Muñoz Seca, Pedro - Anacleto Se Divorcia

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número:

Salvador Soler - Mary

del

teatro

de

la

Comedia
6 2 í

ANACLETO SE DIVORCIA
i
PEDRO MUÑOZ SECA Y
PEDRO PEREZ FERNANDEZ

ANACLETO SE DIVORCIA
JUGUETE COMICO, EN TRES ACTOS
ORIGINAL
Estrenado en el Teatro de la Comedia, de Madrid,
el día 2 de mayo de 1932.

DIBUJOS DE
MANUEL PRIETO

AÑO VII 28 DE ENERO DE 1933 NÚSÍ.28X


«I

MADRID ¡II
REPARTO
PERSONAJES INTERPRETES

Bal do mera María Mayor.


Gracia Milagros Leal.
Manolita Guadalupe Muñoz Sampedro.
Sara Emilia Donnay.
Rosa Elvira Noriega.
María Carmen González.
Don Felipe Pedro Zorrilla.
Anacleto Rafael López Somoza.
Juncosa Mariano Azaña.
Carlos Salvador .Soler-Mari.
Luis Antonio Riquelme.
Dupont Casimiro Hartado.

La acción en Sevilla.
Buenaventura L. Vidal

671 715
ACTO PRIMERO
1
Limpísima habitación de la conserjería de una gran fábrica en Se-
villa. A la derecha del actor la puerta de entrada a la izquierda,
;

otra puerta al interior de la vivienda, y en el foro, una gran ven-


taoa apaisada, con amplia reja, sobre la que se lee, al revés, claro
"CONSERJE", y por la que se ve el hermoso y soleado patio an-
daluz de la fábrica, con sus puertas de talleres, oficinas, etc., etcé-
tera. En la escena todo está limpio y fregoteado en el suelo se
:

pueden comer migas, las paredes deslumhran de puro blancas, los


palitroques de blanco pino de las sillas de enea van adelgazando a
fuerza de asperón y estropajo, y el gracioso aparadorcito, la
mesa que está en el centro, el tablero del llavero, las llaves mis-
mas y cuanto cuad o y cachivache pueda haber, gritan que allí el
jabón y el restregón están a la orden del día. Es por la mañana,
en abril, ¡ y en Sevilla

(BALDOMERA, ANACLETO y CARLOS están en escena al levan-


tarse el telón. Anacleto, el conserje de la fábrica, es un cincuen-
tón que usa un desaliñado bigote, y que es pobre hombre, como se
verá en el transcurso de la farsa. Baldomera, su mujer, tina hembra
de rejo, aun guapota, desenvuelta, enérgica, casi viril y limpia como
una patena. (Jarlos, hijo del matrimonio, es un simpático obrero
mecánico que viste su chaquetilla azul con el mismo aire y buen
porte que cualquier señorito su americana, más elegante. Carlos, sen-
tado a la mesa y con un libro por delante, estudia. Baldomera, con
una toalla en una mano y jabón en la otra, ora empapa la toalla
agita de una palangana que tiene sobre la mesa, ora se lia
el
<son su marido y le restriega y escamonda él cogote como si fuera
un crío. Anacleto protesta indignado contra la "faenita" de su mw
jer, y así empieza la comedia.)


Anacleto, ¡Por los ojos de tu cara, Bardomera, ya está bienl
¿Pero es que quieres quitarme er pellejo?

Baldomera. Er pellejo, er contrapellejo y to lo que esté susio.
Anacleto. — Socorro
; !

Baldomera. — So guarro
¡ Y dale grasias a Dió de que no t<
! ¡

retuerso y te estrujo como si fueras una sábana. ¡Agacba la ca-


beza! (Liándose con él nuevamente.) Brillo te vi a sacá!

¡

Anacleto. (Compungido.) ¿Pero tú t'has creío que un hombre


es un perol? (Sacando fuerzas de flaqueza.) Ea, esto s'ha acabao!

Baldomera. (Dejando de restregarlo y encarándose con él.)
¡

¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué has dicho?



Anacleto. (Más enérgico. ) Que esto s'ha acabao (Cogienda ¡ !

otra toalla y secándose.) Yo aquí soy er cabesa de familia y has€¡


treinta afíos que estás tú pero que mu equivocaíta conmigo. (Su-
biéndose los pantalones.) S'acabó ¡Desde hoy, la mugre que vaya
¡ !

criando pa mí pa siempre Jaramagos me van a salí en las ore-


! ¡

jas Llévate esa porcelana de ahí que la vi a da una patá que va


!

a está lloviendo porcelana cuatro días.



Baldomera. Tú le das una patá a la palangana y yo te cojo:
de un perní y me hago contigo una revolera. Ya sabes que te
puedo.
Anacleto.—Mira que en España han cambia© mucho las cosagj

y te estás buscando una perdisión.


Baldomera. — Ya ¡ salió lo del divorsio
Anacleto. — Por eso lo digo. Tú no quieres creé que ya se ha
implantao el divorsio, y que yo me puedo desapartá de ti y casar ¡

me con otra.
Baldomera. —
Y yo con otro
; !

Anacleto.— Sí, tú con otro


señora. ¡ Y
Como en Fr ansia ! ¡

¡Viva la libertá Ya no hay más que di ar jué y desirle "Oiga


! :

usted, amigo sepáreme usté de esta señora, que me he equivocao.


:

¡Y le dan a uno una sédula de sortero que lo dejan a uno como!


nuevo otra ve.
Baldomera.—Bueno, ¿ y qué ? Iguarmente Porque yo puedo ¡ !

hasé lo mismo.

Anacleto. ¿Tú? ¡Quiá!... Tú vas a tené que buscá un marío
nuevo ea dos días, y te vas a ver negra. Porque en cuanto empie-

10
ses a fregar maríos como si fueran las perillas de una «¿ama, vas
a aeabá con tos los respuestos de hombres que haya en er mundo.
Y si no, ar tiempo.
Baldomera. ¿Ah, sí? —
Anacleto. —
Pues claro Yo es que no he tenío más remedio que
¡ !

!
aguantá mecha poique hasta ahora er que s'ha casao s'ha escla-
visao pero eso s'ha acabao, y en la esquina está er Jusgao.
;


Baldombra. (Dándole un empujón que lo sienta en la silla.)
Vamos, siéntate, ahí Er peine ! ¡ !


¡

Anacleto. Bardomera ¡ !

Baldombra. —
El agua de oló

¡ !

Carlos. (Dándole un frasquito.) Tome ust&



Baldomera. (A Anacleto.) ¡Agacha er coco! (Le echa Mquíüv
del frasco en la cabeza.)
Anacleto. —
Bardomera, perfume, no, que luego estoy to er día
¡

oliendo a fransesal

Baldomera. (Friccionándole fuertemente.) ¡Pues viva Fran-
sia!... ¿No dises tú que viva Fransia? ¡Pues viva Fr ansia!...
'

¿Pero a qué huele esto? ¡Ay, que m'has dao la bencina pa las
manchas! (Como loca.) ¡Agua, jabón, estropajo, asperón pa este
hombre (Medio mutis.)

!

*
Anacleto. (Aterrado.) ¡No, Bardomera! (A Carlos.) ¡Cógela
*

ahí, hombre
Carlos. — (Deteniéndola.) Vamos, madre... déjelo usté... que se
;

airee la eabesa... no es pa tanto. Después de to la bencina huele


a limpio.
1

E
Baldomera. — (Recogiendo
palangana, toallas, jabón, esponja, et-
cétera, etc.) Y
a limpio tiene que olé to en mi casa. ¡Bien lo sa-
béis tú y él, y él y tú, y to er mundo! (A Anacleto.) ¡Airéate la
chola, que luego te peinaré Vuelvo (Vase por la izquierda.)
! !


¡

Anacleto. (Sentándose compungido.) ¿Has visto, hombre? ¡Y


es que esa cabesa no rige Te digo que está loca. Dios te Ubre,
! ¡

hijo mío, de una mujé limpia! ¡Eso es lo peo que hay!



Carlos. Vamos, padre...

Anacleto. Te lo digo yo. Tú no te acuerdas de cuando eras
i niño. Tú has sío el único chiquillo der barrio que no ha tenío nun-
í ca la narí con lo que es naturá de la narí. Tú, hijo mío, tú, que ¡

has mudao er pellejo más que un lagarto Verduga Si cuando ! ¡ ! ¡

te dió er sarampión quiso tu madre quitártelo con un papé de


lija!
Carlos. —Vamos, no exagere usté. Aparte de to, ¿no le da a
usté gloria er no ,ve nunca una manchita ni una mota de porvo en
la casa?

11

Anacleto. Es mu abnrrío eso, hombre. No hay contraste. ¿Qué
grasia tiene un vaso limpio de agua limpia si no ve uno un vaso
susio con agua susia ? Si hasta Dio ha hecho la noche pa que lusca
¡

más er día!

Carlos. (Acariciándolo.) ¡Ole mi padre!

Anaclhto. Grasias, niño. Huéleme. ¿Se me pasa?

Carlos. (Oliéndole la cabeza.) No. Yo creo que debe usté irse
a da un paseo y volvé.
Anacleto. —¿A da un paseo adónde?
Carlos. —Hasta Puerta la Osario...
Anacleto. — ¿Na má? Yo tengo gasolina pa di a Madrí..., ¡y me
voy a di! Estoy ya mu jartito. Eso del divorsio que le he dicho a
tu madre no es ninguna chufla. Ya verás tú esa cuando yo venga ¡

un día con un cabo de munisipales y... "Haga usté er favó, se-


ñora mi baú. Ni ná, ni na mi baú, que me vi a casá, según la
: :

ley, con una mujé que ve un jabón y pregunta si es masapán.



Carlos. No me haga usté reír.

Anacleto. ¿Pero es que tú te piensas que está bien lo que ha
hecho hoy? Hoy se ha levantao a las tres de la mañana, ha echao
abajo tos los cacharros de la cocina pa limpiarlos y ha armao un
jas-ban con ellos que no m'ha dejao dormí.

Carlos. Ni a mí. Ya la he oído.

Anacleto. ¿Quieres hasé er favó de preguntarle tú, como cosa
tuya, qué pasa en casa, hombre?

Baldomera. (Saliendo por la izquierda.) ¿Pero es que no lo sa-
béis ? Que hoy es tu cumpleaños
¡


Anacleto. ¿Y no has tenío otra hora pa repicá, mardita sea
tu cara?
Baldomera. —
Anacleto, que te puedo
¡
Es que hoy vienen a !

comé con nosotros don Felipe y su hija.


Carlos. ¿Eh? —

Baldomera. Y tú verás si no he de tené yo la casa sartando de
limpia en un caso así.

Anacleto. Pero, güeno, ¿yo estoy sonámbulo? ¿Que come con
nosotros don Felipe?
Carlos. —¿Y Grasia?
Anacleto.—A a ver, ver...
Baldomera. —Na, hombre ; cosas dd la niña de don Felipe, que
se llama Giasia y la tiene. Que estaba yo transantié vorcando er
puchero cuando entraron ella y su padre, se pararon en la ven-
tana, y va y me dise ella: "Si como güele sabe..." "Señorita —
le
dije yo — , si en la casa de un pobre no hay gusto y maña pa que

12
lo? guisos lo que no tienen mar fin tenga la pobresa." Y
sepan a
ra y me don Felipe
dise "Mu jé, dame una cuchara! ta de gar-
:

bansos, por lo que sea." Y fi y le digo: "¿Don Felipe, usté?


¿El amo de la fábrica deseando la comía del conserje?" Y va y
me dise "Es que vamos pa arriba a cómé las fritangas y sarsoies
:

que nos hase er cosinero franchute que tenemos, malas pufíalás ¡

le den !, y ahora mismo cambiaba yo tos los budines y los flam-


bines por un buen cosido de coles." "Pues pasen ustedes", les dije
yo. Y va y sarta la niña: "Convíanos pa otro día." "Ya está. ¿Pa
er jueves?" "Pa er jueves." Y va y dise don Felipe: "¡Por las
niñas de tus ojos, Bardomera, ponnos un guiso de corvina con
guisantes Y asitunas aliñás
! j Y rábanos Y pimientos pican-
! ¡ ! ¡

tes aliñaos! ¡Y... (parece que lo estoy viendo agarrao a los jierros
de la ventana, con los ojos que se le querían salí de la cara) por
tus muertos, Bardomera, y un gaspacho !"

Anacleto. (Entusiasmado.) ¡Es un típico, hombre

Carlos. (Idem.) ¡Que sí que lo es!

Anacleto- Y la niña..., ¡de oro es la niña!
Carlos, — De oro fino
¡ !

Baldomera. — Totá convenios y hoy comen con


: que queamos
nosotros corvina con guisantes, asitunas, rábanos, pimientos y gas-
pacho... Quitarse de ahí que voy a poné er manté. (Baldomera
saca del aparador y extiende soure la mesa un mantel que es un
copo de nieve.) No siento más que una cosa: que también vendrá a
comé nuestro güespe er susio repuerco de Juncosa, que va a
:

descomponerlo to. Ahora que como ése viene siempre "antes y con
antes", en cuanto llegue lo friego. Por mi salú ¡


Anacleto. (Aterrado.) ¿También a Juncosa?
Baldomera. —
Y al padre de Juncosa ¡O se deja fregá o no
¡ !

come hoy aquí, aunque peí damos el duro diario que nos da por la
comía

Anacleto. (Convencidtsimo.) ¡Lo perdemos! ¡Lo perdemos 1

Carlos.— (Entre ¡Y que tenga yo hoy!


dientes.) ¡Maidit...!
Baldomera. — ¿Qué pasa a te ti?
Carlos. — No, ná que tengo que irme.
;

Baldomera. — ¿Pero no comes con nosotros?



Carlos.^ ¡Ojalá pudiera!... Pero hay exámenes parsiales y
¡ cualquiera falta Sabe Dios a qué hora voy a comer hoy. En fin,
!

si acabo pronto...

Lüis. (Apareciendo en la puerta de la derecha. Es un señorito.)
Hola, Carliilos.

15
Carlos. — ¿Ya? {Presentando.) Un compañero de curso. Mis
padres...
Luis. — Servido de ustedes. (A Anda, que tene- Cario?.) aligera,
mos sinco minutos pa Uegá.
Carlos. —Espera, voy (Hace mutis por izquierda.)
a... la
Luis. — Vaya una alhaja que tenéis
Baldomera. — Qué
;

¿ ?
Luis. — Que vaya una alhaja de
¡
Más miedo que de exa- hijo !

minarme tengo yo de que se examine él. Sería una lastima que


tuviera un tropieso y no sacara er número uno, porque se lo me-
resé. Somos muy amigos.

Anacleto. Vale er mosito, ¿eh?
Luis —
Vale mucho. Y no es que yo lo diga; lo desimos tos los
compañeros, y somos más de sincuenta. Vale Vale ¡ ! ¡

Anacleto. —
Sale a mí ¡


Baldomera. ¿A ti? ¿En qué?

Anacleto. ¿No es mi retrato?
Baldomera. Güeno — saldrá a ti, pero (Muy orgullosa)
; ha \ ¡

salió de mí ¿O es que no te acuerdas


! !


Manolita. (Una pizpireta y uniformada doncella aparece en la
puerta de la derecha con un lindo cajoncito de caoba lleno de et#-
biertos de plata.) Aquí estoy yo. La señorita Grasia que me mam-
da con los cubiertos, según quedaron ustedes.
Baldomera. — (Cogiendo la caja.) ¿Vienen limpios?
Manolita. — Mujé ¡ !...

Baldomera. —Eso ya lo veremos.


— (Saliendo por
Carlos. la izquierda poniéndose una americana.}
Listo el bote.
Baldomera. — (Dejando la caja de los cubiertos sobre la mesa.)
Espera, que no quiero yo que se te ponga una mosca ensima. V#y
por el sepilió. (Vase corriendo por la izquierda.)

Anacleto. ¡Como que te ibas tú a libfá! ¡Sí, sí!...
Luis. (Que desde que ha entrado Manolita no ha dejada de mi-
ra ría.) Con permiso de los presentes, que yo no me puedo aguas
ta, (Acercándose a Manolita muy castigador.) ¿Quiere usté hasé
er favó, mi vida, de parpadearme aquí, pa que se me vaya er
porvo de la solapa?
Anacleto. —
Caballero ¡ !

Carlos. —
Hombre, Luis
¡ ! . .


Luis. No, si ya está es que no puedo ve a una mujé bonita
;

sin desirle arguna tontería. Luego ya me queo tan tranquilo.


Manolita. —
Mira qué grasia ¡ !

14
Luis.— —
¿Es que no le gustan a usté los requiebros?
Manolita. (Mirando a Carlos.) Ay, según de quién!

Anacleto. (Componiéndose el tipo.) ¡>Según de quién!
¡

¡Bien
«tícho
Manolita. — (Sin
dejar de mirar a Carlos.) Lo malo es que anda
una esperando que sea uno er que se lo diga a una, y que si ¡

quiere una!

Anacleto. (Aparte a Manolita.) No me tires indirertas que ¡

9«tá er nifío delante


— es pa disimulá.
Manolita. Si
1

—No ya
Anacleto. ; si sé.

Manolita. — ¿Se va Carlos? usté,


Carlos. — A examinarme.
Manolita. — (En un ¡Siempre estudiando!... Er tiem-
suspiro.) ¡

po que está usté perdiendo


Carlos. — ¿Tú crees? ¡Ja, ja, ja!...
Anacleto.— (A Manolita.) ¡Pero tú! (Queda hablando con oye,
ella en segundo término.)
Baldomera. — (Sale por izquierda armada de la coge cepillo; a
traición a Carlos y le quita la chaqueta.) Trae aquí. (Se lia a ce-
pillarla.)
Luis. (Acercándose a Carlos.) ¿Llevas miedo?
Carlos. —Llevo mal humor. Figúrate : hoy que tenía proporción
de hablar con ella...

Luis.—¿Con Grasia?
Carlos.— Con Grasia. Ya te contaré. ¡Si tengo una pata!...
Luis —Lo que tú tienes son unas ganas de lucha contra los im-
¡Mira que te lo tengo dicho! ¿Dónde vas tú con una
posibles...
mujé con tantísimo dinero y tan loca? Porque está de remate,
i Fama tiene en Sevilla !

Carlos. — -Ya hablaremos de eso.


Baldomera. — (Dándole la chaqueta.) Ya está.

Carlos. Pues hasta luego. A ve si puedo llega antes de que
acabéis de comer,
Luis. —
Salú, "señores.

Manolita. Vayan ustedes con Dio.

Baldomera. Que tengas suerte, hijo.
Carlos. — ¡ Suerte ! Esa no se ha hecho pa mí. Yo lo que no con-
siga por mí mismo... (Se va por la derecha con Luis.)
Baldomera. —Bueno, yo voy a darle un ojo a estos cubiertos.
Manolita. — r¡ Pero si vienen limpios !

15
Baldosíera. —No me fío. (Coge la caja de los cubiertos y se vq
por la izquierda-)

Anacleto. (Reteniendo a Manolita, que quiere irse por la deré-
cha.) No
tengas prisa, mujé. Te noto yo estos días un poco así
como desilusioná conmigo.

Manolita. (En chunga.) ¿Yo, tormento?
Anacleto. — (Alegrándosele las pajarillas.) Huy, tormento me di-
¡

se ! ¡Aiai tirio te digo yo a ti, que eres mi martirio ¿Sueñas con- I

migo, corazón?
—Toditas noches,
Manolita. las
una, verdugo. sin faltar
—¿Qué soñaste anoche, supiisio?
Anacleto.
Manolita. — Pues anoche... Anoche fué un sueño muy malo, s'en
trañas.
Anacleto. — (Colado.) Cuéntamelo..., car era mía! ; sel

Manolita. — Pues que íbamos dos por una mu los calle estrecha,
mu estrecha, y vino un au tomo vi : taca, taca, taca, taca..., y lo
pilló a usté debajo.
Anacleto — ¿ Sufriste mucho?
Manolita. — Una congoja me entró que me moría.
Anacleto. — (Abrazándola.) Lo comprendo.
Manolita. — (Dejándose abrazar.) Y pa que vea usté lo que so*
los sueños. ¿Qué tiene usté hoy que no me puedo quitá del pensa*
miento er que es verdá lo que he soñao? Po:que usté me güele a
automovi.
Anacleto. — (Aparte.) (La gasolina.) ¡
Ay, que te quiero, salero!
Manolita. —Lo y esa es mi vanagloria
sé, er gustarle a to <l : ;

mundo ! A to er mundo menos a su niño de usté, por lo visto.



Anacleto. Mi niño tiene la misma guasa que su madre, qu#
todavía no me ha dicho a mí "Hombre, me gusta ese lrniljB :

;Este De nasimiento es Pues todavía se cree ella que es uá


! ¡ !

churrete y anda a ve si me lo quita. Como que tengo que dormí


tapándomelo con la mano porque ya me ha despertao una jart^
de veses hurgándomelo con una horquilla. Eso no es una mujé:
es un abanto. Hombre, tengo que leé un libro que he visto quf
¡

debe hablá de ella, poique se llama La ilustre fregona! En cambio»


tú..., tú me gustas a mí por tu tipo, por tu cara... y, sobre todo,
por esa manchita que llevas ahí hase dos meses. Lo que me ilu- ¡

siona a mí esa manchita !

Manolita. —Pos manchita va a habé hasta que usté diga.


Anacleto. —Como que tú eres la que me conviene a mí. ; Vea
tú p'acál

16
Manolita. — (Mirando hacia la derecha. ) ¡
Cuidao, que ya está
ahí Juncosa !

Anacleto. — Tan intempestivo como siempre. Muera Juncosa!


Manolita. — (Riendo.) Déjelo
¡

usté, hombre, que si lo que le

ilusionan a usté son las manchas, el tío viene que es un ilu-


sionista.
Anacleto. —No m'enseles con por que más él, lo quierab, que
sufro mucho.
Manolita. — (Riendo,) Descuida, tormento.
Juncosa. — (Apareciendo en puerta de derecha.
la, la Es un cin»
cuentón feo y birrioso, que viste americana negra, deshilacliada, y
un claro pantalón de lanilla lleno de lámparas.) Santas y buenas

Anacleto. Y pringosas, Juncosa. Camará cómo viene usté, ¡

compadre
Juncosa. — Pos
vengo de etiqueta. (Por la americana.) De es-
mokikin. Como hoy es su cumpleaños d'usté. (Por una botella de
anís del Mono que trae en un bolsillo.) Y a: repare usté en la pór-
Tora que traigo pa celebrá el día y que nos lo tomemos de vermú
mano a mano... y aquí con la mosita, si se le apetese. ¡Compa-
dre, qué mujé

Manolita. (Muy coqueta.) Muchas grasias.

Juncosa. Esta es la que a usté le conviene.

Anacleto. Ya se lo he dicho yo a ella pero me está castigan- ;

do, compadre.
Juncosa. — Vamos, mujé : atermínate. Si ya hay divorsio en Es-
paña. Tú le dises ¡quiero!, él se safa der camión que le toeó en
suerte, ya disfrutá de la vida.

Anacleto. Eso es.

Baldomera. (Dentro, llamando.) ¡Anacleto!...

Anacleto. ¡Voy! (A Juncosa.) Siga usté por ahí, compadre, a
Té si la convense usté, que yo voy a ve qué quieie er camión. (Se
va por la izquierda.)

Juncosa. Está por ti de un majareta que ése es capá de hasé
lo que dise. Ese se divorsia y se casa contigo, y como tiene un
buen suerdo y un* buen pasá...
Manolita. —
Y su mujé se iba a quedá quieta
¡


Juncosa. ¡A ve qué remedio le iba a quedá! Ya no es como
antes.Ahora somos laicos.
Manolita. — ¿Y eso qué es?
Juncosa. — que antes
Chiquilla, laicos: se entraba en la Iglesia
y ahora pasa por
se lao na másel : ¡ laicos
Manolita. — No entiendo.

2 17

Juncosa. Porque eres mu bruta. Mira antes se casaba uno,
: i

pa los restos. Porque, claro, los curas, que son mu entrometí os,
apuntaban a uno "Er día ta, Fulano de ta se casó con Mengar!
:

de cua." Y tú firmabas, y ahí estaba lo malo, porque lo que


1

escribe siempre quea escrito. Pero ahora... Ahora se va uno *'

Jusgao y le dise uno a un escribiente "Oiga usté, amigo que


: :

me quiero, casá con ésta.'* Y el escribiente lo más que dise es.


{Encogiendo el hombro derecho.) "¡Por mí..." Y ya estás casa
i Que te quieres desapartá? Pos güerves otro día, y lo mism<
"Oiga usté, que no hay na de lo dicho." Y el escribiente, en $N
de mové este hombro, que es el de los casamientos, mueve éste,
es el de los divorsios. (Encoge el hombro izquierdo.) ¡Y al aví<
Hombre, lo naturá. ¿Qué tiene que meterse nadie en las cosas ij

Dadie?...

Manolita. Eso digo yo. ¿Qué tiene usté que meterse en 1¡

cosas de nadie? Deje usté a su compadre con su mujé, que esté


casaos como Dio manda, y no le busque usté tres pies al gat
Porque, por lo visto, es verdá lo que se suena.

Juncosa. (Escamado.) ¿Qué se suena, tú?

Manolita. (Bajando la voz.) Que a usté le gusta la mujé »j

su compadre y que anda usté a ve si los desaparta pa cuando el


se vea desampará casarse con ella.

Juncosa. (Miedoso.) ¡Calla la boca, chiquilla!... Es verdá ,i
:

tiene alusinao esa mujé desde hace mucho tiempo. Pero, porfej
salü, Manolita, que de esto... ni hablá. Porque, aunque yo sóyw
hombre libre y los derechos naturales del hombre libre, sívico
laico son invurnerables, progresivos e ilimitados...

Manolita. Oiga, a mí no me largue usté un discurso de es
que largaba usté antes en la fábrica, en vez de trabajá, y que p
eso le echaron a usté.

Juncosa. A mí no me han echao nunca de ninguna parte. ]

que pasa es que ddn Felipe, tu amo, es un cavernícola, y pa q


no le soliviante a la gente me ha suplicao que no entre en la f
brica y me pasa los tres duros der jomá como si ti abajara. ;

gorviendo a lo nuestro, Manolita : ayúdame y te regalo di


duros. Dale coba a Anacleto pa que se divorsie y...

Manolita. Si no pue se, Juncosa. En chunga, lo que usté qui'
ra, porque yo sé seguir una broma como la que más ; pero
serio no puede se porque, ¿ cómo voy a camelá en serio al pad
;

si estoy por el hijo que me bebo los vientos?



Juncosa. ¿Pero tú estás por Carlos?

Manolita. Estoy por él que de pensá en su persona se i
está cayendo el pelo. Si yo me dejo chicoleá por el padre es

18
jermrme al niño pero el nifío no se fija en mí por na del mun-
;

Ü y se va a fijá, porque me voy a plantá delante de él, como en


cine, y me voy a ir así, despasito, y mirándole así, y le voy
la ^ A un beso que se va a oí en "Cnangay".

Juncosa. ¡Ole! Pues, mira, si tú sigues dejándote chicoleá por
padre, yo te juro que antes de una semana se ha fijado en ti
nifío.
Manolita. —¿Es de veras?
Juncosa. — Palabra Esta mi mano
¡ ! ¡ es !

Manolita. — ¡Y esta mía! (Apretón de manos,)


es la
Anacleto. — (Entrando en escena por Camará, qué la izquierda.), ¡

¡«pedía tan fusiva!


Manolita. —No despedía un pacto. Que
es explique a usté
: es le
1
compadre, que yo tengo que irme. Hasta luego.
Anacleto. —Hasta corasón. luego,
Manolita. — Hasta Ahí se queda usté con Jun-
luego, s'entrañas.
ga. (Suspirando.) Ay
¡La suerte que tiene Juncosa! (Se va.)
— ¡ !

Anacleto. (Medio desvaneciéndose de gusto.) ¡Compadre de mi


ma ! ¿ Ha visto usté ?
Juncosa. —He
visto y he oído. Casi nadie es usté Vamos a bebé ¡ !

de los dos, porque antes de na las camisetas de usté y las


la salú
usas de ella se guardan en er mismo baú. Eso acaba de deslrme.
<lena unos vasos que saca Anacleto del aparador.)

Anacleto. ¿Que ha dicho eso? ¡Venga aguardiente, compadre,
e voy a bebé, a repetí, a tripití y a quintiplitíl (Bebiendo.)
y
or ella
Juncosa. —
(Idem.) ¡Por el divorsio !


Anacleto. (Lo malo va a se cuando yo le diga ar camión que me
•y a descasá pa casarme con ese... Bugatti.

Juncosa. —
Bah La ley lo ampara a usté.
¡ !


Anacleto. Pero primero que echo yo mano de la ley, si ella echa
ano de lo primero que pille a mano, me va a da una mano.,. (Se
mta.)
Juncosa. — (Ofreciéndole otro vaso.) ¡BahI Repita. (Beben.)
Anacleto. — no pue ¡ Si se ! mucho aguan ta el mío Y
¡Si es ya !

lemá, si se fuera a desí... ¡es joven! Pero tan gorda y con tan-
sima. .

Juncosa. —Tripita.

Anacleto. (Molesto.) Eso, no, Juncosa,

Juncosa. Digo que tripita usté.

Anacleto. ¿Yo, y soy un junco?
Juncosa. —
Que beba usté, hombre l
¡

Anacleto. Le advierto a usté que don Felipe, aunque es viudo,
es también partidario del divorsio y de to lo moderno.

Juncosa. Eso lo dise él porque es un ehuflón mu grande.
Anacleto. —En serio, Juncosa. He
hablao yo con él de los escar-i
seos que tengo con Ba.domera y de los buenos consejos que usté,
me da y hasta me tiene ya recomendao a los del Jusgao, que so»
amigos suyos, por si acaso.

Juncosa. No se fíe usté de don Felipe, compadre, que don Feli-
pe tiene más concha que un galápago, y yo creo que se está chun-
gueando de usté. Beba usté.

Anacleto. ¿Es que la vamos a pillá, compadre?

Juncosa. Vamos a pillarla.

Anacleto. Pues vamos a pillarla. {Beben.)

Don Felipe. (Aparece tras la ventana. Es un cachazudo cincuen-
tón, bien trajeado, sin llegar a lo elegante, porque "Aunque la mona
se vista..., etc." De su carácter y maneras, de "sus maneras", ya no*i
irá diciendo él mismo.) Seño es!... Caramba, eso se avisa. Me llamo
¡

a la parte. Esperarse ahí. {Desaparece de la ventana.)



Juncosa. (Extrañado.) Compadre Mentando al ruin de Roma...
¡
!


Anacleto. Es que comen hoy con nosotros él y su niña.

Juncosa. ¿El amo alternando con los oprimidos? ¡Qué poquísi-
ma dirnidá hay en los patronos!

Anacleto. Compadre, con su permiso de usté, yo creo que eso ea
un acto de contrate nidá...

Don Felipe. (En la. puerta de la derecha.) ¿Se puede?

Anacleto. (Levantándose mareadillo.) ¿Pero va usté a pedí per-
miso? Usté viene a honrá mi humirde chosa, que es la suya, y ye
mu honrao.

Don Felipe.El honrao soy yo.

Juncosa. (¡ Primera puya !)

Don Felipe. Buenas.
Juncosa. — Buenas. ,

Don Felipe. —¿Pero Juncosa? No t'había


es ¡ conosío, hombre!
Estaba yo pensando: ¿quién será caballero tan este elegante?...
Juncosa. — (¡Segunda puya!)
Anacleto. — (Por Juncosa.) Es nuestro güespe diario. Nos da un
tanto y nosotros damos de comé.
le
Don Felipe. — ¡Vaya, hombre!... Pero sentarse, caballeros. (Se
sientan.) Yo no soy aquí el amo de la fábrica. Yo soy ahora otro
trabajadó como ustedes tan trabajado como ustedes.
;

Juncosa. — (¡ Tercera puya !)

Don Felipe.- —Venga mi copa.

26
Anacleto. —Y oro molió que hubiera, don (Le ofrece un Felipe.
iso.)

Don Felipe. (Brindando.) Pa que Dio nos dé salú y podamos
s tresseguí trabajando como negros. (Beoe.)
Juncosa. — Ya está hombre; ya está
bien, Toque usté a ban- bien.
jrillas, que cuatro picotasos en
llevo to lo arto.
Don Felipe. —¿Es que no puede hablar, Juncosa?
se te
Juncosa. — señó pero
Sí, ironías sin ni suspicasia.
Don Felipe. — Lo que sabe tu cuerpo
;

¡ por algo tengo yo ! ; Si te


(tirao y bien subvensionao Ahora que, como las cosas se están po-
!

iendo tan malas, me párese que te voy a tené que retirá la


íbvensión,
Juncosa. —
Don Felipe
¡


Don Felipe. No pero te voy a proponé un negosio pa que no te
;

ueras de hambre. Un negosio mu bueno vendé sarvavida3 en los :

isos de naufragio. Tú llenas un bote de salvavidas, te vas a alta


ar, espe:as a que haya un naufragio, y en cuanto lo haiga prego-
is la mercansía y te hinchas. (Pregonando.) Sarva vidas güenos!... ¡

Anacleto.— Ja, ¡
ja, ja!...
Juncosa.— Oiga usté, don Felipe, que de mí no se chunguea
idie.

Don Felipe. (Desafiándole.) ¡Yo!

Juncosa. ¿Cómo dise?
Don Felipe. —Que yo, hombre
— ¡ ¡ !

Juncosa. (Achicadísimo.) Bueno; usté, sí, porque es el que me


iga. ¿Pero éste?... (Por Anacleto.) ¡Este se guardará mu bien!
Anacleto. —
Guardao, compadre! Yo lo respeto a usté porque usté
¡

i un homb.e moderno...
Don Felipe. —
Y tan moderno Ya sé que te aconseja el divorsio.
¡ !

hora que yo tengo que haserte unas reflexiones, y pa eso he venío


ates y con antes. ¿Tú sabes a lo que te expones? Porque tu mujé
) es ningún costá de paja tiene mu buenas condisiones, y si tú
:

\ casas con otra, ella se pué casá con otro a lo mejó con un amigo ;

íyo.

Anacleto. ¿Con un amigo mío? (Dando un palmetazo en la me-
i.) ¡Le parto la cara al que sea!
Juncosa. —
Compadre
— ¡ !

Anacleto. (Levantándose dando traspiés.) Que le parto la cara! ¡


Juncosa. Compadre, que está usté bebió. Eso no es El divor- \ !

ao se encuentra a su divorsiá con otro hombre y tiene que darle


i mano de amigo al otro hombre.

Anacleto. ¿Pero cómo va a ser eso, compadre? Y el que vea a
i mujé con otro y vea que yo lo consiento porque saludo ar ta como

21
si ta, ¿no va a desí de mí que yo soy un ta? No, hombre, no; lo
menos que yo tengo que hasé es partirle la boca ar ta, porque él
honó es el nono.
Don Felipe. —Pero, hombre ; si ya no hay honó pa esas cosas.
Anacleto. —¿Quééééé?... Gtíeno, ¿soy yo o seis ustedes los que*
estáis borrachos? Que me veo yo regorviendo una esquina y encon-
trándomela der braso de otro gachó... ¿Y cómo quiere usté que yfy
pase por su lao silbando? ¿De dónde me va a mí a salí er sirbío?

Juncosa. Pero, compadre, piense usté en lo que tenemos hablao.
Poniendo las cosas así, tan a la antigua, también está mal que un
hombre se case con otra. La ley tiene que ser igual, o no es ley.
Don Felipe. Claro — ¡ í
'

Anacleto. — (Reaccionando.) No, no; sí, claro... No, si ya pasó¿.


Ha sío un repente de los míos. ¡
Que se case con er moro Musa í
¿A mí qué? ¡A mí a moderno no me gana nadie!

Don Felipe. ¿De modo que serás capaz de verla con su nuev*
marío y pararte y saludarlos a los dos?

Anacleto. (Muy convencido.) ¡Cómo! ¡Quitarse de en medio
(Se levanta.) ¡A ver si es así! Ellos vienen calle abajo, yo voy
calle arriba, y de pronto, sas !, cataplán, sas, arsa, que te vi, qué
¡

nos damos de cara los tres. (Muy fino.) Hola, caramba, canastos,,
demonio, no había visto... ¿Qué tal, compañero?... Señora mía...
¡Oh, no; pasen ustedes... ¿Yo primero? Ea, pos con Dio. Salú p¿ ¡

disfrutarla, amigo!... (Se mete las manos en los bolsillos y hace


mutis por la derecha, andando a saltos y silbando "a coger el tré~
bole".)
Don Felipe. — (Muerto de risa.) ¡Ja, ja, ja!...
Juncosa.— Olé mi compadre
¡ !

Anacleto. — (Tornando por derecha.) ¿Es


la así o no es así?
Don Felipe. —Estás capasitao, Anacleto.
Anacleto. —Pos no hay más que hablá. A la primera bronca al*

Jusgao, que está en la esquina. (Jurando.) ¡Por estas! (Miranda'


hacia la derecha.) Cuidao, mi nifío. Ni palabra de esto ¡


Cáelos. (Apareciendo, sofocado, en la puerta de la derecha.) üf £ ¡

ICreí que no llegaba a tiempo ¿ Qué tal, don Felipe ? (Ef usivo apre-
!

tón de manos.)

Don Felipe. ¡Hola, muchacho!...

Juncosa. Y a mí ni las güeñas tardes. Como a mí no me tiene
que da coba...

Don Felipe. ¿Coba de qué? ¿De qué tiene éste que da coba a
mí ni a nadie? Qué más hubiéramos quierío tú, y su padre, y yo,.
¡

22
cuando éramos de su edá, que habé valió lo que vale éste Siéntate, !

chaval. ¿ De examinarte, no ? ¿ Y qué ? Bien ¡ 1


Carlos. Superió. He tenío suerte.

Don Felipe. Ya sabes que en cuanto te hagas perito te nombro
dirertó de mi fábrica, y si llegas a haserte ingeniero te hago mi sosio.

Juncosa. ¡Sí, sí! (Irónico.) Aquí te espero comiendo un güevo.
Ya habrá llovió pa entonse.

Don Felipe. Lloverá, y hará so, y gorverá a llové pero to llega ;

en este mundo. En mi espejo es donde se tiene éste que mirá.


Carlos. —
(Con profunda admiración.) Ya lo creo! ¡


Don Felipe. Porque, ¿yo qué era? En esta misma habitasión
nasí. Mi agüelo tenía aquí una jerrería y mi padre puso un torno
mecánico. Estas paredes me han visto a mí andá a gatas y cresé, y
haserme un hombre, y trabajá..., ¡lo que se dise trabajá Sin pam- ! ¡

í plinas Y venga clientela y sabé cumplí con la gente y hoy un pa-


!
;

bellón nuevo pa una pulimentaora, y venga subí a fuersa de tisne...


¡La tisne que yo m'Iie tenío que quitá, mardita sea la tisne!... Y
mañana otro pabellón, y otro tallé... ¡Y muchas noches sin dormí
por no sabé cómo se iba a pagá lo que se debía Pero como er di- 1

nero de to se asusta menos der que trabaja, venga crédito y venga ¡

dinero pa mí Porque er dinero, so lila, hay que pedírselo ar que


!

lo tenga así : —
Démelo usté, que yo voy a trabajarlo
; de veras ¡ ¡ !

pa ganarme lo mío y devolverle lo suyo y tené tanto como usté,


porque yo, que trabajo, vargo más que usté Y ole ahí los hombres
! ¡


en er mundo le dise a uno —
ahí va er dinero.
;


Juncosa. Eso era antes.

Don Felipe. Es que ahora habéis sacao la moda de pedirlo di-
siendo : —
Démelo usté, pero con la condisión de que yo no voy a
¡

poné más que sincuenta ladrillos por día, y... ¡Hombre!... ¡Te —
diré, mo: ena !

1

Carlos. (Riendo.) Algo exageraíllo el chorro de la sangre, don
Felipe.

Don Felipe. (Idem.) ¡Bah!... Er que no ersagera no se divierte.
Contimás que estoy contento porque, no lo querréis creé, mucho lujo

tengo arriba en mi casa postín der bueno —
mucho cosinero fran- ,

chute, mucho moso de comedó y mucho r equilorio en la mesa pero ;

esto que se ha rodeao de comé con ustedes los guisos que a mí me


gustan, esto no le pasa más que a mí, que soy un tío de suerte.
¡Desde que parmó mi santa mujé, ¡veinte años!, que no pruebo yo
la corvina con guisantes

Anacleto. Pos cuando usté quiera se saca er guiso. (A Carlos.)
Llama a tu madre.

23
Don Felipe. —No,
que hay que esperar a mi niña, y sabe D
dónde andará Como me ha salió esportiva. En algún c
la niña. . .

Dáutico, girnástico o pamplínico de esos con mucho pollo acuático


atlético. ¡La niña!... Como nadie le va a la mano ni hay quien
meta en carrí... Ya vendrá. No avises a tu madre todavía y deja
a su aire, que argo bueno estará hasiendo.

Akacleto. ¡Sí, sí!... ¡Dándole asperón a los cubiertos que us.
ha mandao.

Don Felipe. ¡Ja, ja, ja!... ¡Es un caso!

Anacleto. Usté se ríe porque no la sufre.

Don Felipe. ¿Yo? ¡Qué más quisiera yo que tené una mujé a;
de su genio, que metiera en sintura los desavíos de mi casal (A Ju
cosa.) ¿Y tú, qué, comes con nosotros?

Juncosa. Naturá.

Don Felipe. (Mirándolo de arriba a abajo.) ¿Te ha visto ellí

Juncosa. No.

Don Felipe. Ojú (A Anacleto.) ¿Verdá, tú?
!


¡

Anacleto. Ojú
— ¡ !

Juncosa. (Mirándose y remedándoles.) ¡Ojú!... ¡Pos no es ]

tanto
Don Felipe.— ¡Ya verás, ya!... (Se oyen hacia la derecha gra
des mas.)
Carlos. —Ya está ahí Grasia.
Don Felipe.— Sí. Y mírenla despidiéndose de su escorta. ¡ Q
niña!
— (Sin poderse contener.) ¿Pero qué
Carlos. de gente clase es e
gente ?
Don Felipe.— Pollos hombre. Son de
atléticos, porque en v fia, f

de haser amor basen músculos.


el
Gracia. — (De espaldas, riéndose y como despidiéndose de sus acoi
pañantes, entra por la derecha.) ¡Adió!... ¡Og vuá!... ¡Baibai!.
¡Ja, ja, ja!.., (Se vuelve rápidamente, saluda a los de escena con i
gracioso ademán.) ¡Hola, señores!... (Y se cuelga, saltando, de l
hombros de su padre, al que estampa un sonoro beso en la mejilla
Oh,may faider
— ¡Niña!...
¡

Don Felipe. ¡Pero, niña!...



Anacleto. Güeno, pos voy a desirle a esa fiera que ya estam
tos. (Remedando a Gracia.) Guay-guay !... (Vase por la izquierda
Gracia. — ¡

(Mientras se quita el sombrerillo y los guantes.) ¿Qu


¿Les hice esperar mucho? Es que estaba el club cañón. Cuánta ge ¡

te Hoy se ha jugado la copa Velarde para saltadores con pértiga


I

y luego, qué risa!, luego, en el descanso, para el que dijera mí


¡

tonterías seguidas se ha jugado la copa del Ayuntamiento.

24

Don Felipe. Te la ganaste, como si lo viera.

Gracia. Pues no, señor^. Pero he quedado "colocada".

Don Felipe. ¡Anda!... ¡Pues no hace tiempo que estás tú coio-
da! (Ríe.)
Gracia. —
(Cambiando bruscamente su expresión graciosa por otra
tnüamente triste.) ¡Qué más quisiera yo que estar colocada entre
a gente!... Pe: o no, padre, no; noto que no. No es que no les sea
apática, sino que... ¡como no me llamo más que Gómez Pérez!...

Don Felipe. Anda, tonta peor es llamarse, como la de ahí en-
;

ente, Quijada de León, que es un güeso, y es condesa.



Juncosa. Contimás que ya no hay títulos,
Don Felipe. —
Ahí está Mañana te hago yo a ti unas tarjetas
¡ !

íe digan "Marquesa del Cuello -tieso", y a ve quién te lleva la


:

ntraria.
Gracia. — (Volviendo a su alexia y palmoteando.) ¡Eso está bien!
)lc ahí ! ¡ Ya Pero otro título más bonito para un condado.
está !

mdesa de... de Campoliiio, ¿eh?, o Val jazmines..., o Rivera..., ¿Ri-


;ra qué?... ¡ Riverazucenas !


Carlos. Eso es muy largo.

Gracia. A ver qué título se te ocurre a ti.

Carlos. "Mujerdesucasa",

Don Felipe. ¡Ese es muy bueno! (Ríe.)
Gracia. —
(A Carlos.) ¡Idiota, que eres un idiota! ¿Pero es que
crees que yo soy la misma que jugaba contigo, cuando chávala,
\
ese patio? ¡No, hijo, no! ¡Pues, hijo!... Huy, qué cara pone!...
¡

Ta, ja, ja!... Bueno, a comer, que tengo los minutos contados y

da la tarde ocupadísima. ¡Vamos!... ¡Vamos! (Se oye hacia la


quierda una gran bronca que deja en suspenso a todos los de
cena. Bien la han armado Baldomera y Anacleto.)

Baldomera. (Dentro, a grandes gritos.) ¡Ahora mismo, pues,
«nbre, ahora mismo

Anacleto. (Idem.) ¡Arpía! ¡Muía de encuarte!

Baldomera. (Idem.) ¿A mí? (Se oye algo que cae pesadamente
suelo y un grito de ANACLETO, que aparece en la puerta de la
quierda con los pelos en pie.)
Anacleto. —
Ay (Se parapeta tras Juncosa.) Sárvese er que
¡ ! ¡

íeda M'ha pegao



! ¡

Baldomera. (Saliendo por la izquierda, muy remangada.) ¡Mar-


ta sea la!... Buenas tardes, don Felipe; buenas tardes, niña.
7
olviendo a su tono brillante de bronca y encarándose con Anade-
.) ¿Pero no te dije, so tío lesna, que en cuanto llegara el guarro
; Juncosa me* avisases? ¿Te crees tú que se puede sentar a la
esa tal y como viene? (Indicándole a Juncosa con un ademán

25
enérgico la puerta de la izquierda.) ¡Ande usté pa dentro que la-
escamonde
— !

Juncosa. (Ofendidísimo.) ¿A mí?



Anacleto. (Siempre parapetándose con él.) Sacrifiqúese usté r ;

compadre
Juncosa. — (Digno.) Compadre !

Don Felipe. —Déjalo, Baldomera


¡

; así está bien.


Carlos. — Déjelo madre. usté,
Baldomera. — Que vaya Que¡ no, ! yo no consiento que se siente
así a la mesa ese tío pringue que eso no es un hombre ; : eso es la
guita de un ehoriso.

Anacleto. (Tomando una cómica actitud enérgica.) ¡No la
aguanto má ! ¡ (Subiéndose y afianzándose los panta-
El divorsio !

lones. ) Bardomera, mira lo que hago, que esto no lo he hecho


;

nunca delante de ti!...



Baldomera. ¡Y a ti te tengo que da otra mano, porque ya te
has restregao con él
Anacleto. — A mí no me güerves tú a poné un deíto
¡ ensinia,
porque desde punto y hora dejo de
este tu mario. se
Baldomera. — ¿Por qué?
Anacleto. — Por malos tratos
¡ Ar Jusgao, don ! ¡ Felipo, cuando
usté quiera
Don Felipe. — ¡Ahora mismo!
Baldomera. — Ay, qué bien Pues ahora mismo
¡ Voy ! ¡ ! por
mantón. (Mutis izquierda.)
Carlos. — (Un poco apurado, a Don mientras Felipe, Anacleto,
recibe la felicitación de Juncosa y Gracia ríe a todo reír.) ¿Pero,
esto qué es?
Don Felipe.— Ya irás sabiendo. Cosas mías. Hay cosas que no,
se arreglan hasta que no se desarreglan der to. Confía en mi.

Carlos. Sí, señor.

Anacleto. (Mirando hacia la izquierda y en un alarido que*,
asusta a todos.) ¡Que viene! (Vuelve a parapetarse con Juncosa.)

Baldomera. (Poniéndose aún el mantón.) Quiero yo probá a qué
sabe el divorsiarse. Son sinco minutos, don Felipe. Aguárdeme
usté...

Don Felipe. Yo voy con ustedes. Y aquí, Juncosa, también. Ha-
sen farta dos testigos. (A Gracia.) En seguía vor vemos.
Baldomera. — Andando ¡ !

Anacleto. —Andando, nosotros ; tú, ar trote, muía, que eres una


muía.
Bam>omera. — (Abalanzándose a él.) ¡ Mardita sea!

26
Anacleto. — A mi los de asalto!!... (Se van tod*s menos Car-
¡ i

los y Gracia, que ríe a carcajadas.)



Carlos. Ya está bien de risa, ¿no?

Gracia. Hombre, no he querido molestarte. Es que son dos ti-
jws... (A un gesto de Carlos.) Perdona. No, y yo creo que si están
siempre así, lo más conveniente es el divorcio.

Carlos. No diga usté eso. Bueno lo sierto es que se le está
;

a usté poniendo muy difísil lo de la comida. ¿Quiere usté que yo


le sirva?...
Gracia. — ¡Pero van a tardar
si muy poco en volver!... Verás
cómo antes de a esquina
llegar la los pone mi padre de acuerdo.
Carlos. — Claro, claro.
Gracia. — ¿Tienes hambre tú?
Carlos. — No. Si yo no pensaba haber almorsao con ustedes»..
Yo estaba hoy de exámenes, pero tuve la suerte de que empesaraa
por mí, y en cuanto acabé, sin esperar la calificación ni na, pesqué
a corré y...

Gracia. ¿De qué te examinabas?

Carlos. De mecánica, último curso. Este año acabo el peritaje.
Quiero ocupar la vacante de jefe de talleres que dejó al morir don
Estanislao, y luego ampliar mis estudios y haserme ingeniero.
Gracia. —(Tras un largo silbido.) ¿No te párese eso muy difísil?

Carlos. ¿Qué me ha de pareser? Dependiendo de mí ¡no hay
cuidao Lo malo es cuando aspira uno a cosas que no dependen de
!

uno, porque entonces, aunque uno se parta el pecho, como si na.


Pero en lo que depende de uno, donde llega un hombre llega otro,
y ese otro soy yo.

Gracia. Me gusta oírte así.

Carlos. ¿Sabe usté quién tiene la culpa de que yo piense de
esta manera? Su padre de usté. ¡Es mucho hombre! Yo lo miro
como a un Dio. Cada vez que le oigo desir que él no era nadie y que
ha llegao adonde ha llegao, se me agranda el horisonte, y cuanto
más miro más veo y más veo... Como si la tierra no fuera re-
donda y pudiera uno ver en línea recta hasta el infinito.
Gracia. —(Complacida.) ¡Caramba!... Hasía tanto tiempo que
no hablaba contigo que me sorprende ahora oírte expresarte tan
bien.

Carlos. El gusto con que usté me oye.
Gracia. —
Hombre
¡


Carlos. Sí, he dicho una tontería. Pero, volviendo a mi tema
¿Usté no tiene a gala el que su padre haya llegao de la nada
adonde ha llegao?
Gracia. —
(Indiferente y dudosa.) Sí ya sé que es muy hermoso
;

27
elser creador de una esti pe y el fundador de una casa ;

mí me hubiera gustado que mi padre hubiera sido... mi bis


Que lo que ha hecho mi padre lo hubiera hecho un abuelo
y que él hubiera nasido ya en buena casa y en buenos pañale
porque hay gente muy tonta que olvida lo de los bisabuelos, pe
no perdona que el padre de una... Bueno, tú no entiendes de est

Carlos. Sí entiendo. ¿No voy a entender? Y a esa gente i
hay que hace, le caso. Orgullo debe usté sentí del padre que tiea<
¡

El otro día nos contaba la alegría que él tuvo cuando^ en su pi


mer aleteo, pudo quitar a una he mana suya de servir y desirle
su madre, que por cierto iba todavía a la fábrica de tabacos...
Gracia. —
(Fiera, rabiosa, despectiva.) ¿Pero es que quieres m !

lestarme con esas tonterías?


Carlos. —
(Como si el mundo se le hubiera venido encima.) ¿Yo?.
¿Queré molestarla yo? Perdóneme usté, Grasia. De corasón le pi«
que me perdone.

Gracia. (Dulcificando el tono y el semblante.) ¡Bah!... No;
advierto que si por algo me gustan estos tiempos es porque ya i

acabaron los títulos y las monsergas, y ya no hay por qué un


niña gótica la mire a una como a un ser inferior. ¿Verdad?

Carlos. Claro lo de la comedia de anoche.
;

Gracia. —Ah ¿ Estuviste anoche en el teatro ? No te vi.


¡ !

Carlos. — Qué me iba usté a


i
yo estaba en
,
paraíso
ve, si el ! E
los teatros, los de abajo no suelen mirar nunca p'arriba.
Gracia. — En cambio, tú...
Carlos. — Es que desde donde yo me siento siempre ve se pe
fectamente su paleo de usté. Anoche se reía usté mucho con '.

otra muchacha que iba con usté con la de verde. Y luego con
:

rubito, el que ent ó con el bombín lleno de bombones... (Ríe Gu


cia.) Ese niño es tonto, ¿verdad?
Gracia. — Tontísimo
¡ !

—Aquel señor gordo que entró y volvió luego fué


Carlos. porqi
se un sombrero que no era
llevó suyo, ¿no? el
Gracia. — Sí; qué plancha...
Carlos. —Ese pelmaso va a verla a usté siempre con dos o tr<

más. ¡ Lo que se quedaron ustedes cuando se fuere


satisfechas
todos Por el movimiento de los labios me paresió que le des:
!

usté a la de verde: "¡Grasia a Dio!"


Gracia. —
¡Y sí lo dije, sí!

Carlos. El que me carga a mí es el del bigotito ese que se : ]

da de guapo y que va a verla a usté a última hora. Ese hombre r


es de lar.

28
Gracia. —
¿Qué dises?
Carlos.— Yo me entiendo.
Gracia. — (Complacida.) Entonces durante tú, los entreactos,
estás pendiente de mí...
Carlos. — (Desconcertado.) Sí; no; es que...
Gracia. — ¿Y te gustó la funsión de anoche? Yo no me ñjé. Casi
todo el segundo acto estuve de un sitio a otro arreglando la ex-
cursión del domingo. El tersero sí lo vi, y no supe explicarme el
por qué la muchacha se casaba con aquel birria.

Carlos. Toma, porque aquel birria era un hombre de verdad,
i
Qué tío Qué autor tan grande es ese autor Tengo yo que ver
! ¡ !

*n los carteles cómo se llama. Qué manera de saber lo que es


¡

un hombre queriendo y de saber también de lo que es capaz un


hombre de corasón Que eso no lo sabe todo el mundo
! ¡

Gracia.— ¿No?

Carlos. No, señora. Sobre todo, cuando lo que quiere uno ne
lo debe querer uno poique no está al ancanse de uno. Pero ahí se
re el coraje de los hombres. Lo que desía el de la obra de anoche,
que eso que desía él lo he dicho yo antes que él un millón de veces.
¿Qué hase falta pa conquistar a una mujer? ¿Dinero? ¡Pues se
gana ¿ Altura ?
I Pues se consigue ¿ Fama ? Pues se logra Lo
i
! ¡ !

que no se puede tener en este mundo es miedo, porque con miedo


no se va a ninguna parte. Eso es (Se da dos tirones de la ropa
¡ !

y se saca la corbata del cuello, porque la corbata que usa es de


esas que tienen como dos muñoncitos que se meten debajo del
cuello.)
— (Asombrada.) Oye,
Gracia. ¿pero qué clase de corbata
tú,
llevas ?

Carlos. — (Dándosela.) Esta.


Gracia. — ¡Ay, qué raro! Ya me pareció a mí que estaba dema-
siado apretadita y afiladita.
Carlos. — Es que para esto de las corbatas soy una calamidad.
Njo sé haserme er nudo.
Gracia. — ¿Es posible?
Carlos. — Empieso a haserme er nudo y acabo hasiéndome un
lío. En cambio (Poniéndosela) pin-pam..., ¡y ya está!
ésta...
Gracia. — Pero, hombre, si ¡Dame una sinta!
es sensillísimo...
Carlos. — (Perplejo.) ¿Una sinta?
Gracia. — (Por una gasa que tiene puesta.) Espera. (Se quita.) la
Esto me va
a servir. (Se la echa al cuello a Carlos.) Es para ense-
ñarte. (Manipulando.) Verás. iSe da una vuelta así... Mira.

Carlos. (Pálido, tembloroso, emocionado al verla tan cerca de
8i.) Sí.

20
'Gracia.—Fíjate en mis manos, hombre.
Carlos. — Sí, sí...
Gracia. — Pero, mira, criatura, ¿qué pasa? te
Carlos. —¿Vamo a dejá de corbata? lo la
Gracia. —¿En? ¿Por qué?
Carlos. — Grasia
¡ ! . .

Gracia. — ¡Si todavía no está terminada, hombre!...


Carlos. — (Que ya no puede más, sujetándole manos.) ¡¡®i las
siaM
Gracia. — (Ewtrañadísima.
|

Eh ¿ ?
Carlos. — (Besándole
)

manos nerviosa, locamente.)


las Gras ¡

Grasia de mi alma, Grasia de mi vidal...



Gracia. (Estupefacta.) ¡Carlos!
Carlos. — ¡Yo quiero a usted! ¡¡Yo
la quiero a usté!! \\M la
la quiero a usté ! !

Gracia. — ¿Pero has vuelto loco?


te
Carlos. —Yo quiero a usté con locura, con
la con rabia, dése
perasión, y para poder quererla estudio y trabajo, y seré lo que s
el hombre que más sea en el mundo.

Gracia. Bueno, pero...
Carlos.— Yo la quiero a usté
¡ ¡ ! 1


Gracia. Sí, hombre, sí.

Carlos. ¡Aunque usté no quiera, aunque se oponga el mundo!.
¡Y la querré a usté siempre!... ¡¡Siempre!! Y a mí no me ¡

quita a usté nadie


Gracia. —Criatura
¡ !


Carlos. Porque yo soy un hombre muy hombre, y yo la quie
a usté. Si hay que desirlo arrodillao, me hinco, y si hay que desir
matando a alguien, lo mato porque a mí no me importa na, ;

se me pone delante na, y yo me lo juego to, porque... yo la %ni ¡ ¡

ro a usté!!
Gracia. —Cálmate, hombre, cálmate
¡ !


Carlos. Perdóneme usté comprendo que he hecho mal. ;


Gracia. ¿Eh?

Carlos. (Abrumado.) Está usté en mi casa, está usté sola eo]
migo y... he hecho mal, pero no he podido 'remediarlo. Lia quie
a usté demasiado y... ¡perdóneme usté!

Gracia. Sí, hombre, sí perdonado. ;


Carlos. Grasias. (Queda apesadumbrado, con la vista baj
avergonzado.)

Gracia. Si después de todo... (Saca un pitillo y se dispone
encenderlo. Pausa, Mira a Carlos complacida, encontrándole mt
de su gusto.) La verdad es que... (Enciende el pitillo.) Oye, Carie

30
CIARLOS-—Mándeme usté.
jRAcia.— (Con coquetería y picardía.) Háblame de tú,
Carlos. — ¿En?
(Perplejo.)
Gracia. — Que me hables de tú, hombre, como cuando éramos
ivales.
Carlos.—¿ Pero ?. .

Luis. por la derecha como una flecha.) Carlos.


(Entrando
corándose al ver a Gracia.) Perdón; no había reparado. (Dando
paso atrás.) ¿Se puede?, digo, ¿qué tal? ¿Está usté buena?...
desir, empesaremos por el principio : buenas tardes.
Gracia.— (Muy Buenas divertida.) tardes,
— Eso
fcájjs. y ahora está usté buena
es ; : ¿ ?

Gracia. —Muy buena, ahora y antes.


Luis.— Yo, muy Siento haberles
bien, grasias. interrumpido poi-
e yo sé que supone para Carlos el estar con usté... (A nú gesto
lo
Carlos.) Vamos, quiero desir lo que él... Bueno, lo que... E*
., son cosas de él y mías.
Grac:ía.—Bien, bien.
Luis.—Pero siéntese; por mí no esté de pie.
Gracia. — (Riendo.) No, si no...

Carlos. — (Contrariado.) ¿Qué pasa? ¿A qué vienes?


Luis. —Hombre, que te has venido firmar sin el ejersisio y es
esiso que vayas a firmarlo para que te den la calificación.
Carlos. — Es verdad. Claro, con prisas las de...
|Luis. (A Gracia.) ¡Qué bárba o! ¡Vaya un examen que ha he-
o Lo que se dise canela
! ¡ Todavía tengo yo frío en la espalda i
! ¡

}ué tío más burro sabiendo


CariiOS. — Bah ¡ !

Luis. — Sabiendo
y sabiendo lo que sabe, que ahí está el intrin-
Porque otros sabemos, pero no sabemos desir lo que sabemos
jilis.

nos atarugamos, que es lo que acaba de pasarme a mí, que me


in dado un cate que si en ves de un cate es una finca, resuelvo

problema agrario. (Ríe Gracia.) Señores, qué cate! ¡


Carlos. ¿Qué te ha pasado?
Luís. —
Estos nervios míos, que me pierden. Salí al enserao, me
mbló el pulso, le puse a un nueve un palito tan corto que pare-
a una a y en esa fórmula nueve erre erre sero dos, como el
?

jeve paresía una a, empesó to el mundo a leer "arros", y arros


ira arriba, arios para abajo, cundió el choteo y me dijo el cate-
rático "Para ese arros le voy a dar a usté unas ealabasas..."
:

T me las ha dao (Ríen Gracia y Carlos.) B^eno pero anda tu,


!
;

te te están esperando.

Carlos. (Contrariadísimo.) ¿Y cómo dejo sola a Grasia?...

Gracia. No, hombre, no me quedo sola, porque ahí Tiene
nolita. Mí: ala ahí hablando con Bernabé.

Carlos. Entonses, si a usté no le importa...

Gracia. (Rectificándole.) A ti, a ti.

Carlos. A ti, perdona.
Luis. (Gratamente sorprendido.) Atisa ¡Tuteo y todo! ¡ !


Gracia. ¿Vas esta noche al teatro?
Carlos —
Sí; hay un estreno. ¿Tú vas?

Gracia. No no es día de abono. Me hubiera gustado ir, pero
;

mandé y no había ya ni palcos ni butacas.



Carlos. Tres paraísos tengo yo. Quería haber convidado a Iob
padres, pero no creo que estén para convites.

Gracia. Yo iré contigo.

Carlos. (De una pieza.) ¿Eh?
Luís. (Idem.) ¡Arró!

Gracia. Iremos la madán, tú y yo. (Alargándole la mano en
de despedida.) Recógeme a la hora de la funsión.

Carlos. (Perplejo.) ¿Yo?...

Gracia. Sí, tú, claro. ¿No vamos a ir juntos?

Carlos. (Estrechándole la mano y sin poder hablar de la emo-
¡Grasia!...
ción. )
Luis. —
Dile algo bonito, hombre Dile que esta noche sí que vaí
¡ !

a ser el paraíso el paraíso. Algo a tono, atontao ¡ !


Carlos. Es que una cosa es saber desir lo que se sabe y ot
saber desir lo que se siente.
Gracia. —Eso está muy bien.
Carlos.— Hasta noche, Grasia.
la
Gracia.—Hasta noche, la Carlos.
Luis. (Picarescamente.) Salú y ¡ democrasia, señorita !

Gracia. — Salú ¡y arró


y. . .

Luis. (Haciendo mutis por la derecha con Carlos.) \ M'ha


tao (8e van.)
!


Gracia. (Muy satisfecha.) Halaga mucho que la quiera a u
un hombre, Lo que se dice un hombre

i

Manolita. (Entrando por la derecha, muy nerviosa, y dando


sensación de que sigue con la vista a los que se acatan de cruzar
con ella.) ¡Qué hombre, señorita! (Dejando sobre la mesa unas bo-
tellas que trae.) Er vino. ¡Qué hombre!
G raci a. — ¿ Quién ?
Manolita. — ¡Listo, serio, desente, traba jaó!... ¡Una perla!
de guapo no hablemos, Qué hombre i


Gracia. ¿Pero quién?

32

Manolita. ¡Y dale! ¿Quién va a se sino er de aquí? ¡Qué
po, y qué simpatía, y qué manera Más de veinte ehalás están I

>r él, que salen a convursión diaria, y él como si tal cosa. Pa-

se que está irnotisao, sin fijarse en na de lo que tiene alderrpó...


es que debe está por arguien. A lo peó se ha enamorao hasta er
étano de arguna pelandusca, que así permita Dio que a la tal se
caigan los dientes, las cejas, las pestañas, er pelo y las uñas.

Gracia. Oye, tú no seas bestia. :


Manolita. ¡Qué mala pata tengo, señorita! Ahora que er me jó
a me vi a liá la manta a la cabesa, me vi a enterá en dónde
ve la mu coqueta, estúpida, indesente voy a llegá "Tras-tras." ; :

Quién es?" "Abra usté, que es una amiga", le vi a remanga la


rda y le voy a poné er bombeo que van a está tres años los ves-
ios hasiéndole respingos por detrás.

Gracia.- Pero... ¿te atreverías tú a eso? Porque yo sé de quién
ha enamorado ese hombre.

Manolita. ¿La conose usté?
Gracia. Sí. —

Manolita. ¡Ay, mardita sea su estampa, y así la parta un
yo! ¿Quién es, señorita?

Gracia. Yo.
Manolita. — (Palideciendo.) No ¡ !

Gracia. — yo yo
Sí, ; ¡¡ ! í

Manolita. — Ay, Jesú !

Gracia. — ¿Qué?
¡

Manolita. — Que me dé usté la cuenta o me diga usté lo que


ngo que hasé pa que resurte que no le he dicho a usté na de lo
e le he dicho.
Gracia. —
¡Báh..., no te preocupes! Ya me hago cargo de que
es una de las veinte chalás. /


Manolita. Sí, señorita

Gracia; Anda, vuelve a casa. Viene ahí mi padre con los pa-
es de Carlos y no te nesesito ahora.

Manolita. Sí, señorita. (Haciendo mutis por la derecha.) ¡Ojú,
é manera de meté la pata! ¡La he metió a rosca! (Vase.)
Gracia. ¡£Ta, — ja, ja!... ¡ Pobresilla !... (Muy satisfecha.) No; si

muchacho...

(Entran en escena, contentísimos, BALDOMERA, ANACLETO,


W FELIPE y JUNCOSA.)
Anacleto. —¿Estáis viendo? ¡Esto es un país ! ¡ Un país con-
cite ! ; Consiente ! ¡ Que lo consiente to !

a*
Gracia. —¿Qué
ha pasado?
Anacleto — Nada
¿qué había de pasá?
; Lo sivilisao ;

tiempo peleando ésta y yo, tantos años disiendo ¿ Pero :

querrá Dio que el progreso imponga sus normas ? ¡Y ya est¡


Juncosa. —
Lo bonito que ha i esurtao la cosa Viva Esp:

¡ !
i

Gracia. (Impaciente.) Bueno, pero...



Anacleto. Nada, que le digan éstos...

Don Felipe. Llegamos el oficial de la escribanía, que
;

go mío, estaba en su despacho entré, le recomendé" el a|


;

comparesieron ellos, dijeron que querían divorsiarse tiró ;

de pluma, firmaron los dos, firmamos nosotros como testi


¡ descasaos
Anacleto. —
Viva la sivilisasión
¡ !

Juncosa. —
Ole en er mundo
¡ !


Gracia. ¿Pero con tanta fasilidad?

Don Felipe. (Después de guiñarle y darle un codazo a Gracii
Mu jé, habiendo mutuo disenso se facilita to. Con er mutuo diseni
er marío no tiene más que llega y topá.

Anacleto. (Molesto.) Oiga, don Felipe.

Baldomera. Bueno, se acabó, a Dio grasias. Que te aguante ot
las ordinarieses, las gioserías y los ronquíos.
Anacleto. — ¿Que yo ronco? Ay, qué grasiaí ¡

Baldomera. — ¿Vas
a desí que no, y arrancas los caliches de
paredes? Si aquí se mueren las moscas de no podé dormí!

i

Juncosa. Ole la grasia


¡ !


Baldomera. Y sobre to, menos conversasión, y a separá nu(
tros bienes, que pa eso estamos aquí.

Anacleto. ¿Tus bienes? ¿Y cuáles son tus bienes, prinsesa?

Baldomera. To lo que hay aquí es de los dos. Eso nos ha dic
er del Jusgao.
Juncosa. — Exacto : ganansiales.
—Es que to esto he comprao yo de modo que
Anacleto. lo ;

ganansiala ésta na má.


es
Juncosa. —Aquí hay que partí que hay mitá pa ca m lo : la

y ya está.
Anacleto. — Pero de las cosas que no hay más que una. ¿cói
las vamos a partí? ¿Cómo vamos a partí cómoda o armafi la el
Don Felipe. —A mí se me ocurre una cosa pa fasilitá.
—Pues ya
Anacleto. Siendo está. idea de usté, sea lo que s<

por mí, asertao.


Baldomera. —Y por mí.
Don Felipe. —Digo yo que de to lo que hay en la casa, lo q
mu femenino, pa la nfujé, j 1© que sea masculino, pa el marío.

34
AnacijETO. — Superió.

Baldomera. Entonses, y es un poné, las sillas, que sen feme-
ninas, pa mí.

Anacleto. Y pa mí el sillón, que es masculino.

Baldomera. Y pa ti el sillón. Bueno, pa mí la cama.

Anacleto. Perdona, que la cama no es femenino.

Baldomera. ¿Que no es femenino la cama?

Anacleto. No, porque es catre.

Baldomera. Pues pa mí la cómoda.

Anacleto. Y pa mí el armario.

Baldomera. Pa mí las tasas, pa ti los platos, pa mí las cu-
charas y pa ti los tenedores.

Don Felipe. (A Anacleto.) Oye, tú: er baño te toca a ti.
Anacleto.— No, señó, que no es baño, que es bañera. Y, pa ella
las toallas y la jabonera con lo que tiene dentro.

Gracia. Que el jabón es masculino, Anacleto.
Anacleto. —¿Masculina la pastilla? ¿Desde cuándo? (A Baldome-
ra.) Y tú dirás dónde te mando las cosas, porque yo, como con-
serje, tengo que quedarme aquí. ; Ah ! Y me quedo con mi hijo, que
es masculino.
Baldomera. — Perro, que eres un perro
¡
!

Anacleto. —A propósito de perros dame : los cuarenta y sinco


sentimos de antes y duros de ayé. los seis
Baldomera. — (Sacando un viejo monedero y de él tinas perras.)
Los cuarenta y sinco séntimos, tómalos, porque son masculinos
pero los seis duros son treinta beatas, y treinta beatas...

Anacleto. Treinta beatas es un convento. Masculino De modo ¡ !

que venga.

Baldomera. (Vaciando el monedero y dándoselo.) Toma er con-
vento masculino es.i Pero la comunidá es femenina, y pa mí. (Se
:

guarda los duros.)


Anacleto. — De plomo se te güervan Bueno dime dónde te
¡ ! :

mando tus cosas.


Juncosa. —A mi casa.
Todos. — En ¿ ?

Juncosa. — Bardomera sabe que mi casa suya, y está ka- es la


siendo muchísima
allí farta.
Anacleto. — ¿A su casa? (Conteniéndose.) Bueno, hombre; a si

mí me da Aonde
iguá. sea.
Baldomera. — Aonde pero a casa de sea, Más puer- ése, no. ¡

cos, n©
Don Felipe. —Bardomera debe estar serca de su porque hijo,

35
eso es naturá, y Bardomera tiene desde ahora mismo un puesto en
mi casa.

Baldomera. Muchas grasias, don Felipe. ¡ Andando !


Juncosa. ¡Estaba visto 1

Todos. — Eh? ¿
Juncosa. — Que usté se la lleva a su casa porque a usté le gusta
Bardomera, eso es. Y ella acepta porque... su mira llevaiá. ¡Ten-
dría grasia que acabara el amo casándose con la viuda del con-
serje !


Anacleto. Oye, tú viuda, no que yo estoy mu vivo.

: ;

Juncosa. (A Don Felipe.) No, si usté me gana la partía por-


que es rico, pero...

Don Felipe. ¿Pero a ti te interesa Bardomera?

Juncosa. Sí, señó, y a usté también. No lo niegue.
Don Felipe. Bueno, ¿y qué?—
Juncosa. —
Mardita sea ¡ !


Anacleto. ¡Lo que es la sivilisasión Si liase dos mes s se !

disputan a mi mujé en mis propias na; ices dos hombre?*, no que-


dan de los dos ni las hilachas. Pero ha llegao el progreso, y mi-
rarme / Ecuanánime
:


Baldomera. Vámonos, don Felipe.

Anacleto. Adió, que te vaya bien.
Don Felipe. — Vámonos, y deja aquí to lo que hay, porque en
¡

mi casa no necesitas de na! {Hace mutis por la izquierda.)



Baldomera. Sí, señor. To pa él. (A Anacleto.) ¡Anda y que te
sursan To pa ti
! ¡ Quéate con to Con to
! ! ¡


¡

Anacleto. Quía, hombre Lo que es la colonia, la ducha, la


¡
! ¡

bañera, jabonera yla jabón, llevas! la... te la


Baldomera. — Me otras cosas femeninas llevo : la desensia, la
dirnidá, vergüensa...
la
Don Felipe. — (Saliendo por izquierda con una la gran cazuela
humeante.) ¡Y
corvina con guisantes! (Inicia
la el mutis por la
derecha, precedido por Gracia y Baldomera.)

TELON
ACTO SEGUNDO
na habitación de paso en la suntuosa casa de don Felipe. En el
ro la puerta de entrada amplísima puerta qüe conduce a una
:

ilería de cristales. En el lateral izquierda, primer término, la


iciación de un corredor, y en el último término, el arranque de
la escalera. En el lateral derecha, dos puertas: la primera que
nduce al descacho de don Felipe, y la segunda a la alcoba de
Baldomera. Es de día, en el mes de junio.

(Al levantarse el telón, BALDOMERA, que viste mi estridente y


spampanante quimono de seda, entra por la izquierda. Trae una
rga caña con un trapo Manco, hecho una bola, en la punta.)

Baldomera. — (De muy mal talante.) ¡Bueno, es una gente que...


!

101a que a mí... ¡Vamos, hombre! (Pasa un dedo por un mueble


se lo mira a ver si ha recogido polvo.) ¡Nada! Pero... (Pasa la
mo por el suelo y hace lo mismo.) ¿Tampoco?... Ahora que...
Iza la caña y pasa el trapo por el techo o por el marco de un
adro, según las posibilidades.) ¡Lo que yo no pesque con esta
ña!... {Mirando él trapo.) ¡Tampoco! ¡Lo conseguí! ¡Una casa
la que antes había porvo hasta en los güevos fritos ! De todas
meras,.. (Se dirige hacia el foro gritando.) ¡María er Valle!...
laría ep Valle!...
V«z. fálriada.) ¡Mande ustééé!...

39

Baldomera. (A gritos.) ¡Malhaya sea tu cara; coge el aspira»
y una escalera, vete ar gabinete asá y no me dejes en er techo
una motita de po: vo, que lo hay, so guarra
Voz. ¿Que — lo hay?
Baldomeea. — ¡Que lo hay! Y hay una araña en la araña: ¿y
sabes lo que es eso?
Voz. —
Una capicúa.
Baldomeea. — ; ¡ Una porquería ! !
;
Largo ! (Gritando Juwia la \

quiérela.) ¡Paco!... ¡Pacooo!...


Voz. {Dentro.) Señora.
— (Como
Baldomeea. ¡A darle cera ar comedó, so puerc antes.)'
Voz. — ahora iba a
Sí, señora ; di.
Baldomeea. — Mentira Tú esperabas a que yo no me
¡ ! ¡ fija:

pero estás listo


Voz. — señora, que estoy
Sí. Mardita listo. sea!...
Baldomeea. — (Al
¡

de escalera y a también.) ¡M
pie la gritos
nolita Manolita
! . . ! . .

Manolita. — (Dentro.) Voy.


.
;

Baldomeea. — (Gritando.) ¡Ni voy na! ¡Ya estás aquí! ni


Manolita. — (Bajando por Ya estoy aquí. Pues la escalera.)
que. . Joyín con tanto gritá
. ¡ Por qué no llama usté ar timór \ ¿

Baldomeea. —Porque me dan calambres, enteras Tom ¿ te ? ¡

(Le da ¡Y porque no me da la gana! Además, que cua


la caña.)
de suena un timbre, llama un timbre, y lo que yo quiero que í

páis cuando yo llamo es que llamo yo. Largo ¡


!

Manolita. — Jesú qué modos! ¡Vaya humos! ¿Qué queman ho


¡

retama? ¡Pues sí que!...



Baldomeea. A ti te voy yo a da un gofetón. ¿Te enteras, niñ

Manolita. ¿Y yo me voy a está quieta?
Baldomera. — Ya lo creo Como que te voy a dejá sin sentí !


¡ ¡

Juncosa. (Por el foro, con una enorme levita azul celeste o


botones y galo-nes dorados.) Güeñas tardes...

Baldomeea. (Revolviéndose contra él.) Se puede, se dise,
idiota Fue: a de aquí y güerva usté a entrá pidiendo permiso!
! ¡

Juncosa. — señora. (Desaparece refunfuñando.)


Sí.

Baldomeea. — (A Manolita.) Y tú ar cosinero nuevo y a dile


pincha que vengan. Hala ¡ !

Manolita. — señora. (Haciendo mutis por


Sí, la izquierda
(¡ Jesú, qué genio ! Pa capitán generá no le farta más que er I

gote!) (Tase.)
Juncosa. — (Apareciendo de nuevo.) ¿Se puede?
Baldomera. —Adelante, joroba. ¿Qué pasa?
—Que vengo, como portero de casa que
Juncosa. mardita la soy,
a mi sino...
Baldomera. — ¿Pues qué quería usté? ¿íSeguí chupando suerdo el

a hasé na? No, Mientras yo esté


hijo. aquí...
Juncosa. — Mientras usté esté aquí, estaré yo también. Porque
rté, carne de mis carnes...
Baldomera. — Más respeto ¡ ; !

Juncosa. — Porque doña Bardomera...


usté,
Baldomera. — Como me güerva usté a llamá doña Bardomera va
¡

babé botón que va a llegá a Larache


Juncosa. — Pero, comadre
¡ !

Baldomera. — ¡Ni comadre tampoco Ea ¿Qué quiere usté? ¿A 1 ¡ !

íélviene usté? ¡Vamos! ¡Pronto!


Juncosa. — señora. Que
Sí, en la puerta, y esperando ser
ahí, re-
bido por amo está
el conserje, su ex marío deel usté.
Baldomera. — Pues que pase, quiere se gusta, y es-
si ; siente, si
yre a que sarga.
Juncosa. — Está mu Y una cosa quiero yo pedí en su
bien. le
3mbre.
Baldomera. — ¿Er qué?
Juncosa. — Que cuando Venga se comporte usté con como él si

d hubiera usté conosío en su vida.


lo
1

Baldomera. — Sincuenta días sin echármelo a cara, yllevo la se


¡'han borrao ya hasta sus farsiones.
Juncosa. — Eso dise que pasa a él le él.

Baldomera. — Pos mejón pa y pa mí. él


Juncosa. — Y pa mí, Bardomera, que me tiene usté rodao.
Baldomera. — (De mal talante.) Fuera de aquí.
Juncosa. — señora. (Baldomera sin mirarle y paseando por
Sí,
i escena.) (Desde el foro, contemplándola entusiasmado.) (¡Qué
«boleo de caderas ! Y está en bata que ajolá fuera yo un depor-
to-.) (Mutis.)

Manolita. (Por el corredor de la izquierda.) Ahí vienen ésos.
Se va por el foro.)
Rosa. — (Pincha, seguida de DUPONT, cocinero francés, por la
squierda. Rosa es una muchacha tenue, fina, de voz atipladita y
todales muy recatados.) ¿Da permiso la señora?
Baldomera. —Adelante.
(Esta se va a quebrá de fina er día me-
os pensao. Me carga a mí tanta finura.) ¿Traes la libreta?
Rosa. —
Sí, señora; tome la señora. (Le da un cuaderno.)

Baldomera. (Tomando asiento y arrellanándose en un cómodo
ilion.) Pues oído al parche, que es de tripa.

41

Juncosa. (En el foro.) ¿Se puede ot"a ve?

Anacleto. (Idem. Viene desastradísimo y sucio.) ¿Hay venia?

Baldomera. Pasen ustedes. (¡ Jesú, cómo viene!)

Anacleto. (Mano al pecho y en una reverencia versallesca
Señora mía.
Baldomera. —
Señora mía Qué más quisiera usté

¡ ! ¡ !

Anacleto. (E71 otra reverencia igual.) Está usté equivocada


ma. Palabra
¡ !

Baldomera. Güeno— menos música. Sentarse ahí. (Juncosa


:

sienta en un banco de estilo o en un diván que habrá en el for.


pero al ir a hacerlo Anacleto, Baldonnera da un grito feroz, al v
lo sucísimo que viene por detrás.) Cuidao

¡

Anacleto. (Asustado.) ¿Qué pasa?



Baldomera. Que no me manche usté el asiento. Ponga usté
pañuelo.
Anacleto,— Pañuelo no traigo, y si es por los pantalones, q\
yo por detrás no me veo, yo me los quitaría, pero es que tampo
traigo...

Juncosa. ¡Qué desavío de hombre!... Tome usté, compadre. (J
da un pañuelo sucio y muy roto.)

Anacleto. Grasias. (Lo muestra extendido, lo pone en el asi&¡
to y se sienta sobre él.)

Baldomera. (A Dupont.) ¿Qué piensa usté de ponernos hoy <

sená?

Dupont. (Con voz casi femenina, a pesar de sus pobladísinn
bigotes.) Vuulá le meni, madam. (Le da una tarjeta.)
Anacleto. — (.4. Juncosa.) ¡Las mujeres! Querrá ponerme 1<

dientes largos con lo que come. ¡Sí, sí!... El quirmono es el qi

me tiene a mí acharao,

Juncosa. ;Gómo está, compadre! ¡Ayl
Anacleto. —Compadre, que estoy yo aquí y le arrimo a usi
¡

un guantaso que lo desabrocho



Juncosa. ¿Y usté es moderno? Usté es más antiguo 'que Os»
rio y Gallardo.
Baldomera. — A callá (Leyendo en el tarjetón tal y como esi
; i

escrito.) Oiga usté, ¿y esto de oeufs brouvillies a la petite friv<


lité y el poulet avec sauce archevegue y el jambón?... ¿Dise jan
bon?
Dupont. Vi. —

Anacleto. (A Jvncosa.) ¡ Ya está ! ¡Jabón hasta en la comía

¡
Qué Ja,
risa! ¡
ja ja, !

^Baldomera. — ¿Qué pasa?

42

Anacleto. No, na. (Contiene la risa.)

Baldomera. ¿Y el jambón, glasé de melón et fruits de la saison,
q los gtievos fritos con tomate, el bacalao con papa y la ensalá
e le dije?
Dupont — — no madam! Ye ne
Oh, fe pa sa! Ye ne fe pa sa!
Baldomera. ¿Qué
(A Rosa.) dice?
Rosa. — Que él no hace eso.
Baldomera. —
Ah, no? (Rompiendo la tarjeta.) Mire usté, Du-
¡

nt cuando yo lo ajusté le pregunté si sabía basé guisos caseros,


:

usté me dijo que sabía, y como veo que no sabe, ya está usté
giendo la puerta.

Dupont. Quesqu vu ditf

Baldomera. (A Rosa.) ¿Qué dice?

Rosa. Que no la entiende a usté.

Baldomera. Pues tú que tienes costumbre de entenderlo dile

e se vaya.
Rosa.—Dupont, que dan a usté le la... (Acción de empujar y dar
puntapié.)
Dupont. —Eh! A muat
|

Baldomera. — Güi ¡

Dupont. — (Indignadísimo, quitándose la gorra y el mandil, arro-


ndolos a los pies de Baldomera y disponiéndose a hacer mutis por
izquierda.) Bian! Parfetmant! Parolé ! Vuala, madam !

Anacleto. (Amenazador.) Ay, que doy! le
Juncosa. —
(Obligándole a sentarse.)
¡

¡Compadre!...
Dupont. —Dans ce mesón on ne manch que gaspachó On ne di !

anch que saletésl


di
Baldomera. — Bueno, a porré. la
Dupont. — (Desde puerta y en correcto castellano.) ¡Y
la has te
tido
Todos. — (Extrañados.) ¿Eh?
Dupont. —Porque de aquí me voy a los paritarios.
Baldomera. — Adonde ¿ ?

Dupont. — ¡A paritarios! (Mutis.)


los
Baldomera. — ¡Pues usté comadrona!
llévese Ay, qué ¡Me- ¡
tío!
ado transé de Argaba (A Rosa.) Y
la oye, tú.
Rosa. — (Recogiendo
!

mandil y gorro de Dupont.) Diga


el el la
ifiora.
Baldomera. — Pos
(Irónica. señora ) que eres tú mu
la dise fina
iblando, pero hasiendo la cuenta eres más fina todavía. Br baca-
.o a cuatro ochenta y sinco no puede se, hija mía. Cuesta a tres.
}jo!

43

1

Es que el que yo traigo es de Irlanda.
Rosa.

Baldomera. Pues no lo traigas de tan lejo, covasón. Ah ¡

esto de las judías, como tú pones tan finamente, que aquí siemp
s'han llamao chícharos, es otra estafa.
Rosa. —
Señora! ¡

Baldomera. —A ti te dan chícharos de Lebrija y me pones aq


judías del Barco, i
Y eso no, hija Vas tú a, hablarme a mí c
! ¡

Barco !

Juncosa. —
Menuda armirante
¡ !


Baldomera. Las del Barco las conosco yo mejon que nad
porque en ese Barco llevo yo toa mi vida navegando. ¿ Tú te e
teras ?
Rosa. — Sí, señora.
—Pues,
Baldomera. hala.
Rosa. — señora.Sí,

Baldomera. —Y en la cosina, más formalidá, ¿estamos? Men<


bromas con Paco, y con el chofe, y con el otro, no sargas tú tai
!'

bién pa los paritarios. Arsa ¡

Rosa. —
(Haciendo mutis por la izquierda.) Es una señora <

Xaudaró. (Mutis.
. .


Anacleto. ¡Es mucha mujé, compadre! Y eso que dise usté <

que s'ha casao con don Felipe, ¿será verdá?



Juncosa. Por ahí se suena.

Anacleto. Hombre, se lo vi a preguntá. (Ceremonioso.) Mi
señora que fué mía : una pregunta vana. Aquí, el compadr
que influyó mucho en nuestro divorsio, porque llevaba' su mira,
mismo que don Felipe, que también llevaba la suya, porque j

ahora miro y veo las miras...



Baldomera. Al grano y menos música.

Anacleto. Pues aquí, el compadre, me dise que s'ha casao us
«on don Felipe, y un servido quiere sabé si sí o si no, porque si n
pa felisitá ar compadre, que, en uso de su derecho, quiere casálj
con usté, y si sí, pa desirle que no se desanime, que la que haí
un sesto hase una canasta, y una señora tan versati como ust
que se orvida tan fásirmente de su primer marío, y tan guili.
que se viste de copletista pa tomá la cuenta de la plasa, a lo mi
jón le gusta uno de librea y, viva Je:é, que me divorsio otra ve.
Baldomera. —
Mardita sea! ¿Y usté que fué mi marío es cap
¡

de hablarme a mí con esa tranquilidá de los demás hombres


¿Pero por dónde se le ha ido a usté la poca vergüensa que tenía

Anacleto. Por el mismo sitio que a usté, señora. Ademá, qu
usté no es ya na mío, y tanto derecho, tiene éste, que nos desapai

4,4
tó, como el mardita sea la cara de los dos!, pa casarse
otro..., ;

con usté. Como yo pa casarme con


otra, y allá usté, y allá ca cua,
que lo que toca por usté, mire usté yo. (Rompe a silbar "A coger
el trébole" y le vuelve la espalda.)

Baldomera. (A Juncosa.) ¿Ya usté quién l'ha dicho lo de mi
casamiento ?
Juncosa. —
(Levantándose de un salto.) ¿Pero es verdá?

!

Anacleto. (Volviéndose rápidamente.) ¿Es de veras?



Baldomera. (Regodeándose.) Ay qué grasia! ¿No acaba usté
¡

de desí que no le importa?



Anacleto. (Furioso.) ¡Y no me importa! (A Juncosa, triste-
mente.) Compadre Sí que me importa.

¡ !

'
Juncosa. (Idem.) Siertos son los toros!

¡

Anacleto. (Amenazador.) Eso de los toros se los va usté a


tragá ahora mismo.

Juncosa. ¡Compadre, que es un desí! Si no había más que verlo.
Er señorío, er mando, la ropa, la sortura y... ¡lo otro!

Baldomera. ¿Qué es lo otro?
Juncosa.: —Lo
que está usté maquinando pa que er niño de us-
tedes pesque a la señorita Grasia con toas las talegas de duros
que tiene su padre.

Baldomera. ¿Cómo? ¿Que yo?...
Juncosa. —
¡Que usté! ¡Que usté! Que usté es la que empuja a
la señorita Grasia pa que toas las noche —
que yo lo veo pele la —
pava con su hijo de usté por la ventana que da ar callejón sin
salía, sin que se entere don Felipe.
Baldomera. —
Eso es mentira
¡ ¡ Yo no sabía na de eso, y ahora
! !

que lo sé lo va a sabé don Felipe, pa que él diga si eso pué se o


no pué se.

Anacleto. No pué se. ¡Menudo barullo familiá (A Juncosa.)
!

Eo que usté me desía antes, compadre.



Baldomera. ¿ Barullo ?

Anacleto. Claro. Porque éste me desía, y tiene rasón, que usté
es mi mujé porque se casó conmigo por la Iglesia, y aunque yo no
soy ya su marío po: la ley laica, grasias a Dios..., er niño es de
los dos. Pero si usté s'ha casao con dos Felipe, mi hijo es hijas-
tro de don Felipe y como yo y usté estamos casaos por lo canó-
;

nigo, la niña de don Felipe es también hijastra mía, por lo canó-


nigo, y si la niña tiene un niño, er niño va a resurtá primo por lo
canónigo..., no; por lo canónigo es cufíao... ¡Tampoco! Es...

Juncosa. Compadre, es que ha metió usté en la familia un ca-
nónigo que no viene a qué. (A Baldomera.) Lo que pasa es que si

45
usté tiene un niño con don Felipe, es cuando se arma er lío,
porque...

Anacleto. (A Baldomera.) Claro; porque como su hijo de
\

usté es hermano de mi niño, er niño de mi hijo es su tío de usté.


Y entonse, por parte de mi nieto, mi padre es don Felipe..., y yo
tengo que hereda a don Felipe. ¡
Ay, que me conviene ! ¡ Que se
casen
Jüncosa. —
Quia, hombre! ¿Y yo? Si yo me caso con su mujé
¡

de usté, que es ahora de don Felipe, las ganansiaies son pa la


mujé, y siendo su mujé la mía, lo de mi mujé es mío, y er que he-
reda soy yo. !Eso sí que no hay quien lo mueva
Anacleto —
Oiga usté, compadre I
¡


Juncosa. Ni compadre ni na. Aquí lo que hay que se...
Anacleto. —
Aquí lo que hay que se es abogao, porque con esto
¡

del divorsio se va a arrná en las familias ca barullo... Ojú Yo ¡ !

lo que digo es...


Haldomera.- — (Enérgica. )
3
Vaya Aquí quien dise soy yo ¡Ya
; ! ¡ !

hemos hablao bastante (A Juncosa. ) Hala, usté, a la portería l


! ¡

(A Anacleto. ) Y tú digo, usté, puede usté esperá a que sarga don


;

Felipe, o dirse a da un paseo, o gorvé. Listo Se acabó la con- ¡ ! ¡

versasión !


Manolita. (Por el foro. ) Señora, ahí está la modista.

Baldomera. Bueno.

Manolita. Y ahí están también unas señoritas preguntando por
la señorita Grasia, pa llevársela a da un paseo en motora por
el río.

Baldomera. —
¡Quial (En capitán general. A Juncosa.) A la mo-
dista, que pase; a esas señoritas, que esperen. (A Manolita.) A
Grasia, que baje. Vamos ¡ 1


Manolita. Sí, señora.

Baldomera. (Enérgica.) Pero, vamos Vamos
¡
(Manolita ! ¡ ¡ ¡ ! 1 !

se va por la escalera.)

Juncosa. (Haciendo mutis por el foro.) (¡ Mardita sea! ¡Tan
bonito que estoy ahora y que no le importe yo ni un botón
(Vase.)
Baldomera. — (De
espaldas a Anacleto, entreteniéndose en alisar
el asiento de (Bueno, a este... indiferente le tengo yo-
un sillón.)
que quemá la sangre.) (Canturrea un fandanguillo.)
Sara. —
(Joven, simpática y guapa modista, con una gran caja,.
Por el foro.) Buenas tardes.
Baldomera. Buenas. —
Sara. —
(Sacando un traje de calle en tono ose-uro y muy ele-

4G
gante.) Cuidao con lo que es la gente Loca m'habían puesto a
¡ !

mí la cabeza con que si usté, y si ella, y si el otro.



Anacleto. ¿Quién es el otro?
Sara. —Don Felipe.
Anacleto. — Ah ¡

Sara. —Que desían que habían ustedes estrenao divorsio en el


Sevilla.
Anacleto. — Como divorsio fuera una astracanada.
si el
Sara. —Bien mirao... ¿Probaremos en arcoba o aquí? la
Baldomera. —Aquí qué más ;
{Quedándose en "combinación",
da.
nomo dicen las señoras. ¡Pero eche usté combinación detonante: de
seda, verde claro o celeste, con pintas rojas, o roja con bordados
verdes. Algo bueno, rico, pero- estrafalario.)

Anacleto. (Deslumhrado, encandilado.) Ojúl
— ¡ ¡ ¡ !

Baldomera. (Satisfecha de su éxito.) (¡Toma divorsio!)



Anacleto. ¡Pero qué poca lacha!... (Se muerde el labio, eleva
los ojos y lanza un grito sordo y gutural.) ¡Humü... (Luego, ¡

arrepentido, se sienta y se vuelve para no- mirar.)



Baldomera. (Con el traje que le da Sara en la mano.) La tela
es bonita.
Juncosa. — (Entrando por foro) ¿Se puede? el

Baldomera. (En un' No grito. ) !


¡ ! . .
¡

Anacleto. (Idem.) No !...

Juncosa. — (Deslumhrado.) ¡¡Madre de mis ojos!!


\ ¡ !

Anacleto. — (Como loco.) ¡Fuera!... (Amenazador.) ¡¡Fuera!!...


(Desaparece Juncosa.) ¡No ña visto nada! ¡No ha visto nada! (Do-
minándose.) Y aunque hubiera visto. ¿A mí?... (Encoge el hombro.)
i Pero dónde tenía yo los ojos que no había visto lo que estoy
viendo ?

Baldomera. (Provocativa.) ¿Decía usted algo?

Anacleto. ¿ Quién, yo ? Quia
Baldomera. — Ah
¡

¡ !

Anacleto. —Anacleto, que te pierdes. (¡No la güervo a miráí


;Yo soy un hombre!) (Y le vuelve la espalda, pero durante esta es-
cena Baldomera hace tantas monerías que Anacleto, muy a su pe-
sar, mira de reojo repetidas veces.)
Baldomera. — Lo bien que me sienta
¡ !


Sara. Vamos a ve ahora otra cosa. (Por la chaquetilla del ves-
tido.) Quítese usté eso.
Baldomera. — Sí, señora. (Se quita la chaquetilla
*
y queda con
losbrazos al aire.)

Sara. Muy bien.

Baldomera. Jesús; así, con todo al aire, está una...

47

Anacleto. (Sin volver la cara.) (¿Eh? ¿Pero s'ha quitao tam
bién la combinasión ? ¡Hombre!... ¡Hasta aquí podían Ilegá las
cosas
Sara.
!


(Sacando de la caja una especie de dial negro.) Tien<
usted unas carnes de un blanco sonrosao de lo que se ve muy poco I

Anacleto. (Sin volver lai cara.) (¡Chavó, que está en cuerr
Sara. —
(Poniéndola sobre los hombros el chai y viendo el b\
efecto que hace. ) Ole, y viva lo negro
— ¡ 1

Anacleto. (Volviendo la cara, inconsciente y rápido.) ¿Con


¿Qué? Ah ¡Ya! (Tornando a su displicente actitud.) ¡Creí!

¡ !

Gracia. (Por la escalera.) ¡Viva el rumbo, Baldomeral


Baldomera. — Has ¿ visto ?
Gracia. — Me llamabas
¿ ?
Baldomera.— (A una pregunta muda que la hace Gracia, miran-
do a Anacleto, que está abismado en sus dolorosos pensamientos I
lleno de hipos llorosos.) Está esperando a tu padre... Pues sí; te
llamaba porque... Espera. (A Sara.) Bueno, Sarita, dile a la maes-
tra que a ve si antes der domingo me tiene los otros dos trajes.
(Anacleto se golpea una rodilla.) Y los abrigos de erítretieiajB
(Nuevo golpe de Anacleto.) Que nos vamos de viaje, Adió, guapa.

Sara. Queden ustedes con Dio. Buenas tardes. Y que sea enho-
rabuena. (Mutis por el foro.)

Baldomera. (A Gracia.) Pues te llamaba porque ahí abajo esf
tán esperándote unas amiguitasi tuyas pa llevarte a da un pase*
en canoa artomóvi po reí río y es menesté que les digas que n©
puedes ir.

Gracia. ¿Eh? ¿Cómo que no? ¿Quién ha dicho que no?

Baldomera. Tu padre. Antié me dijo a mí que eso le daba a éj
miedo y que estaba prohibió, y está prohibió. Baja y diles que no.
Gracia. —
Yo, no No quedo yo mal así por que sí con las de
¡ !

Sambrano.
Baldomera. — Se lodiré yo, que a mí no me importan las de
Sambrano ni las de San Bruno. (Con muy buen aire se dirige hacié
el foro.)

Anacleto. (¡Es er generá Prim, por la gloria de mi madre!)

Baldomera. (Volviendo grupas.) Oye, y otra cosa. Acabo de en-
terarme de que todas las noches pelas la pava con mi niño por 1$
ventana der callejón, ¿eso es verdá?
Gracia. —Es verdad.

Baldomera. ¿Y lo sabe tu padre?
Gracia. — No, señora.
Baldomera. — Pues eso tiene que saberlo ahora mismo.
Gracia. — Quéééé ¿ ?

48

Baldomera. Que aquí no se hase na a espardas suyas, y si él
lo consiente, bueno está pero si dise que s'ha acabao, s'ha acabao.

;

Gracia. (Apurada.) ¡Pero, Baldomera!



Baldomera. (Conmovida.) No sé la pena que a ti te dará, pero
más que a mí, no, porque se trata de mi hijo. Que lo sepa tu pa-
dre y que él disponga.
Gracia. —
Por Dios, Baldomera
¡ !


Baldomera. Voy a despedí a las de la lancha y güervo. Y que
voy..., pobiesillas!, pero con arguien me tengo yo que desahoga.
i

(Mutis por el foro.)



Gracia. -Pero, mujer, escucha, oye, mira... (Se va tras Baldo-
ínera.
Anacleto. —
Está visto que es el ama Y ahí está er peligro
¡ !

porque es el ama y don Felipe es el amo, ¿yo qué soy;


si ella
¡La birria Mardito sea ¿Y pa eso han votao er divorsio ? ¿ í*a
! ¡ !

poné a un hombre sano en redículo?



Don Felipe. (Por el corredor de la izquierda, muy enfadado %
hablando solo.) Mardita sea la fábrica, que la voy a serrál ¡A
¡

mí no me torea la C. P. T., ni la O. C. A., ni la N. P. TJ., ni la


erreipe. (Al ver a, Anacleto.) ¿Eh? ¿Vendrá tamién éste a pedí
aumento? ¡Pues era lo que fartaba (Se dirige hacia él, que está !

mirando kacia el foro, y le pone la mano sobre el hombro.)


Hola, tú

!
¡

Anacleto. (Al volverse, sorprendido, se resbala, arrastrando


los pies hacia atrás.) Don Felip... Ay, que me resbalo con los
¡ ! ¡

ladrillos estos ! La poca costumbre.


Don Felipe. — Sí, hombre ; como que párese mentira, pero tie-
nes todavía el pelo de la dehesa.
Anacleto. — (Molesto.) ¡Don Felipe!
Don Felipe.—¿Y cómo tú por aquí, que no vienes nunca? ¿Tam-
bién tú t'has desmandao?
Anacleto. — ¡ ¡ Don Felipe ! !

Don Felipe. —Es


Es que estoy de un humó que se me
un desí.
hasen los dedos güéspedes. Figúrate cuatro o cinco maestros de :

talleres que me quieren ver pa pedirme no sé qué aumento de jor-


nales, y yo los he sitao uno a uno, malhaya sea, y estoy airepen-
tío. A lo mejó se me acaba la' pasiensia y me lío a gofetones con
los úrtimos, porque to tiene su límite. Conque si vienes a lo mismo,
venga de ahí, que me coges de refresco. Tienes la suerte de se er
primero de la tarde.
Anacleto. — ¡ Don Felipe !

Don Felipe. —Ahora que me alegraría que vinieras en nombre


de tos, porque no e slo mismo lidiácon sinco que lidiá con uno.

4 49
Anacleto. — ¡Don Felipe!
Don — Hala, hala sarte a medios y arráncate
Felipe. \ ; los
Anacleto. — Don Felipe, joyín
¡ !

Don Felipe. —¿Qué pasa?


¡

Anacleto. — Que pone usté unas comparasiones muy escaman-


¡

tes, caramba
Don Felipe. —Güeno menos música y vamos a faena, que de
; la
ti no me da cuidao. Sé que eres noble...
Anacleto. — Y dale ¡ No, me va a cortá oreja
! si la !

Don Felipe. —¿Qué quieres tú?


¡

Anacleto. — Si yo no quiero na, joroba Yo vengo a desirle a


¡ !

usté que la gente toa s'ha reunió, y en lugá de subí esos maestros
que usté espera va a subí mi niño na má, en nombre de tos, si es
que usté lo aserta.
Don — Conque tu niño. M'alegro, hombre Nos vamos a
Felipe. ¡ !

entendé. Dile que suba.


Anacleto. — señó. (Se dirige
Sí, foro y detiene ver al se al en-
trar a BALDOMERA y a GUACIA:)
Baldomera. — Listo bote! (Al ver a don Felipe.) Muié, y mira
; el
qué ocasión.
Gracia. — No, Baldomera !

Don Felipe. — !Qué pasa?


¡

Baldomera. — Pasa que aquí niña mi la /y niño...


Gracia. — No, no es verdad
— ¡

Anacleto. (Suplicante. Bardomera


!

Baldomera. — (Enérgica.) ¡Pasa que aquí


) ¡

niña y mi la niño!...
Don Felipe. — Lo de reja por las noches. Lo sabía.
Sí. la
Todos. — ¿Eh?...
Don Felipe. — (A Anacleto.) Y ya que vamos a hablá se tersia,
<ie Mu poquito. Pero vamos a hablá. ¡Eso no pué
eso. se!
Gracia. — Padre ¡ !...

Don Felipe. — ¡No pué se! ¡Ya está to hablao! ¿Más poco?...
Y es más, que aunque pudiera se no sería. Aprovecharé lo del dis-
gusto de la gente y lo de la petisión de aumento de jornales pa
despedí a ese mosito.

Anacleto. ¿ Despedí a mi hijo ?

Don Felipe. ¿No está claro lo de despedirle? ¡Pues echarlo,
que es más claro Primero, porque, ¿ de dónde se ha creído ése
!

que te puede mirá a ti cara a cara? Segundo, porque en el nego-


sio no se porta bien conmigo. Se ha puesto der lao de los obreros,
y esa ingratitud no se la aguanto yo. Aunque se junda la fábrica, ¡

ése va a la calle

Anacleto. (Heroico.) ¡Y yo con él i

50
Don Felipe. —Y tú con él, puesto que lo quieres. Súbeme las
laves.
—¿Me va usté a cogé palabra, don Felipe?
Anacleto. la
— no
Don Felipe. Si la retiras...
Anacleto.— ¡No
(Altivo.) la retiro!
Don Felipe. — Pues a tú y tu niño la calle

¡ !

Baldomera. (Aparte a don suplicante.) ¡Don por


Felipe, Felipe,
)ios!
Don Felipe. — (Idem a Baldomera.) Déjame que yo que tú, sé lo
Ten confianza.
íago.
Anacleto. — (Por Baldomera; muy engallado.) ¡Esa mujé va se
ambién con nosotros I

Don Felipe. —¿Bardomera? ¡Vamos, hombre! ¿Qué toca a te ti


3ardomera ?
Anacleto. —¿Y a usté sí? ¿Es que verdá que s'ha casao usté es
*
;on ella?
Gracia. — (Asombrada.) ¿Cómo?...
Baldomera. — (Idem.) ¿Qué?...
Don Felipe. —Tú no eres quién pa preguntarme a mí de eso ni
le Hala Tráeme er
na. ¡ ! llavero.
Anaclet.o — Mardita sea
Juncosa. — (Por
¡ ! . .

¿Se puede? el foro.)


Don Felipe. — ¿Qué pasa?
Juncosa. —Que está ahí Carlos preguntando por su padre.
Don Felipe. — ¿Tanta prisa corre? Dile que suba, le si quiere.
Juncosa. — (Mutis.)
Sí, señó.
! Don Felipe. —Ea fuera todo er mundo. Dejarme con
; él.
Gracia. —Yo papá...
te suplico,
Don Felipe. — Fuera to mundo, digo Y tú primera.
er la
Gracia. — (Haciendo mutis por
¡ !

No he de aun-
la escalera.) sejar,
me maten. (Se
iue va.)
Baldomera. — (Haciendo- mutis por izquierda.) ¿Que tenga la
Confianza? ¿Qué a hasé? (Vase.)
irá
Don Felipe. — (A Anacleto, que se hace remolón.) ¡Las el llaves
i seguía
le
í Anacleto. — (Haciendo mutis por
Sí, señó. ¡Mardita sea el foro.)
ii Vi a hasé una bemba con un bombín y va a habé teja
divorsio !

lúe va a llegá a la luna. (Jura besándose la mano, pero al ver


iue don Felipe le mira, disimula, limpiándose la boca, y se va.)

Don Felipe. Vamos con tiento y cuídao, que en los grandes
temporales hay que ponerse al pairo mientras sale er so, y ya sar-
3rá er so pa to er mundo.

Carlos. (En el foro.) ¿Se puede?

51

* j
Don —
Felipe. Pasa, hombre.

Carlos. Buenas tardes.

Don Felipe. Buenas tardes. Siéntate.

Carlos. No, señó deje usté.
;


Don Felipe. Siéntate, hombre.

Carlos. (Sentándose.) Grasias.

Don Felipe. (Después de sentarse también.) Bueno; tú dirás.

Carlos. Ya usté sabe que la gente quería presentarle a usté un
piiego con unas petisiones...

Don Felipe. Y sé que hablaban de i a la huelga si yo no ar-
sedía a ellas, y eso, no, Carlos. A mí amenazas, no
¡


Carlos. Nadie ha pedido nada todavía, ni nadie ha amenazado
con nada tampoco, don Felipe. A mí me vinieron con el pliego
para que yo lo firmara, pero yo lo rompí.

Don Felipe. (Asombrado.) ¿Que lo has roto?...

Carlos. Lo he roto y me he comprometido a conseguí lo que
piden sin pliegos ni pamplinas.

Don Felipe. Mucho fías en tu influensia.

Carlos. En mi influensia, nada. En er talento de usté, mucho.

Don Felipe. ¿Va a prinsipiá la coba?... Hay que ve! ¡Pedí
¡

más dinero y menos horas Yo no pedí nunca más dinero y meno»


!

trabajo, sino más trabajo pa gana más dinero, porque en mis tienjl
pos el que más trabajaba más cobraba. Pero ahora se quiere qijp
todo er mundo cobre lo mismo pa que no se distinga el vago d$
que no lo es, y eso...

Carlos. Eso es curpa de las sircunstansias. ¿Hubieran los obre-
ros conseguido na por las buenas ? ¡ Nunca Hay mucho egoísmo
!

en los de arriba. Pero, en fin, como usté es de los que se hasea


cargo, a usté no hay que amenazarlo.
Don Felipe. — Y vuelta a la coba Mis obreros están muy biea
¡ !

pagaos, porque en mis tiempos...



Carlos. En sus tiempos de usté un duro era un duro, y hoy
son nueve reales, don Felipe. Hay que prowá que la gente viva
mejó, que se suda aquí mucho y se coge muchísima tisne.

Don Felipe. ¿Qué me vas tú a contá? ¡La de veses que me la
tengo yo quitá en el río Pero, en fin, menos historia ésos quierea
! ;

dos pesetas más, ¿no?



Carlos. Seis reales na más.

Don Felipe. ¿Eh?

Carlos. Y lo que dan por la cuota del Sindicato.

Don Felipe. (Saltando.) ¿Qué?

Carlos. Van a asosiarse tos, y yo lo veo bien.
Don Felipe.— lr o no estuve asosiao nunca, Carlos
¡

52

Carlos. Usté nació léón, don Felipe, y los leones caminan siem-
pre solos y no en manadas. Pero no todo el mundo nase con la
misma condisión. Hoy un obrero sin asosiá es una oveja entre
lobos. Déjelos usté que se asosien y que se defiendan.

Don Felipe. ¿Pero si yo les doy lo que piden, pa qué asosiarse
ni da cuotas si no tienen que defenderse de na?

Carlos. Con lo que ellos den se defenderán otros que no tengan
ía suerte de tené un patrono como usté.

Y dale con la coba
Don Felipe.

¡

Carlos. (Molesto.) Es ya mucho hablá de la coba, don Felipe,


y yo no le doy coba a usté ni a nadie. Yo lo que digo lo digo por-
que lo siento y na más. Yo procuro su bien de usté y quiero que
cuando entre usté en la fábrica entre como ha entrao hasta alio, a,
con el cariño de todo el mundo. Porque a usté lo quiere abajo todo
el mundo. Tiene usté el aquel de presentarse, no disiendo como
otros, con orgullo "Mirá adonde he llegao", sino disiendo, con sim-
:

patías "Mirá adonde tos podéis llegá".



:

Don Felipe. (H alagadísimo.) Está bien, hombre. Sabes ganar a


la gente.

Carlos. Con que usté dirá qué digo abajo.
Don —
Felipe. ¿Qué vas a desí? ¿Puede uno, hoy día, desí que
no? Margen tengo pa arsedé, pero si no lo tuviera sería iguá ur- :

sedería a la trágala pa que no me saliera peo la cuenta. Di les


que está bien y que conforme.

Carlos. (Levantándose.) Muchas grasias, don Felipe.
Don Felipe. —En cuanto a ti, en particulá... Sé lo tuyo con mi
niña, y..., aunque me la vi a llevá de Sevilla pa quitarla de tu
vera...

Carlos. (Atajándole.) De eso no tiene usté que desirme na,
porque sé lo que tengo que hasé.

Don Felipe. Has abusao de la confiansa con que yo te he tra-
mo siempre, Carlos.
I Carlos. Sí, señó. —
Don —
Felipe. Selebro que lo reconoscas. Comprenderás que...

Carlos. Hoy mismo diré a Sebastián que se haga cargo de mi
taller y mañana no estaré en la fábrica. No ha de faltarme dónde
trabajá.
Don Felipe. —Tú, en mi pellejo, harías conmigo lo que yo hago
contigo.

Carlos. Y usté en el mío haría lo que yo pienso hasé.
Don —
Felipe. ¿Qué quieres desí?

Carlos. Que yo también hubiera echao de mi casa a quien no
valiendo na hubiera puesto sus ojos en lo que tanto vale pero ;

53
usté hubiera heck¿ también lo que voy a haser yo lio sejar. Y se :

hubiera usté considerao tan hombre como el que más para aspirá
a lo que pudiera aspirá el más hombre. Porque en éste (por el co-
razón) no se manda.

Don Felipe. ¿Pero adonde vas tú?..*
Carlos. —¿No puedo yo llegá adonde han llegao otros? Yo tengo
la noblesa de advertírselo a usté.
Don Felipe.— ¿Llamas noblesa a declararte mi enemigo^? Bas-
tante hemos hablao ya, Carlos. Mejor dicho hemos hablao por úl- :

tima ve. Como si no nos conosiéramos. Donde me veas no te tiene*


que molestá ni en saludarme.

Carlos. Eso sí que no, don Felipe. Los enemigos nobles se salu-
dan hasta cuando se van a mata. Usté tendrá siempre mi respeto,
mi agradesimiento y mi considerasión. No me prive usté del gusto
de saludarlo donde lo vea, ni me prive usté tampoco de la honra
de verme saludao por usté.

Don Felipe. (Complacido.) Está bien, hombre. Tienes rasen.
Un saludo no se le niega a nadie. Esta es mi mano.

Carlos. (Estrechando efusivamente la mano que don Felipe le
tiende ) Grasias
; Buenas tardes. (Con lo que yo quiero a este
!

hombre!)... (Y ase.)
Don Felipe. — (Viéndole ir.) (¡Qué muchacho ¡Ole y bendita sea
I

la madre que lo parió!) (Mutis por la derecha, primer término.)


Gracia. — (Entrando en escena por izquierda.) No, no
la \ es posi-
ble ! (Corre hacia foro y llama.) ¡Carlos!... ¡Carlos!,..
el
Carlos. — (Apareciendo de nuevo.) ¿Eh?...
Gracia. — (Amorosamente.) Carlos ¡ !...

Carlos. — ¿Has oído?


Gracia. — Sí pero no temas.
;

Carlos. — temo. ¿Cómo no he de temer? Te temo a


Sí ti. Vamos
a separarnos vas a irte de viaje sabe Dios cuánto tiempo. Yo no
;

soy ningún iluso y sé que podrán mirarte con buenos ojos muchos
que valgan más que yo, y sin estar yo a tu vera estoy perdido,
Grasia. Porque estando yo a la vera tuya podría desirte: "Ese
valdrá más que yo, pero que te quiere más que yo, ni ése ni nadie
en el mundo.

Gracia. ¿Pero vas a hacerte ahora de menos tú, que tienes el
mérito de tu propio orgullo? Yo te juro, Carlos, que para mí no
hay ni habrá nunca más hombre que tú. Créeme No, no soy ya ; !

como era tu cariño me ha cambiado de medio a medio. ¿ Qué puedo


;

haser para demostrártelo y quitarte esa cara de tristesa? ¿Abrasar-

54
te? Pues te abraso. (Lo hace.) ¿Besarte? ¡Pues te beso! (Lo tesa
rápida y graciosamente. ) Así ¡

Carlos. — ¡Grasía!...
Gracia. — (Poniendo el alma en cuanto dice.) ¿Crees tú que
quien te lia besado con este cariño puede ya besar a otro hombre?
(Llorosa.) Ya ves que no te he besado despasio, como hasen los
del sine, que eso no es de verdad. Te he besado así. (Vuelve a he-
sarlo como- antes, y se echa a llorar.)

Carlos. (Conmovido.) Grasia de mi alma!... (Se limpia los
¡

ojos. )
Gracia. — (Advirtiéndolo.) ¿En? ¿Tú también? No ¡Tú con : ¡ ! !

lágrimas, no
Carlos. — (Atrasándola.)
!

¡Chiquilla (Lloran loca!... los dos,


abrazados.)
Baldomera. — (Por izquierda.) ¿Eh? ¿Qué es esto? ¿Qué ha-
la
sen ustedes?
Gracia. — (Separándose de Ya ves: llorando como dos
Carlos.) lo
tontos. Mi padre ha cumplido lo que dijo y ha echado a Carlos de
la fábrica. (Llora.)

Baldomera. (Bajando la escalera.) ¡Malhaya sea!... No es esto
lo que yo quería encontrarme. Yo quería encontrarme con un hom-
bre desidío y con una mu jé voluntariosa y reberde pa desí a gri-
tos que aquí no hay más que aguantá y obedesé pero contra dos ;

desgrasiaos que lloran yo no puedo, no puedo. (Llora terreando.)


¡Y me voy también de esta casa!
Carlos. — (Atrasándola.) ¡Madre!

Gracia. No, Baldomera eso, nunca. ;


Baldomera. Que sí, Grasia. Comiendo yo el pan de esta casa
no debo de sé una traidora y tendría que serlo, porque, tire por
donde tire, pa mí lo primero der mundo es mi hijo. Y si él te
quiere, como te quiere, se casa contigo aunque tenga yo que re-
torserle el cuello a tu padre y al padre de tu padre. Ea vámonos, :

hijo mío. Donde no puedes estar tú no puede estar tampoco tu


madre. Y de vigilanta de jtu novia mucho menos. (Se oye hatlar a
don Felipe.) ¡Don Felipe! Dejarme con él.

Gracia. ¿Qué le vas a desir?

Baldomera. La verdá. Que en este asunto de ustedes yo no
soy de fiá y que antes que traisionarle me voy. Juí, que viene
— ¡ !

Gracia. (Twando de Carlos.) ¡Vamos!



Carlos. (A Baldomera.) Abajo te espero
¡
(Mutis de Gracia !

y Carlos por el foro.)



Baldomera. (Secándose las lágrimas.) Pobresito mío! ¡Lo que
¡

le queda que sufrí

55
Don Felipe.— (Entrando en escena.) ¿Secándote tú los ojos?
¿Qué joroba te pasa, Bardomera?

Baldomera. (Resueltamente.) M'alegro que me lo pregunte usté,
porque asín puedo desírselo más pronto. Mi usté, don Felipe: usté'
ha echao hase un momento a mi difunto marío mu bien echao,* ;

porque s'ha puesto tonto y es además un susio mu grande. Pero


ha cumplió usté lo prometió y ha echao también a mi hije^
por haber puesto los ojos en su hija de usté. Y si eso le párese a
usté mal, a mí me párese bien, ¡qué joroba! De modo que por la
misma puerta que han salió mi difunto y mi nifío vi a salí yo
ahora mismito.

Don Felipe. (Bajando la voz y con cierto misterio.) ¡Cállate
ya la boca! ¿Qué te vas tú a i ni qué pamplina? A tu hijo lo he
echao yo porque lo que nfucho vale mucho cuesta, que no se ganó'
Samora en una hora. Déjalo que luche y que se bandea por su'
cuenta, que pa llegá a argo es mu bueno resibí los bandasos de la.
vida. (Más confidencial aún.) Esto que estoy yo hasiendo los va
meter en er saco a los dos pa los restos, que es lo que yo voy bus-
cando.
Baldomera. — (Asombrada.)
¿Qué está usté disiendo, don Felipe?
Don Felipe. —Tú
déjame a mí. Ella se va a emperrá que ya
verás tú, y él bien encarrilao va ya, porque él va más derecho que
una vela. Qué muchacho, Bardomera
¡
Un tesoro Pero más de-
! ¡ !

recho va a i toavía.

Baldomera. Entonse quiere desí, don Felipe...
Don Felipe.—-Que nosotros nos vamos de viaje y ya está. Si
durante er viaje se acaba la cosa, ¿qué le vamos a hasé? ¡Estaría
de Dió Pero si ellos siguen empestiílaos y saben esperá, que es
!

lo que yo quiero, pues a la vuelta... ¿Tú me entiendes? A la vuel-


ta lo venden tinto y con asahá.

Baldomera. (Conmovida.) ¡Don Felipe!
Don —
Felipe. Ea, ahora nosotros al Cairo. ¿Qué será el Cairo?;
Sin sueño me tiene a mí eso del Cairo. Bueno, anda llama ahí pa
-

que venga Manolita, que la tengo que tía un recao.


Baldomera. iSí, —
señó. (Hace sonar un timbre.) Y con la vida
no pagaré a usté, don Felipe.
le
Don Felipe. —
A callá Ah Toma estas mil pesetas. No quie-
¡ ! ¡ !

ro yo que tu difunto, como tú dises, y tu niño pasen apuros mien-


tras no encuentran... (Le da un billete.)

Baldomera. (Conmovida.) ¡Don Felipe í... (Le abraza.)

Manolita. (Por las escaleras.) Atiza l (¡ Ején ¡Ején!)
¡ !

56

Don Felipe. (Al ver a Manolita, que entra en escena.) Cui- ¡

dao ($e separan.)


!


Manolita. (; Atisa ) ¿ Han llamao V!


Don Felipe. Sí; aguarda. (Busca en su cartera unos papeles.)

Baldomera. (Que está acharadísima.) ¿Dónde está la seño-
rita?...
Manolita. — (Al ver a Gracia, que entra por el foro.) Aquí la
tiene usté.
Gracia. — ¿Me querían para algo?
Don Felipe. —
Sí. Hasé
el las dos, que vamos a
Savó de vestirse
i a retratarnos pa lo del pasaporte. Ponerse como vayáis a i, pa
que luego no tengamos líos en la fiontera. (A Baldomera.) Si tú
vas a i de sombrero, retrátate con sombrero pa que vean que eres
la misma. Andando.

Gracia. (Subiendo la escalera con Baldomera.) ¿Vamos enton-
ces los tres? ¡Cuánto me alegro! Porque eso será sefíal de que...

Baldomera. (Atajándola.) De que lo he 'pensao mejó. ¿Qué
hago yo aquí sin marío y con el hijo sin colocasión?...

Gracia. (Despectiva.) ¿Y era usté la que tanto quería a su
hijo?... ¡A Carlos no lo quiere nadie más que yo! (Mutis de
ambas.)

Don Felipe. (Muy satisfecho, dándole a Manolita unos papeles
que ha estado ordenando.) Llévale esto a Gonsales y dile que so
llegue a la agensia de viaje por el presupuesto que encargué... y
que se entere bien.
Manolita. — Sí, señó.
Don Felipe. —Voy yo también a prepararme... (Mutis por la
derecha.)
. Mmíolita. — Hay que
¡
Porque estaban abrasando, que yo
vel se
lo he visto.
Anacleto. — (Por con un manojo de
el foro, ¿Se puede? llaves.)
Manolita. —Pase usté... si cabe.
Anacleto. —Hola, Manolita.
Manolita. —¿Qué es Anacleto? eso,
Anacleto. —Que aquí vengo a entregá como Bobadil. las llaves
Manolita. —¿Bobadil?
Anacleto. —Bobadil, hijo de Bobadilla,
el
Manolita. —¿Pero qué ha pasao, Anacieto?
Anacleto.—Que m'han echao a Y a mi niño también.
la calle.
Manolita. — (Muy contenta.) ¿Es de veras?
Anacleto. —Es de veras.
Manolita. — Por
¿ de relasiones?
lo las
Anacleto. —Por de lo las relasiones.
Manolita. —
Ole ¡


Anacleto. -Y mi..*, ex mujé, según acaba de desircne mi niño,
se va a echá ella sólita. Vamos, que se va a despedí, porque s'ha
puesto contra don Felipe que... pa qué te vi a hablá

¡

Manolita. Está usté fresco.



Anacleto. ¿ Qué ?

Manolita. Que no, hombre. A su mujé...

Anacleto. Ex mujé.

Manolita. Ex mujé, que es mujé de mucho cuidao, Ta acab
yo de ve aquí mismo abrasá a don Felipe.

Anacleto. ¿No sería despidiéndose?

Manolita. ¿Despidiéndose y ahora mismo van a salí los tre
a retratarse pa el pasaporte?

Anacleto. ¿Pero se va con ellos de viaje?

Manolita. Sí, señó. Yo creía que eso de que se habían casao
era una invensión de Juncosa pero después de ve lo que he visto
;

yo creo que este viaje es el viaje de luna de mié.



Anacleto. ¡De luna de mié! Cómo saben disimulá!... Porque
;

ellos, delante de la gente..., ¿verdad?



Manolita. Como si tal cosa. Y en su alcoba de ella no hay más
que cosas de ella... (Por la segunda puerta de la derecha.) Esa es
su arcoba.

Anacleto. (Mirando encandilado.) (¡Su arcoba!) ¿Qué es aque-
llo que hay allí corgao?... ¿Aquello es de hombre?

Manolita. Es el pijama de ella.

Anacleto. ¿En? ¿Cómo? ¿Er pijama de ella? ¿Pero usa pija-
ma pa dormí? (Rompiendo a reír nerviosamente.) ¡Ja, ja, ja!...
¡
Ay, que me destroso!... Bardomera en pijama!... (Encandilado
¡

como antes.) Ba- domara en pijama! (Escamadísimo.) Claro, a mí


¡

que no me digan: eso del pijama indica claramente que... Porque


si ella no esperara que entrase nadie, no... (Se estremece y se
pega.) Mardita sea!... ¡Manolita!

¡

Manolita. (Que está asustada.) ¡Anacleto, por Dio!...



Anacleto. (Con voz sepulcral.) ¡Por tu difunta madre, desí-
dete de una ve y vamos a casarnos de seguía.
Manolita. — Criatura ¡ !

Anacleto. — ¡Que te lo pido con mucha nesesidá! ¿No s'ha casao


ella ? Pues yo también. ¡ Y me vi a comprá un pijama asú que vi
a paresé un armirante
Manolita. —¿Pero adonde voy yo con usté, Anacleto?
Anacleto. —Donde tú quieras.
Manolita. —No, señó. (Se zafa de él.)
Anacleto. — (Lloriqueando.) No, tú si te casarás e«n «tro en

53
cuanti quieras, porque estás mu bien y mu llenita, Manolita.
¿Per© dónde voy yo?... Yo ya no soy ná, ni vargo pa na. ¡Soy un
pelele, un desgrasiao, un Juan de las Viñas, un... divorsiao, mar-
dita sea ¿ Y pa eso han votao el divorsió ? Vi a i a Madrí con
!

tres piedras y no va a quedá un jabalí con colmillos.



Manolita. (Oyendo que alguien habla dentro.) ¡Ojo! Voy a
lo qft© m'han mandao. (Se va por el /oro.
Gracia. —
(Por la escalera, poniéndose los guantes,) ¿No está,
aquí mi padre?

Anacleto. Esperándole estoy pa entregarle* el llavero.

Gracia. ¿Pero es que lo de usted no se va a arreglar? Se arre-
gló lo de Caparrota...

Anacleto. ¡Lo de Caparrota, puede lo mío, no, porque a mi
;

dirnidá no hay quien la sursa.



Don Felipe. (Entrando poniéndose el sombrero.) ¿Qué pasa?

Anacleto. (Digno.) Aquí tiene usté las llaves. Se las entrega
un hombre moderno que sabe sobreponerse, porque si yo fuera un
cavernícola, con estas llaves se iban a abrí aquí dos cabezas, y
los sesos de arguno iban a sarpicá los pijamas. Pero yo soy ecaná-
nime y sonriyéndome entriego y me voy. (Dándole las llaves.)
Ahí van.

Don Felipe. (Tomándolas.) Está bien, hombre. Que te liqui-
den en la ofisina.

Anacleto. Sí, señó. Buenas tardes. (Se vuelve para marcharse
y ve a Baldomera de sombrero hongo y hecha un brazo de mar en
lo alto de la escalera.) (¡Ba:domera con güito!)

Don Felipe. (A Gracia.) Mira a ve si está el coche.

Gracia. Sí. (Mutis por el foro.)

Don Felipe. (Ofreciendo la mano a Baldomera y ayudándola
a bajar el último escalón. ) Viva los monumentos góticos

¡

Baldomera. (Dengosa.) Mersi.



Anacleto. (¡En inglés!)

Don Felipe. (Aparte a Baldomera.) Aprovecha y dale ahora...
(En alto.) Voy a ve si González tiene ya los papeles... Espérame
en el coche. (Desde la puerta del foro, recreándose y guiñándole a
Anacleto, que esta lívido y tragando quina.) ¡La Pompadú
(Mutis.)

Anacleto. (Secándose el sudor.) (¡Me voy a Madrí con dos
cargas de piedras
— !

Baldomera. (Misteriosamente.) Anacleto... Ahora que i^adie


nos ve ni nos oye... (Poniéndole en ia mano disimuladamente el
billete que le dió ant&s don Felipe.) Toma estas mil pesetas y
arréglate.

59

^Anacleto. (Asombrado.) ¿Qué? ¿Una mujé que no es mi mu jé
y que me da a mí dinero para que viva?... Bardomerai !...
— ¡ ¡

Baldomera. ¿ Eh ?. .

Anacleto.— Yo seré un pelele, un don nadie, un infelí !.


j

Pero un chulo, nunca



¡ !

Baldomera. (Extraviadísima. ) Anacleto



Anacleto. (Tirándola el billete, que ella recoge.)
¡ ¡

Un chul
!

¡ ¡

jamás ! !


Baldomera. ¿Pero te has vuelto loco?

Anacleto. (Dirigiéndose al corredor de la izquierda.) ¡Mu bu
ñas tardes
Don Felipe. — (Dentro, llamando.) Bardomera !...

Baldomera. — (Contestando hacia


¡

¡Voy! el foro.)
Anacleto. — (Deteniéndose.) ¡Cómo llama!... la
Baldomera. — (Haciendo mutis.) Tanta dirnidá con tantísimo
lamparón. Voy (Y
. . ! ase.
Anacleto. — (Viéndola
¡

ir,) ¡Pórfida!... ¡Políglota!... ¡Si yo fue-


ra un hombre, los ahogaría a los dos ! ¡ ¡ A los dos ! ! Pero no pue-
do. ¡No puedo! ¿Y habrá en su, arcoba argo que me indique?...
(Atraviesa la escena y desaparece por la segunda puerta de la de-
recha. Al mismo tiempo, y con todo género de precauciones, asoma
Baldomera, la cabeza por el foro. Cuando ve que Anacleto sale de la
alcoba se oculta y procura no ser vista por él. Anacleto entra en
escena con un pijama rosa entre las manos. Viene como borracho
de dolor y desesperación.) ¡No! ¡Esto del pijama, no! ¡Me lo
llevo! Se lo quito para hacerlo trizas, para... (Se lo acerca a la
caía, lo estruja contra si y se deja caer en una silla, llorando. Bal-
domera sonríe satisfecha, se seca también les ojos y desaparece.)

TELON

60
ACTO TERCERO
La misma decoración del acto anterior. Es de día.

(Están en escena MANOLITA y ROSA.)


Rosa. Hasta luego, tú.

Manolita. ¿Dónde vas con eso?
Rosa. — Esj la túnica de mi sobrinillo, que como hoy es el Do-
mingo de Ramos se viste de nasareno, un nasareno de cuati o años,
que no levanta una palma del suelo. Monísimo va a está.

Manolita. ¿Le has hecho tú la túnica?

Rosa. Claro de niños no las hay hechas. Los hombres no tie-
:

nen más que ir, apuntarse, dar un duro y le prestan una túnica,
'

porque las túnicas son de la Hermandá, y las hay de todas las


tallas. Pero de este tamaño, figúrate. Güeno, adiós, que es tarde.
(Levantándose.)
Manolita. — (Levantándose también p riendo.) ¿Tarde? Pero,
mujé, si la igilesia está ahí enfrente, tu sobrino ar lao, la cofradía
no sale hasta las sinco, y son las dié de la mañana.

Rosa. Pues por eso.

Manolita. Adió, mujé. (Se va, Rosa por el comedor de la iz-
quierda, al mismo tiempo que entra por el foro JUNCOSA. ¡Y vie-
ne Alieno Juncosa! El flamante uniforme del acto anterior ee ta

03
birria de las birrias. Eche usted manchas y zurcidos, descosidos y
rotos. La gorra, también sucísima, es un higo.)
Juncosa. —
(Muy apurado.) Manolita, mujé, por tus difuntos.
¿Tienes ahí sepilió, bensina, un trapo, una aguja y una mijita de
hilo verde? Repara qué" desgarrón.
Manolita. — María y ¡ ... Pos aguja no tengo, pero ben-
José!...
sina y trapos, que he estao sí, yo quitando una mancha. Espere.
Juncosa. — Pos conmigo, líate mujé empiesa por donde quieras.
Manolita. —Venga usté
;

aquí. (Comienza a quitarle manchas.)


¡Josú, Joisú, Josú!... Pero si hay aquí faena hasta el Sábado de
Gloria.
Juncosa. —Tú quítame más gordo antes de que sargan y me
lo
vean. ¿Ek^tán toavía durmiendo?
Manolita. — Están desayunando.
Juncosa. —Date por que más Las carnes tengo
prisa, lo quieras.
abiertas de pensá que me vea Bardomera de esta jechura.
Manolita. — ¿No a usté anoche cuando llegaron?
lo vió
Juncosa. —No. Me quité de en medio, Mira que vení sin avisá i

¿Tú sabes argo? ¿A qué es debió?


Manolita. — (Sin dejar de Poco hablaron anoche;restregarle.)
pero según disen vienen ahora de la tierra del bacalao de la Es^ :

cosia. Resurta que en estos dies meses han recorrió medio mundo.
Han visto Venesia y lo que no es Venesia, el Cairo, el Egisto,
esto..., ¡donde er pan!, Viena, "Norruega", Londres, Mallorca y Gui-
púscoa y to.
Juncosa. — Turismo
¡ !


Manolita. El vení ahora ha sí o porque la señorita Grasia se
fijó en un armanaque del noté donde estaban y va dise Calla : — ¡

pos si el vierne que viene es Vierne de Dolore Digo : y el otro !'.


. .
¡

vierne Vierne Santo! Lo cual que lo oyó don Felipe y dijo: ¿Qué —
estás disiendo? ¿Semana (Santa ya? ¿El Cachorro por las calles
de Sevilla y nosotros aquí, pasando frío, entre judíos y protes-
tantes ? Pa Sevilla, pero que ya, que esto es un pecado de loi
¡ ;

gordos Y ya están aquí pa ve toas las Cofradías, que disen que


! !

este año no se van a perdé ni una.



Juncosa. En eso han hecho bien. Yo soy laico, pero la Se-
mana Santa es aparte. A mí que no me hablen de religión, porque
yo no creo en Dio ni na pero donde se ponga la Virgen de la
;


Macarena ¡Viva su madre! —
a eso del amanesé por la calle ,

Arcásares, con ese pasito de vaivén que le dan los que la llevan,
me pego con mi padre que me diga que no hay Dio, porque la Ma-
carena es la Madre de Dió la Macarena es sevillana, Dio nasió en
Sevilla, y yo soy paisano de Dio. Pero der de aquí : er nuestro !, ¡

no del que hay que desirle las cosas en latín pa que las entienda:
na, na ;er nuestro !, el hijo de la Macarena, a la que se le habla
¡

como nosotros hablamos y le disen y le cantan:

"Virgen de la Macarena,
la der coló bronseao f
eres gitana morena
por tos los cuatro cosíaos.

¡Viva Diol Aligera, que va a salí Bardomera. ¿Farta mucho?


Manolita. — Pero si en la vida se han visto tantas manchan
¡

juntas
Juncosa. —Dies nieges con la misma levita, tú carcula; uno tiene
que comé, ar comé se pringa uno los déos, y los déos hay que lim-
piárselos en arguna parte. Digo yo

¡

Manolita. Dios mío ¡ ¿ Y estos corcusios, Juncosa ? ¿ Quién le


!

rompe a usté la levita de esta manera?



Juncosa. (Sordamente.) Mi compadre.

Manolita. ¿ Anacleto ?

Juncosa. ¡Anacleto! ¿No sabes que la tie tomá conmigo? Des-
de que lo echaron de aquí y se fué su mujé de viaje con don Felipe
no sé lo que le pasa que en donde me ve me arrea con unas ¡

ganas

Manolita. ¿Y usté no se defiende, cristiano?
Juncosa. —
Si no puedo
¡ Me asecha por las esquinas, y en cuan-
!

ti me ve se le agrandan los ojos, se le ponen los pelos de punta,

me pilla y no me deja hasta que se reúne gente y lo separan.


Bardao me tiene. Y sin desirme na, mujé; me atisa sin hablarme,
que es lo más m'achara.
Manolita. —
Pues sí que está usté listo
¡

Juncosa. —
No lo sabes bien Ayé me dijeron que lo han visto
¡ !

de noche, sonámbulo y con un faro encendió, buscándome por los


los rincones de su casa.
Manolita. —
Qué barbaridá
¡


Juncosa. Na que hasta dormío me busca, Manolita. Carcúlate
; ¡

tú, dispierto Menos mal que Carlos, su niño, no lo pierde de vista,


!

y en cuanti llega a su casa y no lo ve allí sale a buscarle. Pero,


así y todo, hase dies días que no sargo, y lo que es solo no güervo
a salí, porque mira la esquela que m'ha mandao. (Le da un pape-
Uto arrugado.)

Manolita. ¿A ve? (Leyendo.) "Hola, compadre."

Juncosa. No pero fíjate lo primero que pone una cru.
; :

65
Manolita.-t—Es verdá. ¿Qué querrá desí esta cru?

Juncosa. ¿Qué va a querer desí? ¡Por ésta que te lo juro!
Lee, lee.
Manolita. — (Leyendo.) "Hola, compadre: ¿Dónde se mete ust¿
que no lo veo? Es peó pa usté, ¿sabe usté? Es peó pa usté, por-
que como no lo veo no gasto fuersas, y como voy juntando fuer-
sas, el día que lo vea es peó pa usté. Suyo que lo es, Anacido."

Juncosa. Lee, lee la posdata,

Manolita. (Leyendo. ) Posdata Es peó pa usté.

:

Juncosa. (Recogiendo el papel.) Tú dirás si no hago bien en


no salí de aquí. ¡A mí no me...! Vamos, que no me... ¡Que no
me, me, me

I

Anacleto. (Más sucio y más desastroso que nunca, aparece y


queda en el foro, haciendo una salida a lo trágico. Viene lívido,
desencajado, los pelos en desorden* los ojos como los de un león
frente a su presa, y exclama con voz ronca.) ¡Es peó pa usté!!

¡

Juncosa. ¡Mi madre! (Se parapeté tras un sillón.)


Manolita. — (Asustada.) ¡Ay!... (Se va corriendo por corre- el
dor de laizquierda.)
Juncosa. — (Que no Juncosa, queesun ¿Pooor... dónde es flan.)
ha entrao usté?
Anacleto. — ¡Por una ventana que estaba abierta (Con voz I W¡>
gubre y bronca.) Abiertaaaa !... ¡Cómo le voy a dejá a usté el
¡

cajón de los garbansos !...



Juncosa. Pero, compadre, ¿me va usté a da una pufialá?
Anacleto. — Noooo¡ Me basta y me sobra con estas manos
! . . .

(Se las escupe y frota) para retorcerle a usté er pescueso como a


una gallina, saca, le a usté la en judia, plaf !, y plantarla en lá ¡

paré.
Juncosa.— Aaaanacleto !...
¡ !


¡

Anacleto. Sarga usté de ahí que es peó pa usté


Juncosa.— ¡

(Agitando un pañuelo casi blanco.) Compadre, óiga- ¡

me usté
Anacleto. — ¿Eh? ¿Pero qué usté con ese pañuelo? ¿Es
liase ar-
guna alusión?
Juncosa. — Que pido parlamento, compadre. Por menos que lo se
entere uno de por qué sacuden. Digo yole ¡

Anacleto. — Pos sarga usté.


Juncosa. — Déme usté un sarvocondurto.
Anacleto. — Mi palabra ¡ !

Juncosa.—Está (Sale de su parapeto.) A


bien. hombre. ¿Por ve,
qué me endiña compadre?
usté,
Anacleto. — (Sordo, rabiosamente.) Porque no porque no vivo,

6(5
e^mo, porque no duermo, porque soy un fantasma del otro mun-
do desde er punto y hora que mi divorsié de mi Bardomera. {Gol-
peándose el lado izquierdo.) Porque la tengo aquí, que no me la
pueo arrancá y, sin embargo, es otro er que la tiene y estoy en
"vidensia" por cuipa de usté.
Juncosa —
¿Por mi curpa, compadre?

Anacleto. ¿No fué usté er que me imbuyó la idea del di-
vorsio ?

Juncosa. — Es que yo, compadre... ¿Me deja usté hablá?


Anacleto. — Sí, péro antes tengo que darle a usté dos gofetones.
(Se los da.)
Juncosa.— Compadre, acuérdese usté de que m'ha dao un sar-
yocondurto.

Anacleto. Es que le estoy poniendo los sellos.
Juncosa. —
(Huyendo.) Joyín !

— ¡

Anacleto. (Atrapándolo.) ¡No se vaya usté, que es pao pa


usté!
Juncosa. — Compadre¡ !

Anacleto. — Usté m'ha empujao ar prisipisio del redículo.


Juncosa. — Pero, compadre
¡
!

Anacleto. —Del redículo y de locura Porque la ! ¡ yo estoy cha-


lao !(Le pega otra torta.)
íJüncosa. — Pero, compadre !!

Anacleto. — (Tiernamente.) ¡Si es que no puedo


¡ ¡

viví sin ella!...


¡¡No puedo!!... ¡Si a farta de ella duermo con un pijama de
ella porque se lo ha puesto ella!... (Sordamente.) ¡Como se ría
usté le parto la boca
Juncosa. —
No, hombre, no
¡

Anacleto. — Sí que se ha reío usté. (Le pega otra torta.) Esto


del divorsio está bien pa los señoritos tanguistas, o pa los que se
casan por dinero, porque se separan, y como tienen guita, la mujé
se puede bandeá dirna y sola por la vía pero pa nosotros los ;

pobres, los que sabemos que cuando pedimos er sí a una mujé no


nos puede da más que er sí y la ayuda de sus brazos y er mimo
de sus carisias..., er divorsiarse de ella es una sinvergonsonería,
y usté el sinvergonsón más grande del mundo. Y venga mi mujé ¡ ¡

o lo degüello a usté ahora mismo ! I


Juncosa. (Huyendo y tirando muebles.) ¡Ay!... ¡Socorro!...
Auxilio Que me matan
!...

Carlos. — (Apareciendo en
¡ ¡ !

¡Padre!... ¡Pero padre!...


el foro.)
Anacleto. — (Cayendo en sus brazos Hijo mío sollozante.) !

Carlos. — ¡Que tenga yo que estar siempre detrás de usté! Me


¡

67
dijeron que había usté entrado aquí, y... ¿quién le ha dicho a ust
que han vuelto?

Anacleto. (Estremeciéndose.) ¿Eh? ¿Pero? ¡¡Carlos!!

Manolita. (Apareciendo también por la izquierda, con ciert
miedo.) ¡Dios mío! ¿Pero qué pasa? ¿Qué ruidos son esos? Qu ¡

se van a enterá los señores !


Anacleto. ¿Pero están ahí?

Manolita. Llegaron anoche.

Anacleto. (Avanzando como un poseído hacia Manolita. Es k 1

fantasma ese de la película esa.) ¡¡Manolita!!



Manolita. (Retrocediendo y chillando.) Ay !


¡ ¡

Anacleto. No No me juyas que es peo pa ti. Tienes sa: v<


¡ !

codurto.
Juncosa. — ¡Ojú! (A Manolita.) Cuidao con ¡ los sellos!
Anacleto. — ¿Han venío dos? los
Manolita. —Los tres.
Anacleto. —¿Los tres? ¿Es que traen argún niño?... ¡Claro, e
dies meses hay tiempo ! ¡
Ay ! ¡Un niño mío que no es mío Y ! ¡

está er lío Güeno, con niño,


! o sin niño, o como sea, m'alegr
(Enérgico.) mi mujé que sarga!
Dile a
— ¡

Manolita. (Calmándole. ) Anacleto



Carlos. (Idem.) Padre !
¡ !


¡

Juncosa. (Idem.) ¡Compadre!



Anacleto. (Echando mano a una silla.) ¡Que sarga mi mu;
o mato a uno!
Manolita. — señó Sí, señó. escalera arriba, asustada.
; sí, (Pilla
Juncosa. — ¿Pero se va usté a presentá a de esa conformidá ella
(Se detiene Manolita.)
Anacleto. — ¿Cómo? ¿Qué? (Mirándose.) ¿Vengo susio?
Manolita. — Susísimo.
Anacleto. — (A Manolita.) ¡Quieta, entonses! (Baja Manolita.
(A Carlos.) Dame un duro, niño.
Carlos. — Padre ¡ !

Anacleto. —Ni padre, ni na. A un padre no niega un se le dufr


Carlos. — (Dándoselo.) Tome usté.
Anacleto. — (Besando moneda.) ¡Mi sarvasiónla Güervo ! ¡ !

Juncosa. — ¿Va usté ar tinte?


Anacleto. —Voy adonde a usté no importa. Dies minutos le tiei
usté de vía si pa cuando yo güerva no ha descasao usté a tr
mujé, no ha matao usté ar niño, no ha tirao usté a don Felipe pe
el barcón o no ha puesto usté un petardo y ha volao la casa co
tos los que hay dentro. Cuarquié cosilla de esas que me dé a n
pie pa entrá en conversasión con Bardomera.

68

Juncosa. Joyín, compadre, yo...

Anacleto. Aproveche usté er respiro que le doy o... (Ronca y
tordamente.) O la muerte!! ¡Güervo! (Mutis por el foro.)
— ¡ ¡

Juncosa. (Haciendo mutis tras él.) Pero, compadre... ¡Oiga


isté, compre, que a mí no me... Vamos, que no me... ¡¡Que no
ne, me, me!I (Mutis.)
Manolita. —
Cómo está, Virgen Santísima (Intencionadamen-
¡ !

e.) ¡No, si cuando se quiere de verdá se hacen unas cosas!...


Ay !...


Carlos. ¿Están arriba?

Manolita. Ellas dos, sí, señó están desayunándose. Don Fe-
;

lpe es el que no ha salió todavía de sus habitasiones.



Carlos. Voy a subir a ver a mi madre...

Manolita. ¿No sería mejó que yo la avise?
Carlos.—¿Por qué?

Manolita. (Maliciosamente.) Porque como está allí... la otra
1 entre ustedes hubo lo que hubo no le va a gustá a ella encon-
trarse con usté.

Carlos. (Sonriendo.) ¿Tú crees?...

Manolita. Tengo la seguridad, porque es que anoche dijo...
iMe va usté a guardá el secreto?
Carlos. Sí. —

Manolita. Pues párese, ¿sabe usté?, párese que ha sacao no-
no en Pransia.

Carlos. ¡Ah!, ¿sí?

Manolita. Sí antes de acostarse estuvo hablando de eso. Un
;

muchacho que conosió en Parí. Gente de mucha aristocrasia. Es s

taba ar lao de ella en el sine, y lo que pasa, él que le dio con el


pie, luego la cogió una mano..., ¡lo naturá Que si usté no es de !

aquí que de dónde es usté que yo soy de allá, y cuando se quedó


; ;

a oscuras otra vez le dio un beso. Lo corriente Total, que con-¡ !

geniaron.
Carlos, —
Caramba
¡ !


Manolita. Menudo telegrama le puso anoche. Yo misma lo
llevé.

Carlos. ¿Y qué le desía?... ¿Tú recuerdas?

Manolita. Lo naturá también. (Gomo si lo estuviera leyendo.)
Llegué muy bien; tristísima. Procura está aquí Vierne Santo, que
sale Santo Entierro.

Carlos. ¿Y telegrafió a Parí?

Manolita. A Parí.
Carlos. —
Ya le costaría caro el telegrama
¡

69
Manolita. —
Uf !


¡

Carlos. (Echando sus cuentas.) Porque son... Llegué muy


bien; tristísima... Procura... Sí, trese palabras con la dirersiónfl
Unas siento cuarenta pesetas.

Manolita. (Muy decidida.) Siento cuarenta y una con veinti-
sinco.

Carlos. (Riendo a carcajadas.) ¡Ja, ja, ja!...

Manolita. (Desconcertada. ) ¿ En ?
Carlos. — ¿Pero a qué vienen tantísimos embustes, Manolita?
Manolita. — (Más desconcertada cada ¿Va usté a negá que
vez.)
la señorita tiene novio?
Carlos. — ¿Cómo voy a negá,
lo novio siendo yo? Ni
si el sigo
un día hemos dejao de sabé el uno del otro. Cuando no era una!
carta era una postal, o un telegrama, o... hablá, porque liemos
hablao la má de veses ella en las "quimbambas" y yo en Sevilla.)
:

(Sacando un telefonema.) Su última notisia. (Lo lee.) "Llegamos


esta noche." ¡Por fin!... Y anoche la vi llegá. ¡Qué bonita viene ifl
Y ahora voy a lo naturá, que esto sí que es naturá a darle un : ¡

abraso y un beso, sin sines ni pamplinas! ¡A las claras del dial


Cuéntaselo a don Felipe si él fué quien te aconsejó que me dijeras
tantísimas mentiras. Estoy muy contento
¡ (Mutis por la es- ! .

calera.)
Manolita. — (Limpiándose los ojos.) Hay que pensá en otra cosa,
Manolita. En Pepe er sillero, en Juanito el del estanco, en Se-
rafín el del puesto o... en er polletón, joroba, que tampoco hay
necesidá de casarse, que a lo mejón le toca a una un comunista coá
gafas. ¡Qué mala pata tengo!... (Vuelve a secarse los ojos.)

Don Felipe. (Por la derecha, primera puerta.) ¿Qué es eso,
Manolita? ¿Qué te pasa?

Manolita. Que soy más tonta que usté, que ya es desí.

Don Felipe. (Asomorado.) ¿Eh? ¿Qué dises, chiquilla?
Manolita. —Porque, vamos, yo seré tonta esperando anos §
años con los brasos crusaos, pero usté ha hecho el primo bien.
Porque hay que ve lo que es estarse dies meses comiendo de fonda
pa desapartá a la niña del novio, y la niña y er novio dándose
besos por teléfono, por carta y por tarjeta.

Don Felipe. (Como antes.) ¿Pero qué t'ha dao, Manolita?

Manolita. Unas ganas mu grandes de irme de la casa. (Se di-
rige a la izquierda.)

Don Felipe. Pero escucha, mujé, óyeme. ¿Adonde vas?

Manolita. ¡Ar polletón! (Mutis por el corredor de la izquierda.)

70
Don
Felipe. —
¡Chavó, qué venate!...

Juncosa. (Por el foro.) De primera, Manolita. Ya está serrao
y atrancao vamos a ve por dónde entra ahora ese verdugo...
;

Don Felipe. ¿En? —



Juncosa. (Azorándose.) Ojú Hola, güeñas. ¡ !

Don Felipe.— Hola, hombre. ¿Qué te pasó anoche que no se te


rió er pelo?

Juncosa. ¡Ah, sí! La sorpresa de verlos a ustede de llegá... :

me emosioné; y la alegría, la impresión..., la..., ¿la familia


güeña ?

Don Felipe. Güeña. ¿Y tú.

Juncosa. Güeno.

Don Felipe. Más vale así. Ya veo que la levitilla..., ¿eh?

Juncosa. Sí, señó, y eso es lo malo, porque va a habé guasa
an cuanti me guipe señora.
la
Don Felipe. — ¿Qué señora?-
Juncosa. —La señora de usté.
Don Felipe. — ¿La...? (Cayendo en
la cuenta.) Ah, ya! (Riendo.) ¡

Sí que está como pa tirarla al río contigo dentro porque si ;

esa es la fachá de tu casa, habrá que verte el cuarto oscuro.



Juncosa. Yo creo que mandándola a teñí de negro...
Don Felipe. —
Déjala como está, porque me párese que se t'ha
acabao la vida birlonga. Y lo siento por ti, pero vamos a tené tos
que arrimá el hombro al trabajo, porque la fábrica cojea una
mijita y hay que enderesarla.

Juncosa. Ah, ¿s'ha enterao usté?...

Don Felipe. Comprenderás que por ahí he resibío cartas de la
ofisina y sé que esto no anda como antes, porque Frasquito, er
que dejé en er puesto de Carlos, ha resultao un güeso.
i

Juncosa. Un güesarrancón. Diferensia va del uno al otro
¡

Ahí cambió usté oro fino por metá, don Felipe. En eso se coló usté.

Don Felipe. Si me colé o no me colé fué cosa mía, y a ve
si hay una mijita de respeto. Oye, ¿y qué es de Carlos?

Juncosa.— Como la espuma Es consosio va. de don Lusio, el

de la fábrica der Pumarejo.


Don Felipe. — Sí, sí ; lo sabía.
Juncosa. — ¿También sabe usté? lo
Don Felipe. — También. Ahora que no me explico... Porque es
mucho subí en dies meses de obrero a..., ¿eh? ¿No habrá ahí
argo que?...
Juncosa. —Enjuagues, don Felipe.

71
Don —
Felipe. ¿Ah, sí? Cuenta, cuenta.

Juncosa. No sé qué de sosio industriá : que don Lusio es er que ^

pone er dinero y él no pone más que er talento. Así, cuar quiera ¡


Don Felipe. Ah, ya también lo sabía. ;

Juncosa. —
Pero usté lo sabe to
¡ !

Don Felipe. — Güeno


bastante liemos hablao. Vete a lo que
; ^

tengas que hasé, que desde mañana te incorporarás ar tallé de


pulimento. Digo si no se te ha orvidao el ofisio.
:


Juncosa. No, señó.
Don Felipe. —Pues a trabajá.
Juncosa. — Como güenos. los
Don Felipe. —¿Como güenos tú? ¿Es que losarrepentío? t'has
Juncosa. — señó han pasao muchas
Sí, ; y yo he cambiao cosas,
mucho. Usté va a ve cómo no sargo de
lo la fábrica.
Don Felipe. —¿Qué?
Juncosa. —Mi corchón me a ar torno pa no vi llevá pie del tené"
ni que a
salí cuando se dé de mano.
la calle
Don Felipe. — (Escamado.) Huy, huy, huy!... Ar pan, pan, ¡

Juncosa a ; a ve, A pasa argo


ve. . . ti te raro.
Juncosa. — señó y esto
Sí, que no ; sabe sí lo usté.
Don Felipe.— es que yo no
Difisilillo lo sepa.
Juncosa. — Que no sabe hombre. Que Anacleto está
lo usté, chiflad.
Don Felipe. — Bah ¡ !

Juncosa. —No, no; de verdá De osos que dan brincos


¡ chiflao !

por las calles


y sartan a guardias.
se los
Don Felipe. —¿Eh?...
y
Juncosa. —
Temperamentos débiles Que así como hay personas
¡
!

que resisten los medicamentos fuertes y otras no, él no ha podio


resistir la ley del divorsio, y está loco de selos. Como es un
cavernícola y un antiguo..., ¿sabe usté? ¡Ahora que sacude de
un modo !...


Don Felipe. ja ¡ Ja, ja,
—Mire usté que ha estao aquí no hase
Juncosa. na. (Mostrándo-
le Que toavía
la cara.) me nota. se
Don Felipe. — Escucha, pues verdá, sí es

Juncosa. — Toma que ¡ es verdá ¡Y ha quedao si ! en gorvé pa


llevarse a su Bardomera
Don Felipe. —¿Pa llevarse a Bardomera? Bueno, pues cuando;
venga ese loco...
Juncosa. —Ese loco está pero Na de loco, ¡ loco ! loco, loco, como

72
ir que dise loco, sino ¡loco! Vamos, ¡¡loco!! ¿Qué quiere desí
oco ? ¿ Loco ? Pues loco ! !


¡ i ¡

Don Felipe. (Hartó ya, y un poco mosca.) ¡Sí, hombre, sí;


foyín no recarques tanto
;


Juncosa. Y tiene una fuersa... Una ve, en er callejón de Re-
gina, me cogió a traisión por los fondillos, me levantó en arto y
así me llevó, como si yo fuera un plato de durse, hasta er pilón
de la Encarnasión, donde, pon !, ¡el remojón Su padre ! ¡


¡

Don Felipe. (Asustado de verdad.) Caramba, pues eso es que...



Juncosa. (Gomo antes.) Eso es que está loco. Pero na de
loco, loco, sino...
Don Felipe. — (Limpiándose el sudor.) ¡Que sí, hombre; que te

calles
—Con
Juncosa. a usté que su no
desirle pierde de hijo lo vista,

por si Aquí vino


acaso... niño er siguiéndolo.
Don Felipe. —¿Que ha estao aquí Carlos?
Juncosa. —Y no ha Como no haya subió a ve
salí salió. a su
madre...
Don Felipe. —¿En? ¿Y no me he enterao yo de...?
Juncosa. — Hombre, no
¡
iba usté a sabé lo to !

Don Felipe. —Pues a (Iniciandovi mutis por


subí. el la esca-
lera.) Y yo no es que me asuste, pero si güerve ese va a
tú...,
habé guasa, y... ¡baja a serrá

Juncosa. Ya está serrao.

Don Felipe. ¿Y la puerta farsa? (Indicando el lateral iz-
quierda.)
Juncosa. —Ahora voy.
Don Felipe. —Pues
hala. Por cierto que, mira si viene er per- :

maso de Ramire er de la tienda, que pase. Vendrá de nasareno,


como tos los domingos de Ramos. Ya sabes su costumbre de al-
morsá con nosotros y ayudarme luego a poné la túnica y el ca-
pirote pa salí conmigo de pareja en la Cofradía.
Juncosa. —
(Iniciando el mutis por el corredor.) Sí, señor. Y que
ya está aquí. (Aparece por el corredor un nazareno con túnica
blanca.)
Don Felipe- —
(Ya desde la escalera.) Hola, hombre.

Juncosa. (Pasando por delante del encapuchado y haciendo mu-
tis por el corredor.) Con permiso, caballero. (Vase.)


Don Felipe. Un momento, Ramire; ahora bajo. Siéntate por
ahí. (ANACLETO, que no es otro el nazareno, hace signos negati-
vos.) Sí, hombre, y quítate el capirote. (Nuevos signos negati-

73
vos de Anade to.) ¿Eh: \Muy mosca, tejando la escalera.) ¿Pero..,',
no eres Kamire;

Acacheto. {Plantándote itra nano en el hombro.) : Te pillé! 1
—¿Anacieto:
Doy Felipe.
AyACLETO. (Descubriéndose.) señó y aquí vengo por mif Sí. : lo
Doy Felipe. —¿Y qué tuyo? es lo
Axacleto. — Mi mujé. Y como nieve veago pa que no tenga la
que ponerme ni una farta.
Doy Felipe-—Hay que hasé argo más, so tonto Tápate la ; :

cara y siéntate, que rey a llamarla. Si lo que ella diga ele ti dH


lante de ti Te conviene, pa ti pa siempre Si no te conviene.. i
;
I

¡a otra cosa, mariposa!


Anacleto. — i Cómo ?
Don Felipe. —A ; otra cosa ! Queré que lo quieran a uno a la
fuersa no es de hombres.
Anacleto- — Si. señó. ; No es de hombres!
Dox — Y tú eres un
Felipe. ; hombre!
Axacleto. — Soy un hombre
;

Doy Felipe. — Pues ; "basta: Siéntate... y ;


ojo : Oigas lo qam
oigas y veas lo que veas de ahí no re mueves, porque si argfl
fueras ganando con lo que oyeras, que no es probable, por mi vida
te juro que como te des a eonosé lo pierdes to. Tú verás lo qu«
te conviene. Voy por ella. Pero aquí viene. Mejó.
Axacleto.—Mejó. (Se tapa la cara.)
Doy Felipe. — Quieto ¡

Axacleto. — Quieto

;

Baldomeba. {Muí/ apurada y llorosa.) Güeñas: ¿Puedo hábil


delante de este caballero?

Don Felipe. Puedes habla lo que quieras delante de este caba«*
Uero. porque este caballero es un amigo.

Balbomera. (A Anacieto.) Servidora de usté.
Doy Felipe, —(A Baldomera.) ¿Qué te pasa?

Baldomzea. (Soliendo el trapo y llorando a lágrima viva.) Mi
marío, don Felipe: mi marío de mi arma, que. ;ay.\ don Felipe.. J
AXACLETO. ¿ Eh — :

Baldonee a. —
Que está ahí mi niño que m'ba eontao lo que leí
¡
:

pasa a ese sinvergonsón que no me lo puedo quitá der pensamientoJ


y le pasa lo mismo que a mi La misma locura mía es la suya ü ;

las mismas noches sin dormí los mismas angustias que yo tengo !..-]
;

¡Y no puedo más. don Felipe; usté lo sabe, no puedo viví sin él!;

Doy Felipe- (Consolándola,) Yamos, vamos, Bardomera... (A

74
Anacleto.) Usté perdone, amigo. (La abraza como amparándola.)
Pobresita Es una santa
! !


\ ¡

Anacleto. (Se enternece tanto que empieza a hacer pucheros, y a ,

través del antifaz, que a impulso de lo que sopla se mueve, se adi.


vina la congoja y se oyen sus hipidos.) ¡Hip!... ¡Hip!... ¡Hip!...
(Se limpia las lágrimas por encima del antifaz.)

Baldomera. (Siempre amparada por los brazos de don Felipe.)
¡*Se lo vengo a usté disiendo, don Felipe Mucho queré que yo ! ¡

me divirtiera, mucho ve nasiones raras, muchas pirámides y mu-


chas catedrales negrusias pero en toas las torres que lie subió
;

he escrito er nombre de mi marío. "¡ Pobresito mío, loco por mi


curpa qué pena me da!"
;

Anacleto. — (Cayendo vencido en un sillón, presa de mortal con-


goja.) ¡Hip!...
¡Hip!...
Baldomera. — Bien sabe Dióque estás escrito, Anacleto de
¡ lo
mi arma, en las pirámides de
la torre incliná de Egirto, Roma, en
en la torre Infié de Pisa y en las góndolas de Mislán
Don Felipe. — Lo que ilustran los viajes
¿

— ¡Y pensá que se piensa que estamos casaos!...


Baldomera. él
¿Será idiota?
Anacleto. — (Con un movimiento instintivo quiere levantarse el
antifaz.) ¡ ; Bardom (Pero aparecen
! !... en la escalera GUACIA
y CARLOS, y se contiene.) ¿¿Eh??...
Carlos. — (Bajando la escalera seguido de Gracia,.) Aquí lo tienes.
Buenos días.
Don Felipe. — (Con retintín socarrón que no abandona hasta el
final de la escena,) Buenos días, hombre. Ya sabía que estabas
arriba.
Carlos. — Sí, sefíó ; arriba estaba. Me alegro de verlo a usté
Dueño.
Don Felipe. —Igualmente.
Carlos. —A los demás los veo sin novedá...
Don Felipe.— Gracias a Dio. Ya sé que tu padre anda na más
flue regulá...

Carlos. Regulá na má ; sí, sefíó.
Don —
Felipe. Lo hombre. siento,

Carlos. Muchas grasias.
— hay de qué
Don Felipe. No darlas.
Baldomera. — (Desesperada.) ¿Pero queréis acabá de una ve de
saludarse y habla joroba? claro,
Gracia. — (Decidida.) señora. Sí,

,75

Carlos. Tú, no, Gracia. Una hija no debe nunca enfrentarse
con su padre. Yo, que no le toco na, debo ser quien hable. Si a mí
me da una repostá sabré aguantársela, porque de un hombre como
tu padre lo aguanto yo to.

Gracia. Por lo mismo, Carlos. Yo sé todo lo que tú le respe-
tas y lo admiras...
Carlos. —Lo que él se merese.
Gracia. —Y sería un dolor que te dijera algo desagradable. Yo
le hablaré, porque yo, que lo quiero más que a las ninas de mis?
ojos...

Carlos. De eso de quererlo había que hablá, porque yo...
Don Felipe. —
Güeno a ve cuándo vais a dejá la coba
i :


Carlos. (A Gracia.) Habla tú.
—Mira, papá cuando salimos de Sevilla fué pa sepa^
Gracia. ;

rarme de él.

Don Felipe. — Naturalmente ¡ Pues ! ¡ claro !

Gracia. —Y me que no querías verme por ahí


dijiste una ni
mala cara.
Don Felipe. — Es verdá.
Gracia. —Y ha Siempre me
así alegre más cada
sido. viste : día.
Don Felipe. —Eso es.

Gracia. —Pero era porque cada día que pasaba más se acortaba la?
distancia que me separaba de él y más se acercaba el día de voll
ver a verlo.

Carlos. (Amorosamente, cogiéndole una mano.) ¡Grasia!...
Don Felipe. —
(Parándole los pies.) ¡Se!... ¡¡Seee!!... ¡Hom-
bre !...


Gracia. Y él me ha esperado como tenía que esperarme: tra-l
bajando y abriéndose camino. Entre junio y septiembre ha apro-
bado dos afíos de ingeniero industriá ahora, en junio, lleva el ;

tersero y dise que...



Don Felipe. ¡Dise que!... ¡Dise que!... To lo dises tú. Que\ ¡

lo diga él Y menos arrodeos que se me acaba el aguante


!


¡

Carlos. (Decidido.) Pues yo le desía a Grasia, era una broma,


que si usté nos dejaba, pues..., como no me fartan más que do»
años pa se ingeniero, yo podía se ingeniero ar mismo tiempo que
nos nasiera...
Don Felipe. —El primer hijo.
Carlos.—El segundo.
Don Felipe. — Joroba !

Baldomera. — (Intercediendo.)
¡

¡Don Felipe!

76
Don Felipe. —
Don Felipe no puede más
¡ Es desí que yo me ! ¡ :

he gastao los cuartos pa quitarla de la querensia y distraerla por


ahí y ustede, a espardas mías, han seguío en sus trese y yo he
hecho er primo por esos países extranjeros! ¿Verdá? Está bien,
hombre. (A Baldomera.) Tu madre puede decirte lo que yo le dije
aquí mismo, antes de salí de aquí, y yo no tengo má que una
palabra. Si he leí o toas las cartas y tos los telegramas que l'bas
¡

mandao a ésta L Si lo que yo quería era ve si eras oro de


. . ¡

ley! ¡Y lo eres! ¡Esta es mi mano, muchacho! (Le da la mano.)



Carlos. ¿Pa besarla?

Don Felipe. Pa lo que tú quieras.

Baldomera. (Llorando como un verraco.) ¡Anacleto! ¿Dónde
(Va a besarle la mano, pero don Felipe tira de él y le abraza.)
Don Felipe —
Ven acá, cacho e tonto, que eres un cacho e
¡

tonto
Gracia.— (Llorosa.) ¡Padre!... (Hipa Anacleto como antes.)
Baldomera. — (Llorando como un berraco.) ¡Anacleto! ¿Dónde
está mi Anacleto?
Anacleto. — (Levantándose Bardomera el antifaz.) ¡ !

Baldomera. — ¡¡Anacleto!! (Cada uno da un y caen abra- salto


zados.)
Anacleto. — Bardomerilla
¡ ¡ !

Baldomera. — Tú Y tan limpio


¡ ! ¡ ¡ !

Anacleto. — Como ¡ nieve na má Pa que veas


la que he ! ¡ lo
cambiao ! Fíjate por arriba, por abajo, por delante y detrás. (Se da
una graciosa, vueltecita y un paseo,)

Juncosa. (Entrando por el corredor de la izquierda, muy preocu-
pado y dirigiéndose a don Felipe.) Oiga usté: que ese nasareno no
es Ramire, porque Ramire está abajo esperándolo a usté. (A Ana-
cleto.) ¿Quiere usté hasé el favó de desirme?

Anacleto. (Lúgubremente.) Sí, señó; pero es peó pa usté.
Juncosa. — (Aterrado y haciendo mutis.) ¡Mi madre!
Baldomera. — (A Anacleto.) Quítate esa por Dio, que me túnica,
párese que vas amortajao.
Anacleto. —Mira que va se peó pa ti.

Baldomera. — Quítatela !

Anacleto. — (Empezando a
¡ ¡

¡A tres! quitársela.) las


Manolita. — (Saliendo, con un Hasta má
llorosa, lío al brazo,) ¡

ver, señores
Todos. —¿En?
Manolita. —Que aquí hay mucha mié pa mí, y me voy.

77
Don Felipe. —
¿Pero adonde vas, chiquilla?
Manolita. —
Ar polletón A vestí santos

; ! ¡ !

Anacleto. (Arrojándole la túnica, que acata de quitarse.) Ilom*


ore, pos mira qué casolidá. Toma y llévate este hábito, por si
te sirve.
Baldomera — (Al ver lo sucísimo que está Anacleto.) Ay !


¡

Anacleto. Ya
— ; ¡ !

Baldomera. (Como loca, gritando.) ¡Agua! ¡Jabón! ¡Estropajo!


¡Asperón! ¡Una toalla!... (Manolita, asustada, hace mutis por el
foro, enredándose en la túnica, que se lleva.)
Anacleto.— (Cayend o de rodillas, implorando.) Bardomera ¡
'.


Baldomera. ¡Puerco, gorrino, cochino, sinvergüensa !...
Anacleto. —Mira, Bardomera, que ya hay divorsio en España
— ¡

Baldomera. (Arrodillándose también frente a Anacleto.) ¡No,


Anacleto! ¡El divorsio, no! (Allí mismo, arrodillados, se abrazan g
besan.)
Don Felipe. — ¡Ja, ja, ja!... ¡Bueno ha quedao el divorsio por
esta vez! (A Carlos y Gracia.) ¡Y abrasarse también ustede, cacho
e tontos, que seis unos cachos e tontos!... (Obedecen.) ¡Así, jinojo,
así! (Viendo a ambas parejas unidas.) ¡Lo logré, hombre; lo logré

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