Eco Feminism e

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Entrevista a Yayo Herrero sobre ecofeminismo

Entrevista a Yayo Herrero, coordinadora de Ecologistas en Acción. Realizada por Ruth


Vicente para Ecopolítica, junio 2010.

EcoPolítica: Cuando se habla del ecofeminismo, muchas mujeres feministas rechazan dicho
planteamiento que, en ciertas corrientes, vuelve a dar a la mujer el papel de cuidadoras de
vida. ¿Cómo ves tú estas críticas? ¿Crees que el ecofeminismo podría ser una alternativa para
el mundo feminista y englobar al resto de mujeres que no se definen como tal?

Yayo Herrero: El ecofeminismo, según nosotras lo entendemos, plantea que el cuidado de la


vida humana y los trabajos que se encargan de la reproducción social son absolutamente
imprescindibles y no se pueden dejar de hacer. Eso no quiere decir que los tengan que hacer
las mujeres exclusivamente. La necesidad imperiosa es que los hombres, además del estado y
los mercados, asuman corresponsablemente esas tareas, que muchas veces son penosas y
duras.

Es muy normal que los diferentes feminismos alerten sobre el peligro de mistificar los
cuidados o reivindicarlos sin cuestionar la actual división sexual del trabajo.

No se trata sólo de dar valor a los trabajos domésticos, que indudablemente lo tiene, sino de
reclamar un reparto justo de estas tareas entre hombres y mujeres, así como de señalar la
necesidad de que la sociedad en su conjunto y los estados se hagan responsables de ellos.

EP: Al lado de otras corrientes como el ecopacifismo, el medioambientalismo, el


ecosocialismo, entre otros, ¿qué papel tendría que jugar el ecofeminismo dentro de la
Ecología política?

YH: El ecofeminismo, y los diferentes feminismos tienen que jugar un papel muy importante
dentro de los planteamientos de la ecología política. La economía feminista tiene una
elaboración teórica y una serie de propuestas alrededor del modelo de trabajo o de la
construcción de los espacios públicos y organización del tiempo, por ejemplo, absolutamente
sinérgicas con las del ecologismo social. Desbancar a los mercados y sus beneficios como
epicentro de la sociedad requiere cambiar el sistema de prioridades sociales y en ese tema el
ecologismo necesita de las aportaciones que desde hace décadas vienen realizando los
diferentes feminismos.

EP: Como activista social y ecofeminista, ¿qué te inspira la dinámica de Europe Ecologie en
Francia y las propuestas de creación en el Estado español de una “cooperativa política” para
dar un nuevo impulso a la galaxia ecologista y verde?

YH: En estos tiempos, las iniciativas de cooperación hay que observarlas con interés. Es
necesario ver cuáles son las propuestas de transformación que impulsan estas iniciativas. Para
mí, si se desenvuelven dentro de los marcos del capitalismo suave y verde, no plantean
cambios estructurales profundos, no apuestan por mecanismos de reparto de la riqueza (renta,
trabajo, tierra, etc.) que tengan en cuenta las relaciones centro-periferia y no plantean
reducciones muy significativas de la extracción de materiales y generación de residuos…
serán iniciativas poco creíbles más allá de las etiquetas con las que se presenten. Creo que ya
llevamos demasiado tiempo equivocándonos y muchos de los principales problemas que
afronta la humanidad (cambio climático, crisis energética, pico de diferentes materiales,
pérdida de biodiversidad, etc.) en apenas unos pocos años van a ser irreversibles.
EP: La presencia e influencia de mujeres está todavía lejos de los niveles deseados en los
movimientos alternativos, sociales, políticos, etc.. Desde tu punto de vista, ¿cuáles son los
caminos para que las mujeres se incorporen y aporten teoría y práctica al movimiento
alternativo en general y al movimiento verde en particular?

YH: Creo que precisamente el reparto de tareas de reproducción social y trabajo doméstico es
esencial. En los movimientos sociales que yo conozco hay muchas mujeres jóvenes activas
pero a partir de cierta edad la participación es mucho más masculina.

En los movimientos sociales y espacios de participación política se reproducen los mismos


esquemas de reparto desigual de los diferentes tipos de trabajo, los mismos esquemas de
relaciones de poder que en la sociedad.

Además en algunos colectivos permanecen formas de relación arcaicas que son agresivas y
que valoran el debate áspero o las intervenciones inacabables como muestra de pensamiento
crítico. La violencia gratuita en las reuniones o espacios de elaboración aplasta la
participación de muchas personas y especialmente de las mujeres.

EP: En alguna charla y artículos has comentado la necesidad de enfocar nuestros esfuerzos
como población a desarrollar la teoría del Decrecimiento y aplicarla a la vida diaria. En este
sentido, ¿cuáles crees que son los retos y los aportes que se pueden hacer desde el mundo y la
teoría feminista al decrecimiento?

YH: En primer lugar me parece esencial la visibilización de la ingente cantidad de trabajo


oculto que se desarrolla en el espacio doméstico y que resulta imprescindible para la sociedad.
En segundo lugar, es central la exigencia de que esos trabajos, muchos de los cuales son
penosos y no los haría nadie si pudiese evitarlos, hay que repartirlos y que los hombres no se
pueden escaquear de hacerlos.

La dedicación de los tiempos a la realización de trabajos necesarios socialmente y la merma


de los tiempos dedicados a realizar trabajos destructivos del entorno y de la propia sociedad
(una buena parte de los sectores actuales) puede ayudar a configurar un mundo articulado
alrededor de la resolución de las necesidades de las personas y no de la obtención de
beneficios.

La idea de vivir bien con menos se centra en la urgencia de frenar y reducir la extracción de
materiales y generación de residuos, a la vez que mejoramos la calidad relacional y
comunitaria de los lugares en los que vivimos.

Los feminismos aportan una crítica al modelo urbano y una serie de propuestas alrededor de
la generación de servicios públicos que cubran parte de las necesidades de cuidados, así como
una denuncia del componente de clase, además del sexual, que existe en la asignación de los
trabajos domésticos.

Para mí no es viable una sociedad que pretenda decrecer en lo material y no sea anticapitalista
y antipatriarcal.

http://www.ecopolitica.org/index.php?option=com_content&view=article&id=112:entrevista-
a-yayo-herrero-sobre-ecofeminismo&catid=25:ecofeminismo
Ecofeminismo, una propuesta para repensar el presente y construir futuro
Yayo Herrero y Marta Pascual

El pensamiento patriarcal estructura el mundo en una serie de dualismos o pares de opuestos


que separan y dividen la realidad. Cada par de opuestos, en los que la relación es jerárquica y
el término normativo encarna la universalidad, se denomina dicotomía. Cultura o naturaleza,
mente o cuerpo, razón o emoción, conocimiento científico o saber tradicional, independencia
o dependencia, hombre o mujer. Entendidos como pares de contrarios de desigual valor,
organizan nuestra forma de entender el mundo.

Estas díadas se asocian unas con otras, en lo que Celia Amorós denomina
“encabalgamientos”1. Un encabalgamiento particularmente transcendente es el que forman
los pares cultura/naturaleza y masculino/femenino. La comprensión de la cultura como
superación de la naturaleza justifica ideológicamente su dominio y explotación. La
consideración de la primacía de lo masculino (asociado a la razón, la independencia o la
mente) legitima que el dominio sobre el mundo físico lo protagonicen los hombres, y las
mujeres queden relegadas al cuerpo, al mundo inestable de las emociones y a la naturaleza.

La ciencia moderna articulada alrededor de la mecánica newtoniana, que explicaba el mundo


como enorme maquinaria previsible, daba carácter científico a la vieja creencia bíblica del ser
humano como centro del mundo, y consolidaba la percepción de la naturaleza como un
enorme almacén de recursos a su servicio. El antropocentrismo quedaba legitimado por la
ciencia naciente y dado que el relato de la realidad dominante lo establecían los hombres, en
realidad constituía una visión androcentrista.

La mirada mecanicista aplicada a la historia postuló que las sociedades, de una forma lineal y
generalizada evolucionaban de unos estadios de mayor “atraso” (caza y recolección o
ausencia de propiedad privada) hacia etapas más “avanzadas y modernas” (civilización
industrial o economía de mercado) y que en esta evolución, tan natural y universal como las
leyes de la mecánica que explicaban el funcionamiento del mundo físico, las sociedades
europeas se encontraban en el punto más adelantado. Al concebir la historia de cada pueblo
como una serie de acontecimientos que conducían desde el salvajismo a la civilización, los
europeos, convencidos de representar el paradigma de “civilización por excelencia”,
expoliaron los recursos de los territorios colonizados para alimentar su naciente sistema
económico que se basaba en la expansión constante. Sometieron mediante la violencia militar,
económica y simbólica a los pueblos colonizados, a los que se consideraba “salvajes” y en un
estado muy cercano a la naturaleza.

El antropocentrismo – androcentrismo al que nos referíamos antes, incorporaba una nueva


dimensión, la etnocéntrica, que otorgaba una calificación moral superior a la civilización,
entonces europea. El hombre blanco, occidental, burgués y sin discapacidades se constituía
como sujeto universal, ante el cual, todos los demás seres vivos se convertían en
deformaciones imperfectas.

La economía capitalista acentúa la invisibilización de las mujeres y la naturaleza

La economía convencional se asentó sobre una noción de objeto económicos reducida al


subconjunto de aquello que cumplía tres requisitos: en primer lugar era susceptible de poder
ser apropiado, en segundo lugar tenía que poder expresarse en términos monetarios y, por
último, debía ser “productibles”, es decir, se debía poder efectuar sobre el objeto algún tipo de
manipulación que justificase su puesta en el mercado.2
El concepto de producción, que había nacido vinculado a los bienes y servicios renovables
que presta la naturaleza (agricultura, pesca o la actividad forestal), se vio desplazado hacia la
apropiación y reventa de materiales finitos que eran transformados en procesos que
inevitablemente generaban residuos y degradación del medio físico.

Al considerar riqueza solamente la dimensión creadora de valor monetario en los procesos de


producción, se comenzó a vivir de espaldas e ignorantes a los efectos negativos que
comportaba dicha actividad económica, deseando maximizar el crecimiento de esa
“producción” (en realidad extracción y transformación de materiales finitos y generación de
residuos) de forma ilimitada, aunque en el mundo físico, invisible para el sistema económico
creciesen, a la vez que lo hacía la producción, los deterioros que de forma insoslayable la
acompañaban.

Las lentes distorsionadoras que suponen reducir valor a lo exclusivamente monetario hacen
que se confunda el progreso social y el bienestar con la cantidad de actividad económica
(medida en términos de dinero) que un país tiene, ignorando los costes bio físicos de la
producción y los trabajos que al margen del proceso económico sostienen la vida humana .

La fotosíntesis, el ciclo del carbono, el ciclo del agua, la regeneración de la capa de ozono, la
regulación del clima, la creación de biomasa, los vientos o los rayos del sol son
imprescindibles para que se mantenga la vida y difícilmente pueden ser traducidos a valor
monetario. Al no formar parte de la esfera económica, son invisibles y cuando se comienzan a
visibilizar es porque se han deteriorado tanto, que su reparación (o pretensión de reparación)
genera negocio y beneficios.

Existen intentos, a veces bienintencionados, de traducir la naturaleza a dinero con el fin de


que conscientes de su valor se detenga su destrucción, pero en realidad dicha contabilidad no
deja de ser un apunte contable. Podemos poner precio a la polinización, pero una vez
alterados los delicados equilibrios que posibilitan la conjunción de insectos y flores ¿a quién
hay que pagarle para que arregle el desastre? Si se deteriora la capa de ozono ¿se puede llamar
a un ingeniero y pedirle que la repare? ¿Quién puede a cambio de un salario volver a congelar
el agua en los casquetes polares?

Una ingente cantidad de trabajo humano que no se ve

Los trabajos de las mujeres, a pesar de considerarse separados del entorno productivo,
producen una mercancía fundamental para el sistema económico: la fuerza de trabajo.
Denominaremos “trabajo de cuidados” a las tareas asociadas a la reproducción humana, la
crianza, la resolución de las necesidades básicas, la promoción de la salud, el apoyo
emocional, la facilitación de la participación social…

Esta colección difusa de trabajos incluye asuntos tan dispares como cocinar (tres veces al día,
siete días en semana, doce meses al año), cuidar a las personas enfermas, hacer camas, vigilar
constantemente los primeros pasos de un bebé, decidir qué comen las personas de la casa,
acarrear productos para el abastecimiento (leña, alimentos, agua…), amamantar, arreglar o
fabricar ropa, ocuparse de los hijos de otra madre del colegio, ayudar a hacer lo deberes ,
fregar los cacharros, parir, limpiar el water, mediar en conflictos , ordenar armarios, consolar,
gestionar el presupuesto doméstico… La lista de trabajos que se realizan y son invisibles , e
imprescindibles para el funcionamiento del sistema económico es inacabable.

Los mercados, espacios públicos y racionales gobernados por el “homo económicus”, se


consideran independientes del ámbito doméstico. El “homo económicus” es aquel que “brota”
cada día en su puesto de trabajo, alimentado, lavado, descansado y libre de toda
responsabilidad de mantenimiento del hogar y de las personas que viven en él. 3 El mercado
parece ignorar que esa regeneración (salío del trabajo cansado y hambriento) y la
reproducción de nueva fuerza de trabajo se ha producido en el espacio privado, que dado el
orden de cosas, está delegado a las mujeres. Es bajo estas condiciones como se hace posible el
trabajo de mercado y se naturaliza (invisibilizándola) la apropiación del trabajo doméstico.
Salvo que el “homo económicus” sea una mujer, en cuyo caso se hacen más complejas las
condiciones de participación en ese espacio del mercado. “ Para conciliar la vida familiar y la
laboral las mujeres necesitan… una esposa. Por eso lo tienen tan difícil” ironiza una
economista feminista ” . 4

Consecuencias de la invisibilidad: crisis ecológica y crisis de los cuidados

La vida, y la actividad económica como parte de ella, no es posible sin los bienes y servicios
que presta el planeta (bienes y servicios limitados y en progresivo deterioro) y sin los trabajos
de las mujeres, a las que se delega la responsabilidad de la reproducción social.

En las sociedades capitalistas, la obligación de maximizar los beneficios y mantener el


crecimiento determinan las decisiones que se toman sobre cómo estructurar los tiempos, los
espacios, las instituciones legales, el qué se produce y cuánto se produce. En la sociedad
capitalista no se produce lo que necesitan las personas, sino lo que da beneficios.

Hace ya más de 30 años, el conocido informe Meadows, publicado por el Club de Roma
constataba la evidente inviabilidad del crecimiento permanente de la población y sus
consumos . Alertaba de que si no se revertía la tendencia al crecimiento en el uso de bienes
naturales, en la contaminación de aguas, tierra y aire, en la degradación de los ecosistemas y
en el incremento demográfico, se incurría en el riesgo de llegar a superar los límites del
planeta, ya que el crecimiento continuado y exponencial, sólo podía darse en el mundo físico
de modo transitorio.

Más de 30 años después, la humanidad no se encuentra en riesgo de superar los límites, sino
que los ha sobrepasado y se estima que aproximadamente las dos terceras partes de los
servicios de la naturaleza se están deteriorando ya.

La desmesura de la economía está provocando una serie de impactos graves y con frecuencia
irreversibles. El cambio climático avanza sin que los aparentes esfuerzos institucionales
desemboquen en una reducción real de las emisiones de CO2; la biodiversidad se reduce de
forma significativa, desapareciendo con ell a información clave para la formación de los
ecosistemas que han permitido la vida compleja; muchos recursos se agotan sin encontrarse
sustitutos; el acceso al agua no contaminada es cada vez más difícil; y crecen las
desigualdades en las que una parte de la humanidad se enriquece a costa de devastar los
territorios de los que depende la supervivencia de la otra. Podemos decir que nos encontramos
ante una grave crisis ecológica que amenaza con cambiar las dinámicas naturales que explican
la existencia de la especie humana.

Pero también, dentro de la esfera de la reproducción social hay problemas. Por una parte, la
construcción de la identidad política y pública de las mujeres , en una sociedad que solo ve la
esfera productiva, se realiza a partir de la copia del modelo de los hombres, sin que estos
asuman equitativamente su parte en los trabajos de cuida dos .

El aumento de la esperanza de vida y un modelo urbanístico que privilegia la distancia exige


aún más tiempo para dar respuesta a la necesidad de cuidado de las personas complican aún
más las posibilidades de compaginar el mundo del trabajo con la reproducción social que se
realiza en el ámbito doméstico.

La imposibilidad de compatibilizar en buenas condiciones el trabajo de mercado y el trabajo


de mantenimiento de la vida humana quiebra de la antigua estructura de los cuidados, de la
reciprocidad que garantizaba que las personas cuidadas en la infancia eran cuidadoras en un
ancianidad. Se generan así mercados de servicios para las mujeres que pueden pagarlos y
mercados de empleos precarios para mujeres más desfavorecidas.

Se crea entonces una cadena global de cuidados en la que las mujeres inmigrantes que asumen
como empleo el cuidados de la infancia y de las personas mayores , la limpieza, alimentación
y compañía, dejan do al descubierto estas mismas funciones en sus lugares de origen, en
donde otras mujeres, abuelas, hermanas, etc, las asumen como pueden.

Las mujeres en la defensa de la naturaleza y la sociedad

La aportación de las mujeres al mantenimiento de la vida va más allá del espacio doméstico.
En muchos lugares del mundo a lo largo de la historia, parte de la producción para la
subsistencia ha dependido de ellas. Se han ocupado de mantener la productividad en los
terrenos comunales, han organizado la vida comunitaria y los sistemas de protección social
ante el abandono o la orfandad, y han defendido su tierra y la supervivencia de sus familias y
su comunidad.

Las mujeres han tenido y tienen un papel protagonista en movimientos de defensa del
territorio, en luchas pacifistas, en movimientos de barrio. Si los recursos naturales se degradan
o se ven amenazados, a menudo encontramos a grupos de mujeres organizados en su defensa.
Son protagonistas de muchas de las prácticas del "ecologismo de los pobres".5

La conservación de semillas, la denuncia de las tecnologías de la reproducción agresivas con


el cuerpo de las mujeres, las luchas como consumidoras, la protección de los bosques, las
contestaciones ante la violencia y ante la guerra, son conflictos en los que la presencia
femenina es significativa.

Las experiencias diversas de mujeres en defensa de la salud, la supervivencia y el territorio,


hicieron nacer la conciencia de que existen vínculos sólidos entre el género y el medio
ambiente, entre las mujeres y el ambientalismo, entre el feminismo y el ecologismo.

Es muy conocido el movimiento Chipko (que significa abrazo) un movimiento que, desde
1973, mantienen grupos de campesinas de los Himalayas, para evitar la privatización de sus
bosques. Mujeres, niños y hombres se abrazan a los árboles que van a ser talados en un
ejercicio de resistencia pacífica.

En Estados Unidos se pueden citar dos pioneras del ecologismo actual. Una de ellas, Lois
Gibbs, participó en el conflicto de los años 70 contra residuos tóxicos en Love Canal y animó
la creación de un grupo de amas de casa en defensa de la salud de sus familias.

Rachel Carson, la autora de "La primavera silenciosa", en 1962, denunció con rigor los
efectos de los pesticidas agrícolas en un libro que se considera precursor de la literatura
ecologista

Un grupo de mujeres víctimas de la catástrofe de Bhopal, en la India, han seguido luchando


durante años para obtener justicia de la empresa responsable, Union Carbide.

Otras formas de defender la vida protagonizadas por mujeres son las arriesgadas luchas
pacifistas de las Mujeres de Negro o de las Madres de Mayo, y las denuncias de los
feminicidios en el norte de Méjico.

En la costa de la provincia ecuatoriana de Esmeraldas, se da la participación de líderes


espontáneas, madres y abuelas, en la disputa actual entre la comunidad y los camaroneros. La
población pobre y negra que vive de los recursos del manglar se ha organizado -a instancias
de las mujeres- para defender el recurso arrasado por las industrias de cría de camarón.

En todos estos ejemplos las mujeres protegen aquello que, de una forma evidente, le asegura
la supervivencia: los bosques, al agua, las parcelas comunitarias o la vida humana. Son
conscientes de que el deterioro de estos recursos van asociados al deterioro de su vida y de la
de los suyos.

Ecofeminismos: la rehabilitación de las invisibles

El ecofeminismo es una filosofía y una práctica feminista que nace de la cercanía de mujeres
y naturaleza, y de la convicción de que nuestro sistema “se constituyó, se ha constituido y se
mantiene por medio de la subordinación de las mujeres, de la colonización de los pueblos
“extranjeros” y de sus tierras, y de la naturaleza”.6

Todos los ecofeminismos comparten la visión de que la subordinación de las mujeres a los
hombres y la explotación de la Naturaleza son dos caras de una misma moneda y responden a
una lógica común: la lógica de la dominación patriarcal y la supeditación de la vida a la
prioridad de la obtención de beneficios. El capitalismo patriarcal ha desarrollado todo tipo de
estrategias para someter a ambas y relegarlas al terreno de lo invisible. Por ello las diferentes
corrientes ecofeministas buscan una profunda transformación en los modos en que las
personas nos relacionamos entre nosotras y con la Naturaleza, sustituyendo las fórmulas de
opresión, imposición y apropiación y superando las visiones antropocéntricas y
androcéntricas.

El ecofeminismo cuestiona aspectos básicos que conforman nuestro imaginario colectivo:


modernidad, razón, ciencia, productividad… Estos han mostrado su incapacidad para
conducir a los pueblos a una vida digna. El horizonte de guerras, deterioro, desigualdad,
violencia e incertidumbre es buena prueba de ello. Por eso es necesario dirigir la vista a un
paradigma nuevo que debe inspirarse en las formas de relación practicadas por las mujeres.

Simplificando, se podrían decir que existen dos corrientes: ecofeminismos espiritualistas y


ecofeminismos constructivistas. Los primeros identifican mujer y naturaleza, y entienden que
hay un vínculo esencial y natural entre ellas. Los segundos creen que la estrecha relación
entre mujeres y naturaleza se sustenta en una construcción social. 7
Los orígenes teóricos de la vinculación entre ecologismo y feminismo se pueden situar en los
años 70 con la publicación del libro Feminismo o la muerte de Francoise D´Eaubourne, donde
aparece por primera vez el término.

En esa misma década tienen lugar en el Sur varias manifestaciones públicas de mujeres en
defensa de la vida. El más emblemático fue el movimiento Chipko, un grupo de mujeres que
se abrazaron a los árboles de los bosques de Garhwal en los Himalayas indios. Consiguieron
defenderlos de las “modernas” prácticas forestales de una empresa privada. Las mujeres
sabían que la defensa de los bosques comunales de robles y rododendros de Garhwal era
imprescindible para resistir a las multinacionales extranjeras que amenazaban su forma de
vida. Para ellas, el bosque era mucho más que miles de metros cúbicos de madera. El bosque
era la leña para calentarse y cocinar, el forraje para sus animales, el material para las camas
del ganado, la sombra, la manifestación de la abundancia de la vida.

Una década después en Argentina, un grupo de unas 14 mujeres se organizaban en Buenos


Aires. Madres de personas desaparecidas convirtieron en público su dolor privado. Durante
décadas, las Madres de la Plaza de Mayo representaron un ritual semanal de resistencia
basado en el papel que la ideología patriarcal, tan funcional a la dictadura militar, había
asignado a las mujeres. Ellas asumieron este discurso para darle la vuelta y convertirlo en
arma política. Desde su papel de madres convirtieron su pérdida personal en política y
resistieron, invirtiendo las formas tradicionales de activismo social y político, frente a la
durísima represión y violencia militar. El eje central de las políticas de las Madres era la
defensa de la vida y el derecho al amor. Como el del grupo de mujeres víctimas de la
catástrofe de Bhopal, las amas de casa opuestas al Love Canal.

A mediados del siglo pasado el primer ecofeminismo pone en duda las jerarquías que
establece el pensamiento dicotómico occidental, revalorizando los términos del dualismo
antes despreciados: mujer y naturaleza. La cultura, protagonizada por los hombres, había
desencadenado guerras genocidas, devastamiento y envenenamiento de territorios, gobiernos
despóticos. Las primeras ecofeministas denunciaron los efectos de la tecnociencia en la salud
de las mujeres y se enfrentaron al militarismo, a la nuclearización y a la degradación
ambiental, interpretando estos como manifestaciones de una cultura sexista. Petra Kelly es
una de las figuras que lo representan.

A este primer ecofeminismo, crítico de la masculinidad, siguieron otros propuestos


principalmente desde el sur. Algunos de ellos consideran a las mujeres portadoras del respeto
a la vida. Acusan al “mal desarrollo” occidental de provocar la pobreza de las mujeres y de las
poblaciones indígenas, víctimas primeras de la destrucción de la naturaleza. Éste es quizá el
ecofeminismo más conocido. En esta amplia corriente encontramos a Vandana Shiva, María
Mies o a Ivone Guevara.

Superando el esencialismo de estas posiciones, otros ecofeminismos constructivistas (Bina


Agarwal, Val Plumwood) ven en la mayor interacción con la tierra y el medio ambiente el
origen de esa especial conciencia ecológica de las mujeres. Es la división sexual del trabajo y
la distribución del poder y la propiedad la que ha sometido a las mujeres y al medio natural
del que todas y todos formamos parte. Las dicotomías reduccionistas de nuestra cultura
occidental han de reformularse, no en términos de opuestos, sino de complementariedad, para
construir una convivencia más respetuosa y libre.
Posiblemente todos ellos estén de acuerdo con esta afirmación de I. King: “Desafiar al
patriarcado actual es un acto de lealtad hacia las generaciones futuras y la vida, y hacia el
propio planeta.”8

Desde parte del movimiento feminista, el ecofeminismo se ha percibido como un posible


riesgo, dado el mal uso histórico que el patriarcado ha hecho de los vínculos entre mujer y
naturaleza. Esta relación impuesta se ha venido usando históricamente como argumento para
mantener la división sexual del trabajo. Puesto que el riesgo existe, conviene acotarlo. No se
trataría de exaltar lo interiorizado como femenino, de encerrar de nuevo a las mujeres en un
espacio reproductivo, negándoles el acceso a la cultura, ni de responsabilizarles, por si les
faltaban ocupaciones, de la ingente tarea de rescate del planeta y la vida. Se trata de hacer
visible el sometimiento, señalar las responsabilidades y corresponsabilizar a hombres y
mujeres en el trabajo de la supervivencia.

Si el feminismo se dio pronto cuenta de cómo la naturalización de la mujer era una


herramienta para legitimar el patriarcado, el ecofeminismo comprende que la alternativa no
consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en “renaturalizar” al hombre, ajustando la
organización política, relacional, doméstica y económica a las condiciones de la vida, que
naturaleza y mujeres conocen bien. Una “renaturalización” que es al tiempo “reculturización”
(construcción de una nueva cultura) que convierte en visible la ecodependencia para mujeres
y hombres. No hay reino de la libertad que no deba atravesar el reino de la necesidad. No hay
reino de la sostenibilidad si no se asume la equidad de género.

Mujeres y naturaleza comparten el mismo lado de las dicotomías del pensamiento moderno y
también han compartido destinos cercanos en la cultura patriarcal y mercantil. La
invisibilidad, el desprecio, el sometimiento, la explotación, tanto de las mujeres como de la
naturaleza han ido a la par en las sociedades industriales. La sostenibilidad de la vida es
incompatible con estas relaciones de dominio.

La sostenibilidad necesita de las mujeres

La historia de las mujeres les ha abocado a realizar aprendizajes, recreados y mejorados


generación tras generación, que sirven para enfrentarse a la destrucción y hacer posible la
vida. Las mujeres –gran parte de las mujeres- se han visto obligadas a vivir más cerca de la
tierra, del barrio y del huerto, de la casa. Se han hecho responsables de sus hijos e hijas y por
ellos han aprendido a prever el futuro y mantener el abastecimiento de la familia. No han
caído fácilmente en las promesas del enriquecimiento rápido que les ofrecían con la venta de
tierras o los negocios arriesgados. Han mantenido la previsión que impone la responsabilidad
sobre el cuidado de otras personas y por eso han desarrollado habilidades de supervivencia
que la cultura masculina ha despreciado.

Su posición de sometimiento también ha sido al tiempo una posición en cierto modo


privilegiada para poder construir conocimientos relativos a la crianza, la alimentación, la
salud, la agricultura, la protección, los afectos, la compañía, la ética, la cohesión comunitaria,
la educación y la defensa del medio natural que permite la vida. Sus conocimientos han
demostrado ser más acordes con la pervivencia de la especie que los construidos y practicados
por la cultura patriarcal y por el mercado. Por eso la sostenibilidad debe mirar, preguntar y
aprender de las mujeres. 9

La cultura del cuidado tendrá que ser rescatada y servir de inspiración central a una sociedad
social y ecológicamente sostenible.

1Amorós C. Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1991


2Naredo, J.M. Raíces económicas del deterioro ecológico y social. Más allá de los dogmas,
Madrid, Siglo XXI,2006
3 Pérez Orozco, A., Perspectivas feministas en torno a la economía: el caso de los cuidados,
Consejo Económico y Social, Madrid, 2006
4 Esta frase fue pronunciada por Cristina Carrasco durante una Conferencia en un curso de
verano organizado por la Universidad Complutense de Madrid en El Escorial
5 Martínez Alier, J. El ecologismo de los pobres Icaria 2004
6 Shiva, V. y Mies, M., Ecofeminismo, Icaria, Barcelona 1997
7 Puleo, A. Segura, C. y Cavana, M.L. (coord.) M ujeres y ecología: historia, pensamiento y
sociedad Madrid, Laya, 2005
8 Ki ng, I. The eco-feminist Perspectiva , Leland, L. y S. REcalim the earth: Women Speak
out for life on Earth, The women Press, Londres, 1983
9 Novo, M. La Naturaleza y la mujer como sujetos: el valor de la utopía y de la educación en
Novo, M. (coord) Mujer y medio ambiente: los caminos de la visibilidad” , Los Libros de La
Catarata, Madrid , 2007

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=103036

Ecofeminismo: una propuesta de transformación para un mundo que agoniza


Yayo Herrero

En la década de los 70 un grupo de mujeres se abrazaron a los árboles de los bosques de


Garhwal en los Himalayas indios. Intentaban defenderlos de las “modernas” prácticas
forestales por parte de una empresa privada.

La mayoría de los hombres del pueblo querían aceptar la oferta de compra que había hecho la
industria maderera y obtener dinero inmediato. Sin embargo, las mujeres sabían que la
defensa de los bosques comunales de robles y rododendros de Garhwal era imprescindible
para resistir a las multinacionales extranjeras que amenazaban su forma de vida. Para ellas, el
bosque era mucho más que miles de metros cúbicos de madera. El bosque era la leña para
calentarse y cocinar, el forraje para sus animales, el material para las camas del ganado, la
sombra…

El abrazo de las mujeres Chipko a los árboles (chipko significa abrazo en su lengua) era el
abrazo a la vida. El movimiento Chipko es uno de los ejemplos más conocidos del
ecofeminismo, un diálogo entre la sostenibilidad ecológica y la visión, la práctica y el relato
que hacen las mujeres de la vida, un encuentro que liga íntimamente la protección de la
naturaleza y la subsistencia de las comunidades humanas.

La problemática ambiental: los límites al crecimiento

El planeta Tierra es un sistema cerrado. Eso significa que la única aportación externa es la
energía solar (y algún material proporcionado por los meteoritos, tan escaso, que se puede
considerar despreciable) Es decir, los materiales que componen el planeta son finitos, y
aquello que puede renovarse, por ejemplo, el agua o el oxígeno que respiramos, es gracias a
los trabajos invisibles que la Naturaleza hace de modo gratuito.
Hace ya más de 30 años, el conocido informe Meadows, publicado por el Club de Roma
constataba la evidente inviabilidad del crecimiento permanente de la población y sus
consumos. Alertaba de que si no se revertía la tendencia al crecimiento en el uso de bienes
naturales, en la contaminación de aguas, tierra y aire, en la degradación de los ecosistemas y
en el incremento demográfico, se incurría en el riesgo de llegar a superar los límites del
planeta, ya que el crecimiento continuado y exponencial, sólo podía darse en el mundo físico
de modo transitorio.

Más de 30 años después, en 2004, aparecía una revisión actualizada de este informe que
muestra cómo la advertencia anterior parece haber caído en oídos sordos y, hoy, la humanidad
no se encuentra en riesgo de superar los límites, sino que los ha sobrepasado y se estima que
aproximadamente las dos terceras partes de los servicios de la naturaleza se están deteriorando
ya.

Algunos síntomas de este deterioro global quedan ilustrados en los siguientes ejemplos:

El fin de la era del petróleo barato está a la vista. Cada vez se va agrandando más la brecha
entre una demanda creciente y unas reservas que se agotan y cuya dificultad de extracción
aumenta. Las guerras por el petróleo y las fuentes de energía fósil no han hecho más que
comenzar. Hoy día, no existen alternativas energéticas que puedan mantener la demanda
actual y mucho menos su tendencia al crecimiento.

El cambio climático, provocado por el aumento descontrolado de la emisión de gases de


efecto invernadero, incrementa las alteraciones y perturbaciones no lineales y catastróficas.
Estos gases son vertidos a la atmósfera por los diversos artefactos creados para el transporte
de personas y mercancías, así como por la desregulada actividad industrial de empresas,
mayoritariamente multinacionales, que se implantan, cada vez con más frecuencia, en el
territorio de los países más pobres.

Los efectos del calentamiento global se ven agravados por la destrucción de los sumideros
de CO2 en el planeta y por el deterioro del sistema que los millones de años de evolución
habían fabricado para defenderse de los cambios y las perturbaciones: la biodiversidad.

El ciclo del agua se ha roto y el sistema de renovación hídrica que ha funcionado durante
miles de años, no da a basto para renovar agua al ritmo que se consume. La sequía en muchos
lugares ha pasado a ser un problema estructural y no una coyuntura de un año de escasas
precipitaciones. El control de los recursos hídricos se perfila como una de las futuras fuentes
de conflictos bélicos, cuando no lo es ya.

El panorama de deterioro se completa si añadimos los riesgos que suponen la proliferación


de la industria nuclear, la comercialización de miles de nuevos productos químicos al entorno
cada año, sin que se apliquen las más mínimas normas de precaución, la liberación de
organismos genéticamente modificados cuyos efectos son absolutamente imprevisibles o la
experimentación en biotecnología y nanotecnología que nadie sabe dónde puede llevar.

La degradación de los servicios de la Naturaleza puede empeorar durante la primera mitad del
presente siglo haciendo imposible la reducción de la pobreza, la mejora de la salud y el acceso
a los servicios básicos para una buena parte de la humanidad.

Ya nadie duda que el rápido y reciente deterioro global de los ecosistemas es claramente
antropogénico. Es el sistema productivista, basado en el consumo creciente y en la velocidad
e impuesto por los países ricos a través de la denominada globalización, el principal
responsable de la destrucción.

Esta responsabilidad del mundo occidental, se puede ver claramente a partir del cálculo de la
huella ecológica, un indicador que expresa en unidades de superficie de la Tierra, el uso que
un determinado país o comunidad hace de los recursos naturales y servicios que le presta la
Naturaleza para absorber los residuos y regenerar los bienes consumidos.

Si comparamos la huella ecológica con la biocapacidad del territorio para proveer los recursos
consumidos podemos deducir el grado de sostenibilidad de nuestras acciones. En el estado
español se usa el doble de recursos de los que podría generar nuestro territorio y es lo habitual
en todos los países industrializados, con los Estados Unidos a la cabeza en el cómputo. La
huella ecológica muestra que una parte muy pequeña de la población mundial consume y
gasta lo que es de todos y todas.

Desde el ecologismo se considera que la apropiación que los países más ricos hacen de los
bienes y servicios que la Naturaleza presta genera una deuda ecológica. Una deuda que las
economías del Norte han adquirido con las del Sur a causa de de los impactos ambientales y
sociales provocados por la imposición de un modelo de comercio injusto y desigual, por el
saqueo y la explotación de recursos naturales que los países del Norte obtienen casi gratis para
sostener su nivel de vida, por la contaminación atmosférica global que causan las enormes
emisiones de carbono que emiten los países ricos al usar la energía fósil en la industria y el
transporte, por la degradación de las mejores tierras de cultivo para monocultivos de
exportación al Norte, por la apropiación de los conocimientos ancestrales de los pueblos del
Sur,..

No es extraño, por tanto, que en los países del Sur también han ido naciendo propuestas
ecologistas. Se caracterizan por ser movimientos colectivos que actúan para defender sus
territorios y su acceso comunal a los recursos, su posibilidad de subsistencia o su calidad de
vida frente a las agresiones de los grandes proyectos extractivos, turísticos o de infraestructura
por parte de grandes empresas que actúan de forma ajena a sus intereses.

Un ejemplo conocido de este ecologismo popular en el Sur es el movimiento de las mujeres


Chipko, al que hacíamos referencia en la introducción.

En estos movimientos las mujeres adquieren un papel protagonista. La causa principal es la


cercanía de las mujeres a las condiciones económicas y materiales que permiten la
subsistencia. Son las responsables del aprovisionamiento energético y material y se suelen
ocupar de la agricultura y la medicina popular. Ellas son, por tanto, testigos directos del
deterioro y sufren de forma directa la destrucción de los ecosistemas.

La subordinación de las mujeres y la naturaleza

El ecofeminismo es a la vez, al igual que ocurre con el ecologismo, un discurso y un


movimiento social plural. La mayoría de variantes del ecofeminismo coinciden en ver una
relación íntima entre la subordinación de las mujeres y la destrucción de la naturaleza. Según
ellas, el problema ecológico no se origina solamente a partir de los excesos antropocéntricos
de la especie humana en relación a la naturaleza. Este antropocentrismo es en realidad
androcentrismo, es decir, un modelo cultural en el que se imponen las visiones masculinas
sobre las femeninas, consideradas inferiores, ignoradas e incluso invisibilizadas. La
explotación de la naturaleza y la explotación de la mujer se conectan entonces mediante una
forma de ver la realidad y un conjunto de prácticas: el sistema patriarcal.

El ecofeminismo entiende que la crisis ambiental puede solucionarse si no se introduce una


perspectiva de género y se resaltan las importantes contribuciones de las mujeres a la
sostenibilidad social y ecológica. En el fondo propone “poner en femenino” los discursos,
valores y prácticas sociales.

La crítica del feminismo se centra en el patriarcado, un modelo de organización que se


caracteriza por dividir la realidad en pares de opuestos (cultura/naturaleza, mente/cuerpo,
razón/emoción, conocimiento científico/saber tradicional, ciencia/experiencia,
público/privado, etc.). El patriarcado sostiene que los primeros componentes de cada par son
más valiosos, y los asocia a lo masculino. Las mujeres quedarían, pues, del lado de la
naturaleza, del cuerpo, de la materia, de las emociones, del saber tradicional, de la
experiencia, del objeto, de lo privado, rasgos considerados femeninos frente a sus opuestos
considerados masculinos. A partir de ahí, se justifica ideológicamente el dominio y la
explotación de la naturaleza y de las mujeres a favor del hombre y los valores masculinos.

La economía de mercado intensifica la situación al invisibilizar todo aquello que no tenga


traducción a un valor monetario. Las mujeres han venido realizando muchos trabajos
imprescindibles para la vida (parir, alimentar, cuidar, mejorar semillas y plantas, buscar leña,
conseguir agua, etc.) que no son pagados y que por tanto no figuran en ninguna cuenta de
resultados. Sin embargo, el sistema capitalista considera que población activa es aquella que
está en edad de trabajar, siempre que no sea estudiante, ama de casa u otros colectivos que no
realizan trabajo remunerado. Según esta definición, una persona en edad legal de trabajar que
lleva a cabo tareas domésticas en su casa y no recibe remuneración salarial forma parte de la
población inactiva.

La mitad de la humanidad, las mujeres, han venido realizando históricamente todas las labores
asociadas a la reproducción y los cuidados de los seres humanos, pero para el capital, el valor
de los cuidados, de la armonía vital, de la reproducción y de la alimentación, del cuidado de
las personas mayores o dependientes, es algo pasivo, que no cuenta en el mercado porque no
produce valor en términos económicos.

Algo similar sucede con los trabajos que realiza la naturaleza. La fotosíntesis, el ciclo del
carbono, el ciclo del agua, la capa de ozono, la regulación del clima, la creación de biomasa,
los vientos o los rayos del sol son gratis y, aunque sus trabajos son imprescindibles para vivir,
no son contabilizados y, como lo que no genera dinero no cuenta, también son invisibles para
el mercado.

El ecofeminismo defiende que, prácticamente en todo el planeta, son las mujeres a través de
su trabajo no monetarizado en los hogares y su trabajo fuera del hogar en las economías de
subsistencia, quienes proveen a los seres humanos de los recursos materiales, los cuidados y
los afectos que necesitan. Precisamente por ejercitar este tipo de tareas, muy cercanas a la
creación de bienestar y satisfacción de necesidades básicas, corporales y emocionales, es que
las mujeres son más conscientes de la necesidad de frenar el deterioro ambiental global.

El ecofeminismo, por tanto, busca como objetivos esenciales conservar la tierra y sus
recursos, poniendo en el centro la vida y su cuidado, en contraposición a la búsqueda de
beneficio económico a corto plazo. Se opone, por tanto, de forma esencial a la concepción
neoliberal de la economía y la sociedad.

Desde una perspectiva de género, se pueden establecer paralelismos muy interesantes entre las
propuestas feministas y las ecologistas. Si hablábamos de huella ecológica para medir el
impacto de los estilos de vida sobre la sostenibilidad de la Naturaleza, cabe hablar de la huella
civilizadora de las mujeres como indicador que evidencia el desigual impacto que tiene la
división sexual del trabajo sobre la sostenibilidad y sobre la calidad de vida humana.

La huella civilizadora es la relación entre el tiempo, el afecto y la energía amorosa que las
personas necesitan para atender a sus necesidades humanas reales (cuidados, seguridad
emocional, preparación de los alimentos, tareas asociadas a la reproducción, etc) y las que
aportan para garantizar la continuidad de vida humana. En este sentido, el balance para los
hombres sería negativo pues consumen más energías amorosas y cuidadoras para sostener su
forma de vida que las que aportan, por ello, desde el ecofeminismo, puede hablarse de deuda
femenina, como la deuda que el patriarcado ha contraído con las mujeres de todo el mundo
por el trabajo que realizan gratuitamente.

Las propuestas ecofeministas

El análisis del camino hacia el colapso que ha elegido e impone la sociedad occidental obliga
a acometer urgentemente una serie de transformaciones en las que las mujeres tienen mucho
que aportar.

En primer lugar es preciso cambiar la concepción del trabajo. La actividad de los seres
humanos sobre la tierra, el trabajo humano, está siendo capaz de deteriorar nuestro hábitat
hasta hacerlo inhabitable. Por eso es urgente revisar la concepción del trabajo como
enfrentamiento y explotación de recursos naturales y personas. Debemos recuperar o construir
unos modos de supervivencia respetuosos con la tierra y con las necesidades humanas en los
que mujeres y hombres compartan las cargas y los beneficios de aquellas actividades que nos
permiten vivir.

Frente al ciclo trabajo-ocio regulado por la producción y el consumo, la sostenibilidad supone


tiempos de trabajo que respeten los ciclos de la vida, tanto los ciclos de regeneración del
medio natural como los ciclos vitales humanos (procreación, infancia, vejez) o los ciclos
diarios de actividad y descanso.

Es preciso distinguir trabajo y empleo, ya que en caso contrario, se convierten en invisibles


todos los trabajos que no están monetarizados e incorporados al mercado laboral, como son
especialmente los trabajos reproductivos y de cuidado realizados en su mayor parte por las
mujeres (crianza, preparación de alimentos, atención a la enfermedad, a los ancianos o a la
discapacidad...), en muchas ocasiones los trabajos de las comunidades de subsistencia y los
trabajos de la naturaleza para el mantenimiento de la vida.

Esto lleva, por tanto, a considerar la economía del cuidado asignada a las mujeres como algo
difícilmente mercantilizable. La finalidad de estos cuidados no es monetaria, sino que
persigue aumentar la calidad de vida humana. Resultaría imposible pagar con salarios de
mercado todo este trabajo. La explotación del trabajo de las mujeres y de los trabajos de la
Naturaleza, son, por tanto, condición necesaria para la existencia del sistema capitalista.
El ecofeminismo, sobre todo en los países del Sur cuestiona la categoría occidental de
pobreza. De acuerdo con lo que plantea Vandana Shiva (2005), el modelo de desarrollo
basado en la economía de mercado, considera que las personas son pobres si comen cereales
producidos localmente por las mujeres en lugar de comida basura procesada, transformada y
distribuida por las multinacionales del agrobusiness. Se considera pobreza a vivir en casas
fabricadas por uno mismo con materiales ecológicos como el bambú y el barro en lugar de
hacerlo en casas de cemento y PVC. Es propio también de pobres llevar ropa hecha a mano a
partir de fibras naturales en lugar de sintéticas.

Pero es que además, no es cierto que en las sociedades occidentales cada vez se viva mejor y
seamos más ricos. Hemos aumentado la pobreza ambiental y social. Vivimos en un entorno
más contaminado, aumentan los casos de cáncer y las alergias de extraño origen, respiramos
un aire más sucio, comemos alimentos regados con aguas contaminadas, abonados con
productos químicos, producidos por animales enfermos y torturados, no tenemos tiempo para
dedicar a las personas que queremos, trabajamos en cosas que no nos gustan, viajamos cada
día mucho tiempo para llegar a nuestro trabajo, nos vemos obligados a pagar hasta para que
los niños jueguen y la mayor parte de la población vive endeudada con los bancos.

Para Shiva, el desarrollo occidental, que califica de “mal desarrollo” frente a las economías de
subsistencia, va asociado a un crecimiento económico y el aumento de la productividad
basados en la destrucción la naturaleza y en la explotación de la mujer para producir vida,
bienes y servicios para satisfacer las necesidades básicas. La productividad y crecimiento
ilimitado, presentados como positivos en sí mismo, progresistas y universales son en realidad
patriarcales, destruyen el medio ambiente y generan enormes desigualdades entre hombre y
mujeres.

Por tanto, el camino hacia la sostenibilidad implica librarse de un modelo de desarrollo que
lleva a la destrucción. El ecofeminismo es un movimiento activo y solidario en las luchas de
resistencia mundiales al modelo de progreso y bienestar que impone la globalización y que se
basa en la maximización de beneficios monetarios a corto plazo, aunque sea a costa de la
salud de las comunidades humanas y de los ecosistemas.

La sostenibilidad sólo se puede alcanzar en una sociedad que incorpora y da valor a los
saberes y trabajos de las mujeres que, por haber estado muy cercanas a las condiciones
materiales de subsistencia, han desarrollado trabajos y habilidades que les hacen estar más
adaptadas para caminar hacia ella.

El proyecto ecofeminista debe pues centrarse en la organización económica y política de la


vida y el trabajo de las mujeres y plantear alternativas viables al modelo desarrollista
responsable de la crisis ecológica que pasan por la mejora de las condiciones de vida de las
mujeres y de los pobres.

La sostenibilidad se basa en la autosuficiencia, la descentralización, la complejidad y la


autoorganización. La vida, los ecosistemas, son una estrategia de autoorganización, a través
de la cual se buscan los equilibrios, las sociedades humanas sostenibles no son ajenas a esta
estrategia. Para alcanzar la sostenibilidad resulta ineludible superar la solución
individualizada de los problemas y necesidades, por lo que sostenibilidad y salud comunitaria
van de la mano. En este contexto, la inteligencia colectiva es una estrategia capaz de generar
alternativas y construir un nuevo espacio de supervivencia. Los procesos de reflexión y
actuación que involucran al conjunto de la sociedad proporcionan una ventana para soñar e
inventar un modelo de organización social y económica que encare la crisis que ha causado
vivir de espaldas a la Naturaleza y al resto de las personas.

La recuperación del principio femenino permite trascender los cimientos patriarcales del mal
desarrollo y transformarlos. Permite redefinir el crecimiento y la productividad como
categorías vinculadas a la producción —no a la destrucción— de la vida. De modo que el
ecofeminismo es un proyecto político, ecológico y feminista a la vez, que legitima la vida y la
diversidad, y que quita el sostén al conocimiento y la práctica de una cultura de la muerte que
sirve de base solamente a la acumulación de capital.

Referencias bibliográficas

Bosch, A., Amoroso, M.I. y Fernández Medrano, H. (2003). Arraigadas en la Tierra, en


Amoroso Miranda, M.I. et al: Malabaristas de la vida. Barcelona: Icaria
García E. (2006). Decrecimiento y cambio social: ¿descenso suave o caída al abismo?.
http://axtom.modwest.com/cima/ficpdf/agenda060331f.pdf
Martínez Alier, J. (2005). El ecologismo de lo pobres. Conflictos ambientales y lenguajes
de valoración. Barcelona: Icaria
Meadows, D., Randers, J. y Meadows, D. (2004) Limits to growth: the 30 years update.
White River Junction (UT) Chelsea: Green
Reid, W. dir. (2005) Informe evaluación ecosistemas del milenio.
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id=15959

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=47899

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