La Noche Mala
La Noche Mala
La Noche Mala
luces brillantes multicolores en los techos de las casas, gritos de júbilo, más
estrellándose entre sí. El vapor que despide un pavo saliendo del horno.
“amigo del señor o la señora” cuando me cuele en sus reuniones y lleve a cabo
las navidades. Esto es lo que en el mundo de las leyes se conoce como robo.
equivalente a Santa Claus, Papá Noel, San Nicolás, su némesis. Saqueo las
suerte objetos más valiosos como alhajas de oro y plata, perlas, diamantes, y
hambre.
inmueble. En las fiestas de jóvenes, sin embargo, esto resulta sencillo. Basta
atravesar la puerta, confundirse entre la multitud, ebria, sudorosa, sacar el
costal escondido en el saco y hacerse con los objetos de la casa. Hay que
baño.
entre las manos. Para mi mala fortuna, estaba sobrio, el único sobrio, me
disimulado: “Espera. José me pagó para que te robara. Dijo que me daría la
mitad.”
cuando estoy cerca de la salida, propino al anfitrión un fuerte rodillazo entre sus
grito. Cuando todos se acercan al anfitrión para ver qué sucede, yo ya hui en el
El plan
mapa las esquis color rojo señalaban casas que no prometían grandes
riquezas, pero sí ser atracadas con facilidad. Dado mi proyecto, valía más no
ser atrapado.
Pinos, Piedras negras, Los leones, Los santos y la Zona industrial. Un total de
veinte equis rojas, lo que significaba, sin miedo a equivocarme, el gran saqueo,
mi obra maestra.
Señora.
sentí, muy en mis adentros, mal, pues mi mamá era devota guadalupana y yo
coito cuando, en mi opinión, ser prudente significa todo lo contrario: coito sin
embarazo.
los costales, doblados en cuadro para que cupieran más en menos espacio,
cuerdas, mi traje rojo y blanco con gorro y una capa negra hecha con bolsas
para basura, incluso una barba canosa, y salí de mi habitación. En el auto tenía
más costales y trajes de repuesto. Los asientos traseros del vehículo los había
retirado para quedar conectado con el maletero y así contar con más espacio.
imaginado frío, solitario, húmedo y oscuro como una cueva y no caliente como
hecho de pasar ahí una eternidad, pero creo que una vez estando ahí, perdería
siempre inexplorada. Con algo de suerte a las dos horas de habitar el infierno
me volvería loco.
portón y desde ahí vigilé que en ninguna de las ventanas estuviera algún
víctima sólo puede presenciar horas más tarde cómo un Santa Claus le allana
Estar de pie ante el portón unos segundos servía para comprobar si había
sin tener mascotas. Al ser de la clase media, además, no les era posible
tocar con la punta de los pies algo en donde apoyarme. Luego aterricé con
Dentro es más sencillo esconderse entre los objetos, como bolsas de basura
proseguí.
venía también la luz tenue que se iba haciendo más intensa, para luego
Pasados uno minutos que ocupé para respirar hondo y calmar los latidos
visibilizarse.
días con el valor de uno. Su único inconveniente son los enredadizos cables.
En el mismo mueble donde estaba el reproductor encontré monedas, revistas,
plata, muy bello. El portarretratos reflejó las coloridas luces del pino artificial,
tenía la imagen del rostro de una mujer anciana, sonriente. Aparté el retrato.
para hurtar los restos mortales de una anciana? Pero sobre todo ¿qué tan
enfermo estaba el mundo para comprarlos? ¿qué harían los Suárez sin los
maternales.
los Suárez ni mucho menos a Dios. En venganza, para desquitar la suma que
dejé por compasión, metí al costal los dos únicos regalos de abajo del árbol:
dos botellas de vino y media pizza fría del refrigerador. Con el costal lleno, me
dirigí al acceso. No necesité saltar el muro; usé las llaves para abrir la puerta.
Al cerrar la pesada puerta de metal, metí las llaves por la hendidura de abajo y
misterio de las cajas. Envueltas ambas con papel azul y moño rojo, una
contenía un teléfono celular y la otra una computadora portátil. En ese
laboraba como arquitecto mientras que la señora Díaz era ama de casa.
travesaños, como una cerca, inseguro pero elegante. Hacía juego con los
estaba oscura y silenciosa. No había por ningún rincón árbol o rastro navideño.
Me apresuré a comerlas, qué dulce, qué rico, antes de que llegara Santa Claus
a reclamarlas.
⸺¡Jo, jo, jo! Feliz navidad, niñita linda ⸺y al mismo tiempo extendí mi
⸺¡Jo, jo, jo! Ahora vete a dormir y deja a Santa hacer su trabajo.
⸺Por si llueve.
disgusto.
⸺Ve mi traje: Soy Santa. Ahora vete a dormir o tus papis se enojarán.
⸺Ellos no están.
⸺No me hace caso. Nunca me hace caso cuando está con su novio.
⸺¿Por qué?
⸺¡Oh, jo, jo, jo! No, niña, digamos que se están dando sus regalos. No
objetos de los Díaz, pero los padres de la niña no estaban, la hermana parecía
estar ocupada, así que decidí continuar con la farsa. Me senté en la sala y
interrumpió.
historia de su vida, de cómo su madre la regañaba por todo, cómo ella nunca
o los amigos. Para tener catorce años estaba muy sola. Pensé en una
estupenda frase, sobre cómo la soledad no es sólo cosa de adultos, o algo así,
no recuerdo muy bien. Pero también pensé en cómo apoderarme de las joyas
cuando a la joven niña Díaz se le escapó la frase: “Creo que mamá tiene otro
hombre. Cada fin de semana llega con joyas nuevas, muy noche, y las esconde
Seguí oyéndola otra media hora, sin prestar mucha atención, asintiendo
descuidar a sus hijos. Ahora, como bien sabrás, ser Santa es un trabajo algo
complicado y uno tiene sus necesidades. Debo ir al sanitario. ¿Podrías ser tan
⸺No, no, nada de eso. Cuando vueles en un trineo sabrás qué sencillo
una farsa, así que aproveché. Al terminar, me puse a husmear entre las cosas.
vendibles como las tortillas en las tardes entre los violadores amateur.
tomé mi costal con los objetos y salí a la sala. A prisa y sin decir nada, aparté a
la niña que se interpuso en mi camino queriendo decir algo, y fui al patio. Que a
6. El puente
más próximas.
Las patrullas seguían haciendo sonar sus sirenas. Oyendo todo lo que se
encontraba alrededor mío, me percaté del sonido de una turbina. Este sonido
Para llegar al sitio fue necesario saltar algunas cercas, ser perseguido por
quebró en el camino. Llegué sin aliento, con la boca seca, rasposa. Los
en las piernas, subí los peldaños del puente peatonal. Arriba me encontré con
señaló un lugar entre sus bolsas. Era una apuesta arriesgada; también podían
fábrica.
Habló la señora:
refuerzos.
Se fueron.
No me atreví a salir sino hasta un buen rato después, luego de oír más
allá de lo que traen puesto, no tuvieron Navidad. Para ellos todos los días son
agua embotellada, los caballeros preferimos el ron, mientras que la dama optó
quién. A unos cuantos minutos del amanecer caí en la cuenta de que tal vez no