Sor Isabel de La Trinidad

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SOR ISABEL DE LA TRINIDAD

1880-1906
EL CIELO EN LA FE

DIA QUINTO

La llegada siempre nueva de Dios./ El Dios de la gracia y el Dios de la eternidad./La


Eucaristía, testimonio del Amor./Cristo viviendo en las almas./A la unidad por el
amor.

Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Ap. 3,20

¡Felices los oídos del alma que se encuentra suficientemente vigilante y recogida
para escuchar estas palabras del Verbo de Dios!
¡Felices “los ojos” del alma que “iluminada” por una fe viva y profunda puede
presenciar “la llegada” del Divino maestro a su santuario interior!
Pero, ¿en qué consiste esta llegada? “Es una generación permanente. Es una
iluminación sin deficiencias….Cristo viene con sus tesoros. Pero es tal el misterio de
la rapidez divina, que llega continuamente…siempre por primera vez, como si nunca lo
hubiera hecho, porque su llegada, realizándose independientemente del tiempo,
consiste en un eterno AHORA y un eterno deseo renueva eternamente las alegrías
de su llegada.

Las satisfacciones que El aporta son infinitas porque son El mismo. La capacidad del
alma, dilatada con la venida del Maestro, parece desbordarse y, traspasando sus
propias limitaciones, se sumerge en la inmensidad de Aquel que llega. En este
momento se produce el siguiente fenómeno: es Dios quien recibe en el fondo de
nuestro ser al Dios que llega. ¡Es Dios quien contempla a Dios! ¡ Dios en quien
consiste la bienaventuranza!1”

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él Jn 6,56

“ El primer testimonio de amor de Jesús es habernos dado a comer su cuerpo y a


beber su sangre.. El amor posee esta característica; siempre da y siempre recibe.
Pues bien; el amor de Cristo es generoso. Da todo cuanto tiene y todo lo que es. En
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retorno, se posesiona de todo cuanto tenemos y de todo lo que somos. Nos exige
más de lo que podemos ofrecerle. Su hambre es tan inmensa que quiere devorarnos
totalmente. Penetra hasta la médula de nuestros huesos. Cuanto más amorosamente
se lo permitimos, más plenamente disfrutamos de El…

Conoce nuestra pobreza pero prescinde de ella y nos despoja de todo. El mismo hace
en nosotros su pan consumiendo antes con su amor nuestros vicios, faltas y pecados.
Luego, cuando ya nos ve purificados, se lanza voraz como un buitre dispuesto a
devorarlo todo. Quiere consumir nuestra vida, llena de vicios, para transformarla en
la suya, llena de gracia, de gloria y destinada a ser nuestra con tal que renunciemos
a nosotros mismos.

Si nuestros ojos estuvieran suficientemente purificados para ver esos anhelos


devoradores de Cristo, hambriento de nuestra salvación, todos nuestros esfuerzos
no podrían impedirnos volar hasta su boca abierta. Esto parece absurdo. Quienes
aman lo comprenderán.

Cuando recibimos a Cristo “con actitud de intima abnegación, su sangre caliente y


gloriosa circula por nuestras venas, el fuego prende en el fondo de nuestro ser y se
nos transmite la semejanza de sus virtudes, El vive en nosotros y nosotros vivimos
en El, El nos da su alma con la plenitud de la gracia y, mediante ella, nuestra alma
persevera en la caridad y en la alabanza del Padre…

El amor atrae hacia sí su propio objeto. Nosotros atraemos a Jesús hacia nosotros
mismos. Jesús nos arrastra hacia El. Es entonces cuando arrebatados más allá de
nuestro ser en la interioridad del amor, marchamos con la mirada puesta en Dios a
su encuentro; al encuentro de su Espíritu que es su amor. Y este Amor nos abrasa,
nos consume, nos atrae hacia la unidad donde nos espera la bienaventuranza…

Jesucristo pensaba en esto cuando decía Ardientemente he deseado comer esta


Pascua con vosotros”2 Lc 22,15

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