La Sagra
La Sagra
La Sagra
Impacta la cantidad de negros que hay, tienen la plaza del pueblo tomada. Hay uno
que lleva la mano en la oreja y simula tener un móvil y hablar con alguien.
Una vez que estaba en el ayuntamiento, un negro pedía audiencia con el alcalde en
el mostrador. ¿Pa qué le quieres? Le decían, y el negro que era muy importante,
que tenía que hablar con el alcalde, y venga y dale. Sale el alcalde y ve el tinglado
y le dice al negro que qué cojones quiere. Y el negro, todo solemne, le dice que es
el encargado de comunicarle que un ministro de su país va a visitar el pueblo. Todo
Dios allí descojonandose, y el negro to serio, que sí, que iba a ir un ministro de su
país al pueblo a visitar a sus compatriotas y que había que recibirle con honores. Y
el alcalde tratando de quitarse al negro de encima, venga, venga, pues que me
mande una carta y ya veremos si no hay que llamar también a un ministro nuestro,
venga, venga, haz el favor. Luego resultó que era un hijo de un jefe de una tribu.
Por no hablar de las dos urbanizaciones enormes que hay a cada lado del pueblo
con casas a mitad de construir muchas de ellas y muchos enganches de luz ilegales
y mierda a tutiplén en los ¿jardines?. Y todo eso en medio de esos secarrales
infames, es un lugar sólo apto para masturbarse o suicidarse.
Estoy harto de decir que la zona norte de Toledo y Parla y sus alrededores son una
zona extraña. Es un lugar raro que trasmite sensaciones raras. Pueblos llenos de
urbanizaciones en medio de la nada, medio vacías, aceras sin árboles, chalet
abandonados o con puertas y ventanas tapiadas junto a otros bien cuidados. Gente
extraña, negros deambulando sin oficio ni beneficio, paisanos con sus Ebros sin
capota y la cuba de sulfatar las viñas, putas de saldo que ya no son competitivas en
Madrí, moros, moros a tutiplén con las moras cubiertas de pies a cebeza. Páramos
infinitos, cielos inmensos que te aplastan y te recuerdan que solo eres un simple
mortal.
Hay algo en esa tierra que perturba el alma, los que hemos estado allí lo sabemos,
aunque no sepamos qué es.
El alma y el cuerpo, hay una cantidad enorme de cáncer y esquizofrenia, más que
en ninguna otra parte de España.
Decía José Antonio Primo de Rivera que los castellanos conquistaron el mundo
porque no tenían otra opción, quien haya vivido en Toledo Norte sabe que esto es
un dogma de fe.
Siempre que hay un secuestro en Madrí, no sé el porqué pero si la cosa sale mal, el
cadáver lo encuentra semienterrado en la Sagra, escarbado por unos perros de
caza o en alguna antigua fábrica de ladrillos de esa maldita zona.
Esa zona esta maldita. Los perros huyen espantados por el hedor a muerte y sin
embargo la tierra engulle desdicha. Pide desdicha.
Siempre galgos, porque allá no hay más que galgos, y a montones abandonados.
Colgados, ahorcados, devorados por las pulgas mientras todavía sigue fluyendo la
mierda de sus tripas por el tronco que les sirve de patíbulo. Cae la tarde; se va
poniendo el sol... Los lugareños, apestando a sudor, dejan de un lado sus aperos y
se dirigen a la taberna a gastarse el jornal en vino tinto.
Y cuando sopla el aire, el solano, que es el único aire que allí recorre los llanos y
que además les seca la ropa, cuando éste corre se puede oír los lamentos de la
almas de los oriundos que calladamente agonizan e impregnan el ambiente de dolor
y fatigas. En verano el calor te achicharra como si del mismo infierno se tratase, y
en invierno castañean los dientes y el moquillo cae de la nariz. No hay mujeres
guapas, solo viejas y extranjeras. No cantan los pájaros, no hay sombras de
árboles porque no hay árboles, ni pájaros que se posen. Todo es desasosiego y una
extraña sensación de angustia.
Por la noche en verano no refresca jamaś y oyes a las chicharras cantar con su
monótono canto hasta volverte loco. Y se oyen cantos de pájaros pero sólo de
perdices ya que no hay otras aves, perdices sí que hay en muchísima abundancia, y
también muchos conejos. Infinidad de conejos atropellados se ven en las cunetas.
Siempre creí que yo era uno, indivisible. Pero la Sagra me desdobló, fue allí donde
pude comprobar que no era uno, sino dos. Un cuerpo y un alma que formaban un
conjunto. Recuerdo como al pisar esa maldita tierra quiso arrebatarme mi alma. Y
juro por Dios que noté como se me escapaba del cuerpo y era engullida por aquel
lugar. Pero la atrapé y pude mantenerla unida a mi cuerpo, no me extraña que la
gente del lugar hayan perdido todos la cabeza. Esa tierra te vacía, que roba el ser
espiritual y mantiene el cuerpo orgánico, que deambulan por las urbanizaciones sin
brillo en las miradas.
Conejos con mixomatosis, perdices de granjas que sueltan para que escapen y en
su huida mueran. Galgos famélicos, tiñosos, muertos de frío o de miedo que no
paran de temblar. Estos son los tres animales que habitan esa tierra, una tierra
seca que niega el agua. La antesala al infierno de Dante.
Por eso su vino es tan fuerte, porque se hace con el sufrimiento de los que trabajan
la tierra. Un vino con regusto a polvo, amargo, áspero al paladar, que emborracha
y hace mal vino en los que lo beben. Sacando lo peor de cada uno. Es la sangre
maldita del lugar, beber ese brebaje es como probar la sangre de un vampiro.
Denominación de origen Méntrida. Si lo veis por ahí no lo probéis, bueno, haced lo
que queráis, pero que sepáis que son las lagrimas de esa gente que vive atrapada
en un universo paralelo.
¿Y los olivos? Siempre enfermos, siempre afectados. Solía preguntar por cortesía a
los lugareños que qué tal hogaño la cosecha. Y siempre, siempre, pasaba algo al
olivo. Cuando no les pica la mosca, no llueve; cuando llueve, les entra repilo; o las
heladas tiran el fruto o la sequía no da rendimiento de aceite. Siempre están
enfermos o afectados, son como un reflejo de sus dueños. Cuando hay mucha
producción, baja el precio. Si no dan nada, sube el precio del aceite. Cuando no es
granizo, es la tuberculosis del olivo. Si un año les pagan pronto la subvención, ese
año los rumanos y gitanos arrasan los olivares. Siempre, siempre tiene algo malo.
No he visto árbol más sufrido que los olivos de esa zona. Y con que orgullo te
cuentan sus enfermedades los agricultores, parece que están deseando que les
preguntes para empezar a quejarse amargamente de su existencia.
Los oriundos de La Sagra jamás te dirán lo que piensan. Para ellas decir lo que
piensan es el mayor pecado que existe. Mayor que el incesto o el asesinato. Si
agarras a un sagreño, lo atas a un sillón, le arrancas una muela con unas tenazas
oxidadas a lo vivo y el preguntas si le duele... pues te dirá que no.
Las casas de los muchos moros que ves allí tampoco son nada halagüeñas. Ves un
pequeño bloque de tres pisos en tres plantas y ves que hay tres antenas
parabólicas y la cerradura de la entrada rota desde hace años y que nadie la
arregla. Los buzones de los moros tienen garrapateado un nombre con rotulador y
nada más. Es desolador.
Gente que por las tardes apuran los vinos antes de ir al puticlub de Valmojado o al
del Lucio en Maqueda.
Ancianos que van a labrar viñas en tractores que se fabricaron cuando aún vivía
Franco. Gestos huraños en sus curtidos rostros.
La mayor parte de los campos de cultivo están yermos y llenos de malas yerbas.
Cardos seteros por doquier pero no se os ocurra recoger setas de cardo. Las setas
absorben muchos tóxicos y a saber qué comes. En una ocasión recogí un montón
de setas de cardo en el interior de la rotonda de acceso a la autovía en Santa Cruz
de Retamar y la diarrea que tuve fue histórica.
Ancianos de pinta siniestra que van a misa todos los domingos. Vestidos de negro y
con rostro lleno de amargura, soberbia y desesperación. Agarran los rosarios
fuertemente en sus a vez temblorosos dedos.