La Niña y La Zorra

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Era invierno.

El aire frío bailaba con vientos fuertes y penetrantes y la nieve, amontonada hasta
en las ramitas de los árboles desnudos, cubría el mundo. Era la temporada de lagos congelados
y chimeneas encendindas, y en la pequeña aldea de cazadores una familia penaba junto al
lecho de una pequeña niña que había caído enferma. Tosía sin parar, apenas tenía fuerza para
hablar; sus ojos estaban perdiendo el brillo. Después de probar todos los remedios conocidos,
sus padres decidieron llamar a la curandera que vivía en el pueblo vecino.
Brisa de Otoño, así se llamaba, y tenía una sonrísa que era como los rayitos de sol que te
calientan en las horas más frías. Brisa de Otoño siempre iba donde la llamaban, y apenas llegó a
la cabaña se dirigió al lecho de la niña, al lado del fuego y la observó. En seguida puso una mano
en su frente y otra mano en el pecho, y escuchó.
Solo se podía oír la respiración dificultosa de la niña, y el crepitar del fuego.
Silencio.
Finalmente la curandera dijo: oigo a una zorra. Quiere cruzar el bosque pero no tiene fuerzas
suficientes. Está muy debilitada, hambrienta y apenas puede caminar.
El padre de la niña dio un paso al frente
Yo soy un cazador. Iré al bosque, encontraré a la zorra, y la traeré aquí.
La curandera pensó… si, si, muy bien, tráeme a la zorra, tráemela aquí junto al fuego.
El padre de la niña se puso sus botas de nieve, su abrigo de piel y se internó en bosque.
Acostumbrado a las inclemencias del clima, avanzaba ágil y atento, buscando alguna huella que
le pudiera dar pista del animal que buscaba. Anduvo y anduvo durante mucho tiempo, leyendo
las señales impresas en la nieve, dejándose guiar por su instinto de cazador. Encontró las
huellas de un animal que avanzaba con dificultad y las siguió con presteza. Finalmente la vio: el
cuerpito debilitado de la zorra avanzaba con dificultad, luchando contra el viento; sus patitas se
hundían en la nieve. El cazador la siguió.
Mientras tanto, en la casa de la niña, Brisa de Otoño mantenía sus mandos sobre el cuerpo de
la niña, escuchando:
El cazador la ha encontrado. Puedo oír sus pasos. Está cerca.
Pero pronto cayó la noche, y el cazador, no pudiendo avanzar más en la oscuridad absoluta que
invadía el mundo, decidió encnder un fuego y esperar.
Le pareció distinguir los ojitos de la zorra observándolo
No durmió en toda la noche. El cazador esperaba.
Brisa de Otoño pegó su oreja al pecho de la niña:
El cazador ha encendido un fuego, oigo el danzar de las llamas. Pero la zorra tiene miedo de
acercarse. Esta noche la niña tendrá fiebre, una fiebre muy alta.
La madre de la niña cambiaba paños de agua fría mientras brisa de otoño velaba a su lado.
Al día siguiente el cazador sigió a la zorra con cuidado. El animalito apenas podía seguir
avanzando. Quedando tendido en la nieve, expuesto a los fuertes vientos que había traído el
amanecer, le dio posibilidad al cazador de acercarse.
El hombre la tomó en sus brazos. Tan frágil era… apenas un montoncito de piel y huesos. Con
mucho cuidado, el cazador la cubrió con su abrigo, dándole también su propio calor. Pensó que
nunca había tomado a un animal con tanta ternura.
¡La tiene en sus brazos! Exclamó brisa de otoño. Vienen hacia aquí. El corazón de la zorrita late
con fuerza, tiene miedo.
Un día y una noche tardaron en volver.
Apenas llegó el cazador le entregó la zorra a Brisa de Otoño, que con suavidad y firmeza le hizo
un lugar en el lecho de la niña.
Rápido, trae comida, dijo a la madre.
La madre de la niña trajo carne para la zorra.
La zorrita devoró la comida y luego se hechó a dormir. Zorra y niña durmimeron durante horas.
La luz del fuego alumbraba sus rostros apacibles durante toda la noche. A la mañana siguiente,
en un solo isntante, ambas abrieron los ojos y se miraron.
Trae comida, dijo Brisa de Otoño
La madre de la niña les acercó alimento, y zorra y niña comieron a la par.
Abre la puerta, exclamó Brisa de Otoño cuando terminaron de comer. El padre de la niña abrió
la puerta y, al sentir el impacto del aire frío que entraba, la zorrita se incorporó y se dirigió a la
puerta. Miró a la niña un instante y luego, dando un pequeño brinco, salió al exterior, correteó
por la nieve como jugando, en dirección al bosque.
La niña se icnorporó y fue hasta la puerta
Observó como la figura del animalito desaparecía entre los árboles y dio media vuelta. Miró a
sus padres y sonrió.
La madre lloraba de emoción. Los ojos de su hija tenían todo su brillo de vuelta.
¡Gracias! ¡Brisa de Otoño! Que hubiésemos hecho sin ti.
La curandera río y su risa llenó la choza como los rayos del sol en las horas más frías.
No hay que agradecer, queridos amigos. Solamente les dejo una pregunta, para pensar… ¿quién
curó a quine?
Y diciendo esto, dio un fuerte abrazo a sus anfitriones y, también ella salió a la nieve. Y por más
de que cargaba con años y años y su cuerpo avanzaba lento, a todos les pareció que se alejaba
correteando, tal como la zorrita había hecho.

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