El documento narra la historia de un hombre cuya esposa enferma gravemente y no puede ser curada en hospitales. Deciden visitar a una mujer que vive sola y que se dice tiene poderes curativos. Ella examina a la esposa y dice que está embrujada, realizando un ritual para extraer la parte enferma de su sombra. Más tarde anuncia que la curación fue exitosa.
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El documento narra la historia de un hombre cuya esposa enferma gravemente y no puede ser curada en hospitales. Deciden visitar a una mujer que vive sola y que se dice tiene poderes curativos. Ella examina a la esposa y dice que está embrujada, realizando un ritual para extraer la parte enferma de su sombra. Más tarde anuncia que la curación fue exitosa.
El documento narra la historia de un hombre cuya esposa enferma gravemente y no puede ser curada en hospitales. Deciden visitar a una mujer que vive sola y que se dice tiene poderes curativos. Ella examina a la esposa y dice que está embrujada, realizando un ritual para extraer la parte enferma de su sombra. Más tarde anuncia que la curación fue exitosa.
El documento narra la historia de un hombre cuya esposa enferma gravemente y no puede ser curada en hospitales. Deciden visitar a una mujer que vive sola y que se dice tiene poderes curativos. Ella examina a la esposa y dice que está embrujada, realizando un ritual para extraer la parte enferma de su sombra. Más tarde anuncia que la curación fue exitosa.
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La realidad no es un sustantivo singular, sino un verbo plural dice
Robert Anton Wilson; porque está en constante cambio. Cuando te
acostumbras a pensar en términos de sintonizado y no sintonizado, todos los problemas en filosofía acerca del ser o no ser, resultan pocos esenciales, dado que no sabemos con total claridad lo que es y lo que no es; todo lo que sabemos es aquello que sintonizamos o no sintonizamos. Es decir, que bajo esta lógica lo que percibimos cómo real o no, depende de lo que somos capaces de percibir bajo el orden de nuestros cinco sentidos y todo aquello que la cultura tiene para explicarnos con argumentos muy bien elaborados. Luego lo que no tiene explicación, lo que trasciende, son especulaciones, o simples parábolas sin resolver que mitifican el lugar en el que nos encontramos. De todas maneras, cuando hay hechos que no encajan o interrumpen esta lógica y el lenguaje o la cultura no alcanza para darles un sentido que seamos capaces de comprender; nuestra realidad se diluye, y se transforma casi en un oropel vacío, se vuelve ficción. Pero te juro que lo que te voy a contar no es ficción, lo que te voy a contar es real y me pasó a mí. Hacía una semana que mi mujer había enfermado. Vomitaba constantemente, se pasaba largas horas en la cama durmiendo, no comía, ni veía el sol, su piel iba perdiendo el color y la tristeza poco a poco iba colmando los rincones de la casa. Visitamos los mejores hospitales, los más caros, pero ninguno de los médicos nos dio una solución exacta para detener los vómitos, en cambio siempre volvíamos a casa con recetas prescriptas para comprar algún medicamento, y un turno con una fecha lejana para hacer los análisis clínicos correspondientes y una tomografía computarizada del abdomen. Pero no podíamos esperar más tiempo; necesitábamos una solución. Clara necesitaba una solución. Decidimos entonces ir a lo de la mujer de la casa antigua. En el puerto de White se hablaba de una mujer que era bruja, decían que vivía en una casita antigua cerca del barrio. Los vecinos creían que ella tenía un don: podía ver lo que nadie más y presentaba soluciones a los problemas más perturbadores, a las enfermedades más irremediables. Eso me habían dicho, pero no les creía. Consideraba esas palabrerías como oportunismos poco confiables. Pero no podía ver más a Clara así. Entonces decidimos ir. Clara ingresó al auto casi como un animal dopado, muy lentamente y con mucha dificultad. Tuve mucho cuidado el resto del viaje, iba muy lento y cada tanto giraba a ver como estaba. Ella se encontraba acostada en posición fetal, se posicionaba apoyando su cabeza cerca de la puerta, aferrándose con sus manos a una campera que simulaba ser una frazada. Clara estaba muy pálida y cada tanto daba temblores. Acerqué mi mano para ver si tenía fiebre, pero no. Cuando llegamos a la casita antigua estacioné al frente. Desperté a Clara que me devolvió una sonrisa muy gentil. Salimos del auto, la ayude a cruzar la vereda, toqué la puerta dos veces y una mujer me abrió. Nos invitó a pasar. Clara se sentó en un sillón, y yo lo primero que dije era que necesitábamos su ayuda, que Clara estaba muy enferma, que ya habíamos recorrido distintos hospitales pero nadie sabe que tiene, que el dinero no es ningún problema y que estoy dispuesto a hacer lo que sea con tal de que regrese la salud de mi mujer. La mujer guardó silencio hasta esperar que esté más calmado. Me ofreció en ese lapso de tiempo un vaso de agua a mí y a Clara. Bebí y me sentí un poco más relajado. Me di cuenta que estaba muy agitado. Clara en cambio parecía estar a punto de dormirse. Se sostenía el pelo con ambas manos y parecía hacer una gran fuerza para no desmoronarse allí mismo. La mujer examinó un rato a Clara con los ojos. Se acercó a ella, acarició su pelo, se alejó y luego dijo: “Los vómitos son porque ella está embrujada”. Ninguno de los dos, ni Clara, ni yo, le había dicho absolutamente nada sobre los vómitos, ni del resto de los síntomas. Dijo que una especie de mal estaba en su interior, que su cuerpo trataba de repudiarlo, por eso los vómitos: pero poco a poco, sino se trataba con el cuidado necesario, ese mal se expandiría de su estómago a su corazón, y lo devoraría por completo. Sentí que el mundo comenzaba a caerse encima de mí: pensé que iba a perder el equilibrio e iba a caer. Clara irrumpió el silencio: “Cúreme”, dijo, “haga lo que sea necesario”. La mujer asintió con la cabeza. Dijo que iba a comenzar una operación sobre su sombra: que debía extraerle una parte de la sombra que ya estaba enferma y se arraigaba como un parasito en su abdomen. No entendía a qué se refería. Pero Clara había comenzado a hacer arcadas. Intenté acercarme a ella lo más rápido para ayudarla. Pero la mujer me interrumpió. La mujer dijo que se haría cargo de ahora en más. Me dijo que si me movía incorrectamente, podía mover algo que no era debido en la casa. Que me quedara quieto en el mismo lugar. Luego tomó de la mano a Clara y se perdieron ambas por un pasillo poco iluminado. Lo último que escuché fue la puerta cerrarse y nada más. Me tomé con las dos manos la cabeza y me dejé caer en la silla. Algo en el aire cambió en el instante previo a ver las siluetas desaparecer en alguna habitación: algo se volvió más denso, como si el espacio que ocupaban realmente lo fueran absolutamente todo. Cómo si Clara lo fuera todo en mí. El silencio devoraba poco a poco la casa y ganaba terreno expandiéndose cómo una gran mancha indisoluble. Me pregunté a qué se refería la mujer con una operación de su sombra. Me pregunté por qué me afectó tanto escuchar todo lo que me decía: ¿Había lógica alguna en lo que estaba diciendo? ¿Había algo de lógica en todo esto? De todas formas me dejé simplemente estar y esperé a que todo transcurriera sin moverme de la silla. No sé cuánto tiempo estuve así: no sé si una hora, no sé si dos, siempre en el mismo lugar. Poco a poco el ambiente comenzó a teñirse de un pesadez agobiante: cómo si todo la casa estuviera dotada de algo que no se pudiera ver. Algo que poco a poco me tiraba, cómo si exigiera de mi el sueño, aunque no estaba cansado comencé a sentirme agotado: empecé a bostezar y los parpados poco a poco se cerraban lentamente. Me desperté por el ruido de la puerta que se abría. Escuché las voces. Me levanté rápidamente de la silla y me acerqué al pasillo. Entonces la vi. Clara caminaba acercándose muy lentamente. Cuando me vio me abrazo, y comenzó a llorar. Le dije que la extrañé, que no se dio una idea de lo preocupado que estaba, que la amaba, le dije. Ella solo se limitó a decir que estaba mejor, que podíamos volver a casa. Detrás de ella llegaba la mujer. No sabíamos cómo agradecerle. Ella nos invitó a sentarse en la mesa, nos dijo que durante estos días sería normal que Clara bostezara mucho y que descansara de igual forma, una operación en estas condiciones requería mucho tiempo de recuperación. Pero que había salido todo bien. La sombra se fue, dijo la mujer. Mire a Carla, su compostura era más fuerte, sus ojos brillaban y la palidez de su piel poco a poco era reemplazada por un color más vívido.
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