escri­
turas.
Pero ellos se tapan los oídos para no ser lavados con­
tra su voluntad por el agua y para que no se derrame so­
bre ellos el fluido de la palabra del Señor. No obstante, si
algunos han creído, corren a la fuente, piden ser instruidos,
desean que les sea explicado el Evangelio y no sacian su sed
de beber sin interrupción. Hasta ese punto rivalizan en su
deseo de llenarse con la fuente de la sabiduría quienes an­
tes se afanaban por evitarla.
¿De qué fuente se trata? Escucha a Aquel que dice: Si
alguno tiene sed, venga a m í y beba. El que cree en mí, co­
mo ha dicho la Escritura, de su seno brotarán ríos de agua
viva177.

Capítulo 20

71. En el primer día del primer mes del año seiscientos


uno de la vida de Noé, dice la Escritura que el agua co­
menzó a disminuir de la faz de la tierra y recuerda que, en
el día veintisiete del segundo mes, la tierra estaba seca178.
¿Qué quiere decir de por sí ese añadido a propósito de la
retirada del agua, cuando por el modo de contar antes cal-

177. Jn 7, 37-38. Quaestiones, II, 45.


178. Cf. Gn 8, 13-14; F ilón,
Noé, 19, 70 - 20, 72 327

culado parece que el año había ya concluido -año, que co­


mienza a partir del segundo mes y dura hasta el segundo
mes del año siguiente-, si no queremos entender que aquí
está simbolizada la figura del justo?
Así pues, se trata del primer año desde que comenzó el
diluvio -es decir, el primero después del seiscientos- y se
repite que fue el primer año y el primer mes después del
año seiscientos, cuando disminuyó el agua de la faz de la
tierra. Se habla así por cuanto el justo era el primero por
virtud, tanto en la generación de los pecadores -que fue des­
truida por sus delitos-, como también fue el primero por
orden en la segunda generación, que empezó después del
diluvio, ya que él fue el primero de la segunda generación.
Y fue el primero por justicia. y
Con razón, pues, se honra a quien de una parte fue el
primero de la generación precedente y el principio de la pos­
terior, que mereció tanto sobrevivir a la primera, como pro­
pagarse a la segunda en calidad de su simiente. Porque mien­
tras los otros perecían, sólo él, rico ante Dios en razón de
su vida santa y en recompensa a su virtud, no experimentó
la corrupción de la malicia y, gracias a él, sucedió que todo
el cuerpo del género humano no pareciera haber sido des­
truido en la tierra ni fuera abandonado tras haber sido se­
parado de la gracia.
72. Y Noé -dice- retiró la cubierta del arcam . Si hemos
considerado el arca como una imagen del cuerpo -según
nuestra precedente interpretación179180-, tratemos ahora de en­
tender qué significa desnudar el cuerpo, y esto en el senti­
do más profundo. Es evidente, por lo demás, cómo pudo
abrirse el arca, en un sentido literal.

179. Gn 8, 13. Cf. F ilón, Q uaes- 180. Cf. más arriba nn. 13-28.
tiones, II, 46.
328 Ambrosio de Milán

Así pues, ¿qué es la cubierta del cuerpo humano, que


permaneció cerrada durante el diluvio, si no la entendemos
como los placeres de los sentidos, que cubría este cuerpo
nuestro y que lo mantenía a oscuras a causa del conocido
pecado de Adán? Y tanto más es tenido como un techo,
cuanto todos esos sentidos están en la cabeza y de ahí tam­
bién procede el placer que tenía sometido a todo el cuerpo.
Pero cuando la mente del hombre justo, sobria y exen­
ta de la corrupción del diluvio, inflamada por el deseo de
conocer a Dios, se decidió a saltar fuera y volar a lugares
más altos, desenmascaró todo lo que era un impedimento y
puso al descubierto la imagen de la voluptuosidad, que cu­
bría como con una capa las restantes partes del cuerpo, no
sólo liberando así al cuerpo de la esclavitud de una domi­
nadora ignominiosa, sino abarcando también todo lo que
era incorpóreo.
Porque todo lo que no se ve es eterno y por eso el jus­
to buscaba al Señor, a quien no veía, libre de corrupción,
ansioso de eternidad.
73. Por su parte, el dato de que dice que era el prime­
ro181*o el segundo mes y ése era un día de primavera, lo en­
cuentras dicho también en otro lugar: Este mes será el pri­
mero para vosotros entre los días del añolS2.
Por tanto, recibió en justicia el privilegio de ser el pri­
mer mes, aquel que fue el primero en la gracia, después del
peligro.
74. Pero para que no te desconciertes porque más arri­
ba hemos dicho que la hoja encontrada en la rama habría
podido ser generada después del diluvio183: si bien es ver­
dad que a menudo las hierbas acostumbran a surgir bajo el
agua, sin embargo -para desterrar todo tipo de escrúpulo-

181. Cf. Gn 8, 13-14; F ilón, 182. Ex 12, 2.


Q uaestiones, II, 47. 183. Cf. más arriba n. 67.
Noé, 20, 72 - 21, 76 329

;qué tiene de extraordinario si, por orden divina, en el mis­


mo día en que comenzó a retirarse el agua, inmediatamen­
te germinó también la tierra, dado que el Creador de los
frutos es también su Restaurador y no había olvidado su ca­
pacidad de crear?
Por lo demás, enseguida encuentras, al comienzo, que
Dios ordenó que la tierra produjese hierba para el pasto y
el árbol con sus frutos; y que al instante la tierra produjo
hierba para pastar con la simiente, de acuerdo con su espe­
cie, y el árbol fructífero184*; y que aquél fue el único día en
el que Dios ordenó y creó estas cosas.
Así pues, Dios, que no_ olvida su beneficio, sino que ol­
vida nuestra iniquidad, reparó su propia obra en el mismo
espacio de tiempo en el que la había comenzado.

Capítulo 21

75. Y dijo el Señor Dios a Noé: Sal del arca tú y tu mu­


jer y tus hijos'K. Por tanto, una vez que se retiró el agua y
la tierra se secó, Noé pudo salir del arca. Pero el justo no
se atribuye nada a sí mismo, sino que se encomienda por
completo a la orden divina.
Y especialmente él, que había entrado por voluntad di­
vina, debió esperar para salir a una respuesta del cielo. En
efecto, la justicia es recatada, porque la iniquidad no tiene
vergüenza, ya que usurpa lo que no le pertenece y no res­
peta al Creador.
76. Examinemos ahora por qué razón, en el momento
de entrar en el arca, el orden de entrada fue tal que en pri-

184. Cf. Gn 1, 11-12. Esto se 185. Gn 8, 15-16. Cf. Filón,


produjo en el tercer día de la Crea- Q uaestion.es, II, 48.
ción.
330 Ambrosio de Milán

mer lugar entró él mismo y sus hijos, después su mujer y


las mujeres de sus hijos, mientras que, al salir, eso cambió186.
Porque está escrito: Salió él mismo y su mujer, y sus hijos y
las mujeres de sus hijos1*7.
Y ciertamente, de acuerdo con la letra, esto significa, al
ingreso, la abstinencia de la capacidad de engendrar; a la sa­
lida, el uso de la misma. En efecto, la primera vez entró pri­
mero el padre con los hijos y los hijos con el padre y sólo
después su mujer y las mujeres de sus hijos: es decir, no hay
mezcla de sexos a la entrada, se mezclan a la salida.
Por tanto, ya con el mismo orden de entrada el justo
proclama abiertamente de alguna manera que aquel tiempo,
durante el cual a todos amenazaba la muerte, no era ade­
cuado para la unión conyugal ni para las delicias.
Por eso dice el Señor en el Evangelio188, echándolo en
cara, que en tiempos de Noé comían y bebían, tomaban mu­
jer y entregaban a sus hijas al matrimonio, de ahí que a cau­
sa de su incontinencia sobrevino el diluvio.
Aquél era, por tanto, un tiempo de duelo, no de ale­
gría, y por eso el justo no encontraba placer en la cópula
conyugal. ¡Cuán reprobable habría sido, en efecto, que pre­
cisamente en un tiempo en el que habían de morir los se­
res vivos, fueran engendrados seres destinados a perecer! En
cambio después, cuando cesó el diluvio, se pasó al uso y fo­
mento del matrimonio justamente para la generación de
otros hombres.
Y por eso no salen los hombres con los hombres, sino
las mujeres con los hombres, a fin de que quedara clara la
prohibición de la unión de dos varones y en cambio per­
mitida la unión conyugal entre un hombre y una mujer le­
galmente casados.

186. Cf. F il ó n , Quaestiones, 187. Gn 8, 18.


II, 49. 188. Le 17, 26.
Noé, 21, 76 - 22, 78 331

77. Todo esto tiene, sin embargo, un sentido más pro­


fundo: que allí donde surge un peligro, se apoderan de la
mente razonamientos viriles y en cierto modo más fuertes
y por eso la mente se protege, por decirlo así, con una es­
tirpe de hijos de modo que una línea de combate viril sea
capaz de oponerse a tempestades y pasiones de mayor en­
vergadura.
Pero cuando el peligro ha pasado, nada se opone a que
pensamientos más débiles se unan a los más fuertes, no pa­
ra que estos últimos se afeminen con los más débiles, sino
para que estos sentimientos sean robustecidos por los más
fuertes, ya que todas nuestras intenciones tienden a la vir­
tud, a la justicia, a la integridad, a la fortaleza y, con cierta
práctica y educación, es posible que surja la virtud y se re­
fuercen los propósitos más vigorosos.
Por tanto, no es útil que, mientras reina una confusión
de vicios que se ha apoderado de ella, la mente siembre al­
gunos pensamientos, los engendre y los dé a luz. Pero cuan­
do las pasiones hayan sido dominadas y la mente esté tran­
quila, entonces, por medio de un ejercicio correcto de la
razón, pueden germinar las virtudes y las buenas obras.

Capítulo 22

78. Y Noé -dice- edificó un ara a Diosm . Quizás se


pueda uno preguntar por qué motivo el Señor ordenó a Noé
todo lo que debía hacer y éste lo hizo, mientras que ahora,
en cambio, hace algo que no le había sido ordenado.
Pero es cierto que el Señor no debió pedir la merced
del agradecimiento, como si estuviera ávido de ella, sino que
el justo comprendió que la verdadera acción de gracias es

189. Gn 8, 20. Cf. F il ó n , Quaestiones, II, 50.


332 Ambrosio de Milán

aquella que no surge de una orden, sino que simplemente


se dispensa.
No permitió, por tanto, ninguna dilación. En efecto, la
virtud del agradecimiento del alma excluye cualquier tipo
de duda, porque es un ingrato quien, habiendo contraído
una deuda de agradecimiento, espera a que se le exija.
Por lo que respecta a la expresión edificó a Dios - y no
al Señor, sino a Dios190-, este agradecimiento, ateniéndonos
a una interpretación del título, no parece haber sido obli­
gado, como hacia un patrón, sino que la virtud benévola y
complaciente del justo despojó en cierta manera a Dios de
aquello que es propio de un soberano y utilizó un nombre
que indica su bondad.
79. Y tomó -dice- de los ganados y de las aves paras y
ofreció holocaustos'9'. La letra es evidente: debemos ofrecer
al Señor dones incontaminados, en los que resplandezca el
amor del oferente. Pero el significado más profundo indica
que los animales puros parecen ser los sentidos del sabio,
mientras que las aves son las facultades intelectivas, que son
con mucho las más sutiles y ligeras.
80. Consideremos ahora con más atención qué signifi­
ca lo que dice: Porque dijo el Señor Dios reflexionando: No
volveré a maldecir la tierra por culpa de las obras de los
hombres, porque el corazón del hombre permanece estable­
mente inclinado hacia el mal desde su juventud'92.
Por tanto, no añadirá que va a castigar en lo sucesivo,
como ha hecho en el pasado, a todo ser viviente durante to­
dos los tiempos que dure la tierra193. Aunque había castiga­
do al género humano, sin embargo sabía que el castigo de la

190. Cf. Filón, Q uaestiones, II, 192. Gn 8, 21. Cf. Filón, Quaes­
51. tiones, II, 54.
191. Gn 8, 20. Cf. Filón, Quaes­ 193. Cf. Gn 7, 4.
tiones, II, 52.
Noé, 22, 78-81 333

ley fomenta el temor y el conocimiento de la doctrina más


que el cambio de naturaleza, que si es verdad que puede co­
rregirse en algunos, no puede ser cambiada en todos194.
Por consiguiente, Dios nos castigó para que temiéra­
mos; perdonó para que nos mantuviéramos en el ser; y cas­
tigó una sola vez para establecer un ejemplo que provoca­
se temor, perdonó en lo sucesivo para que no dominase
siempre la amargura del pecado y, al mismo tiempo, porque
el que desea castigar con frecuencia los pecados es tachado
de inexorable más que de severo.
Y por eso dice Dios: No volveré a maldecir la tierra
por culpa de las obras de los hombres, es decir: castiga a unos
pocos, reserva a muchos porque ha querido manifestar su
misericordia respecto a la totalidad de los hombres, sin de­
ber por eso provocar la seguridad y cierta negligencia en las
mentes humanas.
Luego, cuando dice: No volveré, indica que, más que
agravarlos, pretende aliviar los dolores de los hombres, sa­
biendo que sus pecados no pueden ser eliminados comple­
tamente, como dice el proverbio: «que si uno intenta re­
mover la malicia del corazón de los hombres, es como quien
desea sacar agua con una red fina».
81. No volveré a maldecir la tierra por culpa de las obras
de los hombres -dice-, porque el corazón humano permane­
ce establemente inclinado hacia el mal desde su juventud195.
Mira con cuánta exactitud Dios expresa que nosotros pe­
camos, al decir que el instinto humano permanece asidua­
mente inclinado al mal y, una vez dicho esto, parece que quie­
re significar que el corazón del hombre tiende establemente
al pecado, que tal inclinación radica en la parte principal de
nuestro ser y que -lo que es peor- no falta el deseo.

194. Cf. Gn 8, 21. 195. Ibid.


334 Ambrosio de Milán

Por eso, pues, dice establemente, como si se nos advir­


tiera de que la ausencia de culpa no puede insinuarse en no­
sotros. Además, no lo ha dicho respecto a un solo pecado,
sino a muchos, y añade aún desde la juventud. Porque a
partir de esa edad aumenta la malicia, aunque en otro lugar
hayamos leído que ni un solo día está el niño libre de pe­
cado. Si bien la infancia no está sin pecado, por la debili­
dad del cuerpo, sin embargo la diligencia y el deseo de pe­
car comienzan a partir de la juventud, de modo que el niño
peca como por debilidad, mientras que el joven lo hace co­
mo un malvado que desea apasionadamente cometer peca­
dos y se gloría en sus crímenes.
Porque para muchos la inocencia es tenida por maldad
y la culpa por algo digno de alabanza. De este modo mu­
chos jóvenes se han acostumbrado a entregarse a la lujuria,
a los placeres y a los amores adulterinos. Así pues, la cul­
pa aumenta con la edad. Por tanto, declara que no todo el
género humano debe ser destruido, cuando dice: No volve­
ré a castigar a todo ser viviente, aun cuando mantiene en
parte el castigo.

Capítulo 23

82. Veamos también qué significa lo que dice: Semen­


tera y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche no
cesarán1%. Al pie de la letra esto significa que, mantenién­
dose las estaciones y sus características según la disposición
del Señor, los seres animados, así como todas las zonas fron­
dosas, continuarían existiendo sin corromperse.
Porque cuando se corrompen las estaciones, se co­
rrompe también todo lo que nace en cada una de ellas. Por-

196. Gn 8, 22. Cf. F il ó n , Quaestiones, II, 55.


Noé, 22, 81 - 23, 83 335

que, si se produce una perturbación, ¿cómo pueden, una vez


creada esa confusión, permanecer también las plantas que
tienen su origen en cada una de ellas? Por tanto, son las es­
taciones las que corrompen o conservan, según sus propias
características.
Por eso el año avanza a través de la contraposición pri­
mavera, otoño, verano e invierno. Como la armonía de una
canción parece consistir en la combinación de notas pro­
fundas y agudas, así también este mundo está formado de
cosas contrarias: del aire y la tierra, del fuego y del agua.
También nuestros cuerpos conservan cierto orden na­
tural entre el frío y el calor, la humedad y la sequedad. Por­
que si se perturban el orden y la medida naturales, enton­
ces necesariamente se sigue la muerte. Por tanto el Señor,
tras haber alejado la perturbación del diluvio, promete que
en el futuro habrá un orden determinado de las estaciones
para la conservación del mundo.
83. Todo esto tiene, además, un sentido más profun­
do, con el fin de que entendamos la sementera como el
principio y la siega como el final. En ambos radica la cau­
sa de la salvación. Lo uno sin lo otro es imperfecto, por­
que dice: «Donde está el principio, se busca el final y no
puede estar; quitado el fin, el principio y el fin vuelven al
principio»197.

197. He aquí la lectura que ha­ te texto pierde su carácter de cita


ce de este pasaje la edición crítica proveniente de una fuente filosó­
del CSEL, que seguimos en esta fica desconocida, a todas luces ló­
traducción. Es fruto de una conje­ gica. Este pensamiento vuelve a la
tura - a it - para suplir una laguna obra de Ambrosio en otros pasa­
en uno de los principales manus­ jes como en Hexam. I, 2, 5, expli­
critos -el Trecense- por los que cando el In principio del inicio del
conocemos esta obra. Los demás Génesis.
prescinden del ait, por lo que es­
336 Ambrosio de Milán

Así pues, recuerda que el género humano estará siem­


pre sujeto a los mismos acontecimientos mientras esté en
este mundo, de manera que, cuando el año comienza, aca­
ba y, cuando acaba, comienza y el mundo no se disuelve en
el tiempo intermedio.
Del mismo modo también la mente, cuando parece que
comienza algo, se esfuerza por llevarlo hasta el fin y busca
el cumplimiento de su obra. Y cuando ha acabado alguna
empresa, no descansa por la tarea cumplida, sino que se
orienta hacia otras obras y se ejercita en aumentar su virtud,
cuando ve que la tierra vuelve una y otra vez a producir sus
frutos, que nacen tanto en diferentes estaciones: en prima­
vera y en verano, como ocurre en los países orientales, o en
verano y otoño, como en las regiones de occidente.
84. En una estación las sementeras de la tierra dan a luz
sus productos y a su vez, en otra, recogemos los frutos de
los árboles. Estos, por su parte, se dividen en necesarios y
placenteros: son necesarios aquellos que surgen de las se­
millas de la tierra; placenteros en cambio los que provienen
de los frutos de los árboles.
Por tanto, nuestro cuerpo se nutre con alimento natu­
ral, como en primavera, es decir éari. Esta es una palabra
griega - éar-, que en latín se dice uer. Así pues, la Escritu­
ra tomó ejemplo de las regiones orientales y sobre todo de
Egipto -por donde pasó el pueblo judío-, o de las regiones
de Fenicia.
El alma, a su vez, se nutre de los frutos placenteros, es
decir, los de la sabiduría, a la que a su vez parecen oponer­
se -como al cuerpo le resultan contrarios el frío y el calor-
el temor y la ira. Pero, puesto que está en el cuerpo, nece­
sariamente está sujeta a la ira y al temor y no puede existir
sin esta exigencia de la naturaleza corpórea. Y por eso la
mente del sabio proporciona medidas justas, a fin de que
no se inmiscuyan la ira y el temor y se cree en el ánimo
una especie de confusión y un diluvio.
Noé, 23, 83 - 24, 86 337

85. En cuanto al hecho de que también dice día y noche:


por día se debe entender la virtud que ilumina, y por noche
hay que interpretar la ignorancia tenebrosa. Por tanto, la vir­
tud puede ser luminosa también en el temor, como en el frío.
De modo análogo, la templanza puede reprimir la ira,
de manera que uno no se deje abatir del todo por el temor,
sino que sea impulsado por éste a obras de virtud -por ejem­
plo, si un perseguidor acosa-, de modo que uno tema más
a Dios y piense que se deben evitar los suplicios eternos
más que los presentes y, a la vez que los teme, airado con­
tra la apostasía y el pecado, se inflame hacia la gloria y, de
nuevo encendido en ira, modere su agitación, movido por
el temor de Dios.

Capítulo 24

86. Y el Señor bendijo a Noé y a sus hijos, diciendo:


Creced y multiplicaos y llenad la tierra y dominadla. El te­
mor y el miedo a vosotros estará presente en todas las fieras
de la tierra y en todas las aves del cielo y en todos los seres
que se arrastran sobre la tierra y en todos los peces del mar™.
Este privilegio del poder sobre los demás seres anima­
dos parece haber sido atribuido al hombre en pasajes ante­
riores, pero allí donde se narró que Dios creó al hombre a
imagen de Dios, dice: Los creó macho y hembra y los ben­
dijo, diciendo: Creced y multiplicaos y llenad la tierra y do­
minadla y tened poder sobre los peces del mar y las aves y
las fieras de la tierra y los reptiles™.
Te he llamado la atención sobre esto, para que com­
prendas que se indica una doble generación del hombre: una,198*

198. Gn 9, 1-2. Cf. F ilón, 199. Gn 1, 27-28.


Q uaestiones, II, 56.
338 Ambrosio de Milán

según la imagen de Dios; otra, según una figura extraída del


fango de la tierra.
En definitiva, esta creación del hombre a partir del fan­
go de la tierra parece haber sido consumada después de la
del mundo, cuando Dios descansó de sus obras. De cual­
quier modo, la figura de la estatua terrena fue plasmada tar­
de. No existía la lluvia sobre la tierra ni el hombre traba­
jaba la tierra200.
Entonces Dios plasmó al hombre del fango de la tierra
e insufló sobre su cara el espíritu de vida y el hombre se
convirtió en un alma viviente201. Por su parte, aquel que en
el sexto día -un número casi perfecto, en el que se conclu­
yeron todas las obras de Dios- fue creado con una capaci­
dad de actuar casi perfecta, se convirtió en el hombre a ima­
gen de Dios202.
A éste es equiparado también quien en el diluvio fue ha­
llado justo. Y por eso Dios lo constituyó por encima de to­
das las cosas terrestres, como a aquel que había sido creado
a imagen de Dios, ya que ambos se abstenían de vicios te­
rrenos: Adán, porque había sido engendrado de modo que
en nada era deudor de una influencia terrena; Noé, porque
había sido puesto a prueba en los peligros, examinado en
las pasiones y, en medio de la confusión, no había sucum­
bido al desorden.
87. Pero esto tiene un sentido más profundo. A saber,
que el justo crece en amplitud y número de virtudes y de
doctrina, llenando la tierra como una especie de corazón en
el que residen las cosas inteligibles. Y así no soporta nada
que esté privado de sabiduría, nada en lo que pueda irrum­
pir la estupidez.

200. Gn 2, 5. 202. Cf. Gn 1, 26-27.


201. Gn 2, 7.
T

Noé, 24, 86-88 339

Domina, por tanto, toda pasión terrena e incluso los


sentidos corporales; también somete con una especie de te­
rror y temor a las bestias, en las que parece estar represen­
tada la imagen de la malicia y la ferocidad. En efecto, toda
malicia es salvaje y agresiva, se hincha con una especie de
inflamación vacía.
También es evidente que algunos reptiles presentan de al­
gún modo la apariencia de las pasiones mortíferas, de las que
parece que se infunde a la mente una especie de veneno.
Pues bien, el justo manda sobre todas estas cosas, con
las que no se mezcla, sino que las domina, a condición de
que su mente no sea conducida por el placer y la concu­
piscencia, no sea abatida por la tristeza y el temor; y a con­
dición también de que no recorra el camino de esta vida
-que es resbaladizo y caduco- en medio de los placeres de
la lujuria, sino que -como hombre sabio- aparte de sí este
tipo de pasiones con la continencia y la templanza.
88. Pero, puesto que inmediatamente añadió: Todos los
reptiles que están vivos os servirán de alimento203, para que
no te sorprenda que antes hayamos hablado de reptiles ve­
nenosos, ten en cuenta que hay algunos reptiles venenosos
y otros inocuos.
Por tanto, respecto a los reptiles inocuos advierte que,
aunque no todos se arrastran con el vientre y con el pecho,
como las serpientes, sin embargo tienen unos pies menudos,
de manera que, más que andar, parecen arrastrarse.
Así pues, considera que las pasiones inmundas del cuer­
po son semejantes a los reptiles venenosos, las honestas en
cambio a los inocuos. Porque todo afecto que está por en­
cima de la seducción del torpe placer, es ciertamente una pa­
sión, pero buena. La voluptuosa concupiscencia, la ira y el

203. Gn 9, 3. Cf. F il ó n , Quaestiones, II, 57.


340 Ambrosio de Milán

temor: éstas son pasiones nocivas al alma, mientras que los


afectos inocuos son pasiones buenas. Y estas últimas nos
ofrecen una cierta utilidad y razón de vivir, éstas nos sirven
de alimento para una vida virtuosa, éstas nos deleitan con
sus banquetes.

Capítulo 25

89. ¿Qué quiere decir además con las palabras: Como


las hierbas comestibles, os lo he entregado todo204} En este
punto no parece que se opongan incluso aquellos que lo en­
tienden de una manera sencilla, sin esforzarse por un exa­
men más profundo de la expresión.
En efecto, algunos opinan que, al parecer, las hortalizas
nos han sido dadas como alimento por orden divina, por lo
cual debemos servirnos de ellas más que de la carne en las
comidas.
Yo, por mi parte, estaría de buen grado de acuerdo con
ellos en la medida en que el uso de las hortalizas fuera ca­
paz de desarrollar más la moderación y la templanza en el
género humano, si no me diera cuenta de que todos aque­
llos que no comparten de corazón este punto de vista po­
drían replicarme que no todas las verduras son aptas para
servir de alimento a los hombres y que además no todo el
género humano es guiado por el amor a la sabiduría y a la
continencia, hasta tal punto que pueda seguir a ésta última.
Y, por tanto, no podemos limitar a una pequeña parte
de los hombres un precepto que es general, porque se tra­
ta de un precepto dado a todos los hombres.
90. Por eso, reflexionemos sobre lo que ha querido de­
cir. Afirma: Lo mismo que las hierbas comestibles, os lo he

204. Gn 9, 3. Cf. F il ó n , Quaestiones, II, 58.


Noé, 24, 88 - 25, 91 341

entregado todo205, y no que «os he dado todas las hierbas


como alimento». Por tanto, los que coman carne, utilícenla
como las hortalizas y no para deformar e hinchar el cuerpo,
que es lo que suelen lograr las comidas a base de carne.
Pero del mismo modo que no todas las hortalizas son
aptas para la comida, así también no todo reptil vivo es ade­
cuado como alimento. Por eso, debemos abstenernos de to­
do animal venenoso, aunque nuestra lujuria haya llegado a
tal punto que se atiende más al gusto que al peligro y en
muchos de ellos -una vez quitado lo que se dice que por
naturaleza está envenenado- se reivindican como alimento
las restantes partes, que no están llenas de riesgo, sin em­
bargo son arriesgadas, porque necesariamente se ha intro­
ducido algo impuro en el jugo de toda la carne.
También muchos abaten con flechas envenenadas cier­
vos y animales veloces análogos, para después, una vez cor­
tada una parte de los miembros, usar como alimento el res­
to del cuerpo.
91. Por lo que respecta al sentido alegórico, el motivo
principal por el que se ha dicho esto consiste en que las pa­
siones irracionales deben estar sujetas a la mente del sabio,
del mismo modo que las hortalizas al labriego; y en que
aquél debe servirse de esos pensamientos igual que de los
reptiles, como hace el labrador con las hierbas que no pue­
den ser nocivas, pero que sin embargo no poseen la calidad
de un alimento sustancioso.
En efecto, un precepto general y común a todos no
prescribe un tipo excelso de virtud, que es propio de po-

205. Este comentario se entien­ taba con las plantas como alimen­
de mejor si se tiene en cuenta que to, no con los animales. La nueva
al crear Dios al hombre -Gn 1, 29-, disposición divina convierte tam­
antes de la caída, en el paraíso con­ bién en alimento a los animales.
342 Ambrosio de Milán

eos. Sin embargo, aunque uno no sea capaz de proporcio­


narse banquetes sustanciosos de virtudes, tenga al menos pa­
siones que no resulten nocivas, sino que deleiten.
92. Por eso, al comienzo, el santo Moisés nos informó
y nos instruyó acerca de la insuflación del alma206, para que
no cayéramos en el error, arrastrados por las diversas opi­
niones de los filósofos, que no son capaces de ponerse de
acuerdo entre ellos.
Muchos, en efecto, pensaron las cosas más diversas, co­
mo Critias207 y sus discípulos, que afirman que el alma es
la sangre, no ciertamente aquel alma del hombre interior que
es capaz de razonar y comprender, sino ésta, a través de la
cual vivimos, que es sensible.
Hipócrates208, por su parte, aunque no negó el ingenio
de Critias ni rebatió sus argumentos, sin embargo no com­
partió su opinión.

206. Cf. Gn 2, 7; T ertuliano, gún el cual para Critias la sangre


D e anim a, 5; M acrobio, C om - era también portadora del pensa­
m entariu m in Som num Scipiani, I, miento.
14, 19-20. 208. Nacido en 460 a. C. en
207. Político y sofista atenien­ Cos, este médico, el más grande de
se de la segunda mitad del s. V, im­ la Antigüedad, murió en una fecha
plicado en las luchas políticas de su indeterminada en Larisa, tras una
tiempo, sus obras polifacéticas, larga vida rodeada de leyendas.
tanto en prosa como en verso, han Algo análogo ocurre con sus es­
llegado hasta nosotros a través de critos -58, distribuidos en 73 li­
citas de otros autores, por lo que bros-, que posiblemente se com­
el sentido de sus palabras queda pilaron por primera vez en el s. i
muchas veces oscurecido. Esta idea d. C y de los que no es posible de­
de que la sangre es el alma en ducir una doctrina clara. En su
cuanto sede de la percepción -que conjunto, resultan de interés para
coincide con Empédocles- nos ha los historiadores de la Medicina y
sido trasmitida por medio de A ris­ para los filólogos.
tóteles, D e anim a, II, 405b, 5, se­
Noé, 25, 91-92 343

Aristóteles209 la denominó «entelequia», mientras que


otros pretendieron que fuera el fuego210*.
Nosotros, por tanto, mantengamos tal división a fin de
distinguir lo racional del alma, cuya sustancia es espíritu di­
vino, como dice la Escritura: que insufló en su cara el alien­
to de vida111, afirmando que hay en ella una especie de ali­
mento vital, que anima este cuerpo y que al mismo tiempo
es causa de deleite.
Por consiguiente, algunos llaman sangre a la sustancia
vital y deleitosa de aquellas partes del alma, si bien también
la Escritura ha dicho: El alma de todo el cuerpo es la san­
gre212*. Con toda propiedad, pues, llamó sangre al alma de la
carne, porque en la carne está el placer y la pasión, no el
espíritu y el raciocinio.
No obstante, si prestas atención, este pasaje explica el
otro. En efecto, llamando aquí sangre al alma, ha querido
decir con toda certeza que una cosa es el alma y otra la san­
gre, de manera que la sustancia del alma es el espíritu vital.
Pero este mismo espíritu vital, solo y por sí mismo no ofre­
ce posibilidad de vida sin la sangre, sino que se mezcla con
la sangre. Porque las llamadas arterias son como los reci­
pientes del espíritu, que no sólo contienen el aire puro, si­
no también la sangre, si bien en una medida mucho menor.

209. Junto a Platón, el filósofo cuerpo natural y orgánico»: D e


que más influencia ha tenido en la anim a II, 1, 412 b 5.
Historia del pensamiento. Su ma­ 210. Esta era la doctrina de
gisterio domina toda una época Heráclito (h. 550-480 a. C.), el os­
(384-322 a. C.) y su obra analiza curo, para quien el cosmos es un
todas las realidades de un modo despliegue del fuego primitivo,
sistemático. Su psicología coloca al dotado de razón, que una y otra
alma como el principio de todo vi­ vez acaba deglutido por éste.
viente, ya sea planta, animal o ser 211. Gn 2, 7. Sobre este tema ya
humano. Ella es la «primaria y ac­ había hablado más arriba en 6, 14.
tual realidad -e n te le ch ia - de todo 212. Lv 17, 11.
344 Ambrosio de Milán

Pero dado que hay dos tipos de vasos, uno son las ve­
nas, que en griego se llaman phleps, y otro las arterias. Una
vena, es decir la phleps, tiene más sangre que espíritu; una
arteria tiene menos sangre, pero más abundancia de espíri­
tu. Ahora bien, su regulación depende de la diferente natu­
raleza de cada hombre.
93. Pero a ti te debería satisfacer el sentido más pro­
fundo, que pone de manifiesto que se llama alma a la san­
gre porque ésta es cálida y ardiente, como la virtud213. Por
tanto, todo aquel que se ha incendiado en el amor a la vir­
tud y ha probado el cálido aliento de la gloria, rechaza to­
do tipo de placer del vientre.
Así pues, inmersos en el ardor de la virtud -dice-, re­
chazaréis todos aquellos pensamientos que son carnales y
terrenos, como poco compatibles con el alimento espiritual.
En efecto, no comía carne -es decir, no pensaba en nada te­
rreno- Aquel que dijo: Mi alimento es hacer la voluntad de
mi Padre que está en los cielos2U, inspirando el deseo de la
virtud en los hombres e infundiéndoles el amor al conoci­
miento de Dios.
Por tanto, los pensamientos terrenos son considerados
débiles, como sin energía viril y sin flujo de sangre, de mo­
do análogo a como se dice que está privado de virilidad to­
do aquel que ha perdido mucha sangre. Porque, efectiva­
mente, se enfría por la pérdida de sangre.
Así pues, todo aquel que ama la virtud deja de lado y
rechaza los alimentos corporales, a excepción de lo que sa­
be que es suficiente a la naturaleza; por el contrario, el que
es más negligente, porque ha seguido el camino húmedo y
resbaladizo de esta vida, cae sobre su estómago y su vien­
tre, como si hubiera perdido el rastro.214

2)3. Cf. F il ó n , Quaestiones, 214. Jn 4, 34.


II, 59.
Noé, 25, 92 - 26, 94 345

Por consiguiente, quien huye del alimento celestial an­


hela las cosas terrenas y no puede decir: Porque nuestra con­
versación está en los cielos115. Por eso, para animarnos a bus­
car alimentos ocultos, el mismo nos dice: No toquéis, no
toméis, no degustéis cosas que se consumen por su mismo uso,
según los preceptos y las doctrinas de los hombres; son cosas
que tienen una especie de sabiduría, de afectada piedad, hu­
mildad de corazón y severidad con el cuerpo, pero sin valor
alguno, si no es para la saciedad y el amor a la carne215216*.

Capítulo 26

94. Por lo demás, lo que viene a continuación corro­


bora este sentido, pues dice lo siguiente: Porque pediré cuen­
tas de vuestra sangre y de vuestras vidas a todas las bestias
y a la mano del hombre2'7. Comparó la iniquidad del hom­
bre a la malicia de las bestias, e incluso la consideró más
grave que la ferocidad de las bestias, añadiendo: A la mano
del hombre hermano1'*.
En realidad, las bestias no tienen nada en común con
nosotros por naturaleza, no están unidas a nosotros por
ningún vínculo, por así decir, fraterno. Si producen daño a
los hombres, los dañan como a extraños; no violan los de­
rechos de la naturaleza, no olvidan el afecto propio de la
hermandad.
Por eso, peca más gravemente el hombre que acecha a
su hermano, y por eso el Señor amenazó con un castigo más
severo, al decir: Pediré cuentas de la sangre del hombre a la

215. Flp 3, 20. C onversatio de­ deriva.


signa el movimiento que converge 216. Col 2, 21-23.
en la concurrencia de varias perso­ 217. Gn 9, 5. Cf. Filón, Qiiaes-
nas en un mismo lugar y, por tan­ tiones, II, 60.
to, el trato entre ellas que de ahí se 218. Ibid.
346 Ambrosio de Milán

mano de su hermano219. ¿Acaso no es un hermano aquel


que, por decirlo así, el útero de la naturaleza racional ha da­
do a luz y unió a nosotros la generación de la misma ma­
dre? En efecto, la misma naturaleza es la madre de todos
los hombres y por eso todos somos hermanos, engendrados
por una y la misma madre y unidos por un mismo derecho
de parentela.
95. He aquí la razón por la que el Señor llamó «her­
mano» incluso a aquel a quien pide cuentas de la sangre de
su hermano220. Con ello quiere decir que se debe temer so­
bre todo el peligro procedente de aquellos que están unidos
entre sí por un vínculo fraterno. Porque de ahí provienen
las insidias, de ahí los peligros más frecuentes para los hom­
bres; también porque -para citar un caso particular- entre
hermanos particulares surgen odios, con frecuencia por cul­
pa de la división de la herencia.
Además, si los padres han dado más a uno de los her­
manos, los otros se indignan más aún e intentan por medio
de un fratricidio arrancarle el favor que le fue concedido
por parte de los padres. Éstas son las guerras que levantan
más sospechas, no las guerras entre ciudades, sino las de ca­
da casa. Por tanto, el Señor incluyó en su decisión de cas­
tigo a todos aquellos que sabía habían de tramar asechan­
zas recíprocas.
96. En tercer lugar221, el hecho de que en este pasaje lo
llame «hermano» no es porque el parricida sea digno de ese
nombre lleno de piedad, sino para que quede más marcado
por esta palabra de amor y por eso aumente la gravedad de
su crimen, para que sea más justo el castigo del cielo.
Por tanto, el Señor Dios nuestro promete el castigo, a
fin de que también de este modo sea golpeado por el temor

219. Ibid. 221. Cf. F il ó n , Quaestiones,


220. Cf. Gn 4, 9.10.11. II, 60.
Noé, 26, 94-98 347

aquel que ha olvidado los deberes de la piedad y sea cons­


ciente de que, aunque el homicida escape a los hombres, sin
embargo no podrá evitar el juicio de Dios, sino que se le
reserva un suplicio mayor y eterno.
97. Por otra parte, en sentido alegórico, entendemos que
no sólo debemos guardarnos de las añagazas de los extra­
ños, sino también de las nuestras, es decir, de nuestros pro­
pios pensamientos; además, debemos precavernos no sólo
frente a la maldad de nuestra mente, sino incluso de nues­
tras propias palabras.
Por eso dice: Por el mucho hablar, no evitarás el peca­
do221. Esto parece significar que se debe dar cuenta al Señor
no sólo de nuestras obras, sino también de nuestras palabras,
que nos resultan más familiares. Precisamente por eso hay que
atender con más diligencia a no ofender ni con las palabras ni
con las obras, porque, como con la boca se pronuncia la con­
fesión que nos conduce a la salvación, del mismo modo con
ella se comete el pecado que conduce a la muerte.
98. El que derrame sangre de hombre, a cambio de la
sangre de ese hombre será él derramado2221. Esta expresión
no es errónea, sino que es un modo de decir enfático, por­
que todo aquel que derrame la sangre de un hombre, por
el hecho de privarlo de tener posteridad, es como si derra­
mara su propia sangre.
Porque del mismo modo que la sangre derramada en la
tierra se esparce aquí y allá, así se derrama el alma de los
impíos a la manera de la corruptibilidad del cuerpo. Por eso
se ha dicho también del alma que la corrupción moral es su
muerte224, dado que es privada del don de la gracia celestial
y disminuye la materia de su salvación, como si hubiera si­
do arrojada contra los escollos de la malicia.23

222. Pr 10, 19. tiones, II, 61.


223. Gn 9, 6. Cf. F ilón, Quaes 224. Cf. Jb 33, 28.
348 Ambrosio de Milán

99. Desconcierta también a muchos que haya dicho: H i­


ce al hombre a semejanza de Dios225 y no haya dicho «a mi
imagen», puesto que El mismo es Dios. Pero considera que
es el Padre y también es el Hijo. Y si bien es verdad que
todas las cosas han sido hechas a través del Hijo, sin em­
bargo leemos que el Padre ha hecho todos los seres y los
ha hecho por medio del Hijo, como está escrito: Hiciste to­
do en sabiduría22b.
Por tanto, si habla el Padre, ha creado a imagen del Ver­
bo; si habla el Hijo, ha creado a imagen de Dios Padre. Y con
eso demuestra que la naturaleza del hombre es en cierto mo­
do íntima y familiar a Dios, es decir, la naturaleza de un hom­
bre racional, por cuanto hemos sido creados a imagen de Dios.
Y, por ese motivo, no queda impune ante Dios todo lo que
El contempla que se ha cometido con crueldad e impiedad en
perjuicio de un ser animado que le es familiar.
100. Así pues, el haber explicado el motivo del castigo
nos sirve en primer lugar para rechazar las opiniones de al­
gunos filósofos que niegan que Dios se preocupe de los
hombres; además para que, conociendo que el derecho a cas­
tigarnos corresponde a Dios, no acometamos contra otros
lo que debe permanecer reservado al juicio divino; y tam­
bién para que nosotros mismos no temamos demasiado a la
muerte, puesto que sabemos que Dios no pasa por alto la
muerte de un ser humano inocente.

Capítulo 27

101. No habrá -dice-diluvio


un que destruya toda la
tierra227. Parece incierto si el2
56 «no habrá un diluvio » debe

225. Gn 9, 6. Cf. Filón, Q aaes- 227. Gn 9, 11. Cf. Filón, Quaes-


tiones, II, 62. tiones, II, 63.
226. Sal 104, 24.
Noé, 26, 99 - 27, 102 349

entenderse en el sentido de «un diluvio que destruya la tie­


rra» -eso es lo que han hecho habitualmente los diluvios-,
o si por el contrario «no habrá un diluvio tan grande que
destruya toda la tierra». Esto es algo que revelan las pala­
bras que siguen, cuando dice que no toda la tierra deberá
ser destruida. Muestra, en efecto, que habrá diluvios, pero
no tan grandes que puedan destruir toda la tierra.
102. Todo esto tiene un significado más profundo: que
a partir de este momento el Señor proveerá para que el di­
luvio de las pasiones corporales no sea tan grande que vaya
a destruir el alma toda. En verdad, no me atrevo a decir que
al parecer Dios establece que no podrá perecer completa­
mente el alma de nadie. Pues, ¿qué decir del parricida? Asi­
mismo, ¿qué del homicida, del adúltero y del prevaricador?
¿Qué partes del alma de éste reservamos para el perdón?
De ahí deduzco más bien que el Señor, nuestro Dios,
quiera conseguir que nadie en absoluto, aunque tenga otras
pasiones más leves, desespere de obtener la gracia divina ni
desconfíe de que en cualquier caso vaya a ser capaz de ven­
cer. Al contrario, aunque sea lujurioso y no pueda evitar la
inclinación a la lujuria, sin embargo esfuércese por abste­
nerse del adulterio, de manera que encuentre deleite en la
comida, no en la violencia sexual.
Asimismo, un avaro cualquiera, que ha arrebatado a
otros sus bienes, que ha despojado a los huérfanos, ha arro­
jado fuera de casa a las viudas, pero que después ha vuelto
para hacer penitencia, que restituya lo que ha robado.
En definitiva, Zaqueo mereció el perdón por eso, por­
que no sólo prometió que iba a restituir, sino que daría cua­
tro veces más a quienes había sustraído algo y que donaría
a los pobres la mitad de su patrimonio228.

228. Cf. Le 19, 8.


350 Ambrosio de Milán

103. Consideremos también con mayor atención lo que


quiere decir cuando afirma: Pongo mi arco en las nubes que
servirá de señal de la alianza eterna entre la tierra y yo. Y
ocurrirá que cuando yo baga que la tierra se cubra de nu­
bes, aparecerá mi arco entre las nubes y yo me acordaré de
mi alianza129.
En realidad, este arco no significa, como piensan mu­
chos, lo que los hombres dicen que es: una señal con la que
se manifiestan algunos indicios de lluvia, en la que aparecen
diferentes colores a semejanza de los rayos del sol, que unas
veces se nos figuran rutilantes, otras resplandecientes con
una luz más clara, de donde se deduce que va a llover, ya
que con esa imagen multicolor se expresa cierta variabilidad
en la atmósfera.
A este arco algunos lo llaman «iris». Pero abstengámo­
nos de llamarlo «arco de Dios». En efecto, este arco llama­
do «iris» suele verse durante el día, no aparece de noche.
Incluso no es posible verlo durante el día si el aire está cu­
bierto de nubes oscuras, a no ser que la densidad de las nu­
bes comience a disiparse.
104. Por tanto, puesto que el arco con el que se dispa­
ran las flechas se tensa más o menos, veamos si la Escritu­
ra no ha pretendido dar a entender aquí cierta tensión y dis­
tensión gracias a la cual nada se rompe totalmente a causa
de una excesiva tensión, sino que perdura cierta mesura y
cierto equilibrio, fruto del poder divino.
En consecuencia, es la fuerza invisible de Dios la que,
también bajo la imagen de este arco que se tensa y se dis­
tiende, es moderada por la divina voluntad, por su miseri­
cordia, por su poder, que no permite que todas las cosas se
confundan por una excesiva distensión ni se desintegren por
un exceso de violencia.

229. Gn 9, 13-15. Cf. F il ó n , Quaestiones, II, 64.


Noé, 27, 103 - 28, 103 351

Por eso dice que se sitúa en medio de las nubes, por­


que hay una especial necesidad de la ayuda de la divina Pro­
videncia precisamente cuando la formación de las nubes se
concentra en las tormentas y en las tempestades.
Por eso dice: Pondré mi arco entre las nubes, no «pon­
dré la flecha». Porque el arco es el instrumento para dispa­
rar la flecha y en consecuencia no es el arco mismo el que
hiere, sino la flecha. Y por eso el Señor pone en las nubes
el arco en vez de la flecha, es decir, no algo que hiera, sino
algo que provoque terror y que de ordinario no produzca
heridas.

Capítulo 28

105. Mas ¿por qué motivo, si antes ha citado a los tres


hijos de Noé -Sem, Cam y Jafet230-, ahora se refiere sólo a
la generación del hijo mediano, cuando dice: Cam, a su vez,
era el padre de Canaán; estos tres eran los hijos de Noé231,
sobre todo si se tiene en cuenta que los otros dos eran jus­
tos, mientras que precisamente el del medio era injusto? Por
tanto, se describe la generación del injusto antes que la de
los justos.
No podemos ciertamente negar lo que ha sido escrito,
pero para agravar su delito se ha añadido su generación por­
que, a pesar de tener un hijo y ser padre, él, que con más
motivo habría debido reconocerlo, fue el único que ignoró
a su propio padre. Y por ese motivo él, que se había por­
tado mal con su padre, mereció tener un hijo perverso.
Esto significa también que de aquel Canaán proceden
los cananeos, quienes, tras muchas generaciones oprimidos
por el pueblo justo, cayeron en su poder. Es evidente que

230. Cf. Gn 6, 10; 7, 13; 9, 18; 231. Gn 9, 18-19.


F ilón, Q uaestiones, II, 65.
352 Ambrosio de Milán

el progenitor de los cananeos fue Canaán, a su vez hijo de


este Cam, que se portó de un modo impío con su padre.
106. Mas de la interpretación de los nombres se deriva
un sentido más profundo. En efecto, Cam significa «calor»,
Canaán «su turbación». Porque el que tiene calor se mue­
ve continuamente y se agita. Por eso, se expresa de una ma­
nera clarísima que Cam no fue tanto padre de seres huma­
nos, como una pasión malvada, engendradora de una pasión
impía que procedía de las pasiones del padre, es decir, que
era contraria al ejercicio de la virtud.

Capítulo 29

107. Y Noé comenzó a cultivar la tierra como agricul­


tor232. Parece, a primera vista, que Noé, hombre justo, es
comparado a aquel Adán que fue hecho de la tierra, porque
de éste está escrito que, tras haber sido expulsado del Pa­
raíso, empezó a trabajar la tierra233, mientras que también
de aquél se afirma que, tras salir del arca, se convirtió en
agricultor.
Pero, poco más o menos, para ambos había tenido lu­
gar una especie de diluvio anteriormente: para Noé, el di­
luvio propiamente dicho, y para Adán, tras la creación del
mundo, por lo que respecta a la formación de su cuerpo: en
efecto, el agua había sido concentrada en una sola masa a
fin de constituir el mundo, de modo que emergiera la tie­
rra que antes, por la aglomeración de las aguas, no podía
salir a la luz234.
Por tanto, como aquel primogénito maestro parece ha­
ber trabajado la tierra, así también Noé, una vez salido del

232. Gn 9, 20. Cf. Filón, Quaes- 233. Cf. Gn 3, 23.


tiones, II, 66. 234. Cf. Gn 1, 9.
Noé, 28, 105 - 29, 108 353

arca, se convirtió en el promotor de la siembra y el cultivo


de la misma. Ambas tareas son consideradas semejantes235,
pero si reflexionas sobre las palabras, que ya en sí mismas
expresan el vigor de su sentido más profundo, una cosa es
ser trabajador de la tierra y otra ser agricultor. En efecto, el
primero desempeña la función de un mercenario; el segun­
do, la de un padre de familia.
En definitiva, Caín, que mató a su hermano, era traba­
jador de la tierra236. Y para que sepas que trabajar la tierra
es propio más bien de un siervo que de una persona libre,
la tarea de aquel fratricida es oprimida por una maldición.
Pues así está escrito: Y aunque trabajes la tierra, no au­
mentaré su capacidad de producir para ti. Vivirás sobre la
tierra entre gemidos y temores237.
108. Ahora bien, la tierra es nuestra carne238, que tra­
baja el malvado, mientras que el justo la cultiva; el prime­
ro, como si pidiera su favor a la tierra; el segundo, como
para recoger el fruto y la recompensa por un buen com­
portamiento con el fin de hacer más fecundo su campo239,
de manera que sea capaz de corresponder a los cuidados del
Señor y a la buena voluntad del que la cultiva.
De una parte, ¿qué otra cosa busca el trabajador sino
solamente el alimento para su cuerpo, preocupado sobre to­
do por las necesidades del vientre y contento en exclusiva
con cumplir lo que pueda contribuir a su sustento?
De la otra, el labrador se nutre de la calidad de los fru­
tos. Conocéis los frutos que recoge el justo. Pues los fru­
tos del espíritu son la caridad, la alegría, la paz, la pacien­
cia, la bondad240.

235. Cf. F ilón, D e agricultura, 1. 238. Cf. F ilón, D e agricultura, 5.


236. Cf. Gn 4, 2. 239. Cf. V irgilio, Geórgicas, I, 47.
237. Cf. Gn 4, 12. 240. Cf. Ga 5, 22.
354 Ambrosio de Milán

Así pues, el buen agricultor posee la continencia, la cas­


tidad, de manera que poda, por decirlo así, con la hoz de
su propia templanza los árboles que fácilmente se curvan
hacia la tierra y proliferan de un modo excesivo, con el fin
de que expulsen lo que es débil y produzcan lo que resul­
ta conveniente.
109. ¿Por qué el justo planta en primer lugar una viña
y no trigo o cebada?241 Y ¿a cuento de qué una viña, tras el
diluvio y la corrupción de la tierra? Pero de esto ya hemos
hablado antes242: porque en la estación primaveral pudieron
germinar también las raíces de las vides que habían sido ane­
gadas.
Pienso que ahora se debe aclarar con más diligencia el
motivo por el que el justo busca los frutos placenteros an­
tes que los necesarios243. Efectivamente, los frutos del trigo
y la cebada son necesarios, porque sin ellos no podemos vi­
vir; por el contrario, el vino es placentero, se nos concede
para el placer.
El justo, precisamente porque lo es, reservó para sí mis­
mo el vino, es decir, más que lo primario, lo que era se­
cundario. Ofreció a Dios los alimentos necesarios para vi­
vir...; el vino por su parte es superfluo para los hombres y
no necesario244.

241. Cf. F ilón , Q uaestiones, una sola palabra para llenar la la­
II, 67. guna, de modo que lo entendían
242. Cf. más arriba nn. 68 y 74. así: «Ofreció a Dios los alimentos
243. Sobre esta distinción, cf. necesarios para vivir... pero ofre­
anteriormente N oe, 23, 84. ció a los hombres lo p rim ero que
244. La traducción de este lu­ era superfluo y no necesario, el vi­
gar corrupto que presentamos es no. La edición del CSEL, por su
correcta desde el punto de vista parte, teniendo en cuenta el co­
gramatical. Pero no es así como los mentario de Filón a este pasaje -cf.
editores lo han interpretado. Los Q uaestiones, II, 67-, presume que
maurinos entendieron que bastaba faltaban muchas más palabras, y
Noé, 29, 108-111 355

110. Pero quizá me repliques que los hombres, así co­


mo no pueden vivir sin alimento, tampoco pueden hacerlo
sin bebida. Por tanto, ¿es tan necesaria la bebida como la
comida? No lo niego. ¿Ha sido creada por Dios como re­
medio necesario para calmar la sed? No lo rechazo.
Y, para que haya la bebida necesaria, conviene traspor­
tar el agua de las fuentes y de los ríos, que con toda certe­
za no han comenzado a correr como si hubieran sido crea­
das por la mano del hombre, sino por orden y obra de Dios
nuestro Señor.
Mas, para que, por el hecho de que hayamos utilizado
la expresión «trabajo del Señor», no malentiendas aquello
de que a todas luces el trabajo de Caín se atrajo una mal­
dición, ten en cuenta que no es el trabajo el que recibe la
calificación de «maldito», sino el hecho de que se le orde­
nó trabajar la tierra.
Porque el que trabaja la tierra es un mercenario. Pero no
es un mercenario, sino el Señor, Aquel que dice: Mi Padre
continúa trabajando todavía. Y yo también trabajo245. Escu­
cha qué trabajo hace un trabajador de este tipo: Mi alimento
es hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielos246.
111. Y bebió -dice- del vino y se embriagó247. No ha
dicho «bebió el vino», porque este hombre justo no bebió
todo el vino, sino «del vino», es decir, que degustó una par­
te de él. Es propio del hombre ebrio consumir todo el vi­
no, y propio del descomedido evacuar todo lo que ha to­
mado. Es propio del continente, en cambio, servirse en una
medida justa.

además referentes no a la segunda, do, pero a los hombres...».


sino a la primera parte de la frase; 245. Jn 5, 17.
algo así, como: «Ofreció a Dios los 246. Jn 4, 34.
alimentos necesarios para vivir, en 247. Gn 9, 21. Cf. Filón, Quaes-
cuya producción no había coopera­ tiones, II, 68.
356 Ambrosio de Milán

Por lo tanto, la embriaguez presenta un doble aspecto:


uno, que aporta al cuerpo el tambaleo, hace los pasos inse­
guros y perturba los sentidos; otro, que calienta la mente
con el don de la virtud y parece alejar cualquier tipo de en­
fermedad. De ahí que el Apóstol diga: Usa el vino con mo­
deración a causa de tus frecuentes enfermedadesm .
Porque de la misma manera que el vino bebido con esa
moderación no produce enfermedad, sino salud, y aleja to­
da enfermedad corporal, así también excluye toda enferme­
dad de la carne aquella embriaguez excelente de la que ha
sido escrito: ¡Qué excelente es la copa que embriaga! 249.
¿De qué embriaguez se trata? No os embriaguéis de vi­
no -dice— , en el que está la lujuria, sino llenaos del Espíri­
tu250, como ha dicho el Apóstol. De una parte, por tanto, el
sentido literal recomienda cuidado, de otra el sentido más
profundo contiene una alabanza al sabio. Es cuidadoso aquel
que, aunque se desnude, lo hace sin embargo en su casa,
donde no faltan las capas y un cierto encubrimiento de la
embriaguez, de modo que sabe esconder sus vicios251.
112. Así pues, cosas materiales, como las paredes y los
techos, protegen el cuerpo desnudo; mas ahora, veamos
cuáles son las cosas que cubren el alma. Pero encontrare­
mos esas coberturas una vez que hayamos examinado su
desnudez.
El desnudarse del sabio es doble. En efecto, nuestra
mente se reviste de un doble manto, a saber: cuando ha co­
metido imprudentemente un pecado -éste es una especie de
desnudamiento de la mente ebria, que por eso no sabe que
comete un error, como aquel que resbala, arrastrado al vi­
cio por una especie de embriaguez debida a la ignorancia-

248. 1 Tm 5, 23. 251. Cf. F ilón , Q uaestiones,


249. Sal 22, 5. II, 69.
250. Ef 5, 18.
Noé, 29, 111-113 357

o cuando, de otra parte, no reconoce su error, sepultada aún


en el sueño de la negligencia y la ignorancia252.
Cuando hayamos caído en estos errores; más aún, cuan­
do hayamos cometido muchos pecados, incluso consciente­
mente -existe, en efecto, una especie de embriaguez natural,
consecuencia de nuestra debilidad, de modo que somos
arrastrados al vicio por el ímpetu del placer, como ocurre a
muchos, incendiados por el ardor juvenil o inflamados por
la lujuria y el deleite, o arrebatados por el deseo caracterís­
tico de la avaricia-, es lógico que se busque un remedio pa­
ra todos estos males, para que sea posible que uno cubra se­
mejante enfermedad ante todo con una especie de pudor y
vergüenza, de manera que, aunque se encuentre todavía en
peligro de pecar, al menos dé una señal de arrepentimiento.
En verdad, hay una gran diferencia entre si uno desea
rechazar los propios pecados o no. En este último caso se
da una turbia falta de pudor; en el primero, una vergüenza
soportable muestra señales de la futura enmienda.
113. Otro es el desnudamiento del alma por el cual se
libera de una especie de peso del cuerpo y sale como hu­
yendo de algo así como el sepulcro de la carne. En efecto,
sepulcro abierto es la garganta253 de este tipo de hombres.
Un sepulcro en el que es como si el alma fuera sepultada,
cargada con el peso de los deleites y las diversas pasiones
de sus deseos.
Por tanto, se libera del peso de la tierra y se despren­
de, por así decirlo, de las redes que la circundan e incluso
renunciaría a toda imagen deforme de la suciedad de esta
tierra, con tal de poder contemplar la luz del esplendor
eterno.

252. Cf. V irgilio , E neida II, 253. Sal 5, 10.


265.
358 Ambrosio de Milán

Capítulo 30

114. Me pregunto ahora por qué no ha dicho simple­


mente: «Cam vio la desnudez de su padre», sino: Cam, el
padre de Canaán, vio 254. Es cierto que Canaán aún no ha­
bía nacido. ¿Por qué, entonces, añadió el nombre del hijo,
sino para que, de una parte la descendencia fuera deshon­
rada por la culpa del cabeza de la estirpe, y de otra sobre
esa cabeza gravara el peso de la maldad del hijo?
Por consiguiente, tanto al padre en el hijo como al hi­
jo en el padre, se les reprocha haber compartido la estupi­
dez, la malicia e incluso la impiedad. No podía ocurrir, de
otra parte, que uno que había sido hijo inicuo, degenerado
en la ley natural y la educación, de un padre bueno, en­
gendrara un hijo bueno. Esto de acuerdo con el sentido li­
teral.
115. Mas, por lo que respecta al sentido más profundo,
los hombres de pésimas costumbres, sin excepción, se de­
leitan en los errores ajenos, y no sólo en sus errores, sino
incluso en todo aquello que aparece a sus ojos como mal­
vado, aunque no lo sea.
En realidad, Noé no se daba cuenta de que estaba des­
nudo porque estaba revestido del hábito de la sabiduría. Por
lo demás, tampoco Adán, cuando estaba en el Paraíso, pen­
saba que estaba desnudo hasta después de haber cometido
el pecado de la prevaricación255. Y, despojado del manto de
la sabiduría, así como desnudo por culpa de la prevarica­
ción contra la justicia y los mandamientos del cielo, se con­
templó a sí mismo desnudo y pensó que debía cubrirse con
hojas.

254. Gn 9, 22. Cf. más arriba nes, II, 70.


11, 36; también F ilón, Q uaestio- 255. Cf. Gn 3, 7.
Noé, 30, 114-115 359

Así pues, Cam se rió a la vista de su padre desnudo256.


En efecto, toda persona malvada, dado que ella misma está
fuera de la ley, no sólo considera las caídas de los demás
como un alivio a su propio error por el hecho de que en­
cuentra compañeros de culpa, sino que también se alegra
con un malvado sentimiento, como si él mismo hubiera co­
rregido sus delitos.
Por tanto, la mente malvada se alegra de que al sabio le
haya pasado algo fuera de su línea de conducta, por más
que ciertamente un error del cuerpo no debe ser atribuido
al vicio -aunque se tenga por una caída-, a no ser que tam­
bién el alma se incline a la culpa.
En definitiva, sean considerados veniales semejantes
errores, no se los persiga con odio, no se tomen a broma,
aunque la mente malvada, como ya he dicho, cuando supo­
ne que el sabio ha cometido un error, piense que se debe
insultar a quien a su parecer tiene costumbres contrarias a
las suyas, ya que el tácito testimonio del sabio es una espe­
cie de reproche a su propio pecado. Por eso, tiene que ale­
grarse de que al hombre justo no haya sido de ayuda a su
erudición, ni haya intercedido por él la justicia, ni le hayan
sido favorables los negocios materiales.
En efecto, éstos, que consisten en las riquezas y el ho­
nor, son considerados por los impíos como los bienes má­
ximos, si bien no producen ningún fruto para gloria de la
virtud. Por eso, aparecen como propagadores de la necedad
quienes piensan que el amante de la virtud es engañado por
lo que respecta al don de la prosperidad, ya que ellos pien­
san que todo bien debe ser medido según criterios terrenos
más que eternos.

256. Cf. F ilón , Q uaestiones, II, 71.


360 Ambrosio de Milán

Capítulo 31

116. ¿Por qué razón Sem y Jafet se pusieron un manto


sobre los hombros y, andando de espaldas, cubrieron a su
padre desnudo y no vieron su desnudez257? Las palabras han
expresado claramente la amorosa piedad filial, porque los
hijos buenos se guardaron de mirar al padre desvestido, a
fin de que el respeto por el padre no disminuyera por el
mero hecho de mirarlo, ya que es verdad que con frecuen­
cia se falta a la piedad filial incluso con la simple mirada.
De ahí que se cuenta que también en Roma existía la an­
tigua costumbre de que los hijos, especialmente mientras eran
impúberes, no entraran en el baño junto con sus padres258.
117. Pero esto encierra un sentido más profundo: que
el hombre estúpido ve solamente las cosas presentes que es­
tán ante los ojos, pero no contempla las futuras, no refle­
xiona sobre las pasadas, mientras que el sabio recuerda las
pasadas y considera las futuras.
Por tanto, toda mente sabia camina de espaldas, es de­
cir, contempla el pasado y de algún modo no es obstáculo
para él el modo natural de caminar: no soporta que haya al­
go vacío, algo desnudo en los actos que ha realizado. Cu­
bre los actos que ha realizado de otra manera con una es­
pecie de manto y con la bondad de su actuar presente o
futuro, para no pasar por alto nada indecoroso, para no de­
jar tras de sí algo desordenado.
Por eso, también el Apóstol olvidaba las cosas pasadas
y tendía a las futuras; pero olvidaba para esconder los erro­
res de la persecución, para cubrir los pecados anteriores y
ocultarlos con buenas obras259.

257. Gn 9, 23. Cf. Filón, Quaes- 29: A mbrosio, O ff., I, 18, 79.
tiones, II, 72. 259. Flp 3, 14.
258. Cf. C icerón, D e officiis, I,
Noé, 31, 116-118 361

En efecto, son dichosos también aquellos cuyos pecados


han sido cubiertos260, es decir han sido cubiertos con bue­
nas obras y escondidos con la sucesiva práctica de las vir­
tudes.
118. Y Noé -dice- despertó de su embriaguez261. Es evi­
dente que los hombres, gracias al sueño, pasan de la em­
briaguez a estar sobrios, pero la mente está sobria cuando
reconoce las cosas pasadas y las futuras.
Por tanto, la mente del justo estaba sobria incluso cuan­
do era tenida por ebria: hay, en efecto, una bebida excelen­
te que embriaga a los justos262. Por el contrario, estaba ver­
daderamente ebrio aquel que se reía de su padre. Estaba, en
efecto, verdaderamente ebrio y en realidad no veía lo que
creía ver, porque no consideraba, ni el pasado don de la ge­
neración, ni la presente reverencia debida al padre, ni la fu­
tura pena por la injuria hecha a su padre.
Estaba afectado por una profunda ceguera el que no era
capaz de ver a su padre. Porque si lo hubiera visto, cierta­
mente no se habría reído de él, ya que un padre no es me­
recedor de risas, sino de reverencia. Pero con mucho más
motivo el estúpido era incapaz de ver la mente del justo.
En efecto, ¿cómo podía ver el que imaginaba una cul­
pa de embriaguez en quien habitaba el hálito perfecto de la
sabiduría y todas las demás virtudes? Como está escrito:
Porque (la Sabiduría) es un hálito del poder divino 263. Pues
¿cuándo está más sobria la mente que en el momento en
que contempla la naturaleza de todas las cosas y los asun­
tos del pasado y del futuro, de un modo tal que en ella no
hay ninguna señal del titubeo propio de la embriaguez pro­
ducida por las cosas temporales?

260. Sal 31, 1. 262. Cf. Sal 22, 5.


261. Gn 9, 24. Cf. Filón, Quaes- 263. Sb 7, 25.
tiones, II, 73.
362 Ambrosio de Milán

119. Me pregunto también por qué motivo, si antes


había dicho que Cam era el del medio entre los hijos264,
ahora lo presenta como el más joven265. Porque así está es­
crito: Noé supo todo lo que le había hecho el hijo más jo­
ven1267^.
¿Acaso se equivocó antes la Escritura en el orden de la
generación? No, ciertamente. Pues entonces, ¿qué? ¿Se es­
cribe ahora lo contrario? No creo. Por tanto, ¿cómo se re­
suelve esta dificultad, sino entendiendo «el más joven», no
en edad o en el tiempo, sino en el sentido de que era rudo
de sensibilidad y en cierto modo inmaduro de inteligencia,
ya que no había asimilado el saber propio de una edad más
avanzada ni había alcanzado el criterio de un anciano?
Porque algunas maneras de pensar de los hombres son
propias de las personas ancianas. Y por eso está escrito:
Cuando asistes a un consejo de los más ancianos, cierra tu
boca2b7, como en otro lugar se dice: Porque debes aprender
antes de que debas hablar268. Por tanto, mantén los oídos
dispuestos a obtener algo de los consejos de los sabios. Es
necesario reprimir la lengua, predisponerse a escuchar.

Capítulo 32

120. Al bendecir a su hijo Sem, dice Noé: Bendito sea


el Señor, Dios de Sem, y Canaán será su siervo269. Le llamó
Señor y Dios, y especialmente Dios de su hijo, llamado

264. Cf. Gn 5, 32; 6, 9; más te de retórica este texto, que tanto


arriba 2, 3ss. en la Vulgata como en la Septua-
265. Cf. F ilón , Qu-aestiones, II, ginta es mucho más sobrio: Antes
74. d e hablar, aprende.
266. Gn 9, 24. 269. Gn 9, 26. Cf. Filón, Quaes-
267. Si 32, 13. tiones, II, 75.
268. Si 18, 19. Ambrosio revis­
Noé, 31, 119 - 32, 121 363

Sem, porque es el Dios de los justos, que tienen el don de


la virtud excelsa, es decir el Dios de los montes, no de los
valles270.
Además, ¿por qué motivo, habiendo pecado su hijo
Cam, no condenó a la servidumbre a él mismo, sino a su
descendiente? Quizás porque un padre es afectado sobre to­
do por las ofensas que se infligen a su hijo, máxime cuan­
do él mismo ha sido el causante y el culpable; porque se
entristece todavía más por la pena del propio pecado paga­
da por su hijo, que es castigado no tanto por una culpa pro­
pia como por la del padre; y finalmente porque, siendo el
hijo discípulo de la doctrina del padre y emulando sus mal­
vados pensamientos, ambos utilizan un solo cuerpo, una so­
la mente y la misma maldad.
Por consiguiente, no tiene relevancia el hecho de que el
hijo pague el precio de su propia malicia o de la del padre,
porque ambos participan de la misma maldad que los une.
Así pues, lo que el reo de esa culpa paga por la maldad del
padre, también lo paga sin duda por la suya propia, o por
lo menos la pena adquiere un mayor alcance desde el mo­
mento en que se extiende también hasta el hijo y el sufri­
miento del sucesor se prolonga durante mucho tiempo. Es­
to, según la letra.
121. Por lo demás, aquí se abarcan no tanto los hom­
bres como las costumbres, cuya naturaleza es la misma en
uno y otro. Porque Cam significa «calor» y Canaán «con­
moción» e «inquietud»271. En efecto, el que arde, sin du­
da está inquieto y con cierta agitación. En los dos, por tan­
to, había una única pasión y un único sentimiento. Así
pues, cuando uno es declarado culpable, ambos son con­
denados.

270. Cf. 1 R 20, 28. II, 77; Id., D e sobrietate, 10. Ver
271. Cf. F ilón , Q uaestiones, más arriba 28, 106.
364 Ambrosio de Milán

122. Entonces, ¿por qué el santo Noé, al bendecir a su


hijo Jafet, dice: El Señor engrandezca a Jafet y habite en las
tiendas de Sem y sea Canaán su siervo?272 Hemos dicho más
arriba que Jafet significa una especie de bien indiferente273.
Ahora bien, la indiferencia tiene una extensión, que consis­
te en la salud, el vigor, la belleza, la fortaleza, la riqueza, el
donaire, la nobleza, los amigos, los cargos, etc.
Pero todos ellos, a pesar de ser bienes indiferentes, han
sido perjudiciales para muchos, que no los han poseído con
sabiduría y justicia. Porque a muchos las riquezas les han
hecho ebrios, la nobleza y el poder soberbios, la belleza
-gracias a la cual han corrompido la castidad de la mente
de otros- lujuriosos.
Por tanto, los bienes de los que hemos hablado son indi­
ferentes y, según la intención de quien los posee, su uso, o bien
tiene como guía las virtudes, o si no, sin el mando de éstas,
comienza a ser pernicioso todo lo que podía ser de utilidad.

Capítulo 33

123. Ahora pensamos que no debe pasarse por alto en


ningún caso el dato de que se dice que, después del diluvio,
Noé vivió trescientos cincuenta años274. Es cierto que en el
número trescientos está simbolizada la cruz de Cristo, en
cuya figura el justo fue liberado del diluvio. En los cincuenta
está expresado el número jubilar del perdón, en el que el
Espíritu Santo fue enviado del cielo para infundir la gracia
a los corazones de los hombres. El justo, por tanto, com­
pletó el curso de esta vida con el número perfecto de la re­
misión y de la gracia.

272. Gn 9, 27. Cf. Filón, Quaes- 274. Cf. Gn 9, 28; F ilón, Quaes-
tiones, II, 76-77. tiones, II, 78.
273. Cf. más arriba n. 3.
Noé, 32, 122 - 33, 123 365

124. De la descendencia de Jafet dice: Rodas y otras son


las islas de las naciones275. No sin razón el nombre de Jafet
significa «extensión»276, dado que su estirpe avanzó hacia otras
partes de la superficie creada, es decir hacia las tierras baña­
das por el mar. En efecto, por cuanto era «extensión», no se
contentó con aquellos que la naturaleza había asignado al
hombre para su uso, esto es con la posesión de la tierra fir­
me, sino que avanzó hacia las islas. Esto, según la letra.
125. Pero, según un sentido más profundo, precisamente
porque las cosas exteriores, llamadas «bienes» -las riquezas,
los cargos, los honores-, es como si se difundieran por una
gran extensión, los ricos no sólo no se contentan con las
que tienen en sus manos y ante sus ojos, sino que dejan que
sus deseos se expandan a lo largo y a lo ancho, mientras

275. Gn 10, 4-5. Es evidente las naciones», calcada del hebreo a


que en Gn 10 se describe la des­ través de la Septuaginta, para de­
cendencia de los tres hijos de Noé. signar, de una parte las regiones
Ahora bien, algunos de ellos pare­ mediterráneas, pero también de
cen haber dado su nombre propio otra las éth n é, que son las nacio­
al área territorial en la que se asen­ nes hostiles, que no forman parte
taron. Este es el caso de Rodas, un del «pueblo de Dios». Cf. Filón,
hijo de Yaván, a su vez hijo de Ja­ Q uaestiones, II, 80.
fet. De otra parte, Rodas aparece 276. «Dios le dio un gran te­
en la Septuaginta, tomada de la Bi­ rritorio»; por eso pasa por ser tam­
blia hebrea, mientras la Vulgata lee bién padre de numerosos pueblos.
Dodanim. La primera, después de Su nombre parece haber pasado a
Rodas, escribe: «A partir de ellos la figura mitológica de Japeto, un
se delimitaron en su territorio las hijo de la Tierra y del Cielo que
islas de las naciones, cada una se­ tuvo una numerosa descendencia y
gún su lengua...». La segunda, tras cuyo nombre no es griego. Un de­
Dodanim, lee: «Sus descendientes talle más que confirma a Ambro­
fueron poblando las islas de los sio en su convicción de que la cul­
gentiles en sus diversos países...». tura griega procede de la bíblica.
Ambrosio parece haber sintetizado Cf. A mbrosio, E xc. frat. I, 45; Id.,
y utilizado la expresión «islas de Hexam. VI, 39.
366 Ambrosio de Milán

buscan, o bien acrecentar su capital con ulteriores riquezas,


o bien -como hace la mayoría- los honores; extender aún
más su poder o su placer.

Capítulo 34

126. Ahora pregunto: ¿por qué motivo recuerda la Es­


critura que Cus fue el hijo mayor de aquel malvado Cam277?
Hay dos tipos de tierra: uno arenoso y polvoriento, inclu­
so para decirlo de un modo más expresivo, el polvo; y otro
tipo de tierra que es fructífero y fecundo, es decir, una tie­
rra dotada de más espesor y profundidad.
De acuerdo con eso, ¿qué engendra el malvado sino pol­
vo, en el que es imposible que algo se genere? De ahí que
el profeta comparó a los impíos con el polvo, diciendo: No
así los impíos, no así, sino como el polvo que el viento le­
vanta de la faz de la tierra27*, porque también en un senti­
do más profundo es estéril el alma de los impíos, por cuan­
to no tiene la capacidad de producir frutos útiles.
127. ¿Por qué razón también Cus engendra al gigante
Nimrod, que era un cazador ante Dios? De él se ha dicho:
Como el gigante Nimrod, cazador en la presencia de Dios279.
Pues ¿qué otra cosa podría engendrar el polvo y la arena,
sino un hombre terreno, por el hecho de que el impío an­
tepone los intereses terrenos a los celestiales? En efecto, se­
gún la leyenda, los gigantes pretendieron combatir contra
los dioses y pensaron que llegarían a alcanzar el cielo esca­
lando la tierra.

277. Cf. Gn 10, 6-7; Filón, «gigante» (gígas) se encuentra en


Q uaestiones, II, 81. la Septuaginta. La Vulgata le des­
278. Sal 1, 4. cribe como un robustas Venator.
279. Gn 10, 8-9. La palabra Cf. Filón, Quaestiones, II, 82.
Noé, 33, 123 - 34, 128 367

128. Pero, en un sentido más profundo, esto significa que


quien ama los placeres de la tierra y los persigue, preten­
diendo poder llegar por medio de ellos a la gracia de Dios y
que el reino de los cielos ha de ser inmolado a este tipo de
errores, combate contra el cielo con ánimo contumaz.
Por eso dice el proverbio a propósito de quien ha pe­
cado: «Como el gigante Nimrod, cazador en la presencia de
Dios». A su vez, el nombre de Nimrod se interpreta como
«el etíope». El color del etíope significa tinieblas y oscuri­
dad del alma, porque es contrario a la luz, privado de cla­
ridad, envuelto en tinieblas, más semejante a la noche que
al día.
También la actividad del cazador se desarrolla en los
bosques, su vida trascurre entre las fieras y las bestias. Por
tanto, un ser irracional convive con las pasiones irraciona­
les y semejante cazador se acostumbra a rastrear, a apode­
rarse y a disfrutar de lo que es propio de una malicia bru­
tal y salvaje.
Aparte de eso, Nimrod es el inicio de este reino de Ba­
bilonia280, es decir, «la confusión», porque la maldad y el
poder no consisten en la simplicidad y la pureza, ni en la
nitidez característica de la virtud, sino en la confusión de
los vicios.

280. Gn 10, 10.


ÍNDICES1

* Las abreviaturas en negrita corresponden a los tratados sobre el


Paraíso, Caín y Abel, Noé.
INDICE BIBLICO

G énesis 3, 7: P 2,8; 6, 33; 13,


1, 1 (Sept.): CA II, 6, 23. 63.64.
1, 1.3 N 13, 47. 3, 8: P 14, 68.
1, 2: CA II, 6, 23. 3, 9: P 14, 68.
1, 24 P 9, 45. 3, 11: P 12, 59.
1, 27 P 10, 46. 3, 13: P 14, 71; 15, 73.
1, 27s.: N 24, 86. 3, 14: P 15, 73.74.
1, 28 P 11, 52. 3, 17: P 15, 75.77; CA
1, 31 P 10, 46.47. I, 3, 11.
1, 4ss .: P 10, 46. 3, 17-19: P 15, 76.
2, 2: CA II, 10, 34; N 3, 18: P 15, 77; CA I,
13, 42. 3, 11.
2, 5: N 24, 86. 3, 19: P 15, 77.
2, 7: P 10, 46; N 24, 3, 22: P 6, 30; 11, 52;
86; 5, 92. 14, 70.
2, 8: P 1, 1. 4, 1: CA I, 1, 2.
2, 9: P 2, 7. 4, 2: CA I, 1, 3; 3, 11;
2, 10 P 1, 4; 3, 13. 6, 24.
2, 10 -14: P 3, 14. 4, 3: CA I, 7, 25; 10,
2, 15 P 4, 24.25. 41.
2, 16 P 12, 54. 4, 4: CA I, 6, 24; 10,
2, 16 -17: P 5, 26; 12, 56. 42.11, 5, 17.
2, 17 P 9, 43. 4, 5: CA II, 6, 18.
2, 18 P 4, 24; 10, 46.48. 4, 7 (Sept.): CA II, 6, 18.21;
2, 19 P 11, 49. 7, 24.
2, 20 P 11, 49. 4, 8: CA II, 8, 26.
2, 21 P 11, 50. 4, 9: P 14, 71; CA II,
2, 22 P 11, 50. 9, 27.28.
2, 23 P 11, 50. 4, 10: CA I, 9, 37; II, 9,
3, 1: P 12, 54. 27.29.30.31.
3, lss.: P 12, 59. 4, 12: CA II, 9, 30.31.
3, 2s. : P 6, 32; 12, 56. 4, 13s.: CA II, 9, 32.
3, 3: P 12, 56. 4, 14: CA II, 9, 33.
3, 4: P 13, 61. 4, 15: CA II, 10, 34.35.
3, 5: P 13, 61. 4, 15ss.: P 10, 47.
3, 6: P 13, 62. 4, 16: CA II, 10, 38.
3, 6s. P 13, 61. 4, 17ss.: CA II, 10, 37.
372 Indice bíblico

4, 24 CA II, 10, 38. 9, 13-16: N 27, 103.


4, 26 P 3, 19.23. 9, 18s.: N 28, 105.
5, 5: P 9, 45. 9, 20 N 29, 107.
5, 24 P 3, 19.23. 9, 21 N 29, 111.
5, 29 N 1, 2 9, 22 N 30, 114.
6, 3: N 3, 7. 9, 23 N : N 31, 116.
6, 4: N 4, 8. 9, 24 N 31, 118.119.
6, 7: N 4, 10. 9, 26 N 32, 120.
6, 9: N 1, 1.2. 9, 27 N 32, 122.
6, 11 N 5, 11. 10, 4s.: N 33, 124.
6, 12 N 5, 12. 10, 6s.: N 34, 126.
6, 13 N 5, 11. 10, 8s.: N 34, 127.
6, 14 N 6, 13.14.15. 16, lss.: P 13, 65.
6, 15 N 7, 17. 18, 6 CA I, 8, 30; 9,
6, 16 N 8, 24; 9, 27. 35.37.
6, 17 N 10, 31. 18, 7 CA I, 8, 31.
6, 18 N 10, 35. 18, 21: CA I, 8, 30.
7, 1: N 11, 36.37. 18, 24ss.: CA II, 3, 11.
7, 4: N 13, 45. 22, lss.: P 2, 9.
7, 5: N 13, 47. 22, 3s.: CA I, 8, 29.
7, 11 N 13, 49. 22, 4 CA I, 8, 30.
7, 12 N 13, 43. 25, 1 CA I, 6, 23.
7, 16 N 15, 50. 25, 5 CA I, 6, 23.
7, 21 N 15, 53. 25, 6 CA I, 6, 23.
7, 22 N 15, 53 25, 8 P 9, 45.
7, 23 N 15, 54.55. 25, 23: CA I, 1, 4.
8, 1: N 16, 56.58. 25, 27-30: P 14, 72.
8, 2: N 17, 59. 25, 29: CA II, 6, 20.
8, 4: N 17, 60. 25, 30: CA II, 6, 20.
8, 7: N 17, 63. 25, 32: CA I, 4, 12.
8, 11 N 19, 67. 27, 20: CA I, 8, 32; 9,
8, 13 N 20, 72. 34.
8, 15s.21, 75. 27, 34-40: P 14, 72.
8, 18 N 21, 76. 27, 38: P 14, 72.
8, 20 N 22, 78. 28, 22: CA II, 2, 9.
8, 21 N 22, 80.81. 29, 34: CA II, 2, 7.
8, 22 N 23, 82. 30, 31ss.: CA I, 6, 24.
9, ls.24, 86. 33, 11: CA I, 6, 23.
9, 3: N 24, 88.89. 35, 24: CA 1, 2, 6.
9. 5: N 26, 94. 37, 24: CA II, 8, 26.
9, 6: N 26, 98.99. 39, 7 P 2, 9.
9, 11 N 27, 101. 41, 26: CA II, 5, 17.
Indice bíblico 373

46, 34 CA I, 6, 24. 17, 11: N 25, 92


24, 20: P 12, 58.
Éxodo 26, 10: CA II, 6 19.
2, lOs: CA II, 4, 14. 26, lis.: P 14, 68.
2, 12: CA II, 4, 14.
2, 23: P 15, 75; CA II, Números
3, 10. 3, 12: CA II, 4 13.
3, 1: CA I, 6, 24. 3, 12s.: CA II, 2 7.
3, 6: P 9, 45. 3, 13: CA II, 4 16.
4, 18: CA I, 8, 30. 11, 23: CA I, 8, 32.
4, 22: CA II, 2, 7. 15, 18-21: CA II, 1 6.
5, 2: CA I, 9, 34. 15, 20: CA II, 1 5.
6, 5-8: CA II, 3, 10. 16, 5: P 6, 30.
7, 1: CA I, 2, 7. 18, 8-10: CA II, 2 7.
8, 5: CA I, 9, 33. 28, 2: CA II, 2 8.
8, 6: CA I, 9, 33. 35, 6ss.: CA II, 4 13.
12, 9: CA II, 6, 20.
12, 11 P 3, 16; CA I, 8, Deuteronomio
31. 5, 31: CA I, 2, 7.
12, 12 N 20, 73. 6, 4-5: P 5, 27.
12, 34 CA I, 10, 45. 6, 13: P 14, 72.
13, 11 CA I, 10, 45. 8, 11-14: CA I, 7, 26.
13, 11 -13: CA I, 10, 42 8, 17s.: CA I, 7, 27.
13, 12 CA II, 1, 2. 9, 4-5: CA I, 7, 28.
13, 13 CA II, 2, 8 (II, 2, 14, 21: P 5, 27.
9.3, 11 Sepr.) 21, 15-17: CA I, 4, 13.
13, 15 CA II, 4, 16. 23, 21: CA I, 7, 25.
14, 22ss.: CA II, 6, 20. 34, 5: CA I, 2, 8.
16, 14ss.: P 15, 75. 34, 6: CA I, 2, 8.
17, 6: CA I, 8, 32. 34, 10: P 14, 68.
19, 10ss.: CA II, 6, 21.
20, 17 P 6, 31. 1 Reyes
21, 13 CA II, 4, 15. 2, 30: P 15, 74.
22, 28 CA II, 1, 5.
23, 19 P 3, 27. 2 Reyes
31, 3: N 3, 7. 1, 21: CA II, 8 26.
34, 9: CA II, 3, 11. 11, 2ss.: P 13, 65.
34, 26 P 3, 27. 13, 28s.: CA II, 8 26.

Levítico 3 Reyes
1, 6: CA II, 6, 21. 2, 10: P 9, 45; CA I, 2,
7, 2-5 CA II, 6, 20. 5.
374 Indice bíblico

3, 8ss.: P 3, 22. 72, 4s.: P 14, 71.


72, 14 (Sept.): P 12, 57.
4 Reyes 77, 25: P 9, 42.
2, 11: CA I, 2, 8. 81, 6: P 13, 61.
18, 3: CA I, 9, 38. 82, 28: CA I, 2, 5.
83, 4: N 6, 14.
Tobías 95, 12: P 1, 3.
2, 5: P 15, 75. 100, 1: N 3, 6.
103, 15: CA I, 5, 19.
Job 103, 24: N 26, 99.
1, 22: N 3, 7b. 103, 27-30: N 16, 58.
14, 4s.: CA I, 3, 10. 104, 19: CA II, 6, 20.
33, 4: N 16, 58. 108, 7: CA I, 9, 37.
109, 4: CA I, 10, 43.
Salmos 118, 81: CA 1, 2, 5.
1, 3: P 1, 3. 119, 5: P 9, 44.
1, 4: N 34, 126. 126, 1: P 4, 25.
5, 10: N 39, 113. 126, 3: N 10, 35.
6,11: P 14, 70. 140, 3: CA 1, 9, 36.
8, 7-9: N 10, 33.
18, 4: CA II, 5, 17. Proverbios
18, 5: P 4, 15. 4, 24s.: CA I, 5, 15.
18, 8: CA II, 3, 11. 5, 3: CA I, 5, 15.
18, 13: CA I, 9, 37. 5, 15: P 3, 13.
22, 5: CA II, 6, 22; N 6, 24s.: CA I, 5, 15.
29, 3. 7, 8ss.: CA I, 4, 14.
31, 1: N 31, 117. 7, 12: CA I, 4, 14.
32, 6: CA I, 2, 8; N 16, 7, 14-18: CA I, 4, 14.
58. 7, 19-20: CA I, 4, 14.
32, 9: P 1, 2; CA I, 8, 32. 7, 21s.: CA I, 4, 14.
33, 16: P 14, 68. 7, 22s.: CA I, 5, 15.
35, 9: P 1, 4. 7, 24-27: CA I, 5, 15.
35, 10: P 3, 13. 8, 1Os.: CA I, 5, 15.
36, 35: CA I, 5, 16. 9, 1: CA I, 5, 19.
43,26: P 15, 74. 9, 5: P 3, 14; CA I, 5,
45, 5: P 1, 4. 19.
49, 14: CA I, 9, 34. 9, 13: CA I, 5, 15.
50, 7: N 3, 7b. 9, 14s.: CA I, 5, 15.
50, 19: CA I, 9,34. 9, 16s.: CA I, 4, 14.
54, 16: P 9, 44. 10, 19: CA I, 9, 36; N
62, 6: CA II, 5, 17. 10, 34; 26, 97.
67, 14: P 3, 15. 10, 26: CA II, 1, 5.
Indice bíblico 375

18, 17 (Sept.): P 14, 71; CA II, 8, 4: P 6, 31; CA I, 3,


7, 24. 10.
22, 20 N 15, 52. 9, 1: P 5, 29.
27, 18 P 13, 64. 11, 10: CA I, 2, 9.
13, 17: CA II, 4, 15.
Eclesiastés 22, 13: CA I, 4, 14.
2, 14: N 7, 17. 26, 18 (Sept.)■. CA I, 10, 47.
5, 3s.: CA I, 7, 25. 40, 6: P 15, 76.
5, 9: CA I, 5, 21. 40, 12: CA I, 8, 30.
5, 12: CA I, 5, 21. 43, 25s.: N 13, 42.
10, 12 CA I, 9, 37. 43, 26: P 14, 71; CA I,
18, 19 N 31, 119. 9, 34; II, 7, 24.
32, 13 N 31, 119. 53, 8: CA I, 2, 9.
57, 2: CA I, 2, 9.
C antar de los cantares 58, 11: P 3, 13.
1: CA I, 5, 19. 65, 13: P 9, 42.
2, 8s.: CA I, 5, 15. 66, 7: N 12, 39.
4, 8: N 15, 52.
11: CA I, 5, 19. Jeremías
25, 27: CA I, 4, 14.
Sabiduría 51, 7: CA I, 4, 14.
1, 6: P 14, 68.
2, 4-9: CA I, 4, 14. Baruc
2, 24: P 12, 54. 3, 1: CA I, 9, 34.
4, 8: CA I, 3, 11.4, 9: 3, 17: CA I, 5, 19.
CA II, 1, 2. 3, 24-27: CA I, 5, 18.
7, 21-26: P 1, 6.
7, 25: N 31, 118. Ezequiel
16, 28 CA I, 8, 31. 18, 20: P 9, 45.
28, 13: P 2, 9.
Eclesiástico 33, 11: CA II, 10, 38.
21, 25 CA I, 9, 36. 33, 14s.: P 9, 43.
31, 20 CA I, 5, 18.
31, 21 CA I, 5, 18. Abdías
35, 17 CA I, 9, 37. 3, 3: N 15, 52

Isaías Oseas
1, 9: N 19, 69. 2, 10: P 3, 15.
1, 17s : P 14, 68.
6, 9: P 13, 61. Miqueas
7, 14s : CA I, 3, 10. 4, 3: P 1, 2.
7, 16 (Sept.): P 6, 31. 4, 4: P 1, 2; 13, 64.66.
376 Indice bíblico

Zacarías 15, 18 CA I, 10, 45.


3, 1: P 2,11. 17, 3: CA I, 2, 8.
6, 12 (Sept.): P 3, 23. 18, 20 CA II, 2, 7.
18, 33-35: CA I, 9, 38.
Mateo 21, 12 CA II, 4, 16.
3, 15: P 3, 22. 24, 41 CA I, 8, 30.
5, 16: P 14, 68. 25, lss.: P 2, 11.
5, 30: P 12, 58. 26, 41 CA I, 9, 38.
7, 1: P 11, 52; 12, 60. 27, 60: CA I, 2, 9.
7, 4: P 14, 68.
7, 9: P 13, 67. Marcos
12, 34 P 12, 55. 11, 7: CA II, 3, 11.
15, 11 P 9, 42. 11, 15: CA II, 4, 16.
15, 13 P 1, 2. 12, 25 P 1, 2.
15, 24 P 8, 39. 12, 26s.: P 9, 45.
18, 3: P 12, 59. 16, 19: CA I, 2, 9.
20, 27 P 14, 72.
21, 19 P 13, 64.66. Lucas
22, 30 P 9, 42. 1, 78: P 3, 23.
23, 35 P 3, 19. 10, 18 P 2, 10; 12, 57.
25, lss.: P 2, 11. 11, 13 CA I, 9, 38.
25, 41 P 4, 25. 12, 15 CA I, 5, 21.
4, 3: CA I, 5, 16. 12, 21 CA I, 5, 21.
4, 4: CA I, 5,16. 12, 35 P 13, 67.
4, 5s.: CA I, 5, 16. 12, 47s.: P 7, 36.
4, 7: CA I, 5, 16. 13, 21 CA I, 9, 35.
4, 9: CA I, 5, 15. 13, 25-27: CA 1, 5, 18.
4, 10: CA I, 5, 16. 14, 11 N 15, 54.
5, 10: CA II, 6, 21. 15, 14ss.: P 8, 41.
5, 17: CA I, 2, 7. 17, 14-16: CA I, 9, 34.
6, 6: CA I, 9, 38. 17, 18s.: CA I, 9, 34.
6, 6s.: CA I, 9, 35. 18, lis.: CA I, 9, 34.
6, 8: CA I, 9, 35.37. 18, 12 CA II, 2, 9.
6, 23: CA I, 4, 12. 18, 13 CA I, 9, 34.
6, 33: CA II, 6, 21. 18, 14 CA I, 9, 34.
7, 7: CA I, 6, 22. 19, 10 P 8, 39; CA II, 3
7, 24: CA I, 6, 22. 11.
9, 4: CA 1,9, 37. 19, 5: CA I, 8, 31.
11, 12 CA I, 4, 12. 19, 5s CA II, 4, 16.
11, 25 CA II, 3, 11. 19, 7: CA II, 4, 16.
11, 28s.: CA II, 3, 10. 19, 8: CA II, 4, 16.
15, 11 CA I, 10, 45. 19, 9: CA 1, 8, 31.
Indice bíblico

20, 37s.: P 9, 45. 6, 45: CA II, 6, 22.


21, 23: CA II, 1, 1. 6, 50s. P 9, 42; 15, 76.
22, 3 P 2, 9. 6, 54s. P 9, 42.
23, 31: N 15, 53. 6, 64: P 8, 38.
23, 43: P 9, 53. 7, 37: P 3, 14.
24, 42s.: CA II, 6, 20. 7, 37s. N 19, 70.
7, 38: P 3, 13.
Juan 8, 40: P 12, 58.
1, I P 5, 26. 8, 56: CA I, 8, 30.
1, 12s.: N 4, 9. 10, 30 P 5, 26.
1, 14 CA II, 4, 13. 12, 28 P 14, 69.
1, 26 CA I, 8, 32.11, 2, 12, 29 P 14, 69.
7. 13, 2: CA II, 4, 16.
1, 29 CA II, 3, 11. 13, 5ss.: CA I, 5, 19.
1, 33 N 3, 7. 13, 6ss.: P 13, 67.
1, 48 CA I, 8, 32. 13, 23 CA I, 5, 19.
2, 14 CA II, 6, 19. 13, 25 P 15, 74.
2, 15 CA II, 4, 16. 13, 27 CA II, 4, 16.
2, 23 N 12, 39. 13, 30 CA II, 4, 16.
3, 16 CA I, 7, 28. 14, 2: CA I, 5, 19.
3, 16s.: CA II, 3, 11. 14, 6: P 9, 45.
3, 17 CA II, 3, 11. 14, 10 P 12, 58.
3, 19 P 14, 68. 14, 23 CA I, 8, 32.
4, 3 CA I, 5, 16. 14, 28 P 12, 58.
4, 4 CA I, 5, 16. 15, 14s.: N 13, 47.
4, 5 CA I, 5, 16. 17, 1: N 5, 11.
4, 6 CA I, 5, 17. 17, 11 P 6, 30.
4, 7 CA I, 5, 15. 17, 21 P 5, 26.
4, 8 P 14, 72; CA I, 21, 20 P 15, 74.
5, 16.
4, 9ss: CA I, 5, 16. Hechos de los Apóstoles
4, 12 CA I, 5,16. 2, 24: CA I, 2, 9.
4, 34 P 9, 42; N 25, 13, 36 P 9, 45.
93; 29, 110.
5, 17: CA I, 8, 32; N Romanos
29, 110. 1, 16: P 3, 22.
6, 8 P 14, 68; CA I, 2, 14: P 6, 31.
9, 37. 2, 14s P 8, 39.
6, 12 CA II, 6, 22. 3, 20: P 8, 39.
6, 21 CA I, 5, 18. 5, 20: N 5, 11.
6, 25 CA I, 5, 18. 6, 4: P 9, 45; CA I, 5
6, 32 CA II, 6, 22. 19.
378 Indice bíblico

6, 5- S: P 9, 45. 11, 14s.: N 7, 21.


6, 8: P 9, 45. 12, 22: N 8, 24.
6, 10s.: CA II, 9, 31. 12, 23: N 8, 24.
7, 7: P 6, 31; 8, 39; 12, 13, 12: P 14, 68.
60. 13, 13: P 14, 72.
7, 8: P 12, 60. 15, 9s.: CA I, 7, 27.
7, 19 P 12, 60.
7, 23 P 11, 53; 12, 2 Corintios
54.60; 15, 77; CA 2, 15 CA I, 4, 14.
II, 1, 4. 3, 3: P 8, 39.
7, 24 P 12, 60; CA II, 5, 16 CA I, 2, 9.
1, 4. 6, 15 CA II, 4, 16.
7, 25: CA II, 1, 4. 6, 16 P 6, 30.
8, 7: P 12, 54. 7, 9: P 15, 75.
8, 19 P 1, 5. 7, 10: P 15, 75.
8, 21 CA I, 2, 9. 11, 14s.: P 15, 73.
8, 32 CA I, 7, 28. 12, 2 P 1, 1.
9, 27 N 5, 11. 12, 2-6: P 11, 53.
11, 5 N 5, 11. 12, 3-6: P 1, 1.
12, 1 CA II, 6, 19. 12, 4 P 11, 53.
13, 3s.: CA II, 4, 15.
Gálatas
1 Corintios 2, 20 P 9, 45; 15, 76.
1, 23s.: CA II, 4, 14. 3, 16: P 3, 20; CA I, 2,
2, 4: CA I, 6, 24. 7; 6, 24.
2, 14 P 11, 53. 4, 19 CA II, 1, 2.
2, 15 P 11, 53. 4, 26 P 1, 4.
3, 2: CA I, 5, 19. 5, 13 P 14, 72.
3, 6: P 13, 66. 5, 22 P 13, 64.
3, lis .: CA II, 9, 28.
4, 7: CA I, 7, 27. Efesios
4, 15 CA II, 1, 2. 2, 4: P 5, 26.
5, 5: P 15, 74. 2, 14 P 5, 26.
7, 5: CA II, 6, 21. 4, 13 CA II, 1, 2.
6, 18 CA I, 5, 20. 5, 18 N 29, 111.
7, 14 CA I, 10, 46. 5, 32 P 4, 25; 14, 72.
7, 23 CA II, 3, 11. 6, 12 P 12, 55.
9, 11 P 15, 77.
9, 26 P 12, 55. Filipenses
9, 27 P 15, 75.77. 1, 23 P 9, 44.
10, 3 P 15, 75. 2, 8: CA I, 3, 10.
11, 3 P 4, 24. 3, 10 P 15, 74.
Indice bíblico 379

3, 12: P 12, 60. 12, 22ss.: CA II, 2, 7.


3, 19: P 15, 74; CA I,
5, 16. 1 Pedro
3, 20: N 25, 93. 1, 18s.: CA II, 3, 11.
3, 20s.: CA I, 2, 7. 2, lss.: P 4, 24.
2, 22: N 3, 7b.
Colosenses 2, 23: P 12, 59.
1, 15: P 5, 26. 3, 7: P 4, 24; 14, 7
1, 16: CA II, 9, 31.
2, 21-23: N 25, 93. 2 Pedro
3, 3: P 5, 29. 1, 29: P 3, 23.
4, 3: CA I, 9, 36.
1 Juan
1 Tesalonicenses 1, ls.: P 12, 58.
5, 23: CA II, 1, 6.
Apocalipsis
1 Timoteo 22, 16: P 3, 23.
1, 15: P 10, 47. 22, 18s.: P 12, 56.
2, ls.: CA I, 9, 39.
2, 5: P 12, 58.
2, 8: CA I, 9, 38.
2, 14: P 4, 24; 12, 56.
2, 14s.: P 10, 47.
2, 15: P 14, 72.
5, 6: P 11, 44.
5, 23: N 29, 111.

2 Timoteo
2, 5: P 2, 9; CA I, 5,
17.
2, 11: P 9, 45.
2, 19: P 6, 30.
4, 8: P 12, 55.

Hebreos
4, 12: P 14, 68; CA I,
8, 32.
5, 6: CA I, 10, 43.
7, 17: CA I, 10, 43.
10, 1: CA II, 6, 19.
11, 32-34: P 3, 21.
11, 37: P 3, 21.
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

Abel: P 3, 19; 3, 22; CA I, 1, 3 Babilonia: CA I, 4, 14; N 34, 128.


(3).4 (2); 2 ,5 (2 ); 3, 10 (3 ).ll Barac: P 3, 21.
(3); 6, 24; 9, 37; 10, 42 (2). Besalel: N 3, 7.
Abraham: P 2, 9 (2); 3, 20.22; 10,
45; 13, 65; CA I, 2, 7; 6, Caín: P 10, 47; CA I, 1, 2.3 (2).4
23.24; 8, 29; 9, 35; II, 1, 6. (2); 2, 5 (2); 3, 10.11 (3); 6,
Adán: P 3, 12; 5, 26 (2); 6, 30.31; 24 (2); 7, 25; 8, 29; 9, 37; 10,
7, 35 (2); 8, 38 (2).39; 9, 43; 40.41; II, 2, 7; 6, 18 (2).21.23
10, 46.47 (3).48; 11, 49 (4).50 (2); 7, 24 (2); 8, 26 (2); 9,
(2).51; 12, 54 (3).56 (3).58 27.32; 10, 34.35 (2).37.38 (3);
(2).59 (3).60; 13, 62.63.64.67 N 29, 107.110.
(2); 14, 68.70 (4); 15, 74 Caldeos: N 19, 69.
(2).76; N 3, 7b; 14, 48; 20, 72; Cam: N 2, 3.5; 28, 105.106; 30,
29, 107; 30, 115. 114.115.119; 32, 120.121; 39,
Agar: CA I, 6, 23. 126.
Alma: P 1, 6; CA I, 1, 4; 10, 47; Canaán: CA (Adjetivo) I, 10, 42
11, 1,2.3; 10, 36; N 12, 40.41; (2).44.45; N 28, 105.106; 30,
15, 54; 25, 92; 27, 102. 114; 32, 120.121.122.
Amnón: CA II, 8, 26. Conciencia: P 8, 39
Ananías: P 3, 21. Cristo: P 2, 9; 3, 20.22; 5, 29 (2);
Animales: P 11, 49.51.52; CA II, 9, 44.45 (2); 10, 47; 12, 58.60;
1, 3.4; N 4, 10; 10,33; 12, 39. 14, 72 (4); 15, 74 (3).7; CA
Apeles: P 5, 28. I, 2, 9 (2).II, 3, 11 (4); 4,
Apóstol (Pablo): N 8, 24.25.26; 15.16 (10)
29, 111. Critias: N 25, 92 (2).
Áquila: P 5, 27. Cus: N 34, 126.127.
Ararat, monte: N 17, 60.
Arco (iris): N 27, 103.104. Damasco: P 6, 31; CA I, 3, 10.
Aristóteles: N 25, 92. Daniel: P 3, 21.22.
Arrio: P 12, 58 (2). David: P 1, 4; 3, 15.21; 15, 74;
Auxe, río: P 3, 18. CA I, 2, 5; 9, 34.11, 5, 17; 8,
Azarías: P 3, 21. 26; N 3, 6.
382 Indice de nombres y materias

Desobediencia: P 7, 35; 8, 39; 11, Gigantes: N 4, 8; 34, 127.


52; 14, 71. Gomorra: N 19, 69.
Diablo: P 2, 9 (8); 2, 10 (2); 2, 11;
12, 54 (4).55 (2).58; 13, 61.65; Habacuc: N 15, 52.
14, 71; 15, 74 (2); CA I, 5, Hebreos: CA II, 3, 10.
16.17.11, 4, 16; 9, 32. Hércules: N 16, 58.
Hijo de Dios: P 8, 39; 9, 42
Edades del mundo: P 3, 19-22. Hipócrates: N 25, 92.
Egipto: P 3, 14.16.22; 15, 75; CA Hombre: P 1, 2.5; 4, 24; 5, 28.29;
I, 4, 14; 9, 33.35.37.11, 2, 7; 11, 50; 12, 60; CA I, 3, 10;
4, 14.16; N 3, 6; 8, 24; 14, 48; II, 1, 6; 7, 25; 9, 27.32; 10,
33, 84. 34; N 4, 10; 10, 31.32; 24, 86.
Elias: P 3, 21; CA I, 2, 8.
Eliseo: P 3, 21. Iglesia: P 14, 72 (3); CA I, 5,
Enoch: P 3, 19.23. 19.11, 3, 12.
Enos: P 3, 19.23. India: P 3, 14.
Esaú: P 14, 72; CA I, 1, 4; 4, Isaac: P 3, 20; 10, 45; 14, 72; CA
12. 11, 6 , 20 I, 2, 6.7; 6, 23; 8, 29.11, 1, 6.
Espíritu Santo: CA II, 6, 20 (2). Isaías: P 5, 29; CA I, 10, 47.
Etíope: N 34, 127. Israel: P 8, 39; CA I, 5, 19; 6,
Etiopía: P 3, 14.16. 23.11, 2, 7; 3, 10; 4, 16.
Eufrates: P 3, 14.18.
Eva: P 2, 11; 3, 12; 4, 24; 6, 33.34 Jacob: P 3, 20; 10, 45; CA I, 1,
(2); 12, 56.58; 14, 72; CA I, 4; 4, 12; 6, 23.24; 8, 32; 9,
3, 10. 34.11, 6, 20.
Evangelio: N 5, 11; 8, 26; 13, 47; Jafet: N 2, 3.5; 28, 105; 30, 116;
17, 63; 19, 70; 21, 76. 32, 122; 33, 124.
Evila: P 3, 14. Jeremías: CA I, 9, 34.
Ezequiel: P 2, 9. Jerusalen: P 1, 4; CA I, 5, 16; 9,
34.11, 2, 7.
Fe: CA II, 2, 8; 9, 28. Jesucristo: P 3, 13.23; 15, 74; CA
Fenicia: N 23, 84. I, 3, 10.11, 1, 6.
Filón: P 4, 25. Jesús: P 8, 38 (2).39; 9, 45; 12, 58;
Fisón: P 3, 14.15.22. 14, 68; CA I, 5, 16 (2).II, 3,
Fotino: P 12, 58. 11; 4, 16 (3); 6, 20.
Jetró: CA I, 6, 24.
Ganges: P 3, 14. Job: P 2, 9; N 16, 58.
Gedeón: P 3, 21. Joñas: CA II, 8, 26.
Gelboé: CA II, 8, 26. José: P 2, 9; CA II, 6, 20; 8, 26;
Génesis: N 12, 41. N 17, 63.
Gentiles: N 15, 52. Juan Bautista: CA I, 4, 12.
Geón: P 3, 14.16. Juan: N 4, 9.
Indice de nombres y materias 383

Judas: P 2, 9; 8, 38.39; CA II, 4, Oración: CA I, 9, 35.37-39; II, 6,


16; 6, 21. 21 - 22 .
Judea: N 15, 54.
Judíos: P 8, 39; 13, 66; 14, 69.7; Pablo: P 1, 1; 4, 24; 5, 29; 6, 31;
N 8, 26; 13, 45; 19, 70. 9, 44; 10, 45; 11, 53 (2); 12,
Justicia: P 3, 22; N 1, 2; 12, 40. 54.55.60; 13, 66; 15, 74.76; N
Justos: CA II 3, 12; 9, 31; N 9, 13, 45.
30; 10, 35; 24, 87. Paraíso: P 1, 1-6; 3, 12.13.23; 4,
24.25; 11, 51-53.
Lamcc: CA II, 10, 38 (3). Pecado: P 2, 11; 8, 39; 15, 73; CA
Leví: CA II, 2, 7. II, 4, 15; N 10, 34; 22, 81.
Lia: CA II, 2, 7. Pedro: P 4, 24.
Líbano: CA I, 5, 16; N 15, 52. Placer: P 12, 54; 15, 73-74; CA I,
Lidia: P 3, 15. 4, 14
Platón: N 8, 24.
Mal: P 6, 34.
Malicia: N 18, 64. Quetura: CA I, 6, 23.
Mambré: CA 1, 8, 29.
María: CA I, 2, 5; N 17, 63. Rebeca: CA I, 1, 4.
Mente: P 2, 11; 3, 12; 11, 51; 12, Rodas: N 33, 124.
52; 15, 73; CA I, 6, 24; N 9, Roma: N 30, 115.
30; 11, 38; 13, 46; 16, 57; 23, Romanos: N 17, 60.
83.
Mesopotamia: P 3, 14. Sabelio: P 12, 58.
Misael: P 3, 21. Salomón: P 2, 6; 3, 13.21.22; 12,
Moisés: P 3, 21.22; CA I, 2, 7.8.9; 54; 13, 64; CA I, 4, 14; N 7,
6, 24; 8, 29; 9, 33; 10, 43.11, 27.
I, 4; 3, 10; 4, 13.14; N 8, 24; Samaría: P 6, 31; CA I, 3, 10.
13, 43.44.45; 25, 92. Samuel: P 3, 21.
Muerte: P 9, 43-45; 13, 61; CA Sansón: P 3, 21.
II, 10, 35. Sem: N 2, 3; 30, 115; 32, 120.
Sensibilidad: P 2, 11; 3, 12; 11,
Nilo: P 3, 14; N 14, 48. 51; 15, 73.
Noé: P 3, 19.23; N 1, 1.2; 3, 6; 4, Sentidos: N 12, 40; 15, 52; 17,61.
10; 5, 11; 6, 13; 11, 36;13, Serpiente: P 2, 7.9 (2 ).ll; 4, 25;
42.47; 14, 48; 15, 55; 16, 56.57; 6, 32; 12, 54 (3).55.56 (5).59
17, 60; 18, 64.66; 19, 68.70; 20, (3); 13, 61 (4); 14, 71; 15, 73
71.72; 21, 75; 22, 78; 24, 86; (6).74 (5).75.76.77.
28, 105.107; 30, 115.118.119; Setenta (los): P 5, 27.
32, 120.122; 33, 123. Símaco: P 5, 27.
Sinaí: N 13, 44.
Obediencia: P 6, 30.32; 8, 39. Sión: CA II, 2, 7.
Sócrates: N 8, 24. Tiro: P 2, 9.
Sodoma: CA II, 3, 11; N 29, 69.
Verbo: N 17, 59; 26, 99.
Testamento (Antiguo): P 3, 15; 8, Virtud: CA I, 4, 12.13; II, 2, 8;
38 (3); 15, 75. N 4, 10; 17, 64.
Testamento (Nuevo): P 3, 15; 8,
38 Zaqueo: CA I, 8, 31.11, 4, 16 (4);
Tigris: P 3, 14.17. N 27, 102.
ÍNDICE GENERAL

I N T R O D U C C I Ó N .............................................................. 5

I. I n tr o d u c c ió n g e n e r a l ........................................ 5
1. C r o n o lo g ía .............................................................. 6
2. F u e n t e s ...................................................................... 8
3. P e r v iv e n c ia .............................................................. 12
4. M é to d o h e rm e n é u tic o d e A m b ro s io 15
5. L a im p o rta n c ia de lo s n o m b re s ............. 18
6. L a a te n c ió n a lo s n ú m e ro s .......................... 19
7. L a d im e n sió n c ris to ló g ic a .......................... 20
8. L a p re se n te t r a d u c c ió n ................................... 23

II. El paraíso t e r r e n a l .............................................. 25


1. I n tr o d u c c ió n .......................................................... 25
2. D e sc rip c ió n d e la o b r a .................................. 26
3. R a sg o s c a ra c te rís tic o s d el D e p a r a d iso 40
4. C a r á c te r a p o lo g é tic o d e l D e p a r a d iso 41
5. L o s p e rso n a je s d e l d ra m a .......................... 42
6. E l t e x t o ..................................................................... 47

III. C aín y A bei............................................................... 48


1. D e sc rip c ió n d e la o b r a .................................. 48
2. In te rp re ta c ió n de la o b r a ............................ 56
3. E l t e x t o ..................................................................... 57
386 Indice general

IV. N o É ................................................................................................................ 58
1. T em a d e la o b r a ................................................................................ 58
2. M é t o d o ................................................................................................... 59
3. G é n e ro lit e r a r io ................................................................................ 60
4. C o n te n id o d e l D e N o e .............................................................. 61
5. L o s n ú m e ro s en el D e N o e ....................................................... 77
6. El t e x t o .................................................................................................. 83

B I B L I O G R A F Í A ................................................................................................ 85

A m bro sio de M ilán


EL P A R A ÍS O - C A ÍN Y A B E L - N O É

E L P A R A Í S O ........................................................................................................ 87

C A Í N Y A B E L ................................................................................................... 169
L ib r o I ............................................................................................................. 171
L ib r o I I ............................................................................................................. 219

N O É .............................................................................................................................. 259

ÍN D IC E S

Í n d ice b íb l ic o ........................................................................................................ 371


Í nd ice de n o m bres y m a t e r ia s .................................................................. 381

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