CLASE Semana 19
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bibliografía:
- González García, M; López Cerezo, J. A.; Luján, J. L. (1996). Ciencia, tecnología y sociedad.
Una introducción al estudio social de la ciencia y la tecnología. Madrid.
- Robles, E. (2003). Cultura y era tecnológica. Razón y Palabra, México. Las concepciones
de la Tecnología
- Concepción intelectualista de la tecnología
La concepción de la tecnología como ciencia aplicada es habitual en el ámbito académico.
Desde esta perspectiva, la tecnología es un conocimiento práctico que (al menos desde
finales del siglo XIX) se deriva directamente de la ciencia, del conocimiento teórico. Las
teorías se consideran fundamentalmente conjuntos de enunciados que tratan de explicar,
mediante argumentos causales, el mundo natural. Son objetivas, racionales y libres de
cualquier valor externo a la propia ciencia, es decir, neutrales.
El desarrollo del conocimiento científico se concibe como un proceso progresivo y
acumulativo, articulado a través de teorías cada vez más amplias y precisas que van
subsumiendo y sustituyendo a la ciencia del pasado. Las teorías pueden, en algunos casos,
aplicarse y obtener así tecnologías. Pero las teorías científicas son previas a cualquier
tecnología, de manera que no existe tecnología sin teoría, pero pueden existir teorías sin
contar con tecnologías.
Si las teorías son valorativamente neutrales, como suele defenderse en esta concepción de
la tecnología, no es entonces posible exigir responsabilidad a los científicos cuando éstas
son puestas en práctica. En todo caso, si hubiese que exigir algún tipo de responsabilidad,
ésta debería recaer sobre quienes hacen uso de la ciencia aplicada, es decir de las
tecnologías.
Aunque la concepción intelectualista pretenda separarlas, la técnica y la teoría han estado
íntimamente unidas desde los orígenes de nuestra cultura. La separación entre estas dos
actividades no ha sido nunca nítida, pero desde la Revolución Industrial y la consagración
de la ciencia institucionalizada, la división es insostenible. Necesidades y disponibilidades
técnicas seleccionadas por intereses particulares han influido poderosamente en el
desarrollo del conocimiento científico, promocionando determinados programas de
investigación y bloqueando otros. De un modo complementario, toda teoría científica
tiene un rango de aplicabilidad, aunque en ocasiones sea difícil apreciarlo
prospectivamente. La selección de unas teorías en vez de otras restringe y condiciona las
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formas de acción instrumental que pueden emplearse. Por otra parte, los intereses
políticos, económicos, ideológicos o sociales han orientado y orientan determinados
programas de investigación, fomentado ciertas políticas científico-tecnológicas o apoyado
determinadas líneas de conocimiento; elecciones que condicionan, en gran medida, el
carácter de las tecnologías diseñadas bajo su influencia.
- Concepción artefactual de la tecnología
La concepción artefactual o instrumentalista de la tecnología es la visión más arraigada en
la vida cotidiana. Se considera que las tecnologías son simples herramientas o artefactos
construidos para una diversidad de tareas. Sostener esta concepción implica afirmar que
no existe una diferencia esencial entre los útiles de piedra de la antigüedad y los modernos
artefactos tecnológicos. Ciertamente, la tecnología moderna tiene una estructura más
compleja, pero eso no supone un cambio fundamental para esta concepción.
Desde esta perspectiva, es natural ver en la tecnología algo valorativamente neutral. Los
artefactos tecnológicos pueden usarse bien o mal, pero es su uso lo que puede ser
impropio, no el artefacto en sí mismo. Por supuesto, las tecnologías pueden tener algunos
efectos perjudiciales, la contaminación por ejemplo, pero esto no es culpa de la tecnología
sino de una equivocada política social o de una falta de sofisticación que puede corregirse
construyendo mejores artefactos. Se considera que la tecnología es independiente de
cualquier sistema político o social, de esta forma, cualquier tecnología puede ser
transferida de un país a otro sin más dificultad que la concerniente a la financiación. Las
tecnologías son neutrales porque permanecen esencialmente bajo las mismas normas de
eficacia independientemente del contexto cultural, político o económico en el que se dan.
Esta visión reduccionista de la tecnología impide su análisis crítico e ignora las intenciones
e intereses sociales, económicos y políticos de aquellos que diseñan, desarrollan, financian
y controlan la tecnología. La tecnología, como la ciencia, no es neutral. Un artefacto tan
aparentemente inocuo como un puente puede estar cargado de política, tal como muestra
Langdon Winner (1986) en su conocido ejemplo de los puentes de Long Island, Nueva
York. Muchos de los puentes sobre los paseos de Long Island son notablemente bajos, con
apenas tres metros de altura. Robert Moses, arquitecto de Nueva York responsable de
esos puentes, así como de otros muchos parques y carreteras neoyorquinas desde 1920,
tenía un claro propósito al diseñar los doscientos pasos elevados de Long Island: se trataba
de reservar los paseos y playas de la zona a blancos acomodados poseedores de
automóviles. Los autobuses que podían transportar a pobres y negros, con sus cuatro
metros de altura, no podían llegar a la zona.
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La tecnología, lejos de ser neutral, refleja los planes, propósitos y valores de nuestra
sociedad. Hacer tecnología es, sin duda, hacer política y, puesto que la política es un
asunto de interés general, deberíamos tener la oportunidad de decidir qué tipo de
tecnología deseamos.
- Tecnología autónoma
La idea de una tecnología autónoma se refiere a una tecnología que no está controlada por
los seres humanos, sino que sigue su propia inercia. Uno de los ámbitos en los que más
influencia ha tenido esta idea es en el de la ficción (todos tenemos presente la imagen de
la criatura del Dr. Frankenstein "escapando" al control de su creador y siguiendo su propia
voluntad).
La autonomía de la tecnología sólo puede defenderse si se entiende de una manera trivial.
Se dice que la tecnología es autónoma porque el inventor pierde el control sobre su
invento una vez que éste está disponible para el público y esto, sin duda alguna, es cierto
pero trivial, ya que es verdadero de todos los aspectos de nuestra sociedad. Sin embargo,
esta falta de control por parte del inventor no hace al invento autónomo, sino que su
desarrollo está en función de cómo sea integrado en el sistema productivo y de
comercialización. Por otra parte, se dice que la tecnología es autónoma porque el inventor
no puede predecir todas las consecuencias que su invento va a tener, y esto también es
cierto. Sin embargo, el hecho de que no se puedan anticipar todas las consecuencias de
una acción no significa que esa acción sea autónoma. Una vez que determinada tecnología
entra en el dominio público, su difusión será resultado de una serie de decisiones y
compromisos que no dependen de un único factor y, por lo tanto, será muy difícil predecir
todas las consecuencias de esa difusión, del mismo modo que es difícil hacer predicciones
acerca del comportamiento o la evolución de las sociedades en general.
La crítica más evidente que se puede hacer a la idea de la autonomía de la tecnología es
que tiene una concepción estrecha de lo que es la tecnología. Si vemos la tecnología no
sólo como resultado sino también como un proceso que incluye factores sociales,
psicológicos, económicos y políticos, donde los valores e intereses humanos están
constantemente presentes, la tesis de una tecnología autónoma pierde su base.
- Determinismo tecnológico
La imagen de la tecnología autónoma y fuera del control humano que se desarrolla según
su propia lógica suele llevar asociada una concepción determinista de las relaciones entre
tecnología y sociedad. Desde esta perspectiva se defiende que la tecnología es un factor
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independiente y que el cambio tecnológico es la causa principal del cambio social. Se
asume que el progreso tecnológico sigue un camino fijo y, aunque los factores políticos,
económicos o sociales pueden influir en ese progreso, no pueden alterar la poderosa
influencia de la tecnología sobre el cambio social ni, por supuesto, la línea general de
evolución de tal cambio, que vendría dada por la lógica interna del desarrollo tecnológico.
Hay dos posibles líneas de actuación ante esta idea. Si se considera que el cambio
tecnológico es fundamentalmente beneficioso, lo recomendable es no oponerse a su
proceso de evolución. La organización social debe adaptarse al progreso técnico de
acuerdo con los imperativos de la tecnología. Si, por el contrario, se considera que el
cambio tecnológico no beneficia a la sociedad, lo único recomendable es “acabar” con la
tecnología. En cualquier caso, la investigación en evaluación de tecnologías o en políticas
científico-tecnológicas resulta superflua, ya que para realizar ambas actividades es
necesario suponer que somos capaces de intervenir en el desarrollo tecnológico y esto es
precisamente lo que niega la tesis del determinismo.
La objeción más evidente que puede hacerse a esta tesis es de carácter epistemológico.
Dados nuestros conocimientos actuales es imposible demostrar de modo concluyente que
la tecnología, o cualquier otro factor independiente, sea el determinante principal o un
determinante independiente de los cambios sociales.
Nadie puede negar, no obstante, que la tecnología condiciona el tipo de sociedad que
tenemos: la tecnología contribuye a configurar las formas específicas de la vida moderna.
Ciertas tecnologías son más adecuadas a unas formas de vida que a otras, pero esto no
significa que el cambio en nuestras formas de vida esté irrevocablemente predeterminado
por la lógica inevitable del desarrollo tecnológico. Afirmar esto es descontextualizar la
tecnología e ignorar las redes de intereses sociales decisivos para la puesta en práctica de
una u otra tecnología es seguir dejando la gestión de la política tecnológica en manos de
una élite tecnocrática. Sin duda, las innovaciones tecnológicas que se decidan tendrán un
impacto social, podrán incluso alterar nuestros patrones comunes de convivencia y llegar a
generar otros totalmente distintos, pero este cambio lo habrán producido las tecnologías
(y otra serie de elementos asociados) que se han fomentado en función de intereses
determinados.
- Un nuevo concepto de tecnología
El elemento básico de la concepción tradicional de la tecnología era su componente
sustantivo e instrumental. Este tiene incluso un carácter definitorio en la concepción
artefactual. De este modo, la tecnología tendía a concebirse como el resultado de la
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ciencia aplicada, el producto de la actividad tecnológica. No era extraño entonces acabar
identificando la tecnología con automóviles o microondas, trenes de alta velocidad,
ordenadores o robots industriales.
En la actualidad, dentro de ámbitos académicos, el énfasis en la definición tiende a
ponerse más en el proceso que conduce a la generación de resultados, es decir, en la
práctica tecnológica.
Se puede hablar de dos definiciones de tecnología, una restringida y otra general (Pacey,
1986). En la primera sólo se hace referencia al aspecto técnico (conocimiento, destreza y
técnica, herramientas, máquinas o recursos), en ella entrarían las concepciones
intelectualista y artefactual. La segunda incorpora, además de los rasgos ya mencionados,
los aspectos organizativos (actividad económica e industrial, actividad profesional,
usuarios y consumidores) y los aspectos culturales (objetivos, valores y códigos éticos,
códigos de comportamiento). Los cambios técnicos pueden producir ajustes en los
aspectos culturales y organizativos, del mismo modo que las innovaciones en la
organización pueden conducir a cambios técnicos y culturales. Arnold Pacey propone que
el fenómeno tecnológico sea estudiado, analizado, valorado y gestionado en su conjunto,
esto es, como una práctica social, haciendo explícitos los valores culturales a ella
subyacentes. De acuerdo con las concepciones convencionales de la tecnología, las
soluciones a los problemas planteados por la sociedad son exclusivamente técnicas. Pacey,
por el contrario, considera que en muchas ocasiones las soluciones más acordes con los
deseos y las esperanzas de los ciudadanos dependen en mayor grado de cambios en la
esfera organizativa.
¿Qué es la cultura?
Si bien existen diversas culturas muy diferentes entre sí, todas comparten los siguientes
elementos:
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- Los símbolos que son reconocibles por toda la comunidad.
- El idioma y el lenguaje particular.
- La idiosincrasia, es decir, el modo de ser de las personas.
- El sistema de creencias que le da una dirección a la vida, como la religión o los
rituales.
- Los valores que proveen de un orden social.
- Las leyes que regulan un determinado sistema de normas y sanciones.
- Las costumbres, como el tipo de música, de vestimenta o de comida.
- Las celebraciones colectivas, como una fiesta patria o el carnaval.
- El avance de la tecnología que impacta en el desarrollo de la vida cotidiana.
La tecnología, como parte del ambiente humano, está siempre ligada a la cultura. Esta no
solo incluye métodos de sobrevivencia y de producción, sino también la creación del
lenguaje, de los sonidos, del arte, etc. Su naturaleza es ambivalente, pues acelera la
transferencia de información y de conocimiento, y crea nuevas preocupaciones y
problemas como lo son la amenaza de las armas nucleares, la erosión del ambiente y el
uso de los "clones".
El mundo está unido de muchas maneras a través de la tecnología. El dinero, las ideas, la
información, el conocimiento y las imágenes se mueven a través del mundo casi
instantáneamente. La transferencia de la tecnología se ha acelerado por el uso de las
computadoras y de los satélites. Cada momento en la historia y la complejidad de la vida
social se abren a una pluralidad de interpretaciones que suceden dentro de distintas
trayectorias. Esta diversidad prueba la resiliencia de la sociedad, ya que la sociedad se
transforma y se adapta a los cambios en la tecnología. La tecnología es conocimiento
aplicado socialmente y los valores y las creencias de esa sociedad son los que influyen en
los efectos de esa tecnología (Westby & Atencio, 2002).
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El desarrollo económico exige aumento en la producción y esto requiere tecnología
científica. De acuerdo a Shanker (1998), la ciencia y la tecnología son la base del poder, la
clave de la prosperidad y simultáneamente son un instrumento culturalmente poderoso
que disuelve no solo la resistencia física sino las actitudes de vida. La preocupación mayor
de nuestros ancestros era sobrevivir y tener albergue. Esa preocupación permea hoy en
día, sea en el Caribe o sea en África. Desde esos tiempos inmemorables hemos adaptado
innumerables tecnologías. La diferencia hoy en día es la forma acelerada que estamos
manufacturando conocimiento y el impacto creciente que tiene esto en las personas y en
las familias (Hughes & Hans, 2001).
Muchas veces se piensa a la tecnología con el beneficio genérico de resolver los problemas
de la era moderna, lo cual implica asumir que puede resolver cualquier tipo de problemas
cuando no es así. Algunas veces se piensa que la tecnología nos guía directamente hacia
beneficios humanos. Se confunde el progreso tecnológico con el progreso humano
(Postman, 1992). Esas técnicas de solución de problemas usando la tecnología muchas
veces ignoran la cultura, la política, la economía y lo irracional. Al concentrarse en resolver
el problema, se desenfatiza en las interacciones humanas y en los procesos sociales de
definir los deseos y las necesidades y promocionan la idea de que la tecnología nos lleva
directamente a mejorar a la humanidad.
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técnicamente. Hay que promover la capacidad de las personas de ser seres pensantes, que
sean capaces de criticar y de retar, de crear y de superar. La enseñanza de la tecnología
debe centrarse en el amor por los seres humanos y no meramente en el esfuerzo de
extender las habilidades humanas y su dominio sobre la naturaleza. Esta debe desarrollar
modos de pensar que apoyen la justicia entre las personas, el respeto hacia el ambiente y
promuevan el bien común (Pretzer, 1997).
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