Garcia Lopez. Capítulo Virtud
Garcia Lopez. Capítulo Virtud
Garcia Lopez. Capítulo Virtud
VIRTUD Y PERSONALIDAD
SEGÚN TOMÁS DE AQUINO
1587
Introducción de
Jordán Gallego Salvadores
LA NOCIÓN DE VIRTUD
1
Tomás de Aquino, STh, I-II q26 a2 ad1.
2
Tomás de Aquino, STh, I-II q41 a1 ad1.
3
Tomás de Aquino, STh, I-II q55 a1.
42 Jesús García López
4
Tomás de Aquino, De virtutibus in communi, a1.
5
Tomás de Aquino, STh, II-II q129 a2.
III. La noción de virtud 43
6
Tomás de Aquino, STh, I q6 a3.
7
Aristóteles, Ética a Nicómaco, II, 5; Bk 1106 a 15-16.
8
Esta definición no se encuentra literalmente en San Agustín, pero sí los elementos de la
misma, en De libero arbitrio, II, cap. 19; ML, 32, 1268; a base de esos elementos Pedro Lom-
bardo elaboró dicha definición en Sentencias, II, d27 a2. Cfr. Tomás de Aquino, STh, I-II q55
a4.
44 Jesús García López
Además, la virtud torna buenas las obras de quien la posee. Con lo cual se
declara que es algo que perfecciona a las facultades o potencias operativas
para que lleven a cabo obras buenas. Cualquier obra buena, en efecto, debe
proceder de una facultad bien dispuesta, es decir, enriquecida con la virtud.
Pero llevar a cabo obras buenas puede tener el doble sentido antes apuntado:
en un determinado aspecto (buenas obras de ciencia o de arte) y de un mo-
do absoluto (buenas obras humanas). Las virtudes que dan lugar a estas úl-
timas son las virtudes en el sentido más propio: las virtudes morales.
La segunda definición de virtud es más completa. En primer lugar se dice
en ella que la virtud es una cualidad, y aún podría concretarse más diciendo
que es un hábito y un hábito operativo. En segundo lugar se dice que es
buena, pues los hábitos operativos pueden ser buenos o malos, es decir, que
dispongan bien o mal a sus sujetos en orden a sus respectivas y congruentes
operaciones. En tercer lugar se señala el sujeto de la virtud, a saber, la mente.
Con esta expresión se designa la parte espiritual del hombre, o mejor, aque-
llo por lo que el hombre es hombre, la raíz de su vida racional.
Aquí conviene hacer alguna precisión. El sujeto inmediato de las virtudes
es siempre una facultad o potencia operativa y precisamente de índole racio-
nal (racional por esencia o racional por participación); pero el sujeto me-
diato y último es la sustancia humana y precisamente en cuanto humana o
racional. La definición de virtud que estamos examinando designa al sujeto
radical y último; no al inmediato; pero no está de más que se aclare cuál es
ese sujeto inmediato. Hemos dicho que se trata de las potencias operativas
del hombre y más concretamente de las racionales. Pero una potencia ope-
rativa puede ser racional de dos maneras: por esencia o por participación.
Racionales por esencia son el entendimiento y la voluntad, que son faculta-
des de índole espiritual o inorgánicas, facultades no del compuesto humano
de alma y cuerpo, sino del alma sola. En cambio, son racionales por partici-
pación todas aquellas facultades del hombre que obran bajo el influjo de la
razón y de la voluntad, como los sentidos internos, los apetitos sensitivos y
las potencias motoras. Sin embargo, por las razones que luego veremos, sólo
los apetitos sensitivos (el concupiscible y el irascible) pueden ser sujeto de
virtudes, juntamente con el entendimiento y la voluntad.
La definición que comentamos continúa diciendo que por la virtud se vi-
ve rectamente. La vida recta es la conforme a la razón, la vida honesta o mo-
ralmente buena. Con lo cual se ve que esta definición de virtud se refiere
exclusivamente a las virtudes morales, que son las virtudes en el sentido más
propio, como queda dicho más atrás. Y se confirma esto por lo que se añade
en dicha definición, a saber, que de la virtud nadie usa mal. De las virtudes
intelectuales se puede usar mal, se puede usar de la ciencia y del arte para
hacer el mal moralmente hablando; lo que no es posible tratándose de las
III. La noción de virtud 45
“El apetito sensitivo está ordenado por naturaleza a ser movido por el
apetito racional, pero la potencia racional, aprehensiva está ordenada na-
turalmente a recibir algo de las potencias sensitivas. Por tanto el tener há-
bitos es algo que conviene mejor a las potencias sensitivas apetitivas que a
las potencias sensitivas aprehensivas, como quiera que en las potencias
sensitivas apetitivas no hay hábitos sino en tanto que obran por el imperio
de la razón. Con todo, también en las potencias sensitivas aprehensivas
interiores pueden admitirse algunos hábitos que dispongan al hombre pa-
ra usar bien de su imaginación, de su memoria y de su cogitativa, ya que
también estas potencias se mueven a obrar por el imperio de la razón. En
cambio, las potencias aprehensivas exteriores, como la vista y el oído, no
pueden recibir hábitos, sino que se ordenan de manera unívoca a sus ac-
tos por la disposición de su misma naturaleza; y también los miembros
del cuerpo, en los cuales no hay hábitos, sino más bien en las potencias
que imperan los movimientos de los mismos”3.
1
Tomás de Aquino, STh, I-II q50 a3.
2
Tomás de Aquino, STh, I-II q50 a3 ad1.
3
Tomás de Aquino, STh, I-II q50 a3 ad3.
V. El cuadro de las virtudes humanas 97
“De manera distinta es regido el cuerpo por el alma y los apetitos con-
cupiscible e irascible por la razón. Pues el cuerpo obedece al alma de in-
mediato y sin contradicción en todo aquello que está ordenado por natu-
raleza a obedecer al alma, y por eso dice Aristóteles que el alma rige al
cuerpo con dominio despótico […]. Y por eso todo el movimiento del
cuerpo se refiere al alma; y en el cuerpo no hay virtud, sino sólo en el
alma. Pero los apetitos concupiscible e irascible no obedecen de inme-
diato a la razón, sino que tienen sus propios movimientos, que a veces
contrarían a la razón; y por eso también dice Aristóteles que la razón rige
a los apetitos concupiscible e irascible con dominio político […]. Por
tanto es necesario que en los apetitos concupiscible e irascible se den al-
gunas virtudes, con las cuales estén bien dispuestos en orden a sus ac-
tos”5.
4
Tomás de Aquino, STh, I-II q56 a4.
5
Tomás de Aquino, STh, I-II q56 a4 ad3.
6
Tomás de Aquino, STh, I-II q56 a5.
98 Jesús García López
7
Tomás de Aquino, STh, I-II q56 a5 ad1.
V. El cuadro de las virtudes humanas 99
8
Tomás de Aquino, STh, I q84 a7.
9
Me refiero a la verdad en sentido propio, a la verdad que no solamente es tenida, sino
también conocida. Cfr. Tomás de Aquino, De Ver, q1 a9.
100 Jesús García López
10
Cfr. Aristóteles, Analytica Posteriora, I, 3; Bk 72 b 5-30.
V. El cuadro de las virtudes humanas 101
ría no se limita a juzgar, a conocer, sino que también razona, piensa, y por
cierto con todo el rigor que cabe exigir a la ciencia. Pero además la sabiduría
asume, bien que con otro enfoque, la tarea propia de la inteligencia. En
efecto, considera los juicios inmediatos, sobre todo los primeros, que la inte-
ligencia formula de modo espontáneo, y profundiza en ellos, poniendo de
relieve la evidencia de los mismos y discutiendo los argumentos contrarios.
Porque hay que advertir que algunos pensadores han tratado de negar el
valor de ciertos juicios inmediatos, concretamente de aquellos que constitu-
yen los primeros principios de todo el conocimiento humano, y es preciso
hacerse cargo de los argumentos que han aducido para fundamentar esa
negación. Esta tarea no la puede realizar la misma inteligencia, que se limita
a vivir la evidencia de esos juicios inmediatos, formulados de forma espontá-
nea. Pero la sabiduría sí que la puede y la debe realizar. Comienza, en efecto,
por formular con toda precisión esos juicios primeros, para lo cual tiene que
reflexionar sobre las nociones de que constan y sobre el conveniente enlace
de las mismas; todo lo cual supone ya un cierto pensar o discurrir. A conti-
nuación la sabiduría pone de relieve la evidencia de esos juicios, y lo hace,
no mediante una demostración directa (lo que es imposible, pues tales juicios
son indemostrables), pero sí mediante una demostración indirecta o por el
absurdo, es decir, mostrando la contradicción en que se incurre si se niega el
valor de dichos juicios; y esto también es pensar y razonar. Por último, la
sabiduría examina los argumentos de los que niegan el valor de los juicios
primeros, y los refuta; con lo cual se pone una vez más de manifiesto la ver-
dad de los repetidos juicios; y ello, por supuesto, también constituye una
cogitación o un discurso. Así es como la sabiduría considera cogitativamente
lo que la inteligencia vive cognoscitivamente. Y por eso la sabiduría contiene
eminentemente a la inteligencia. Además, como ya hemos visto, contiene
también eminentemente a la ciencia.
internos, ya sean externas, como las potencias motoras. Pues bien, ¿qué vir-
tudes son necesarias para todo este complejo de la acción humana? Por de
pronto habrá dos virtudes para perfeccionar el momento cognoscitivo de la
praxis, que son la sindéresis y la prudencia; una para perfeccionar la praxis
misma, que es la justicia, y otras dos para perfeccionar los apetitos sensitivos
(el concupiscible y el irascible), que son la temperancia y la fortaleza. Por lo
demás, esas cinco virtudes son solamente las fundamentales, ya que hay otras
que dependen de ellas y forman el cortejo de cada una, como luego vere-
mos. Además, algunas de aquellas virtudes son complejas y entrañan otras
virtudes como partes suyas (por ejemplo, la justicia puede ser conmutativa,
distributiva y legal). Pues bien, vamos a examinar este complejo de virtudes
con algún detalle.
En primer lugar fijemos nuestra atención en las virtudes que perfeccio-
nan el momento cognoscitivo de la praxis. Son fundamentalmente dos: la
sindéresis, que versa sobre los primeros juicios prácticos (imperativos gene-
rales), y la prudencia que versa sobre los últimos o más cercanos a la acción
(imperativos concretos). La relación entre estas dos virtudes es semejante a la
que se da entre la inteligencia y la ciencia, y por eso también se relacionan
entre sí como el conocer y el pensar, aunque en la dimensión práctica, no en
la especulativa. La sindéresis, en efecto, lleva a formular de manera inme-
diata y espontánea los imperativos absolutamente primeros del orden moral,
como el siguiente: “hay que hacer el bien y hay que evitar el mal”. Supone
el conocimiento de las nociones de bien y de mal, y supone también la pose-
sión de la virtud de la inteligencia (o hábito de los primeros principios espe-
culativos); pero es la primera virtud en el orden práctico o activo. Aquí no
hay cogitación, discurso; sino conocimiento inmediato, bien que de índole
práctica, de la oposición irreductible entre el bien y el mal y de sus conexio-
nes con la acción: el bien se liga necesariamente a la acción, mientras que el
mal se opone a ella. Pero este conocimiento práctico debe prolongarse en
una cogitación, en un discurso, que extraiga de esos imperativos primeros,
otros imperativos menos universales y los aplique finalmente a los casos
concretos y particulares, donde se mueve la acción. Esta inferencia de los
imperativos menos universales a partir de los imperativos primeros y esta
aplicación a los casos particulares es obra de varias virtudes, de las cuales la
prudencia es la más importante. Los actos discursivos que son aquí necesa-
rios se reducen a estos dos: el consejo comparativo, que termina en un últi-
mo imperativo concreto, determinativo de la elección, y el imperio, que ter-
mina también en un último imperativo concreto, determinativo del uso acti-
vo. Y para perfeccionar el consejo comparativo se requieren unas virtudes,
tres concretamente, que se denominan: eubulía, synesis y gnome, mientras
que para perfeccionar el imperio está la virtud de la prudencia.
V. El cuadro de las virtudes humanas 103
11
Tomás de Aquino, STh, I-II q50 a3 ad3.
12
Tomás de Aquino, STh, I-II q56 a4 ad3.
106 Jesús García López
titos sensitivos y los sentidos internos, sino también ciertos miembros corpo-
rales (las potencias motoras) participan de la razón, es decir, son potencias
racionales por participación. De hecho Tomás de Aquino siguiendo a Aris-
tóteles, establece una cierta comparación entre el alma racional y la principal
de las potencias motoras: las manos. Y así escribe: “El alma se asemeja a las
manos. Pues las manos son el órgano de los órganos, y por eso le han sido
dadas al hombre las manos en lugar de todos los órganos que han sido da-
dos a los demás animales para defenderse, atacar o cubrirse. Todas estas
cosas se las procura el hombre con las manos”13. La idea aquí apuntada es
que la amplitud que tiene el hombre por su razón se traspone en cierto mo-
do al cuerpo humano, redunda en él, pues mediante ese órgano corporal de
las manos el hombre se abre a multitud de operaciones. Pero si esto es así,
también puede decirse que las potencias motoras del hombre son racionales
por participación y que, en consecuencia, son aptas para recibir hábitos. Por
otro lado, tampoco está claro que el cuerpo obedezca al alma de inmediato y
sin contradicción. Las potencias motoras, siempre que no estén impedidas, se
someten ciertamente a los impulsos de la voluntad, pero no siempre con la
misma rapidez y destreza. Por el contrario, cuando dichas potencias han sido
ejercitadas largamente, por muchos, repetidos y constantes esfuerzos, en un
determinado oficio, adquieren una soltura, una precisión y una rapidez, in-
comparablemente mayores que las que tienen naturalmente. Esto es innega-
ble. Por consiguiente, las potencias motoras son sujetos aptos para recibir
ciertos hábitos. Y algo parecido hay que decir de los sentidos internos (la
imaginación, la memoria y la cogitativa) en cuanto instrumentos de la razón
para elaborar artefactos internos. Si dichos sentidos han sido largamente
ejercitados en este menester, cumplen su cometido con mayor perfección, lo
que permite suponer que en ellos se dan ciertos hábitos, que no tienen por
qué ser distintos de aquellos que disponen a dichas facultades para ayudar al
entendimiento en su función especulativa y en su función activa.
Se podría preguntar si estos hábitos de las potencias motoras y de los
sentidos internos son o no virtudes. Por una parte parece que sí, pues como
escribe Santo Tomás: “El acto que procede de una potencia en tanto que es
movida por otra no puede ser perfecto si una y otra potencia no están bien
dispuestas al acto; como el acto del artífice no puede ser perfecto si el artífice
no está bien dispuesto para obrar y también el instrumento”14. Las potencias
motoras (y también los sentidos internos) se pueden considerar como ins-
trumentos de la razón en esa actividad humana que es la producción externa
(o interna en el caso de los sentidos internos); y la perfección de estos ins-
13
Tomás de Aquino, In de Anima, III lect13 n790.
14
Tomás de Aquino, STh, I-II q56 a4.
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