Encuentro

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La realidad no es un sustantivo singular, sino un verbo plural dice

Robert Anton Wilson; porque está en constante cambio. Cuando te


acostumbras a pensar en términos de sintonizado y no sintonizado, todos
los problemas en filosofía acerca del ser o no ser, resultan pocos
esenciales, dado que no sabemos con total claridad lo que es y lo que no
es; todo lo que sabemos es aquello que sintonizamos o no sintonizamos.
Es decir, que bajo esta lógica lo que percibimos cómo real o no, depende
de lo que somos capaces de percibir bajo el orden de nuestros cinco
sentidos y todo aquello que la cultura tiene para explicarnos con
argumentos muy bien elaborados. Luego lo que no tiene explicación, lo
que trasciende, son especulaciones, o simples parábolas sin resolver que
mitifican el lugar en el que nos encontramos. De todas maneras, cuando
hay hechos que no encajan o interrumpen esta lógica y el lenguaje o la
cultura no alcanza para darles un sentido que seamos capaces de
comprender; nuestra realidad se diluye, y se transforma casi en un oropel
vacío, se vuelve ficción. Pero te juro que lo que te voy a contar no es
ficción, lo que te voy a contar es real y me pasó a mí.
Hacía una semana que mi mujer había enfermado. Vomitaba
constantemente, se pasaba largas horas en la cama durmiendo, no comía,
ni veía el sol, su piel iba perdiendo el color y la tristeza poco a poco iba
colmando los rincones de la casa.
Visitamos los mejores hospitales, los más caros, pero ninguno de los
médicos nos dio una solución exacta para detener los vómitos, en cambio
siempre volvíamos a casa con recetas prescriptas para comprar algún
medicamento, y un turno con una fecha lejana para hacer los análisis
clínicos correspondientes y una tomografía computarizada del abdomen.
Pero no podíamos esperar más tiempo; necesitábamos una solución.
Clara necesitaba una solución.
Decidimos entonces ir a lo de la mujer de la casa antigua.
En el puerto de White se hablaba de una mujer que era bruja, decían que
vivía en una casita antigua cerca del barrio. Los vecinos creían que ella
tenía un don: podía ver lo que nadie más y presentaba soluciones a los
problemas más perturbadores, a las enfermedades más irremediables.
Eso me habían dicho, pero no les creía. Consideraba esas palabrerías
como oportunismos poco confiables. Pero no podía ver más a Clara así.
Entonces decidimos ir.
Clara ingresó al auto casi como un animal dopado, muy lentamente y con
mucha dificultad. Tuve mucho cuidado el resto del viaje, iba muy lento y
cada tanto giraba a ver como estaba. Ella se encontraba acostada en
posición fetal, se posicionaba apoyando su cabeza cerca de la puerta,
aferrándose con sus manos a una campera que simulaba ser una frazada.
Clara estaba muy pálida y cada tanto daba temblores. Acerqué mi mano
para ver si tenía fiebre, pero no.
Cuando llegamos a la casita antigua estacioné al frente. Desperté a Clara
que me devolvió una sonrisa muy gentil. Salimos del auto, la ayude a
cruzar la vereda, toqué la puerta dos veces y una mujer me abrió. Nos
invitó a pasar. Clara se sentó en un sillón, y yo lo primero que dije era
que necesitábamos su ayuda, que Clara estaba muy enferma, que ya
habíamos recorrido distintos hospitales pero nadie sabe que tiene, que el
dinero no es ningún problema y que estoy dispuesto a hacer lo que sea
con tal de que regrese la salud de mi mujer.
La mujer guardó silencio hasta esperar que esté más calmado. Me ofreció
en ese lapso de tiempo un vaso de agua a mí y a Clara. Bebí y me sentí
un poco más relajado. Me di cuenta que estaba muy agitado. Clara en
cambio parecía estar a punto de dormirse. Se sostenía el pelo con ambas
manos y parecía hacer una gran fuerza para no desmoronarse allí mismo.
La mujer examinó un rato a Clara con los ojos. Se acercó a ella, acarició
su pelo, se alejó y luego dijo: “Los vómitos son porque ella está
embrujada”. Ninguno de los dos, ni Clara, ni yo, le había dicho
absolutamente nada sobre los vómitos, ni del resto de los síntomas.
Dijo que una especie de mal estaba en su interior, que su cuerpo trataba
de repudiarlo, por eso los vómitos: pero poco a poco, sino se trataba con
el cuidado necesario, ese mal se expandiría de su estómago a su corazón,
y lo devoraría por completo. Sentí que el mundo comenzaba a caerse
encima de mí: pensé que iba a perder el equilibrio e iba a caer. Clara
irrumpió el silencio: “Cúreme”, dijo, “haga lo que sea necesario”. La
mujer asintió con la cabeza. Dijo que iba a comenzar una operación
sobre su sombra: que debía extraerle una parte de la sombra que ya
estaba enferma y se arraigaba como un parasito en su abdomen. No
entendía a qué se refería. Pero Clara había comenzado a hacer arcadas.
Intenté acercarme a ella lo más rápido para ayudarla. Pero la mujer me
interrumpió. La mujer dijo que se haría cargo de ahora en más. Me dijo
que si me movía incorrectamente, podía mover algo que no era debido en
la casa. Que me quedara quieto en el mismo lugar. Luego tomó de la
mano a Clara y se perdieron ambas por un pasillo poco iluminado.
Lo último que escuché fue la puerta cerrarse y nada más. Me tomé con
las dos manos la cabeza y me dejé caer en la silla. Algo en el aire cambió
en el instante previo a ver las siluetas desaparecer en alguna habitación:
algo se volvió más denso, como si el espacio que ocupaban realmente lo
fueran absolutamente todo. Cómo si Clara lo fuera todo en mí. El
silencio devoraba poco a poco la casa y ganaba terreno expandiéndose
cómo una gran mancha indisoluble. Me pregunté a qué se refería la
mujer con una operación de su sombra. Me pregunté por qué me afectó
tanto escuchar todo lo que me decía: ¿Había lógica alguna en lo que
estaba diciendo? ¿Había algo de lógica en todo esto?
De todas formas me dejé simplemente estar y esperé a que todo
transcurriera sin moverme de la silla. No sé cuánto tiempo estuve así: no
sé si una hora, no sé si dos, siempre en el mismo lugar. Poco a poco el
ambiente comenzó a teñirse de un pesadez agobiante: cómo si todo la
casa estuviera dotada de algo que no se pudiera ver. Algo que poco a
poco me tiraba, cómo si exigiera de mi el sueño, aunque no estaba
cansado comencé a sentirme agotado: empecé a bostezar y los parpados
poco a poco se cerraban lentamente. Me desperté por el ruido de la
puerta que se abría.
Escuché las voces. Me levanté rápidamente de la silla y me acerqué al
pasillo. Entonces la vi. Clara caminaba acercándose muy lentamente.
Cuando me vio me abrazo, y comenzó a llorar. Le dije que la extrañé,
que no se dio una idea de lo preocupado que estaba, que la amaba, le
dije. Ella solo se limitó a decir que estaba mejor, que podíamos volver a
casa.
Detrás de ella llegaba la mujer. No sabíamos cómo agradecerle. Ella nos
invitó a sentarse en la mesa, nos dijo que durante estos días sería normal
que Clara bostezara mucho y que descansara de igual forma, una
operación en estas condiciones requería mucho tiempo de recuperación.
Pero que había salido todo bien. La sombra se fue, dijo la mujer.
Mire a Carla, su compostura era más fuerte, sus ojos brillaban y la
palidez de su piel poco a poco era reemplazada por un color más vívido.

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