Sobre Monadología. Resumen y Comentario - Juan Rico

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SOBRE “MONADOLOGÍA” DE GOTTFRIED LEIBNIZ: Resumen y comentario

Juan Pablo Rico Pimienta

I. Resumen

A partir de nuestra lectura del texto “Monadología” de Leibniz, nos centraremos en


describir en este breve escrito, desde tres unidades temáticas en particular, los principales
argumentos y reflexiones que podemos encontrar. Estas unidades son: 1) “El estudio de la
mónada” (desde el numeral 1 hasta el 30); 2) “La existencia de Dios” (desde el numeral 31 hasta
el 48) y 3) “El mundo como creación” (desde el 49 hasta el 90). Al finalizar este resumen,
seguiremos con un comentario a propósito de este texto.
1) Estudio de la mónada: Sin bien cada parte del texto conformaría lo que sería un “estudio de la
mónada”, hemos titulado así a esta primera parte pues es precisamente ahí (numerales 1 al 30)
donde Leibniz se concentra en describir los conceptos fundamentales de aquello que desarrollará
a lo largo del texto como “mónada”. Dicho esto, lo primero que hay que saber es que para
Leibniz la mónada es, por definición, una sustancia simple que integra los compuestos
(entendiendo simple como algo sin partes). Esta definición es así por necesidad lógica, pues lo
compuesto solo es compuesto en la medida en que se compone de lo simple. Sin embargo, hay
que aclarar que en ningún momento esta concepción de lo simple se refiere a una cosa como algo
material. Este elemento simple o mónada, es inextenso, informe, e indivisible; por lo tanto,
también, inmaterial. Por ello se le atribuye también que lo simple sea indisoluble, incapaz de
producirse o perecer naturalmente y por consiguiente inalterable en su interior por efecto de otra
criatura, ya que todo esto solo se produciría en lo material. Sin embargo, no por ello se le niega la
posibilidad a las mónadas de tener “cualidades”, de modo que puedan existir y a su vez
diferenciarse entre sí y estar sujetas al “cambio” al que están sujetos todos los seres. La mónada
cambia, pero lo hace en función de un “principio interno”. A este principio interno se le atribuye
el hecho de que exista la posibilidad que una sustancia simple pueda contener y “representar”
una multitud, una variedad en su propia unidad. Es decir, que en ella, además de acontecer una
gran variedad cosas, permanece lo que le permite seguir siendo esa única cosa que es. Este
proceso tiene el nombre de “detalle de lo cambia”, que no es más que la “percepción”. Y esta
percepción, que no es una sola, va surgiendo a cada instante por acción de la “apetición”, que es
sinónimo de “apetito” en la medida en que pretende saciarse con distintas percepciones; y por
ello el cambio. Sin embargo, hemos de diferenciar entre percepción y “apercepción” (que Leibniz
también llamará “conciencia”). Pues así como toda mónada posee esta capacidad de percibir,
también deben de haber unos grados de diferencia entre las percepciones de cada mónada. Así,
existen mónadas donde su percepción se acompaña de memoria, que proporciona una especie de
consecución a estas percepciones, en la cual los humanos y los animales se parecen. Sin embargo,
en lo que respecta a los humanos, además de tener memoria junto a sus percepciones, poseen la

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“razón”, expresada a través de los “actos reflexivos”. Mediante los cuales podemos concebir en
nosotros que el susodicho yo se encuentra en nosotros y así pensar en el ser y la sustancia, en lo
simple y lo compuesto, en lo inmaterial e incluso en Dios…
2) La existencia de Dios: Continuará Leibniz con esta descripción de la naturaleza del
razonamiento en la mónada humana, pero veremos cómo esta establece una conexión directa con
Dios. A propósito, dirá que así como hay definiciones de ideas que podemos proporcionar a
través de la razón, habrá igualmente ideas simples cuya definición no podríamos proporcionar.
Precisamente porque nuestra razón encuentra un límite al intentar dar cuenta del detalle ilimitado
de la variedad e inmensidad de cosas y movimientos en la naturaleza, que a su vez son divisibles
hasta el infinito. Por ello, es necesario que la fuente de lo que a nuestra razón resulta un límite,
sea en efecto algo que pueda reunir en sí lo ilimitado, es decir: Dios. Esto quiere decir que el
límite de nuestro razonamiento, de nuestra comprensión, sólo es posible por la existencia de algo
ilimitado, inabarcable, infinito, a lo que, entre otras cosas, llamamos Dios. Esto nos lleva a
considerar, a priori, a Dios como fuente de la existencia, pero a su vez como condición de
posibilidad de lo posible. Por eso para Leibniz, “Dios” resulta un “Ser necesario”. Pues, aunque
es precisamente esta imperfección, este límite de nuestra razón, la que nos diferencia de Dios, al
mismo tiempo no deja de ser una posibilidad que requiere de una causa efectiva que permita su
existencia. Esto muestra, también, que Dios es la sustancia simple originaria, de la cual derivan
todo el resto de mónadas. Finalmente, Leibniz, atribuye a Dios tres facultades: el “Poder”, que es
la fuente de todo; el “Conocimiento”, que contiene el detalle absoluto de las ideas y la
“Voluntad”, que efectúa el cambio en el universo en virtud de lo anterior, que a su vez responde a
esa facultad perceptiva y apetitiva en el resto de mónadas.
3) El mundo como creación: Por fin, Leibniz se ocupará de estudiar las relaciones en el “mundo”
o universo. Mundo que solo puede concebirse como una creación, bajo el “principio de
conveniencia”, que dicta que el mundo existente es como es porque de otra forma no podría ser;
porque solo lo pudo crear Dios concibiéndolo como es en virtud de su conocimiento y
decidiéndolo así gracias a su voluntad. Dentro de esta visión del mundo, encontramos también
que este universo además de ser creado por Dios, resulta ser el único y mejor de los mundos
posibles. Toda cosa contenida en este está en relación y se expresan en relación a otras cosas, lo
único que difiere es la forma de percepción de estas sustancias simples, lo que cabe dentro de sus
propios límites de expresión, lo que les es posible desenvolver de ese código universal que
contienen en su unidad, de ese infinito al que están enlazadas. Por ello, Leibniz concibe la
creación también como un espejo perpetuo y viviente donde el infinito del Dios y su mundo son
reflejados. Todo está sujeto a un flujo constante, una transformación perpetua que permite
concebir que aquello que llamamos muerte o generación absoluta son más bien una “percepción
confusa” (un modo de percibir particular a esa mónada) de algo que sería más bien un dinámico y
universal crecimiento y disminución. Esta “máquina divina”, conclusión del mundo a la que llega
Leibniz, funciona bajo lo que él llama un sistema de “armonía preestablecida”. Sistema donde la
mónada humana juega un papel fundamental, pues al ser su alma y cuerpo un espejo de la
perfección de Dios, así también lo es su gobierno. Y en efecto, al concebir esta razón, es
necesario afirmar la existencia de un orden perfecto y un gobierno de Dios sobre el universo

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infinito. Y al estar bajo su gobierno, como todo en el mundo, la felicidad no se haya sino en el
goce del mismo, en la unión con este.
II. Comentario

Así como en el resumen hemos seguido una estructura argumentativa que se constituye de
tres partes, también realizaremos aquí una construcción similar.
1) En cuanto al planteamiento filosófico que propone Leibniz desde el concepto de “mónada”,
resulta tanto interesante como problemático desde su definición. Esta inextensión misma que
caracteriza lo simple, esta inmaterialidad de la mónada es lo que se muestra como contradicción
frente a la posibilidad de justificarse como causa de lo compuesto, de lo material. Entonces, la
pregunta que enfrenta Leibniz en este punto es: ¿Cómo se une lo simple y lo compuesto? Aun
cuando esto pareciera un callejón sin salida ―donde el mismo Leibniz se ve obligado a confesar
que sería imposible explicar en absoluto lo que va explicar a través de razones mecánicas, esto es:
mediante sus figuras y movimientos―, podemos concebir una serie de relaciones lógicas,
ontológicas y metafísicas que nos permiten dar cuenta de un sistema que pueda dar respuesta a
esa pregunta. En esto consistirá principalmente el desarrollo que hace Leibniz sobre el proceso de
Percepción en las mónadas. Sin embargo, como es de esperarse una vez iniciada la solución de
un problema, empiezan a surgir problemas nuevos que antes no se veían pero que guardan cada
uno una relación en particular con el problema inicial y tejen juntos entre sí toda una red de
sentidos; de este modo Leibniz al llegar al estudio de la mónada humana, que se diferencia del
resto por contener aquello que llamamos razón, se topa con una serie de cuestionamientos que
hasta el día de hoy siguen dando de qué hablar…
Es que el problema que encuentra Leibniz al examinar la razón, no es otro sino el de todos
aquellos que derivan de un mismo campo semiológico, atribuibles a conceptos metafísicos y
ontológicos como el del alma y sustancia. Es este límite al que llega Leibniz el cual sigue en
cuestión en la contemporaneidad como el problema de la subjetividad, que comparte, a su modo,
tanto la filosofía como la psicología. El límite de la representación, que constantemente está en
cuestión frente a las investigaciones de la ciencia, que no obstante en su afán de descubrir, más
bien parece expandirse y perderse en un infinito donde no hay fronteras. Y todo esto lo resume
Leibniz a su manera bajo el proceso de percepción de las mónadas, en un universo donde todo se
encuentra dispuesto y a la vez no. Tal vez la mejor manera de aproximarse a esta reflexión es
mediante la idea de tiempo. Entendiendo la percepción solo como el modo en el que se expresa la
multitud de fenómenos del universo en la unidad de la mónada, es posible concebir que habrá
grados distintos que precisamente distinguen a una mónada de otra en su interior. Esto es
atribuible a una idea de un “código” en particular contenido en una mónada correspondiente.
Código que no puede ser sino un “reflejo” del universo infinito, una “programación” que lleva en
sí y desenvuelve a lo largo de toda su existencia (tiempo) y que no es otra cosa sino esa conexión
que tiene con la constante variedad del mundo. La razón será uno de esos grados de percepción
en particular a la mónada humana; su ciencia, su técnica, su arte, su filosofía solo serán esos
modos en particular en que se expresa su código, en lo que se va desenvolviendo el universo
contenido en ellas. Asimismo, muerte, caos, fin o cualquier concepción similar no serán más que
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un modo particular a estas de percibir un cambio que es infinito y al que están sujetas. Esto sin
duda deja percibir una visión extrañamente alentadora, donde si bien no hay porqué temer a eso
que llamamos muerte, también entra en conflicto con ese Deseo insaciable del hombre por hallar,
por develar el enigma que resulta para sí mismo su propia existencia; pues bien podrían los
científicos, por ejemplo, parar lo que están haciendo, entendiendo que lo que hacen no es más que
una ilusión para la que han sido programados y por consiguiente por más que se esfuercen, en el
caso de los físicos cuánticos, por dividir el átomo solo se la pasarán dando vueltas hasta llegar a
la conclusión de que todo está compuesto por algo inmaterial…
2) Si bien el planteamiento filosófico sobre la mónada resulta complejo, la solución a la pregunta
por la existencia de estas resulta más sencillo, aunque no por eso menos importante. La
justificación por la existencia de las mónadas a través de la demostración de la existencia de Dios
como razón suficiente, como fuente y condición de posibilidad de las mónadas y el mundo
existente, resulta ser original, sin dejar de ser tradicional a la teología y el platonismo. Aunque si
bien la respuesta concreta a la pregunta por la existencia de la mónadas y el mundo para Leibniz
es Dios, es la forma en cómo llega a esta conclusión la que es importante destacar en su filosofía.
Es precisamente allí en la idea de límite, en la incapacidad de representar ese infinito, ese tiempo
que desborda toda noción de tiempo, donde Leibniz justifica por principio de identidad que lo
limitado solo puede ser resultado de la existencia de algo ilimitado. Sin embargo, así como
enfrentó el problema de la unión entre lo inmaterial y lo material en la descripción del proceso
perceptivo de la mónada, también aquí enfrentará el cuestionamiento por cómo esto puede ser
posible. Cuestión que soluciona inmediatamente bajo la misma lógica: dado que así como Dios se
vuelve para los límites de la comprensión la causa suficiente por antonomasia de lo limitado, lo
es también de toda posibilidad de lo real, es decir: la existencia de Dios justifica por sí sola su
existencia y cualquier existencia posible… Esto sin duda resultará debatible, o incluso
inaceptable, especialmente para el agnosticismo o el ateísmo, pues con esta demostración se
reafirma a su vez un modelo teológico.
3) Ya para concluir, aun cuando estas demostraciones sobre Dios y su relación como causa y
razón original del mundo pueden resultar difíciles de admitir frente a posturas escépticas,
muestran también una visión muy particular del mundo, atribuibles si se quiere a un holismo o un
modo holista de entender la realidad. Es cierto que se puede apreciar un determinismo en la
noción del mundo como una creación por conveniencia de Dios; que ya todo ha sido dispuesto
bajo un orden divino que rige el universo y que cada mónada va percibiendo acorde al modo en
que se expresa en ellas la vida misma. Sin embargo, a pesar de esto, encuentro en Leibniz no solo
esta determinación innegable, sino que junto a ella hay una invitación. Invitación a ver cómo todo
está conectado, todas las posibilidades de encuentros entre lo pasado, lo que ocurre en el presente
y lo que ocurrirá impredeciblemente en el futuro; a entender la relatividad de las distancias y
cómo todo está sujeto a ese cambio constante que anticipaba bien Heráclito y poder ser capaz de
imaginar, desde los límites propios a nuestra monada en particular, toda esta multiplicidad de
acontecimientos. Y es quizá esta posibilidad de ser consciente de ello (de apercibirse), lo que
representa en Leibniz esa instancia de revolución, ese momento del ¡Eureka! Posibilidad de
asombro de su monadología.
BIBLIOGRAFIA
4
Leibniz, G. W. (1714). MONADOLOGÍA. Traducción de E. de Olaso. En Escritos filosóficos,
págs. 234-250.

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