Muñoz Seca, Pedro - Anacleto Se Divorcia
Muñoz Seca, Pedro - Anacleto Se Divorcia
Muñoz Seca, Pedro - Anacleto Se Divorcia
de
este
número:
del
teatro
de
la
Comedia
6 2 í
ANACLETO SE DIVORCIA
i
PEDRO MUÑOZ SECA Y
PEDRO PEREZ FERNANDEZ
ANACLETO SE DIVORCIA
JUGUETE COMICO, EN TRES ACTOS
ORIGINAL
Estrenado en el Teatro de la Comedia, de Madrid,
el día 2 de mayo de 1932.
DIBUJOS DE
MANUEL PRIETO
MADRID ¡II
REPARTO
PERSONAJES INTERPRETES
La acción en Sevilla.
Buenaventura L. Vidal
671 715
ACTO PRIMERO
1
Limpísima habitación de la conserjería de una gran fábrica en Se-
villa. A la derecha del actor la puerta de entrada a la izquierda,
;
—
Anacleto, ¡Por los ojos de tu cara, Bardomera, ya está bienl
¿Pero es que quieres quitarme er pellejo?
—
Baldomera. Er pellejo, er contrapellejo y to lo que esté susio.
Anacleto. — Socorro
; !
Baldomera. — So guarro
¡ Y dale grasias a Dió de que no t<
! ¡
me con otra.
Baldomera. —
Y yo con otro
; !
hasé lo mismo.
—
Anacleto. ¿Tú? ¡Quiá!... Tú vas a tené que buscá un marío
nuevo ea dos días, y te vas a ver negra. Porque en cuanto empie-
10
ses a fregar maríos como si fueran las perillas de una «¿ama, vas
a aeabá con tos los respuestos de hombres que haya en er mundo.
Y si no, ar tiempo.
Baldomera. ¿Ah, sí? —
Anacleto. —
Pues claro Yo es que no he tenío más remedio que
¡ !
!
aguantá mecha poique hasta ahora er que s'ha casao s'ha escla-
visao pero eso s'ha acabao, y en la esquina está er Jusgao.
;
—
Baldombra. (Dándole un empujón que lo sienta en la silla.)
Vamos, siéntate, ahí Er peine ! ¡ !
—
¡
Anacleto. Bardomera ¡ !
Baldombra. —
El agua de oló
—
¡ !
oliendo a fransesal
—
Baldomera. (Friccionándole fuertemente.) ¡Pues viva Fran-
sia!... ¿No dises tú que viva Fransia? ¡Pues viva Fr ansia!...
'
¿Pero a qué huele esto? ¡Ay, que m'has dao la bencina pa las
manchas! (Como loca.) ¡Agua, jabón, estropajo, asperón pa este
hombre (Medio mutis.)
—
!
*
Anacleto. (Aterrado.) ¡No, Bardomera! (A Carlos.) ¡Cógela
*
ahí, hombre
Carlos. — (Deteniéndola.) Vamos, madre... déjelo usté... que se
;
E
Baldomera. — (Recogiendo
palangana, toallas, jabón, esponja, et-
cétera, etc.) Y
a limpio tiene que olé to en mi casa. ¡Bien lo sa-
béis tú y él, y él y tú, y to er mundo! (A Anacleto.) ¡Airéate la
chola, que luego te peinaré Vuelvo (Vase por la izquierda.)
! !
—
¡
11
—
Anacleto. Es mu abnrrío eso, hombre. No hay contraste. ¿Qué
grasia tiene un vaso limpio de agua limpia si no ve uno un vaso
susio con agua susia ? Si hasta Dio ha hecho la noche pa que lusca
¡
más er día!
—
Carlos. (Acariciándolo.) ¡Ole mi padre!
—
Anaclhto. Grasias, niño. Huéleme. ¿Se me pasa?
—
Carlos. (Oliéndole la cabeza.) No. Yo creo que debe usté irse
a da un paseo y volvé.
Anacleto. —¿A da un paseo adónde?
Carlos. —Hasta Puerta la Osario...
Anacleto. — ¿Na má? Yo tengo gasolina pa di a Madrí..., ¡y me
voy a di! Estoy ya mu jartito. Eso del divorsio que le he dicho a
tu madre no es ninguna chufla. Ya verás tú esa cuando yo venga ¡
—
Anacleto. ¿Y no has tenío otra hora pa repicá, mardita sea
tu cara?
Baldomera. —
Anacleto, que te puedo
¡
Es que hoy vienen a !
12
lo? guisos lo que no tienen mar fin tenga la pobresa." Y
sepan a
ra y me don Felipe
dise "Mu jé, dame una cuchara! ta de gar-
:
tes aliñaos! ¡Y... (parece que lo estoy viendo agarrao a los jierros
de la ventana, con los ojos que se le querían salí de la cara) por
tus muertos, Bardomera, y un gaspacho !"
—
Anacleto. (Entusiasmado.) ¡Es un típico, hombre
—
Carlos. (Idem.) ¡Que sí que lo es!
—
Anacleto- Y la niña..., ¡de oro es la niña!
Carlos, — De oro fino
¡ !
descomponerlo to. Ahora que como ése viene siempre "antes y con
antes", en cuanto llegue lo friego. Por mi salú ¡
—
Anacleto. (Aterrado.) ¿También a Juncosa?
Baldomera. —
Y al padre de Juncosa ¡O se deja fregá o no
¡ !
come hoy aquí, aunque peí damos el duro diario que nos da por la
comía
—
Anacleto. (Convencidtsimo.) ¡Lo perdemos! ¡Lo perdemos 1
si acabo pronto...
—
Lüis. (Apareciendo en la puerta de la derecha. Es un señorito.)
Hola, Carliilos.
15
Carlos. — ¿Ya? {Presentando.) Un compañero de curso. Mis
padres...
Luis. — Servido de ustedes. (A Anda, que tene- Cario?.) aligera,
mos sinco minutos pa Uegá.
Carlos. —Espera, voy (Hace mutis por izquierda.)
a... la
Luis. — Vaya una alhaja que tenéis
Baldomera. — Qué
;
¿ ?
Luis. — Que vaya una alhaja de
¡
Más miedo que de exa- hijo !
Anacleto. —
Sale a mí ¡
—
Baldomera. ¿A ti? ¿En qué?
—
Anacleto. ¿No es mi retrato?
Baldomera. Güeno — saldrá a ti, pero (Muy orgullosa)
; ha \ ¡
—
Manolita. (Una pizpireta y uniformada doncella aparece en la
puerta de la derecha con un lindo cajoncito de caoba lleno de et#-
biertos de plata.) Aquí estoy yo. La señorita Grasia que me mam-
da con los cubiertos, según quedaron ustedes.
Baldomera. — (Cogiendo la caja.) ¿Vienen limpios?
Manolita. — Mujé ¡ !...
Carlos. —
Hombre, Luis
¡ ! . .
—
Luis. No, si ya está es que no puedo ve a una mujé bonita
;
14
Luis.— —
¿Es que no le gustan a usté los requiebros?
Manolita. (Mirando a Carlos.) Ay, según de quién!
—
Anacleto. (Componiéndose el tipo.) ¡>Según de quién!
¡
¡Bien
«tícho
Manolita. — (Sin
dejar de mirar a Carlos.) Lo malo es que anda
una esperando que sea uno er que se lo diga a una, y que si ¡
quiere una!
—
Anacleto. (Aparte a Manolita.) No me tires indirertas que ¡
—No ya
Anacleto. ; si sé.
Luis.—¿Con Grasia?
Carlos.— Con Grasia. Ya te contaré. ¡Si tengo una pata!...
Luis —Lo que tú tienes son unas ganas de lucha contra los im-
¡Mira que te lo tengo dicho! ¿Dónde vas tú con una
posibles...
mujé con tantísimo dinero y tan loca? Porque está de remate,
i Fama tiene en Sevilla !
15
Baldosíera. —No me fío. (Coge la caja de los cubiertos y se vq
por la izquierda-)
—
Anacleto. (Reteniendo a Manolita, que quiere irse por la deré-
cha.) No
tengas prisa, mujé. Te noto yo estos días un poco así
como desilusioná conmigo.
—
Manolita. (En chunga.) ¿Yo, tormento?
Anacleto. — (Alegrándosele las pajarillas.) Huy, tormento me di-
¡
migo, corazón?
—Toditas noches,
Manolita. las
una, verdugo. sin faltar
—¿Qué soñaste anoche, supiisio?
Anacleto.
Manolita. — Pues anoche... Anoche fué un sueño muy malo, s'en
trañas.
Anacleto. — (Colado.) Cuéntamelo..., car era mía! ; sel
Manolita. — Pues que íbamos dos por una mu los calle estrecha,
mu estrecha, y vino un au tomo vi : taca, taca, taca, taca..., y lo
pilló a usté debajo.
Anacleto — ¿ Sufriste mucho?
Manolita. — Una congoja me entró que me moría.
Anacleto. — (Abrazándola.) Lo comprendo.
Manolita. — (Dejándose abrazar.) Y pa que vea usté lo que so*
los sueños. ¿Qué tiene usté hoy que no me puedo quitá del pensa*
miento er que es verdá lo que he soñao? Po:que usté me güele a
automovi.
Anacleto. — (Aparte.) (La gasolina.) ¡
Ay, que te quiero, salero!
Manolita. —Lo y esa es mi vanagloria
sé, er gustarle a to <l : ;
16
Manolita. — (Mirando hacia la derecha. ) ¡
Cuidao, que ya está
ahí Juncosa !
compadre
Juncosa. — Pos
vengo de etiqueta. (Por la americana.) De es-
mokikin. Como hoy es su cumpleaños d'usté. (Por una botella de
anís del Mono que trae en un bolsillo.) Y a: repare usté en la pór-
Tora que traigo pa celebrá el día y que nos lo tomemos de vermú
mano a mano... y aquí con la mosita, si se le apetese. ¡Compa-
dre, qué mujé
—
Manolita. (Muy coqueta.) Muchas grasias.
—
Juncosa. Esta es la que a usté le conviene.
—
Anacleto. Ya se lo he dicho yo a ella pero me está castigan- ;
do, compadre.
Juncosa. — Vamos, mujé : atermínate. Si ya hay divorsio en Es-
paña. Tú le dises ¡quiero!, él se safa der camión que le toeó en
suerte, ya disfrutá de la vida.
—
Anacleto. Eso es.
—
Baldomera. (Dentro, llamando.) ¡Anacleto!...
—
Anacleto. ¡Voy! (A Juncosa.) Siga usté por ahí, compadre, a
Té si la convense usté, que yo voy a ve qué quieie er camión. (Se
va por la izquierda.)
—
Juncosa. Está por ti de un majareta que ése es capá de hasé
lo que dise. Ese se divorsia y se casa contigo, y como tiene un
buen suerdo y un* buen pasá...
Manolita. —
Y su mujé se iba a quedá quieta
¡
—
Juncosa. ¡A ve qué remedio le iba a quedá! Ya no es como
antes.Ahora somos laicos.
Manolita. — ¿Y eso qué es?
Juncosa. — que antes
Chiquilla, laicos: se entraba en la Iglesia
y ahora pasa por
se lao na másel : ¡ laicos
Manolita. — No entiendo.
2 17
—
Juncosa. Porque eres mu bruta. Mira antes se casaba uno,
: i
pa los restos. Porque, claro, los curas, que son mu entrometí os,
apuntaban a uno "Er día ta, Fulano de ta se casó con Mengar!
:
i¡
Dadie?...
—
Manolita. Eso digo yo. ¿Qué tiene usté que meterse en 1¡
tiene alusinao esa mujé desde hace mucho tiempo. Pero, porfej
salü, Manolita, que de esto... ni hablá. Porque, aunque yo sóyw
hombre libre y los derechos naturales del hombre libre, sívico
laico son invurnerables, progresivos e ilimitados...
—
Manolita. Oiga, a mí no me largue usté un discurso de es
que largaba usté antes en la fábrica, en vez de trabajá, y que p
eso le echaron a usté.
—
Juncosa. A mí no me han echao nunca de ninguna parte. ]
18
jermrme al niño pero el nifío no se fija en mí por na del mun-
;
—
Anacleto. (Lo malo va a se cuando yo le diga ar camión que me
•y a descasá pa casarme con ese... Bugatti.
Juncosa. —
Bah La ley lo ampara a usté.
¡ !
—
Anacleto. Pero primero que echo yo mano de la ley, si ella echa
ano de lo primero que pille a mano, me va a da una mano.,. (Se
mta.)
Juncosa. — (Ofreciéndole otro vaso.) ¡BahI Repita. (Beben.)
Anacleto. — no pue ¡ Si se ! mucho aguan ta el mío Y
¡Si es ya !
lemá, si se fuera a desí... ¡es joven! Pero tan gorda y con tan-
sima. .
Juncosa. —Tripita.
—
Anacleto. (Molesto.) Eso, no, Juncosa,
—
Juncosa. Digo que tripita usté.
—
Anacleto. ¿Yo, y soy un junco?
Juncosa. —
Que beba usté, hombre l
¡
—
Anacleto. Le advierto a usté que don Felipe, aunque es viudo,
es también partidario del divorsio y de to lo moderno.
—
Juncosa. Eso lo dise él porque es un ehuflón mu grande.
Anacleto. —En serio, Juncosa. He
hablao yo con él de los escar-i
seos que tengo con Ba.domera y de los buenos consejos que usté,
me da y hasta me tiene ya recomendao a los del Jusgao, que so»
amigos suyos, por si acaso.
—
Juncosa. No se fíe usté de don Felipe, compadre, que don Feli-
pe tiene más concha que un galápago, y yo creo que se está chun-
gueando de usté. Beba usté.
—
Anacleto. ¿Es que la vamos a pillá, compadre?
—
Juncosa. Vamos a pillarla.
—
Anacleto. Pues vamos a pillarla. {Beben.)
—
Don Felipe. (Aparece tras la ventana. Es un cachazudo cincuen-
tón, bien trajeado, sin llegar a lo elegante, porque "Aunque la mona
se vista..., etc." De su carácter y maneras, de "sus maneras", ya no*i
irá diciendo él mismo.) Seño es!... Caramba, eso se avisa. Me llamo
¡
—
Anacleto. Es que comen hoy con nosotros él y su niña.
—
Juncosa. ¿El amo alternando con los oprimidos? ¡Qué poquísi-
ma dirnidá hay en los patronos!
—
Anacleto. Compadre, con su permiso de usté, yo creo que eso ea
un acto de contrate nidá...
—
Don Felipe. (En la. puerta de la derecha.) ¿Se puede?
—
Anacleto. (Levantándose mareadillo.) ¿Pero va usté a pedí per-
miso? Usté viene a honrá mi humirde chosa, que es la suya, y ye
mu honrao.
—
Don Felipe.El honrao soy yo.
—
Juncosa. (¡ Primera puya !)
—
Don Felipe. Buenas.
Juncosa. — Buenas. ,
26
Anacleto. —Y oro molió que hubiera, don (Le ofrece un Felipe.
iso.)
—
Don Felipe. (Brindando.) Pa que Dio nos dé salú y podamos
s tresseguí trabajando como negros. (Beoe.)
Juncosa. — Ya está hombre; ya está
bien, Toque usté a ban- bien.
jrillas, que cuatro picotasos en
llevo to lo arto.
Don Felipe. —¿Es que no puede hablar, Juncosa?
se te
Juncosa. — señó pero
Sí, ironías sin ni suspicasia.
Don Felipe. — Lo que sabe tu cuerpo
;
—
Don Felipe. No pero te voy a proponé un negosio pa que no te
;
Anacleto.— Ja, ¡
ja, ja!...
Juncosa.— Oiga usté, don Felipe, que de mí no se chunguea
idie.
—
Don Felipe. (Desafiándole.) ¡Yo!
—
Juncosa. ¿Cómo dise?
Don Felipe. —Que yo, hombre
— ¡ ¡ !
i un homb.e moderno...
Don Felipe. —
Y tan moderno Ya sé que te aconseja el divorsio.
¡ !
\ casas con otra, ella se pué casá con otro a lo mejó con un amigo ;
íyo.
—
Anacleto. ¿Con un amigo mío? (Dando un palmetazo en la me-
i.) ¡Le parto la cara al que sea!
Juncosa. —
Compadre
— ¡ !
—
Juncosa. Compadre, que está usté bebió. Eso no es El divor- \ !
21
si ta, ¿no va a desí de mí que yo soy un ta? No, hombre, no; lo
menos que yo tengo que hasé es partirle la boca ar ta, porque él
honó es el nono.
Don Felipe. —Pero, hombre ; si ya no hay honó pa esas cosas.
Anacleto. —¿Quééééé?... Gtíeno, ¿soy yo o seis ustedes los que*
estáis borrachos? Que me veo yo regorviendo una esquina y encon-
trándomela der braso de otro gachó... ¿Y cómo quiere usté que yfy
pase por su lao silbando? ¿De dónde me va a mí a salí er sirbío?
—
Juncosa. Pero, compadre, piense usté en lo que tenemos hablao.
Poniendo las cosas así, tan a la antigua, también está mal que un
hombre se case con otra. La ley tiene que ser igual, o no es ley.
Don Felipe. Claro — ¡ í
'
nos damos de cara los tres. (Muy fino.) Hola, caramba, canastos,,
demonio, no había visto... ¿Qué tal, compañero?... Señora mía...
¡Oh, no; pasen ustedes... ¿Yo primero? Ea, pos con Dio. Salú p¿ ¡
—
Cáelos. (Apareciendo, sofocado, en la puerta de la derecha.) üf £ ¡
ICreí que no llegaba a tiempo ¿ Qué tal, don Felipe ? (Ef usivo apre-
!
tón de manos.)
—
Don Felipe. ¡Hola, muchacho!...
—
Juncosa. Y a mí ni las güeñas tardes. Como a mí no me tiene
que da coba...
—
Don Felipe. ¿Coba de qué? ¿De qué tiene éste que da coba a
mí ni a nadie? Qué más hubiéramos quierío tú, y su padre, y yo,.
¡
22
cuando éramos de su edá, que habé valió lo que vale éste Siéntate, !
—
Carlos. Superió. He tenío suerte.
—
Don Felipe. Ya sabes que en cuanto te hagas perito te nombro
dirertó de mi fábrica, y si llegas a haserte ingeniero te hago mi sosio.
—
Juncosa. ¡Sí, sí! (Irónico.) Aquí te espero comiendo un güevo.
Ya habrá llovió pa entonse.
—
Don Felipe. Lloverá, y hará so, y gorverá a llové pero to llega ;
—
Don Felipe. Porque, ¿yo qué era? En esta misma habitasión
nasí. Mi agüelo tenía aquí una jerrería y mi padre puso un torno
mecánico. Estas paredes me han visto a mí andá a gatas y cresé, y
haserme un hombre, y trabajá..., ¡lo que se dise trabajá Sin pam- ! ¡
lo tenga así : —
Démelo usté, que yo voy a trabajarlo
; de veras ¡ ¡ !
—
en er mundo le dise a uno —
ahí va er dinero.
;
—
Juncosa. Eso era antes.
—
Don Felipe. Es que ahora habéis sacao la moda de pedirlo di-
siendo : —
Démelo usté, pero con la condisión de que yo no voy a
¡
poné más que sincuenta ladrillos por día, y... ¡Hombre!... ¡Te —
diré, mo: ena !
1
—
Carlos. (Riendo.) Algo exageraíllo el chorro de la sangre, don
Felipe.
—
Don Felipe. (Idem.) ¡Bah!... Er que no ersagera no se divierte.
Contimás que estoy contento porque, no lo querréis creé, mucho lujo
—
tengo arriba en mi casa postín der bueno —
mucho cosinero fran- ,
23
Don Felipe. —No,
que hay que esperar a mi niña, y sabe D
dónde andará Como me ha salió esportiva. En algún c
la niña. . .
—
¡
Anacleto. Ojú
— ¡ !
tanto
Don Felipe.— ¡Ya verás, ya!... (Se oyen hacia la derecha gra
des mas.)
Carlos. —Ya está ahí Grasia.
Don Felipe.— Sí. Y mírenla despidiéndose de su escorta. ¡ Q
niña!
— (Sin poderse contener.) ¿Pero qué
Carlos. de gente clase es e
gente ?
Don Felipe.— Pollos hombre. Son de
atléticos, porque en v fia, f
24
—
Don Felipe. Te la ganaste, como si lo viera.
—
Gracia. Pues no, señor^. Pero he quedado "colocada".
—
Don Felipe. ¡Anda!... ¡Pues no hace tiempo que estás tú coio-
da! (Ríe.)
Gracia. —
(Cambiando bruscamente su expresión graciosa por otra
tnüamente triste.) ¡Qué más quisiera yo que estar colocada entre
a gente!... Pe: o no, padre, no; noto que no. No es que no les sea
apática, sino que... ¡como no me llamo más que Gómez Pérez!...
—
Don Felipe. Anda, tonta peor es llamarse, como la de ahí en-
;
ntraria.
Gracia. — (Volviendo a su alexia y palmoteando.) ¡Eso está bien!
)lc ahí ! ¡ Ya Pero otro título más bonito para un condado.
está !
—
Carlos. Eso es muy largo.
—
Gracia. A ver qué título se te ocurre a ti.
—
Carlos. "Mujerdesucasa",
—
Don Felipe. ¡Ese es muy bueno! (Ríe.)
Gracia. —
(A Carlos.) ¡Idiota, que eres un idiota! ¿Pero es que
crees que yo soy la misma que jugaba contigo, cuando chávala,
\
ese patio? ¡No, hijo, no! ¡Pues, hijo!... Huy, qué cara pone!...
¡
Ta, ja, ja!... Bueno, a comer, que tengo los minutos contados y
25
enérgico la puerta de la izquierda.) ¡Ande usté pa dentro que la-
escamonde
— !
compadre
Juncosa. — (Digno.) Compadre !
26
Anacleto. — A mi los de asalto!!... (Se van tod*s menos Car-
¡ i
—
Carlos. Sí, he dicho una tontería. Pero, volviendo a mi tema
¿Usté no tiene a gala el que su padre haya llegao de la nada
adonde ha llegao?
Gracia. —
(Indiferente y dudosa.) Sí ya sé que es muy hermoso
;
27
elser creador de una esti pe y el fundador de una casa ;
otra muchacha que iba con usté con la de verde. Y luego con
:
28
Gracia. —
¿Qué dises?
Carlos.— Yo me entiendo.
Gracia. — (Complacida.) Entonces durante tú, los entreactos,
estás pendiente de mí...
Carlos. — (Desconcertado.) Sí; no; es que...
Gracia. — ¿Y te gustó la funsión de anoche? Yo no me ñjé. Casi
todo el segundo acto estuve de un sitio a otro arreglando la ex-
cursión del domingo. El tersero sí lo vi, y no supe explicarme el
por qué la muchacha se casaba con aquel birria.
—
Carlos. Toma, porque aquel birria era un hombre de verdad,
i
Qué tío Qué autor tan grande es ese autor Tengo yo que ver
! ¡ !
Gracia.— ¿No?
—
Carlos. No, señora. Sobre todo, cuando lo que quiere uno ne
lo debe querer uno poique no está al ancanse de uno. Pero ahí se
re el coraje de los hombres. Lo que desía el de la obra de anoche,
que eso que desía él lo he dicho yo antes que él un millón de veces.
¿Qué hase falta pa conquistar a una mujer? ¿Dinero? ¡Pues se
gana ¿ Altura ?
I Pues se consigue ¿ Fama ? Pues se logra Lo
i
! ¡ !
20
'Gracia.—Fíjate en mis manos, hombre.
Carlos. — Sí, sí...
Gracia. — Pero, mira, criatura, ¿qué pasa? te
Carlos. —¿Vamo a dejá de corbata? lo la
Gracia. —¿En? ¿Por qué?
Carlos. — Grasia
¡ ! . .
Eh ¿ ?
Carlos. — (Besándole
)
—
Gracia. Sí, hombre, sí.
—
Carlos. ¡Aunque usté no quiera, aunque se oponga el mundo!.
¡Y la querré a usté siempre!... ¡¡Siempre!! Y a mí no me ¡
—
Carlos. Porque yo soy un hombre muy hombre, y yo la quie
a usté. Si hay que desirlo arrodillao, me hinco, y si hay que desir
matando a alguien, lo mato porque a mí no me importa na, ;
ro a usté!!
Gracia. —Cálmate, hombre, cálmate
¡ !
—
Carlos. Perdóneme usté comprendo que he hecho mal. ;
—
Gracia. ¿Eh?
—
Carlos. (Abrumado.) Está usté en mi casa, está usté sola eo]
migo y... he hecho mal, pero no he podido 'remediarlo. Lia quie
a usté demasiado y... ¡perdóneme usté!
—
Gracia. Sí, hombre, sí perdonado. ;
—
Carlos. Grasias. (Queda apesadumbrado, con la vista baj
avergonzado.)
—
Gracia. Si después de todo... (Saca un pitillo y se dispone
encenderlo. Pausa, Mira a Carlos complacida, encontrándole mt
de su gusto.) La verdad es que... (Enciende el pitillo.) Oye, Carie
30
CIARLOS-—Mándeme usté.
jRAcia.— (Con coquetería y picardía.) Háblame de tú,
Carlos. — ¿En?
(Perplejo.)
Gracia. — Que me hables de tú, hombre, como cuando éramos
ivales.
Carlos.—¿ Pero ?. .
Luis. — Sabiendo
y sabiendo lo que sabe, que ahí está el intrin-
Porque otros sabemos, pero no sabemos desir lo que sabemos
jilis.
—
Carlos. ¿Qué te ha pasado?
Luís. —
Estos nervios míos, que me pierden. Salí al enserao, me
mbló el pulso, le puse a un nueve un palito tan corto que pare-
a una a y en esa fórmula nueve erre erre sero dos, como el
?
te te están esperando.
—
Carlos. (Contrariadísimo.) ¿Y cómo dejo sola a Grasia?...
—
Gracia. No, hombre, no me quedo sola, porque ahí Tiene
nolita. Mí: ala ahí hablando con Bernabé.
—
Carlos. Entonses, si a usté no le importa...
—
Gracia. (Rectificándole.) A ti, a ti.
—
Carlos. A ti, perdona.
Luis. (Gratamente sorprendido.) Atisa ¡Tuteo y todo! ¡ !
—
Gracia. ¿Vas esta noche al teatro?
Carlos —
Sí; hay un estreno. ¿Tú vas?
—
Gracia. No no es día de abono. Me hubiera gustado ir, pero
;
—
Carlos. Es que una cosa es saber desir lo que se sabe y ot
saber desir lo que se siente.
Gracia. —Eso está muy bien.
Carlos.— Hasta noche, Grasia.
la
Gracia.—Hasta noche, la Carlos.
Luis. (Picarescamente.) Salú y ¡ democrasia, señorita !
—
Gracia. (Muy satisfecha.) Halaga mucho que la quiera a u
un hombre, Lo que se dice un hombre
—
i
—
Gracia. ¿Pero quién?
32
—
Manolita. ¡Y dale! ¿Quién va a se sino er de aquí? ¡Qué
po, y qué simpatía, y qué manera Más de veinte ehalás están I
>r él, que salen a convursión diaria, y él como si tal cosa. Pa-
—
Manolita. ¡Qué mala pata tengo, señorita! Ahora que er me jó
a me vi a liá la manta a la cabesa, me vi a enterá en dónde
ve la mu coqueta, estúpida, indesente voy a llegá "Tras-tras." ; :
Gracia. — yo yo
Sí, ; ¡¡ ! í
Gracia. — ¿Qué?
¡
—
Manolita. Sí, señorita
—
Gracia; Anda, vuelve a casa. Viene ahí mi padre con los pa-
es de Carlos y no te nesesito ahora.
—
Manolita. Sí, señorita. (Haciendo mutis por la derecha.) ¡Ojú,
é manera de meté la pata! ¡La he metió a rosca! (Vase.)
Gracia. ¡£Ta, — ja, ja!... ¡ Pobresilla !... (Muy satisfecha.) No; si
muchacho...
a*
Gracia. —¿Qué
ha pasado?
Anacleto — Nada
¿qué había de pasá?
; Lo sivilisao ;
Juncosa. —
Ole en er mundo
¡ !
—
Gracia. ¿Pero con tanta fasilidad?
—
Don Felipe. (Después de guiñarle y darle un codazo a Gracii
Mu jé, habiendo mutuo disenso se facilita to. Con er mutuo diseni
er marío no tiene más que llega y topá.
—
Anacleto. (Molesto.) Oiga, don Felipe.
—
Baldomera. Bueno, se acabó, a Dio grasias. Que te aguante ot
las ordinarieses, las gioserías y los ronquíos.
Anacleto. — ¿Que yo ronco? Ay, qué grasiaí ¡
Baldomera. — ¿Vas
a desí que no, y arrancas los caliches de
paredes? Si aquí se mueren las moscas de no podé dormí!
—
i
—
Baldomera. Y sobre to, menos conversasión, y a separá nu(
tros bienes, que pa eso estamos aquí.
—
Anacleto. ¿Tus bienes? ¿Y cuáles son tus bienes, prinsesa?
—
Baldomera. To lo que hay aquí es de los dos. Eso nos ha dic
er del Jusgao.
Juncosa. — Exacto : ganansiales.
—Es que to esto he comprao yo de modo que
Anacleto. lo ;
y ya está.
Anacleto. — Pero de las cosas que no hay más que una. ¿cói
las vamos a partí? ¿Cómo vamos a partí cómoda o armafi la el
Don Felipe. —A mí se me ocurre una cosa pa fasilitá.
—Pues ya
Anacleto. Siendo está. idea de usté, sea lo que s<
34
AnacijETO. — Superió.
—
Baldomera. Entonses, y es un poné, las sillas, que sen feme-
ninas, pa mí.
—
Anacleto. Y pa mí el sillón, que es masculino.
—
Baldomera. Y pa ti el sillón. Bueno, pa mí la cama.
—
Anacleto. Perdona, que la cama no es femenino.
—
Baldomera. ¿Que no es femenino la cama?
—
Anacleto. No, porque es catre.
—
Baldomera. Pues pa mí la cómoda.
—
Anacleto. Y pa mí el armario.
—
Baldomera. Pa mí las tasas, pa ti los platos, pa mí las cu-
charas y pa ti los tenedores.
—
Don Felipe. (A Anacleto.) Oye, tú: er baño te toca a ti.
Anacleto.— No, señó, que no es baño, que es bañera. Y, pa ella
las toallas y la jabonera con lo que tiene dentro.
—
Gracia. Que el jabón es masculino, Anacleto.
Anacleto. —¿Masculina la pastilla? ¿Desde cuándo? (A Baldome-
ra.) Y tú dirás dónde te mando las cosas, porque yo, como con-
serje, tengo que quedarme aquí. ; Ah ! Y me quedo con mi hijo, que
es masculino.
Baldomera. — Perro, que eres un perro
¡
!
que venga.
—
Baldomera. (Vaciando el monedero y dándoselo.) Toma er con-
vento masculino es.i Pero la comunidá es femenina, y pa mí. (Se
:
mí me da Aonde
iguá. sea.
Baldomera. — Aonde pero a casa de sea, Más puer- ése, no. ¡
cos, n©
Don Felipe. —Bardomera debe estar serca de su porque hijo,
35
eso es naturá, y Bardomera tiene desde ahora mismo un puesto en
mi casa.
—
Baldomera. Muchas grasias, don Felipe. ¡ Andando !
—
Juncosa. ¡Estaba visto 1
Todos. — Eh? ¿
Juncosa. — Que usté se la lleva a su casa porque a usté le gusta
Bardomera, eso es. Y ella acepta porque... su mira llevaiá. ¡Ten-
dría grasia que acabara el amo casándose con la viuda del con-
serje !
—
Anacleto. Oye, tú viuda, no que yo estoy mu vivo.
—
: ;
—
Anacleto. ¡Lo que es la sivilisasión Si liase dos mes s se !
—
Baldomera. Vámonos, don Felipe.
—
Anacleto. Adió, que te vaya bien.
Don Felipe. — Vámonos, y deja aquí to lo que hay, porque en
¡
—
¡
TELON
ACTO SEGUNDO
na habitación de paso en la suntuosa casa de don Felipe. En el
ro la puerta de entrada amplísima puerta qüe conduce a una
:
39
—
Baldomera. (A gritos.) ¡Malhaya sea tu cara; coge el aspira»
y una escalera, vete ar gabinete asá y no me dejes en er techo
una motita de po: vo, que lo hay, so guarra
Voz. ¿Que — lo hay?
Baldomeea. — ¡Que lo hay! Y hay una araña en la araña: ¿y
sabes lo que es eso?
Voz. —
Una capicúa.
Baldomeea. — ; ¡ Una porquería ! !
;
Largo ! (Gritando Juwia la \
de escalera y a también.) ¡M
pie la gritos
nolita Manolita
! . . ! . .
—
¡ ¡
gote!) (Tase.)
Juncosa. — (Apareciendo de nuevo.) ¿Se puede?
Baldomera. —Adelante, joroba. ¿Qué pasa?
—Que vengo, como portero de casa que
Juncosa. mardita la soy,
a mi sino...
Baldomera. — ¿Pues qué quería usté? ¿íSeguí chupando suerdo el
41
—
Juncosa. (En el foro.) ¿Se puede ot"a ve?
—
Anacleto. (Idem. Viene desastradísimo y sucio.) ¿Hay venia?
—
Baldomera. Pasen ustedes. (¡ Jesú, cómo viene!)
—
Anacleto. (Mano al pecho y en una reverencia versallesca
Señora mía.
Baldomera. —
Señora mía Qué más quisiera usté
—
¡ ! ¡ !
sená?
—
Dupont. (Con voz casi femenina, a pesar de sus pobladísinn
bigotes.) Vuulá le meni, madam. (Le da una tarjeta.)
Anacleto. — (.4. Juncosa.) ¡Las mujeres! Querrá ponerme 1<
me tiene a mí acharao,
—
Juncosa. ;Gómo está, compadre! ¡Ayl
Anacleto. —Compadre, que estoy yo aquí y le arrimo a usi
¡
¡
Qué Ja,
risa! ¡
ja ja, !
42
—
Anacleto. No, na. (Contiene la risa.)
—
Baldomera. ¿Y el jambón, glasé de melón et fruits de la saison,
q los gtievos fritos con tomate, el bacalao con papa y la ensalá
e le dije?
Dupont — — no madam! Ye ne
Oh, fe pa sa! Ye ne fe pa sa!
Baldomera. ¿Qué
(A Rosa.) dice?
Rosa. — Que él no hace eso.
Baldomera. —
Ah, no? (Rompiendo la tarjeta.) Mire usté, Du-
¡
usté me dijo que sabía, y como veo que no sabe, ya está usté
giendo la puerta.
—
Dupont. Quesqu vu ditf
—
Baldomera. (A Rosa.) ¿Qué dice?
—
Rosa. Que no la entiende a usté.
—
Baldomera. Pues tú que tienes costumbre de entenderlo dile
e se vaya.
Rosa.—Dupont, que dan a usté le la... (Acción de empujar y dar
puntapié.)
Dupont. —Eh! A muat
|
Baldomera. — Güi ¡
¡Compadre!...
Dupont. —Dans ce mesón on ne manch que gaspachó On ne di !
43
1
—
Es que el que yo traigo es de Irlanda.
Rosa.
—
Baldomera. Pues no lo traigas de tan lejo, covasón. Ah ¡
esto de las judías, como tú pones tan finamente, que aquí siemp
s'han llamao chícharos, es otra estafa.
Rosa. —
Señora! ¡
Barco !
Juncosa. —
Menuda armirante
¡ !
—
Baldomera. Las del Barco las conosco yo mejon que nad
porque en ese Barco llevo yo toa mi vida navegando. ¿ Tú te e
teras ?
Rosa. — Sí, señora.
—Pues,
Baldomera. hala.
Rosa. — señora.Sí,
Rosa. —
(Haciendo mutis por la izquierda.) Es una señora <
Xaudaró. (Mutis.
. .
—
Anacleto. ¡Es mucha mujé, compadre! Y eso que dise usté <
4,4
tó, como el mardita sea la cara de los dos!, pa casarse
otro..., ;
'
Juncosa. (Idem.) Siertos son los toros!
—
¡
45
usté tiene un niño con don Felipe, es cuando se arma er lío,
porque...
—
Anacleto. (A Baldomera.) Claro; porque como su hijo de
\
—
Juncosa. Ni compadre ni na. Aquí lo que hay que se...
Anacleto. —
Aquí lo que hay que se es abogao, porque con esto
¡
versasión !
—
Manolita. (Por el foro. ) Señora, ahí está la modista.
—
Baldomera. Bueno.
—
Manolita. Y ahí están también unas señoritas preguntando por
la señorita Grasia, pa llevársela a da un paseo en motora por
el río.
Baldomera. —
¡Quial (En capitán general. A Juncosa.) A la mo-
dista, que pase; a esas señoritas, que esperen. (A Manolita.) A
Grasia, que baje. Vamos ¡ 1
—
Manolita. Sí, señora.
—
Baldomera. (Enérgica.) Pero, vamos Vamos
¡
(Manolita ! ¡ ¡ ¡ ! 1 !
se va por la escalera.)
—
Juncosa. (Haciendo mutis por el foro.) (¡ Mardita sea! ¡Tan
bonito que estoy ahora y que no le importe yo ni un botón
(Vase.)
Baldomera. — (De
espaldas a Anacleto, entreteniéndose en alisar
el asiento de (Bueno, a este... indiferente le tengo yo-
un sillón.)
que quemá la sangre.) (Canturrea un fandanguillo.)
Sara. —
(Joven, simpática y guapa modista, con una gran caja,.
Por el foro.) Buenas tardes.
Baldomera. Buenas. —
Sara. —
(Sacando un traje de calle en tono ose-uro y muy ele-
4G
gante.) Cuidao con lo que es la gente Loca m'habían puesto a
¡ !
—
¡ ! . .
¡
¡ !
—
Sara. Vamos a ve ahora otra cosa. (Por la chaquetilla del ves-
tido.) Quítese usté eso.
Baldomera. — Sí, señora. (Se quita la chaquetilla
*
y queda con
losbrazos al aire.)
—
Sara. Muy bien.
—
Baldomera. Jesús; así, con todo al aire, está una...
47
—
Anacleto. (Sin volver la cara.) (¿Eh? ¿Pero s'ha quitao tam
bién la combinasión ? ¡Hombre!... ¡Hasta aquí podían Ilegá las
cosas
Sara.
!
—
(Sacando de la caja una especie de dial negro.) Tien<
usted unas carnes de un blanco sonrosao de lo que se ve muy poco I
—
Anacleto. (Sin volver lai cara.) (¡Chavó, que está en cuerr
Sara. —
(Poniéndola sobre los hombros el chai y viendo el b\
efecto que hace. ) Ole, y viva lo negro
— ¡ 1
Sambrano.
Baldomera. — Se lodiré yo, que a mí no me importan las de
Sambrano ni las de San Bruno. (Con muy buen aire se dirige hacié
el foro.)
—
Anacleto. (¡Es er generá Prim, por la gloria de mi madre!)
—
Baldomera. (Volviendo grupas.) Oye, y otra cosa. Acabo de en-
terarme de que todas las noches pelas la pava con mi niño por 1$
ventana der callejón, ¿eso es verdá?
Gracia. —Es verdad.
—
Baldomera. ¿Y lo sabe tu padre?
Gracia. — No, señora.
Baldomera. — Pues eso tiene que saberlo ahora mismo.
Gracia. — Quéééé ¿ ?
48
—
Baldomera. Que aquí no se hase na a espardas suyas, y si él
lo consiente, bueno está pero si dise que s'ha acabao, s'ha acabao.
—
;
—
Baldomera. Voy a despedí a las de la lancha y güervo. Y que
voy..., pobiesillas!, pero con arguien me tengo yo que desahoga.
i
4 49
Anacleto. — ¡Don Felipe!
Don — Hala, hala sarte a medios y arráncate
Felipe. \ ; los
Anacleto. — Don Felipe, joyín
¡ !
tes, caramba
Don Felipe. —Güeno menos música y vamos a faena, que de
; la
ti no me da cuidao. Sé que eres noble...
Anacleto. — Y dale ¡ No, me va a cortá oreja
! si la !
usté que la gente toa s'ha reunió, y en lugá de subí esos maestros
que usté espera va a subí mi niño na má, en nombre de tos, si es
que usté lo aserta.
Don — Conque tu niño. M'alegro, hombre Nos vamos a
Felipe. ¡ !
niña y mi la niño!...
Don Felipe. — Lo de reja por las noches. Lo sabía.
Sí. la
Todos. — ¿Eh?...
Don Felipe. — (A Anacleto.) Y ya que vamos a hablá se tersia,
<ie Mu poquito. Pero vamos a hablá. ¡Eso no pué
eso. se!
Gracia. — Padre ¡ !...
Don Felipe. — ¡No pué se! ¡Ya está to hablao! ¿Más poco?...
Y es más, que aunque pudiera se no sería. Aprovecharé lo del dis-
gusto de la gente y lo de la petisión de aumento de jornales pa
despedí a ese mosito.
—
Anacleto. ¿ Despedí a mi hijo ?
—
Don Felipe. ¿No está claro lo de despedirle? ¡Pues echarlo,
que es más claro Primero, porque, ¿ de dónde se ha creído ése
!
ése va a la calle
—
Anacleto. (Heroico.) ¡Y yo con él i
50
Don Felipe. —Y tú con él, puesto que lo quieres. Súbeme las
laves.
—¿Me va usté a cogé palabra, don Felipe?
Anacleto. la
— no
Don Felipe. Si la retiras...
Anacleto.— ¡No
(Altivo.) la retiro!
Don Felipe. — Pues a tú y tu niño la calle
—
¡ !
No he de aun-
la escalera.) sejar,
me maten. (Se
iue va.)
Baldomera. — (Haciendo- mutis por izquierda.) ¿Que tenga la
Confianza? ¿Qué a hasé? (Vase.)
irá
Don Felipe. — (A Anacleto, que se hace remolón.) ¡Las el llaves
i seguía
le
í Anacleto. — (Haciendo mutis por
Sí, señó. ¡Mardita sea el foro.)
ii Vi a hasé una bemba con un bombín y va a habé teja
divorsio !
51
* j
Don —
Felipe. Pasa, hombre.
—
Carlos. Buenas tardes.
—
Don Felipe. Buenas tardes. Siéntate.
—
Carlos. No, señó deje usté.
;
—
Don Felipe. Siéntate, hombre.
—
Carlos. (Sentándose.) Grasias.
—
Don Felipe. (Después de sentarse también.) Bueno; tú dirás.
—
Carlos. Ya usté sabe que la gente quería presentarle a usté un
piiego con unas petisiones...
—
Don Felipe. Y sé que hablaban de i a la huelga si yo no ar-
sedía a ellas, y eso, no, Carlos. A mí amenazas, no
¡
—
Carlos. Nadie ha pedido nada todavía, ni nadie ha amenazado
con nada tampoco, don Felipe. A mí me vinieron con el pliego
para que yo lo firmara, pero yo lo rompí.
—
Don Felipe. (Asombrado.) ¿Que lo has roto?...
—
Carlos. Lo he roto y me he comprometido a conseguí lo que
piden sin pliegos ni pamplinas.
—
Don Felipe. Mucho fías en tu influensia.
—
Carlos. En mi influensia, nada. En er talento de usté, mucho.
—
Don Felipe. ¿Va a prinsipiá la coba?... Hay que ve! ¡Pedí
¡
trabajo, sino más trabajo pa gana más dinero, porque en mis tienjl
pos el que más trabajaba más cobraba. Pero ahora se quiere qijp
todo er mundo cobre lo mismo pa que no se distinga el vago d$
que no lo es, y eso...
—
Carlos. Eso es curpa de las sircunstansias. ¿Hubieran los obre-
ros conseguido na por las buenas ? ¡ Nunca Hay mucho egoísmo
!
52
—
Carlos. Usté nació léón, don Felipe, y los leones caminan siem-
pre solos y no en manadas. Pero no todo el mundo nase con la
misma condisión. Hoy un obrero sin asosiá es una oveja entre
lobos. Déjelos usté que se asosien y que se defiendan.
—
Don Felipe. ¿Pero si yo les doy lo que piden, pa qué asosiarse
ni da cuotas si no tienen que defenderse de na?
—
Carlos. Con lo que ellos den se defenderán otros que no tengan
ía suerte de tené un patrono como usté.
—
Y dale con la coba
Don Felipe.
—
¡
53
usté hubiera heck¿ también lo que voy a haser yo lio sejar. Y se :
hubiera usté considerao tan hombre como el que más para aspirá
a lo que pudiera aspirá el más hombre. Porque en éste (por el co-
razón) no se manda.
—
Don Felipe. ¿Pero adonde vas tú?..*
Carlos. —¿No puedo yo llegá adonde han llegao otros? Yo tengo
la noblesa de advertírselo a usté.
Don Felipe.— ¿Llamas noblesa a declararte mi enemigo^? Bas-
tante hemos hablao ya, Carlos. Mejor dicho hemos hablao por úl- :
hombre!)... (Y ase.)
Don Felipe. — (Viéndole ir.) (¡Qué muchacho ¡Ole y bendita sea
I
soy ningún iluso y sé que podrán mirarte con buenos ojos muchos
que valgan más que yo, y sin estar yo a tu vera estoy perdido,
Grasia. Porque estando yo a la vera tuya podría desirte: "Ese
valdrá más que yo, pero que te quiere más que yo, ni ése ni nadie
en el mundo.
—
Gracia. ¿Pero vas a hacerte ahora de menos tú, que tienes el
mérito de tu propio orgullo? Yo te juro, Carlos, que para mí no
hay ni habrá nunca más hombre que tú. Créeme No, no soy ya ; !
54
te? Pues te abraso. (Lo hace.) ¿Besarte? ¡Pues te beso! (Lo tesa
rápida y graciosamente. ) Así ¡
Carlos. — ¡Grasía!...
Gracia. — (Poniendo el alma en cuanto dice.) ¿Crees tú que
quien te lia besado con este cariño puede ya besar a otro hombre?
(Llorosa.) Ya ves que no te he besado despasio, como hasen los
del sine, que eso no es de verdad. Te he besado así. (Vuelve a he-
sarlo como- antes, y se echa a llorar.)
—
Carlos. (Conmovido.) Grasia de mi alma!... (Se limpia los
¡
ojos. )
Gracia. — (Advirtiéndolo.) ¿En? ¿Tú también? No ¡Tú con : ¡ ! !
lágrimas, no
Carlos. — (Atrasándola.)
!
—
Baldomera. Que sí, Grasia. Comiendo yo el pan de esta casa
no debo de sé una traidora y tendría que serlo, porque, tire por
donde tire, pa mí lo primero der mundo es mi hijo. Y si él te
quiere, como te quiere, se casa contigo aunque tenga yo que re-
torserle el cuello a tu padre y al padre de tu padre. Ea vámonos, :
55
Don Felipe.— (Entrando en escena.) ¿Secándote tú los ojos?
¿Qué joroba te pasa, Bardomera?
—
Baldomera. (Resueltamente.) M'alegro que me lo pregunte usté,
porque asín puedo desírselo más pronto. Mi usté, don Felipe: usté'
ha echao hase un momento a mi difunto marío mu bien echao,* ;
recho va a i toavía.
—
Baldomera. Entonse quiere desí, don Felipe...
Don Felipe.—-Que nosotros nos vamos de viaje y ya está. Si
durante er viaje se acaba la cosa, ¿qué le vamos a hasé? ¡Estaría
de Dió Pero si ellos siguen empestiílaos y saben esperá, que es
!
56
—
Don Felipe. (Al ver a Manolita, que entra en escena.) Cui- ¡
—
Manolita. (; Atisa ) ¿ Han llamao V!
—
Don Felipe. Sí; aguarda. (Busca en su cartera unos papeles.)
—
Baldomera. (Que está acharadísima.) ¿Dónde está la seño-
rita?...
Manolita. — (Al ver a Gracia, que entra por el foro.) Aquí la
tiene usté.
Gracia. — ¿Me querían para algo?
Don Felipe. —
Sí. Hasé
el las dos, que vamos a
Savó de vestirse
i a retratarnos pa lo del pasaporte. Ponerse como vayáis a i, pa
que luego no tengamos líos en la fiontera. (A Baldomera.) Si tú
vas a i de sombrero, retrátate con sombrero pa que vean que eres
la misma. Andando.
—
Gracia. (Subiendo la escalera con Baldomera.) ¿Vamos enton-
ces los tres? ¡Cuánto me alegro! Porque eso será sefíal de que...
—
Baldomera. (Atajándola.) De que lo he 'pensao mejó. ¿Qué
hago yo aquí sin marío y con el hijo sin colocasión?...
—
Gracia. (Despectiva.) ¿Y era usté la que tanto quería a su
hijo?... ¡A Carlos no lo quiere nadie más que yo! (Mutis de
ambas.)
—
Don Felipe. (Muy satisfecho, dándole a Manolita unos papeles
que ha estado ordenando.) Llévale esto a Gonsales y dile que so
llegue a la agensia de viaje por el presupuesto que encargué... y
que se entere bien.
Manolita. — Sí, señó.
Don Felipe. —Voy yo también a prepararme... (Mutis por la
derecha.)
. Mmíolita. — Hay que
¡
Porque estaban abrasando, que yo
vel se
lo he visto.
Anacleto. — (Por con un manojo de
el foro, ¿Se puede? llaves.)
Manolita. —Pase usté... si cabe.
Anacleto. —Hola, Manolita.
Manolita. —¿Qué es Anacleto? eso,
Anacleto. —Que aquí vengo a entregá como Bobadil. las llaves
Manolita. —¿Bobadil?
Anacleto. —Bobadil, hijo de Bobadilla,
el
Manolita. —¿Pero qué ha pasao, Anacieto?
Anacleto.—Que m'han echao a Y a mi niño también.
la calle.
Manolita. — (Muy contenta.) ¿Es de veras?
Anacleto. —Es de veras.
Manolita. — Por
¿ de relasiones?
lo las
Anacleto. —Por de lo las relasiones.
Manolita. —
Ole ¡
—
Anacleto. -Y mi..*, ex mujé, según acaba de desircne mi niño,
se va a echá ella sólita. Vamos, que se va a despedí, porque s'ha
puesto contra don Felipe que... pa qué te vi a hablá
—
¡
53
cuanti quieras, porque estás mu bien y mu llenita, Manolita.
¿Per© dónde voy yo?... Yo ya no soy ná, ni vargo pa na. ¡Soy un
pelele, un desgrasiao, un Juan de las Viñas, un... divorsiao, mar-
dita sea ¿ Y pa eso han votao el divorsió ? Vi a i a Madrí con
!
59
—
^Anacleto. (Asombrado.) ¿Qué? ¿Una mujé que no es mi mu jé
y que me da a mí dinero para que viva?... Bardomerai !...
— ¡ ¡
Baldomera. ¿ Eh ?. .
Un chul
!
¡ ¡
jamás ! !
—
Baldomera. ¿Pero te has vuelto loco?
—
Anacleto. (Dirigiéndose al corredor de la izquierda.) ¡Mu bu
ñas tardes
Don Felipe. — (Dentro, llamando.) Bardomera !...
¡Voy! el foro.)
Anacleto. — (Deteniéndose.) ¡Cómo llama!... la
Baldomera. — (Haciendo mutis.) Tanta dirnidá con tantísimo
lamparón. Voy (Y
. . ! ase.
Anacleto. — (Viéndola
¡
TELON
60
ACTO TERCERO
La misma decoración del acto anterior. Es de día.
—
Rosa. Hasta luego, tú.
—
Manolita. ¿Dónde vas con eso?
Rosa. — Esj la túnica de mi sobrinillo, que como hoy es el Do-
mingo de Ramos se viste de nasareno, un nasareno de cuati o años,
que no levanta una palma del suelo. Monísimo va a está.
—
Manolita. ¿Le has hecho tú la túnica?
—
Rosa. Claro de niños no las hay hechas. Los hombres no tie-
:
nen más que ir, apuntarse, dar un duro y le prestan una túnica,
'
03
birria de las birrias. Eche usted manchas y zurcidos, descosidos y
rotos. La gorra, también sucísima, es un higo.)
Juncosa. —
(Muy apurado.) Manolita, mujé, por tus difuntos.
¿Tienes ahí sepilió, bensina, un trapo, una aguja y una mijita de
hilo verde? Repara qué" desgarrón.
Manolita. — María y ¡ ... Pos aguja no tengo, pero ben-
José!...
sina y trapos, que he estao sí, yo quitando una mancha. Espere.
Juncosa. — Pos conmigo, líate mujé empiesa por donde quieras.
Manolita. —Venga usté
;
cosia. Resurta que en estos dies meses han recorrió medio mundo.
Han visto Venesia y lo que no es Venesia, el Cairo, el Egisto,
esto..., ¡donde er pan!, Viena, "Norruega", Londres, Mallorca y Gui-
púscoa y to.
Juncosa. — Turismo
¡ !
—
Manolita. El vení ahora ha sí o porque la señorita Grasia se
fijó en un armanaque del noté donde estaban y va dise Calla : — ¡
vierne Vierne Santo! Lo cual que lo oyó don Felipe y dijo: ¿Qué —
estás disiendo? ¿Semana (Santa ya? ¿El Cachorro por las calles
de Sevilla y nosotros aquí, pasando frío, entre judíos y protes-
tantes ? Pa Sevilla, pero que ya, que esto es un pecado de loi
¡ ;
—
Macarena ¡Viva su madre! —
a eso del amanesé por la calle ,
Arcásares, con ese pasito de vaivén que le dan los que la llevan,
me pego con mi padre que me diga que no hay Dio, porque la Ma-
carena es la Madre de Dió la Macarena es sevillana, Dio nasió en
Sevilla, y yo soy paisano de Dio. Pero der de aquí : er nuestro !, ¡
no del que hay que desirle las cosas en latín pa que las entienda:
na, na ;er nuestro !, el hijo de la Macarena, a la que se le habla
¡
"Virgen de la Macarena,
la der coló bronseao f
eres gitana morena
por tos los cuatro cosíaos.
juntas
Juncosa. —Dies nieges con la misma levita, tú carcula; uno tiene
que comé, ar comé se pringa uno los déos, y los déos hay que lim-
piárselos en arguna parte. Digo yo
—
¡
ganas
—
Manolita. ¿Y usté no se defiende, cristiano?
Juncosa. —
Si no puedo
¡ Me asecha por las esquinas, y en cuan-
!
Juncosa. —
No lo sabes bien Ayé me dijeron que lo han visto
¡ !
—
Juncosa. Na que hasta dormío me busca, Manolita. Carcúlate
; ¡
65
Manolita.-t—Es verdá. ¿Qué querrá desí esta cru?
—
Juncosa. ¿Qué va a querer desí? ¡Por ésta que te lo juro!
Lee, lee.
Manolita. — (Leyendo.) "Hola, compadre: ¿Dónde se mete ust¿
que no lo veo? Es peó pa usté, ¿sabe usté? Es peó pa usté, por-
que como no lo veo no gasto fuersas, y como voy juntando fuer-
sas, el día que lo vea es peó pa usté. Suyo que lo es, Anacido."
—
Juncosa. Lee, lee la posdata,
—
Manolita. (Leyendo. ) Posdata Es peó pa usté.
—
:
paré.
Juncosa.— Aaaanacleto !...
¡ !
—
¡
me usté
Anacleto. — ¿Eh? ¿Pero qué usté con ese pañuelo? ¿Es
liase ar-
guna alusión?
Juncosa. — Que pido parlamento, compadre. Por menos que lo se
entere uno de por qué sacuden. Digo yole ¡
6(5
e^mo, porque no duermo, porque soy un fantasma del otro mun-
do desde er punto y hora que mi divorsié de mi Bardomera. {Gol-
peándose el lado izquierdo.) Porque la tengo aquí, que no me la
pueo arrancá y, sin embargo, es otro er que la tiene y estoy en
"vidensia" por cuipa de usté.
Juncosa —
¿Por mi curpa, compadre?
—
Anacleto. ¿No fué usté er que me imbuyó la idea del di-
vorsio ?
— ¡
—
Juncosa. (Huyendo y tirando muebles.) ¡Ay!... ¡Socorro!...
Auxilio Que me matan
!...
Carlos. — (Apareciendo en
¡ ¡ !
67
dijeron que había usté entrado aquí, y... ¿quién le ha dicho a ust
que han vuelto?
—
Anacleto. (Estremeciéndose.) ¿Eh? ¿Pero? ¡¡Carlos!!
—
Manolita. (Apareciendo también por la izquierda, con ciert
miedo.) ¡Dios mío! ¿Pero qué pasa? ¿Qué ruidos son esos? Qu ¡
—
Anacleto. ¿Pero están ahí?
—
Manolita. Llegaron anoche.
—
Anacleto. (Avanzando como un poseído hacia Manolita. Es k 1
—
¡ ¡
codurto.
Juncosa. — ¡Ojú! (A Manolita.) Cuidao con ¡ los sellos!
Anacleto. — ¿Han venío dos? los
Manolita. —Los tres.
Anacleto. —¿Los tres? ¿Es que traen argún niño?... ¡Claro, e
dies meses hay tiempo ! ¡
Ay ! ¡Un niño mío que no es mío Y ! ¡
—
¡
68
—
Juncosa. Joyín, compadre, yo...
—
Anacleto. Aproveche usté er respiro que le doy o... (Ronca y
tordamente.) O la muerte!! ¡Güervo! (Mutis por el foro.)
— ¡ ¡
—
Carlos. ¿Están arriba?
—
Manolita. Ellas dos, sí, señó están desayunándose. Don Fe-
;
geniaron.
Carlos, —
Caramba
¡ !
—
Manolita. Menudo telegrama le puso anoche. Yo misma lo
llevé.
—
Carlos. ¿Y qué le desía?... ¿Tú recuerdas?
—
Manolita. Lo naturá también. (Gomo si lo estuviera leyendo.)
Llegué muy bien; tristísima. Procura está aquí Vierne Santo, que
sale Santo Entierro.
—
Carlos. ¿Y telegrafió a Parí?
—
Manolita. A Parí.
Carlos. —
Ya le costaría caro el telegrama
¡
69
Manolita. —
Uf !
—
¡
calera.)
Manolita. — (Limpiándose los ojos.) Hay que pensá en otra cosa,
Manolita. En Pepe er sillero, en Juanito el del estanco, en Se-
rafín el del puesto o... en er polletón, joroba, que tampoco hay
necesidá de casarse, que a lo mejón le toca a una un comunista coá
gafas. ¡Qué mala pata tengo!... (Vuelve a secarse los ojos.)
—
Don Felipe. (Por la derecha, primera puerta.) ¿Qué es eso,
Manolita? ¿Qué te pasa?
—
Manolita. Que soy más tonta que usté, que ya es desí.
—
Don Felipe. (Asomorado.) ¿Eh? ¿Qué dises, chiquilla?
Manolita. —Porque, vamos, yo seré tonta esperando anos §
años con los brasos crusaos, pero usté ha hecho el primo bien.
Porque hay que ve lo que es estarse dies meses comiendo de fonda
pa desapartá a la niña del novio, y la niña y er novio dándose
besos por teléfono, por carta y por tarjeta.
—
Don Felipe. (Como antes.) ¿Pero qué t'ha dao, Manolita?
—
Manolita. Unas ganas mu grandes de irme de la casa. (Se di-
rige a la izquierda.)
—
Don Felipe. Pero escucha, mujé, óyeme. ¿Adonde vas?
—
Manolita. ¡Ar polletón! (Mutis por el corredor de la izquierda.)
70
Don
Felipe. —
¡Chavó, qué venate!...
—
Juncosa. (Por el foro.) De primera, Manolita. Ya está serrao
y atrancao vamos a ve por dónde entra ahora ese verdugo...
;
Ahí cambió usté oro fino por metá, don Felipe. En eso se coló usté.
—
Don Felipe. Si me colé o no me colé fué cosa mía, y a ve
si hay una mijita de respeto. Oye, ¿y qué es de Carlos?
71
Don —
Felipe. ¿Ah, sí? Cuenta, cuenta.
—
Juncosa. No sé qué de sosio industriá : que don Lusio es er que ^
—
Don Felipe. Ah, ya también lo sabía. ;
Juncosa. —
Pero usté lo sabe to
¡ !
—
Juncosa. No, señó.
Don Felipe. —Pues a trabajá.
Juncosa. — Como güenos. los
Don Felipe. —¿Como güenos tú? ¿Es que losarrepentío? t'has
Juncosa. — señó han pasao muchas
Sí, ; y yo he cambiao cosas,
mucho. Usté va a ve cómo no sargo de
lo la fábrica.
Don Felipe. —¿Qué?
Juncosa. —Mi corchón me a ar torno pa no vi llevá pie del tené"
ni que a
salí cuando se dé de mano.
la calle
Don Felipe. — (Escamado.) Huy, huy, huy!... Ar pan, pan, ¡
—
Don Felipe. ja ¡ Ja, ja,
—Mire usté que ha estao aquí no hase
Juncosa. na. (Mostrándo-
le Que toavía
la cara.) me nota. se
Don Felipe. — Escucha, pues verdá, sí es
72
ir que dise loco, sino ¡loco! Vamos, ¡¡loco!! ¿Qué quiere desí
oco ? ¿ Loco ? Pues loco ! !
—
¡ i ¡
—
Juncosa. Y tiene una fuersa... Una ve, en er callejón de Re-
gina, me cogió a traisión por los fondillos, me levantó en arto y
así me llevó, como si yo fuera un plato de durse, hasta er pilón
de la Encarnasión, donde, pon !, ¡el remojón Su padre ! ¡
—
¡
calles
—Con
Juncosa. a usté que su no
desirle pierde de hijo lo vista,
—
Don Felipe. Un momento, Ramire; ahora bajo. Siéntate por
ahí. (ANACLETO, que no es otro el nazareno, hace signos negati-
vos.) Sí, hombre, y quítate el capirote. (Nuevos signos negati-
73
vos de Anade to.) ¿Eh: \Muy mosca, tejando la escalera.) ¿Pero..,',
no eres Kamire;
—
Acacheto. {Plantándote itra nano en el hombro.) : Te pillé! 1
—¿Anacieto:
Doy Felipe.
AyACLETO. (Descubriéndose.) señó y aquí vengo por mif Sí. : lo
Doy Felipe. —¿Y qué tuyo? es lo
Axacleto. — Mi mujé. Y como nieve veago pa que no tenga la
que ponerme ni una farta.
Doy Felipe-—Hay que hasé argo más, so tonto Tápate la ; :
Axacleto. — Quieto
—
;
Baldonee a. —
Que está ahí mi niño que m'ba eontao lo que leí
¡
:
las mismas noches sin dormí los mismas angustias que yo tengo !..-]
;
¡Y no puedo más. don Felipe; usté lo sabe, no puedo viví sin él!;
—
Doy Felipe- (Consolándola,) Yamos, vamos, Bardomera... (A
74
Anacleto.) Usté perdone, amigo. (La abraza como amparándola.)
Pobresita Es una santa
! !
—
\ ¡
,75
—
Carlos. Tú, no, Gracia. Una hija no debe nunca enfrentarse
con su padre. Yo, que no le toco na, debo ser quien hable. Si a mí
me da una repostá sabré aguantársela, porque de un hombre como
tu padre lo aguanto yo to.
—
Gracia. Por lo mismo, Carlos. Yo sé todo lo que tú le respe-
tas y lo admiras...
Carlos. —Lo que él se merese.
Gracia. —Y sería un dolor que te dijera algo desagradable. Yo
le hablaré, porque yo, que lo quiero más que a las ninas de mis?
ojos...
—
Carlos. De eso de quererlo había que hablá, porque yo...
Don Felipe. —
Güeno a ve cuándo vais a dejá la coba
i :
—
Carlos. (A Gracia.) Habla tú.
—Mira, papá cuando salimos de Sevilla fué pa sepa^
Gracia. ;
rarme de él.
Gracia. —Pero era porque cada día que pasaba más se acortaba la?
distancia que me separaba de él y más se acercaba el día de voll
ver a verlo.
—
Carlos. (Amorosamente, cogiéndole una mano.) ¡Grasia!...
Don Felipe. —
(Parándole los pies.) ¡Se!... ¡¡Seee!!... ¡Hom-
bre !...
—
Gracia. Y él me ha esperado como tenía que esperarme: tra-l
bajando y abriéndose camino. Entre junio y septiembre ha apro-
bado dos afíos de ingeniero industriá ahora, en junio, lleva el ;
—
¡
Baldomera. — (Intercediendo.)
¡
¡Don Felipe!
76
Don Felipe. —
Don Felipe no puede más
¡ Es desí que yo me ! ¡ :
tonto
Gracia.— (Llorosa.) ¡Padre!... (Hipa Anacleto como antes.)
Baldomera. — (Llorando como un berraco.) ¡Anacleto! ¿Dónde
está mi Anacleto?
Anacleto. — (Levantándose Bardomera el antifaz.) ¡ !
Baldomera. — Quítatela !
Anacleto. — (Empezando a
¡ ¡
ver, señores
Todos. —¿En?
Manolita. —Que aquí hay mucha mié pa mí, y me voy.
77
Don Felipe. —
¿Pero adonde vas, chiquilla?
Manolita. —
Ar polletón A vestí santos
—
; ! ¡ !
—
¡
Anacleto. Ya
— ; ¡ !
—
Baldomera. ¡Puerco, gorrino, cochino, sinvergüensa !...
Anacleto. —Mira, Bardomera, que ya hay divorsio en España
— ¡
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