CROMACIO de AQUILEYA - Comentario Al Evangelio de Mateo

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Biblioteca de Patrística

CROMACIO
DE AQUILEYA
comentario al
evangelio de mateo

Ciudad Nueva
Cromado de Aquileya
COMENTARIO AL
EVANGELIO DE MATEO

La ciudad de Aquileya (Italia) y su obispo S.


C r o m a d o (340P-408?) son punto de
encuentro fundamental de hombres, tierras
y siglos. El nombre de Cromacio aparece
ligado al de otros importantes contemporá­
neos como Atanasio, Jerónimo, Rufino,
Ambrosio y Juan Crisóstomo.
E n un momento difícil para la Iglesia,
Cromacio fue ante todo un pastor celoso,
célebre por su caridad, y un arduo defensor
de la ortodoxia nicena ya desde el Concilio
de Aquileya (381), en el que participó sien­
do presbítero y colaborador de su obispo
Valeriano.

L a s obras que de él conservamos, los


Sermones y el Comentario al Evangelio de
Mateo (su producción epistolar no ha llega­
do hasta nosotros), no pretenden realizar un
desarrollo sistemático o innovador sobre el
contenido de la fe. Son, sin embargo, testi­
gos valiosos de la reflexión teológica del s.
IV cristiano y muestran la profunda cultura
bíblica y eclesial de su autor.
El Comentario al Evangelio de Mateo es
uno de los más extensos que nos ha llegado
sobre el primer evangelio. Abarca, con algu­
nas lagunas, desde el primer capítulo del
evangelio hasta el capítulo 18. Se ve influido
por autores como Hilario de Poitiers,
Ambrosio y, en menor medida, Cipriano,
Tertuliano, Jerónimo e incluso Ireneo de
Lyon. A lo largo de sus páginas, a pesar de
su interés marcadamente pastoral y espiri­
tual, no se puede dejar de observar el sólido
fundamento teológico con que trata algunos
temas principales de la doctrina católica.
Así, por ejemplo, Cristo, la salvación, el
misterio trinitario, la Virgen María, la Iglesia
o la vida cristiana.
La presente traducción es la primera edición
íntegra de la obra que se publica en lengua
castellana.
BIBLIOTECA DE PATRÍSTICA
58
Director de la colección
MARCELO MERINO RODRÍGUEZ
Cromacio de Aquileya

COMENTARIO AL
EVANGELIO DE MATEO
Introducción, traducción y notas de
José Granados, D C J M y Javier Nieva, D C J M

Ciudad Nueva
Madrid - Bogotá - Buenos Aires - México - Montevideo - Santiago
© J o s é Granados
Javier Nieva

© 2002, Editorial Ciudad Nueva


J o s é Picón 28 - 28028 Madrid

I S B N : 84-9715-021-X
Depósito Legal: M-35379-2002

Impreso en España - Printed in Spain

Preimpresión: M C F Textos. Madrid


Imprime: Artes Gráficas Cuesta. Madrid
Parentibus dilectis,
María Antonia (f) y Eduardo,
Pilar y Javier
SIGLAS Y ABREVIATURAS

CCL Corpus Christianorum series Latina (Turnhout)


CSEL Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum
(Wien)
BAC Biblioteca de Autores Cristianos (Madrid)
GCS Die griechischen christlichen Schriftsteller der ers-
ten drei Jahrhunderte (Leipzig)
PG Patrologia Graeca (Paris)
PL Patrologia Latina (Paris)
PLS Patrologiae Latinae Supplementum (Paris)
SC Sources Chrétiennes (Paris)
S. Sermón
Tr. Tratado
INTRODUCCIÓN

¿Quién fue Cromacio de Aquileya? Bastan dos pincela-


das para retratar la figura, tan poco conocida, de este obis-
po de la antigüedad cristiana. Primero su ciudad, Aquileya,
puesto fronterizo entre dos mundos: el Oriente y el Occi-
dente. Después, su tiempo, límite entre dos épocas, el final
del siglo IV y los comienzos del V, cuando el Imperio ro-
mano empezaba a sufrir las invasiones bárbaras.
Cromacio vivió pues en esta encrucijada de tierras y si-
glos. Con esto se define su misión: mediar y transmitir,
hacer de puente entre hombres de distintos pueblos y tiem-
pos. Fue su oficio de pastor el que le llevó a encontrarse en
este centro donde tanto confluía. Le vemos en contacto con
las grandes figuras del momento: Ambrosio y Jerónimo,
Juan Crisóstomo y Rufino. Nos lo encontramos luchando
incansable contra la herejía arriana, que marca la vida de la
Iglesia en el siglo IV. Lo sabemos sufriendo en su propia
carne la invasión de los bárbaros. Lo contemplamos ani-
mando el arte, la vida y la liturgia cristiana de una de las
principales sedes de Occidente...
En sintonía con el puesto estratégico de su ciudad, Cro-
macio unió a los hombres de su generación. No es sólo
anecdótica su labor reconciliadora entre Rufino de Aquile-
ya y Jerónimo. Ni que Juan Crisóstomo le pidiera ayuda
para solucionar su conflicto con el emperador. Cromacio era
considerado por todos hombre pacífico, experto en unidad
y reconciliación.
10 Introducción

En sintonía con la época que le tocó vivir, Cromacio


unió los siglos cristianos. Si él no descuella como escritor
prolífico, mucho le debemos por haber animado a Rufino a
traducir a Orígenes, y por la ayuda prestada a Jerónimo para
que llevara a cabo la versión latina de la Biblia, la Vulgata.
Además, las páginas de Cromacio nos conservan una sínte­
sis admirable, donde confluyen tanto la riqueza teológica de
su tiempo como otras tradiciones más antiguas, anteriores a
Nicea. Si no destaca Cromacio por lo que creó, supo muy
bien recoger y transmitir.
Por estos títulos bien merece atención su figura y su
obra. Examinaremos en primer lugar los datos que tenemos
sobre su vida. Después de analizar someramente el conjun­
to de su producción literaria, presentaremos el Comentario
al Evangelio de Mateo. Incluimos, por último, una biblio­
grafía actualizada sobre nuestro autor y sus obras.

I. TIEMPO Y VIDA DE CROMACIO DE AQUILEYA

1. L A IGLESIA Y EL IMPERIO ROMANO A FINALES DEL SIGLO IV

La definitiva libertad concedida a la Iglesia a principios


de siglo con el edicto de Milán (313) no significó, ni mucho
menos, el final de los peligros que la acechaban. En efecto,
casi contemporáneamente, la chispa de la polémica arriana
hizo brotar el fuego que incendió el Oriente y Occidente
cristianos a lo largo de todo el siglo. Sin embargo, el arria-
nismo que, a pesar de la definición de Nicea acerca de la
consubstancialidad del Hijo con el Padre, amenazaba con
imponerse, quedó extraordinariamente debilitado, sobre
todo en Occidente, cuando perdió el apoyo imperial tras la
muerte de Constancio (361).
El proceso de consolidación de la ortodoxia nicena se
reforzó con la llegada al trono de Teodosio: emperador de
Introducción 11

la pars Orientalis desde el 379 y con el control efectivo de


Occidente desde la muerte de Graciano en el 383. Con él
se inicia un periodo de equilibrada relación entre el estado
y la Iglesia, donde confluye la experiencia histórica de todo
1
el siglo I V . La Iglesia se ve favorecida por la política de un
emperador que pretende alcanzar la unidad religiosa del im-
perio como medio no desdeñable en el proyecto de unidad
política en un momento en el que la presión de los pueblos
bárbaros se hace más acuciante en las fronteras del imperio.
Por esto, la lucha contra el paganismo se ve reforzada, así
como los intentos de solucionar definitivamente las diver-
gencias en el seno de la Iglesia entre arrianos y católicos.
Por otra parte, todo el siglo IV, pero especialmente la
segunda mitad, supone para la Iglesia un momento funda-
mental en su organización y extensión en la sociedad. Las
nuevas condiciones de libertad y el apoyo prestado por al-
gunos emperadores ayudaron, sin duda, a este desarrollo
que, sin embargo, encuentra su causa última en la profun-
da vitalidad interior de los cristianos y en su esfuerzo pas-
toral y misionero. Al final de este proceso, en los últimos
años del s. IV, la Iglesia presenta ya muchas de las notas que
la caracterizarán a lo largo de su historia.
Así, durante la segunda mitad del siglo, que coincide prác-
ticamente con la vida de Cromacio, se van fijando los ritos y
textos litúrgicos fundamentales. El catecumenado alcanza su
mayor desarrollo, se completa el año litúrgico, se desarrolla
también el culto a los mártires y los santos y se afirma la pra-
xis catequética y homilética. El arte y la arquitectura se vie-
ron también favorecidos en esta época. Paralelamente, se lleva
a cabo un poderoso esfuerzo organizativo que alcanzó la con-
solidación de la estructura institucional diocesana y supra-

1. Cf. A A . W , / / Concilio di rio, Udine 1980, p. 9.


Aquileia del 381 nel XVI centena-
12 Introducción

diocesana y una diferenciación cada vez más clara entre los


2
diversos ordines dentro del pueblo cristiano .
Los cristianos, de ser una minoría marginal en la socie­
dad, pasan a ser una mayoría dominante en todos los aspec­
tos de la vida pública. Se impone, por tanto, un discernimiento
y un renovado impulso moral ante el creciente número de
adeptos, número que se ve favorecido por la situación ven­
tajosa de que goza el cristianismo en este momento.

2. L A CIUDAD DE AQUILEYA

La vida civil y eclesiástica de la que llegó a ser la terce­


ra ciudad más importante del Imperio Romano está estre­
chamente ligada a su situación estratégica, causa tanto de su
3
prosperidad como de su ruina . En efecto, la colonia mili­
tar de Aquileya fue fundada por Roma en el 181 a. C. para
vigilar a los istrianos, de nuevo sometidos, y poder detener
las posibles invasiones desde la zona Oriental y el conti­
nente. Beneficiada con numerosos privilegios, se convirtió
pronto en una importante ciudad portuaria, testigo de im­
portantes acontecimientos de la historia romana.
Precisamente la localización y la historia de Aquileya ex­
plican la importancia que, poco a poco, fue adquiriendo su
Iglesia dentro del antiguo Occidente cristiano. N o hay duda
que fue evangelizad^ bastante pronto, tal vez por mercade­
res cristianos que pasaban regularmente por ella haciendo la
ruta entre Oriente y Occidente y camino de los Alpes.
Según una tradición, de la que no nos ha llegado ningún
testimonio anterior al s. VIII, el origen de la Iglesia en Aqui-

2. Cf. Ibid., pp. 15-17. toire et de Géographie Ecclésiasti-


3. Cf. P. R I C H A R D , «Patriarcat ques, t. III, Paris 1924, 1112-1142.
d'Aquilée», en Dictionnaire d'His-
Introducción 13

leya se remontaría a la predicación del evangelista Marcos


4
hacia el año 42 .
El siglo IV es un tiempo de gran fecundidad en la vida
de la Iglesia de Aquileya, tanto en su vida interna como en
los dramáticos acontecimientos de la controversia antiarria-
na. Su obispo Benito (ca. 332-337) participó en el concilio
de Roma del 337 convocado por el papa Julio I contra los
arríanos. También su sucesor Fortunaciano (ca. 343-369)
tomó parte en un importante concilio antiarriano: Sárdica
(343) y estuvo ligado por lazos de amistad con Atanasio.
Precisamente en Aquileya Atanasio se encontró con el em-
perador Constante y celebró las fiestas pascuales del año
5
345, presidiendo las asambleas litúrgicas . Sin embargo, la
actitud de Fortunaciano se hizo con el tiempo más ambigua
respecto al arrianismo, hasta el punto de condenar, bajo las
amenazas del emperador Constancio, al mismo Atanasio en
el concilio de Milán (355).
Esta ambigüedad se disolvió completamente en tiempos
de su sucesor, Valeriano (368-388), firme defensor de la or-
todoxia. Justo a partir de este momento la Iglesia de Aqui-
leya se convierte en una de las más importantes del Occi-
dente. Se produce un florecimiento litúrgico y espiritual,
que encuentra una de sus manifestaciones principales en el
desarrollo de la vida cenobítica. También en el campo doc-
trinal tiene lugar una importante actividad de la que es tes-

4. Sobre una posible influen- fluencia de corrientes ligadas al


cia paulina cf. D . A. CAMPBELL, apóstol Juan: cf. G . TRETTEL, « L a
«Early Christianity in Aquileia, dottrina dello Spirito Santo nella
the Pauline possibilities», en Atti storia della Chiesa aquileiese dalle
del convegno su: Aquileia ed Ales- origini», en Memorie storiche Fo-
sandria: antiche radice cristiane. rogiuliesi 6 1 ( 1 9 8 1 ) pp. 2 3 - 4 9 .
Aquileia 15 dicembre 1996, Udine 5. ATANASIO, Apología ad
1 9 9 8 , pp. 2 3 - 5 8 ; Trettel, por su Constantium imperatorem, P G 2 5 ,
parte, ofrece la hipótesis de la in- 613.
14 Introducción

tigo, por ejemplo, el símbolo de Aquileya, que nos ha con-


servado Rufino, distinto de los de Roma y del Oriente.
Pero, sin duda, el acto más significativo de la lucha por
la ortodoxia fue el concilio de Aquileya del año 381 contra
los últimos brotes arríanos de Occidente: en él se condenó
6
y depuso a los obispos arríanos Secundiano y Paladio . Este
concilio, convocado por el emperador Graciano, y en el que
participaron 32 obispos, fue presidido por el obispo de
Aquileya, Valeriano. Sin embargo no hay duda que el pro-
tagonismo correspondió a Ambrosio, como se deduce de las
7
Actas del Concilio en el que, como veremos, Cromacio,
presbítero colaborador de Valeriano, participó e intervino.
Todo esto, sin embargo, no nos debe hacer pensar que,
en tiempos de Cromacio, los problemas de la Iglesia hu-
bieran desaparecido completamente y que ésta fuese la única
fuerza presente en la sociedad. Ciertamente Aquileya con-
taba todavía con numerosos paganos, existía una comuni-
dad hebrea vivaz y agresiva y en las zonas circundantes el
8
arrianismo todavía no había muerto .

3. L A FIGURA DE CROMACIO

Parece claro que Cromacio nació en la misma ciudad de


Aquileya, ciertamente en el seno de una familia ferviente-

6. Sobre el Concilio de Aqui- leia del 381, (Antichitá Altoadria-


leya cf. A. FLICHE, V. MARTIN, tiche 21), Udine 1981.
Historia de la Iglesia, vol. III, La 7. Cf. Gesta concilii Aqui-
Iglesia del Imperio, Valencia 1977, leiensis, P L 16, 955-979.
pp. 313-316; S. TAVANO, «Aquileia 8. Cf. CROMAZIO DI AQUI-
nei suoi antichi concili», en Studia LEIA, Commento al Vangelo di
pataviana 16 (1969) pp. 36-59; Matteo, traducción, introducción
A A . W . , / / Concilio di Aquileia y notas de Giulio Trettel, (Colla-
del 381 nel XVI centenario, Udine na di testi patristici 46), vol. 1,
1980; A A . W . , / / Concilio di Aqui- Roma 1984, p. 21.
Introducción 15

mente cristiana. Este dato nos viene atestiguado por una


carta que Jerónimo escribió a Cromacio, a su hermano Eu-
sebio y al archidiácono Joviano desde el desierto de Calcis
9
en torno al 375-376 . Gracias a esta carta sabemos que por
aquella fecha los dos hermanos, ambos clérigos, vivían junto
con su madre y hermanas, que estaban consagradas al Señor.
Respecto a la fecha de nacimiento, Lemarié la sitúa en
10
torno al 335-340 , ya que Cromacio tendría alrededor de
cuarenta años durante el concilio de Aquileya (381), en el que
se muestra como válido ayudante de su obispo Valeriano.
11
Es de suponer, como dice Cuscito , que en su juventud
recibió una educación cultural clásica en las escuelas de gra-
mática y retórica, aunque sus obras reflejan más bien un es-
tilo sencillo. Sin embargo, algunos datos nos permiten afir-
mar que su cultura teológica y eclesial no era en absoluto
vulgar: así lo deja ver la ya citada carta de Jerónimo, su pre-
sencia en el Concilio de Aquileya o el conocimiento de au-
tores eclesiásticos en los que se inspira a la hora de com-
poner su comentario al evangelio de Mateo. Por otra parte
Jerónimo, poco amigo de elogios, lo califica «el más sabio
12
de los obispos» . Finalmente, en la formación de Croma-
cio debió de jugar un papel fundamental el estudio de las
Escrituras, como ilustran tanto su tratado al Evangelio de
Mateo como los sermones.

9. J E R Ó N I M O , Ep. VII, PL (Sources Chrétiennes 154), Paris


22, 338-341; traducción española 1969, p. 45, nota 1.
en S. J E R Ó N I M O , Epistolario, tra- 11. CROMAZIO DI AQUILEIA,
ducción, introducciones y notas Catechesi al popólo. Sermoni, tra-
por Juan Bautista Valero, ( B A C ducción, introducción y notas de
530), Madrid 1993, pp. 95-99. Giuseppe Cuscito, (Collana di
10. CHROMACE D'AQUILÉE, testi patristici 20), Roma 1979, p.
Sermons, introducción, texto críti- 29.
co y notas de Joseph Lemarié, 12. J E R Ó N I M O , Praef. in li-
o.s.b., traducción de Henri Tardif, brum Paralipomenon, P L 28, 1323.
16 Introducción

Desconocemos la fecha de su ordenación sacerdotal. Lo


que sí sabemos, gracias a Rufino, es que era ya sacerdote en
torno al 369-370. Rufino lo recuerda al hablar de su pri-
mera estancia en Aquileya, donde fue bautizado en el 370,
13
cuando escribe su Apología , entre el 400 y el 402. Res-
pecto a los sacerdotes y a la comunidad cristiana de Aqui-
leya, es lícito suponer cómo el ejemplo de Atanasio había
producido un copioso fruto de vida espiritual. En efecto, a
partir del 339, durante su segundo destierro, Atanasio había
residido en Aquileya durante algunos meses en diversas oca-
siones y, como ya dijimos, en el 345 celebró allí la Pascua.
Los clérigos participaron de manera especial en el movi-
miento ascético que se suscitó con la visita de este predi-
cador del monacato oriental. Un indicio de semejante vida
espiritual nos lo da Jerónimo, cuando en el 374 o 378, es-
cribiendo sobre su propio paso por Aquileya comparaba a
14
sus clérigos con «un coro de bienaventurados» .
Hablábamos más arriba del Concilio de Aquileya del
año 381 contra los obispos Secundiano y Paladio y que cer-
tificó el final del peligro arriano en la parte occidental del
Imperio. Las Actas del Concilio nos han conservado dos in-
15
tervenciones de Cromacio . Este tuvo ocasión de observar
el uso de la dialéctica, las argucias y equívocos por parte de
los herejes a fin de rehuir la condenación. Más adelante, al
escribir su Comentario al Evangelio de Mateo, no dejará de
16
llamar la atención sobre tales artimañas .

13. RUFINO DE AQUILEYA, al Concilio di Aquileia del 3 8 1 » ,


Apología in Sanctum Hieronimum en A A . W . , Studi Forogiuliesi in
libri dúo, P L 2 1 , 5 4 3 . onore di C. G. Mor, Udine 1 9 8 4 ,
1 4 . J E R Ó N I M O , Chron., P L 2 7 , pp. 93-108.
c. 6 9 7 - 6 9 8 . 1 6 . Ya desde el prólogo C r o -
1 5 . Gesta concilii Aquileien- macio muestra una intención p o -
sis, P L 1 6 , 9 7 0 , 9 7 2 ; cf. G . TRET- lémica contra los herejes, tema
TEL, « I due interventi di Cromazio que impregna todo su comenta-
Introducción 17

Valeriano falleció el 26 de noviembre del 388. Croma-


cio, su colaborador de confianza, firme en la doctrina orto-
doxa y celoso sacerdote, era el más indicado para suceder-
le. Con toda probabilidad fue Ambrosio el que consagró
17
obispo a Cromacio . En efecto, sabemos por una carta del
18
mismo Ambrosio y por el testimonio de Paulino en su
19
Vita Sancti Ambrosii que éste se encontraba en Aquileya
al final del año 388. Fue ésta otra ocasión para estrechar los
lazos entre ambos, aunque de esta relación conservamos so-
lamente un breve testimonio: se trata de la respuesta que da
Ambrosio a una cuestión que Cromacio le había formula-
20
do acerca de la profecía de Balaam . Por otra parte, como
se puede ver en el Comentario al Evangelio de Mateo, Am-
brosio ejerció una gran influencia en Cromacio gracias a sus
21
escritos .
Como demuestran sus obras, Cromacio fue ante todo
pastor, y pastor entregado a su grey (con la que hubo de
sufrir duras pruebas) durante casi veinte años. Diversos son
los ámbitos que requirieron su atención. En primer lugar,
la liturgia, que en toda la zona ambrosiana en general y en
22
Aquileya en particular, tenía una importancia singular .

rio, pero especialmente los trata- 19. PAULINO, Vita Sancti Am-
dos 3 3 , 3 5 , 4 1 - 4 4 , 5 0 , 5 1 , 5 3 , 5 5 y brosii, P L 1 6 , 3 6 .
56. 20. AMBROSIO, Ep. XL, PL
1 7 . Sobre las características 16, 1155-1159.
de la ordenación episcopal y la te- 2 1 . Cf. Y. M. DUVAL, «Les re-
ología del episcopado en la época lations doctrinales entre Milán et
de Cromacio cf. C . TRUZZI, « L ' o r - Aquilée durant la seconde moitié
e
dinazione episcopale di Cromazio du I V siécle. Chromace d'Aquilée
di Aquileia nel suo contesto stori- et Ambroise de Milán», en Aqui-
co-culturale», en Cromathius Epis- leia e Milano, (Antichitá altoadria-
copus, (Antichitá Altoadriatiche tiche 4 ) , Udine 1 9 7 3 , p p . 1 8 9 - 2 1 0 .
3 4 ) , Udine 1 9 8 9 , pp. 2 7 - 4 4 . 2 2 . G . C U S C I T O , Cromazio di
18. AMBROSIO, Ep. XL, 8, P L Aquileia (388-408) e Veta sua,
16, 1104. Aquileia 1 9 8 0 , pp. 7 1 - 8 3 .
18 Introducción

Pero, sin duda, uno de los aspectos fundamentales del


episcopado de Cromacio y en el que reside, en gran parte,
el interés de su estudio, es el complejo de relaciones que
mantuvo con personajes eclesiásticos de primera magnitud.
Ya hemos hecho referencia a las que debieron de existir entre
Cromacio y Ambrosio. Le unieron lazos de amistad con
otras figuras de la Iglesia del momento, tanto en Aquileya
23
como fuera de ella . Finalmente, su nombre aparece tam-
bién ligado, de manera importante, a los de Rufino, Jeróni-
mo y Juan Crisóstomo, como veremos a continuación.
En efecto, animó a Jerónimo en su labor de traductor y
comentador de los libros de la Biblia y, junto con Eliodo-
ro, obispo de Altino, le ayudó económicamente. El mismo
Jerónimo no deja de recordar con gratitud este hecho en el
24
prólogo de su traducción a los escritos de Salomón . De la
misma manera, Jerónimo le dedicó a Cromacio sus traduc-
ciones de los libros de los Reyes y las Crónicas, del libro
de los Proverbios, del de Tobías (probablemente también el
de Judith) y sus comentarios al libro de Habacuc y Jonás.
Con respecto a Rufino, el influjo de Cromacio fue si-
milar. De él recibió el estímulo para dedicarse, en aquellos
tiempos difíciles, a la traducción de la Historia Eclesiástica
de Eusebio de Cesárea. Tiempos difíciles porque los pue-
blos bárbaros se hacían peligrosamente presentes en las
fronteras del decadente imperio, sembrando la incertidum-
25
bre sobre el futuro de la Iglesia y de la sociedad romana .
En efecto, Rufino se ocupó de esta traducción entre los años
402 y 403, justo después de la primera invasión de Alarico
(401). A esta obra añadió dos libros más, sobre los aconte-

2 3 . Cf. G . T R E T T E L , «Myste- ronymi in libros Salomonis, P L 2 8 ,


rium» e «Sacramentum» in S. Cro- 1241.
mazio, Trieste 1979, p. 18. 25. Cf. R U F I N O D E AQUILEYA,
2 4 . J E R Ó N I M O , Praefatio Hie- Historia ecclesiastica, P L 21, 461-462.
Introducción 19

cimientos posteriores al 324, año en que Eusebio acaba su


relato.
Por otra parte Cromacio insistió vivamente a Rufino
para que, aprovechando sus conocimientos lingüísticos, tra-
dujese obras del griego y comunicara así las riquezas teoló-
gicas de aquellos autores. Esta súplica de Cromacio nos es
conocida por la mención que de ella hace el mismo Rufino
en el prólogo a su traducción de ventiséis homilías de Orí-
26
genes sobre el libro de Josué . En este prólogo utiliza la
metáfora de la construcción del tabernáculo (cf. Ex 35ss), y
da a Cromacio el título de «Bezaleel de nuestra época»:
ambas imágenes podrían referirse quizás a la construcción
de la nueva basílica de Aquileya, en curso por aquellos años.
Y precisamente en torno a Orígenes se desató la polé-
mica que rompió la amistad entre Jerónimo y Rufino, cuan-
do este último publicó, hacia el 398, su traducción del De
principiis. En esta polémica Cromacio se vio obligado a ejer-
cer un importante papel de mediación, pues ambos conten-
dientes siempre confiaron en él. En efecto, Rufino pasó
junto a Cromacio los años 396-407 y Jerónimo jamás re-
prochó nada al obispo de Aquileya por esta hospitalidad.
Cromacio consiguió de Rufino que guardase silencio y se
refugiase en el estudio, actitud que, sin embargo, no siguió
27
Jerónimo, protestando de no poder hacerlo .
Más arriba hemos mencionado que el nombre de Cro-
macio aparece también ligado al de Juan Crisóstomo. La
ocasión vino cuando el obispo de Constantinopla, depues-
to de su sede (404), escribió a tres obispos de Occidente

2 6 . Cf. R U F I N O D E A Q U I L E Y A , como parece deducirse del prólo-


Prologus in omelias Origenis super go de Rufino, se debe a la volun-
Iesum Nave, P G 1 2 , c. 8 2 3 - 8 2 6 . tad de este último.
N o es posible determinar si la 2 7 . J E R Ó N I M O , Adversus Rufi-
elección de Orígenes respondiese num, P L 2 3 , 4 7 9 .
al deseo de Cromacio o, más bien,
20 Introducción

28
para exponerles su situación y pedirles su ayuda . Estos
obispos eran el papa Inocencio I de Roma, Venerio de Milán
y Cromacio de Aquileya, lo que nos da una idea de la im-
portancia que tanto Cromacio como la sede de Aquileya ju-
gaban en el panorama eclesial del momento. Cromacio es-
cribió una carta al emperador Honorio, carta que, junto con
la del papa Inocencio, éste envió a su hermano Arcadio. No
conservamos la carta de Cromacio, mas podemos hacernos
una idea de su contenido por la calurosa respuesta que Juan
29
Crisóstomo le envió en el año 406 . En ella hace mención
ante todo de la caridad de Cromacio: la fama de esta cari-
dad se ha extendido por todas partes. También Cromacio es
alabado por su modo de hablar, libre y valiente a un tiem-
po. Y se elogia por último su firmeza y su celo enérgico,
cualidades de las que también el Crisóstomo hizo gala.
No conocemos con certeza la fecha exacta de la muer-
te de Cromacio. Sin embargo, existen algunos datos que per-
miten situarla, con bastante probabilidad, al final del año
407 o principios del 408. En primer lugar, algunos testimo-
nios hablan de un pontificado de dieciocho años; otros, sin
embargo, dan la cifra de diecinueve. Además nos encontra-
mos con la carta, arriba citada, de Juan Crisóstomo, fecha-
da en el año 406. Finalmente, sabemos que Rufino se en-
contraba en Roma en el año 408. Es difícil imaginar que
éste hubiese abandonado a Cromacio en su ancianidad sa-
biendo la profunda amistad que existía entre ellos, enrique-
cida por el agradecimiento y la veneración que sentiría Ru-
fino por su maestro y protector. Es más lógico pensar que
la partida de Rufino de Aquileya hacia Roma tuvo lugar una
vez que el santo obispo había terminado su peregrinación
por este mundo.

28. PALADIO, Dialogus histo- 29. JUAN CRISÓSTOMO, Ep.


ricus, P G 47, 12. 155, P G 52, 702-703.
Introducción 21

II. P R O D U C C I Ó N LITERARIA DE CROMACIO

La actividad cíe Cromacio durante su ministerio episco-


pal fue eminentemente pastoral. De ahí que los pocos es-
critos que nos han llegado de él tengan esta finalidad y aun-
que, como ya dijimos, reflejan una amplia cultura eclesial,
no pretenden llevar a cabo un desarrollo reflexivo sobre el
contenido de la fe. N o podemos, sin embargo, minusvalo-
rar la síntesis teológica que estos presentan y que Croma-
cio conocía, testigo y trasmisor de la tradición católica.
Desgraciadamente no poseemos nada de su producción
epistolar que le mantuvo en relación con alguno de sus im-
portantes contemporáneos como Jerónimo o Ambrosio. Sí
han llegado hasta nosotros, aunque con diversas lagunas, sus
dos obras principales: una colección de homilías (45 en total,
de alguna de las cuales no conservamos más que breves frag-
mentos) y su Comentario al Evangelio de Mateo (61 trata-
dos más un amplio prólogo).
Las homilías, pronunciadas a lo largo del año litúrgico,
abarcarían un tiempo indefinido del episcopado de Croma-
cio. Muchas de ellas versan igualmente sobre el evangelio
de Mateo, preferido en las asambleas litúrgicas por su con-
tenido eclesiológico, pero también tratan de pasajes del An-
tiguo Testamento, de los Hechos, de las epístolas de Pablo
o los Salmos. Estas homilías fueron recogidas por algún
amanuense y reunidas en una obra que no presenta un par-
ticular orden lógico y que Cromacio usó, con toda proba-
bilidad, en su comentario evangélico.

III. EL COMENTARIO AL EVANGELIO DE MATEO

El Comentario al primer evangelio es sin duda la obra


principal de Cromacio. Se suele datar entre los años 398 y
408, teniendo en cuenta que Jerónimo no hace ninguna men-
22 Introducción

ción de este trabajo ni en su libro De viris illustribus (393) ni


en el prólogo a su Comentario sobre Mateo (398). Por tanto,
lo más probable es que sea posterior a sus homilías (con las
que tiene varios puntos de contacto), fruto maduro de su mi-
nisterio episcopal, interrumpido seguramente por la muerte (el
texto del Comentario acaba con el capítulo 18 del Evangelio).
Al poner por escrito su obra, Cromacio no pretende rea-
lizar un trabajo erudito de exégesis. Su motivación, que de-
termina profundamente el Comentario, es sobre todo de ca-
30
rácter práctico y pastoral . Pretende con ella ofrecer a sus
fieles el alimento de la palabra de Dios explicada y, en mu-
chos aspectos, actualizada. De esta manera trata de fortalecer-
los en los fundamentos de su fe y prevenirles contra los ata-
ques de los elementos hostiles: sean éstos paganos, judíos o
herejes. Particularmente pretende contestar a estos últimos, los
que mayor peligro entrañan, por el uso tendencioso que hacen
31
de la Escritura . Son las citas bíblicas las que dan el tono al
Comentario y definen sus líneas de desarrollo. Así Cromacio,
32
con esta obra, demuestra su familiaridad con el texto bíblico .
Al desarrollar su Comentario Cromacio bebe de fuen-
tes diversas. Tiene a su disposición el comentario a Mateo
33
de Hilario de Poitiers , así como el comentario de Am-
34
brosio al evangelio de Lucas . Encuentra también una fuen-

30. H e m o s traducido por Trettel en C R O M A Z I O DI A Q U I L E I A ,


«comentario» el latín «tractatus», Commento al Vangelo di Matteo
palabra que equivale a «homilía». 1, p. 12.
El término se usa también para de- 32. Basta indicar, a m o d o de
signar una obra de exégesis, un co- ejemplo, que el número de citas
mentario a la Escritura, pero que bíblicas asciende a 736, a las que
nace siempre con fines homiléti- hay que añadir las alusiones a pa-
cos. Cf. P. SINISCALCO, «Tracta- sajes, hechos o personajes bíblicos
tus», Diccionario Patrístico y de la que suman 254.
antigüedad cristiana, Salamanca 33. H I L A R I O D E POITIERS, In
1992, Vol. II, p. 2143. Mt (PL 9).
31. Cf. las observaciones de 34. AMBROSIO, In Le ( C C L 14).
Introducción 23

35
te de inspiración en Cipriano y Tertuliano . En menor me-
dida se refiere al comentario de Jerónimo al evangelio de
36
Mateo . Se ha visto también relación entre Cromacio e Ire-
37
neo de Lyon , y se ha afirmado la influencia de autores
38
muy antiguos, que enseñaron el milenarismo .
Dicho esto, veamos en primer lugar el estado del texto
que ha llegado hasta nosotros. Analizaremos luego algunos
aspectos del Comentario: método exegético y contenido teo-
lógico. Presentaremos por último nuestra traducción.

1. E L ESTADO DEL TEXTO

Ya hemos señalado cómo el Comentario de Cromacio al


primer evangelio no va más allá del capítulo 18. Además nos
encontramos con numerosas lagunas. Así, hasta Mt 7, 21-
23 (tratado 36, del que sólo se conservan unas líneas) el co-
mentario nos ha llegado completo. Falta, sin embargo, la
parte dedicada a Mt 7, 24-29. Disponemos del capítulo oc-
tavo de Mateo y la mayor parte del noveno, aunque a par-
tir del versículo 32 de este último capítulo se abre la pri-
mera gran laguna, que llega hasta Mt 12, 21.
A partir de este momento el texto se interrumpe en nu-
merosas ocasiones con vacíos de diversa entidad. Del capí-
tulo doce también nos falta el comentario a los versículos
33-37 y 43-45. De Mt 13 conservamos sólo el comentario a
la parte final del capítulo: versículos 36-43 y 53-58 y del ca-
pítulo 14 los versículos 22-33 (tratado 52). El tratado 53 re-

35. Sobre todo CIPRIANO, De 38. Cf. Spicilegium ad Chro-


dominica oratione ( C S E L 3) y matii Aquileiensis Opera, cura et
T E R T U L I A N O , De oratione ( C C L I ) . studio J . Lemarié & R. Etaix, C C L
36. JERÓNIMO, In Mt ( C C L 77). I X A Supplementum, Turnhout
37. A . O R B E , Teología de he- 1977, 635.
neo, vol. I , Madrid 1985, pp. 20s.
24 Introducción

coge el inicio del capítulo 15 de Mateo, comentado hasta el


versículo 16. En ese punto se abre otra importante laguna
que se extiende hasta Mt 16, 4 (versículo del que se ocupa
el tratado 54); tras éste, el siguiente texto evangélico del que
se ha conservado el comentario cromaciano es Mt 16, 28-
17, 9 (tratado 54 A). N o disponemos tampoco, al menos
por el momento, del comentario al capítulo 17 a partir del
versículo 10. El capítulo 18, a partir del que parece inte-
rrumpirse definitivamente la obra de Cromacio, se presen-
ta, por el contrario, bastante completo: falta sólo el tratado
relativo a los versículos 12-14.
A pesar de estas carencias, hasta hace algunas décadas
disponíamos de una parte mucho menor de la obra del obis-
po de Aquileya: se conocía con certeza la existencia de die-
ciocho tratados sobre el evangelio de Mateo y de diez ho-
milías, entre las que siempre destacó la dedicada a las
bienaventuranzas (en la actualidad la homilía número 41).
El paciente trabajo de Raymond Étaix y Joseph Lemarié
sacó a la luz, entre 1959 y 1965, 43 nuevos tratados que se
añadieron a los ya existentes y se editaron en un nuevo vo-
39
lumen del Corpus Christianorum, (vol. 9 A) en 1974 ; a
éstos se añadió, en 1977, un suplemento que contenía los
40
tratados 51 A (Mt 13, 53-58) y 54 A (Mt 16, 28-17, 9) .
Por último, en 1979 se encontró un nuevo tratado, el 50 A
41
(comentario a Mt 12, 38-42), publicado en 1981 . Estos des-
cubrimientos explican gran parte del interés que se ha des-
pertado en los últimos años por la persona y la obra de Cro-

39. Chromatii Aquileiensis 40. Spicilegium..., o. c. en no-


Opera, cura et studio J. Lemarié & ta 38.
R. Étaix, C C L IXA, Turnhout 1974. 41. R. ÉTAIX, « U n Tractatus
Para todo lo que sigue sobre la tra- in Mathaeum inédit de saint C h -
ducción manuscrita y el estado del romace d'Aquilée», en Revue Bé-
texto, cf. la introducción a este vo- nédictine 91 (1981) 225-230.
lumen del Corpus Christianorum.
Introducción 25

macio de Aquileya. Los hallazgos fueron posibles por el


modo en que los tratados han sido trasmitidos ya que, como
señalamos a continuación, gran parte de su obra se puso
bajo el nombre de otros autores o permaneció anónima.
En efecto, el Comentario al Evangelio de Mateo ha lle-
gado hasta nosotros a través de tres familias de manuscritos
autónomas entre sí. Sólo la primera se ha trasmitido bajo el
nombre del obispo de Aquileya. De ésta se tiene noticia por
tres manuscritos de los que conservamos solamente uno y
comprende desde Mt 5, 1 a Mt 6, 24. La segunda familia se
atribuía a Juan Crisóstomo y está representada principal-
mente por siete manuscritos que contienen el Comentario
desde el prólogo hasta casi la mitad del tratado 47. Final-
mente la tercera familia, constituida por documentos puestos
bajo el nombre de Jerónimo o que han permanecido anóni-
mos, está integrada por un grupo de homiliarios procedentes
en su mayoría del norte de Italia. En esta familia nos encon-
tramos con diversos tratados que abarcan desde el 20 al 59.

2. L A EXÉGESIS DE CROMACIO

Pocos entre los antiguos escribieron tanto sobre el pri-


mer evangelio como Cromacio. A lo largo de 61 tratados el
obispo de Aquileya comenta la Escritura con un método
que puede extrañar al lector moderno, poco acostumbrado
a la exégesis de los Padres. Para comprenderlo, bueno será
revisar sus presupuestos.
Digamos en primer lugar que Cromacio sigue la tradi-
ción alejandrina, de la cual es Orígenes el principal repre-
42
sentante . ¿Cuál es la diferencia fundamental que les dis-

42. Para lo que sigue, cf. M. Roma 1985, pp. 280-284.


SIMONETTI, Lettera e/o allegoria,
26 Introducción

tingue del otro modo de hacer exégesis, el de la tradición


antioquena? Mientras los antioquenos piensan que el senti-
do del texto es uno sólo, y que una vez determinado éste
no hay más que buscar, para los alejandrinos la riqueza ina-
barcable de la Palabra de Dios hace imposible que la exége-
sis se agote en una sola interpretación. De aquí la distinción
entre el sentido elemental del texto, y otro sentido espiri-
tual, interior, más profundo, que requiere el esfuerzo del in-
térprete, y al que usualmente se llega empleando la alegoría.
Podemos señalar pues un primer principio, que encon-
traremos en la exégesis de Cromacio: se trata de la existen-
cia de dos niveles distintos de lectura del texto, inmediato
43
el primero, espiritual e interior el segundo . Mientras el pri-
mero corresponde normalmente a la letra del texto, el se-
gundo requiere una investigación más profunda, que Cro-
macio persigue usando el método alegórico.
En cuanto al sentido literal, es característico de la exé-
gesis cristiana que el sentido superior, espiritual, no lo anule.
Orígenes, por ejemplo, se esfuerza en determinarlo con pre-
cisión, porque constituye la base para la interpretación es-
piritual. Cromacio empezará siempre exponiendo el sentido
literal del texto. Hay que decir que éste tiene ya muchas
veces un valor directamente espiritual, como ocurre por
ejemplo al leer el Sermón de la Montaña. Si el Señor llama
a sus apóstoles luz del mundo, la interpretación inmediata
debe ser espiritual, pues no tiene sentido entenderlo literal-
44
mente .

43. Para el sentido literal cundum allegoricam / mysticam /


Cromacio usa las expresiones: se- figuralem rationem...
cundum litteram, secundum sim- 44. Cf. tratado 19; para el resto
plicitatem litterae, simpliciter...; de esta introducción citaremos el
para el sentido espiritual la varie- Comentario de Cromacio dando
dad es mayor: ratio allegorica, directamente el número del tratado
ratio mystica, ratio spiritalis, se- y el apartado correspondiente.
Introducción 27

En el caso de que el Evangelio cuente un hecho de la


vida de Jesús, el sentido literal se atendrá a lo sucedido, lo
que no implica prescindir de la mirada de la fe. Por ejem-
plo, el sentido literal del milagro de la tempestad calmada
(la historia que se narra) nos enseña que Jesús es verdade-
ro hombre, porque duerme, y Dios verdadero, porque se
45
muestra capaz de acallar al viento . La interpretación lite-
ral incluye pues un provecho espiritual para el creyente.
Una vez expuesto el sentido literal se pasa al espiritual.
Para ello se recurre normalmente al procedimiento alegóri-
co, por el cual el sentido del texto se traslada para signifi-
car otra cosa. Tomemos un ejemplo de Cromacio. La túni-
ca de piel de camello que Juan Bautista llevó en el desierto
nos presenta en su sentido literal la pobreza con la que vivía.
Con el procedimiento alegórico puede decir Cromacio que
esta túnica es figura de la Iglesia, porque los pelos de ca-
mello son como los gentiles, de los que se ha formado la
46
Iglesia .
Nos interesan los presupuestos de este uso en Croma-
cio. Uno de los puntos principales lo constituye la lectura
de las realidades del Antiguo Testamento a la luz de Cris-
to, porque en El encuentran su plenitud. Es ésta una nove-
dad cristiana, cuyo fundamento nos da el mismo Evangelio:
Y comenzando por Moisés y continuando por todos los pro-
fetas, les explicó lo que había sobre El en todas las Escritu-
ras (Le 24, 27). Se verá por tanto en los personajes del An-
tiguo Testamento prefiguraciones de Cristo o de la Iglesia.
Así Josué, que para Cromacio tiene el mismo nombre que
47
Jesús, será prefiguración del Salvador .
Pero no sólo el Antiguo Testamento admite interpreta-
ción espiritual. También el Nuevo se abre a una lectura a la

45. Cf. 44, 5. 47. Cf., por ejemplo, 2, 4.


46. Cf. 9, 2.
28 Introducción

luz del misterio de Cristo y de la Iglesia, que aparece clara


en algunos pasajes y algo más velada en otros. La inteli-
gencia de las Escrituras figura por eso entre los dones que
48
se deben pedir a Dios .
A esto debemos añadir la convicción, característica tam-
bién de la tradición alejandrina, de que todo versículo de la
49
Escritura admite interpretación espiritual . Por consiguien-
te también los hechos narrados en el Nuevo Testamento, los
milagros y acciones de Jesús, deben entenderse más allá de
la letra, simbolizando otras realidades, en conexión siempre
con la salvación de Cristo. Así, un paralítico curado por el
50
Señor puede ser tipo del pueblo pagano . Y la tempestad
calmada por Jesús admite también una interpretación espi-
ritual: la nave es la Iglesia, y el Señor duerme porque per-
mite la persecución, auxilia cuando se le suplica, es confe-
51
sado como Hijo de Dios por sus fieles . En el fondo se
encuentra el deseo de actualizar la Escritura, haciéndola viva
en el tiempo presente. Los hechos que ocurrieron entonces
no se niegan, sino que se les da un alcance más amplio, al
ponerlos en conexión con toda la historia de la salvación y
con la situación presente del cristiano.
Para referirse a este sentido espiritual usará Cromacio
con preferencia dos palabras: «tipo» y «figura» (typus, fi-
gura), que podemos considerar sinónimos. Según lo que aca-
bamos de decir, estas palabras se usan en un doble sentido.
Por un lado definen un elemento del Antiguo Testamento
que adelanta algo del Nuevo, y que sólo en éste alcanza su
plenitud. Así, por ejemplo, Sansón y Jonás son figura de
Cristo; y los sacrificios de la antigua ley, figuras del sacri-

48. Cf. 33, 4. ritual...»


49. Cf., por ejemplo: 1, 5: « Y 50. Cf. 44, 4.
para que no parezca que se deja 51. Cf. 42, 5.
algo aparte sin interpretación espi-
Introducción 29

ficio de Cristo en su Pasión. Por otro lado estas palabras se


pueden usar en la interpretación espiritual para decir que un
personaje, sea del Antiguo o Nuevo Testamento, simboliza
una realidad en conexión con la historia de la salvación.
Puede ser simplemente que un personaje represente a todo
un grupo por ser miembro (por ejemplo un escriba es typus
52
de todos los fariseos y doctores de la ley ), o por simboli-
zar su condición espiritual (así el paralítico que ponen de-
53
lante de Jesús es typus del pueblo de los gentiles ). Otros
ejemplos: la suegra de Pedro, curada por Jesús, es figura de
54
la Sinagoga ; los dos ciegos, figura del pueblo de Israel, di-
55
vidido en dos reinos .
Hemos puesto así las bases para entender la exégesis de
Cromacio. Digamos en fin que, también de acuerdo con la
tradición alejandrina, Cromacio afirma que el sentido espi-
56
ritual es múltiple . Por eso serán aceptables interpretacio-
nes diversas siempre que se encuentren de acuerdo con el
sentir de la fe. Esto no quiere decir arbitrariedad. Hay in-
terpretaciones alegóricas que no son posibles, como por
ejemplo, ver en los dos ciegos que curó Jesús al pueblo de
Israel y al pueblo de los gentiles. La razón: el pueblo de los
gentiles no podía llamar a Cristo «hijo de David» antes de
su venida. Otras veces se ha de preferir una interpretación
a otras como más plena, porque es más capaz de explicar
todos los elementos del texto. Así por ejemplo la explica-
ción del adversario con el que hay que ponerse de acuerdo
57
mientras vamos de camino .
Señalemos también una peculiaridad de Cromacio. Nor-
malmente la aplicación espiritual de un texto tiene una doble
vertiente, según se refiera al hombre individual y su salva-

52. Cf. 41, 10. 55. Cf. 48, 2.


53. Cf. 39, 2. 56. Cf., por ejemplo, 19, V, 2.
54. Cf. 40, 2. 57. Cf. el tratado 22.
30 Introducción

ción, o a la historia global de la salvación aplicada a la Igle-


sia. Pues bien, Cromacio prefiere esta segunda, poniendo de
relieve casi siempre los elementos comunitarios.
Puede ser interesante repasar estos presupuestos según
los expone el mismo Cromacio en el prólogo al Comenta-
rio. Allí se dice cómo, detrás de la variedad de los cuatro
evangelios, se encuentra la unidad plena. Se puede hablar de
un solo Evangelio porque uno solo es el sentir de la fe de
los cuatro evangelistas, un solo Espíritu templó la pluma de
cada uno, y los cuatro nos dan el rostro completo de Jesús.
Es de resaltar la importancia del Espíritu en la redacción de
las Escrituras. Casi siempre se usa la fórmula: «dijo el Es-
píritu por medio del profeta».
Capital es también la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento. O, más en general, entre la ley antigua dada a
58
Moisés, y el Evangelio dado por Cristo . Cromacio insiste
en la unidad de ambos. Es el mismo legislador, el Hijo de
Dios, quien da ambas leyes. Pues no fue Moisés quien dio
la ley antigua, sino que la recibió a su vez para darla. El
mismo que dio la ley a Moisés en el Sinaí es quien da las
bienaventuranzas y mandatos nuevos en el monte de los Oli-
vos, lugar donde Cromacio sitúa la escena. Por eso será ne-
cesario mostrar siempre que lo dicho en el Nuevo Testa-
mento estaba ya prefigurado en el Antiguo, pues «ni lo
nuevo sin lo antiguo se puede mantener en pie, ni lo anti-
59
guo sin lo nuevo pudo tener firmeza alguna» . Esta misma
valoración positiva de la ley antigua la encontramos al de-
cirnos Cromacio que algunos personajes anteriores a Cristo
60
vivieron ya según el Evangelio (por ejemplo el rey David ).
Esto no elimina la superioridad del Evangelio sobre la
ley. Se trata de llevar ésta a plenitud, pues Cristo añadió

58. Cf. sobre todo el tratado 59. Cf. Prólogo, 3.


20. 60. Cf. 32, 8.
Introducción 31

algo, como un complemento, a los mandatos de la ley, yendo


más allá (por ejemplo al prohibir, no sólo el adulterio, sino
también el deseo pecaminoso; no sólo el asesinato, sino tam-
bién la ira). Además en el Evangelio se cumplen todas las
profecías del Antiguo Testamento y se llevan a plenitud los
sacrificios de la antigua ley. La ley nueva es la ley de la gra-
cia, mientras la antigua lo es de la severidad. La antigua se
daba a un pueblo inexperto, ésta nueva al pueblo perfecto
de la Iglesia.
Nada de extraño, pues, que el Comentario cite constan-
temente el Antiguo Testamento. Lo hace con profusión.
Unas citas atraen a otras, por invocar una palabra o asunto
determinado. A veces, la repetición de una cita después de
otra sigue un patrón fijo, lo que hace pensar que tal vez el
obispo de Aquileya tenía a su disposición una tabla de tes-
61
timonios que ordenaba por temas los distintos pasajes . En
todo caso Cromacio da pruebas de un amplio conocimien-
to de la Escritura. Por sus citas de la Biblia el Comentario
es comparable al de Ambrosio sobre Lucas o al de Jeróni-
mo sobre Mateo.

3. CONTENIDO TEOLÓGICO DEL COMENTARIO

Cromacio fue un pastor preocupado por su grey. Se de-


cidió a escribir sólo al final de su vida, y vemos en él una
tendencia continua a buscar el provecho del pueblo fiel. N o
encontraremos, pues, grandes especulaciones; y sin embar-
go sus páginas conservan gran valor teológico. Es que Cro-

61. Cf. R. FABRIS, « I I método gía della chiesa lócale. Studi in


esegetico di Cromazio di Aquileia onore di P. Bertolla e A. Moretti,
nei Tractatus in Matthaeum», en Brescia 1983, pp. 93-117.
AA. W . , Varietas indivisa. Teolo-
32 Introducción

macio ha sabido recoger múltiples tradiciones, formular con


precisión la fe, combatir con fórmulas acertadas la herejía.

El misterio celeste

El panorama teológico de Cromacio se encuadra en estas


62
dos palabras: misterio y sacramento . Con ellas se dice que
todo parte de Dios. Misterio no es aquí lo incomprensible
por ser oscuro. Se alude más bien al plan que Dios guarda
desde siempre dentro de sí, plan que consiste en la salva-
ción del mundo. Este misterio, que estaba oculto, se ha ma-
nifestado ahora en Cristo, y se ha abierto así una puerta
para que el hombre se acerque a Dios. Por eso hablará Cro-
macio del misterio de la divinidad y la carne de Cristo, del
misterio de la pasión y la resurrección del Señor. El miste-
rio es siempre salvador.
Para describir esto mismo usa también Cromacio otra
palabra: sacramento. Se trata prácticamente de un sinónimo,
pero con él se hace más hincapié en las realizaciones con-
cretas del misterio en la historia. Igual que del misterio, ha-
blará también Cromacio del sacramento del cuerpo que
Cristo asumió, del sacramento de la pasión del Señor o de
su resurrección.
El término sacramento añade además una mirada al tiem-
po anterior a Cristo, y al tiempo de la Iglesia. Por un lado
sirve para designar las prefiguraciones del Nuevo Testa-
mento en el Antiguo. Todo lo que en el antiguo pacto pre-
figuraba la realidad futura, la salvación que vendría con
Cristo, puede llamarse «sacramento de la verdad venidera».

62. Para lo que sigue cf. las to al Vangelo di Matteo 1, pp. 19-
observaciones de G . T R E T T E L en 21, y también I D . , Mysterium...,
C R O M A Z I O DI A Q U I L E I A , Commen- o. c.
Introducción 33

Por otro lado se llama también sacramento al bautismo, a


la eucaristía y a toda la celebración litúrgica. El misterio sal-
vador se hace presente para los cristianos en la Iglesia.
Así el sacramento atraviesa toda la historia de la salva-
ción. Comenzando en el Antiguo Testamento alcanza en
Cristo su plenitud para continuar prolongándose en la vida
de la Iglesia. El sacramento hace presente en el tiempo los
designios eternos y misericordiosos de Dios. Misericordio-
sos, porque este misterio o sacramento tiene como nota con-
creta el abajarse de Dios a los hombres, su condescenden-
cia con ellos, que Cromacio llama dignatio.

Uno solo es Jesús, Verbo y carne, Hijo de Dios e Hijo


del hombre

Cristo es el centro del misterio de Dios. A Él se refie-


re principalmente el sacramento de nuestra salvación, que
es, como hemos visto, sacramento del cuerpo asumido, de
la cruz y de la resurrección del Señor.
A la hora de acercarse a la figura de Cristo Cromacio
insistirá con fuerza en su divinidad. No es de extrañar esta
acentuación en el contexto arriano en que vive el obispo de
Aquileya, que además destacó como uno de los grandes lu-
chadores contra esta herejía. Sus fórmulas son claras. Se trata
del Hijo consustancial al Padre, hijo no por adopción o cre-
ación, sino por ser de su misma estirpe, conservando la ver-
63
dad de la naturaleza . Esta divinidad se muestra en los mi-
lagros que realizó, en su poder para perdonar los pecados
o sanar las heridas del alma, en el signo prodigioso de la es-
trella que acompañó su nacimiento... Como argumento para
defender esta divinidad insiste Cromacio en que negársela

63. Ver, por ejemplo, las fórmulas de 54A, 6.


34 Introducción

al Hijo es arrebatársela también al Padre, pues se destruye


64
el nombre del Padre al negar el del Hijo .
Por otro lado afirma Cromacio con la misma claridad la
humanidad de Cristo. El Hijo ha tomado un cuerpo, se ha
hecho carne. Cromacio se preocupa de precisar que también
65
tomó un alma humana , contra las ideas difundidas por los
apolinaristas, que negaban que el Verbo hubiera asumido
también un alma humana. El argumento que da Cromacio
es común a los Padres: asumió todo lo humano porque tenía
que salvar al hombre entero, cuerpo y alma. Siendo esto así,
es también verdad que en la encarnación el cuerpo adquie-
re una importancia especial para Cromacio. ¿A qué se debe?
La respuesta última la encontramos en que sólo el cuerpo
puede padecer, sólo él puede morir y ofrecerse en sacrificio
para salvar al hombre. Gracias al cuerpo es posible atribuir
al alma y al Verbo este sufrimiento del cuerpo, de forma
que se puede decir con el Apóstol: han crucificado al Señor
66
de la gloria .
Estas dos afirmaciones, la divinidad y la humanidad, se
conjugan cuando Cromacio habla de los dos nacimientos de
67
Cristo, que corresponden a sus dos naturalezas . Un naci-
miento eterno, de Dios; un nacimiento temporal, de la Vir-
gen. También este segundo procede del Padre, pues el Padre
es quien ha enviado al Hijo.

Por nuestra salvación

Todo lo que hizo el Hijo de Dios lo obró por nuestra


salvación. Uno nació por todos, dice Cromacio. Y también

64. Cf. 50, 3. 67. Cf. 1, 4; 2, 1; 2, 4; 2, 6;


65. Cf. 7, 1. 54A, 7.
66. Cf. 38, 4.
Introducción 35

en el Bautismo fue bautizado para salvarnos; y tentado por


nosotros en el desierto. Esto lo hizo Cristo el primero de
todos, como quien da ejemplo de lo que debemos hacer.
Pero no sólo. También lo hizo para que nosotros nos hi­
ciéramos hijos, para que las aguas del Bautismo nos pudie­
68
ran santificar, una vez que habían tocado su cuerpo .
Al describir la obra redentora de Cristo, vemos que la
encarnación tiene un papel preponderante. Cristo debía
llegar hasta la muerte para salvar al hombre de la muerte,
y esto le era posible por tener un cuerpo. Las imágenes
del demonio, que muerde el cebo de la carne y tropieza
69
con el anzuelo de la divinidad ; o de la ballena (la muer­
te) que, devorando la carne de Cristo, como a otro Jonás,
no puede digerir a quien es la Vida y lo vomita junto a
70
todos los demás hombres que antes tragó , sirven para ex­
presar esto. Por ser Jesucristo uno y el mismo, el que nació
de la Virgen y del Padre, el diablo no puede morder la
carne sin tropezar con el mismo Dios. La muerte no puede
engullir un cuerpo sin tragarse a la Vida misma, incapaz
de morir.
Digamos de pasada que esta insistencia en la carne apa­
rece en la concepción del hombre que tiene Cromacio. En
algunas de sus expresiones se ve cuánta importancia le con­
cede. El cuerpo de los incrédulos es incapaz de producir
71
fruto bueno; no así el cuerpo de los santos . Estos pose­
72
erán la tierra, es decir la tierra de su cuerpo glorificado .
La carne conserva el significado negativo de oposición al

68. Cf, 12, I, 4. para Cromacio, que vuelve repeti­


69. Cf. 14, 5. das veces sobre esta historia bíbli­
70. Cf. 54, 3. El suelo de la ca, símbolo de la muerte y resu­
Basílica de Aquileya está decorado rrección de Cristo.
con un grandioso mosaico que re­ 71. Cf-, por ejemplo, 35, 8.
presenta la historia de Jonás. Sin 72. Cf. 17, IV, 4.
duda sería fuente de inspiración
36 Introducción

Espíritu, pero puede hacerse durante la vida compañera,


socia del Espíritu. Si ocurre esto, como a un amigo que
camina a su lado, la levantará el Espíritu en la resurrec-
73
ción final .
Todo se concentra alrededor de la idea de sacrificio, y
gira por tanto en torno a la muerte de Cristo. Cruz y en-
carnación son los dos polos. La cruz es redentora por el
misterio de la unión de Dios y hombre. La encarnación se
orienta a la muerte en cruz. Así, la cruz se hace medicina
para el hombre enfermo, ligada a la imagen de Cristo mé-
dico, habitual en el Comentario. La cruz es también el can-
delabro desde donde brilla Cristo como hombre y como
Dios, ya que por la predicación evangélica se hace ver la di-
vinidad de quien murió como hombre.Y no queremos dejar
de recoger una frase en que Cromacio alude de esta forma
a la redención del hombre: volver a formar en él la imagen
74
de Cristo .
Como vemos, Cromacio conoce los grandes temas de la
cristología. La encarnación (en cuerpo y alma), la redención
como motivo de la asunción de todo el hombre, el sacrifi-
cio expiador del Hijo de Dios, su preexistencia, su igualdad
con el Padre. Cromacio se muestra capaz de recoger en sín-
tesis los diversos acentos cristológicos de su entorno, ma-
nifestándose defensor de la ortodoxia, buen pastor, ojo del
cuerpo de la Iglesia capaz de iluminar a todos sus miem-
75
bros .

73. Cf. 22, III. abordados en parte en el Comen-


74. Cf. 17, II, 5. tario, en parte en los Sermones. U n
75. Dicho esto, hemos de su- ejemplo de lo que decimos puede
brayar que uno de los puntos más encontrarse en su exposición del
interesantes de la cristología de nacimiento del Señor, del Bautis-
Cromacio reside tal vez en un es- mo, de las tentaciones, de la A s -
tudio detallado de los diversos censión...
misterios de la vida de Cristo,
Introducción 37

La Trinidad perfecta

Pocas líneas dedica Cromacio expresamente al misterio


76
de la Trinidad . Son importantes las escenas del Bautismo,
donde se escucha la voz del Padre y el Espíritu desciende
como una paloma; y la Transfiguración, donde el Padre re-
pite la misma palabra: Este es mi Hijo amado.
Al defender el dogma trinitario se opone Cromacio por
un lado a Sabelio, que confunde al Padre con el Hijo, di-
ciendo que el Padre nació de la Virgen. La unidad total entre
ambos no debe hacer que se difumine el misterio de la Tri-
nidad en una unión sin distinciones: no es lo mismo «uni-
77
dad» que «unión» .
78
Por otro lado, Cromacio rebate a Arrio , que quería al
Hijo inferior al Padre, creatura en vez de creador. El Hijo es
de la misma naturaleza que el Padre, no procede de otro sino
de El. Para mostrar esta igualdad señala Cromacio que negar
al Hijo la divinidad es negársela al Padre, pues se destruye así
la verdad del nombre paterno. Es interesante el comentario al
texto de Mateo en que se dice: El Hijo del hombre no tiene
dónde reclinar la cabeza. No tiene dónde, porque la gente no
reconoce al Padre en la predicación del Hijo, y así el Hijo no
puede reposar en ningún sitio su cabeza, que es el Padre. Es
79
decir, el Hijo viene a traer el conocimiento del Padre .
En un momento sugiere Cromacio que la revelación co-
mienza con el conocimiento de Dios Padre creador y pasa
80
luego más adelante: al Hijo y al Espíritu . Pero esto no
quita que el Hijo y el Espíritu no actuasen ya en el Anti-
guo Testamento. Al menos una vez parece referirse Cro-

76. Para la doctrina sobre la 78. Cf. 35, 3.4; 50, 3.


Trinidad ver, por ejemplo, los tra- 79. Cf. 41, 3.
tados 13 y 54A. 80. Cf. 25, III, 2.
77. Cf. 35, 4.
38 Introducción

macio a que el Hijo es la luz visible que proviene de la luz


81
invisible, el Padre . Pero normalmente la visibilidad del
Hijo se refiere a la encarnación. La acción del Hijo en el
Antiguo Testamento aparece sobre todo en la entrega de la
ley. Fue el Hijo de Dios quien entregó a Moisés la ley, y
esto porque El mismo promulga en el monte de los Olivos
82
la ley nueva, las Bienaventuranzas .
Por otro lado, del Espíritu se dice que no procede de
83
otro sino de Dios . Es el Espíritu que habló por los pro­
84
fetas y que inspiró las Escrituras . El habita en el alma del
85
creyente, que se hace rico con su posesión . Al Espíritu está
86 87
asociada la gracia . Es El quien ilumina a la Iglesia .

María, la virgen evangélica

María es para Cromacio la virgen evangélica capaz de


88
contener a Dios . Su actuación es clave, pues garantiza la
verdad de la encarnación: el Hijo de Dios nació de una vir­
gen. Cromacio hace resaltar esto al hablar de los dos naci­
mientos, uno del Padre, otro de la Virgen, por los que Cris­
to es Dios y hombre.
A su vez, María está relacionada con el misterio de la
Redención. Cromacio conoce el paralelismo Eva - María,

81. Cf. 1 5 , 1 . Trieste 1 9 9 1 ; también A . Q U A C -


82. Cf. 1 7 , I. QUARELLI, « L a Vergine Maria
8 3 . Cf. 5 0 , 3 . nella esegesi di C r o m a z i o » , en
84. Cf. Prólogo, 6. Sergio Felici (dir.), La mariologia
8 5 . Cf. 1 7 , II, 6; 1 1 , 2 . nella cathechesi dei Padri (etá
8 6 . Cf. 4 6 , 5 . postnicena): convegno e aggioma-
8 7 . Cf. 1 9 , IV, 5 . mento, Facolta di lettere cristiane
8 8 . Cf. 3 , 1 . Sobre el papel de e classiche (Pontificium Institu-
la Virgen María en el pensamien­ tum Altioris Latinitatis), Roma
to de C r o m a c i o , cf. G. TRETTEL, 10-11 marzo 13, R o m a 1 9 9 1 , 1 0 9 -
La Vergine María in S. Cromazio, 116.
Introducción 39

89
por un lado; Adán - Cristo, por otro . Así María pertene-
ce a este misterio de la Redención en el que se vence al dia-
blo usando sus propias armas. Además María es de familia
sacerdotal, manifestando así que Jesús vino a dar plenitud a
90
todos los sacrificios de la ley .
María es virgen, no sólo antes del parto, sino siempre. En
este misterio insiste Cromacio, considerando la virginidad algo
necesario por la cercanía de Dios en que vivió la Virgen, por
haber visto de cerca su gloria. Precedente suyo es otra María,
la hermana de Moisés. Esta era considerada ya antes de Cro-
macio la primera de las vírgenes. Si la virginidad le siguió a
ella naturalmente tras contemplar los prodigios de Dios con
91
su pueblo, cuánto más a María, que le llevó en su seno .

La Iglesia

Como pastor, Cromacio gusta de profundizar en el mis-


terio de la Iglesia. Esta es, por un lado, el nuevo pueblo,
heredero de Israel. A la ceguera de los judíos que, como
Herodes, rechazaron a Cristo, se contrapone la apertura del
92
pueblo de los gentiles . Este vivía antes dedicado al culto
de los ídolos, endurecido el corazón como las mismas pie-
93
dras que adoraban . Aunque algunos de ellos, por la justi-
94
cia natural, practicaban ya la ley sin conocerla . Y cuando
llegó Cristo, muchos le reconocieron como los magos y le
95
confesaron Señor .
Los judíos, por su parte, eran el pueblo que Dios se es-
cogió, pueblo primitivo que necesitó la dureza de la ley para

89. Cf. 2, 5; también el para- 92. Cf. 39, 2 y passim.


lelismo Eva - María, Adán - José 93. Cf. 10, 3.
en 2, 3. 94. Cf. 9, 2; 32, 5.
90. Cf. 1, 5; 2, 5. 95. Cf. los tratados 4 y 5.
91. Cf. 3, 1.
40 Introducción

instruirse; pueblo que gozó de la predicación profética, de


hombres que vieron ya con antelación la verdad que había
96
de llegar en Cristo . Así, muchos de los judíos, como
David, vivieron ya según el Evangelio antes de su llegada.
No todo fue rechazo entre ellos. De hecho, fueron los pri-
97
meros llamados a la Iglesia, por la predicación de Pedro .
De estos dos pueblos, judíos y gentiles, se ha formado
el nuevo pueblo de la Iglesia. También la primera vocación
de los gentiles se debe a Pedro, en el episodio del centurión
Cornelio. En esta Iglesia se conserva la paz y caridad fra-
terna. Sólo los herejes la rompen, y su suerte será peor que
la de judíos y gentiles, pues han pervertido la fe en Cristo
después de conocerlo.
La Iglesia es también el Cuerpo de Cristo. Esta expre-
sión se utiliza referida al Señor, a la Iglesia y a la Euca-
ristía (el pan del Cuerpo del Señor). Cromacio entiende la
Iglesia como un cuerpo con diversos miembros, entre los
que descuella el obispo junto con los presbíteros y diáco-
nos. Los presbíteros hacen el papel de las manos, el de los
pies los diáconos, y el obispo es el ojo. Este debe ilumi-
nar a todo el cuerpo. Si escandaliza, más vale arrancarlo
para salvar el cuerpo. Si con su doctrina sana y su hones-
to comportamiento ilumina al Cuerpo, grande será la luz
98
para todos .
Otras formas de presentar la Iglesia no le faltan a Cro-
99
macio. La Iglesia es también madre , y merece ser llamada
100
hija . Ella es la barca de Pedro que avanza entre las tem-
pestades de este mundo, las persecuciones, en las que a veces
101
parece dormir el Señor . Pero los gritos de los santos le
despertarán para que ponga los vientos en calma, y enton-

96. Cf. 17, I. 99. Cf. 55, 2; 58, 3.


97. Cf. 47, 6. 100. Cf. 47, 6.
98. Cf. 23, III; 56, 3.4. 101. Cf. 42, 5.
Introducción 41

ees se le adorará en la Iglesia, y se le confesará como Hijo


de Dios, como antaño en la barca de Pedro.

Vida cristiana

Sabemos que en Aquileya floreció la vida monástica.


Hombres que vivían retirados a la búsqueda de un ideal de
perfección, del que el mismo Cromacio fue promotor y par-
tícipe. N o extraña pues que en sus escritos salga a la luz
este cuadro del Evangelio vivido en plenitud. De la vida cris-
tiana, el maestro es Cristo. El quiere en nosotros toda per-
fección. Así los mandamientos dados por Jesús en el Monte
102
llevan a plenitud la antigua ley .
Cromacio pone ante nuestros ojos el ideal de la vida ce-
leste, próxima a la que llevan los ángeles. Vida de pobreza,
en que el desprecio de los bienes de este mundo nos atesora
riquezas en el cielo. Vida de caridad, en que no se paran mien-
tes a la hora de perdonar al hermano y de buscar la unión
fraterna. Vida de fe hasta dar la vida y soportar con pacien-
cia la persecución. El ideal está en la figura de los apóstoles,
103
y en la llamada al martirio, ofrenda perfecta de la Iglesia .
Con esto hemos bosquejado algunas líneas del conteni-
do teológico del Comentario, a sabiendas que dejamos tal
vez lo más interesante en el tintero. Parte de la riqueza de
Cromacio se encuentra en las tradiciones antiguas a que da
acogida, que exigirían un estudio detallado, más allá del al-
cance de esta introducción. Queda por analizar también la
104
influencia de Cromacio en autores posteriores . Otros as-

102. Cf. el tratado 17. sería interesante estudiar la influen-


103. Cf. por ejemplo 17, VII; cia de Cromacio sobre León Magno
21, III; 25, IV; 26, I.II; 28, III; 33, y el concilio de Calcedonia. Cf.
1.2; 59, 1. CROMAZIO DI AQUILEIA, Commen-
104. Trettel ha señalado que to al Vangelo di Matteo 1, p. 24.
42 Introducción

pectos pueden profundizarse con provecho: su escatología,


su concepción de la historia, su antropología...

4. NUESTRA TRADUCCIÓN

El texto usado para esta traducción es el establecido por


105
R. Etaix y J . Lemarié para el Corpus Christianorum . De
esta edición nos servimos también para gran parte de las re-
ferencias bíblicas y patrísticas. N o tenemos noticia de que
existan traducciones anteriores a la nuestra en lengua caste-
106
llana .
Para comodidad del lector hemos completado el texto
del evangelio de Mateo citado casi siempre al inicio de cada
Tratado, eliminando las palabras et reliqua usque (y lo res-
tante hasta) que usualmente da el manuscrito. El texto aña-
dido va entre corchetes, y sigue la traducción de la Biblia
de Jerusalén, siempre que no hemos podido encontrar el
versículo en otra parte del Comentario.
No queremos terminar sin manifestar nuestro agradeci-
miento al P. Luis Sánchez Navarro, dcjm. Por la revisión
paciente de la traducción y por las valiosas sugerencias con
que la ha enriquecido, se ha hecho compañero en los gozos
y fatigas de este trabajo.

105. Chromatii Aquileiensis Bénédictine 91 (1981) 225-230.


Opera, C C L I X A , Turnhout 1974. 106. Hemos tenido a la vista
El texto para los tratados 51A y la traducción italiana ya citada de
54A se encuentra en Spicilegium G. Trettel y también la de G. B a n -
ad Chromatii Aquileiensis Opera, terle: CROMAZIO DI AQUILEIA,
C C L I X A Supplementum, Turn- Commento a Matteo, introduc-
hout 1977. Para el tratado 50A, el ción, traducción, notas e índices
texto en R. ÉTAIX, « U n Tractatus de Gabriele Banterle (Scrittori
in Mathaeum inédit de saint dell'area Santambrosiana 3/II),
Chromace d'Aquilée», en Revue R o m a 1990. ¡Texto bilingüe].
Introducción 43

Incluimos a continuación una bibliografía actualizada del


obispo de Aquileya. Como se verá, es poco lo que puede
encontrarse en castellano sobre Cromacio. Esperamos que
esta primera traducción del Comentario a Mateo ayude a
suscitar en nuestro suelo el interés por una figura impor-
tante del cristianismo occidental, pastor santo cuando llega-
ron tiempos de crisis, que fue, en palabras de J. Lemarié,
107
uno de aquellos seres a los que no se puede dejar de amar .
Y que tal vez nos dejara sin querer su autorretrato cuando
describió al obispo bueno, «que con la predicación clara de
su fe y doctrina ilumina, como si fuera un ojo, el cuerpo de
la Iglesia». Añadiendo: «Si él muestra ser maestro católico
y fiel a través de una fe sencilla y un comportamiento santo,
el pueblo al que preside puede permanecer siempre en la luz
108
de la verdad con el ejemplo de su doctrina y figura» .

Roma, 2 de diciembre de 2001


Festividad de san Cromacio de Aquileya

107. Cf. CHROMACE D'AQUI- 108. Cf. 31, II, 2.


LÉE, Sermons, vol. 1, p. 48.
BIBLIOGRAFÍA

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III. C R O M A C I O D E A Q U I L E Y A

1. ESTUDIOS SOBRE LA FIGURA Y DOCTRINA D E C R O M A C I O

1.1. Estudios Generales

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TRUZZI, Cario, Zeno, Gaudenzio e Cromazio, Brescia 1985.

1.2. Comentario al Evangelio de Mateo

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LEMARIÉ, Joseph, « L e commentarie de saint Chromace d'Aquilée sur la
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1.3. Sermones

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ID., « L O Spirito Santo nella predicazione di Cromazio d'Aquileia», Lau­
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leia», en La Scuola Cattolica 102 (1974) 3-23.

2. E D I C I O N E S

2.1. Ediciones recientes

CHROMACE D'AQUILÉE, Sermons, introducción, texto crítico y notas de J .


Lemarié, traducción de H . Tardif (Sources Chrétiennes 154, 164), 2
vol., Paris 1969, 1971.
CHROMATII AQUILEIENSIS, Opera Omnia, cura et studio R. Étaix et J . L e ­
marié (Corpus Christianorum Latinorum I X A), Turnhout 1974.

2.2. Traducciones

C R O M A Z I O DI A Q U I L E I A , Catechesi al popólo, traducción, introducción y


notas de Giuseppe Cuscito (Collana di testi patristici 20), Roma 1979.
C R O M A Z I O DI A Q U I L E I A , Commento al Vangelo di Maneo, traducción, in­
troducción y notas de Giulio Trettel (Collana di testi patristici 46,
47), 2 vol., R o m a 1984.
S A N C R O M A Z I O DI A Q U I L E I A , Sermoni, introducción, traducción, notas e
índices de Gabriele Banterle (Scrittori dell'area Santambrosiana 3/1),
R o m a 1989. [Texto bilingüe]
S A N C R O M A Z I O DI A Q U I L E I A , Commento a Matteo, introducción, traduc­
ción, notas e índices de Gabriele Banterle (Scrittori dell'area San­
tambrosiana 3 / I I ) , Roma 1990. [Texto bilingüe]

2.3. Estudios

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Bibliografía 49

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tus in Matheum de Saint Chromace d'Aquilée», en Sacris Erudiri 1 7
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d'Aquilée», en Revue Bénédictine 9 1 ( 1 9 8 1 ) 2 2 5 - 2 3 0 .
J A K O B I , Rainer, «Chromatiana», en Hermes 1 1 8 ( 1 9 9 0 ) 4 7 1 - 4 7 5 .
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LEMARIÉ, Joseph, «Chromatiana. Status quaestionis», en Rivista di Storia
e Letteratura religiosa 1 7 ( 1 / 1 9 8 1 ) 6 4 - 7 6 .
ID., La diffusion de l'oeuvre de saint Chromace d'Aquilée en Europe oc-
cidentale (Antichitá Altoadriatiche 1 9 ) , Udine 1 9 8 1 , 2 7 9 - 2 9 1 .
ID., « L a diffusion des oeuvres de saint Chromace d'Aquilée dans les
Scriptoria d'ltalie», en A A . W . , Studi Forogiuliesi in onore di C. G.
Mor, Udine 1 9 8 4 , 81-92.
ID., « L e sermón 3 4 de Chromace d'Aquilée pour l'Epiphanie: nouvelle
attestation dans Phoméliaire carolingien du Pseudo-Béde», en Sacris
Erudiri 3 3 ( 1 9 9 2 - 1 9 9 3 ) 1 2 1 - 1 2 4 .
Cromacio de Aquileya
COMENTARIO AL
EVANGELIO DE MATEO
PRÓLOGO

LOS CUATRO EVANGELISTAS Y EL ÚNICO EVANGELIO

1
1. El sacramento de nuestra fe y salvación, aunque se
encuentra en todas las escrituras divinas, se contiene de modo
principal en la predicación evangélica, en la que se nos re-
vela el secreto del misterio celeste y todo el misterio de la
2
pasión y resurrección del Señor . Los escritores del Evange-

1. El término «sacramento», Conservaremos la traducción de


que Cromacio usa con profusión, 'sacramento' cuando se trate de
es en muchos casos prácticamente estas acepciones de la palabra.
sinónimo de «misterio». Si miste- 2. Cromacio prefiere la exé-
rio indica el proyecto de Dios gesis del N u e v o Testamento a la
oculto por los siglos y manifesta- del Antiguo, a la que dedica sólo
do en Jesucristo, sacramento se re- algunos de sus sermones. Esto no
fiere preferentemente a las formas quiere decir que desprecie «la ley
concretas en que se lleva a cabo y los profetas». Del Antiguo Tes-
este misterio. Cromacio habla tamento hace uso continuo en sus
sobre todo del sacramento de la comentarios al Nuevo. Y él mismo
encarnación de Cristo y del sacra- habla de la unidad y concordia de
mento de la cruz y de la pasión del la ley y el Evangelio (cf. Tr. 1, 5).
Señor. Por otro lado, 'sacramento' L o que ocurre es que: «es buena
se refiere también a las prefigura- la lectura de los profetas, pero
ciones del Evangelio que se en- mejor la del Evangelio, porque la
cuentran en la antigua alianza: son lectura profética es una predicción,
los sacramentos de la ley, los sa- y en el Evangelio se ha manifesta-
cramentos de la verdad futura. Cf. do la verdad. L o s dichos profé-
G. T R E T T E L , Mysterium..., o. c. ticos están ensombrecidos con
54 Cromacio de Aquileya

lio, que se divide en cuatro libros, son: Mateo, Marcos, Lucas


y Juan. Estos habían sido predestinados y prefigurados en
otro tiempo por el Espíritu Santo para la misión de esta obra
divina, como dijo san Lucas: Porque muchos han intentado
ordenar la narración de las cosas que se han cumplido entre
nosotros*. Pues se sabe que primero redactó el evangelio
Mateo, con la autoridad de Dios y la gracia del Espíritu
Santo; luego Marcos y Lucas, y el último de todos Juan, des-
pués de regresar de la isla de Patmos, tras la muerte del Em-
4
perador Domiciano, por quien había sido confinado allí .
Una vez que se había establecido en aquella isla y había es-
crito el Apocalipsis se le mostró que también iba a escribir
5
el evangelio, a causa de las diversas herejías que, por insti-
gación del diablo, empezaron ya entonces a pulular.
2. Además Mateo y Juan son del grupo de los doce
apóstoles, que convivieron con el Señor no sólo antes de su
Pasión sino también durante los cuarenta días siguientes a
la Resurrección. Ellos narran con diligencia todo lo que vie-
ron y oyeron, según lo que declaró Juan en su carta: Como
lo escuchamos y lo vimos con nuestros ojos, y nuestras manos
6
palparon acerca del Verbo de la vida, os lo anunciamos .
7
Marcos por su parte fue discípulo e intérprete de Pedro .
El no vio al Señor en la carne pero, inundado por la gra-
cia del cielo y lleno del Espíritu Santo, también escribió un
evangelio. Tampoco Lucas vio al Señor en la carne pero, al
ser muy buen conocedor de la ley -como corresponde a

nubes de misterios, mientras los 5. Cf. CROMACIO, S. XXII,


evangélicos son iluminados p o r la 57-58 (CCL, I X A , 102).
claridad del sol de justicia». Cf. 6. 1 J n 1 , 1.3.
C R O M A C I O , Sermo XIX, 1 ( C C L 7. Cf. I R E N E O , Adv. Haereses
IXA, 89). Cf. M. SIMONETTI, Le- I I I , I, I (SC 3 4 , 9 6 ) ; EUSEBIO DE
ñera..., o. c , p. 281. CESÁREA, Hist. ecl, 6, 14, 5-7
3. Le 1, 1. (GCS 9/2, 550).
4. Cf. A p 1, 9.
Prólogo 1-4 55

quien fue en todo compañero del apóstol Pablo- instruido


por la gracia de Dios, expuso diligentemente los Hechos de
los Apóstoles y redactó el evangelio de su nombre, narran-
do desde el principio toda la sucesión de las cosas tal como
la había conocido por la relación de los apóstoles y él
mismo declara, diciendo: Como nos transmitieron a noso-
tros quienes están desde el principio y fueron ministros de
s
la palabra .
3. Por tanto la autoridad de estos cuatro evangelistas es
firme e inmutable, porque redactaron todo siendo uno solo
el principio. Y aunque en cierto sentido cada uno comien-
ce de forma diversa, no disienten en nada, porque uno solo
9
y el mismo es el sentir de la fe de todos sobre la encarna-
ción del Señor, sobre la natividad, la pasión, la resurrección,
y también sobre su segunda venida. Y dado que nos esfor-
zamos por decir algo de los evangelios, la necesidad y el in-
terés por el asunto en sí mismo nos mueven a probar que
la verdad de los evangelios fue prefigurada también en la ley
del Antiguo Testamento, puesto que, como afirma el Após-
10
tol, la ley fue sombra de lo venidero ; porque ni lo nuevo
sin lo antiguo se puede mantener en pie, ni lo antiguo sin
lo nuevo pudo tener firmeza alguna. Lo que se dirá por ex-
tenso en su lugar, cuando se hable de los dos Testamentos.
11
4. Tanto la figura como el número de los cuatro evan-
gelios se mostró manifiestamente en la ley y los profetas,
como por ejemplo en los cuatro ríos que en una sola fuen-

8. L e 1, 2. «evangelios». Cf. infra, Prólogo,


9. C r o m a c i o escribe sensus 11.
fidei. E s el sentido de la fe que 10. H b 10, 1.
los evangelistas comparten. Por 11. Cromacio dice aquí typus.
eso se puede hablar de «un solo Tanto typus como figura son tér-
evangelio», aunque p o r costum- minos usados con frecuencia en la
bre y a causa del número de los exégesis del santo. Cf. la Intro-
evangelistas digamos en plural ducción a este volumen, pp. 28-29.
56 Cromacio de Aquileya

12
te manaron del Edén , o en las cuatro filas de piedras que
Aarón llevaba engarzadas sobre el pecho en la vestidura sa-
13
cerdotal , o en el conjunto de doce corderos, divididos en
grupos de cuatro, que Salomón colocó bajo el mar de bron-
14
ce en el templo . En todo esto no se puede dudar que se
mostraron los modelos de la verdad venidera. Por eso tam-
bién Elias el Tesbita, como no desconocía por medio del Es-
píritu Santo los misterios de la futura predicación evangéli-
ca, cuando ofreció aquel sacrificio, liberando al pueblo del
error y convirtiéndolo de los ídolos a Dios, después de co-
locar sobre los leños el holocausto derramó cuatro hidrias
de agua, e hizo esto por tres veces, y descendió fuego del
15
cielo ; para declarar ya entonces abiertamente la imagen de
la esperanza futura, esto es, el sacramento de la cruz, el nú-
mero de los evangelios, la gracia del bautismo y la fe en la
Trinidad, en la cual los bautizados nos hacemos digno sa-
crificio para el mismo Dios, al sobrevenirnos el fuego del
cielo, esto es, el Espíritu Santo, con cuyo don somos obse-
16
quiados .
5. Pero de modo más manifiesto y evidente encontra-
mos que, por medio del profeta Ezequiel, se muestran los
mismos evangelios en cuatro animales, de los cuales se des-
17
cribe el rostro y la forma : La representación de aquellos
era un rostro de hombre, un rostro de león, un rostro de cor-
dero y un rostro de águila voladora™. En ellos aparece cla-

1 2 . Cf. G n 2 , 1 0 . Cf. VICTO- 5 5 ( C C L I X A , 6 7 ) . Cromacio re-


RINO D E PETOVIO, In Apc. IV, 4 salta aquí el papel del Espíritu
( P L S I, 124). Santo comparándolo al fuego del
1 3 . Cf. Ex 2 8 , 1 5 - 2 1 ; cf. FOR- sacrificio.
TUNACIANO, In Euang. I (CCL 9, 1 7 . Para todo el número 5
367). cf. JERÓNIMO, In Mt Prol. ( C C L
14. Cf. 1 R 7, 2 5 ; Jr 52, 20. 77, 3).
1 5 . Cf. 1 R 18, 3 4 - 3 8 . 18. Ez 1, 10.
1 6 . Cf. C R O M A C I O , S. XV, 51-
Prólogo 4-5 57

19
ramente la figura de los evangelistas que, aunque aparez-
can con rostro distinto por la forma distinta que cada uno
tiene de comenzar, no difieren en la predicación. A conti-
nuación el mismo profeta, cuando dijo que cada uno tenía
un rostro propio, refirió que además cada uno tenía los cua-
tro rostros, es decir, que cualquiera de los animales tenía un
rostro cuádruple. N o nos queda oculto el sentido de esto:
se entiende que cada uno dijo todas las cosas y que todos
dijeron una sola cosa. Y aunque una justa necesidad de la
razón los distinga y separe en rostros o en número, de nuevo
la unidad de la predicación los hace indistintos e insepara-
bles, porque en cada uno encontrarás todas las cosas y en
todos la totalidad.
Pero debemos entender y examinar esta misma diferen-
cia de los rostros. Rostro, dice, de hombre, rostro de león,
rostro de cordero y rostro de águila voladora. Por el rostro
de hombre se entiende el evangelio según Mateo, de hom-
bre porque empieza con el nacimiento corporal del Señor,
diciendo: Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David,
20
hijo de Abraham , etc. A través de lo cual descubre el ori-
gen de su nacimiento humano. Por esto se le representó con
rostro de hombre. Por otro lado el rostro de león se en-
tiende del evangelio según Juan porque, aunque los otros
evangelistas dijeron que Cristo nuestro Dios se hizo hom-
bre y nació de una virgen por la asunción de la carne, él,

19. L a representación de los el águila. Posteriormente se inter-


cuatro evangelistas según los cuatro cambiarán los rostros de Juan y
rostros de E z 1, 10 se ha hecho clá- Marcos. L o s encontramos ya cam-
sica en la tradición cristiana. Aquí biados en la recensión que hace Je-
Cromacio sigue a Ireneo y a Victo- rónimo del Apocalipsis de Victorino
rino de Petovio, partiendo de la de Petovio. Cf. IRENEO, Adu. hae-
forma de comenzar cada evangelio reses, III, II, 8 ( S C 34, 196ss); V. DE
y asignando a Juan el león, a Mateo PETOVIO, In Apc IV, 4 (PLS1,122ss).
el ángel, a Lucas el toro y a Marcos 20. Mt 1, 1.
58 Cromacio de Aquileya

justo al comienzo de su discurso manifestó su nacimiento


intemporal y divino diciendo: En el principio era el Verbo,
21
y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios , etc.
En estas palabras el predicador de tan excelsa divinidad
rugió como un león para espantar las herejías.
6. De estos animales también el Apocalipsis habló de
22
modo similar . Pero debemos preguntarnos con solicitud por
qué razón, si el profeta dijo primero el rostro de hombre y
luego el de león, el Apocalipsis invirtió el orden y trajo antes
el rostro de león diciendo: Rostro de león y rostro de hom-
bre; y démonos cuenta de que esto no ocurre por casualidad,
23
sino por una justa razón . Siguiendo al profeta se mostró en
primer lugar a Mateo en el rostro de hombre porque él iba
a ser el primero en escribir un evangelio. Pero en el Apoca-
lipsis Juan es colocado antes, ya que por el rango egregio de
su predicación superó todo principio, al predicar al Hijo in-
temporal y coeterno al Padre. Por tanto, en cuanto al tiem-
po u orden se le pone detrás, pero en lo relacionado con la
fe se le considera el primero, ya que, reclinándose en el pecho
24
del Señor, conoció los arcanos del secreto divino .
Pero no se ultraja a los otros evangelistas porque Juan
sea preferido a causa de la fe; porque todos, impregnados de
un solo y el mismo Espíritu, escribieron del Señor de modo
necesariamente perfecto para instruir de modo perfecto a la
Iglesia. Porque como iban a darse muchas y diversas herejí-
as, templó el santo Espíritu la pluma de cada uno para ex-
poner a través de todos el pleno y perfecto misterio de la fe
celestial, y así refutar a todos los adversarios de la verdad. A
quienes niegan que el Hijo de Dios nació de una virgen por

21. J n 1, 1. Escritura está puesto al azar. Todo


22. Cf. A p 4, 7. tiene su razón de ser, hasta el mí-
23. Principio general de la nimo detalle.
exégesis de Cromacio: nada en la 24. Cf. J n 13, 23-25.
Prólogo 5-7 59

nuestra salvación, juzgando los pobres esto como indigno de


Dios, inmediatamente les sale al paso el Espíritu Santo a tra-
vés de Mateo y Lucas, por los cuales muestra de modo evi-
dente no sólo el nacimiento del Señor según la carne sino
también la concepción y el parto de la Virgen. Y a quienes
osaron blasfemar contra la verdadera divinidad del Hijo de
Dios y la infinita naturaleza de su eternidad, negando que El
nació en sentido propio del Padre y es Dios verdadero y que
25
siempre ha estado con el Padre , no menos Juan y Marcos
salen inmediatamente al encuentro de su blasfemia conde-
nando su infidelidad, al dar testimonio en el principio de su
evangelio de que el Hijo unigénito de Dios es Dios.
7. Pero, en nuestro afán por abordar todos los temas, me
parece haber ido más lejos de lo que me había propuesto.
Ahora volvamos a nuestro asunto. En el rostro del león, por
tanto, como hemos visto más arriba, se muestra a san Juan.
Pero en el rostro del cordero se descubre el evangelio según
Lucas, porque escribe según la ley y además comienza desde
el sacerdocio de Zacarías, diciendo: Hubo en los días de He-
rodes, rey de Judea, cierto sacerdote de nombre Zacarías del
26
turno de Abías y su mujer era una de las hijas de Aarón ,
etc. Pero se le muestra con la representación de un ternero
porque la ley según la cual escribe había mandado, entre otros
sacrificios, como prefiguración de la verdad venidera, que
fuera ofrecido un cordero a cambio de los pecados del pue-
27
blo . Por lo que se entiende que sólo este evangelista hicie-
ra mención de aquel cordero cebado que a cambio de la sal-
vación y el regreso del hijo perdido, es sacrificado para alegría
28
del padre exultante ; y todo esto lo recordó Lucas para ex-

25. Se refiere a los arríanos. 27. Cf. H b 9,13; L v 16, 4.14s;


Volverá a hablar de Arrío en el tra- N m 19, 9.17.
tado 35, 4. 28. Cf. L e 15, 23.
26. L e 1, 5.
60 Cromacio de Aquileya

plicar que, según la anterior figura de la ley, el Señor y Sal-


vador nuestro padeció a cambio de los pecados del género
humano. Por su parte el rostro del águila voladora se entiende
que es el evangelio según Marcos, quien comienza por el tes-
timonio profético, diciendo: Comienzo del evangelio de Je-
sucristo Hijo de Dios, como está escrito en Isaías: He aquí que
envío a mi ángel delante de ti. Voz que clama en el desierto:
Preparad los caminos del Señor, haced rectas las sendas de
29
nuestro Dios . Y como el águila se muestra con frecuencia
como figura del Espíritu Santo que ha hablado en los profe-
tas, por eso Marcos es presentado en el rostro de águila. Ade-
más fue él el único en referir que el Señor y Salvador nues-
tro, derrotada la muerte, voló de nuevo al cielo, esto es,
retornó al Padre, como había dicho David: Me elevé por en-
cima del Querubín y volé, volé sobre las alas del viento™.
8. Finalmente, para que sepamos que la disposición de
tan gran misterio fue ordenada en cada uno de los evange-
listas a través del Espíritu Santo, esos mismos rostros se re-
31
únen también en la persona de nuestro Señor y Dios . Pues
se comprende que es hombre a causa de la carne que tomó
de una virgen; y cordero porque se ofreció a sí mismo como
víctima digna de Dios a cambio de nuestros pecados; y león
por el poder de su fuerza con la cual venció triunfal a la
muerte, no dando entrada en sí a ningún ataque de terror
externo; y águila porque, cumplido el misterio de la pasión,
voló como águila a las alturas arrastrando consigo la presa
de la carne humana, que arrancó de nuestras bocas.
9. También leemos en el profeta Zacarías que se muestra
por anticipado, con una consideración similar, el número de

29. M e 1, 1. Cristo. Para este número cf. V. DE


30. Sal 17, 11. PETOVIO, Ibid. (123s); AMBROSIO,
31. Otra razón para la unidad In Le Prol. 8 ( C C L 14, 5s).
de los evangelios: la unidad de
Prólogo 7-9 61

los evangelistas; así lo refiere el mismo profeta: Vi, dice, cua-


tro cuadrigas que salían de dos montes, y los montes aquellos
eran montes de plomo. En la primera cuadriga había caballos
rojos, en la segunda había caballos negros, en la tercera había
caballos blancos y en la cuarta había caballos tordos variados.
Y dije al ángel que hablaba en mí: «¿Qué significa esto,
Señor?». Respondiendo, me dijo: «¿No sabes qué?». Y dije:
«No, Señor». Y me dijo: «Estos son los cuatro vientos del cielo
32:
que están presentes ante el Señor de toda la tierra» . Por lo
tanto, aquí trae el mismo número que el de las cuadrigas. Y
como la razón consiguiente, manifestada de modo profético,
nos enseña a reconocer en éstos mismos [vientos] una figura
de la verdad del evangelio, advertimos claramente que los evan-
gelios están también designados en estas cuadrigas. Y al mos-
33
trar en cada una de las cuatro partes cuatro caballos estaba
explicando -como más arriba hemos recordado- que se debe
entender a cada uno de los evangelios en los cuatro y los cua-
tro en cada uno. Pues aunque la predicación de los evangelis-
tas se vea dividida con razón en cuatro partes, por la unidad
de la fe concuerdan entre sí en uno solo de forma inseparable.
Finalmente, para que supiéramos de modo manifiesto que
en esas cuadrigas estaban prefigurados los evangelios, al pre-
guntar el profeta qué eran al ángel que hablaba en él, se le
dijo: Estos son los cuatro vientos del cielo que están presentes
ante el Señor de toda la tierra, de los cuales contó que por
34
mandato de Dios habían rodeado toda la tierra . Y para que
no pensáramos que se refirió a estos vientos que soplan sobre
la tierra, que levantan las olas o provocan las tempestades (in-
terpretación bastante necia, porque al profeta, que deseaba lo
divino y eterno, no se le mostraron sino las cosas celestiales),
con razón añadió el Señor estas palabras: Estos son los que

32. Za 6, 1 - 5 . 3 4 . Para lo que sigue cf. IRE-


33. Cf. Za 6, 6-8. NEO, Ibid. ( 1 9 4 ) .
62 Cromacio de Aquileya

15
dieron vueltas a toda la tierra, mitigaron mi furor , para que
con perspicacia conociésemos que la ira divina provocada por
los pecados de los hombres no podía ser aplacada de otro
modo si no por la predicación del evangelio, que ha recorri-
do el orbe terrestre, dándose a través de ella al género hu-
mano la remisión de los pecados y la salvación.
10. E incluso la disposición del mundo se comporta
conforme a este número de los evangelios: en efecto, cua-
tro son las estaciones en que se desarrolla el año y cuatro
los ángulos de la tierra a los que sabemos, según cuenta el
36
Apocalipsis, que se han dado cuatro ángeles custodios .
11. Y aunque a causa del número de los evangelistas se
diga que hay cuatro evangelios, sin embargo hay un solo
Evangelio en todos, pues dice el Señor: Y se predicará este
37
evangelio por todo el mundo . No dijo «evangelios» sino
«evangelio». Esto también lo muestra el Apóstol, cuando dice:
Si alguno os predica otro evangelio de aquel que recibisteis,
sea anatema^. De donde es manifiesto que cuatro son los li-
bros del Evangelio, pero que en esos cuatro libros se cuenta
un solo Evangelio. Y no se nos debe juzgar a la ligera si, a
causa del número de los evangelistas o de la costumbre común
desde nuestros mayores, decimos alguna vez «evangelios»;
porque así llamamos a los evangelios para designar más bien
el número de los libros o el de los evangelistas. Pero, en vir-
tud de la autoridad del Señor y también del Apóstol, confe-
samos y creemos que el Evangelio es uno solo.
12. Mientras con esfuerzo diligente y cuidado solícito
hemos querido probar con diversos testimonios de los pro-
fetas el número de los evangelistas, he alargado mi discur-
so más de lo que esperaba. Pero ya nos disponemos a ex-
poner, aunque sea con escaso juicio y mediocre estilo, la
consideración del evangelio según Mateo.

35. Za 6, 8. 37. Mt 24, 14.


36. Cf. A p 7, 1. 38. G a 1, 9; cf. 2 C o 11, 4.
TRATADO 1
(Mt 1, 1-17)

LA GENEALOGÍA DE JESÚS

1. San Mateo, al escribir el evangelio, comenzó así: Libro


de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abra-
1
ham. Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob ,
y lo que sigue. Mateo, como hemos dicho, narra el naci-
miento del Señor según la carne, y por eso recorre la línea
de la descendencia a partir de Abraham y separa la tribu de
Judá hasta llegar a José y María.
Pero debemos preguntarnos solícitamente por qué el
evangelista, tras haber mencionado por orden los nombres
de todos, según la sucesión del linaje y empezando por
Abraham, al llegar a Cristo nuestro Señor dijo solamente
que era hijo de David e hijo de Abraham: Libro de la ge-
neración de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Sa-
bemos desde luego que no sin causa lo pusieron los evan-
gelistas en este orden. Cada uno de los dos, Abraham y
David, según la promesa del Señor y según la dignidad del
linaje, es digno protagonista en la generación de Cristo
según la carne. Pues a Abraham, quien por la circuncisión
es el primero del linaje de los judíos, le había prometido el
Señor que en su descendencia serían bendecidas todas las

1. Mt 1, 1-2.
64 Cromacio de Aquileya

2
naciones ; esto es, en Cristo, quien tomó un cuerpo del li-
naje de Abraham, según lo que el Apóstol explicó a los gá-
latas: A Abraham le fueron hechas promesas, y también a su
descendencia. No dijo: a sus descendientes, como si fueran
muchos, sino como a uno solo: y a tu descendencia, que es
1
Cristo .
Y así como en el linaje de los judíos Abraham es el pri-
mero en la circuncisión carnal, así también en la tribu de
Judá David es el primero en la dignidad real, porque tam-
bién a él le fue prometido por Dios de modo similar que
4
del fruto de su vientre nacería el rey eterno, Cristo Señor .
En efecto, David fue el primer rey de la tribu de Judá, de
la cual el Hijo de Dios tomó la carne.
Por eso Mateo consideró con toda razón a Cristo nues-
tro Señor hijo de David y de Abraham, porque también José
y María descienden de la casa de David, es decir, de un ori-
gen real; y David por su parte desciende de Abraham, quien
5
según la fe se hizo padre de las naciones y según la carne
es el primero de la raza de los judíos.
Pero aunque el Señor y Salvador nuestro es considera-
do por los evangelistas hijo según la carne tanto de David
como de Abraham, hay que preguntarse por qué David se
prefiere en orden a Abraham, que es el primer padre de la
fe. Así afirma, en efecto: Hijo de David, hijo de Abraham.
Y comprendemos que esté colocado así porque aunque el
origen de la encarnación del Señor pertenezca a los dos, a
David se le prometió además por medio de un juramento.
Pues así está escrito: Juró el Señor a David una verdad y
no le defraudará, porque del fruto de tu vientre pondré uno
6
sobre mi trono .

2. Cf. Gn 12, 3; G a 3, 8. 11-13.


3. G a 3, 16. 5. Cf. R m 4, 1-18.
4. Cf. 2 S 7, 11-16; 1 C r o 17, 6. Sal 131, 11.
Tratado 1, 1-3 65

2. El evangelista, después de enumerar todas las gene-


raciones, distinguió de nuevo este mismo número en tres
grupos, acudiendo al iniciador de la descendencia, Abraham,
por quien empezó. Afirma pues: Todas las generaciones de
Abraham hasta David son catorce generaciones, y de David
hasta el destierro de Babilonia son catorce generaciones y del
7
destierro de Babilonia hasta Cristo son catorce generaciones .
Y como en esta clasificación tripartita el evangelista llegó a
recordar en total y de modo absoluto cuarenta y dos gene-
raciones, hay que preguntarse por qué el redactor del evan-
gelio, Mateo, dividió en esas tres partes las generaciones, en
grupos de catorce, con una división triple.
En el primer grupo dijo: Todas las generaciones desde
Abraham hasta David son catorce generaciones. Pienso que
el mismo santo Abraham, primero y principal en cuanto a
la fe, mereció la familiaridad de la conversación divina y re-
cibió el signo de la circuncisión como sacramento de la ver-
dad que había de venir. Al ofrecer a Dios el piadoso sacri-
ficio de su único y amado hijo para la salvación del género
humano mereció prefigurar el misterio de la pasión del
Señor. Y para concluir este grupo de catorce generaciones
el santo David se asocia con toda dignidad a tan gran pa-
triarca; porque también él, hallado rey noble y profeta según
su rango, prefiguró así, con el ejemplo de su reino y pro-
fecía, a Cristo, rey eterno y profeta verdadero.
3. El segundo grupo: desde David hasta la deportación
de Babilonia hay catorce generaciones. También esta lista,
que empieza desde David hasta el destierro de Babilonia,
concluyó de manera adecuada, para que reconociéramos el
regreso espiritual de la cautividad diabólica: nuestra reden-
ción. Pero no debemos pasar por alto con descuido que,
mientras el evangelista puso en esta serie catorce generacio-

7. Mt 1, 17.
66 Cromacio de Aquileya

nes, en el libro de los Reyes (donde se clasificó la lista de


las generaciones de todos, desde David hasta el destierro de
8
Babilonia) se hallan diecisiete . Y como es manifiesto que el
evangelista no pudo de ninguna manera ignorar este núme-
ro de las generaciones, como quien hablaba no con su au-
toridad sino a través del Espíritu de Dios, hay que indagar
por qué, substraídas de en medio tres generaciones, sólo
hizo mención de catorce, mientras que los libros de los
Reyes, como dije arriba, muestran que hay diecisiete.
Así en efecto leemos en estos libros, después de algu-
nas generaciones: Josafat engendró a Joram, Joram engen-
dró a Ocozías, Ocozías engendró a Joás, Joás engendró a
9
Amasias, Amasias engendró a Ozías . Pero el evangelista,
en la lista de las generaciones, puso así: Joram, dice, en-
gendró a Ozías, suprimidas las tres generaciones de en
medio, esto es la de Ocozías, Joás y Amasias, mientras
según la relación del libro de los Reyes Joram engendró
no a Ozías, sino a Ocozías; Ocozías a Joás, Joás a Ama-
sias, Amasias a Ozías. Pero el evangelista señala que este
Ozías, que encontramos en quinto lugar en el libro de los
Reyes según están escalonadas las generaciones, ha sido en-
gendrado de Joram, excluidos de en medio tres nombres,
como he dicho.
Estos nombres no los rechazó ciertamente por ignoran-
cia, sino por un motivo concreto y forzoso: no quiso aso-
ciar una semilla inmunda y maldita a la generación de Cris-
to. En efecto este Joram tomó una mujer de la familia de
10
Acab y Jezabel, de nombre Atalía , mujer criminal y sacri-
lega, de la cual engendró a Ocozías; Ocozías por su parte
a Joam, y Joam a Amasias, en el cual se cumplen cuatro ge-

8. Cf. HILARIO, In Mt I, 2 9. 1 C r o 3 , 1 0 - 1 2 .
( P L 9 , 9 2 0 A - 9 2 1 A ) ; J E R Ó N I M O , In 1 0 . Cf. 2 R 8, 2 6 .
Mt I ( C C L 77, 8-9).
Tratado 1, 3-4 67

neraciones de la semilla y del inicuo origen de Acab y Je-


zabel. Sobre esta semilla había afirmado solemnemente el
Espíritu Santo que él erradicaría todo varón de la casa de
11 12
Acab ; esta profecía la cumplió Jehú hijo de Nimsí , un-
gido por aquel a quien envió el profeta Eliseo, quien reci-
bió la promesa de que hasta la cuarta generación iba a rei-
13
nar su linaje en Israel . Por tanto, cuan grande fue la dicha
para Jehú al proclamar la venganza contra la casa de Ajab,
así de grande fue la maldición de la descendencia de Ajab
y Jezabel, según lo que el mismo Señor había dicho antes a
Moisés: que él iba a retribuir los pecados de los padres en
los hijos hasta la tercera y la cuarta generación a los que le
14
odiaban, y a conservar la alianza a los que le amaban . Y
por esto rechazó con razón el evangelista la semilla de Jorán,
que era de Gotolía, hija de Acab, omitiendo hasta la cuar-
ta generación.
-
4. Y en la tercera parte refiere así el evangelista. Del des-
15
tierro de Babilonia, dice, hasta Cristo, catorce generaciones .
También en esta lista en que el evangelista contó catorce ge-
neraciones, esto es, desde el destierro de Babilonia hasta
16
Cristo, no se encuentran más que trece . Y como sería irre-
verente pensar que el evangelista, a través del cual hablaba
el Espíritu Santo, se haya equivocado o haya sido engaña-
do, nos ha dejado sin duda a nosotros la tarea de penetrar
el sentido de esta decimocuarta generación que incluye en
el cómputo.
Pero si lo entendemos referido al sacramento de nues-
tra salvación, que Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios
se quiso hacer hijo del hombre, en estas dos generaciones,

11. Cf. 1 R 2 1 , 2 1 ; 2 R 9 , 8. 15. Mt 1 , 1 7 .


12. Cf. 2 R 9. 16. Cf. H I L A R I O , In Mt I, 2
1 3 . Cf. 2 R 10, 30; 15, 12. ( P L 9, 9 2 1 A ) .
1 4 . Cf. Dt 5, 9 - 1 0 .
68 Cromado de Aquileya

la divina y la humana, vemos que se completa el número


que fijó el evangelista. En efecto, dos generaciones son atri-
buidas al Señor: del Espíritu y de la carne, de Dios y del
hombre, porque el Hijo Unigénito de Dios que es Espíri-
tu, Verbo y Dios, permanecía como el nacido del Padre antes
de los tiempos eternos; y este mismo también nació de una
virgen en un cuerpo dentro del tiempo para realizar el mis-
terio de la salvación humana. Por eso con toda razón juntó
el Evangelista en uno el nacimiento del Verbo y de la carne,
esto es de Dios y del hombre, contándolo como dos gene-
raciones.
5. Y nos damos cuenta también de que el mismo nú-
mero que distinguió las catorce generaciones en tres listas
fue establecido y consignado por el evangelista con toda
razón. En efecto, nos manifiesta, en los diez preceptos de
la ley y en los cuatro libros del Evangelio, la unidad y la
concordia entre la ley y el Evangelio. Pues la ley, como di-
jimos, se contiene redactada en diez mandamientos y el
Evangelio por su parte está recopilado en cuatro libros. Por
eso este número fue establecido en las generaciones por el
evangelista con toda razón, porque la plenitud de la ley,
Cristo, ya había llegado, quien unió el Nuevo Testamento
al Antiguo. Con razón también David, en el salmo catorce,
mostrando el significado misterioso de este mismo número
perfecto, describe con enseñanza profética, a lo largo de
todo el salmo, al hombre feliz y perfecto. Y para que no
parezca que se deja algo aparte sin interpretación espiritual,
incluso el mismo orden tripartito nos muestra el misterio
de la Trinidad perfecta.
6. Pero se nos plantea en este final de forma clara -así
nos parece- una pregunta, y no de poca importancia, cau-
sada por ser múltiple el Evangelio: si no parece disentir de
esta lista de las generaciones que Mateo recorre descen-
diendo de David a José, el orden del otro evangelista, esto
es, de Lucas, que asciende a través de este mismo José hasta
Tratado 1, 4-6 69

17
David . Mateo hace derivar el linaje de José, con quien se
desposó la virgen María, por sucesión real, esto es desde
David a través de su hijo Salomón y los demás reyes poste­
riores. Pero Lucas, enumerando las generaciones hacia arri­
ba, muestra que el orden de esta misma generación de José
procede, sí, de David, pero desciende a través de Natán, esto
es, a través de otra línea del linaje de David. En efecto los
dos, Natán y Salomón, son hijos de David. Por tanto son dos
las líneas del linaje de David: uno que desciende por Salo­
món rey, otro por Natán. Y como es manifiesto que José des­
ciende de la generación de una sola línea, hay que pregun­
tarse por qué los dos evangelistas refieren una lista diversa de
la descendencia. Pues Mateo, según la línea que recorre, dice
que José fue engendrado por Jacob, pero Lucas según su línea
menciona al mismo José como hijo de Helí. Y como no hay
duda de que los evangelistas no dicen cosas contrarias o re­
pugnantes en algo a sí mismas, ya que desde luego el senti­
do de éstas concuerda sin distinciones, hay que preguntarse
la razón y causa de esta cuestión, acerca de la cual esboza­
mos ahora brevemente las diversas opiniones que se han dado.
18
La mayoría afirma que este José es descendiente de
Jacob según la relación de Mateo, pero ha sido contado por
Lucas como hijo de Helí atendiendo a la descendencia legal.
Porque el mismo Lucas, como hemos recordado más arri­
ba, sigue a la ley, en la cual estaba escrito que si alguno,
después de tomar mujer muriera sin hijos, su hermano re­
cibiera a su mujer para continuar la descendencia del di­
funto, de modo que lo que naciera de él fuera llamado con
19
el nombre del difunto . Y como se afirma que Helí murió

1 7 . Cf. Le 3, 2 3 - 3 1 . LARIO, Tr I (ed. Mai, N. P. B., I,


1 8 . Cf. HILARIO, In Mt I, 477).
I (PL 9, 919B-920A); JERÓNI­ 1 9 . Cf. D t 2 5 , 5 - 6 ; Mt 2 2 , 2 4 ;
MO, In Mt I ( C C L 7 7 , 9 ) ; Ps. H I ­ Me 1 2 , 1 9 ; L e 2 0 , 2 8 .
70 Cromado de Aquileya

sin hijos, se sigue que Jacob recibió a la mujer de Helí, pues


era su pariente, y de ella engendró a José. Por esta causa se
nombra al mismo José como hijo de dos padres: Jacob según
la carne, como trae Mateo, Helí según la ley, como escribe
Lucas.
20
Otros creyeron que había que entender esta cuestión
de modo que de esta lista de la descendencia que enumera
Mateo naciera en sentido propio José; y de aquella lista que
escribe Lucas descendiera santa María virgen, que fue la
madre del Señor según la carne. La cual según la fe evan-
gélica es llamada esposa de José, porque la mujer es parte
21
del varón, como dice el Génesis y según el Apóstol, el
22
varón es cabeza de la mujer . Por eso se pone en Lucas la
genealogía de María trasladada a la de José, aunque la lista
de la descendencia se suela contar según los hombres, y no
según las mujeres.
23
Y todavía otros piensan que hay que entender así esta
diversidad de listas: dicen que de la lista de generaciones que
Mateo enumera desciende el linaje real, que conocemos per-
fectamente. Pero en la lista que recorre Lucas se muestra
una mezcla de la familia sacerdotal; porque tanto la autori-
dad de la ley como la afirmación del evangelio manifiestan
la mezcla de la familia real y sacerdotal. Pues en la ley está
24
escrito que Nasón tomó una hija del sacerdote Aarón , y
en el evangelio dice el ángel a María acerca de Isabel, mujer
del sacerdote Zacarías: Pues he aquí también tu pariente Isa-
25
bel . E Isabel, que era descendiente del sacerdote Aarón,
no habría sido llamada por el ángel pariente de María si no
estuvieran mezcladas sus familias. De donde se entiende cla-

20. Cf. Ps. H I L A R I O , Ibid. (PL 9, 918C-919A); A M B R O S I O , In


(477s). Le I I I , 13 ( C C L , 14, 82).
21. Cf. G n 2, 23. 24. Cf. Ex 6, 23.
22. Cf. Ef 5, 23. 25. L e 1, 36.
23. Cf. H I L A R I O , In Mt I, I
Tratado 1, 6 71

ramente que el origen de María desciende de ambas tribus


y era muy digno y conveniente al misterio celeste que la
misma María, que mereció ser madre del Señor según la
carne, naciera de familia real y de origen sacerdotal; aque-
lla de la que el Hijo de Dios, que es rey y sacerdote eter-
no, tomó un cuerpo de carne humana.
Del inicio del evangelio y de las cuestiones sobre la ge-
nealogía baste lo dicho hasta aquí. Ahora veamos lo que
sigue.
TRATADO 2
(Mt 1, 18-23)

LOS DOS NACIMIENTOS DEL SEÑOR

1. El bienaventurado Mateo, después de enumerar las


generaciones que hablan de la esperanza de nuestra salva-
ción, añadió: Pero la generación de Cristo fue de esta ma-
nera. Estando desposada la madre de Jesús, María, con José,
antes de que convivieran se encontró que estaba encinta del
1
Espíritu Santo . Este es por tanto el misterio celeste, éste el
2
sacramento oculto y escondido desde los siglos : que una
virgen concibió del Espíritu Santo.
Lucas manifiesta más plenamente este suceso de la en-
carnación del Señor. Dice en efecto de qué modo el ángel
se acercó a María y la saludó diciendo: Ave, llena de gra-
3
cia , y lo demás que sigue; y al preguntarle cómo se haría
aquello que se le anunciaba, puesto que no conocía varón,
le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Al-
tísimo te cubrirá con su sombra. De modo que lo santo que
4
nacerá de ti se llamará hijo de Dios . Justo era que santa
María, que iba a concebir al Señor de la gloria en su seno,
5
fuera iluminada de aquí en adelante por el Espíritu Santo

1. Mt 1, 18. 5. «Iluminada»: el latín dice


2. Cf. Ef 3, 9; Col 1, 26. illustraretur. Se puede traducir
3. L e 1, 28. también: «embellecida».
4. L e 1, 35.
Tratado 2, 1-2 73

y el poder del Altísimo para que, santificado su seno, reci-


biera en sí al creador del mundo.
Mateo y también Lucas comenzaron por el nacimiento
corporal del Señor; Juan por su parte tomó el inicio de su
nacimiento divino diciendo: En el principio era el Verbo, y
el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Este es-
taba en el principio junto a Dios. Todas las cosas fueron he-
b
chas a través de El, y sin El no fue hecho nada , para que
mediante un doble misterio y una doble narración conocié-
ramos tanto el nacimiento divino del Señor como el corpó-
reo, tal como nos muestran los evangelistas. En verdad los
dos nacimientos del Señor son inenarrables, pero sobre todo
aquel que viene del Padre excede toda medida de narración
y admiración. El nacimiento corporal del Señor se da en el
tiempo, su nacimiento divino antes del tiempo. Aquél en el
siglo, éste antes de los siglos. Aquél de una virgen madre,
éste de Dios Padre. En el nacimiento corporal del Señor fue-
ron testigos tanto los ángeles como los hombres; en aquel
su divino nacimiento nadie fue testigo sino el Padre y el
Hijo, porque nada es anterior al Padre y al Hijo. Pero como
el Verbo Dios no podía ser visto en la gloria de su divini-
dad, asumió la carne visible para mostrar la divinidad invi-
sible. Tomó de nosotros lo que es nuestro, para darnos co-
piosamente lo que es suyo.
2. Por tanto cuando santa María, según la anunciación
del ángel, había concebido del Espíritu Santo y ya aparecía
su gravidez, san José, con quien esta misma virgen María se
había desposado, ignorante del secreto de tan gran misterio,
quiso despedirla ocultamente. Esto añadió en efecto el evan-
gelista: José, dice, como era varón justo y no quería entre-
7
garla quiso despedirla secretamente . Por adúltera tenía a la
que incluso embarazada permanecía virgen; corrupta juzga-

6. J n 1, 1-3. 7. Mt 1, 19.
74 Cromacio de Aquileya

ba a quien era madre de la virginidad y creía reo de muer-


te a quien había concebido al autor de la vida. Mira no obs-
tante el propósito del hombre justo. Aunque pensaba que
santa María era adúltera, no decidía entregarla a la conde-
na, para no manchar su santa conciencia con la sangre de
otro. Algunos de nosotros, aunque rebosan en la inmundi-
cia de sus crímenes, o bien acometen contra sus mujeres
siendo ellas inocentes, o bien por una sospecha leve las con-
sideran dignas de ser condenadas, cuando ellos mismos ante
Dios están tal vez sometidos a condena y forzados como
reos al juicio divino. Y por esto dice bien el Apóstol: ¿Pero
piensas, oh hombre, que juzgas a otro y haces las mismas
s
cosas, que escaparás al juicio de Dios? . Hemos dicho estas
cosas de pasada, a causa de algunos insolentes que son pro-
pensos a la acusación y están dispuestos para la condena.
Pero está casi de más decir algo sobre el adulterio cuando
se proclama la virginidad de María.
3. Por tanto cuando san José, ignorante todavía de tan
gran misterio, quiso despedir ocultamente a María, fue ad-
vertido en una visión por un ángel que le dijo: José, hijo de
David, no temas recibir a María por tu esposa, pues lo que
9
nacerá de ella es del Espíritu Santo . Se dio a conocer a san
José el misterio celeste para que no pusiera en duda la vir-
ginidad de María. Pues no podía permitir Dios que el justo
se equivocara sobre tan gran virginidad. Se le hizo conoce-
dor para que excluyera el mal de la sospecha y recibiera el
bien del sacramento. Por esta razón se le dijo: No temas re-
cibir a María por tu esposa, pues lo que nacerá de ella es del
Espíritu Santo, para que conociera no sólo la integridad de
su esposa sino también el parto de la virgen. N o convenía
revelar en primer lugar tan gran misterio a otro hombre dis-
tinto de José, que era considerado esposo de María y que

8. R m 2, 3. 9. Mt 1, 20.
Tratado 2, 2-4 75

por razón de su mismo nombre no tenía el deshonor del


pecado. En efecto, José se traduce del hebreo como «sin
oprobio». Advierte pues también en esto el orden del mis-
terio: antiguamente habló primero el diablo a la virgen Eva
y después al hombre para infundirles la palabra de la muer-
te; aquí el ángel santo primero habla a María y después a
José para revelarles la Palabra de la vida. Allí primero fue
elegida la mujer para el pecado; aquí se la elige primero para
la salvación. Allí cayó el hombre por la mujer; aquí se le-
10
vantó por la virgen. Dice por tanto el ángel a José: José,
hijo de David, no temas recibir a María por tu esposa, pues
lo que nacerá de ella es del Espíritu Santo.
4. Y añadió: Dará a luz un hijo y le pondrás por nom-
n
bre Jesús. El salvará a su pueblo de sus pecados . Pero este
nombre del Señor, con que se le llama «Jesús» desde el seno
de la virgen, no le es nuevo, sino antiguo; Jesús en efecto
n
significa en hebreo «salvador» . Este nombre conviene pro-
piamente a Dios porque dice por el profeta: No hay justo
13
ni salvador fuera de ra/ . Además al referir el mismo Señor
por Isaías el alumbramiento corporal de su nacimiento dice:
u
Desde el seno de mi madre me ha llamado por mi nombre .
Con su nombre, sí, no con uno extraño, porque fue llama-
do Jesús según la carne -es decir, salvador- quien era sal-
vador según la divinidad. Pues Jesús, como hemos dicho,
quiere decir salvador. Esto es lo que dice por el profeta:
Desde el seno de mi madre me ha llamado por mi nombre.
Pero para mostrarnos más plenamente el sacramento de su

1 0 . Se levantó: «resurrexit». 1 2 . Cf. H I L A R I O , In Ps LXVI,


C o n el doble sentido de «levan- 4; In Ps CXVIII, II, I; In Ps CX-
tarse», en oposición a «caer», y de VIII, 2 1 , 7 ( C S E L 2 2 , 2 7 2 , 4 5 1 y
«resucitar» en oposición a «la pa- 539).
labra de la muerte». Para un uso 13. Cf. Is 43, 11 y Os 1 3 , 4.
similar, cf. el tratado 4 7 , 3 . 4 . 14. Is 4 9 , 1.
1 1 . Mt 1 , 2 1 .
76 Cromacio de Aquileya

encarnación, añadió: Hizo mi boca como espada afilada y


15
como flecha elegida me escondió en su aljaba . Indicando
en la flecha su divinidad, en la aljaba el cuerpo asumido de
la virgen por el cual su divinidad ha sido escondida con el
velo de la carne.
También en el libro del Éxodo manifiesta el Señor que
este nombre suyo con que se le llamó, Jesús, le pertenecía
16
desde antiguo, cuando así habla a Moisés acerca de Jesús ,
hijo de Nun, que había recibido este nombre en figura:
Envío mi ángel delante de ti para que le obedezcas; y no lo
despreciarás. Pues no se aparta, porque mi nombre está sobre
17
él . Porque Hosea hijo de Nun, que fue jefe después de
18
Moisés, empezó a llamarse Jesús para ser figura del Señor,
19
que iba a venir a la carne . Por eso cuando dice el ángel
acerca del Señor en el pasaje que nos ocupa: Dará a luz un
hijo y le pondrá por nombre Jesús, manifiesta el misterio de
su encarnación, porque uno solo es Jesús, Verbo y carne,
Hijo de Dios e hijo del hombre, no uno y otro sino uno y
el mismo el que nació del Padre y el que fue engendrado
de la virgen. Este, en efecto, salvó y salva cada día a su pue-
blo, a quien aparta de los ídolos, a quien redimió con su
sangre santa y a quien promete la salvación eterna.
5. Y añadió el evangelista: Todo esto se hizo para que se
cumpliera lo que dijo el Señor por el profeta Isaías: He aquí
que la Virgen [concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán
20
por nombre] Dios con nosotros . Por tanto, según la predi-

Is 4 9 , 2 .
15. 1 7 . Ex 2 3 , 2 0 - 2 1 .
16. Se refiere a Josué. Al lla- 18. Cf. N m 1 3 , 1 6 .
marse también Jesús, tiene un 19. Cf. H I L A R I O , De mysteriis
valor especial como figura del II, 5 ( S C 1 9 , 1 4 8 ) .
Señor. En esto sigue Cromacio 2 0 . Mt 1, 2 2 - 2 3 ; a la hora de
una tradición que se remonta a citar la Biblia, completamos nor-
Justino (cf. J U S T I N O , Diálogo con malmente el texto que trae Croma-
Trifón, 7 5 ) . cio, poniendo lo añadido entre cor-
Tratado 2, 4-5 77

cación del profeta concibe una virgen, da a luz una virgen


para la salvación del mundo. Mira aquí también el misterio;
mira cómo fue restituida la salvación al mundo del mismo
modo que antiguamente viniera por sorpresa la ruina del
pecado. Adán es modelado de tierra virgen; el Hijo de Dios
21
nace de la Virgen María . Allí una virgen concibió la muer-
te; aquí una virgen generó la vida. Allí cayó el hombre por
la virgen; aquí el hombre por la virgen se mantuvo en pie.
Allí la ruina de la muerte, aquí el triunfo de la victoria. Y
también David muestra que el hijo del hombre había asu-
mido la carne de una virgen, cuando dice: Un hombre dirá
Madre Sión, un hombre fue hecho en ella, el Altísimo en
22
persona la ha fundado . Aquí la Madre Sión designa a santa
María, la cual es madre de la carne del Señor, en la cual el
Hijo de Dios se hizo hombre, porque el Verbo se hizo
2i
came , como atestigua el evangelista.
Pero El mismo es el constructor de su misma carne por-
que Él mismo resulta ser para sí mismo iniciador y creador
de su nacimiento corporal. Y por eso añadió: Y el mismo
Altísimo la fundó. Esto lo muestra también Salomón cuan-
24
do dice: La Sabiduría se ha edificado una casa . Porque
25
Cristo, que es la Sabiduría de Dios , se modeló un cuerpo
26
en el seno de la Virgen . Con razón también, al hablar el
Señor por boca de David en el Salmo, prefigurando de forma
escondida su encarnación, dice: Yo soy gusano y no hom-
27
bre . N o quiere decir que él sea un gusano, sino que mues-
tra el sacramento de su nacimiento corporal. Porque así
como el gusano nace espontáneamente de la tierra y sin ne-

chetes. Cf. «Nuestra traducción» 24. Pr 9 , 1 .


en la Introducción a este volumen. 25. Cf. 1 C o 1 , 2 4 .
2 1 . Cf. A M B R O S I O , In Le IV, 7 2 6 . Cf. Ps. E U S E B I O , De Trini-
(CCL 14, 108). tate I X , 4 3 ; X I I , 8 3 ( C C L 9 , 1 5 6
22. Sal 8 6 , 5 . 7 182).
23. J n 1, 14. 2 7 . Sal 2 1 , 7.
78 Cromacio de Aquileya

cesidad de semilla, así el Señor, sin semilla de varón, salió


del útero virginal. Y no hay duda que aquel salmo se refie-
re propiamente a la persona del Señor, porque se dice en
otra parte del salmo, refiriéndose de modo evidente a la per-
sona del Señor: Se dividieron mis vestidos y echaron suertes
1
sobre mi túnica *.
También en otro lugar manifiesta el Espíritu Santo a tra-
vés de Isaías que una virgen iba a dar a luz, cuando dice:
Saldrá una vara de la raíz de Jesé, una flor brotará de su
29
raíz . La vara de la raíz de Jesé significaba la Virgen María,
que toma su origen de la estirpe de Jesé a través de David.
A la tribu de David, en efecto, como manifiesta el evange-
lista y también el Apóstol, perteneció la Virgen María, de
la cual surgió, en Cristo, una flor de carne humana. Esta
vara es la que, colocada en la tienda del testimonio, germi-
nó por un nuevo y admirable misterio y produjo como fruto
una nuez sin humedad de la tierra, como signo que se re-
30
cordara siempre . Por esta señal fue confirmado el sacer-
docio de Aarón. Y allí por tanto, en la vara de Aarón, se
mostraba María, que en verdad germinó sin humedad de la
tierra y produjo un fruto suavísimo, porque sin semilla de
varón dio a luz a un hijo que se convirtió en verdadero fruto
de la salvación humana, adhiriéndose como nuez al leño de
la pasión y dividiendo su fruto con la predicación cuádru-
ple del evangelio; por este fruto ha sido fortalecido el ver-
dadero y eterno sacerdocio de la Iglesia. Y aquella vara sin-
gular se sabe que es María porque no conoció la
31
participación de varón . Esta vara ha sido llamada vara sa-
cerdotal porque santa María, como más arriba probamos,

28. Sal 21, 19. CIANO, In Euang. I, 7-17 ( C C L 9,


29. Is 11, 1. 367).
30. Cf. N m 17; para la com- 31. Juego de palabras entre
paración que sigue cf. FORTUNA- virga, vara y virgo, virgen.
Tratado 2, 5-6 79

no desciende sólo de familia real, sino que es también de


origen sacerdotal.
6. En ella se ha manifestado verdaderamente un nuevo
32
y admirable signo, que nunca se dio: el parto de la virgen ,
el linaje humilde del Salvador, los balbuceos del creador.
Nace de una virgen el que ya antes existía, nacido del Padre;
es creado en el seno según la carne quien antes había crea-
do los ángeles y todas las cosas; se ve hombre al que es
Dios; se contempla en un bebé al que es Señor de la gloria;
aparece pequeño en el cuerpo quien es sublime en majes-
tad; y es llevado por las manos maternas el que lleva todo
el mundo y el tiempo. Por esto, conforme al testimonio del
profeta, declara el evangelista que es Dios el que nació de
la Virgen: Y le pondrán por nombre Emmanuel, que quie-
re decir «Dios con nosotros»^.
Enmudezca por tanto toda impiedad que niega o igno-
ra que el Hijo de Dios es Dios, cuando por el testimonio
del profeta y del evangelio se declara que es Dios quien
nació de la Virgen. Esto lo podríamos probar con testimo-
nios innumerables, pero no debe excederse este tratado en
sus dimensiones. Baste decir que el Señor y Salvador nues-
tro ha mostrado de modo evidente que es Dios, incluso en
su mismo nacimiento corporal, como dice el profeta: Y le
pondrán por nombre Emmanuel, que quiere decir «Dios con
nosotros». A quien es la gloria y la alabanza por los siglos
de los siglos. Amén.

32. Cf. Is 7, 14. 33. Mt 1, 23.


TRATADO 3
(Mt 1, 24-25)

MARÍA SIEMPRE VIRGEN

1. Después refirió el evangelista: Levantándose José del


sueño [hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y
tomó consigo a su mujer. Y no la conoció hasta que dio a
1
luz a su hijo] y le puso por nombre Jesús . Por tanto José,
instruido por el ángel acerca del sacramento del misterio ce-
leste, obedece contento a sus requerimientos, sigue con ale-
gría los mandatos divinos, toma a santa María y se gloría
con las gozosas promesas, porque merece escuchar del ángel
que es su esposa la madre y virgen de tan gran majestad.
Acerca de lo que dice el evangelista: no la conoció hasta
que dio a luz a su hijo, suelen algunos hombres necios plan-
tear una cuestión, pensando que después del nacimiento del
Señor, santa María se unió a José. Pero ni la fe ni la misma
consideración de la verdad admiten que se interprete así.
Dios nos guarde por tanto de pensar que, después del sa-
2
cramento de tan gran misterio, tras la condescendencia del
nacimiento del Señor, María virgen conoció varón; porque

1. Mt 1, 24-25. puede significar también «abaja-


2. Se trata del término latino miento». Cf. G . T R E T T E L en CRO-
dignado, que traducimos en gene- Commento al
MAZIO DI A Q U I L E I A ,
ral como «condescendencia», y Vangeio di Matteo 1, o. c , p. 82.
Tratado 3, 1-2 81

si en la ley del Antiguo Testamento aquella María profeti-


sa, hermana de Moisés y Aarón, al ver los signos celestes,
tras las plagas de Egipto, después de ver la separación del
mar rojo y la gloria del Señor que les precedía en columna
3
de nube y fuego permaneció virgen sin conocer varón ; así
es irreverente creer que esta María evangélica, virgen capaz
de recibir a Dios, haya conocido varón; pues ella, no es que
viera al Dios de la gloria en una nube, sino que mereció
portarle en su seno virginal. Noé, después de ser hallado
digno de hablar con Dios, se impuso en adelante la absti-
nencia de las necesidades conyugales. Moisés, tras haber
oído la voz de Dios desde la zarza se abstuvo de la unión
conyugal... ¿y va a ser conforme a la piedad creer que José,
el hombre justo, después del parto del nacimiento del Señor
haya conocido conyugalmente a María?
2. Mas bien, lo que dice: Y no la conoció basta que dio
4
a luz a su hijo se explica porque la Escritura divina suele
designar a menudo un cierto final a lo que no lo tiene y
atribuir un momento determinado a lo que no se encierra
en el tiempo. Pero de los muchos ejemplos pongamos unos
pocos. Así habla Dios al pueblo por Isaías: Yo soy el que
5
soy, y hasta que envejezcáis yo soy . Cuando dice hasta que
envejezcáis yo soy, parece atribuirse a sí mismo un tiempo
determinado, pero no por esto hay que entender que Dios
6
es temporal, pues hay que confesarle eterno . También en
otro lugar dice así entre otras cosas el Señor por el mismo
profeta, cuando reprueba a los judíos sus pecados: Pues vivo
yo, dice el Señor, que no se os perdonará este pecado hasta
7
que muráis , a pesar de que los inicuos que persisten en sus

3. El dato no está en la E s - 5. Is 4 6 , 4.
critura; cf. G R E G O R I O D E N I S A , De 6. Cf. AMBROSIO, In Le II, 6
uirginitate X I X (SC 119, 484-493). (CCL 14, 3 3 ) .
4 . Mt 1, 2 4 - 2 5 . 7. Is 2 2 , 14.
82 Cromacio de Aquileya

pecados después de morir serán considerados con más razón


culpables para el castigo. Se dice también en un salmo por
boca de los justos: Como los ojos de la esclava en las manos
de su señora [así nuestros ojos en Yahveh nuestro Dios] hasta
que tenga misericordia de nosotros*. Y aquí parece que se
pone un tiempo delimitado, cuando se dice: hasta que tenga
misericordia de nosotros; y eso que sabemos que los ojos de
los justos se dirigen a Dios mucho más después de alcan-
zada la misericordia. También en el Evangelio el Señor habla
así a sus discípulos: Yo estoy con vosotros todos los días hasta
9
la consumación del mundo . También en estas palabras pa-
rece que establece un tiempo, como si el Señor prometiera
estar con los discípulos hasta la consumación del mundo,
cuando no hay duda que mucho más estará el Señor con
sus discípulos después del fin del mundo cuando, tras con-
cederles la inmortalidad, el Señor se dejará ver ya no en es-
10
pejo y en enigma, sino cara a cara , como dice el Apóstol.
Y si indagas un poco encontrarás innumerables ejemplos si-
milares a estos. Cuando se dice por tanto en este pasaje: no
la conoció hasta que dio a luz a su hijo, debes advertir que
al indicar un plazo limitado está significado todo el tiempo.

8. Sal 122, 2. 10. Cf. 1 C o 13, 12.


9. Mt 28, 20.
TRATADO 4
(Mt 2, 1-9)

L O S MAGOS Y EL SIGNO DE LA ESTRELLA

1. A continuación dice el evangelista: Cuando nació


Jesús en Belén de Judá, [en tiempo del rey Herodes, unos
magos que venían de Oriente se presentaron en Jerusalén,
diciendo: «¿Dónde está el que ha nacido Rey de los judíos?
Pues vimos su estrella en el Oriente] y venimos a adorar-
1
lo» . Ya predijo Isaías que esto iba a pasar, cuando dice:
Vendrán de Saba para ofrecer al rey oro, incienso y piedras
2
preciosas, y anunciarán la salvación del Señor ; se refiere a
Cristo, el Señor; éste de quien los magos anunciaron, des-
pués de ver la señal de la estrella, que había nacido como
rey de los judíos. Pues todo lo nuevo y lo que supera la ca-
pacidad humana de admiración se da cita en el nacimiento
del Señor: el ángel habla en el templo a Zacarías; promete
a Isabel que tendrá un hijo; el sacerdote enmudece por no
creer al ángel; la estéril concibe; la virgen da a luz; Juan
exulta por obra del Espíritu en el seno de su madre; el ángel
anuncia que Cristo el Señor ha nacido y se predica a los
pastores que él es la salvación del mundo; se alegran los án-
3
geles; exultan los pastores .

1. Mt 2, 1-2. 3. Cf. L e 1-2.


2. Is 60, 6.
84 Cromado de Aquileya

Surge en el cielo y en la tierra la gran alegría de este na-


cimiento admirable. Se muestra a los magos un nuevo signo,
la estrella del cielo, por el cual se reconoce que ha nacido
como rey de los judíos el Señor de cielo y tierra, aquel de
quien estaba escrito: Saldrá una estrella de Jacob y surgirá
4
un hombre de Israel , para que se conociera, a través de los
signos de la estrella y del hombre, la unión de la naturale-
za divina y humana en el Hijo de Dios. Por eso también en
el Apocalipsis el mismo Señor declara acerca de sí mismo:
Yo soy la raíz de Jesé y el descendiente de David y la es-
5
trella resplandeciente de la mañana ; porque por el amane-
cer de su nacimiento, expulsada la noche de la ignorancia,
brilló como astro fulgurante para la salvación del mundo.
El esplendor de esta luz, penetrando incluso los corazones
de los magos, los inundó con luz espiritual para que cono-
cieran por el signo de la nueva estrella naciente al rey de
los judíos, al creador del cielo. Pues los magos, personajes
prominentes de una religión falsa, no podían conocer a Cris-
to nuestro Señor sino iluminados con la gracia de la con-
6
descendencia divina .
De nuevo, pues, se desbordó la misericordia de Dios por
medio de la venida de Cristo, para que el conocimiento de
su verdad se extendiera a todas las razas de los hombres.
Esta brilló ante los magos a fin de que se conociera la pie-
dad manifiesta de Dios, y nadie desesperara de que, si cree,
se le puede conceder la salvación, porque ya ha visto que
ha sido concedida a los magos. Y por eso fueron los magos
los primeros elegidos entre los gentiles para la salvación,
para que a través de ellos se abriera la puerta de la salva-
ción a todos los gentiles.

4. N m 24, 17. BROSIO, In Le II, 45 y 48 ( C C L 14,


5. A p 22, 16. 51-52).
6. Para este párrafo, cf. A M -
Tratado 4, 1-2 85

Pero tal vez se admire alguno pensando cómo los magos


pudieron conocer por el signo de la estrella el nacimiento
del Salvador. En primer lugar decimos que éste fue un don
de la condescendencia divina. Además leemos en los libros
de Moisés que hubo un cierto Balaam profeta de los genti-
les, que profetizó la venida de Cristo y su encarnación de
una virgen con palabras que no ofrecen duda. En efecto,
como ya mencionamos más arriba, dice entre otras cosas en
las palabras de su profecía: Nacerá una estrella de Jacob y
7
surgirá un hombre de Israel . Y se cuenta de estos magos
que vieron una estrella nueva en el oriente, que provienen
del linaje de aquel Balaam profeta de los gentiles que había
dicho: Nacerá una estrella de Jacob y surgirá un hombre de
Israel. Y por eso, una vez visto el signo nuevo de la estre-
lla, creyeron, porque habían comprendido que se cumplía
la profecía de su antepasado, mostrando así que no sólo eran
sucesores de su linaje, sino también herederos de su fe. El
profeta Balaam vio en espíritu la estrella de los magos, ellos
la vieron con los ojos y creyeron. Aquél predicó por su pro-
fecía que Cristo iba a venir, éstos conocieron con la mira-
8
da de la fe que había venido .
2. Inmediatamente después llegaron hasta Herodes di-
ciendo: ¿Dónde está el que ha nacido [Rey de los judíos?
9
Pues vimos su estrella en el Oriente y venimos] a adorarlo .
Preguntaron por el rey de los judíos, el recién nacido Cris-
to Señor, a aquéllos de cuyo linaje sabían que había profe-
tizado esto Balaam. Pero esta fe de los magos es la conde-
nación de los judíos. Aquéllos creyeron a su único profeta,
éstos no quisieron creer a tantos profetas. Aquéllos enten-
dieron que por la llegada de Cristo iban a acabarse las artes
de la magia, éstos no quisieron entender los misterios de la

7. N m 24, 17. ( C C L 14, 52).


8. Cf. AMBROSIO, In Le II, 48 9. Mt 2, 2.
86 Cromacio de Aquileya

ley divina. Aquéllos confiesan al extraño, éstos no recono-


10
cen al propio. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron .
Y está claro que todos veían aquella estrella, pero no todos
la comprendían. Como también el Señor y Salvador nues-
tro nació sin duda para todos, uno solo nació por todos,
pero no fue recibido por todos, no fue comprendido por
todos. Fue comprendido por los gentiles, no fue compren-
dido por los judíos. Fue reconocido por la Iglesia, no fue
reconocido por la Sinagoga.
3. Por tanto, cuando los magos, después de la gloriosa
fatiga de aquel largo viaje, llegaron a Jerusalén preguntan-
do por el rey de los judíos, al punto el rey Herodes y toda
Jerusalén, conturbados por la devota fe de los magos, con-
gregan a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del
pueblo y les preguntan dónde tenía que nacer el Cristo.
n
Respondieron: en Belén de Judá , según la predicación del
profeta. Así estaba escrito en efecto: Y tú Belén de Judá no
eres la más pequeña entre las principales ciudades de Judá:
De ti en efecto saldrá un príncipe que regirá a mi pueblo Is-
12
rael . Sin embargo, Herodes y los habitantes de Jerusalén
despreciaron a Cristo Señor nuestro; y no por ignorancia,
sino a ciencia cierta. Pues preguntan por el testimonio del
profeta y se enteran de que en Belén había de nacer el Cris-
to. Y este lugar de Belén, donde el Señor nació, había reci-
bido su nombre proféticamente. Belén, en efecto, significa
13
en hebreo «casa del pan» , porque allí tenía que nacer el
Hijo de Dios, que es el pan de la vida, según El mismo dice
14
en el Evangelio: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo .
Éste es el lugar del que se dice en otro sitio por medio del

10. J n 1, 11. el Sermón X X X I I de Cromacio


11. Mt 2, 5. ( C C L I X A , 145).
12. Mt 2, 6. 14. J n 6, 41.
13. Esta misma etimología en
Tratado 4, 2-4 87

profeta: El Señor vendrá del Líbano y el santo de aquel


15
monte umbrío y frondoso . Con estas palabras se designa
la situación placentera del mismo lugar.
Concuerda además este dicho del profeta con lo de más
arriba, donde se declara que en Belén iba a nacer el Señor.
Aquí se dice: El Señor vendrá del Líbano; allí, después de:
Y de ti saldrá un príncipe que regirá a mi pueblo Israel, se
16
añade: Y su partida será al inicio de los días . No para que
17
de ello se infiera, como hace Fotino , que el Señor tiene un
inicio porque ha nacido de una virgen; ya que no sólo se
muestra que ha existido desde el inicio de los días sino que
se enseña con toda claridad que es el Señor aquel que nació
en Belén.
4. Finalmente narra el evangelista: Entonces Herodes
convocó a los magos [y por sus datos precisó el tiempo de
aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les
dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuan-
do le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a ado-
rarle». Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y
he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba
delante de ellos, hasta que llegó] y la estrella se detuvo sobre
ls
el niño . Por tanto Herodes, rey inicuo, temiendo por su
reino, que mantenía injustamente, tramó asechanzas contra

15. H a 3, 3. carnación en el seno de María pa-


16. Mi 5, 2. saba a ser Hijo. Cromacio dice de
17. O b i s p o de Sirmio (cf. Tr. él que no quiso creer que Cristo
35, 3), fue condenado y depuesto era Dios (5. 2 1 , 56s) sino que dijo
por un sínodo de obispos orienta- que era sólo hombre (Tr. 35, 4) y
les reunidos en esta ciudad en el pensó que tenía un inicio por el
351. Discípulo de Marcelo de An- hecho de haber nacido de una vir-
cira, afirmaba que el Logos era una gen (Tr. 4, 93s). Cf. M. SIMONETTI,
fuerza impersonal del Padre. A s í «Fotino di Sirmio», Diccionario
se negaba la personalidad del Patrístico..., o. c , p. 894.
Logos, que sólo a partir de la E n - 18. Mt 2, 7-9.
88 Cromacio de Aquileya

el rey eterno. Este Herodes, en efecto, no era de la tribu de


Judá ni de la descendencia de Israel sino que había ocupa-
do tiránicamente el reino de los judíos por usurpación, ayu-
dándole el favor de los romanos, y por eso acechaba el na-
cimiento del Señor, del que conocía por los magos que había
nacido rey de los judíos. Averigua por tanto de ellos el tiem-
po en que vieron la estrella, los envía a Belén, como si él
mismo deseara adorarlo. Simuló solicitud para buscar el en-
gaño. Porque no pretendía adorar al Señor, sino matarlo.
Entretanto los magos llegan al lugar conducidos por la
estrella y conocen al creador del cielo que el signo celeste
les muestra. N o buscaron la guía de un hombre, porque ha-
bían recibido del cielo la guía de la estrella. Pero tampoco
podían errar porque buscaban el camino verdadero: Cristo
Señor, aquél que dice: Yo soy el camino, y la verdad y la
19
vida . Ante el estupor jamás visto de la creación, traza la
estrella un camino en el cielo y durante todo el viaje no
abandona a sus compañeros los magos y llegan hasta Belén
siguiendo una misma ruta; y allí la estrella indicadora se de-
tiene sobre el Señor y Salvador nuestro, unigénito Hijo de
Dios, a quien pertenece la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.

19. J n 14, 6.
TRATADO 5
(Mt 2, 10-12)

L O S R E G A L O S D E L O S MAGOS Y SU REGRESO

1. Cuenta luego el evangelista: Y he aquí que la estre-


lla que habían visto en el oriente [se detuvo encima del lugar
donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de in-
mensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María
su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus co-
1
fres y le ofrecieron dones de] oro, incienso y mirra . Veamos
ahora, después del servicio prestado por la estrella, después
del camino que hicieron los magos, cuánta dignidad de glo-
ria sigue al que ha nacido rey. Pues de inmediato los magos,
postrándose, adoran al Señor que ha nacido; y en su misma
cuna, ofreciéndole dones, veneran al niño que, sin poder ha-
blar, pronuncia sólo vagidos. Una cosa contemplan con los
ojos del cuerpo, otra con la vista del espíritu. Se percibe la
humildad del cuerpo asumido, pero no queda oculta la glo-
ria de la divinidad. Un niño es a quien se ve, pero es Dios
el adorado. ¡Qué misterio inefable de condescendencia di-
vina! Aquella naturaleza invisible y eterna no ha desdeña-
do aceptar por nosotros las debilidades de nuestra carne. El
Hijo de Dios, que es Dios del universo, nace hombre en un
cuerpo. Sufre que lo coloquen en un pesebre Aquel que con-

1. Mt 2, 10-11.
90 Cromacio de Aquileya

tiene los cielos. Cabe en una cuna Aquel a quien el mundo


no abarca. Y se escucha en los vagidos de un bebé a Aquel
ante cuya voz, en el momento de la pasión, temió el mundo
entero. Por tanto reconocen los magos, al ver al niño, a este
mismo Señor de la gloria y Dios de la majestad, al niño que
también Isaías muestra como Dios y rey eterno cuando dice:
Porque un niño os ha nacido, se os ha dado un salvador, a
2
quien se ha puesto el mando sobre los hombros .
A éste, pues, ofrecen dones los magos: oro, incienso y
mirra, según lo que el Espíritu Santo había testimoniado
antes por el profeta diciendo de ellos: Vendrán de Saba y
ofrecerán oro, incienso y piedras preciosas y anunciarán la
1
salvación del Señor . Reconocemos claramente que los
magos cumplieron esta profecía, pues no sólo anunciaron la
salvación del Señor, que había nacido Cristo e Hijo de Dios,
sino que también confesaron, por los dones que ofrecieron,
que Cristo era Dios, rey y hombre. Pues en el oro mostra-
ron la potestad del reino, en el incienso el honor de Dios,
en la mirra la sepultura del cuerpo. Y por tanto le ofrecie-
ron oro como a rey, incienso como a Dios y mirra como a
4
hombre .
También David había dado testimonio de estos dones:
Los reyes de Tarsis y de las islas te ofrecerán presentes, los
5
reyes de Arabia y Saba te traerán regalos ; y para mostrar
mejor a quién debían ser dados estos dones, añade en este
6
mismo salmo: Y se le dará a él el oro de Arabia . Tampo-
co calló el mismo David acerca de la mirra en otro salmo,
7
cuando dice: Mirra, áloe y acacia en tus vestidos . También
Salomón, hablando de la persona de Cristo, mencionó esta

2. Is 9 , 6. 44 ( C C L 14, 51).
3. Is 6 0 , 6. 5 . Sal 7 1 , 1 0 .
4 . Cf. HILARIO, In Mt I, 5 6. Sal 7 1 , 1 5 .
(PL 9 , 9 2 3 A ) ; A M B R O S I O , In Le II, 7. Sal 4 4 , 9 .
Tratado 5, 1-2 91

mirra: He recogido mi mirra con mis perfumes*, y otra vez:


9
Dio un olor suave como la mirra . Con esto sin duda se de-
clara abiertamente la sepultura de su cuerpo, que inundó
todo el orbe de un olor divino muy suave. Por último se
ve que el mismo David se refiere a estos magos cuando dice:
Vendrán emisarios de Egipto y Etiopía extenderá sus
10
manos . Pues como la Escritura divina llama a menudo a
este mundo Egipto, rectamente vemos en aquellos magos a
los emisarios de Egipto, quienes, como legados elegidos de
todo el mundo, consagraron en los dones que ofrecieron la
adhesión a la fe de todos los gentiles y los comienzos de
la fe.
2. Una vez ofrecidos estos presentes se avisa a los magos
para que no vuelvan a donde el rey Herodes. Y así, dice el
11
evangelista, se volvieron a su tierra por otro camino . Nos
dejaron así ejemplo de modestia y de fe para que, una vez
conocido y adorado Cristo rey, abandonemos el camino del
primer itinerario, es decir del antiguo error, y avanzando
por otro camino en el que nuestro guía es Cristo, volvamos
12
a nuestra tierra: al paraíso, de donde Adán fue expulsado .
De esta tierra se dice en un salmo: Agradaré al Señor en la
13
tierra de los vivos .
Advertidos, pues, los magos se vuelven por otra vía,
frustrando la crueldad del tirano. Y así, gracias a los magos,
no sólo se reconoce que ha nacido un niño rey sino que
también se vence la artimaña del tirano Herodes. Ya Isaías
había predicho que el Señor y Salvador nuestro, siendo un
niño pequeño, en el mismo inicio de su nacimiento corpo-
ral, iba a obtener este triunfo, cuando dijo: Porque antes que

8. C t 5 , 1. 12. Cf. AMBROSIO, In Le II,


9. Si 24, 20. 46 ( C C L 14, 5 1 ) .
10. Sal 67, 32. 13. Sal 114, 9.
11. Mt 2, 12.
92 Cromacio de Aquileya

sepa el niño llamar a su padre y a su madre, recibirá la fuer-


za de Damasco y el botín de Samaría contra el rey de los
14
asirios . La fuerza de Damasco que el Hijo de Dios recibe
después de nacer como niño se entiende que es el oro, que
le fue ofrecido por los magos. Y el botín de Samaría los
mismos magos, a quienes arrancó del error de la supersti-
ción de Samaría, es decir del culto a los ídolos. Pues aun-
que eran antes botín del diablo por su falsa religión, des-
pués se hicieron botín de Dios por el conocimiento de
Cristo. El rey de los asirios, por su parte, hace referencia a
Herodes, y también ciertamente al diablo, contra quien los
mismos magos surgieron como adversarios adorando al Hijo
de Dios, Señor y Salvador nuestro, que es bendito por los
siglos de los siglos. Amén.

14. Is 8, 4.
TRATADO 6
(Mt 2, 13-18)

HUIDA A EGIPTO Y MATANZA DE LOS INOCENTES

1. Dice después el evangelista: He aquí que se apareció


a José el ángel del Señor [en sueños y le dijo: «Levántate,
toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y está-
te allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al
niño para matarle». El se levantó, tomó de noche al niño y
a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muer-
te de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor
1
por medio del profeta:] «De Egipto llamé a mi hijo» . Se or-
denó por tanto a José acoger a este niño, de quien había
dicho Isaías: Porque un niño os ha nacido, un hijo se os ha
2
dado, el mando se ha puesto sobre sus hombros . Y dice esto:
Un hijo se os ha dado, porque Cristo Señor, el recién naci-
do, es considerado hijo de José y María. Y lo de que bajó
a Egipto, también lo había anunciado hace mucho el mismo
Isaías con estas palabras: He aquí que el Señor se sienta en
3
una nube ligera y vendrá a Egipto . En estas palabras se
mostró un claro sacramento de la encarnación del Señor.
Pues como el mismo Señor es llamado el que nace de lo alto
4
y sol de justicia , con toda razón predijo aquí que vendría

1. Mt 2, 13-15. 3. Is 19, 1.
2. Is 9, 6. 4. L e 1, 78.
94 Cromacio de Aquileya

en una nube ligera, es decir, en un cuerpo santo, incapaz de


coger peso por opresión de pecado alguno; por medio de
este [cuerpo] cubrió la luz de su majestad con el velo de
una nube corporal. Y también a Oseas se le muestra lo
mismo cuando dice: El rey de Israel fue expulsado, porque
5
Israel es un niño, y yo lo amé. Y de Egipto llamé a mi hijo .
Después del grave delito que antiguamente cometió
Egipto, después que se le impusieron por voluntad divina
numerosas plagas, Dios Padre omnipotente, movido de pie-
dad, envió a su Hijo a Egipto para que aquel país que ya
antaño -en tiempo de Moisés- había pagado la pena debida
a su crimen, recibiera ahora -al acoger a Cristo- la esperan-
za de la salvación. ¡Qué grande se ha mostrado la miseri-
cordia de Dios por medio de la venida de su Hijo! Este Egip-
to que antiguamente, bajo el mandato del Faraón, se había
mostrado tan rebelde y contumaz contra Dios, ahora se ha
hecho cobijo y morada de Cristo. Tal fue la misericordia del
Señor con Egipto como se había mostrado también con
aquellos magos que merecieron conocer a Cristo Señor. Pues
como antes, con Moisés, los magos se atrevieron a resistir a
las muestras de poder divino, ahora los magos, tras ver un
solo signo celeste, creyeron al Hijo de Dios. Y así a aqué-
llos les condujo sin duda al castigo su falta de fe; pero a éstos
su fe les llevó a la gloria, al creer que Dios había nacido en
un cuerpo, Aquel a quien aquéllos no quisieron reconocer
en las manifestaciones de poder divino. Pero entre todas estas
cosas hay que notar la iniquidad de los judíos: Egipto acoge
a Cristo nuestro Señor, los magos lo adoran, y Herodes y
los judíos van detrás de la abominación.
2. Que siga nuestra exposición el orden de los aconte-
cimientos. Cuando Herodes, por tanto, se vio burlado por
los magos dio rienda suelta a la ira que ocultaba. Así dice

5. O s 11, 1.
Tratado 6, 1-2 95

el evangelista: Entonces Herodes, cuando vio que había sido


burlado por los magos se llenó de ira [y envió a matar a
todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años
para abajo, según el tiempo que había precisado por los
magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías:
Un clamor se ha oído en Rama, mucho llanto y lamento: es
Raquel que llora a sus hijos] y no quiere ser consolada por-
que ya no existen^. Queriendo Herodes, como dijimos,
matar al salvador del mundo, envió gente a Belén y mandó
que asesinaran a los niños de dos años para abajo, según el
tiempo que había sabido por los magos; pensaba que llega-
ría así hasta el mismo autor de la vida, el Señor.
La nulidad de su intento ya la había previsto desde an-
tiguo el Espíritu Santo, y arguye a través de Salomón con
estas palabras, que pone como si fuesen pronunciadas por
la Iglesia: ¿Quién te entregará a mi hermano que mama a
7
los pechos de su madre? . Diciendo ¿quién te lo entregará?,
mostraba que Herodes no tendría ninguna autoridad con-
tra él, el Señor y el príncipe de toda autoridad. Por eso con
toda razón el mismo Señor, también por boca de Salomón,
había declarado sobre sí mismo: Me buscarán los malvados
y no me encontrarán. Odian la sabiduría, no recibieron la
8
Palabra del Señor ni la desearon . Y también por David dice:
Porque tú eres quien me sacaste del vientre, mi esperanza
desde los pechos de mi madre, hacia ti me muevo desde que
estaba en el seno; desde el vientre de mi madre tú eres mi
9
protector . También el santo Moisés declaró que de ningún
modo se podía matar a Cristo el Señor cuando era un bebé
que todavía tomaba el pecho, diciendo estas palabras: No
10
cocerás al cordero en la leche de su madre . Quería decir

6. Mt 2, 16-18. 9. Sal 21, 10-11.


7. C t 8, 1. 10. Ex 23, 19.
8. Pr 1, 28-30.
96 Cromacio de Aquileya

con esto que Cristo nuestro Señor, que es el verdadero cor-


dero de Dios, no debía padecer sino llegado el momento
oportuno de su madurez.
Y por tanto en Belén se mata a todos los niños peque-
ños. Estos, al morir inocentes por Cristo, resultarán ser los
primeros mártires de Cristo. De ellos también habla David
cuando dice: De la boca de los niños de pecho has sacado
una alabanza contra tus enemigos para destruir al enemigo
11
y al defensor . Pues en esta persecución son asesinados por
Cristo unos niños de pecho, todavía muy pequeños, y con-
siguen la perfecta alabanza del martirio. Se destruye a He-
rodes, el rey inicuo, quien osaba defender para sí un reino
contra el rey de los cielos. Por eso con razón resultaron
aquellos niños ser felices para siempre, pues merecieron
morir los primeros por Cristo, Señor y Salvador nuestro. A
él la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

11. Sal 8, 3.
TRATADO 7
(Mt 2, 19-23)

E L REGRESO DE EGIPTO - JESÚS Y SANSÓN

1. Luego sigue: Una vez muerto Herodes [el Ángel del


Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Le-
vántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en ca-
mino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que bus-
1
caban el alma del niño».] E inmediatamente tomó al niño
2
y a su madre, y fue a la tierra de Israel . Al decirle a José
el ángel que han muerto los que buscaban el alma del niño
manifiesta con claridad que el Hijo de Dios, perfecto Dios,
había asumido un perfecto hombre, es decir no sólo el cuer-
po, sino también el alma. Esto lo decimos porque algunos
en su necia predicación se han atrevido a afirmar que el Hijo
unigénito de Dios asumió nada más que el cuerpo. Pero
quedan refutados tanto por el testimonio del ángel como
por la profesión que hace de ello el mismo Señor, que en
bastantes pasajes hizo mención de su alma, diciendo: Tengo
poder para entregar mi alma y tengo poder para tomarla de

1. Anima puede significar alma, y no sólo un cuerpo. Se


'alma' (como opuesto a 'cuerpo'), opone así a la doctrina de Apoli-
y también 'vida'. Aquí Cromacio nar de Laodicea, para quien el
lee los textos bíblicos en el primer Verbo sustituía en Jesús al alma,
sentido para defender que el Hijo uniéndose al cuerpo.
de Dios asumió un cuerpo y un 2. Mt 2, 19-21.
98 Cromacio de Aquileya

3
nuevo . Y otra vez: Mi alma está triste hasta la muerte*. Y
aún: El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que había
5 6
perecido y a dar su alma como redención por muchos , de
modo que el Señor y Salvador nuestro mostró claramente
que tenía en sí una naturaleza humana completa. Pues como
antiguamente el hombre entero había incurrido por el pe-
cado en sentencia de muerte, no sólo en el cuerpo sino tam-
bién en el alma, necesariamente asumió el Señor ambos, para
salvar ambos.
La credibilidad y la verdad de las acciones narradas está
clara en su sentido literal, es decir que después de la muerte
de Herodes fue avisado José por el ángel, para que con el
niño y su madre volviera a la tierra de Israel. Pero en estas
7
mismas acciones hay también un sentido espiritual . Herodes
era la figura de la infidelidad judía, como Egipto lo era de
este mundo. Después de visitar a este último, retornó de
nuevo [el Señor] para visitar a los hijos de Israel, una vez
muerto Herodes*, es decir extinguida en parte la incredulidad.
2. Después sigue diciendo que, cuando se había mar-
chado José de Egipto [entró en la tierra de Israel. Pero al
enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su
padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños,
se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad
llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los
9
profetas:] Porque será llamado nazareo . El Señor y Salva-
10
dor nuestro es llamado nazareo tanto por el nombre del

3. J n 10, 18. espiritual. Cf. Introducción, pp.


4. Mt 26, 38; Me 14, 34. 25-27.
5. Mt 18, 11. 8. Mt 2, 19.
6. Me 10, 45. 9. Mt 2, 21-23.
7. A partir de ahora veremos 10. Cromacio lee 'nazareo',
cómo los tratados siguen normal- con el doble sentido: de Nazaret
mente este orden de exposición: (nazareno) y 'nazir', consagrado a
primero el sentido literal, luego el Dios según se lee en N m 6, 1-21.
Tratado 7, 1-2 99

lugar, la ciudad de Nazaret, como por el sacramento in-


cluido en la ley. Pues según la ley se llamaba nazareos a
aquellos que consagraban su castidad a Dios por medio de
un voto singular, que se dejaban crecer la cabellera, y a quie-
nes la ley mandaba ofrecer determinados sacrificios. Y como
Cristo Señor es el origen y el primero en toda santidad y
pureza y el que dice por el profeta: Sed santos porque yo
11
soy santo, dice el Señor , con toda razón fue llamado na-
zareo. El además ofreció verdaderamente, según la prefigu-
ración de la ley, el voto prometido a Dios Padre, el sacrifi-
cio de su cuerpo, por nuestra salvación. De este voto dice
David, cuando habla acerca del Señor: Como juré al Señor,
12
ofreceré un voto al Dios de Jacob . Y para mostrar del
mismo modo y manifiestamente que El mismo debía lla-
marse nazareo según la carne, el Señor testificó así por
medio de Salomón: Porque mi cabeza ha sido bañada de
11
rocío y mis cabellos de gotas , porque un modo de santifi-
cación de los nazareos era que el hierro no se acercara a la
cabellera ni a los pelos de la cabeza.
También a Sansón, hombre potente en espíritu y fuerte
4
en valor, se le decía nazareo' , pero fue llamado así en fi-
gura. Si consideramos sus hazañas, vemos también en ello
ejemplos prefigurados del Señor. Aquél tuvo una cabellera
15
con siete trenzas , de éste son el espíritu septiforme y las
16
siete iglesias . Aquél poseía toda la fuerza en la cabeza, éste
tiene toda la fuerza en Dios, porque la cabeza de Cristo es
17
Dios , como manifiesta el Apóstol. En aquél estaba oculta
la fuerza, en éste se encuentra escondida la divinidad. San-
són, mientras iba de camino, despedazó al león con sus
manos, y el Señor y Salvador nuestro, por medio del sacra-

11. L v 11, 44; 19, 2; 20, 7. 15. Cf. Je 16, 13.


12. Sal 131, 2. 16. Cf. A p 1, 20; 5, 6.
13. C t 5, 2. 17. 1 C o 11, 3.
14. Cf. J e 13-16.
100 Cromacio de Aquileya

mentó de su cuerpo asumido, extendidas sus manos en la


18
cruz, acabó con el león, el diablo . Sansón extrajo un panal
19
de miel de la boca del león , el Señor arrancó de las fauces
del diablo a su gente, que por la fe se ha vuelto dulce a su
paladar. Sansón salvó a su pueblo tras derrotar a los ene-
migos; el Señor, una vez extinguidos los demonios, libró a
su pueblo de la muerte perpetua. Sansón se encierra en la
20
ciudad después de atrancar las puertas ; el Señor se encie-
rra en el sepulcro sellado. Y no te asombres porque se llame
«Señor» al cuerpo del Señor. Escucha al ángel que dice a las
mujeres hablando del cuerpo del Señor: Venid, ved el lugar
21
donde estaba puesto el Señor . Sansón, rotos los cerrojos y
22
tras arrancar las puertas, se escapa sin miedo ; el Señor, una
vez rotos los obstáculos de las moradas del infierno y abier-
to el sepulcro, después de recuperar su cuerpo, sale libre de
la muerte. Por último Sansón en el momento de morir sa-
23
cude los edificios y aplasta a sus enemigos . El Señor, cuan-
do condescendió a morir, una vez sacudida no una casa sino
el mundo entero, extinguió al diablo con todos sus ángeles.
Él, que es el Hijo unigénito de Dios, de quien es la alabanza
y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

18. Cf. 1 P 5, 8. 21. Mt 28, 6.


19. Cf. Je 14, 8. 22. Cf. Je 16, 3.
20. Cf. Je 16, 2. 23. Cf. J e 16, 29-30.
TRATADO 8
(Mt 3, 1-3)

PREPARAD EL CAMINO DEL SEÑOR

1. Volvamos pues al curso que seguíamos en nuestra lec-


tura, para que la exposición que intercalamos no desbarate
la secuencia de los hechos. Sigue pues: En estos días vino
Juan el Bautista [proclamando en el desierto de Judea: «Con-
vertios porque ha llegado el Reino de los Cielos». Este es
aquel de quien habla el profeta Isaías cuando dice: voz del
que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor,]
1
haced rectas sus sendas . Juan Bautista, que iba a ser el pre-
cursor del Señor para preparar sus caminos, no fue anun-
ciado sólo por el testimonio de esta profecía, sino que tam-
bién se dijo en la profecía de David, poniendo estas palabras
1
en boca del Padre: Preparé una lámpara para mi Cristo .
Para entender de qué modo hay que preparar estos ca-
minos del Señor debemos fijarnos en una comparación te-
rrena que nos aclare las cosas celestiales. Pongamos pues ante
nuestros ojos la llegada de algún rey de la fierra, cómo se
acude con toda solicitud y cuidado al camino por donde se
anuncia que va a venir, para que todas aquellas vías por las
que el rey va a caminar se protejan con diligencia y empe-
ño, se rellenen los baches, se allanen las irregularidades y se
quite todo obstáculo, para no estorbar la ruta del que viene.

1. Mt 3, 1-3. 2. Sal 131, 17.


102 Cromacio de Aquileya

San Juan, precursor y servidor del Señor, que anuncia-


ba la llegada del rey celestial, preparaba un camino al Señor
en el pecho de los creyentes por las rutas de la salvación y
de la fe; para que, limpios de todos los vicios pecaminosos
por la confesión de la penitencia, todo lo que estaba hun-
dido por el pecado se elevara hasta la fe; y lo que parecía
elevado por la hinchazón de la soberbia se aplanara hasta la
humildad; y el Señor se complaciera en avanzar por un ca-
mino tal, que no tuviera ningún obstáculo de infidelidad.
Y estos caminos del Señor que san Juan preparaba en el
Evangelio también los muestra David en uno de sus salmos
proféticos: Hazme conocer, Señor, tus caminos e instruyeme
3
en tus sendas . Y luego dice cuáles son estas sendas: Todos
4
los caminos del Señor son misericordia y verdad . Juan pre-
paraba por tanto estos caminos de misericordia y verdad,
de fe y justicia, de los cuales declara también así Jeremías:
Permaneced en los caminos del Señor, observad las sendas
del Dios eterno y ved cuál es la vía del Señor y andad por
5
ella . Y como el reino celeste se establece en estos caminos,
con toda razón añadió san Juan: Está cerca el reino de los
6
cielos . ¿Quieres pues que también se acerque a ti el reino
de los cielos? Prepara estos caminos en tu corazón, en tu
mente, en tu interior. Allana en ti el camino de la pureza,
el camino de la fe, el camino de la santidad. Compon las
rutas de la justicia, quita de tu corazón todas las piedras de
tropiezo que hacen de obstáculos, porque está escrito: Qui-
7
tad las piedras del camino . Y entonces verdaderamente, por
los pensamientos de tu corazón y por los mismos movi-
mientos de tu alma, a modo de sendas, entrará como un rey
Cristo, a quien se debe la alabanza y la gloria por los siglos
de los siglos. Amén.

3. Sal 24, 4. 6. Mt 3, 2.
4. Sal 24, 10. 7. J r 50, 26.
5. J r 6, 16.
TRATADO 9
(Mt 3, 4)

VESTIDO Y ALIMENTO DE JUAN BAUTISTA

1. El evangelista nos describió el tipo de vestido y el ré-


gimen de comida que siguió Juan Bautista: El mismo Juan
se vistió con piel de camello [con un cinturón de cuero a sus
1
lomos, y su comida eran langostas] y miel silvestre . En pri-
mer lugar se muestra así el género de vida celestial y la hu-
mildad gloriosa de Juan. N o buscaba los vestidos preciosos
del mundo quien había despreciado al mismo mundo; ni
aguardaba una comida opulenta quien pisoteaba las delicias
del mundo. ¿Qué necesidad tenía de los preciosos trajes del
mundo quien estaba ataviado con la vestidura de la justicia?
¿O qué alimentos delicados de la tierra podía desear quien
se apacentaba con las palabras divinas, aquel para quien el
verdadero alimento era la ley de Cristo?
El precursor del Señor, profeta y apóstol de Cristo, con-
venía que fuera de tal categoría que despreciara las cosas del
mundo y se entregara totalmente al Dios del cielo. Por eso,
2
con razón le llama el Señor incluso «ángel» , porque estan-
do en este mundo, pisoteaba al mismo mundo con una vida
angélica.

1. Mt 3, 4.
2. Cf. M t 11, 10; M e 1, 2; L e 7, 27.
104 Cromacio de Aquileya

Pero en esta forma de comer y vestir no sólo mostraba


despreciar las cosas buenas del mundo, sino que se dolía por
la iniquidad de este mismo mundo. Por esto deploraba con
lágrimas la incredulidad del pueblo, a quien él exhortaba a
la penitencia: Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de
3
la ira futura? Dad pues fruto digno de penitencia .
Este cariño hacia el pueblo ya lo conocemos de los san-
tos anteriores, de los cuales Juan se muestra compañero con
este ejemplo. Moisés, a causa del grave delito del pueblo, se
apenó con profunda tristeza; él, que se conmovió tanto por
amor al pueblo que pidió ser borrado del libro de Dios si
4
no se borraba el pecado del pueblo . Josué, hijo de Nun, su-
cesor de Moisés, yace postrado en la presencia de Dios desde
5
la mañana hasta la tarde en favor del pecado del pueblo .
Samuel llora, hasta el día de su muerte, por Saúl y por el
6
pueblo entero . Elias, a causa de la iniquidad del pueblo, se
7
aflige con ayunos y se abstiene de comer . Jeremías no deja
de llorar los pecados del pueblo diciendo: ¿Quién me dará
agua para el rostro y una fuente de lágrimas para mis ojos,
1
para lamentarme día y noche por este pueblo ? Y todos los
profetas lloraron de modo parecido los delitos del pueblo.
2. Como ya hemos reconocido en este vestido y comi-
da la humildad bienaventurada de san Juan, veamos ahora
qué se puede entender en sentido espiritual. N o hay duda
de que en la túnica de Juan está figurada la vocación de la
Iglesia, que está tejida por el Espíritu Santo con las diver-
sas naciones, como con pelos de camellos, por medio de la
predicación de profetas y apóstoles. En efecto, los gentiles,
de los que se ha extraído la Iglesia, se comparan alegórica-
mente a los camellos.

3. Mt 3, 7-8. 6. Cf. 1 S 15, 35.


4. Cf. E x 32, 31-32. 7. Cf. 1 C r o 19.
5. Cf. J o s 7, 6. 8. Jr 9, 1.
Tratado 9, 1-2 105

Además, en el ceñidor de piel que le rodea la cintura se


muestra el honor de la pureza y castidad con que Juan es-
taba verdaderamente ceñido, porque despreciaba su carne
con la mucha abstinencia, como si fuese una piel muerta.
Con este ceñidor de pureza también debemos vestirnos no-
sotros, según el ejemplo de Juan, como dice el Apóstol: Que
9
vuestra cintura esté ceñida en castidad . Por esto el Señor
manda a sus discípulos en el Evangelio que tengan ceñida
la cintura, pues mandaba la ley del Señor, en figura, que no
se comiera la pascua sin tener la cintura ceñida, porque nadie
merece comer de los divinos misterios si no tiene castidad
en el alma y pureza en la carne.
Por otra parte, en las langostas que Juan tenía de ali-
mento se designan aquellos que, antes de entrar en conoci-
miento de Dios, son llevados por su entendimiento inquie-
to e inestable por otros lugares, y se obstinan contra la fe.
Pero éstos, una vez capturados por la gracia de Dios, se ali-
mentan con la predicación de Juan, con la fe de los apósto-
les y con su propia aceptación de la fe como con un alimento
celestial, según lo que dice el Señor en el Evangelio: Mi ali-
10
mento es hacer la voluntad del Padre que me envió . Tam-
bién leyendo a Salomón conocemos que esta vocación de los
gentiles se muestra en las langostas, cuando dice de éstas,
entre varias comparaciones: Y las langostas, que sin tener rey,
n
a una palabra salen todas en orden ; es decir, los gentiles,
que aun sin tener a Dios por rey, y desconociendo al autor
de la vida y salvación humanas, una vez oída la palabra de
la predicación evangélica, acuden unánimes y concordes en
unidad de fe hacia la gracia de Dios. Y todavía otro profe-
ta recuerda que las langostas designan a los gentiles: Miré, y
n
he aquí que venía una generación de langostas .

9. Cf. Ef 6, 14; L e 12, 35. 11. Pr 30, 27.


10. J n 4, 34. 12. A m 7, 1.
106 Cromacio de Aquileya

En la miel silvestre notamos que se designa a los hom-


bres justos y misericordiosos que se movían en la selva de
este mundo, es decir en el error de este siglo. Efectivamen-
te, la miel silvestre, aunque se recoge en un panal colocado
allí sin ningún esfuerzo ni trabajo de los hombres y sin nin-
gún cuidado o diligencia humana, no obstante es por sí
misma naturalmente dulce. Así la mayoría de los gentiles,
no instruidos por palabra alguna de la doctrina del cielo,
antes de recibir el conocimiento de la ley divina, antes de
ser recogidos dentro de la Iglesia para la fe, reteniendo en
sí con buen natural la suavidad de una vida honesta, se com-
paran a la dulzura de la miel silvestre. Y de esto nos ofre-
ce el claro ejemplo de sí mismo aquel santo centurión Cor-
13
nelio , que aunque no estaba obligado por ningún vínculo
de la ley divina, viviendo en justicia natural cumplía los pre-
ceptos de la ley. Por ello es alabado por el Espíritu Santo
en los Hechos de los Apóstoles con un testimonio de esta
categoría: Era Cometió hombre justo y temeroso de Dios y
14
hacía muchas limosnas al pueblo ; a quien se le dice por el
ángel: Cometió, han sido escuchadas tus oraciones y han as-
cendido tus oraciones como memorial ante la presencia de
15
Dios . Y no es distinto el ejemplo que nos ofrece aquel eu-
nuco de la reina de Candace. Aunque era de los gentiles,
mereció por su justicia natural que enviara el Señor al santo
16
diácono Felipe para bautizarle . También el apóstol Pablo
manifiesta claramente esto mismo cuando dice: Porque los
gentiles que no tienen ley, son para sí naturalmente ley, y
17
muestran la obra de la ley escrita en sus corazones . De
modo que, cuando unos espíritus de este tipo llegan al co-

13. Sobre Cornelio dice C r o - 14. H c h 10, 1-2.


macio en otro lugar que «cumplía 15. H c h 10, 3-4.
todos los preceptos de Cristo 16. Cf. H c h 8, 27-40.
antes incluso de creer en Cristo»: 17. R m 2, 14-15.
cf. S. III, 27-37 ( C C L I X A , 13).
Tratado 9, 2 107

nocimiento de Cristo, sin duda es como si ofreciesen miel


a la predicación profética y apostólica, ya que llevan una
vida dulce como miel; y así, de miel silvestre son transfor-
18
mados en miel doméstica para nuestro Señor y Salvador;
El, que es el origen de su vocación y de la salvación hu-
mana, a quien pertenece la alabanza y la gloria por los si-
glos de los siglos. Amén.

18. Juego de palabras. Do- casa'; por otro se usa para desig-
mesticus se opone por un lado a nar a los servidores de Dios, a los
'salvaje', como diciendo 'miel de fieles.
TRATADO 10
(Mt 3, 5-9)

LA PREDICACIÓN DE JUAN EL BAUTISTA

1. Luego dice el evangelista: Entonces salía a él toda


Judea desde Jerusalén [y toda la región del Jordán, y eran
bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautis-
mo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os enseñará a esca-
par de la ira que viene? Obrad pues dignos frutos de peni-
tencia y no creáis que basta con decir en vuestro interior:
"Tenemos por padre a Abraham";] porque poderoso es Dios
1
para suscitar de estas piedras hijos de Abraham» . Ya antes
Isaías había declarado la gracia que se daría en este tiempo
en que Juan exhortaría a los pecadores a penitencia y, esta-
blecido en las soledades, bautizaría a los que confesaran sus
pecados. Así dice: Que se alegre el desierto y florezca como
un lirio y florezcan y exulten las soledades del Jordán. For-
taleced las manos débiles y robusteced las rodillas vacilan-
2
tes; los que tenéis poco ánimo, fortaléceos y no temáis .
Exhortaba por tanto Juan a los que venían a él a que pur-
garan los pecados que habían cometido desobedeciendo los
preceptos de la ley divina para que, satisfaciendo ante Dios
con una digna penitencia, merecieran el perdón de aquel que

1. Mt 3, 5-9. 2. Is 35, 1- 4.
Tratado 10, 1-2 109

había dicho por el profeta: No quiero la muerte del que está


3
muriendo sino que se convierta y viva . Y otra vez: Una vez
convertido, cuando hayas deplorado [tus pecados], entonces
serás salvo y sabrás dónde has estado*. Y otra vez: Conver-
5
tios a mí y yo me convertiré a vosotros, dice el Señor . Y otra
vez: Yo soy el Señor, que no me acuerdo de las maldades,
siempre que el hombre se convierta de su mal camino y de
h
todas las iniquidades que cometió, para que viva .
Por todo esto entendemos que en la confesión de los pe-
cados se funda una gran esperanza de salvación. También
por el ejemplo del santo Job sabemos que en esto no debe
haber negligencia. Él ni siquiera calló los pecados que ig-
noraba, diciendo: Pero si pequé sin saberlo y escondí mi pe-
cado, no fue porque temiera a la muchedumbre de la gente
7
de modo que no confesara delante de ellos .
2. Apremiaba san Juan a los fariseos y saduceos que ve-
nían a su bautismo diciendo: Raza de víboras, ¿quién os en-
señará a escapar de la ira que viene? Obrad pues dignos fru-
2
tos de penitencia . Los que antaño fueron llamados hijos de
Dios reciben ahora por razón de sus crímenes el nombre de
raza de víboras porque, haciendo la voluntad del diablo, que
9
fue llamado desde el principio «serpiente» , ellos mismos se
hicieron hijos del diablo, según aquello que dice el Evan-
gelio: Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis llevar a
10
cabo los deseos de vuestro padre .
Acostumbra la Escritura a considerar a los pecadores
como pertenecientes al linaje de los que pecaron, por simi-
litud. Cuando dice: Escuchad esto, príncipes de Sodoma;
11
venid a la ley de Dios, pueblo de Gomorra ; y otra vez: Tu

3. E z 18, 32. 8. Mt 3, 7-8.


4. Is 30, 15. 9. Cf. G n 3, 1.
5. Za 1, 3; cf. MI 3, 7. 10. J n 8, 44.
6. Cf. E z 18, 22.23.28.32. 11. Is 1, 10.
7. J b 31, 33-34.
110 Cromacio de Aquileya

padre es un amorreo y tu madre hitita, y tu linaje de la tie-


12
rra de Canaán ; esta increpación la hace al pueblo de los
judíos, que sabemos con certeza que no eran ni príncipes
de Sodoma, ni pueblo de Gomorra, ni descendencia de padre
amorreo y madre hitita, sino que se cuentan entre este li-
naje de criminales por la semejanza de su pecado. Por eso
con toda razón les denunciaba Juan bajo tal acusación di-
ciendo: Raza de víboras, ¿quién os enseñará a escapar de la
111
ira que viene? Obrad pues dignos frutos de penitencia . Es
decir, que volviendo en sí de sus maldades escaparan al cas-
tigo del juicio futuro por una justa penitencia. Y también el
santo Apóstol muestra que la ira significa el castigo eterno:
Pues si cuando éramos enemigos hemos sido reconciliados con
Dios, ¿cuanto más nos salvaremos de la ira por medio de
u 15
él? . Y otra vez: Te atesoras ira para el día de la ira .
3. Y por eso, para rechazar contundentemente la sober-
bia de los que presumían provenir de un linaje santo, aña-
dió: Y no queráis enalteceros diciendo: Tenemos por padre a
Abraham. Os digo en efecto que poderoso es Dios para sus-
16
citar de esas piedras hijos de Abraham . Eran hijos de Abra-
ham, sí, según la carne, pero extraños a la fe y las obras de
Abraham, de modo que en vano alardeaban del privilegio
de su estirpe, como leemos en otro lugar: Dijeron al Señor:
17
Nosotros tenemos por padre a Abraham . Pero el Señor les
responde: Si fuerais hijos de Abraham, haríais las obras de
18
Abraham . Por lo cual, el que siga la fe y las obras de Abra-
ham, ése merece escuchar que es hijo de Abraham, según lo
que dice el Apóstol: No todos los que son de Israel son is-
raelitas, ni porque sean semilla de Abraham son todos hijos

12. E z 16, 3. 16. Mt 3, 9.


13. Mt 3, 7-8. 17. J n 8, 39.
14. R m 5, 8-9. 18. Ibid.
15. R m 2, 5.
Tratado 10, 2-3 111

19
suyos, sino que en Isaac se te dará una semilla . Es decir,
no quienes son hijos de la carne son hijos de Dios, sino que
a la semilla se atribuyen los hijos de la promesa. Pues quie-
nes no responden a la santidad de su linaje pierden la dig-
nidad del linaje. Y por eso añadió Juan: Os digo que pode-
roso es Dios para suscitar de esas piedras hijos de Abraham.
Veamos pues quiénes son estas piedras de las cuales Juan
promete que van a surgir hijos de Abraham. N o hay duda
de que en estas piedras están representados los gentiles, de
entre los cuales, una vez rechazados los judíos por incré-
dulos, surgen los creyentes en Cristo como dignos hijos de
Abraham en razón de su fe. Según lo que se dijo a éste: Por-
20
que te he establecido como padre de muchos pueblos . Pues
también el Señor mostró en el Evangelio que estas piedras,
después de la incredulidad de los judíos, acudirían con el
clamor de la fe a la alabanza de Dios, cuando dice a los ju-
21
díos: Si éstos callaran, gritarán las piedras . Y notamos que
22
estas piedras se comparan a los gentiles bien sea porque
daban culto a las piedras, bien porque endurecían sus cora-
zones con un entendimiento como petrificado y obtuso, que
ya el Señor había predicho que les iba a arrancar, cuando
dice: Arrancaré de ellos los corazones de piedra y les daré
un corazón de carne, y escribiré mis leyes en sus corazones,
23
y en su entendimiento las escribiré ; el Señor y Salvador
nuestro Cristo Jesús, a quien se debe la alabanza y la glo-
ria por los siglos de los siglos. Amén.

19. R m 9, 6-7. 22. Cf. AMBROSIO, In Le II,


20. L e 19, 40. 75 ( C C L 14, 62-63).
21. Ibid. 23. E z l l , 1 9 ; 3 6 , 2 6 ; J r 3 1 , 3 3 .
TRATADO 11
(Mt 3, 10-12)

E L BAUTISMO EN ESPÍRITU Y FUEGO

1. Luego sigue: Y ya está el hacha puesta a la raíz de


los árboles. Todo árbol que no da buen fruto se cortará y se
1
echará al fuego . En esta hacha está claro que se represen-
ta el poder de la palabra divina, según dice el Señor por
medio del profeta Jeremías: ¿No es mi palabra como fuego,
2
dice el Señor, y como hacha que destroza las piedras? . Así
pues esta hacha, que en este bosque del género humano está
puesta junto a las mismas raíces de la fe interior, amenaza
siempre con la severidad del divino juicio, por el cual los
árboles que no dan frutos, es decir los hombres estériles que
no son fecundos en ningún fruto de fe, una vez cortados se
destinan al fuego perpetuo. Y también con el testimonio de
Ezequiel se confirma que esta hacha es el poder del juicio
divino, cuando los ángeles, tras recibir unas hachas, son des-
tinados por el Señor para devastar a los incrédulos. Así está
3
escrito en efecto: Y tendrá cada uno un hacha en su mano ,
y se les dijo: Id, recorred y matad y no perdonéis a nadie
desde el más grande hasta el más pequeño. Pero a aquel
sobre quien encontréis mi signo no lo toquéis; y comenzad

1. Mt 3, 10. 3. E z 9, 1.
2. J r 23, 29.
Tratado 11, 1-3 113

por mis mismos santos*. Por tanto con semejante hacha evan-
gélica se corta a los que no creen, pero los creyentes son
purificados para que sean capaces de dar frutos mejores.
2. Y les dice: Yo os bautizo en penitencia [pero el que
viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de
llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y
fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: re-
cogerá su trigo en el granero, pero las pajas] las quemará en
5
un fuego inextinguible . Juan, por tanto, bautizaba al pue-
blo en penitencia según el decreto de la compasión divina,
como manifestó el Señor mismo en el Evangelio diciendo a
los judíos: Las meretrices y los publícanos os preceden en el
6
reino de Dios . Pues éstos aceptaron ser bautizados con el
bautismo de Juan. En esto se muestra ser decisión de Dios
que cada uno fuera purificado con el bautismo de Juan por
la confesión del pecado, y así se le considerara digno del
don de la gracia celeste; no fuera que no se dignara entrar
el Espíritu Santo por estar manchados los cuerpos con los
pecados, según lo que está escrito: El Espíritu Santo, que es
7
espíritu de instrucción, huirá lo que es fingido . Y otra vez:
En el alma malvada no entrará la sabiduría, ni habitará en
el cuerpo sometido a los pecados*. Por eso con toda razón
bautizaba Juan con un bautismo de penitencia; para prepa-
rar un camino al Señor y una morada al santo Espíritu una
vez lavados los corazones de los hombres de las suciedades
de los pecados. Y esto mismo lo muestra el Señor también
por Isaías, cuando dice: Lavaos, quedaos limpios, arrancad
9
la iniquidad de vuestras almas .
3. Dice por tanto Juan: Yo os bautizo en penitencia pero
viene detrás de mí uno más fuerte, cuyas sandalias yo no soy

4. E z 9, 5-6. 7. Sb 1, 5.
5. Mt 3, 11-12. 8. Sb 1, 4.
6. Mt 21, 31. 9. Is 1, 16.
114 Cromacio de Aquileya

10
digno de llevar. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego .
San Juan, sí, bautizaba con un bautismo de penitencia, pero
anunciaba que vendría otro bautismo mejor en fuego y Es-
píritu Santo. Y si decía que venía detrás de él quien había
de suministrar este bautismo, que era más fuerte que él y a
quien no era digno de llevar las sandalias; y si Juan, el mayor
entre los profetas, el primero entre los apóstoles, lleno de
Espíritu Santo cuando estaba en el vientre de su madre, pre-
ferido a todos entre los nacidos de mujer (en palabras del
Señor), que incluso fue llamado «ángel»; si él, decimos, se
confiesa indigno de llevar las sandalias del Señor, ¿cómo es
que la impiedad de los herejes se ha atrevido a negar que
Cristo es Señor, cuando un profeta tan grande por medio
de esta confesión de la dignidad divina declara sin sombra
de duda que es Dios?
4. Pero ahora debemos prestar atención a lo que quie-
ren decir estas «sandalias» según el sentido espiritual. Sabe-
mos que se dijo antiguamente a Moisés: Quítate las sanda-
11
lias de los pies. Pues el lugar en que estás es tierra sagrada .
También leemos que a Josué, hijo de Nun, se le dijo algo
11
parecido: Desata los cordones de tus sandalias .
Pero en el hecho de que les mande el Señor desatarse
las sandalias de los pies entendemos que se muestra la fi-
gura de la verdad venidera. Pues en la ley se dijo que, si al-
guien no quiere tomar a la mujer de su hermano después
de la muerte de éste, se quite la sandalia para que otro, hecho
13
esposo de ésta, le suceda según el derecho de la ley . Este
precepto prefigurado en la ley lo vemos cumplido en Cris-
to que es el verdadero esposo de la Iglesia. Por eso, ya que
ni Moisés el legislador podía ser esposo de la Iglesia, ni tam-
poco Josué el guía del pueblo, con toda razón se les dijo

10. Mt 3, 11. 12. J o s 5, 16.


11. Ex 3, 5. 13. D t 25, 9.
Tratado 11, 3-5 115

que desataran la sandalia de sus pies, porque se esperaba que


iba a venir Cristo, verdadero esposo de la Iglesia, del que
1
cuenta Juan: El que tiene a la esposa es el esposo "'. Y se con-
fiesa indigno de llevar o desatar sus sandalias.
Y además estas sandalias son signo también de las hue-
llas de la predicación evangélica, según lo que manifiesta el
mismo Señor por medio de David cuando dice: Sobre Idu-
15
mea echaré mis sandalias , es decir que muestra el avance
de la doctrina evangélica por todas partes a través de sus
16
apóstoles .
5. Este bautiza en Espíritu Santo y fuego. Uno fue el
bautismo de Juan, otro el del Señor; aquél de penitencia,
éste de gracia y santificación por el cual obra el Espíritu
Santo en cada creyente a modo de fuego para abrasar los
pecados, quemando los delitos, purificando las impurezas
de la carne y del alma, según refirió Isaías que lavará el
Señor las impurezas de los hijos e hijas de Sión y purificará
la sangre que hay en medio de ellos con un espíritu de jui-
17
cio y un espíritu abrasador . Esto es lo que declara Juan en
nuestro pasaje al decir: El mismo os bautizará en Espíritu
Santo y fuego. También quiere el Señor que prenda este
fuego del Espíritu Santo al enviarlo a la tierra, como El
mismo dice: He venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quie-
18
ro sino que prenda} , es decir, que la tierra de nuestro cuer-
po, quemadas las impurezas de los pecados, arda por obra
del Espíritu Santo. Conoció también Isaías este fuego del
Espíritu Santo, con cuyo ardor se gloría de que le fueron
purificados los pecados. Así dice en efecto: He aquí que uno
de los serafines tomó con unas tenazas un carbón del altar
y tocó mis labios y me dijo: He aquí que he arrancado tus

14. J n 3, 29. 12 ( C S E L 22, 200s).


15. Sal 59, 10. 17. Is 4, 4.
16. Cf. HILARIO, In Ps LIX, 18. Le 12, 49.
116 Cromacio de Aquileya

19
iniquidades y be purificado tus pecados todo en torno de ti .
También Jeremías, cuando profetizaba por el Espíritu Santo,
declaró que tenía fuego dentro de sí. Y tampoco David ig-
nora que con este fuego se purifican como la plata los cuer-
pos de los fieles: Plata probada al fuego, purificada siete
10
veces de la tierra ; porque como el fuego vuelve inmedia-
tamente a su color natural la plata que se introduce en él,
una vez abrasadas todas las impurezas, así el Espíritu Santo
conduce al hombre purgado de los vicios de sus pecados a
la gloria de la naturaleza espiritual. Por eso también en los
Hechos de los Apóstoles apareció como fuego el Espíritu
Santo sobre los apóstoles y los creyentes. Así dice, en efec-
to: Y se posó sobre cada uno de ellos y aparecieron unas len-
11
guas como de fuego repartidas sobre ellos .
Pero se trata también de aquel fuego eterno, verdadero
vengador del juicio futuro, en el cual los pecadores, perdi-
da la gracia del Espíritu Santo, se purificarán con un in-
cendio como si se tratara de un bautismo de castigo. De esto
dice el Señor en el evangelio: No saldrás de allí hasta que
11
no pagues el último cuadrante , mostrando que no podrá
ser liberado del castigo del fuego hasta que no haya paga-
do incluso por el más pequeño pecado con el baño del cas-
tigo. Y se sabe que también esto quiso decir el Apóstol al
afirmar: El fuego probará de qué valor es la obra de cada
uno; si su obra permanece, recibirá una recompensa; si su
obra arde, sufrirá una pérdida. Este sin embargo será salvo,
13
pero como a través del fuego .
6. Por lo cual con toda razón sigue: Con el bieldo en la
mano purificará su era, pondrá el trigo en los graneros; pero
las pajas las quemará en un fuego inextinguible. Se refiere

19. Is 6, 6-7. 22. Mt 5, 26.


20. Sal 11, 7. 23. 1 C o 3, 13-15.
21. H c h 2, 3.
Tratado 11, 5-6 117

al bieldo del juicio divino en el que separará, según el jui­


cio de la equidad divina, a los pecadores de los justos, como
las pajas del trigo. Por tanto, con tal bieldo va a purificar
en el juicio futuro la era de su Iglesia, cuando guarde a sus
justos a modo de granos de trigo incorruptos en unos como
graneros, es decir en la morada celeste. Pero a los pecado­
res los entrega como pajas, para ser abrasados con fuego
inextinguible; El, que es el juez de la equidad y la justicia,
a quien se debe la alabanza y la gloria por los siglos de los
siglos. Amén.
1
TRATADO 12
(Mt 3, 13-15)

JESÚS SE BAUTIZA PARA LIBRARNOS DEL PECADO

2
I. 1. Luego sigue : Entonces vino Jesús de Galilea al Jor-
dán ¡para ser bautizado por Juan. Pero Juan trataba de im-
pedírselo diciendo: « Yo debo ser bautizado por ti, ¿y tú vie-
nes a mí?». Jesús le respondió: «Deja ahora, conviene qué]
3
cumplamos toda justicia» . Por tanto Jesús, con el fin de
4
consumar todos los sacramentos de la ley , desciende de Ga-
lilea al Jordán para ser bautizado por Juan. Pero Juan, que
reconoce por el Espíritu Santo a su Señor y Dios, de quien
había declarado que no era digno de llevar ni siquiera las
5
sandalias , se excusa de cumplir lo que se le mandaba, por-
que no creía que fuera necesario el bautismo a aquel de
quien sabía que había venido a destruir con su bautismo los
pecados del mundo; y por eso declara que conviene más

1. L o s tratados 12 y 13, y los la introducción de este volumen.


que van del 17 al 31, pertenecen a 2. Para este capítulo 12 cf.
la primera familia, la única que se CROMACIO, S. XXXIV, 28-34,
consideraba antiguamente de C r o - ( C C L 9A, 156s), que trata todo él
macio. D e aquí que la numeración del Bautismo del Señor.
cambie. Las otras dos familias de 3. Mt 3, 13-15.
textos se atribuyeron primero a 4. Cf. H I L A R I O , In Mt II, 5
Juan Crisóstomo (segunda familia) (PL 9, 927B).
y a Jerónimo (tercera familia). Cf. 5. Cf. Mt 3, 11.
Tratado 12, I, 1-4 119

bien que él sea bautizado por Jesús, y dice: Yo debo ser bau-
6
tizado por ti, ¿y tú vienes a mí? .
2. Como si dijera: «Yo soy hombre, tú Dios; yo peca-
dor porque soy hombre; tú sin pecado porque eres Dios.
¿Por qué quieres ser bautizado por mí? N o rechazo obe-
decer, pero desconozco el misterio. Yo bautizo a los peca-
7
dores en penitencia . Tú, ¿por qué quieres ser bautizado si
no tienes mancha de pecado? O todavía mejor: ¿por qué
quieres ser bautizado como pecador, tú que has venido a
perdonar los pecados?». Esto es pues lo que dice Juan al
Señor: Yo debo ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Y
el Señor aprueba sin duda el sometimiento fiel que muestra
su siervo, pero manifiesta el misterio de su plan de salva-
ción al decir: Deja ahora; así es preciso que cumplamos toda
justicia, mostrando que ésta era la verdadera justicia: que el
mismo Señor y maestro cumpliera en sí todo el sacramen-
to de nuestra salvación.
3. Por tanto el Señor no quiso ser bautizado por razón
de sí mismo, sino por razón de nosotros, para cumplir toda
justicia. Pues es justo que lo que alguno quiere enseñar a
otro, lo comience él primero. Y pues el Señor había venido
como maestro del género humano, quiso enseñar con su
ejemplo lo que había que hacer; para que los discípulos si-
guieran al maestro, los siervos al Señor.
4. Y como iba a dar un nuevo bautismo para la salva-
8
ción del género humano y la remisión del pecado , él mismo
condescendió a ser bautizado el primero, no para quitarse
los pecados, pues era el único que no había cometido pe-
cado, sino para santificar las aguas del bautismo de modo
que disolvieran los pecados de los creyentes. Pues nunca ha-

6. Mt 3, 14. Tract. Origenis XV, 8 ( C C L 69,


7. Cf. Mt 3, 11. 114).
8. Cf. G R E G O R I O D E ELVIRA,
120 Cromacio de Aquileya

brían podido las aguas del bautismo purificar los pecados


de los creyentes si no hubiesen sido santificadas por el con-
9
tacto del cuerpo del Señor .
5. Él fue por tanto bautizado para que nosotros fuéra-
mos lavados de los pecados. Él fue sumergido en el agua,
para que nosotros nos purificáramos de las impurezas de los
delitos. Él recibió el baño de regeneración para que noso-
tros renaciéramos de agua y Espíritu Santo, porque como
él mismo dice en otro pasaje: Quien no renazca del agua y
10
del Espíritu Santo, no entrará en el Reino de los cielos .
II. 1. Por tanto el bautismo de Cristo es el baño de pu-
rificación de nuestros pecados y la renovación de la vida sal-
vadora. Escucha cómo lo muestra el Apóstol cuando dice:
Todos los que os habéis bautizado en Cristo, os habéis re-
11
vestido de Cristo . Y añade: Estáis sepultados con Él en la
muerte por el bautismo; para que, como Cristo resucitó de
los muertos, así también vosotros caminéis en novedad de
vida.
2. Así que por el bautismo morimos al pecado, pero co-
menzamos a vivir para Cristo; somos sepultados para la an-
tigua vida, pero resurgimos para la nueva; somos despoja-
dos del error del hombre viejo, pero recibimos las vestiduras
del hombre nuevo. Por tanto el Señor cumplió también en
el bautismo toda justicia, porque quiso ser bautizado para
que fuéramos bautizados; quiso recibir el baño de la rege-
neración para que renaciéramos a la vida.
III. 1. Y es claro que Juan bautizó a nuestro Señor y
Salvador, pero más bien fue él bautizado por Cristo, por-
que éste santificó las aguas, aquél fue santificado con las
aguas; éste donó la gracia, aquél la recibió; aquél se liberó

9. Cf. GRACIANO, Dist. I V c. Juan Crisóstomo.


10, de cons. (ed. FRIEDBERG, 1 3 6 4 ) . 10. J n 3, 5.
Cita esta frase atribuyéndola a 1 1 . Ga 3, 2 7 .
Tratado 12, I, 4 - III, 3 121

de los pecados, éste los perdonó; porque aquél es hombre,


éste Dios. Y corresponde a Dios perdonar los pecados,
como está escrito: ¿ Quién puede perdonar los pecados sino
12
sólo Dios? . Y por esto dice Juan a Cristo: Yo debo ser bau-
tizado por ti, ¿y tu vienes a mí? Juan tenía ciertamente ne-
cesidad del bautismo, porque no podía permanecer sin pe-
cado; pero Cristo no podía necesitar el bautismo, porque
no había cometido pecado.
2. Por eso el Señor y Salvador nuestro purificó en aquel
bautismo los pecados, primero de Juan y después de todo
el mundo. Y por eso dice: Deja ahora; así conviene que
cumplamos toda justicia. La gracia de este bautismo ya había
sido mostrada antiguamente de manera mística cuando el
pueblo fue conducido a la tierra prometida a través del río
Jordán.
3. Así como al pueblo se le abrió un camino por el Jor-
dán para ir a la tierra prometida, precedido por el Señor, así
ahora por estas mismas aguas del río Jordán se ha abierto
por primera vez el camino que guía al cielo, por el cual
somos conducidos a aquella bienaventurada tierra prometi-
da, que es la posesión del reino de los cielos. Aquéllos tu-
13 14
vieron por guía en el Jordán a Jesús hijo de Nun ; a no-
sotros sin embargo, por el bautismo, se nos ha constituido
guía de la salvación eterna Jesús, el Cristo Señor, hijo uni-
génito de Dios, que es bendito por los siglos de los siglos.
Amén.

12. M e 2, 7 y L e 5, 21. 14. Cf. J o s 3.


13. Josué.
TRATADO 13
(Mt 3, 16-17)

LOS CIELOS SE ABREN, SE ESCUCHA AL PADRE,


DESCIENDE EL ESPÍRITU

I. 1. Y luego sigue: Y Jesús, una vez bautizado, subió


inmediatamente del agua. Y he aquí que se le abrieron los
cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía como una
paloma. Y he aquí que una voz del cielo decía: «Este es
1
mi hijo amado, en quien me he complacido» . C o m o en
el nacimiento corporal del Señor, así también en su bau-
tismo todo se mostró digno de admiración y de acuerdo
con su majestad. 2. L o s cielos se abrieron al subir de las
aguas el Señor, después del bautismo; el Espíritu Santo
descendió en forma de paloma tomando aspecto corpó-
reo y dando testimonio del Hijo; incluso se escucha de
inmediato la v o z del Padre desde los cielos que dice: Este
es mi Hijo, en quien me he complacido. También David
había anunciado anteriormente que se iba a oír su v o z sa-
grada sobre las aguas, cuando dice: La voz del Señor sobre
2
las aguas, el Dios de la majestad ha tronado . Se refiere
sobre todo a este momento en que la v o z de la majestad
paterna, dando testimonio del Hijo, resonó como si fuera
un trueno.

1. Mt 3, 16-17. 2. Sal 28, 3.


Tratado 13: Mt 3, 16-17 123

II. 1. Entonces, ¿qué lugar se da aquí a los herejes para


3
que vayan contra la fe ? ¿Qué ocasión de blasfemar ha de-
jado esta declaración del Padre cuando incluso con palabras
explícitas se muestra el sacramento de la Trinidad perfecta?
En efecto, en el misterio del bautismo se ve al Hijo que se
mantiene en el cuerpo; al Espíritu Santo, que desciende en
apariencia de paloma; y se escucha desde los cielos la voz
del Padre, para que quede clara la unidad de la Trinidad,
pues ni el Padre puede ser entendido sin el Hijo, ni el Hijo
conocido sin el Espíritu Santo.
2. Fíjate por tanto cuál es el testimonio del Padre acer-
ca del Hijo, al decir: Este es mi Hijo. Suyo en verdad, no
por gracia de adopción, ni por elección de una criatura,
como pretenden los herejes, sino que es suyo con la pro-
piedad de la generación y la verdad de la naturaleza. Pues
muchos santos son llamados y son hijos de Dios; pero éste
es sin comparación el único Hijo unigénito de Dios Padre,
verdadero y con propiedad, no nacido de otro distinto del
Padre. Porque el Padre es tan verdadero padre, como es
también verdadero Dios; así como el Hijo es tan verdade-
4
ro hijo, como es también verdadero Señor .
3. Por tanto se ha mostrado la perfecta fe en la Trinidad,
porque no sólo el Padre declara que Cristo, Señor y Dios
nuestro, es su Hijo, sino que también el Espíritu Santo, el Pa-
ráclito, se une al Padre y al Hijo en tan gran sacramento de
la fe, para que creyéramos que son verdadero Padre, verda-
dero Hijo y también verdadero Espíritu Santo: tres personas,
pero una sola divinidad de la Trinidad, y una sola sustancia.
Esto hemos dicho de pasada sobre el misterio de la Trinidad.
III. 1. Pero como sabemos que todo lo que obró el
Señor por nosotros se ha mostrado como sacramento de

3. Se trata de herejes arríanos.


4. Cf. G . D E ELVIRA, De fide 9 8 ( C C L 69, 246).
124 Cromacio de Aquileya

nuestra salvación, al decir que después de bautizarse el Señor


se abrieron los cielos, se mostró que, una vez renacidos no-
sotros en el bautismo, teníamos abiertos los reinos de los
5
cielos que el Hijo de Dios abrió el primero para nosotros,
6
al ascender en cuerpo al cielo .
2. Por eso también en el hecho de que inmediatamente
descendiera del cielo el Espíritu Santo en apariencia de pa-
loma, y se escuchara la voz del Padre diciendo: Este es mi
Hijo; también aquí se revela la disposición del misterio ce-
leste y de nuestra salvación, porque por el bautismo salva-
dor del agua íbamos a ser hijos de Dios y merecedores del
7
don del Espíritu Santo , por medio del cual reciben la ala-
banza y la gloria el Padre y el Hijo por los siglos de los si-
glos. Amén.

5. Cf. C R O M A C I O , S. X X X I V , (CCL 9A, 5).


21-23 (CCL 9A, 156). 7. Cf. H I L A R I O , In Mt II, 6
6. Cf. CROMACIO, S. I , 88-89 (PL 9, 927B-C).
TRATADO 14
(Mt 4, 1-2)

JESÚS SE SOMETE A LAS TENTACIONES DEL DIABLO

1. Después sigue: Entonces fue conducido por el Espíri-


tu [al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de
hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches] tuvo
1
hambre . ¡Oh incomparable paciencia del Señor y ejemplo
de humildad admirable! Sufre ser tentado por el diablo el
Señor, quien ya antiguamente había herido con la morde-
2 3
dura mortífera de las serpientes al que le tentaba en el de-
sierto. Y también pasó hambre en el desierto, ayunando por
nosotros, aquél que antiguamente fortaleció durante cua-
renta años con alimento celestial a su pueblo hambriento en
4
el desierto . Y aunque Dios no puede sentir hambre según
su naturaleza eterna, incorrupta y santa, como está escrito:
5
El Dios eterno no tendrá hambre ni trabajará ; no obstan-
te, por nuestra salvación, según el cuerpo que asumió, con-
6
descendió a ser tentado y a pasar hambre para mostrar en
sí la verdad de la carne asumida.

1. Mt 4 , 1 - 2 . 4. Cf. Ex 1 6 , 14.
2. Cf. N m 2 1 , 6. 5. Is 4 0 , 2 8 .
3. Se refiere al pueblo de Is- 6. Cf. ORÍGENES, Hom.
rael, que tentaba a Dios en el de- XXIX in Le, 3 ( G C S 4 9 , 1 6 8 ) .
sierto.
126 Cromacio de Aquileya

2. Por tanto, le reta el diablo para tentarle y le sigue el


Señor para vencerle. Pero el enemigo comenzó el combate
de semejante tentación diciendo al Señor: Si eres Hijo de
1
Dios, di que estas piedras se conviertan en pan . Así pues,
desconocedor del misterio de la dispensación divina, pre-
gunta lo que ignora. Pues es propio de alguien que duda esa
palabra con la que intenta averiguar y dice: Si eres Hijo de
Dios. Y veamos por qué indaga, si duda, y por qué pre-
gunta, si ignora. Había oído ya al ángel anunciar a la Vir-
8
gen que iba a dar a luz al Hijo de Dios . Había visto tam-
bién que los magos, una vez abandonado el error de su fatua
9
ciencia, adoraban suplicantes al niño recién nacido . Había
visto también al Espíritu Santo descender como paloma des-
pués del Bautismo. Había oído además la voz del Padre
10
desde el cielo diciendo: Este es mi Hijo . Había oído tam-
bién a Juan dando público testimonio: Este es el que quita
11
el pecado del mundo . Perturbado pues por tan gran nú-
mero de testimonios, quedó consternado en último lugar
por estas palabras, y temió esto más que todo lo que había
oído; porque, habiendo llenado él el mundo de pecados, oye
que había venido el que quitaba el pecado del mundo.
Se había quedado, sí, aterrado por tantas palabras y de
tal magnitud, pero no creía todavía plenamente, porque a
quien había oído llamar Hijo de Dios lo veía entretanto
hombre, y contemplaba en la carne al que había oído que
quitaba el pecado del mundo. Por eso, tembloroso y lleno
12
de pavor, indaga si es verdad lo que ha oído . Vio cierta-
13
mente al Señor ayunar cuarenta días con sus noches pero,
desesperado, no quiso creer inmediatamente que fuera Hijo

7. Mt 4, 3. 11. J n 1, 29.
8. Cf. L e 2, 32. 12. Cf. AMBROSIO, In Le IV,
9. Cf. Mt 2, 11. 18 ( C C L 14, 112).
10. Cf. Mt 3,16-17; Me 1,10- 13. Mt 4, 2.
11; L e 3, 22.
Tratado 14, 2-3 127

de Dios. Traía en efecto a la memoria que Moisés y Elias


habían ayunado igualmente durante cuarenta días; por esto
indaga si realmente es Hijo de Dios por medio de algún
signo de poder que fuera claro a la vista. Le propone, por
tanto: Si eres Hijo de Dios, di que esas piedras se convier-
tan en panes.
Claro que no le era imposible al Hijo de Dios conver-
tir las piedras en panes, pues casi hizo surgir de las piedras
14
hijos de Abraham ; pero no era justo que el Señor se ple-
gase a la voluntad del diablo. Y por esto no le concedió el
Señor aquello que buscaba conocer. N o se digna respon-
derle que es el Hijo de Dios sino que, dejando oculta su di-
vinidad, sólo lo golpeó, como si le lanzara una flecha, con
una respuesta de la ley, diciendo: Está escrito: No sólo de
15
pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios . Con
esta respuesta anuló la tentación del diablo. Porque el Señor
no pasó hambre por necesidad, sino por su voluntad, para
retar al diablo a que le tentara de este modo, y ya que an-
taño el mismo diablo había vencido a Adán en el paraíso,
ahora fuera vencido por el Señor en la soledad del desier-
to. Y él venció a un Adán que no pasaba hambre, pero ahora
es vencido por el Señor hambriento. Quiso el segundo Adán
vencer del mismo modo con el cual fue superado el primer
Adán.
3. Por tanto, herido ya el enemigo por un golpe, de
nuevo maquina otra forma de tentación. Así en efecto está
escrito: Entonces le llevó el diablo a la ciudad santa, [le pone
sobre el pináculo del Templo, y le dice: «Si eres Hijo de Dios,
tírate abajo, porque está escrito: "A sus ángeles te encomen-
dará, y en sus manos te llevarán] para que no tropiece tu
16
pie en la piedra"» . Vencido ya una vez en la soledad del

14. Cf. Mt 3, 9. 16. Mt 4, 5-6.


15. Mt 4, 4.
128 Cromacio de Aquileya

desierto, comienza ahora otro combate. Sube pues el ene-


migo al pináculo del templo para provocarle, y le sigue el
Señor para triunfar. Subió con él [el Señor] a lo más alto del
templo para arrojar desde lo alto a aquel que se esforzaba
por arrojarlo. Pues el Señor se prosternó hasta la humildad
total para dejarnos ejemplo de paciencia en la tentación y
triunfar en todo sobre el enemigo.
Dice pues el diablo al Señor: Si eres Hijo de Dios, lán-
zate abajo. Porque está escrito que ha dado órdenes a sus
ángeles sobre ti, para que te cojan en las manos, para que
17
no tropiece tu pie en la piedra . ¡Oh astucia de una habili-
dad taimada y audacia de una temeridad condenable! Quien
se había visto herido por el Señor con la respuesta de la ley,
ya no sólo usa las armas de su maldad, en las cuales se ha
demostrado inútil, sino que él mismo se apropia del testi-
monio de la ley. Y trata de vencer precisamente por donde
le pesaba haber sido ya vencido. Se atreve, en efecto, tam-
bién él a decir: Está escrito, pero no a favor suyo, sino más
bien en su contra. En verdad estaba escrito: Porque ha man-
dado a sus ángeles sobre ti, pero lo que añade de su cose-
cha: Tírate abajo, no estaba escrito. En lo cual conocemos
su antigua astucia, frecuentemente usada: mezclar bienes con
sus maldades y templar sus venenos con la dulzura de la
miel, para poder siempre engañar. Así ya antaño, para atra-
er a sí a Adán, le puso delante unas palabras como si fue-
ran de Dios: ¿Cómo es que os fue dicho por Dios: no co-
18
meréis de ningún árbol del paraíso? , y lo restante, para
engañar al hombre incauto exponiéndole el mandato de
Dios con una interpretación falsa y añadiendo otras pala-
bras. Pues también allí añadió de su cosecha, al decir: ¿ Cómo
es que os ha dicho Dios: no comeréis de ningún árbol del
paraíso?, cuando lo que dijo el Señor fue: Comeréis de todo

17. Mt 4, 6. 18. G n 3, 1.
Tratado 14, 3-4 129

árbol del paraíso. Pero del árbol de la ciencia, que está en


19
medio del paraíso, no comeréis . Cambió pues las frases di-
vinas y unió a sus frases algunas palabras del Señor, para
convencer más fácilmente y, convenciendo, engañar. Mezcló
a las palabras divinas palabras provenientes de su maldad,
para infundir el veneno de la muerte mediante la dulzura de
la miel.
Por tanto, cuando el enemigo citó estas palabras, que eran
ciertamente de la ley pero iban contra sí mismo, el Señor,
desdeñando su inútil tentación, le golpeó de nuevo con otra
flecha de la ley, diciendo: Está escrito: no tentarás al Señor
10
tu Dios . Con esta respuesta recibió de nuevo el diablo otra
herida, pero a pesar de todo no dejó, herido ya con doble
llaga, de atacar una vez más al Señor con otra tentación. Sin
duda que el Señor había podido derribarle ya en la primera
tentación, pero conservó la paciencia de modo que el ene-
migo se ensoberbeciera aun más para su propia ruina y fuera
herido antes de su muerte con una llaga múltiple.
4. Después de entrar en combate dos veces con el Señor
y ser vencido, todavía intenta una tercera vez armarse con
la audacia de su maldad. Esto dice en efecto el evangelista:
Y le subió a un monte muy alto, [y le muestra todos los rei-
nos del mundo y su gloria, y le dice: «Todo esto te daré si
postrándote me adoras». Dícele entonces Jesús: «Vete, Sata-
nás, está escrito!] Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo ser-
11
virás» . ¡Asombrosa e imitable la paciencia del Señor y
única la audacia del diablo! Le reta pues por tercera vez el
enemigo y sube a un monte muy alto para tentarle y el Señor
no se desdeña de seguirle para vencerle. Pero no venció para
22
El, sino para nosotros . N o era en efecto gran cosa que el

19. G n 2, 16-17. 22. Cf. A M B R O S I O , In Le IV,


20. Mt 4, 7. 19 ( C C L 14, 112).
21. Mt 4, 8-10.
130 Cromacio de Aquileya

Hijo de Dios venciera al diablo, pero fue grande porque


venció en un hombre y venció para nosotros.
Le mostró pues todos los reinos del mundo y su gloria y
le dijo: Todo esto te daré si te postras y me adoras. Ofrece
los reinos del mundo a Aquel que ha preparado a los cre-
yentes los reinos de los cielos. Promete la gloria del siglo a
quien es el Señor de la gloria celeste. Quien nada tiene ofre-
ce darlo todo a quien lo posee todo. Quiere ser adorado en
la tierra por Aquel a quien ángeles y arcángeles adoran en
el cielo.
Por lo cual de nuevo el Señor humilla la audacia del ene-
migo insolente con otro testimonio de la ley, diciendo: Vete,
Satanás, está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y sólo a El
servirás. Ya, pues, como vencedor y Señor, conminándolo
con autoridad divina, ordenó al diablo marcharse. Por esto,
una vez derrotado su príncipe, gritan los demonios con
razón: ¿Qué hay entre nosotros y tú, Hijo de Dios altísimo?
271
¿Por qué has venido antes de tiempo a atormentarnos? .
Pues no podían ya ignorar que era Hijo de Dios, ya que
habían sabido que era Dios por la condenación de su cabe-
cilla.
5. También descubrimos en Zacarías el combate de esta
tentación, entonces futura, donde dice: Estaba Jesús vestido
con vestiduras sucias y el diablo se encontraba allí para con-
24
tradecirlo '. Lo que no es desatinado entenderlo como re-
ferido a aquel Jesús hijo de José, cuando recibió las vesti-
duras sucias de los sacerdotes, es decir el cuerpo que tomó

23. Mt 8, 29. Satán, el tentador. Cromacio ve en


24. Za 3, 1. El libro de Zaca- este Josué una prefiguración de
rías habla del sumo sacerdote Jesús apoyándose en la coinciden-
Josué (=Jesús) a quien el ángel del cia del nombre. La tradición es an-
Señor manda quitar las vestiduras tigua, y la encontramos ya en J u s -
sucias que traía, para vestirle un tino (cf. J U S T I N O , Diálogo con
traje de fiesta, todo en presencia de Trifón 115).
Tratado 14, 4-5 131

del linaje de los pecadores. Con razón también Salomón de-


claró que no se puede encontrar la huella de la serpiente
25
sobre la piedra , porque durante esta tentación la serpien-
te, el diablo, no dejó ninguna huella de pecado sobre el
26
Señor, que es llamado piedra .
También muestra esto David cuando habla así del Señor:
27
El látigo no se acercará a su tienda , porque al cuerpo del
Señor no se pudo aproximar ningún pecado, que es el láti-
go del diablo. Por tanto, el Señor soportó las tentaciones
del enemigo para dar la victoria al hombre y para burlar al
diablo, según lo que también David había anunciado ante-
riormente diciendo: Ese dragón que modelaste para burlar-
2S 29
te de él . Y otra vez: Y humillará al calumniador . Y otra
30
vez: Tú desmenuzaste por las aguas la cabeza del dragón .
Ya el Señor declaró anteriormente en el libro de Job que
este dragón iba a ser burlado y engañado en esta tentación
11
diciendo: Pero conducirás al dragón hasta el anzuelo . Y
veamos por qué se dice que es conducido al anzuelo. Del
mismo modo que poniendo en el anzuelo un cebo burla-
mos y engañamos a los peces que, al ver el alimento, no re-
paran en el anzuelo y, mientras con avidez quieren atrapar
el cebo, son cogidos con el anzuelo; así también le ocurrió
al diablo. Pues cuando en el Hijo de Dios repara sólo en el
cuerpo de hombre y no reconoce a Dios en el cuerpo, se
aproxima para efectuar su habitual pillaje como a un cebo
preparado para él. Pero cuando con avidez quiere atrapar la
presa, el mismo dragón, como un pez conducido al anzue-
lo, es capturado, presa del Señor.

25. Cf. Pr 30, 19; cf. G . D E 28. Sal 103, 26.


ELVIRA, De Salomone 19-24 ( C C L 29. Sal 71, 4.
69, 256-257). 30. Sal 73, 14.13.
26. Cf. 1 C o 10, 4. 31. J b 40, 20.
27. Sal 90, 10.
132 Cromacio de Aquileya

Y el mismo Job declaró que este diablo no es sólo un


dragón conducido al anzuelo, sino como un pájaro burlado
por un niño, diciendo lo siguiente: Lo atarás como a un ave,
31
y te burlarás de él como los niños del pájaro . En esto se
muestra el poder del Hijo de Dios y la debilidad del dia-
blo, pues así como es fácil atar un ave, y a los niños resul-
ta sencillo reírse de los pájaros, así al Hijo de Dios le fue
fácil anular al diablo poderoso; quien siempre fue, sí, po-
deroso contra los hombres, sin embargo contra el Señor se
ha visto que es débil y miserable.
6. Pero en esta tentación nos dio el Señor especial-
mente ejemplo para combatir y vencer al enemigo. Y aun-
que son muchas y diversas las tentaciones del diablo con-
tra nosotros, al modo de estas tres tentaciones que tuvo
contra el Señor, así suele también tentar a sus elegidos.
Pues cuando el Señor, después del bautismo y del ayuno,
sufrió ser tentado por el enemigo, se hizo patente que a
cada uno de nosotros, después del lavado de la regenera-
ción, después de nuestro propósito de llevar una vida santa,
después de la piadosa fatiga del ayuno, inmediatamente
acude el diablo tentador para apartarnos del propósito de
la religión o con el deseo de alimento o por la concupis-
33
cencia corporal . Pero el Señor muestra cómo debemos
vencer este tipo de tentación, es decir, que para no ple-
garnos al deseo de ésta, inmediatamente hagamos presen-
tes contra ella las respuestas de la ley, para que, vencedo-
res del hambre del cuerpo y de los deseos de la carne,
anhelemos cada vez más ser saciados con el alimento de la
palabra divina. Esto dice en efecto el Señor respondiendo
al diablo: Está escrito: no sólo de pan vive el hombre, sino
34
de toda palabra de Dios .

32. J b 40, 24. (PL 9, 928B).


33. Cf. H I L A R I O , In Mt III, I 34. Mt 4, 4.
Tratado 14, 5-6 133

Por tanto, es este el primer motivo de la tentación dia-


bólica contra nosotros. Cuando se ve superado en ella em-
prende una tentación más fuerte. Al retar el diablo al Señor
en la segunda tentación sobre el pináculo del templo ha que-
dado claro que, cuando no puede engañar a alguien por la
concupiscencia del cuerpo, se esfuerza para que cada uno,
puesto ya en alto después de la primera victoria sobre el
cuerpo, tienda a precipitarse por causas espirituales, dicien-
35
do: Tírate abajo . N o dice: «Te tiro», para que no parezca
que nos fuerza él, sino dice: Tírate abajo, para mostrar que
cada uno de nosotros en su libre albedrío cae a la muerte
por culpa de su propia voluntad. Y ciertamente que es pro-
pio de él persuadir, pero nos corresponde a nosotros supe-
rar sus persuasiones por la observancia de la ley. Por eso al
interpretar el dicho profético como si fuera una aprobación
de lo que él dice, cuando después de: Tírate abajo, añade:
Está escrito en efecto que ha mandado a sus ángeles para
ib
ocuparse de ti , se muestra la artimaña del enemigo, que iba
a interpretar en sentido malo y con engañoso fraude las es-
crituras divinas, e iba a afirmar la perfidia en lugar de la fe,
para llevar a la muerte por el testimonio de la ley divina,
como bajo capa de una confesión buena, a los simples e in-
cautos, precipitados desde lo alto. Así, en fin, ha arrojado a
37
muchos herejes al abismo desde la altura de la fe católica ;
así, como desde una torre, precipita a algunos mediante cier-
tas obras justas, cuando les ha separado de la humildad del
Señor y elevado a la soberbia de la mente.
Con la tercera tentación pone delante la gloria del siglo
y las riquezas del mundo, por las cuales, como cuenta el
38
Apóstol , hizo a bastantes naufragar en la fe y pasar de la

35. Mt 4, 6. 26 ( C C L 14, 114-115).


36. Ibid. 38. Cf. 1 T m 6, 10; 1, 19.
37. Cf. AMBROSIO, In Le IV,
134 Cromacio de Aquileya

gloria celeste a la terrena. Persuade al hombre hacia los ho-


nores terrenos para arrancarle los honores celestes; exhorta
a las riquezas del mundo para despojarle de las riquezas es-
pirituales. Por eso con toda razón se dice de él en el libro
39
de Job: Todo el oro del mar está bajo é/ , porque suele el
enemigo engañar y aprisionar a muchos por motivo del oro
y por el ansia de riquezas. Y por eso también en todo esto
debe ser despreciado y refutado, para que se pueda repor-
tar una victoria plena sobre el tentador.
7. Al decir el evangelista que, una vez concluida toda
40
tentación, los ángeles servían al Señor , conocemos clara-
mente que el Hijo de Dios es Dios y creador del universo,
porque no podían los ángeles servir sino a su Señor y cre-
ador, al unigénito Hijo de Dios, a quien corresponde la ala-
banza y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

39. J b 41, 21. 40. Cf. Mt 4, 11.


TRATADO 15
(Mt 4, 12-17)

E L PUEBLO VIO UNA GRAN LUZ

1. Luego sigue: Oyendo Jesús que Juan había sido en-


tregado, se retiró a Galilea. [Y dejando Nazaret, vino a re-
sidir en Cafarnaúm junto al mar, en el término de Zabulón
y Neftalí; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isa-
ías: ¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar,
allende el Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que ha-
bitaba en tinieblas ha visto una gran luz,] a los que habi-
1
taban en sombra de muerte les ha amanecido una luz . Por
tanto, nuestro Señor y Salvador, tras abandonar Nazaret ilu-
minando los lugares de Judea con la condescendencia de su
visita, entró en los límites de Zabulón y Neftalí para cum-
plir lo que predicaron los profetas y, una vez expulsado el
error de las tinieblas, infundir la luz de su conocimiento en
los que creen en El, no sólo judíos sino también gentiles.
En efecto esto recordó el evangelista en nuestro pasaje
según la frase del profeta, diciendo: Al otro lado del Jordán,
en la Galilea de los gentiles, el pueblo que habitaba en ti-
2
nieblas vio una gran luz . ¿En qué tinieblas? Sin duda: en
el profundo error de la ignorancia ¿Qué gran luz vio? Aqué-
lla sin duda de la que está escrito: Era la luz verdadera que

1. Mt 4, 12-16. 2. Mt 4, 15-16.
136 Cromacio de Aquileya

3
ilumina a todo hombre que viene a este mundo . De la cual
dio testimonio en el Evangelio el justo Simeón, diciendo:
La luz que preparaste para revelación de los gentiles y glo-
4
ria de tu pueblo Israel . También David predijo que esta luz
amanecería alguna vez en las tinieblas, cuando dice: A los
5
rectos de corazón les ha amanecido una luz en las tinieblas .
También Isaías declara que iba a venir esta luz para ilumi-
nación de la Iglesia: Ilumínate, ilumínate, Jerusalén, pues se
ha hecho presente tu luz y te ha amanecido la majestad del
6
Señor . También Daniel nos habló así de esta luz: El reve-
la lo profundo y lo escondido, sabe las cosas que están en las
7
tinieblas y la luz está con El , es decir, el Hijo con el Padre,
porque como el Padre es luz, así también el Hijo es luz. Por
lo cual también David dice en el salmo: En tu luz veremos
8
la luz , porque en el Hijo se ve al Padre como dice el mismo
Señor en el Evangelio: Quien me ve a mí, ve también al
9
Padre . Pues de la luz verdadera, procedió la luz verdade-
ra, y del invisible, el que es visible. Ya que es imagen de
Dios invisible™, según dijo el Apóstol.
2. Por tanto, de esta luz se dijo en el presente pasaje que
11
el pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz . Pero
la vio, no según una contemplación corporal, sino con los
ojos de la fe y la mirada del espíritu porque es una luz in-
visible. Así que esto es lo que dice: El pueblo que habita-
ba en tinieblas ha visto una gran luz y a los que habitaban
en la región de la sombra de muerte les ha amanecido una
12
luz . Por tanto, no sólo apareció esta luz a estos que esta-
ban en tinieblas, sino que dice que les ha amanecido una luz

3. J n 1, 9. 8. Sal 35, 10.


4. Le 2, 31-32. 9. J n 14, 9.
5. Sal 111, 4. 10. C o l 1, 15.
6. Is 60, 1. 11. Mt 4, 16.
7. D n 2, 22. 12. Ibid.
Tratado 15, 1-3 137

a los que habitaban en la región de la sombra de muerte,


mostrando que unos son los que habitaban en tinieblas,
otros los que están establecidos en la región de la sombra
de muerte. ¿Y cuál es esta región de la sombra de muerte
sino la región de la morada infernal, de la que cuenta David:
Aunque camine por medio de la sombra de muerte no te-
13
meré mal alguno, porque tú estás conmigo } N o temerá mal
alguno, es decir, las penas del infierno. Por tanto, también
a estos que habitan en la región de la sombra de muerte les
amanece una luz de salvación, que es Cristo, el Hijo de
Dios, quien dice en el Evangelio: Yo soy la luz verdadera.
14
Quien me siga no caminará en tinieblas . El, después de
aquella pasión veneranda y salvífica para todos, nada más
penetrar en la región de la morada infernal llevó la luz de
15
su majestad a los infiernos ante el asombro de éstos, para
liberar a aquellos que eran retenidos en los infiernos espe-
rando su llegada, como el mismo Señor dice a través de Sa-
lomón por boca de la Sabiduría: Penetraré hasta lo más bajo
de la tierra y contemplaré a todos los que duermen e ilumi-
16
naré a los que esperan en Dios .
3. Después sigue: A partir de entonces comenzó Jesús a
predicar y a decir: Haced penitencia, pues está cerca el reino
17
de los cielos . Con esta palabra del Señor en la que exhor-
ta a hacer penitencia, también había advertido anteriormen-
te el Espíritu Santo al pueblo por medio de David, llamán-
doles a penitencia para que escucharan: Si hoy escucháis su
voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la Prepa-
I8
ración, en el día de la tentación en el desierto . Más arriba
en este mismo salmo, para mover a penitencia al pueblo pe-

13. Sal 22, 4. bitan los muertos.


14. J n 8, 12. 16. Si 24, 25.
15. Por infiernos se refiere 17. Mt 4, 17.
aquí Cromacio al lugar donde ha- 18. Sal 94, 8-9.
138 Cromado de Aquileya

cador y mostrar la aflicción del que se duele con ellos, de-


claró lo que sigue: Venid, caigamos a sus pies y lloremos ante
19
el Señor que nos ha creado, porque El es nuestro Dios . Pero
quien exhorta a la penitencia es el Señor, aquel que prome-
te el perdón del pecado, aquel que dice por Isaías: Yo soy.
Yo soy el que destruye tus iniquidades y no me acordaré de
tus pecados. Pero tú acuérdate, di tú primero tus iniquida-
20
des para que seas justificado . Con razón pues exhorta el
Señor al pueblo a la penitencia diciendo: Haced penitencia,
pues está cerca el reino de los cielos, para que por esta con-
fesión del pecado fueran ya hechos dignos del reino de los
cielos que se acercaba. Pues nadie puede recibir la gracia del
Dios del cielo si no ha sido purificado de toda impureza de
pecado por la confesión de la penitencia, por el don del bau-
tismo de salvación del Señor y Salvador nuestro, que es ben-
dito por los siglos de los siglos. Amén.

19. Sal 94, 6-7. 20. Is 43, 25-26.


TRATADO 16
(Mt 4, 18-25)

Yo OS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES

1. Luego sigue: Y pasando al lado del mar vio a dos her-


manos, [Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echan-
do la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid
conmigo, y os haré pescadores de hombres».] Y ellos inme-
1
diatamente, dejando la barca y a su padre, lo siguieron . ¡Oh
felices esos pescadores a quienes el Señor, entre tantos doc-
tores de la ley y escribas, entre tantos sabios del mundo,
eligió los primeros para la misión de la predicación divina
y la gracia del apostolado! Y semejante elección fue bien
digna de nuestro Señor y conveniente a su predicación; para
que la admiración que naciera con la predicación de su nom-
bre ocasionara una alabanza tanto mayor, cuanto los predi-
cadores fueran los más pequeños del mundo y los humildes
del siglo; que no conquistarían el mundo por la sabiduría
de su palabra, sino que liberarían al género humano del error
de la muerte por la sencilla predicación de la fe, como dice
el Apóstol: Para que vuestra fe no esté en la sabiduría de
2
los hombres, sino en la fuerza de Dios . Y otra vez: Dios
eligió a lo necio del mundo para confundir a los sabios, y a
lo débil del mundo para confundir a los fuertes; y eligió

1. Mt 4, 18-22. 2. 1 C o 2, 5.
140 Cromacio de Aquileya

a lo innoble y despreciable del mundo y a lo que no es, para


3
destruir a lo que es .
No eligió pues a los nobles del mundo o a los ricos, para
que no se hiciera sospechosa la predicación; no a los sabios
del siglo, de modo que se creyera que el género humano
había sido persuadido por la sabiduría del mundo; sino que
eligió a unos pescadores, iletrados, inexpertos, indoctos,
para que fuera manifiesta la gracia del Salvador. Humildes
sin duda en el siglo incluso por su mismo oficio, pero ex-
celsos por la fe y la obediencia de un espíritu devoto; des-
preciables para la tierra, pero enteramente gratos al cielo;
innobles para el siglo, pero nobles para Cristo; no inscritos
en el registro del senado terreno, pero sí en el libro de los
ángeles en el cielo; pobres para el mundo, pero ricos para
Dios. Pues sabía el Señor a quiénes elegir, Él que conoce lo
oculto del corazón: a aquéllos que no buscaran la sabiduría
del mundo, sino que desearan la sabiduría de Dios, y que
no codiciaran las riquezas del mundo, sino que ambiciona-
ran los tesoros celestes.
2. Después, cuando oyeron que el Señor les decía: Venid
en pos de mí, inmediatamente, dejando sus redes, a su padre
y todas sus propiedades, lo siguieron. En esto demostraron
en verdad ser hijos de Abraham, porque igual que él si-
guieron al Salvador después de oír la voz de Dios. Pues de-
jaron inmediatamente los beneficios corporales para con-
quistar las ganancias eternas, dejaron a su padre terreno para
tener un padre celeste, por lo cual con razón merecieron
también ser elegidos. Eligió pues el Señor a unos pescado-
res que pasaron de la pesca terrena a la celeste, cambiando
así a mejor el oficio de la pesca, de modo que pescaran para
la salvación, como si de peces se tratara, al género humano
que se hallaba en los profundos remolinos del error, según

3. 1 C o 1, 27-28.
Tratado 16, 1-2 141

lo que el Señor mismo les dice: Venid en pos de mí y os haré


4
pescadores de hombres .
Y esto mismo lo había prometido antes por medio de
Jeremías diciendo: He aquí que yo enviaré a muchos pes-
cadores, dice el Señor y los pescarán. Y después enviaré ca-
5
zadores y los cazarán . Por eso conocemos que los apósto-
les no sólo son llamados pescadores, sino también
cazadores; pescadores porque capturan del siglo a todos los
creyentes, como a peces, con la red de la predicación evan-
gélica; y cazadores porque, en celeste cacería, atrapan para
la salvación a los hombres que vagan en el error de este
mundo como en un bosque y viven según costumbres pro-
pias de las fieras.
También por medio de David el Espíritu Santo había
mostrado antiguamente la gracia que suponían estos pesca-
dores, al decir: Quienes surcan el mar en naves afanándose
entre las aguas abundantes. Estos vieron las obras del Señor
6
y sus maravillas en lo profundo . También Isaías, refirién-
dose a ellos, pregona de modo similar: Y volarán en las naves
de los extranjeros, saqueando al mismo tiempo el mar desde
la salida del sol; y pondrán en primer lugar la mano sobre
Idumea y Moab, y los hijos de Amón obedecerán los prime-
7
ros, y Dios desolará el mar de Egipto . Las naves de los ex-
tranjeros significan las iglesias, congregadas de entre los gen-
tiles, con las que los apóstoles saquean el mar de Egipto,
que es este mundo, con la fe de la divina predicación. Por
eso dice que los hijos de Amón obedecen los primeros, es
decir el centurión Cornelio y aquellos de los gentiles que
8
creyeron con él los primeros por la predicación de Pedro .
Y que será desolado el mar de Egipto es justamente que se

4. Mt 4, 19. 7. Is 11, 14-15.


5. J r 16, 16. 8. Cf. H c h 10.
6. Sal 106, 23-24.
142 Cromacio de Aquileya

abatirá el error del siglo y el culto de los ídolos, lo que se


hace cada día por medio de la predicación apostólica.
3. Por tanto, los creyentes cada día son capturados para
la vida por su predicación. Y observa cuan distinta es esa
pesca celeste de los apóstoles, de la pesca terrena. Pues los
peces, cuando son capturados, mueren. Los hombres son
capturados para que vivan, según lo que el Señor dice a
Pedro cuando hubo cogido una abundante cantidad de
9
peces : No temas, le dice, desde ahora darás vida a los hom-
10
bres . También Ezequiel, mostrando abiertamente a estos
pescadores evangélicos que cogen los peces para que vivan,
dice: Y habrá allí muchos peces abundantes, porque llega allí
esta agua, y por donde pase el río todo ser viviente será salvo
y vivirá; y se sentarán allí los pescadores, y tendrán arriba
lugar para secar las redes; y sus peces serán como los del gran
11
mar, una multitud inmensa .
Admirable es esa pesca y admirables los pescadores, que
no pescan para la muerte de aquellos a quienes atrapan, sino
para su vida. Según la comparación terrena viven los peces
que no fueron atrapados; en esta pesca mueren quienes no
merecieron ser cogidos. En el ejemplo que recordamos más
arriba nos muestra el profeta de modo evidente cómo esta
pesca de los pescadores atrapa para la vida a los que atra-
pa, diciendo: porque llega allí esta agua, y por donde pase
el río todo ser viviente será salvo y vivirá. El profeta no
habla aquí ciertamente de esa agua común, ni de algún río
terreno, sino que habla del agua del bautismo salvador y del

9. Cf. A M B R O S I O , Exameron aunque no hay manuscritos en los


V, 6, 16 ( C S E L 32, I, 151). que se lea ^cooJtoiñv (vivificante),
10. L e 5, 10; Cromacio lee vi- lectura de Cromacio, en vez de
vifican!. L a Vulgata traduce ca- ¡¡coypcov (pescador, con el sentido
piens, con el sentido de 'pescador'. de «capturar vivo»).
La confusión es debida tal vez a la 11. E z 47, 9-10.
similitud de las palabras griegas,
Tratado 16, 2-4 143

río de la predicación evangélica, por el cual los creyentes


son vueltos a crear para la vida. ¿Quieres saber qué agua es
esa que sana, que cura, que vivifica? Escucha al Señor que
dice en el Evangelio: Quien beba del agua que yo le doy,
no tendrá sed jamás, sino que se hará en él una fuente de
12
agua que brota para la vida eterna . ¿Quieres aún conocer
cuál es este río en que se vive? Escucha al profeta que dice:
n
La fuerza del río alegra la ciudad de Dios . Somos, pues,
capturados del mar del siglo por esos pescadores; somos
arrancados de los remolinos del error, de modo que renaz-
camos en el agua del bautismo y, lavados en el río evangé-
lico, permanezcamos para la vida.
4. Luego sigue: Y recorría Jesús toda la Galilea [ense-
ñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del
Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pue-
14
blo] (y lo que sigue hasta) y al otro lado del Jordán . Ya
había anunciado antes Isaías que esto iba a ocurrir, cuando
dice: El mismo tomará nuestras dolencias y curará nuestra
15
enfermedad . Pues para esto en efecto había venido Cristo
Señor, maestro de vida y médico celeste, para instruir a los
hombres para la vida con su enseñanza y sanar la enferme-
dad del cuerpo y del alma con una medicina celeste; para
liberar los cuerpos asediados por el diablo y devolver a la
verdadera y completa salud a los que se fatigan con dolen-
cias varias. Pues curaba las enfermedades corporales con la
palabra del poder divino; y sanaba las heridas de las almas
con la medicina de la enseñanza celeste. David muestra cla-
ramente que estas heridas del alma sólo pueden ser tratadas
16
por Dios , diciendo: Bendice, alma mía, al Señor y no ol-

12. J n 4, 13-14. 8, 1 7 .
13. Sal 45, 5. 1 6 . Cf. CROMACIO, 5. X X X I ,
14. Mt 4, 23-25. 4 6 - 4 7 ( C C L 9 A , 140).
15. Is 53, 4; cf. Mt 4, 23-24;
144 Cromacio de Aquileya

17
vides sus beneficios . Y añadió: Él, que es propicio con todas
tus iniquidades, que sana todas tus dolencias™. Por tanto el
verdadero y perfecto médico es Aquel que no sólo conce-
de la salud del cuerpo, sino que restituye la salvación al
alma, el Señor y Salvador nuestro, que es bendito por los
siglos de los siglos. Amén.

17. Sal 102, 2. 18. Sal 102, 3.


TRATADO 17
(Mt 5, 1-12)

LAS BIENAVENTURANZAS

1
1. 1. Luego sigue : Al ver la multitud subió al monte y,
después de sentarse, se le acercaron sus discípulos y, abrien-
do su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los po-
2
bres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos» ,
y lo demás que sigue. El Señor, que iba a conducir a sus
discípulos de lo terreno y bajo a lo alto y excelso subió con
ellos a un monte, que sin duda era el de los Olivos, para
mostrar por el significado de este mismo vocablo el don de
3
su misericordia divina .
2. Subió pues el Señor al monte para transmitir a sus
discípulos, que estaban abandonando las cosas terrenas y
buscando las de arriba, los preceptos de los mandatos ce-
lestes como a quienes se hallan ya en lo alto; y para prodi-

1. Para todo el tratado, cf. puede explicar la etimología p o r la


L E Ó N M A G N O Tr. 95 ( C C L 138A, asociación del olivo y la unción
582-590); CROMACIO, S. X L I ( C C L con aceite, que hace referencia a la
9A, 175-180). misericordia, como explica el
2. Mt 5, 1-3. mismo Cromacio en otro lugar
3. Según Jerónimo, el nombre (Tr. 29, III). C o m o se ve, Croma-
del monte de los Olivos significa cio coloca en Jerusalén el Sermón
la divinidad (cf. De nominibus he- de la montaña.
braicis, P L 23, 845). También se
146 Cromacio de Aquileya

gar con un don divino las bendiciones antaño previstas,


según lo que David había declarado con antelación dicien-
4
do: Pues dará las bendiciones quien dio la ley .
3. Y para mostrar más abiertamente la gracia concedida
a los apóstoles y el origen de esta bendición tan grande aña-
dió [David]: Caminarán de virtud en virtud, se verá al Dios
5
de los dioses en Sión , a saber, al Hijo de Dios, que dio en
Sión las bendiciones a los apóstoles. Pues el mismo que en-
tregó antaño la ley a Moisés en el monte Sinaí dio la ben-
dición a los apóstoles en este monte, probando que él es el
autor de ambas leyes, según lo que manifiesta el Señor
6
mismo por Jeremías diciendo: Y les daré una alianza
nueva, no como la que di antiguamente a sus padres al sa-
carlos de la tierra de Egipto, sino que ésta es la alianza que
les daré: escribiré mis leyes en sus corazones, en sus mentes
7
las escribiré .
4. Y eso que antiguamente, cuando se dio la ley junto
al monte, le estaba prohibido al pueblo acercarse; mientras
que ahora que el Señor enseña en el monte no se le prohi-
be a nadie; más aún, todos son invitados a escuchar, porque
en la ley está la severidad, en el evangelio la gracia; allí se
infunde terror a los incrédulos, aquí se derrama en los cre-
yentes el don de la bendición.
5. Si quieres pues también tú recibir bendiciones del
Señor, deja de comportarte según lo terreno, busca la vida
de arriba; asciende a la altura de la fe, como a un monte,
8
para que merezcas con derecho ser bendecido por el Señor .
Pero veamos ahora cuáles son estas palabras de bendición.

4. Sal 83, 8. que ha dicho antes: que el Señor


5. Ibid. es el autor de las dos leyes.
6. «Alianza nueva»: Testa- 7. J r 31, 31-33.
mentum nouum; sin duda quiere 8. Cf. C R O M A C I O , S. V, 9-12
indicar aquí la ley nueva, según lo ( C C L 9A, 23).
Tratado 17, 1,2 - II, 4 147

II. 1. Bienaventurados, dice, los pobres en el espíritu,


9
porque de ellos es el reino de los cielos . Conocemos cierta-
mente a muchos pobres, pero no son bienaventurados sólo
por ser pobres; porque no nos hace bienaventurados la pe-
nuria de la pobreza, sino la fe de una pobreza devota. Pues
sabemos que muchos carecen, sí, de los bienes del mundo,
pero no abandonan en ninguna manera sus pecados y son
extraños a la fe en Dios; es claro que a éstos no se les puede
llamar bienaventurados.
2. Y por eso debemos indagar quiénes son esos biena-
venturados de quienes dice el Señor: Bienaventurados los
pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.
Indica sin duda que son bienaventurados estos pobres: los
que, despreciadas las riquezas del mundo y desdeñados los
bienes del siglo, quisieron ser pobres ante el mundo para
hacerse ricos ante Dios. Estos tales parecen pobres al siglo,
10
pero son ricos ante Dios ; ante el mundo carecen, ante Cris-
to están en la opulencia.
3. Los apóstoles, los primeros, nos dieron en sí mismos
ejemplo de esta bienaventurada pobreza; ellos, que dejaron
todos sus bienes para seguir inmediatamente la voz del
11 12
Señor , merecieron ser sus discípulos . Y también encon-
tramos a este tipo de pobres en el tiempo de los apóstoles:
aquellos primeros creyentes que, dividiendo todos sus bie-
nes y posesiones, buscaron las riquezas del Señor viviendo
13
bajo esta devota pobreza .
4. Por eso también el Apóstol muestra que en este tipo
de pobreza se encuentran las riquezas celestes, cuando dice:
14
Como quienes nada tienen, y lo poseen todo . Por eso, en

9. Mt 5, 3. ( C C L 9A, 25).
10. Cf. L e 12, 21. 13. Cf. H c h 2, 45.
11. Cf. Mt 4, 22. 14. 2 C o 6, 10.
12. Cf. CROMACIO, S. V, 64-66
148 Cromacio de Aquileya

fin, también Pedro, cuando el cojo le pide una limosna, al


subir al templo, dice: No tengo oro ni plata; pero lo que
tengo, eso te doy: En nombre del Señor Jesucristo, levánta-
15
te y anda .
5. ¡Oh en verdad bienaventurada pobreza, que aunque no
tenga ningún bien del mundo, prodiga tan grande bien desde
el cielo! No da ciertamente plata ni oro sino, lo que es más
que todas las riquezas, devuelve la salud del cuerpo. No tuvo
ninguna imagen del César grabada en una moneda, que pu-
16
diera dar ; pero reformó en el hombre la imagen de Cristo.
El Señor habla en el presente pasaje de este tipo de pobres,
de los cuales da testimonio también David en muchos pasa-
jes, cuando dice: Comerán los pobres y serán saciados; y vi-
17
virá su corazón por los siglos de los siglos . Y otra vez: Juz-
gará a los pobres del pueblo, y salvará a los hijos de los
18 19
pobres . Y otra vez: Ese pobre gritó, y el Señor lo escuchó .
6. De semejantes pobres enseña el Señor que es el reino
de los cielos: de los que se hicieron pobres para el mundo
a causa de la religión y de la fe, para poseer al opulento Es-
píritu Santo. O quizá también dice que los pobres son bie-
naventurados porque no se hinchan con ninguna soberbia
del diablo, no se exaltan con ninguna ambición del mundo,
sino que custodian la humildad del espíritu con la devoción
20
de la fe . De donde dice David en un salmo: El sacrificio
para Dios es un espíritu atribulado; un corazón contrito y
21
humillado Dios no lo desdeña . Y por tanto tales pobres en
el espíritu son bienaventurados ante Dios.
III. 1. Luego dice: Bienaventurados los que lloran, por-
22
que ellos serán consolados . Como hablaba antes de los po-

15. Hch 3, 6. 20. Cf. CROMACIO, S. V, 53-56


16. Cf. Mt 22, 20-21. ( C C L 9A, 24).
17. Sal 21, 27. 21. Sal 50, 19.
18. Sal 71, 4. 22. Mt 5, 5.
19. Sal 33, 7.
Tratado 17, II, 4 - III, 4 149

bres, así ahora de los que lloran, no llamando felices a quie-


nes lloran con fuerza por la muerte de la esposa amada o
por la pérdida de posesiones valiosas; sino que más bien
llama bienaventurados a aquellos que, o se mueven a expiar
los propios pecados con el correr continuo de las lagrimas
o, con piadoso cariño a la ley, no dejan de llorar por las ini-
23
quidades del mundo y los delitos de los que pecan .
2. A éstos, pues, que tan santamente lloran, les prome-
te el Señor justamente la consolación del júbilo eterno. Tam-
bién el santo David después de su pecado regó su lecho con
el correr continuo de las lágrimas, diciendo: Lavaré cada
24
noche mi lecho, regaré mi cama con lágrimas . Y otra vez:
Mis lágrimas fueron mi pan día y noche, mientras se me
25
decía cada día; ¿dónde está tu Dios? .
3. Y otra vez: Porque comía la ceniza como pan, y tem-
26
plaba mi bebida con el llanto . Y otra vez: Nos alimenta-
rás con pan de lágrimas y nos darás bebida con lágrimas
27
abundantes . ¿Pero quieres conocer el llanto piadoso de los
santos? Escucha lo que se dice del profeta Samuel, que hasta
28
el día de su muerte lloró por el rey Saúl . También Jere-
mías, cuando lloraba los pecados del pueblo, dice así: Como
29
ríos de agua pasaron por mis ojos, de pena por mi gente .
Y otra vez: ¿ Quién dará agua a mi cabeza, y una fuente de
30
lágrimas a mis ojos, y lloraré a este pueblo día y noche? .
4. También Daniel se aflige con fuerte llanto por los pe-
cados del pueblo, según lo que declara: Y estuve llorando
31
durante tres semanas, sin comer pan ni beber vino . Tam-
bién el santo Apóstol llora a algunos de los corintios con

23. Cf. H I L A R I O , In Mt IV, 4 27. Sal 79, 6.


(PL 9, 932C); cf. CROMACIO, S. 28. Cf. 1 S 15, 35.
XXXIX, 2 3 - 2 6 ( C C L 9 A , 169). 29. L m 3, 48.
24. Sal 6 , 7. 30. J r 9, 1.
2 5 . Sal 4 1 , 4 . 31. D n 10, 2-3.
2 6 . Sal 1 0 1 , 1 0 .
150 Cromacio de Aquileya

llanto parecido, diciendo: Iré a vosotros y lloraré a muchos


de esos que antes pecaron y no hicieron penitencia de la in-
12
mundicia que obraron con la fornicación y la impureza .
5. El Señor compensa pues este tipo de llanto con la
consolación de un gozo perpetuo, según lo que dijo Isaías:
Para dar a estos que lloran a Sión gloria a cambio de la ce-
niza; unción de alegría a los que lloran; a cambio del espí-
33
ritu de tristeza, un manto de gloria . Por eso dice también
David: Me volviste el llanto en gozo, rompiste el saco con
34
que me vestía y me ceñiste de alegría .
IV. 1. Después dice: Bienaventurados los mansos porque
35
ellos poseerán en heredad la tierra . Diversas son las gra-
cias de las promesas divinas, porque diversos son los gra-
dos de los méritos. Dice por tanto: Bienaventurados los
mansos porque ellos poseerán la tierra. Mansos son los hom-
bres apacibles, humildes y modestos, sencillos en la fe y pa-
cientes ante cualquier injuria que, consolidados en los pre-
ceptos evangélicos, imitan el ejemplo de mansedumbre del
Señor, que dice en el Evangelio: Aprended de mí, porque soy
36
manso y humilde de corazón .
2. Además, por ser manso, gozó Moisés antaño de la
mayor gracia ante Dios. En efecto, está escrito de él: Moi-
sés era apacible más que todos los hombres que estaban sobre
37
la tierra . Por eso dice David en un salmo: Acuérdate,
38
Señor, de David y de toda su mansedumbre .
3. Muestra pues que son bienaventurados este tipo de
mansos, a quienes se promete la posesión de aquella tierra
afortunada, no en esta vida, sino en la futura. De esta tie-
rra leemos que se dice en un salmo: Los mansos poseerán la

32. 2 C o 12, 21. 36. Mt 11, 29.


33. Is 61, 3. 37. N m 12, 3.
34. Sal 29, 12. 38. Sal 131, 1.
35. Mt 5, 4.
Tratado 17, III, 4 - V, 2 151

39
tierra, y se deleitarán por la abundancia de paz . Y otra
vez: Quienes esperan al Señor poseerán en herencia la tie-
40
rra . De esta tierra afirma el Espíritu Santo, también por
medio de Salomón: Porque los rectos habitarán en la tierra,
41
y en ella habitarán los santos .
4. Muestra pues el Señor que son bienaventurados estos
mansos que, siguiendo la suave mansedumbre del Señor, go-
zarán con la perpetua posesión en heredad de aquella bie-
naventurada tierra. Sin embargo habla en último término de
la tierra de nuestro cuerpo, en la cual los santos, transfigu-
42
rados en gloria , según lo que dice el Apóstol, reinarán con
43
felicidad eterna .
V. 1. Luego dice: Bienaventurados los que tienen ham-
44
bre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados . N o nos
enseñó a buscar la justicia con un deseo sin fatiga o una
apetencia de liviano ardor. Sino que indica como bienaven-
turados a aquellos que, para alcanzarla, como si tuvieran
hambre y sed, se inflaman en las ansias de este deseo inte-
rior. Porque si cada uno de nosotros la desea como cuando
tiene hambre y sed, no puede ya hacer otra cosa que pen-
sar siempre en la justicia, buscar la justicia; porque al que
tiene hambre y sed le es necesario ansiar aquello por lo que
siente hambre y sed.
45
2. Con razón pues, quien es pan celesj^ y fuente de
46
agua viva promete a los que de este modo sienten hambre
y sed la saciedad de aquella comida perpetua diciendo: Bie-
naventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, por-
que ellos serán saciados. Se refiere sin duda a aquella justi-

39. Sal 36, 11. 9A, 169).


40. Sal 36, 9. 43. Cf. A p 5, 10; 20, 4.6.
41. Pr 2, 21. 44. Mt 5, 6.
42. Cf. Flp 3, 21; cf. HILARIO, 45. Cf. J n 6, 41.51.
In Mt IV, 3 ( P L 9, 932C); cf. C R O - 46. Cf. J n 4, 10.14.
MACIO, S. X X X I X , 17-18 ( C C L
152 Cromacio de Aquileya

cia de la fe, que es la justicia de Dios y de Cristo, y de la


que refirió el Apóstol: La justicia de Dios por la fe en Je-
47
sucristo, en todos y sobre todos los que creen en El .
3. Y se refiere también ciertamente al Señor y Salvador
nuestro, que se hizo para nosotros, según el Apóstol, justi-
48
cia, santificación y redención , con cuyo deseo, como el de
la comida o bebida, siempre se inflaman los bienaventura-
dos, según lo que el mismo Señor declara por Salomón, po-
niendo en boca de la Sabiduría estas palabras: Quienes me
comen, volverán a tener hambre, y quienes me beban, to-
49
davía tendrán sed .
4. Por tanto debemos siempre tener hambre y sed de
esta justicia para merecer ser saciados con el alimento de la
comida eterna. Y bien se dijo expresamente en este pasaje:
Bienaventurados los que tienen hambre de la justicia, por-
que hay otros que no tienen hambre de la justicia, sino de
la injusticia: a saber, los que desean el oro y la plata, que
ansian las riquezas y honores del mundo y que nunca se
hartan ni de las riquezas de la tierra ni de los deseos de la
carne; pero estos tales no son bienaventurados sino desgra-
ciados, porque a ellos no se les debe la esperanza de la glo-
ria prometida sino el castigo de la condenación.
V I . 1. Luego dice: Bienaventurados los misericordiosos por-
que de ellos tendrá Dios misericordia^'. Ciertamente que el
Señor nos invita a tener misericordia a través de muchos tes-
timonios, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo.
Pero nos parece que, como sumario de la fe, basta y sobra esto
que el Señor dice con sus propias palabras: Bienaventurados
los misericordiosos porque de ellos tendrá Dios misericordia.
2. El Señor de las misericordias dice que los misericor-
diosos son bienaventurados, mostrando que nadie puede

47. R m 3, 22. 49. Si 24, 29.


48. 1 C o 1, 30. 50. Mt 5, 7.
Tratado 17, V, 2 - VI, 5 153

merecer la misericordia de Dios si él mismo no ha sido mi-


sericordioso. Por lo cual dice en otro lugar: Sed misericor-
diosos como vuestro Padre que está en los cielos es miseri-
51
cordioso .
3. Luego dice: Bienaventurados los limpios de corazón
52
porque ellos verán a Dios . Por limpios de corazón designa
a quienes, depuesta la impureza del pecado, se han purifica-
do de toda mancha de la carne y han agradado a Dios por
las obras de la fe y la justicia, según lo que explica David en
un salmo diciendo: ¿ Quién subirá al monte del Señor, quién
permanecerá en su lugar santo? El de manos inocentes y co-
53
razón limpio que no vuelve su alma hacia las cosas vanas .
4. Con razón también David, que sabía que Dios sólo
puede ser visto por un corazón limpio, ruega así en un salmo
diciendo: Crea en mí, Dios, un corazón limpio y renueva en
54
mis entrañas un espíritu recto . Éstos son pues los limpios
de corazón que el Señor muestra bienaventurados, los que,
viviendo en la fe del Señor con espíritu puro y conciencia
íntegra, merecerán en el futuro reino celeste contemplar al
rey de la gloria no ya en espejo y en enigma sino cara a
55
cara , como dijo el Apóstol.
5. Pues aunque ahora contemplamos a Dios con los ojos
de la fe, no podemos ver su claridad a causa de la debilidad
de nuestra carne; pero entonces veremos, cuando, recibida
la inmortalidad y transformados en gloria celeste, comence-
56
mos a contemplar al Dios inmortal con ojos inmortales ; y
entonces se cumplirá verdaderamente en nosotros aquello
que está escrito: Como lo escuchamos, así también lo vimos
57
en la ciudad del Señor de los ejércitos .

51. L e 6, 36. 55. 1 C o 13, 12.


52. Mt 5, 8. 56. Cf. H I L A R I O , In Mt IV, 7
53. Sal 23, 3-4. (PL 9, 933A).
54. Sal 50, 12. 57. Sal 47, 9.
154 Cromacio de Aquileya

6. No sin razón el mismo David, al mostrar la gloria del


tiempo futuro en que los santos habitarán con Dios, dijo
así: Pero los justos te confesarán, los rectos habitarán ante tu
58
rostro .
V I I . 1. Después dice: Bienaventurados los pacíficos por-
59
que serán llamados hijos de Dios . Pacíficos son quienes,
apartados del escándalo de la disensión y la discordia, guar-
dan el amor de la caridad fraterna y la paz de la Iglesia bajo
la unidad de la fe católica; el Señor encarece a sus discípu-
los en el Evangelio que guarden esta paz diciendo: Mi paz
60
os doy, la paz os dejo .
2. Anteriormente había declarado David que el Señor
iba a dar esta paz a su iglesia, cuando dice: Escucharé qué
habla en mí el Señor, porque hablará de la paz para su pue-
blo y sobre sus santos y para aquellos que se convierten a
bl
Él . También el Apóstol advierte que hay que guardar esta
paz diciendo: Guardando en todo la unidad del espíritu con
62
el vínculo de la paz .
3. Y otra vez: La paz de Dios que supera todo entendi-
bl
miento guarde vuestros corazones y cuerpos del mal . El
Apóstol enseña a los hebreos que no hay nada tan necesa-
rio a los siervos de Dios ni tan saludable para la Iglesia como
conservar la caridad, como amar la paz, sin la cual Dios no
puede ser visto: Ante todo amad la paz, sin la cual ningu-
M
no de nosotros podrá ver a Dios .
4. De aquí que nos convenga conservar la paz de la Igle-
sia con todo nuestro esfuerzo y devoción; y a aquellos que
disienten de la paz volver a traerles, en lo que está de nues-
tra parte, a la caridad de la Iglesia, con un esfuerzo lleno de

58. Sal 139, 14, 62. Ef 4, 3.


59. Mt 5, 9. 63. Flp 4, 7.
60. J n 14, 27. 64. H b 12, 14.
61. Sal 84, 9.
Tratado 17, VI, 6 - VIII, 1 155

paz y fe, siguiendo el ejemplo del profeta que dice: Con


aquellos que odian la paz yo era pacífico, cuando les habla-
65
ba me acusaban gratuitamente . Con razón también en el
Evangelio, en la exultación de los ángeles que anunciaban el
nacimiento del Señor, se cuenta que se oyó este canto: Glo-
ria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de
66
buena voluntad .
5. De esta paz también dijo David: Tienen mucha paz
67
los que te aman y no hay para ellos ocasión de tropiezo . E
igualmente Isaías: Estableceré a tus hijos en una paz abun-
6
dante, sobre la equidad serás edificada *. En efecto, si el hijo
de Dios se dignó tomar la carne y padecer para ponernos
69
en paz con Dios por medio de la sangre de su cruz , en-
70
tonces no hay duda que, según lo que dice el Apóstol , de-
bemos ser siempre pacíficos, para merecer tener en noso-
71
tros verdaderamente al mismo Dios de la paz .
6. Esto está escrito, en efecto: Su lugar está construido
72
en la paz, y su morada en Sión . Y así verdaderamente se-
remos no sólo hijos de Dios sino también herederos de Dios
y por tanto coherederos de Cristo. Esto dijo en efecto el
Apóstol: Si soy hijo de Dios, también heredero de Dios, y
73
por tanto coheredero de Cristo .
V I I I . 1. Después dice: Bienaventurados los que sufren
persecución a causa de la justicia porque de ellos es el reino
74
de los cielos . Con razón recordó antes el Señor que había
que tener hambre y sed de la justicia; y al desearla, nos en-
seña a tener una sed tal que por su causa debemos despre-

65. Sal 119, 7. 71. Cf. Flp 4; para todo el p á -


66. L e 2, 14. rrafo cf. CROMACIO, S. X X X I X ,
67. Sal 118, 165. 35-39 ( C C L 9A, 170).
68. Is 54, 13-14. 72. Sal 75, 3.
69. Cf. C o l 1, 20. 73. R m 8, 17.
70. Cf. Ibid. 74. Mt 5, 10.
156 Cromado de Aquileya

ciar la persecución del mundo, las penas del cuerpo y hasta


la misma muerte.
2. El significado de esto se aplica principalmente a los
mártires, que a causa de la justicia de la fe y del nombre de
Cristo soportan las persecuciones en el mundo; a ellos se
les promete una gran esperanza, que es la posesión del reino
de los cielos. Los apóstoles fueron los primeros en esta bie-
naventuranza, y también todos los justos que, afligidos por
varias persecuciones a causa de la justicia de la ley, llegaron
por mérito de su fe a los reinos celestes.
I X . 1. Luego dice: Bienaventurados seréis cuando os per-
sigan los hombres, y os pongan a prueba y digan contra vo-
sotros toda suerte de mal. Alegraos en aquel día y saltad de
júbilo; en verdad os digo que vuestra recompensa es grande
en los cielos; pues así hacían también sus padres con los pro-
75
fetas .
2. Todo lo que puede inventar la malicia de los perse-
guidores contra los justos en tiempo de persecución por el
nombre de Cristo, los diversos oprobios que pueden infli-
girse o los castigos que se pueden inferir al cuerpo, no sólo
debemos soportarlo pacientemente, sino incluso recibirlo
con gozo y júbilo a causa de la gloria futura.
3. Esto dice en efecto: Alegraos en aquel día y saltad de
júbilo; os digo que vuestra recompensa es grande en los cie-
los. ¡Qué glorioso soportar esta persecución, cuya recom-
pensa dice el Señor que está colocada en los cielos! Y por
esto, mirando atentamente el premio de la gloria que se nos
pone delante, debemos estar preparados para soportar todo
tipo de sufrimiento con fe devota, para que merezcamos
compartir la gloria de los profetas y los apóstoles, por Cris-
to nuestro Señor, que es bendito por los siglos de los siglos.
Amén.

75. Mt 5, 11-12.
TRATADO 18
(Mt 5, 13)

VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA

1. 1. Luego dice: Vosotros sois la sal de la tierra; pero si


la sal se desvirtúa no vale para nada, sino para ser arroja-
l
da fuera y ser pisada por los hombres . El Señor llama a sus
apóstoles «sal de la tierra». Veamos qué quiere decir de sus
apóstoles el Señor cuando les aplica esta comparación. Y
para poder comprenderlo mejor, hay que investigar prime-
ro con atención qué es esta sal, y de qué tierra se trata, y
finalmente para qué aprovecha y con qué utilidad.
2. Debemos tratar incluso de la naturaleza y el uso de la
misma sal, para que una vez conocidas estas cosas alcancemos
más fácilmente el sentido espiritual de las palabras del Señor.
La naturaleza de la sal se constituye por el agua, por el calor
del sol y por el soplo del viento; y a partir de aquello que
fue, se forma una especie distinta. Así también los apóstoles
y todos los creyentes, renacidos para Dios por el agua del
bautismo, por la fe en Cristo, a quien se ha comparado con
2
el sol de justicia , y por la inspiración del Espíritu Santo, han
pasado de una naturaleza terrena a otra celeste.
3. Por eso con toda razón llama el Señor a los santos
apóstoles «sal de la tierra». ¿Y de qué tierra? Es evidente

1. Mt 5, 13. 2. Cf. MI 3, 20.


158 Cromacio de Aquileya

que se trata de la tierra de nuestro cuerpo, que antiguamente


era insípida e insulsa por el sabor de la vanidad y que sala-
3
ron con la sabiduría de la predicación evangélica. Ellos se
hicieron en efecto la sal de nuestra tierra, porque por ellos
no sólo recibimos la palabra de la sabiduría sino también
fuimos transformados, por un nacimiento celeste, en una na-
turaleza espiritual.
4. Pues como esta sal, es decir la sal de la tierra, es ne-
cesaria a todos sin distinción, es decir a los reyes y a los
poderosos, a los ricos y a los pobres, a los siervos y a los
señores; así también la palabra de la sabiduría celeste que
fue predicada por los apóstoles es necesaria a todos en orden
a la vida: Pues todos, según el Apóstol, necesitan de la gra-
4
cia de Dios . Pues así como en esta vida presente no nos
manejamos sin la sal, así también aquella vida eterna no po-
demos alcanzarla sin el don de la sabiduría celeste.
II. 1. Como ya más arriba se ha hablado de la natura-
leza y ventajas de la sal según el sentido espiritual, ahora
tratemos también del poder mismo de la sal. Vosotros por
tanto, dice, sois la sal de la tierra. Por tanto como las sales,
al actuar sobre cualquier tipo de carne, no permiten la co-
rrupción, eliminan los hedores, purifican las suciedades y no
dejan que se engendren gusanos; así también la gracia ce-
leste y la fe, que se dio por medio de los apóstoles, obra en
nosotros de igual modo.
2. En efecto, arranca la corrupción de la concupiscencia
carnal, purifica las suciedades de los pecados, excluye el olor
de la mala conversación, no deja que se engendren los gu-
sanos de los delitos, es decir, que surjan del cuerpo los mor-
tíferos deseos libidinosos; preserva nuestros cuerpos inclu-

3. H a y aquí un juego de pa- y entre insulsam (insulsa), y salie-


labras entre insipiens (sin sabor), y runt (salaron) por otro.
sapientia (sabiduría) por un lado, 4. R m 3, 23.
Tratado 18, I, 3 - III, 1 159

so de aquel gusano inmortal que tortura a los pecadores con


un castigo infatigable, del cual está escrito: Su gusano no
5
morirá y su fuego no se apagará .
3. Y como las sales se colocan por fuera, pero obran por
dentro en virtud de su naturaleza, así también la gracia ce-
leste penetra lo exterior del hombre y lo interior, y preser-
va al hombre inmune del pecado e incorrupto. Ya antaño se
mostró que son dignos de Dios los que se sazonan con la
sal de la sabiduría celeste; se mostró en la figura anticipa-
dora de la ley: porque todo sacrificio que se había de ofre-
cer a Dios se sazonaba con sal.
4. Esto mismo recordó el evangelista diciendo: Todo sa-
6
crificio será sazonado con sal , mostrando que el hombre
que se hace de verdad un sacrificio digno de Dios, es aquel
que está impregnado de la fuerza de la sabiduría celeste.
5. Por eso con toda razón, cuando el Señor increpa a
Jerusalén, o mejor a la Sinagoga, por medio del profeta Eze-
quiel, dice entre otras cosas: No está lavada en agua, ni sa-
7
lada con sal ; anunciaba que no iba a aceptar la gracia del
bautismo salvador para lavar sus pecados ni iba a acoger la
fe de la sabiduría celeste. Si alguno, pues, usa esta sal celes-
te, será sazonado; pero quien no quiera, se volverá insípi-
do. Con toda razón nos advirtió también el Apóstol que
nuestra conversación debe siempre desenvolverse en gracia,
8
condimentada con sal .
I I I . 1. Todavía encontramos que también en los libros
9
de los Reyes se nos muestra con antelación la gracia y la
10
fuerza de esta sal . Al haber en Jericó aguas malignas que
hacían estériles [las tierras], se pidió al santo profeta Eliseo

5. Is 66, 24; Me 9, 43.45.47. 9. 2 R 2, 19-22.


6. M e 9, 48; Lv 2, 13. 10. Para todo el número III,
7. E z 16, 4. cf. G . D E ELVIRA, Tract. Origenis
8. Cf. C o l 4, 6. XV, 1-4 ( C C L 69, 113).
160 Cromacio de Aquileya

que diera un remedio para sanar aquellas aguas. Entonces el


santo Elíseo, que no desconocía el misterio celeste, dijo que
le llevaran un vaso de barro y se metiera en él algo de sal.
Y fue y echó la sal a la salida de las aguas; y así se sanó la
esterilidad de las aguas, y se cambió en fecundidad; cono-
cemos de modo manifiesto que esto se obró como sacra-
mento de la verdad futura.
2. Y que las aguas indicaban a los gentiles, lo dijo cla-
ramente el Apocalipsis: Las aguas que has visto son los pue-
11
blos, los gentiles, las multitudes y las naciones . Éstos no
podían sanar de otro modo ni recibir un remedio salvador,
si no se echaba sal en un vaso de barro, es decir, si la sabi-
12
duría de Dios no tomaba un cuerpo humano. Y después
que ésta llegara por nuestra salvación a la salida de las aguas,
es decir a la salida que es la muerte humana, entonces la na-
turaleza de todos los creyentes, que era estéril de todo fruto,
pasó a ser fecunda de fe y de justicia.
3. Por eso con toda razón llama el Señor a sus apósto-
les sal de la tierra, ya que los llenó con la sabiduría celeste
y divina que procede de Él. Pero los llamó sal de la tierra
13
del mismo modo que les dijo luz del mundo . Pues aun-
que El mismo manifestó públicamente que era la luz del
14
mundo , no obstante quiso llamar también con este nom-
bre a sus discípulos, no de modo que se quitara lo que es
suyo, sino concediéndoselo también a ellos; porque Él pro-
diga la luz verdadera y eterna que es suya, sin ningún de-
trimento de su propia naturaleza.
4. Sin embargo, sabemos que también algunas sales se
15
generan de la tierra ; y asimismo esta comparación convie-
ne a las personas de los apóstoles. Porque aunque parecie-

11. A p 17, 15. 14. Cf. J n 8, 1 2 .


12. Cf. 1 C o 1, 24. 15. Cf. P L I N I O , Hist. Nat.
13. Cf. Mt 5, 14. X X X I , 77.
Tratado 18, III, 1 - IV, 3 161

ran nacidos de la tierra del cuerpo humano, ya habían em-


pezado a ser otra cosa por la fe en Cristo, para que ya no
se les considerara tierra, sino sal de la tierra; porque de car-
nales se hicieron espirituales, para que con la fe pudieran
condimentar los corazones insulsos de los creyentes.
IV. 1. Vosotros, dice, sois la sal de la tierra; pero si la sal
se desvirtúa, ¿con qué se la salará? No vale para nada, si no
es para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. Mues-
tra que se desvirtúan aquellos que, aunque debían perma-
necer fieles y estables al haber sido una vez instruidos por
la fe y la sabiduría celeste, abandonando la fe y la sabidu-
ría divina caen en la herejía o vuelven a la necedad de los
gentiles. Y por eso dice: Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se
la salará? Porque semejantes hombres, desvirtuados con el
engaño del diablo, se desvanecen una vez perdida la gracia
de la fe.
2. Y aunque habrían podido condimentar con la pala-
bra de la predicación divina a otros no creyentes y lejanos
todavía de la fe, se hicieron inútiles incluso para sí mismos.
En fin: Judas Iscariote había sido sal como éstas de las que
hablamos; pero después que hubo rechazado la divina sa-
biduría y pasó de apóstol a apóstata, no sólo no pudo fa-
vorecer a otros, sino que se hizo para sí mismo mísero e
16
inútil .
3. Y por eso añadió el Señor: No vale para nada, si no
es para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. Por-
que los de esta clase, que ya no son fieles ni gente de la fa-
17
milia , sino que han sido arrojados de la Iglesia, han de ser
tenidos por extraños y enemigos de la fe. Por lo cual tam-
bién Judas, de ser de la familia de la fe pasó a ser enemigo
de la verdad. Y una vez arrojados estos tales fuera de la igle-
sia, son pisoteados necesariamente por los diversos vicios de

16. Cf. Mt 27, 3-5. 17. Cf. Ef 2, 19.


162 Cromacio de Aquileya

la carne y los varios placeres del siglo; y esto es lo que dice:


No vale para nada si no es para ser echada fuera y pisote-
ada por los hombres.
4. Lo que quiere decir «ser pisado por los hombres» lo
refirió también Salomón en su libro, al hablar de la mujer
meretriz: La mujer fornicadora es pisoteada por los hombres
18
que pasan, como si fuera estiércol en el camino . Y como
ya estamos condimentados con la sal apostólica, debemos
permanecer en la sazón de una gracia espiritual tan grande
y de tal categoría, que merezcamos también nosotros ser lla-
mados «sal de la tierra» de parte de Cristo nuestro Señor,
que es bendito por los siglos de los siglos. Amén.

18. Si 9, 10.
TRATADO 19
(Mt 5, 14-16)

VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO

I. 1. Luego dice: Vosotros sois la luz del mundo. No se


puede esconder una ciudad puesta sobre un monte, ni en-
cienden una lámpara y la ponen bajo el celemín, sino sobre
el candelero para que alumbre a todos los que están en la
1
casa . El Señor llamó a sus discípulos sal de la tierra por-
que sazonaron por medio de la sabiduría celeste los cora-
zones del género humano, desvirtuados por el diablo. Ahora
los llama también luz del mundo porque, iluminados por
El, que es la luz verdadera y eterna, se han hecho también
2
luz de las tinieblas. 2. Pues como El es el sol de justicia ,
no sin razón da también a sus discípulos el nombre de luz
del mundo; porque por medio de ellos, como si se tratara
de unos rayos brillantes, derramó por todo el orbe la luz
de su conocimiento; pues, manifestando la luz de la verdad,
pusieron en fuga de los corazones humanos las tinieblas del
error. Iluminados por ellos, también nosotros hemos sido
transformados de tinieblas en luz, como dice el Apóstol:
Erais una vez tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad
1
como hijos de la luz . 3. Y otra vez: No sois hijos de la noche

1. Mt 5, 14-15. 3. Ef 5, 8.
2. MI 3, 20.
164 Cromacio de Aquileya

ni de las tinieblas sino que sois hijos de la luz e hijos del


día*. Con razón declara también Juan en su carta: Dios es
5
luz , y quien permanece en Dios, está en la luz, como El
6
mismo está en la luz . Por eso, ya que nos alegramos de
haber sido liberados de las tinieblas del error, debemos ca-
minar siempre en la luz como hijos de la luz.
II. 1. Y añadió: No puede esconderse una ciudad que está
puesta sobre un monte. Esta ciudad quiere decir la Iglesia, de
la que dan testimonio las escrituras divinas en muchos pasa-
jes y de la que habla especialmente David cuando dice: Se
7
han dicho de ti cosas gloriosas, ciudad de Dios . Y otra vez:
8
La fuerza de la corriente alegra la ciudad de Dios . Y ade-
más: Como lo habíamos oído así también lo hemos visto en
la ciudad del Señor de las potencias, en la ciudad de nuestro
9
Dios; Dios la ha fundado para siempre . 2. Y para mostrar
abiertamente que hablaba de esta ciudad, el Espíritu Santo
hizo también mención del monte, diciendo: En la ciudad de
10
nuestro Dios, en su monte santo . De esta ciudad también
habla el Señor por Isaías diciendo: He aquí que yo te prepa-
raré una piedra de rubí, tus cimientos serán de zafiro, tu mu-
ralla de jaspe, tus puertas de piedras de cristal, tu muralla de
11
piedras selectas, y todos tus hijos serán discípulos de Dios .
3. Y muchas cosas parecidas que hemos omitido, para no abu-
rrir a los que esto leen, sobre todo porque lo dicho basta y
sobra para comprobar de qué ciudad se trata. Por tanto, la
ciudad puesta sobre el monte muestra a la Iglesia, fundada en
la gloria celeste sobre la fe en el Señor y Salvador nuestro;
ella, superando toda la bajeza de la debilidad terrena con su

4. 1 Ts 5, 5. 8. Sal 45, 5.
5. 1 J n 1, 5. 9. Sal 47, 9.
6. 1 J n 1, 7; cf. 1 J n 4, 16; 2, 10. Sal 47, 2.
10. 11. Is 54, 11-13.
7. Sal 86, 3.
Tratado 19, I, 1 - IV, 1 165

actividad espiritual, se ha hecho prominente y gloriosa ante


el mundo entero; ella no está ya en sombras por el anuncio
de la ley, sino que, una vez inaugurada la predicación me-
diante la enseñanza evangélica, es claramente visible.
III. 1. Y añadió: Ni encienden una lámpara y la ponen
bajo el celemín, sino encima del candelabro, para que alum-
bre a todos los que están en la casa. Veamos también el sen-
tido de este dicho del Señor. Sabemos que la lámpara se en-
ciende, no para cubrirla con el celemín o con algún velo; si
se hace esto no aprovecha en nada su empleo. Sino que se
enciende en el candelabro para que, puesta en un lugar des-
tacado, ahuyente la ceguera de la noche oscura y comuni-
que el provecho de su luz a los que están en la casa. 2. Esto
lo recuerda el Señor para que sepamos que también noso-
tros estamos encendidos con la gracia de la fe e iluminados
con la luz del Espíritu para lucir espiritualmente por las
obras de la fe y de la justicia, como una lámpara; y para
alumbrar con la luz de la misma verdad a aquellos que ha-
bitan en las tinieblas del error, expulsando la noche de la ig-
norancia. Por eso dice el Apóstol: Entre los cuales brilláis
como una lámpara en este mundo, llevando en vosotros las
12
palabras de la vida . 3. Si no hacemos esto se verá que cu-
brimos y ensombrecemos con nuestra infidelidad, como si
fuera un velo, el provecho de una luz tan necesaria, para
daño nuestro y de otros. Por eso sabemos y leemos que in-
currió en un merecido castigo aquél que, antes que meter-
lo en el banco, prefirió esconder el talento que había reci-
13
bido para que hiciera ganancias en el negocio celeste .
IV. 1. Y por eso siempre debe lucir en nosotros aquella
lámpara espiritual que fue encendida para provecho de nues-
tra salvación. Tenemos en efecto la lámpara del manda-
miento celeste y de la gracia espiritual, de la cual dijo David:

12. Flp 2, 15-16. 13. Cf. Mt 25, 25-30.


166 Cromacio de Aquileya

Tu mandamiento es lámpara para mis pies y luz para mis


senderos™. De esta lámpara también dice Salomón: Porque
15
el precepto de la ley es una lámpara . Y también declara de
ella el Señor por medio del profeta Sofonías: Y escudriñaré
16
Jerusalén con una lámpara . 2. En esta lámpara manifiesta
pues la luz inextinguible de su ley y de su gracia, que no
hay que tapar ni oscurecer con el velo de un entendimien-
to ciego, como hacen los judíos y los herejes, que se es-
fuerzan por cubrir y ocultar con interpretaciones erróneas
la luz transparente de la predicación divina, predicando así
la incredulidad en vez de la fe, y velando la luz de la ver-
dad con las tinieblas del error.
3. Por lo cual no debemos ocultar esta lámpara de la ley
y de la fe, sino que hemos de establecerla siempre en la Igle-
sia, como en un candelabro, para salvación de muchos, para
que de la luz de la misma verdad gocemos nosotros y sean
iluminados todos los creyentes. A la contemplación de esta
luz nos exhorta también por Isaías el Espíritu Santo di-
ciendo: Venid, caminemos a la luz del Señor. Pues ha re-
17
chazado a su pueblo la casa de Israel . De está luz también
declaró el bienaventurado Pedro en su carta: El que os
arrancó de las tinieblas y os llamó a una luz admirable™.
4. Por eso también el profeta Zacarías, para manifestar los
misterios de esta luz espiritual y del candelabro celeste, que
se mostró como figura de la Iglesia, entre otros misterios
que en razón de la profecía se le enseñaron, declaró tam-
bién haber visto un candelabro de oro con sus lámparas.
Pues también en la tienda del testimonio brillaba con luz
inextinguible un candelabro con lámparas, como ejemplo de
19
la verdad futura . 5. El significado de esto está oculto a los

14. Sal 118, 105. 17. Is 2, 5-6.


15. Pr 6, 23. 18. C o l 1, 13; 1 P 2, 9.
16. So 1, 12. 19. Cf. Ex 25, 31.
Tratado 19, IV, 1 - V, 2 167

20
judíos, como todos los sacramentos de la ley, pero a no-
sotros ya nos ha sido manifestado. Sabemos, en efecto, que
en aquel candelabro se mostró la figura de la luz verdade-
ra y eterna, esto es, el Espíritu Santo, que ilumina siempre
todo el cuerpo de la Iglesia por su gracia multiforme. Por
lo que también el Señor exhorta en el Evangelio a sus dis-
cípulos, entre otras cosas, a que tengan en las manos lám-
paras encendidas, cuando les dice: Estén ceñidas vuestras
21
cinturas y encendidas vuestras lámparas . 6. Y debemos en-
tender que esto lo mandó el Señor no en sentido corporal
sino espiritual. Pues como quiera que la lámpara significa el
mandamiento de Dios o la luz de la ley, se nos manda lle-
var una lámpara en las manos para que, iluminados por la
gracia del Espíritu Santo, brillemos con las obras de la jus-
ticia y de la fe, según lo que dijo Salomón: Los caminos de
los justos brillarán igual que la luz; pues van por delante y
22
alumbran hasta que el día nazca .
V. 1. Con razón, por tanto, después de hacer el Señor
mención de la lámpara en nuestro pasaje diciendo: Nadie
enciende una lámpara y la coloca bajo el celemín, sino sobre
el candelabro, para que alumbre a todos los que están en la
casa, añadió: Alumbre así vuestra luz ante los hombres para
que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro
23
Padre que está en los cielos . Pues Dios es glorificado en
24
nosotros ante los incrédulos e infieles, si vivimos según los
preceptos divinos, si brillamos con las buenas obras. 2. Por
eso dice también el santo Apóstol: Engrandeced y llevad a
25
Dios en vuestro cuerpo . Y el bienaventurado Pedro nos ad-

20. Todo lo que, en la ley, 21. L e 12, 35.


prefigura la salvación plena que 22. Pr 4, 18.
llegará con Cristo según el plan 23. Mt 5, 16.
misterioso de Dios. Cf. nota 1 del 24. Cf. Flp 1, 20.
Prólogo al Comentario. 25. 1 C o 6, 20.
168 Cromacio de Aquileya

vierte igualmente en su carta: Para que cuando os infamen


como si vieran en vosotros algo malo, vuestras obras de jus-
26
ticia engrandezcan a nuestro Dios . Puede también enten-
derse de otra forma, ya que la interpretación espiritual es
múltiple: reconociendo que en la lámpara está representado
el mismo Señor, a causa de la humildad del cuerpo que asu-
mió. 3. Pues éste, según la gloria de la divinidad, es llama-
27
do sol de justicia , pero según el sacramento del cuerpo
asumido también se muestra como lámpara; porque aunque
era Dios de gloria y majestad eternas, apareció humilde en
este mundo, como una lámpara. Y no sin razón «como una
lámpara», porque la lámpara suele brillar en la noche. Y por
esto apareció humilde en este mundo, como una lámpara,
para expulsar las tinieblas del error y la noche de la igno-
rancia de nuestros corazones; pues nosotros habitábamos
instalados en este mundo como en la noche. 4. Semejante
lámpara, esto es, la encarnación de Cristo, mostrada por la
ley y los profetas, ya no se oculta por la predicación oscu-
ra de la ley como con un celemín; ni se tapa con la infide-
lidad de los escribas y fariseos como con un vaso de perfi-
dia; sino que, establecida en la cruz, como en un candelabro,
28
ilumina toda la casa de la Iglesia . 5. Es pues una lámpara
según el misterio de la encarnación; pero según la gloria de
29
la divinidad es el sol de justicia . En fin, resplandeció como
el sol en el mismo candelabro de la cruz cuando, a través
de la predicación de los apóstoles, como si de rayos se tra-
tara, el Señor y Salvador nuestro llevó a todo el orbe la luz
clarísima de su conocimiento, El que es bendito por los si-
glos. Amén.

26. 1 P 2, 12. ( P L 9, 9 3 6 A ) .
27. Cf. MI 3 , 2 0 . 29. Cf. MI 3 , 2 0 .
28. Cf. H I L A R I O , In Mt I V 13
TRATADO 20
(Mt 5, 17-20)

DAR CUMPLIMIENTO A LA LEY Y LOS PROFETAS

1. 1. Luego dice: No penséis que he venido a abolir la


ley y los profetas; no he venido a abolir, sino a dar cumpli-
1
miento . N o vino el Hijo de Dios a abolir la ley y los pro-
fetas, Él que es el autor de la ley y los profetas; porque Él
mismo entregó por medio de Moisés la ley que había que
transmitir al pueblo; e inundó de Espíritu Santo a los pro-
fetas para que anunciaran las cosas futuras: No he venido,
dice, a abolir la ley o los profetas, sino a darles cumplimiento.
2. Y dio cumplimiento a la ley y los profetas así: con-
sumando Él mismo lo que estaba escrito de Él en la ley y
los profetas. Por eso, una vez que bebió el vinagre que se
2
le ofreció en la cruz, dice: Está cumplido , para mostrar de
forma evidente que se habían cumplido todas las cosas que
estaban escritas sobre Él en la ley y los profetas, hasta in-
cluso que iba a beber vinagre. Da cumplimiento en todo a
la ley al completar con el sacramento de su pasión el mis-
terio de la pascua o del cordero, mostrado antaño en figu-
ra. Por lo que dice el Apóstol: Nuestra pascua inmolada es
3
Cristo . 3. Da cumplimiento a la ley al cumplir de forma

1. Mt 5, 17. 3. 1 C o 5, 7.
2. J n 19, 30.
170 Cromacio de Aquileya

verdadera, tomando un cuerpo, todos los sacrificios de la


ley y todos los modelos prefigurados en vista de El. Y tam-
bién da cumplimiento a la ley al confirmar con la añadidu-
ra de la gracia evangélica todos los preceptos que había dado
4
en la ley . Y en las palabras siguientes manifiesta que vino
a dar cumplimiento a la ley: Hasta que el cielo y la tierra
no pasen, no caerán una iota o una tilde de la ley, basta que
5
todo suceda .
4. Y sabemos cuan verdadera y divina es la predicación
de la ley, por aquello que el Señor manifiesta, que no puede
caer ni siquiera una iota ni una tilde de ella. Aunque en
esta iota o esta tilde de la ley se puede entender también
un sacramento de la cruz, porque la iota y la tilde mues-
tran en sí una cierta imagen de la cruz que, predicada desde
la ley y los profetas, de ninguna manera podía dejarse
de lado.
II. 1. Luego dice: El que desautorice uno de estos man-
damientos más pequeños y lo enseñe así a los hombres, será
6
considerado el más pequeño en el reino de los cielos . Si es
una impiedad deshacer los mandamientos más pequeños,
mucho más lo será los grandes y mayores. Por lo que el
mismo Espíritu Santo declara por Salomón: El que despre-
7
cia lo pequeño, se precipita poco a poco . 2. Y por eso no
hay que desautorizar ninguno de los preceptos divinos, nada
hay que mutilar; sino conservar y enseñar la totalidad con
espíritu fiel y sumiso, para que no perdamos la gloria del
reino celeste; porque, lo que según el juicio de los infieles
y los hombres del mundo es considerado ínfimo y peque-
ño, no es pequeño para Dios, sino necesario. Y el Señor

4. Para el comienzo del trata- 5. Mt 5, 18.


do, hasta este punto, cf. HILARIO, 6. Mt 5, 19.
In Mt IV, 14-15 (PL 9, 936B - 7. Si 19, 1.
93 7A).
Tratado 20, I, 3 - III, 1 171

muestra que quien los enseñe y lleve a cabo va a ser gran-


8
de en el reino de los cielos .
3. Por eso no sólo hay que trabajar con palabras, sino
también con obras; no sólo enseñar, sino hacer lo que has
enseñado. Y oigamos al mismo Señor que increpa en el
Evangelio a este tipo de doctores que dicen y no hacen: ¡Ay
de vosotros, dice, escribas y fariseos hipócritas, que cargáis a
los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros
9
no tocáis con un dedo estos mismos fardos! . Por eso dice el
Apóstol: No son justos ante Dios los que escuchan la ley,
10
sino que serán justificados los que cumplen la ley . 4. Y si
esto dice de los que escuchan, ¿qué hay que pensar de los
doctores? De ahí que también Salomón diga: No seas rápi-
11
do con tu lengua, y perezoso y remiso en tus obras . Y por
eso es necesario al que enseña dar él mismo ejemplo de fe
pura y comportamiento honesto, como escribe el Apóstol a
12
Timoteo: Sé modelo de los fieles , le dice. 5. Y otra vez:
Dando tú mismo ejemplo de buenas obras, en justicia, en
11
castidad, en sobriedad, por la sana doctrina '. Por eso el
mismo Hijo de Dios, que es maestro y señor de la ley, quiso
cumplir con hechos todo lo que enseñó, para servirnos de
modelo.
III. 1. Y añadió: Si no rebosa vuestra justicia más que la
de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cie-
14
los . Se desaprueba la justicia de los escribas y fariseos por-
que no buscaban la fe en la promesa divina sino la alaban-
za humana y la gloria del mundo, como sabemos por el
ejemplo de aquel fariseo soberbio y orgulloso que se jacta-
ba desvergonzado en la presencia de Dios, mostrando con

8. Mt 5, 19. 12. 1 T m 4, 12.


9. L e 11, 46. 13. Tt 2, 7-8.
10. R m 2, 13. 14. Mt 5, 20.
11. Si 4, 34.
172 Cromacio de Aquileya

actitud orgullosa y palabras soberbias lo que a él le pare-


15
cían méritos de su justicia . 2. Pues guardaban los escribas
y fariseos apariencia de justicia, no para complacer a Dios,
sino para buscar la fama de la gloria humana, para ganarse
beneficios terrenos y comodidades temporales. Y por eso
exhorta el Señor a que pongamos delante de esta pomposa
justicia de la alabanza humana las obras de la justicia celes-
te y los méritos de la fe, por Cristo nuestro Señor, que es
bendito por los siglos. Amén.

15. Cf. L e 18, 10-14.


TRATADO 21
(Mt 5, 21-24)

Dios NO ESCUCHA AL QUE GUARDA IRA

I. 1. Luego sigue: Habéis oído que se dijo a los antiguos:


No matarás. Y el que matare será reo de juicio. Yo en cam-
bio os digo: Si alguno se aira contra su hermano, será reo de
1
juicio . Esto es lo que dijo el Señor: No he venido a abolir
la ley, sino a darle cumplimiento. Esto es, acrecentar lo que
era menos: reformar a mejor los preceptos de la ley. 2. Por
eso también dice el santo Apóstol: ¿Destruimos la ley a
causa de la fe? ¡De ninguna manera! Al contrario, estable-
1
cemos la ley . Al pueblo inexperto y duro se le entregaron
los mandamientos de justicia de la ley; en cambio al pueblo
perfecto y fiel se le entregan los preceptos evangélicos de la
fe consumada y la justicia celeste. La ley prescribe que no
se debe matar. Pero el Evangelio dice que ni siquiera hay
que airarse sin causa, para quitar de nuestros corazones toda
raíz de pecado, porque por la ira se puede llegar incluso al
homicidio.
3. Por lo que con razón declaró el bienaventurado Job
en su libro: Al necio le asesina su ira, la envidia mata al se-
1
ducido . David dice así también: Airaos pero no pequéis, re-

1. Mt 5, 21-22. 3. J b 5, 2.
2. R m 3, 31.
174 Cromacio de Aquileya

flexionad en vuestros corazones y contristaos en vuestros le-


4
chos . Este testimonio lo interpretó el santo Apóstol di-
ciendo: Que no se ponga el sol sobre vuestra ira, ni deis oca-
5
sión al diablo . 4. Y si no es lícito airarse sin causa, mucho
menos aceptar el crimen del homicidio. Y si la ira será rea
en el juicio futuro, ¿qué castigo pensamos que correspon-
derá al que ha llegado a cometer un crimen?
II. 1. Quien dijera a su hermano «raca», será reo ante
la asamblea. Y quien dijera: necio, será reo del fuego de la
6
gehenna . Así nos enseña el Señor a ser perfectos en todo,
para que no seamos reos del juicio futuro ni siquiera por
las palabras leves y vanas. Pues prohibe decir al hermano:
«raca», es decir vacuo y que nada vale; en efecto, no se debe
llamar vacuo y decir que no vale nada al que está lleno con
7
la fe y el Espíritu Santo . 2. Ni debe ser llamado necio quien,
creyendo en Cristo, ha alcanzado la gracia de la sabiduría
celeste.
Por eso también el Espíritu Santo, al hablar del hombre
evangélico, declaró de esta forma por medio de Salomón:
Bienaventurado el que no ha caído por palabra de su boca,
y no es aguijoneado por la tristeza de su delito*. 3. Y por
esto dice en otro lugar el mismo Salomón: Haz unas cerra-
duras para tu boca, y una balanza para tu lengua y para tus
9
palabras . Y otra vez: Extirpa de ti la boca malvada y arro-
10
ja lejos de ti los labios inicuos . Y otra vez: No se acos-
tumbre tu boca a obrar sin disciplina; pues en ella está la
11
tristeza del delito . Por eso dice también David: Pon, Señor,
una guardia para mi boca, y una puerta que rodee mis la-
12
bios . 4. Y de nuevo en otro salmo: Dije, Señor, guardaré

4. Sal 4 , 5 . 8. Si 1 4 , 1 .
5. Ef 4 , 2 6 - 2 7 . 9. Si 2 8 , 2 8 - 2 9 .
6. Mt 5 , 2 2 . 10. Pr 4 , 2 4 .
7. Cf. H I L A R I O , In Mt IV, 1 7 11. Si 2 3 , 1 7 .
(PL 9, 9 3 7 C ) . 1 2 . Sal 1 4 0 , 3 .
Tratado 21, I, 3 - III, 3 175

13
mis caminos, para no cometer delito con mi lengua , por-
que, como dice Salomón: Los labios de los imprudentes con-
tarán necedades, y se pesará con la balanza la palabra del
14
prudente . Y por eso el Señor declaró en el Evangelio que
15
daremos cuenta incluso de la palabra ociosa . Por eso ex-
horta también el Apóstol así: No salga de vuestra boca nin-
guna palabra mala, sino sólo la que es buena para edifica-
16
ción de la fe . 5. Y de nuevo: Vuestra conversación sea
siempre con gracia, condimentada con sal, para que sepáis
17
cómo conviene que respondáis a cada uno . Por esta razón
nos conviene ser cautos en todo, para no dañar nuestra sal-
vación por nuestra familiaridad con palabras inútiles.
18
I I I . 1. Más adelante dice : Si presentas tu ofrenda ante
el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo con-
tra ti, deja allí tu ofrenda, y ve primero a reconciliarte con
19
tu hermano, y entonces presentarás tu ofrenda . Por esto
sabemos en cuánto tiene el Señor el amor fraterno: pues
dice que no es aceptada por Dios la ofrenda que se le hace,
si no se reconcilia primero con su hermano el que la ofre-
ce, deponiendo la ira. 2. Además vemos que Dios rechazó
los dones que ofrecía Caín porque, sin guardar las leyes de
la caridad, alimentaba en su espíritu la ira contra su her-
20
mano .
Por eso con razón hace saber el Señor en muchos pasa-
jes del Evangelio que se debe guardar principalmente el
amor de caridad fraterna: Os doy un mandamiento nuevo,
21
que os tengáis amor unos a otros . 3. Y otra vez: En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos

13. Sal 38, 2. final del tratado, cf. CROMACIO, S.


14. Si 21, 28. X X I I I ( C C L 9, 104-106).
15. Cf. Mt 12, 36. 19. Mt 5, 23-24.
16. Ef 4, 29. 20. Cf. G n 4, 1-8; cf. 1 J n 3,
17. C o l 4, 6. 12.
18. Para lo que sigue, hasta el 21. J n 13, 34.
176 Cromacio de Aquileya

12
con otros . Con razón habla así también el Señor por el
profeta Zacarías: Juzgad con un juicio justo y pacífico, y no
retengáis en vuestros corazones la maldad de vuestro her-
23
mano . Por medio de David también declara de igual modo:
1
Desiste de la ira, y abandona tu indignación "'. 4. De modo
parecido habla también el Espíritu Santo por Salomón di-
ciendo: Hombre que conservas la ira para con el hombre,
¿pides a Dios tu curación? Tú mismo no tienes misericordia
de un hombre igual a ti, ¿y ruegas a Dios por tus pecados?
Tú mismo, que eres carne, conservas la ira, ¿y buscas que
23
Dios te sea propicio? ¿ Y quién orará por tus delitos? . 5. Y
añadió: Acuérdate de las cosas últimas, y deja de hacerte ene-
26
migos . Por eso el santo David, que no desconocía, gracias
al Espíritu Santo, el precepto evangélico, declaró sobre sí
mismo de esta forma: Si he contemplado en mi corazón la
27
iniquidad, Dios no me escuchará .
6. Pues, ¿qué hay tan agradable para Dios, tan necesa-
rio para nuestra salvación, como lo que mandó el Señor: no
guardar la ira, presentar a Dios la ofrenda con espíritu pa-
cífico y conciencia sencilla, como la ofreció Abel el prime-
ro? Y por eso sus ofrendas fueron aceptadas por Dios y las
de Caín rechazadas, porque Abel ofrecía a Dios sus ofren-
das con disposición pura y sencilla, pero Caín guardaba la
ira contra su hermano. 7. Por eso, si queremos que nues-
tros dones agraden a Dios hemos de excluir la ira del cora-
zón, eliminar la malicia concebida contra el hermano, man-
tener la paz fraterna, conservar la caridad, amar la
unanimidad, velar por la concordia, para que merezcamos
complacer a Dios, que es bendito por los siglos. Amén.

22. J n 13, 35. 25. Si 28, 3-5.


23. Za 8, 16-17. 26. Si 28, 6.
24. Sal 36, 8. 27. Sal 65, 18.
TRATADO 22
(Mt 5, 25-26)

PONTE DE ACUERDO CON TU ADVERSARIO


MIENTRAS VAS DE CAMINO

1. 1. Después de esto sigue: Ponte de acuerdo con tu ad-


versario mientras vais juntos en el camino, no sea que el ad-
versario te entregue al juez y el juez te entregue al alguacil
y seas llevado a la cárcel: en verdad te digo que no saldrás
1
de allí hasta que no devuelvas el último cuadrante . Algu-
2
nos piensan que se debe entender así este dicho del Señor:
afirman que al adversario que, por culpa propia o ajena, se
ha hecho nuestro enemigo, hay que atraerlo rápidamente a
la paz y a la amistad, mientras estamos con él en el cami-
no, es decir en el curso de la vida presente; no sea que cuan-
do haya partido cada uno de este mundo comience por ser
entregado a Dios juez, como quien se olvidó de la caridad
y es reo de haberse enemistado; y del juez sea entregado a
su alguacil, que es el encargado de los tormentos para que,
enviado a la cárcel, que es la gehenna, pague la pena debi-
da por el pecado.
2. Pero esta afirmación no parece sostenerse plenamen-
te. Pues entonces, ¿qué? Si alguno por defender la fe se gran-

1. Mt 5, 25-26. (PL 9, 938B).


2. Cf. H I L A R I O , In Mt I V , 19
178 Cromacio de Aquileya

jea un adversario entre los hermanos, ¿acaso ha de acomo-


darse con su falta de fe, para no estar discorde con él en
cuestiones de religión? Son adversarios nuestros también los
gentiles, que se oponen a nuestra fe, que a veces en tiempo
de persecución nos fuerzan a sacrificios impíos; ¿es que a
causa de estos adversarios tenemos que obrar así, estable-
ciendo un acuerdo sacrilego con su voluntad para no seguir
enemistados? A sus argumentos sacrilegos no sólo no hay
que consentir, sino resistir con fe invicta.
3
I I . 1. Algunos dicen que en el adversario hay que en-
tender aquí claramente al diablo; pero no alcanzo a perci-
bir la razón que para ello aducen. Pues, ¿en qué se debe
estar de acuerdo con el diablo si su obra es ésta: persuadir,
exhortar, retorcerlo todo contra la fe, contra la salvación,
contra la religión divina? 2. A no ser que se deba entender
en este sentido, que si tal vez un perseguidor, ya sea el ene-
migo o el diablo, que es el instigador de la persecución,
quisiera dar muerte a un cristiano a causa del nombre de
Cristo, de buena gana se esté de acuerdo con él en ser en-
tregado a la muerte por Cristo; no sea que el mismo dia-
4
blo, que es nuestro acusador , nos haga ante Dios reos de
abandonar la fe y merecedores de castigo; porque el dia-
blo, aunque es el instigador de todo crimen, él mismo es
también el acusador. Así leemos de él en el Apocalipsis: Y
ha sido precipitado el dragón acusador de nuestros herma-
5
nos, el que los acusa en la presencia de Dios día y noche .
El mismo persuasor, el mismo acusador, persuade para en-
gañar, acusa para condenar.
6
I I I . 1. Pero otros , cuya interpretación me parece más

3 . Cf. ORÍGENES, Hom. 4. Cf. A p 1 2 , 1 0 .


X X X V in Le 5 ( G C S 4 9 , 1 9 9 ) ; I D , 5. Ap 12, 10.
Fragm. 1 0 2 , / in Mt ( G C S 4 1 , 5 7 - 6. ¿A quién se refiere Croma-
5 8 ) ; J E R Ó N I M O , In Mt I (CCL 77, cio? Su explicación se acerca tal
29-30). vez a la de Ambrosio, que identi-
Tratado 22, I, 2 - III, 4 179

completa, dicen que por el adversario hay que entender aquí


al Espíritu Santo, que se opone a los vicios y los deseos de
la carne, según lo que manifiesta el Apóstol cuando dice:
La carne tiene ansias contrarias al Espíritu, el Espíritu con-
trarias a la carne; pues se oponen entre sí, para que no ha-
7
gáis todo lo que queréis . 2. El Espíritu, en efecto, desea lo
celeste, la carne ansia lo terreno; el Espíritu se alegra con
los dones espirituales, la carne se deleita con los vicios cor-
porales. Por eso también dice el Apóstol: No contristéis al
Espíritu Santo de Dios, en el que estáis sellados para el día
de la redención*. El Señor nos manda obedecer en todo a
este adversario del pecado y del error humano, que per-
suade a las cosas justas y santas, mientras estamos con él
en el camino, es decir en la comitiva de la vida presente,
para que podamos tener con él la paz eterna y la compañía
perpetua.
3. Pero si alguno, no obedeciendo a la voluntad mani-
fiesta del Espíritu Santo, se le opusiera, no hay duda que
un hombre de este tipo debe ser presentado, tras partir de
la vida, ante el Hijo de Dios, que es juez de vivos y muer-
tos; éste lo entrega al ministro, es decir al ángel de los tor-
mentos, para que lo meta en la cárcel de la gehenna; de allí
no se le permitirá salir hasta que no haya devuelto el últi-
mo cuadrante, es decir hasta que no pague toda la pena que
debía, hasta el último pecado. 4. Se entiende pues que en
nuestro pasaje habla el Señor de este adversario que, opo-
niéndose a nuestros pecados, desea nuestra salvación; que

fica al adversario con las virtudes litate et oboedientia et de calcan-


y con la predicación de los após- da superbia (PL 18, 67). Pero la
toles. Cf. AMBROSIO, In Le VII, identificación del adversario con el
151 ( C C L 14, 266). En algún autor Espíritu Santo sólo la hemos en-
se dice también que el adversario contrado en Cromacio.
es el precepto divino: cf. NOVATO 7. G a 5, 17.
E L C A T Ó L I C O , Sententia de humi- 8. Ef 4, 30.
180 Cromacio de Aquileya

ansia que estemos de acuerdo con él para que merezcamos


evitar las penas del infierno y alcanzar los reinos celestes.
5. De esto vemos que también Salomón da testimonio
en su libro cuando dice: Está uno solo y no tiene un segun-
do, y no tiene hijo ni hermano. Y: Dos son mejores que uno
solo; para ellos es la recompensa buena de su trabajo; por-
que si cayera uno, el otro levantará a su compañero. ¡Ay de
aquel que estuviere solo cuando cayere, porque no tiene
9
quien lo levante! . Muestra así que la carne que ha mereci-
do estar en concordia con el Santo Espíritu y gozar de su
compañía, cuando cae en la muerte es levantada por el
mismo Espíritu a la vida y gloria sempiterna. 6. Y por eso
dice: ¡Ay de aquel que está solo porque cuando cae no tiene
quien lo levante!, es decir que la carne que por su infideli-
dad no mereció tener parte con el Espíritu Santo, no es le-
vantada a la vida eterna, sino que es despertada para la pena
perpetua por Aquel que es juez de los vivos y los muertos,
a quien se debe la alabanza y la gloria por los siglos de los
siglos. Amén.

9. Q o 4, 8-10.
TRATADO 23
(Mt 5, 27-30)

E L DESEO DE LA MUJER AJENA -


Si TU OJO TE ESCANDALIZA, ARRÁNCATELO

1. 1. Luego dice: Habéis oído que se dijo a los antiguos:


no adulterarás. Pero yo os digo: Si alguno mirare a una mujer
l
para desearla, ya ha adulterado con ella en su corazón . Con
razón dice el santo David: Tú mandaste guardar sobrema-
1
nera tus mandamientos . Sobremanera, porque no sólo el
adulterio sino también la concupiscencia se considera reo de
crimen. La ley condena el adulterio pero el Evangelio casti-
ga también la concupiscencia, que es la raíz del adulterio.
2. Por eso declara esto mismo el Espíritu Santo por Sa-
lomón en muchos pasajes, diciendo: No vayas detrás de tus
deseos malvados y ponte al resguardo de tus ansias de pla-
cer; porque si concedes sus deseos malvados a tu alma, te
traicionará para regocijo de tus enemigos y de los que te en-
3
vidian . Y otra vez: Aparta la vista de la mujer arreglada y
4
no escudriñes la belleza ajena . 3. Y después añadió: Mu-
chos fueron condenados por admirar la belleza de la mujer
5
ajena; pues su trato inflama como el fuego . Bien dijo in-

1. Mt 5, 27-28. 4. Si 9, 8.
2. Sal 118, 4. 5. Si 9, 11.
3. Si 18, 30-31.
182 Cromacio de Aquileya

flama como el fuego, porque en el trato con este tipo de


mujer el deseo de placer se enciende como el fuego. Por eso
debes evitar a una mujer tal, no vaya a ser que te queme la
llama de su deseo. 4. Por eso dice también Salomón: Que
no te venza el deseo de la belleza ni seas atrapado por tus
6
ojos ni seas agarrado por tus párpados . Y dice de nuevo:
Aparta de mí el deseo del vientre y no se apodere de mí el
apetito de la concupiscencia y no me entregues a un estado
7
de ánimo irreverente y necio . 5. Oigamos también del bie-
naventurado Job, que se mostró en todo como hombre
evangélico y cumplió el mandamiento del Señor antes de
8
oírlo , lo que él mismo declara de sí cuando dice: Si mi pie
se desvió del camino y mi corazón siguió a mi ojo, si he to-
mado regalos con mis manos, que otros coman de mis fru-
tos y yo esté sin descendencia sobre la tierra; si mi corazón
siguió a la mujer ajena o si mantuve trato con ella, que otro
se goce de mi mujer. Pues es propio del espíritu inmundo y
digno de ira y furor mancharse con la mujer de un hombre;
9
es un fuego que arde .
6. Por eso, como el adulterio es un grave pecado, para
extirpar la raíz del mismo pecado y que no se manchase
nuestra conciencia, prohibió incluso la concupiscencia. Pues
éste es el origen del adulterio, según cuenta el bienaventu-
rado Santiago en su epístola: La concupiscencia da a luz al
10
pecado, y la concupiscencia del pecado se gana la muerte .
Por esto también el Espíritu Santo habla de lo mismo por
boca de David de esta manera: Bienaventurado el que tenga
11
en sus manos a sus pequeños y los estrelle contra la roca .

6. Pr 6, 25. nueva ley) antes de la venida de


7. Si 23, 6. Cristo; cf. Tr 26, IV, 2.
8. Cromacio aprecia mucho 9. J b 31, 7-12.
la figura de J o b . E s uno de los que 10. St 1, 15.
vivían ya según el Evangelio (la 11. Sal 136, 9.
Tratado 23, I, 3 - II, 3 183

7. Muestra así que éste es el hombre bienaventurado y ver-


daderamente evangélico: el que destroza los deseos y los
apetitos de la carne que nacen por la debilidad humana sin
darles tiempo a crecer, en el mismo inicio de su nacimien-
12
to, por la fe en Cristo de quien se dice que es la roca .
13
II. 1. Luego dice : Si tu ojo te escandaliza arráncatelo
y échalo fuera de ti; pues te conviene que perezca uno de
tus miembros, antes que vaya todo tu cuerpo a la gehenna.
Y si tu mano te escandaliza, arráncatela y échala fuera de
ti; te conviene que perezca uno de tus miembros antes que
tu cuerpo vaya a la gehenna™. Aquí el ojo y la mano no
significan los del cuerpo humano, sino el ojo y la mano del
corazón, es decir los sentidos de la concupiscencia y el pen-
samiento del apetito carnal; éstos se manda arrancar y ex-
tirpar de los corazones por la fe celeste; el mismo Señor ma-
nifiesta en el Evangelio que de aquí procede todo mal
diciendo: Del corazón proceden los malos pensamientos, el
homicidio, el adulterio, la blasfemia, los falsos testimonios y
15
lo demás que contamina al hombre .
2. Es verdad que no aprovecha en nada debilitar el cuer-
po para enmendar un espíritu malvado, en el cual se en-
cuentra el abismo entero de los vicios. Además vemos que
muchos que tienen arrancados los ojos o están heridos en el
cuerpo, no cesan a pesar de esto en sus vicios. Por eso nos
manda el Señor arrancar más bien a causa del reino de los
cielos estos miembros que son los vicios, el espíritu malva-
do y el pensamiento perverso, no sea que bajo el dominio
de los vicios, tanto el cuerpo como el alma (es decir, todo
16
el hombre) sean hechos reos del fuego eterno. 3. Algunos

12. Cf. 1 C o 10, 4. 15. Mt 15, 19-20.


13. Para el resto del tratado 16. Cf. HILARIO, In Mt IV, 21
cf. Tr 56. (PL 9, 939A-B).
14. Mt 5, 29-30.
184 Cromacio de Aquileya

piensan sin embargo que esto hay que entenderlo de los


hijos o de los allegados, que nos son queridos y amados
como los ojos de la cara, de modo que si acaso algunos de
ellos, mostrándose contrarios a nuestra fe y esperanza, nos
fueran motivo de tropiezo, sean alejados de nosotros y te-
nidos por enemigos de la salvación; no sea que alguno, por
asociarse a estos hombres infieles y blasfemos, sea conde-
nado con igual pena.
III. 1. Pero ya que se ha hecho mención del cuerpo, esto
se puede entender más directamente del cuerpo de la Igle-
17
sia ; en él reconocemos que el ojo, como miembro precio-
so que es, quiere decir el obispo, que ilumina el cuerpo en-
tero con la luz del mandamiento divino. También de él se
entiende con rectitud el dicho: Si tu ojo te escandaliza arrán-
calo y échalo fuera de ti; pues te conviene que perezca uno
de tus miembros antes que vaya tu cuerpo entero a la ge-
henna. Ordena que, si acaso este ojo que es el obispo, por
una fe falsa y un comportamiento depravado fuera escán-
dalo para la Iglesia, hay que arrancarlo, es decir, arrojarlo
fuera del cuerpo de la Iglesia, no sea que el pueblo sea hecho
reo del pecado de éste. 2. Está escrito en efecto que un poco
18
de fermento corrompe toda la masa . Y de nuevo: Arran-
19
cad el mal de vosotros mismos .
Y la mano significa el presbítero; el Señor ordena que si
también él, por retener una fe falsa o no vivir rectamente,
diera escándalo al pueblo de Dios, sea extirpado, es decir
arrojado fuera, para que no se manche la Iglesia con el pe-
cado de éste, porque la Iglesia, según el Apóstol, debe ser
10
santa e inmaculada , por Cristo nuestro Señor, que es ben-
dito por los siglos. Amén.

17. Cf. Tr. X X X I , 2-4 y Tr. 19. 1 C o 5, 13.


LVI, 4. 20. Cf. Ef 5, 27.
18. 1 C o 5, 6.
TRATADO 24
(Mt 5, 31-37)

SOBRE EL ADULTERIO - N o JURÉIS

I. 1. Y después sigue: Oísteis que se dijo a los antiguos:


El que despidiere a su esposa, que le dé el libelo de repudio.
Pero yo os digo: Todo el que despidiere a su esposa, salvo
1
por causa de fornicación, la hace adulterar . En todas las
cosas reforma nuestro Señor, para mejor, el derecho de la
antigua ley. Es cierto que antiguamente la licencia de dar el
libelo de repudio por cualquier causa, le estaba concedida a
2
través de Moisés al pueblo judío , que vivía de modo ilíci-
to sirviendo a sus apetitos; no porque lo pidiera así la dis-
posición de la ley, sino porque el desenfrenado apetito car-
nal del pueblo no podía guardar la justicia de la ley según
el rigor de la disciplina. 2. Por eso se le permitió esta posi-
bilidad, según lo que en otro pasaje el Señor mismo mani-
fiesta con su respuesta a los saduceos que le interrogaban.
Pues cuando decían por qué Moisés había permitido que se
diera el libelo de repudio, responde el Señor: Ante la dure-
za de vuestro corazón escribió esto Moisés, que se diera el
libelo de repudio; pero al principio no fue asP. Por eso con

1. Mt 5, 31-32. can a Jesús son los fariseos, no los


2. Cf. D t 24, 1. saduceos como dice Cromacio.
3. Mt 19, 8.7; los que se acer-
186 Cromacio de Aquileya

razón el Señor y Salvador nuestro, eliminada aquella licen-


cia, restaura ahora los preceptos de su antigua constitución.
Ordena pues conservar con ley indisoluble la unión del ma-
trimonio casto, mostrando que la ley conyugal estaba ins-
tituida por El originariamente.
3. El mismo dice en efecto: Lo que Dios ha unido en
4
una sola cosa, el hombre no lo separe . Con estas palabras
condenó tanto la permisividad general de los judíos como
5
la presunción necia y miserable de los maniqueos , que nie-
gan que los matrimonios provengan de Dios; los condenó
al pronunciar esta sentencia diciendo que, excepto en caso
de fornicación, no es lícito que sea despedida la esposa, mos-
trando abiertamente que actúa contra la voluntad de Dios
quien ose corromper con la separación ilícita del divorcio
el matrimonio unido por Dios.
4. Por lo que no desconocen la grave causa de conde-
nación en que incurren a los ojos de Dios quienes, por el
deseo libidinoso y desenfrenado, salvo en caso de fornica-
ción, después de despedir a sus mujeres quieren pasar a otras
uniones. Se creen que cometen esto impunemente porque
parece estar permitido por las leyes humanas y del mundo;
no se dan cuenta de que en esto cometen un delito más
grave, porque anteponen las leyes humanas a las leyes divi-
nas; de manera que lo que Dios estableció que era ilícito lo
creen lícito porque el hombre lo permite como lícito.
5. Pero así como no es digno despedir a la esposa que
vive de modo casto y puro, así también está permitido des-
pedir a la adúltera, porque ella misma se hizo indigna de la
compañía del marido, ya que se atrevió a violar el templo
6
de Dios pecando contra su propio cuerpo .

4. Mt 19, 6; Me 10, 9. opuesta al Espíritu, de la que había


5. Para los maniqueos la ma- que liberarse.
teria era una realidad negativa, 6. Cf. 1 C o 3, 17.
Tratado 24, I, 2-11,4 187

II. 1. Y después dice: Oísteis que se dijo a los antiguos:


no cometerás perjurio; sino que cumplirás al Señor tus jura-
mentos. Pero yo os digo: no juréis en absoluto, ni por el cielo,
porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el es-
trado de sus pies, ni por Jerusalén, porque es la ciudad del
gran Rey, ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer
blanco o negro uno solo de tus cabellos. Sea en cambio vues-
tra palabra: sí, sí; no, no; lo que pasa de aquí viene del ma-
7
ligno . 2. Por la gracia de la doctrina evangélica progresó la
ley dada por Moisés. En la ley está mandado que no se debe
cometer perjurio: pero en el Evangelio ni siquiera se per-
mite jurar. Ya antaño el Espíritu Santo se proponía mandar
esto mismo por medio de Salomón, diciendo: No se acos-
8
tumbre tu boca al juramento . Y de nuevo: Como al siervo
flagelado asiduamente no le disminuyen los cardenales; así
9
todo el que jura y comercia, no será purificado del pecado .
Por eso no nos conviene de ningún modo jurar.
3. ¿Qué necesidad tenemos de jurar, si no nos está per-
mitido de ningún modo mentir, si nuestras palabras deben
ser tan veraces y completamente fieles que se tengan como
un juramento? Y por eso nos prohibe el Señor no sólo co-
meter perjurio, sino incluso jurar; para que no parezca que
decimos verdad sólo cuando juramos; para que no pense-
mos que a nosotros, a quienes estableció como veraces en
todas sus palabras, nos es lícito mentir cuando no juramos.
Pues la razón del juramento es ésta: todo el que jura, jura
10
para decir lo que es verdadero . 4. Y por eso el Señor no
quiere que haya ninguna distancia entre el juramento y nues-
tra forma normal de hablar; porque así como en el jura-
mento no conviene que haya ninguna falta de fidelidad, así

7. Mt 5 , 3 3 - 3 7 . 10. Cf. H I L A R I O , In Mt IV, 2 3


8. Si 2 3 , 9 . ( P L 9, 9 4 0 A - B ) .
9. Si 2 3 , 1 1 .
188 Cromacio de Aquileya

también en nuestras palabras no debe haber nada de menti-


ra, porque ambos, el perjurio y la mentira, son condenadas
con la pena del juicio divino; pues dice la Escritura: La boca
11
que miente, mata el alma . Por tanto todo el que habla la
12
verdad, jura, porque está escrito: El testigo fiel no miente .
5. Por eso con razón recuerda a menudo la Escritura di-
vina que Dios jura; porque a Dios, que es veraz y no sabe
mentir, todo lo que dice se le toma como juramento, por-
que es verdadero todo lo que habla. Sin duda encontramos
algunas veces que Dios jura, pero a causa de la increduli-
dad de los hombres y sobre todo por la incredulidad e in-
fidelidad de los judíos, que piensan que lo verdadero no se
encuentra sino en el juramento. Por eso también Dios quiso
jurar, para que los que no creían a Dios que hablaba, le cre-
yeran al menos cuando juraba.
III. 1. Dice pues el Señor: Oísteis lo que se dijo a los
antiguos: No cometerás perjurio; sino que cumplirás al Señor
tus juramentos. Pero yo os digo: no juréis en absoluto, ni por
el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque
es el estrado de sus pies, ni por Jerusalén, porque es la ciu-
dad del gran Rey. Estas palabras del Señor, con las cuales
nos prohibe jurar por todo esto, hay dos modos de enten-
derlas. 2. En primer lugar quiso arrancar de nosotros el em-
pleo del juramento y la costumbre que lleva al hombre al
error, no fuera que alguno de nosotros, jurando por estos
lugares, tuviera a la criatura el respeto que se debe a la ve-
neración divina, o creyera que por jurar por los lugares del
mundo tiene impunidad para el perjurio, ya que está escri-
13
to: No juró a su prójimo con engaño .
3. Con esto también condena el error, tanto de la in-
credulidad judía como incluso del género humano que, ha-

11. Sb 1, 11. 13. Sal 23, 4.


12. Pr 14, 5.
Tratado 24, II, 4 - III, 5 189

biendo abandonado al creador, dio a la criatura veneración


divina, según lo que dijo el Apóstol: Dieron culto y sirvie-
14
ron a la criatura antes que al Creador . Además se puede
entender también de este modo: que cuando se jura por el
cielo y la tierra se jura por Aquél que creó el cielo y la tie-
rra, según lo que el mismo Señor manifestó en otro lugar
diciendo: Quien jura por el altar jura por él y por todo lo
que está sobre él; y quien jura por el trono de Dios, jura por
15
él y por quien habita en é/ .
4. Y sigue: Ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran
16
Rey, es decir figura del cuerpo de Cristo , que es aquella
Iglesia espiritual y celeste. Ni jurarás, dice, por tu cabeza,
porque según la expresión del Apóstol la cabeza del hom-
17
bre es Cristo . Y por tanto quien jura por ella jura por el
creador de todos los hombres.
5. Sea en cambio vuestra palabra: sí, sí; no, no; lo que
pasa de aquí viene del maligno, enseñando que toda pala-
bra pronunciada por nosotros no debe contener nada más
que la verdad, porque toda mentira, es decir lo que pasa de
aquí, se atribuye al iniciador de la mentira, el diablo, que
es siempre mentiroso desde el principio, según lo que dice
el Señor en el Evangelio: El que dice mentira habla de lo
que le es propio, porque es mentiroso, como también su
18
padre . Por eso debemos siempre decir y meditar lo que es
verdad para mostrar que somos discípulos del que es la Ver-
dad, que es bendito por los siglos. Amén.

14. R m 1, 25. (PL 9, 941A).


15. Mt 23, 20.22. 17. 1 C o 11, 3.
16. Cf. H I L A R I O , In Mt IV, 24 18. J n 8, 44.
TRATADO 25
(Mt 5, 38-42)

PONER LA OTRA MEJILLA

1. 1. Y continúa: Oísteis que se dijo a los antiguos: Ojo


por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al
mal, sino que si alguno te golpeare en la mejilla derecha,
ofrécele también la izquierda; y al que quiere pleitear con-
1
tigo para quitarte la túnica, dale también el manto . El
Señor nos educa por los preceptos del Evangelio para que
sigamos todo ejemplo de paciencia y humildad.
2. Antaño se había mandado en la ley que si alguno, ex-
citado por el furor de la ira, arrancaba un ojo o un diente
a otro, sufriera él también una pena igual y un daño idén-
2
tico en su cuerpo . En este precepto se mostró de un lado
la justicia de la ley, y se refrenó también, infundiendo este
terror, la temeridad de un pueblo insolente; para que, a quie-
nes no tenían temor del juicio futuro, al menos el castigo
de la venganza presente les impidiera el crimen.
3. Pero los que viven según la fe del Evangelio no exi-
gen la retribución de esa venganza, pues se les reserva para
el futuro toda su esperanza de retribución y venganza. Y
por eso no sólo nos manda el Señor en el Evangelio que no
devolvamos la injuria, sino que ordena poner también la otra

1. Mt 5, 38-40. 2. Cf. L v 24, 19-20.


Tratado 25, I, 1 - II, 1 191

mejilla cuando nos golpean en la derecha, si reclama esto la


ira del agresor.
4. Esto dice en efecto: A quien te golpea en la mejilla
derecha ofrécele también la izquierda. En efecto, esto es de
verdad vivir en fe, no buscar la revancha presente sino es-
perar la venganza futura de aquel que dice: Mía es la ven-
3
ganza, yo retribuiré, dice el Señor . Jeremías se refiere cla-
ramente a este hombre evangélico que, golpeado en una
mejilla, ofrece con gusto la otra, cuando dice: Bueno es al
hombre llevar un yugo pesado en su juventud. Se sentará en
solitario y callará, porque llevó un yugo pesado. Dará su me-
4
jilla para que la golpeen y se saciará de oprobio . 5. En esto
muestra con claridad que es bienaventurado el hombre que,
viviendo bajo el yugo de la ley evangélica, no se aparta de
ninguna injuria de su perseguidor. En efecto, la práctica de
esta tolerancia lleva a la pasión del martirio. Pues fácilmen-
te podrá soportar en tiempo de persecución las penas del
cuerpo si, ejercitado antes cuando había paz, acoge estas in-
jurias sereno y con gusto. 6. N o conviene en modo alguno
al cristiano devolver la injuria, no sea que sea juzgado igual
que aquél a quien restituye el golpe. Pues si es malo come-
ter una injuria, no está libre de culpa quien responde al mal-
vado, y por esto no puede ser tenido por bueno quien imita
al malo.
II. 1. Pero el Señor no sólo manda poner la mejilla al
que golpea, sino también sufrir los perjuicios. Pues añadió
esto: y al que quiere pleitear contigo para quitarte la túni-
ca, dale también el manto. Pues después de tolerar la inju-
ria corporal quiere el Señor que tengamos también despre-
cio por las cosas del mundo; y estar hasta tal punto
apartados de todo litigio y pleito judicial, que, si acaso apa-
rece un calumniador y tentador que mueve un pleito con-

3. R m 12, 19. 4. L m 3, 27-28.30.


192 Cromacio de Aquileya

tra nosotros para comprobar nuestra fe, queriendo quitar-


nos lo nuestro, el Señor nos manda ofrecerle de propia ini-
ciativa, no sólo aquello que busca injustamente, sino tam-
bién lo que no pide. 2. Porque si uno ha despreciado lo
pequeño a causa de la falsa denuncia de un litigador, ins-
truido por este ejercicio podrá fácilmente despreciar tam-
bién en la persecución todas las cosas de este mundo. Esa
es la fe perfecta y la perfecta victoria contra el que comete
injuria: ofrecerle incluso aquello que no pide.
III. 1. Después dice: Y a quien te forzare a andar con
5
él una milla, acompáñale otras dos . El Señor nos ordena
ser prontos y diligentes para toda obra de devoción. Quie-
re que nuestro bien no sea tanto forzado por la necesidad
como por propia voluntad, para que al hacer por propia ini-
ciativa más de lo que nos piden, consigamos la gloria de un
premio mayor. Pues es deber de la caridad íntegra y de la
devoción perfecta dar libremente más de lo que se te pide.
2. Algunos creyeron que se debía dar también una in-
terpretación espiritual: que quien fuera forzado a andar una
milla, vaya con él todavía otras dos, es decir que cuando
algún infiel o alguien que no ha alcanzado todavía el cono-
cimiento de la verdad, hiciera mención de un solo Dios
Padre creador de todas las cosas, como quien ha entrado
por el camino de la ley, vayas con él todavía otras dos; es
decir, que después de la profesión de Dios Padre, le con-
duzcas por el camino de la verdad hasta el conocimiento del
Hijo y del Espíritu Santo, mostrándole que no sólo hay que
creer en el Padre, sino también en el Hijo y en el Espíritu
Santo.
b
IV. 1. Después sigue: Y a quien te pide, dale . Es decir,
que después del conocimiento de la Trinidad, otorguemos el
don de la gracia celeste con ánimo dispuesto. Y también que

5. Mt 5, 41. 6. Mt 5, 42.
Tratado 25, II, 1 - IV, 2 193

a los que piden misericordia les demos según nuestras po-


sibilidades para que, poniendo delante este mérito, podamos
nosotros alcanzar más fácilmente lo que pedimos a Dios de
7
aquel que dice: Pedid y se os dará . Pero si despreciamos a
los que nos piden, ¿con qué confianza creemos que nos va
a conceder Dios a nosotros lo que le pedimos? Pues dice la
Escritura: Mira, no apartes tu rostro de ningún pobre; así
ocurrirá que no se apartará tampoco de ti el rostro de Dios*.
Y a todo el que quiera pedirte prestado, no le des la espal-
9
da . Se nos manda guardar en todo la religión de la piedad
y la fe, para que consideremos propia la necesidad del que
sufre tribulación, y no tengamos en más a los bienes que al
hermano. Y por eso debemos compartir con ánimo religio-
so y piadoso afecto con los hermanos que nos instan y con
los que piden en la necesidad un préstamo, esperando el pre-
mio de la retribución eterna según lo que dice David: Di-
choso el hombre que se apiada y tiene misericordia, prepara
10
su defensa para el juicio . 2. Y otra vez: Repartió, dio a los
11
pobres; su justicia permanece por los siglos de los siglos . Por
eso también el santo Job, cuyo ejemplo nos conviene seguir,
que cumplió estos mismos preceptos evangélicos, hace men-
ción de sí mismo diciendo: ¿Hice despedir al indigente y que
saliera de mi puerta con el torso desnudo? ¿Tome fianza a
alguno y no la devolví? Y si fié, no recibí nada de mi deu-
dor. ¿O por mi causa gimió la tierra, o se lamentaron sus
surcos? ¿ O comí su fruto en solitario sin pagar, o contristé el
12
ánimo del Señor de la tierra engañándole? . Todo esto lo
cumplió Job fielmente porque esperaba el premio de Aquel
que es buen pagador de los bienes eternos, a quien se debe
la alabanza y la gloria por los siglos. Amén.

7. Mt 7, 7. 10. Sal 111, 5.


8. T b 5, 7. 11. Sal 111, 9.
9. Mt 5, 42. 12. J b 31, 34-39.
T R A T A D O 26
(Mt 5, 43 - 6, 4 )

AMAR AL ENEMIGO - L A LIMOSNA

1. 1. Después sigue: Oísteis que se dijo a los antiguos:


Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Yo en cambio
os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que
os odian y orad por los que os calumnian y persiguen, para
que seáis hijos de vuestro Padre, que manda salir su sol sobre
buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos. Pues si
amáis a los que os aman, ¿quépremio tendréis? ¿No hacen
esto también los publícanos? Y si saludáis sólo a vuestros her-
manos, ¿qué hacéis vosotros de más? ¿No hacen esto también
los paganos? Sed pues también vosotros perfectos, como vues-
1
tro padre que está en los cielos es perfecto . En todo quiere
el Señor que seamos perfectos siguiendo sus mandatos.
2. Antiguamente estaba mandado en la ley: Amarás a
1
tus amigos y odiarás a tus enemigos , pero esos preceptos
fueron dados por un tiempo al pueblo terreno y carnal,
3
como también: Ojo por ojo, diente por diente . En cambio
ahora se entregan al pueblo evangélico los preceptos de la
justicia celeste y perfecta: que queramos a los enemigos,
amemos a los que nos odian, oremos por los que nos ca-

1. Mt 5, 43-48. parte no está como tal en el AT.


2. Cf. L v 19, 18; la segunda 3. Mt 5, 38; Lv 24, 20.
Tratado 26, I, 1 - II, 1 195

lumnian y persiguen, para que merezcamos ser verdadera-


mente hijos de Dios, que por su misericordia dispensa sin
distinción los beneficios de esta vida presente a buenos y
malos, justos e injustos, como don celeste. 3. El Espíritu
Santo nos exhorta también por medio de Isaías a que guar-
demos estos preceptos evangélicos, diciendo: Escuchad la
palabra del Señor los que teméis su nombre; decid: «Sois
nuestros hermanos», a los que os odian y abominan; que sea
engrandecido el nombre del Señor, y se les aparezca en medio
4
de sus risas y queden ellos confundidos . Por lo que no en
vano declara David de este modo en un salmo: Señor Dios
mío, si hice estas cosas, si devolví el mal a los que me lo ha-
5
cían, caiga con razón desarmado por mis enemigos . 4. Tam-
bién el bienaventurado Job recuerda así esto mismo dicien-
do: Si me he alegrado con el error de mi enemigo, si dije en
mi corazón: «Está bien hecho», entonces que escuche mi oído
6
la maldición . Y estos preceptos de la gracia evangélica que
ahora se han dado para la salvación de los hombres, los
vemos ya figurados en los animales a través de los manda-
mientos de la ley, cuando se dice: Si vieras los bueyes de tu
enemigo que cayeron bajo el peso, no pasarás de largo, sino
7
que los levantarás con él ; para que ya entonces en la ley de
Moisés aprendiera cada uno con los animales, lo que un día
según el Evangelio había de hacer con el hombre.
II. 1. Y con razón sigue: Pues si amáis a los que os aman,
¿qué premio tendréis? ¿No hacen esto también los publica-
nos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis vo-
sotros de más? ¿No hacen esto también los paganos? Sed pues
también vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en
8
los cielos es perfecto . Muestra el Señor que no podemos po-

4. Is 66, 5. 7. Ex 23, 5.
5. Sal 7, 4-5. 8. Mt 5, 43-48.
6. J b 31, 29-30.
196 Cromacio de Aquileya

seer el mérito del amor perfecto si amamos sólo a quienes


sabemos que nos devolverán en pago el amor mutuo, por-
que sabemos que este tipo de amor es común también a los
gentiles y pecadores. Por eso quiere el Señor que supere-
mos la ley común del amor humano con la ley del amor
evangélico; de modo que no sólo mostremos el afecto de
nuestro amor hacia los que nos aman, sino también hacia
los enemigos y los que nos odian, para que imitemos en
esto el ejemplo de la verdadera piedad y bondad paternas.
I I I . 1. Y añadió: Tened cuidado de no practicar vuestra
justicia delante de los hombres; de otro modo no tendréis re-
9
compensa de vuestro Padre que está en los cielos . El Señor
quiere que seamos ajenos a toda jactancia de la vanagloria y
de la ambición humana, para que no realizamos las obras de
nuestra justicia con la intención de agradar a los hombres,
sino sólo a Dios, de quien esperamos la recompensa a nues-
tro mérito. 2. Pues pierde ante Dios el mérito de la justicia
aquel que quiere vivir de modo justo para adquirir la gloria
de la alabanza humana. Por eso dice el Apóstol: Si todavía
10
complaciera a los hombres, no sería siervo de Cristo .
IV. 1. Luego dice: Cuando hagas limosna no toques las
trompetas delante de ti como hacen los hipócritas, a quienes
gusta estar de pie en las sinagogas y en las plazas para ser
honrados por los hombres. En verdad os digo, ya han reci-
bido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no
sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, de modo que tu
limosna quede en lo escondido, y tu Padre que ve en lo es-
11
condido te recompensará . 2. El Señor nos educa en todo
con la doctrina celeste para la gloria de la fe perfecta. Hace
poco nos ha enseñado que había que hacer la obra de jus-
ticia no a causa de los hombres sino por Dios. Ahora se nos

9. Mt 6, 1. 11. Mt 6, 2-4.
10. G a 1, 10.
Tratado 26, II, 1 - V, 3 197

manda también que, cuando hagamos limosna, no toquemos


las trompetas, es decir, no divulguemos lo que hacemos, por-
que no es propio de un espíritu devoto obrar algo referen-
te a Dios esperando la gloria de la alabanza humana. 3. Pues
los más dan algo en provecho de los pobres para canjear sus
bienes con la alabanza de los hombres y la fama del mundo.
El Señor deja claro que éstos han recibido ya la paga de su
obra en este mundo, porque buscando la gloria del mundo
pierden la paga prometida para el futuro.
V. 1. Y por eso añadió el Señor: de modo que tu limos-
na quede en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escon-
12
dido, te recompensará , queriendo que la obra de miseri-
cordia no sea pública, sino oculta; es decir que no obremos
a causa de la alabanza de los hombres, sino sólo a causa de
Dios, de quien esperamos la gloria celeste y la paga de la
retribución futura. Ya antaño declaró Salomón, elogiando a
la Iglesia, la limosna de esta obra fiel que se realiza bajo el
silencio de una discreción religiosa, cuando dice: Son pre-
13
ciosas tus mejillas, a causa de tu discreción . 2. Se refiere a
esta discreción, de la que dice el Señor: No sepa tu izquier-
da lo que hace tu derecha. Pero no habla aquí el Señor de
las manos del cuerpo humano, que no poseen ningún sen-
tido con el que puedan ver ni hablar, sino que en la mano
derecha y la izquierda están significados o los hombres o la
obra. Además leemos que está escrito en los libros de los
Reyes que las manos quieren decir los hombres, cuando
14
dice: ¿Acaso no tengo yo diez manos en Israrelf , es decir,
las diez tribus de Israel. 3. Por eso no hay duda que la mano

12. Ibid. los libros primero y segundo de


13. C t 6, 6. Samuel corresponden a los dos
14. 2 S 19, 43; Cromacio dice primeros de los Reyes; y nuestros
«en los libros de los Reyes» por- dos libros de los Reyes son el ter-
que en la traducción de los L X X cero y el cuarto.
198 Cromacio de Aquileya

derecha representa a los justos y en la izquierda hay que


entender a los pecadores, según lo que dijo Salomón: El
Señor conoce lo que está a la derecha; pero lo que está a la
15
izquierda es perverso . El Señor manifiesta claramente esta
interpretación de la derecha y la izquierda cuando afirma
que a los justos hay que colocarlos a la derecha, y a los pe-
16
cadores sin embargo a la izquierda . 4. Se le ordena pues a
esta derecha que son los justos que, si hace algo según el
precepto del Señor, lo desconozca la izquierda; es decir, que
no nos jactemos a la vista de los hombres pecadores e in-
fieles de aquello que obramos con fe y religión. Pero si ha-
cemos algo con fe delante de nuestros hermanos en religión
sin esforzarnos por buscar la alabanza, no pueden los her-
manos juzgar esta obra de fe y devoción como jactancia ante
el Señor y Salvador nuestro, que es bendito por los siglos.
Amén.

15. Pr 4, 27. 16. Cf. Mt 25, 33.


TRATADO 27
(Mt 6, 5-8)

ORAR EN SECRETO CON EL GRITO DE LA FE

I. 1. Luego dice: Y cuando oréis, no seáis como los hi-


pócritas, a quienes gusta orar de pie en las sinagogas y en
las esquinas de las plazas para ser vistos por los hombres. En
verdad os digo que han recibido su paga. Tú, sin embargo,
cuando ores, entra en tu cuarto y, después de cerrar la puer-
ta, ora a tu Padre; y tu Padre que ve en lo escondido te re-
compensará K 2. El Señor nos instruye en toda perfección de
la justicia celeste y de la fe. Quiere, en efecto, que cumpla-
mos toda obra de religión divina sin hipocresía, sin interés
alguno por la alabanza humana. Se nos prohibe pues os-
tentar ante todos jactanciosamente nuestras oraciones, como
acostumbran los hipócritas, para que no perdamos el méri-
to de la gracia. El Señor pide en efecto una oración no si-
mulada ni jactanciosa, sino sencilla y fiel.
3. Y por eso nos manda el Señor orar teniendo cerrada
la puerta, es decir en el secreto del corazón y de la misma
2
conciencia ; para que recibamos el pago de nuestra oración
oculta de quien es conocedor de lo secreto y de lo oculto.
Pues es propio de un espíritu religioso orar a Dios, no con

1. Mt 6, 5-6.
2. Cf. HILARIO, In Mt V, I ( P L 9, 943A).
200 Cromado de Aquileya

el grito o el sonido de la voz, sino con la devoción del es-


3
píritu y la fe del corazón , como David declara en un salmo
diciendo: Hablad en vuestros corazones y apenaos en vues-
4
tros lechos . 4. Encontramos además en los libros de los
5
Reyes que aquella santísima mujer, Ana, cumplió los pre-
ceptos de esta doctrina evangélica. Pues orando fielmente en
la presencia del Señor, derramó sin sonido de palabras las
súplicas por su deseo en el secreto de su corazón y mere-
ció ser escuchada sin tardanza por el Señor. Y así también
6
a Daniel , que oraba sin interrupción y de modo oculto
junto con los tres muchachos, el Señor le concedió enten-
der las interpretaciones del sueño y los secretos de la reve-
7
lación. 5. También Cornelio , que todavía no había sido ins-
truido en los preceptos evangélicos, mientras en secreto
oraba fielmente en su cuarto, mereció oír la voz del ángel
santo que le hablaba. ¿Y qué diremos de Jonás quien, en-
cerrado no sólo en su cuarto sino en el vientre de la bestia,
de tal forma mereció ser escuchado cuando oraba, que es-
capó sano y salvo de lo profundo del mar y del vientre de
8
tan enorme bestia? . 6. Pero fue escuchado por Dios no por-
que gritara con la voz, sino con la fe. Y por eso no es ne-
cesario el grito de la voz en la oración a Dios, que sabemos
penetra con la mirada los secretos del corazón, sino la de-
voción de un espíritu religioso y el grito de la fe.
II. 1. Por eso con razón dice el Señor en las palabras
que siguen: Pero cuando oréis no habléis mucho, como hacen
los gentiles; pues piensan que son escuchados por sus muchas
palabras. No seáis pues como ellos; ya sabe vuestro Padre lo

3 . Cf. CIPRIANO, De domini- 6. Cf. D n 1 , 1 7 .


ca oratione 4 ( C S E L 3 , I , 2 6 9 ) . 7. Hch 1 0 , 1-4.
4 . Sal 4 , 5 . 8. Cf. J o n 2 , 1 - 1 1 ; cf. TERTU-
5 . Cf. 1 S 1, 1 3 - 1 7 ; cf. CI- LIANO, De oratione XVII, 4 (CCL
PRIANO, Ibid. 5 (269). I, 2 6 6 - 2 6 7 ) .
Tratado 27, I, 3-11,3 201

9
que necesitáis antes de que se lo pidáis . Los gentiles pien-
san en efecto que pueden alcanzar más fácilmente del Señor
lo que piden si multiplican sus palabras, pero el Señor no
espera esto de nosotros. 2. Prefiere que hagamos valer nues-
tra oración no con barboteo de palabras sino con la fe del
corazón y los méritos de la justicia; a él la dirigimos, que
sabe mejor todo lo que necesitamos y conoce todo lo que
vamos a pedir antes de que hablemos. Tenemos, en fin, un
ejemplo de la distancia que media entre la oración de pala-
brería y la otra, humilde y sencilla, en aquel fariseo y en el
publicano. 3. Pues fue reprobada la oración del fariseo, que
se jactaba con abundancia de palabras; pero el publicano
que, humilde y devoto, pedía perdón por sus pecados, bajó
10
más justificado que el fariseo jactancioso . En esto vemos
cumplido lo que está escrito: La oración del humilde pene-
11
tró las nubes , llegando hasta Dios, que acostumbra a es-
cuchar la súplica del que ora y es bendito por los siglos.
Amén.

9. Mt 6, 7-8. PRIANO, Ibid. 6 (269-270).


10. Cf. L e 18, 10-14; cf. C i - 11. Si 35, 21.
TRATADO 28
(Mt 6, 9-15)

E L PADRENUESTRO

1 1
1. 1. Después dice : Así le rezaréis, por tanto . Nuestro
Señor, que suele escuchar a quienes oran, muestra con qué
palabras debemos orar. ¡Oh, qué firme y bienaventurada es
para nosotros esta oración, cuya secuencia instituyó para no-
sotros el maestro de vida y educador celeste! ¡Y qué biena-
venturados podemos ser también nosotros si conservamos
estas palabras de la oración del Señor, no sólo con la recita-
ción oral sino poniéndola por obra con un comportamiento
del todo fiel! Pues esta forma de orar, encaminada a la espe-
ranza de la salvación humana, la estableció el Señor para sus
discípulos diciendo: Padre nuestro que estás en los cielos.
2. ¡Qué grande el amor del Señor hacia nosotros! ¡Qué
grande su misericordia y piedad, que condescendió a otor-
garnos el don de una gracia tan grande, de modo que los
siervos nos atrevamos lícitamente a llamar Padre a nuestro
Señor y Dios! Con esta palabra muestra que no somos ya
sólo siervos, sino incluso hijos de Dios. Y aunque para mos-

1. Para todo el tratado cf. minica oratione ( C S E L 3); cf. T E R -


CROMACIO, S. X L ( C C L 9 A, 172s); TULIANO, De oratione ( C C L I ) .
Cromacio se inspira en Cipriano y 2. Mt 6, 9.
Tertuliano. Cf. CIPRIANO, De do-
Tratado 28, I, 1-6 203

trar la gracia bastaba y sobraba con creces que mereciéra-


mos ser llamados sólo siervos, la caridad de Dios sobrea-
bundó de tal manera que somos llamados no sólo siervos,
sino también hijos de Dios por adopción.
3. Juan muestra en el evangelio la gracia que supone este
nombre, donada a los creyentes en Cristo por la fe, di-
ciendo: A los que creyeron en El les dio poder para llegar
a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no
nacieron de la sangre ni por voluntad de la carne, ni por
3
voluntad de varón, sino de Dios . 4. Por eso dice también
el Apóstol: Y como sois hijos de Dios, envió Dios a nues-
tros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: ¡Abbá,
1 4
Padre . . Puesto que hemos alcanzado la gracia de un don
tan grande, de modo que no sólo fuéramos hechos siervos
sino también hijos de Dios, debemos obrar y comportar-
nos como hijos de Dios, para que probemos con la activi-
dad espiritual que somos lo que nos llamamos, según lo que
dice Juan en su epístola: El que ha nacido de Dios no co-
mete pecado, porque el nacimiento de Dios lo preserva y no
5
lo toca el diablo . 5. Pero quien comete pecado, no proce-
de de Dios, sino que procede del diablo, porque el diablo
6
peca desde el principio . Y por eso, conservando el sacra-
mento de nuestro nacimiento celeste, debemos ser ajenos a
todo pecado de modo que merezcamos llamarnos verdade-
ramente hijos de Dios, y serlo. Conocen también los san-
tos profetas la gracia de esta misericordia divina por la que
se nos ha permitido llamar Padre a Dios; pues dice Isaías:
Tú eres en efecto nuestro Padre, porque Abraham no nos
conoció, e Israel no nos conoció, pero tú, Señor Padre nues-
7
tro, desde el principio está tu nombre sobre nosotros . 6. De

3. J n 1, 12-13. 6. 1 J n 3, 8.
4. G a 4, 6. 7. Is 63, 16.
5. 1 J n 3, 9; 5, 18.
204 Cromado de Aquileya

igual modo también Jeremías declara en su libro: Pues uno


solo es el Padre de todos nosotros*. ¡Qué grande la miseri-
cordia del Señor! Los que antaño por voluntad propia ha-
9
bíamos tomado al diablo por padre , renacidos ahora por
el agua y el Espíritu Santo, ya comenzamos a tener a Dios
por Padre. 7. En efecto el mismo Dios es el único Padre
para nosotros, que regenera con su Espíritu a los que hace
hijos para la herencia eterna. Y por eso debemos caminar
como hijos de Dios, no sea que, obrando de forma distin-
ta a como conviene a los hijos de Dios, seamos hechos reos
de usurpar un nombre tan grande.
II. 1. Dice por tanto: Padre nuestro que estás en los cie-
10
los. Y añade: Sea santificado tu nombre . No porque el
nombre de Dios pueda ser santificado por alguien, siendo
El quien santifica a todos, pues dice por el profeta: Sed san-
11
tos, como yo también soy santo, dice el Señor . 2. Sino que
pedimos que sea santificado su nombre, para que sea santi-
ficado en nosotros por la obras de justicia, por el mérito de
la fe, por la gracia del Espíritu Santo. Para que podamos re-
cibir esta santificación a través de semejantes dones es ne-
cesario el auxilio de su misma misericordia. Pero está claro
que no necesita santificación alguna quien es la fuente de la
santidad eterna.
11
III. 1. Después dice: Venga tu reino . De igual modo
no pedimos aquí a Dios que reine, pues El es rey de los si-
glos eternos, cuyo reino no tiene inicio ni fin; sino que venga
aquel reino, el celeste que nos prometió. 2. Pero es propio
de una gran confianza y de una conciencia sincera pedir con
osadía que venga este reino del Señor. Y puesto que pedi-
mos siempre que venga el reino de Dios, nos debemos mos-

8. MI 2, 10. 11. L v 11, 44; 19, 2; 20, 7.


9. Cf. J n 8, 44. 12. Mt 6, 10.
10. Mt 6, 9.
Tratado 28, I, 6 - V, 1 205

trar tales en la fe y en los mandatos del Señor que poda-


mos ser dignos del reino futuro.
IV. 1. Después dice: Hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo. También esto se interpreta de la misma
forma. N o hay en efecto nadie que pueda resistir o con-
tradecir a Dios, de modo que no haga Él lo que quiera,
siendo así que todas las cosas en el cielo y en la tierra se
basan en su voluntad; pero oramos para que se haga en no-
sotros su voluntad. Y la voluntad de Dios es que, creyén-
dole de todo corazón, cumplamos lo que manda hacer.
2. El Apóstol da testimonio acerca de esta voluntad de Dios
cuando dice: La voluntad de Dios es vuestra santificación,
13
que os abstengáis de los deseos carnales . También habló
de ella el Señor en el Evangelio diciendo: Esta es la vo-
luntad de mi Padre que me envió, que todo el que ve al
14
Hijo y cree en El tenga vida eterna . 3. Al decir pues: Há-
gase tu voluntad en la tierra como en el cielo, oramos para
que, así como los ángeles en los cielos observan fielmente
la voluntad de Dios, así también la conservemos siempre
nosotros en la tierra con una devoción fiel y religiosa. Para
que esta voluntad se pueda cumplir cabalmente en noso-
tros hay que pedir sin interrupción el auxilio de la gracia
divina. 4. Ciertamente que también dice: Hágase tu volun-
tad en la tierra como en el cielo, para que como en el cielo,
es decir en los santos y hombres celestes, se cumple la vo-
luntad de Dios, así también en la tierra, es decir en aque-
llos que todavía no han creído, pedimos que se haga la vo-
luntad de Dios por la acogida de la fe y el conocimiento
de la verdad.
15
V. 1. Luego dice: Danos hoy nuestro pan de cada día .
Este dicho del Señor lo entendemos de dos formas: Prime-

13. 1 Ts 4, 3-4. 15. Mt 6, 11.


14. J n 6, 40.
206 Cromacio de Aquileya

ro, que no pidamos otra cosa que el sustento cotidiano; no


se nos manda en efecto que busquemos riquezas o la abun-
dancia de las cosas del mundo, sino el pan cotidiano, lo
único que es necesario para la vida presente a los cristianos
que viven según la fe y esperan la gloria futura, pues dice
el Apóstol: Teniendo el sustento y el vestido, con esto esta-
16
mos contentos . 2. Esto mismo también lo mostró clara-
mente Salomón: Las necesidades del hombre: el pan, el agua
17
y el vestido . Pero cuando decimos «hoy», se nos enseña a
pensar sólo en el día presente, y no en todo el tiempo de
la vida, para que no se ocupe nuestra mente con el cuida-
do temporal, según lo que muestra abiertamente el Señor en
otro pasaje, cuando dice: No deis vueltas al mañana, pues
1
el mañana cuidará de sí mismo *.
3. Pero debemos notar que en un sentido espiritual se
nos ha mandado también esto: que pidamos el pan cotidia-
no, es decir aquel pan celeste y espiritual que recibimos cada
día como medicina del alma y esperanza de la salvación eter-
na, del que dice el Señor en el Evangelio: El pan celeste es
19
mi carne, que yo daré para la vida de este mundo . 4. Y se
nos manda por tanto que pidamos cada día este pan, es decir,
que con la misericordia del Señor merezcamos recibir cada
día el pan del cuerpo del Señor. Dice en efecto el santo
Apóstol: Que se examine cada uno y así coma del pan del
20
Señor y beba del cáliz . 5. Y otra vez: El que come del pan
del Señor y bebe el cáliz indignamente, será reo del cuerpo
21
y la sangre del Señor . Por eso con toda razón debemos
siempre orar para merecer recibir cada día este pan celeste,
no sea que poniéndosenos en medio algún pecado, seamos
separados del cuerpo del Señor.

16. 1 T m 6, 8. 19. J n 6, 52.


17. Si 29, 28. 20. 1 C o 11, 28.
18. Mt 6, 34. 21. 1 C o 11, 27.
Tratado 28, V, 1 - VII, 1 207

V I . 1. Y perdónanos nuestras deudas como también noso-


11
tros perdonamos a nuestros deudores . Esta sentencia es bien
justa y necesaria para todos. Primero para que confesemos
que somos pecadores; luego, para que oremos a Dios que se
nos perdonen los pecados, igual que nosotros mismos perdo-
namos a los que pecan contra nosotros. Si no hacemos esto,
nosotros mismos nos hacemos reos ante Dios con nuestras
palabras, pues dice la Escritura: Sus propios labios son para el
13
hombre un cepo fuerte . 2. Por eso también justamente ad-
virtió con antelación Salomón quien, por el Espíritu Santo, no
desconocía la forma de esta oración del Señor, diciendo: No
14
mentirás con la palabra en tu oración . ¿Quién se atreverá, o
en qué modo se puede mentir a Dios en la oración? 3. A no
ser quien pidiendo a Dios el perdón de los pecados según la
oración del Señor, no perdona a los que pecan contra él
mismo, no recordando el dicho divino: Hombre que conser-
vas la ira contra un hombre, ¿pides que Dios te sea propicio?
¿ Tú mismo no tienes misericordia de un hombre semejante a
15
ti, y suplicas a Dios por tus pecados? . 4. Pero esto mismo lo
manifiesta con total claridad el mismo Señor en otro pasaje,
trayendo el ejemplo de aquel siervo deudor de una gran can-
tidad, a quien su señor, ante su súplica, había otorgado la con-
donación de toda su deuda, y después de la cancelación de la
deuda no quiso él mismo perdonar al otro siervo que era su
26
deudor, y fue enviado a la cárcel y condenado al castigo .
V I L 1. Luego dice: Y no nos dejes caer en la tentación,
17
mas líbranos del mal . Es doble la razón y diversa la causa
28
de esta tentación ; porque a unos, a través del pecado, la

22. Mt 6, 12. 28. Aquí la tentación de que


23. Pr 6, 2. habla el Padrenuestro equivale
24. Si 7, 15. para Cromacio a la prueba, y
25. Si 28, 3-4. puede por tanto ser positiva para
26. Cf. Mt 18, 23-35. acendrar la fe.
27. Mt 6, 13.
208 Cromacio de Aquileya

tentación les lleva a enmendarse; a otros les conduce a la


gloria por la comprobación de su fe, según lo que el bie-
naventurado Santiago declara en su epístola diciendo: Bie-
naventurado el que aguante la tentación, porque será bie-
naventurado y recibirá la corona de la vida que Dios
19
promete a los que le aman . 2. Pues no oramos para evi-
tar totalmente la tentación, que sabemos que es útil, como
dice el santo David: Pruébame, Señor, y ponme en tenta-
30
ción, escruta mis entrañas y mi corazón ; cuando sabemos
que incluso el santo Abraham consiguió la gloria de la fe
perfecta a través de la tentación, y hemos leído que el bie-
naventurado Apóstol fue entregado a la tentación para pro-
vecho de su fe. 3. Cuando éste pidió al Señor que fuera
expulsado lejos de sí el autor de la tentación obtuvo esta
respuesta: Te basta mi gracia, pues la fuerza se perfeccio-
31
na en la debilidad . N o pedimos pues no ser tentados ab-
solutamente en nada, sino que no seamos entregados a una
tentación mayor de lo que sufre la fuerza de la fe. Y lo
mismo se muestra de modo evidente en otro libro del
Evangelio. Así está escrito en efecto: Y no nos introduzcas
31
en la tentación que no podemos sobrellevar . 4. También
el Apóstol, para mostrar esto mismo, declaró lo siguiente:
Pero fiel es Dios que no sufrirá que seáis tentados por en-
cima de lo que podéis, sino que dará con la tentación la
33
forma de superarla, para que la podáis soportar . Y por
eso no suplicamos que nos sea quitada aquella tentación
que puede sernos útil, sino aquélla que excede la medida
de nuestra debilidad en orden a trastornar nuestra fe. 5.
Por eso de aquí se desprende necesariamente lo que pedi-
mos al final de la oración: ser liberados del maligno, que

29. St 1, 12. 32. L e 11, 4.


30. Sal 25, 2. 33. 1 C o 10, 13.
31. 2 C o 12, 9.
Tratado 28, VII, 1-9 209

no deja de asediar cada día nuestra fe con tentaciones di-


versas. De éste con toda razón suplicamos en la oración
cotidiana que se nos libre, no sea que, impedidos por sus
ataques, no podamos en modo alguno cumplir los manda-
tos divinos.
6. Por tanto, todo lo necesario para nuestra fe y salva-
ción se contiene en la brevedad de esta oración del Señor:
al confesar la fe en el nombre de Padre, al pedir que habi-
te en nosotros la santidad de ese mismo nombre, al rogar
que venga el reino de Dios, al suplicar que se haga en no-
sotros su voluntad, al implorar cada día el pan terreno y el
celeste para esperanza de nuestra salvación, al pedir el per-
dón de los pecados, al rezar para que sea apartada de no-
sotros la tentación excesiva; por último, cuando pedimos sin
cesar al Señor que seamos liberados del maligno, que es el
origen de todo pecado. 7. Ya antaño había anunciado el Es-
píritu Santo por medio de Isaías que esto iba a suceder, di-
ciendo: Porque el Señor pondrá por todo el orbe de la tie-
34
rra una palabra abreviada .
Por lo que no en vano prosigue: Si perdonáis a los hom-
bres sus pecados, os perdonará a vosotros vuestros delitos
vuestro Padre que está en los cielos; pero si no perdonáis a
los hombres tampoco vuestro Padre os perdonará a vosotros
15
vuestros pecados . 8. A lo que pedimos: Perdónanos nues-
tras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros
deudores, sigue una justa frase del Señor en la que dice: si
no perdonáis a los hombres sus pecados tampoco vuestro
Padre que está en los cielos os perdonará a vosotros. Y por
eso, para poder pedir confiadamente a Dios que se nos per-
donen los pecados, debemos perdonar nosotros primero a
los que pecan contra nosotros. 9. Por eso dice también Sa-
lomón: Perdona a tu prójimo el pecado, y entonces te serán

34. Is 10, 23. 35. Mt 6, 14-15.


210 Cromacio de Aquileya

36
borrados los pecados . Porque el Señor manifiesta abierta-
mente que no mereceremos recibir el perdón de los peca-
dos si, con espíritu infiel y mente endurecida, retenemos los
pecados de los que cometen delitos contra nosotros. A El
es el honor, la alabanza y la gloria, junto con el Espíritu
Santo, antes de todos los siglos y ahora y siempre y por los
siglos de los siglos. Amén.

36. Si 28, 2.
TRATADO 29
(Mt 6, 16-18)

A L AYUNAR, NO ESTÉIS TRISTES

I. 1. Luego dice: Cuando ayunéis no os pongáis tristes


como los hipócritas; ellos desfiguran en efecto sus caras, para
que parezca a los hombres que ayunan. En verdad os digo:
Han recibido ya su paga. Vosotros, sin embargo, cuando ayu-
néis, ungid vuestra cabeza y lavad vuestra cara, para que
no parezca a los hombres que ayunáis, sino a vuestro Padre
que está en lo escondido; y vuestro Padre, que está en lo es-
1
condido, os recompensará . 2. Como en los preceptos ante-
riores, así también sobre la observancia del ayuno nos ins-
truye el Señor con los mandamientos de su doctrina para
que alcancemos el mérito de la fe perfecta; de manera que
no ayunemos por la gloria humana, como hacen los hipó-
critas, sino que ayunemos por la esperanza futura, para Dios
sólo, de quien esperamos el pago de esta piadosa humildad.
3. Pero quienes ayunan para agradar más a los hombres
que a Dios, llevan, sí, el trabajo de la aflicción del cuerpo,
pero no pueden recibir de Dios el pago de un trabajo rea-
lizado por una gloria vana; porque cuando debían hacerlo
solamente por causa de la religión y la fe, prefieren antes
buscar la gloria de una alabanza humana; y por eso dice el

1. Mt 6, 16-18.
212 Cromacio de Aquileya

Señor: En verdad os digo, ya han recibido su paga. 4. Y eso


que parece que es uno sólo el propósito del ayuno, tanto
del que ayuna sólo para Dios con espíritu de piedad, como
de aquél que desea agradar a los hombres cuando ayuna;
pero son distantes los motivos de los que ayunan, porque
aunque parezca semejante el propósito en ambos, e idénti-
co el esfuerzo del ayuno, el fruto no es el mismo, ni tam-
poco la retribución de los méritos. Lejos está en efecto aquel
que ayuna a causa de Dios, del que se propone ayunar a
causa de los hombres; porque éste, como pago de su es-
fuerzo, recibe en recompensa la alabanza humana; a aquél,
a cambio de la entrega de su humildad, se le conserva el
premio de la gloria en el futuro.
5. Así tampoco las formas de orar parecen diferenciarse
según el propósito; pero según la fe del alma y el afecto del
espíritu hay gran distancia entre los méritos. Una cosa es,
2
como se dijo más arriba , orar con la esperanza de la ala-
banza humana, otra orar esperando solamente el pago de la
oración de Dios que remunera. Lo mismo sucede también
a propósito de toda observancia de la religión divina.
II. 1. Por eso con razón el Señor, queriendo apartar de
nosotros todo esfuerzo de alabanza y jactancia humana, nos
enseña cómo agradarle a Él mismo con alma religiosa y pia-
doso espíritu, diciendo: Vosotros sin embargo, cuando ayu-
néis, ungías la cabeza y lavad vuestra cara, para que no pa-
rezca a los hombres que ayunáis; para que, si es posible,
ocultemos con la jovialidad del rostro el trabajo del ayuno
religioso y la aflicción de cuerpo y alma. 2. Ejemplos de
esto conforme a la historia, los leemos prefigurados también
en los santos del pasado. Pues la muy santa Judit, cuando
estaba afligida con un gran pesar por el pueblo, después de
los tres días solemnes de ayuno, ungida la cabeza y lavada

2. Cf. Tr. 27.


Tratado 29, 1,3- III, 2 213

la cara, cubrió de tal modo la tristeza de su aflicción inter-


na que, fingiendo el gozo, pareciera a los enemigos que se
alegraba; y así, ocultando el ayuno por la alegría del rostro,
3
consiguió el triunfo de la victoria sobre los enemigos .
3. De igual forma también la santísima Ester cuando, lava-
da la cara y ungida la cabeza después de tres días de ayuno,
pudo ser oída por el rey, acabó con Aman, aquel malísimo
4
enemigo de su pueblo . ¿Y qué diremos de Daniel y los tres
muchachos que, guardando tan gran abstinencia y entre tan-
tos jóvenes que se alimentaban con los manjares reales, se
descubrió que tenían un rostro de aspecto más agradable
5
que el de los demás ?
III. 1. Pero esto lo hemos dicho atendiendo a la letra;
ahora debemos ver lo que se debe entender según la inteli-
gencia espiritual. La unción de la cabeza sabemos que sig-
nifica la misericordia. Por eso ungir la cabeza al prójimo es
tenerle misericordia; esta misericordia que se tiene con el
6
pobre se refiere al Señor , que es la cabeza del hombre,
7
según el Apóstol ; pues el mismo Señor dice: Cada vez que
lo hicisteis a uno solo de estos más pequeños, a mí me lo hi-
cisteis*. 2. A cambio de esta misericordia somos inundados
con la retribución divina, como con un aceite del cielo, por
el que dice: Bienaventurados los misericordiosos, porque de
9
ellos mismos tendrá misericordia Dios . También el santo
David conoce esta unción de aceite celeste en la cabeza
cuando dice: Como un ungüento en la cabeza, que baja a
la barba™.
Por otro lado, en el lavar la cara se significa la pureza
11
de un cuerpo limpio y de una conciencia sincera . 3. Así

3. Cf. J d t 12-13. 7. Cf. 1 C o 11, 3.


4. Cf. Est 4, 15; 5, 1; 7, 10. 8. Mt 25, 40.
5. Cf. D n 1, 12-15. 9. Mt 5, 7.
6. Cf. HILARIO, In Mt V, 2 10. Sal 133, 2.
(PL 9, 943B). 11. Cf. HILARIO, Ibid.
214 Cromacio de Aquileya

pues, lavar la cara es mostrar limpia la cara de nuestro co-


razón y la misma conciencia de toda la suciedad de los pe-
cados y el desaliño del delito, para que podamos tener ver-
daderamente en nosotros la alegría del gozo celestial y la
jovialidad del Espíritu Santo. Y así sucede que, ayunando a
causa de esta piadosa fe más para Dios que para los hom-
bres, recibimos de Dios, que es conocedor de lo oculto, el
pago de la retribución eterna. 4. En efecto dice esto el Señor:
No parezca a los hombres que ayunáis, sino a vuestro Padre
que está en lo escondido; y vuestro Padre, que está en lo es-
condido, os recompensará. Por tanto, si quieres llevar siem-
pre la cabeza ungida y tener limpia la cara del corazón,
según el dicho del Señor, dedícate fielmente a las obras de
misericordia, dedícate a la devoción del ayuno, de modo que
merezcas complacer al Señor, a quien se debe la alabanza y
la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
TRATADO 30
(Mt 6, 19-21)

ACUMULAD TESOROS EN EL CIELO

I. 1. Luego dice: No acumuléis tesoros en la tierra,


donde el orín y la polilla los destruyen y donde los ladro-
nes horadan y se los llevan. Acumulad tesoros en el cielo
donde ni el orín ni la polilla los destruyen y donde los la-
drones no horadan ni roban; pues donde está tu tesoro, allí
1
estará también tu corazón . Nos prohibe el Señor atesorar
en la tierra, donde todas las cosas son frágiles y pasajeras.
Pues es contrario a la fe y a la salvación desear estos teso-
ros terrenos, buscar las riquezas del siglo, perseguir las po-
sesiones del mundo, que las polillas pueden corromper y el
orín consumir y los ladrones hurtar. 2. Porque los que quie-
ran atesorar más en la tierra que en el cielo no pueden po-
seer aquellos tesoros de la vida eterna y celestial, pues ya
dice el Señor que un rico difícilmente entrará en el reino
1
de los cielos . Del mismo modo también el Apóstol: Pues
quienes quieren hacerse ricos caen en la tentación y en la
1
ratonera del diablo . Acordémonos de aquel rico que puso
toda su gloria en los tesoros del siglo y en la abundancia
de sus rentas. Cuando, a causa de la buena cosecha de trigo,

1. Mt 6, 19-21. 3. 1 T m 6, 19.
2. Mt 19, 23.
216 Cromado de Aquileya

pensaba en ampliar los graneros y prometía a su alma las


delicias de la abundancia y la seguridad de una larga vida,
no es que perdiera lo que había reunido porque se lo arre-
batara un ladrón, sino que dejó escapar nada más terminar
4
esa noche el alma para la que atesoraba . 3. Por eso con
toda razón declaró el mismo David: Atesora y no sabe para
5
quién reúne . Pensemos también en aquel muchacho que,
aunque había cumplido casi todos los preceptos de la ley,
como tuvo en más los tesoros terrenos que los celestes, no
6
pudo obtener los tesoros de la vida eterna . Y por esto dice
bien David: Si abundan las riquezas, no pongáis en ellas el
7
corazón .
II. 1. Por eso quiere el Señor que guardemos nuestros
tesoros no en la tierra, donde pueden perecer, sino en el
cielo, donde ninguna adversidad tiene poder sobre ellos,
donde los ladrones, es decir el diablo y sus ángeles, no ho-
radan, donde ni la polilla ni el orín, es decir los pecados que
dominan sobre este mundo, los aniquilan. Y el mismo Señor
manifiesta en el Evangelio cómo debemos depositar este te-
soro en el cielo, cuando dice a aquel muchacho: Ve, vende
todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro
8
en el cielo . 2. Por tanto se nos manda guardar en el cielo,
a través de las obras de justicia y de los méritos de piedad
y misericordia, este tipo de tesoros que son eternos e inco-
rruptos, que no pueden perecer. En el cielo se guarda, según
la autoridad de la Escritura, todo lo que se distribuye para
uso de los pobres, ya que dice la Escritura: Quien da al
9
pobre, presta a Dios . Por eso vemos que los creyentes del
tiempo de los apóstoles, acordándose de este precepto del
Señor, atesoraron para sí en el cielo; vendieron todas sus

4. Cf. L e 12, 16-21. 7. Sal 61, 11.


5. Sal 38, 7. 8. Mt 19, 21.
6. Cf. Mt 19, 16-22. 9. Pr 19, 17.
Tratado 30, 7, 2 - III, 2 217

cosas y trasladaron así los tesoros terrenos a los reinos ce-


10
lestiales .
III. 1. Y por eso añadió el Señor: Donde esté tu tesoro,
allí estará también tu corazón. Porque si con las buenas
obras atesoramos constantemente en el cielo, donde residen
todas nuestras esperanzas y nuestra salvación, donde se nos
ha depositado la vida eterna, entonces tenemos siempre el
corazón en el cielo aunque vivamos en la tierra. Pero no
puede tener el corazón en los cielos el que haya preferido
atesorar para sí en la tierra, atrapado por el deseo de este
mundo. 2. Con razón exhorta también el santo Apóstol in-
cluso a los ricos del mundo sobre la manera en que pueden
conseguir este tesoro celeste: A los ricos de este mundo
manda que no sean soberbios ni pongan su esperanza en la
incertidumbre de las riquezas de este mundo, sino en el Dios
vivo, que nos da abundantemente todo para que lo disfru-
temos; que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras,
que den con facilidad, que compartan, que atesoren para el
11
futuro de modo que adquieran la verdadera vida , prove-
niente del que es origen de la vida y de la inmortalidad eter-
na, para quien es la alabanza y la gloria por los siglos de
los siglos. Amén.

10. Cf. H c h 2, 45; 4, 34. 11. 1 T m 6, 17-19.


TRATADO 31
(Mt 6, 22-24)

LA LÁMPARA DEL CUERPO - N o SERVIR A DOS SEÑORES

1
1. 1. Luego dice : La lámpara de tu cuerpo es tu ojo; si tu
ojo es simple, todo tu cuerpo está iluminado; pero si tu ojo es
malvado, todo tu cuerpo está en tinieblas. Por tanto, si la luz
que hay en ti es oscuridad, ¿ cómo son entonces de grandes las
2
tinieblas? . Por la lámpara del cuerpo se entiende la mirada
del espíritu y la fe del corazón que, si es en nosotros pura y
brillante, no hay duda que ilumina todo nuestro cuerpo.
2. Pero se compara la fe con una lámpara porque, igual
que una lámpara ilumina los pasos de los que avanzan en la
noche, no sea que al caminar caigan en baches o tropiecen
3
en algún obstáculo ; así, en la noche de este mundo, el es-
plendor de la fe ilumina todos los pasos de nuestra vida, pues
nos precede la luz de la verdad, para que no vayamos a parar
a las fosas de los pecados o los obstáculos del diablo.
3. Esto es, por tanto, lo que dice el Señor: La lámpara
de tu cuerpo es tu ojo; si tu ojo es simple, todo tu cuerpo está
iluminado; pero si tu ojo es malvado, todo tu cuerpo está en
tinieblas; mostrando que si esta fe nuestra, representada en
la lámpara del cuerpo, o sea en el ojo, se ciega en nosotros

1. Cf. CROMACIO, S. VI ( C C L 2. Mt 6, 22-23.


I X A , 27-29). 3. Cf. Mt 15, 14.
Tratado 31, I, 1-11,2 219

por las tinieblas de los pecados o las sombras de la infide-


lidad, nuestro cuerpo entero se torna sin duda oscuro y te-
nebroso. 4. Esto mismo muestra Juan cuando dice: Dios es
4
luz , y: Quien quiere a su hermano permanece en la luz,
como también él mismo está en la luz; pero quien odia a su
hermano está en las tineblas, y camina en las tinieblas, y no
sabe a dónde camina, porque las tinieblas han cegado sus
5
ojos . Y aunque según las palabras de Juan esto se entiende
de aquél que odia a su hermano, démonos cuenta de las ti-
nieblas en que vive el hereje, que se ha hecho incrédulo y
blasfemo al perder la luz de la verdad católica. Y por eso
dice el Señor: Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¿cómo
son entonces de grandes las tinieblas? Es decir, en aquel que
mudó la verdad en mentira y la fe en incredulidad.
I I . 1. En un sentido diverso vemos que el ojo del cuer-
po, que es más bello y precioso que todos los demás miem-
bros, quiere decir el obispo, que con la predicación clara de
su fe y doctrina ilumina, como si fuera un ojo, el cuerpo de
la Iglesia. Si él muestra ser maestro católico y fiel a través
de una fe sencilla y un comportamiento santo, el pueblo al
que preside puede permanecer siempre en la luz de la ver-
dad con el ejemplo de su doctrina y figura.
2. Pero si el que parece dar a los demás la luz, muestra
ser un maestro malo e infiel por una fe errada o un com-
portamiento torpe, sin duda, con el mal ejemplo de su vida
y de su incredulidad, puede volver todo el cuerpo tenebro-
so. Por esto dice el Señor con toda razón de semejante ojo:
Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¿cuan grandes son en-
tonces las tinieblas? Es decir, si semejante maestro, que debe
dar a los demás desde sí la luz de la fe, se vuelve tenebro-
so cegado por la herejía, ¡entendamos cuan grandes pueden
ser las tinieblas de los pecados en aquel pueblo!

4. 1 J n 1, 5. 5. Cf. 1 J n 2, 10; 1, 7; 2, 11.


220 Cromacio de Aquileya

III. 1. Y añadió: Nadie puede servir a dos señores; pues


o bien odiará a uno y amará al otro, o bien sufrirá al uno
y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a «mam-
6
món» . El Señor manifiesta con claridad que ninguno de no-
sotros puede servir a dos señores, es decir a Dios y al dia-
blo. Y aunque Dios es Señor de todo, porque todo fue
creado por El y El domina en todas las cosas por potestad,
fuerza y naturaleza, se digna sin embargo ser Señor espe-
cialmente de aquellos que, conociendo a su Dios y Señor,
creador de todo, guardan sus preceptos con fiel sujeción.
2. Sin embargo, se entiende que el diablo es señor sólo
de aquellos a quienes somete a su malvada servidumbre
apartándolos por el pecado de su verdadero Señor y padre;
y a quienes por obra de su iniquidad domina con derecho
usurpado. Y esta es la causa de que él mismo sea también
llamado a su modo señor, porque se enseñorea por el peca-
do de este tipo de hombres necios. Y por eso está escrito:
7
Quien comete pecado, esclavo es del pecado .
3. Pero como, visitados por la misericordia de Dios y
liberados del dominio del diablo, hemos reconocido ya al
verdadero Señor, por quien hemos sido creados y redimi-
dos, se nos prohibe servir al primer señor, que es el diablo,
que nos dominaba tiránicamente, y también a la avaricia y
al deseo ávido, que él llama «mammón» y que a veces suele
hacer cautivos también a los espíritus religiosos. Por eso de-
bemos rehuir y evitar el deseo del dinero, la avaricia mun-
dana, para no ponernos el yugo de su indigna servidumbre,
o de la del diablo, que es quien origina la avaricia.
IV. 1. Y esto es lo que dice el Señor: Nadie puede ser-
vir a dos señores; pues u odiará al uno y amará al otro, o
sufrirá al uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios
y a «mammón». Porque quien ama de todo corazón a su

6. Mt 6, 24. 7. J n 8, 34.
Tratado 31, III, 1 - IV, 3 221

Dios y Señor es necesario que odie al diablo y a sus obras,


8
porque es claro que en el amor siempre se tiene el diablo
por maldito. Pero el que por las obras inicuas de los peca-
dos ama a «mammón» o al diablo, haciendo su voluntad,
9
no puede amar a Dios cuyos preceptos desprecia .
2. Y por eso quien ama a Dios no puede ser llamado
siervo del diablo, pues ya El mismo le domina por la fe de
la gracia celeste. Del mismo modo el que se somete a la do-
minación diabólica sirviendo a los pecados, semejante hom-
bre no merece tener a Dios por Señor. Y por eso dice el
Señor: No podéis servir a Dios y a «mammón», mostrando
así que no podemos servir a Dios y al diablo, es decir a
Dios, origen de la misericordia, y al diablo dominador de
«mammón» y de la avaricia.
3. Esto lo muestra también el Apóstol cuando dice: ¿qué
sociedad pueden formar la luz y las tinieblas? ¿ O qué aso-
ciación se da entre la justicia y la iniquidad? ¿ O qué parte
tiene el fiel con el infiel? ¿ Y qué acuerdo entre el santuario
de Dios y los ídolos? ¿ Y qué armonía entre Cristo y Belial?™.
Se nos proponen por tanto dos señores: Dios y «mammón»,
que es el diablo, origen de «mammón». Aquél nos mueve a
misericordia, éste a la avaricia; aquél a la vida, éste a la muer-
te; aquél a la salvación, éste a la perdición. ¿A cuál de los
dos debemos obedecer? Sin duda a aquel que nos invita a
la vida, no a quien nos arrastra a la muerte. Por tanto, de-
bemos amar a Dios, que es el verdadero Señor y el origen
de la vida, y despreciar al diablo que es origen de la muer-
te y que reivindica una dominación injusta; para que poda-
mos así merecer la misericordia de Dios, a quien se debe la
alabanza y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

8. Manuscritos importantes 9. Cf. J n 14, 15; 1 J n 2, 4.


leen 'en el amor de Dios', que tal 10. 2 C o 6, 14-16.
vez sea la lectura original.
TRATADO 32
(Mt 6, 25-34)

NO OS PREOCUPÉIS DEL MAÑANA -


MIRAD LAS AVES Y LOS LIRIOS

1. Luego sigue: Por eso os digo que no deis vueltas en


vuestro corazón a lo que comeréis o a lo que beberéis [¿no
vale la vida más que el alimento y el cuerpo más que] el
1
vestido? . El Señor, que quiere que todo acto de nuestra vida
sea celeste, nos prohibe que demos vueltas a las cosas de
este mundo o a las necesidades de la vida presente, porque
por semejante preocupación el espíritu, distraído de Dios y
los deseos celestes, es atraído a la solicitud y cuidado de este
mundo. Recordemos que nuestro padre Adán, por el deseo
de un pequeño alimento, no conservó los preceptos del
Señor y perdió la gracia de la inmortalidad. Por eso tam-
bién, después del alimento del vientre, comenzó a preocu-
parse por el vestido; ya que con la violación del mandato,
perdida la vestidura de la gracia celeste, había visto que es-
2
taba desnudo . Por eso, con toda razón nos prohibe el Señor
pensar en el alimento o el vestido, porque corresponde a la
fe perfecta no tener cuidado de las cosas de este mundo. No
hay duda de que estas cosas que son necesarias para la vida
presente, es decir la comida y el vestido, no nos pueden fal-

1. Mt 6, 25. 2. Cf. G n 3.
Tratado 32, 1 223

tar si el Señor nos es propicio; porque sabemos que recibi-


mos de El mismo cada día la comida espiritual para la sal-
vación y que nos viste con la vestidura de la gracia celeste;
y más cuando Dios acostumbra siempre a suministrar esto
a sus siervos incluso sin preocupación de nuestra parte.
Esto dice en efecto El mismo: Buscad primero el Reino
de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadi-
1
dura . Pensemos en el santo Elias que, sin pensar para nada
en el alimento mundano, fue alimentado por la viuda en
tiempo de hambre, ya que el Señor por propia voluntad lo
mandó así. Y la misma viuda, a quien había quedado un
poco de harina para ella y sus hijos, no pensando para nada
en el mañana vivió de esto con sus hijos todo el tiempo de
4
escasez . Y primero fue a través de la viuda, pero después
también cuando vivía en soledad leemos que el mismo santo
Elias fue alimentado por unos cuervos que le traían la co-
5
mida . Encontramos también que al santo Daniel, que vivía
según esta fe del Evangelio, estando en el foso de los leo-
nes entre las ávidas bocas de las feroces bestias, le hizo lle-
gar el Señor en un instante de tiempo desde Judea hasta Ba-
6
bilonia un poco de alimento a través de un profeta . Con
estos ejemplos conocemos con toda claridad que no pueden
faltar estas cosas a los siervos de Dios que viven según los
preceptos evangélicos, como dice el profeta: Fui joven, ya
soy viejo, y no vi al justo abandonado ni a su linaje men-
1
digando el pan . Y otra vez: No matará Dios de hambre al
8
alma justa . Y otra vez: Misericordioso y compasivo el Señor,
9
dio el alimento a quienes lo temen . Y otra vez: Los ricos
han padecido necesidad y hambre, pero los que buscan al

3. Mt 6, 33. 7. Sal 36, 25.


4. Cf. 1 R 17, 8-16. 8. Pr 10, 3.
5. Cf. 1 R 17, 4-6. 9. Sal 110, 4-5.
6. Cf. D n 6.
224 Cromacio de Aquileya

10
Señor no carecerán de nada . Y otra vez: Los ojos del Señor
sobre los que lo temen, y lo restante hasta: {para sostener su
11
vida] en tiempo de hambre . También por Isaías habla el
Señor así de sus santos a los incrédulos y contumaces: He
aquí que los que me sirven comerán, pero vosotros pasaréis
hambre. He aquí que los que me sirven beberán, pero vo-
12
sotros pasaréis sed .
2. Por eso dice el Señor con toda razón en nuestro pa-
saje: No deis vueltas en vuestro corazón a lo que comeréis
[o a lo que beberéis, ¿no vale la vida más que el alimento
y el cuerpo más que] el vestido? Con esto nos enseña a no
tener cuidado del alimento del alma ni del vestido del cuer-
po, sino a pensar más bien en la salvación de la misma alma
y del cuerpo, porque más es el alma que el alimento. En
efecto, este alimento se echa a perder, pero el alma perma-
nece eternamente. Y el cuerpo es más que el vestido porque
este vestido, una vez corrompido, se destruye y se pierde,
pero el cuerpo se cubre por la resurrección con un vestido
de inmortalidad. Y por esto no hay que pensar en estas
cosas: porque el Señor, que concede lo que es más impor-
tante para el hombre, la vida eterna y la inmortalidad, se
dignará sin duda conceder también estas cosas temporales.
3. Luego, inmediatamente después, propone el Señor
también el ejemplo de las aves diciendo: Mirad las aves del
cielo, [no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y
vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros] más
13
que ellas? . El Señor propuso estas cosas para instrucción
de nuestra fe. Pues si las aves, que no trabajan ni piensan
en la comida, no carecen cada día, con la ayuda de Dios, de
los alimentos necesarios, cuánto más a los siervos de Dios
y a los fieles no les pueden faltar estas cosas.

10. Sal 33, 11. 12. Is 65, 13.


11. Sal 32, 18s. 13. Mt 6, 26.
Tratado 32, 1-4 225

Pero como es claro que no sólo las aves, sino también


las ovejas y las bestias y todas las fieras de los bosques y el
conjunto de los animales del mundo, viven y se alimentan
según la disposición de Dios, hay que preguntarse por qué
el Señor ha hecho solamente mención de las aves. Debemos
notar que este ejemplo no fue puesto sin un sentido espiri-
tual. En primer lugar, la naturaleza de estas aves procede del
agua. Después, entre todos los animales del mundo solo ellas
vuelan arriba, a las alturas. Reconocemos que se indica con
esta comparación a los hombres santos y fieles que, nacidos
de forma semejante para Dios a través del agua del Bautis-
mo, cada día se alimentan de la comida celeste sin preocu-
pación por el mundo y, sin estar cargados por peso alguno
de pecado, vuelan por la naturaleza espiritual e inmortal de
los reinos terrestres a los celestes, al modo de las aves, para
que verdaderamente se cumpla en ellos lo que está escrito:
¿ Quiénes son éstos que vuelan como nubes y como palomas
con sus crías vienen a mí?™. Entre estos hombres descue-
llan con toda razón los apóstoles, por aquello que dice: ¿No
valéis vosotros más que ellas? Porque aunque semejantes
hombres sean santos, los apóstoles son los principales entre
los santos.
4. Y añadió: ¿Pues quién de vosotros puede añadir un
palmo a su estatura? ¿ Y por qué estáis preocupados acerca
15
del vestido? . No está en poder del hombre ni podemos
con nuestras fuerzas aumentar el tamaño al cuerpo o aña-
dir alguna medida por encima de nuestra talla, sino que co-
rresponde sólo a Dios, que según la decisión de su volun-
tad se digna conceder a cada uno de nosotros lo que quiere
y cuanto quiere. Por tanto, si lo que en nosotros crece de
modo natural sin que nos preocupemos, se nos da según la
disposición de Dios, ¡cuánto más las cosas que son necesa-

14. Is 60, 8. 15. Mt 6, 27-28.


226 Cromacio de Aquileya

rías al cuerpo se nos ciarán por la condescendencia de quien


es el autor de nuestra vida! Por otro lado, según el sentido
espiritual, añadir un palmo significa la esperanza futura, a
la cual nos hará llegar el Señor, transformados en el hom-
bre perfecto por la gloria de la resurrección, según lo que
cuenta el Apóstol: Hasta que lleguemos todos a la madurez
,6
del hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo .
5. Después sigue: Mirad los lirios del campo [cómo cre-
cen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón,
en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la
hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno,
Dios así la viste, ¿ no lo hará mucho más con vosotros, hom-
17
bres] de poca fe? . Más arriba se ha puesto la comparación
de las aves para quitar de nosotros la preocupación del ali-
mento cotidiano; ahora también se habla del vestido del
cuerpo, para que no nos preocupemos por el mundo.
Pero como vemos que no sólo los lirios, sino también
las semillas diversas y todo lo que nace de la tierra se viste
por disposición divina según la cualidad de su especie, hay
que preguntarse por qué hizo solo mención de los lirios. Y
vemos ciertamente que estos lirios del campo dan una ad-
mirable fragancia, florecen, se visten, crecen; pero creemos
que no se dijo sólo por estos lirios [terrenos], aunque tam-
bién es piadoso entenderlo referido a ellos. De ahí que en
los lirios, a causa de la gracia de su blancura y la suavidad
de su olor, vemos también a los santos, es decir los patriar-
cas y otros iguales a ellos que, viviendo sin el trabajo y peso
de la ley, agradando a Dios con la fe sola y la justicia na-
tural, fueron vestidos con vestiduras de luz blanca. Y el Es-
píritu Santo declara también acerca de estos lirios a través
de Salomón, hablando por boca de la Iglesia: Baje mi her-
id. Ef 4, 13; para esta inter- (PL 9, 947B-C).
pretación cf. HILARIO, In Mt V, 10 17. Mt 6, 28-30.
Tratado 32, 4-5 227

mano a su huerto, a las eras de balsameras, a apacentar en


los huertos y recoger lirios™. Y otra vez: Yo para mi her-
mano y mi hermano para mí; él se apacienta entre los li-
19
rios . También Isaías ve representados a los hombres san-
tos en los lirios cuando dice: Que se alegre el desierto y
exulte y florezca como un lirio y exulten las soledades del
20
Jordán .
Por eso con razón el mismo Señor, para mostrarse tam-
bién el primero entre todos los santos y hacer ver que iba
a tomar la flor de la carne humana, se dignó llamarse con
esta misma palabra, diciendo por Salomón: Yo soy la flor
21
del campo y el lirio de los valles . Por eso, en la frase si-
guiente, comparó también a su Iglesia a un lirio, a causa de
la blancura de la fe y del suavísimo olor de su vida santa:
Como el lirio entre las espinas, así mi hermana en medio de
22
las demás mujeres , mostrando que como el mismo Señor,
que se llamó a sí mismo lirio, sufrió persecuciones diversas
a causa de un pueblo lleno de espinas, así también su Igle-
sia iba a padecer diversas persecuciones por parte del mismo
pueblo, según lo que él mismo dice en el Evangelio: Si me
23
han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán .
Por tanto el Señor nos exhorta en el Evangelio a asemejar-
nos a este tipo de lirios, es decir a seguir el ejemplo de vida
de los santos, para que viviendo según un ejemplo igual de
santidad y fe podamos poseer la gloria de la prometida in-
mortalidad.
Pero también podemos, como les ha parecido a algu-
24
nos , ver representados en estos lirios a los ángeles que, vi-
viendo sin ningún cuidado ni trabajo del mundo, florecen

18. C t 6, 1. 22. C t 2, 2.
19. C t 6, 2. 23. J n 15, 20.
20. Is 35, 1. 24. Cf. H I L A R I O , In Mt V, 11
21. C t 2, 1. (PL 9, 948A-B).
228 Cromacio de Aquileya

en los reinos celestes vestidos con la blanca luz de la in-


mortalidad. A seguir su ejemplo se nos exhorta con toda
razón para que, viviendo en este mundo a semejanza de la
santidad de los ángeles, merezcamos conseguir la felicidad
de la gloria angélica, como se dignó prometer el mismo
Señor en el Evangelio, diciendo: Pero en la resurrección no
se casarán ni serán dados en matrimonio, sino que serán
25
como ángeles del cielo . Y para que conociéramos más cla-
ramente que se había dicho en sentido espiritual, el Señor
añadió: Os digo que ni Salomón en toda su gloria se cubrió
como uno de éstos, porque ningún vestido, aun precioso, in-
cluso de la misma dignidad real en la cual Salomón flore-
ció, puede compararse a la vestidura aquella celestial y an-
gélica.
6. En el heno del campo, que como dijo: hoy es y ma-
ñana se echa al horno, reconocemos representados a los gen-
tiles, ajenos al conocimiento de Dios, y a todos los peca-
dores, de quienes está escrito: Toda carne es heno y toda
gloria del hombre como flor del heno; se secó el heno, de-
cayó la flor; es decir, que este tipo de hombres que gozan
de la flor decadente de esta vida y de la gloria mundana son
26
destinados como heno seco al fuego perpetuo . De éstos
también da testimonio el santo David cuando dice: No imi-
tes a los que hacen el mal, porque como heno se secarán y
27
como hierba del campo decaerán rápidamente . Y otra vez:
El hombre es como heno y sus días se desfloran como la flor
28 29
del campo . Y todavía: Sean como el heno de las terrazas ,
es decir, los cuerpos de los pecadores, que no dan en sí nin-
gún fruto de esperanza del cielo; solamente tuvieron la flor
del mundo, que pasará inmediatamente. En aquello que dijo:

25. Mt 22, 30. 27. Sal 36, 1-2.


26. Cf. H I L A R I O , In Mt V, 12 28. Sal 102, 15.
( P L 9, 9 4 9 A - B ) . 29. Sal 128, 6.
Tratado 32, 5-8 229

3
Hoy es °, mostró el tiempo de la vida presente. El mañana,
por su parte, significa el juicio del día futuro. Por tanto,
dice, si a éste Dios lo viste, cuánto más a vosotros, hombres
11
de poca fe ; es decir, si Dios cuida de los gentiles infieles y
les concede por su bondad un vestido terreno, cuánto más
se dignará concederlo a sus santos y fieles.
7. Por eso añadió: No deis vueltas a lo que comeréis o
a lo que beberéis. Todo esto lo buscan los gentiles de este
mundo. Sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo
esto. Buscad pues primero el reino de Dios y su justicia y
31
todo lo demás se os concederá . Se nos prohibe por tanto
preocuparnos de la comida y la bebida, de las cosas de este
mundo. Pedir estas cosas es propio de los gentiles, que ig-
noran a Dios; pues, viviendo en este mundo y pensando
sólo en el alimento de la vida presente como las ovejas, pien-
san que no hay nada tras la muerte. Por lo cual no nos con-
viene hacernos semejantes a los hombres de este tipo, que
ponen toda su esperanza en la vida presente, sino que de-
bemos pensar mejor en lo que pertenece al reino celeste y
a la gloria futura, porque si siempre pensamos en lo celes-
te y eterno, no podrá faltarnos tampoco lo temporal. Esto
dice en efecto: Buscad primero el reino de Dios y su justicia
y todo lo demás se os concederá. Esto mismo también lo
había declarado antes el Señor a través de Isaías: Escuchad-
me y comeréis de lo bueno, y vuestra alma se deleitará con
33
lo bueno .
8. Por eso añadió: No os preocupéis del mañana. Pues el
mañana se preocupará de sí mismo. Le basta a cada día su
34
malicia . El Señor, al prohibirnos pensar en el mañana, re-
movió de nosotros sin duda toda preocupación mundana.

30. Mt 6, 30. 33. Is 55, 2.


31. Ibid. 34. Mt 6, 34.
32. Mt 6, 31-33.
230 Cromacio de Aquileya

Pero debemos preguntarnos por qué, cuando dijo que no


debíamos preocuparnos del mañana, añadió: Le basta a cada
día su malicia, y a qué malicia del día se refiere; porque sa-
bemos que el Señor bendijo al principio del mundo cada
uno de los días, y vemos que cada día se concede la luz a
los hombres, y cada día conserva el curso dispuesto para él
por Dios, y las leyes de la creación. Por tanto, no ha ha-
blado el Señor de la malicia de este día que carece de culpa
de pecado, sino más bien de nuestra malicia, la que come-
temos cada día; y como no podemos estar un solo día sin
pecado, aunque sea leve, el Señor nos exhorta a que pur-
guemos los delitos de cada día, aun los pequeños, con la so-
licitud cotidiana de la fe y con una satisfacción justa.
Por eso el santo Apóstol nos enseña a deponer la ira
antes de la puesta del sol, no vaya a ser que el día entero,
35
en toda su duración, nos encierre en el castigo del pecado .
Por eso el santo David, que era anterior ciertamente al evan-
gelio pero que vivía según el evangelio, borraba todas las
noches los delitos de cada día con la satisfacción de las lá-
grimas, para no quedar sujeto a alguno de los pecados del
día, según lo que dice: Lavaré cada noche mi lecho. Rega-
36
ré con lágrimas mi cama . También el bienaventurado Job,
quien gracias al Espíritu Santo no ignoraba el poder de este
precepto evangélico, ofrecía diariamente a Dios sacrificios
para purgar cada día los delitos de sus hijos; y no sólo los
37
delitos sino también los pecados que ignoraban . Asimis-
mo el santo Apóstol, queriendo que nosotros redimiéramos
con la fe del cielo los delitos de cada día, nos exhorta en
3
sus epístolas: Andad en sabiduría para con los de fuera *, no
39
deseando nada de nadie , redimiendo el tiempo, porque los

35. Cf. Ef 4, 26. 38. C o l 4, 5.


36. Sal 6, 7. 39. 1 Ts 4, 12.
37. Cf. J b 1, 5.
Tratado 32, 8 231

40
días son malos ; y no se refiere a la disposición o al curso
de los días, sino a los pecados de los hombres malos, que
viven cotidianamente en este mundo entre iniquidades y crí-
menes. Y por eso debemos redimir con las buenas obras este
tipo de días y este tiempo de la vida presente, para que me-
rezcamos llegar a aquel día feliz de la gloria futura, en la
llegada de nuestro Señor y Salvador, que es bendito por los
siglos. Amén.

40. Ef 5, 16.
TRATADO 33
(Mt 7, 1-12)

NO JUZGUÉIS - NO DEIS LO SANTO A LOS PERROS -


PEDID Y SE OS DARÁ

1. Luego sigue: No juzguéis y no seréis juzgados. [Por-


que con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la
1
medida con que midáis] se os medirá . N o prohibe aquí el
Señor juzgar, sino juzgar a la ligera. Luego añadió: Según el
juicio [con que juzguéis se os juzgará a vosotros, y con la
2
medida con que hayáis medido] se os medirá a vosotros . El
Señor prescribe esto para que nadie se constituya en juez
insolente y temerario contra su hermano. Pues hay algunos
que dan crédito con facilidad, condenan con rapidez y hacen
de algunas culpas, incluso pequeñas, delitos criminales. Por
eso añadió bien el Señor: Según el juicio con que juzguéis
se os juzgará a vosotros, y con la medida con que hayáis me-
dido se os medirá a vosotros. En cuanto a las cosas que caen
bajo nuestro juicio, justo o injusto, recibiremos la retribu-
ción en el juicio futuro de parte del Señor juez justo.
2. Luego, para mostrar esto mismo de forma más clara,
añadió: ¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no
miras la viga en tu ojo? [¿O cómo vas a decir a tu herma-
no: «Deja que te saque la brizna del ojo», teniendo la viga

1. Mt 7, 1-2. 2. Mt 7, 2.
Tratado 33, 1-2 233

en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y en-


21
tonces verás para quitar la paja] del ojo de tu hermano . Lo
que antes había dicho el Señor lo mostró ahora de modo
claro y abierto, es decir que no había prohibido que los
hombres santos y fieles juzgaran, sino que reprendieran los
jueces impíos e indignos, quienes consideran a los otros dig-
4
nos de condenación por delitos leves, cuando ellos mismos
están cargados con graves pecados. Esto dice, en efecto: ¿Por
qué, pues, ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la
viga en el tuyo? Con esto reprende ciertamente a este tipo
de hombres que piensan que se debe juzgar a la ligera a los
demás, cuando ellos mismos están sujetos a condena por el
grave crimen de sus pecados. Y por eso añadió el Señor: Hi-
pócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás para
quitar la paja del ojo de tu hermano, mostrando que nin-
guno de nosotros debe juzgar tan livianamente sobre el de-
lito de otro, si no depone primero él mismo la carga de su
pecado.
La paja, por su misma pequenez, quiere decir un delito
también pequeño. Y la viga, por su gran tamaño, muestra
un pecado grave, o mejor, un crimen, con el cual se carga
el ojo de la conciencia interior. Por eso también David, de-
testando la corrección y el juicio de estos tales, dice en el
salmo: Me corregirá el justo con misericordia y me repren-
5
derá, pero el ungüento del pecador no unja mi cabeza ; por-
que la corrección del justo se hace con misericordia y es
fiel, pues reprende para que haya enmienda, increpa para in-
citar a la salvación. Pero la increpación del hombre inicuo

3. Mt 7, 3-5. que traducir «despreciables», pero


4. Traducimos así contem- la primera opción parece ir más de
nandos, leyendo condemnandos. acuerdo con el contexto.
Podría tratarse también del verbo 5. Sal 140, 5.
contemnere, en cuyo caso habría
234 Cromacio de Aquileya

y pecador hay que detestarla, porque no cura, sino que


hiere.
3. Luego dice: No deis lo santo a los perros, [ni tiréis
vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pateen
6
con sus patas, y volviéndose luego] os hagan trizas . En la
dispensación de la fe y en los sacramentos de la gracia ce-
leste quiere el Señor que pongamos un cuidado solícito y
una diligente cautela, para que no entreguemos sin distin-
ción los sacramentos del don divino a hombres blasfemos y
adversarios de la fe o al menos a hombres de mente enlo-
dada y llenos de las impurezas de los pecados. Los perros,
en efecto, quieren significar aquí los enemigos de la verdad
y los detractores del nombre de Cristo, de los cuales dice
el Apóstol: ¡Atención a los perros! ¡Atención a los malos
7
obreros! ¡Atención a los que se circuncidan! . De estos de-
claró por David el mismo Señor: Pues me han cercado pe-
rros numerosos, toros corpulentos me han acorralado*. Por
eso sabemos manifiestamente que los perros representan
aquí los hombres blasfemos, que acostumbran a ladrar con
boca rabiosa contra Dios, o al menos a los herejes quienes,
con su impía discusión, que es como si fuera un ladrido de
palabras, no dejan de perturbar a la grey del Señor.
Y en los puercos inmundos muestra a los hombres man-
chados con las muchas suciedades de los pecados. Sabemos,
en efecto, que los cerdos son inmundos por naturaleza y,
sumergida la boca entera en la tierra y en las fosas de cieno,
no hacen otra cosa sino pedir siempre alimento para saciar
el vientre, y no prestan ninguna utilidad mientras viven: no
dan lana como las ovejas, ni leche como otros animales, ni
sirven para el transporte, sino que, buscando sólo el ali-
mento del vientre, se nutren para la muerte. En ellos, sin

6. Mt 7, 6. 8. Sal 21, 17.


7. Flp 3, 2.
Tratado 33, 2-4 235

duda, como antes hemos recordado, vemos que están re-


presentados los hombres inmundos y enlodados, que no lle-
van a cabo ninguna obra de misericordia ni esfuerzo reli-
gioso, y no tienen ninguna esperanza de la salvación futura,
sino que, pensando sólo en la gula y el vientre, se revuel-
can en las suciedades de sus pecados como los puercos en
el cieno. De éstos parece dar testimonio el Apóstol cuando
dice: Su Dios es el vientre y su gloria está en sus vergüen-
9
zas, pues saborean las cosas terrenas .
A semejantes hombres se nos prohibe por tanto confiar
nuestras perlas, es decir los sacramentos de la fe y la gracia
celeste, no sea que, al prodigar nosotros sin distinción y de
forma inadecuada los misterios divinos a semejantes hom-
bres, ellos, rechazando y pisoteando nuestro bien, empiecen
con su infidelidad a hacer trizas la esperanza de nuestra fe
y también ciertamente la de la Iglesia. Por eso con razón
había prescrito la ley, prefigurando la verdad futura, que no
10
se tomara en alimento este animal por ser inmundo , con
lo cual se quiere decir sin duda esto: que no se uniera al
cuerpo de la Iglesia semejante hombre inmundo de vida ce-
nagosa. Con razón también David, cuando hacía notar la
vida inmunda y los graves pecados del pueblo, declaró acer-
ca de esto: Se saciaron los puercos y dejaron lo sobrante a
11
sus hijos . Esta misma advertencia se sabe que la dio tam-
bién Salomón cuando dice: Da al justo y no acojas al peca-
12
dor, haz bien al humilde y no des al impío . Sabemos cla-
ramente que esto no se prescribió de la limosna, que es
obligado darla a todos, sino de la transmisión de la gracia
del Señor.
4. Y añadió: Pedid y se os dará; {buscad y hallaréis; lla-
mad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que

9. Flp 3, 19. 11. Sal 16, 14.


10. Cf. Lv 11, 7. 12. Si 12, 5-6.
236 Cromado de Aquileya

11
busca, halla-] y al que llama se le abrirá ". Nos manda el
Señor pedir para que recibamos, pero pedir no la gloria del
siglo ni las riquezas del mundo que son contrarias a la fe,
sino las cosas que convienen a nuestra esperanza y salva-
ción, es decir los dones celestes, la fe, la justicia, la miseri-
cordia, la modestia, la paciencia, la inteligencia de las Es-
crituras. Esto suele en efecto darlo y concederlo Dios a los
fieles que se lo piden y creen de todo corazón; lo hace por
medio del mismo Señor que dice en el Evangelio: Todo lo
14
que, creyendo en mi nombre, pidáis al Padre, lo recibiréis .
De la misma forma nos exhorta a buscar para que en-
contremos. Pero lo que debemos buscar ya lo manifestó
antes el Señor diciendo: Buscad primero el reino de Dios y
15
su justicia y todo esto se os dará por añadidura . Por tanto
no debemos pedir los bienes de este siglo, sino aquellos bie-
nes celestes y eternos de los cuales dice el Apóstol: Lo que
ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni subió al corazón del hombre,
lb
lo que preparó Dios a los que lo aman . Debemos buscar,
pues, estos bienes, y al dispensador de todos estos bienes,
del cual da testimonio David en el salmo diciendo: Te bus-
17
qué con todo mi corazón . Del cual también refiere Isaías:
Buscad a Dios y lo encontraréis. Inmediatamente, cuando se
haya acercado a vosotros, deje el impío sus caminos y el hom-
18
bre inicuo sus fechorías, y se le concederá misericordia .
19
Y con razón sigue: Llamad y se os abrirá . De igual
modo también aquí nos manda el Señor llamar, no a puer-
tas ajenas, sino a la entrada de la vida y a los batientes del
reino de los cielos. En efecto, si llamamos a esta puerta de
la vida con la fe del corazón y las obras de la justicia, con-

13. Mt 7, 7-8. 17. Sal 118, 10.


14. Cf. Me 11, 24. 18. Is 55, 6-7.
15. Mt 6, 33. 19. Mt 7, 8.
16. 1 C o 2, 9.
Tratado 33, 4-6 237

descenderá a abrirnos Aquel que hizo accesible los reinos


celestiales a los que creen en Él. Finalmente san Juan testi-
monió que se le abrió esta puerta de la vida o entrada del
reino de los cielos al llamar con los méritos de su fe, como
dice en efecto en el Apocalipsis: Y me hice presente en es-
20
píritu y se me abrió una puerta en el cielo .
5. Por eso sigue diciendo con razón que todo el que pide
recibe y el que busca encuentra y al que llama se le abri-
21
rá . Porque si al pedir las cosas santas las hemos recibido
y al buscar las celestes las hemos encontrado, con facilidad
también, precedidos por los méritos de la fe, se nos abrirá
la puerta del reino de los cielos cuando llamemos. Pues no
se abre a todos, sino a los que avalan unos méritos justos y
una vida de comportamiento santo. Leemos en efecto que
aquellas vírgenes fatuas y negligentes llamaron ciertamente
22
para entrar; dijeron, en efecto: Señor, Señor, ábrenos . Pero
21
se les respondió: Apartaos de mí porque no os conozco .
Pero para que el Señor condescienda a abrirnos cuando lla-
memos, antes debemos nosotros abrir nuestro corazón al
Señor que llama. Pues esto mismo dice el Señor en el Apo-
calipsis: He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno
21
me abre, entraré a él y cenaré con él '. Por eso, si nosotros
abrimos con fe al Señor cuando llama a nuestros corazones,
sin duda también Él condescenderá a abrirnos las puertas
del reino de los cielos cuando llamemos nosotros.
6. Y nos da ejemplo de que debemos pedir, buscar y lla-
mar con insistencia aquel rogador nocturno que pedía in-
25
cluso durante la noche , ciertamente de modo importuno,
pero sin interrupción y por necesidad, y que recibió aque-

20. Cf. A p 4, 2.1. 24. A p 3, 20.


21. Mt 7, 8. 25. Cf. Le 11, 5-13; TERTU-
22. Mt 25, 11. LIANO, De oratione VI, 3 ( C C L I,
23. Cf. Mt 25, 12. 261).
238 Cromacio de Aquileya

lio que pedía y buscaba. Por eso, para instruir nuestra fe,
pone el Señor incluso un ejemplo tomado de los padres car-
nales, diciendo: ¿ Quién de vosotros, si su hijo le pide un pan,
le dará una piedra? Si le pide un pez, ¿acaso le dará una
serpiente? Si, pues, vosotros, aunque sois malos, sabéis dar
cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre que
26
está en los cielos dará lo bueno a los que se lo piden . Mues-
tra por tanto, comparándolo con los padres carnales y te-
rrenos, el cariño que nos tiene la misericordia celeste y su
divina y paterna piedad. Pues todo padre, aun terreno y
temporal, no puede negar a sus hijos, al menos por piedad
paterna, los alimentos para la vida cuando se los piden; ni
cuando desean lo bueno puede entregarles alguna cosa inú-
til o nociva, porque aunque cualquiera pueda ser malvado
hacia los otros, hacia los hijos no puede sino mostrar en-
trañas de piedad y bondad. Si, pues, los padres carnales, que
no pueden no tener alguna malicia, guardan por sus hijos
este amor y cariño de piedad, ¡con cuánta misericordia re-
parte de buena gana a los que desean y piden los bienes ce-
lestes aquel Padre eterno del cielo, el único que es tierno,
bueno y misericordioso!
7. Pero esto se puede considerar también en un sentido
27
espiritual, como les pareció a algunos : que si a alguno de
nosotros alguien que desea ser nuestro hijo por la gracia ce-
leste le pidiera el pan del alimento salvífico y de la vida eter-
na, alegre y de buena gana haga también partícipes del ali-
mento de la vida a los que lo desean. Pero podemos
endurecer nuestros corazones como piedras, u oponerles
cierta falta de esperanza o dureza de incredulidad, de modo
que no les concedamos con ánimo pronto y complacido
aquello que piden con fe.

26. Mt 7, 9-11.
27. Cf. HILARIO, In Mt VI, 2 (PL 9, 951D-952A).
Tratado 33, 6-8 239

La misma interpretación espiritual se aplica al que pide


el pez. Pues en el pez está significada la gracia del agua viva
y del bautismo celeste, en el que nacemos para Dios a la
manera de los peces y, permaneciendo en ella, poseemos la
vida perpetua. Por tanto a los que piden este tipo de pez,
es decir a los que desean la gracia y la fe del bautismo, no
podemos darles serpientes, es decir suministrarles los vene-
nos de la maldad serpentina y la astucia diabólica, de modo
que como la serpiente, que es el diablo, más que salvarlos
queramos ponerles un lazo y engañarles.
8. Y todo lo que queráis, dice, [que os hagan los hom-
bres, hacédselo también vosotros a ellos.] Esta es en efecto
2
la ley y los profetas *. En una breve frase compendió el Señor
todo lo que era necesario para nuestra salvación y nuestra
fe, de modo que lo que queramos que los otros nos hagan,
lo hagamos nosotros del mismo modo a ellos. El Señor mos-
tró abiertamente que todos los preceptos de la ley j los pro-
fetas consistían en estos mandamientos, al decir: Ésta es, en
efecto, la ley y los profetas. Por tanto, si queremos que los
demás nos hagan sólo cosas buenas y provechosas, nosotros
debemos devolverles gracia y amor, para que, cumpliendo
los preceptos de la ley y de los profetas, consigamos el pago
de la fe de parte del Señor, que es bendito por los siglos.
Amén.

28. Mt 7, 12.
TRATADO 34
(Mt 7, 13-14)

Los DOS CAMINOS

1. Luego sigue: Entrad por la puerta estrecha; [porque


ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué
estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a
1
la Vida!; y pocos son] los que la encuentran . Ancho es en
efecto el camino de la perdición y de la muerte en el que
el diablo, que en él reina, preparó espacios amplios para
perecer. De este camino ancho y espacioso son muchas
las entradas de perdición, a saber: la avaricia, la codicia,
la lujuria, la pasión desenfrenada, la embriaguez, la des-
2
honestidad, el furor, la impaciencia y toda iniquidad . Por
éste entran todos los que son conducidos a la muerte sir-
viendo a los placeres del mundo y a los pecados y vicios
sin angostura de obstáculo alguno y con el diablo como
guía. Pero el camino angosto y estrecho es el de la fe, la
justicia y la santidad, por el cual, con mucho trabajo y
con la angostura interminable de los obstáculos, se llega
al cielo.
De este camino ya había hablado antes el Señor diciendo
a través de Isaías: Yo soy el Señor, que te mostré el camino

1. Mt 7, 13-14. 2. Cf. G a 5, 19-21.


Tratado 34, 1-2 241

1
por el que has de ir . También el bienaventurado David mues-
tra que camina por esta vía, al decir: Felices los que van sin
mancha por el camino, los que avanzan en la ley del Señor*.
Y de este camino del cielo son muchas las sendas, a saber: la
fe, la justicia, la honestidad, la prudencia, la santidad, la bon-
dad, la paciencia, la mansedumbre, la piedad, la misericordia
y las demás cosas buenas por las que el Espíritu Santo, a tra-
vés de Jeremías, nos exhorta a entrar a cada uno de nosotros
diciendo: Deteneos en los caminos del Señor, mirad las sen-
das eternas de Dios y ved cuál es el camino bueno y caminad
5
en él . Tenemos que detenernos por tanto en los caminos del
Señor, tenemos que considerar las sendas eternas de Dios,
para que podamos caminar por este camino bueno que es el
del Evangelio. También el santo David se gloría de que el
Señor lo ha conducido por las sendas de este camino, cuan-
do dice: Me condujiste Señor por las sendas de la justicia a
6
causa de tu nombre . De estas sendas también da testimonio
en otro salmo diciendo: Hazme saber, Señor, tus caminos y
7
enséñame tus sendas . Por eso también el mismo Señor, para
mostrarse guía de este camino celestial, declaró con razón en
el Evangelio: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie
viene al Padre sino por mí*. Este es por tanto el camino es-
trecho y angosto que conduce al cielo, que dirige al paraíso,
por el cual son conducidos a la vida unos pocos justos y ele-
gidos a través de las diversas angosturas y tribulaciones del
mundo, con el Señor de guía; son estos de quienes se dijo:
9
Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos .
2. Dos son, por tanto, los caminos que el Señor nos
pone ante los ojos: uno de vida, otro de muerte; uno de sal-

3. Is 48, 17. 7. Sal 24, 4.


4. Sal 118, 1. 8. J n 14, 6.
5. J r 6, 16. 9. Mt 20, 26; 22, 14.
6. Sal 22, 3.
242 Cromacio de Aquileya

vación, otro de perdición. Del camino de la vida y de la sal-


vación es Cristo el guía; pero del camino de la perdición y
de la muerte el guía es el diablo. Por tanto Aquél nos llama
a la vida, éste nos arrastra a la muerte, Aquél a la salvación,
10
éste a la perdición . ¿A qué guía debemos seguir, y a la vo-
luntad de quién debemos obedecer? Sin duda a la de quien
nos invita a la vida, no a la de aquel que nos arrastra a la
muerte, porque Cristo nos redimió de la muerte y nos vol-
vió a llamar a la salvación perpetua una vez condenada la
muerte, él que es bendito por los siglos de los siglos. Amén.

10. Cf. C R O M A C I O , S. VI, 44- el infierno. Éste arrastra el hom-


46 ( C C L I X A , 28): «Aquél es bre a la muerte, Aquél lo redime
autor de la salvación, éste autor de para la vida». Cf. también Tr.
la perdición. Aquél conduce al X X X I , IV, 3.
hombre al cielo; éste lo sumerge en
TRATADO 35
(Mt 7, 15-20)

LOS FALSOS PROFETAS - POR SUS FRUTOS LOS CONOCERÉIS

1. Luego dice: Guardaos de los falsos profetas que vie-


nen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos
1
rapaces. Por sus frutos los conoceréis . Sabiendo el Señor de
antemano que iba a haber muchos pseudoprofetas y pseu-
doapóstoles nos advirtió con antelación, pues su majestad
lo prevé todo, para que no fuéramos atrapados incautamente
por ellos a causa de nuestra ignorancia. Pues hace ver que
los falsos profetas son todos los herejes, que son enemigos
de la fe y adversarios de la verdad, que, aunque lobos, se
esconden bajo piel de ovejas; es decir, los que bajo apa-
riencias de fe y santidad ocultan la doctrina mortífera de un
espíritu errado, ensombreciendo las tinieblas del error con
2
un velo de luz .
Sobre éstos dio también testimonio el apóstol Pablo en
los Hechos de los Apóstoles, diciendo: Yo sé que después de
mi marcha vendrán a vosotros lobos rapaces que no atende-
rán a la grey y de vosotros mismos surgirán hombres que
3
dirán cosas malvadas . De éstos dice también en su carta: Y
por medio de dulces palabras seducen las entrañas de aque-

1. Mt 7, 15-16. 49 ( C C L 14, 230).


2. Cf. AMBROSIO, In Le VII, 3. H c h 20, 29-30.
244 Cromacio de Aquileya

4
líos que no tienen malicia . Y otra vez: Su palabra serpea
5
como gangrena . A éstos los llama san Juan no solo pseu-
doprofetas sino incluso anticristos diciendo: Habéis oído que
viene el Anticristo y ahora han surgido muchos anticristos;
salieron de nosotros pero no eran de los nuestros. Si hubie-
ran sido de los nuestros habrían permanecido sin duda con
6
nosotros . Y que, según el dicho del Señor, no se les debe
creer con facilidad, lo manifiesta el mismo san Juan, cuan-
do dice: Queridos, no creáis a todo espíritu, sino probad los
espíritus, para ver si son de Dios; porque muchos falsos tes-
tigos surgieron de este mundo. Todo espíritu que confiesa que
Jesucristo ha venido en carne es de Dios, y todo espíritu que
divide a Jesucristo, no es de Dios, y este es el Anticristo que
7
oísteis que viene ya y ahora ya está en el mundo .
2. Y leemos que ya antaño se daba este nombre de lobos
a los pseudoprofetas, pues habla así de ellos el Señor por
medio de Ezequiel: Sus príncipes son como lobos que aga-
8
rran el botín para derramar sangre . Y de igual modo ad-
virtió ya el Espíritu Santo que no se les debía escuchar, di-
ciendo por Jeremías: No oigáis las palabras de los falsos
profetas que engañan; ellos cuentan lo que han visto en su
9
interior, pero no lo recibido de la boca del Señor . De éstos
dice también el Señor en otro lugar de modo semejante: Yo
no enviaba profetas y ellos acudían. No les hablé y ellos pro-
fetizaban™. El Señor advirtió que había que tener cuidado
con esta clase de falsos profetas, es decir, con los herejes,
quienes, para ocultar su incredulidad impía, extienden bajo
la apariencia del nombre de Cristo un velo de piedad y, si-
mulando la fe, anulan la verdad de la fe. Pero el Señor ma-

4. R m 16, 18. 8. E z 22, 27.


5. 2 T m 2, 17. 9. J r 23, 16.
6. 1 J n 2, 18-19. 10. J r 23, 21.
7. 1 J n 4, 1-3.
Tratado 35, 1-4 245

nifiesta que se les puede conocer por el fruto de su iniqui-


11
dad y de sus obras, pues dice: Por sus frutos los conoceréis .
3. Y vemos que esto es así. Vestido de oveja, es decir
predicando el nombre de Cristo, vino hace tiempo Fotino,
y engañó de tal modo con el vestido de oveja que incluso
fue ordenado obispo por algunos varones católicos; pero por
dentro era un lobo, quien, en lugar de la fe, conservaba en
el corazón la incredulidad que después sacó a luz. En fin,
en Sirmio entró como un pastor en el redil de Dios, pero
devastó con su boca sacrilega la grey de Cristo como lobo
rapaz. Vestido de oveja vino Arrio, predicando a Cristo
Señor; pero por dentro se vio que era un lobo, pues dijo
que el creador de todo era criatura; y también éste devastó,
como lobo rapaz, la grey de Cristo por muchas iglesias de
Oriente. Y sus discípulos intentan hoy engañar y seducir a
las ovejas de Dios en varias iglesias; pero como ya ha sido
puesto al descubierto el maestro de esta herejía, tiempo ha
que los discípulos no pueden esconderse.
4. Y por esto dice el Señor: Por sus frutos los conoceréis;
porque por la predicación de su fe se da a conocer que son
lobos. En efecto, Fotino afirmó que Cristo, Señor y Salva-
dor nuestro, era solamente un hombre. De nuevo Arrio lo
confesó como criatura, pero el Cristo que ellos predican no
lo reconoce la fe de la Iglesia. Pues no creemos como Fo-
tino en un hombre, sino en Dios; ni como Arrio en una ere-
atura, sino en el creador. Quien cree en un hombre es mal-
dito. Pues está escrito: Maldito el hombre que tiene
u
esperanza en un hombre . Y quien cree en una criatura cae
bajo condena. Esto en efecto leemos que dijo de los impí-
os el Apóstol: Dieron culto y sirvieron a la criatura antes
13
que al creador . Los tales, por tanto, aunque vengan con

11. Mt 7, 16. 13. R m 1, 25.


12. J r 17, 5.
246 Cromacio de Aquileya

vestido de oveja como si predicaran a Cristo, por dentro se


muestran lobos, pues llevan consigo una ciencia feroz para
hacer daño a las ovejas de Cristo. Por tanto lobo es Foti-
14
no, lobo es Arrio, lobo es Sabelio , que reduce a una unión
la unidad del Padre y del Hijo, afirmando que para él el
mismo Padre es el Hijo, porque confiesa con mente sacri-
lega que el mismo Padre comenzó a ser el Hijo al nacer de
una virgen. Lobos son también todos los herejes que con
su doctrina malvada despedazan con su boca feroz el cuer-
po inocente de la Iglesia. Pero que se ensañen con furor
cuanto quieran semejantes lobos contra el redil de Dios: se-
guras están las ovejas que son custodiadas por Cristo, el
guardián.
5. Se llaman también lobos los judíos y los gentiles que
persiguen a la Iglesia. De ellos dice en otro pasaje el mismo
15
Señor: Mirad que os mando como ovejas en medio de lobos .
Pero éstos, después que hubieron creído en Cristo, de lobos
se hicieron ovejas, no cambiando el vestido del cuerpo, sino
la disposición interior. También el apóstol Pablo, cuando era
judío y perseguía a la Iglesia, era tenido por lobo. Pues de
lb
él se dice en efecto: Benjamín es un lobo rapaz . Pero des-
pués que hubo creído en Cristo, de lobo se convirtió en
oveja. En efecto, depuso la ferocidad del perseguidor y asu-
mió la inocencia de la oveja. Pues quien antes perseguía a
las ovejas de Dios como un lobo, soportó después él mismo
como oveja la persecución de los lobos.

14. Queriendo salvar la uni- cruz. Obsérvese la precisión de


dad de Dios, Sabelio eliminaba Cromacio al describir la postura
toda distinción entre Padre e Hijo. de Sabelio. Para Cromacio entre
L a diferencia la ponía sólo en Padre e Hijo hay unidad, pero ésta
nuestro m o d o de experimentar su no se reduce a una unión que con-
acción. Era el Padre quien, al nacer funde a ambos.
de la Virgen, empezaba a ser Hijo. 15. Mt 10, 16.
Era el Padre quien padecía en la 16. G n 49, 27.
Tratado 35, 4-6 247

Por eso es mejor la condición de los judíos y gentiles


que la de los herejes. Pues aquellos, si creen en Cristo, de
lobos se convierten en ovejas. Los herejes, por el contrario,
de ovejas se hicieron lobos, pues pasaron de la fe a la in-
credulidad. A ellos se sabe que se refería Isaías cuando dice:
Rompieron los huevos de las serpientes y tejieron la tela de
17
la araña , para mostrar con la comparación de la araña el
engaño y la sutileza de la doctrina herética. En efecto, las
arañas, como sabemos, tejen sus telas con ese instinto na-
tural que procede de su astucia, para procurarse alimento
con semejantes asechanzas, extendiendo algunas redes, y en-
gañando así con esta trampa a las voladoras moscas; así los
herejes, con el ingenio de la astucia diabólica, al modo de
las arañas, extienden como una red su doctrina fraudulenta
para engañar con una trampa traidora a los hombres vaci-
lantes y de espíritu mudable. Ambas cosas las leemos escri-
tas en Salomón, con diversas figuras, cuando dice: No se
tienden injustamente redes a las aves™. Y otra vez: Las mos-
19
cas que van a morir exterminan la suavidad del aceite .
6. Después sigue: ¿Acaso recogen uvas de los espinos o
higos de las zarzas? Así todo árbol bueno da fruto bueno.
No puede un árbol bueno dar frutos malos, ni un árbol malo
dar frutos buenos. Todo árbol que no da fruto bueno se cor-
20
tará y se echará al fuego. Por sus frutos los conoceréis . N o
permite la naturaleza que se recojan uvas de los espinos o
higos de las zarzas, o que un árbol malo dé frutos buenos.
Por eso el Señor manifiesta con esta comparación que los
hombres inicuos e incrédulos que permanecen en su mal-
dad no pueden dar fruto de buenas obras. Del mismo modo
muestra que los hombres justos y fieles, a quienes compa-
ra con el árbol bueno, no dan sino frutos de justicia y pie-

17. Is 59, 5. 19. Q o 10, 1.


18. Pr 1, 17. 20. Mt 7, 16-20.
248 Cromacio de Aquileya

dad. Y por eso declara que todo árbol que no da fruto es


cortado y echado al fuego, mostrando que todo hombre que
no da fruto de buenas obras es destinado a la pena del fuego
perpetuo.
7. Por otro lado, según el sentido alegórico, reconoce­
mos que los espinos representan a los judíos, de los cuales
leemos que está escrito: Esperaba que diera uvas, pero dio
21
espinas . Por tanto, de semejantes espinos no pudo recoger
uvas, porque en vez del fruto de la justicia proporcionaron
las púas de la persecución. Por su parte en las zarzas en­
tendemos que se nos muestra a los herejes, que con su pun­
zante polémica no pueden generar la dulzura de la fe; por­
que en el higo, que es dulce por naturaleza, se ve el signo
de la dulzura de la fe. Y el árbol bueno representa a la Igle­
sia, que no puede dar sino frutos buenos, ya que para esto
nació a Dios por el Bautismo, para esto fue plantada en la
fe: para no producir otra cosa sino el fruto de la fe y de
toda obra buena. Y con el árbol malo se da a entender la
Sinagoga, que no puede dar ningún fruto bueno de fe y pie­
dad porque, despreciando al Autor de la misma bondad y
piedad, ha seguido al diablo, el príncipe de la maldad.
8. Pero como también leemos que muchos de la Sina­
goga se convirtieron y les vemos convertirse cada día al co­
nocimiento de Cristo; y también que algunos pasan de la
Iglesia a la vida del mundo y se desvían de la fe al error,
me parece más bien que en el árbol bueno hay que enten­
der en sentido más pleno a Cristo, que es la fuente de la
bondad; y en el árbol malo hay que reconocer al diablo, ori­
gen del mal y causa del pecado. Y el árbol bueno significa
a Cristo a causa del sacramento de la carne y del misterio
22
de la cruz , lo cual muestra claramente el mismo Salomón

21. Is 5, 2.
22. Cf. H I L A R I O , In Ps I, 1 4 ( C S E L 2 2 , p. 2 8 - 2 9 ) .
Tratado 35, 6-8 249

cuando habla así de la sabiduría de Dios, que es Cristo, di-


23
ciendo: Es árbol de vida para todos los que se la procuran .
Por tanto esta clase de árbol en verdad que no pudo pro-
ducir fruto malo, porque Cristo es el único que no come-
tió pecado en la carne. La naturaleza de los hombres, in-
cluso de los justos, puede mudarse y pasar de la justicia al
pecado. Sólo la naturaleza de Cristo permaneció inmutable
también según la carne, porque no pudo enseñorearse en él
ningún pecado. Por eso conviene mejor referir este dicho a
la persona del Señor, porque no puede el árbol bueno pro-
ducir frutos malos.
Y no sólo este árbol no produjo frutos malos, sino que
también erradicó de nosotros todo fruto de iniquidad dia-
bólica para generar en el cuerpo de nuestra carne frutos ubé-
rrimos de fe y justicia, por todo el mundo. Pues, después
que fue clavado en la cruz, difundió por todo el orbe las
ramas de su sabiduría para saciar a todo el género humano
con los frutos de su bondad. Por eso dice la Iglesia en el
Cantar de los Cantares: Bajo su sombra sentí deseo y sus
24
dulces frutos [saboreé] en mi boca . Por tanto, de este tipo
de árbol se entiende en sentido más pleno y perfecto que
no puede el árbol bueno producir frutos malos.
Por eso también en el árbol malo hay que entender más
bien un signo del diablo, que es en verdad la raíz de toda
la malicia y el fruto de toda la iniquidad. Este tipo de árbol
malo no puede nunca dar fruto bueno, porque trabaja cada
día y rodea todo el mundo con un único objetivo: no sólo
no producir fruto alguno de bondad, sino también acumu-
lar el fruto de su iniquidad y las obras de su maldad, acre-
centándose los pecados; y ha de ser condenado en breve al
castigo eterno por nuestro Señor y Salvador, que es bendi-
to por los siglos de los siglos. Amén.

23. Pr 3, 18. 24. C t 2, 3.


1
TRATADO 36
(Mt 7, 21-23)

NECESIDAD DE CUMPLIR LO QUE DICE EL SEÑOR

Después sigue: No todo el que me dice: Señor, Señor, en-


2
trará en el reino de los cielos . El Señor muestra que en nada
nos aprovecha confesar su nombre y no cumplir sus pre-
ceptos, porque el reino de los cielos no sólo está en las pa-
labras, sino en el fruto, como dice el Apóstol: Pues no son
justos ante Dios los que escuchan la ley, sino que serán jus-
1
tificados los que ponen en práctica la ley . Por eso dice bien
Santiago en su carta: Sed de los que ponen en práctica la pa-
labra, y no sólo de los que la escuchan*...

1. D e este tratado sólo con- 3. R m 2, 13.


servamos el comienzo. 4. St 1, 22.
2. Mt 7, 21.
1
TRATADO 38
(Mt 8, 2-4)

L A CURACIÓN DEL LEPROSO

2
1. ¡Qué grande la fe de este leproso y qué perfecta su
confesión! Porque primero adoró y después dijo: Señor, si
3
quieres puedes limpiarme . Al adorar mostró haber creído
que era Dios aquél a quien había adorado, porque la ley
había prescrito que solo se debía adorar a Dios. Luego, al
decir: Señor, si quieres puedes limpiarme, pide al Señor que
sólo quiera su curación, [actuando] su omnipotencia y la na-
turaleza de su poder divino mediante la eficacia de su vo-
luntad, consciente que el poder de la fuerza divina está so-
metido a su voluntad. Por eso, como creyó que para el Hijo
de Dios el simple querer era poder, y el poder, querer, dice:
4
Señor, si quieres puedes limpiarme .
Con razón el Señor, reconociendo la disposición devo-
ta y fiel de aquel leproso que creía en El, le recompensa al
instante con el don de la salud para confirmar su fe: Quie-
ro, queda limpio. Después extendió la mano y le tocó. Y al
5
instante quedó limpio de la lepra . En esto se proclamó ma-

1. El tratado 37 se ha per- 3. Mt 8, 2.
dido. 4. Cf. AMBROSIO, In Le V, 3
2. Cf. AMBROSIO, In Le V, 2 (CCL 14, 136).
( C C L 14, 136). 5. Mt 8, 3.
252 Cromacio de Aquileya

nifiestamente como Señor que tiene todo el poder, como


había creído el leproso. En efecto, tan pronto como quiso,
la fuerza de su poder realizó el deseo de aquél. Así dice,
en efecto: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó lim-
pio de su lepra. Y Jesús le dice: Mira, no se lo digas a nadie,
sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que
6
prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio . Manda
el Señor al que había curado de la lepra que se presente al
sacerdote y que ofrezca por sí mismo los sacrificios pres-
critos en la ley. En esto quiso manifestar que los sacra-
7
mentos de la ley se cumplían por medio de Él y denun-
ciar la falta de fe de los sacerdotes; para que, viendo curado
al leproso, al que ni la ley ni los sacerdotes habían podido
sanar, creyeran así que Él era el Hijo de Dios y recono-
cieran que Él mismo era el Señor de la ley; o si por el con-
trario se negaban a creer, recibieran claramente, gracias a la
justicia y la fe del leproso y al testimonio de su acción, la
condena por su falta de fe. En efecto, ¿quién podía, me-
diante el poder de su propia virtud, sanar a un leproso al
que la ley no podía limpiar, sino aquel que es señor de la
ley y Dios de todas las potencias, del cual leemos que está
escrito: El Señor de las potencias está con nosotros, nuestro
protector es el Dios de Jacob*} Aquel leproso creyó, me-
diante una religiosa confesión de fe y aun antes de ser cu-
rado, que el Hijo de Dios era Dios; los sacerdotes, sin em-
bargo, no quisieron creer ni aun después del milagro
divinamente obrado.

6. Mt 8, 3-4. en Cristo. Cf. HILARIO, In Mt V I I ,


7. Sacramenta legis (en plu- 2 ( P L 9, 954C); AMBROSIO, In Le
ral): hace referencia a toda la eco- V, 8 ( C C L 14, 137). Para el térmi-
nomía del A T o, al menos, de la no «sacramento», cf. la nota 1 del
legislación mosaica (en este senti- Prólogo al Comentario.
do podría traducirse como «pre- 8. Sal 45, 8.12.
ceptos»), que esperaba su plenitud
Tratado 38, 1-3 253

2. Mas, como quiera que en estos mismos sacrificios que


la ley había prescrito que se ofrecieran en favor de los le-
prosos, reconocemos que está prefigurada la imagen de la
verdad futura, debemos indagar en qué consisten estos sa-
crificios, o qué explicación del misterio celeste contienen.
Notemos, en efecto, que el Señor mandó al que había lim-
piado de la lepra ofrecer por sí mismo los sacrificios pres-
critos en la ley, para manifestar que Él era el autor del pre-
cepto señalado y que por Él eran llevados a cumplimiento
en la verdad los misterios que antes habían sido mostrados
en figura.
Están prescritos en la ley diversos sacrificios que ofre-
cer a causa de la lepra; pero el mayor sacrificio en el caso
de purificación de la lepra está ordenado como sigue. Está
9
dicho en la ley que si alguien ha quedado limpio de la lepra
vaya al sacerdote y ofrezca a Dios en sacrificio por él mismo
dos aves o dos pollos vivos, madera de cedro, púrpura es-
carlata e hisopo. Y está mandado que el sacerdote tome una
de las aves o de los pollos y lo mate sobre una vasija de
barro con agua viva; que moje el pollo vivo, la madera de
cedro y la púrpura escarlata en la sangre del pollo inmola-
do sobre el agua viva; que rocíe siete veces al que ha sido
limpiado de la lepra y sea [considerado] limpio; que deje en
libertad al pollo vivo en el campo y otras cosas que no nos
interesan. Si consideramos este sacrificio prescrito en la ley
con significado espiritual y en sentido simbólico, descubri-
mos no pocos misterios.
3. Así, por ejemplo, en la lepra se muestra una figura
del pecado, por cuya suciedad todo el género humano se
había manchado como por una lepra, según lo que dijo el
Apóstol: Un poco de levadura fermenta toda la masa™. La
ley mostró antiguamente de modo alegórico que la purifi-

9. Cf. L v 14, 1-7. 10. 1 C o 5, 6.


254 Cromacio de Aquileya

cación de este pecado no se podía realizar por ningún otro


medio que el sacrificio arriba mencionado. En los dos po-
llos está expresado el misterio de la encarnación del Señor
porque aquel que es sacerdote eterno tomó un cuerpo y un
alma de una santa Virgen para la purificación de nuestros
pecados. En la madera de cedro está claramente indicado el
sacramento de la cruz; en la púrpura escarlata, la redención
11
de la preciosa sangre ; en el hisopo, la predicación apostó-
lica por la que hemos sido rociados con la sangre del Señor
y hemos sido purificados de los pecados. Por eso se había
prescrito a Moisés que empapara un manojo de hisopo con
sangre y así purificara al pueblo. Esto es también lo que
atestiguó David en un salmo cuando dice: Me rociarás con
el hisopo, Señor, y quedaré limpio; me lavarás y quedaré mas
12
blanco que la nieve . En el agua viva está manifestada la
gracia del bautismo salvador, que engendra en nosotros la
vida eterna.
4. Pero no sin causa había de matarse uno solo de los
dos pollos, ya que sólo el cuerpo sufrió el padecimiento de
la muerte. Por el contrario el alma y el Dios Verbo perma-
neció, debido a su naturaleza inmortal. Mas, el hecho de que
el pollo vivo fuera mojado en la sangre del muerto, mos-
traba que el padecimiento del cuerpo debía ser atribuido al
alma y a la divinidad de Cristo. Por eso el santo Apóstol
13
atestiguó que el Señor de la majestad fue crucificado . En
el hecho de que el pollo vivo había de mojarse en la sangre
del pollo muerto y ser liberado en el campo para que alza-
ra el vuelo, se mostraba sin duda que el Hijo de Dios, por
su venerable resurrección, asumiendo de nuevo el cuerpo,
había de volar del campo de este mundo hasta el cielo, según

1 1 . Para la imagen del cedro 1 2 . Sal 5 0 , 9.


y la escarlata, cf. ORÍGENES, In Le 1 3 . Cf. 1 C o 2 , 8.
VIII, 1 0 ( G C S 2 9 , 4 1 0 ) .
Tratado 38, 3-4 255

lo que está escrito: Y ascendió sobre un Querubín y voló


14
sobre las alas del viento .
De esta manera la ley había mostrado desde antiguo, por
medio de una figura, que nuestro Señor y Salvador, que es
verdadero y perpetuo sacerdote, iba a ofrecer un sacrificio
semejante por la lepra de nuestros pecados o, mejor, por los
de todo el mundo. Estaba mandado que quien había sido
limpiado de la lepra fuera rociado siete veces con la sangre
del pollo sacrificado, porque por la sangre de Cristo, gra-
cias a la cual somos redimidos, y por la gracia septiforme
del Espíritu Santo, por la que somos iluminados, se lleva a
cabo la plena purificación de nuestros pecados. Así, en ese
leproso que se presentó al Señor para ser curado cuando
éste descendía del monte, está indicada la figura de todos
los pecadores; o mejor, de todo el género humano, porque
todos estábamos atrapados a causa de la iniquidad de los
pecados de Adán, como rociados por la lepra. Mas después
que nuestro Señor y Salvador descendió por nuestra salva-
ción de lo más alto de los cielos, como [aquí] de lo alto del
monte, recibida la remisión del pecado alcanzamos la cura-
ción de la salud eterna. De esta manera con razón se mandó
15
al hombre regresar al campamento al octavo día , para que
así se manifestara que por la resurrección del Señor, que es
16
lo propio del octavo día , una vez llevada a cabo la purifi-
cación del pecado, habíamos de ser introducidos en el cam-
pamento celeste por nuestro Señor y Salvador, que es ben-
dito por los siglos de los siglos. Amen.

14. Sal 17, 11. de la semana, es también el octa-


15. Cf. L v 14, 8. vo, por ir después del sábado, sép-
16. El domingo, primer día timo día de la creación.
TRATADO 39
(Mt 8, 5-13)

No S O Y D I G N O D E Q U E E N T R E S E N MI C A S A

1. Y continúa: Después de esto, cuando había entrado


en Cafarnaúm, se le acercó un centurión rogándole y le dijo:
«Mi siervo yace en casa paralítico y sufre terriblemente». Le
dijo Jesús: «Yo iré y lo curaré». El centurión le respondió:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero di
sólo una palabra y mi siervo será sanado» K (Y lo demás que
sigue en este mismo pasaje). ¡Que gloriosa fe vemos en el
centurión y que devoción admirable, que sin ninguna for-
mación en la ley creyó en el Hijo de Dios con fe tan per-
fecta! El centurión ruega al Señor que se digne curar a su
siervo paralítico. El Señor decide incluso ir al lugar en donde
yacía el paralítico, pero el centurión, lleno de fe, plenamente
consciente de su bajeza, se profesa indigno de tan grande
consideración del Señor y dispensa de semejante molestia a
2
la condescendencia divina . Pues dice así: Señor, no soy digno
de que entres bajo mi techo, pero di sólo una palabra y mi
siervo será sanado. Esta declaración es propia de una fe plena
y de un conocimiento perfecto: confesar la omnipotencia del
Hijo de Dios hasta el punto de creer que todo le es posi-

1. Mt 8, 5-12. (indignum), consideración y con-


2. Juego de palabras: indigno descendencia (dignatio).
Tratado 39, 1 257

ble. Por eso, el centurión, aunque veía a nuestro Señor y


Salvador como un hombre por su condición corporal, sin
embargo reconocía que era Dios con la vista del espíritu y
de la fe. Finalmente dice así: Di sólo una palabra y mi sier-
vo será sanado, pues creía que El, en virtud de su naturale-
za divina, estaba presente en todas partes y podía curar a
todos con una sola palabra con sólo quererlo, consciente de
que este mismo es del que estaba escrito: Mandó su pala-
1
bra y los sanó . Y en otra parte: No los curaba el emplasto,
4
sino tu palabra, Señor, que todo lo sana . Aunque el centu-
rión, aún desconocedor de la ley, ignorase que esto estaba
escrito, sin embargo al creer lo confesó con su fe.
Así pues, no sin razón adujo también el ejemplo de su
autoridad terrena diciendo: Porque también yo, que soy un
hombre sujeto a la autoridad, tengo soldados a mis órdenes.
Y le digo a éste «ve» y va, y a otro «ven» y viene. Y a mi
5
siervo «haz esto» y lo hace . Con esto, creyendo así, le con-
fesó Señor y príncipe del ejército celeste y que el universo
estaba sujeto a su potestad. Pues creía que éste era Aquel al
que están sujetos los ángeles, los arcángeles y todas las po-
testades celestes en obediente servicio. Con semejante fe el
centurión consiguió obtener lo que había solicitado y, según
el testimonio de la alabanza divina, fue hecho digno de ser
antepuesto a todos los israelitas. Pues el Señor afirmó de él:
6
En verdad os digo: nunca he hallado tanta fe en Israel .
Efectivamente, en ninguno. Antes, tras ser limpiado el le-
proso, los sacerdotes de la ley no quisieron reconocer al
Señor de tan gran poder. El centurión, un gentil, no for-
mando en la ley ni instruido por los profetas, reconoció al
Hijo de Dios antes de que su siervo fuera sanado. Y los sa-
cerdotes, aunque en el leproso reconocieron un signo del

3. Sal 106, 20. 5. Mt 8, 9.


4. Sb 16, 12. 6. Mt 8, 10.
258 Cromacio de Aquileya

poder divino, no quisieron creer. Pero, el centurión, cre-


yendo con fe plena, pidió la salvación eterna no sólo para
él, sino también para su casa. Por tanto, vemos cuánto puede
aprovechar a cada uno ante Dios la religiosa profesión de
una fe entregada, porque no le aprovecha sólo a él sino tam-
bién a los suyos: El centurión cree y su siervo alcanza la
salud.
2. Estas cosas las hemos dicho según la letra de la na-
rración. Ahora tenemos que ver cómo hay que comprender
esta acción bajo un punto de vista espiritual. En este centu-
rión, que creyó con fe plena en el Hijo de Dios, se muestra
la figura de los santos que agradaron a Dios sin la letra de
7
la ley . Por otra parte, en el siervo del centurión, que yacía
paralítico en casa, se muestra una figura del pueblo de los
gentiles, que yacía oprimido por sus graves pecados en la casa
de este mundo, incapacitado en su alma y en su cuerpo.
Así, las oraciones de los santos ruegan al Señor que
viene, que conceda la curación mediante la palabra divina,
para salvación de los gentiles; a fin de que, liberados los
hombres de la enfermedad de los pecados, reciban la per-
fecta curación de la fe y de la salvación. Por tanto, también
en lo que dice: Señor, no soy digno de que entres bajo mi
techo, pero di sólo una palabra y mi siervo será sanado, se
ve que su casa representa este mundo, contaminado por los
sacrilegios de los gentiles, la superstición de los ídolos y por
todos los pecados; de él se atestigua que es indigno de Dios.
Además, aunque el Señor había descendido a este mundo
donde estaba la morada de los gentiles, no obstante se le
halló totalmente ajeno a los vicios y pecados del mundo. Y
aunque el Señor había venido a este mundo a dar la salva-
ción a los gentiles, sin embargo no enseñaba en los templos
de los ídolos los preceptos de vida que beneficiarían al pue-

7. Cf. H I L A R I O , In Mt V I I , 4 ( P L 9, 9 5 5 B ) .
Tratado 39, 1-2 259

blo de los gentiles, sino que lo hacía en el templo de Dios,


que en aquel tiempo había sido edificado en Jerusalén. Y
por esto dice el centurión: No soy digno de que entres bajo
mi techo, para mostrar que la morada contaminada de los
gentiles era todavía indigna del Hijo de Dios, pues estaba
manchada.
Pero añadió: Di sólo una palabra y mi siervo será sana-
do. En esto se descubre este significado: que el Señor no
destinaba para antes de su pasión la palabra de la divina pre-
dicación encaminada a la salvación de los gentiles, sino para
después de ésta, por medio de los apóstoles. De ahí aque-
llo que dijo Pablo a los judíos: Era necesario anunciaros a
vosotros en primer lugar la palabra de Dios. Pero como os
juzgáis indignos de la vida eterna, he aquí que nos dirigi-
mos a las naciones. Pues así nos lo mandó el Señor*. Por lo
cual también el Señor, después de alabar la fe del centurión,
dio testimonio de esta misma esperanza futura de los gen-
tiles, diciendo: En verdad os digo que vendrán muchos de
Oriente y de Occidente y se sentarán a la mesa con Abra-
ham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Por el contra-
rio, los hijos del reino serán expulsados a las tinieblas de
9
fuera . Con esta sentencia declaró explícitamente que, una
vez reprobado el pueblo infiel de los judíos, se formaría la
noble congregación de la Iglesia a partir de todos los pue-
blos y, merced a su fe y devoción, sería considerada digna
del banquete de los santos en el reino celeste por la venida
de nuestro Señor y Salvador, que es bendito antes de todos
los siglos, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amen.

8. H c h 13, 46-47. 9. Mt 8, 11-12.


TRATADO 40
(Mt 8, 14-17)

CURA A LA SUEGRA DE PEDRO

1. Más adelante dice: Y cuando llegó a casa de Pedro


[vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano
1
y la fiebre la dejó; y se levantó] y le servía . Entró nuestro
Señor y Salvador en la casa de Pedro y curó a la suegra de
éste, aquejada de graves fiebres, sólo con el contacto de su
mano, con lo que mostró que era el Señor de toda salud, el
autor de la medicina celestial, que tiempo atrás había ha-
2
blado a Moisés diciendo: Yo soy el Señor, el que te curo .
Sin embargo, el hecho de conceder la salud con el contac-
to de su mano no fue signo de debilidad, sino de gracia. Es
cierto que, quien anteriormente había curado al paralítico
solamente con una palabra, sin duda podía en esta ocasión
fácilmente rechazar las fiebres con su palabra; pero a través
3
del contacto de su mano mostró el don de su condescen-
dencia y manifestó que era él de quien estaba escrito: Por
4
el contacto de su mano proporciona la salud al momento ,
lo que vemos cumplido por completo en esta misma acción.
En resumen: por el contacto de la mano del Señor la fiebre

1. Mt 8, 14-15. «munus»: tarea, oficio, pero tam-


2. Is 60, 16 (cf. Ex 15, 26). bién don; y «manifestavit».
3. Juego de palabras intraduci- 4. Cf. Me 5, 23.
bie en castellano, «manus»: mano /
Tratado 40, 1-3 261

se pone inmediatamente en fuga, se restituye la salud al cre-


yente por medio de la fe; Aquel que escruta las entrañas y
el corazón dispensa el don de la salud, y la que necesitaba
del servicio de otro, una vez devuelta a su integridad, co-
mienza ella misma a servir al Señor. Por estas obras prodi-
giosas se demuestra claramente la divinidad de Cristo.
2. Por otra parte, según el sentido figurado, la suegra de
Pedro es tipo de la Sinagoga, que se consumía oprimida por
sus graves faltas como por ciertas fiebres. Por esta razón la
suegra de Pedro representa la Sinagoga, ya que a través de
la predicación de Pedro después de la resurrección del Señor,
como leemos en los Hechos de los Apóstoles, la primera
llamada a la Iglesia surgió de la Sinagoga, la cual se sabe que
san Pedro unió conyugalmente a su fe. Por tanto en el hecho
de que la suegra de Pedro, liberada de la fiebre por el con-
tacto de la mano del Señor, comenzara a servir, está mani-
festado que todos los de la Sinagoga que creyeron en el Hijo
de Dios fueron liberados de la fiebre del pecado por la gra-
cia de la potestad divina, y hechos servidores del Señor por
la obra de justicia. Y nada importa que la Sinagoga esté re-
presentada en solo una parte de los creyentes, ya que en
muchos lugares de las divinas Escrituras la totalidad suele
ser representada por una parte.
3. La suegra de Pedro puede ser entendida también en
otro sentido como la ley, cuya hija, esto es, el pueblo de los
creyentes que había sido generado mediante la ley, Pedro
había acogido en su fe por la predicación evangélica. Pues
a él mismo fue dicho: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edi-
5
ficaré mi iglesia . Por tanto esta ley, representada en la per-
sona de la suegra de Pedro, estaba por decirlo así aquejada
de una enfermedad a causa de los pecados del pueblo judío,
hasta el momento en que el Señor vino en la carne para la

5. Mt 16, 18.
262 Cromado de Aquileya

salvación del género humano, según lo que dice el Apóstol:


Porque como la ley estaba enferma, a causa de la carne, Dios
envió a su Hijo en una carne de pecado para que, en lo re-
6
ferente al pecado, condenara el pecado en la carne . Pero
después que vino el Señor de la ley, eliminando toda debi-
lidad de ésta, por la que no podía conceder la salud, esta
misma ley se sanó, reformada a mejor en fe evangélica mer-
ced a la gracia del Señor; y así, esta ley que había sido oca-
sión de muerte debido a la debilidad humana, se convirtió
más tarde en servidora de la salvación por medio de la fe y
de la gracia de Cristo.
4. Después añade: Al atardecer le condujeron a muchos
[endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y
curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo
del profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades] y curó nues-
7
tras enfermedades . El Señor de las potencias y el iniciador
de la salvación humana, como Dios bueno y misericordio-
so, daba con abundancia la curación de la medicina celeste:
liberaba a los oprimidos por el diablo, ahuyentaba a los es-
píritus inmundos y eliminaba todo padecimiento y enfer-
medad corporal mediante la palabra de su poder divino; para
mostrar que había venido a traer la salvación del género hu-
mano y para evidenciar por medio de semejantes prodigios
que era Dios, ya que nadie puede realizar signos tan gran-
des de poder sino sólo Dios. Por eso con razón reprobaba
el Señor la pérfida incredulidad judía diciendo: Si no me
queréis creer, por lo menos creed a las obras y reconoced que
el Padre está en mí y yo en él*.
Para que se cumpliera, añade, lo que fue dicho por el
profeta Isaías: Porque él tomó nuestras debilidades y llevó
9
nuestras enfermedades . Para esto tomó el Hijo de Dios la

6. R m 8, 3. 8. J n 10, 38.
7. Mt 8, 16-17; cf. Is 53, 4. 9. Mt 8, 17; cf. Is 53, 4.
Tratado 40, 3-4 263

debilidad del género humano: para hacernos a nosotros, dé-


biles en otro tiempo, fuertes y robustos en su fe; para esto
10
asumió un cuerpo del linaje del pecador : para borrar nues-
tros pecados por el misterio de su carne. Por otra parte, en-
tendiendo «al atardecer» según su sentido espiritual, se
muestra el sacramento de la pasión del Señor; cuando el
11
mismo Hijo de Dios, que es llamado 50/ de justicia , afron-
tó el ocaso de la muerte por nuestra salvación. Tras su pa-
sión, todos los que se han ofrecido o se ofrecen al Señor,
liberados de las diversas enfermedades del pecado y de la
atadura del diablo, consiguen la salud de la salvación sin fin,
de parte de nuestro Señor y Salvador y médico eterno. A
El la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

10. Es decir, Adán. 11. Cf. MI 3, 20.


Tratado 41
(Mt 8, 18-22)

MODOS DE ACERCARSE A JESÚS - Q U E LOS MUERTOS


ENTIERREN A SUS MUERTOS

1. Después dice: Viendo la muchedumbre en torno a sí


[mandó pasar a la otra orilla. Y un escriba se acercó y le
dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». Dícele
Jesús: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo
nidos donde descansar; pero] el Hijo del hombre no tiene
1
donde reclinar la cabeza» . Ya que el Señor no rechaza a
ninguno que se acerque a El con fe, sino que incluso en su
divina condescendencia lo lleva hasta su gracia, como El
mismo dice: Venid a mí todos los que estáis cansados y ago-
2
biados y yo os fortaleceré , hay que preguntarse por qué re-
chazó a aquel escriba que se ofreció espontáneamente y dijo
que quería seguir al Señor, proponiéndole estas compara-
ciones: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo
1
nidos donde descansar . Este escriba, como muestra el sen-
tido del texto, se acercó al Señor no con fe creyente sino
con intención torcida, sin tener en cuenta que había sido
predicho hacía tiempo por Salomón: Hijo, no te acercarás
4
al Señor con duplicidad de corazón . Para empezar, ¡qué

1. Mt 8, 18-20. 3. Mt 8, 20.
2. Mt 11, 28. 4. Si 1, 36.
Tratado 41, 1-2 265

modo soberbio e infiel de jactarse el de este escriba, que


b
llega a decir al Señor: Te seguiré adondequiera que vayas \
Ya que no dice simplemente: «Te seguiré», sino: Te seguiré
adondequiera que vayas. De lo que se puede ver que ni ve-
neraba a Dios, ni creía fielmente en el Hijo de Dios. ¿Pues
quién que creyera en el Hijo de Dios como Dios se habría
atrevido a decir: Te seguiré adonde vayas, sabiendo que iba
a regresar pronto a los cielos y que habitaba con el Padre
en una luz inaccesible incluso a los ángeles, según lo que
6
refiere el Apóstol: El que habita en una luz inaccesible }
2. Por tanto Dios, que escruta los corazones y conoce
sus secretos, rechazó con razón al que, más que seguirle ver-
dadera y fielmente, quería tentarle, y le dijo: Las zorras tie-
nen madrigueras y los pájaros del cielo nidos donde descan-
sar. Aquí con «las zorras» se refiere a los falsos profetas que
en aquel tiempo había en el pueblo de Israel, y que ahora
son los herejes. De los cuales el Espíritu Santo afirma cate-
góricamente por medio del profeta Ezequiel: Tus profetas,
7
Israel, son como las zorras en el desierto . De ellos se dijo
por medio de Salomón: Cazadnos las pequeñas zorras que
destrozan la viña, y nuestras viñas están en flor*, conside-
rando como zorras a los falsos profetas y a todos los here-
jes que intentan destrozar la viña del Señor. Por eso tam-
bién en el Evangelio dijo el Señor sobre Herodes (que era
saduceo, es decir, hereje entre los judíos): Id, decidle a aque-
9
lla zorra... . Semejantes zorras tienen madrigueras, esto es,
reuniones impías y tenebrosas escondidas en lo profundo de
su tierra sin fe, en cuyos corazones habitan a causa de su
doctrina como en una madriguera. De esta madriguera el
Señor habló así en otro lugar: En efecto, si un ciego guía a

5. Mt 8, 19. 8. C t 2, 15.
6. 1 T m 6, 16. 9. L e 13, 32.
7. E z 13, 4.
266 Cromacio de Aquileya

10
otro ciego, ambos caen en el agujero . Y de ella habla tam-
bién Salomón cuando dice: Y quien no conoce al Señor cae
11
en ella . David muestra que semejantes conventículos im-
píos e infieles han sido condenados al castigo cuando dice:
Sean entregados en manos de la espada las regiones de las
12
zorras . También, Sansón mostró con un ejemplo y en fi-
13
gura el castigo que sufrirían las zorras . Una vez captura-
das trescientas, les ató las colas entre sí y, prendiéndoles
fuego, incendió de este modo las mieses de los enemigos.
En esto se puso de manifiesto que todos los herejes, que
eran los que iban a tener una fe falsa cuando llegara la pre-
dicación de la cruz de Cristo, en la consumación de los si-
glos (porque la mies, según la interpretación del Señor, se
refiere a la consumación de los siglos), unidos por una sola
sentencia habrían de ser entregados a la pena del fuego de
la gebenna; a saber, aquellos que fueran hallados ajenos a la
fe y al conocimiento de la verdad.
Por lo demás, las astutas artimañas de la zorra, que se
atribuyen con justicia y razón a los falsos profetas y a los
herejes, son por naturaleza diversas. Acechan a las aves del
corral para atraparlas con algún engaño y además constru-
yen numerosas y diversas salidas en las madrigueras que
ellas mismas cavan, para no ser atrapadas con facilidad. Así
es como los herejes acechan a las aves del corral de Cristo,
en las que están las alas de las virtudes y las plumas de las
buenas obras, para robárselas a la Iglesia del Señor con al-
guna doctrina engañosa y arrastrarlas a las madrigueras de
su perfidia con el fin de devorarlas. Finalmente, éstos mis-
mos, si se dan cuenta de que pueden ser atrapados por un
cristiano ortodoxo o un sabio doctor, tienen preparadas di-
versas salidas para su impía afirmación con las que intentan

10. Mt 15, 14. 12. Sal 62, 11.


11. Pr 22, 14; cf. Si 28, 27. 13. Cf. J e 15, 1-8.
Tratado 41, 2-3 267

huir por el momento. Por eso vemos justamente que en las


14
zorras están representados los falsos apóstoles y profetas .
Por otra parte, consideramos que en los pájaros del cielo
están indicados los espíritus inmundos, basándonos en lo
que el mismo Señor manifiesta en otro lugar cuando habla
del diablo y sus ángeles: Vinieron los pájaros y se lo comie-
15
ron . También se les llama pájaros a los espíritus inmundos
porque, por su naturaleza espiritual, en un momento vue-
lan como los pájaros hacia todas partes, según lo que el dia-
blo mismo reconoció ante el Señor en el libro de Job: En
16
un momento he recorrido todo el mundo y he venido . El
nido representa los corazones de los incrédulos y los infie-
les, en los que esta clase de pájaros (esto es: los espíritus in-
mundos) descansan como en su casa.
3. Pero el hijo del hombre, añade, no tiene dónde recli-
17
nar la cabeza , porque habiéndose apoderado de todo el
pueblo de Israel tanto los falsos profetas por medio de la
predicación engañosa como los espíritus inmundos por el
culto a los ídolos, el Señor no pudo encontrar en quién re-
clinar la cabeza, es decir: a quién comunicar el conocimien-
to del nombre del Padre, que es cabeza de Cristo; o quié-
nes, creyendo en Cristo, el Hijo de Dios, conocieran por El
al Padre, porque, según el Apóstol, la cabeza de Cristo es
18
Dios . Pues en el pueblo judío estaban todos previamente
ocupados por el espíritu de la incredulidad. Por eso, con
razón había atestiguado el Señor hacía tiempo esto mismo
por boca de Isaías, diciendo: Porque he venido y no ha ha-
19
bido nadie, he llamado y no ha habido quién obedeciese .
Pero todos éstos se hallan fuera de la barca en la que el

14. Cf. HILARIO, In Mt VII, 17. Mt 8, 20.


10 (PL 9, 957C). 18. Cf. 1 C o 11, 3.
15. Mt 13, 4 ( = Me 4, 4). 19. Is 50, 2.
16. Cf. J b 1, 7; 2, 2.
268 Cromado de Aquileya

Señor cruzó el mar con sus discípulos, porque todos éstos


20
no son dignos de estar en la Iglesia de Cristo . Por tanto,
no es que el Salvador no pudiera reclinar la cabeza en los
que se encontraban en la barca, esto es: en los apóstoles o
los creyentes, sino en los que en absoluto merecieron ser
recibidos por el Señor.
4. Continúa después: Otro discípulo le dice: «Señor, per-
míteme primero ir a enterrar a mi padre». [Dícele Jesús: «Si-
21
gúeme, y deja que los muertos entierren d] sus muertos» .
Este discípulo creía ciertamente con espíritu religioso y dis-
posición fiel, pero todavía no poseía el conocimiento de la
fe perfecta. En efecto, no había escuchado todavía del Señor:
Si uno no deja padre y madre, hijos, hermanos y hermanas
22
y me sigue, no puede ser mi discípulo . Y como desconocía
la perfección de la fe, no supo qué decía. Por tanto, el Señor,
que examinaba más el corazón que las palabras de los dis-
cípulos que creían en Él, educó su ignorancia. Así, que-
riendo que fuera perfecto en todo, le manda que no esté
atado por ninguna preocupación del mundo: Deja que los
muertos entierren a sus muertos. No era conveniente que
quien, al creer en el Hijo de Dios, comenzaba de una vez
para siempre a tener ya como Padre al Dios vivo y celeste,
23
pensara en el padre fallecido . Por esto el Señor le anima a
que le siga sólo a Él, ya que le dice: Sigúeme.
5. Antes se ha reprobado la falta de fe del escriba que se
ofrecía espontáneamente; en esta ocasión, sin embargo, se
acepta solamente la fe del que cree. Porque es claro que el
Señor tomó esta actitud, no por acepción de personas, sino
juzgando según su conocimiento divino. Aquel que conoce
lo oculto del corazón, sabía bien a quién elegía, según lo que

20. Cf. Mt 8, 23. 23. Cf. H I L A R I O , In Mt VII,


21. Mt 8, 2 1 - 2 2 . 1 1 ( P L 9, 958A).
22. Cf. L e 14, 26.
Tratado 41, 3-6 269

Salomón dice, hablando de la Sabiduría: Fue por todas partes


buscando a los que son dignos de ella y se les mostró con ale-
24
gría en los caminos . Y en otro lugar: Lo pone entre los pri-
25
meros, la sabiduría le revela sus secretos . Se rechaza, por
tanto, a quien se había acercado con intención torcida; mien-
tras, por el contrario, se acepta a quien buscaba con intención
recta y pureza de corazón, según lo que está escrito: Buscad-
26
le con sencillez de corazón . Por eso el que creía con fe fue
admitido en la barca por el Señor, es decir: en la Iglesia, donde
está el coro de los apóstoles. El escriba, sin embargo, no me-
reció ser admitido por el Señor, sino que, por el contrario,
fue rechazado, porque no creía con fe. ¡Bienaventurado, pues,
este discípulo que, tras ser rechazado el escriba, mereció ser
aceptado por el Señor! Por eso ya desde antiguo exhorta con
razón el Señor a seguirle, diciendo por boca de Salomón: Pre-
para tu trabajo de fuera y tu trabajo en el campo, ven en pos
27
de mí y más tarde reedificarás tu casa ; es decir que, prepa-
rado el ánimo por obra de la fe y de la justicia, siga al Señor,
el guía de la vida, por haber recibido la casa de su cuerpo res-
taurada por la gloria de la resurrección, según lo que refiere
el Apóstol: Tenemos una casa que no ha sido hecha por mano
1
humana, sino que es eterna en el cielo *.
6. Así pues, como el Señor deseaba que este discípulo
suyo, que todavía tenía algo de la mentalidad del mundo,
29
llegase a la perfección de la fe , le dice: Sigúeme y deja
que los muertos entierren a sus muertos, mostrando que hay
que preferir la fe y el conocimiento de Cristo a este tipo
de deberes de piedad y que el entierro del padre infiel
muerto debe ser desdeñado por causa de Dios, por quien
incluso se nos manda abandonar a los padres mientras

24. Sb 6, 16. 27. Pr 24, 27.


25. Cf Si 4, 18.21. 28. 2 C o 5, 1.
26. Sb 1, 1. 29. Cf. HILARIO, Ib., 11 (958B).
270 Cromacio de Aquileya

30
viven . Es justo, en efecto, estimar más a Dios que al hom-
bre, más al Padre de la naturaleza que al del cuerpo, más al
autor de la vida que a la sepultura de un muerto. Sobre todo
cuando tales cuidados por sus muertos los suelen mostrar
los infieles, a quienes también se les llama muertos, ya que
todos los incrédulos e infieles, según la autoridad de las Es-
crituras, son tenidos verdaderamente por muertos ante Dios,
31
porque no viven para Dios sino para el mundo .
7. Éste es, por tanto, el sentido literal de las palabras del
Señor. Pero preguntémonos ahora más en profundidad por
qué el Señor dijo que los muertos son enterrados por los
muertos. Sabemos sin lugar a dudas que los hombres muer-
tos no tienen ningún deber, ni la misma naturaleza permite
32
que los muertos entierren a los muertos . Pero miremos si
puede quizá ser comprendido de otra manera. Dijimos más
arriba que todos los incrédulos e infieles, aunque viven en
este mundo, pueden ser considerados como muertos para
Dios. De ellos leemos que está escrito: Los muertos no te ala-
barán, Señor, ni ninguno de los que descienden al infierno.
371
Somos nosotros, los que vivimos, los que alabamos al Señor .
34
Y: ¿No harás maravillas por los muertos? . También Isaías da
testimonio de esto diciendo: Señor, no conocemos ningún Dios
33
fuera de ti. Los muertos carecen de vida . Y en otro lugar:
Los que están en el infierno no te alabarán, ni los que están
36
muertos te bendecirán . También el santo Apóstol sabe que
todos los incrédulos están muertos para Dios: Y vosotros,
cuando estabais muertos a causa de vuestros delitos y peca-
37
dos . Por eso también atestiguó que una viuda infiel, aunque

30. Cf. AMBROSIO, In Le VII, 3 3 . Sal 1 1 3 , 1 7 - 1 8 .


41 (CCL 14, 228). 34. Sal 87, 11.
31. Cf. CROMACIO, S. XX- 3 5 . Is 2 6 , 1 3 - 1 4 .
XIII, 1 3 1 - 1 3 4 ( C C L 9 A , 1 5 4 ) . 3 6 . Is 3 8 , 1 8 .
32. Cf. HILARIO, Ib., 11 3 7 . Ef 2 , 1 .
(958/A).
Tratado 41, 6-8 271

38
viva, está muerta . Así pues, el Señor habla aquí de los muer-
tos bajo este aspecto, muertos ante Dios, de los cuales se com-
prende que entierren de este modo a sus muertos, pues, por
el uso frecuente de las cosas mundanas, ellos mismos se se-
pultan en la muerte eterna por medio de las obras mortales
de la carne. El santo Apóstol muestra que existe en nosotros
un doble principio natural: el alma y el cuerpo. Sin embar-
go, a uno y otro los llama «hombre» al decir: Porque, si nues-
tro hombre se corrompe en lo exterior, la carne, se renueva
39
en lo interior, el alma . Por esto reconocemos claramente re-
flejados en los muertos que entierran a sus muertos a todos
los impíos y los pecadores, los cuales, muertos ante Dios por
la infidelidad de su corazón según el hombre interior, sepul-
tan a sus muertos (es decir: a sus cuerpos mortales) en la
muerte eterna mediante sus vicios y pecados. Igual que los
santos y todos los creyentes están vivos para Dios por medio
de las obras de la vida y la justicia y para este mundo están
muertos y sepultados, según lo que afirma el Apóstol: Por
tanto estamos sepultados con El en su muerte por el bautis-
40
mo ; así también todos los impíos y los pecadores, que viven
para este mundo mediante los deseos de la carne, mediante
obras malvadas, están muertos y sepultados respecto a Dios.
8. Semejante a esta expresión es aquel dicho del Após-
tol en que afirma: ¿Qué hacen los que son bautizados en
favor de los muertos, si verdaderamente los muertos no re-
41
sucitan f . Afirman algunos que en tiempo del Apóstol,
unos cuantos -sin duda que con espíritu religioso-, movi-
dos por una vana esperanza acerca de sus seres queridos, si
acaso éstos habían partido sin el bautismo se hacían bauti-
zar para que aquel bautismo que ellos recibían aprovecha-
ra a la salvación de los que habían muerto. Pero parece su-

38. Cf. 1 T m 5, 6. 40. R m 6, 4.


39. 2 C o 4, 16. 41. 1 C o 15, 29.
272 Cromacio de Aquileya

perflua e irracional esta pretensión, que se tuvieran por bue-


nos los bautismos de unos por los otros, de los vivos por
los difuntos. Pero como algunos, faltos de fe, negaban la re-
surrección de la carne, el bienaventurado Apóstol afirmó lo
siguiente para rebatir semejante mentalidad de los que no
creían que hubiera una resurrección de la carne: ¿ Qué hacen,
pregunta, los que son bautizados en favor de los muertos si
verdaderamente los muertos no resucitan?
Manifestó así claramente que cada uno de nosotros
somos bautizados en este cuerpo mortal, para que cada uno
crea que resucitará con el mismo cuerpo en la vida eterna,
según lo profesamos en la fe del credo en la que recibimos
el bautismo: La resurrección de esta carne para la vida eter-
41
na . Por tanto, bautizarse por los muertos es hacerlo por
nuestros cuerpos que aparecen sujetos a la muerte. Las almas
son inmortales por naturaleza y en esta muerte común no
se corrompen con el cuerpo, sino que se separan. Así, en el
bautismo somos bautizados no sólo para la salvación del
alma sino para la resurrección futura del cuerpo, y por eso
dice el Apóstol: ¿ Qué hacen los que son bautizados en favor
de los muertos si verdaderamente los muertos no resucitan?
En fin, para que sepamos que el santo Apóstol se expresó
en este sentido, con los ejemplos aducidos en todo el con-
texto del mismo pasaje y en la doctrina celeste no enseña
otra cosa que la verdadera resurrección futura del cuerpo.
Por eso comenzó por el Señor, que se dignó resucitar en el
mismo cuerpo que había asumido por nuestra salvación.
9. Por esto, al decir el Señor: Deja que los muertos en-
43
tierren a sus muertos , no suprimió la obligación de la pie-
dad religiosa filial, por la que conocemos que muchos san-
tos han agradado a Dios, sino que prohibió las obras mortales

42. Cf. R U F I N O , Expositio 43. Mt 8, 22.


symboli 41 ( C C L 20, 177).
Tratado 41, 8-10 273

de la carne por las que el hombre se convierte en reo de la


44
muerte eterna . Desde antiguo ya la ley había mostrado esto
mismo en figura: que cualquier hombre que tocase un cadá-
45
ver, se contaminaba . Nos damos cuenta de que esto no se
refiere a la sepultura del cuerpo, sino a las obras de la carne
que está muerta por los pecados; si uno se asocia a ellas, sin
duda se convierte en inmundo e impuro. Por esto también
el santo Apóstol dijo: No debemos participar en las obras in-
46
fructuosas de las tinieblas . Además, si pensáramos que el
contacto con un cadáver puede hacer al hombre impuro,
¿cómo es que el santo Moisés llevó consigo los huesos de
47
José , por los que no sólo no se hizo impuro, sino que ade-
más acumuló por esto un mérito mucho mayor para su fe al
mostrar una devota deferencia y un espíritu religioso y filial
ante semejante antepasado? O, ¿cómo es que aquel que había
sido asesinado por unos ladrones, como leemos en los libros
48
de los Reyes , resucitó al tocar el cadáver de Eliseo, siendo
así que quien toca a un muerto se convierte en inmundo e
impuro? Tanto pudo el contacto de un cuerpo muerto que
no sólo no volvió impuro al que lo tocó, sino que devolvió
a la vida al hombre que había sido asesinado.
10. Mateo hace mención solamente de estos dos. Lucas,
sin embargo recordó en este mismo pasaje a aquel que le dice
al Señor: Te seguiré, pero permíteme despedirme de los que
dejo en casa. Y el Señor le dice: Ninguno que mira hacia atrás
una vez que ha puesto la mano en el arado es digno del reino
49
de Dios , mostrando que quien desea seguir al Señor, quien
pone la mano en el arado, (esto es: quien renuncia al mundo
fundado con fe evangélica en la esperanza de la cruz de Cris-
to), no debe volverse a mirar hacia atrás, es decir: volver a

44. Cf. HILARIO, Ib., 11 (958B). 47. Cf. Ex 13, 19.


45. Cf. Ba 3, 11. 48. 2 R 13, 21.
46. Ef 5, 11. 49. L e 9, 61-62.
274 Cromacio de Aquileya

las cosas que pertenecen al mundo; no vaya a ser que, a causa


de tal preocupación fútil por el mundo y de esta vana ambi-
ción, se convierta en indigno del reino de Dios. Por eso tam-
bién el santo Apóstol advierte oportunamente que no regre-
50
semos a las cosas del mundo que no tienen fuerza ni valor .
Así pues, en estos tres jóvenes que se acercaron al Señor
están reflejados tanto el rechazo de los incrédulos como las
gracias diversas de los creyentes. Pues el primero es recha-
zado como infiel e incrédulo; el siguiente, en cambio, por
creer, es aceptado para seguir al Señor y predicar el reino de
Dios; al tercero, por su parte, se le recuerda que para ser
digno del reino de Dios no debe mirar hacia atrás. En el pri-
mero, que era escriba, se muestra la figura de los doctores
de la ley y los fariseos que, hinchados por su estudio de la
ley, fueron rechazados debido a su infidelidad, porque se
acercaron al Señor más tentando que creyendo. En el si-
guiente, sin embargo, se manifiesta la figura de los apósto-
les que, creyendo fielmente, recibieron el mandato de seguir
al Señor y se sabe que fueron destinados a predicar el reino
de Dios por todo el mundo. En el tercero se muestra la fi-
gura del pueblo creyente que procede de los gentiles; a éste,
liberado del error del mundo y puesto en el arado de la es-
peranza celeste y la fe evangélica, se le recuerda que no se
vuelva atrás hacia el mundo para poder ser considerado
digno del reino de Dios. A la gracia de este arado evangé-
lico nos exhorta también el Espíritu Santo por boca de Isa-
ías: Quebrarán sus espadas para hacer arados y sus lanzas
51
para hacer podaderas . En lo que se manifiesta que, que-
bradas las armas de nuestra malicia e iniquidad, viviríamos
en la fe evangélica y en la paz de la Iglesia, por nuestro Señor
Jesucristo a quien pertenece el honor y la gloria con el Padre
y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

50. Cf. G a 4, 9. 51. Is 2, 4.


TRATADO 42
(Mt 8, 23-27)

L A TEMPESTAD CALMADA

1. Continúa después: Y subiendo en una barca [sus dis-


cípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tem-
pestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas;
pero él dormía. Acercándose ellos le despertaron diciendo:
«¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Y, levantándose, les dice:
«¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Y conminó al
viento y al mar y se hizo una gran calma. Y aquellos hom-
bres, maravillados, decían: «¿Quién es éste,] que le obede-
1
cen los vientos y el mar?» . Mientras el Señor navegaba con
sus discípulos, se levantó una tormenta tan grande que las
impetuosas olas que se formaban en el mar cubrían la barca.
2
El, en cambio, se nos dice, dormía . ¡Asombrosa paradoja!
Sube a una pequeña barca para navegar Aquel que lleva el
3
timón de todo el mundo con su poder divino. Duerme con
4
sueño el que, en eterna vigilia, vela por su pueblo . El Señor
se durmió, sin embargo, no por necesidad de la debilidad
humana, sino por su libre voluntad. Pues, aunque el sueño

1. Mt 8 , 2 3 - 2 7 . significa pilotar la barca, manejar


2. Mt 8 , 2 4 . el timón.
3. Juego de palabras, pues gu- 4 . Cf. CROMACIO, S. X X X -
bernare es término marítimo que VII, 8 - 1 2 ( C C L 9 A , 164).
276 Cromacio de Aquileya

no afecte a la naturaleza eterna de Dios, según lo que lee-


mos que está dicho de El: He aquí que no durmió ni dor-
5
mirá quien vigila a Israel , no obstante, nuestro Señor y
Salvador, para probar la realidad del cuerpo que había asu-
mido en sí, se digna experimentar todas las cosas de la na-
turaleza humana, incluso el sueño, para demostrar con evi-
6
dencia la verdad del cuerpo que había asumido en sí .
2. Mas como, al arreciar la tormenta mientras el Señor
dormía, las violentas olas se alzaran hasta poner en peligro
la nave, los discípulos, sobrecogidos por el miedo, despier-
7
tan al Señor diciéndole: Señor, sálvanos, que perecemos . Pa-
rece como si David hubiera presagiado esto mismo, prefi-
gurando a los apóstoles que despiertan al Señor, cuando
dice: ¡Álzate!, ¿Por qué duermes, Señor? Álzate, socórrenos
8
y sálvanos por el honor de tu nombre .
3. Por fin, el Señor, levantándose, les dice: ¿por qué te-
néis miedo, hombres de poca fe? Y conminó al viento y al
9
mar y se hizo una gran calma . Con esto manifestó el Señor
de forma evidente el poder de su divinidad, al calmar las
violentas olas del mar con una palabra de su poder divino.
Ni los vientos ni el mar podían obedecer más que a su Señor
y creador. Que esto iba a suceder, David lo había anuncia-
do tiempo atrás al decir: Te vieron las aguas, oh Dios, te
vieron las aguas y temieron y las profundidades del mar se
10
agitaron. Las nubes descargaron sus truenos con estruendo .
¿Y quiénes son estas nubes que descargaron su trueno ante
el temor de las aguas, sino los discípulos que, habiendo visto
este signo de señorío divino, exclamaron: Verdaderamente
11
éste era Hijo de Dios } Por otra parte, en las nubes se re-

5. Sal 120, 4. 8. Sal 43, 23.26.


6. Cf. P S . - O R Í G E N E S , Hom. in 9. Mt 8, 26.
Mt III, 1 ( G S C 41, 257, 21-29). 10. Sal 76, 17-18.
7. Mt 8, 25. 11. Cf. Mt 14, 33; cf. Mt 27, 54.
Tratado 42, 1-4 277

presenta a los apóstoles, porque ellos, surgiendo de la tie-


rra a la manera de las nubes, son llevados a los cielos por
la ligereza espiritual de su naturaleza, sin peso alguno de
pecado, y dejan caer la lluvia de la predicación de las cosas
12
divinas para regar los corazones de los creyentes . También
en otro lugar el mismo David dio testimonio de que la vio-
lencia del mar habría de ser calmada cuando el Señor lo or-
denara con su palabra: Tú dominas la fuerza del mar y cal-
11
mas el movimiento de sus olas . Y en otro lugar: El lo dijo
y se detuvo el soplo de la tormenta y se apaciguaron sus
u
olas . Y más: Que agitas el fondo del mar y aplacas el es-
15
truendo de sus olas . Y todavía: he aquí que enviará su voz,
16
su voz poderosa , esa voz por la que, ordenando a los vien-
tos en virtud de su poder divino, se restableció la calma del
mar. También el bienaventurado Job que, gracias al Espíri-
tu Santo, no ignoraba que esto había de suceder, dice así ha-
17
blando del Señor: Calmó el mar con su poder .
4. Una vez que, calmada la tempestad al mandato de
una palabra, se hubo restablecido la tranquilidad, se nos
cuenta que aquellos que estaban sobre la barca, estupefac-
tos, decían: ¿ Quién es éste, a quien los vientos y el mar le
19
obedecen? . Ahora bien, este poder de la palabra del Señor
y la admiración de los que se encontraban sobre la barca,
los había anunciado tiempo atrás el santo David en un
salmo: Quienes atraviesan el mar en sus naves, negociando
en muchos lugares. Estos vieron las obras del Señor y sus
maravillas mar adentro. Lo dijo y se detuvo el soplo de la
19
tormenta . Y más adelante: Transformó la tormenta en

12. Cf. CROMACIO, 5. XXV, 16. Sal 67, 34.


139-142 ( C C L 9A, 117). 17. J b 26, 12.
13. Sal 88, 10. 18. Mt 8, 27.
14. Sal 106, 25.29. 19. Sal 106, 23-25.
15. Sal 64, 8.
278 Cromacio de Aquileya

brisa, se apaciguaron sus olas y ellos se alegraron por la


20
calma .
5. Así pues, en primer lugar, y según la simple narra-
ción de la historia, sabemos que esto fue realizado median-
te la fuerza del Señor. Ahora, sin embargo, debemos consi-
derar con diligencia, qué es lo que está representado en
figura en todas estas cosas según la interpretación alegóri-
ca. Hay que preguntarse, en efecto, qué hay que entender
por esta barca según la consideración espiritual, y qué es el
mar; qué son las olas que se alzan, qué los vientos que le-
vantan semejantes olas; sin dejar siquiera el sueño del Señor,
y su increpación a los vientos y la calma restablecida y la
lógica admiración de los navegantes.
21
Es indudable que la barca representaba la Iglesia , según
lo que dice de ella el Espíritu Santo por boca de Salomón:
22
Es como una nave que trae mercancías de lejos , esto es: la
Iglesia que, siendo los navegantes los apóstoles, el Señor
quien la dirige, soplando el Espíritu Santo, va de una parte
a otra con la palabra de la predicación, llevando consigo una
mercancía grande e inestimable, por la que ha adquirido, al
precio de la sangre de Cristo, todo el género humano o, más
23
bien, todo el mundo . Sobre esto también el mismo Salo-
món dijo en otro lugar, entre otras cosas: No pudimos en-
2A
contrar la huella que deja el barco al atravesar el mar ,
mostrando que la ocupación de la Iglesia no es ni de la tie-
rra ni del mundo, sino del cielo, según lo que refiere el santo
25
Apóstol: Pero nuestra vida está en el cielo .
El mar representa el mundo, que está agitado por los di-
versos pecados y toda clase de tentaciones a la manera de

20. Sal 106, 29-30. 23. Cf. CROMACIO, S. XXIV,


21. Cf. C R O M A C I O , S. XXX- 76-77, 84-85 ( C C L 9A, 11 Os).
VII, 17-41 ( C C L 9A, 164s). 24. Cf. Sb 5, 10.
22. Pr 31, 14. 25. Flp 3, 20.
Tratado 42, 4-5 279

las olas. De él leemos que está escrito: El mar grande y


ancho, allí viven reptiles sin número, animales pequeños y
26
grandes y la serpiente, que creaste para divertirte con ella .
Y también: Llegué a lo profundo del mar y la tempestad me
27
hundió .
Los vientos, por su parte, representan las potencias mal-
vadas y los espíritus inmundos, que se empeñan en hacer
naufragar la Iglesia mediante diferentes tentaciones munda-
28
nas como si fueran las olas del mar . El hecho de que el
Señor se duerma en esta barca se entiende respecto a cuan-
do permite que su Iglesia sea tentada por las tribulaciones
y persecuciones de este mundo para probar su fe. La súpli-
ca de los discípulos que despiertan al Señor e imploran su
ayuda para salvarse, representa las oraciones de todos los
santos que, una vez iniciada la tempestad de la persecución
con la furia del diablo y sus ángeles, con su fe devota y ora-
ción ininterrumpida despiertan como de un sueño la pa-
ciencia del Señor, para que, se digne socorrer con el auxilio
de su misericordia a los que están en peligro por el temor
de la debilidad humana; de tal manera que, increpando a los
vientos, que son evidentemente los espíritus inmundos au-
tores de la persecución, y amainada toda tempestad del
29
mundo, restablezca a su Iglesia en la paz y la tranquilidad .
En la admiración de los que estaban en la barca que, una
vez llegada la calma, confiesan al Hijo de Dios, se muestran
la persona y la fe de todos los creyentes, quienes, reunidos
en la Iglesia, despertando primero al Señor con sus oracio-
nes, al ver restituida la paz confiesan con verdad al Hijo de
Dios como Señor y defensor de su Iglesia. Esto es lo que
leemos en los Hechos de los Apóstoles que hicieron los san-

26. Sal 1 0 3 , 2 5 - 2 6 . (PL 9 , 9 5 7 B ) .


27. Sal 6 8 , 3 . 2 9 . Cf. T E R T U L I A N O , De bap-
28. Cf. H I L A R I O , In Mt V I I , 9 tismo, XII, 7 (CCL I, 288).
280 Cromacio de Aquileya

tos a favor de la Iglesia, nada más terminar la persecución


30
de Herodes y los judíos .
6. Así pues, por más que la Iglesia sufra la acometida
del enemigo o la tempestad del mundo o sea sacudida por
las olas de cualquier tentación, no puede naufragar, porque
quien la dirige es el Hijo de Dios. En medio de estos tor-
bellinos del mundo y en medio de sus persecuciones, ad-
quiere mayor gloria y virtud, en tanto que permanece firme
e indisoluble en la fe. Navega con rumbo seguro por el mar
31
de este mundo provista del timón de la fe , tiene a Dios
por timonel, a los ángeles por remeros, transporta los coros
de todos los santos y, en medio de ella, se yergue el mismo
árbol salvador de la cruz en el cual está suspendida la vela
32
de la fe evangélica ; y con el soplo del Espíritu Santo es
guiada al puerto del paraíso y a la seguridad del descanso
eterno.
Mas esta barca, por más que navegue a lo largo de nues-
tra historia a través de las tentaciones del mundo, no es sin
embargo una barca que pertenezca al mundo, sino a Dios.
Porque existe otra barca que pertenece al mundo y no a
Dios: el plantel de los herejes, que reivindica para sí este
nombre de «Iglesia». Isaías anuncia con claridad que contra
él llegará el día del juicio cuando dice: El día del Señor de
13
los ejércitos contra todo el que ultraja y el soberbio . Y algo
1
más adelante: Y contra toda nave del mar *., esto es: toda
iglesia de herejes. De ella el mismo Isaías refiere en otra
parte: Tus cabos se han roto porque tu mástil no ha estado
15
firme, se cayeron tus velas y no se izarán . Llamó a esta

30. Cf. H c h 4, 23-31. ga; P L 16, 297B).


31. Cf. H I P Ó L I T O , De anti- 33. Is 2, 12.
cbristo, 59 ( G S C 1/2, 39-40). 34. Is 2, 16.
32. Cf. AMBROSIO, De virgini- 35. Is 33, 23.
tate, XVIII, 118 (119 ed. Cazzani-
Tratado 42, 5-6 281

nave nave del mar, ya que una Iglesia así no es de Dios,


sino del mundo; pues, aunque parezca tener en sí la predi-
cación de la cruz del Señor, sin embargo, alza un mástil in-
servible, porque allí donde no se encuentra la verdad de la
fe el anuncio de la cruz es poco firme. Por tanto sus velas
están caídas y sin izar porque no son dirigidas por soplo al-
guno del Espíritu Santo. Y por eso, una nave así, es decir,
la iglesia de los herejes, habiendo perdido el timón de la
verdadera fe, se hunde en el naufragio de la muerte eterna
por culpa de los espíritus malvados que la dominan, pues
no merece ser guiada por el Señor Jesucristo, que es Dios
bendito por los siglos de los siglos. Amén.
TRATADO 43
(Mt 8, 28-34)

L O S DOS ENDEMONIADOS

1. Continúa el Evangelio: Y cuando llegó al otro lado


del mar a la región de los gerasenos, acudieron a El dos en-
demoniados [que salían de los sepulcros, y tan furiosos que
nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a
gritar: «¿Qué hay entre nosotros y tú, Hijo de Dios? ¿Has
venido antes de tiempo a torturarnos?». Había allí a cierta
distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplica-
ban los demonios: «Si nos echas, mándanos] a la piara de
1
cerdos» , y cuanto sigue. Tras haber calmado la tempestad
2
y haber devuelto la tranquilidad al mar , el Señor llegó a la
región de los gerasenos para liberar a unos hombres de los
demonios. Este orden que siguen los milagros del Señor es
ciertamente oportuno: que, tras increpar a los vientos, sean
expulsados los espíritus inmundos. Allí los vientos, incre-
pados, reconocen al Creador y al Señor de un poder tan
grande; aquí los demonios, aterrorizados, confiesan a gritos
al Hijo de Dios, diciendo: ¿Qué hay entre nosotros y tú,
11
Hijo de Dios? ¿Has venido antes de tiempo a torturarnos? .
Así pues, la virtud de su poder divino arrancó a los demo-

1. Mt 8, 28-31. 3. Mt 8, 29.
2. Cf. Mt 8, 23-27.
Tratado 43, 1-2 283

nios el grito de una confesión verdadera. Pues, obligados


por el castigo, confiesan el día del juicio divino y a Cristo,
nuestro Señor e Hijo de Dios, como juez.
Mas cabe preguntarse, pues con anterioridad el príncipe
de los demonios se acercó a tentar al Señor como si no su-
4
piera nada diciendo: Si eres Hijo de Dios , cómo es que
ahora nos encontramos ante una confesión tan clara acerca
del Hijo de Dios. No dicen, efectivamente, como antes había
dicho aquel: Si eres Hijo de Dios. Por el contrario, ¿qué es
lo que dicen?, más aún ¿qué es lo que proclaman? ¿Qué hay
entre nosotros y tú, Hijo de Dios? ¿Has venido antes de
tiempo a torturarnos? Porque no habían visto en vano a su
príncipe derrotado en la tentación del Señor; habían con-
templado además los diversos signos de poder divino reali-
zados por el Señor y, avisados por estos, no podían ignorar
ya que éste era el Hijo de Dios. Y así con razón proclaman:
¿Qué hay entre nosotros y tú, Hijo de Dios? ¿Has venido
antes de tiempo a torturarnos?
2. Al hablar de ser torturados antes de tiempo, confie-
san claramente el juicio que les espera y que éste es el juez
por quien saben que han de ser condenados a la eterna pena
de la gehenna. Y si se da por parte de los demonios esta
confesión tan manifiesta acerca del Hijo de Dios, ¿de qué
categoría será la impiedad de los judíos, y de qué magnitud
la locura de los herejes al querer negar al Hijo de Dios, a
quien los demonios no pueden negar? Todos los que nie-
gan el nombre de Dios, ¿acaso no serán condenados justa-
mente en el juicio futuro no ya por voz de profetas o evan-
gelistas sino por la confesión misma de los demonios?
Negando, en efecto, al Hijo de Dios no merecerán ningu-
na disculpa por ignorancia, ya que no lo negaron ni los mis-
mos causantes de la negación. Y es justo ciertamente que

4. Mt 4, 3.
284 Cromacio de Aquileya

los autores de tan gran impiedad sean acusados, no ya por


los divinos prodigios, sino por boca de los demonios, cuan-
do dicen: ¿Qué hay entre nosotros y tú, Hijo de Dios? ¿Has
venido antes de tiempo a torturarnos?
3. Este castigo de los demonios, con el que dicen que
son torturados antes del día del juicio, lo había anunciado
David en un salmo cuando dice: Inclina, Señor, el cielo y
5
desciende, toca los montes y echarán humo , refiriéndose a
estos mismos «montes», es decir, a los demonios que, debi-
do a la inmensidad de su malicia y a la enormidad de sus
pecados, son frecuentemente llamados «montes». Se decla-
ra que esta clase de montes no arden, sino que echan humo,
indicando con ello con qué gran ardor del fuego eterno ha-
bían de ser abrasados primero, a causa de la venida del Señor
6
en humildad . Pues sabemos que el Señor inclinó el cielo y
descendió cuando, a causa de la salvación humana, bajó del
cielo y tomó un cuerpo de la santa virgen. Pero lo que hay
que considerar es por qué dice: Inclina el cielo y desciende.
No dice simplemente: «Desciende del cielo», sino: Inclina
el cielo y desciende, para mostrar claramente la grandeza de
la divinidad de aquel que, aunque había bajado del cielo
como Señor para tomar sobre sí la carne marcada por la de-
bilidad humana, sin embargo permanecía dentro del cielo
incluso cuando descendió. En efecto, no estaba ausente del
cielo aun permaneciendo en la tierra, según lo que el mismo
Señor dice en el Evangelio: Ninguno ha subido al cielo sino
aquel que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre que está
7
en el cielo .
4. Esto es lo que se ha de entender en primer lugar, con-
forme al sentido literal. Según la lectura alegórica, esos dos
endemoniados que en tierra de los gerasenos, esto es, en tie-

5. Sal 143, 5. LUÍ, 11 ( C S E L 22, 821).


6. Cf. HILARIO, In Ps CX- 7. J n 3, 13.
Tratado 43, 2-4 285

rra de gentiles, salen al encuentro del Señor, son figura de


8
dos pueblos: o bien de los descendientes de Cam y Jafet ,
dos hijos de Noé, (ya que el origen del pueblo judío se re-
monta a Sem, hijo primogénito de Noé), o bien de los judí-
os y de todos los gentiles que se encontraban aprisionados
por el diablo en el error de la idolatría, cargados de las ca-
denas de sus culpas y de los grilletes de sus pecados y que
no habitaban dentro de la ciudad (es decir, el género de vida
según la ley y los mandatos divinos), sino entre los monu-
mentos sepulcrales, (es decir, el culto idolátrico), dando culto
a las tumbas de los reyes o a las estatuas de hombres muer-
tos. Así pues, para salvar a estos, descendió desde Judea a la
región de los gerasenos, esto es: asumiendo un cuerpo de
María virgen quiso llevar la luz a la tierra de los gerasenos,
este mundo, para liberar a estos endemoniados, los pueblos,
de las cadenas de la cautividad diabólica; se trata de aquel de
quien David había dado testimonio en el salmo cuando dijo:
El Señor observó desde el cielo, para oír el lamento de los
9
que están encadenados y liberar a los hijos de los asesinados .
Pero, antes de liberar a estos endemoniados, el Señor
atraviesa el mar, como hemos recordado más arriba, sopor-
ta la tempestad, experimenta el sueño y los discípulos son
puestos a prueba. En esto se manifiesta que no se podía al-
canzar la salvación para estos dos pueblos de ninguna otra
manera sino atravesando antes el Señor el mar de este
mundo, sufriendo la tempestad de la persecución judía, ex-
perimentando el sueño de la muerte y todo esto mientras
se ponía a prueba a los discípulos, pues durante el sueño de
la pasión del Señor tuvieron un miedo tan tremendo que in-
cluso san Pedro, el primero de los apóstoles, se vio forza-
10
do a negar por tres veces al Señor .

8. Cf. G n 10, 1-20. 10. Cf. Mt 26, 69-75.


9. Sal 101, 20-21.
286 Cromacio de Aquileya

5. Por otra parte, los cerdos a los que huyen los demo-
11
nios son figura de los hombres infieles e impuros que, pa-
ciendo junto al mar, esto es: viviendo según los pecados del
mundo, se presentan como una digna morada para los de-
monios. De este modo los ahogan los demonios, al rete-
nerlos en el mar de este mundo, es decir en la profundidad
del error, gracias a las diversas seducciones pecaminosas. En
los porqueros que, tras la visión de este signo del poder di-
vino, huyeron a la ciudad para contar lo que había sucedi-
do, de tal manera que rogaron al Señor que se alejase de su
12
territorio , se muestra la figura de los príncipes de los ju-
díos o la de los sacerdotes de los ídolos. Estos, suminis-
trando a los hombres inmundos e infieles los pastos de su
error e infidelidad, los alimentan como a los cerdos, con vis-
tas a la muerte eterna. Aunque vieron que los hombres cre-
yentes, abandonando la incredulidad de la Sinagoga o la su-
perstición idolátrica se convertían al Hijo de Dios, no sólo
no quisieron creer a los signos divinos; sino que además,
excitados por el celo de su malicia, rechazaron lejos de sí,
los desventurados, la salvación que venía a ellos en la hu-
mildad del Señor. En ellos vemos realizado lo que dice el
salmo: ¿Acaso se conocerán tus maravillas en las tinieblas o
13
tu justicia en la tierra olvidada? . Tierra olvidada, cierta-
mente, la que, aun después de las señales divinas, no quiso
en modo alguno acoger al autor de la salvación, sino que le
obligó incluso a salir de su territorio.
6. Por otra parte, como la interpretación espiritual es
múltiple, se puede entender de otra manera, de modo que
en estos dos veamos dos pueblos, como antes hemos seña-
lado, que han sido liberados de la atadura de los demonios
por la fe y la gracia de Cristo. En los cerdos percibamos a

11. Cf. Mt 8, 30-32. 13. Sal 87, 13.


12. Cf. Mt 8, 33-34.
Tratado 43, 5-7 287

los herejes, a quienes se sabe que pasaron [los demonios]


una vez expulsados de los pueblos de los creyentes. En los
porqueros, a los autores de las herejías y a los doctores de
la perfidia que ofrecen a estos mismos herejes, como a cer-
dos, los viles e inmundos pastos de una doctrina completa-
mente depravada, apacentándolos no para la vida sino para
la muerte. Éstos no son alimentados por sus doctores con
el pan celeste ni con el alimento de la vida que salva, sino
con la vil e inmunda doctrina de la incredulidad. Como
aquel hijo pródigo que había malgastado con prostitutas la
parte de hacienda recibida de su padre viviendo lujuriosa-
mente, y después no deseaba ya alimentarse de pan, sino lle-
narse el vientre con las algarrobas de los cerdos; no el alma,
sino el vientre, porque con el alimento de la perfidia no se
dan fuerzas al alma con vistas a la salvación, sino que se
nutre al cuerpo para el castigo.
7. En aquella ciudad de la que salieron al encuentro del
Señor para rogarle que se marchara de su territorio se mues-
tra la figura de la Sinagoga, que ni siquiera tras haber con-
templado los poderes divinos quiso acoger al Señor y
14
Salvador del género humano . Por eso, Él regresó a su ciu-
15
dad , porque, rechazado por la Sinagoga, vino a su Iglesia,
que es denominada «ciudad» en sentido propio por Cristo.
En aquella ocasión, es cierto, los gerasenos le pidieron al
Señor que abandonara su territorio. Pero, prestemos aten-
ción, no vaya a ser que también entre nosotros se halle al-
guien tal, que por la infidelidad de la mente, fuerce al Señor
y Salvador del mundo a salir del territorio de sus almas,
pues el Espíritu Santo, como está escrito, huye de la ense-
16
ñanza falsa y no habita en el cuerpo sujeto al pecado .

14. Cf. H I L A R I O , In Mt VIII, 15. Cf. Mt 9, 1.


4 (PL 9, 960B); AMBROSIO, In Le 16. Sb 1, 5.4.
V I , 50 et 52 ( C C L 14, 192).
288 Cromado de Aquileya

8. Pero como san Mateo y san Marcos refieren que había


17
dos endemoniados en esta región de los gerasenos , hay que
preguntarse por qué el santísimo Lucas solamente hizo men-
ción de uno, del cual además señala que no llevaba vestido
18
ni estaba ceñido de cadenas y cepos . Rotas, dice, las cade-
19
nas, era arrastrado por el demonio a lugares desiertos .
Mateo y Marcos hacen referencia a dos porque en estos dos
endemoniados se muestra la figura de uno y otro pueblo
creyente. Lucas, por su parte, vemos que hace referencia a
uno solo porque el mismo Lucas, que escribe refiriéndose
a la ley, muestra la figura de un único pueblo, a saber, la del
que vivía bajo la ley y que, rotas las cadenas de la ley y los
grilletes de la doctrina, de los que Salomón dice: La doctri-
na son grilletes en los pies de los necios y como cadenas en
20
su mano derecha , era arrastrado por los demonios al de-
sierto del error. Así pues, estos dos endemoniados de los
que habla Mateo fueron liberados al mismo tiempo por la
gracia del Señor, puesto que los que creen en Cristo de uno
y de otro pueblo han sido salvados y se salvan cada día; a
El la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

17. Aquí Cromacio confunde 18. Cf. L e 8, 26-39.


Mateo con Marcos porque, en rea- 19. L e 8, 29.
lidad, Marcos (5,1-10) como Lucas, 20. Si 21, 22.
sólo habla de un endemoniado.
TRATADO 44
(Mt 9, 1-8)

E L PARALÍTICO RECIBE EL PERDÓN DE SUS PECADOS

1. A continuación prosigue el relato: Y subiendo a una


barca, atravesó el mar y llegó a su ciudad. Y he aquí que le
condujeron un paralítico que yacía en una camilla. Enton-
ces, viendo Jesús la fe de estos, dijo al paralítico: «Sábete,
hijo, que tus pecados están perdonados». Pero algunos entre
los escribas dijeron para sí: «Este blasfema». Y como viera
Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué pensáis maldades
en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: "tus pecados
están perdonados", o decir: "levántate y anda"?» K Y lo que
sigue. Así pues cuando regresa de tierra de gerasenos y llega
a su ciudad, conducen ante el Señor un paralítico postrado
en una camilla, al que cura en atención a la fe de aquellos
que se lo presentan. Le dice, en efecto: Animo, hijo, tus pe-
cados están perdonados. En la curación de este paralítico
muestra nuestro Señor y Salvador que es Dios, al conferir
la salud y perdonar los pecados. A este paralítico no le de-
vuelve simplemente la salud corporal, sino que además le
dice: Tus pecados están perdonados. Como algunos de los
escribas que lo habían escuchado murmuraban para sí di-
2
ciendo: ¿ Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios? .

1. Mt 9, 1-5. 2. Me 2, 7; L e 5, 21.
290 Cromacio de Aquileya

Entonces el Señor, para denunciar su falta de fe, muestra el


poder de su naturaleza divina, por la que conocía los se-
cretos de los corazones, diciéndoles: ¿Por qué pensáis mal-
dades en vuestros corazones? Ciertamente los incrédulos es-
cribas deberían haber compredido por esto que nadie puede
ver los pensamientos ocultos de los corazones más que aquel
que ya había hablado a Samuel tiempo atrás: Dios no mira-
rá como el hombre. Porque el hombre ve la apariencia, Dios,
21
sin embargo, ve el corazón ; aquel de quien está escrito en
el salmo: Dios escruta los corazones y las entrañas*; aquel de
quien Isaías da testimonio diciendo: por la inmensa majes-
5
tad y dignidad de tu poder, nada se te oculta ; y del que Je-
remías afirma: Señor, que apruebas lo justo, que conoces las
6
entrañas y los corazones . Por esta razón, el Señor, para mos-
trar que El era de quien se habían escrito todas estas cosas,
declara así en el Apocalipsis: Y sabrán todas las iglesias que
7
yo soy el que escruto las entrañas y los corazones . Así pues,
ya que a partir de lo que el Señor había dicho al paralítico:
Tus pecados están perdonados, los infieles escribas juzgan
que el Señor ha blasfemado y dicen: ¿ Quién puede perdo-
nar los pecados sino sólo Dios?; quiso el Señor mostrarles,
para atajar su falta de fe, lo que es aún más maravilloso di-
ciendo: ¿Por qué pensáis maldades en vuestros corazones?
Para presentar así con evidencia el poder de su naturaleza
divina, no sólo perdonando los pecados, sino también dando
a conocer los secretos de los corazones; porque conocer los
pensamientos ocultos es propio y característico sólo de
Dios.
2. Mas, a fin de refutar más plenamente a los incrédu-
los e impíos escribas, el Señor dice al paralítico: Levánta-

3. 1 S 16, 7. 6. J r 11, 20.


4. Sal 7, 10. 7. A p 2, 23.
5. Is 40, 26.
Tratado 44, 1-3 291

te, coge tu camilla y vete a tu casa. Se levantó, añade, y se


s
fue a su casa , de tal manera que nadie pudiera dudar ya
de que había perdonado los pecados al paralítico pues, con
una palabra de su poder divino, le ordenó caminar lleván-
dose su camilla. Por tanto la falta de fe de los escribas, al
oponerse al Señor, ofreció un testimonio de la verdad; y al
negarlo confiesa que el Hijo de Dios es Dios. Dicen, en
9
efecto: ¿ Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios? .
Y por esto, el Señor, para mostrar que le había perdonado
los pecados al paralítico, ofrece además, mediante el resta-
blecimiento de la salud corporal, un signo de su poder di-
vino; para que los impíos escribas, convencidos al menos
por este signo, creyeran que se le habían perdonado los pe-
cados al paralítico y reconocieran aquello que negaban: que
Cristo era Señor y Dios. Y ciertamente los escribas, aun-
que no reconocieran al Hijo de Dios, sin embargo no ig-
noran que el que puede perdonar los pecados es Dios. Por
esto debemos notar de qué impiedad es culpable el hereje,
que confiesa que el Hijo de Dios perdona ciertamente los
pecados, pero se atreve a negar que sea Dios, cuando aún
los mismos que lo niegan reconocen que el que perdona
los pecados es Dios.
3. Dice pues el Señor al paralítico: Levántate, coge tu
camilla y vete a tu casa. Se levantó y se fue a su casa. En
esto descubrimos parcialmente realizado lo que Isaías había
anunciado que sucedería en la venida del Señor: Robuste-
ceos manos débiles y rodillas vacilantes. No temáis: he aquí
que nuestro Dios juzgará. El mismo vendrá y nos salvará™.
De esto también David dio testimonio en el salmo: La voz
del Señor con poder, la voz del Señor con esplendor, la voz
11
del Señor que derriba los cedros . Esta voz del Señor se da

8. Mt 9, 6-7. 10. Is 35, 3-4.


9. Me 2, 7; L e 5, 21. 11. Sal 28, 4-5.
292 Cromacio de Aquileya

a conocer ciertamente con poder y esplendor, porque, al de-


volver el débil cuerpo del paralítico a la salud primigenia,
derribó los cedros, es decir, a los escribas y fariseos que, en-
cumbrados por la soberbia de su corazón, son abatidos por
este signo del poder del Señor.
4. Mas como estos mismos prodigios del Señor contie-
nen en sí un sentido espiritual, debemos tener presente lo
que representa la figura del paralítico. Vemos en efecto que
en él está presagiada la figura del pueblo de los gentiles que,
debilitado en su espíritu por graves pecados, como atado
por una enfermedad incurable, yacía en los cuatro extremos
12
de este mundo como en un lecho . Buscando la salud de
este paralítico, (es decir del pueblo de los gentiles, o tam-
bién de Adán, que reconocemos como el origen del género
humano), tras ser reprobada la falta de fe de Israel, los án-
geles y todos los santos se presentaron suplicantes ante Dios
y, de los cuatro extremos de la tierra, como si fueran los de
la camilla, llevan hasta nuestro Señor y Salvador al que ha
de ser sanado. A la vista de su fe, el Señor, que había veni-
do para salvar al género humano, se dignó conceder en
abundancia la salud celestial a Adán, o al pueblo de todos
los gentiles. Así, también en lo que se le dijo al paralítico:
13
Tus pecados están perdonados , se manifestó cómo el pue-
blo gentil, que padecía a causa de la grave enfermedad de
sus pecados, gracias al perdón que se le concedería por
medio de la medicina del cielo, alcanzaría, en el cuerpo y
en el alma, la plena y perfecta salud que es la salvación eter-
14
na . N o es extraño que, una vez que se le ha devuelto la
salud tras haberle perdonado sus pecados, se le diga a éste:
15
Vuelve a tu casa , esto es, la casa del paraíso, de la que

12. Cf. H I L A R I O , In Mt VIII, 14. Cf. H I L A R I O , In Mt VIII,


5 (PL 9, 960B-C). 7 ( P L 9, 961B).
13. Mt 9, 2. 15. Mt 9, 6.
Tratado 44, 3-5 293

Adán tiempo atrás había sido expulsado, erigiéndose como


origen de este [estado] de debilidad.
5. Y continúa: Al ver esto, las muchedumbres temieron
y glorificaban a Dios, que ha dado un poder semejante a los
16
hombres . En efecto, es glorificado Dios, quien por una
parte entregó a sus apóstoles el poder de perdonar los pe-
cados y por otra concedió a los hombres una gracia tan
grande que, tras el perdón de los pecados en mérito a la fe
y la justicia, alcancen la capacidad de regresar al paraíso mer-
ced al poder y la gracia de nuestro Señor y Salvador, que es
Dios bendito por los siglos. Amén.

16. Mt 9, 8.
TRATADO 45
(Mt 9, 9-13)

LA VOCACIÓN DE MATEO

1. A continuación prosigue: Y cuando se marchaba de


allí, vio Jesús a Mateo, que estaba sentado en la oficina de
recaudador, \y le dice: «Sigúeme». El se levantó y lo siguió.
Y sucedió que, estando él a la mesa en su casa, he aquí que
muchos publícanos y pecadores se sentaban a la mesa con
Jesús y con sus discípulos. Al verlo, los fariseos decían a los
discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publica-
nos y pecadores?». Más él, al oírlo, dijo: «No necesitan médi-
co los sanos, sino los que padecen un mal. Id y aprended qué
significa: misericordia quiero más que sacrificios. Porque] no
1
he venido a llamar a los justos sino a los pecadores» . El
Señor, que iba a conceder la salvación a todos los pecadores
que creyeran en él, se digna elegir a Mateo, que era publi-
cano, en primer lugar y por voluntad propia. En esto se an-
ticipó el don de su condescendencia y el ejemplo de nuestra
salvación, para que conociéramos que cada uno de los peca-
dores es digno de ser elegido por Dios y puede alcanzar la
gracia de la salvación eterna, si no le falta espíritu religioso
y corazón devoto. En definitiva, Dios elige voluntariamente
a Mateo que, aunque estuviera atado por la administración

1. Mt 9, 9-13.
Tratado 45, 1-2 295

de lo secular y las necesidades del mundo, sin embargo, por


la religiosa devoción de su corazón, merece ser llamado por
el Señor: Sigúeme; y le llama aquel que conoce, por el poder
de su naturaleza divina, lo oculto del porazón. Por lo que
sigue a continuación, conocemos que Mateo no fue elegido
en virtud de una acepción de personas-rpor parte del Señor,
2
sino en mérito a su fe y devoción . Tan pronto como el Señor
le dice: Sigúeme, no se entretiene ni se retrasa, sino que, in-
1
mediatamente, levantándose lo siguió . Más arriba, los escri-
bas y los doctores de la ley ante lo admirable de un prodi-
gio tan grande, no sólo no creyeron, sino que además
acusaban al Señor por esta misma obra como reo de blasfe-
mia, diciendo: Éste blasfema*. Mateo, sin embargo, escu-
chando simplemente la voz del Señor, inmediatamente lo si-
guió. En esto demostró que era fiel a Dios e hijo de
Abraham, siguiendo la voz del Señor de modo similar. Al
punto, según el ejemplo de Abraham, acogió al Señor con
hospitalidad y ofreció un banquete, para darse a conocer por
todo esto con justicia como digno hijo de Abraham.
2. Por tanto, una vez comprobada la fe de Mateo, que
había sido publicano, con razón se sentaron ya a la mesa
los pecadores y los publícanos en el banquete con el Señor.
Así efectivamente sigue el relato: Y sucedió que, estando él
a la mesa en su casa, he aquí que muchos publícanos y pe-
cadores se sentaban a la mesa con Jesús y con sus discípu-
5
los . Mas a los fariseos, que lo veían con malos ojos y se
preguntaban por qué el Señor comía con publícanos, les
dice: No necesitan médico los sanos, sino los que padecen un
6
mal . En esto muestra que El es el médico verdadero y ce-
leste, que había venido a sanar las heridas del género hu-

2. Cf. Ef 6, 9; C o l 3, 25. 5. Mt 9, 10.


3. Mt 9, 9. 6. Mt 9, 12.
4. Mt 9, 3.
296 Cromacio de Aquileya

mano, y denuncia la falta de fe de los escribas que, aunque


yacían en la grave enfermedad del pecado, hinchados por la
soberbia de su corazón, se consideraban sanos; no recorda-
ban el dicho de Salomón: ¿ Quién se gloriará de tener un co-
7
razón casto o de estar limpio de pecado? , o lo que dice el
bienaventurado Job: ¿Quién estará limpio de mancha, ni
aunque su vida haya durado un solo día?*. A causa de esto
no quisieron ni recibir ni reconocer al autor de la medici-
na celestial, del que David había testimoniado, entre otras
cosas: Que se vuelve propicio a tus pecados, que cura todas
9
tus enfermedades . El Espíritu Santo, también por boca de
Salomón, exhorta a honrar a este médico, al decir: Honra
10
al médico antes del día de la necesidad . Y aunque Salo-
món mandó honrar a este médico antes del día de la nece-
sidad, los incrédulos escribas y fariseos, ni siquiera en el
presente momento, aunque veían signos tan magníficos, qui-
sieron honrar o reconocer al dispensador de la medicina ce-
leste, por lo que tampoco merecieron recibir el remedio de
la salvación. Y por eso, el Señor dice: No necesitan médico
los sanos, sino los que padecen un mal, mostrando que no
merecían conseguir la salud celestial los que, considerándo-
se sanos (esto es, justos), habían rechazado la medicina del
Señor; sino aquellos que, conociendo su enfermedad (esto
es, los propios pecados) y creyendo con fe plena, buscaban
el remedio de la gracia del cielo.
3. Conociendo el santo Jeremías que el pueblo judío no
desearía a este médico, le advirtió con antelación, echándo-
le en cara su infidelidad: ¿Acaso no hay resina en Galaad o
no hay un médico allí? ¿Por qué motivo no llega la salud a
n
mi pueblo? . Al decir esto increpa al pueblo que, herido

7. Pr 20, 9. 10. Si 38, 1.


8. J b 15, 14. 11. J r 8, 22.
9. Sal 102, 3.
Tratado 45, 2-4 297

por los pecados, despreció al autor de la medicina del cielo


y no quiso recibir el remedio de la salvación. Mas, ya que
sabemos que para una medicina -incluso celeste- son nece-
sarias muchas sustancias, hay que preguntarse por qué para
la salud de todo el pueblo hizo mención solamente de la re-
sina: ¿Acaso no hay resina en Galaad o no hay un médico
allí? ¿Por qué motivo no llega la salud a mi pueblo? Por
tanto, hay que tener en cuenta qué clase de resina es ésta
que es la única que puede proporcionar la salud al pueblo,
y basta ella sola. Sabemos, según lo que sucede en la natu-
raleza, que la resina no procede sino de la madera. Y según
esta consideración vemos claramente que en ella se repre-
senta la medicina de la cruz, por la que verdaderamente se
le ha dado la salud de la salvación eterna al género huma-
12
no . Puesto que el pueblo judío no quiso recibir la medi-
cina de esta resina, permaneció en la enfermedad perpetua
del pecado. Por eso el Señor le reprochó, por medio del
profeta: ¿Acaso no hay resina en Galaad o no hay un mé-
dico allí? ¿Por qué motivo no llega la salud a mi pueblo?;
porque aquel médico que bajó del cielo sanó las heridas del
género humano con la medicina de su cruz. En fin, la pro-
fecía anunció que esta resina se encontraba en Galaad, esto
es: en tierra de Judea, ya que allí el Señor tomó la cruz re-
dentora para la salvación del mundo.
4. Por ello el Señor les recriminó, diciendo: Id y apren-
13
ded qué significa: misericordia quiero más que sacrificios .
Los escribas y fariseos pensaban que los sacrificios de la ley
podían borrar todos sus pecados. Y por esto, el Señor pone
por delante la misericordia al sacrificio, para mostrar clara-
mente que las faltas de los pecadores se podían expiar, no
por los sacrificios de la ley, sino por las obras de miseri-

12. Cf. CROMACIO, S. X X X I , 13. Mt 9, 13 ( O s 6, 6).


63-67 ( C C L 9A, 140).
298 Cromacio de Aquileya

cordia. Más adelante, en otro lugar, el Señor afirmó lo


mismo cuando les reprochaba a los fariseos: Más bien dad
14
limosna y todas las cosas serán puras para vosotros . Es lo
que les dice: Aprended qué significa: misericordia quiero más
que sacrificios. Y a continuación añade: En efecto, no he ve-
15
nido a llamar a los justos sino a los pecadores . ¿Acaso el
Señor, que había venido para transformar en justos a los pe-
cadores, podía rechazar a los justos? No, ciertamente, sino
que aquí habla en contra de los fariseos y los escribas que,
despreciando el ejercicio de la misericordia o, más aún, al
autor de la misma misericordia, en tal grado se considera-
ban justos (porque observaban ciertas cargas de la ley no
necesarias y ofrecían sacrificios de animales) que rechaza-
ban al Señor mismo, autor de la justicia celestial. Al recha-
zar su justicia fingida y falsa, con toda razón el Señor llamó
a la gracia a los pecadores que creían en Él.
5. Según la interpretación alegórica o mística la casa de
Mateo significa su corazón, en el que entró Cristo gracias
a su fe; en él sabemos que se sentó verdaderamente a la mesa
porque este mismo Mateo mereció ser el redactor de este
evangelio, en el que ofrece el banquete celeste de los pro-
digios y del poder del Señor, no sólo al Señor y sus discí-
pulos, sino a todos los creyentes que, habiendo sido publí-
canos y pecadores, llegaron al conocimiento de Cristo y
16
merecieron ser asociados a tan magnífico banquete . Sin
duda que también la casa de Mateo puede interpretarse
como la Iglesia, que ha sido formada con publícanos y pe-
cadores; en ella el mismo Mateo ofrece el banquete de su fe
y de su predicación a todos los creyentes, y en ella el Señor
se sienta a la mesa con sus discípulos, Él que es bendito por
los siglos de los siglos. Amén.

14. L e 11, 41. 16. Cf. H I L A R I O , In Mt IX, 2


15. Mt 9, 13. (PL 9, 962B-C).
TRATADO 46
(Mt 9, 14-17)

LO VIEJO Y L O N U E V O

1. Después continúa así: Entonces se le acercaron los dis-


cípulos de Juan diciéndole: «¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos [y por el contrario tus discípulos no ayunan?». Jesús
les dijo: «¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tris-
tes mientras el esposo está con ellos? Vendrán días en los que
les será arrebatado el esposó] y entonces ayunarán en aque-
1
llos días» . Los discípulos de Juan habían seguido cierta-
mente a un buen maestro, que fue el precursor y preparó la
vía del Señor, mas como desconocían el misterio de la en-
carnación del Señor, no podían saber por qué no convenía
que los apóstoles ayunasen. La costumbre de ayunar es, cier-
tamente, fervorosa, pero no puede aprovechar al hombre
para la salvación sin el conocimiento de la verdad, es decir:
sin la fe en el nombre de Cristo. Por tanto, los discípulos de
Juan o los fariseos no sólo ayunaban corporalmente sino
también espiritualmente, desconocedores del pan celeste que
había venido para saciar los corazones de los creyentes. Ade-
más, esta pregunta suya fue más propia de la vanidad que de
la fe: ¿Por qué nosotros ayunamos frecuentemente y también
2
los fariseos y, por el contrario, tus discípulos no ayunan? .

1. Mt 9, 14-15. 2. Mt 9, 14.
300 Cromacio de Aquileya

2. El Señor, sin embargo, bien para embotar su vanidad,


bien para instruir su ignorancia, responde diciéndoles que los
amigos del esposo no pueden ayunar mientras el esposo está
3
con ellos . En esto no sólo mostró la razón evidente de por
qué no convenía a sus discípulos ayunar en aquel momento,
sino que también declaró que era el esposo de la Iglesia.
Podemos comprender el sentido de esta realidad a par-
tir del ejemplo de una comparación con las cosas terrenas.
Sabemos, en efecto, que, durante los solemnes días de las
nupcias, en los que el esposo se casa con la esposa, aque-
llos que asisten para desearles lo mejor, no pueden ayunar.
Por eso el Señor mostró que no era conveniente que los
amigos del esposo, esto es, los apóstoles, ayunasen en aquel
momento en que el Señor, el esposo, tomando un cuerpo
humano, había unido a sí a la Iglesia, la esposa. Este es el
esposo celestial y eterno de la Iglesia que tiempo atrás, ha-
blando a la misma Iglesia, dijo, como declara el profeta: Y
te desposaré en verdad, en justicia y en misericordia, y co-
nocerás que yo soy el Señor*. Sobre esto también David pre-
dijo en el salmo: Y él, como el esposo que sale de su tála-
5
mo . Y asimismo dice Isaías: Como se alegra el esposo con
6
su esposa, así se alegrará el Señor contigo . En el Cantar se
hace frecuentemente mención de este esposo y de su espo-
sa, cuando se ponen en boca del Señor las palabras: Entré
en mi huerto, hermana mía, esposa mía, paloma mía, per-
7
fecta mía . Por eso Juan reconoció con acierto que éste era
el esposo que había venido a desposar consigo a la Iglesia,
como se declara en el Evangelio: Quien tiene a la esposa es
el esposo. Mas el amigo del esposo que está presente y lo oye,
8
goza con alegría por la voz del esposo . Acerca de esto re-

3. Cf. M t 9, 15. 6. Is 62, 5.


4. O s 2, 19-20. 7. C t 5, 1.
5. Sal 18, 6. 8. J n 3, 29.
Tratado 46, 2-3 301

fiere también Juan en el Apocalipsis: Y vi la nueva Jerusa-


lén que descendía del cielo, como una esposa y engalanada
9
para su marido .
Por eso también en aquello que dice el Señor: Vendrán
días en los que les será arrebatado el esposo y entonces ayu-
10
narán, en aquellos días , mostró claramente que no conve-
nía que sus discípulos ayunasen mas que después del mis-
terio de su resurrección, ya que el mismo Señor, habiéndose
alzado de los infiernos y tomando como esposa la carne, en
la que está su cuerpo, que es la Iglesia como afirma el Após-
11
tol , regresó al cielo. Esto lo vemos cumplido en los He-
12
chos de los Apóstoles . Después de la ascensión del Señor
a los cielos y el envío del Espíritu Santo en el quincuagési-
mo día, inmediatamente los apóstoles y todos los creyentes
comenzaron a servirse de los ayunos y las oraciones, no
según la caducidad de la letra, como los escribas y fariseos,
sino según la novedad de la gracia espiritual y la tradición
evangélica.
3. Y sigue con razón: Nadie cose un trozo de paño sin
curtir a un vestido viejo, porque tira del vestido con su fuer-
za y se produce un desgarrón peor. Tampoco echan vino
nuevo en odres viejos; de lo contrario se rompen los odres y
se derrama el vino, sino que echan el vino nuevo en odres
13
nuevos y uno y otro se conservan . Que un trozo de paño
sin curtir no le puede ir bien a un vestido viejo, es cosa
clara. Con esta imagen el Señor habla contra aquellos que,
al gloriarse en la antigüedad de la ley, no quisieron ser re-
novados por la pasión del Señor. En efecto, en el paño sin
curtir se descubre significada la congregación del pueblo
evangélico que, renovada por la fe en Cristo y por la gra-

9.Ap 2 1 , 2. V I R A , In Ct I, 2 0 ( C C L 69, 176).


10. Mt 9 , 1 5 . 12. Cf. H c h 1 - 2 .
1 1 . Cf. Col 1 , 2 4 ; G . D E E L - 13. Mt 9 , 1 6 - 1 7 .
302 Cromacio de Aquileya

cia del bautismo, ha sido tejida por obra del Espíritu Santo.
En el vestido viejo, sin embargo, vemos representado al pue-
blo de la Sinagoga que, corrompida por la antigüedad de su
pecado, se ha estropeado como un vestido viejo. Esto mismo
lo muestra el Señor claramente por medio de Isaías, cuan-
do acusa al pueblo de la Sinagoga de esta manera: Todos vo-
sotros, como un vestido, envejeceréis y os devorará la poli-
14
lla . Así pues, a este vestido viejo, esto es, la Sinagoga, que
permanecía en la caducidad de la letra y se había corrom-
pido en la caducidad del pecado, no convenía unir un trozo
de paño sin curtir, es decir, la congregación del pueblo
nuevo. No podían estar de acuerdo la fe de la Iglesia y la
perfidia de la Sinagoga.
4. Y por esto añadió: tira con su fuerza del vestido y se
iS
produce un desgarrón peor . Sin duda, si un paño sin curtir
se cose a un vestido viejo, provoca un desgarrón mayor, al
privarlo de su fuerza. El ejemplo quiere decir que el pueblo
de la Iglesia, renovado por la gracia de Cristo y por el Es-
píritu Santo, no debía observar la circuncisión o los sábados
o las diversas cargas de la ley según la letra antigua siguien-
do la tradición judía, para que no se produjera un desgarrón
peor, es decir para que no naciera un escándalo considerable
para la fe, no sólo entre aquellos creyentes que procedían de
los gentiles, sino también en los que habían creído prove-
nientes de la Sinagoga. Además, según lo que leemos en los
Hechos de los Apóstoles, como algunos de los judíos que
habían creído quisieron sobrecargar a aquellos que venían de
entre los gentiles con las superfluas cargas de la ley y sur-
gió una discrepancia no pequeña, los apóstoles, movidos por
el Espíritu Santo, acordaron que no había que poner estas
16
cargas de la ley sobre el cuello de los creyentes . Es esto

14. Is 50, 9. 16. Cf. Hch 15.


15. Mt 9, 16.
Tratado 46, 3-5 303

precisamente lo que dice el Señor: Nadie cose un trozo de


paño sin curtir a un vestido viejo, porque tira del vestido con
su fuerza y se produce un desgarrón peor. Así, no en vano,
al exhortar antaño el Espíritu Santo al pueblo por boca de
Isaías a acoger la novedad de esta ley evangélica y de la gra-
cia que había de venir, predijo: No os acordéis de las cosas
pasadas, ni penséis en las antiguas; he aquí que hago nuevas
las que van a nacer ahora y lo reconoceréis, haré en el de-
17
sierto un camino y ríos en la tierra sedienta . Y en otro lugar:
He aquí que hago cosas nuevas que anunciaré y tras haber-
las anunciado, se os habrán hecho evidentes™. También: De-
jaos renovar por mí, islas, vuestros príncipes exultarán con
19
fuerza . Y así, el Señor, por medio de Jeremías, dice: Reno-
10
vad vuestros barbechos y no sembréis entre las espinas . Con
razón también el Apóstol dice: Han pasado las cosas anti-
11
guas, todas las cosas han sido hechas nuevas .
5. Añadió además el Señor un ejemplo similar a propó-
sito de los odres, y dijo: Tampoco echan vino nuevo en odres
viejos, de lo contrario se rompen los odres y se derrama el
vino, sino que echan el vino nuevo en odres nuevos y uno y
21
otro se conservan . Es claro, según lo dicho por el Señor,
que si se mete vino nuevo en odres viejos, se echan a per-
der uno y otro, ya que, debido a su antigüedad, los odres
viejos no pueden contener el ardor del vino nuevo. En esta
comparación presenta a los hombres sin fe, que viven según
el modo de vida ya pasado, como odres viejos. Mientras que
el vino nuevo significa la gracia nueva del Espíritu Santo; por
eso, cuando los apóstoles estaban llenos del Espíritu Santo
23
decían de ellos que se encontraban ebrios por el mosto . Por

17. Is 43, 18-19. 21. 2 C o 5, 17.


18. Is 42, 9. 22. Mt 9, 17.
19. Is 41, 1. 23. Cf. H c h 2, 13.
20. Jr 4, 3.
304 Cromacio de Aquileya

tanto, en lo que dice el Señor: Tampoco echan vino nuevo


en odres viejos, de lo contrario se rompen los odres y se de-
rrama el vino, muestra claramente que aquellos que perma-
necen en su modo de actuar pasado, incrédulos y faltos de
fe, no pueden alcanzar esta gracia nueva del Espíritu Santo.
Esto lo vemos cumplido de manera especial en los judíos
que, al vivir de acuerdo a la vieja letra y según el antiguo
pecado, no pudieron recibir la gracia del nuevo nacimiento
y el don del Espíritu Santo. Por otro lado, en los odres nue-
vos en los que dice que se ha de echar el vino nuevo para
que se conserven uno y otro, muestra a los hombres que
creen; éstos, renovados por el nacimiento del cielo y la gra-
cia de Cristo, acogiendo en sí el vino nuevo, esto es, el don
del Espíritu Santo, conservan íntegra e inviolada la fe que les
ha sido transmitida.
6. Así pues, ya que los discípulos de Juan Bautista se-
guían más el ejemplo de los fariseos que el de sus discípu-
los, el Señor se vio obligado a señalar esto, para mostrar a
los discípulos de Juan que no había de seguirse el ejemplo
de los fariseos, que permanecían como vestido u odres vie-
jos con el corazón corrompido, sino más bien el de sus dis-
cípulos. Y así, de igual manera, también ellos, renovados por
la gracia del Señor, convertidos en odres nuevos, fueran con-
siderados dignos del don del Espíritu Santo y, creyendo gra-
cias a éste en el Hijo de Dios, reconocieran también el mo-
tivo del verdadero ayuno y a los amigos del esposo, y al
esposo de la Iglesia: Cristo, el Señor, que es bendito por los
siglos de los siglos. Amén.
TRATADO 47
(Mt 9, 18-26)

LA HEMORROÍSA Y LA HIJA DE JAIRO

1. A continuación prosigue: Cuando les estaba diciendo


estas cosas, se le acercó uno de los principales y se postró [di-
ciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impon tu mano
sobre ella y vivirá».'] Entonces, levantándose Jesús, lo siguió
con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de
sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y le tocó
1
el vestido . Y todo lo que sigue. Cuando Jairo, principal de
la sinagoga, le rogó al Señor que acudiese para reanimar a
su hija, que acababa de fallecer, éste no se demoró, sino que,
al momento, se levantó y le siguió. Con su ejemplo nos en-
señó que hemos de ser diligentes en toda obra de Dios.
Mas cuando el Señor se encaminaba a reavivar a la niña
muerta, en esto, dice, una mujer que padecía flujo de san-
gre desde hacía doce años se acercó por detrás y le tocó el
vestido diciéndose: «Si toco su vestido, me salvaré». El se vol-
vió y, al verla, le dijo: «¡Animo, hija!, tu fe te ha salvado».
1
Y la mujer quedó sana desde ese momento . ¡Cuan feliz esta
mujer que creyó con fe tan perfecta en el Hijo de Dios! En
efecto, no se acercó por delante sino por detrás. Ni se abra-
zó a los pies del Señor: se juzgaba indigna; ni siquiera quiso

1. Mt 9, 18-20. 2. M t 9, 20-22.
304 Cromacio de Aquileya

tanto, en lo que dice el Señor: Tampoco echan vino nuevo


en odres viejos, de lo contrario se rompen los odres y se de-
rrama el vino, muestra claramente que aquellos que perma-
necen en su modo de actuar pasado, incrédulos y faltos de
fe, no pueden alcanzar esta gracia nueva del Espíritu Santo.
Esto lo vemos cumplido de manera especial en los judíos
que, al vivir de acuerdo a la vieja letra y según el antiguo
pecado, no pudieron recibir la gracia del nuevo nacimiento
y el don del Espíritu Santo. Por otro lado, en los odres nue-
vos en los que dice que se ha de echar el vino nuevo para
que se conserven uno y otro, muestra a los hombres que
creen; éstos, renovados por el nacimiento del cielo y la gra-
cia de Cristo, acogiendo en sí el vino nuevo, esto es, el don
del Espíritu Santo, conservan íntegra e inviolada la fe que les
ha sido transmitida.
6. Así pues, ya que los discípulos de Juan Bautista se-
guían más el ejemplo de los fariseos que el de sus discípu-
los, el Señor se vio obligado a señalar esto, para mostrar a
los discípulos de Juan que no había de seguirse el ejemplo
de los fariseos, que permanecían como vestido u odres vie-
jos con el corazón corrompido, sino más bien el de sus dis-
cípulos. Y así, de igual manera, también ellos, renovados por
la gracia del Señor, convertidos en odres nuevos, fueran con-
siderados dignos del don del Espíritu Santo y, creyendo gra-
cias a éste en el Hijo de Dios, reconocieran también el mo-
tivo del verdadero ayuno y a los amigos del esposo, y al
esposo de la Iglesia: Cristo, el Señor, que es bendito por los
siglos de los siglos. Amén.
TRATADO 47
(Mt 9, 18-26)

LA HEMORROfSA Y LA HIJA D E J A I R O

1. A continuación prosigue: Cuando les estaba diciendo


estas cosas, se le acercó uno de los principales y se postró [di-
ciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impon tu mano
sobre ella y vivirá».] Entonces, levantándose Jesús, lo siguió
con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de
sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y le tocó
1
el vestido . Y todo lo que sigue. Cuando Jairo, principal de
la sinagoga, le rogó al Señor que acudiese para reanimar a
su hija, que acababa de fallecer, éste no se demoró, sino que,
al momento, se levantó y le siguió. Con su ejemplo nos en-
señó que hemos de ser diligentes en toda obra de Dios.
Mas cuando el Señor se encaminaba a reavivar a la niña
muerta, en esto, dice, una mujer que padecía flujo de san-
gre desde hacía doce años se acercó por detrás y le tocó el
vestido diciéndose: «Si toco su vestido, me salvaré». Él se vol-
vió y, al verla, le dijo: «¡Animo, hija!, tu fe te ha salvado».
2
Y la mujer quedó sana desde ese momento . ¡Cuan feliz esta
mujer que creyó con fe tan perfecta en el Hijo de Dios! En
efecto, no se acercó por delante sino por detrás. Ni se abra-
zó a los pies del Señor: se juzgaba indigna; ni siquiera quiso

1. M t 9, 18-20. 2. Mt 9, 20-22.
306 Cromacio de Aquileya

tocar la parte más noble del vestido, sino simplemente la


3 4
orla , como refiere Lucas . Creía que bastaría para propor-
cionarle la salud si consiguiese tocar al menos la orla del
vestido del Señor, sabiendo que El era aquel del cual el Es-
píritu Santo había anunciado tiempo atrás por boca del pro-
feta Zacarías: Esto dice el Señor omnipotente: En aquellos
días, diez hombres asirán la orla del vestido de un judío, di-
ciendo: Iremos contigo, porque escuchamos que Dios está con
5
vosotros . Esto, aunque se pueda aplicar a cualquier hom-
bre santo, sin embargo vemos que se refiere principalmen-
te al Señor quien, procedente del linaje de los judíos, asu-
mió un cuerpo por nuestra salvación, porque la salvación,
6
dice, viene de los judíos . Hombres de todas las lenguas asie-
ron, gracias al obsequio de la fe, la orla de su vestido, esto
es, su venida en la humildad de la carne. La orla es, en efec-
to, la última parte de la túnica. En esta señal se pone de ma-
nifiesto el tiempo último en el que el Hijo de Dios, tomando
sobre sí un cuerpo humano, se dignó venir para la salvación
del mundo.
2. Así pues, esta mujer tan santa que, aunque había gas-
7
tado todo su dinero, como cuenta Lucas , no había podido
ser curada por ningún médico, al saber que había venido el
Salvador del género humano y que era el autor de la medi-
cina celeste, se acercó por detrás y, para obtener la salud,
tocó la orla del vestido del Señor. Pero la mujer tocó la orla
del vestido del Señor no sólo con el tacto corporal, sino
también con la fe. Entonces, como testimonia el evangelis-
ta Lucas, leemos que tras el roce de la mujer el Señor dijo:

3. Cf. AMBROSIO, In Le V I , 5 8 7 . Cf. Le 8, 4 3 . El pasaje de


(CCL 14, 194). Lucas al que Cromacio se refiere, se
4. Cf. L e 8, 4 4 . retiene, desde el punto de vista de
5. Za 8, 2 3 . la crítica textual, como un añadido
6. Jn 4, 22. a Le por influencia de Me 5 , 2 6 .
Tratado 47, 1-2 307

¿Quién es el que me ha tocado? Pues me he dado cuenta de


que una fuerza ha salido de mí*. El poder del Señor está
siempre preparado para sanar, a condición de que no falte
la fe de los creyentes. Así, ya que esta mujer creía con todo
el corazón, tocó al Señor no sólo con el tacto corporal sino
también con la fe, y por esto consiguió al momento la salud
9
que buscaba . Le fue dicho, en efecto: ¡Ánimo, hija!, tu fe
10
te ha salvado . ¡Qué grande es la fuerza del poder divino!
Con sólo el roce del vestido se corta el flujo de sangre des-
pués de doce años; la fe de la mujer es recompensada; se le
restituye la plena salud corporal. La ley había indicado, es
cierto, los sacrificios precisos que habían de ser ofrecidos
11
por aquellas que padecían flujo de sangre . Pero esta mujer
no había podido ser curada por ningún medio: ni por los
médicos del mundo, ni por los sacrificios de la ley, que no
podían proporcionar una medicina eficaz a los que sufrían
por esta enfermedad, mas mostraban el misterio de la ver-
dad que había de venir. Por esto, la mujer, al reconocer al
Señor de la ley y autor de la medicina celeste, creyendo al
punto con toda la virtud de la fe, fue por detrás y le toca
la orla del vestido. Había encontrado por fin al médico ver-
dadero que venía del cielo, sabía que sólo El podía curar su
enfermedad. De El había dicho Salomón: No los curaba el
12
emplasto, sino tu palabra, Señor, que todo lo sana . A este
médico bueno, que daba largamente la salud a todos con su
palabra, esta mujer le entregó no su dinero, que había gas-
tado en médicos, sino solamente el pago de su fe. En efec-
to, este médico nos pide solamente este pago para darnos
su gracia con generosidad. Este ejemplo nos enseña que no
podemos ser liberados ni de la enfermedad corporal ni de

8. Le 8, 45-46. 10. Mt 9, 22.


9. Cf. AMBROSIO, Ibid. VI, 57 11. Cf. L v 15, 29-30.
( C C L 14, 194). 12. Sb 16, 12.
308 Cromacio de Aquileya

la que producen los pecados si no creemos en el Señor con


todo el corazón y el ánimo perfectamente dispuesto.
3. Así pues, tras devolver la salud a la mujer que pade-
cía el flujo de sangre, llegó, dice, a la casa del principal, que
le había rogado reavivase a su hija. Y viendo a las plañide-
ras y a la gente alborotada, decía: «Marchaos de aquí. La
niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de
El. Cuando se hubo echado a la gente, se acercó, le cogió la
15
mano y la niña se levantó . Esta noticia se difundió por toda
H
aquella región . También en este signo del poder divino por
el que, sujetando la mano de la niña, hizo volver el alma al
15
cuerpo diciendo: Levántate niña , vemos cumplido lo que
David declaró: La diestra del Señor se manifiesta con
16
poder . Y también: La voz del Señor con poder, la voz del
17
Señor con esplendor . Y en otro lugar: Lanzará su voz, su
1
voz poderosa *; se trata sin duda de esta voz poderosa por
la que reanimó a la niña muerta, por la que también llamó
19
a Lázaro del sepulcro diciendo: Lázaro, sal fuera . Cierta-
mente, esta niña, al escuchar la voz del Señor, se levantó;
Lázaro, por su parte, se encontraba atado de pies y manos,
y ni así se le pudo impedir que saliese de la tumba nada más
dar la orden el Señor. Pero examinemos por qué Lázaro salió
de la tumba atado de pies y manos. ¿Acaso el Señor, que
había roto los lazos de la muerte, no podía destrozar las
ataduras de su sepultura? Pero quiso que Lázaro saliese
atado de la tumba, en primer lugar para manifestar clara-
mente la fuerza de su poder divino, ya que Lázaro no sólo
fue alzado de la muerte, sino que, aún más, se le ordenó

13. «Se levantó»: surrexit. 16. Sal 117, 16.


C o n el doble sentido de «incor- 17. Sal 28, 4.
porarse», «alzarse» y «resucitar». 18. Sal 67, 34.
14. Mt 9, 23-26. 19. J n 11, 43.
15. L e 8, 54.
Tratado 47, 2-4 309

salir atado de la tumba. Además, para que los mismos ju-


díos incrédulos le reconocieran envuelto en las vendas, y no
pensaran, ni por asomo, que no se trataba de Lázaro en per-
sona, al que ellos mismos habían sepultado. ¡Qué grande es
el poder del Señor! Es más difícil despertar a alguien del
sueño que a Lázaro de la muerte, pese al hedor del cuer-
20
po . Aún tenían los judíos el olor en su nariz, y he aquí
que Lázaro, llamado por el Señor, se presentaba vivo ante
21
sus ojos . Por tanto, los judíos no tienen excusa por su pe-
cado, ya que no quisieron creer ante semejantes prodigios.
4. Así pues, la niña, nada más oír la voz del Señor que
le decía: Levántate, al momento, en menos de lo que se tarda
22
en decirlo, se alzó . La muerte, en efecto, no podía retener
ya el alma de la niña, sabiendo que se lo había mandado el
que es Señor de la muerte y de la vida; aquel que dijo, por
boca de Moisés: Yo mataré y daré la vida; golpearé y sana-
23
ré . De El también dio testimonio Salomón cuando dijo:
Porque tú tienes el poder sobre la vida y sobre la muerte,
haces bajar hasta la puerta de la muerte y vuelves a dar la
24
vida . Y el mismo Señor con razón dice en el Evangelio:
Vendrá la hora, y ya está aquí, en que los muertos escucha-
23
rán la voz del Hijo de Dios, y quienes la escuchen, vivirán .
Hacer volver al hombre de la muerte en virtud del propio
poder es una acción exclusiva y particular de Dios. Así, le-
emos que los profetas y los apóstoles hicieron revivir a los
muertos no por su poder, ni por potestad propia, sino por
el poder del nombre de quien tiene potestad sobre la vida
y la muerte. Además, los profetas y apóstoles, para poder

20. E s decir, el Señor realizó el 31-33 ( C C L 9A, 124).


milagro con menos esfuerzo por su 22. Otra vez: surrexit.
parte que el que necesitamos para 23. D t 32, 39.
despertar a alguien que duerme. 24. Sb 16, 13.
21. Cf. CROMACIO, S. X X V I I , 25. J n 5, 25.
310 Cromacio de Aquileya

hacer tal cosa, en primer lugar oraron y entonces, habien-


do invocado el nombre del Señor, merecieron ser escucha-
dos. El Hijo de Dios, sin embargo, como es Señor de todo
poder y Dios del universo, ordena a las almas regresar al
26
cuerpo por su propia potestad . El mismo fue quien, pri-
mero por los profetas y más tarde por los apóstoles, reali-
zó estos signos de su poder divino. Por tanto, en cuanto
dijo el Señor: Levántate, niña, obedeciendo la muerte a su
Señor y creador, el alma es devuelta al cuerpo y la niña, que
había estado muerta, se alza viva. Pues la muerte no podía
27
retener a quien la Vida volvía a llamar .
Por otra parte, lo que dijo el Señor: La niña no está
muerta, sino que duerme, en primer lugar es para que se-
pamos que ante Dios los muertos se han de considerar como
si durmieran, porque el poder divino es capaz de hacer le-
vantarse al hombre de la muerte como de un sueño. En se-
gundo lugar, para que comprendamos que al decir: La niña
no está muerta, sino que duerme, se manifiesta la esperan-
za de la resurrección futura, y así nos diésemos cuenta de
que la muerte de los fieles no ha de ser llamada muerte sino
más bien dormición, pues en ella los santos, como quienes
duermen, reposan en el sueño. Por esto, leemos que el Señor
se refirió de manera similar a la muerte de Lázaro: Nuestro
29
amigo Lázaro duerme . Esto mismo lo declara también el
bienaventurado Pablo acerca de la muerte de los fieles, al
decir: No quiero que estéis ignorantes sobre los que duer-
men, hermanos, para que no os apenéis, como los demás que
29
no tienen esperanza .
5. Y estos son los hechos que nos son conocidos en
primer lugar según el sentido literal. Sin embargo, según

26. Cf. CROMACIO S. X X V I I , 24-25 ( C C L 9A, 124).


19-23 ( C C L 9A, 124). 28. J n 11, 11.
27. Cf. CROMACIO S. X X V I I , 29. 1 Ts 4, 13.
Tratado 47, 4-5 311

la interpretación espiritual, esta mujer que padecía el flujo


30
de sangre [...], matando a los justos y los profetas y fi-
nalmente derramó la sagrada sangre de nuestro mismísi-
mo Señor y Salvador. Leemos que el Señor le había echa-
do en cara con justicia por medio del profeta la culpa de
tan gran sacrilegio, cuando se le dice así: Pasé junto a ti y
31
te vi bañada en tu sangre . También lo que dijo el Señor
por boca de Isaías a los judíos: Aunque multipliquéis las
súplicas, no os escucharé. Porque vuestras manos están lle-
31
nas de sangre . Con razón también el Señor en el Evan-
gelio, cuando reprobaba al pueblo pecados tan graves del
mismo género, decía, entre otras cosas: Para que caiga
sobre vosotros toda la sangre que ha sido derramada, desde
la sangre del justo Abel hasta la sangre del profeta Zaca-
rías. En verdad os digo que se le pedirá cuentas a esta ge-
33
neración . Así pues, era el pueblo de la Sinagoga quien
padecía este flujo de sangre. Por su parte, en el número
de doce años, se muestra al mismo pueblo de Israel, que
había sido congregado en doce tribus. Por otra parte, en
los médicos con los que había gastado todo su dinero sin
poder ser curada por ninguno, descubrimos representados
a los ancianos del pueblo y a los sacerdotes de la ley, que
percibían los diezmos y muchos dones de la gente, y que,
aunque ofrecían sacrificios según la ley, no pudieron pro-
porcionar la salud de la salvación a ese mismo pueblo;
porque el pecado de semejante sacrilegio no podía ser su-
primido por los sacrificios de la ley, sino solamente por la
pasión del Señor.

30. A q u í el texto presenta 33. Mt 23, 35-36. El texto


una laguna. En ella, sin duda, se griego dice «de Zacarías hijo de
debía de poner en relación a la he- Baraquías» y no le da el título de
morroísa con la Sinagoga. «profeta». Probablemente se trate
31. E z 16, 6. más bien del Zacarías del que
32. Is 1, 15. habla 2 C r o 24, 20-22.
312 Cromacio de Aquileya

Por eso, esta mujer que vino por detrás, tocó la orla del
vestido y así, creyendo, fue salvada por su fe. En esto se re-
presenta a la gente procedente de la Sinagoga que creyó en
34
el Hijo de Dios ante la predicación de Pedro . Iba a venir
por detrás, esto es, tras la pasión del Señor, tocando la orla
de su vestido, es decir, creyendo en el misterio de su en-
carnación, que asumió a causa de nuestra salvación; y así,
por semejante fe, recibió el don de la salvación eterna, li-
berada, como de un flujo, del pecado de sangre. Esto vemos
que, o bien se ha cumplido en aquellos que de entre la Si-
nagoga creyeron en tiempos de los apóstoles, o bien se ha
de cumplir en los que, ante el retorno de Elias en la con-
sumación de los siglos, habrán de creer, procedentes tam-
bién del pueblo judío. De ellos el Apocalipsis dice que los
35
que crean serán ciento cuarenta y cuatro mil , de todas las
tribus.
6. En la hija del principal de la sinagoga vemos, sin em-
bargo, la figura de la Iglesia que creyó procedente de la gen-
tilidad. En el principal de la sinagoga descubrimos la figu-
ra de los profetas o de los apóstoles, en especial de san
Pedro, el primero por el que se realizó la llamada entre los
36
gentiles , modelo, en definitiva, de todos los santos que
agradaron a Dios no por las obras de la ley sino por la jus-
ticia de la fe. Este pueblo que creyó proveniente de los gen-
tiles se compara a la hija, que le agradó de modo similar al
creer con fe en el Hijo de Dios. Esta, sin embargo, en otro
tiempo, antes de que el Señor viniese en la carne, era con-
siderada como muerta por su infidelidad, como dice el
Apóstol: Y a vosotros, cuando estabais muertos por vuestros
delitos y por el prepucio de vuestra carne, os vivificó en Cris-
17
to . Así pues, la súplica del principal de la sinagoga es en

34. Cf. H c h 2, 41. 36. Cf. H c h 10, 1 - 1 1 , 18.


35. Cf. A p 7, 4. 37. C o l 2, 13.
Tratado 47, 5-7 313

favor de esta Iglesia de los gentiles, que, por la fe de los


apóstoles, mereció ser hija. De ella ya había hablado tiem-
po atrás el Señor a Moisés, diciéndole: Déjame y aniquila-
ré a éstos y haré de ti un pueblo más grande y mejor que
l%
éste . También había dicho de ella por boca del profeta:
2,9
Llamaré a «no-mi-pueblo», «pueblo mío» . Por tanto, los
apóstoles, representados en el padre de la niña, una vez re-
probada la incredulidad de los judíos, suplican al Señor en
favor del pueblo de los gentiles para que le fuera concedi-
do por la gracia de Cristo salvar la vida, como en otro tiem-
po se le había prometido; para resurgir a la vida eterna des-
pertado del error de este mundo como de la muerte.
7. Finalmente, para que veamos representado en esta
niña todo el misterio de nuestra salvación, tras haberse al-
40
zado de la muerte, el Señor, como refiere Lucas , le orde-
na también que coma. En ello se muestra con evidencia el
proceso de nuestra fe y nuestra salvación. En efecto, cuan-
do cada uno de nosotros, al creer, viene liberado de la muer-
te eterna en el bautismo y, recibiendo el don del Espíritu
Santo, vuelve a la vida, es necesario que además le sea or-
41
denado comer; naturalmente, aquel alimento celeste del
que dice el Señor: Si no coméis mi carne y bebéis mi san-
42
gre, no tendréis vida en vosotros .
Por otra parte, en las plañideras y en la gente alborota-
da que se burlaban del Señor cuando decía: La niña no está
muerta, sino que duerme, se muestra a los principales de la
Sinagoga y a la turba del pueblo de los judíos que, al escu-
char que el Hijo de Dios había prometido la esperanza de
la vida eterna a los gentiles, se rieron y despreciaron una
gracia tan grande del Señor. A éstos justamente el Señor los

38. D t 9, 14. 41. Cf. AMBROSIO, Ibid. VI,


39. O s 2, 24; cf. R m 9, 25. 63 ( C C L 14, 196); cf. Sb 16, 20.
40. Cf. L e 8, 55. 42. J n 6, 54.
314 Cromado de Aquileya

mandó expulsar fuera, para que quedase manifiesto que este


género de hombres incrédulos y sin fe había de ser exclui-
do totalmente de la promesa de la vida eterna o del reino
de Dios, por aquel que es autor de la vida y Señor del reino
de los cielos. A Él la alabanza y la gloria por los siglos de
los siglos. Amén.
TRATADO 48
(Mt 9, 27-31)

L O S DOS CIEGOS

1. [Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos


ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!».
Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice:
«¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». En-
tonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según
vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó seve-
ramente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuan-
to salieron, divulgaron su fama por toda aquella comar-
1
ca .] Estos ciegos, aunque no tuvieran los ojos del cuerpo,
sin embargo tenían limpios los ojos de la fe y del corazón,
con los cuales pudieron ver la luz verdadera y eterna, el
Hijo de Dios, aquella luz de la que está escrito: Era la luz
verdadera que ilumina a todo hombre al venir a este
2
mundo . Él mismo había predicho por boca de Isaías que
había de venir para iluminar a los ciegos: El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque me ha ungido, me ha enviado
3
a evangelizar a los pobres y devolver la vista a los ciegos .
De Él da testimonio también Isaías en otro lugar: He aquí
que nuestro Dios restablecerá la justicia, El mismo vendrá

1. Cf. Mt 9, 27-31. 3. Is 61, 1.


2. J n 1, 9.
316 Cromacio de Aquileya

y nos salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y


4
los oídos de los sordos oirán . De El también había dicho
David, movido por el Espíritu Santo: El Señor levanta a
los oprimidos, el Señor libra a los cautivos, el Señor da luz
5
a los ciegos . Así pues, como estos ciegos percibieron con
los ojos del corazón que había venido en carne este Sal-
vador del género humano, según lo predicho por los pro-
fetas, con razón gritan diciendo: Ten piedad de nosotros,
6
Hijo de David . Se le llama Hijo de David porque tomó
el cuerpo del linaje de David. Pero estos ciegos no sólo
creyeron que Cristo, el Señor, era el Hijo de David, sino,
lo que es más importante, que era el Hijo de Dios, y por
esto se salvaron. Pues no estarían seguros de recibir de El
la visión para sus ojos, si no creyeran que Él era el Hijo
7
de Dios . Con razón, cuando el Señor les dijo: ¿ Creéis que
puedo hacerlo?, respondieron diciendo: Sí, Señor*. En ello
confesaron claramente tanto una cosa como otra: que era
Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre; Hijo de
Dios, Señor nuestro, según el espíritu, hijo de David por
9
el cuerpo que asumió .
Por otra parte, vemos también en esto la admirable gra-
cia del Señor ya que les dice a los ciegos: ¿ Creéis que puedo
hacerlo? N o es que el Señor no hubiera podido hacerlo si
ellos no hubiesen creído, sino que quiso distribuir la obra
de su poder como recompensa de la fe y premio de los que
creen. Por tanto, recompensando la fe de éstos con el pre-
mio de su poder divino, les tocó, dice, los ojos y les dijo:
I0
Que os suceda según vuestra fe. Y se les abrieron los ojos .
Gracias a esta fe los ciegos merecieron que se les diese la

4 . Is 3 5 , 4 - 5 . (PL 9, 9 6 5 C ) .
5. Sal 1 4 5 , 7 - 8 . 8. Mt 9 , 2 8 .
6. Mt 9 , 2 7 . 9. Cf. R m 1 , 4 .
7. Cf. H I L A R I O , In Mt IX, 9 1 0 . Mt 9 , 2 9 - 3 0 .
Tratado 48, 1-2 317

luz, ya que creyeron fielmente que Cristo, el Señor, no sólo


era hombre, sino también Dios. Al preguntarles el Señor:
¿Creéis que puedo hacerlo?, no es que ignorase su fe, aquel
que conocía lo oculto del corazón; sino que quiso pregun-
tar para que, confesando con la boca lo que creían con el
corazón, alcanzasen la salvación que pedían, según lo que
está escrito: Con el corazón se cree para obtener la justicia
11
y con la boca se confiesa para obtener la salvación . Y en
otro lugar: Cada uno será justificado por sus palabras o por
n
sus palabras será condenado .
2. Según una lectura alegórica, estos dos ciegos son ima-
gen de los dos pueblos que tras la muerte de Salomón, bajo
Roboam, hijo de Salomón, y Jeroboam, siervo del mismo
13
Salomón, se dividieron en dos reinos . Porque no es ade-
cuado pretender ver figurados en estos dos ciegos al pueblo
de los judíos y al pueblo de los gentiles. En efecto, ¿por
qué razón, antes de ser iluminado, había de confesar el pue-
blo de los gentiles, que no había escuchado ni la ley ni los
profetas, que Cristo era hijo de David? Por eso, es mejor
referirlo a los dos pueblos arriba dichos, que pudieron co-
nocer a partir de la ley y los profetas que Cristo era el hijo
de David. Tanto el uno como el otro estaban ciegos a causa
de la falta de fe de su corazón, ya que aún no habían po-
dido ver la verdadera luz, el Hijo unigénito de Dios profe-
tizado en la ley y los profetas. Estos, perdida la luz de la
fe y tapados con el velo de la ley, se encontraban como en
una especie de oscuridad por su ceguera, según lo que re-
fiere el bienaventurado Apóstol: Y, al presente, dice, cuan-
do se lee a Moisés, tienen un velo sobre su corazón; sin em-
bargo, cuando se conviertan al Señor, el velo será quitado™.
Y también: Este mismo velo permanece en la lectura del Añ-

11. R m 10, 10. 13. Cf. 1 R 12.


12. Mt 12, 37. 14. 2 C o 3, 15-16.
318 Cromacio de Aquileya

tiguo Testamento, hasta que no sea desvelado, porque se eli-


15
mina en Cristo .
Por tanto, en el hecho de que gracias a la fe por la que
creyeron en el Hijo de Dios se les devolviera a estos ciegos
la vista al instante, se manifiesta que quienquiera que de
estos dos pueblos creyese fielmente que el Hijo de Dios
había venido para salvar al género humano, recibiría el co-
nocimiento de la luz verdadera desapareciendo inmediata-
mente toda ceguedad de error. Se muestra, sin embargo, que
el don de la gracia divina no se podía alcanzar ni en otro
lugar ni en otro tiempo sino en el que el Hijo unigénito de
Dios, habiendo asumido un cuerpo humano, iba a habitar
en su casa, esto es, en la Iglesia. En ella todos los creyen-
tes, liberados de la ceguera del primitivo error, contemplan
la gloria de la luz eterna. Por último, en el hecho de que
aquellos ciegos, al recibir la luz de los ojos, divulgasen por
todas partes el poder del Señor, se muestra que la gracia de
este don divino había de ser predicada en todas partes por
aquellos que habían creído; pues no se puede ocultar ni ca-
llar la gracia de un don tan grande como el Señor realizó y
realiza cada día. El es bendito por los siglos. Amén.

15. 2 C o 3, 14.
TRATADO 49
(Mt 12, 22-28)

POR EL ESPÍRITU DE DIOS EXPULSO LOS DEMONIOS

1. Le presentaron un endemoniado ciego y mudo y lo


1
curó, de tal manera que hablaba y veía , y cuanto sigue.
Tras haber devuelto la salud a un hombre en la sinagoga, a
aquel que tenía la mano seca, y haber dado la medicina ce-
2
leste a muchos de los que lo habían seguido , le presenta-
ron, se nos dice, un endemoniado, ciego y mudo, y lo curó,
de tal manera que hablaba y veía. También en la curación
de este hombre el Señor dio prueba de la fuerza de su poder.
En efecto, ¿quién podía manifestar tantos signos de poder
en un hombre endemoniado, ciego y mudo, de tal manera
que, liberado el hombre del demonio, también hablase y
viese, sino aquel que es Señor de todo poder y de toda po-
testad: Dios, aquel del que David dio testimonio en el salmo:
El Señor poderoso está con nosotros, nuestro protector es el
3
Dios de Jacob } Y en otro lugar: Señor, Dios de poder, con-
viértenos, muéstranos tu rostro y nos salvaremos*.
Aquí, por tanto, el Señor de todo poder curó con la fuer-
za de su poder divino al hombre que le habían presentado,
que no sólo tenía un demonio, sino que además era ciego

1. Mt 12, 22. 3. Sal 45, 8.


2. Cf. Mt 12, 10-21. 4. Sal 79, 4.
320 Cromacio de Aquileya

y mudo; mostró por medio de todas esta cosas que Él era


aquel con cuya llegada los profetas predijeron que se habían
de realizar estos signos, como Isaías claramente proclama:
He aquí que nuestro Dios restablecerá la justicia. El mismo
vendrá y nos salvará. Entonces se abrirán los ojos de los cie-
5
gos y los oídos de los sordos oirán . Y también, hablando por
boca de Cristo: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
me ha ungido, me ha enviado a evangelizar a los pobres,
sanar a los de corazón contrito, predicar a los cautivos la re-
6
misión y devolver la vista a los ciegos . Y en otro lugar, ha-
blando por boca del Padre que se dirige al Hijo: Yo, el Señor
Dios, te llamé por tu nombre en justicia, sostendré tu mano,
pues te he puesto como alianza de mi pueblo y luz de las
7
naciones, para abrir los ojos de los ciegos . Acerca de Él, tam-
bién David dice en el salmo: El Señor alza a los abatidos,
el Señor libra a los encadenados, el Señor ilumina a los cie-
gos*. Salomón, por su parte, proclamó claramente en el libro
de la Sabiduría que el Señor desataría las bocas de los
mudos: La Sabiduría abrió la boca de los mudos e hizo elo-
9
cuentes las lenguas de los niños ; ciertamente se trata de esta
Sabiduría, Jesucristo, el Hijo de Dios, que desató la boca de
10
este mudo para expresarse con palabras .
2. Así pues, el Señor, para dar a conocer la fuerza de su
divinidad, había mostrado semejante obra en aquel que era
mudo y ciego y tenía un demonio, de modo que, al mo-
mento, libre del demonio, también veía y hablaba. Ante el
estupor de todos y paralizados por la admiración frente a
una obra tan grande -ya que aquel que consideraban sim-
plemente hijo de David conforme al cuerpo que había asu-
mido, realizaba signos tan claros del poder divino- los fa-

5. Is 35, 4-5. 8. Sal 145, 7-8.


6. Is 61, 1; L e 4, 18-19. 9. Sb 10, 21.
7. Is 42, 6-7. 10. Cf. 1 C o 1, 24.
Tratado 49, 1-2 321

víseos que lo escucharon dijeron: éste no expulsa los demo-


11
nios sino en nombre de Beelzebul, príncipe de los demonios .
¡Qué gran ceguera, cuánta falta de fe, más aún, qué grande
fue la locura de los fariseos, que no sólo no creyeron en el
poder de Dios, sino que además se dedicaron a calumniar!
Ya David había predicho, merced al conocimiento previo
que le daba el Espíritu Santo, que iban a hacerlo: Los hijos
11
hostiles me han difamado, los hijos rebeldes se obstinaron .
Y en otro lugar: Ante la grandeza de tu poder, tus enemi-
11
gos te difamarán .
En efecto, ante la grandeza de su poder, cuando veían al
Señor realizar signos manifiestos de este poder, decían: Este
no expulsa los demonios sino en nombre de Beelzebul, prín-
cipe de los demonios. Ellos, los doctores de la ley, ¿dónde
habían leído esto? ¿En qué texto de las Escrituras se habían
podido basar para imaginar tal acusación? De esta manera,
¿cómo habrían podido compartir esto en justicia sus segui-
14
dores o sus contemporáneos? . Mas esta brusca demencia
es propia de una mente que no está en sus cabales, de tal
manera que no se da cuenta de lo que dice. Por tanto, los
fariseos se cegaron de tal forma en su maldad e iniquidad
que no consideraban lo que decían. N o en vano el Espíri-
tu Santo proclama contra ellos por boca de David: Enmu-
dezcan los labios inicuos que maquinan el crimen contra el
15
justo con soberbia y desprecio . ¿Qué mayor soberbia o qué
desprecio tan grave como el blasfemar contra el autor del
divino poder llamándolo con el nombre del enemigo? Con
razón David testimonió de ellos también en otro salmo: Se
lb
han convertido en un arco perverso , porque, empuñando

11. Mt 12, 23. está aquí corrompido en parte.


12. Sal 17, 46. 15. Sal 30, 19.
13. Sal 65, 3. 16. Sal 77, 57.
14. Probablemente el texto
322 Cromacio de Aquileya

contra el Hijo de Dios las armas de su falta de fe y de su


iniquidad, se atrevieron a atribuir los prodigios divinos al
poder diabólico.
17
3. Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo... . Al ex-
poner nuestro Señor y Salvador los pensamientos de sus co-
razones, mostró claramente que él era Dios, lo que no que-
rían creer, porque el conocer los pensamientos del corazón
es propio sólo de Dios, del que leemos que está escrito: Dios
escruta los corazones y las entrañas™. Y también: El hom-
bre se fija en las apariencias, Dios, en cambio, en el cora-
19
zón . Por tanto el Señor habla a los fariseos reprochándo-
les sus iniquidades, ya que deformaban el poder divino
dándole un falso nombre: Todo reino dividido contra sí
mismo será destruido y toda ciudad dividida contra sí misma
no se mantendrá en pie. Si Satanás expulsa a Satanás, está
dividido contra sí mismo. ¿ Cómo, entonces, se mantendrá su
20
reino en pie? . Con una comparación sacada de las cosas
terrenas, el Señor refuta y confunde la demencia de los fa-
riseos. Si está claro que un reino dividido entre sí se des-
truye, y una ciudad o una casa no puede mantenerse en-
frentada consigo misma, ¿cómo podía Satanás expulsar a
Satanás, de modo que destruyera él mismo su propio reino,
teniendo en cuenta que la maldad de los demonios, orien-
tada a un único fin, no podía luchar contra sí misma sin que
ellos perdieran el reino del pecado y de la muerte, que do-
minaban a su favor?
Por tanto con razón el Señor, para confutar completa-
mente la iniquidad de los fariseos, les dice: Pues si yo los ex-
pulso en nombre de Beelzebul, ¿en nombre de quién los ex-
21
pulsan vuestros hijos? , esto es, los apóstoles que, aunque

17. Mt 12, 25. 20. Mt 12, 25-26.


18. Sal 7, 10. 21. Mt 12, 27.
19. 1 S 16, 7.
Tratado 49, 2-4 323

hubieran nacido del pueblo de los judíos, por lo que son


llamados hijos suyos, sin embargo no expulsaron los espí-
ritus inmundos en otro nombre sino en el de Cristo, ha-
biendo recibido este poder del Señor. Por eso dice: Ellos
11
serán vuestros jueces , cuando condenen su indolencia en el
juicio futuro, ya que no quisieron creer ni al Hijo de Dios,
que obraba prodigios divinos por su propio poder, ni a los
mismos apóstoles, que realizaban numerosos signos en el
nombre del Señor. Y dice: Pues si yo expulso los demonios
por el Espíritu de Dios, ciertamente se acercará a vosotros el
13
reino de Dios . En efecto, si los apóstoles no expulsaron
los demonios en otro nombre sino en el de Cristo, cuánto
más el mismo Señor que se dignó conceder esta gracia, po-
testad y poder a sus discípulos. Con esto probaba que no
expulsaba los demonios en nombre de Beelzebul, como los
fariseos pensaban con espíritu sacrilego y afirmaban blasfe-
mando con boca impía, sino que obraba en el Espíritu de
Dios, esto es: en virtud de su divino poder.
4. Mas como los mismos milagros del Señor contienen
en sí un significado espiritual, debemos notar qué es lo que
quiere decir éste según la interpretación alegórica, en cuan-
to alcanzamos a comprender. En este hombre, poseído por
un demonio y que era ciego y mudo, vemos representada
la figura del pueblo de los gentiles que, en el pasado, esto
es, antes de la venida del Señor, era mudo y ciego y escla-
vo del demonio por el error de la idolatría. Mudo, en efec-
to, porque no confesaba al Hijo de Dios, o porque no tri-
butaba a Dios la acción de gracias debida. Cualquier
incrédulo e infiel, incluso si es un charlatán, es tenido por
mudo ante Dios si no confiesa al Hijo de Dios. Por otra
parte, era ciego porque, cegado por el error del mundo y
por la oscuridad de la ignorancia, todavía no había conoci-

22. Ibid. 23. M t 12, 28.


324 Cromacio de Aquileya

do la luz verdadera y eterna. Así pues, una vez devuelta la


salud en la sinagoga al que tenía la mano seca, le presentan
al Señor a éste para que lo cure. Y él, liberado por la mise-
ricordia del Señor del error de Satanás, abandonado el culto
a los ídolos, inmediatamente empezó a ver y hablar. A ver,
pues contempla, abiertos los ojos de la fe, la luz verdadera
que antes no podía ver. Y a hablar, porque confiesa libre y
fielmente a Cristo el Señor, para cuya alabanza antes era
mudo.
5. Cuando los incrédulos fariseos se dieron cuenta de
que el Hijo de Dios había entregado semejante gracia salví-
fica al pueblo gentil, no sólo no quisieron tributar honor al
autor de tan gran poder, sino que, más aún, ardiendo en celo
de inicua emulación y en malévola envidia, blasfemaron con-
tra él. Por eso, cuando el Señor constató que un reino, o
una ciudad, o una casa no pueden subsistir divididos con-
tra sí mismos, vemos que se refirió tanto a que estaba sien-
do desolado el reino que poseía el pueblo judío, dividido
con anterioridad en tiempos de Jeroboam, siervo de Salo-
món; como a que los judíos iban a perder completamente
la ciudad de Jerusalén, a la que se había opuesto Samaría, y
la casa del templo, contra la que se habían levantado vacas
de oro y templos idolátricos. Por eso les mostró cómo había
que perseguir más bien aquel reino que no puede ser divi-
dido, esto es, el reino celestial y eterno, y también la ciu-
dad que es la Jerusalén espiritual, que permanece siempre
firme e inamovible, y la verdadera casa de Dios que ningún
poder enemigo jamás ha podido ni podrá atacar, porque esta
casa está segura, defendida por el Hijo de Dios, a quien per-
tenece la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
Tratado 50
(Mt 12, 29-32)

LA CASA DEL FUERTE - QUIEN NO ESTÁ CONMIGO... -


PECADO CONTRA EL ESPÍRITU

1. Después sigue: ¿ O cómo puede entrar en la casa del


fuerte y robar sus bienes si no ata antes al fuerte, y enton-
ces le roba sus bienes? El que no está conmigo está contra
1
mí. Y el que no recoge conmigo, desparrama , j lo demás
que sigue. Como ha mostrado claramente que El expulsa a
los demonios en el Espíritu de Dios, ahora hace mención
del diablo, a cuya destrucción vino el mismo Hijo de Dios:
¿ O cómo puede entrar alguien en la casa del fuerte y robar
sus bienes si no ata antes al fuerte, y entonces le roba sus
bienes? Y muestra aquí que el fuerte es el mismo Satanás,
príncipe de los demonios, quien tenía capturados en su
poder los cuerpos de los hombres en la casa de este mundo
como si fuesen bienes suyos. Pues había capturado a todo
el linaje de los hombres y ejercía sobre todos su dominio
tiránico por el poder del pecado.
Oigamos del Señor, cuando habla del diablo al biena-
venturado Job, cuan fuerte era éste en el tiempo pasado: En-
dereza su cola como un ciprés, y sus nervios están entrela-
zados como cuerdas, sus costillas son piedras de bronce y su

1. Mt 12, 29-30.
326 Cromacio de Aquileya

columna es un tridente de hierro. Es la primera de las obras


1
del Señor, modelada para ser burla de los ángeles , y lo
demás que sigue. Por estos mismos dichos del Señor nos
damos cuenta de lo fuerte que fue antiguamente el diablo;
en ellos quedó patente el poder del diablo y su soberbia y
malicia poniendo como ejemplo una comparación alegóri-
ca. De su soberbia también dijo Isaías: Pero tú dijiste: «Su-
biré a lo alto y pondré mi asiento sobre las estrellas del cielo
7
y seré semejante al Altísimo» '.
Para atar a este fuerte vino uno más fuerte, es decir el
Hijo unigénito de Dios, de modo que una vez atado el fuer-
te nos arrancara a todos nosotros de su potestad, que fui-
mos como bienes o expolios del diablo. El es el que, su-
biendo a lo alto, como manifiestan David y el Apóstol, hizo
cautiva la cautividad y dio dones a los hombres*. De éste
también refirió David en otro lugar: El que rescata a los
vencidos con fortaleza, e igualmente a los que se han atraí-
5
do la ira, los que habitan en los sepulcros . De El declaró
también Isaías abiertamente: En aquel día enviará Dios una
gran espada, santa y fuerte contra el dragón, contra la ser-
6
piente malvada, y matará al dragón en aquel día .
Para atar a este fuerte, suplicó antaño David con razón,
por el Espíritu Santo, que el Señor se dignara venir asumien-
do un cuerpo: Coge las armas y el escudo y sal en mi ayuda.
7
Arroja la lanza y pon en aprieto a los que me persiguen . ¿Qué
armas rogaba el profeta que cogiera el Señor para socorrer al
género humano y destruir a los que le perseguían, sino que
tomara un cuerpo humano, por el cual dio al hombre el auxi-
lio de su misericordia divina y redujo al enemigo, al diablo,
perseguidor del género humano? Según lo que manifiesta el

2. J b 40, 15-19. 5. Sal 67, 7.


3. Is 14, 13-14. 6. Is 27, 1.
4. Sal 67, 19; Ef 4, 8. 7. Sal 34, 2-3.
Tratado 50, 1-2 327

Apóstol, diciendo: Pues lo que era imposible para la ley en


cuanto que padecía debilidad por la carne, Dios, enviando a su
Hijo en semejanza de carne de pecado, en lo referente al pe-
cado condenó al pecado en la carne*; porque al diablo, que se
había constituido tiempo ha en origen del pecado, lo destru-
yó asumiendo un cuerpo. Por eso con razón David, para mos-
trar este combate del Señor que redujo al enemigo, el diablo,
declaró así en un salmo, poniendo estas palabras en la boca
del Señor: Bendito el Señor que adiestra mis manos para la
9
guerra, mis dedos para el combate . Muestra que fueron adies-
tradas para el combate aquellas manos suyas que elevó contra
el diablo en la cruz en favor de la salvación del género hu-
mano; y sus dedos para el combate, aquellos que permitió fue-
10
ran fijados con los clavos para triunfar sobre el diablo .
2. Y con razón añadió: Quien no está conmigo está con-
tra mí. Y quien no recoge conmigo, desparrama, para mos-
trar que una era su obra y otra muy diferente la del diablo.
Pues el diablo es el enemigo de la salvación humana. Es pro-
pio del diablo dispersar para la perdición, de Cristo reunir
11
para la salvación . Por eso es manifiesto que no puede estar
con el Señor quien está contra el Señor. Con este dicho, aun-
que se vea que el Señor acusaba también a aquellos fariseos
que no querían recolectar con Cristo y se hicieron enemi-
gos y adversarios del Señor, habla así mismo de todos los
herejes y cismáticos que, o bien por su doctrina errónea
o bien por aceptar con orgullo la división, llevando a cabo
una recolección impía contra la Iglesia, o mejor contra el
Señor, se esfuerzan por desgarrar y profanar el cuerpo in-
corrupto de la Iglesia y la unidad de la paz y la fe, no ob-
servando lo que dijo Salomón: Los que rajan un leño corren

8. R m 8, 3. LUÍ, 4 ( C S E L 22, 816).


9. Sal 143, 1. 11. Cf. CROMACIO, S. XX-
10. Cf. HILARIO, In Ps CX- X I I I , 58-59 ( C C L 9A, 151s).
328 Cromacio de Aquileya

11
peligro , mostrando que aquellos que crean desgarrones en
la Iglesia incurren en peligro de muerte eterna. Pues no habla
aquí el Espíritu Santo de leños de árboles, sino de todos los
fieles que, como leños de vida plantados en el paraíso, per-
13
manecen en la Iglesia del Señor . Y si alguno, como diji-
mos, por un error en la fe o por un cisma, quisiera dividir
a la Iglesia, no hay duda que él mismo se adquiere para sí,
según Salomón, el peligro de la muerte perpetua.
También los antiguos nos sirven de ejemplo [para com-
prender] cuan grave es ante Dios adulterar la fe, desgarrar la
paz y la unidad de la Iglesia, desperdigar los miembros de
Cristo. Cuando antiguamente Coré, Datan y Abirón, usur-
pando para sí la potestad del sacerdocio contra Moisés y
Aarón, intentaron provocar en el pueblo un desgarrón no pe-
queño, la tierra, abriendo inmediatamente su boca, los engu-
14
lló vivos en los infiernos ; los causantes del cisma se hundie-
ron vivos en el abismo de la tierra por sentencia divina, para
que con esto se mostrara en qué castigo incurren ante Dios
quienes para la destrucción de la fe y la paz de la Iglesia ini-
15
ciaron una herejía o cisma . Por eso, con razón dice el Señor
en este pasaje, para mostrar que obraba contra El todo el que
se alzara contra la unidad de la Iglesia: El que no está conmi-
go está contra mí. Y el que no recoge conmigo desparrama.
3. Después sigue: Por eso os digo que todo pecado y blas-
femia le será perdonada a los hombres, y a todo el que di-
jere una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdona-
rá. Pero al que la dijere contra el Espíritu Santo no se le
16
perdonará ni en este siglo ni en el futuro . En primer lugar,

12. Si 10, 9. unitate 18 ( C C L 3, 262, 440-444).


13. Cf. CROMACIO, S. X X X V , 15. Sobre este episodio cf.
48 ( C C L 9A, 160). también CROMACIO, Tr. 59, 2.
14. Cf. N m 16; 26, 8-10; Cf. 16. Mt 12, 21-32.
C I P R I A N O , De catholicae ecclesiae
Tratado 50, 2-3 329

como hemos recordado más arriba, sabemos claramente que


el Señor dijo estas cosas contra los fariseos. Estos, a pesar
de que veían realizarse tan grandes signos y prodigios, blas-
femaban con boca criminal y espíritu sacrilego contra el
autor de tan gran poder divino, diciendo que echaba los de-
17
monios en nombre del príncipe Beelcebul . Por esta causa
manifiesta el Señor que, reos de tan abominable blasfemia
y de tan gran sacrilegio, no van a obtener la remisión del
18
pecado ni en el siglo presente ni en el futuro .
Pues pecar contra un hombre o blasfemar contra un
hombre puede ser un pecado perdonable, si uno se convierte
y satisface a su hermano contra quien cometió el delito; así,
tras preguntar Pedro al Señor cuántas veces había que per-
donar al hermano que pecaba, respondió el Señor que no
sólo siete veces, sino hasta setenta veces siete había que per-
19
donarle , siempre que aquel que comete un delito contra
su hermano, presentándose de nuevo a él, se arrepienta de
lo que le dijo. Pero pecar contra Dios a la manera de los
fariseos, y, aún más, blasfemar tan gravemente, es un cri-
men imperdonable e irremisible.
Pero esta frase del Señor no sólo va contra los fariseos,
sino contra todos los que enseñan la herejía, quienes, co-
rrompiendo con interpretaciones erróneas el sentido de las
divinas Escrituras, blasfeman con boca sacrilega de la eter-
nidad y divinidad verdadera del Hijo unigénito de Dios; ya
aceptando con sacrilego entendimiento que comenzó a exis-
20
tir por primera vez de María, como Ebión y Fotino, ya
negando de modo impío, como Arrio, que verdaderamente

17. Cf. Mt 12, 24. un grupo de cristianos muy liga-


18. Cf. A M B R O S I O , In Le VII, dos al judaismo. Negaban la divi-
121 ( C C L 14, 254). nidad de Cristo, equiparando su
19. Cf. Mt 18, 21-22. caso al de los profetas del A T .
20. L o s ebionitas constituían Ebión como tal no existió.
330 Cromacio de Aquileya

es Dios y ha nacido en sentido propio del Padre, siendo así


que no se puede llamar en verdad Padre sin el verdadero y
legítimo nacimiento del Hijo, ni se puede entender según la
fe evangélica y apostólica que hay un solo Dios si no se re-
conoce una sola divinidad del Padre y del Hijo, sin dife-
21
rencia .
Por eso los herejes son tan impíos contra el Padre cuan-
do le roban la verdad del nombre paterno, como sacrilegos
contra el Hijo cuando intentan privarlo de lo que tiene de
la naturaleza divina de Dios Padre, y blasfemos contra el
Espíritu Santo, de quien no quieren entender que no viene
sino de la sustancia divina. Por eso, rebajando al Padre por
el Hijo, no cesan también de blasfemar contra el Espíritu
Santo. Con razón muestra el Señor que éstos, reos de una
blasfemia tan grande, no van a obtener la remisión del pe-
cado ni en el siglo presente ni en el futuro. Pues, ¿qué puede
ser más cruel o más criminal que contar entre las criaturas
al creador del universo; arrancar al Padre la verdad de su
naturaleza, para que no sea Padre; robar al Hijo el verda-
dero y propio nacimiento, para que no sea Hijo; rebajar al
Espíritu Santo, para que no se pueda comprender que no
viene más que de Dios? Por tanto, se entiende que hay un
solo Dios Trinidad, porque la divinidad de la Trinidad es
una sola y sin diferencia; a ella pertenece la gloria antes de
22
todos los siglos y por los siglos de los siglos . Amén.

21. Cf. H I L A R I O , De Trinitate cf. H I L A R I O , In Mt X I I , 17 ( P L 9,


VII, 13 ( C C L 62, 273). 989B).
22. Para este último párrafo
1
TRATADO 50 A
(Mt 12, 38-42)

E L SIGNO DE JONÁS - Tu MADRE Y TUS HERMANOS

Entonces le respondieron algunos de los escribas y fari­


seos diciendo: «Maestro, queremos ver un signo tuyo». Pero
Jesús les respondió: «La generación mala y adúltera pide un
signo y no se le dará otro signo que el del profeta Jonás. Pues
2
como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo» , y lo restante.
Al decir generación mala y adúltera muestra que no eran
hijos de Abraham, sino hijos del diablo, como manifiesta en
otro lugar: Vosotros, dice, tenéis por padre al diablo y que­
3
réis llevar a cabo los deseos de vuestro padre . Pues así como
se dice hijo de Dios a quien hace la voluntad de Dios, quien
se esclaviza a la voluntad de Satanás es llamado hijo suyo.
Pide un signo, dice, y no se le dará otro signo que el del
profeta Jonás. La incredulidad y la ceguera buscaban un
signo, aun cuando habían visto hacerse tan grandes signos
y milagros. Les mostró sin embargo que lo que sucedió a
Jonás fue signo de la verdad futura: el que sufriera la tem-

1. Este tratado no se encuen­ lée», en Revue Bénédictine, 1981,


tra en la edición del Corpus Ch­ pp. 228-230.
ristianorum. Traducimos de R. 2. Mt 12, 38-40.
ÉTAIX, « U n Tractatus in Matheum 3. J n 8, 44.
inédit de Saint Chromace d'Aqui­
332 Cromacio de Aquileya

pestad, el que fuera arrojado al mar y, tras ser cogido por


un cetáceo, fuera vomitado a la costa después de tres días;
mostrando que el Hijo de Dios iba a venir en la carne e iba
a padecer la tempestad del mundo y las tentaciones del pue-
blo como si se tratara del oleaje; que iba a purificar los in-
fiernos y al tercer día, tras recibir el cuerpo que había sido
depositado en el sepulcro, iba a resucitar. Este era pues el
signo que decía iba a darse. Porque como Jonás no predi-
có a los ninivitas sino después de ser liberado de lo hondo
del mar y así vemos que salvó al pueblo conducido a peni-
tencia; así también mostraba que Él mismo, después de re-
sucitar de los infiernos tras pisotear la muerte, iba a predi-
car en todas partes por medio de sus apóstoles e iba a
convertir a la salvación a muchos, tanto del pueblo mismo
como de todas las naciones.
Como se muestra claramente en otro pasaje, cuando se
4
acercaron unos griegos a Felipe pidiéndole ver al Señor ;
pero dijo el Señor que si el grano de trigo no cae en tierra
5
y muere permanece solo; pero si muere da mucho fruto . En
el grano de trigo quiso que se le reconociera a Él mismo.
Porque, una vez que gustó la muerte por nuestra salvación,
dio mucho fruto: que somos nosotros mismos pues, cre-
yendo en su pasión y resurrección, damos cada día fruto en
obras celestes. Por eso mostró que el pueblo de los ninivi-
tas iba a acudir en el día del juicio para condena del pue-
6
blo judío , siendo así que ellos creyeron a un profeta que
no realizó signo alguno e hicieron penitencia; y sin embar-
go el pueblo de los judíos no quiso creer a tantos profetas
que hablaron por una sola boca sobre la venida del Señor,
y ni siquiera al mismo Hijo de Dios que llevó a cabo tan
grandes maravillas.

4. Cf. J n 12, 20-21. 6. Cf. Mt 12, 41.


5. J n 12, 24.
Tratado 50A 333

También puso el Señor el ejemplo parecido de la reina


7
del Sur , que debemos tomar y creer como refiriéndose sim-
plemente a la profesión de fe de aquel pueblo, que tendría
lugar en el futuro. Pero el sentido espiritual es que, así como
la reina de Saba nada más oír el nombre de Salomón se vino
8
a él dejando su patria, acompañada de un séquito excelso ,
así también la Iglesia, al oír el nombre de Cristo Hijo de
Dios, acudió a acoger la fe acompañada de una multitud de
creyentes de todas las naciones, es decir del mundo en el
que moraba, después de abandonar sus ídolos. Y como la
reina de Saba ofreció al rey Salomón ciento veinte talentos
9
de oro, perfumes de valor y piedras preciosas , del mismo
modo también la Iglesia ofreció al Hijo de Dios, en los cien-
to veinte talentos de oro, los mártires, que al derramar su
sangre por el nombre del Señor cumplen el número de los
ciento veinte talentos. Por otra parte, en los cien se mues-
tra la fe perfecta y acabada: en este número de años Abra-
10
ham, el primero de nuestra fe, recibió todas las promesas .
Y los veinte significan el nombre del Señor.
Por su parte, en los perfumes mostró a las vírgenes, que
derraman su olor ante Dios con su forma de vida, como con
suavísimo perfume. Y en las piedras preciosas se prefiguran
las almas de los justos, porque como el fuego no puede en-
señorearse de las piedras preciosas, así tampoco la gehenna
de los hombres justos. Por eso es manifiesto que la reina de
Saba fue una figura de la Iglesia, que es la verdadera reina,
a saber, la que va a reinar eternamente con el Señor; de ella
dice también David en un salmo: De pie a tu derecha está
la reina, con un vestido de oro, cubierta de colorido", es
decir, la Iglesia, que se sabe que vino de las regiones remo-

7. Cf. Mt 12, 42. 10. Cf. G n 21, 5.


8. Cf. 1 R 10, 1. 11. Sal 44, 10.
9. Cf. 1 C r o 10, 10.
334 Cromacio de Aquileya

tas, es decir de todos los pueblos, como dice otra vez David
hablando por boca de ella: Desde los confines de la tierra
u
clamé a ti, cuando se angustiaba mi corazón .
Y en lo que dice: Aquí hay alguien mayor que Jonás y
13
aquí hay algo mayor que Salomón , manifestó abiertamen-
te que El era el Señor. Pues mayor que un rey y más santo
que un profeta no lo puede ser nadie sino sólo el Hijo de
Dios, Cristo Dios.
Cuando el Señor instruía a los discípulos, le avisó uno:
Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablarte™.
En este pasaje suelen encontrar causa de tropiezo algunos
herejes, que no aceptan que el Hijo de Dios haya tomado
la carne humana, a causa de la respuesta del Señor: ¿Quié-
15
nes son mi madre y mis hermanos? . Pero no entienden que
el Señor no negó tener una madre, sino que rechazó, re-
presentados en la madre y los hermanos, a la Sinagoga con
el pueblo judío, madre y hermanos; pues se dicen madre y
hermanos del Señor porque tomó la carne de su raza, como
dice el Señor por el profeta: ¡Ay de aquellos, porque mi carne
16
viene de ellos! , y el apóstol Pablo: De los que son los pa-
17
triarcas y de quienes procede Cristo según la carne . Mos-
traba pues que esta madre con sus hijos, es decir la Sinago-
ga con su pueblo, iba a quedar fuera, como había dicho en
el Génesis Sara sobre Agar, que era figura de la Sinagoga:
Expulsa a la esclava y a su hijo. Pues no será heredero el
hijo de la esclava con mi hijo Isaac™. A esos los rechazó el
Señor con razón y no los reconoció, diciendo: ¿ Quiénes son
mi madre y mis hermanos?, porque no quisieron entrar en
la Iglesia donde El mismo predicaba y predica cada día. Fi-

12. Sal 60, 3. 16. O s 9, 12.


13. Mt 12, 42. 17. R m 9, 5.
14. Mt 12, 47. 18. G n 21, 10; G a 4, 30.
15. Mt 12, 48.
Tratado 50A 335

nalmente al decir, con la mano extendida hacia los discípu-


19
los: He aquí mi madre y mis hermanos , mostró claramente
que la Iglesia estaba figurada en los apóstoles y en los demás
creyentes; a ella la señaló como una madre mejor, y a ellos
como a hermanos más queridos. Pues leemos en el Evan-
gelio que los apóstoles fueron llamados hermanos del Señor,
cuando Él dijo: Id y decid a mis hermanos que vayan por
20
delante a Galilea, y allí me verán .

19. Mt 12, 49. 20. M e 16, 7 (cf. J n 20, 17).


TRATADO 51
(Mt 13, 36-43)

E L TRIGO Y LA CIZAÑA

1. Entonces, dice, despedida la muchedumbre, se retiró


el Señor Jesús a casa, y se le acercaron los discípulos di-
ciendo: «Explícanos la parábola del trigo y la cizaña del
campo». Y Jesús les dijo: «El que siembra la buena semilla
es el Hijo del hombre; y el campo es este mundo; la buena
1
semilla son los hijos del reino» , y lo restante. Por tanto el
Señor muestra claramente que El es el sembrador de la
buena semilla, que no deja de sembrar en este mundo,
como en un campo, la palabra de Dios, como semilla buena
en los corazones de los hombres; para que cada uno de no-
sotros dé frutos espirituales y celestes según la semilla plan-
tada en él por Dios. Pero muestra también que el enemi-
go, el diablo, por el contrario, siembra encima la cizaña de
su malicia e iniquidad para sofocar en nosotros la semilla
de Dios. Así dice en efecto: Pero cuando dormían los hom-
bres vino el enemigo para sembrar encima la cizaña en
2
medio del trigo y se marchó . El Señor manifiesta que el
diablo sembró la cizaña sobre los hombres que dormían,
es decir los que se duermen para los preceptos divinos, su-
mergidos por negligencia en su infidelidad como en un

1. Mt 13, 36-38. 2. Mt 13, 25.


Tratado 51, 1-2 337

3
sueño perezoso . De éstos dice el Apóstol: Pues los que
duermen, duermen durante la noche, y los que están ebrios,
están ebrios durante la noche. Pero nosotros no durmamos
como los demás, sino vigilemos y estemos sobrios''.
Sin duda que con este sueño perezoso de la infidelidad
estaban cargadas aquellas vírgenes insensatas de quienes le-
emos en el Evangelio que no pudieron salir al encuentro del
5
esposo por no haber tomado aceite en las alcuzas . Por eso
el máximo empeño de este enemigo del género humano, el
diablo, es siempre sembrar la cizaña en el trigo. Pero quien,
tras poner en fuga el sueño de la infidelidad arrojándolo de
sí, vele siempre para el Señor con espíritu fiel, no podrá ser
incordiado por semejante sembrador nocturno.
2. Cuando había crecido, dice, la planta y había dado
fruto, entonces apareció la cizaña. Y acudieron los siervos del
padre de familia y le dijeron: «¿Acaso no sembraste buena
semilla en tu campo? ¿De dónde pues que tenga cizaña?». Y
les dijo: «El enemigo hizo esto». Le dicen los siervos: «¿Quie-
res que vayamos y la recojamos?». «No, dice, no sea que,
arrancando la cizaña, desarraiguéis a la vez el trigo. Dejad
mejor que crezcan ambos hasta que llegue el tiempo, y en el
tiempo de la mies diré a los segadores: Recoged primero la
cizaña y haced gavillas con ella para quemarla; y el trigo por
6
su parte reuníalo en mi granero» . Por tanto el mismo Señor
explicó que la buena semilla son los hijos del reino, y la ci-
zaña los hijos malvados. Pero cuando los siervos del padre
de familia, que representan a los apóstoles, dijeron al Señor
que iban a separar la cizaña del trigo, El permitió crecer y
existir a ambos hasta que llegara el momento, es decir hasta
la consumación del siglo. Y muestra claramente que llegado

3. Cf. C R O M A C I O , S. II, 24s 5. Cf. Mt 25, 1-12.


( C C L 9A, 8). 6. Mt 13, 26-30.
4. 1 Ts 5, 7.6.
338 Cromacio de Aquileya

ese momento va a enviar a los segadores, es decir a los án-


geles, para que, tras separar el trigo de la cizaña, es decir,
tras elegir a los santos de entre los inicuos, guarden a los
justos en los reinos celestes, como el trigo en los graneros;
y a todos los inicuos y pecadores los quemen en el castigo
de la gehenna como cizaña en el fuego, donde el Señor ma-
nifiesta que se dará el llanto perpetuo de los ojos y el re-
chinar de los dientes, diciendo: Allí será el llanto y el rechi-
7
nar de dientes . Y cuando declara el Señor que allí hay llanto
y rechinar de dientes, muestra sin lugar a dudas la futura re-
surrección no sólo del alma -como pretenden algunos here-
jes- sino también del cuerpo. Pues que lloren los ojos y re-
chinen los dientes es en sentido propio un castigo del cuerpo.
Por eso a partir de este mismo dicho del Señor se puede re-
conocer en qué gran error se encuentran atrapados seme-
jantes herejes, que no creen en la resurrección futura.
3. Y añadió: Entonces los justos resplandecerán como el sol
en el reino del Padre*, es decir en el reino celeste, cuando,
según el Apóstol, transfigurados en gloria, hayan sido con-
9
formados al cuerpo resplandeciente del Señor ; y cuando,
según el mismo Apóstol, salgan al encuentro del Señor arre-
10
batados a las nubes por los ángeles . También David muestra
que van a separarse los justos y los injustos en la consuma-
ción del tiempo, cuando dice: Nuestro Dios vendrá manifies-
tamente; nuestro Dios, y no guardará silencio. El fuego arde-
rá en su presencia, y a su alrededor una fuerte tempestad, (y
lo restante hasta) [los que regulan su alianza en lo que se re-
11
fiere a] los sacrificios . Convocará al cielo en lo alto para que
el pueblo de Dios sea cribado, sin duda cuando los hombres
celestes y espirituales sean separados de la tierra, es decir, de

7. Mt 13, 42. 10. Cf. 1 Ts 4, 17.


8. Mt 13, 43. 11. Sal 49, 3-5.
9. Cf. Flp 3, 21.
Tratado 51, 2-4 339

los terrenos y pecadores. Entonces también serán congregados


por los ángeles los hijos de Dios, los que regulan su alianza
en lo que se refiere a los sacrificios, es decir los mártires, que
acordándose de la alianza divina se ofrecen a Dios en sacrifi-
cio, entregando sus cuerpos por el nombre de Cristo.
4. Por tanto, como sabemos qué esperanza y gloria está
dispuesta para los santos de Dios, y qué castigo preparado
para los impíos y pecadores, debemos velar siempre según
los preceptos del Señor, no sea que nos sorprenda aquel
sembrador nocturno. Temamos el castigo de la gehenna,
donde declaró el Señor que se da el llanto y el rechinar de
dientes, donde muestra el profeta que todos los pecadores
serán quemados a la vez con ardores perpetuos cuando dice:
He aquí que vendrá el día del Señor, como un horno ar-
diente, y los inflamará, y serán todos los extranjeros y todos
los que obran la iniquidad como rastrojo, y como un sar-
miento los incendiará, cuando llegue el día aquel, dice el
12
Señor . El Señor declaró, primero por medio del profeta y
luego en el Evangelio, que en aquel castigo hay un fuego
inextinguible y un gusano inmortal, diciendo: Donde su gu-
13
sano no morirá, y el fuego no se extinguirá . Y bien dice el
Señor al final de la lectura: El que tenga oídos para oír, que
14
oiga . Es decir que, abiertos los oídos del corazón, oiga-
mos cuál es el castigo del fuego eterno, en el que todos los
inicuos, como la cizaña, serán entregados al fuego para arder,
y cuál es la gloria de los justos, en la que resplandecerán
15
como el sol en el reino del Padre ; para que teniendo esto
siempre ante los ojos, meditándolo día y noche, podamos
escapar a la pena de aquel fuego inextinguible y merecer de
nuestro Señor Jesucristo la gloria prometida del reino ce-
leste, Él que es bendito por los siglos de los siglos. Amén.

12. M U , 1. 14. Mt 13, 43.


13. Me 9, 48; Is 66, 24. 15. Cf. Ibid.
TRATADO 51 A
(Mt 13, 53-58)

LA INCREDULIDAD DE LOS JUDÍOS

1. Después sigue: Y ocurrió que cuando había termina-


1
do Jesús estas parábolas se fue de allí y entró en su ciudad ,
y lo demás hasta: no hizo allí muchos prodigios a causa de
1
su incredulidad . Concluidas pues las parábolas, entrando el
Señor en su ciudad les enseñaba en sus sinagogas de modo
que se admiraban y decían: ¿De dónde le vienen a éste la
3
sabiduría y los poderes? . Los judíos incrédulos e infieles,
que desconocían el sacramento de la encarnación del Señor,
se asombraban tras haber escuchado la enseñanza del Señor
y haber visto sus poderes. Y se admiraban de que Cristo
Señor, que parecía hombre según la figura del cuerpo hu-
mano, mostrara tan celeste enseñanza de salvación junto con
las obras del poder divino. Pues no entendían que Dios es-
taba en un cuerpo ni reconocían que el Hijo de Dios se
había hecho hijo del hombre. Veían los poderes divinos,
pero ignoraban el sacramento del cuerpo que asumió. Por
eso con razón sufrían el escándalo, diciendo: ¿De dónde le
vienen a éste la sabiduría y los poderes? ¿No es el hijo de
4
José el artesano? ¿No se llama su madre María? , y lo demás.

1. Mt 13, 53-54. 3. Mt 13, 54.


2. Mt 13, 58. 4. Mt 13, 54-55.
Tratado 51 A, 1-2 341

Pero si hubieran tenido abiertos los ojos del corazón y de


la fe, nunca habrían sufrido escándalo por Él a causa de la
figura del cuerpo humano. Pues a partir de los poderes di-
vinos le podrían haber reconocido, si hubieran querido,
como Dios e Hijo de Dios.
2. Pues los profetas habían testimoniado anteriormente
la gloria de su divinidad, que se mostraba en sus poderes,
5
así como la humildad corporal y la forma de siervo , para
que no tuviera excusa alguna la incredulidad de los judíos.
Como Isaías: Señor, dice, ¿quién creyó lo que escuchamos, y
a quién se reveló el brazo del Señor? Lo anunciamos delante
de él, como un muchacho, como raíz en tierra árida. No tiene
apariencia ni gloria; lo vimos y no tenía apariencia ni honor.
Sino que su apariencia era despreciable y sin honor ante
todos los hombres. Un hombre herido y que sabe soportar
6
la debilidad . Cuando se dice «el brazo del Señor», se de-
clara sin duda que Él mismo es el Hijo de Dios; y cuando
se le describe sin apariencia, gloria y honor, se muestra cla-
ramente la humildad de la carne que asumió. Por eso, por
medio de estos dos rasgos se manifiesta que Él mismo es
Hijo de Dios y Dios hombre.
Del mismo modo también Jeremías, refiriéndose a Él,
anuncia: El corazón está apesadumbrado para todo. Tam-
7
bién es hombre, y ¿quién le conocerá? . Cuando dice: Tam-
bién es hombre, al añadir esta palabra declara que no sólo
es hombre, sino también Dios. Pues no habría dicho tam-
bién es hombre si no hubiera querido que se entendiera de
Él además otra cosa, es decir que es Dios. Y con razón puso
delante: El corazón está apesadumbrado para todo. También
es hombre, y ¿quién le conocerá?, porque teniendo el cora-
8
zón apesadumbrado y ciego los judíos no quisieron reco-

5. Cf. Flp 2, 7. 7. J r 17, 9.


6. Is 53, 1-3. 8. Cf. Me 6, 52 (8, 17).
342 Cromado de Aquileya

nocer, a partir de sus poderes, que el Hijo de Dios a quien


veían hombre por la figura del cuerpo que asumió, era Dios.
David muestra esto mismo con claridad en un salmo,
cuando dice: Madre es Sión, dirá un hombre, un hombre ha
9
sido hecho en ella, y el Altísimo mismo la ha fundado . Al
mostrar David abiertamente por el Espíritu Santo que es el
Altísimo quien se ha hecho hombre, ¿qué otra cosa quiso
que entendiéramos de El, sino que creyéramos que El es
Dios y hombre? Lo declaró de modo semejante el profeta
Malaquías diciendo: Y vendrá de pronto a su templo el Señor
a quien vosotros buscáis, y el ángel de la alianza a quien vo-
sotros deseáis™. ¿Cuándo vino al templo este Señor y ángel,
es decir el Hijo de Dios a quien se esperaba, sino cuando
tomó un cuerpo humano de una virgen para nuestra salva-
ción? Y El mismo en el Evangelio declaró manifiestamente
a los judíos que el templo era su cuerpo, diciendo: Destruid
11
este templo de Dios y yo lo levantaré en tres días . Y des-
pués añadió el evangelista: Pero El se refería al templo de su
12
cuerpo . Pues también a Abraham se le apareció antigua-
mente el mismo unigénito Hijo de Dios en figura de hom-
bre, en vista del sacramento de la encarnación venidera. Pero
el santo Abraham reconoció por la fe que era Dios aquél a
13
quien veía hombre . Pues no pudo la figura del cuerpo im-
pedir que reconociera con los ojos de la fe y la mirada del
14
espíritu a su Señor y Dios, porque creyó fielmente a Dios .
Pero también fue visto por Jacob en figura de un cuer-
po humano, hasta el punto de que luchó con él y sufrió ser
vencido por él en vista del misterio de la pasión venidera.
Pero no pudo la mirada ni el tacto del cuerpo turbar la fe
del patriarca Jacob, de modo que no conociera que era su

9. Sal 86, 5. 12. J n 2, 21.


10. MI 3, 1. 13. Cf. G n 18, lss
11. J n 2, 19. 14. Cf. R m 4, 3.
Tratado Í1A, 2-3 343

Dios aquel con quien había luchado. Así dice en efecto des-
pués de la lucha: Vi a Dios cara a cara, y mi alma se ha sal-
15
vado . Por esto tampoco los incrédulos judíos habrían du-
dado en ningún momento o se habrían equivocado acerca
del Hijo de Dios por la figura del cuerpo que asumió si hu-
bieran conservado la fe de sus santos padres. Por eso, no
sin razón los acusaba el Salvador diciendo: Si no me que-
réis creer a mí, creed a mis obras y conoced que el Padre
16
está en mí y yo en El .
3. Pero acaso dudaban de Cristo Señor porque se le
tenía por hijo de José y no se ignoraba que había nacido de
María, su madre. Pero si hubieran querido creer a las pre-
dicciones proféticas no habrían llegado sin duda hasta tan
gran ignorancia, o mejor aún, infidelidad; de modo que no
creyeran que era Hijo de Dios porque se sabía que había
nacido de María su madre. En efecto, claramente había
anunciado el Espíritu Santo por medio de Isaías que el
mismo Señor y Salvador nuestro nacería de una madre vir-
gen, diciendo: He aquí que la virgen concebirá en su seno
y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel,
17
que quiere decir Dios con nosotros . También el Señor
mismo, para mostrar que iba a asumir un cuerpo del linaje
de los judíos, lo anunció así por medio del profeta Oseas
diciendo: ¡Ay de ellos!; los dejé marchar porque mi carne
18
viene de ellos . De esto habló también por medio de David
el mismo Señor, cuando hablaba al Padre: No quisiste sacri-
ficio ni oblación, pero me fabricaste un cuerpo; entonces dije:
He aquí que vengo. En el principio del libro está escrito de
mí, para hacer tu voluntad. Dios mío, quise también tu ley
19
en medio de mi corazón . Por lo cual los judíos, no ya por

15. G n 32, 30. 18. O s 9, 12; según los L X X .


16. J n 10, 38. 19. Sal 39, 7-9.
17. Mt 1, 23; Is 7, 14.
344 Cromacio de Aquileya

ignorancia sino solo por su infidelidad, no pudieron reco-


nocer al Hijo de Dios, diciendo: ¿De dónde le vienen a éste
la sabiduría y los poderes? ¿No es el hijo de José el artesa-
20
no? ¿No se llama su madre Marta? , y lo demás. ¡Qué gran
ignorancia, mejor aún, cuánta incredulidad de los judíos con
el Señor y Salvador nuestro, para que dijeran: ¿De dónde le
vienen a éste la sabiduría y los poderes?, de aquel que era
21
el poder y la sabiduría de Dios !
4. ¿No es acaso éste el hijo de José el artesano? También
esto, sin duda, lo decían los judíos incrédulos para despres-
tigiar al Hijo de Dios, que era tenido por hijo de un arte-
sano. Pero a veces acostumbra la iniquidad a profetizar, aun
ignorándolo. Pues en verdad el Señor y Salvador nuestro era
hijo de un artesano, pero hijo de aquel artesano, es decir de
Dios Padre, que por el mismo Hijo condescendió a fabri-
22
car el cielo y la tierra y el mundo universo . Este es el hijo
del artesano que, para clavar un hierro al madero con el fin
de labrar los corazones de los creyentes, condescendió a ser
suspendido de una cruz. En verdad hijo del artesano, ya que
ablandó con un fuego espiritual los corazones de los hom-
23
bres que eran como de hierro para la gracia de su fe . Pues
acostumbra el artesano a ablandar el hierro con fuego.
Pero como los judíos, que no quisieron reconocer la di-
vinidad del Hijo de Dios, decían todas estas cosas como
oprobio y desprecio del Señor, les dice el Señor: No hay
24
profeta sin honor, salvo en su tierra y en su casa , para acu-
sarles de su infidelidad; porque un profeta tan grande y de
tal categoría no fue acogido por aquellos a quienes había

20. Mt 13, 54-55. 23. Cf. H I L A R I O , In Mt. XIV,


21. Cf. 1 C o 1, 24. 2 (PL 9, 996C); AMBROSIO, In Le
22. Cf. AMBROSIO, In Le III, III, 2 ( C C L 14, 76, 23-24); M Á X I -
2 ( C C L 14, 76, 16-19); MÁXIMO MO D E T U R Í N , S. L X I I ( C C L 23,
D E T U R Í N , S. L X I I ( C C L 23, 263, 263, 95-96).
95-96). 24. Mt 13, 57.
Tratado 51A, 3-4 345

venido en modo especial como a su propia gente, sino que


fue deshonrado y despreciado; aquel profeta que Moisés an-
taño había declarado, incluso bajo amenaza, que habría que
acoger y escuchar en todo, diciendo: Os suscitará un profe-
ta el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, a quien
escucharéis como a mí en todo. Si alguien no escuchara a
25
aquel profeta perecerá su alma de en medio de su pueblo .
Y por eso -dice- no hizo allí muchos prodigios a causa de
26
su incredulidad , porque se mostraron en todo incrédulos
e infieles contra el Señor, el unigénito Hijo de Dios que es
bendito por los siglos. Amén.

25. D t 18, 15.19. 26. Mt 13, 58.


TRATADO 52
(Mt 14, 22-33)

LA TEMPESTAD EN EL LAGO

1. Después de mostrar la potencia de su fuerza divina,


por la cual con cinco panes y dos peces sació a cinco mil
1
hombres sin contar mujeres y niños , inmediatamente orde-
nó a sus discípulos subir a una barca y adelantársele al otro
lado del lago hasta que él despidiera a la muchedumbre. Y
una vez despedida la muchedumbre, subió solo a un monte
2
a orar . Oró el Señor y Salvador nuestro para darnos ejem-
plo en todo como maestro y señor. Oró para mostrar que
no era El mismo el Padre, sino el Hijo. Pero no oró por sí
mismo. ¿Por qué iba a orar por sí mismo aquel que no sólo
no cometió pecado, sino que destruyó los pecados de
3
todos? . Por eso no oró por sí mismo, sino por nosotros,
según lo que anteriormente había anunciado David por el
Espíritu Santo diciendo: Vuélvete, Señor, un poco y ruega por
tus siervos*. Y el evangelista Juan hace ver abiertamente que
esto se ha cumplido, al mostrarnos con claridad las palabras
mismas con que el Señor oró por nosotros al Padre, dicien-
do: Padre, quiero que donde yo esté, estén también estos con-

1. Cf. Mt 14, 13-21. ( C C L 14, 150).


2. Mt 14, 22-23. 4. Sal 89, 13.
3. Cf. A M B R O S I O , In Le V, 43
Tratado 52, 1-2 347

5
migo y vean mi gloria . Y otra vez: No ruego sólo por éstos,
sino también por los que han de creer en mí por medio de
6
su palabra . Por tanto, ésta fue la oración del Señor por no-
7
sotros al Padre, que todos seamos uno y seamos conside-
rados dignos de ver su gloria en los reinos celestes.
2. Y cuando se hizo tarde, estaba allí solo. Pero ya las
olas zarandeaban la barca en medio del mar. Pues el vien-
to les era contrario. Y en la cuarta vigilia de la noche se
llegó a ellos caminando sobre el mar*. Por tanto cuando el
Señor, como maestro del género humano, nos daba ejemplo
de cómo orar y la barca era zarandeada en medio del mar
por las olas porque tenían viento contrario, dice que se llegó
a ellos el Señor caminando sobre el mar. Con ello declaró
abiertamente la potencia de su divinidad. Pues, ¿quién podía
caminar sobre el mar sino el que es creador del universo?
Aquel de quien antiguamente anunciara el Espíritu Santo
por medio del bienaventurado Job: El solo extendió la tie-
9
rra y camina sobre el mar como sobre la tierra . Y el que
habla de igual modo por Salomón sobre esto mismo di-
ciendo por boca de la Sabiduría: Yo habité en lo más alto y
mi trono se encuentra sobre la columna de nube. Di la vuel-
ta sola al cielo y caminé sobre las olas del mar™. Y aquel de
quien David en un salmo declaró: Dios, tu camino en el mar
11
y tus sendas en las aguas abundantes . De esto dio noticia
igualmente Habacuc al decir: Derramando aguas por los ca-
12
minos, el abismo pronunció su voz . ¿Qué hay más mani-
fiesto que estos testimonios, o qué más luminoso? Con ellos
se muestra claramente que Él camina sobre el mar como
sobre la tierra, es decir, el unigénito Hijo de Dios, que an-

5. J n 17, 24. 9. J b 9, 8.
6. J n 17, 20. 10. Si 24, 7-8.
7. Cf. J n 17, 21. 11. Sal 76, 20.
8. Mt 14, 23-24. 12. H a 3, 10.
348 Cromacio de Aquileya

tiguamente extendió el cielo según la voluntad del Padre y


en tiempo de Moisés sirvió de guía al pueblo en la colum-
na de nube. De aquí se deduce la irreverente incredulidad
de que son acusados los herejes, que se han atrevido a negar
que Cristo es Dios, y están obligados a reconocerlo a par-
13
tir de los mismos testimonios .
Caminó pues el Señor sobre el mar, El que es creador y
fundador del universo. ¿No iba a poder quitar peso a los
cuerpos para ser capaz de caminar sobre el mar, aquel que
había hecho la naturaleza del hombre y el mismo mar y
todas las cosas celestes y terrestres? Por esto las mismas
aguas, cuando arreciaban las olas del mar, se hacían esclavas
del Señor y creador suyo, alegrándose de poder servirle con
la obediencia que le debían.
3. Cuando los discípulos vieron al Señor caminar sobre
el mar, no sabiendo que se trataba de El e inmovilizados por
el estupor de una admiración nunca vista, pensaban que era
14
un fantasma . Pues sabían que no se permite a la naturale-
za humana que este cuerpo terreno sea sostenido por las
olas, de modo que éstas soporten su peso. Pero el Señor,
para devolver la firmeza a la vacilación de sus temerosos dis-
15
cípulos dice: Estad tranquilos, no temáis, soy yo , mostran-
do que El era quien antiguamente había hablado a Moisés:
16
Yo soy el que soy ; para que los discípulos, reconociendo
por esta palabra al Señor y Dios suyo, dejaran de asombrarse
de que el creador dominara a la criatura, o de que la cria-
tura sirviera al creador. Finalmente, nada más oír que el
Señor decía: Soy yo, al punto creyeron que era posible al
Hijo de Dios lo que sabían que era imposible al hombre.

13. «Testimonio» es término logético frente a los judíos,


técnico: se trata de colecciones de 14. Cf. Mt 14, 26.
pruebas del A T sobre Cristo, que 15. Mt 14, 27.
empezaron a circular con fin a p o - 16. Ex 3, 14.
Tratado 52, 2-4 349

4. Con razón también Pedro, confirmado en la fe por


esta respuesta del Señor, dice: Señor, si eres tú, mándame ir
a ti sobre las aguas. Y él mismo le dice: «Ven». Y bajando
Pedro de la barca caminaba sobre el agua para llegar a Jesús.
Viendo Pedro el fuerte viento, temió. Y cuando había co-
menzado a hundirse gritó: «¡Señor, sálvame!». Y el Señor
tendiéndole la mano lo agarra y le dice: «Hombre de poca
17
fe, ¿por qué dudaste?» . Pedro, confirmado en la fe tras re-
conocer a su Señor y Dios, pidió que se le concediera bajar
sobre las aguas y caminar. El Señor, para mostrar la poten-
cia de su naturaleza divina y manifestar que todo es posi-
ble al que cree, concedió lo que pedía a su discípulo, que le
rogaba fielmente. Le ordena pues caminar sobre las aguas
aquél a quien nada podía ser imposible por la fuerza de su
divina potencia. Y bajando Pedro de la barca comenzó a ca-
minar sobre las aguas del mar, estando seguro durante tanto
tiempo cuanto permaneció constante y sin temblor en la fe.
Pero cuando, al crecer el fuerte viento, aflojó el timón de la
fe, turbado por una vacilación humana, comenzó inmedia-
tamente a hundirse en el oleaje. De ahí que le dijera el Señor:
Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?
Considera también aquí la distancia entre el Señor y el
siervo, entre Dios y el hombre. El Señor caminaba sobre las
olas del mar. Nada extraño: el creador dominaba en efecto
a la criatura. Pues las mismas olas del mar se alegraban por
estar debajo de los pies de Cristo. Pedro en cambio quiso
obtener por la fe lo que no podía por naturaleza, de modo
que él también caminara sobre las olas del mar. Finalmente
también él caminó, pero para que reconociera que era hom-
bre comenzó a hundirse entre el oleaje. Una era la potestad
de Cristo, otra la condición de criatura de Pedro, porque
aquél era Dios, éste hombre; aquél avanzaba por su propia

17. Mt 14, 28-31.


350 Cromacio de Aquileya

fuerza, éste era sostenido por la fuerza de Cristo. Además


no dijo Pedro al Señor: «No puedo llegar a ti caminando
sobre el mar». Quien espera una orden confiesa su debili-
dad. Pues sabía que él no podía caminar sobre el mar con-
tra la naturaleza si no se lo mandaba Cristo, que es el Señor
de las naturalezas. El que pudiera Pedro caminar sobre el
mar no fue poder de Pedro, sino autoridad del que lo man-
daba. Pero la fe de Pedro forzó la autoridad del que man-
daba, pues creyó que podía caminar sobre las olas del mar
si le era mandado por Cristo.
No obstante, después de acrecentarse el fuerte viento,
temió y, caminando sobre el mar, comenzó a hundirse en el
oleaje, e inmediatamente se acogió a Cristo diciendo: ¡Señor,
sálvame! Pues regía en parte a Pedro el propio timón de la
fe mientras caminaba sobre el mar. Pero cuando fue turba-
do por las olas que se alzaban, inmediatamente pidió otro
timón, es decir el auxilio de Cristo, en el cual encontró el
verdadero puerto de salvación. Por tanto, el hecho de temer
cuando se hundía en el oleaje fue propio de la debilidad hu-
mana. El que implorara el auxilio de Cristo es propio de
una fe poderosa y de una fuerza admirable. Y es que no
convenía a Pedro caminar también él sobre las olas del mar
sin temblor, a ejemplo del Señor, no fuera que, ensalzado
en la fe, se juzgara igual o semejante al Señor.
Por tanto, cuando había comenzado a hundirse, gritó al
Señor, que acostumbra a librar a los que le invocan en el
naufragio y en el peligro de la muerte, y dijo: «Señor, lí-
brame». Inmediatamente el Señor, escuchando el grito fiel
de su discípulo, lo agarró extendiendo la mano, mostrando
que Él es quien antiguamente dijo por el profeta: Invóca-
me en el día del aprieto y te sacaré y me glorificarás™. Vemos
que esto se cumplió en Pedro quien, cuando se encontraba

18. Sal 49, 15.


Tratado 52, 4-5 351

en el aprieto de la tempestad y clamó fielmente al Señor di-


ciendo: «Señor, líbrame», mereció inmediatamente que el
Señor le salvara extendiendo la mano. Y no es extraño que
el Señor liberara del oleaje del mar a su discípulo que le gri-
taba con fe, pues ya antiguamente había rescatado incólu-
me a Jonás después de tres días; y no sólo del oleaje, sino
19
de lo profundo del mar y del vientre del cetáceo .
5. Según la interpretación mística, esta nave en que el
Señor manda a sus discípulos atravesar el lago cuando él
subía al monte contiene una figura de la Iglesia, que el Hijo
de Dios encomendó a los apóstoles cuando iba a subir al
20
cielo hacia el Padre . Ésta, por tanto, mostrándose contra-
rio el viento, es decir el espíritu inmundo, era zarandeada
en este siglo como en medio del mar, empujada de aquí para
allá con los diversos oleajes de las tentaciones. Para visitar
y liberar esta barca del peligro de la tempestad, es decir del
naufragio de este siglo, se allegó el Señor en la cuarta vigi-
lia de la noche.
Y lo que hay que entender por esta cuarta vigilia se
puede reconocer incluso por un ejemplo sacado de las cosas
del mundo. Sabemos que la noche está dispuesta en cuatro
vigilias, en que los soldados y centinelas acostumbran a tur-
narse, vigilando y haciendo guardia, para proteger el cam-
pamento o las murallas del acecho de los enemigos. Pero
vemos que estas cuatro vigilias también están dispuestas por
el Señor en el campamento celeste para guardia de los san-
tos. De estas guardias leemos también en el libro de Job:
Mira, dice, al cielo y ve; observa las nubes cuan altas son
21 22
(...) que distribuye las vigilias nocturnas .

19. Cf. J o n 2. 21. H a y una laguna en el có-


20. Para los números 5, 6 y 7, dice.
cf. H I L A R I O , In Mt XIV, 14 (PL 9, 22. J b 35, 5.10.
1001D-1002C).
352 Cromacio de Aquileya

Por eso debemos considerar qué es esta cuarta vigilia


en la cual el Señor se allegó a los discípulos que sufrían la
tempestad. La primera vigilia de esta noche, es decir del
siglo presente, se entiende desde Adán hasta Noé. La se-
gunda vigilia desde Noé hasta Moisés, a través del cual se
dio la ley. La tercera vigilia, desde Moisés hasta la llegada
del Señor Salvador. En estas tres vigilias el Señor, incluso
antes de venir en la carne, defendió el campamento de sus
santos, por medio de ángeles que montaban la guardia, de
las asechanzas de los enemigos, es decir del diablo y sus
ángeles, que desde el origen del mundo siempre acecharon
la salvación de los justos. En la primera vigilia fueron cus-
todiados Abel, Set, Henos, Henoc, Matusalén, Noé. En la
segunda vigilia Abraham, Melquisedek, Isaac, Jacob, José.
En la tercera Moisés, Aarón, Josué hijo de Nun, y los demás
justos y profetas a partir de aquí. Pero en la cuarta vigilia
se reconoce la etapa actual, desde que el Hijo de Dios con-
descendió a nacer y padecer según la carne. Entonces pro-
mete, después de su resurrección, la vigilia eterna a los dis-
cípulos y a su Iglesia, diciendo: Yo estaré con vosotros hasta
23
la consumación del mundo . Conoce también David esta
eterna guardia del Señor cuando dice: He aquí que no dor-
24
mirá ni se adormecerá el guardián de Israel . Por tanto en
esta cuarta vigilia, es decir después de los justos, después
de la ley, después de los profetas, vino el Señor y Salvador
nuestro tras asumir un cuerpo humano, caminando sobre
el mar, es decir pisoteando los pecados del siglo, para libe-
rar del naufragio de este mundo, una vez puesta en fuga la
tempestad del viento adverso del espíritu inmundo, a su
barca que es la Iglesia. Por ella también El ha padecido la
tempestad, porque soportó la persecución en favor de su
Iglesia.

23. Mt 28, 20. 24. Sal 120, 4.


Tratado 52, 5-7 353

6. Y en la petición de Pedro de llegar hasta el Señor ca-


minando sobre el mar, cuando dice: Señor, si eres tú, mán-
dame ir a ti, se mostró que Pedro, al estar lleno de un enor-
me amor por el Señor, quiso padecer con El; se refiere a
cuando, al decir el Señor que todos iban a sufrir tropiezo
por su causa, afirma Pedro: Aunque fuera preciso que yo
15
muriera, no te negaré . Pero cuando vio el viento fuerte, al
instante temió y comenzó a hundirse. Esto de que al ver el
fuerte viento temiera Pedro, ¿a qué se refiere sino a cuan-
do vio la violencia de la persecución que el pueblo de los
judíos procuraba al Hijo de Dios? Entonces sí que temió
de verdad y comenzó a estar cerca del peligro cuando, in-
terrogado por la sierva una primera vez, una segunda y una
tercera, dijo desconocer a Jesús Nazareno, es decir a Cris-
to Señor. De este modo Pedro comenzó a hundirse porque
a quien antes había confesado como Hijo de Dios, por quien
incluso había dicho que iba a morir, después negó cono-
cerlo.
7. Por tanto, cuando Pedro comenzó a hundirse de esta
manera clamó al Señor diciendo: ¡Señor, sálvame! Y exten-
diendo la mano lo agarró. ¿Y qué se entiende por este grito
de Pedro cuando comenzó a hundirse, sino aquél con el cual
después de la negación lloró muy amargamente, clamando
al Señor con la fe del corazón? Por eso con razón le agarra
la mano extendida del Señor. Además, como leemos en el
Evangelio, inmediatamente después de la negación lo miró
26
Jesús y así Pedro lloró muy amargamente . Por tanto, cuan-
do Pedro quiso llegar al Señor por las olas del mar, signifi-
caba que antes de la pasión quiso Pedro padecer con el Señor
y por el Señor. Pero como todavía no había sido fortaleci-
do con la pasión de Cristo, aterrado por el miedo a la muer-
te, incurrió en el peligro de la negación en vez de perma-

25. Mt 26, 35. 26. Cf. Mt 26, 75; L e 22, 62.


354 Cromacio de Aquileya

necer constante en la fe. Y no convenía en verdad que Pedro


padeciera con Cristo, porque para la salvación del mundo
se requería la pasión únicamente de Cristo, El que fue el
único que condescendió a morir por todo el mundo, tam-
bién por el mismo Pedro.
8. Y que por en medio de la tempestad subió el Señor
a la barca y cesó el viento, y también que los que estaban
en la barca se le acercaron y lo adoraron, quiere decir que
el Señor y Salvador nuestro, una vez puesta en fuga la tem-
pestad de la persecución, iba a volver de nuevo a sus discí-
pulos hasta llegar a su Iglesia, en la cual constituyó como
primer apóstol a san Pedro, a quien encomendó de forma
17
particular sus ovejas diciendo: Apacienta mis ovejas . Una
vez que los apóstoles, colocados en la Iglesia de los cre-
yentes como en una pequeña barca, contemplaron esta glo-
ria de la resurrección del Señor adorando al Señor y Salva-
dor nuestro, predicaron al género humano que era el
verdadero Hijo de Dios, a quien pertenece la alabanza y la
gloria por los siglos de los siglos. Amén.

27. J n 21, 17.


TRATADO 53
(Mt 15, 1-16)

L O Q U E M A N C H A A L H O M B R E - L O S FARISEOS CIEGOS

1. Cuando el Señor había llegado a la tierra de Genezar


con sus discípulos y había curado con medicina celeste a
1
muchos que allí padecían enfermedades diversas , se le acer-
caron, dice, unos escribas y fariseos de Jerusalén diciendo:
«¿Por qué tus discípulos transgreden las tradiciones de nues-
tros mayores? Pues no se lavan las manos cuando comen
2
pan» . Como los escribas y fariseos no se atrevían a con-
tradecir los poderes manifiestos del Señor, buscaban oca-
siones y razonamientos diversos con los cuales reprender o
culpar al Señor o a sus discípulos. Por eso, en el presente
pasaje acusaban a los discípulos del Señor de transgredir la
ley porque no comían el pan con las manos lavadas, según
la tradición de los mayores, diciendo: ¿Por qué tus discípu-
los transgreden las tradiciones de nuestros mayores? Pues no
se lavan las manos cuando comen pan.
Establecieron ciertamente los antepasados de los judíos,
entre otras observancias, también esto: que nadie recibiera
alimento o lo comiera si no se había lavado antes las manos.
Pero en esta observancia hay más bien un uso y una cos-
tumbre humana, no un provecho para la salvación. Por esto

1. Cf. Mt 14, 34-46. 2. Mt 15, 1-2.


356 Cromacio de Aquileya

esa tradición de los mayores es casi superflua, porque no


puede ser provechosa para la salvación. Y no se obtiene jus-
tificación alguna a partir de esta tradición, ni se comete un
delito si se deja de cumplir. Pues Dios no exige del hombre
que cuando vaya a comer se lave las manos, sino que tenga
un corazón limpio y una conciencia lavada de las sucieda-
des de los pecados. En verdad, ¿de qué aprovecha lavarse
las manos y tener la conciencia manchada? Por eso los dis-
cípulos del Señor, como estaban lavados en su corazón y
mostraban una conciencia limpia e impoluta, no tenían una
gran preocupación en lavarse las manos, que ya habían la-
vado una sola vez junto con todo el cuerpo en el bautismo,
como dice el Señor a Pedro: El que se ha lavado una vez
no tiene necesidad de lavarse otra, sino que está todo lim-
3
pio, como lo estáis vosotros .
Ya antaño había mostrado el Señor por el profeta que el
pueblo de los judíos necesitaba este lavado, diciendo: La-
vaos, estad limpios, arrancad la maldad de vuestras almas*.
Por tanto, al decirles que se limpien no se les mandó que
se lavaran las manos, sino que arrancaran la maldad de sus
corazones. Por eso los escribas y fariseos, si hubieran que-
rido entender y recibir este lavado celeste, nunca habrían
pedido explicaciones por no lavarse las manos. ¡Oh, qué ne-
cios y ciegos! ¡Denunciaban a los discípulos del Señor por
no lavarse las manos, cuando ellos mismos tenían contami-
nada la conciencia y las manos teñidas con la sangre de los
5
profetas ! Por eso no podía en nada aprovechar el lavado
cotidiano de las manos a los escribas y fariseos; pues, man-
chados por diversos pecados, vivían con el interior conta-
6
minado .

3. J n 13, 10. 6. Cf. TERTULIANO, De ora-


4. Is 1, 16. tione X I V ( C C L I, 265).
5. Cf. Mt 23, 30-31.
Tratado 53, 1-2 357

Les denuncia no obstante el Señor devolviéndoles la acu-


sación: ¿ Y por qué os saltáis vosotros el mandato de Dios
por seguir vuestra tradición? Pues Dios dijo: «Honra a tu
padre y a tu madre. Y el que maldijera a su padre o a su
madre, sufrirá la muerte». Pero vosotros decís: «Quien diga
a su padre o a su madre: "es ofrenda todo lo que de mí po-
drías recibir como ayuda", ese no honrará a su padre y a su
7
madre» , e hicisteis inútil la palabra de Dios por vuestras
tradiciones*. Los escribas y fariseos reprendían a los discí-
pulos del Señor preguntándoles por qué, dejando a un lado
la tradición de sus mayores, no comían con las manos la-
vadas, cuando ellos mismos, al dejar aparte los preceptos di-
vinos que se dieron para la salvación del pueblo, eran ha-
llados en todo transgresores de la ley. Pues aunque en la ley
está mandado honrar a los padres con todo honor y obe-
diencia, y se estableció una pena para el que maldijera a su
padre o a su madre, sin embargo los escribas y fariseos, eli-
minando el miedo al juicio establecido, habían mandado
ofrecer un don para evitar la sentencia condenatoria. Por
esta usurpación se conoce que cambiaron el estatuto del pre-
cepto divino y que facilitaron a los hijos una ocasión de im-
piedad, pues podían ser obligados a una legítima obedien-
cia, si no por la piedad natural, al menos por el terror de la
pena establecida.
2. Y con razón continua el Señor: Hipócritas, bien pro-
fetizó Isaías de vosotros diciendo: Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí. Y me dan culto
9
en vano, enseñando doctrinas y mandamientos humanos .
Verdaderamente en vano simulan dar culto a Dios, a quien

7. El texto bíblico citado por Vulgata, que sigue más de cerca al


Cromacio dice: honorificauit (pa- griego y trae honorificabit (futuro),
sado), con lo que no se ve el sen- 8. Mt 15, 3-6.
tído. Hemos traducido según la 9. Mt 15, 7-9.
358 Cromacio de Aquileya

honran más con los labios que con el corazón y a cuyos


preceptos divinos y doctrinas salvadoras prefieren los man-
datos de los hombres. Y convocando a la multitud dijo:
«Oíd y entended. No mancha al hombre lo que entra en la
boca, sino lo que sale de la boca eso mancha al hombre».
Entonces acercándosele sus discípulos le dijeron: «¿Sabes que
cuando los fariseos oyeron estas palabras se escandalizaron?».
Pero Jesús responde: «Toda planta que no plantó mi Padre
celestial será arrancada. Dejadlos: son ciegos, guías de cie-
gos. Pero si un ciego hace de guía a otro ciego, caerán los
dos a la fosa». Pero Pedro, respondiendo, le dijo: «Explíca-
nos la parábola». Pero El le dijo: «¿ Todavía no entendéis vo-
10
sotros?» , y lo demás.
El Señor, para mostrar más plenamente que la repren-
sión de los escribas y fariseos sobre el no lavarse las manos
era superflua, convoca a la multitud y dice: No mancha al
hombre lo que entra en la boca sino lo que sale de la boca,
eso mancha al hombre; mostrando que el hombre se man-
cha no por el alimento que entra en la boca, sino más bien
por los pensamientos malvados del alma que salen del co-
razón. Pues los alimentos que recibimos para comer fueron
creados y bendecidos por Dios para provecho de la vida hu-
11
mana, y por eso no pueden manchar al hombre . Pero los
pensamientos contrarios y perversos que salen del corazón,
como el mismo Señor explicó, es decir los homicidios, adul-
n
terios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, blasfemias , y
todo lo demás que nace por instigación del diablo, todas
estas cosas son las que de verdad contaminan al hombre.
3. Pero lo que dice el Señor: No mancha al hombre lo
13
que entra en la boca , no lo recibieron sin escándalo los fa-
riseos, como Pedro manifiesta. Porque antaño había man-

ió. Mt 15, 10-16. 12. Mt 15, 19.


11. Cf. H c h 10, 15. 13. Mt 15, 11.
Tratado 53, 2-3 359

dado Dios a través de Moisés que no todo se empleara para


alimento, cuando declara que algunas cosas son puras, otras
impuras. Pero hay que indagar por qué antiguamente fue-
ron prohibidas por Dios estas cosas al pueblo. Pues si todas
las cosas que fueron creadas por Dios para que se usaran
como alimento humano fueron bendecidas ya desde el prin-
cipio, y ellas mismas permanecen por su parte en la natu-
raleza en que fueron constituidas, ¿cuál es la causa de que
después la ley divina prescribiera al pueblo de los judíos que
era lícito comer algunas como puras, pero ilícito otras como
14
impuras ?
En primer lugar no hay duda que este tipo de precep-
tos los dio el Señor a causa de la lujuria del pueblo judío y
de su falta de moderación en el comer. Pues, ya que por su
afán por el alimento y el vientre el mismo pueblo había co-
menzado a hacerse el olvidadizo de los preceptos divinos,
fabricándose un cordero en el Horeb, por lo que está es-
crito: El pueblo se sentó a comer y beber, y se levantaron
15
para divertirse , por eso fueron prohibidas por el Señor
estas cosas necesarias, para que, habiéndosele prohibido los
mejores alimentos y castigado la intemperancia de su gula,
pudiera más fácilmente ser mantenido en la disciplina de la
divina observancia.
Además, hallamos que estas cosas fueron prohibidas des-
pués de la transgresión en que se adoró a un cordero, y res-
pecto a ellas fue proferida por el Señor esta sentencia cle-
mente y moderada, como para condenar a un pueblo todavía
inexperto. Y por eso se les dijo, como leemos: Serán para
16
vosotros impuros . N o dice: Son impuros, sino: Serán. Ni:
para todos, sino: para vosotros, para mostrar claramente que
ni eran ellos mismos impuros, ni iban a ser impuros para

14. Cf. L v 11; D t 14. 16. L v 11, 8.


15. 1 C o 10, 7.
360 Cromacio de Aquileya

otros, sino para ellos solos. Y bien merecieron esta prohi-


bición de muchos alimentos quienes preferían las carnes de
Egipto y las calabazas y pepinos al maná celeste.
4. Y aunque estas cosas hay que entenderlas así según el
simple sentido literal, no obstante en ellas mismas, como
también ocurre con otros misterios de la ley, reconocemos
prefigurados ejemplos de la realidad futura. Pues se mostra-
ron unas indicaciones precisas de los animales que había que
considerar puros e impuros entre los peces, los cuadrúpedos
17
y los demás . Es decir, entre los peces se mostraron como
puros aquellos que tuvieran escamas o aletas; pero los que
no tuvieran escamas serían considerados impuros. Y de los
cuadrúpedos se dijo que eran puros los que rumiaran y tu-
vieran pezuñas hendidas, pero los que no tuvieran ninguna
de estas dos características o tuvieran sólo una, serían im-
puros. En esta designación de los puros e impuros, no vemos
otra cosa sino la figura de los fieles y los infieles.
Pues el animal que tiene las dos pezuñas unidas y rumia,
no camina con paso resbaladizo, sino que avanza siempre con
pie firme, manteniéndose una pezuña firme por la unión de
la otra. Este es el hombre fiel que, provisto de los preceptos
de los dos Testamentos, es decir el Antiguo y el Nuevo, como
una pezuña hendida, no camina por este camino del siglo de-
jando huellas sinuosas sino completamente firmes; y también,
teniendo siempre en la boca y en el corazón el alimento de
la vida salvadora, es decir la meditación de la ley divina, lo
18
conserva fielmente según lo que leemos escrito acerca del
19
hombre bienaventurado: Meditará en su ley día y noche . Y
de nuevo: Qué dulces a mi garganta tus palabras, más que

17. Para las consideraciones 18. Cf. O R Í G E N E S , In Lv VII,


sobre los animales cf. NOVACIANO, 6 (GCS 29, 389, 1-3).
De cibis iudaicis I I , 11 ( C C L 4, 19. Sal 1, 2.
92); I I I , 7-12 ( C C L 4, 94s).
Tratado 53, 3-4 361

20
la miel y el panal para mi boca . Tener hendida en dos la
pezuña es, en efecto, o bien, como dijimos, guardar los pre-
ceptos de los dos testamentos en la única raíz de la fe, o bien
ciertamente confesar al Padre y al Hijo en unidad de natu-
raleza. Y rumiar es, como dijimos, recoger siempre las pala-
bras divinas y darles vueltas como alimento celeste en la boca
y en el corazón meditándolas continuamente.
Por eso con razón se mostraron como impuros deter-
minados animales que no tienen hendida la pezuña ni ru-
mian, o que sólo rumian y no tienen la pezuña hendida. En
estos reconocemos que están significados todos los infieles,
es decir tanto los judíos como los gentiles y también los he-
rejes. Tener hendida la pezuña y no rumiar es propio de los
herejes que, aunque parezcan conservar los dos Testamen-
tos y confesar al Padre y al Hijo, sin embargo no profesan
con el sentir piadoso del corazón ni con la confesión salva-
dora de la boca esta misma fe que creen mantener. Y por
eso son contados entre los animales inmundos, es decir entre
los hombres infieles.
Por otra parte rumiar y no tener la pezuña hendida es
propio de los judíos, que aunque tengan siempre en la boca
los preceptos de la ley, sin embargo, como no tienen hen-
didas las pezuñas, es decir como no reciben los dos Testa-
mentos ni confiesan al Padre y al Hijo, también ellos son
contados por el Señor entre los animales impuros; y al con-
servar solamente el Antiguo Testamento como una pezuña
única, no caminan con pie firme, sino a trompicones. Y es
propio de los gentiles no tener la pezuña hendida, ni tam-
poco rumiar. Pues al no creer en absoluto en Dios, ni reci-
ben los preceptos de los dos Testamentos ni confiesan al
Padre y al Hijo. Tampoco rumian, porque no guardan en la
boca y en el corazón observancia alguna de la ley divina.

20. Sal 118, 103.


362 Cromacio de Aquileya

5. En la distinción de los peces existe una considera-


ción parecida. Pues se manda aprovecharse como alimen-
to de los peces que tienen escamas y aletas. En estos, sin
duda, reconocemos significados a todos los que creen fiel-
mente en Cristo, que por un lado nacen para Dios, a la
manera de los peces, en el agua del bautismo; y además
llevan escamas en su boca, confesando los pecados anti-
guos; y tienen aletas, atravesando con el timón de la fe el
oleaje de este mar, es decir de la tentación del siglo, con
un curso veloz y rápido. De ellos leemos escrito en David:
Las aves del cielo y los peces del mar, que recorren las sen-
21
das del mar .
Por otro lado, en estos peces que ni tienen escamas ni
aletas entendemos que están designados los judíos, quie-
22
nes, aunque se laven continuamente y, como los peces,
no se alejen nunca del agua, no obstante, como no tienen
ni escamas ni plumas, es decir como ni reconocen los pe-
cados de su infidelidad ni se dejan guiar por el timón de
la fe, no pueden aprovecharse de la gracia celeste y espi-
ritual.
6. Y las aves que eran impuras y no debían usarse como
alimento fueron incluso designadas por sus nombres: el
águila, el milano, el buitre, el cuervo, el gorrión, el cisne, el
halcón, el avestruz, el buho, el murciélago, la lechuza, y los
demás semejantes a estos. Entre los reptiles, por su parte, la
salamandra, el lagarto, el ratón y los demás. El significado
de todos estos se presta a una consideración similar, como
está dicho más arriba: muestran la figura de los hombres
inicuos e impuros.
Pues en el águila, el gavilán, el buitre y el milano, que
viven de la rapiña de los muertos y se alimentan de los ca-

21. Sal 8, 9.
22. Se refiere a los baños rituales de los judíos.
Tratado 53, 5-7 363

dáveres, están representados los hombres rapaces y profa-


nos, que hacen rapiña de las cosas ajenas que no les son de-
bidas y que, acechando la muerte de los miserables, viven
de sus riquezas. En el cuervo se muestra a los hombres pe-
cadores e impuros que, llevando una conciencia oscura y te-
nebrosa, viven suciamente en el mundo. Y el avestruz o el
cisne se refieren a los hombres soberbios y engreídos, que
llevan alzada la cerviz. En el gorrión, por otro lado, mues-
tra a los hombres erráticos, que vagan y vuelan alrededor
de cosas diversas con un espíritu inestable. Y en el halcón,
que persigue sobre todo a las palomas, se representa a aque-
llos que acostumbran a hacer presa en los inocentes. En el
buho muestra a los que ocupan las casas ajenas con una in-
vasión nocturna, y con voz fiera amenazan de muerte a los
miserables. En la lechuza y en el murciélago indica a aqué-
llos que, rehuyendo la luz de la verdad, habitan en las ti-
nieblas de sus pecados.
De igual modo también los reptiles. Cuando prohibe que
se coma la salamandra denuncia a los hombres sucios, que
hacen salir de su boca palabras inmundas, porque la sala-
mandra desprende un hedor inmundo por la boca. Cuando
prohibe el lagarto, condena al hombre que lleva una vida
llena de manchas y tiene un deseo mudable. Cuando prohi-
be el ratón condena a los que siguen en las cavernas del
error, o roen los escritos de la fe.
7. Por tanto fueron culpados los animales para que los
hombres se enmendaran; para que al reprochar en los ani-
males lo que es natural, entendieran los hombres en qué
grave condena incurren ante el Señor los que aceptan se-
mejantes pecados contra la ley de Dios y contra la misma
naturaleza de su creación. Por tanto, si los escribas y fari-
seos hubieran entendido este tipo de figuras, y hubieran co-
nocido al mismo Señor que había venido a levantarles el
peso de la ley, nunca se habrían escandalizado por las pala-
bras del Señor en las que dice: No contamina al hombre lo
364 Cromacio de Aquileya

que entra en la boca, sino lo que sale de la boca, eso conta-


23
mina al hombre .
Con razón, pues, para condenar la infidelidad de los es-
cribas y fariseos, sigue el Señor y dice: Toda planta que no
ha plantado mi Padre celeste será arrancada de raíz. De-
jadlos, son ciegos, guías de ciegos. Pero si un ciego hace de
24
guía a otro ciego, los dos caerán al hoyo . Y como los es-
cribas y fariseos, dejando a un lado la ley divina, se habían
elevado a una presunción tan grande que no plantaban los
mandamientos de Dios sino más bien los suyos, los cuales
querían conservar en vez de la ley divina, con razón mere-
cieron ser arrancados también ellos por el Señor junto con
esta planta de su doctrina. Y por eso dice el Señor: Toda
planta que no plantó mi Padre celeste será arrancada de raíz:
pues no era aquella una planta de Dios, sino de los hom-
bres. Pero no sólo será arrancada por el Señor la inicua plan-
ta de los escribas y fariseos, sino la de todos los herejes; que
aunque parezca por un tiempo extender las ramas de la in-
fidelidad, sin embargo no puede tener firmeza, porque aque-
lla planta no es de Dios, sino del diablo; hay que arrancar-
la del todo y entregarla al fuego perpetuo; no muestra
ningún fruto de fe y salvación.
8. Luego sigue diciendo: Dejadlos, son ciegos, guías de
ciegos. Y si un ciego hace de guía a otro, los dos caerán al
25
hoyo . En esto, aunque se entiende que muestra a los mis-
mos escribas y fariseos que, cegados con el error de su in-
credulidad, no sólo no pudieron ellos reconocer la luz de la
verdad, no creyendo a Cristo, sino que arrastraron también
consigo a otros al hoyo de la muerte; no obstante, esto
mismo puede entenderse también de los herejes, quienes,
negando que Cristo es luz verdadera de luz verdadera y

23. Mt 15, 11. 25. Mt 15, 14.


24. Mt 15, 13-14.
Tratado 53, 7-8 365

26
Dios de Dios , se llenaron de una ceguera en nada distin­
ta, ya que por el error de su doctrina se hicieron guías y
jefes de los miserables. De ellos se dijo: Son ciegos, guías de
ciegos. Y si un ciego hace de guía a otro ciego, los dos cae­
rán al hoyo, porque semejantes doctores de herejía no sólo
no quedan ellos satisfechos con el error y peligro de su in­
fidelidad, sino que, al ponerse como maestros de perdición
para los ignorantes, arrastran también con ellos al hoyo de
la muerte a quienes seducen, porque no quisieron creer fiel­
mente al autor de la vida, el unigénito Hijo de Dios, que es
bendito por los siglos. Amén.

26. Cf. Símbolo niceno.


TRATADO 54
(Mt 16, 4)

E L SIGNO DE JONÁS

1. Esta generación malvada pide un signo y no se le dará


1
otro signo que el signo de Jonás . La generación malvada y
adúltera de los judíos, pidiendo sin fe que se le muestre un
signo del cielo, no mereció recibir en la frente el signo de
la cruz, que es el único que se ha dado a los creyentes para
la salvación, aquel signo del que está escrito en Isaías: Le-
2
vantad un signo entre los naciones . También leemos escri-
to en Ezequiel acerca de este signo, de forma clarísima,
cuando dice: Pasa por en medio de Jerusalén y pon un signo
en la frente de los vivos que gimen por la iniquidad de mi
gente. Y después dice: Id y herid a todo varón y hembra,
desde el más pequeño hasta el más grande, y no perdonéis
al más anciano. Pero dejad a aquel sobre quien encontréis
3
mi signo, y empezad por mis mismos santos . Por tanto si
los fariseos y saduceos hubiesen querido entender o cono-
cer este signo salvador, el único en que está la salvación y
la vida, nunca habrían pedido otro signo. Sin embargo re-
ciben el signo de Jonás, en el que se ha mostrado abierta-
mente el misterio de la pasión y resurrección del Señor. De

1. Mt 16, 4. 3. E z 9, 4-6.
2. Is 62, 10.
Tratado 54, 1-3 367

4
esto, aunque ya hemos hablado no poco anteriormente , no
obstante, como ahora también se ha mencionado al mismo
Jonás, debemos repetir las cosas que ya están dichas, para
que con la repetición reiterada alcancemos una gracia reite-
rada de la fe.
2. Jonás, enviado a predicar a los ninivitas, padece la
tempestad del mar; y el Hijo de Dios, enviado por el Padre
a predicar al género humano la salvación, del mismo modo
soporta la tempestad del mar, es decir la persecución del
siglo, de parte del pueblo judío. Allí el viento subleva el mar
contra Jonás; aquí el espíritu inmundo subleva al pueblo
contra el Señor. Además, como aquella nave en que estaba
Jonás, tras levantarse la borrasca, era zarandeada por varias
tempestades, así también la Sinagoga en que el Señor esta-
ba era agitada por varios espíritus inmundos para ponerle
en peligro de muerte. Pero, igual que Jonás en aquel peli-
gro dormía y roncaba seguro durante el sueño, así también
el Señor, en aquel peligro de la Sinagoga, por el poder de
su naturaleza divina descansó seguro en el sueño de su pa-
sión. Jonás, enviado a lo profundo del mar, es recogido por
una ballena, y el Señor fue recogido del mismo modo por
la muerte.
3. Pero, igual que aquella ballena no pudo ni digerir a
Jonás ni retenerlo largo tiempo vivo dentro de sí, así tam-
bién la muerte recogió, sí, ávida al Señor, pero como no
podía retener dentro de sí al que continuaba viviendo y al
que es inabarcable, lo vomitó al tercer día, como la ballena
a Jonás. Pues la muerte, acostumbrada siempre a comer y
digerir muertos, echó fuera con nauseas al Señor viviente.
Y en verdad no era capaz de digerirlo, pues era una piedra,
5
como dice el Apóstol: Y la piedra era Cristo . Y la ballena,

4. Se refiere al tratado perdido 5. 1 C o 10, 4.


en que se comentaba Mt 12, 38-41.
368 Cromacio de Aquileya

al engullir a Jonás, lo echó fuera solamente a él; pero la


muerte, al recoger al Señor, no vomitó sólo a éste sino a
muchos con El. Leemos, en efecto, que con el Señor resu-
6
citaron muchos cuerpos de santos . Como acostumbran al-
gunos a tomar pociones de efecto contrario para echar fuera
lo que tienen dentro, así le sucedió a la muerte. Recibió el
cuerpo del Señor como una poción contraria, para vomitar
también otros cuerpos que retenía. Pues al engullir la muer-
te el cuerpo del Señor no hirió a la carne, sino antes fue ella
misma herida por la carne; porque aquella carne no era tal
que pudiera ser devorada por la muerte, sino que era una
7
espada pétrea que corta la garganta de la muerte. Por eso
se equivocó con el cuerpo del Señor, y fue engañada la muer-
te. Abrió ciertamente sus fauces; pues pensaba que, como
había recogido al primer Adán y lo había devorado, así tam-
bién podría recibir al segundo Adán para devorarlo; pero
fue burlada por medio de la carne del Señor. Pues desean-
do atrapar y devorar, ella misma fue más bien atrapada y
devorada: pues la muerte ha sido tragada para victoria,
como está escrito: ¿Dónde está tu aguijón, muerte? ¿Dónde
está, muerte, tu victoria?*.

6. Cf. Mt 27, 52. 8. 1 C o 15, 54-55.


7. Cf. J o s 5, 3.
TRATADO 54 A
(Mt 16, 28 - 17, 9)

LA TRANSFIGURACIÓN

1. Luego sigue: En verdad os digo, hay algunos de los


que se encuentran aquí presentes que no gustarán la muer-
te hasta que no vean al hijo del hombre venir en su reino.
Y ocurrió, después de seis días, que tomó Jesús a Pedro, San-
tiago y su hermano Juan, los condujo aparte a un monte ele-
1
vado y se transfiguró delante de ellos , y lo demás que sigue.
Queriendo el Señor revelar a estos tres discípulos suyos la
gloria de su majestad en la cual va a venir en su reino, los
condujo aparte a un monte elevado y se transfiguró delan-
te de ellos. Y resplandecía su rostro como el sol, y sus vesti-
dos se hicieron tan blancos como la nieve. Y he aquí que se
les aparecieron Moisés y Elias que hablaban con El. Pero el
Señor hizo esto según su antigua y vieja costumbre. Pues
como antaño el mismo Señor mostrara su gloria a Moisés
2
en el monte , así también ahora reveló en el monte a los
discípulos la gloria de su majestad, dándose a conocer como
autor de los dos testamentos. Pero notemos bien cuan gran-
de es ahora la sobreabundancia de la gracia del Señor.
2. Antiguamente Moisés oró mucho y durante largo
tiempo para ver la gloria del Señor. Pero ahora a los após-

1. Mt 16, 28 - 17, 2. 2. Cf. Ex 19, 24.


370 Cromacio de Aquileya

toles se les eleva de modo espontáneo para observar la glo-


ría del Señor. Y a Moisés que oró largamente le fue conce-
dido esto como un hecho extraordinario; a los apóstoles, sin
embargo, que no lo pedían, les fue concedido por el Señor
mucho más, de modo que antes del día de la gloria con-
templaran la gloria del Señor. Y era harto conveniente que
el Señor revelara a los discípulos la llegada de su gloria in-
cluso en su mismo aspecto exterior, porque ya antiguamen-
te lo manifestó al santo Abraham, que deseaba ver su día,
según lo que Él mismo dice en el Evangelio: Abraham vues-
3
tro Padre deseó ver mi día. Y lo vio y se alegró .
Se transfiguró pues el Señor delante de ellos, y resplan-
deció su rostro como el sol y sus vestidos se hicieron blancos
como la nieve. Después de muchos signos del poder divi-
no, cuando ya los discípulos creían con fe perfecta, les mos-
tró en el monte la gloria de su esplendor. En efecto, era ne-
cesario mostrar algo más a los discípulos que al pueblo. Pues
se mostraba al pueblo como Dios por las obras, a los dis-
cípulos sin embargo hasta por el aspecto de la majestad di-
vina. Los ojos todavía débiles y carnales del pueblo no po-
dían soportar la vista del mismo esplendor divino, ya que
no fueron capaces de soportarla ni los mismos discípulos,
que ya estaban probados por la fe. En fin, también sucedió
así antaño, cuando Moisés subía al monte, mientras el pue-
blo no fue ni siquiera capaz de escuchar la voz del Señor y
dijo a Moisés: Que no nos hable Dios, no sea que mura-
4
mos ; a Moisés sin embargo se le mostró incluso la gloria
de la majestad.
3. Sin duda que la gloria del Señor se mostró antaño a
Moisés en el monte y ahora a los apóstoles, pero no tan
grande como es en aquella naturaleza divina e invisible, sino
cuanta pueden contener los ojos todavía mortales. Además,

3. J n 8, 56. 4. Ex 20, 19.


Tratado 54A, 2-3 371

cuando antaño pidió Moisés que el Señor le mostrara su glo-


ria, le dijo: Verás mis espaldas, pero mi rostro no lo verás;
5
pues no puede el hombre ver mi rostro y seguir vivo . Por
tanto a Moisés se le mostró, no tanto cuanto era Dios, sino
cuanto podía recibir Moisés. Y en verdad, si al poner nues-
tros ojos en la figura de este sol nuestro no podemos so-
portar su fulgor ni sus rayos, cuánto más no podrán so-
6
portar los ojos mortales la vista de aquella majestad divina .
Y ciertamente que vemos la luz del sol, pero no podemos
soportar el fulgor mismo de sus rayos. Lo mismo el Hijo
7
de Dios, que es el sol de justicia , mostró a los apóstoles el
esplendor de su majestad, pero no su misma naturaleza, que
no puede ser vista en su totalidad por los ojos mortales. Fi-
nalmente se dijo: Resplandeció su rostro como el sol. Pues
como la claridad del sol no puede compararse en nada al
creador, es manifiesto que el Señor mostró a los apóstoles,
como dijimos, tanto cuanto podían contener los ojos mor-
tales de los apóstoles. Pues por esto el Hijo de Dios, ba-
jando del cielo, recibió la naturaleza humana carnal: porque
no podían soportar [su vista] en el esplendor de su divini-
dad. Es, en efecto, el sol de justicia, según lo que está es-
crito de El: Pero a vosotros que teméis su nombre os nace-
rá un sol de justicia, y la salud está en sus alas*. Este sol de
justicia, para poder ser visto, recibió un cuerpo humano,
como si fuera una nube, según lo que se dijo: He aquí que
9
el Señor vendrá sobre una nube ligera . Aquí, ¿en qué nube
se anunciaba que vendría el Señor, que es sin duda el sol de
justicia, sino en la nube del cuerpo humano, por la que tapó
la vista de la claridad divina? Pero así como el sol se cubre
con una nube y, aunque no veamos cuan grande es, perma-

5. Ex 33, 23.20. 7. Cf. MI 3, 20.


6. Cf. AMBROSIO, In Le VII, 8. MI 3, 20.
17 ( C C L 14). 9. Is 19, 1.
372 Cromacio de Aquileya

nece sin embargo inmutable en su naturaleza; así también el


Hijo de Dios, aunque haya cubierto su claridad con la nube
del cuerpo humano, sin embargo no deja de permanecer en
la gloria de su divinidad.
Y resplandeció, dice, su rostro como el sol, y sus vestidos
se hicieron blancos como la nieve, para que se mostrara la
potencia de su claridad divina, por la cual incluso sus ves-
tidos se tornaron candidos a semejanza de la nieve.
Y he aquí que se les aparecieron, dice, Moisés y Elias que
10
hablaban con El . Ya antiguamente había prometido el
Señor al mismo Moisés esta gloria de su visión diciendo:
11 12
Verás mi parte posterior . Ciertamente esto de posterior
hacía referencia a lo que, en un momento posterior, después
de la asunción de su cuerpo, reveló al mismo Moisés.
4. Y sigue: Respondiéndole Pedro, le dijo: «Señor, bueno
es estarnos aquí. Si quieres, hagamos aquí tres tiendas, una
13
para ti, una para Moisés, una para Elias» . Pedro, deleita-
do con el deseo de la gloria que había visto, no quería ya
volver a la vivienda de este mundo, porque a la vista de una
gloria tan grande comenzaba ya a tener horror al curso de
la vida humana. Y por eso rogaba morar allí con el Señor.
¡Oh, qué religiosa impaciencia la de Pedro y qué prisa, en
demasía acelerada! Por haber contemplado un momento la
gloria del Señor en el monte, quería habitar con el Señor;
él, a quien el Hijo de Dios había prometido el mismo reino
en el cielo. Además, ¡cuan desatinado fue su deseo para
decir al Señor: Si quieres, hagamos aquí tres tiendasl Que-
ría hacerle una tienda en el monte al Hijo de Dios, que rei-

10. Mt 17, 3. 'parte posterior', y el tiempo pos-


11. Ex 33, 23. terior, después (post) de asumir su
12. H a y aquí un juego de pa- cuerpo.
labras entre las espaldas (posterio- 13. Mt 17, 4.
ra) que hemos traducido por
Tratado 54A, 3-5 373

naba con el Padre en el cielo en un trono de gloria. ¿Acaso


podía el Señor colocar en aquel monte la sede de su reino,
14
Él que había preparado mansiones en el cielo para los que
creen en Él? Y con razón añadió el evangelista: No sabía lo
15
que decía , pues antes de la pasión del Señor, antes del
tiempo del reino, estando todavía sin destruir la muerte,
quería reinar con el Señor. Ciertamente le era debido a
Pedro reinar con el Hijo de Dios, pero todavía no había
16
llegado el tiempo . Pues no podía reinar con el Señor antes
de pagar la deuda de la muerte. Ya que le era necesario antes
17
padecer por Cristo y así alcanzar la gloria prometida . Por
eso no sin razón se dijo: No sabía lo que decía. Pues tam-
bién al decir: Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti,
una para Moisés y una para Elias™, en verdad que, deseo-
so en demasía de la gloria, no sabía lo que decía: pues no
era digno que los siervos se igualaran al Señor. Y por eso
no recibió respuesta del Señor, porque lo que decía era in-
conveniente.
5. Todavía, dice, estaba hablando, y he aquí que una
nube luminosa los cubrió. Y he aquí que una voz desde la
nube dijo: «Este es mi Hijo en quien me he complacido. Es-
cuchadlo». Pero no es ahora la primera vez que se oye esta
voz del Padre desde el cielo, en la que da testimonio del
Hijo diciendo: Este es mi Hijo. Pues ya en el bautismo del
Jordán se escuchó la misma voz del Padre desde el cielo;
19
pero aquella voz la oyó sólo Juan . Sin embargo ahora, a
la voz del Padre que desde el cielo da testimonio del Hijo,
asisten no ya uno sólo, sino cinco testigos, es decir los tres
discípulos, el legislador Moisés y el profeta Elias.

14. Cf. J n 14, 2. 17. Cf. LEÓN MAGNO, Tract


15. L e 9, 33; Me 9, 5. 41, 5 ( C C L 138A, 300).
16. Cf. H I L A R I O , In Mt XVII, 18. Mt 17, 5.
2 (PL 9). 19. Cf. Mt 3, 17 y par.
374 Cromacio de Aquileya

20
Ahora bien, estando Moisés ya muerto , ¿cuál fue la causa
de que también él acudiera como testigo a la vez que Elias?
No faltó una razón. Era necesario que el Señor de todo el
21
mundo, es decir de los seres celestes, terrestres e infernales ,
tuviera testigos de todas las partes. Del cielo es el Padre tes-
tigo con su voz; de la tierra son elegidos tres apóstoles; desde
los infiernos también Moisés es llamado a dar testimonio, por-
que Moisés murió. Y para que no quedara ningún lugar sin
el testimonio del Señor, también Elias es traído del paraíso
22
como testigo . Y esto no sin causa. Pues como el Señor, que
bajó del cielo, iba a padecer en el mundo e iba a bajar a los
infiernos y de allí iba a ser enviado al paraíso, debió tener ne-
cesariamente testigos en la tierra, en el infierno y en el para-
íso. Los apóstoles, en efecto, lo predicaron al mundo; Moi-
sés lo anunció en los infiernos; el Padre recibió al Hijo en el
23
cielo cuando volvía con el triunfo de la victoria .
Y he aquí, dice, una voz de la nube que dice: Este es mi
Hijo amado en el cual me he complacido. Escuchadlo. En
esto reconocemos el Nuevo Testamento prometido de anti-
guo, confirmado ahora con la voz del Padre, para que, tras
cesar la ley y los profetas, escucháramos al Hijo unigénito
de Dios. Por eso el Señor, con toda razón, para confirmar
este testamento, como si se tratara de un juicio público pre-
sentó cinco testigos; es decir, los tres apóstoles, Moisés y
Elias, para que lo que el Padre testimoniaba sobre su Hijo,
heredero de todo el mundo, lo sellaran escuchándolo los tes-
tigos idóneos que presentó.
6. Dice pues el Padre acerca del Hijo: Este es mi Hijo
amado en el cual me he complacido. Escuchadlo. ¿ Qué lugar

20. Cf. D t 34, 5. 22. Cf. CROMACIO, S. X X I I , 2


21. Por infierno entiende aquí ( C C L 9A, 102).
Cromacio el lugar donde habitan 23. Cf. Ibid. VIII, 4 ( C C L
los muertos. 9A, 36).
Tratado 54A, 5-7 375

24
les queda aquí a los herejes ? ¿Qué ocasión de blasfemia se
les deja? El Padre da testimonio desde el cielo: Éste es mi
Hijo amado. N o dijo: «Este es el que yo creé», o «el que
yo hice», sino: Éste es mi Hijo amado, como si dijera: «Éste
es el que yo engendré». Diciendo: Éste es mi hijo, ha dado
testimonio de que es su Hijo verdadero y propio, no por
adopción, no por gracia, no por creación, sino con propie-
25
dad, en verdad, por naturaleza . Pues acostumbra a nom-
brar de otra forma a aquellos a quienes adopta como hijos
por gracia. Y dice en verdad por Isaías: Engendré hijos, y
16
los ensalcé ; sin embargo, no dice «hijos míos». Y acerca de
27
Israel: Hijo primogénito Israel ; sin embargo no dice «mi
hijo primogénito». En efecto, al llamarlo sólo «hijo», mues-
tra su gracia de elección o de adopción. Pero al declarar que
es «su Hijo» confiesa la propiedad y la verdad de la natu-
raleza. También da testimonio por Jeremías, diciendo de Is-
rael: Me he hecho padre de este Israel y Efraín es mi pri-
19
mogénito . Pero no confiesa que Él sea el padre natural de
Israel, sino más bien que ha querido ser padre de este pue-
blo por la gracia de su elección. N o dice nada parecido acer-
ca de su Hijo, sino sólo lo que pertenece a la profesión de
la verdad de la naturaleza diciendo: Éste es mi hijo amado.
Y con razón añadió: Escuchadlo. Mandó el Padre que sólo
había que escucharle a Él, porque sólo Él ha nacido del
Padre.
7. Y veamos también lo que confiesa de sí el mismo
Hijo, a quien mandó el Padre que escucháramos. Dice el
mismo Hijo unigénito de Dios, para mostrarnos el sacra-
mento de su nacimiento divino: Yo salí del Padre y vine al

2 4 . En lo siguiente se refiere a 41, 6 ( C C L 138A, 301).


los arríanos, que negaban al Hijo la 2 6 . Is 1 , 2 .
igualdad de naturaleza con el Padre. 2 7 . Ex 4 , 2 2 ; O s 1 1 , 1 .
2 5 . Cf. L E Ó N M A G N O , Tract. 2 8 . J r 3 1 , 9.
376 Cromacio de Aquileya

29
mundo . Cuando dice que Él salió de Dios Padre, ¿no con-
fiesa claramente que no nació de alguna otra parte, sino del
Padre? Pero, ¿por qué declaró que salió y no que nació,
sino para mostrar que su naturaleza corporal y pasible pro-
vino del Padre? Pues el Padre no engendró al Hijo con de-
trimento alguno de su naturaleza, aunque lo engendró de sí;
sino que el Padre incorpóreo profirió al Hijo incorpóreo
con una generación impasible. Por eso también se dice al
30
Hijo Verbo de Dios , porque se muestra que no procedió
de ninguna otra parte sino de Dios, y se hace ver que nació
de modo impasible del Padre.
8. Por tanto, cuando se produjo esta voz desde el cielo
diciendo: «Este es mi Hijo amado, en el cual me he com-
placido, escuchadlo», los apóstoles, oyéndolo, cayeron en tie-
31
rra sobre su rostro y temieron fuertemente . En esto nos
damos cuenta de que se cumplió lo que había declarado
David en el salmo diciendo: El Altísimo desde el cielo mandó
32
su voz , esta voz con la que dice: Este es mi Hijo el amado.
Escuchadlo. Tan pronto como los apóstoles oyeron esta voz
cayeron en tierra. Pues no podían soportar una voz tan
grande de Dios, hallándose como estaban todavía en esta
carne mortal. Pues si la fragilidad humana no puede sopor-
tar la voz del trueno, ¿qué podemos pensar de aquella voz
de Dios Padre, ante la cual no hay duda que temieron no
sólo los apóstoles sino también los ángeles?
Por tanto, cuando después de oír la voz los apóstoles
habían caído rostro en tierra y temían mucho, se acercó
Jesús, dice, y los tocó, y les dijo: «Levantaos y no temáis».
33
Y elevando sus ojos no vieron a nadie, sino a Jesús solo .
Manda el Señor a los discípulos que se levanten, para que

29. J n 16, 28. 32. Sal 17, 14.


30. J n 1, 1; A p 19, 13. 33. Mt 17, 7-8.
31. Mt 17, 5-6.
Tratado HA, 7-9 177

reconozcan en Él aquel de quien había hablado el Padre, y


para reanimarles de su temor con la presencia salvadora de
su condescendencia. Pues verdaderamente habrían podido
morir a causa de tan gran pavor, si no hubieran sido con-
fortados por la conversación y la vista del Señor.
Los apóstoles, tras oír el testimonio del Padre sobre el
Hijo, cayeron rostro en tierra temblando sobremanera. Y
los herejes que no quieren creer al testimonio del Padre
34
sobre el Hijo, no temen a las Sagradas Escrituras .
Y bajando ellos del monte les mandó: «No contéis a nadie
la visión, hasta que el hijo del hombre resucite de entre los
muertos». Pues no convenía que fuera revelada a los após-
toles esta gloria del Señor si no padecía antes el mismo uni-
génito Hijo de Dios por la salvación del género humano.
9. Y como estas acciones del Señor contienen también
en sí una interpretación de las realidades espirituales, debe-
mos reconocer qué se debe entender en ellas según el sen-
tido figurado.
Pues al decir: En verdad os digo que hay algunos de los
que están aquí que no gustarán la muerte hasta que vean
35
al hijo del hombre que viene en su reino , se nos muestra
que muchos parecen estar ante la presencia del Señor: no
sólo el pueblo de los cristianos, sino también los judíos por
la ley, los herejes por la predicación del nombre de Cristo.
Pero no podían ver al Hijo de Dios que viene en su reino
sino los que el Señor había elegido para el reino por el mé-
rito de su fe.
Y ocurrió después de seis días que tomó Jesús a Pedro,
Santiago y su hermano Juan, los condujo aparte a un monte
elevado y se transfiguró delante de ellos. Estos seis días con-
tienen la figura de seis mil años. Pues leemos que está es-

3 4 . Cromacio dice litteras re- TANCIO, Inst., I I , 9 y 10; I I I , 16.


ligionis; para la expresión cf. L A C - 3 5 . Mt 1 6 , 2 8 .
378 Cromacio de Aquileya

crito: Porque mil años ante tus ojos son como el día de ayer
36 37
que pasó . De donde es manifiesto que ante Dios (...) mos-
tró su gloria, es decir que completados seis mil años, el Hijo
38
de Dios va a venir en la gloria ; no ya en la humildad de
la carne como antiguamente a la pasión, sino al reino en la
gloria de la majestad.
Y el monte aquel al que el Señor subió es una figura del
reino celeste, en el que todos los santos y justos reinarán
con Cristo. De este monte leemos que está escrito: El monte,
39
dice, que el Señor se ha complacido en habitar .
Por otra parte, los tres apóstoles que fueron elegidos para
ver la gloria del Señor son la figura de todos los santos, que
vienen de los tres hijos de Noé, es decir: Sem, Cam y Jafet.
A éstos el Hijo de Dios, una vez completados, como diji-
mos, seis mil años, los va a subir al reino en un monte ele-
vado, es decir a la cumbre de los cielos, pues dice el mismo
Señor: Padre, quiero que donde yo estoy estén también estos
conmigo para que vean mi gloria, porque me has amado antes
40
de la fundación del mundo . Por eso con razón había man-
dado antaño la ley al pueblo preparar los alimentos el día
anterior al sábado, es decir el día sexto, para que pudieran
el sábado descansar tranquilos. En lo que vemos que está
prefigurado esto mismo, a saber, que en esta vida presente,
en la que se computan seis mil años, nos preparemos como
alimentos necesarios las obras de fe, piedad y misericordia,
para que en el día del sábado, es decir en el reino futuro, en
el que está el verdadero y eterno descanso del sábado, po-
damos tener la seguridad y el descanso de la vida perpetua.
10. Y la transfiguración del Señor, en la que su rostro
resplandeció como el sol, contiene la semejanza de su glo-

36. Sal 89, 4. 38. Cf. A p 20.


37. H a y una laguna en el có- 39. Sal 67, 17.
dice. 40. J n 17, 24.
Tratado 54A, 9-10 379

ría inefable e inaudita, en la cual el Hijo de Dios reina con


el Padre en los cielos. El mismo es, en efecto, el sol de jus-
41 42
ticia , que ilumina con aquella luz inaccesible de su clari-
dad al coro de todos los santos.
Y las vestiduras del Señor que se hicieron blancas como
la nieve son una figura de la carne del Señor, que Él trans-
formó por la resurrección en la gloria de su divinidad. Ade-
más, para que sepamos que este candor de la nieve perte-
nece a la gloria de la divinidad, leemos que también Daniel,
de modo parecido, dio testimonio acerca del Padre, cuando
dice: Continuaba mirando, hasta que fueron colocados unos
asientos. Y he aquí que un hombre anciano en días se sen-
taba. Y sus vestidos eran blancos como la nieve y los cabe-
llos de su cabeza como lana candida. Su trono una llama de
fuego y sus ruedas como fuego devorador. Y un río de fuego
fluía ante él, y miles de millares le servían, y decenas de de-
cenas de millares le asistían. Se sentó para juzgar y los libros
43 44
se abrieron ante él . Por eso también el Apocalipsis dio
testimonio de que había visto la cabeza del Señor como lana
candida, por lo que se nos declaró abiertamente la única e
indivisa gloria de la divinidad del Padre y el Hijo, pues
vemos que lo mismo que se dijo del Padre se nos ha con-
tado del Hijo.
Por otra parte, Moisés y Elias, que hablaban con el Señor
dando testimonio de su salida, que iba a completar en Je-
45
rusalén , contienen una figura de la ley y los profetas, que
anunciaron también la pasión futura del Señor y serán los
acusadores de aquel pueblo incrédulo, de Israel, que no
quiso creer ni a Moisés ni a los profetas acerca del Hijo de
Dios. Por eso con toda razón declaró el mismo Señor en el

41. MI 3, 20. 44. Cf. A p 1, 14.


42. Cf. 1 T m 6, 16. 45. L e 9, 31.
43. D n 7, 9-10.
380 Cromacio de Aquileya

Evangelio, diciendo a los mismos judíos: Si creyerais a Moi-


sés, acaso me creeríais también a mí: pues él escribió de mí.
Pero si no creéis a lo que escribió, ¿ cómo creeréis a mis pa-
46
labras? . Y otra vez: Escrutáis las Escrituras en las cuales
pensáis tener vida eterna: y son ellas las que dan testimonio
47
de mí .
Y en las tres tiendas de las cuales dice Pedro al Señor:
48
Señor, si quieres, haré tres tiendas, los mayores entendie-
ron significadas tres moradas, es decir la del cielo, la del pa-
raíso y la de la tierra, que fueron prometidas por el Señor
a todos los creyentes según la cualidad de los méritos, tanto
por medio de Moisés, es decir por la ley, como también por
Elias, es decir por los profetas, como por el mismo Señor,
es decir por la predicación evangélica. De estas moradas dice
también el Señor en el Evangelio: Hay muchas moradas en
49
la casa de mi Padre . Cuando dice «muchas» muestra la di-
versidad de los méritos. Por eso también antiguamente se
50
mandó hacer el arca dividida en tres compartimentos a se-
mejanza de la Iglesia, para que allí también se mostrara la
diversidad de las moradas, de las cuales encontramos escri-
51
to en Isaías donde se dice: Volarán como las águilas , es
decir aquellos a quienes se les debe la morada celeste. Y aña-
51
dió: Corren y no se fatigarán , es decir aquellos que serán
53
trasladados al paraíso; caminarán y no pasarán hambre ,
aquellos sin duda que reinarán en la tierra una vez renova-
do el mundo. También puedes entender esto mismo en el

46. J n 5, 46-47. 49. J n 14, 2.


47. J n 5, 39. 50. Cf. G . D E ELVIRA, De arca
48. Por los «mayores» parece Noe 15-20 ( C C L 69, 151-152).
referirse Cromacio a autores ante- 51. Is 40, 31.
riores influidos por el milenaris- 52. Ibid.
mo. Cf. C C L 9A Supplementum, 53. Ibid.
635.
Tratado 54A, 10-11 381

triple fruto de aquella tierra óptima, es decir en el ciento, el


54
sesenta y el treinta por uno .
11. Y el que entonces no hubiera respuesta del Señor a
Pedro, se entiende en el sentido de que todavía no había lle-
gado el tiempo del reino. Y es que se apresuraba y no sabía
lo que decía porque antes de la pasión del Señor, antes del
tiempo del reino, ya quería reinar. Y en la nube que cubrió
a los apóstoles reconocemos que se muestra la predicación
evangélica y la gracia espiritual. A semejanza de esta reali-
dad leemos que, antaño, el pueblo liberado de Egipto fue
55
cubierto por una columna de nube . Esto mismo mostraba
que todos los creyentes en Cristo habían de ser cubiertos
por esta nube con una gracia celeste y espiritual.
En la voz que, desde el cielo, dijo por entre la nube:
Este es mi Hijo, reconocemos que se ha confirmado el tes-
tamento nuevo, por el que el Padre manifiesta su Hijo al
género humano y declara que hay que escucharle a El, des-
pués de cesar ya la ley y los profetas. El es, en efecto, el
que era anunciado por la ley y los profetas como el que iba
a venir para la salvación del género humano, el Señor de la
ley y los profetas, a quien el Padre quiso manifestar al gé-
nero humano; porque también el Hijo manifestó el Padre a
todos según lo que el mismo Señor dice en el Evangelio:
56
Padre, he manifestado tu nombre a los hombres . Manifes-
tó también el Padre al Hijo cuando dio testimonio de que
aquél era su Hijo en sentido propio.
Y en el hecho de que a la vez todos los justos, es decir
los apóstoles y Moisés y Elias, fueron cubiertos junto con
el Señor por una sola nube en aquella gloria, y se oyó la
voz del Padre, descubrimos que no sólo la ley y la profe-
cía, sino también la predicación evangélica se juntan en una

54. Cf. Mt 13, 8; Me 4, 20. 56. J n 17, 6.


55. Cf. Ex 13, 21-22.
382 Cromacio de Aquileya

sola cosa unidas entre sí, y no se separan en nada de la pro­


mesa de la gracia celeste. Por lo que, a no ser que cada uno
de nosotros haya recibido fielmente en una sola predicación
de la fe a Moisés, es decir la ley, y a Elias, es decir el anun­
cio profético, y a los apóstoles, es decir la predicación evan­
gélica, no podrá reinar con el Hijo de Dios en aquella glo­
ria celeste. En efecto, de tal modo concuerda y se ajusta en
todo entre sí tanto la predicación del Antiguo como la del
Nuevo Testamento que de ninguna forma pueden separar­
se; y el autor de los dos testamentos es el unigénito Hijo
de Dios, que es Dios bendito por los siglos. Amén.
TRATADO 55
(Mt 18, 1-6)

HACERSE COMO NIÑOS - E L ESCÁNDALO

1. Los discípulos, ignorando todavía cuan grande era la


gloria de la humildad, se disputaban la superioridad en mé-
rito y honor, diciendo al Señor: ¿ Quién piensas que es mayor
1
en el reino de los cielos? . Tenían los discípulos un alterca-
do sobre quién era mayor en el reino de los cielos, cuando
no hay duda que ante Dios se considera mayor el más hu-
milde, pues El mismo dice: Quien se exaltare será humilla-
2
do, y quien se humillare será exaltado . Por eso no en vano,
para extirpar semejante altercado, innecesario entre sus dis-
cípulos, llamó Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos y
dijo: En verdad os digo, si no os convertís y os hacéis como
niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto todo
el que se humillare como este niño, ése es el mayor en el
21
reino de los cielos . Tras poner en medio a un niño, el Señor
exhorta a sus discípulos a seguir su ejemplo, mostrando que
si cada uno no se hace como un niño no puede entrar en el
reino de los cielos. Pero no puso aquí el Señor el ejemplo
de los niños ni nos manda hacernos como niños para que
nos asemejemos a los niños en edad -ya que el anciano no

1. Mt 18, 1. 3. Mt 18, 2-4.


2. Mt 23, 12.
384 Cromacio de Aquileya

puede tornar a la edad de la infancia-, sino para que imite-


mos la sencillez de los niños y su inocencia.
2. Sabe el bienaventurado Apóstol de qué modo nos
manda el Señor ser niños cuando dice: No os bagáis niños en
los juicios, sino sed párvulos en malicia, para que seáis per-
4
fectos en los juicios . Pues el niño, como el párvulo, no co-
noce la malicia del mundo, no sabe cometer pecado, no hace
mal al prójimo, no conserva la ira, no odia a nadie, no busca
riquezas, no se admira de la gloria de este mundo, sigue siem-
5
pre a su padre, no se aleja de su madre . Por esta razón quie-
re el Señor que nos hagamos como niños, para que siguien-
do su ejemplo vivamos sin malicia ni engaño en el siglo
presente; huyamos del pecado, no hagamos el mal al próji-
mo; no conservemos la ira; no busquemos las riquezas ni la
gloria del siglo; sigamos siempre a nuestro Padre, es decir a
Dios, de quien ya hemos empezado a ser hijos por adopción;
no nos alejemos de nuestra madre, es decir de la Iglesia, por
medio de la cual hemos nacido espiritualmente para Dios.
Establecidos en el regazo de esta madre, descansemos como
los párvulos en el seno de su madre. Dejémonos nutrir cada
día con su doctrina saludable para que crezcamos en la fe y
en la gracia del bautismo, según lo que declaró el apóstol
Pedro en su epístola diciendo: Niños pequeños, desead la
6
leche, para que con ella crezcáis . También Juan nos muestra
en su epístola de qué manera debemos ser niños cuando dice:
7
Os escribo a vosotros, niños, porque habéis conocido al Padre .
Se nos prescribe ser niños para reconocer al Padre y vivir en
este mundo inocentes y sencillos como palomas.
Queriendo pues el Señor que se diera en nosotros esta
semejanza con los niños, dice con razón en el pasaje que

4. 1 C o 14, 20. 6. 1 P 2, 2.
5. Cf. H I L A R I O , In Mt XVIII, 7. 1 J n 2, 14.
I ( P L 9, 1018C).
Tratado 55, 1-3 385

comentamos: Si no os convertís y os hacéis como niños no


entraréis en el reino de los cielos. Todo el que se humillare
como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. El
Señor manifiesta, pues, claramente que será mayor en el
reino de los cielos aquel que imitare la humildad y la ino-
cencia del niño. Además el mismo Señor, para mostrarnos
perfectamente en sí mismo un ejemplo de humildad, con-
descendió también El a hacerse un niño cuando asumió la
carne, según lo que leemos que está escrito de El: Porque
un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, a quien se
ha puesto el mando sobre los hombros*. Por eso también los
santos patriarcas, profetas y apóstoles son llamados «niños»
por el Señor, según lo que leemos que está escrito de ellos:
9
Heme aquí, y los niños que me ha dado el Señor , porque
como niños permanecieron sin engaño, sin malicia. Imite-
mos pues el ejemplo de esta clase de niños, es decir de todos
los santos, para que merezcamos entrar con ellos en el reino
de los cielos. Imitemos la humildad del mismo Señor que,
a causa de nuestra salvación, condescendió a ser un niño,
para que podamos reinar con El.
3. Y con razón añadió: Y quien recibe a un niño como
10
este en mi nombre, me recibe a mí ; mostrando que todo
el que recibiere a un siervo que cree fielmente en Cristo y
que vive según la inocencia de un niño, le recibe a El. El
Señor dijo que al acogerlo se le recibía a Él para que no
despreciáramos a ninguno de estos siervos de Dios que viven
humildemente. Por eso añadió: A todo el que escandalizare
a uno de estos pequeños que creen en mí, le conviene que se
le cuelgue al cuello una muela de asno y se le sumerja en lo
11
profundo del mar . Era necesario que al premio de la fe de-
vota siguiera la condena de la infidelidad, como se debe el

8. Is 9, 6. 10. Mt 18, 5.
9. H b 2, 13. 11. Mt 18, 6.
386 Cromacio de Aquileya

castigo a los hombres infieles que provocan el escándalo. Y


comprobamos cuan grave pecado sea dar escándalo cuando
el Señor dice que conviene a semejante hombre que, sus-
pendiéndole al cuello una muela de asno, se le sumerja en
lo profundo del mar, antes que escandalizar a uno de estos
pequeños que creen en Cristo; de modo que, al prevenir en
la medida de lo posible el escándalo del pecado gracias a
esta sentencia, escape a la pena de la muerte futura. Pues es
mucho mejor vivir en esta vida sin escándalo gracias a esta
sentencia, que con escándalo incurrir en la pena de aquella
muerte eterna. Por tanto, si el Señor dice esto de quien es-
candaliza a uno sólo de los pequeños, ¿qué castigo pensa-
mos que van a sufrir los herejes que por una doctrina erró-
nea e infiel escandalizan, no a uno sólo, sino a la Iglesia
entera?
4. Y aunque este dicho del Señor sobre la muela de asno
también pueda entenderse tal y como suena, no obstante
según la consideración mística se puede descubrir en la
muela de asno un ulterior significado. Los animales que se
acostumbra a uncir al molino suelen tener los ojos tapados.
Por eso la muela significa el trabajo de la vida presente. Y
en el asno se muestra al gentil, que vive en el trabajo del
mundo sin el conocimiento de Dios y la luz de la fe, como
12
un animal ciego . Lo hondo del mar es el hondo error del
mundo. Y por eso dijo acertadamente que convenía al que
da escándalo que le colgaran al cuello una muela de asno y
le sumergieran en lo hondo del mar. En esto se quiere in-
dicar sobre todo al judío, que se escandaliza de la cruz de
Cristo y de la predicación de su nombre. A este tal le con-
vendría vivir sumergido en la ceguera del error del gentil
como en lo hondo del mar, antes que -estando bajo la pre-
dicación de la ley, por la cual piensa el judío que reconoce

1 2 . Cf. H I L A R I O , In Mt X V I I I , 2 ( P L 9, 1 0 1 9 B ) .
Tratado 55, 3-4 387

la luz de la verdad- escandalizarse de Cristo o de sus após-


toles, a quienes Jesús llama pequeños; porque es más lleva-
dero que el gentil, sin la ley, no crea en Cristo, a que el
judío, que vive bajo la ley, niegue al Señor de la misma ley.
Pero podemos también reconocer en la muela de asno
un signo de los dos Testamentos, por los cuales todo el que
da escándalo, amarrado por una justa sentencia, es sumer-
gido en la destrucción de la muerte. Y reconocemos que esta
sentencia de la muela de asno se ha cumplido sobre todo en
el pueblo de los judíos; pues, como a menudo levantaron
escándalo contra el Señor y contra sus apóstoles, con el jui-
cio de estos dos mismos Testamentos, como para remedio
de salvación, han sido sumergidos en lo hondo del mar tras
perder el propio reino; es decir, han sido dispersados entre
el conjunto de las diversas naciones que viven en el error
de este mundo como en lo hondo del mar, ignorando al
Creador del cielo, Señor y Salvador nuestro Jesucristo, a
quien pertenece la alabanza y la gloria por los siglos de los
siglos. Amén.
TRATADO 56
(Mt 18, 8-9)

Si TU MANO TE ESCANDALIZA...

1
1. Después sigue : Si tu mano o tu pie te escandaliza,
arráncalo y arrójalo fuera de ti. Es mejor para ti llegar a la
vida manco o cojo que ser arrojado al fuego eterno con las
1
dos manos o los dos pies . Lo que dice aquí de arrancar el
ojo o cortar el pie o la mano, según lo que alcanzamos a
entender no lo dice el Señor de los miembros de este cuer-
po, sino más bien de los pensamientos adversos del cora-
zón y del alma, de donde proceden todos los escándalos y
todo lo malo, como dice el Señor: Pues del corazón salen
los malos pensamientos, el homicidio, el adulterio, la forni-
3
cación, el robo, el falso testimonio, la blasfemia , y lo demás
que sigue. ¿Pues cómo se puede referir sin más a la mano
o al pie, si estos miembros del cuerpo no pueden sufrir es-
cándalo? Así también el ojo, aunque parezca que sufre es-
cándalo por lo que ve, sin embargo este escándalo es más
bien del alma, por cuya sugestión e instigación se escanda-
liza el ojo. Además, vemos muchos a quienes faltan los ojos
del cuerpo y viven cojos o impedidos y, sin embargo, de

1. Para lo que sigue véase el 2. Mt 18, 8.


comentario de Cromacio a Mt 5, 3. Mt 15, 19.
29-30 en el Tr. 23.
Tratado 56, 1-2 389

ninguna forma cesan en sus pecados y vicios. Por eso es ma-


nifiesto que el Señor no habla aquí de los miembros del
cuerpo, sino más bien de los pensamientos adversos del
alma. Por lo cual no nos manda el Señor arrancarnos uno
o varios miembros de nuestro cuerpo, sino que arranque-
mos los pensamientos adversos del alma y los deseos mal-
vados que producen escándalo, como si fueran miembros
del alma; de modo que, amputado todo escándalo de pen-
samiento inicuo, podamos entrar en la vida eterna.
2. Y aunque este dicho del Señor puede entenderse rec-
tamente referido a cada uno de nosotros, no obstante nos
damos cuenta de que, en sentido propio, en el cortar la mano
o el pie y en el arrancar el ojo están significados, ya los pa-
rientes cercanos, ya los ministros y jefes infieles de la Igle-
4
sia . Pues aquí habla el Señor, no a una persona solamente,
sino a la Iglesia entera de la cual somos todos un sólo cuer-
po con muchos y diversos miembros, según lo que mani-
fiesta el Apóstol cuando habla de la Iglesia diciendo: Para
que no haya separaciones en el cuerpo, sino que los mismos
miembros sean solícitos unos con otros; y si un solo miem-
bro sufre, padezcan con él todos los miembros, y si es hon-
rado un solo miembro, se alegre con él cada uno de los miem-
5
bros . Después añadió: Pero vosotros sois el cuerpo de Cristo
6
y miembros suyos . Y ya que todos, según el Apóstol, somos
7
un solo cuerpo , no en vano habla aquí el Señor como di-
rigiéndose al cuerpo de la Iglesia uniforme al decir: Si tu
mano o tu pie te escandaliza, arráncalo y échalo fuera de ti.
Es mejor para ti llegar a la vida manco o cojo que ser en-
viado al fuego eterno con las dos manos o los dos pies.

4. Cf. H I L A R I O , In Mt I V , 21 bros de miembros».


(PL 9, 939A-B). 7. Cf. 1 C o 12, 20; Cf. HILA-
5. 1 C o 12, 25-26. RIO, Ibid.
6. 1 C o 12, 27. Lit.: «miem-
390 Cromacio de Aquileya

3. En la mano pues, vemos que se refiere a los presbíte-


ros, cuyas obras son necesarias a la Iglesia para todo, como
las manos al cuerpo, de las cuales encontramos escrito en el
Cantar: Sus manos, es decir, las del cuerpo de la Iglesia, son
como aros dorados llenos de jacintos*. Y en el pie reconoce-
mos representados a los diáconos que, discurriendo entre los
misterios sagrados de la Iglesia, sirven como los pies al cuer-
po, de los cuales leemos escrito en el mismo Salomón: Sus
9
pies son como columnas de plata, sobre bases de oro . Por
tanto, si estas manos o pies, es decir el presbítero y el diá-
cono, por culpa de una fe depravada o de un comportamiento
incorrecto fueran escándalo para la Iglesia, manda el Señor
que un hombre tal sea arrancado del cuerpo de la Iglesia, no
sea que por el escándalo y la infidelidad de éste, peligre todo
el cuerpo de la Iglesia, pues dice el Apóstol: Un poco de fer-
mento corrompe toda la masa™. Y por eso dice: Es mejor
para ti llegar a la vida manco o cojo que ser arrojado al fuego
eterno con las dos manos o los dos pies: muestra así que es
mucho mejor entrar en la vida eterna después de arrancar del
cuerpo de la Iglesia este tipo de hombres, que ser condena-
do con ellos a la pena perpetua de aquel terrible fuego en el
juicio futuro. Porque quien se une a una meretriz, como dice
11
el Apóstol, se hace un solo cuerpo con ella .
4. Del mismo modo entendemos lo que se dice del ojo.
Dice en efecto: Y si tu ojo te escandaliza, arráncalo y écha-
lo fuera de ti. Es mejor para ti entrar en la vida eterna con
un solo ojo, que ser arrojado con los dos ojos a la gehenna
12
del fuego . Es claro que en el ojo vemos representado a los
13
obispos que, permaneciendo en el cuerpo de la Iglesia

8. C t 5, 14. 12. Mt 18, 9.


9. Si 26, 23. 13. Cf. C R O M A C I O , 5. VI, 27-
10. 1 C o 5, 6. 33 ( C C L 9A, 27s); Tr. 23, III, 1 y
11. 1 C o 6, 16. 31, II.
Tratado 56, 3-4 391

como un miembro precioso, iluminan a todo el pueblo con


su actividad y con la doctrina celeste. De ellos leemos que
está escrito en Salomón, en el Cantar: Tus ojos como palo-
mas™. Por tanto si este tipo de ojo, que es el obispo, pro-
voca un escándalo al cuerpo de la Iglesia por una vida torpe
o por una doctrina herética e infiel, el Señor manda que un
hombre tal sea echado fuera, arrancado del cuerpo de la Igle-
sia, no sea que, con el ejemplo de su vida y de su doctrina
infiel, corra peligro todo el cuerpo de la Iglesia, es decir el
pueblo entero, al seguir e imitar una doctrina tal.
Con razón pues, añadió el Señor: Es mejor para ti en-
trar en la vida eterna con un solo ojo, que ser arrojado con
los dos ojos a la gehenna del fuego. Pues es mucho mejor,
como ya queda dicho más arriba, entrar en la vida eterna
sin semejante maestro, hereje y depravado, que ser conde-
nado con él a la pena eterna. Pues como por un obispo ca-
tólico puede salvarse todo el cuerpo de la Iglesia, así por un
maestro infiel y herético puede perecer todo el pueblo. Sa-
bemos que esto ha ocurrido algunas veces, que por la doc-
trina errónea de un sólo sacerdote infiel y hereje, el pueblo
entero ha sido expulsado totalmente de la esperanza y la fe
celeste. Por eso no en vano, como hemos recordado ya arri-
ba, dice el Apóstol: Un poco de fermento corrompe toda la
masa. Purgad el fermento viejo para que seáis una masa
15 16
nueva . Y de nuevo: Arrancad el mal de vosotros mismos .
Por tanto, semejantes hombres han de ser cortados del cuer-
po de la Iglesia, han de ser arrancados, antes que el pueblo,
infectado con el veneno de su herejía, se corrompa como la
masa con un poco de fermento. En efecto, así como el Señor
promete una gran recompensa y gloria a los prepósitos y
ministros de la Iglesia, a aquellos que sirven fielmente a

14. C t 5, 12. 16. 1 C o 5, 13.


15. 1 C o 5, 6-7.
392 Cromacio de Aquileya

Dios, como dice el Señor en el Evangelio: Si alguno me sirve


le honrará mi Padre que está en los cielos, y: Donde yo estoy
17
allí estará también mi servidor ; así también están prepa-
rados para los ministros infieles de la Iglesia suplicios ma-
yores, como dice Salomón: Al que vale poco se le concede
misericordia, pero a los fuertes les aguarda un examen más
1
riguroso y los poderosos padecerán poderosos tormentos *.

17. J n 12, 26. 18. Sb 6, 7.9.


TRATADO 57
(Mt 18, 10-11)

L O S P E Q U E Ñ O S Y SUS Á N G E L E S

1. Mirad, no despreciéis a uno solo de estos pequeños que


creen en mí. Os digo, en efecto, que sus ángeles en el cielo
ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos. El
1
hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido .
Así como mandó el Señor separar o arrancar a los hombres
infieles e incrédulos que son un escándalo para el cuerpo de
la Iglesia, así advierte también que no despreciemos a nin-
guno de los pequeños, es decir de los hombres de condi-
ción humilde según el mundo, que en modo sencillo y fiel
creen en el Hijo de Dios. Pues es una irreverencia que sea
despreciado cualquiera de los creyentes en Cristo, que no
sólo se llama siervo de Dios sino también hijo por la gra-
2
cia de adopción , y a quién se promete el reino de los cie-
los y la compañía de los ángeles.
Y con razón añadió el Señor: Os digo en efecto que sus
ángeles en el cielo ven siempre el rostro de mi Padre que está
en los cielos. El gran favor de que goza cada creyente ante
el Señor lo declara El mismo cuando muestra que sus ánge-
les ven siempre el rostro del Padre que está en los cielos.
Pues gozan siempre todos los creyentes en Cristo de gran

1. Mt 18, 10-11. 2. Cf. R m 8, 15.


394 Cromacio de Aquileya

favor de los ángeles. Además sus oraciones las llevan sus án-
geles hasta el cielo. Por eso dijo a Tobías el ángel Rafael
aquello: Cuando orabas tú y tu nuera Sara, yo llevé el re-
3
cuerdo de vuestra oración a la presencia de Dios . Gozan
también ellos de una fuerte protección de los ángeles, con
cuyo auxilio se libera cada uno de las asechanzas del ene-
migo. No podría en efecto estar segura la debilidad humana
entre tantas y tan grandes asechanzas de aquel enemigo, si
no estuviera protegida por el auxilio de los santos ángeles.
2. Y no sólo a partir del pasaje presente, sino también
de otros testimonios, podemos comprobar que los ángeles
de Dios se conceden a los santos como custodia de los es-
píritus malvados, como cuando se dice: Envía el Señor un
4
ángel alrededor de los que lo temen, y los custodiará . Y otra
vez: Los montes alrededor de él, es decir los ángeles, y el
5
Señor alrededor de su pueblo . Por eso leemos del biena-
venturado Pedro en los Hechos de los Apóstoles: Quizás
6
sea su ángel . En el Apocalipsis leemos que los ángeles son,
no sólo guardianes de los santos, sino también de los con-
7
fines de la tierra . Con razón también el santo Elíseo, cuan-
do antaño era asediado por los enemigos, al decirle su sier-
vo: Señor, ¿qué haremos?, le responde y le dice: No temas,
porque son más los que están con nosotros que con ellos*.
Pues había visto que habían acudido en su ayuda unos án-
geles a causa de las asechanzas de los enemigos. Y para que
su siervo también los viera suplicó diciendo: Señor, abre los
ojos de este siervo para que vea. Y vio, dice, un ejército y
9
carros y una gran multitud en los montes . Pues el ejército

3. T b 12, 12. 6. Hch 12, 15.


4. Sal 33, 8. 7. Cf. A p 7, 1.
5. Sal 124, 2; cf. HILARIO, In 8. 2 R 6, 15-16.
Ps CXXIV, 5-6 ( C S E L 22, 600- 9. 2 R 6, 17-18.
601).
Tratado 57, 1-3 395

de los ángeles había acudido para defensa de Elíseo. Tam-


bién en los Libros de los Macabeos leemos que los ángeles
acudieron frecuentemente para pelear con los enemigos en
10
defensa del pueblo . Por tanto se comprende que el Señor
habla en el presente pasaje de este tipo de ángeles que se
conceden a los santos y a los hombres fieles para su favor
y su defensa, cuando dice: Os digo en efecto que sus ánge-
les en el cielo ven siempre el rostro de mi Padre que está en
los cielos.
3. Comprobamos por tanto cuan grande es la condes-
cendencia divina hacia los creyentes en Cristo, porque sus
ángeles siempre comparecen en el cielo ante la mirada del
Padre. Pues montan la guardia por ellos y llevan las ora-
ciones y los deseos de los santos ante la mirada de Dios.
Por esta razón manda Dios que no despreciemos a uno solo
de estos pequeños que creen en Cristo, los cuales leemos
que son custodiados por los ángeles, y sabemos que sus án-
geles están siempre viendo el rostro del Padre en los cielos.
Pues muchos cristianos, aunque sean desdeñados y tenidos
por gente de baja condición en el mundo, sin embargo son
grandes ante Dios, pues tienen en sí la fe y el temor de Dios,
según lo que manifiesta el mismo Señor en el Apocalipsis
diciendo: Conozco tu tribulación y tu indigencia. Pero ante
11
mí eres rico . A quien dijo indigente y pobre en el mundo,
lo mostró rico ante El. Pues no hay ante Dios acepción de
12
personas . Para El no es más noble el rey, no es más débil
el pobre, no más poderoso el rico, no mejor el señor ni el
siervo peor. Sino que es para todos igual, para todos juez,
para todos Dios y Señor, según lo que leemos escrito de Él:
No se admira en efecto de la grandeza de nadie quien es el
Señor de todos, ni tendrá más respeto a la persona de algu-

10. Cf. 2 M 11, 6; 15, 22-23. 12. R m 2, 11.


11. A p 2, 9.
396 Cromacio de Aquileya

no, porque Él hizo al pequeño y al grande, y tiene igual cui-


13
dado de todos .
Por eso no en vano también san Pedro en los Hechos
de los Apóstoles declaró así: He averiguado en verdad que
Dios no hace acepción de personas. Sino que en cualquier
u
nación le es grato quien le teme y obra la justicia . Y por
eso no se admira de la nobleza de ninguno o de su rique-
za aquél que es Señor de todos. N o desprecia la pobreza,
no desdeña los orígenes, sino que prodiga igualmente su
gracia celeste a todos los que creen en El, a los ricos como
a los pobres, a los siervos como a los señores, a todo sexo
y edad. Pues uno solo es el Señor unigénito Hijo de Dios
y una sola la madre Iglesia. Ante Dios es más importante
aquél que es más santo; es mejor aquel que es más reli-
gioso. Y por eso no debemos presentar a la Iglesia nues-
tros orígenes o dignidad, como si fuéramos mejores o agra-
dáramos a Dios por ello, y no más bien por la fe y el
comportamiento santo. Por eso ante Dios, como hemos
dicho, es más importante aquél que se hace valer no por
la nobleza del linaje o la dignidad del mundo; sino que se
recomienda ante Dios por la sumisión de la fe y por una
vida santa.
4. Por eso nos advierte el Señor en el presente pasaje di-
ciendo: Mirad no despreciéis a ninguno de estos pequeños
que creen en mí. Pues no es pequeño pecado despreciar y
desdeñar a un creyente en Cristo a quien el Señor no des-
deña, aun más, a quien honra, a quien ha redimido con el
gran precio de su sangre gloriosa. El Hijo de Dios, que es
Señor de todo el universo, no desprecia a ningún hombre
que cree en Él, no desdeña a ninguno, y ¿se atreve alguien
a despreciar a su hermano, semejante a sí, que cree en Cris-
to, a quien como hemos dicho repetidas veces no deprecia

13. Sb 6, 8. 14. H c h 10, 34-35.


Tratado 57, 3-4 397

el Señor, sino que le honra, a quien incluso ha prometido


la inmortalidad y la gloria eterna?
Pero muestra que éstos son pequeños, no en su activi-
dad o en su fe, sino por la sencillez de espíritu y la hu-
mildad del corazón, según lo que declaró David en un
salmo diciendo: Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis
ojos altaneros. Ni he buscado cosas grandes, ni cosas ad-
mirables por encima de mi capacidad. Y añadió: Sino que
15
discurría con humildad . El Señor manifiesta que este tipo
de pequeños tienen sus ángeles en los cielos, que ven el
rostro del Padre. Y con razón advierte que no desprecie-
mos con espíritu infiel y disposición de ánimo malvada a
ninguno de estos pequeños que Dios tiene en tanto; de
modo que no incurramos al despreciarlos en un pecado no
pequeño, como ocurrió a los escribas y fariseos y al pue-
blo de los judíos que, pensando que la humildad corporal
del Señor y los que creen en él era digna de desprecio, fue-
ron reprobados con razón por el Señor a causa de su so-
berbia.
Y con razón añadió el Señor diciendo: El Hijo del hom-
16
bre ha venido a salvar lo que estaba perdido , para mos-
trar de modo más claro que no había de ser despreciado
ninguno de aquellos pequeños que creen en Cristo, por
quienes vino de los cielos el Hijo de Dios y a quienes salvó
con su pasión. Pues para esto recibió un débil cuerpo hu-
mano: para salvar totalmente a quien estaba perdido. Pues
los elementos del mundo guardaron la ley que les había sido
dada por el Señor; sólo el hombre la transgredió; sólo él
había caído de la inmortalidad a la muerte. Y por eso el
Hijo de Dios, para salvarle, cuando estaba maduro el tiem-
po, descendió del cielo según la voluntad del Padre. Por eso
no en vano dice Salomón: Hay un tiempo para perder, y un

15. Sal 130, 1-2. 16. Le 19, 10.


398 Cromacio de Aquileya

11
tiempo para salvar . Hubo un tiempo en que el diablo echó
a perder al hombre; pero de nuevo vino el tiempo en que
el Hijo de Dios salvara al linaje humano para la vida, el uni­
génito de entre los hombres, a saber, el Hijo de Dios, a
quien corresponde la alabanza y la gloria por los siglos de
los siglos. Amén.

17. Q o 3, 6.
TRATADO 58
(Mt 18, 15-18)

L A CORRECCIÓN DEL PECADOR

1. El Señor, que es el origen de la paz y la concordia,


quiere que guardemos por todos los medios la caridad del
amor fraterno, y por eso mandó que pongamos esfuerzo en
buscar la paz y la salvación en todo lo que se refiere a los
hermanos y a los prójimos, diciendo: Si tu hermano pecare
contra ti corrígele estando tú y él solos. Si te escucha, habrás
1
ganado a tu hermano . Muestra que la mayor ganancia es
salvar con una corrección espiritual al hermano que yerra o
peca. Pues corrigiendo a tu hermano que peca, lo habrás ga-
nado a él, si te oye; y tú mismo consigues una recompensa
nada pequeña cuando, después de una corrección decorosa,
le perdonas el pecado que cometió contra ti. Esto mismo lo
advierte también el Espíritu Santo por medio de Salomón
diciendo: Corrige a tu hermano no sea que tal vez no haya
hecho nada y diga: no lo hice; o si lo hizo, no sea que lo
vuelva a hacer. Corrige a tu prójimo no sea que no haya
dicho nada, y si lo dijo para que no lo vuelva a decir. Pues
2
a menudo es vana la acusación . Y otra vez: Cuan bueno es
3
reprender, cuánto reprimir la ira . Esto es verdaderamente

1. Mt 18, 15. 3. Si 20, 1.


2. Si 19, 13-15.
400 Cromacio de Aquileya

conservar la caridad y la paz con el hermano: no establecer


la ira en tu espíritu, sino reprender y enmendar fielmente al
hermano que peca.
Es suave y útil en efecto este tipo de corrección del her-
mano que no proviene de la malicia sino del corazón puro
y de la caridad. De esta corrección también habló David en
el salmo diciendo: Me corregirá el justo con misericordia. Y
añadió: El ungüento del impío no se derramará en mi ca-
beza*. El profeta no desea ser corregido y reprendido por
el pecador, sino por el justo; porque sabe que la corrección
del justo es suave y necesaria, la del pecador por el contra-
rio odiosa y molesta. Por eso no en vano ordenó el Señor
que el hermano que peca sea corregido por su hermano; esto
es, por su hermano en la fe, quien por el cariño de la cari-
dad corrige al hermano porque desea ganarlo. Y es más con-
veniente a la salvación de cada uno reprender al hermano
que peca para obtener la salvación de ambos, que airarse o
denigrar al hermano al castigo del pecado, según lo que le-
emos que está escrito: Sentado denigrabas a tu hermano y
5
ponías tropiezo al hijo de tu madre . Por eso, con toda razón
habla también en otro salmo la palabra profética por boca
del Señor diciendo así: Perseguiré a quien denigra en secre-
6
to a su prójimo . Así, para custodiar la paz y la caridad fra-
ternas, manda el Señor que cada uno corrija para la salva-
ción al hermano que peca contra él.
2. Si no te escuchara, toma contigo aún dos o tres para
que todo el asunto esté en la palabra de dos o tres testigos.
Si a estos no oyere, dilo a la Iglesia. Y si tampoco oye a la
7
Iglesia, sea para ti como pagano y publicano . ¡Qué afecto
de caridad tan completo y necesario se nos manda mostrar
con el hermano que peca! Que primero sea corregido in-

4. Sal 140, 5. 6. Sal 100, 5.


5. Sal 49, 20. 7. Mt 18, 16-17.
Tratado 58, 1-3 401

mediatamente por cualquiera de nosotros y, sólo después, si


no quisiera escuchar, se traiga además a otro u otros dos. Y
si considerare que también a ellos hay que despreciarlos,
manda que se diga a la Iglesia; si por último considerare que
también la Iglesia es digna de desprecio, hay que conside-
rar a semejante hombre como pagano y publicano. Así que
debemos trabajar por todos los medios para ganar al her-
mano que peca, con nuestra corrección o la de los herma-
nos o la de la Iglesia. En efecto, si ya es un fruto que me-
rece no pequeña alabanza ante los hombres de este mundo
volver a acoger en amistad al amigo después de la correc-
ción, cuánto más es para nosotros un fruto mayor de glo-
ria ganar para Dios y la salvación eterna al hermano que
hemos corregido.
Pero, dice, si tampoco oyera a la Iglesia, sea para ti como
pagano y publicano. Sin duda ya no hay que tener a un hom-
bre de esa categoría ni como cristiano ni como digno de
contarse en el número de los hermanos, pues no sólo no
quiso oír a dos o tres hermanos que le corregían, sino que
creyó digna de desprecio la corrección de la Iglesia entera.
Al despreciarla no hay duda que desprecia al Hijo de Dios,
y por el Hijo al Padre, como dice el mismo Señor a los dis-
cípulos: El que os desprecia, me desprecia a mí. Y el que me
desprecia a mí, desprecia al que me envió*. Así ocurrió tam-
bién al pueblo de los judíos cuando, muchas veces corregi-
dos, no quisieron oír ni a Moisés por la ley, ni al Señor por
los profetas, ni a su Iglesia por los apóstoles, y al final em-
9
pezaron a ser tenidos como paganos y publícanos .
3. Y con razón continúa, y dice a los apóstoles: Todo lo
que atareis en la tierra quedará atado en los cielos. Y todo
10
lo que desatareis en la tierra quedará desatado en los cielos .

8. L e 10, 16. 7 (PL 9, 102IB).


9. Cf. HILARIO, In Mt X V I I I , 10. Mt 18, 18.
402 Cromacio de Aquileya

Mira qué gran potestad de gracia celeste dispensa el Señor


a sus discípulos, concediendo a la Iglesia tanto a través de
los discípulos, que todo lo que apóstoles o la Iglesia liga-
ran en la tierra, estuviera ligado también en los cielos, y todo
lo que desataran en la tierra, quedara desatado también en
los cielos.
Esto mismo lo recuerda también el Espíritu Santo por
David, cuando dice: En abundancia, según creo, han sido
honrados tus amigos, oh Dios; en abundancia ha sido forta-
lecido su principado". Y es verdad que esos amigos del Hijo
de Dios, los apóstoles, han sido honrados en abundancia,
pues se les ha concedido tan gran potestad que sus juicios
terrenos son juicios celestes, es decir que se declara que ha
sido decidido y aceptado por el Señor en el cielo lo que su
Iglesia ha ligado o desatado sobre la tierra para cada uno.
Esto lo recordó el Señor para que supiéramos cuan grave
pecado es no escuchar a la Iglesia, a quien vemos que el
Señor ha concedido tan gran potestad. Por tanto sus adver-
tencias, como de madre verdadera y auténtica, debemos es-
cucharlas en todo como buenos hijos, para que, desatados
de todo pecado por el mérito de nuestra obediencia y fe,
merezcamos ser recibidos con esta misma Iglesia en el reino
de los cielos. Pero quien considerare que se puede despre-
ciar a la Iglesia y no hay que escucharla, un hombre tal, li-
gado con los pecados de su desobediencia y terquedad, no
podrá tener parte en el cielo.
Y pues el Señor ha dado a la Iglesia una gracia y potes-
tad tan grande que todo lo que en la tierra ligare o desata-
re quede ligado o desatado en el cielo, hay que trabajar con
todas las fuerzas para que, si alguno, por algún pecado, hu-
biera sido ligado por el juicio de la Iglesia, sea desatado por
medio de la satisfacción, por medio de la penitencia, gracias

11. Sal 138, 7.


Tratado 58, 3 403

a las súplicas; pues el que dice: No quiero la muerte del que


n
muere, sino que se convierta y viva , sin duda desata tam-
bién del juicio de su Iglesia a los pecadores por una justa
penitencia. Pero el que, ligado con algún pecado grave no
hiciere penitencia, tampoco merezca ser desatado del juicio
de la Iglesia en la vida presente; un hombre tal no podrá
tener esperanza en el día del juicio, porque lo que la Igle-
sia no perdona, tampoco lo perdona el Señor, que donó esta
gracia a su Iglesia y es bendito por los siglos de los siglos.
Amén.

12. E z 18, 32 (cf. 32, 11).


TRATADO 59
(Mt 18, 19-35)

PEDIR EN EL NOMBRE DEL SEÑOR - PERDONAR LAS OFENSAS

1. Luego sigue: Porque si dos o tres de vosotros se pu-


sieren de acuerdo en la tierra, cualquier cosa que pidieren se
la concederá mi Padre que está en los cielos. Pues donde
estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
l
medio de ellos . Podemos darnos cuenta de lo mucho en que
Dios tiene la unanimidad y concordia de los hermanos, por-
que el Señor manifestó que el Padre del cielo concede todo
a dos o tres que oran unánimes. Pues no hay nada para Dios
más grato que la paz fraterna, nada mejor que la unanimi-
2
dad y concordia , según lo que está escrito: ¡Qué bueno y
qué gozoso habitar los hermanos hechos unoP. Y otra vez:
Tienen mucha paz los que aman tu nombre y para ellos no
4
hay tropiezo . Y en otro pasaje: Dios que hace habitar uná-
5
nimes a los de casa . Por eso también declaró Isaías: Señor
6
Dios nuestro, danos la paz. Pues todo nos lo diste . También
declaró el Espíritu Santo, por Salomón, que esta concordia
de los hermanos era agradable a Dios, diciendo así: Hay tres

1. Mt 18, 19-20. 4. Sal 118, 165.


2. Cf. HILARIO, In Mt XVIII, 5. Sal 67, 7.
9 (PL 9, 1021C). 6. Is 26, 12.
3. Sal 132, 1.
Tratado 59, 1-2 405

cosas que son agradables ante Dios y los hombres: la con-


cordia de los hermanos, el amor de los prójimos, y el hom-
7
bre y la mujer que están de acuerdo . Por eso, no en vano
declara el Señor en el presente pasaje que, cuando dos o tres
se ponen de acuerdo en la tierra, todo lo que pidan les será
concedido por el Padre. Y añadió: Donde dos o tres estén
congregados en mi nombre, allí estoy también yo en medio
de ellos*. ¡Qué grande es el valor de permanecer unánimes,
que cuando dos o tres están congregados en su nombre,
también El declara que está en medio de ellos! Y que esto
es así no sólo lo creemos por la fe, sino que también lo co-
nocemos mostrado con ejemplos.
Antiguamente tres muchachos fueron reunidos a causa
de su nombre en el horno de fuego ardiente; pero estando
reunidos éstos en su nombre y orando unánimes y concor-
des, no les faltó la presencia del Señor entre las llamas y el
incendio violento, pues dice Nabucodonosor: ¿No arroja-
mos tres hombres al horno de fuego ardiente?; pues ¿cómo
veo yo cuatro hombres desatados, sin que haya en ellos daño
alguno? Y la imagen del cuarto es semejante a un hijo de
9
Dios . Así también, después de su pasión, el Señor se hizo
de tal modo presente a Pablo y Bernabé mientras estaban
en la cárcel a causa de su nombre y rezaban unánimes, que
10
soltando las ataduras de sus cadenas, les libró de la prisión .
Por eso es manifiesto que el mismo Señor está presente
cuando hay dos o tres fielmente congregados en su nom-
11
bre, según lo que prometió .
2. Pero no se sientan confortados por esto los cismáti-
cos que, dejada la paz y la unidad de la Iglesia, se atrevie-

7. Si 25, 1-2. 11. Para todo este párrafo, cf.


8. Mt 18, 20. CIPRIANO, De cath. eccl. unitate 12
9. D n 3, 91-92. ( C C L 3, 258).
10. Cf. Hch 16, 23-26.
406 Cromacio de Aquileya

ron a congregar contra la Iglesia no importa qué reuniones


antirreligiosas, no entendiendo que se dijo: Quien no está
conmigo está contra mí, y quien no recoge conmigo despa-
12
rrama . N o promete que va a estar con estos dos o tres
que acuden contra la paz y la unidad de la Iglesia; sino con
los dos o tres que, permaneciendo en la caridad y concor-
dia de la Iglesia, se congregan unánimes y concordes en el
nombre del Señor. Pero si, según el sentido que ellos dan,
piensan los cismáticos que esto fue dicho de los que se re-
únen por cualquier razón: Donde dos o tres están congre-
gados en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos, que re-
cuerden que ya antaño, en tiempo de Moisés, fueron
13
ciertamente tres Coré, Datan y Abirón . Y como se atre-
vieron a congregarse contra la paz y la unidad del pueblo,
no pudieron llevar a cabo impunemente aquello que, con
entendimiento inicuo y profano, tuvieron por cierto que
debía hacerse. Pues inmediatamente, tras abrirse la boca de
la tierra, a causa de su ilícita reunión bajaron vivos a los in-
fiernos. Con este ejemplo queda totalmente claro que cuan-
do se reúnen dos o tres así, no sólo el Señor no está con
ellos, sino más bien contra ellos, ya que se han atrevido a
congregarse de forma impía e infiel para desgarrar el cuer-
po de la Iglesia, como dice Salomón: El que raja los made-
1
ros, se hará daño con ellos *. Se refiere a estos mismos que
crean discordias y separaciones en la Iglesia. Y muestra que
no dejan de correr peligro, porque sin duda todos los que
originan un cisma incurren en el peligro de la muerte eterna.
3. Y sigue: Pero respondió Pedro diciendo: «Señor, si mi
hermano peca contra mí, cuántas veces le perdonaré. ¿Hasta
siete?». Le dice Jesús: «No te digo hasta siete, sino hasta se-

12. Le 11, 23. De cath. eccl. unitate 18 ( C C L 3,


13. Cf. N m 16; 26, 8-10; sobre 262); CROMACIO, Tr. 50, 2.
esta interpretación cf. CIPRIANO, 14. Q o 10, 9.
Tratado 59, 2-4 407

15
tenta veces siete» . San Pedro, fogoso en todo momento
por el amor desbordante de la fe, reacciona el primero a las
palabras del Señor. Sabiendo, por la anterior enseñanza del
Señor, que es muy grande el valor de la unanimidad y con-
cordia fraternas, pregunta solícitamente al Señor cuántas
veces debe perdonar al hermano que peca contra él, dicien-
do: «Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿ cuántas veces le
perdonaré? ¿Hasta siete?». Le dice Jesús: «No hasta siete,
sino hasta setenta veces siete». Pedro pensó que bastaba per-
donar al hermano que pecara contra él, tantas veces como
fue vengado Caín, porque recordaba la ley divina en la que
antiguamente Caín, que había matado a su hermano, había
sido vengado siete veces, pues en el libro del Génesis Lámec,
el séptimo descendiente de Caín, dice: Caín fue vengado
16
siete veces, pero Lámec setenta y siete . Pero el Señor que,
según su generosa misericordia quería que se guardara en
todo la paz y la concordia entre los hermanos, enseñó con
su respuesta que no bastaba esto sólo, perdonar siete veces,
sino hasta setenta veces siete. Con esto no sólo deshizo la
severidad de la antigua venganza, sino que también demos-
tró en cuánto se había de estimar la caridad fraterna. Y por
eso enseñó que cuantas veces se vengó a Lámec, tantas se
diera ahora el perdón al hermano que peca. Pues si el Hijo
de Dios nos perdonó con piedad divina todos nuestros pe-
cados, y condonó por su gracia todos los crímenes que co-
metimos, cuánto más debemos nosotros perdonar todo a los
hermanos que pecan contra nosotros, para que podamos
imitar el ejemplo del Señor.
4. Por esto, con razón adujo el Señor otra semejanza del
reino celeste, diciendo: Por eso es semejante la condición del
reino celeste a un rey que quiso saldar cuentas con sus sier-

1 5 . Mt 1 8 , 2 1 - 2 2 . Mt XVIII, 1 0 (PL 9, 1 0 2 2 B - C ) .
16. G n 4 , 2 4 ; cf. H I L A R I O , In
408 Cromacio de Aquileya

vos. Y cuando comenzó a saldar cuentas, se le presentó uno


que le debía diez mil talentos. Y como no tenía con qué de-
volverle, mandó su señor que fuera vendido con su mujer y
sus hijos y todo lo que tenía, y devolviera así la deuda. Ca-
yendo ante él aquel siervo le suplicaba diciendo: Señor, ten
17
paciencia conmigo, y te lo devolveré todo . Y lo demás que
sigue. Como antes había mandado el Señor ante la pregun-
ta de Pedro que no había que perdonar siete veces al her-
mano que peca, sino setenta veces siete, puso también el
ejemplo de esta parábola, aduciendo la comparación del rey
y su siervo; éste, aunque había alcanzado de su señor tan
gran misericordia que, siendo indigno, se le condonó inclu-
so una deuda infinita, él mismo no quiso tener misericor-
dia de un siervo compañero suyo por una deuda pequeña.
Por eso, con toda razón, entregado a los verdugos recibió
la justa pena condenatoria. ¿Pues qué no merecería sufrir
un siervo tan desvergonzado que, pese a haber conocido la
gran piedad de su señor con él, él mismo se mostró tan falto
de piedad y cruel con un siervo compañero suyo? Con este
ejemplo se nos instruye y enseña claramente que si no per-
donamos las deudas de los pecados a nuestros compañeros
siervos, es decir a los hermanos que pecan contra nosotros,
seremos condenados con una pena igual. Y aunque la com-
paración esté traída a propósito del pasaje presente, no obs-
tante esta parábola contiene en sí misma un sentido íntegro
y una verdad manifiesta.
5. Por eso reconocemos que la persona de ese rey re-
presenta al Hijo de Dios, ante quién todo el linaje huma-
no estaba sometido por una deuda infinita de pecado, pues-
18
to que todos éramos, por la transgresión , deudores del
pecado y de la muerte. Y en los diez mil talentos están in-

17. Mt 18, 23-26.


18. Se refiere a la transgresión de Adán.
Tratado 59, 4-5 409

dicados los pecados graves del linaje humano. Y aunque


todos los hombres eran deudores y estaban sometidos ante
este rey celeste por ley natural, pues dice el Apóstol acer-
ca de esta ley natural: Porque los gentiles que no tienen ley
son naturalmente para sí mismos ley, pues muestran la obra
de la ley escrita en sus corazones, y su conciencia les da tes-
timonio de sus mismos pensamientos que les acusan o tam-
19
bién les defienden ; sin embargo, a esta deuda del pecado
estaba obligado de modo especial el pueblo de los judíos,
que tras tantos y tan grandes beneficios no pudo guardar
la ley recibida por medio de Moisés. Y como no tenía de
dónde devolver una deuda tan grande, es decir cómo sa-
tisfacer, había mandado el señor que fuera dispersado, y
también su mujer e hijos; es decir que el pueblo entero
fuera dispersado para la muerte con la Sinagoga y toda su
progenie.
Pero como de ninguna forma ni el pueblo de los judí-
os, que había recibido la ley, ni los gentiles, es decir noso-
tros mismos, podíamos pagar tan gran deuda de pecado,
aquel rey celeste nos perdonó todos los pecados movido de
misericordia y piedad. ¿Y cuáles son estas deudas sino aque-
llas que cada día pedimos en la oración que nos sean per-
donadas, diciendo: Perdónanos nuestras deudas como tam-
10
bién nosotros perdonamos a nuestros deudores ? Por tanto,
como no podíamos pagar esta deuda del pecado y de la
muerte eterna de ninguna manera, es decir con ninguna sa-
tisfacción, ni ninguna penitencia digna, aquel rey eterno que
vino del cielo para perdonar los pecados del linaje humano
condonó toda deuda a cada uno de los que creen en Él. Y
el modo como lo condonó lo muestra abiertamente el santo
Apóstol cuando dice: Cancelando la nota de cargo que nos
era adversa, que era contraria a nosotros y que quitó de en

19. R m 2, 14-15. 20. Mt 6, 12.


410 Cromacio de Aquileya

21
medio clavándola a la cruz . En efecto, estábamos someti-
dos a la imputación de pecado como bajo la deuda de una
nota de cargo. Esta nota de cargo escrita contra nosotros la
canceló el Hijo de Dios con el agua del bautismo y el de-
rramamiento de su sangre. Además, en este mismo sacra-
mento, para cancelar la nota de cargo fluyó agua y sangre
22
del costado del Señor en el momento de la pasión . Y no
23
faltó siquiera la esponja al Señor que pendía de la cruz ,
para mostrar esto mismo: que los pecados de todo el mundo
habían de borrarse con el misterio de su pasión; a través de
aquel, sin duda, de quien dio testimonio Juan en el Evan-
gelio diciendo: He aquí el cordero de Dios, he aquí el que
1
quita el pecado del mundo *.
6. Por eso hoy, cada uno de nosotros, cuando se acer-
ca a la gracia del bautismo, acude como un deudor para
recibir por estos mismos sacramentos, confesando sus pe-
cados, la indulgencia de toda su deuda, es decir, de todos
sus pecados. Pero si, después de tan generosa indulgencia
de su Señor y Rey, alguno de nosotros se olvidara del be-
neficio divino y, saliendo fuera, a ejemplo de aquel siervo
malo, como apartándose de la fe, no quisiera perdonar la
deuda a su compañero siervo que peca contra él, es decir
tener indulgencia del pecado cometido contra él (quien de
su Señor ha alcanzado indulgencia de una deuda suya tan
grande, es decir de pecados tan graves), sin duda aquel rey
celeste entregará enfurecido a un hombre tal a los verdu-
gos, que son los ángeles de los castigos, para que lo metan
en la cárcel, que es el infierno, y allí, torturado con supli-
cios eternos, pague toda deuda de pecado hasta el último
cuarto.

21. C o l 2, 14. J n 19, 29.


22. Cf. J n 19, 34. 24. J n 1, 29.
23. Cf. Mt 26, 48; Me 15, 36;
Tratado 59, 5-7 411

7. Para mostrar que esto es así, añadió además el Señor


estas palabras: Así también hará con vosotros mi Padre que
está en los cielos, si no perdonareis cada uno a su hermano
25
desde lo profundo del corazón . Pues no merece venia ni
indulgencia de Dios por los pecados quien, olvidadizo de
tan gran piedad y misericordia divina, no quiere perdonar
al hermano que peca contra él. Por eso con razón estamos
todos sujetos a las mismas palabras con que rezamos en la
oración del Señor, cuando decimos: Perdónanos nuestras
deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deu-
26
dores . Por esta razón si, como prometemos, no perdona-
mos a quienes pecan contra nosotros, ¿con qué desfachatez,
con qué confianza, nos atrevemos a pedir del Señor el per-
dón de los pecados? Esto mismo declara también el Espíri-
tu Santo por medio de Salomón, diciendo: Deja a un lado
el pecado del prójimo, y entonces se te desligará de tus pe-
cados. Y añadió: Hombre, que guardas la ira contra el hom-
bre, ¿buscas de Dios la medicina de tu carne? No tienes mi-
sericordia del hombre semejante a ti, ¿y suplicas a Dios por
tus pecados? Tú mismo, que eres carne, guardas la ira, ¿y
buscas que Dios te sea propicio? ¿Quién orará por tus deli-
27
tos? Recuerda las cosas últimas y deja de enemistarte . Por
eso es perfectamente justo el juicio de Dios sobre cada uno
de nosotros: que si alguno quiere que le sean perdonados
los pecados por Dios, perdone él mismo primero a su her-
mano cuando peque contra él. Pero si fuera duro e inmise-
ricorde con el hermano, no merecerá tampoco él, según la
sentencia del Señor, la remisión del pecado de parte de nues-
tro Señor y Salvador, que es bendito por los siglos. Amén.

25. Mt 18, 35. 27. Si 28, 2-6.


26. Mt 6, 12.
ÍNDICES
ÍNDICE BÍBLICO

Génesis 33, 23.20: 371.


2, 10: 56. 4, 22: 375.
2, 16-17: 129. 6, 23: 70.
2, 23: 70. 15, 26: 260.
3: 222. 35ss: 19.
3, 1: 109, 128.
4, 1-8: 175. Levítico
4, 24: 407. 11, 7: 235.
10, 1-20: 285. 11, 8: 359.
12, 3: 64. 11: 359.
18, lss: 342. 11, 44: 99, 204.
21, 10: 334. 12, 13: 159.
21, 5: 333. 14, 1-7: 253.
32, 30: 343. 14, 8: 255.
49, 27: 246. 15, 29-30: 307.
16, 4.14s: 59.
Éxodo 19, 18: 194.
3, 5: 114. 19, 2: 99, 204.
3, 14: 348. 20, 7: 99, 204.
13, 19: 273. 24, 19-20: 190.
13, 21-22: 381. 24, 20: 194.
16, 14: 125.
19, 24: 369. Números
20, 19: 370. 12, 3: 150.
23, 5: 195. 13, 16: 76.
23, 19: 95. 16: 328, 406.
23, 20-21: 76. 17: 78.
25, 31: 166. 19, 9.17: 59.
28, 15-21: 56. 21, 6: 125.
32, 31-32: 104. 24, 17: 84, 85.
33, 23: 372. 26, 8-10: 328, 406.
416 índice bíblico

Deuteronomio 18, 34-38: 56.


5, 9-10: 67. 21, 21: 67.
9, 14: 313.
14: 359. 2 Reyes
18, 15.19: 345. 2, 19-22: 159.
24, 1: 185. 6, 15-16: 394.
25, 5-6: 69. 6, 17-18: 394.
25, 9: 114. 8, 26: 66.
32, 39: 309. 9: 67.
34, 5: 374. 9, 8: 67.
10, 30: 67.
Josué 13, 21: 273.
3: 121. 15, 12: 67.
5, 3: 368.
5, 16: 114. 1 Crónicas
7, 6: 104. 3, 10-12: 66.
10, 10: 333.
17, 11-13: 64.
Jueces.
19: 104.
13-16: 99.
14, 8: 100.
15, 1-8: 266. 2 Crónicas
16, 2: 100. 24, 20-22 : 311.
16, 3: 100.
16, 13: 99. Tobías
16, 29-30: 100. 5, 7 : 193.
12, 12: 394.

1 Samuel
Judit
1, 13-17: 200.
12-13 : 213.
15, 35: 104, 149.
16, 7: 290, 322.
Ester
4, 15: 213.
2 Samuel 5, 1: 213.
7, 11-16: 64. 7, 10: 213.
19, 43: 197.
2 Macabeos
1 Reyes 11, 6: 395.
7, 25: 56. 25, 22-23: 395.
10, 1: 333.
12: 317. Job
17, 4-6: 223. 1, 5: 230.
17, 8-16: 223. 1, 7: 267.
índice bíblico 417

2, 2: 267. 28, 3: 122.


5, 2: 173. 28, 4: 308.
9, 8: 347. 28, 4-5: 291.
15, 14: 296. 29, 12: 150.
26, 12: 277. 30, 19: 321.
31, 7-12: 182. 32, 18s: 224.
31, 29-30: 195. 33, 11: 224.
31, 33-34: 109. 33, 7: 148.
31, 34-39: 193. 33, 8: 394.
35, 5.10: 351. 34, 2-3: 326.
40, 15-19: 326. 35, 10: 136.
40, 20: 131. 36, 1-2: 228.
41, 21: 134. 36, 8: 176.
40, 24: 132. 36, 9: 151.
36, 11: 151.
Salmos 36, 25: 223.
1,2: 360. 38, 2: 175.
4, 5: 174, 200. 38, 7: 216.
6, 7: 149, 230. 39, 7-9: 343.
7, 4-5: 195. 41, 4: 149.
7, 10: 290, 322. 43, 23.26: 276.
8, 3: 96. 44, 9: 90.
8, 9: 362. 44, 10: 333.
11, 7: 116. 45, 5: 143, 164.
16, 14: 235. 45, 8: 319.
17, 11: 60, 255. 45, 8.12: 252.
17, 4: 376. 47, 2: 164.
17, 14: 376. 47, 9: 153, 164.
17, 46: 321. 49, 3-5: 338.
18, 6: 300. 49, 15: 350.
21, 7: 77. 49, 20: 400.
21, 10-11: 95. 50, 9: 254.
21, 17: 234. 50, 12: 153.
21, 27: 148. 50, 19: 148.
21, 19: 78. 59, 10: 115.
22, 3: 241. 60, 3: 334.
22, 4: 137. 61, 11: 216.
23, 3-4: 153. 62, 11: 266.
23, 4: 188. 64, 8: 277.
24, 4: 102, 241. 65, 3: 321.
24, 10: 102. 65, 18: 176.
25, 2: 208. 67, 7: 326, 404.
418 índice bíblico

67, 17: 378. 111, 5: 193.


67, 19: 326. 111, 9: 193.
67, 32: 91. 113, 17-18: 270.
67, 34: 277, 308. 114, 9: 91.
68, 3: 279. 117, 16: 308.
71, 4: 131, 148. 118, 1: 241.
71, 10: 90. 118, 4: 181.
71, 15: 90. 118, 10: 236.
73, 14.13: 131. 118, 103: 361.
75, 3: 155. 118, 105: 166.
76, 17-18: 276. 118, 165: 404, 155.
76, 20: 347. 119, 7 155.
77, 57: 321. 120, 4 276, 352.
79, 4 319. 122, 2 82.
79, 6 149. 124, 2 394.
83, 8 146. 128, 6 228.
84, 9 154. 130, 1-2: 397.
86, 3 164. 131, 1 150.
86, 5 77, 342. 131, 2: 99.
87, 11: 270. 131, 11: 64.
87, 13: 286. 131, 17: 101.
88, 10: 277. 132, 1 404.
89, 4: 378. 133, 2 213.
89, 13: 346. 136, 9 182.
90, 10: 131. 138, 7 402.
94, 6-7: 138. 139, 14: 154.
94, 8 -9: 137. 140, 3 174.
100, 5: 400. 140, 5 233, 400.
101, 10: 149. 143, 1 327.
101, 20-21: 285. 143, 5 284.
102, 2: 144. 145, 7 -8: 316, 320.
102, 3: 144, 296.
102, 15: 228. Proverbios
103, 25-26: 279. 1, 17: 247.
103, 26: 131. 1, 28-30: 95.
106, 20: 257. 2, 21: 151.
106, 23-24: 141. 3, 18: 249.
106, 23-25: 277. 4, 18: 167.
106, 25.29: 277. 4, 24: 174.
106, 29-30: 278. 4, 27: 198.
110, 4-5: 223. 6, 2: 207.
111, 4: 136. 6, 23: 166.
índice bíblico 419

6, 25: 182. 10, 21: 320.


9, 1: 77. 16, 12: 257,
10, 3: 223. 16, 13: 309.
14, 5: 188. 16, 20: 313.
19, 17: 216.
20, 9: 296. Eclesiástico
22, 14: 266. 1, 36: 264.
24, 27: 269. 4, 18.21: 269.
30, 19 : 131. 4, 34: 171.
30, 27: 105. 7, 15: 207.
31, 14: 278. 9, 8: 181.
9, 10: 162.
Eclesiastés 9, 11: 181.
3, 6: 398. 10, 9: 328.
4, 8-10: 180. 12, 5-6: 235.
10, 1: 247. 14, 1: 174.
10, 9: 406. 18, 30-31: 181.
Cantar de los Cantar 19, 1: 170.
2, 1: 227. 19, 13-15: 399.
2, 2: 227. 20, 1: 399.
2, 3: 249. 21, 22: 288.
2, 15: 265. 21, 28: 175.
4, 1:. 23, 6: 182.
5, 1: 91, 300. 23, 9: 187.
5, 2: 99. 23, 11: 187.
5, 12: 391. 23, 17: 174.
5, 14: 390. 24, 7-8: 347.
6, 1: 227. 24, 20: 91.
6, 2: 227. 24, 25: 137.
6, 6: 197. 24, 29: 152.
8, 1: 95. 25, 1-2: 405.
26, 23: 390.
Sabiduría 28, 2: 210.
1, 1: 269. 28, 2-6: 411.
1, 4: 113. 28, 3-4: 207.
1, 5: 113. 28, 3-5: 176.
1, 4.5: 287. 28, 6: 176.
1, 11: 188. 28, 27: 266.
5, 10: 278. 28, 28-29: 174.
6, 7.9: 392. 29, 28: 206.
6, 8: 396. 35, 21: 201.
6, 16: 269. 38, 1: 296.
420 índice bíblico

Isaías 49, 1: 75.


1,2: 375. 49, 2: 76.
1, 10: 109. 50, 2: 267.
1, 15: 311. 50, 9: 302.
1, 16: 113, 356. 53, 1-3: 341.
2, 4: 274. 53, 4: 143, 262.
2, 5-6: 166. 54, 11-13: 164.
2, 12: 280. 54, 13-14: 155.
2, 16: 280. 55, 2: 229.
4, 4: 115. 55, 6-7: 236.
5, 2: 248. 59, 5: 247.
6, 6-7: 116. 60, 1: 136.
7, 14: 79, 343. 60, 6: 83, 90.
8, 4: 92. 60, 8: 225.
9, 6: 90, 93, 385 60, 16: 260.
10, 23: 209. 61, 1: 315, 320.
11, 1: 78. 61, 3: 150.
11, 14-15: 141. 62, 5: 300.
14, 13-14: 326. 62, 10: 366.
19, 1: 93, 371. 63, 16: 203.
22, 14: 81. 65, 13: 224.
26, 12: 404. 66, 5: 195.
26, 13-14: 270. 66, 24: 159, 339.
27, 1: 326.
30, 15: 109.
33, 23: 280. Jeremías
35, 1: 227. 4, 3: 303.
35, 1- 4: 108. 6, 16: 102, 241.
35, 3-4: 291. 8, 22: 296.
35, 4-5: 316, 320. 9, 1: 104, 149.
38, 18: 270. 11, 20: 290.
40, 26: 290. 16, 16: 141.
40, 28: 125. 17, 5: 245.
40, 31: 380. 17, 9: 341.
41, 1: 303. 23, 16: 244.
42, 6-7: 320. 23, 21: 244.
42, 9: 303. 23, 29: 112.
43, 11: 75. 31, 9: 375.
43, 18-19: 303. 31, 31-33: 146.
43, 25-26: 138. 31, 33: 111.
46, 4: 81. 50, 26: 102.
48, 17: 241. 52, 20: 56.
índice bíblico 421

Lamentaciones Amos
3, 27-28.30: 191. 7, 1: 105.
3, 48: 149.
Jonás
Baruc 2: 351.
3, 11: 273. 2, 1-11: 200.

Miqueas
Ezequiel
5, 2: 87.
1, 10: 56, 57.
9, 1: 112.
Habacuc
9, 4-6: 366.
3, 3: 87.
9, 5-6: 113..
3, 10: 347.
11, 19: 111..
13, 4: 265..
Sofonías
16, 3: 110..
1, 12: 166.
16, 4: 159..
16, 6: 311..
Zacarías
18, 22-23: 109.
1, 3: 109.
18, 28: 109.
3, 1: 130.
18, 32: 109, 403
6, 1-5: 61.
22, 27: 244.
6, 6-8: 61.
32, 11: 403.
6, 8: 62.
36, 26: 111.
8, 16-17: 176.
47, 9-10: 142.
8, 23: 306.

Daniel Malaquías
1, 12-15: 213. 2, 10: 204.
1, 17: 200. 3, 1: 342.
2, 22: 136. 3, 7: 109.
3, 91-92: 405. 3, 20: 157, 163, 168, 262,
6: 223. 371, 379.
7, 9-10: 379. 4, 1: 339.
10, 2-3: 149.
Mateo
Oseas 1, 1: 57.
2, 19-20: 300. 1, 1-2: 63.
2, 24: 313. 1, 17: 65, 67.
6, 6: 297. 1, 18: 72.
9, 12: 334, 343 1, 19: 73.
11, 1: 94, 375. 1, 20: 74.
13, 4: 75. 1, 21: 75.
422 índice bíblico

1, 22-23: 76. 4, 18-22: 139.


1, 23: 79, 343. 4, 19: 141.
1, 24-25: 80, 81. 4, 22: 147.
2, 1-2: 83. 4, 23-25: 143.
2, 2: 85. 5, 1: 25.
2, 5: 86. 5, 1-3: 145.
2, 6: 86. 5, 3: 147.
2, 7-9: 87. 5, 4: 150.
2, 10-11: 89. 5, 5: 148.
2, 11: 126. 5, 6: 141.
2, 12: 91. 5, 7: 152, 213.
2, 13-15: 93. 5, 8: 153.
2, 16-18: 95. 5, 9: 154.
2, 19: 98. 5, 10: 155.
2, 19-21: 97. 5, 11-12: 156.
2, 21-23: 98. 5, 13: 157.
3, 1-3: 101. 5, 14: 160.
3, 2: 102. 5, 14-15: 163.
3, 4: 103. 5, 16: 167.
3, 5-9: 108. 5, 17: 169.
3, 7-8: 104, 109, 110. 5, 18: 170.
3, 9: 110, 127. 5, 19: 170, 171.
3, 10: 112. 5, 20: 171.
3, 11: 114, 118, 119. 5, 21-22: 173.
3, 11-12: 113. 5, 22: 174.
3, 13-15: 118. 5, 23-24: 175.
3, 14: 119. 5, 25-26: 177.
3, 16-17: 122, 126. 5, 26: 116.
3, 17: 373. 5, 27-28: 181.
4, 1-2: 125. 5, 29-30: 183, 388.
4, 2: 126. 5, 31-32: 185.
4, 3: 126, 283. 5, 33-37: 187.
4, 4: 127, 132. 5, 38: 194.
4, 5-6: 127. 5, 38-40: 190.
4, 6: 128, 133. 5, 41: 192.
4, 7: 129. 5, 42: 192, 193.
4, 8-10: 129. 5, 43-48: 194, 195.
4, 11: 134. 6, 1: 196.
4, 12-16: 135. 6, 2-4: 196.
4, 15-16: 135. 6, 5-6: 199.
4, 16: 136. 6, 7-8: 201.
4, 17: 137. 6, 9: 202, 204.
índice bíblico

6, 10: 204. 8, 16-17: 262.


6, 11: 205. 8, 17: 143, 262.
6, 12: 207, 409, 411. 8, 18-20: 264.
6, 13: 207. 8, 19: 265.
6, 14-15: 209. 8, 20: 264, 267.
6, 19-21: 215. 8, 21-22: 268.
6, 22-23: 218. 8, 22: 272.
6, 24: 25, 220. 8, 23: 268.
6, 25: 222. 8, 23-27: 275, 282.
6, 26: 224. 8, 24: 275.
6, 27-28: 225. 8, 25: 276.
6, 28-30: 226. 8, 26: 276.
6, 30: 229. 8, 27: 277.
6, 31-33: 229. 8, 28-31: 282.
6, 33: 223, 236. 8, 29: 130, 282.
6, 34: 206, 229. 8, 30-32: 286.
6, 16-18: 211. 8, 33-34: 286.
7, 1-2: 232. 9: 23.
7, 2: 232. 9, 1: 287.
7, 3-5: 233. 9, 1-5: 289.
7, 6: 234. 9, 2: 292.
7, 7: 193. 9, 3: 295.
7, 7-8: 236. 9, 6: 292.
7, 8: 236, 237. 9, 6-7: 291.
7, 9-11: 238. 9, 8: 293.
7, 12: 239. 9, 9: 295.
7, 13-14: 240. 9, 9-13: 294.
7, 15-16: 243. 9, 10: 295.
7, 16: 245. 9, 12: 295.
7, 16-20: 247. 9, 13: 297, 298.
7, 21: 250. 9, 14: 299.
7, 21-23: 23. 9, 14-15: 299.
7, 24-29: 23. 9, 15: 300, 301.
8: 23. 9, 16: 302.
8, 2: 251. 9, 16-17: 301.
8, 3: 251. 9, 17: 303.
8, 3-4: 252. 9, 18-20: 305.
8, 5-12: 256. 9, 20-22: 305.
oo

9: 257. 9, 22: 307.


8, 10: 257. 9, 23-26: 308.
8, 11-12: 259. 9, 27: 316.
8, 14-15: 260. 9, 27-31: 315.
424 índice bíblico

9, 28: 316. 13, 57: 344.


9, 29-30: 316. 13, 58: 340, 345.
10, 16: 246. 14, 13-21: 346.
11, 10: 103. 14, 22-23: 23, 346.
11, 22: 326. 14, 23-24: 347.
11, 28: 264. 14, 26: 348.
11, 29: 150. 14, 27: 348.
12, 10-21: 319. 14, 28-31: 349.
12, 21: 23. 14, 33: 276.
12, 21-32: 328. 14, 34-46: 355.
12, 22: 319. 15, 1-2: 355.
12, 23: 321. 15, 3-6: 357.
12, 24: 329. 15, 7-9: 357.
12, 25: 322. 15, 10-16: 358.
12, 25-26: 322. 15, 11: 358, 364.
12, 27: 322. 15, 13-14: 364.
12, 28: 323. 15, 14: 218, 266, 364.
12, 29-30: 325. 15, 16: 24.
12, 33-37: 23. 15, 19: 358, 388.
12, 36: 175. 15, 19-20: 183.
12, 37: 317. 16, 4: 24, 366.
12, 38-40: 331. 16, 18: 261.
12, 38-41: 367. 16, 28 - 17, 2:369.
12, 38-42: 24. 16, 28 - 17, 9:24.
12, 41: 332. 16, 28: 377.
12, 42: 333, 334. 17, 3: 372.
12, 43-45: 23. 17, 4: 372.
12, 47: 334. 17, 5: 373.
12, 48: 334. 17, 5-6: 376.
12, 49: 335. 17, 7-8: 376.
13, 4: 267. 18, 1: 383.
13, 8: 381. 18, 2-4: 383.
13, 25: 336. 18, 5: 385.
13, 26-30: 337. 18, 6: 385.
13, 36-38: 336. 18, 8: 388.
13, 36-43: 23. 18, 9: 390.
13, 42: 338. 18, 10-11: 393.
13, 43: 338, 339. 18, 11: 98.
13, 53-54: 340. 18, 15: 399.
13, 53-58: 23, 24, 340. 18, 16-17: 400.
13, 54: 340. 18, 18: 401.
13, 54-55: 340, 344. 18, 19-20: 404.
índice bíblico 425

18, 20: 405. 2, 7: 121, 289, 291.


18, 21-22: 329, 407. 4, 4: 267.
18, 23-26: 408. 4, 20: 381.
18, 23-35: 207. 5, 1-10: 288.
18, 35: 411. 5, 23: 260.
19, 6: 186. 5, 26: 306.
19, 7.8: 185. 6, 52: 341.
19, 16-22: 216. 8, 17: 341.
19, 21: 216. 9, 5: 373.
19, 23: 213. 9, 43. 45. 47: 159.
20, 26: 241. 9, 48: 159, 339.
21, 31: 113. 10, 9: 186.
22, 14: 241. 10, 45: 98.
22, 20-21: 148. 11, 24: 236.
22, 24: 69. 12, 19: 69.
22, 30: 228. 14, 34: 98.
23, 12: 383. 15, 36: 410.
23, 20.22: 189. 16, 7: 335.
23, 30-31: 356.
23, 35-36: 311. Lucas
24, 14: 62. 1-2: 83.
25, 1-12: 337. 1, 1: 54.
25, 11: 237. 1, 2: 55.
25, 12: 237. 1, 5: 59.
25, 25-30: 165. 1, 28: 72.
25, 33: 198. 1, 35: 72.
25, 40: 213. 1, 36: 70.
26, 35: 353. 1, 41 : 298.
26, 38: 98. 1, 78: 93.
26, 48: 410. 2, 14: 155.
26, 69-75: 285. 2, 31-32: 136.
26, 75: 353. 2, 32: 126.
27, 3-5: 161. 4, 18-19: 320.
27, 52: 368. 3, 22: 126.
27, 54: 276. 3, 23-31: 69.
28, 6: 100. 5, 10: 142.
28, 20: 82, 352. 5, 21: 121, 289, 291.
6, 36: 153.
Marcos 7, 27: 103.
1, 1: 60. 8, 26-39: 288.
1, 10-11: 126. 8, 29: 288.
1, 2: 103. 8, 43: 306.
426 índice bíblico

8, 44: 306. 4, 22: 306.


8, 45-46: 307. 4, 34: 105.
8, 54: 308. 5, 25: 309.
8, 55: 313. 5, 39: 380.
9, 31: 379. 5, 46-47: 380.
9, 33: 373. 6, 40: 205.
9, 61-62: 273. 6, 41: 86.
10, 16: 401. 6, 41. 51: 151.
11, 4: 208. 6, 52: 206.
11, 5-13 : 237. 6, 54: 313.
11, 23: 406. 8, 12: 137, 160.
11, 41:. 8, 34: 220.
11, 46: 171. 8, 39: 110.
12, 16-21: 216. 8, 44: 109, 189, 204, 331.
12, 21: 147. 8, 56: 370.
12, 35: 105, 167. 10, 18 : 98.
12, 49: 115. 10, 38 : 262, 343.
13, 32: 265. 11, 11 : 310.
14, 26: 268. 11, 43 : 308.
15, 23: 59. 12, 20-21: 332.
18, 10-14: 172, 201. 12, 24 : 332.
19, 10 : 397. 12, 26 : 392.
19, 40: 111. 13, 1C : 356.
20, 28: 69. 13, 23-25: 58.
22, 62: 353. 13, 34: 175.
24, 27 : 27. 13, 35: 176.
14, 2: 373, 380.
Juan 14, 6: 88, 241.
1, 1: 58, 376. 14, 9: 136.
1, 1-3: 73. 14, 15 : 221.
1, 9: 136, 315. 14, 27 154.
1, 11: 86. 15, 20 : 227.
1, 12-13: 203. 16, 28 : 376.
1, 14: 77. 17, 6: 381.
1, 29: 126, 410. 17, 20 : 347.
2, 19: 342. 17, 21 : 347.
2, 21: 342. 17, 24 : 347, 378.
3, 5: 120. 19, 29 : 410.
3, 13: 284. 19, 30 : 169.
3, 29: 115, 300. 19, 34 : 410.
4, 10.14: 151. 20, 17 : 335.
4, 13-14: 143. 21, 17 354.
índice bíblico 427

Hechos de los Apóstoles 9, 6-7: 111.


1-2: 301. 10, 10: 317.
2, 3: 116. 12, 19: 191.
2, 13: 303. 16, 18: 244.
2, 41: 312.
2, 45: 147, 217. 1 Corintios
3, 6: 148. 1, 24: 77, 160, 320, 344.
4, 23-31: 280. 1, 25-26: 389.
4, 34: 217. 1, 27-28: 140.
8, 27-40: 106. 1, 30: 152.
10: 141. 2, 5: 139.
10, 1-2: 106. 2, 8: 254.
10, 1-4: 200. 2, 9: 236.
10, 1-11, 18: 312. 3, 13-15: 116.
10, 3-4: 106. 3, 17: 186.
10, 15: 358. 5, 6: 184, 253, 390.
10, 34-35: 396. 5, 6-7: 391.
12, 15: 394. 5, 7: 169.
13, 46-47: 259. 5, 13: 184, 391.
15: 302. 6, 16: 390.
16, 23-26: 405. 6, 20: 167.
20, 29-30: 243. 10, 4: 131, 183, 367.
10, 7: 359.
Romanos 10, 13: 208.
1, 25: 189, 245. 11, 3: 99, 189, 213, 267.
1, 4: 316. 11, 27: 206.
2, 3: 74. 11, 28: 206.
2, 5: 110. 12, 20: 389.
2, 11: 395. 12, 25-26: 389.
2, 13: 171, 250. 12, 27: 389.
2, 14-15: 106, 409. 13, 12: 82, 153.
3, 22: 152. 14, 20: 384.
3, 23: 158. 15, 29: 271.
3, 31: 173. 15, 54-55: 368.
4, 1-18: 64.
4, 3: 342. 2 Corintios
5, 8-9: 110. 4, 16: 271.
6, 4: 271. 5, 1: 269.
8, 3: 262, 327. 5, 17: 303.
8, 15: 393. 3, 14: 318.
8, 17: 155. 3, 15-16: 317.
9, 5: 334. 6, 10: 147.
428 índice bíblico

6, 14-16: 221. 3, 19: 235.


11, 4: 62. 3, 20: 278.
12, 9: 208. 3, 21: 151, 338.
12, 21: 150. 4: 155.
4, 7: 154.
Gálatas
1, 9: 62. Colosenses
1, 10: 196. 1, 13: 166.
3, 8: 64. 1, 15: 136.
3, 16: 64. 1, 20: 155.
3, 27: 120. 1, 24: 301.
4, 6: 203. 1, 26: 72.
4, 9: 274. 2, 13: 312.
4, 30: 334. 2, 14: 410.
5, 17: 179. 3, 25: 295.
5, 19-21: 240. 4, 5: 230.
4, 6: 159, 175.
Efesios
2, 1: 270.
1 Tesalonícenses
2, 19: 161.
4, 3-4: 205.
3, 9: 72.
4, 12: 230.
4, 3: 154.
4, 13: 310.
4, 8: 326.
4, 17: 338.
4, 13: 226.
5, 5: 164.
4, 26: 230.
5, 7.6: 337.
4, 26-27: 174.
4, 29: 175.
4, 30: 179. 1 Timoteo
1, 19: 133.
5, 8: 163.
273. 4, 12: 171.
5, 11:
231. 5, 6: 271.
5, 16:
5, 23: 70. 6, 8: 206.
5, 27: 184. 6, 10: 133.
6, 9: 295. 6, 16: 265, 379.
6, 14: 105. 6, 17-19: 217.
6, 19: 213.
Filipenses
1, 20: 167. 2 Timoteo
2, 7: 341. 2, 17: 244.
2, 9: 155.
2, 15-16: 165. Tito
3, 2: 234. 2, 7-8: 171.
índice bíblico 429

Hebreos 3, 8: 203.
2, 13: 385. 3, 9: 203.
9, 13: 59. 4, 1-3: 244.
10, 1: 55. 4, 16: 164.
12, 14: 154. 5, 18: 203.

Santiago Apocalipsis
1, 12: 208. 1, 9: 54.
1, 15: 182. 1, 14: 379.
1, 22: 250. 1, 20: 99.
2, 9: 395.
1 Pedro
384. 2, 23: 290.
2, 2:
3, 20: 237.
2, 9: 166.
4, 2.1: 237.
2, 12: 168.
4, 7: 58.
5, 8: 100.
5, 6: 99.
1 Juan 5, 10: 151.
1, 1.3: 54. 7, 1: 62, 394.
1, 5: 164, 219. 7, 4: 312.
1, 7: 164, 219. 12, 10: 178.
2, 4: 221. 17, 15: 160.
2, 10: 164, 219. 19, 13: 376.
2, 11: 219. 20: 378.
2, 14: 384. 20, 4.6: 151.
2, 18-19: 244. 21, 2: 301.
3, 12: 175. 22, 16: 84.
ÍNDICE DE AUTORES

Ambrosio: 9, 14, 17, 18, 21, 22, Étaix, R.: 23, 24, 42, 48, 49, 331.
60, 70, 77, 81, 84, 85, 90, 91, Eusebio de Cesárea: 18, 19, 54.
111, 126, 129, 133, 142, 179,
243, 251, 252, 270, 280, 287, Fabris, R.: 31, 47.
306, 307, 313, 329, 344, 346, Fliche, A.: 14.
371. Fortunaciano: 13, 56, 78.
Atanasio: 13, 16.
Graciano: 120.
Banterle, G.: 42, 48. Gregorio de Elvira: 119, 123,
Berardino, A.: 45. 131, 159, 301, 380.

Hilario de Poitiers: 22, 66, 67, 69,


Campbell, D. A.: 13. 70, 75, 76, 90, 115, 118, 124,
Cian, V.: 45. 132, 149, 151, 153, 168, 170,
Cipriano: 23, 200, 201, 328, 405. 174, 177, 183, 187, 189, 199,
Corgnali, D.: 46. 213, 226, 227, 228, 238, 248,
Cracco Ruggini, L.: 46. 252, 258, 267, 268, 269, 270,
Cromacio: 9, 10, 11, 14, 15, 16, 273, 279, 284, 287, 292, 298,
17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 316, 327, 330, 344, 351, 373,
25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 32, 384, 386, 389, 394, 401, 404,
33, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 40, 407.
41, 42, 43, 48, 54, 56, 86, 106,
118, 124, 143, 145, 146, 147, Inocencio I, Papa: 20.
148, 149, 151, 155, 175, 202,
Ireneo de Lyon: 23, 54, 57, 61.
218, 242, 270, 275, 277, 278,
297, 309, 310, 327, 328, 337,
Jakobi, R.: 49.
374, 390, 406.
Jerónimo: 9, 10, 15, 16, 18, 19,
Cuscito, G.: 15, 17, 45, 46, 48. 21, 23, 25, 56, 66, 69, 118,
145, 178.
Doignon, J . : 48. Juan Crisóstomo: 9, 18, 19, 20,
Duval, Y. M.: 17, 45. 25, 118, 120.
432 índice de autores

Justino, mártir: 76, 130. Plinio: 160.

Lemarié, J . : 15, 23, 24, 42, 43, 45, Quacquarelli, A.: 38, 46.
46, 47, 48, 49.
León Magno, Papa: 41, 145, 373, Rapisarda, G.: 46.
375. Richard, P.: 12.
Rufino: 9, 10, 16, 18, 19, 20, 272.
Martin, V.: 14.
Mascari, M. A.: 46. Simonetti, M.: 25, 54, 87.
Menis, G. C.: 45. Siniscalco, P.: 22.

Nicola, A.: 47. Tardif, H.: 15, 48.


Novaciano: 360. Tavano, S.: 14.
N o v a t o el Católico: 143, 179. Tertuliano: 23, 200, 202, 237, 279,
356.
Orbe, A.: 23. Trettel, G.: 14, 16, 18, 32, 38, 41,
Orígenes: 10, 19, 25, 26, 125, 178, 42, 46, 47, 48, 53, 80.
254, 360. Triaca, A. M.: 47.
Truzzi, C : 17, 35.
Padovese, L.: 48.
Paladio: 20. Valero, J . B.: 15.
Paulino: 17. Victorino de Petovio: 56, 57, 60.
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS*

Abel: su ofrenda fue aceptada: los ángeles de los creyentes


21, III, 6. interceden por ellos: 57, 1.2.
Abraham: recibe la circuncisión: Apóstoles: de condición humil-
1, 2; los judíos no son hijos de: 16, 1; llamados a dejar
suyos en la fe: 10, 3; padre en todo y predicar: 41, 10; viven
la fe: 45, 1; creyó en Cristo, la pobreza: 17, II, 3; vendie-
Dios y hombre: 51 A, 2; vio ron todo, y así atesoraron en
la gloria de Dios: 54 A, 2. el cielo: 30, II, 2; son sal de
Adán: comparado a San José: 2, la tierra: 18, I y luz del
3; comparado con Cristo: 2, mundo: 19, I; llamados her-
5; Cristo quiere ser tentado manos del Señor: 50A; ven la
como él: 14, 2.3; comparado gloria de Dios, superiores a
al leproso que cura Cristo: Moisés: 54 A, 2ss; pueden
38, 4; todos manchados con perdonar los pecados: 44, 5;
los pecados de Adán: 38, 4; poder de ligar en la tierra: 58,
origen del género humano: 3; primeros entre los márti-
44, 4. res: 17, VIII, 2; 17, IX; por
Adulterio: el evangelio prohibe su fe, la Iglesia mereció ser
la concupiscencia: 23, I; no hija: 47, 6; comparados a las
dejarse llevar por sospechas nubes: 42, 3 .
infundadas: 2, 2. Arrio: dijo que el creador de
Ana: ora en lo secreto: 27, I, 4. todo era una criatura: 35, 3.4;
Ángeles: Juan Bautista lleva vida que el Hijo de Dios no ha
angélica: 9, 1; los cristianos, nacido en sentido propio de
llamados a conseguir la feli- Dios: 50, 3.
cidad de los ángeles: 32, 5; Ascensión: Jesús nos abrió los
defienden a los santos: 52, 5; Reinos de los cielos: 13, III;

* L o s números indican, separados por comas, el tratado, capítulo y


número en su caso.
434 índice de nombres y materias

unido a su carne ascendió al 35, 8; la carne de Cristo


cielo: 46, 2. transformada en gloria: 54A,
Ayuno: modo de ayunar: 29; no 10; por su carne/cuerpo el
sirve sin la fe: 46, 1. Señor derrotó a la muerte: 54,
3.
Balaam: antepasado de los magos Castidad: como Juan Bautista: 9,
de Oriente: 4, 1. 2.
Bautismo: de Juan: 11, 2; de pe- Castigo: también del cuerpo: 51,
nitencia el de Juan, de gracia 2; fuego inextinguible, gusa-
y santificación el de Cristo: no que no muere: 51, 4.
11, 5; de fuego: 11, 5; prefi- Cornelio: vivió según la justicia
gurado en el paso del Jordán: natural: 9, 2; ora en lo secre-
12, III, 2.3; el Bautismo de to: 27, I, 5.
Cristo, limpia nuestros peca- Corrección fraterna: cómo ha de
dos: 12, II; Jesús bautizado: hacerse: 58.
13; hijos de Dios y don del Cosmología: los cuatro lugares
Espíritu: 13, III, 1; bautismo en que se divide el universo:
y penitencia: 15, 3; renacidos 54A, 5.
para Dios: 18, I, 2; pescados Cristo - divinidad: creador de su
para la vida: 16, 3; el creyen- propia carne: 2, 5; en su
te nace del agua: 32, 3; darlo mismo nacimiento: 2, 6; Juan
a quien lo pide: 33, 7; libera- Bautista no quiere llevar sus
dos de la muerte, tomamos el sandalias: 11, 3; perdona los
alimento celeste: 47, 7; obtie- pecados: 12, III, 1; 44, 1;
ne el perdón de toda deuda: vence al diablo: 14, 4; mila-
59, 6. gros: 38, 1; 42, 3; 49, 1; 52,
Belén: casa del pan: 4, 3. 2.4; 51A, 1; conoce el interior
Bienaventuranzas: comentario: 17. del hombre: 44, 1; 45, 1; 49,
3; cura las heridas del alma:
Caín: Dios rechazó su ofrenda: 16, 4; Hijo de Dios no por
21, III, 6. gracia de adopción: 13, II, 2;
Caridad fraterna: guardar la uni- Hijo verdadero y propio, no
dad: 17, VII; reconciliación: nacido sino del Padre: 13, II,
21, III; dar a quien pide: 25, 2; imagen visible del Padre:
IV; amar a los enemigos: 26, 15, 1; luz verdadera y eterna:
I.II; misericordia con el p r ó - 19,1.
jimo: 28, III; no juzgar: 33, Cristo - encarnación: dos natu-
1.2; valor de la concordia ralezas: 2, 6; 5, 1; 51A, 1-2;
ante Dios: 59, 1. dos nacimientos: 1, 4; 2, 1; 2,
Carne: debe asociarse al Espíritu 4; 2, 6; 54A, 7; es uno y el
Santo: 22, III, 5; damos fruto mismo el nacido de la Virgen
de fe y justicia en el cuerpo: y del Padre: 2, 4; su divini-
índice de nombres y materias 435

dad y su humanidad ya p r o - de trigo: 50A; llamado naza-


fetizadas: 51A, 2; hijo de reo en figura: 7, 1; luz: 15, 1;
Dios, hijo de David: 48, 2; 49, representado como hombre:
2; Hijo de Dios e hijo del encarnación, toro: pasión,
hombre: 48, 1; perfecto Dios, león: resurrección y águila:
perfecto hombre también en ascensión: P, 8; profecía del
el alma: 7, 1; al bajar a la tie- hombre y la estrella: 4, 1 3

rra, sigue en el cielo: 43, 3; sol comparado a un lirio: 32, 5;


de justicia y lámpara: 19, V, es el árbol bueno: 35, 8. Ver
3.5; la encarnación mostrada Cristo - encarnación.
en los dos pollos que la ley Cristo - redención: uno nació
mandaba ofrecer: 38, 4; cubre por todos: 4, 2; el nombre de
su divinidad con el velo del Jesús significa Salvador: 2, 3;
cuerpo: 2, 4; Dios y hombre bautizado por nuestra causa:
simbolizados por el sol y la 12, I, 3; se bautiza para que
nube: 6, 1; 54A, 3; pudo sen- le imitemos: 12, I, 3; se bau-
tir hambre en cuanto hom- tiza para santificar las aguas
bre: 14, 1; por voluntad p r o - del bautismo: 12, I, 4; tenta-
pia durmió seguro el sueño do para salvarnos: 14, 5; la
de la muerte: 54, 2; la huma- carne es el cebo del diablo:
nidad, como la orla de su ves- 14, 5; nos salva con su san-
tido: 47, 1; tomó la carne vi- gre: 2, 4; ofreció por nuestra
sible para que viéramos la di- salvación el sacrificio del
vinidad invisible: 2, 1; tomó cuerpo: 7, 2; padece para sal-
lo nuestro para darnos lo vación de los hombres: P, 7-
suyo: 2, 1; la pasión del cuer- 8; pagó con el agua del Bau-
p o se considera también del tismo y su sangre derramada:
alma y la divinidad: 38, 4; 59, 5; persecución de los ju-
imagen de Cristo en el hom- díos: 54, 2 a favor de su Igle-
bre: 17, II, 5; oró para mos- sia: 52, 5.6; bastaba su Pasión
trarnos que es el Hijo, no el para salvar al mundo: 52, 7;
Padre: 52, 1. descenso a los infiernos: 15,
Cristo - Iglesia: esposo de la 2; como por una tempestad,
Iglesia: 46, 2; 11, 4; superior pasó por la pasión: 43, 4; hizo
a los discípulos, da sin perder la paz con su sangre: 17, VII,
lo suyo: 18, III, 3. 5; redimidos por su sangre:
Cristo - imágenes: comparado a 38, 3; toma nuestra debilidad
un rey que viene: 8; compa- para hacernos fuertes: 40, 4;
rado a un gusano: 2, 5; prefi- liberarnos del diablo: 50, 1.
gurado en Sansón: 7, 2; en Cristo - sin pecado: sin pecado:
Josué: 2, 4; en Jonás: 54; con- 6, 1; 12; 52, 1; 35, 8; como la
traste con Adán: 2, 5; grano serpiente que no deja rastro
436 índice de nombres y materias

en la piedra: 14, 5; vestiduras Diablo: tienta a Cristo en el de-


sucias de los pecadores: 14, 5. sierto: 14; quiere saber si
Cristo médico: médico de los Cristo es Dios: 14, 2; pica el
ciegos: 48, 1; médico: 16, 4; anzuelo de Cristo: 14, 5; ter-
45, 2.3; 47, 2 giversa la Escritura: 14, 2.3;:
Cristo - ley antigua: autor de las 49, 2; inicio de la mentira: 24,
dos leyes: 17, I, 3; maestro y III, 5; no deja de tentarnos,
señor de la ley: 20, II, 5; dos pedimos ser liberados de él:
caminos, el de Cristo y el del 28, VII, 5; maneras de ten-
diablo: 34, 2; guió al pueblo tarnos: 14, 6; el ladrón que
de Israel por el desierto: 52, roba: 30, II, 1; dos caminos,
2; hijo de David, hijo de el de Cristo y el del diablo:
Abraham: 1, 1; de familia 34, 2; es el árbol malo: 35, 8;
real: 1, 1. instiga la persecución: 22, II,
Cruz: candelabro que ilumina la 2; no se puede servir a Dios
Iglesia: 19, V, 4.5; árbol y al diablo: 31, III. IV; el dia-
bueno: 35, 8; sin la verdad de blo, señor de los que pecan:
la fe no se sostiene la cruz: 31, III; tiene cautivos a los
42, 6; la medicina para el gé- hombres por el pecado: 50, 1;
nero humano: 45, 3; derrotó su obra propia es desunir: 50,
al diablo: 50, 1; el único signo 2; el pecador es hijo del dia-
que salva: 54, 1. blo: 50A; los judíos tienen
Cuerpo: sepultura del cuerpo de por padre al diablo: 10, 2;
Cristo: 5, 1; decir "Señor" al siembra la cizaña: 51, 1.
cuerpo del Señor: 7, 2; el Diáconos: pies del cuerpo de la
cuerpo del Señor santifica las Iglesia: 56, 2.
aguas en el Bautismo: 12, I, Discípulos: 45, 1; 46, 1.
4; los cuerpos, sazonados con Divorcio: el matrimonio indiso-
la predicación evangélica: 18, luble: 24, I.
I, 3; la predicación conserva
nuestro cuerpo: 18, II, 2; los Ebión: dice que el Hijo de Dios
cuerpos de los pecadores no comenzó a existir a partir de
dan fruto alguno: 32, 6. la encarnación: 50, 3.
Egipto: rebelde en tiempos de
Daniel: llora por los pecados del Moisés, acoge ahora a Cristo:
pueblo: 17, II, 4; modelo de 6, 1; contraste con el pueblo
cómo ayunar: 28, II, 3; ora judío: 6, 1; figura de este
ocultamente: 27, I, 4; ejemplo mundo: 7, 1; representa a este
de confianza evangélica: 32, mundo: 16, 2.
1. Elias: ayuna por el pueblo: 9, 1;
David: Cristo, hijo de David: 1, ejemplo de confianza evangé-
1; David, rey y profeta: 1, 1. lica: 32, 1.
índice de nombres y materias 437

Escándalo:: 55, 3. a la fe: P, 6; refutar las varia-


Escatología: Diversas moradas das herejías: P, 6; se predica
según el tipo de fe: 54A, 10. por todo el mundo: P, 9; el
Escritura: el diablo la tergiversa: evangelista no pudo errar: 1,
14, 2.3; ver ley - evangelio. 4; los evangelistas no se pue-
Espíritu Santo: procede de la sus- den contradecir: 1, 6; fruto de
tancia divina: 50, 3; poder de la cruz: 2, 5; ley nueva: 17, I,
la fuerza divina: 49, 3; quema 3; 54A 5; predicado por los
los pecados: 11, 5; contrario humildes: 16, 1; ver ley -
a las tendencias de la carne: evangelio.
22, III, 1.3; renacidos a Dios
por el Espíritu: 18, I, 2; se Fe: de la hemorroísa: 47; de los
nos da en el Bautismo: 13, dos ciegos: 48, 1; es una lám-
III, 2; su luz nos ilumina: 19, para: 30, I; la del centurión:
III, 2; el vino nuevo es la gra- 39.
cia nueva del Espíritu: 46, 5; Fotino: lobo disfrazado de oveja:
levantará a la carne ésta 35, 3; el Señor empezó a exis-
muera: 22, III, 5.6; reúne a la tir cuando nació de la virgen:
Iglesia: 9, 2; ilumina el cuer- 4, 3; Cristo era sólo hombre:
p o de la Iglesia: 19, IV, 5; 35, 4; Hijo de Dios a partir
templó la pluma de cada de la encarnación: 50, 3.
evangelista: P, 6; habla por los Fuego: imagen del Espíritu: 11,
profetas: P, 7. 5; imagen del castigo: 11, 5.
Ester: modelo de cómo ayunar:
28, II, 3. Gentiles: como naves atrapadas
Estrella de Belén: signo de la di- por la predicación evangélica:
vinidad de Cristo: 4, 1. 16, 2; comparados a las pie-
Eucaristía: pan celeste: 43, 6; 46, dras: 10, 3; a los camellos: 9,
1; 47, 7; alimento de salva- 2; a las langostas: 9, 2; al
ción: 33, 7; el pan que pedi- agua: 18, III, 2; representados
mos en el Padrenuestro: 28, en el paralítico: 39, 2; en el
V, 3; el pan del cuerpo del endemoniado ciego y mudo:
Señor: 28, V, 4; Cristo pan de 49, 4; no conocían la ley ni
vida: 4, 3. los profetas: 48, 2; son como
Eva: comparada a María: 2, 3.5 muías ciegas: 55, 4; no deben
Evangelio: superior a las demás volver la vista atrás: 41, 10.
escrituras: P, 1; se divide en
cuatro libros: P, 1; número Herejes: no creen en la resurrec-
prefigurado en la ley: P, 3; ción del cuerpo: 51, 2; dan es-
unidad de los cuatro: P, cándalo: 55, 3; no tiemblan
3.5.9.10; el evangelio de Juan, ante el testimonio de las E s -
superior por lo que respecta crituras: 54A, 8; oscurecen la
438 índice de nombres y materias

luz: 19, IV, 2; parecen estar niños: 55, 2; no despreciar a


ante Dios: 54A, 9; peores que los humildes: 57, 4.
judíos y gentiles: 35, 5; in-
digno de Dios nacer de una Iglesia: casa del Hijo de Dios: 48,
virgen: P, 6; niegan la verda- 2; esposa: 11, 4; 46, 2; hija: 47,
dera divinidad del Hijo de 6; vestido nuevo: 46, 3-4;
Dios: P, 6; 50, 3; contra la madre: 55, 2; 58, 3; nave de
unidad de la Iglesia: 59, 2; 50, Pedro: 52, 5.8; barca de Cris-
2, como Coré, Datan y Abi- to: 41, 3.5; la barca de los
rón: 59, 2; el Espíritu no p r o - apóstoles: 42, 5s, con el más-
cede de la sustancia divina: til de la cruz: 42, 6; candela-
50, 3; se contradicen: 44, 2; bro donde brilla la luz: 19, IV,
sal desvirtuada: 18, IV, 1.2; 4; comparada a la era donde
son como las zorras: 41, 2; se trilla: 11, 6; comparada a la
son los falsos profetas, anti- reina de Saba: 50A; ofrece a
cristos: 35, 1; como lobos los mártires: 50A y a las vír-
disfrazados de ovejas: 35, 2ss; genes: 50A; comparada al ves-
como arañas: 35, 5; como pe- tido de Juan Bautista: 9, 2; el
rros que molestan: 33, 3; árbol bueno: 35, 7; figurada
como las zarzas: 35, 7; la igle- en el arca de N o é : 54A, 10;
sia de los herejes, nave del Jerusalén, figura de la Iglesia:
mundo: 42, 6; viven en las ti- 24, III, 4; la ciudad que no
nieblas: 30, I, 4. puede esconderse: 19, II;
Herodes: usurpador ayudado cuerpo con pies, manos, ojos:
por Roma: 4, 4; matanza de obispo: 56, 3.4; el cuerpo de
los inocentes: 6, 2; figura de la Iglesia: 23, III; cuerpo de
la infidelidad judía: 7, 1. Cristo: 24, III, 4; llamada de
Hijos de Dios: obrar como tales: entre los gentiles: 39, 2; los
28, I, 4ss; renacidos por el primeros llamados vienen de
agua y el Espíritu: 28, I, 6; la sinagoga: 40, 2; no puede
Hijos de Dios: por adopción: entrar en el cielo quien la des-
55, 2; por adopción o gracia: precia: 58, 3; Pedro la recibe
54 A, 6; sin comparación con en su fe, como a su esposa:
el Hijo: 13, II, 2. 40, 2.3; poder de ligar en la
tierra: 58, 3; quien desprecia a
Historia: dividida en cuatro par-
la Iglesia desprecia al Hijo de
tes: 52, 5; este mundo dura
Dios: 58, 2; un solo cuerpo:
seis mil años: 54A, 9.
56, 2; unidad y paz: 17, VIL
Hombre: cuerpo y alma: 41, 7;
cuerpo y alma, el cuerpo mor- Imágenes: arado, símbolo de
tal, el alma inmortal: 41, 8. nuestra vocación cristiana: 41,
Humildad: el humilde es el más 10; arañas, de los herejes: 35,
grande: 55, 1; hacernos como 5; ave, símbolo del creyente:
índice de nombres y materias 439

32, 3; son los espíritus in- Jonás: ora desde el vientre de la


mundos: 41, 2; camello, pue- ballena: 27, I, 5.6; el signo de
blo de los gentiles: 9, 2; caza, Jonás: 50A; figura de Cristo:
los apóstoles cazadores: 16, 2; 54; liberado por Dios del mar
cerdo, del hombre pecador: y la ballena: 52, 4.
33, 3; de los hombres impu- José, San: esposo de María: 1, 6; 2,
ros: 43, 5 o de los herejes: 43, 3; sus dudas: 2, 2; conoce el
6; hacha, símbolo del juicio misterio celeste: 2, 3; 3, 1; su
divino: 11, 1; lirios: símbolo nombre quiere decir: «sin
de los justos antes de la ley: oprobio»: 2, 3; contrapuesto a
32, 5; símbolo de Cristo, de Adán, como Eva a María: 2, 3.
los hombres santos, de la Igle- Josué: figura de Jesús: 2, 4; in-
sia, de los ángeles: 32, 5; lan- tercede por el pueblo: 9, 1.
gosta, figura del hombre antes Juan Bautista: sus discípulos: 46,
de conocer a Dios, gentiles: 9, 1.6; bautiza a Jesús: 12; el
2; mar, símbolo del error pro- mayor de los nacidos de
fundo: 43, 5; miel silvestre, fi- mujer: 11, 3; llamado ángel:
gura del que vive en justicia 11, 3; precursor del Señor: 8;
natural: 9, 2; monte: en él su forma de vestir: 9, 1; su
suele manifestar Dios su glo- predicación: 10.
ria: 54 A, 1; imagen del reino Judas Iscariote: de apóstol se
celeste: 54A, 9; los montes son hizo apóstata: 18, IV, 2.3.
los ángeles: 57, 2; símbolo de Judíos: como las espinas: 35, 7;
altura espiritual: 17, I, 1, re- desprecian la gracia de Dios:
presenta a los demonios: 43, 47, 7; dispersados como re-
3; nube, símbolo de los após- medio: 55, 4; los llamados a
toles: 42, 3; perro, del hereje: la Iglesia de entre los judíos::
33, 3; perlas, los misterios de 47, 5; mejores que los here-
la fe: 33, 3; pesca: los apósto- jes: 35, 5; no aceptan la fe ni
les pescadores: 16, 2.3; pez, el bautismo: 18, II, 5; no cre-
símbolo del bautismo y la yeron a sus muchos profetas:
gracia: 33, 7; piedra, imagen 4, 2; no creyeron que era
de los gentiles: 10, 3; zorras, Dios quien veían hombre:
son los herejes: 41, 2. 51 A, 2; debían haber recono-
Intercesión: los santos interce- cido a Jesús como Dios: 51 A,
den: 9, 1. 3; no quisieron creer a los
Ira: raíz del homicidio: 21, I; no profetas: 50A, madres y her-
vengarse: 25, I; no corregir manos del Señor: 50A; no
con ira: 58, 1. quiso recibir la salud: 45, 3;
oscurecen la luz: 19, IV, 2;
Jeremías: llora por el pueblo: 9, 1. permanecen en lo antiguo:
Jesús: ver Cristo. 46, 5; pueblo de la ley: 54A,
440 índice de nombres y materias

9; pueblo dividido en dos: 48, siguen el signo del cielo: 4, 4;


2, 49, 5; se les compara a los ofrecen a Cristo oro, incien-
lobos: 35, 5; se les tiene como so y mirra: 5, 1; de botín del
gentiles y publícanos: 58, 2; diablo a botín de Dios: 5, 2;
son como el vestido viejo: 46, comparados con los magos
3-4; su suerte es peor que la de Egipto: 6, 1.
de los gentiles: 55, 4. Mansedumbre: 17, IV.
Judit: modelo de cómo ayunar: María, hermana de Moisés: vir-
28, II, 2. gen: 3, 1.
Juramento: no jurar: 24, II.III. María: comparada a Eva: 2, 3.5;
Justicia natural: agradan a Dios:: de familia sacerdotal: 1, 5; 2,
9, 2; 32, 5. 5; la virgen concibe del Espí-
ritu Santo: 2, 1; profetizado
Ley - evangelio: ley a Moisés/ que Cristo nacería de una
bienaventuranzas: 17, I, 3; en virgen: 51 A, 3; madre de la
la ley, severidad; en el evan- carne del Señor: 2, 5; madre
gelio, gracia: 17, I, 4; la ley y virgen: 2, 2; vara del árbol
conocimiento de Dios Padre de Jesé: 2, 5; virgen: 2, 5; vir-
creador, el evangelio de la gen capaz de Dios: 3, 1; vir-
Trinidad: 25, III, 2; concuer- gen después del parto: 3;
dan totalmente: 1, 5; 54A, 11; comparada a María, hermana
55, 4; Dios, autor de los dos de Moisés: 3, 1.
testamentos: 54A, 1; la ley, Mártires: los santos inocentes,
enferma, se transforma en el primeros mártires: 6, 2; bie-
evangelio: 40, 3; la ley no naventurados: 17, VIII, 2; 17,
puede curar: 47, 2. IX; estar dispuestos a dar la
Ley: la ley y los profetas anun- vida: 22, II, 2; prepararse al
ciaron la pasión del Señor: martirio: 25, I, 5.6; ofrecidos
54A, 10; Cristo, Señor de la por la Iglesia: 50A; se ofre-
ley: 38, 1; el Hijo de Dios dio cieron a Dios como sacrifi-
la ley a Moisés: 17, I, 3; la cio: 51, 3.
predicación de la ley es ver- Mateo: 45, 1.5.
dadera y divina: 20, 4; su ple- Ministros: si son fieles tendrán
nitud, en Cristo: 20; ver ley- mayor premio; mayor castigo
evangelio. si infieles: 56, 4.
Limosna: hay que dar a todos: Misericordia: 17, VI, 1-2; 45, 4.
33, 3; sin ostentación: 26, Moisés: permaneció virgen: 3, 1;
IV.V. intercede por el pueblo: 9, 1;
recibió la ley del Hijo de
Magos: los primeros elegidos Dios: 17, I, 3.
entre los gentiles: 4, 1; des- Muerte: Cristo llega hasta la
cendientes de Balaam: 4, 1; muerte humana: 18, III, 2; los
índice de nombres y materias 441

infieles son llamados «muer- te por apartarse del mundo:


tos»: 41, 6s; vencida por la 54A, 4; lleno de caridad: 59,
Vida: 47, 4; padecer la muer- 3.
te antes de reinar con Cristo: Penitencia: confesión de los pe-
54A, 4; no pudo digerir a cados: 1 0 , 1 ; por una justa pe-
Cristo: 54, 2-3. nitencia la Iglesia absuelve
del pecado: 58, 3; y Bautis-
Noé: permaneció virgen cuando mo: 15, 3.
empezó a hablar con Dios: 3, Pensamientos malvados: hay que
1. arrancarlos: 56, 1.
Perdón: la Iglesia absuelve del
Obispo: ojo de la Iglesia: 23, III, pecado por la penitencia: 58,
1; 56, 4; si él está en tinieblas, 3; potestad apostólica de per-
todo el cuerpo está en tinie- donar los pecados: 44, 5; el
blas: 31, II. del Padrenuestro: 28, VI; per-
Oración: en lo secreto, humilde- donar siempre: 59, 3-7.
mente: 27; las oraciones de Pobreza: como Juan Bautista: 9,
los santos despiertan al 1; el diablo tienta a riqueza:
Señor: 42, 5; Padrenuestro: 14, 6; bienaventuranza: 17, II;
28; qué debemos pedir: 33, 4; desprecio de las cosas terre-
pedir con insistencia: 33, 6. nas: 25, II; no atesorar en la
tierra: 30; no preocuparse por
Pablo Apóstol: llora por los pe- las cosas de este mundo: 32,
cados del pueblo: 17, II, 4; de 1; pedir sólo lo necesario: 28,
lobo, se hizo oveja: 35, 5. V; los pobres, ricos ante
Paciencia: 17, IV; la de Cristo Dios: 57, 3 .
con el diablo: 14, 4. Presbítero: mano de la Iglesia:
Padre: ver Trinidad. 23, III, 2; manos del cuerpo
Pecado: los justos lloran por los de la Iglesia: 56, 3.
pecados del pueblo: 17, II,
3.4; pedir el perdón: 28, VI; Reino de Dios: el celeste, no está
pecamos cada día: 32, 8; lim- dividido: 49, 5.
pios p o r la sangre de Cristo Resurrección de Cristo: en el oc-
y la gracia del Espíritu: 38, 4; tavo día: 38, 4; representada
ver perdón. en el pollo que vuela: 38, 4;
Pedro: incluso él llegó a negar al Cristo recibe restaurada la
Señor: 43, 4; primera llamada casa de su cuerpo: 41, 5.
a los gentiles: 47, 6; camina Resurrección de la carne: 41, 8;
sobre las aguas por su fe: 52, la carne se transfigura en glo-
4; Cristo le encomendó llevar ria: 54A, 10; los santos reina-
la nave de la Iglesia: 52, 5.8; rán en la tierra: 17, IV, 4;
negaciones: 52, 6.7; impacien- también del cuerpo: 51, 2; re-
442 índice de nombres y materias

surrección para el castigo: 51, en el Bautismo de Jesús: 13,


2; algunos herejes la niegan: II; un solo Dios Trinidad: 50,
51, 2; conformados al cuerpo 3; el Padre da testimonio del
de gloria del Señor: 51, 3; Hijo: 54A, 5; el Hijo del
transformados para ver a Padre en sentido propio:
Dios: 17, VI, 5. 54A, 11; el Hijo, no creado
ni hecho sino engendrado:
Sabelio: el Padre empezó a ser el 54A, 5; no por adopción ni
Hijo al nacer de la virgen: 35, por gracia: 54A, 6; el Hijo no
4. nace sino del Padre: 54A, 7;
Sacrificio: antigua ley prefiguran el Padre engendra al Hijo sin
el de Cristo: P, 7; cordero ce- detrimento de su naturaleza:
bado del hijo pródigo: P, 7; 54A, 7; L u z de luz: 15, 1;
Cristo ofreció el voto prefi- Cristo, luz visible de la luz
gurado en los nazareos: 7, 2; invisible: 15, 1; el Padre,
los de la antigua ley no sanan, comparado a un herrero:
prefiguran: 47, 5. 51A, 4; Padre e Hijo iguales:
Samuel: llora por los pecados del 54A, 10; 50, 3; negar al Hijo
pueblo: 17, III, 3. es negar al Padre: 50, 3; Cris-
Sansón: figura de Cristo: 7, 2. to reclina la cabeza en aquel
Sentido espiritual: no toda inter- que, al conocerle, confiesa al
pretación es posible: 48, 2. Padre: 41, 3; el Hijo ora para
Soberbia: el diablo nos tienta: 14, mostrar que no es el Padre:
6. 52, 1. Ver Espíritu Santo.

Tentaciones: Cristo en el desier- Velar: con la fe: 51, 1; tener pre-


to: 14; tres tipos de tentacio- sente el castigo y el premio:
nes del diablo: 14, 6. 51, 4.
Trinidad: conocimiento de Dios Visión de Dios: con ojos inmor-
Padre creador, confesión del tales: 17, VI, 5; Dios siempre
Hijo y del Espíritu: 25, III, 2; es más: 54A, 3.
tres personas y una sola divi- Vocación: de Mateo, elegido por
nidad: 13, II, 3; manifestada la devoción de su fe: 45, 1.
ÍNDICE GENERAL

SIGLAS Y ABREVIATURAS 7

INTRODUCCIÓN 9
I. TIEMPO Y VIDA DE C R O M A C I O DE AQUILEYA 10
1. L a Iglesia y el Imperio Romano a finales del siglo IV.. 10
2 . L a ciudad de Aquileya 12
3. L a figura de Cromacio 14
II. P R O D U C C I Ó N LITERARIA D E C R O M A C I O 21
III. E L COMENTARIO AL EVANGELIO DE MATEO 21
1. El estado del texto 23
2. L a exégesis de Cromacio 25
3. Contenido teológico del Comentario 31
4. Nuestra traducción 42

BIBLIOGRAFÍA 45

C R O M A C I O DE AQUILEYA
COMENTARIO AL EVANGELIO DE MATEO

Prólogo. L o s cuatro evangelistas y el único evangelio 53


1: Mt 1, 1 - 1 7 . L a genealogía de Jesús 63
2: Mt 1, 1 8 - 2 3 . L o s dos nacimientos del Señor 72
3: Mt 1, 2 4 - 2 5 . María siempre Virgen 80
4: Mt 2 , 1 - 9 . L o s magos y el signo de la estrella 83
5: Mt 2 , 1 0 - 1 2 . Los regalos de los magos y su regreso 89
6: Mt 2 , 1 3 - 1 8 . Huida a Egipto y matanza de los inocentes .. 9 3
7: Mt 2 , 1 9 - 2 3 . El regreso de Egipto - Jesús y Sansón 97
8: Mt 3 , 1 - 3 . Preparad el camino del Señor 101
444 índice general

9: Mt 3, 4. Vestido y alimento de Juan Bautista 103


10: Mt 3, 5-9. L a predicación de Juan el Bautista 108
11: Mt 3, 10-12. El bautismo en Espíritu y fuego 112
12: Mt 3, 13-15. Jesús se bautiza para librarnos del peca-
do 118
13: Mt 3, 16-17. Los cielos se abren, se escucha al Padre,
desciende el Espíritu 122
14: Mt 4, 1-2. Jesús se somete a las tentaciones del diablo .. 125
15: Mt 4, 12-17. El pueblo vio una gran luz 135
16: Mt 4, 18-25. Yo os haré pescadores de hombres 139
17: Mt 5, 1-12. Las Bienaventuranzas 145
18: Mt 5, 13. Vosotros sois la sal de la tierra 157
19: Mt 5, 14-16. Vosotros sois la luz del mundo 163
20: Mt 5, 17-20. Dar cumplimiento a la ley y los profetas .. 169
21: Mt 5, 21-24. Dios no escucha al que guarda ira 173
22: Mt 5, 25-26. Ponte de acuerdo con tu adversario mien-
tras vas de camino 177
23: Mt 5, 27-30. El deseo de la mujer ajena - Si tu ojo te
escandaliza, arráncatelo 181
24: Mt 5, 31-37. Sobre el adulterio - N o juréis 185
25: Mt 5, 38-42. Poner la otra mejilla 190
26: Mt 5, 43 - 6, 4. Amar al enemigo - L a limosna 194
27: Mt 6, 5-8. Orar en secreto con el grito de la fe 199
28: Mt 6, 9-15. El Padrenuestro 202
29: Mt 6, 16-18. Al ayunar, no estéis tristes 211
30: Mt 6, 19-21. Acumulad tesoros en el cielo 215
31: Mt 6, 22-24. L a lámpara del cuerpo - N o servir a dos
señores 218
32: Mt 6, 25-34. N o os preocupéis del mañana - Mirad las
aves y los lirios 222
33: Mt 7, 1-12. N o juzguéis - N o deis lo santo a los pe-
rros - Pedid y se os dará 232
34: Mt 7, 13-14. L o s dos caminos 240
35: Mt 7, 15-20. Los falsos profetas - Por sus frutos los
conoceréis 243
36: Mt 7, 21-23. Necesidad de cumplir lo que dice el Se-
ñor 250
38: Mt 8, 2-4. L a curación del leproso 251
índice general 445

39: Mt 8, 5-13. N o soy digno de que entres en mi casa .. 256


40: Mt 8, 14-17. Cura a la suegra de Pedro 260
41: Mt 8, 18-22. Modos de acercarse a Jesús - Q u e los
muertos entierren a sus muertos 264
42: Mt 8, 23-27. La tempestad calmada 275
43: Mt 8, 28-34. L o s dos endemoniados 282
44: Mt 9, 1-8. El paralítico recibe el perdón de sus peca-
dos 289
45: Mt 9, 9-13. La vocación de Mateo 294
46: Mt 9, 14-17. L o viejo y lo nuevo 299
47: Mt 9, 18-26. L a hemorroísa y la hija de Jairo 305
48: Mt 9, 27-31. Los dos ciegos 315
49: Mt 12, 22-28. Por el Espíritu de Dios expulso los de-
monios 319
50: Mt 12, 29-32. La casa del fuerte - Quien no está con-
migo... - Pecado contra el Espíritu 325
50A: Mt 12, 38-42. El signo de Jonás - Tu madre y tus her-
manos 331
51: Mt 13, 36-43. El trigo y la cizaña 336
51 A: Mt 13, 53-58. La incredulidad de los judíos 340
52: Mt 14, 22-33. L a tempestad en el lago 346
53: Mt 15, 1-16. L o que mancha al hombre - Los fariseos
ciegos 355
54: Mt 16, 4. El signo de Jonás 366
54A: Mt 16, 28 - 17, 9. L a transfiguración 369
55: Mt 18, 1-6. Hacerse como niños - El escándalo 383
56: Mt 18, 8-9. Si tu mano te escandaliza 388
57: Mt 18, 10-11. Los pequeños y sus ángeles 393
58: Mt 18, 15-18. L a corrección del pecador 399
59: Mt 18, 19-35. Pedir en el nombre del Señor - Perdo-
nar las ofensas 404

ÍNDICE BÍBLICO 415


ÍNDICE DE AUTORES 431
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS 433
Editorial Ciudad Nueva
BIBLIOTECA D E PATRÍSTICA*

- A M B R O S I O DE M I L Á N
La penitencia (21)
El Espíritu Santo (41)

- A N D R É S DE C R E T A
Homilías marianas (29)

- ATANASIO
L a encarnación del Verbo (6)
Contra los paganos (19)
Vida de Antonio (27)

- BASILIO DE C E S Á R E A
El Espíritu Santo (32)

- CASIODORO
Iniciación a las Sagradas Escrituras (43)

- C E S Á R E O DE A R L E S
Comentario al Apocalipsis (26)

- CIPRIANO
L a unidad de la Iglesia - El Padrenuestro - A Donato (12)

- C I R I L O DE A L E J A N D R Í A
¿Por qué Cristo es uno? (14)

- C I R I L O DE J E R U S A L É N
El Espíritu Santo (11)

- C R O M A C I O DE AQUILEYA
Comentario al Evangelio de Mateo (58)

* Se indica entre paréntesis el número de volumen.


- DlADOCO DE FÓTICE
Obras completas (47)

- D Í D I M O EL C I E G O
Tratado sobre El Espíritu Santo (36)

- EPIFANIO EL M O N J E
Vida de María (8)

- EVAGRIO P Ó N T I C O
Obras espirituales (28)

- G E R M Á N DE C O N S T A N T I N O P L A
Homilías mariológicas (13)

- G R E G O R I O DE N I S A
L a gran catequesis (9)
Sobre la vocación cristiana (18)
Sobre la vida de Moisés (23)
L a virginidad (49)
Vida de Macrina - Elogio de Basilio (31)

- GREGORIO M A G N O
Regla pastoral (22)
Libros morales/1 (42)

- GREGORIO NACIANCENO
Homilías sobre la Natividad (2)
L a pasión de Cristo (4)
Fuga y autobiografía (35)
L o s cinco discursos teológicos (30)

- G R E G O R I O TAUMATURGO
Elogio del maestro cristiano (10)

- H I L A R I O DE POITIERS
Tratado de los misterios (20)

- JERÓNIMO
Comentario al Evangelio de san Marcos (5)
L a perpetua virginidad de María (25)
Comentario al Evangelio de Mateo (45)
J U A N CRISÓSTOMO
Las catequesis bautismales ( 3 )
Homilías sobre el Evangelio de san J u a n / 1 ( 1 5 )
Homilías sobre el Evangelio de san J u a n / 2 ( 5 4 )
Homilías sobre el Evangelio de san J u a n / 3 ( 5 5 )
Comentario a la Carta a los Gálatas ( 3 4 )
Sobre la vanagloria, la educación de los hijos y
La verdadera conversión ( 4 0 )
Sobre el matrimonio único ( 5 3 )
Diálogo sobre el sacerdocio ( 5 7 )

JUAN DAMASCENO
Homilías cristológicas y marianas ( 3 3 )

LEÓN MAGNO
Cartas cristológicas ( 4 6 )

MÁXIMO EL CONFESOR
Meditaciones sobre la agonía de Jesús ( 7 )
Tratados espirituales ( 3 7 )

MINUCIO FÉLIX
Octavio ( 5 2 )

NlCETAS DE REMESIANA
Catecumenado de adultos ( 1 6 )

N I L O DE A N C I R A
Tratado ascético ( 2 4 )

ORÍGENES
Comentario al Cantar de los Cantares ( 1 )
Homilías sobre el É x o d o ( 1 7 )
Homilías sobre el Génesis ( 4 8 )
Homilías sobre el Cantar de los Cantares ( 5 1 )
PADRES APOSTÓLICOS ( 5 0 )

PEDRO CRISÓLOGO
Homilías escogidas ( 4 4 )

R U F I N O DE AQUILEYA
Comentario al símbolo apostólico ( 5 6 )

TERTULIANO
El apologético ( 3 8 )
Biblioteca de Patrística

L o s Padres siguen constituyendo hoy en


día un punto de referencia indispensable
para la vida cristiana.

Testigos profundos y autorizados de la


más inmediata tradición apostólica, partí-
cipes directos de la vida de las comunida-
des cristianas, se destaca en ellos una
riquísima temática pastoral, un desarrollo
del dogma iluminado por un carisma espe-
cial, una comprensión de las Escrituras que
tiene como guía al Espíritu. L a penetración
del mensaje cristiano en el ambiente socio-
cultural de su época, al imponer el examen
de varios problemas a cual más delicado,
lleva a los Padres a indicar soluciones que
se revelan extraordinariamente actuales
para nosotros.

D e aquí el «retorno a los Padres» median-


te una iniciativa editorial que trata de
detectar las exigencias más vivas y a veces
también más dolorosas en las que se deba-
te la comunidad cristiana de nuestro tiem-
po, para esclarecerla a la luz de los enfoques
y de las soluciones que los Padres propor-
cionan a sus comunidades. Esto puede ser
además una garantía de certezas en un
momento en que formas de pluralismo mal
entendido pueden ocasionar dudas e incer-
tidumbres a la hora de afrontar problemas
vitales.

L a colección cuenta con el asesoramiento


de importantes patrólogos españoles, y las
obras son preparadas por profesores com-
petentes y especializados, que traducen en
prosa llana y moderna la espontaneidad
con que escribían los Padres.

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