Acerca Del Optimismo Leibniz Cristina Alayza
Acerca Del Optimismo Leibniz Cristina Alayza
Acerca Del Optimismo Leibniz Cristina Alayza
Cristina Alayza
Pontificia Universidad Católica del Perú
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Palabras clave:
Leibniz, optimismo, armonía universal, mundos posibles 11
No pasa un día sin que usemos la palabra optimismo, que fue acuñada por
Cristina Alayza
En 1767 Voltaire terminaba de escribir un cuento que llevaría por título “Cán-
dido o el optimismo”. El cuento narra la historia de Cándido, joven oriundo
de Westfalia al que le suceden las mayores desgracias, imaginables e inimagi-
nables también. Sin embargo Cándido ha aprendido bien las lecciones de su
maestro Pangloss, y sabe que no hay efecto sin causa y que en este mundo,
el mejor que podemos imaginar, todo ocurre por algo y de acuerdo a una
finalidad mayor, de modo que, a fin de cuentas, no hay nada de qué realmente
lamentarse. De esta manera se burlaba abiertamente Voltaire del optimismo
de Leibniz. Y es que Leibniz ciertamente pensaba que habitamos el mejor de
los mundos posibles, y ciertamente esta frase, sacada de su contexto original,
puede parecer bastante ingenua. Tanto así que, al inicio del cuento de Voltaire,
el mismo Cándido con toda razón se pregunta: “Si este es el mejor de los
mundos imaginables, ¿cómo serán los otros?”1
1
Voltaire, François Marie Arouet de, “Cándido o el optimismo”, en: Cándido y otros cuentos,
traducción de Antonio Espina, Madrid: Alianza Editorial, 1982, p. 65.
contra de Voltaire quizá) al propio Leibniz mismo, o en todo caso, a su opti-
§1.
Lo primero que hemos de notar cuando nos enfrentamos con una afirmación
que dice que vivimos en el mejor de los mundos posibles, es que el nuestro es
el mejor entre una multiplicidad de mundos posibles. En este sentido se expresa
Leibniz en una carta a Louis Bourguet: “El universo es solamente la colección
de una cierta clase de composibles, y el universo real es la colección de todos
los posibles existentes (...) Y como hay diferentes combinaciones posibles,
algunas mejores que otras, hay muchos universos posibles, cada uno de los
cuales es una colección de composibles”2. Esta cita, que habla de universos
posibles y universos reales, muestra la complicidad que hallamos en Leibniz
entre lógica y ontología. Por un lado se habla de los distintos estatutos de lo
que es (hay cosas, universos, posibles y cosas, universos, reales); por otro,
se presenta una lógica combinatoria. Para poder entender adecuadamente
esta cita voy, primero, a explorar el sistema lógico de Leibniz, pues es una
cuestión tanto lógica como ontológica la que sustenta la creencia de Leibniz
en la multiplicidad de mundos posibles3.
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2
Tomo la cita de: Copleston, Frederick, Historia de la filosofía. Volumen IV: De Descartes a Leibniz,
traducción de Juan Carlos García-Borrón, Barcelona: Ariel, 1981, p. 262 (en la edición de Ger-
hardt de la obra de Leibniz la cita corresponde al volumen III de Die Philosophische Schriften von
G.W. Leibniz, p. 573).
3
Tradicionalmente se veía a Leibniz como un eminente metafísico, que había centrado sus pre-
ocupaciones en el tema de la sustancia. A comienzos del siglo XX, las investigaciones de Bertrand
Russell y Louis Couturat sobre Leibniz inician una nueva corriente que insiste más en los temas ló-
gicos de la obra de nuestro autor; según ellos, la metafísica leibniziana se deriva casi por completo
de su lógica, y especialmente, de su teoría de la proposición (Cf. Sierra Mejía, Rubén, “Gottfried
Wilhelm Leibniz”, en: Tres textos metafísicos, traducción de Rubén Sierra Mejía, Bogotá: Norma,
1992, pp. 9; Cf. Parkinson, G.H.R., “La naturaleza de la proposición en Leibniz”, en: ibid., p. 53).
Sin embargo me parece que tanto en el Discurso de metafísica, texto temprano de Leibniz, como
Leibniz separa las verdades en dos categorías: verdades de razón y verdades
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en la Monadología, texto ya maduro, ambos ámbitos están de tal manera entrelazados, que resulta
difícil decir cuál de ellos es el dominante. En este ensayo empiezo por la parte lógica simplemente
por motivos de la exposición.
4
“Contentémonos con buscar la verdad en la correspondencia entre las proposiciones que hay
en el espíritu y las cosas que se consideran (...) En un sentido exactamente igual podemos decir
asimismo que un ser es verdadero, es decir, que la proposición que afirma su existencia actual o
cuando menos su existencia posible es efectivamente una proposición verdadera” (Leibniz, G.W.,
Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano (1704), edición de J. Echeverría Ezponda, Madrid:
Editora Nacional, 1977, libro IV, cap. V, § 11, p. 477; en adelante: NE, seguido de número de libro,
de capítulo, de parágrafo y de página). Cf. Copleston, Frederick, op. cit., p. 257.
5
Leibniz, G.W., Monadología (1714), en: Tres textos metafísicos, § 33, p. 76 (en adelante: Monado-
logía, seguido de número de parágrafo y de página).
ya que lo único que lo define es que sea no-contradictorio: las verdades de
6
“Las verdades primitivas de razón son las que yo denomino con el apelativo de idénticas, porque
parece que lo único que hacen es repetir lo mismo (...) Todo esto puede ser afirmado indepen-
dientemente de cualquier prueba, o de reducirlo a la oposición o al principio de contradicción”
(NE, IV, II, § 1, pp. 434-435). Aquí, cuando Leibniz dice que las verdades primitivas de razón no
necesitan de prueba, quiere decir que ellas no necesitan ser ejemplificadas por algún individuo
particular para ser verdaderas. Un ejemplo clásico es el del triángulo: todo triángulo, sabemos,
tiene por definición tres lados y la suma de sus ángulos internos es igual a la de dos ángulos rectos. 15
Por más que no encontremos nunca un triángulo individual perfecto, no por ello la definición de
triángulo deja de ser enteramente verdadera. Más bien es al revés: los individuos particulares
tienen que “encajar” en los esquemas de las verdades de razón para existir.
7
Cf. Copleston, Frederick, op. cit., p. 258. Por poner nuevamente un ejemplo clásico, nosotros
estamos seguros de que el sol saldrá por las mañanas todos los días, pero es posible pensar sin
entrar en contradicción que haya un día en que no salga el sol.
8
Pongo aquí un ejemplo que extraigo de Copleston: en un sistema en el que por ejemplo A tiene
lugar, si B es lógicamente incompatible con A, B queda necesariamente excluido del sistema. Pero
en otro sistema donde B tuviera lugar, entonces sería A quien necesariamente quedaría excluido
(Cf. ibid., p. 262). La exclusión descansa en la lógica del sistema mismo, o en las relaciones de
la serie, pero la afirmación de la existencia del sistema o de la serie misma no es necesaria: su
contrario también es posible.
Ahora que hemos establecido la multiplicidad de universos posibles, es momento
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de preguntarse, con Leibniz, qué motivos habría para que justamente exista un
mundo tal cual nosotros lo conocemos. Si la existencia no es necesaria y pudo
haber sido de cualquier otra manera (siempre que sea lógicamente posible),
y si ninguna verdad de razón es capaz de establecerla, hace falta para Leibniz
algún principio que motive el paso de la posibilidad a la actualidad. Leibniz lo
llama principio de razón suficiente: como su nombre indica, es el principio
que da razón de que algo sea más bien de un modo en vez que de otro. Como
hemos visto, las verdades de razón se fundamentan en el principio de iden-
tidad o no-contradicción. Este principio no puede asimismo fundamentar las
verdades de hecho porque en el ámbito de la contingencia las proposiciones
admiten sus contrarios. Las verdades de hecho necesitan pues de otro principio
que las rija, y este es justamente el principio de razón suficiente, “en virtud
del cual consideramos que ningún hecho puede ser verdadero, o existente,
ningún enunciado verdadero, sin que haya una razón suficiente para que sea de
ese modo y no de otro”9. En otras palabras: nada sucede sin razón.
Según esto, no solo todo cuanto acontece en el mundo, sino el acontecer mismo
del mundo, han de tener razones que los expliquen suficientemente. De ahí
que para poder abordar la pregunta respecto de por qué nuestro mundo –el
mundo existente– habría de ser el mejor posible, hemos de indagar pues en
el principio leibniziano de razón suficiente.
§2.
¿Por qué todo en el mundo habría de suceder de acuerdo a una razón? Hemos
visto que en cuanto a la contingencia a se refiere, hay todo un abanico de po-
16 sibilidades abierto; de ese abanico, solo una serie, entre muchas otras, entra
en el curso de la existencia. No basta pues con que algo sea posible para que
exista, ese algo requiere además de una razón suficiente. En el mundo de los
hechos, puesto que toda existencia es contingente y todo podría ser de otra
manera, nos topamos con una suerte de infinito. En lo que sigue voy a tratar
de explicar mejor a qué me refiero con esto.
9
Monadología, § 32, p. 76 (el énfasis es añadido).
En los Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano Leibniz se expresa de la
10
NE, III, III, § 6, p. 341 (el énfasis es añadido).
El tema del individuo como infinito me parece que es de suma importancia
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Leibniz, G.W., Discurso de metafísica (1685), en: Tres textos metafísicos, § 13, p. 24 (en adelante:
Discurso, seguido de número de parágrafo y de página). En este parágrafo se encuentra el tradi-
cional ejemplo de Leibniz sobre la resolución de Julio César de cruzar el Rubicón. Leibniz se da
cuenta que lo que está proponiendo respecto de la sustancia individual parece destruir la libertad
humana, y para demostrar que no es así utiliza este ejemplo tantas veces comentado. Sobre él y
el tema de la libertad volveremos más adelante.
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Por ello dice Copleston que una de las cosas que se desprenden del principio de razón sufi-
ciente es que todas las proposiciones contingentes, al igual que las proposiciones necesarias, son
analíticas. La diferencia estaría en que solo las segundas son “finitamente” analíticas (Cf. Coples-
ton, Frederick, op. cit., p. 264).
entre el análisis de lo necesario y el análisis de lo contingente. El análisis de lo
13
Esta cita también la extraigo de Copleston en: ibid., p. 264 (en la edición de Gerhardt, co-
rresponde al volumen III, p. 582). Dicho de paso, esta cita ciertamente hace acordar a aquella
distinción aristotélica entre el orden del ser y el orden conocimiento.
modo un círculo, en el sentido en que sus partes o elementos integrantes
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“Pues todos los cuerpos, como los ríos, están en un flujo perpetuo, y las partes entran y salen
continuamente de ellos” (Monadología, § 71, p. 85).
necesaria, en la cual el detalle de los cambios solo esté de modo eminente,
§3.
La creación ha sido pues elección divina, pero esta elección tiene también una
razón de ser suficiente18. Esta razón se encuentra en el principio teleológico 21
15
Ibid., §§ 37-38, p. 77 (el énfasis es añadido). Cf. Copleston, Frederick, op. cit., p. 265.
16
“Esta Substancia Suprema, que es única, universal y necesaria, al no existir nada fuera de ella
que sea independiente, y que es sencillamente una consecuencia del ser posible, debe carecer de
límites y contener toda la realidad posible. [§ 41] De donde se sigue que Dios es absolutamente
perfecto (...) y donde no hay límites, es decir, en Dios, la perfección es absolutamente infinita”
(Monadología, §§ 40-41, p. 77).
17
Cf. Discurso, §§ 1-3, pp. 9-12.
18
“(…) era razonable y por consiguiente seguro que esto sucediese, pero no porque sea necesa-
rio en sí mismo ni lo contrario implique contradicción” (ibid., § 13, p. 26).
que Leibniz ha introducido en su sistema: Dios, como racionalidad última, elige
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Plantear las cosas de esta manera, presentar a un Dios que tiene conocimien-
to a priori de todos los sucesos del mundo, parece entrar en conflicto con la
libertad individual. Para salvar el optimismo de Leibniz de la “predestinación”
o “predeterminación” a la que parece abandonarse con el postulado de un
Dios enteramente racional, hemos de tratar de entender en qué sentido
Leibniz concilia ambos. Lo haremos tocando primero nuevamente el tema
de la sustancia individual, y segundo vinculando a esta con la hipótesis de la
armonía preestablecida.
Hemos visto que la sustancia es, pues, un sujeto que contiene virtualmente
todos los predicados que puede tener. Habíamos dicho también que si la
sustancia individual se determinara por causas exteriores, ella no sería más
que algo inerte. Ahora nos toca examinar brevemente por qué. Una sustancia
no podría desarrollar sus propias potencialidades, es decir, no podría pasar de
un estado a otro sin dejar de ser el mismo sujeto, si no fuera porque posee un
22 principio interno que tiende hacia su propio auto-despliegue. Esta tendencia
interna al auto-despliegue es lo que hace de la sustancia un ser esencialmente
activo; cada sustancia es principio y fuente de sus actividades: “Se les podría
dar el nombre de entelequias a todas las substancias simples, o mónadas
creadas, pues ellas tienen en sí cierta perfección y una suficiencia que las
convierte en fuente de sus acciones internas y, por así decirlo, autómatas
19
Ibid., § 13, p. 27 (el énfasis es añadido). Cf. Copleston, Frederick, op. cit., p. 268.
incorpóreos”20. De ahí que fuerza y energía sean características esenciales
¿Qué sucede con la libertad individual humana, moral? ¿Son las acciones de
los hombres actos libres o han sido predeterminados? Para responder a esta
20
Monadología, § 18, p. 72. Cf. Copleston, Frederick, op. cit., pp. 272, 280.
21
Monadología, §§ 67, 69, pp. 84, 85.
22
Cf. Valentie, María Eugenia, Una metafísica del hombre. Ensayo sobre la filosofía de Leibniz, Tucu-
mán: Instituto de Filosofía de la Universidad de Tucumán, 1956, p. 65. Armonía, finalmente, entre
mecanicismo y espiritualismo. Leibniz todo el tiempo está tratando de conciliar ambas. Por un
lado vemos, corroboramos constantemente que en el mundo material las cosas funcionan con 23
una cierta regularidad bastante estable que corresponde al principio de causalidad. Sin embargo,
al tratar de penetrar en la materia para explicar su subsistencia nos damos cuenta que la materia
no puede explicarse por sí misma. Hay ahí incluido un elemento espiritual, vital, que muchos
filósofos modernos han tratado forzosamente de desoír. El tema está, creo yo, justamente en la
armonía: Leibniz no trata de desprestigiar el principio físico-matemático moderno de la causali-
dad, pero tampoco rechaza la noción teleológica de sustancia de los antiguos y escolásticos. Más
bien su sistema busca conciliar ambas nociones o principios de una manera armónica, de forma
tal que se muestre su mutua cooperación. A este respecto me llaman la atención las metáforas
que utiliza Leibniz al referirse al cuerpo orgánico o ser vivo como “especie de máquina divina, o
de autómata natural, que supera infinitamente a todos los autómatas artificiales” (Monadología,
§ 64, p. 83).
23
Ibid., § 78, p. 87 (el énfasis es añadido).
última cuestión vamos a traer aquí el ejemplo de Julio César que antes hemos
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24
Discurso, §30, p. 56.
es con sus súbditos e incluso como un padre es con sus hijos. Esto hace que
Para finalizar quisiera decir solo una cosa más. Creo que si miramos en detalle
y, sobre todo, tratando de encontrarle sentido a los argumentos ofrecidos por
Leibniz para afirmar que vivimos en el mejor de los mundos posibles (en vez
de quedarnos simplemente con la afirmación gruesa), hemos de reconocer
que el sistema de Leibniz es consistente y dicha tesis se sostiene. Por supuesto 25
esto solo es aceptable si admitimos ciertos presupuestos de los que Leibniz
25
Monadología, §§ 84-85, p. 88.
26
“Esta ciudad de Dios, esta monarquía verdaderamente universal, es un mundo moral en el
mundo natural, y lo más elevado y lo más divino en las obras de Dios” (ibid., § 86, p. 88).
27
Ibid., §§ 87-88, p. 89.
28
Tomo prestada esta expresión de Copleston, Frederick, op. cit., p. 276.
29
Discurso, §36, p. 67.
parte, como, por ejemplo, el presupuesto básico de que todo cuanto ocurre
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30
Holzapfel tiene al respecto un ejemplo bastante simpático que me gustaría incluir aquí; resumo:
Camino por la calle vacía un domingo, en eso recuerdo que un amigo que no veo hace mucho
vive por aquí y decido darle una visita sorpresa, sin embargo no recuerdo exactamente el número
de su casa, así que toco la puerta de un vecino con la intención de preguntar. “Una señora abre la
puerta y se adelanta muy cautelosa hasta el portón. Ya en su cara seria y preocupada se desdibuja
un estar dominada por las razones que expliquen suficientemente: ¿quién soy?, ¿qué quiero?, ¿por
qué toco el timbre de su casa?, ¿soy confiable? Ahora bien, yo mismo y el hombre moderno so-
mos como esta señora, y existimos en todo momento en el mundo de la razón suficiente de por
qué esto y lo demás, sin que nada pueda escapar a ello” (Holzapfel, Cristóbal, Crítica de la razón
lúdica, Madrid: Trotta, 2003, p. 11).