Hermanos Grimm - Blancanieve y Rojarosa
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Hermanos Grimm
textos.info
Biblioteca digital abierta
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Texto núm. 1144
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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Blancanieve y Rojarosa
Una pobre mujer vivía en una cabaña en medio del campo; en un huerto
situado delante de la puerta, había dos rosales, uno de los cuales daba
rosas blancas y el otro rosas encarnadas. La viuda tenía dos hijas que se
parecían a los dos rosales, la una se llamaba Nieveblanca y la otra
Rosaroja. Eran las dos niñas lo mas bueno, obediente y trabajador que se
había visto nunca en el mundo, pero Nieveblanca tenía un carácter más
tranquilo y bondadoso; mientras a Rosaroja la gustaba mucho más, correr
por los prados y los campos en busca de flores y de mariposas.
Nieveblanca, se quedaba en su casa con su madre, la ayudaba en los
trabajos domésticos y la leía algún libro cuando habían acabado su tarea.
Las dos hermanas se amaban tanto, que iban de la mano siempre que
salían, y cuando decía Nieveblanca: —No nos separaremos nunca,
contestaba Rosaroja: —En toda nuestra vida; y la madre añadía: —Todo
debería ser común entre vosotras dos.
Iban con frecuencia al bosque para coger frutas silvestres, y los animales
las respetaban y se acercaban a ellas sin temor. La liebre comía en su
mano, el cabrito pacía a su lado, el ciervo jugueteaba delante de ellas, y
los pájaros, colocados en las ramas, entonaban sus mas bonitos gorjeos.
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Nieveblanca y Rosaroja tenían tan limpia la cabaña de su madre, que se
podía cualquiera mirar en ella. Rosaroja cuidaba en verano de la limpieza,
y todas las mañanas, al despertar, encontraba su madre un ramo, en el
que había una flor de cada uno de los dos rosales. Nieveblanca encendía
la lumbre en invierno y colgaba la marmita en los llares, y la marmita, que
era de cobre amarillo, brillaba como unas perlas de limpia que estaba.
Cuando nevaba por la noche, decía la madre: —Nieveblanca, ve a echar el
cerrojo, y luego se sentaban en un rincón a la lumbre; la madre se ponía
los anteojos y leía en un libro grande; y las dos, niñas la escuchaban
hilando; cerca de ellas estaba acostado un pequeño cordero y detrás
dormía una tórtola en su caña con la cabeza debajo del ala.
—Hijas, las dijo el oso, ¿queréis sacudir la nieve que ha caído encima de
mis espaldas.
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comenzaban a reír. El oso las dejaba hacer cuanto querían, pero cuando
veía que sus juegos iban demasiado lejos, les decía:
—Voy al bosque, tengo que cuidar de mis tesoros, porque no me los roben
los malvados enanos. Por el invierno, cuando la tierra está helada, se ven
obligados a permanecer en sus agujeros sin poder abrirse paso; pero
ahora que el sol ha calentado ya la tierra, van a salir al merodeo; lo que
cogen y ocultan en sus agujeros no vuelve a ver la luz con facilidad.
Algún tiempo después, envió la madre a sus hijas a recoger madera seca
al bosque, vieron un árbol muy grande en el suelo, y una cosa que corría
por entre la yerba alrededor del tronco, sin que se pudiera distinguir bien lo
que era. Al acercarse distinguieron un pequeño enano, con la cara vieja; y
arrugada y una barba blanca de una vara de largo. Se le había
enganchado la barba en una hendidura del árbol, y el enano saltaba como
un perrillo atado con una cuerda que no puede romper; fijó sus ardientes
ojos en las dos niñas, y las dijo:
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—¿Qué hacéis ahí mirando? ¿por que, no venís a socorrerme?
—Tonta curiosa, replicó el enano; quería partir este árbol para tener
pedazos pequeños de madera y astillas para mi cocina, pues nuestros
platos son chiquititos y los tarugos grandes los quemarían; nosotros no
nos atestamos de comida como vuestra raza grosera y tragona. Ya había
introducido la cuña en la madera, pero la cuña era demasiado resbaladiza;
ha saltado en el momento en, que menos lo esperaba, y el tronco se ha
cerrado tan pronto, que no he tenido tiempo para retirar mi hermosa barba
blanca que se ha quedado enredada. ¿Os echáis a reír, simples? ¡Qué
feas sois?
Por más que hicieron las niñas no pudieron sacar la barba que estaba
cogida como con un tornillo.
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—¡Qué bestia eres! exclamó el enano, ¿no ves que es ese maldito pez
que quiere arrastrarme al agua?
Poco tiempo después envió la madre a sus hijas a la aldea para comprar
hilo, agujas y cintas, tenían que pasar por un erial lleno de rosas, donde
distinguieron un pájaro muy grande que daba vueltas en el aire, y que
después de haber volado largo tiempo por encima de sus cabezas,
comenzó a bajar poco a poco, concluyendo por dejarse caer de pronto, al
suelo. Al mismo tiempo se oyeron gritos penetrantes y lastimosos.
Corrieron y vieron con asombro a un águila que tenía entre sus garras a su
antiguo conocido el enano, y que procuraba llevársele. Las niñas, guiadas
por su bondadoso corazón, sostuvieron al enano con todas sus fuerzas, y
se las hubieron también con el águila que acabó por soltar su presa; pero
en cuanto el enano se repuso de su estupor, les gritó con voz gruñona:
—¿No podíais haberme cogido con un poco más de suavidad, pues habéis
tirado de tal manera de mi pobre vestido que me le habéis hecho
pedazos? ¡Qué torpes sois! Después cogió un saco de piedras preciosas y
se deslizó a su agujero, enmedio de las rosas. Las niñas estaban
acostumbradas a su ingratitud y así continuaron su camino sin hacer caso,
yendo a la aldea a sus compras.
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que transitase nadie por allí a aquellas horas, pues era ya muy tarde. El
sol al ponerse iluminaba la pedrería y lanzaba rayos tan brillantes, que las
niñas se quedaron inmóviles para contemplarlas. —¿Por qué os quedáis
ahí embobadas? las dijo, y su rostro ordinariamente gris estaba
enteramente rojo de cólera.
Iba a continuar un dicterio, cuando salió del fondo del bosque un oso
completamente negro, dando terribles gruñidos. El enano quería huir lleno
de espanto, pero no tuvo tiempo para llegar a su escondrijo, pues el oso le
cerró el paso; entonces le dijo suplicándole con un acento desesperado:
—Perdonadme, querido señor oso, y os daré todos mis tesoros, todas
esas joyas que veis delante de vos, concededme la vida: ¿qué ganaréis en
matar a un miserable enano como yo? Apenas me sentirías entre los
dientes; no es mucho mejor que cojáis a esas dos malditas muchachas,
que son dos buenos bocados, gordas como codornices? Y zampáoslas en
nombre de Dios.
Pero el oso sin escucharle, dio a aquella malvada criatura un golpe con su
pata y cayó al suelo muerta.
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Hermanos Grimm
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(1822) recibe su nombre de Jacob Grimm.
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Francia a los países de habla alemana, como El gato con botas o Barba
Azul, tuvieron que eliminarse de las ediciones posteriores.
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