Plan Lector 1
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Plan Lector 1
Cuando la gamita los hubo aprendido bien, su madre la dejó andar sola.
Una tarde, mientras recorría el bosque comiendo hojitas tiernas, vio de pronto en el hueco
de un árbol muchas bolitas juntas que colgaban.
Como era muy traviesa dio un cabezazo a aquellas cosas para ver lo que eran y se apartó.
Vio entonces que las bolitas se habían partido y que de ellas caían gotas doradas. Habían salido
también muchas mosquitas rubias de cintura muy fina.
La gamita se acercó y las mosquitas no la picaron. Muy despacito, entonces, probó una
gotita con la punta de la lengua y se relamió con gran placer; era miel, miel de abejas que no
tenían aguijón. Hay abejas así.
En dos minutos la gamita se la tomó toda y corrió a contárselo a su mamá.
Ésta se alarmó muchísimo y le prohibió volver a hacerlo, pues las abejas son muy peligrosas.
-¡Pero si no pican, mamá!
Ya sabes te lo prohíbo; hay abejas muy terribles, hija, no me des un disgusto.
¡Sí, mamá! ¡No volveré a hacerlo!
Pero a la mañana siguiente salió temprano a buscar nidos de abejas. Anduvo largo rato...
Hasta que al fin halló uno. Estas abejas eran oscuras, con una fajita amarilla en la cintura.
El nido también era diferente y más grande.
-“Es probable que esta miel sea más rica”, -pensó.
Se acordó de las palabras de su mamá; mas creyó que ella exageraba, como exageran a
menudo las mamás de las gamitas.
Y le dio un gran cabezazo al nido.
¡Mejor nunca lo hubiera hecho!
Todas las abejas se le vinieron encima y la picaron en todo el cuerpo y, lo que es peor, en los
mismos ojos.
La gamita corrió, loca de dolor, gritando, hasta que de pronto no pudo correr más y tuvo
que detenerse porque no veía nada... ¡Estaba ciega! ¡Completamente ciega!
Cuando su madre, cansada de buscarla, la halló al fin, se desesperó viendo sus ojos tan
hinchados. Paso a paso, regresó hasta su cubil, con la cabeza de la pobre cieguita apoyada en su
cuello.
Todos los habitantes del monte las miraron pasar y tuvieron lástima de ellas.
La madre estaba angustiada. ¿Qué podía hacer? Sólo había un ser para curarla, pero éste
era un hombre que cazaba venados. 3
ACTIVIDADES DEL PLAN LECTOR - 6º GRADO - EDUCACIÓN PRIMARIA
Como el hombre vivía en el pueblo y había allí muchos perros, tuvieron que caminar muy despacito
y escondiéndose, para que no las descubrieran. Un búho que era amigo de ellas las guió y por fin
estuvieron ante la puerta del cazador:
-¡Tan!, ¡tan!, ¡tan!
-¿Qué hay? –preguntó una voz ronca desde adentro.
-¡Somos las gamas!... Mi pobre hija está ciega.
El cazador tenía un corazón bondadoso y se conmovió al oír esto, y mucho más cuando vio los
ojos de la gamita.
La examinó muy de cerca con un vidrio redondo muy grande mientras mamá alumbraba con
el farol colgado de su cuello.
-Ella se curará –le dijo-, pero deberá tener mucha paciencia. Póngale esta pomada en los
ojos todas las noches y manténgala por veinte días en la oscuridad. Después póngale estos lentes
amarillos y sanará.
-¡Muchas gracias, cazador? –respondió la gama, muy agradecida- ¿Cuánto le debo?
-No es nada –contestó el cazador-. Adiós. Cuídense de los perros.
Los días pasaron y la mamá siguió fielmente las instrucciones. Lo que más le costó fue tener
encerrada a la gamita en el hueco de un gran árbol durante veinte días interminables.
Por fin una mañana la madre apartó el gran montón de ramas que había arrimado al hueco
del árbol para que no entrara luz y la gamita, con sus lentes amarillos, salió corriendo y gritando:
-¡Veo, mamá! ¡Ya veo todo!
Y la gama lloraba de alegría al ver curada a su gamita.
Y se curó del todo. De nuevo estaba sana y contenta, pero tenía un secreto que la
entristecía: quería pagar al hombre que la había curado y no sabía cómo.
Hasta que un día se le ocurrió una idea. Se puso a recorrer las orillas de las lagunas
buscando plumas de garza para llevar al cazador.
Cuando hubo reunido un buen ramo, fue de nuevo hasta la casa del pueblo y tocó.
-¡Tan!, ¡tan!, ¡tan!
Abrió la puerta el cazador y se encontró con su amiga, la gamita, que le traía su regalo.
Le agradeció mucho, pues las plumas de garza son muy caras y la premió con un jarro de
miel que la gamita comió, loca de contenta.
Desde entonces el cazador, y la gamita fueron grandes amigos. Ella se empeñaba en
llevarle plumas de garza y se quedaba horas charlando con el hombre. Él la esperaba siempre
con un jarro lleno de miel y arrimaba la sillita alta para su amiga. Cuando caía la tarde, mientras
tomaba café, leía, esperando el ¡tan!, ¡tan! Bien conocido de su amiga, la gamita.
Juego de dados
Sitio donde los animales se refugian para dormir
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