La Leyenda de La Sonata Claro de Luna
La Leyenda de La Sonata Claro de Luna
La Leyenda de La Sonata Claro de Luna
La sonata de Beethoven, que ha sido conocida como “Claro de Luna”, fue escrita hacia
finales de la vida de su compositor, luego de que su poder hubiera alcanzado la cima, y
junto con la “Patética”, y otras dos, marcan el punto más alto en la literatura pianística
de la clásica escuela. Hay una vieja historia relacionada con la composición de esta
sonata. Si bien ha sido desacreditada por muchos, ya es parte de la tradición de la
sonata, y es muy interesante su lectura.
Se cuenta que una noche, Beethoven y un amigo estaban caminando por las calles de
Bon, y, al pasar por uno de los barrios más pobres, se sorprendieron de oír música, bien
interpretada, proveniente de una de las casas. Beethoven, con su usual intrepidez, cruzó
la calle, abrió la puerta de un empujón, e ingresó a la casa sin anunciarse. La habitación
era precaria, y estaba iluminada por una débil vela. Un hombre joven se encontraba
trabajando sobre un banco de zapatero en un rincón. Una joven mujer, aún casi una
niña, estaba sentada a un viejo piano cuadrado. Ambos se sobresaltaron por la
intromisión, pero su sorpresa no fue mayor que la de Beethoven y su amigo al enterarse
que la joven era ciega.
Sin embargo, para introducir un frío y desagradable aspecto a este relato tan poético,
debemos saber que debido el método de escritura de Beethoven y a su hábito de retocar,
revisar y pulir una y otra vez sus manuscritos, es probable que la improvisación de
aquella noche fuera mucho más aburrida que el trabajo final. El primer movimiento de
la sonata “Claro de Luna” es lento, majestuoso y sombrío, como un hermoso y formal
jardín que yace ilusionado en la oscuridad de la noche. Luego aparece silenciosamente
escabulléndose bajo la sombra del acompañamiento, una triste e infinitamente amorosa
melodía, que impregna todo el movimiento, hasta que el completo significado de su
espeluznante y mística belleza es revelado; incluso mientras la luna naciente
gradualmente baña nuestro oscuro jardín en un esplendor plateado.
Luego de una pausa sin respiros, comienza el segundo movimiento, y nuestro jardín se
llena de repente con espíritus danzantes, etéreos y delicados, como sabemos que deben
ser los espíritus, pero moviéndose con un abandono de ritmo que lo lleva lejos en un
remolino de placer. Un corte repentino, otro silencio de suspenso, y comienza el tercer
movimiento: como una ráfaga de viento que azota los árboles y envía a los espíritus a
refugiarse a toda prisa, las notas caen apresuradamente, arremolinándose, como suele
hacerlo el viento. Las nubes corren deprisa por el cielo, pero incluso ahora y entonces
por entre los claros, se ve la luna cabalgando majestuosamente, inundando el tortuoso
jardín con dulces y serenas melodías de luz