Pizarnik, AlejandraLOS POSEÍDOS ENTRE LILAS

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Los poseídos entre lilas 1

LOS POSEÍDOS ENTRE LILAS


de Alejandra PIZARNIK
PERSONAJES
Segismunda
Caro
Macho
Futerina

Una habitación con muebles infantiles de vivos colores. Luz como una agonía, como cenizas.
Pero también, como una fiesta en un libro para niños. En la pared del fundo, cubierta de
espejos, hay dos ventanas verdes en formas de corazones.
A la derecha, en el proscenio, una puerta rosada. En la pared, junto a la puerta, un cuadro
dado vuelta como un hombre orinando en un parque. En el proscenio, a la izquierda, dos
pequeños féretros–inodoros, muy juntos, uno blanco a rajas verdes y otro rojo con pequeñas
flores de rafia. En el centro, cubierta con una manta color patito tejida por los pigmentos y
que representa parejas como de juguete practicando el acto genético, sentada en un fabuloso
triciclo, está Segismunda. Inmóvil a su lado, Carol la mira mascar chicle con los ojos
cerrados.
De pronto, Carol corre las cortinas. Camina vacilante, con la cabeza echada hacia atrás, como
disfrazado de dama antigua. Corre la cortina de la ventana derecha, cuyo diseño representa a
la Gioconda con una cada de resfriada y sonriendo demasiado, de modo que se descubre que
tiene un solo diente. Corre la cortina de la ventana izquierda, que tiene estampada una pintura
de Mondrian y, en el centro, el dibujo del cinturón de castidad para labios que inventó Goya.
De nuevo se para junto a Segismunda, le quita la mante, le saca la capa gris modelo Lord
Byron o George Sand, las pliega y las guarda en los féretros – inodoros que resultan ser
armarios, se queda apostado junto al poderoso triciclo de Segismunda.
Segismunda trae pantalones de terciopelo rojo vivo modelo Keats, una camisa lila estilo
Shelley, un cinturón anaranjado incandescente modelo Maiakovsku y botas de gamuza celeste
forradas en piel rosada modelo Rimbausted De su cuello prende un falo de oro en miniatura
que es un silbato de roca rala y toda su persona evoca el otoño.
En el transcurso de la obra, una monja y un payaso, en un rincón, al fondo a la izquierda,
limpiarán un viejo triciclo. En el rincón opuesto habrá un maniquí infantil. Este personaje
tiene la cara celeste y las cejas y los labios dorados. A su lado estará un suntuoso caballito de
cartón muy empenachado y cubierto de arneses lujosos.
SEGISMUNDA: (Extrae un cigarro del bolsillo de su camisa y lo enciende
cuidadosamente) Estoy sentada cerca de la ventana y fumo. Es verdad que
renuncié hace mucho a ser una persona. No obstante, vivo. ¿Por qué? No lo
sé. Pero es así y sufro. ¿Acaso no he andado en busca de esos signos hasta
el agotamiento y no he mirado hasta casi volverme ciega? ¿Qué me pasa?
Antígona, ¿No fui yo? Ana Franck, ¿acaso no fui yo? (A Carol) Voy a
acostarme)
CAROL: Acabo de levantarme y ayudarte a montar en tu triciclo mecanoerótico.
SEGISMUNDA: ¿Y entonces qué?
CAROL: No puedo levantarte y acostarte cada cinco minutos.
SEGISMUNDA: Todo occidente envidia mi triciclo mecanoerótico.
CAROL: Yo no.
SEGISMUNDA: Mientras dormía ¿no sentiste ganas de dar en él una vuelta manzana?
Los poseídos entre lilas 2

CAROL: No hablés tan fuerte.


SEGISMUNDA: No te inquietes, nadie se entrerará que sos virgen. Dicen que la virginidad
duele, ¿es cierto? Pero ¿por qué tenés esa cara deshojada?
CAROL: Soñé que vos y yo estábamos “a un paso del adiós”.
SEGISMUNDA: ¿Será verdad?
CAROL: Si lo dice el tango.
SEGISMUNDA: ¿Entonces?
CAROL: me iré a otro sitio, a cualquier parte. Encontraré otra ciudad, otras calle,
otras casas. (Pausa)
SEGISMUNDA: ¿Carol?
CAROL: Sí.
SEGISMUNDA: ¿No estás cansado de ese ardiente afán?
CAROL: Estoy arto. (Canturreando) Mi noche, tu noche, / mi llanto, tu llanto, / mi
infierno, tu infierno.
SEGISMUNDA: Lindo tango. Miente como los otros.
CAROL: Entonces, ¿por qué es lindo?
SEGISMUNDA: Porque mata al sol para instaurar el reino de la noche negra. Per a mi noche
no la mata ningún sol. Tenés cara de irte.
CAROL: Quiero irme, trato de irme.
SEGISMUNDA: No me querés.
CAROL: No se trata de eso.
SEGISMUNDA: Antes me querías.
CAROL: Recordaré tu palidez legendaria, tu aversión al arrabal...
SEGISMUNDA: Qué vida fácil tenés.
CAROL: ¿Y a esto llamás vida?
SEGISMUNDA: Y yo con el corazón olvidado del ritmo, con los pulmones desgarrados, yo
tratando de encontrar, sola, a solas, en soledad, encontrar, a fin de pintar,
de escribir.
CAROL: Pero está el mar, la gente, las estaciones, los suburbios...
SEGISMUNDA: No quisiera pintar ni describir una cara ni un acantilado ni casas ni
jardines, sino algo más que todo eso, algo que si yo no lo hiciera visible,
sería una ausencia.
CAROL: Si yo fuera escritor describiría (canturrea) el “dramón de la pálida vecina /
que ya nunca salió a mirar el tren” ¿No te conmueve esa renuncia al uso de
los ojos?
SEGISMUNDA: Que se joda por coger para joderse.
CAROL: Cuando entrás en el seno de la obscenidad, nunca más se te ve salir.
SEGISMUNDA: La obscenidad no existe. Existe la herida. El hombre presenta en sí mismo
una herida que desgarra todo lo que en él vive, y que tal vez, o
seguramente, le causó la misma vida.
CAROL: (Canturreando) “La vida es una herida antigua...”
SEGISMUNDA: Todo, hasta el tango me da la razón. Pero, ¿para qué me sirve la razón?
CAROL: (Recitando) Amputada de sí misma y de esa clara razón sin la cual somos
apenas manequíes, apenas bestezuelas.
SEGISMUNDA: Qué tango paleolítico.
CAROL: Lo trajeron los hermanos Pinzón, o cabeza de Vaca, o tal vez Cabello y
Mesa junto con López y Planes
SEGISMUNDA: ¿Quiénes son López y Planes?
CAROL: Los trillizos que hicieron el himno nacional.
SEGISMUNDA: Mi único país es mi memoria y no tiene himnos. (Pausa)
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CAROL: (Ordena la habitación y canta) “Al verte los zapatos / tan aburridos / y
aquel precioso traje / que fue marrón / las flores del sombrero / envejecidas
/ y el zorro avergonzado / de su color”
SEGISMUNDA: ¿Cómo está tu inconsciente?
CAROL: Mal.
SEGISMUNDA: ¿Cómo está tu superyó?
CAROL: Mal
SEGISMUNDA: Pero podés cantar.
CAROL: Sí.
SEGISMUNDA: ¡Entonces cantá una verdadera canción! Algo sin zorros inhibidos, ¿me
escuchás?
CAROL: No tengo otro remedio.
SEGISMUNDA: Si te es imposible hacer tu vida como querés, por lo menos esforzate en no
envilecerla por contacto excesivo con el mundo que agita movedizas
palabras. ¿Me escuchás?
CAROL: Sí.
SEGISMUNDA: Y entonces, ¿por qué no me matás?
CAROL: Porque (Caturrea) “no tengo ni rencor ni veneno ni maldad..:” (Pausa)
SEGISMUNDA: ¿Qué hiciete con tu triciclo?
CAROL: Nunca he tenido triciclo.
SEGISMUNDA: Es imposible
CAROL: Y cómo lloré por tener uno. Me arrastré a tus pies. Me mandaste a la
mierda. (Aparece un triciclo cabalgado por Macho, quien viste andrajos
pero lleva guantes colorados de esquiador)Te dejo. Tengo que hacer.
SEGISMUNDA: Menos mal que vivimos en esta casa parecida a una plaza de gran belleza
metafísica. (Pausa)Andá. Esto que soy va mejor (Carol sale)
MACHO: ¡La máscara! ¡Una omelette!
SEGISMUNDA: Maldito seas entre todos los mortales.
MACHO: ¡LA máscara! ¡Una milanesa!
SEGISMUNDA: Nada más peligroso que los viejos. Disfrazarse y comer, no piensan más
que en eso. (Pintada. Entra Carol) Ayudame a soportarlo. (Señala a
Macho)
MACHO: ¡La careta! ¡Niños envueltos!
SEGISMUNDA: Dale niños envueltos y que se calle.
CAROL: No hay más.
MACHO: ¡Quiero niños envueltos y vacío al horno!
SEGISMUNDA: Dale un chupetín. (Carol sale y entra con un chupetín. Pone el chupetín
en la mano de Macho, quien lo toma con ansiedad, lo palpa con
desconfianza, lo husmea con una sonrisa)
MACHO: (Llorisqueando) ¡Está duro! ¡No puedo!
SEGISMUNDA: Encerrarlo en el gallinero (Carol lleva a Macho fuera de escena)
CAROL: (Regresando) Si envejecer fuera útil.
SEGISMUNDA: Supongo que el envejecimiento del rostro y del cuerpo ha de ser una herida
de espantoso cuchillo. (Pausa) ¿Querés sentarte encima del manubrio?
CAROL: No quiero sentarme.
SEGISMUNDA: Lo sé, y no quiero mantenerme en pie.
CAROL: Así es.
SEGISMUNDA: Cada uno su especialidad. (Pausa) Siento deseos de huir hacia un país más
hospitalario y, al mismo tiempo, busco bajo mis ropas un puñal.
CAROL: ¿Y si nos contamos chistes?
SEGISMUNDA: No tengo ganas (Pausa) Car.
CAROL: Sí.
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SEGISMUNDA: Sin embargo cumplimos años, perdemos la frescura, las ganas... Perdemos
la frescura, las ganas... perdemos... Car, ¿No es eso la realidad?
CAROL: Entonces la realidad no nos ha olvidado.
SEGISMUNDA: ¿Y por qué decís que ya no existe?
CAROL: ¿Puede darse algo más triste que esta conversación?
SEGISMUNDA: Quizás es triste porque no hacemos nada.
CAROL: No hacemos nada pero lo hacemos mal (Pausa)
SEGISMUNDA: Creés que sos el único que sufre en este mundo porque quisiste un triciclo
y no te lo dieron. ¿Te creés muy importante, verdad?
CAROL: Muy
SEGISMUNDA: Esto no anda. Pensé que criticarme me divertiría.
CAROL: Te dejo.
SEGISMUNDA: ¿Tenés que hacer?
CAROL: Tengo
SEGISMUNDA: ¿Hacer qué?
CAROL: Mirar el montón de manos de muñecas que hay en la azotea de Ángelo, el
que fabrica muñecas.
SEGISMUNDA: ¿Y para qué mirar manos sin brazos?
CAROL: miro manos chiquitas para que se apaguen mis rumores (canturrea)
“Araca, corazón, callate un poco...”
SEGISMUNDA: ¿Para qu{e diablos quer{es apagar tus rumores?
CAROL: Me hablás con desprecio
SEGISMUNDA: Perdón (Pausa. Más fuerte)Que consten los complejos anales de nuestra
historia que dije perdón. Y vos, como si nada. No sabés cuánto desprecio a
los que no se interesan por mí.
CAROL: Te oigo, te oí. (Pausa. Sinuosamente, entra el nuevo Macho en su
destartalado triciclo. Con el chupetín en la mano se pone a escuchar)
SEGISMUNDA: ¿Encontraste otra pata de hipopótamo?
CAROL: No encontré nada
SEGISMUNDA: ¿Revisaste bien la casa?
CAROL: No encontré nada.
SEGISMUNDA: ¿Qué sucede?
CAROL: Alguien pesca lo que parecía un pescado pero es algo que no termina de
pasar. Alguien o algo deja oír su impronta respiratoria. Algo fluye y jamás
cesa de fluir.
SEGISMUNDA: Pero jamás no tiene sentido así como no lo tiene siempre.
CAROL: Todo es horriblemente invisible
SEGISMUNDA: Por supuesto, y ahora andate. (Car permanece inmóvil como si alguien lo
estuviera soñando) Creí haber dicho que te fueras.
CAROL: Te oí. Dijiste que me fuera. Intento hacerlo desde que me parió mi madre.
(Sale. Pausa. Segismunda cierra los ojos, parece dormida. Macho golpea
su triciclo con el chupetín. Pausa. Vuelve a golpear m{as fuerte. Aparece
un triciclo más desvencijado que el de Macho; las extremidades de
Futerina se adhieren a él como garfios. Futerina trae sombrero de pie de
monotrema guarnecido con moños de equidna...)
FUTERINA: ¿Qué te pasa, mi hombreamor? ¿Golpeás porque no podés más de ganas?
MACHO: Y vos, que no golpeás ¿qué estás haciendo?
FUTERINA: Me estaba quitando el vello. (Risita)
MACHO: Besame, tocame. Tocame un nocturno.
FUTERINA: No podemos con los triciclos en las entrepiernas
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MACHO: No te hagas la monja portuguesa, vení, acercate. (Las cabezas se acercan


dificultosamente. No llegan a rozarse. Se apartan) se me perdió en el
inodoro.
FUTERINA: ¿Cuándo?
MACHO: No sé, pero ayer estaba.
FUTERINA: ¿Ah, ayer! ¿Ayer era el canto de una guitarra en un albergue lejano, era el
horizonte salvaje de un dormitorio con trapecios y hamacas para ejecutar
ciertas posiciones que (en voz más alta) aquí están prohibidas (Se miran
en medio de lo irremediable)
MACHO: ¿Me querés?
FUTERINA: Mal, gracias, ¿Y vos?
MACHO: ¿Yo qué?
FUTERINA: ¿Me querés?
MACHO: como un culverston
FUTERINA: No me evoques buenos recuerdos (Se apartan más)
MACHO: ¿Me deseas?
FUTERINA: Sí, ¿y vos?
MACHO: También. A pesar de todo, se para bien.
FUTERINA: ¿Qué?
MACHO: El triciclo
FUTERINA: ¿Qué más vas a decirme?
MACHO: ¿Querés saber la hora?
FUTERINA: ¿Para qué?
MACHO: Eso si que no sé. (Pausa) Recordá cuando los tres camiones embistieron
nustros triciclos. Perdimos brazos y piernas. Segismunda nos compró estos
brazos ganchudos para empujar los pedales. (Ríen)
FUTERINA: Fue en Santa Carmen de Areco
MACHO: No. Fue en Antonio de Areco. (Ríen con menos ganas) ¿Tenés frío?
FUTERINA: Excepto en la pajarita, me muero de frío. ¿Te cambiaron los pañales?
MACHO: No llevamos pañales. (Con cansancio y tristeza)¿No podrías ser un poco
más precisa?
FUTERINA: Los paños para lisiados, entonces. ¿Qué importancia tiene?
MACHO: Es muy importante.
FUTERINA: Yo no me quejo, pero las palabras nuevas ofenden cuando se refieren a las
mismas desgracias.
MACHO: (Mostrando el chupetín) ¿Querés un cachito? De chupetín. Te cuardé más
de la mitad y además el palito. (Mira el palito con ternura) ¿No lo querés?
¿No estás bien?
SEGISMUNDA: (Con mucho cansancio) No me dejan dormir, cállense o hablen más bajo,
si pudiera dormir un minuto, un año. Si durmiera, detrás de mis ojos de
dormida yo vería los mares y los laberintos y los arco iris y las melodías y
los deseos y el vuelo y la caída y los espacios de los sueños de los demás
vivientes. Yo podría ver y oír sus sueños.
MACHO: (Bajo) Oír y ver los sueños de los vecinos (Ríe bajito)
FUTERINA: Tiene sueños de espía.
MACHO: ¡No hablés tan alto!
FUTERINA: (Sin bajar la voz) Nada más cómico que los deseos no realizados de los
demás.
MACHO: ¡No tan alto!
FUTERINA: Pero si es lo más cómico que hay, y los primeros días nos reíamos como
frente a títeres. Pero al final todo se vuelve lo mismo, y el asunto sigue
siendo cómico pero ya no reímos
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MACHO: Quizás sea una muñeca verde


FUTERINA: ¿Qué dijo?
MACHO: Que una muñeca verde
FUTERINA: Entonces no quiso decir nada. Voy a contarte lo que nos decía mi maestra
de primero inferior.
MACHO: ¿Para qué?
FUTERINA: Para que te diviertas
MACHO: No parece un tema gracioso-
FUTERINA: Escuchá. Te va a reír hasta mearte. (Con voz neutra de narrador
imparcial)”Acostumbre a su niño desde un principio a adoptar la postura
conveniente...” (Futerina se muere de risa)
MACHO: ¡Mal pensada! (Se ríe también él) “... la postura conveniente, aconsejada
por la higiene escolar. La necesidad de esa manera de sentarse ha impuesto,
puede decirse, el culo normal...” (Futerina ríe hasta las lágrimas. Macho
con la misma voz del narrador) “... puede decirse, el culo normal de aquí,
entonces, que se hermanen perfectamente...”
SEGISMUNDA: ¡Basta! (Macho se asusta, deja de hablar)
FUTERINA: Me estaba contando...
SEGISMUNDA: ¿No han terminado? ¿No terminarán alguna vez? ¿Nunca van a terminar?
(Macho pedalea subrepticiamente a fin de alejarse. Futerina permanece
inmóvil) ¿De qué pueden hablar ustedes? ¿De qué puede hablarse todavía?
(Toca el silbato. Entra Carol) Tirá estos triciclos y también, de paso, estas
cosas que los pedalean. (Carol se dirige a los triciclos)
MACHO: Da miedo recordar que se fue niño.
FUTERINA: Las lilas tuvieron la culpa, y es por ellas que estoy condenada. (Carol los
lleva fuera de la escena. Pausa)
CAROL: (Regresando) Los encerraré en el fondo. Para vos ya no hay m{as que sus
sombras.
SEGISMUNDA: ¡Malditos! ¡Que no se mueran nunca! ¡Que sólo sueñen con caballos
tuertos! (Pausa) ¿Qué murmuraba la ramera?
CAROL: Dijo que las lilas tuvieron la culpa.
SEGISMUNDA: ¿Y a mí qué? ¿Es esto todo?
CAROL: No. Dijo que estaba condenada por las lilas.
SEGISMUNDA: ¿Qué dicen del sátiro los diarios?
CAROL: Que murió.
SEGISMUNDA: Pero si me gustaba. Hasta recorté su foto. Era fácil advertir que tenía un
alma rosa tirando hacia el azul más tierno. Imagino que al conocerme
hubiera dicho palabras perfectas. Por ejemplo: “Amiga de agua, amiga del
color de la ceniza”
CAROL: ¿Si cambiamos de tema?
SEGISMUNDA: ¡Qué cosa el sexo! Pura psiquis, nada sino psiquis. (Pedalea)Voy a dar la
vuelta al mundo. Apartá los obstáculos. (Carol lo hace)Esto sí que es vida.
Pasearse en triciclo y luego colocarse en el centro del mundo.
CAROL: (En voz baja) Ya no existe el centro del mundo.
SEGISMUNDA: Necesito un triciclo más confortable, con biblioteca, heladera y dicha.- así
podría irme a cualquier lado. A Córdoba, por ejemplo.
CAROL: ¿Y por qué a Córdoba?
SEGISMUNDA: ¿Y por qué no a Córdoba?
CAROL: No es el único lugar.
SEGISMUNDA: Es verdad. ¿Me querés decir qué haría yo en Cpordoba?
CAROL: Nada.
SEGISMUNDA: Tenés razón. Ya me harté de Córdoba. ¿Estoy en el centro?
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CAROL: Mas o menos.


SEGISMUNDA: Siempre más o menos. Hemos comido el fruto del árbol del Más o Menos.
Buscamos lo absoluto y no encontramos sino cosas.
CAROL: (Fingiendo alegría) ¿Sabés que el sátiro dejó un ramo de cosas en su
testamento?
SEGISMUNDA: No me interesan los sátiros. Además no existen.
CAROL: (después de un largo silencio) ¿Jugamos a las visitas?
SEGISMUNDA: (Desganada) Bueno. (Carol sale, toca el timbre y entra corriendo) tocan
el timbre. ¿Será el Sr. Cascallares?
CAROL: ¿La señora quiere recibir al Sr. Cascallares?
SEGISMUNDA: Hágale Usted pasar a la sala. (Carol sale y vuelve con bigotes postizos y un
sombrero en la mano)
CAROL: Señora, tengo el honor de saludar a Usted
SEGISMUNDA: Buenos días caballero. Tome Usted asiento; siéntese Usted, sírvase Usted
sentarse. ¿Cómo sigue usted?
CAROL: Muy bien señora, gracias. ¿Y usted?
SEGISMUNDA: He estado un poco resfriada, pero hoy voy muy bien.
CAROL: Cerebro mucho el ver a usted reestablecida.
SEGISMUNDA: Ha sido mucha amabilidad al haber pensado en mí. Hace tiempo que no
tengo el gusto de verle.
CAROL: Me he presentado varias veces en su casa de usted, pero no he tenido el
placer de encontrarla. Han debido entregar a usted mi tarjeta.
SEGISMUNDA: En efecto, y siento en extremo el no haberme hallado en casa para recibir a
usted.
CAROL: ¿Cómo sigue su señor padre de usted?
SEGISMUNDA: Está indispuesto; no puede salir de su cuarto.
CAROL: Lo siento mucho. Espero que no será nada.
SEGISMUNDA: Es poca cosa; pero a su edad necesita cuidarse.
CAROL: ¿Y su hermano de usted, sigue siempre bien?
SEGISMUNDA: ¡Oh! Tiene una salud de hierro. Continuamente tengo que decirle que se
cuide.
CAROL: Es que no se conoce el valor de la salud hasta que se la pierde. ¿Y su
hermana de usted, cómo está?
SEGISMUNDA: No tiene dos días buenos seguidos, y eso que toma todas las precauciones
imaginables.
CAROL: Nadie pierde la salud más pronto que los que toman demasiados cuidados
por conservarla.
SEGISMUNDA: Tal vez tenga usted razón; pero es muy difícil guardar en todo un justo
medio.
CAROL: La salud es uno de los tesoros más preciosos y, por lo general, l que peor se
guarda.
SEGISMUNDA: ¿A quién lo dice usted? Yo tengo un gran fondo de salud y, sin embargo,
estoy cada mes indispuesta.
CAROL: ¡Nadie lo diría! ¡Tiene usted siempre tan buen semblante!
SEGISMUNDA: Eso no pasa de ser un piropo
CAROL: Los piropos se hacen a los que los merecen (voz de un criado imaginario)
El señor y la señora Smith–Corona.
SEGISMUNDA: (Aparte) ¡Qué macana! ¡Qué porquería! (Alto) Hágales usted entrar en el
salón.
CAROL: Me retiro con permiso de usted, señora.
SEGISMUNDA: ¿Me deja usted tan pronto?
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CAROL: Crea usted que siento en el alma el no poder permanecer más tiempo a su
lado.
SEGISMUNDA: Yo también siento el que su visita haya sido tan corta.
CAROL: Si usted se digna permitirlo, procuraré indemnizarme la próxima vez.
SEGISMUNDA: Dará usted con ello una verdadera satisfacción a mi padre, que tanto se
complace en la sociedad de usted.
CAROL: Si no temiera importunar a usted...
SEGISMUNDA: Mi padre tendrá mucho gusto en ver a usted.
CAROL: Tenga usted la bondad de presentarle mis recuerdos
SEGISMUNDA: No lo olvidaré
CAROL: Hasta que tenga el placer de volver a ver a usted. Tengo el honor de saludar
a usted.
SEGISMUNDA: Adiós. (Sola) El señor y la señora Remington pudieron haber escogido un
momento más oportuno. ¡Cuántas visitas que son un opio necesario
soportar todos los días! Car, esto ni es risible ni nada.
CAROL: Juguemos entonces a la paciente y el médico.
SEGISMUNDA: Nos suicidásemos. (Voz de criado) Señora, aquí viene el médico. (Car sale
y vuelve a entrar, con anteojos y un maletín)
CAROL: Es para mí un placer el que usted me necesite, y desearía con todo mi
corazón el que todo el mundo se hallara en el mismo caso.
SEGISMUNDA: Agradezco a usted esos sentimientos.
CAROL: Aseguro a usted que le hablo con el corazón en la mano.
SEGISMUNDA: Me hace usted demasiado honor.
CAROL: De ningún modo; no encuentra uno todos los días una enferma como usted.
SEGISMUNDA: Doctor, soy su servidora.
CAROL: Yo voy de ciudad en ciudad y de provincia en provincia para encontrar
enfermos dignos de ocuparme. Desdeño entretenerme con enfermedades
ordinarias, tales como reumatismo, prurito anal, dolores de cabeza y
estreñimiento. Lo que yo quiero son enfermedades de importancia, buenas
calenturas con delirio, satiriosis, fulgor ulterino, hidropesía, priapismo,
cabecitas de alfiler, talidomídicos, centauros, talón de aquiles, Monte de
Venus, Chacra de Júpiter, Estancia de Atenea; en fin, en eso es donde yo
gozo, en eso es donde yo triunfo. Desearía, señora, que estuviese usted
abonada a todos los médicos, desahuciada, en la agonía, para mostrar a
usted la excelencia de mis remedios.
SEGISMUNDA: Agradezco a usted, caballero, las bondades que tiene para mí.
CAROL: Déme usted el pulso. Vamos, lo hago natural. Eso no es natural, ¿quién es
su médico de usted?
SEGISMUNDA: El doctor Limbo del Hano.
CAROL: Ese nombre no me gusta. ¿Y de dónde dice que está usted enferma?
SEGISMUNDA: Dice que de un resfrío de bazo.
CAROL: Todos esos médicos como su Hano son unos animales. De lo que está usted
enferma es del pulmón.
SEGISMUNDA: ¿Del pulmón?
CAROL: Sí. ¿Qué siente usted?
SEGISMUNDA: Una vez sentí dolor de cabeza.
CAROL: Justamente, del pulmón.
SEGISMUNDA: En una ocasión tuve náuseas.
CAROL: El pulmón.
SEGISMUNDA: Y siento, cuando estoy muerta de fatiga, cierta flojedad en todos los
miembros.
CAROL: El pulmón.
Los poseídos entre lilas 9

SEGISMUNDA: En otros momento, entreveo la armonía del universo y entonces me


acometen dolores de vientre como si fueran cólicos. Pero cuando voy al
baño noto que es estreñimiento.
CAROL: El pulmón. Cuando como usted. ¿lo hace siempre con apetito?
SEGISMUNDA: Si no escucho música de Wagner, sí.
CAROL: El pulmón. ¿Le gusta a usted beber un poco de vino francés?
SEGISMUNDA: Sí, doctor.
CAROL: El pulmón. ¿Le invade a usted una pequeña somnolencia después de haber
comido a las 4 de la mañana, y halla usted entonces un cierto placer de
dormir?
SEGISMUNDA: Sí, doctor.
CAROL: El pulmón, el pulmón, esté usted segura que es el pulmón. ¿Qué alimentos
le ordena a usted su médico?
SEGISMUNDA: chuleta de chivato, tobillo de pollo; otras con preservativos de marrón
glacé; cadera de oca con fichas de ludo; alas de caballo de ajedrez...
CAROL: ¡Qué bestia!
SEGISMUNDA: Huevos con sala de chupa...
CAROL: ¡qué asco!
SEGISMUNDA: Testículos de todo a la Isabel la Católica.
CAROL: ¡Qué animal!
SEGISMUNDA: Y por la noche cuatro tazas de chocolate preparadas con leche de puerca
encinta.
CAROL: Su médico de usted es un pingüino rosado. Es necesario que tome usted
nada más que barquillos, rosquitas, zen zen, gofio y chicle. ¿Qué le pasa?
SEGISMUNDA: Un tormento como sentirme deletreada por un semianalfabeto. De noche
alguien pregunta en un jardín, pero las respuestas son equívocas y
desdobladas.
CAROL: Por lo menos sufrís, por lo menos sos desdichada.
SEGISMUNDA: Admiro tu dulzura ponzoñosa.
CAROL: No me duele tu ironía. Pero si hicieras un esfuerzo por hablar. Te haría
bien.
SEGISMUNDA: ¿Querés que hable? Muy bien. (Pausa) Todo está como un peine lleno de
pelos; como escuchar con una esponja en los oídos; como un loco metiendo
a una mujer en la máquina de picar carne pero le parece poco y mete
también la alfombra, el piano y el perro. (Cierra los ojos) Mirá por la
ventana y decíme qué hay.
CAROL: (Mirando por la ventana) No lo puedo creer.
SEGISMUNDA: No te pido que lo hagás creyente sino qué digas lo que hay.
CAROL: Hay un fotógrafo de esos que sacan “mirando el pajarito”. Está
fotografiando a un ciego –sí, lleva bastón blanco– acompañado de su perro.
SEGISMUNDA: ¿Y en la ventana de enfrente?
CAROL: Lo de siempre: una bombacha y un corpiño sobre una silla y una sombra
que va y viene. Es la sombra de la dactilógrafa.
SEGISMUNDA: ¿Y el sol?
CAROL: No hay sol.
SEGISMUNDA: ¿Entonces qué?
CAROL: Está opaco.
SEGISMUNDA: ¿Y los espejos que brillan tan dulcemente?
CAROL: También los espejos están opacos.
SEGISMUNDA: (Abriendo los ojos) Ponete AL lado mío. (Carol se pone junto al triciclo)
CAROL: Mi amante es más alta que un reloj de péndulo.
SEGISMUNDA: Basta de farsa.
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CAROL: Mi amante es obsena porque se toca la hora.


SEGISMUNDA: Todos me dicen que tengo una larga, resplandeciente vida por vivir. Pero
yo sé que sólo tengo mis propias palabras que me vuelven.
CAROL: Tantos proyectos que te exaltaban.
SEGISMUNDA: Es tarde para hacerme una máscara.
CAROL: Dijiste que querías alabar el frío, la sombra, la disolución; dijiste que
mostrarías cómo todos los caminos se abren a la negra liquefacción.
SEGISMUNDA: Ceremonia implacable. Alguien ejecutaba un gesto perfecto que me
hechizaba y me daba terror.
CAROL: No te entiendo.
SEGISMUNDA: Mi palabra es oscura porque estoy sola.
CAROL: Tal vez vos misma te dejás aprisionar en un círculo vicioso.
SEGISMUNDA: Alguna vez fijate lo que dice el diccionario acerca del “círculo vicioso”. La
definición termina así: Abrir es lo contrario de cerrar y cerrar es lo
contrario de abrir.
CAROL: Lo malo es que es cierto (Pausa) Recuerdo tu ópera en 18 actos, que
duraba tres minutos.
SEGISMUNDA: El cuerpo de baile estaba constituido por 35 ancianos sobre 35 triciclos.
Los ancianos traían tutús celestes y zapatillas rojas. La ópera se llamaba
Mecanoerótica senil y lo único auténtico eran los movimientos de los pies.
(Las luces se desvanecen; Segismunda y Carol también. Luz fantasma,
poética. Se escucha “El lago de los cisnes” o algo parecido a la mayor
velocidad. Irrumpen pedaleando, los 35 ancianos del Apocalipsis de
Segismunda. De repente: imprevisto silencio y después súbita oscuridad
acompañada de un fuertísimo estampido. Un reloj tictaquea
ruidosamente; se escuchan jadeos como si una muchedumbre fornicara
o agonizara. Al encenderse las luces, Segismunda y Carol aparecen en el
mismo lugar y en la misma postura, pero como si en el lapso de la
representación de la obra hubiese estallado una bomba. La casa –“la
plaza metafísica”– ha quedado en ruinas. Pausa. Largo silencio) ¿Quién
habrá sido el bastardo de fantasmas sifilíticos?
CAROL: Hay tantos.
SEGISMUNDA: Esa ópera hubiera podido tener un sentido, y de ese modo nosotros mismos
lo hubiéramos tenido... no del todo, pero algo... en vez de nada.
CAROL: ¿Por qué hablás del sentido? ¿Para qué decís cosas demasiado ciertas?
SEGISMUNDA: Ahora ni siquiera queda lo que yo había sonado. Tanto mejor, ya nada
podrá desilusionarme. (Pausa. Largo silencio)
CAROL: (Mirando por la ventana) La dactilógrafa se acostó y está dando cuerda a
su despertador.
SEGISMUNDA: Mientras imagina que hace el amor con el vicegerente y encima de la mesa
del subgerente y entonces llega el gerente y la descubre a Ella, por lo tanto
se divorcia de su mujer (con la que concibió dieciocho hijos) y se casa con
Ella, a pesar de que él tiene 35 años en tanto ella frisa los 53 abriles y
exhibe una sonrisa ornada por dientes y encías de plástico.
CAROL: (Sigue mirando por la ventana)Se revuelve en la cama como una cuchara.
SEGISMUNDA: Preguntale dónde metió sus dedos sarnosos. (Pausa) Nadie quiere vivir.
Las promesas son más bellas. (Pausa) pero esos dedos. Si le ofrecieran
lilas, al llegar a sus manos se volverían negras.
CAROL: Y si la matamos ¿qué?
SEGISMUNDA: No necesito sugerencias acerca de probables epílogos. Estoy hablando, o
mejor dicho, escribiendo con la voz. En lo que tengo: la caligrafía de las
Los poseídos entre lilas 11

sombras como herencia. (Pausa. Con arrebato) ¡Vámonos a las islas


Galápagos! ¡Compremos un barco! ¡Las aguas nos llevarán!
CAROL: (con todo de augur)Muerte por agua.
SEGISMUNDA: Un momento. (carol se detiene) ¿Te parece que los galápagos serán
mansos?
CAROL: Creo que no.
SEGISMUNDA: Car, no hagas nada. Mejor dicho, hacé lo que quieras. (Carol va hacia la
puerta. Segismunda, en voz baja, como recitando) Tendía las manos con
amor hacia la otra orilla. ¡Car! (Carol se detiene) ¿Cómo andás? ¿Cómo te
sentís?
CAROL: Voy y vengo
SEGISMUNDA: Car, alguna vez, tal vez, encontraremos refugio allí donde comienza la
realidad verdadera. Entretanto, ¿puedo decir hasta qué punto estoy en
contra? Car, ellos son todos y yo soy yo. “Car, te hablo de la soledad
mortal. Hay cólera en el destino puesto que se acerca, entre las arenas y las
piedras, el lobo gris... ¿Y entonces, Car? Porque romperá todas las puertas,
porque sacará afuera a los muertos para que devoren a los vivos, para que
sólo haya muertos y los vivos desaparezcan. No tengan miedo del lobo
gris. Yo lo mencioné para comprobar que existe y porque hay una
voluptuosidad enorme en el hecho de comprobar. Sólo las palabras
hubieran podido salvarme, pero estoy demasiado viviente. No, no quiero
cantar muerte. Mi muerte... el lobo gris... la matadora que viene de la
lejanía... ¿No hay un alma viva en esta ciudad? Porque ustedes están
muertos. ¿Y qué esperanza nos queda si están todos muertos? ¿Y cuándo
vendrá lo que esperamos? ¿Cuándo dejaremos de huir? ¿Cuándo ocurrirá
todo esto?
CAROL: (Intenta sonreír y canturrea) “Afuera es noche y llueve tanto”.
SEGISMUNDA: Afuera es noche de cadáveres. Los jardines son sus flores obscenas. ¿No
hay un alma viva en Santa María de los Buenos Aires”. No pregunto esto
porque no sepa sino para que conviene, decir a menudo lo que nos puede
servir de advertencia, Car, ¿Por qué no te reís? Yo, yo, yo, dijiste
advertencia. Car. ¿debo agradecer o maldecir esta circunstancia de poder
sentir todavía amor a pesar de tanta desdicha? Hablar de amor es casi
criminal y no obstante... no obstante... y no obstante... quiero ver mi
muñeca nueva. (Pausa. Carol sale y entra sosteniendo una muñeca verde
por una pierna)
CAROL: Aquí está la invitada. (Entrega la muñeca a Segismunda, quien la sienta
en sus rodillas)
SEGISMUNDA: ¿Verdad que es verdad que es verde?
CAROL: Parecer, parece verde.
SEGISMUNDA: ¿Cómo que parece verde? ¿Es verde o no es verde?
CAROL: entre el verde y el azul fui herido.
SEGISMUNDA: (Examinando a la muñeca) Olvidaste el sexo.
CAROL: La muñeca no está terminada pero esa medalla de la guerra de Alsacia y
Lorena y esos flecos dorados y esa ramita bordada indican que empieza a
despuntarle un sexo que ni la Bella Otero.
SEGISMUNDA: No le pusiste sombrero.
CAROL: ¡Te dije que no está terminada! Una muñeca que se respeta no lleva
sombrero antes de estar terminada. ¿O es que por casualidad los fetos
llevan panamá?
SEGISMUNDA: ¿Puede pararse?
CAROL: ¿En dónde? ¿Por qué? ¿Aquí mismo?
Los poseídos entre lilas 12

SEGISMUNDA: ¿Puede pararse la muñeca?


CAROL: No se lo pregunté
SEGISMUNDA: Tratá de pararla (Le da la muñeca a Carol, quien la pone en el suelo. En
cuclillas Carol trata de mantener a la muñeca sobre sus pies, sin
lograrlo. La deja. La muñeca cae) Y ahora ¿qué pasó? Dámela. (Carol se
la da) Me mira y medita. ¿Comprendés, Car, lo que esto significa?
CAROL: Sí.
SEGISMUNDA: Ahora es como si me pidiera que la lleve a pasear en el triciclo.
CAROL: Todas las hembras a medio hacer se mueren por los triciclos.
SEGISMUNDA: También es como si me exigiera palabras para comer. Tiene hambre de
poemas. Voy a dejarla así, implorando. (Carol se levanta)
CAROL: Te dejo.
SEGISMUNDA: ¿Sentís celos de Lytwin?
CAROL: ¿Lytwin?
SEGISMUNDA: Es el nombre que le puse a mi muñeca.
CAROL: Me voy.
SEGISMUNDA: No sos más que un pobre celoso.
CAROL: ¿Y qué?
SEGISMUNDA: Un sentimental. Acogedor como un catre. Recurriendo a los tangos por no
saber o por no poder decir las propias penas. (Pausa) Es tan bella, Car, mi
muñeca nueva.
CAROL: Todos fuimos bellos, incluso Sócrates. Después al crecer, Sócrates no fue
que digamos una muñeca (Segismunda empieza a pedalear suavemente e
intenta familiarizar a Lytwin con Gregory, el triciclo fabuloso. Se pasean
por el ámbito de la escena. Carol los mira y, sin darse cuenta, sonríe y
llora a la vez. Aparecen algunos músicos vestidos de cosacos–pop que
ejecutan cantos flamencos cantados por un individuo envuelto en papel
de diario. La muñeca, dichosa como todo ente que no acabó de nacer,
intenta manifestar su agradecimiento. Aunque ignora el código social, se
oye su vocecita enunciar nítidamente)
LYTWIN: ¿Quién pregunta y quién respuesta?
SEGISMUNDA: No te preocupés por agradecer nada a nadie (Lytwun sonríe y se pone a
jugar con su medalla de Alsacia y Lorena. En voz baja) Se durmió.
Acostala. (Carol, en puntas de pie, se va con Lywin. Pausa. Segismunda
se ha puesto una corona de papel plateado) Lytwin está bien, la quiero,
está bien. Pero yo he firmado un pacto con la tragedia y un acuerdo con la
desmesura. He aceptado un ciclo de servidumbres secretas y escucho, todo
el día, como un sonoro desagarramiento de sombras. Estremecimiento del
ser, vértigo de la pérdida, terror fascinado. (Entra Carol) ¿Qué te pasó?
Estás hecho una estatua de lodo.
CAROL: Hay ciertos triciclos que producen cierta colitis a ciertas muñecas de cierto
color verde. (Suena un timbre, abren la puerta. Entra un chino cargado
de farolitos, palillos para comer arroz, sándalo, sandalias y otros
artículos “made in china”)
EL CHINO: Tengo marionetas y autómatas y humúnculos y un ramo de cardos que me
recuerda los días idos. (Mira y huele a Carol)¿Y por qué no? Puesto que el
marqués de Sade estimaba lo que a usted recubre. Inclusive (Se vuelve
hacia Segismunda)tengo pajitas especiales para absolverla como a un
helado de chocolate, el cual hace más al hígado que la misma mielda.
SEGISMUNDA: Le compro una marioneta y váyase a la mielda. (Le arroja un billete. El
chino lo recoge, besa los pies a Segismunda, vomita sobre los de Carol y
desaparece) Aunque no creo que una muñeca suministre de una sola vez
Los poseídos entre lilas 13

tanta caca, me atrevo, caro amigo, a proponer que te des un baño. (Quedan
los dos personajes mirándose quietos y en silencio) ¿En qué estás
pensando ahora que parecés una estatua de “El burgués gentilhombre”?
CAROL: (Con falso aire de monchalance) Me pregunto en qué pensaba Genoveva
de Brabate cuando se ponía en la torre de su castillo a esperar a su esposo.
SEGISMUNDA: ¿Por qué no pensás en vos que estás más interesante que Genoveva de
Brabante?
CAROL: Hablo en serio.
SEGISMUNDA: A primer oído, todos hablan en serio, pero andá mejor a hacer tus
abluciones en honor a San Esfínter.. (Carol se va, Segismunda se queda
callada como una partida de ajedrez. De improviso, se pone frente a un
espejo. Se pega un tiro en la sien con una pistola imaginaria, y se hace la
muerta. Cae su corona de papel plateado. Se escucha música trágica –o
alegre-. Con los ojos cerrados)Vengan, muchachos, estoy muerta, me
aburro. (Abre los ojos, fuerte iluminación. Cierra los ojos. Débil
iluminación. Esto se repite muchas veces) El sol nace en mi mirada.
Cuando cierro los ojos es de noche (medita profundamente. Aparece
Carol notoriamente elegante. Trae ropas más alegres)
CAROL: (Yendo y viniendo como un maniquí) Este modelo, señoras y señores, se
llama “Después de mí, que se jodan”. Seg, me siento hermoso.
SEGISMUNDA: No me interesa la percepción que podés tener de tu esquema corporal.
Necesito silencio.
CAROL: Pero al menos reconocé que en mí, ahora, todo es lujo, calma y “Voluptad”
SEGISMUNDA: ¡Silencio, se está haciendo el silencio! Si no dejás que el silencio termine
su gestación, te mato.
CAROL: Adiós.
SEGISMUNDA: ¿A dónde vas?
CAROL: Adonde nadie alumbra silencios como si fueran quintillizos. (Pausa)
SEGISMUNDA: Todos los que me abandonaron llevan el chaleco de fuerza o el sobretodo
de madera. Me acuerdo de uno que se llamaba Alan, aunque era napolitano.
Cuando se enojaba conmigo se desabrochaba la bragueta, se arrancaba un
mechón de pelos y me los tiraba a la cara. ¿Sabés cómo terminó?
CAROL: En Vieytes.
SEGISMUNDA: Clamando por su mamá (Pausa) Andá a decirle a Macho que venga que
vamos a conversar. (Carol se va y aparece con Macho, quien suena muy
fuerte el timbre de su triciclo)
MACHO: (Sin dejar de sonar el timbre) Aquí llega el Mahatma Gandhi de las
rueditas, el Confucio del eterno triciclo, la Juana de Arto del
autotransporte, el Napoleón de los vehículos, el Atila de los tres, el Pío XII
de los pedales, el Lautreamont...
SEGISMUNDA: Cuidado. No te metás con el Conde. Ya es bastante si no los tiré por el
incinerador de residuos, a vos y a esa libidinosa parecida a Wagner.
MACHO: ¿Qué es Wagner?
SEGISMUNDA: ¡Silencio! Mientras tu mujer ahuyente a los tipos desnudos del amueblado
de sus pesadillas, nosotros vamos a tratar de hablar. (Pausa) Restos. Para
nosotros quedan los huesos de los animales y de los hombres. Donde una
vez un muchacho y una chica hacían el amor hay cenizas y manchas de
sangre y pedacitos de unas y ricitos púbicos y una vela doblegada que
usaron con fines oscuros y manchas de esperma sobre el lodo y cabezas de
gallo y una casa derruída dibujada en la arena y trozos de papeles
perfumados que fueron cartas de amor y la rota bola de vidrio de una
vidente y lilas marchitas y cabezas cortadas sobre almohadas desplumadas
Los poseídos entre lilas 14

como almas impotentes entre los asfódelos y tablas resquebrajadas y


zapatos viejos y vestidos en el fango y gatos enfermos y ojos incrustados
en una mano que se desliza hacia el silencio y manos con sortijas y espuma
negra que salpica a un espejo que nada refleja y una niña que durmiendo
asfixia a su paloma preferida y pepitas de oro negro resonantes como un
conjunto de gitanos de duelo tocando sus violines a orillas del mar Muerto
y un corazón que late para engañar y una rosa que se abre para traicionar y
un niño llorando frente a un cuervo que grazna (Pausa), y la inspiradora se
enmascara para ejecutar una melodía que nadie entiende bajo una lluvia
que calma mi mal. (Pausa) Nadie nos oye, por eso emitimos ruegos, pero
¡miren! El gitano más joven está decapitando con sus ojos de serrucho a la
niña de la paloma. Vamos a beber algo, Car, tres vasos de agua. (Carol sale
y vuelve con una bandeja) Maldito, trajiste soda.
CAROL: No, es agua. (Macho eructa con devoción)
SEGISMUNDA: Acabamos de escuchar la prueba del flagrante delito.
MACHO: (Llorando) ¡Estoy borracho y no tengo otro sitio adónde ir que a la tumba.
Seg: ¿a quién encontraré en el cielo?
SEGISMUNDA: No sé quién está allí ni me importa.
CAROL: A tu salud, Seg.
SEGISMUNDA: A mi salud.
MACHO: (Insinuante) Necesito soda para brindar.
SEGISMUNDA: Nunca te la convidarán. No recuerdo por dónde voy. Sí, lo malo de la vida
es que no es lo que creemos pero tampoco lo contrario. (Triste)¿Quién es el
que me quiere? (Gestos afectuosos de Carol y de Macho) Nada de farsa. Si
viera un perro muerto me moriría de orfandad pensando en las caricias que
recibió. Los perros son como la muerte: quieren huesos. Los perros comen
huesos. En cuento a la muerte, sin duda se entretiene tallándolos en forma
de lapiceras, de cucharitas, de cortapapeles, de tenedores, de ceniceros. Sí,
la muerte talla huesos en tanto el silencio es oro y la palabra de plata.
(Pausa) Este triciclo se está moviendo sin que yo me mueva. Tendré que
hacerlo ver por un mecanorinario. (Pausa) Yo, la triciclista, soy una
metafísica en la sombra. (En voz muy baja) La sombra, ella está aquí. Día
de sal volcada. Día de espejos rotos. Yo estaba por encontrar un pequeño
lugar solitario, propicio para vivir. Soy una mendiga de treguas. Esta vez la
sombra vino a la tarde, y no como siempre por la noche. Y yo ya no
encuentro un nombre para esto. (sigue con la mirada el avance de una
presencia invisible) Y ahora ¿qué hacemos aquí? Indefinidos, desposeídos,
imbéciles. Nos desmoronábamos en forma anodina. Nuestra condición es
tan funesta que no siquiera puede haber duelo. (Largo silencio. De
improviso, Segismunda sonríe)¿Sabés, Macho, que tengo una muñeca
nueva? Nació verde y tiene complejos anales.
MACHO: ¡Qué adorable! ¡Qué inverosímil! ¡Qué estereofónico!
SEGISMUNDA: Recién le dijo a Car: “O me contás Caperucita Roja o te mato” (Pausa) Es
de un verde lleno de traición. Pero eso que dijiste sobre las ganas y la razón
de ser de la existencia... ¿Pensaste que lo dije en serio? (Alarmada) Aquí
está de nuevo la sombra. (Largo silencio. Cierra los ojos, habla
lentamente) Y entonces, y ahora, y entendés, me alejo o llegué. Fue hace
mucho, ayer. ¿Tendré tiempo de hacerme una máscara para cuando emerja
de la sombra?
MACHO: ¿Y si brindásemos por vos y por la sombra?
Los poseídos entre lilas 15

CAROL: (con voz de locutor radial) “Aborrezco a los fantasmas”, dijo, y se notaba
claramente por su tono que sólo después de haber pronunciado estas
palabras, comprendía su significado. (se levanta como quien se va)
SEGISMUNDA: ¿Qué te pasa, Car?
CAROL: Me voy porque la vida que llevo aquí, mi vida, no me gusta.
SEGISMUNDA: ¡Iluso! Como un profesor de lógica.
MACHO: Iluso como una monja comprando velas verdes.
SEGISMUNDA: A mí me gustan las monjas, los pingüinos y el fantasma de la ópera. De
modo que te vas de aquí.
MACHO: Si lo dije en broma (Ríe) Debo de tener un fibroma.
SEGISMUNDA: (A Macho) Andate. (Macho se va en su destartalado y rechinante triciclo)
La función ha terminado. (Buscando) La muñeca se fue.
CAROL: No es una persona verdadera, no puede irse.
SEGISMUNDA: Aquí no está. (Carol sale, vuelve con Lytwin) Dámela. (Carol se la
entrega, Segismunda la abraza) Enigmático personajito tan pequeño,
¿quién sos?
LYTWIN: No soy tan pequeña; sos vos quien es demasiado grande.
SEGISMUNDA: Pero, ¿quién sos?
LYTWIN: Soy un yo, y esto, que parece poco, es más que suficiente para una muñeca.
SEGISMUNDA: ¿No pensás que Lytwin es adorable y siniestra a la vez?
LYTWIN: (En actitud de constricción) Fui yo quien te rompió los libros para
hacerme cucuruchos, barcos y sombreros de corsario que... (Se
interrumpe)
CAROL: Se le acabó la cinta grabadora.
SEGISMUNDA: Ponele otra más extensa.
CAROL: No puedo. Necesito silencio.
SEGISMUNDA: ¿En qué pensás?
CAROL: Quiero ordenar lo de aquí. (Se toca la cabeza con ambas manos)Hay como
cinco chicos mendigos saltando mi cerca mental, buscando aperturas,
nidos, cosas para romper o robar. Quiero hacer otro orden.
SEGISMUNDA: ¡Orden! ¿Qué es esa mentira?
CAROL: Aunque sea una falacia, aspiro a tener orden. Para mí, es la flor azul de
Novalis, es el castillo de Kafka.
SEGISMUNDA: Decí mejor que es tu musa de la mala pata..
CAROL: Yo sé que es idiota, pero es lo único que quiero verdaderamente. Un
espacio mío, mudo, ciego, inmóvil, donde cada cosa esté en su lugar, donde
haya un lugar para cada cosa. Sin voces, sin rumores, sin melodías, sin
grititos ahogados.
SEGISMUNDA: ¿Es eso todo lo que querés?
CAROL: Quiero un poco de orden para mí, para mí solo.
SEGISMUNDA: ¿No andarás enfermo?
CAROL: Estás profanando mi sueño. El orden es mi único deseo, por lo tanto es
imposible. En consecuencia, no creo estar molestando a nadie deseando
cosas imposibles. (Va hacia la puerta)
SEGISMUNDA: ¿Por qué te vas?
CAROL: Si solamente algo anduviera mejor gracias a mi presencia en esta casa. Pero
no. ¿Para qué sirvo?
SEGISMUNDA: Para hablar conmigo. Gracias a nuestras conversaciones adelanté mi libro.
CAROL: ¿Cuál libro?
SEGISMUNDA: ¿Qué libro?
CAROL: El que adelantaste.
SEGISMUNDA: Pero si me estoy refiriendo a mi obra teatral.
Los poseídos entre lilas 16

CAROL: ¡Una obra teatral!


SEGISMUNDA: No te hagás el viajero sin equipaje. No me vengas ahora con que me olvidé
de contarte lo de la obra.
CAROL: ¿Qué importa si me contaste o no? Espero que hayas adelantado mucho.
SEGISMUNDA: Mucho, no. No mucho. A veces el sol se me sube a la cabeza y escribo
como si reaprendiera la vida desde la letra a. Otros días son como el de
hoy: soy un agujero desintegrándose. Sin embargo, algo he adelantado, y
hasta puedo decir que adelanté más que algo.
CAROL: ¡Más que algo! ¡Cuánto!
SEGISMUNDA: No exagerés, no es para tanto.
CAROL: ¿Qué no exagere? Pero me decís algo tan...
SEGISMUNDA: Tiene tatuajes en el traste.
CAROL: ¿Quién?
SEGISMUNDA: ¿Cómo?
CAROL: El protagonista
SEGISMUNDA: Si lo querés llamar así. Tiene tatuados dos ojos, una nariz, y, naturalmente,
una boquita de corazón. Hasta un sombrero tiene. En fin, una típica belleza
de los años veinte en pleno traste. Además de tener tatuajes, tiene siempre
razón.
CAROL: ¿Es un vidente?
SEGISMUNDA: No es un traidor.
CAROL: ¡Qué emocionante! ¿A quién traiciona?
SEGISMUNDA: A él mismo. Simula vigilarse y protegerse a distancia pero en verdad se
acecha, se espía, se busca fisuras, se aguarda gestos de fragilidad, a fin de
tomar posesión de su terreno baldío y...
CAROL: ¿Y qué?
SEGISMUNDA: Y echarse de sí mismo. Eliminarse, aunque sea arrojándose por el inodoro.
CAROL: ¿Qué hace todo el día?
SEGISMUNDA: Mira la oscuridad.
CAROL: Y de sus noches ¿Qué hace?
SEGISMUNDA: Lee un libro pornográfico sosteniéndolo con la mano izquierda. Con la
derecha, Domingo se manualiza.
CAROL: ¿Por qué se llama Domingo?
SEGISMUNDA: ¿Y por qué no se va a llamar Domingo?
CAROL: Hay otros nombres. Basta mirar el calendario.
SEGISMUNDA: Veamos. (Lee salmodiando) Santo Abstinente, Santa Franela, San Pepe,
San Ejecutivo, Santa Fifa... ¿No te gusta Santa Fifa? (Toma su falo de oro
y emite un pitido. Lytwin se ríe a carcajaditas)
CAROL: Ya sabe reír.
SEGISMUNDA: Y fifar, como su risita lo indica.
CAROL: Sí, señor. Ya ríe y ya fifa.
SEGISMUNDA: Lo de que fifa es, por ahora, una hipótesis de trabajo. Pero en el caso de ser
cierta, ¿con quién fifaría mi muñeca?
LYTWIN: Con un matrimonio.
SEGISMUNDA: ¿Cómo? (Se oyen estertores seguidos por un largo gemido y luego por un
llanto animal) Andá a ver qué hacen los desechos. (Carol sale. Vuelve con
rostro de máscara)
CAROL: Reventó la ramera.
SEGISMUNDA: ¿Y Macho?
CAROL: Llora.
SEGISMUNDA: Entonces quiere vivir. Dame el diccionario de Caballero. (Carol sale y
vuelve con el diccionario) Quiero saber qué dice a propósito de la ventana
Los poseídos entre lilas 17

(Busca en el diccionario) La abertura que se deja en las paredes de los


edificios para que entre la luz, el aire, etc. ¿A quién o qué cosa esconderá el
etc.? No importa puesto que la frase “para que entre la luz” me suena como
una ofensa personal. Creo que el hipopótamo me conviene más que la
ventana. (Busca) Veamos: “Anfibio paquidermo llamado vulgarmente
caballo marino, que vive en los grandes ríos y relincha como el caballo”.
Pero lo mejor son las palabras que le siguen al pobre hipopótamo:
“hipoquerida#”; “hipostibio”; “hipotóxoco”; “hirsucia”; “hirticando”;
“hirtípedo”; “hisopifoliado”; “hispidiez”... Hispidiez, parece una despedida
estípida entre hispanos y piditas.
CAROL: ¿Quiénes son los piditas?
SEGISMUNDA: ¿Cómo podría saberlo si lo acabo de inventar?
CAROL: No entiendo por qué pasaste de la ventana al hipopótamo.
SEGISMUNDA: Por una analogía que se formula en leyes secretas.
CAROL: Te molestó la definición de ventana ¿Verdad?
SEGISMUNDA: (Mirando al cielo) Odio las nubes cuando se combinan en formas
hermosas. Qué raro es sentir la luz sobre mi cara. Me gusta, pero sería
como una errata demasiado notoria que yo y la luz hiciéramos alianza
(Pausa) El sol como un gran animal demasiado amarillo (Pausa) Es una
suerte que nadie me ayude. No hay nada más peligroso, cuando se necesita
ayuda, que recibirla. ¿Qué te pasa?
CAROL: Tengo frío, tengo culpa.
SEGISMUNDA: Andá a buscar a Macho. (Carol sale y vuelve)
CAROL: No quiere venir.
SEGISMUNDA: ¿Hace algo?
CAROL: Con la mano derecha remolca el triciclo de Futerina mientras con la mano
izquierda conduce el suyo..
SEGISMUNDA: ¿Así es como piensa resucitarla?
CAROL: Cada uno resucita como puede. (Pausa)
SEGISMUNDA: Traeme a Lytwin. (Carol va hacia la puerta) No, no vale la pena.
CAROL: ¿No querés que la traiga?
SEGISMUNDA: No.
CAROL: Entonces me voy.
SEGISMUNDA: (Absorta) Por supuesto
CAROL: (Va hacia una ventana; mira atentamente, canturrea) “Y pensar que en
mi niñez tanto ambicioné...”
SEGISMUNDA: (Absorta. Carol sale. Pausa) Voces, rumores, sombras, cantos de
ahogados: no sé si son signos o una tortura. Alguien demora en el jardín el
paso del tiempo. Y las criaturas del otoño abandonadas al silencio. “Yo
estaba predestinada a nombrar las cosas con nombres esenciales. Yo ya no
existo y lo sé; lo que no sé es qué vive en lugar mío. Pierdo la razón si no
hablo, pierdo los años si callo. Un viento violento arrasó con todo. Y no
haber sabido hallar por todos aquellos que olvidaron el canto...” (Toca el
silbato. Entra Carol, quien se detiene junto al triciclo) ¿No eras el
ausente? ¿No anunciaste que eras el ido?
CAROL: ¿Para qué hablamos si no hay ningún silencio que romper?
SEGISMUNDA: Muchacho literario, ¿qué vas a hacer sin mí en esta vida con dientes de
tigre?
CAROL: Aquí no se vive ni se sueña. Tampoco se ama.
SEGISMUNDA: Vivir a mi lado es una suerte de muerte, pero alejarse de mí significa morir.
¿Acaso comprendés quién sos?
CAROL: Es una cuestión pueril. Yo soy yo y vos no sos yo.
Los poseídos entre lilas 18

SEGISMUNDA: ¿Y quién te garantiza que vos no sos la sombra de alguno de mis yo?
(Carol da vueltas por la habitación. Por el modo de caminar o por lo que
fuere, parece un autómata o un muñeco, no un ser viviente. Rumores de
lluvia)
CAROL: (canturreando) “... el mismo amor, la misma lluvia..:”
SEGISMUNDA: La cabeza es inútil, los brazos y los pies son inútiles, el sexo es inútil, los
ojos son inútiles. (Pausa) Como una loca que se comió un peine y quedó
encinta, como un mono atragantado con la estopa de mi muñeca, como
declarar su amor llevando un corazón de lata. ¿Y qué si lo he perdido
todo?”. ¿Qué estás haciendo?
CAROL: Voy y vengo. (Carol se acerca a una ventana y mira. canturreando) “...
nadie en ella canta nada...”
SEGISMUNDA: ¡Car!
CAROL: (Canturreando) “... nadie en ella canta nada...”
SEGISMUNDA: Aquí no hay nada que cantar.
CAROL: “...nadie en ella canta nada...”
SEGISMUNDA: (Con dulzura) Car, aquí no se canta.
CAROL: ¿Ya no hay derecho al canto?
SEGISMUNDA: No
CAROL: ¿Sabés cómo va a terminar esto?
SEGISMUNDA: ¿Cómo puede terminar lo que no empezó?
CAROL: Yo sólo quería cantar.
SEGISMUNDA: Se abrió la flor de la distancia. Quiero que mires por la ventana y me digas
lo que veas, gestos inconclusos, objetos ilusorios, formas fracasadas...
Como si te hubieses preparado desde la infancia, acercate a la ventana.
CAROL: Un café lleno de sillas vacías, iluminado hasta la exageración, la noche en
forma de ausencia, el cielo como de una materia deteriorada, pasa alguien
que no vi nunca. Que no veré jamás...
SEGISMUNDA: ¿Qué dice el don de la mirada?
CAROL: Una lámpara demasiado intensa, una puerta abierta, alguien fuma en la
sombra, el trono y el follaje de un árbol, un perro se arrastra, una pareja de
enamorados se pasea despacio bajo la lluvia, un diario en una zanja, un
niño silbando... (repentinamente, en tono vengativo) Una equilibrista
enana se echa al hombro una bolsa de huesos y avanza por el alambre con
los ojos cerrados.
SEGISMUNDA: ¡No!
CAROL: Está desnuda pero lleva sombrero, tiene pelos por todas partes y es de color
gris y con sus cabellos rojos parece la chimenea de la escenografía de un
teatro para locos. Un gnomo desdentado la persigue mascando lentejuelas
de... (Pausa. Con voz fatigada) Una mujer grita, un niño llora. Siluetas
espían desde sus madrigueras. Ha pasado un transeúnte. Se ha cerrado una
puerta. (Pausa)
SEGISMUNDA: ¿Qué pasó?
CAROL: ¿Qué?
SEGISMUNDA: No pasó nada. Eso pasó. Cerrá la ventana. (Carol cierra la ventana) Es
curioso cuánto se habla para tan solo no llegar al fondo de la cuestión.
CAROL: Estoy cansado de nuestros diálogos.
SEGISMUNDA: Tan nuestros no son (recitando) Soy el silencio, el pensamiento, la lengua
y el eco. Soy el mástil, el timón, el timonero, el barco y la roca donde se
estrella el barco.
CAROL: Estoy cansado.
SEGISMUNDA: Quiero a Lytwin.
Los poseídos entre lilas 19

CAROL: No quiero.
SEGISMUNDA: Traela. (Carol busca a Lytwin, la golpea contra la pared y la entrega
brutalmente a Segismunda)
CAROL: Aquí tenés a tu doble.
SEGISMUNDA: ¿Golpeaste a tu doble! Mi todo inofensiva muñequita. (La acaricia) Pensar
que ella ni piensa que duerme.
CAROL: No empieces el juego.
SEGISMUNDA: Ya veo que es tarde.
CAROL: No es nada, ni siquiera tarde. (Pausa. Se oye sonar el timbre)
SEGISMUNDA: Debe ser alguien.
CAROL: ¡Alguien!
SEGISMUNDA: Está bien, matalo. Te ordeno matarlo. (Carol se precipita hacia la puerta)
¡Imbécil! ¡Como si valiera la pena! (Carol se detiene bruscamente. Abre
la ventana y finge mirar)
CAROL: Dej{e mi valija en el depósito de la estación.
SEGISMUNDA: Ti trema un poco il cuote?
CAROL: (Emite una ininteligible imprecación) Si todo lo que está afuera entrara de
una vez a fin de vivificar esta casa. (Va hacia la puerta) Ocurrió. Ninguna
salida.
SEGISMUNDA: Decí unas palabras de despedida, como en el teatro.
CAROL: No quiero decir nada. ¿Qué voy a decir?
SEGISMUNDA: Hay tanto adiós en tu mirada. Car, unas pocas palabras bien escogidas.
CAROL: ¿Acaso las vas a recordar?
SEGISMUNDA: Sí. Voy a tener una enorme cantidad de lugar dentro del más grande
silencio. (Se oye un gemido brutal; es el último estertor de Macho)
CAROL: He vivido entre sombras. Salgo del brazo de las sombras. Me voy porque
las sombras me esperan. Seg, no quiero hablar: quiero vivir.

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