Homilía Sobre Los Evangelios - San Beda (Tomo 2) PDF
Homilía Sobre Los Evangelios - San Beda (Tomo 2) PDF
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HOMILIAS SOBRE
LOS EVANGELIOS/2
Introducción, traducción y notas de
Agustín López Kindler
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Ciudad Nueva
© Agustín López Kindler
© 2016, Editorial Ciudad Nueva
José Picón 28 - 28028 Madrid
www.ciudadnueva.com
ISBN: 978-84-9715-353-9
Depósito Legal: M-25.308-2016
Impreso en España
En la Cuaresma
Jn 2, 12-22
PL 94, 114-1201
1. Suele llamar la atención de algunos lo que se dice al co
mienzo de este pasaje del Evangelio: que, al bajar el Señor a
Cafarnaúm, no solamente le siguieron su madre y sus discí
pulos, sino también sus hermanos2. Y no han faltado herejes
que afirmaran que José, el esposo de Santa María Virgen, en
gendró de otra mujer a los que la Escritura llama hermanos
del Señor. Otros, con mayor malicia, pensaron que los engen
dró de la misma María, tras el nacimiento del Señor. Pero no
sotros, hermanos queridísimos, sin ninguna incertidumbre an
te esta cuestión, conviene que sepamos y confesemos que no
solo la santa Madre de Dios, sino el santísimo testigo y cus
todio de su castidad, José, permaneció siempre absolutamente
inmune de todo acto conyugal y que, de acuerdo con la cos
tumbre habitual en la Escritura, se llama hermanos o hermanas
del Salvador, no a hijos de ambos, sino a parientes.
2. En definitiva, de este modo dice Abrahán a Lot: Por
fav or, no haya discordias entre tú y yo, entre mis pastores y
los tuyos, ya que somos herm anos3. Y Labán dice a Jacob:
los favores del pueblo; los que confieren las órdenes sagra
das, no como algo merecido de acuerdo con la conducta, si
no arbitrariamente. Intercambian dinero en el templo quie
nes no fingen servir a los asuntos del más allá, sino que
abiertamente sirven a los asuntos terrenos en la Iglesia, bus
cando lo suyo y no lo que es de Jesucristo23.
10. En verdad, muestra el Señor la suerte que espera a
tales obreros engañosos, cuando hace un látigo con cuerdas
y les arroja a todos del templo. Porque son eliminados de
la suerte de la comunión de los santos2425todos aquellos que,
colocados entre los santos, realizan obras aparentemente
buenas o abiertamente malas. También arrojó a las ovejas y
a los bueyes para demostrar que era reprobable, tanto la vi
da, como la doctrina de los tales. Las cuerdas con las que
golpea a los impíos, arrojándoles del templo, son la acumu
lación de las malas acciones con las que se proporciona al
juez definitivo la materia para condenar a los réprobos. Es
por eso por lo que dice Isaías: ¡Ay de los que arrastran la
iniquidad con las cuerdas de la van idad15! Y Salomón dice
en los Proverbios: Sus propias iniquidades atraparán a l m al
vado y le enredarán las cuerdas de sus pecados15. Porque
quien acumula pecado tras pecado -por los que cada vez se
rá más duramente castigado- es como si poco a poco au
mentara y multiplicara las cuerdas con las que será atado y
azotado. También tiró las monedas y volcó las mesas de los
cambistas, tras haberlos expulsado, porque suprimirá para
siempre hasta la figura de las cosas que los condenados han
amado, según aquello que está escrito: Tam bién el m undo
pasará y sus concupiscencias27.
los impíos con todo derecho, porque ese mismo templo era
una imagen del templo de su cuerpo, en el que no había en
absoluto ninguna mancha de pecado alguno. Y no sin razón
había purificado de pecados al templo simbólico -el que El
sería capaz de resucitar de los muertos- por el poder de su
divina majestad, el verdadero templo de Dios, deshecho por
los hombres hasta darle muerte.
15. Entonces los judíos replicaron: En cuarenta y seis años
se ha edificado este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres
días?ib Replicaron a lo que habían entendido. Pero, para que
nosotros no interpretemos también de un modo carnal las
palabras espirituales del Señor, el Evangelista expuso a con
tinuación de qué templo estaba hablando.
Por lo que respecta a lo que dicen de que el templo fue
edificado en cuarenta y seis años, no se refieren a la primera,
sino a la segunda construcción del mismo. Porque el prime
ro que hizo construir el templo fue Salomón, en un tiempo
de máxima paz de su reino y en el plazo brevísimo de siete
años3637. Ese fue destruido por los caldeos38 y, al cabo de se
tenta años, por orden del persa Ciro, comenzó a ser edifi
cado de nuevo, una vez pasada la cautividad39. Pero, por los
ataques de los pueblos limítrofes, las generaciones posterio
res a la trasmigración no pudieron acabar los trabajos, que
habían comenzado bajo los príncipes Zorobabel y Jesús,
hasta cuarenta y seis años después40.
16. Este número de años concuerda de modo sumamente
adecuado con la perfección del cuerpo del Señor. En efecto,
los escritores de ciencias naturales enseñan que la forma del
cuerpo humano se perfecciona en el espacio de esos días: a
saber, los seis primeros días, a partir de la concepción, se
En la Cuaresma
Jn 6, 1-14
PL 94, 110-114'
1. Quienes, al leer o escuchar, aceptan sumisamente las
señales y milagros de nuestro Señor y Salvador, no se fijan
tanto en lo que les maravilla por fuera, como examinan qué
deben hacer ellos mismos por dentro a raíz de esos aconte
cimientos, y qué valor espiritual deben apreciar en ellos.
Pues bien, he aquí que, al acercarse la Pascua -la fiesta de
los judíos-, el Señor llama la atención de la muchedumbre
que le seguía, a la vez con su palabra de salvación y su fuerza
curativa. Porque, como otro evangelista escribe: Les h ablaba
d el reino de Dios y sanaba a los que lo necesitaban2. Y, para
completar su doctrina y sus curaciones, les dio de comer de
una manera abundante a partir de unos pocos alimentos.
2. Por tanto, también nosotros, hermanos queridísimos, a
imitación de este hecho, al acercarse la Pascua, la fiesta de
nuestra redención -en unión con la multitud de nuestros her
manos-, sigamos de todo corazón al Señor y contemplemos
con toda diligencia en qué línea de comportamiento se ha
movido, a fin de que merezcamos seguir sus pasos. Porque 1
19. Cf. Sal 104, 14-15. han., XXIV, 5 (CCL 36, 246).
20. Cf. Agustín, Tract. in lo -
Homilía II, 8-12 29
29. Jn 6, 13.
32 Beda
59. Cf. 1 P 2, 8.
H O M ILÍA IV
1. J.-P. Migne titula esta homi error a Jn 12, cuando -como co
lía: «En la feria segunda, tras el Do rrectamente señala C C L - el pasaje
mingo de Ramos» y la refiere por comentado comienza en Jn 11, 55.
Homilía IV, 1-3 45
En la C ena d el Señor
Jn 13, 1-17
PL 94, 130-134
1. Cuando Juan evangelista se disponía a escribir aquel
memorable servicio1del Señor, por el que se dignó lavar los
pies a los discípulos durante la Pascua, antes de ir a la pa
sión, se preocupó de explicar en primer lugar qué significaba
ese mismo nombre de Pascua, comenzando así: L a víspera
de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado
su hora de pasar de este m undo a l Padre, com o am ase a los
suyos que estaban en el mundo, los am ó hasta el fin 12.
2. Electivamente la palabra «Pascua» significa «paso»3.
Viene de que en el Antiguo Testamento el Señor pasó por
Egipto matando a los primogénitos de Egipto4 y salvando a
los hijos de Israel y de que esos mismos hijos de Israel pa
saron en aquella noche de la esclavitud en Egipto5, para tras
ladarse a la tierra de la heredad y la paz que antaño se les
había prometido. Espiritualmente significa que en ese día el
Señor pasaría de este mundo al Padre y que, siguiendo su
ejemplo, los fieles, tras rechazar los deseos temporales y la
Dijo esto porque Él, el Señor, había lavado los pies de los
siervos y Él mismo -el que había enviado- a quienes envió.
Apóstol, tanto en griego como en latín significa «enviado»,
para mostrar que lo que Él -siendo sublime- había hecho
humildemente, eso mismo con mucho más motivo debían
hacer, con humildad, los humildes y enfermos; pero también
para advertir, en un sentido espiritual, que si incluso el que
no com etió pecado alguno ni se halló dolo en su b oca32 in
tercede por nuestros pecados, mucho más debemos nosotros
rezar unos por otros; y si nos perdona Aquel en quien no
encontramos nada que perdonar, mucho más oportuno es
que nos perdonemos nuestras deudas unos a otros. Esto
mismo manda también el Apóstol cuando dice: Sed m utua
m ente afables, compasivos, perdon án doos los unos a los otros,
así com o tam bién Dios os ha perdon ado p o r Cristo33.
16. Si com prendéis esto -d ice - y lo hacéis, seréis biena-
venturados3435. Hay que meditar a fondo y asiduamente esta
afirmación de nuestro Salvador, porque seremos bienaven
turados si conocemos estos preceptos del cielo y si además
ponemos en práctica lo que conocemos. Porque el que des
cuida guardar sus mandamientos, a pesar de que los conoce,
ese no puede ser bienaventurado. Y el que desprecia incluso
conocerlos, ese se excluye mucho más aún del destino de
los bienaventurados. Coincide con esto el salmista, que so
pesando los corazones de los mortales, al ver que todos
aman la bienaventuranza, pero solo pocos buscan dónde es
tá, explica él mismo claramente cuál es la felicidad máxima
del hombre en esta vida, diciendo: Dichosos los sin m ancha
en su camino, los que caminan en la ley del SeñorA Y para
que no se piense que esta vía de los inmaculados y biena
venturados puede ser comprendida indiscriminadamente por
En el Sábado Santo
Me 7, 31-37
PL 94, 234-237'
1. Aquel sordomudo curado de un modo admirable por
el Señor, que acabamos de escuchar cuando se leía el Evan
gelio, simboliza al género humano por lo que respecta a su
merecimiento de que la gracia divina le libera del error del
engaño diabólico. Porque el hombre se incapacitó para es
cuchar la palabra de vida, cuando -orgulloso- prestó oídos
a las palabras funestas del demonio contra Dios. Y se hizo
mudo para alabar al Creador desde el momento en que se
jactó de mantener un coloquio con el seductor2. Y mereci
damente cerró sus oídos para escuchar la alabanza al Crea
dor de los ángeles, el que los abrió incauto a las palabras
del enemigo, para escuchar los reproches al mismo Creador.
Merecidamente cerró su boca a proclamar la alabanza del
Creador junto con los ángeles porque, como si fuera a me
jorar la obra del mismo Creador, se engrió soberbio al co
mer el alimento prohibido. Y ¡ay miserable caída del género
humano que, viciado en su raíz, se extendió aún más vicioso
y comenzó a multiplicarse con la propagación de las ramas
hasta el punto de que, cuando vino el Señor en carne hu-1
3. Rm 5, 20. 6. Me 7, 32.
4. Cf. Me 7, 31. 7. Me 7, 33.
5. Jn 11, 52.
Homilía VI, 65
12. Me 7, 33-34.
H om ilía VI, 5-8 67
En la Vigilia pascual
Mt 28, 1-10
PL 94, 133-139'
1. Hermanos queridísimos, la resurrección del Señor y
Salvador nuestro nos ha convertido la vigilia de esta sacra
tísima noche, como acabamos de oír en la lectura del Evan
gelio, en algo sagrado. Celebrémosla pues, como se merece,
despiertos y con himnos, por amor a quien por amor nues
tro quiso en ella dormir muerto y resucitar de la muerte, ya
que, como dice el Apóstol: M urió p o r nuestros pecados y re
sucitó para nuestra justificación1. Esto nos lo demostró en
la misma sucesión de los hechos: tanto a la hora de morir
en la cruz, como en la de su resurrección de los muertos.
2. Efectivamente, consumó el misterio de su pasión triun
fadora hacia la hora nona, cuando el día se inclinaba ya hacia
la noche, y la órbita del sol se entibiaba tras el calor del me
diodía. Así simbolizaba con evidencia que había soportado
el patíbulo de la cruz para redimir los crímenes en los que
habíamos caído, al pasar de la luz y el amor divinos a la no
che de esta peregrinación terrena.
Resucitó en la mañana del día después del sábado -que
ahora se llama domingo, «día del Señor»-, para enseñarnos
32. Sal 68, 19. Cf. GREGORIO II, 22, 6 (CCL 141, 185).
Magno, H om iliae in evangelia,
82 Beda
D om ingo de resurrección
Mt 28, 16-20
PL 94, 144-149'
1. Hermanos queridísimos, la lectura del Evangelio que
hemos escuchado hace un momento, de una parte y al pie
de la letra resplandece, llena de gozo, porque describe el
triunfo de nuestro Redentor, y de otra, al mismo tiempo,
describe con palabras claras los dones de nuestra redención.
Y, si queremos analizarla más a fondo, descubrimos que en
la letra se encierra un fruto aún más sabroso de sentido es
piritual. Porque la palabra de Dios, como los perfumes,
cuanto más cuidadosamente se analiza, desmenuzándola y
tamizándola, tanto mayor fragancia desprende de su riqueza
interior.
2. Porque resulta claro y agradable de escuchar a las al
mas piadosas que los discípulos m archaron a G alilea, a l m on
te que Jesús les h abía indicado y a l verlo le adoraron1. Mas,
no está exento de misterio el hecho de que el Señor, después
de la resurrección, se apareció a los discípulos en Galilea y
en un monte, para dar a entender que el cuerpo que había
asumido de la tierra -común al género humano al nacer-,
Después de la Pascua
Le 24, 36-47
PL 94, 139-144'
1. Nuestro Señor y Redentor mostró poco a poco - y con
el paso del tiempo- a los discípulos la gloria de su resurrec
ción, porque indudablemente la fuerza del mdagro era tan
grande que los frágiles corazones de los mortales no eran
capaces de captarla de una vez. Por tanto, teniendo en cuen
ta la fragilidad de quienes le buscaban, mostró en primer
lugar a las mujeres y a los hombres que acudieron al sepul
cro inflamados en su amor la piedra removida12 y -desapa
recido su cuerpo- depositados solos los lienzos en que este
había estado envuelto3.
Después, a las mujeres que le buscaban con más insis
tencia y que estaban consternadas en su espíritu por lo que
habían encontrado, les mostró una visión de ángeles que ase
guraban con absoluta certeza que había resucitado4. Y así,
al correrse la noticia de que se había producido la resurrec
ción, finalmente el mismo Señor de las Virtudes y Rey de
la gloria5, apareciéndose en persona, descubrió con cuánto
ahí que con razón Juan, al recordar esta aparición del Señor,
da cuenta de que también enseñó a los discípulos el costado
que había sido traspasado por el soldado212, a fin de que cuan
to más conocieran las huellas de su evidente pasión y de la
muerte que había experimentado, tanto más se gozaran con
la fe en la resurrección y el triunfo sobre la muerte que ya
se había cumplido.
9. Para convencerles con todo tipo de indicios de la fe
en la resurrección, no solo les mostraba su cuerpo inmortal
para que lo vieran con sus ojos, sino que también lo ofreció
a sus manos, diciéndoles: P alpadm e y v ed que un espíritu
no tiene carne y huesos com o veis que yo tengo11. Para que
quienes habían de predicar la gloria de la resurrección fueran
capaces de mostrar sin ambigüedad de ningún tipo cómo
cabía esperar que fueran las cualidades de nuestro cuerpo
resucitado. De ahí que con gran fe el apóstol san Juan ex
horta a sus oyentes a aceptar los secretos de la fe verdadera
que él ha aprendido, diciendo: Lo que fu e desde el principio,
lo que oímos, lo que vim os con nuestros ojos y palparon nues
tras m anos a propósito d el Verbo de la vida23.
10. Los paganos, en este pasaje, suelen tender lazos de
menosprecio a la sencillez de nuestra fe, diciendo: ¿con qué
temeridad confiáis en que Cristo, al que dais culto, pueda
resucitar del polvo vuestros cuerpos incorruptos, El que ni
siquiera fue capaz de cubrir las cicatrices de las heridas que
recibió en la cruz, sino que incluso después de resucitado
su cuerpo de entre los muertos, como decís, no ocultó que
todavía tenía las señales de la muerte?
A esos les respondemos que Cristo, por ser Dios omni
potente, del mismo modo que había prometido resucitar
nuestros cuerpos, de la corrupción a la incorrupción, de la
40. Cf. 1 Tm 2, 5.
HOMILÍA X
Después de la Pascua
Le 24, 1-9
PL 94, 149-154'
1. Se ha hecho públicamente la lectura del relato de la
resurrección de nuestro Señor y Redentor y no es necesario
esforzarse en explicar este pasaje en el que las palabras del
Evangelio despliegan misterios de sobra conocidos de nues
tra fe, sino exponer brevemente qué debemos hacer nosotros
inspirándonos en esta misma lectura.
2. Dice: Al día siguiente d el sábado, muy de m añana, lle
garon a l sepulcro2. El día siguiente del sábado, es el primer
día después del sábado, que ahora solemos llamar «domin
go» por respeto a la resurrección del Señor. Porque por ese
orden -primero, segundo, tercer día después del sábado- se
numeran los días en la Sagrada Escritura. Y eso mismo sig
nifica cuando se lee un día o el primer día después del sá
bado: es decir, el día uno o el primer día después del sábado,
o sea del día de descanso.
3. A su vez, el hecho de que las mujeres llegaron muy
pronto al sepulcro en busca del Señor, demuestra la gran
devoción de su amor hacia El, a cuyo servicio parten con1
3. Rm 13, 12-13. 4. Ap 5, 8.
106 Be da
Después de la Pascua
Jn 16, 5-15
PL 94, 158-163'
1. Hermanos queridísimos, como hemos escuchado en la
lectura del Evangelio, nuestro Señor y Redentor, al llegar el
trance de su pasión, reveló a los discípulos la gloria de la
ascensión con la que su persona sería clarificada tras la
muerte y resurrección, así como la llegada del Espíritu San
to, con la que ellos serían instruidos. Lo hizo con el fin de
que -al llegar la hora de su pasión- se dolieran menos de
su muerte, no dudaran de quien después de la muerte había
de ser elevado a los cielos y se atemorizaran menos por su
soledad, sino que por el contrario esperaran en que -a pesar
de que el Señor se iba- serían consolados por la gracia del
Espíritu Santo.
2. Les dice: Me voy a A quel que m e envió y ninguno de
vosotros m e pregunta: ¿a dónde tíás?2 Como si dijera abier
tamente: «al ascender, volveré al que estableció que Yo me
encarnara, y la claridad de esa ascensión será tan grande y
tan manifiesta, que ninguno de vosotros tendrá necesidad
de preguntar adonde voy, porque todos verán que me dirijo 1
11. Hay que entender, por tanto, lo que dice del Espíritu
- E l os enseñará toda la v erd a d -, como si dijera: «Difundirá
en vuestros corazones el amor28, a fin de que -adoctrinados
por dentro por su magisterio- avancéis de virtud en virtud
y seáis dignos de llegar a la vida en la que aparecerá ante
vuestros ojos la eterna claridad de la suma verdad y la ver
dadera visión sublime: es decir, la contemplación de vuestro
Creador.
Pues no hablará de sí mismo, sino que hablará de todas
las cosas que h abrá oído29. El Espíritu no habla por sí mismo
-es decir, sin el Padre y la comunión con el H ijo -, porque
no es un espíritu aislado y separado, sino que dice lo que
oye, y evidentemente oye gracias a la unidad de su sustancia
y a su dominio de la ciencia. No habla por sí mismo, porque
no tiene origen en sí mismo30.
Solo el Padre es El solo, no tiene origen en otro, porque
el Hijo ha nacido del Padre, y el Espíritu Santo procede del
Padre. Y el Espíritu Santo oye a Aquel de quien procede,
porque no tiene su origen de sí mismo, sino de Aquel de
quien procede. De quien tiene la esencia, tiene también sin
duda la ciencia. Y su ciencia no es otra cosa que lo que es
cucha de El.
12. Por lo que respecta a lo que añade: Y os anunciará
las cosas venideras31, consta que innumerables fieles -p or un
don del Espíritu Santo- han conocido de antemano y han
profetizado las cosas que habían de acaecer. Pero, puesto
que hay no pocos que -llenos de la gracia del Espíritu San
to - curan enfermos, resucitan muertos, mandan sobre los
demonios, resplandecen por múltiples virtudes, llevan ellos
mismos en la tierra una vida de ángeles, y sin embargo ig-
con razón, por tanto, nos sugiere también que es preciso pasar
p o r muchas tribulaciones para entrar en el reino de D iosis.
Por eso el apóstol Pedro, para consolar a algunos hermanos
asediados por lo recio de las tentaciones, decía: N o os asustéis
com o si os sucediera algo nuevo; antes bien, alegraos p o r p a r
ticipar en los sufrimientos de Cristo, a fin de que cuando se
descubra su gloria os gocéis tam bién con Él llenos de jú bilo3839.
Traigamos a la memoria que El prometió a los discípulos
enviar y realmente envió el don del Espíritu Santo y pro
curemos -vigilantes- no contristar con pensamientos desa
tinados al Espíritu divino con el que hemos sido señalados
en el día de la redención40. Ciertamente así está escrito: Por
que el Espíritu Santo huye de las ficciones y se aparta de los
pensam ientos desatinados41.
17. De ahí que sabiamente el salmista, deseando ardien
temente recibir ese Espíritu, pedía en primer lugar la morada
de un corazón puro en el que pudiera acogerle y a conti
nuación la llegada de tan gran huésped, diciendo: Crea, Dios,
en m í un corazón limpio y renueva un espíritu firm e en mis
entrañas*2. Ante todo pedía que en él fuera creado un co
razón limpio y después que en sus entrañas se renovara un
espíritu firme, porque sabía perfectamente que un espíritu
recto no podía tener su sede en un corazón manchado.
Recordemos de corazón constantemente que ese mismo
espíritu acusa al mundo en orden al pecado, la justicia y el
juicio. Guardémonos, no vaya a ser que, mientras buscamos
lo que está arriba, pertenezcamos al mundo, porque el m un
do pasará y su concupiscencia**. Busquemos las cosas que
son de arriba, conozcamos las cosas que son de arriba, don
de Cristo está sentado a la derecha de Dios44.
Después de la Pascua
Jn 16, 23-30
PL 94, 163-168'
1. Puede sorprender a oyentes pusilánimes cómo -al
principio de esta lectura evangélica- el Salvador promete a
los discípulos: Cuanto pidiereis al Padre en m i nom bre, os
lo dará2, cuando en realidad no solo muchos de nuestros se
mejantes no parecen recibir lo que piden al Padre en nombre
de Cristo, sino que incluso el mismo apóstol Pablo rogó
por tres veces al Señor que apartara de él el ángel de Satanás
que le afligía y no pudo lograrlo3.
Pero, la perplejidad -ya antigua- provocada por esta cues
tión, ha sido resuelta por la explicación de los Padres, que en
tendieron con acierto que solo piden en nombre del Salvador
aquellos que piden cosas que afectan a la salvación eterna y
que por eso el Apóstol no pidió en el nombre del Salvador
que fuera liberado de una tentación que había experimentado,
con el objeto de salvaguardar su humildad. Porque, si no la
hubiera sufrido, no habría podido salvarse, según su propia
afirmación, cuando dice: Y para que la grandeza de las reve-
I
134 Beda
Después de la Pascua
Jn 16, 16-22
PL 94, 154-158'
1. Debemos recibir, hermanos queridísimos, las gozosas
promesas de nuestro Señor y Salvador con una alegre dis
posición de escucha y perseverar en esa actitud asidua de
modo que merezcamos alcanzarlas. Porque, ¿qué se escucha
razonablemente con ánimo más alegre, que la posibilidad de
llegar hasta el gozo que nunca puede ser arrebatado? Y debe
advertirse que todo el desarrollo de esta lectura del Evan
gelio afecta a quienes se la escucharon al Señor físicamente,
pero también se adapta en parte sumamente ajustada a no
sotros, que hemos venido a la fe después de la pasión y re
surrección del Señor.
2. Por tanto, lo que dice: Un poco y ya no m e veréis, y de
nuevo un poco y m e veréis porqu e voy al Padre2, se refiere
especialmente a aquellos que merecieron adherirse en persona
a su seguimiento, cuando El predicaba, y alegrarse al presen
ciar su resurrección y ascensión, tras la tristeza de la pasión.
En efecto, dado que lo dijo en la noche en que fue entre
gado3, era «un poco» de tiempo -es decir, el de aquella noche1
4. Cf. Hch 1, 3.
Homilía X III, 2-6 139
146 Beda
2. Por tanto, hay que pedir la puerta del reino con ora
ción, hay que buscarla viviendo rectamente, hay que llamar
con perseverancia. Porque no es suficiente rezar solo con
palabras, si no buscamos también diligentemente cómo de
bemos vivir, a fin de ser dignos de conseguir lo que pedimos.
Lo asegura Aquel que advierte: N o todo aq u el que dice: Se
ñor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que hace
la volu ntad de m i Padre celestial entrará en los cielos3. Y no
aprovecha de nada haber comenzado algo bueno, si uno no
se esfuerza en llevar hasta un fin seguro lo que bien ha co
menzado; es más, habría sido m ejor no conocer el camino
de la justicia que, después de conocido, volverse atrás4. De
ahí que es necesario, hermanos míos, pedir asiduamente, ro
gar sin interrupción5: D oblem os la rodilla ante Dios, llore
mos ante el Señor que nos ha creado6.
3. Y, para merecer ser escuchados, examinemos con so
licitud cómo quiere que vivamos, qué nos manda hacer
Aquel que nos ha creado. Busquemos al Señor y fortalez
cámonos, busquemos siempre su rostro7. Y, para que me
rezcamos encontrarle y verle, purifiquém onos de cuanto
m ancha la carne y el espíritu8, porque en el día de la resu
rrección solo los de cuerpo casto podrán ser elevados hasta
el cielo, solo los de corazón limpio podrán contemplar la
gloria de la divina majestad. Llamemos a los oídos de nues
tro piadoso Creador con un afán infatigable por la eterna
felicidad, y no desistamos de nuestro empeño hasta que, al
abrirnos El mismo, merezcamos ser liberados de la cárcel
de esta muerte y entrar por la puerta de la patria celestial.
Nadie se deje disuadir por su presunta inocencia, ninguno
prescinda de los ruegos confiando en sus actos, como si no
necesitara la misericordia del juez ecuánime.
É
Homilía XIV, 2-5 147
vuestros pecados y orad los unos p o r los otros para que seáis
salvosl4.
6. Se complace en que se le ruegue, para que conceda,
Aquel que, por ser un donador generoso, levanta los ánimos
de los necesitados con el fin de que se le pida, al decir: Todo
a qu el que pide, recibe; y quien busca, halla; y a l que llama,
se le a b r e 15. Por tanto, no hay que dudar de que, si pedimos,
recibimos; si buscamos, encontramos; si llamamos, se nos
abrirá, porque la Verdad no puede en absoluto negar lo que
ha prometido. Pero hay que observar con vigilante atención
que no está probado a los ojos del juez interior que todos
los que a los ojos de los hombres parecen orar, de verdad
piden o buscan o llaman a la entrada del reino de los cielos.
Porque el profeta no diría: Cerca está el Señor de todos los
que en v erd ad le invocanl6, si no supiera que algunos invo
can al Señor, pero no de verdad.
En efecto, invocan al Señor en verdad quienes con su
vida no contradicen lo que dicen en su oración; invocan al
Señor en verdad los que, antes de presentar sus oraciones,
se esfuerzan por cumplir sus mandamientos, los que cuando
van a decir en la oración: y perdónanos nuestras deudas como
tam bién nosotros perdon am os a nuestros deudores'7, antes
han cumplido su mandamiento, que dice: Y cuando os le
vantéis p ara orar, si tenéis algo contra alguno, perdonadle,
para que tam bién vuestro Padre que está en los cielos os p e r
done vuestros pecados18*.
De ahí que el profeta añada a esas consideraciones: H ará
suya la voluntad de los que le temen y escuchará su oración y
mente no hay nadie en esta vida que sea capaz de estar in
mune de todo pecado, como afirma Salomón: Porque no hay
hom bre justo en la tierra que haga el bien y no p eq u ew.
De ahí que, en su Providencia, el Señor, que ante los
grandes delitos de los pecadores enseña medidas aún más
poderosas de penitencia, muestra que se deben curar con
ejercicios cotidianos de oración los errores cotidianos de los
elegidos, producidos ante todo con la palabra o el pensa
miento. El nos mandó, entre otras cosas, rezar así: y p erd ó
nanos nuestras deudas com o tam bién nosotros perdon am os a
nuestros deudores4950.
20. O seguramente llama malos a los discípulos porque,
en comparación con la divina bondad, está comprobado que
toda criatura es mala51, cuando el Señor dice: N o hay nadie
bueno, sino solo D ios52; en este sentido, se entiende que la
criatura racional solo puede hacerse buena por participación
en esa bondad de Dios. De ahí que también el Señor testi
monia, con una promesa llena de piedad, que el Padre ce
lestial dará el Espíritu Santo a los que se lo p id en , para mos
trar con claridad que, quienes por sí mismos son malos,
pueden convertirse en buenos, una vez recibida la gracia del
Espíritu Santo. El Padre promete dar el Espíritu Santo a
quienes lo piden porque, ya deseemos conseguir la fe, la es
peranza, la caridad, o cualquier otro don celestial, no se nos
concederán, sino como don del Espíritu Santo.
21. De ahí también que en Isaías el mismo Espíritu sea
llamado de sabiduría e inteligencia, Espíritu de consejo y de
fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad, Espíritu de temor
de Dios53; y en otro pasaje, Espíritu de amor y de paz54, Es
1. Le 24, 44.
158 Beda
geles que les dijeron: Vendrá así com o le habéis visto m ar
char a l cielo30.
También hay que trabajar con toda urgencia para que,
del mismo modo que el Señor bajará para juzgar en la misma
forma y sustancia carnal con la que subió, así también el
que se alejó bendiciendo a los Apóstoles, nos encuentre dig
nos de su bendición cuando vuelva y nos haga partícipes de
la suerte de aquellos a quienes, por estar situados a su de
recha, dirá: Venid, benditos de m i Padre, recibid el reino31.
15. Y ellos, habién dole adorado, regresaron a Jerusalén
con gran jú bilo y estaban de continuo en el templo, alaban do
y bendiciendo a D ios32. Hermanos queridísimos: siempre,
pero sobre todo en este lugar, es necesario que nos acorde
mos de la palabra del Señor con la que -com o acabamos de
relatar hace un momento- dice, al conceder la gloria a los
discípulos: Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis33.
Porque, ¿quién puede decir, quién puede imaginar de una
manera adecuada con qué devota compunción volvieron a
la tierra sus ojos -con los que habían visto que volvía a la
sede de la luz paterna el mismo Rey del cielo al que ado
raban, una vez vencida la mortalidad que había asumido-,
qué dulces lágrimas derramaron, enardecidos por tan gran
esperanza y alegría por penetrar en la patria celestial, allí
donde contemplaban que su Dios y Señor elevaba una parte
de su naturaleza34?
16. Así pues, con razón, fortalecidos por tal espectáculo
-tras haber adorado el lugar donde se posaron sus pies35, tras
haber regado con lágrimas las huellas que recientemente ha
bía dejado marcadas-, volvieron inmediatamente a Jerusalén,
30. Hch 1, 11. con sus ojos cómo subía al ciclo una
31. Mt 25, 34. parte de su naturaleza humana: el
32. Le 24, 52-53. cuerpo.
33. Le 10, 23. 35. Cf. Sal 132, 7.
34. Los apóstoles contemplaron
H om ilía XV, 14-17 165
Después de la Ascensión
Jn 15, 26 - 16, 4
PL 94, 181-1891
1. En muchos pasajes del santo Evangelio encontramos
que los discípulos, antes de la venida del Espíritu Santo, eran
poco capaces de entender los misterios de la sublime Divi
nidad, poco fuertes para sufrir las adversidades de la per
versidad de los hombres. Pero, al llegar el Espíritu Santo,
se les concedió, junto al aumento del conocimiento de Dios,
también la consistencia para superar la persecución de los
hombres. Por eso se les dice en este pasaje, como promesa
del Señor: Cuando venga el Paráclito que Yo os enviaré del
Padre, el Espíritu de v erd ad que del P adre procede, El dará
testim onio de mí, y vosotros daréis testim onio1.
2. Y hay que observar en primer lugar que el Señor ates
tigua que enviará el Espíritu de verdad e inmediatamente aña
de que ese Espíritu procede del Padre; no porque ese mismo
Espíritu proceda del Padre de manera diferente a la que es
enviado por el Hijo, no porque proceda del Padre en un mo
mento diferente al que es enviado por el Hijo, sino que el
Hijo dice que El lo envía y que procede del Padre precisa
mente por esto: para resaltar que una es la persona del Padre
y otra su persona3, pero para dejar claro que en esa misma
distinción de personas hay una sola operación y una sola vo
luntad suya, junto con la voluntad y la operación del Padre.
3. Porque, cuando se concede a los hombres la gracia del
mismo Espíritu, realmente el Espíritu es enviado por el Pa
dre y también por el Hijo, procede del Padre y procede
también del Hijo, porque su envío es también la misma pro
cesión por la que procede del Padre y del Hijo. Asimismo
viene por su propia voluntad, porque del mismo modo que
es igual al Padre y al Hijo, así también tiene una voluntad
que es común al Padre y al Hijo. En efecto, el Espíritu sopla
donde qu iere4; y, como dice el Apóstol al enumerar los do
nes celestiales: Todas estas cosas las causa el mismo indivi
sible Espíritu, repartiéndolas a cada uno según qu iere5. Y, a
su venida, el Espíritu dio testimonio del Señor porque, ins
pirando en el corazón de los discípulos todo lo que debían
saber sobre El, reveló a aquellos mortales con luz clara lo
siguiente: que era igual y consustancial al Padre antes de to
dos los siglos; que se hizo consustancial a nosotros al llegar
la plenitud de los tiempos; que, nacido de una Virgen, vivió
sin pecado en el mundo; que, cuando quiso y con la muerte
que quiso, salió de este mundo; que, al resucitar verdadera
mente, destruyó la verdadera muerte, de la que murió y de
la que resucitó, elevó la carne ascendiendo a los cielos y se
situó a la derecha de la gloria del Padre; que todos los es
critos de los profetas dan testimonio de El; que debía ser
propagada la confesión de su nombre hasta los confines de
la tierra, así como los demás misterios de la fe en Él han
sido explicados a los discípulos por el testimonio del Espí
ritu Santo.
a Dios, sus dones se cantan cada día con otras palabras que
significan exactamente lo mismo, de manera que la renovada
repetición del «Aleluya» aumente y haga más alegre la ce
lebración y el esplendor de la solemnidad pascual. Y en esto
quisieron también poner de manifiesto de modo especial es
te misterio: que así como en la peregrinación de este des
tierro nuestro conocim iento y nuestra profecía son im perfec
tas3940, así también solo en parte alabamos al Señor, diciendo
con el profeta: ¿ Cóm o cantarem os un cántico a l Señor en
tierra ajena?w
17. Pero, cuando merezcamos entrar en nuestra patria -es
decir, en la tierra de los vivos y en la morada del reino ce
lestial que el Señor nos ha prometido-, entonces, al tiempo
que le conocemos perfectamente. También podremos alabar
le con perfección, según aquello del salmista: Y en su tem plo
todos dirán: ¡G loria/41 Por lo que en otro lugar dice: Los cie
los pregonan la gloria de D ios42. Ciertamente llama «cielos»
a los ciudadanos de la patria celestial. Y es verdad que los
habitantes de la tierra pueden narrar la gloria de Dios, pero
los únicos que son capaces de proclamarla son los ciudada
nos del cielo, que cuanto más de cerca la ven, con más cer
teza pueden proclamarla.
18. Es evidente que ambas solemnidades -esto es, la cua
resma y la quincuagésima- nos las ha confirmado, no la au
toridad de simples hombres, sino la suprema del mismo Se
ñor y Salvador nuestro. Concretamente, la cuaresma está
basada en el hecho de que Jesús ayunó en el desierto cua
renta días y noches y -una vez vencida la astucia del tenta
dor- disfrutó del ministerio de los ángeles43; así nos enseñó,
con su ejemplo, que debemos evitar por medio de la mor-
49. Cf. Mt 20, 1-10. Diez es un diez en diez», «de diez cada uno».
número perfecto porque resulta de Inicialmente valía diez ases. Con el
la suma de los cuatro primeros nú tiempo designa moneda en general.
meros. El término denario procede 50. 2 Co 3, 18.
del distributivo latino deni «de
186 Beda
i
Homilía XVI, 23-27 187
53. Le 15, 6.
188 Beda
D om ingo de Pentecostés
Jn 14, 15-21
PL 94, 189-197'
1. Queridísimos hermanos, puesto que hoy celebramos
la venida del Espíritu Santo, nosotros mismos debemos estar
en sintonía con la solemnidad que conmemoramos. Porque
solo celebraremos como corresponde la alegría de esta fiesta
con dignidad, si también nosotros -con la ayuda de D ios-
nos hacemos aptos para que el Espíritu Santo se digne venir
y habitar en nosotros. Y únicamente estamos preparados es
piritualmente para la llegada y la iluminación del Espíritu
Santo, si nuestros corazones y nuestros cuerpos están llenos
de amor a Dios y dedicados a los mandamientos del Señor.
2. Por eso, al principio de la lectura del Evangelio de hoy,
la Verdad dice a los discípulos: Si m e am áis, guardaréis mis
m andam ientos. Y Yo rogaré al Padre y os dará otro C on
solador2. Paráclito, efectivamente, quiere decir «Consola
dor3». Y con razón se llama Consolador al Espíritu Santo,
porque eleva y rehace los corazones de los fieles, para que
no desfallezcan en sus ansias de obtener la vida celestial en
medio de las adversidades de este mundo. De ahí que en los1
33. Cf. Lv 23, 15-17. 36. Cf. Ex 19, 27; 22, 24.
34. 1 Co 5, 7. 37. Cf. Ex 19, 20.
35. Cf. Jn 1, 29.
200 Beda
O ctava de Pentecostés
Jn 3, 1-16
PL 94, 197-202
1. Hermanos queridísimos: como habéis escuchado en la
lectura del santo Evangelio, un varón principal entre los ju
díos vino a Jesús de noche, deseando aprender con más pro
fundidad -en una conversación secreta con E l- los misterios
de la fe, cuyos rudimentos había percibido de algún modo
a partir de la clara manifestación de sus milagros. Este hom
bre, dado que se preocupó prudentemente de entender lo
que veía que Jesús realizaba, mereció descubrir con exacti
tud lo que solicitaba del Señor.
2. R a b b í -d ice-, sabem os que eres un m aestro enviado
p o r Dios. Porque ninguno pu ede hacer los milagros que tú
haces, si Dios no está con él'. Confesó, por tanto, que Jesús
había venido para dar al mundo una enseñanza celestial, en
tendió que Dios estaba con Él -com o mostraban los mila
gros-, pero no conoció que era Dios en persona.
Ahora bien, dado que se dirigió al que había reconocido
como maestro de la verdad para ser instruido por Él a fondo
-perfectamente docto como era-, con razón penetró en el
conocimiento de su Divinidad, con razón percibió los mis-1
1. Jn 3, 2.
Homilía X V III, 1-4 207
44. Ap 1, 5. 4 6 . S a l 3 4 , 4.
45. Cf. Ef 1, 13; 1 Jn 2, 20.
HOMILÍA XIX
15. Cf. 2 S 7, 4-13; 1 Cro 22, 17. Cf. 1 Cro 24, 1-19.
1- 10. 18. Cf. 2 Cro 23, 8.
16. Cf. 1 Cro 23, 5.30-31.
222 Beda
47. Le 1, 13-14.
48. Cf. J erónimo, Nomina hebraica (CCL 72, 146).
Homilía X IX , 22-25 229
54. Cf. Hch 10, 44-47. 56. Ver supra Hom., I, 10, 8; I,
55. Cf. Le 1, 40-41. 24, 13.
Homilía X IX , 26-30 231
63. Cf. Sal 103, 3-5. que, de acuerdo con los manuscri
64. En este último párrafo se tos C y L, lee estos verbos en sub
guimos la versión de J.-P. Migne juntivo.
HOMILÍA XX
3. Le 2, 10-11. 7. Sal145, 3.
4. Le 1, 14-15. 8. Cf.Le 1,15; 7, 33.
5. Cf. MI 4, 2. 9. Col2, 9.
6. Cf. Jn 5, 35.
236 Beda
16. Jn 3, 30.
238 Beda
25. Le 1, 65.
Homilía XX, 12-15 241
Santos Ju an y P a b lo 1
Mt 20, 20-23
PL 94, 228-223
1. El Señor, Creador y Redentor nuestro, que desea curar
las heridas de nuestra soberbia, y Él mismo -existiendo en
la fo rm a de Dios, una vez asumida la forma de hombre- se
hum illó hecho obedien te hasta la m uerte2, también nos re
comendó emprender el camino de la humildad, si queremos
alcanzar la cima de la verdadera grandeza, si deseamos con
templar la verdadera vida. Y nos mandó llevar con paciencia
Santos Pedro y P a b lo 1
Jn 21, 15-19
PL 94, 214-219
1. La lectura del santo evangelio de hoy nos recomienda
la virtud de la perfecta caridad. En efecto, la caridad perfecta
es aquella por la que se nos manda amar al Señor con todo
el corazón, toda el alma, todas las fuerzas, y al prójimo co
mo a nosotros mismos2. Y ningún amor de estos puede ser
perfecto sin el otro porque, ni Dios puede ser amado ver
daderamente sin el prójimo, ni el prójimo sin Dios. De ahí
que el Señor, todas las veces que preguntó a Pedro si le ama
ba, y Pedro le respondió poniéndole por testigo que le que
ría, añadió cada vez como conclusión: apacienta a mis ovejas
o apacienta a mis corderos3, como si quisiera decir claramen
te: «esta es la única y auténtica prueba del amor a Dios: si
te esfuerzas por cuidar a tus hermanos con solícito esmero».
Porque, el que descuida impartir a su hermano la dedicación
piadosa de que es capaz, da muestras de querer menos de
lo que es justo al Creador, cuyo mandamiento de atender a
las necesidades del prójimo menosprecia.
vez había estado con É l14. Por tanto, aleccionado por la pre
cedente caída, había aprendido a hablar más cautelosamente
con el Señor, que conocía el estado de la conciencia humana
mucho mejor de lo que ésta era capaz de saber de sí misma.
Y no se atreve de ningún modo a determinar sobre las cosas
ocultas en el corazón de sus hermanos; pero de la integridad
de su amor da, no el suyo propio, sino el testimonio del Se
ñor que le preguntaba, al decir: Señor, tú sabes que te am o.
6. ¡Oh, qué bienaventurada y pura conciencia aquella
que no tuvo miedo de decirlo todo a su Creador, a cuyos
ojos todo está desnudo y patente15: Señor, tú sabes que te
amo\ ¡Qué alma pura y santa, que no duda en abrir su pen
samiento al Señor y no sabe pensar otra cosa que aquello
que el Señor alaba! De ahí que en el Apocalipsis los cora
zones de los santos se comparan con copas de oro, como
dice Juan: Y tenía cada uno cítaras y copas de oro llenas de
perfum es, que son las oraciones de los santoslé. Los elegidos
tienen ciertamente cítaras de oro, porque todas sus palabras,
todo lo que de sus actos propaga la fama -que divulga las
noticias para conocimiento de nuestros semejantes- aparece
radiante por la luz de su puro amor. También tienen copas
de oro, que son vasos de amplia abertura, porque sus co
razones, cuanto más sinceramente sienten que resplandecen
con el solo fuego de su amor, tanto más se complacen en
abrirse de par en par a las miradas divinas. De ahí que con
razón se añade: llenas de perfum es, que son las oraciones de
los santos. Porque las copas de oro rebosan de abundantes
perfumes, cuando lo más íntimo de los corazones de los
justos, con su caridad resplandeciente, llega a ser conocido
por sus allegados, también por la fama de sus virtudes es
pirituales.
28. Cf. Ex 9, 27; 10, 16. II, 14, 9 (CCL 77, 118).
29. Cf. Mt 27, 3-4. 31. Mt 14, 9-10.
30. Cf. J erónimo, Comm. m Mat.,
272 Be da
33. Cf. IR 6, 38; 8, 63; 2 Cro 36. Cf. F lavio J osefo, Anti
7, 5-10. quit., VIII, 4, 1.
34. Cf. Esd 6, 15-19; F lavio 37. Cf. Lv 16, 29-34.
J osefo, Antiquit., XI, 4, 7. 38. Cf. supra Hom., II, 19, 14.
35. Cf. 1 M 4, 52-59. 39. Cf. Le 1, 8-14.
Homilía XXIV, 19-23 287
52. Cf. 1 Cro 22, 9. 54. Cf. supra Hom., II, 1, 16.
53. Jn 2, 19.
290 Beda
ocurrió por azar, sino que fue previsto por Dios que el tem
plo fuera edificado en el mismo número de años que los
días en que fue necesario que el cuerpo del Señor -prefigu
rado en el templo- se formara en el seno virginal.
28. Por lo que respecta a que se estableció que la Puri
ficación se celebrara todos los años, eso nos enseña con cer
teza a tener siempre en el ánimo la conmemoración, tanto
de la resurrección del Señor -que creemos ha sucedido ya-
, como de la nuestra que esperamos ocurra; y a actuar de
tal manera que no merezcamos resucitar para ser condena
dos, sino para vivir, como el Señor prometió a los que hayan
hecho el bien55. Y no hay que pasar por alto sin considerarlo
que al dedicar Salomón el templo, después de haber pro
nunciado las oraciones, descendió fuego del cielo y devoró
el holocausto y las demás víctimas56. Porque el holocausto
y las víctimas del verdadero Salomón somos nosotros, el ho
locausto y las víctimas del Rey supremo son todos sus ele
gidos, de los que dice el apóstol Pedro: Porque tam bién
Cristo m urió una sola vez p o r nuestros pecados, el justo p o r
los injustos, con el fin de ofrecernos a Dios, m ortificados cier
tam ente en la carne, pero vivificados en el espíritu57.
29. Por su parte, el fuego celestial es el celo de la caridad
suprema con el que los ciudadanos de la patria celestial se
gozan en arder para siempre, de una parte en su mutua fe
licidad y de otra en la claridad que contemplan de su Cre
ador. De ahí que las cohortes de las virtudes celestiales que,
por la singular cercanía a su Creador arden con un amor
incomparable, reciben el nombre específico de serafines, esto
es «los que arden y se incendian»58. Así pues, al acabar la
dedicación del templo, un fuego bajado del cielo devoró las
67. Cf. 2 Tm 4, 2.
HOMILÍA XXV
42. Cf. F lavio J osefo , Anti- dard era de 44,45 cm., si bien en
quit., VIII, 3, 2. tiempos de Salomón se puede con
43. Ct 2, 2. cluir que el llamado «codo real» es
44. Cf. 1 R 6, 2. Como medida taba alrededor de los 50 cm.
de longitud natural, el codo designa 45. Cf. Gn 2, 1-2.
la distancia de este hasta la punta de 46. Cf. supra Hom., I, 11, 14;
los dedos. Ahora bien, su valor 14, 9.20.
exacto oscila: el codo hebreo stan
Homilía XXV, 23-26 305
56. Cf. Sal 17, 15. 60. Cf. Sal 84, 6-7.
57. Col 3, 1. 61. Cf. Ex 34, 28.
58. Cf. Ex 30, 6. 62. Cf. 1 R 19, 8.
59. Hb 9, 4. 63. Cf. Mt 4, 2.
308 Beda
Rut 2 Reyes
4, 7: I, 1, 17 2, 11: II, 15, 22; 23, 4
24-25: I, 14, 17
1 Samuel 25, 9: II, 1, 15
1, 2: II, 19, 11
1, 20: II, 19, 11 3 Reyes
15-16: I, 14, 16 5, 17: II, 25, 21
16, 7: I, 16, 13 8, 66: II, 24, 32
18-21: I, 14, 16
25, 2-35: II, 23, 11 4 Reyes
2, 6-11: II, 15, 24
2 Samuel 2, 8-14: II, 15, 24
7, 4-13: II, 19, 6
1 Crónicas
Reyes 22, 1-10: 11, 19, 6
5, 1-10: II, 25, 5 22, 9: II, 24, 25
5, 8: II, 1, 19; 25, 2 23, 5: II, 19, 6
5, 10: II, 1, 19 23, 30-31: II, 19, 6
5, 17: II, 25, 2 1 Cr 24, 1-19: II, 19, 7
5, 38: II, 24, 24 24, 10: II, 19, 5.8
6, 2: 11, 25, 24
6, 3: II, 25, 31 2 Crónicas
6, 8: II, 1, 20 3, 4: II, 25, 26
6, 9-10: II, 1, 19 4, 7-22: II, 1, 19; 25, 3
6, 14-15: II, 25, 2 7, 1: II, 24, 28
6, 16: II, 1, 20; II, 25, 7, 5-10: II, 24, 19
27 8, 12: II, 19, 212
6, 17: II, 25, 28 22, 11: I, 3, 24
6, 19: II, 1, 20 23, 8: II, 19, 7
6, 20: II, 25, 28 24, 21-22: I, 3, 24
6, 20-22: II, 1, 19 36: I, 14, 17
6, 30: II, 1, 19
6, 38: II, 1, 15; 24, 19 Esdras
7, 15-22: II, 25, 32 1, 1-3: II, 1, 15
8, 27: I, 6, 15 1-6: I, 14, 17
316 Indice bíblico
53, 8: I, 7, 14 5, 2: I, 6, 10; 7, 13
56, 7: I, 9, 15; II, 1, 7
60, 1: I, 21, 6; II, 18, 3 Habacuc
61, 7: II, 1, 21 3, 2: I, 4, 31
62, 2: I, 11, 11 3, 13: I, 16, 12
65, 14: II, 13, 7 3, 18: I, 5, 15; 17, 8
65, 15: I, 11, 11
65, 16: I, 11, 11 Zacarías
66, 2: I, 4, 13; II, 3, 9 3, 1: I, 17, 8
66, 18: II, 12, 14 3, 9: I, 14, 10
66, 24: I, 23, 14 9, 9: II, 3, 1; 7
9, 11: II, 7, 12
Jeremías 12, 10: II, 14, 21
1, 5: I, 23, 18
11, 15: II, 1, 7 Malaquías
11, 20: II, 12, 13 4, 2: I, 3, 21; 7, 1; 8,
17, 5: I, 8, 11 11; 25, 5; 15; II,
17, 5-6: II, 25, 9 15, 19; 23; 20, 3
17, 6: II, 25, 9 4, 5-6: II, 19, 29
31, 15: I, 10, 3
Mateo
Lamentaciones 1, 18-25: 1,5
1, 9: II, 13, 13 1, 18: I, 5, 3
1, 19: I, 5 ,5
Ezequiel 1, 20-21: I, 5, 6
1, 5-10: I, 21, 18 1, 21: I, 5, 15; 11, 12
1, 22: I, 5, 8
Daniel 1, 23: I, 5, 9
2, 34-35: I, 14, 10 1, 24-25: I, 5, 10
3, 39: II, 21, 18 1, 25: I, 5, 4.11
2, 1: II, 23, 5
Oseas 2, 3: I, 18, 11
6, 6: I, 21, 12 2, 13-23: I, 10
2, 22: II, 23, 5
Joel 2, 23: I, 17, 9
2, 32: I, 4, 21; II, 25, 14 3, 1-8: II, 19, 16
3, 4: II, 23, 22
Amos 3, 8: II, 12, 16; 15, 8
9, 6: II, 15, 20 3, 9: I, 22, 10
3, 10: II, 25, 6
Miqueas 3, 11: I, 1, 19; 15, 5; II,
4, 8: I, 7, 15 15, 22; 20, 4
Indice bíblico 321
1, 30-32: I, 3, 12 2, 10: I, 6, 20
1, 32 1, 3, 14 2, 10 -11: II, 20, 2
1, 33 1, 3, 15.26 2, 11 I, 6, 21
1, 34 I, 3, 17 2, 12: I, 6, 22
1, 35 I, 7, 14 2, 13-14: II, 7, 10; 20, 5
1, 36 I, 3, 23 2, 14: I, 6, 24 ; I I , 9, 5
1, 38 I, 3, 27 ; I, 4, 3 2, 15 -16: I, 7, 4
1, 39-55: I, 4 2, 15-20: I, 7
1, 40-41: II, 19, 26 2, 16 I, 7, 7
1,41 I, 4, 7 2, 17 I, 7, 8
1,41 -42: I, 4, 8 2, 18 I, 7, 10
1,42: I, 3, 9 ; I, 4, 9 ; I, 2, 19 I, 7, 12
4, 12 2, 20 I, 7, 16
1, 43 I, 4, 13 2, 21 I, i i ; I, 11, 1
1, 44 I, 4, 14 2, 21 -24: I, 14, 18
1, 45 I, 4, 15 2, 22-23: I, 18, 1
1, 46-47: I, 4, 18 2, 24: I, 18, 4
1, 47 I, 4, 22 2, 22-35: I, 18
1, 48 I, 4, 20 2, 22: I, 11, 8
1, 49 I, 4, 21 2, 29-30: I, 17, 8
1, 50 I, 4, 22.29.34 2 34-35: I, 18, 9
1, 51 I, 4, 25 2, 42-52: I, 19
1, 52 I, 4, 26-27 2 47-48: I, 19, 7
1, 53 I, 4, 28 2, 48 I, 17, 9; 19, 8
1, 54 I, 4, 29 2, 49 I, 19, 8
1, 55 I, 4, 32 2, 50 I, 19, 10
1, 57-68: II, 20 2, 51 I, 19, 11.14
1, 58: II, 20, 5 2, 52 I, 17, 5 ; 19, 16:
1. 59-60: II, 20, 10 3, 1: I, 20, 2; II, 23, 5
1, 65: II, 20, 13 3, 6: I, 8, 19
1, 68: II, 20, 15 3, 7-8: II, 14, 5
1, 78-79: II, 1, 18; II, 20, 3, 8: II, 12, 16
16 3, 8: II, 15, 8
1, 79: I, 6, 15; II, 7, 7 3, 11 II, 14, 5
1, 80: II, 23, 22 3, 16: II, 20, 4
2, 1-14: 1,6 3, 21 -22: I, 12, 15
2, 4-5: I, 6, 8 3, 22: II, 1, 9
2, 6-7: I, 6, 13 4, 2: I, 12, 15
2,7: I, 6, 14 5, 27 I, 21, 3
2, 8: I, 7, 1 5, 28 I, 21, 10
2, 8-9: I, 6, 18 5, 29 I, 21, 8
2, 9: I, 6, 19; II, 7, 11 5, 32 I, 21, 15
Indice bíblico 325
Colosenses Tito
1, 12: II, 1, 10 1,2: I, 24, 8
1, 13: I, 3, 14 1, 16: I, 18, 10
1, 17: I, 19, 10 2, 12: 11, 2, 12; 25, 19
1, 18: II, 1, 17; 4, 9 2, 13: I, 23, 8
1, 24: I, 1, 14; II, 1, 17;
5, 6; 18, 13 Hebreos
2, 3: I, 9, 9; II, 6, 13 1, 9: I, 5, 16
2, 9: I, 2, 6; II, 20, 4 1, 14: II, 10, 8
3, 1: II, 25, 29 2, 4: II, 19, 30
3, 1-2: II, 11, 17; 15, 30 2, 9: I, 19, 10
3, 12: II, 4, 3 4, 13: II, 22, 6
7, 1: II, 19, 3
1 Tesalonicenses 7, 17: I, 15, 3
4, 17: I, 24, 14 7, 19: II, 20, 9
5, 17: II, 22, 7 8, 13: II, 20, 8
9, 4: II, 25, 29
2 Tesalonicenses 9, 5: II, 25, 28
2, 4: II, 3, 12 9, 11: II, 1, 17
9, 28: II, 19, 17
1 Timoteo 10, 1: I, 2, 16
1, 5: I, 10, 2; 20, 18; 10, 38: II, 19, 30
II, 8, 4; 14, 14 11, 4: I, 14, 13
1, 15-16: I, 21, 4 11, 6: I, 11, 7; 17, 1;
2, 5: I, 2, 6; 6, 1; 8, 1; 12, 6: II, 23, 21
15, 13; II, 2, 17; 12, 22: I, 24, 16
3, 1; 4, 9; 8, 7; 9, 12, 24: I, 14, 13
20; 10, 14; 15, 29;
18, 13; 20, 14; 24, Santiago
16; 25, 15 1,2: II, 13, 11; 23, 21
334 Indice bíblico
1, 12 I, 20, 18 1 Juan
1, 14 II, 25, 18 1, 1: II, 9, 9
1, 17 I, 8, 5 1, 3: II, 16, 5
1, 26 II, 6, 8 1, 8: I, 12, 3
1, 27 I, 9, 15 1, 9-10: II, 14, 4
2, 17 I, 8, 17; 20, 13 2, 1: II, 12, 10
2, 20 I, 17, 1; II, 11, 18 2, 6: I, 21, 5; II, 2, 2;
2, 26 II, 8, 9 11, 16
3, 2: I, 12, 3; 21, 16; II, 2, 17 II, 1, 10; 11, 17
23, 22 2, 20 I, 12, 22;
4, 3: II, 14, 7; II, 14, 8 2, 23 II, 16, 9
4, 9: I, 12, 18 3, 2: II, 12, 8; 17, 31;
4, 17 I, 19, 13 18, 7
5, 12 II, 23, 10 3, 14 II, 4, 2
5, 15 -16: II, 12, 16 3, 16 II, 5, 14
5, 16 II, 5, 14; II, 14, 5 3, 18 II, 17, 15
5, 19-20: I, 9, 15 3, 20 I, 25, 10
4, 7: II, 22, 2
1 Pedro 4, 10 II, 3, 4
1, 8: I, 24, 16 5, 1: II, 16, 9
1, 8-9: II, 12, 6 5, 14 II, 14, 18
1, 18 -19: I, 15, 2 5, 16 II, 5, 14
1, 24 II, 2, 11
2, 4-5: I, 14, 10 Judas
2, 5: II, 24, 24 6: II, 11, 9
2, 8: II, 3, 17
2, 9: II, 20, 17 Apocalipsis
2, 13 -14: I, 6, 12 1, 5: I, 5, 13; 15, 2; II,
2, 21 I, 9, 16 5, 14; 18, 22
2, 22 I, 12, 3; II, 5, 15 1, 7: I, 24, 11
3, 6: I, 11, 10 1, 9: II, 21, 17
3, 18 II, 24, 28 2, 10 II, 8, 19
4, 11 II, 1, 11 3, 19 I, 23, 16
4, 12 -13: II, 11, 16 3, 20 I, 21, 9
5, 6: II, 3, 16; 23, 25 4, 6-7: I, 21, 18
5, 8: II, 7, 20 4, 9-10: I, 21, 20
5, 9: II, 11, 18 5, 6: II, 2, 7
5, 8: II, 10, 4; 22, 6
2 Pedro 5, 13: I, 10, 13
1, 5-7: I, 12, 18 6, 9-11: II, 12, 9
1, 17 I, 8, 21; 12, 2 7, 9: I, 10, 15
2, 21 I, 18, 9; II, 14, 2 7, 10: II, 3, 11
Indice bíblico 335
Cesárea de Filipo I, 20, 2. 18; 20; 23; 18, 13; 19, 6; 20,
Circuncisión: I, 11, 4; 5; 6; 7 (2); 1; 8 (2); 10 (2); 11; 12 (3); 13
9 (3); 13 (2); 14(2); 15(3); 16 (2) ; 16; 17; 21, 5; 22, 7; 23, 5;
(2) ; 19 (2); 14, 19 (2); 18, 7; 22 (3); II, 1, 9; 17; 2, 9; 3, 1;
II, 3, 5; 19, 26; 20, 13 (2). 10; 12 (2); 4, 1; 2 (2); 3 (2);
Ciro: II, 1, 15. 11; 5, 8; 6, 7 (2); 8; 7, 5; 7; 10;
Cleofás: II, 8, 14. 18; 8, 4; 10 (2); 9, 10; 13; 18;
Constantino, emperador: II, 10, 20; 11, 7; 8; 13 (6); 17; 12, 1;
18 ( 2). 13, 5; 10; 11; 12 (2); 15, 6; 7
Cordero I, 10, 12; 13 (2); 13, 11; (3) ; 13; 30; 16, 5; 11; 14; 17,
14, 1; 3; 16, 5; 17, 3 ; II, 3, 1; 5; 10; 13 (5); 15 (2); 16; 18;
3; 7, 20 (5); 23; 17, 20. 30; 32; 18, 12 (3); 13; 14; 19;
Cornelio: II, 19, 26. 19, 16; 18; 29 (2); 30 (2); 20,
Creador: I, 2, 8; 3, 14; 27; 4, 18; 3; 6 (2); 7 (4); 11; 14; 21, 6
26; 29; 31; 6, 4; 12; 18; 19; 24; (2) ; 9; 14; 16; 22, 8 (2); 9; 10
25; 28; 7, 8; 8, 7; 8 (2); 14; 23; (3); 11; 14 (2); 15 (2); 23, 15
11, 7; 13; 14; 12, 4; 13; 16, 10; (4), 16 (4); 23; 24 (2); 24, 5;
18, 13; 14; 19, 4; 12; 15; 20, 24, 14 (3); 17 (3); 18 (2); 25,
6; 21, 5; 22, 15; 23, 10; 11; 15; 4; 16; 18; 20; 29; 30; 32 Me
16 (2); 17; 19; 24, 9; 16 (2); sías I, 16, 10 (2); II, 24, 6 (3);
21; 25, 1; 6; 17; II, 2, 8; 3, 16; 7 (2); 10; 11 (2); 16; 17.
4, 16; 5, 1 (5); 7, 6; 19; 8, 7;
9, 19; 10, 8; 11, 9; 11; 12, 3; Daniel: I, 14, 10.
13, 9; 13; 14, 3; 5; 10 (2); 15, David: I, 3, 5 (3); 14 (6); 24 (3);
17; 17, 31; 18, 21; 19, 27; 31; 5, 5; 6, 10 (2); 11; 21; 7, 5; 12;
20, 13; 21, 1; 22, 1; 6; 13; 23, 8, 22; 14, 7 (2); 16 (2); 16, 21;
24; 24, 29; 33; 34; 25, 5; 25; 17, 9; 11 (2); 22, 1; II, 19, 5
27. (2); 6; 8; 20, 11; 24, 5; 6 (2).
Cristo: I, 1, 1; 4; 5; 13; 17; 19 (2); Decápolis: II, 5, 2.
2, 9; 10; 15 (2); 16 (3); 3, 15; Demonio: I, 12, 15; 14, 16; 22, 9
22; 27; 28; 4, 22; 27; 32; 33; (2); 24, 2; II, 3, 2; 7; 5, 1; 11,
5, 6 (3); 8; 16 (2); 6, 7; 20 (2); 9; 12; 15, 10; 16, 6; 23, 1.
7, 3; 5; 7; 9; 12; 8, 3 (2); 4; 5; Diablo: I, 3, 2; 3 (2); 4, 28; 12,
6; 7; 10; 13; 17; 18; 20; 21; 22 13; 14, 17 (2); 17, 8; 22, 9; 13;
(3) ; 9, 5; 11 (2); 15; 19; 20; 10, II, 3, 8; 13; 5, 5; 7, 21; 10, 15;
1 (3); 2 (2); 4; 8 (2); 10; 13; 11, 6; 9 (2); 18, 6; 25, 18.
14; 11, 11 (4); 12, 10; 19; 20; Diógenes: I, 13, 2.
22 (2); 23; 13, 3 (2); 4; 5; 6 Domiciano, emperador: I, 9, 12;
(2); 7 (4); 8 (2);; 14, 4; 10; 11, 19 (2); 20; II, 21, 17.
13; 14; 16; 17 (3); 22; 25; 15,
9; 17; 16, 2; 10 (3); 11; 12; 15; Ebión: I, 9, 19.
16 (2); 17, 2; 7; 9; 11 (2); 16; Éfeso: I, 9, 20; II, 21, 16.
Indice de nombres y materias 339
Egipcio: I, 16, 17; II, 3, 2 (2); 7, 5, 17; 6, 4 (2); 13; 7, 24; 8, 12;
19 (2); 20; 17, 20 (2). 16; 19; 9, 13 (2); 10, 20; 11, 1
Egipto: I, 1, 7; 3, 7; 24; 5, 7; 6, (2) ; 3; 4; 5 (2); 6; 8; 9 (2); 10;
11; 8, 19 (2); 10, 6; 7 (2); 8; 11 (3); 12 (4); 13 (3); 14 (4);
15, 3; 21, 2. 16 (2); 17; 18; 19 (3); 12, 7 (3);
Eleazar: II, 19, 5; 7. 11 (4); 18; 13, 15; 14, 14; 20
Elena, madre de Constantino II, (3) ; 21 (8); 22 (2); 15, 9; 10
10, 18. (4) ; 13; 16 (2); 17; 21; 22 (3);
Elias: I, 10, 8; 9; 20, 11; 24, 13 23; 26; 27; 30; 16, 1 (2); 2 (3);
(3); 14; 16; 19; II, 15, 22; 24 3 (4); 4 (4); 5; 19 (3); 24; 25;
(5); 25; 26 (3); 27 (3); 28 (3); 26 (2); 28; 31; 17, 1 (3); 2; 3;
19, 28 (3); 29 (2); 20, 4; 23, 4; 4; 6; 8 (2); 9; 10; 15; 17; 18
25, 30. (2); 19 (2); 21 (2); 22; 23; 24
Elíseo: II, 15, 24 (4); 26 (3); 27; (2) ; 25 (2); 27 (2); 29 (2); 30;
28 (2). 31; 32 (2); 18, 7; 8 (3); 22 (2);
Emaús: II, 8, 14; 9, 2 (2). 19, 18; 25; 26 (2); 32; 20, 4
Emisa: II, 23, 20. (3) ; 13; 14 (3); 18; 21, 10; 19;
Emmanuel: I, 5, 9. 22, 3; 17; 23, 22; 23; 25; 24,
Enoc: I, 10, 8; 9; II, 15, 22 (2); 10; 35; 25, 36; Paráclito II,
23. 11, 5; 17, 2; 3; 4; 5; 6 (3); 24.
Epifanía: I, 6, 17. Esteban san I, 11, 16; II, 16, 8.
Espíritu Santo I, 1, 6; 15; 20 (5); Europa: II, 13, 8.
21 (3); 22 (2); 2, 6; 7 (2); 15; Ezequiel: I, 21, 18; 19.
16; 18; 23; 24; 27; 3, 18; 19
(3) ; 20 (3); 27; 29; 4, 7 (2); 8; Felipe, apóstol: I, 17, 2; 4; 6 (2);
10; 13; 14 (3); 15 (2); 16; 17 9 (3); 10 (2); 11; 16; 17; 25;
(2); 36; 5, 6; 16; 6, 28; 7, 12; 23, 23; II, 2, 8 (2); 9, 15.
17; 8, 5 (2); 18; 21; 24 (2); 9, Felipe, hermano: de Arquelao II,
20; 21; 22; 10, 14; 11, 8; 16; 23, 6 (2).
19; 12, 2; 4; 5; 7 (3); 8 (4); 9 Fenicia: II, 23, 20.
(2); 11 (2); 12 (3); 13 (2); 15; Filipenses, epístola: a los II, 22,
21 (2); 22 (2); 23 (2); 13, 15; 10.
14, 11 (2); 14; 17 (3); 24 (2); Finés: II, 19, 5.
26; 15, 2; 5 (2); 6 (2); 7; 8 (3); Focio: II, 24, 17.
9(2); 10(5); 11 (4); 12(3); 13 Fotino: I, 15, 17; II, 24, 17.
(4) ; 14 (2); 15 (5); 16; 17 (2);
16, 11; 12 (2); 22; 17, 8; 24; Gabriel: I, 3, 4 (2).
25; 18, 16; 19, 2; 9 (2); 16; 20, Galia: I, 13, 10.
9 (3); 10 (4); 11 (7); 18; 21, Galilea: I, 10, 9; 10 (2); 14, 5; 17,
20; 22, 15; 23, 24; 24, 20; 21; 3; 4; 5; 25 (3); II, 2, 3 (2); 4;
25, 11; 17; II, 1, 9 (4); 11; 23 5, 2 (2); 7, 16; 17 (2); 8, 2; 3
(2); 2, 7 (2); 17; 3, 17; 4, 17; (2); 4 (2); 14; 18.
340 Indice de nombres y materias
Paráclito, véase: Espíritu Santo. 16, 6; 19, 6; 24, 2 (2); 13; 19;
Paros, mármol: de II, 25, 24. 20; 21; 24; 25 (2); 28 (2); 25,
Patmos, isla de I, 9, 12; II, 21, 17. 2; 5; 21.
Pedro apóstol I, 4, 22; 6, 18; 9, 2 Salvador: I, 1, 13; 22; 2, 14; 3, 7;
(2); 3; 5 (3); 8; 10; 14; 16 (4); 12; 4, 13; 18; 32; 5, 1; 6; 9; 12;
11, 10; 12, 18; 13, 1; 3; 14, 10; 15 (2); 16; 6, 8; 22; 26; 27; 28;
15, 2; 16, 10; 13 (2); 15 (7); 7, 1; 4; 8; 8, 3; 9, 8; 9; 13; 11,
16 (3) Cefas I, 16, 15 Príncipe 12; 12, 1; 14; 13, 7; 13; 14, 1;
de los Apóstoles I, 6, 12; II, 3; 5; 12; 13; 15, 1; 6; 16, 12;
25, 16 Simón I, 16, 10; 14 (2); 15; 17, 8; 10; 18, 1; 3; 7; 19,
15; 16; 20, 12; 18. 1; 7; 11; 15; 20, 6; 12; 21, 11;
Pilato: II, 23, 5. 22, 1; 6 (2); 8; 23, 6; 8 (2); 13;
Platón: I, 13, 2. 23; 24, 9; II, 1, 1; 12; 13; 2, 1;
Precursor, véase: Juan Bautista. 4, 1; 5, 6; 16; 6, 3; 7, 1; 16;
Príncipe de los Apóstoles, véase 18; 9, 4; 5; 10, 12; 12, 1 (3); 4
Pedro apóstol. (3); 9; 18; 13, 1; 14, 10; 15, 4;
Proverbios, libro: de los I, 8, 4; 14; 26; 16, 7; 18; 17, 8; 26; 18,
II, 1, 10; 14, 7. 20; 19, 15; 22; 29; 20, 3; 21,
11; 18;.
Raquel: I, 10, 4 (2); 5 (4); 11; 14. Samaria: II, 23, 19; 20.
Rebeca: II, 1, 2. Samuel: I, 16, 13; II, 19, 11.
Redentor: I, 2, 1; 3, 13; 14; 18; Sansón: II, 19, 11.
20; 21; 22; 4, 16; 28; 31; 33; Santiago apóstol I, 8, 5; II, 5, 14;
6, 1; 2; 9; 12; 14; 19; 8, 16; 23 12, 17; 14, 5; 7; 20, 15(2); 17;
(2); 9, 3; 13, 15; 16, 5; 18; 19; 23, 10.
21; 17, 1; 15; 23; 18, 8; 19, 1; Sara: I, 11, 10.
21, 19; 23, 8; 24, 1; 14; 25, 2; Satanás: II, 3, 14; 12, 1.
II, 3, 17; 4, 2; 6; 5, 11; 7, 9; Saúl: I, 14, 16 (3).
21; 8, 1; 9, 1; 5; 10, 1; 7; 8; Saulo, véase: Pablo.
10; 12; 11, 1; 15, 11; 12, 21; Señor: I, 1, 1; 3; 7; 12 (2); 13; 14
28; 29; 16, 15; 25; 17, 21; 25; (2); 18; 20; 21; 22; 2, 3; 4; 6;
18, 17; 18; 21; 19, 1; 3 (2); 11; 12; 21; 23 (2); 3, 5; 6; 7; 8; 10;
23; 28; 20, 12; 14; 21, 1; 7; 19; 12; 13; 14(2); 19; 21 (2); 23 (2);
22, 17; 23, 5; 16; 23; 24; 24, 24; 29; 4, 6; 7 (2); 8; 10; 11; 13
1; 29; 25, 5; 20; 33 (3). (2); 14; 15; 16 (2); 17; 18; 19;
Rojo, mar: I, 1, 7; 16, 17; 18. 20; 25; 27; 28; 30; 32 (2); 34;
Roma: I, 13, 8; 10 (2); 14. 35 (2); 36 (3); 5, 1; 5 (2); 10;
11 (3); 12; 13 (2); 16; 6, 1; 3; 6
Sabaste: II, 23, 20. (2); 10; 11; 13; 17 (2); 18 (3);
Sabelio: II, 24, 18 (2). 21; 23 (3); 24 (2); 26; 28; 7, 1
Salomón: II, 1, 10; 15; 3, 16; 11, (2); 6; 7; 14; 15; 16; 17; 8, 1 (2);
2; 14; 12, 17; 14, 7; 19; 15, 29; 2 (2); 11; 12; 18; 9, 1; 2; 3; 4;
Indice de nombres y materias 345
N ota e d it o r ia l .................................................................................... 5
B eda
HOMILIAS SOBRE LOS EVANGELIOS
L I B R O II
H O M IL ÍA I
En la Cuaresma (Jn 2, 1 2 -2 2 ).......................................................... 9
H O M I L Í A II
En la Cuaresma (Jn 6, 1 -1 4 ) ............................................................. 23
H O M I L Í A III
Domingo anterior a la Pascua (Mt 21, 1 - 9 ) .............................. 33
H O M I L Í A IV
En la Semana Mayor (Jn 11, 55-12, 1 1 ) ..................................... 44
H O M IL ÍA V
En la Cena del Señor (Jn 13, 1 - 1 7 ) .............................................. 54
H O M I L Í A VI
En el Sábado Santo (Me 7, 3 1 - 3 7 ) ................................................. 63
H O M I L Í A V II
En la Vigilia pascual (Mt 28, 1-10) .............................................. 71
H O M I L Í A V III
Domingo de resurrección (Mt 28, 16-20)..................................... 83
348 Indice general
H O M I L Í A IX
Después de la Pascua (Le 24, 3 6 - 4 7 ) ............................................ 93
H O M IL ÍA X
Después de la Pascua (Le 24, 1 - 9 ) ................................................. 104
H O M IL ÍA X I
Después de la Pascua (Jn 16, 5-15) .............................................. 115
H O M IL ÍA X II
Después de la Pascua (Jn 16, 23-30) ............................................ 126
H O M IL ÍA X III
Después de la Pascua (Jn 16, 16-22) ............................................ 137
H O M IL ÍA X IV
En las letanías mayores (Le 11, 9-13) ....................................... 145
H O M IL ÍA X V
En la Ascensión del Señor (Le 24, 4 4 - 5 3 ) .................................. 145
H O M IL ÍA XV I
Después de la Ascensión (Jn 15, 26 - 16, 4 ) .............................. 173
H O M IL ÍA X V II
Domingo de Pentecostés (Jn 14, 1 5 - 2 1 ) ....................................... 190
H O M IL ÍA X V III
Octava de Pentecostés (Jn 3, 1 -16)................................................. 206
H O M IL ÍA X IX
En la vigilia del nadmiento de san Juan Bautista (Le 1,5-17).... 218
H O M IL ÍA X X
En el nacimiento de san Juan Bautista (Le 1, 5 7 - 6 8 ) ........... 234
H O M IL ÍA X X I
Santos Juan y Pablo (Mt 20, 2 0 - 2 3 ) .............................................. 244
H O M IL ÍA X X II
Santos Pedro y Pablo (Jn 21, 15-19) ............................................ 255
Indice general 349
H O M IL ÍA X X III
En la degollación de san Juan Bautista (Mt 14, 1-12) ........ 265
H O M IL ÍA X X IV
En la dedicación de una iglesia (Jn 10, 2 2 - 3 0 ) ......................... 278
H O M IL ÍA X X V
En la dedicación de una iglesia (Le 6, 43-48) ......................... 294
Í n d ic e b í b l i c o ....................................................................................... 313