Pizarnik, AlejandraLOS POSEÍDOS ENTRE LILAS
Pizarnik, AlejandraLOS POSEÍDOS ENTRE LILAS
Pizarnik, AlejandraLOS POSEÍDOS ENTRE LILAS
Una habitación con muebles infantiles de vivos colores. Luz como una agonía, como cenizas.
Pero también, como una fiesta en un libro para niños. En la pared del fundo, cubierta de
espejos, hay dos ventanas verdes en formas de corazones.
A la derecha, en el proscenio, una puerta rosada. En la pared, junto a la puerta, un cuadro
dado vuelta como un hombre orinando en un parque. En el proscenio, a la izquierda, dos
pequeños féretros–inodoros, muy juntos, uno blanco a rajas verdes y otro rojo con pequeñas
flores de rafia. En el centro, cubierta con una manta color patito tejida por los pigmentos y
que representa parejas como de juguete practicando el acto genético, sentada en un fabuloso
triciclo, está Segismunda. Inmóvil a su lado, Carol la mira mascar chicle con los ojos
cerrados.
De pronto, Carol corre las cortinas. Camina vacilante, con la cabeza echada hacia atrás, como
disfrazado de dama antigua. Corre la cortina de la ventana derecha, cuyo diseño representa a
la Gioconda con una cada de resfriada y sonriendo demasiado, de modo que se descubre que
tiene un solo diente. Corre la cortina de la ventana izquierda, que tiene estampada una pintura
de Mondrian y, en el centro, el dibujo del cinturón de castidad para labios que inventó Goya.
De nuevo se para junto a Segismunda, le quita la mante, le saca la capa gris modelo Lord
Byron o George Sand, las pliega y las guarda en los féretros – inodoros que resultan ser
armarios, se queda apostado junto al poderoso triciclo de Segismunda.
Segismunda trae pantalones de terciopelo rojo vivo modelo Keats, una camisa lila estilo
Shelley, un cinturón anaranjado incandescente modelo Maiakovsku y botas de gamuza celeste
forradas en piel rosada modelo Rimbausted De su cuello prende un falo de oro en miniatura
que es un silbato de roca rala y toda su persona evoca el otoño.
En el transcurso de la obra, una monja y un payaso, en un rincón, al fondo a la izquierda,
limpiarán un viejo triciclo. En el rincón opuesto habrá un maniquí infantil. Este personaje
tiene la cara celeste y las cejas y los labios dorados. A su lado estará un suntuoso caballito de
cartón muy empenachado y cubierto de arneses lujosos.
SEGISMUNDA: (Extrae un cigarro del bolsillo de su camisa y lo enciende
cuidadosamente) Estoy sentada cerca de la ventana y fumo. Es verdad que
renuncié hace mucho a ser una persona. No obstante, vivo. ¿Por qué? No lo
sé. Pero es así y sufro. ¿Acaso no he andado en busca de esos signos hasta
el agotamiento y no he mirado hasta casi volverme ciega? ¿Qué me pasa?
Antígona, ¿No fui yo? Ana Franck, ¿acaso no fui yo? (A Carol) Voy a
acostarme)
CAROL: Acabo de levantarme y ayudarte a montar en tu triciclo mecanoerótico.
SEGISMUNDA: ¿Y entonces qué?
CAROL: No puedo levantarte y acostarte cada cinco minutos.
SEGISMUNDA: Todo occidente envidia mi triciclo mecanoerótico.
CAROL: Yo no.
SEGISMUNDA: Mientras dormía ¿no sentiste ganas de dar en él una vuelta manzana?
Los poseídos entre lilas 2
CAROL: (Ordena la habitación y canta) “Al verte los zapatos / tan aburridos / y
aquel precioso traje / que fue marrón / las flores del sombrero / envejecidas
/ y el zorro avergonzado / de su color”
SEGISMUNDA: ¿Cómo está tu inconsciente?
CAROL: Mal.
SEGISMUNDA: ¿Cómo está tu superyó?
CAROL: Mal
SEGISMUNDA: Pero podés cantar.
CAROL: Sí.
SEGISMUNDA: ¡Entonces cantá una verdadera canción! Algo sin zorros inhibidos, ¿me
escuchás?
CAROL: No tengo otro remedio.
SEGISMUNDA: Si te es imposible hacer tu vida como querés, por lo menos esforzate en no
envilecerla por contacto excesivo con el mundo que agita movedizas
palabras. ¿Me escuchás?
CAROL: Sí.
SEGISMUNDA: Y entonces, ¿por qué no me matás?
CAROL: Porque (Caturrea) “no tengo ni rencor ni veneno ni maldad..:” (Pausa)
SEGISMUNDA: ¿Qué hiciete con tu triciclo?
CAROL: Nunca he tenido triciclo.
SEGISMUNDA: Es imposible
CAROL: Y cómo lloré por tener uno. Me arrastré a tus pies. Me mandaste a la
mierda. (Aparece un triciclo cabalgado por Macho, quien viste andrajos
pero lleva guantes colorados de esquiador)Te dejo. Tengo que hacer.
SEGISMUNDA: Menos mal que vivimos en esta casa parecida a una plaza de gran belleza
metafísica. (Pausa)Andá. Esto que soy va mejor (Carol sale)
MACHO: ¡La máscara! ¡Una omelette!
SEGISMUNDA: Maldito seas entre todos los mortales.
MACHO: ¡LA máscara! ¡Una milanesa!
SEGISMUNDA: Nada más peligroso que los viejos. Disfrazarse y comer, no piensan más
que en eso. (Pintada. Entra Carol) Ayudame a soportarlo. (Señala a
Macho)
MACHO: ¡La careta! ¡Niños envueltos!
SEGISMUNDA: Dale niños envueltos y que se calle.
CAROL: No hay más.
MACHO: ¡Quiero niños envueltos y vacío al horno!
SEGISMUNDA: Dale un chupetín. (Carol sale y entra con un chupetín. Pone el chupetín
en la mano de Macho, quien lo toma con ansiedad, lo palpa con
desconfianza, lo husmea con una sonrisa)
MACHO: (Llorisqueando) ¡Está duro! ¡No puedo!
SEGISMUNDA: Encerrarlo en el gallinero (Carol lleva a Macho fuera de escena)
CAROL: (Regresando) Si envejecer fuera útil.
SEGISMUNDA: Supongo que el envejecimiento del rostro y del cuerpo ha de ser una herida
de espantoso cuchillo. (Pausa) ¿Querés sentarte encima del manubrio?
CAROL: No quiero sentarme.
SEGISMUNDA: Lo sé, y no quiero mantenerme en pie.
CAROL: Así es.
SEGISMUNDA: Cada uno su especialidad. (Pausa) Siento deseos de huir hacia un país más
hospitalario y, al mismo tiempo, busco bajo mis ropas un puñal.
CAROL: ¿Y si nos contamos chistes?
SEGISMUNDA: No tengo ganas (Pausa) Car.
CAROL: Sí.
Los poseídos entre lilas 4
SEGISMUNDA: Sin embargo cumplimos años, perdemos la frescura, las ganas... Perdemos
la frescura, las ganas... perdemos... Car, ¿No es eso la realidad?
CAROL: Entonces la realidad no nos ha olvidado.
SEGISMUNDA: ¿Y por qué decís que ya no existe?
CAROL: ¿Puede darse algo más triste que esta conversación?
SEGISMUNDA: Quizás es triste porque no hacemos nada.
CAROL: No hacemos nada pero lo hacemos mal (Pausa)
SEGISMUNDA: Creés que sos el único que sufre en este mundo porque quisiste un triciclo
y no te lo dieron. ¿Te creés muy importante, verdad?
CAROL: Muy
SEGISMUNDA: Esto no anda. Pensé que criticarme me divertiría.
CAROL: Te dejo.
SEGISMUNDA: ¿Tenés que hacer?
CAROL: Tengo
SEGISMUNDA: ¿Hacer qué?
CAROL: Mirar el montón de manos de muñecas que hay en la azotea de Ángelo, el
que fabrica muñecas.
SEGISMUNDA: ¿Y para qué mirar manos sin brazos?
CAROL: miro manos chiquitas para que se apaguen mis rumores (canturrea)
“Araca, corazón, callate un poco...”
SEGISMUNDA: ¿Para qu{e diablos quer{es apagar tus rumores?
CAROL: Me hablás con desprecio
SEGISMUNDA: Perdón (Pausa. Más fuerte)Que consten los complejos anales de nuestra
historia que dije perdón. Y vos, como si nada. No sabés cuánto desprecio a
los que no se interesan por mí.
CAROL: Te oigo, te oí. (Pausa. Sinuosamente, entra el nuevo Macho en su
destartalado triciclo. Con el chupetín en la mano se pone a escuchar)
SEGISMUNDA: ¿Encontraste otra pata de hipopótamo?
CAROL: No encontré nada
SEGISMUNDA: ¿Revisaste bien la casa?
CAROL: No encontré nada.
SEGISMUNDA: ¿Qué sucede?
CAROL: Alguien pesca lo que parecía un pescado pero es algo que no termina de
pasar. Alguien o algo deja oír su impronta respiratoria. Algo fluye y jamás
cesa de fluir.
SEGISMUNDA: Pero jamás no tiene sentido así como no lo tiene siempre.
CAROL: Todo es horriblemente invisible
SEGISMUNDA: Por supuesto, y ahora andate. (Car permanece inmóvil como si alguien lo
estuviera soñando) Creí haber dicho que te fueras.
CAROL: Te oí. Dijiste que me fuera. Intento hacerlo desde que me parió mi madre.
(Sale. Pausa. Segismunda cierra los ojos, parece dormida. Macho golpea
su triciclo con el chupetín. Pausa. Vuelve a golpear m{as fuerte. Aparece
un triciclo más desvencijado que el de Macho; las extremidades de
Futerina se adhieren a él como garfios. Futerina trae sombrero de pie de
monotrema guarnecido con moños de equidna...)
FUTERINA: ¿Qué te pasa, mi hombreamor? ¿Golpeás porque no podés más de ganas?
MACHO: Y vos, que no golpeás ¿qué estás haciendo?
FUTERINA: Me estaba quitando el vello. (Risita)
MACHO: Besame, tocame. Tocame un nocturno.
FUTERINA: No podemos con los triciclos en las entrepiernas
Los poseídos entre lilas 5
CAROL: Crea usted que siento en el alma el no poder permanecer más tiempo a su
lado.
SEGISMUNDA: Yo también siento el que su visita haya sido tan corta.
CAROL: Si usted se digna permitirlo, procuraré indemnizarme la próxima vez.
SEGISMUNDA: Dará usted con ello una verdadera satisfacción a mi padre, que tanto se
complace en la sociedad de usted.
CAROL: Si no temiera importunar a usted...
SEGISMUNDA: Mi padre tendrá mucho gusto en ver a usted.
CAROL: Tenga usted la bondad de presentarle mis recuerdos
SEGISMUNDA: No lo olvidaré
CAROL: Hasta que tenga el placer de volver a ver a usted. Tengo el honor de saludar
a usted.
SEGISMUNDA: Adiós. (Sola) El señor y la señora Remington pudieron haber escogido un
momento más oportuno. ¡Cuántas visitas que son un opio necesario
soportar todos los días! Car, esto ni es risible ni nada.
CAROL: Juguemos entonces a la paciente y el médico.
SEGISMUNDA: Nos suicidásemos. (Voz de criado) Señora, aquí viene el médico. (Car sale
y vuelve a entrar, con anteojos y un maletín)
CAROL: Es para mí un placer el que usted me necesite, y desearía con todo mi
corazón el que todo el mundo se hallara en el mismo caso.
SEGISMUNDA: Agradezco a usted esos sentimientos.
CAROL: Aseguro a usted que le hablo con el corazón en la mano.
SEGISMUNDA: Me hace usted demasiado honor.
CAROL: De ningún modo; no encuentra uno todos los días una enferma como usted.
SEGISMUNDA: Doctor, soy su servidora.
CAROL: Yo voy de ciudad en ciudad y de provincia en provincia para encontrar
enfermos dignos de ocuparme. Desdeño entretenerme con enfermedades
ordinarias, tales como reumatismo, prurito anal, dolores de cabeza y
estreñimiento. Lo que yo quiero son enfermedades de importancia, buenas
calenturas con delirio, satiriosis, fulgor ulterino, hidropesía, priapismo,
cabecitas de alfiler, talidomídicos, centauros, talón de aquiles, Monte de
Venus, Chacra de Júpiter, Estancia de Atenea; en fin, en eso es donde yo
gozo, en eso es donde yo triunfo. Desearía, señora, que estuviese usted
abonada a todos los médicos, desahuciada, en la agonía, para mostrar a
usted la excelencia de mis remedios.
SEGISMUNDA: Agradezco a usted, caballero, las bondades que tiene para mí.
CAROL: Déme usted el pulso. Vamos, lo hago natural. Eso no es natural, ¿quién es
su médico de usted?
SEGISMUNDA: El doctor Limbo del Hano.
CAROL: Ese nombre no me gusta. ¿Y de dónde dice que está usted enferma?
SEGISMUNDA: Dice que de un resfrío de bazo.
CAROL: Todos esos médicos como su Hano son unos animales. De lo que está usted
enferma es del pulmón.
SEGISMUNDA: ¿Del pulmón?
CAROL: Sí. ¿Qué siente usted?
SEGISMUNDA: Una vez sentí dolor de cabeza.
CAROL: Justamente, del pulmón.
SEGISMUNDA: En una ocasión tuve náuseas.
CAROL: El pulmón.
SEGISMUNDA: Y siento, cuando estoy muerta de fatiga, cierta flojedad en todos los
miembros.
CAROL: El pulmón.
Los poseídos entre lilas 9
tanta caca, me atrevo, caro amigo, a proponer que te des un baño. (Quedan
los dos personajes mirándose quietos y en silencio) ¿En qué estás
pensando ahora que parecés una estatua de “El burgués gentilhombre”?
CAROL: (Con falso aire de monchalance) Me pregunto en qué pensaba Genoveva
de Brabate cuando se ponía en la torre de su castillo a esperar a su esposo.
SEGISMUNDA: ¿Por qué no pensás en vos que estás más interesante que Genoveva de
Brabante?
CAROL: Hablo en serio.
SEGISMUNDA: A primer oído, todos hablan en serio, pero andá mejor a hacer tus
abluciones en honor a San Esfínter.. (Carol se va, Segismunda se queda
callada como una partida de ajedrez. De improviso, se pone frente a un
espejo. Se pega un tiro en la sien con una pistola imaginaria, y se hace la
muerta. Cae su corona de papel plateado. Se escucha música trágica –o
alegre-. Con los ojos cerrados)Vengan, muchachos, estoy muerta, me
aburro. (Abre los ojos, fuerte iluminación. Cierra los ojos. Débil
iluminación. Esto se repite muchas veces) El sol nace en mi mirada.
Cuando cierro los ojos es de noche (medita profundamente. Aparece
Carol notoriamente elegante. Trae ropas más alegres)
CAROL: (Yendo y viniendo como un maniquí) Este modelo, señoras y señores, se
llama “Después de mí, que se jodan”. Seg, me siento hermoso.
SEGISMUNDA: No me interesa la percepción que podés tener de tu esquema corporal.
Necesito silencio.
CAROL: Pero al menos reconocé que en mí, ahora, todo es lujo, calma y “Voluptad”
SEGISMUNDA: ¡Silencio, se está haciendo el silencio! Si no dejás que el silencio termine
su gestación, te mato.
CAROL: Adiós.
SEGISMUNDA: ¿A dónde vas?
CAROL: Adonde nadie alumbra silencios como si fueran quintillizos. (Pausa)
SEGISMUNDA: Todos los que me abandonaron llevan el chaleco de fuerza o el sobretodo
de madera. Me acuerdo de uno que se llamaba Alan, aunque era napolitano.
Cuando se enojaba conmigo se desabrochaba la bragueta, se arrancaba un
mechón de pelos y me los tiraba a la cara. ¿Sabés cómo terminó?
CAROL: En Vieytes.
SEGISMUNDA: Clamando por su mamá (Pausa) Andá a decirle a Macho que venga que
vamos a conversar. (Carol se va y aparece con Macho, quien suena muy
fuerte el timbre de su triciclo)
MACHO: (Sin dejar de sonar el timbre) Aquí llega el Mahatma Gandhi de las
rueditas, el Confucio del eterno triciclo, la Juana de Arto del
autotransporte, el Napoleón de los vehículos, el Atila de los tres, el Pío XII
de los pedales, el Lautreamont...
SEGISMUNDA: Cuidado. No te metás con el Conde. Ya es bastante si no los tiré por el
incinerador de residuos, a vos y a esa libidinosa parecida a Wagner.
MACHO: ¿Qué es Wagner?
SEGISMUNDA: ¡Silencio! Mientras tu mujer ahuyente a los tipos desnudos del amueblado
de sus pesadillas, nosotros vamos a tratar de hablar. (Pausa) Restos. Para
nosotros quedan los huesos de los animales y de los hombres. Donde una
vez un muchacho y una chica hacían el amor hay cenizas y manchas de
sangre y pedacitos de unas y ricitos púbicos y una vela doblegada que
usaron con fines oscuros y manchas de esperma sobre el lodo y cabezas de
gallo y una casa derruída dibujada en la arena y trozos de papeles
perfumados que fueron cartas de amor y la rota bola de vidrio de una
vidente y lilas marchitas y cabezas cortadas sobre almohadas desplumadas
Los poseídos entre lilas 14
CAROL: (con voz de locutor radial) “Aborrezco a los fantasmas”, dijo, y se notaba
claramente por su tono que sólo después de haber pronunciado estas
palabras, comprendía su significado. (se levanta como quien se va)
SEGISMUNDA: ¿Qué te pasa, Car?
CAROL: Me voy porque la vida que llevo aquí, mi vida, no me gusta.
SEGISMUNDA: ¡Iluso! Como un profesor de lógica.
MACHO: Iluso como una monja comprando velas verdes.
SEGISMUNDA: A mí me gustan las monjas, los pingüinos y el fantasma de la ópera. De
modo que te vas de aquí.
MACHO: Si lo dije en broma (Ríe) Debo de tener un fibroma.
SEGISMUNDA: (A Macho) Andate. (Macho se va en su destartalado y rechinante triciclo)
La función ha terminado. (Buscando) La muñeca se fue.
CAROL: No es una persona verdadera, no puede irse.
SEGISMUNDA: Aquí no está. (Carol sale, vuelve con Lytwin) Dámela. (Carol se la
entrega, Segismunda la abraza) Enigmático personajito tan pequeño,
¿quién sos?
LYTWIN: No soy tan pequeña; sos vos quien es demasiado grande.
SEGISMUNDA: Pero, ¿quién sos?
LYTWIN: Soy un yo, y esto, que parece poco, es más que suficiente para una muñeca.
SEGISMUNDA: ¿No pensás que Lytwin es adorable y siniestra a la vez?
LYTWIN: (En actitud de constricción) Fui yo quien te rompió los libros para
hacerme cucuruchos, barcos y sombreros de corsario que... (Se
interrumpe)
CAROL: Se le acabó la cinta grabadora.
SEGISMUNDA: Ponele otra más extensa.
CAROL: No puedo. Necesito silencio.
SEGISMUNDA: ¿En qué pensás?
CAROL: Quiero ordenar lo de aquí. (Se toca la cabeza con ambas manos)Hay como
cinco chicos mendigos saltando mi cerca mental, buscando aperturas,
nidos, cosas para romper o robar. Quiero hacer otro orden.
SEGISMUNDA: ¡Orden! ¿Qué es esa mentira?
CAROL: Aunque sea una falacia, aspiro a tener orden. Para mí, es la flor azul de
Novalis, es el castillo de Kafka.
SEGISMUNDA: Decí mejor que es tu musa de la mala pata..
CAROL: Yo sé que es idiota, pero es lo único que quiero verdaderamente. Un
espacio mío, mudo, ciego, inmóvil, donde cada cosa esté en su lugar, donde
haya un lugar para cada cosa. Sin voces, sin rumores, sin melodías, sin
grititos ahogados.
SEGISMUNDA: ¿Es eso todo lo que querés?
CAROL: Quiero un poco de orden para mí, para mí solo.
SEGISMUNDA: ¿No andarás enfermo?
CAROL: Estás profanando mi sueño. El orden es mi único deseo, por lo tanto es
imposible. En consecuencia, no creo estar molestando a nadie deseando
cosas imposibles. (Va hacia la puerta)
SEGISMUNDA: ¿Por qué te vas?
CAROL: Si solamente algo anduviera mejor gracias a mi presencia en esta casa. Pero
no. ¿Para qué sirvo?
SEGISMUNDA: Para hablar conmigo. Gracias a nuestras conversaciones adelanté mi libro.
CAROL: ¿Cuál libro?
SEGISMUNDA: ¿Qué libro?
CAROL: El que adelantaste.
SEGISMUNDA: Pero si me estoy refiriendo a mi obra teatral.
Los poseídos entre lilas 16
SEGISMUNDA: ¿Y quién te garantiza que vos no sos la sombra de alguno de mis yo?
(Carol da vueltas por la habitación. Por el modo de caminar o por lo que
fuere, parece un autómata o un muñeco, no un ser viviente. Rumores de
lluvia)
CAROL: (canturreando) “... el mismo amor, la misma lluvia..:”
SEGISMUNDA: La cabeza es inútil, los brazos y los pies son inútiles, el sexo es inútil, los
ojos son inútiles. (Pausa) Como una loca que se comió un peine y quedó
encinta, como un mono atragantado con la estopa de mi muñeca, como
declarar su amor llevando un corazón de lata. ¿Y qué si lo he perdido
todo?”. ¿Qué estás haciendo?
CAROL: Voy y vengo. (Carol se acerca a una ventana y mira. canturreando) “...
nadie en ella canta nada...”
SEGISMUNDA: ¡Car!
CAROL: (Canturreando) “... nadie en ella canta nada...”
SEGISMUNDA: Aquí no hay nada que cantar.
CAROL: “...nadie en ella canta nada...”
SEGISMUNDA: (Con dulzura) Car, aquí no se canta.
CAROL: ¿Ya no hay derecho al canto?
SEGISMUNDA: No
CAROL: ¿Sabés cómo va a terminar esto?
SEGISMUNDA: ¿Cómo puede terminar lo que no empezó?
CAROL: Yo sólo quería cantar.
SEGISMUNDA: Se abrió la flor de la distancia. Quiero que mires por la ventana y me digas
lo que veas, gestos inconclusos, objetos ilusorios, formas fracasadas...
Como si te hubieses preparado desde la infancia, acercate a la ventana.
CAROL: Un café lleno de sillas vacías, iluminado hasta la exageración, la noche en
forma de ausencia, el cielo como de una materia deteriorada, pasa alguien
que no vi nunca. Que no veré jamás...
SEGISMUNDA: ¿Qué dice el don de la mirada?
CAROL: Una lámpara demasiado intensa, una puerta abierta, alguien fuma en la
sombra, el trono y el follaje de un árbol, un perro se arrastra, una pareja de
enamorados se pasea despacio bajo la lluvia, un diario en una zanja, un
niño silbando... (repentinamente, en tono vengativo) Una equilibrista
enana se echa al hombro una bolsa de huesos y avanza por el alambre con
los ojos cerrados.
SEGISMUNDA: ¡No!
CAROL: Está desnuda pero lleva sombrero, tiene pelos por todas partes y es de color
gris y con sus cabellos rojos parece la chimenea de la escenografía de un
teatro para locos. Un gnomo desdentado la persigue mascando lentejuelas
de... (Pausa. Con voz fatigada) Una mujer grita, un niño llora. Siluetas
espían desde sus madrigueras. Ha pasado un transeúnte. Se ha cerrado una
puerta. (Pausa)
SEGISMUNDA: ¿Qué pasó?
CAROL: ¿Qué?
SEGISMUNDA: No pasó nada. Eso pasó. Cerrá la ventana. (Carol cierra la ventana) Es
curioso cuánto se habla para tan solo no llegar al fondo de la cuestión.
CAROL: Estoy cansado de nuestros diálogos.
SEGISMUNDA: Tan nuestros no son (recitando) Soy el silencio, el pensamiento, la lengua
y el eco. Soy el mástil, el timón, el timonero, el barco y la roca donde se
estrella el barco.
CAROL: Estoy cansado.
SEGISMUNDA: Quiero a Lytwin.
Los poseídos entre lilas 19
CAROL: No quiero.
SEGISMUNDA: Traela. (Carol busca a Lytwin, la golpea contra la pared y la entrega
brutalmente a Segismunda)
CAROL: Aquí tenés a tu doble.
SEGISMUNDA: ¿Golpeaste a tu doble! Mi todo inofensiva muñequita. (La acaricia) Pensar
que ella ni piensa que duerme.
CAROL: No empieces el juego.
SEGISMUNDA: Ya veo que es tarde.
CAROL: No es nada, ni siquiera tarde. (Pausa. Se oye sonar el timbre)
SEGISMUNDA: Debe ser alguien.
CAROL: ¡Alguien!
SEGISMUNDA: Está bien, matalo. Te ordeno matarlo. (Carol se precipita hacia la puerta)
¡Imbécil! ¡Como si valiera la pena! (Carol se detiene bruscamente. Abre
la ventana y finge mirar)
CAROL: Dej{e mi valija en el depósito de la estación.
SEGISMUNDA: Ti trema un poco il cuote?
CAROL: (Emite una ininteligible imprecación) Si todo lo que está afuera entrara de
una vez a fin de vivificar esta casa. (Va hacia la puerta) Ocurrió. Ninguna
salida.
SEGISMUNDA: Decí unas palabras de despedida, como en el teatro.
CAROL: No quiero decir nada. ¿Qué voy a decir?
SEGISMUNDA: Hay tanto adiós en tu mirada. Car, unas pocas palabras bien escogidas.
CAROL: ¿Acaso las vas a recordar?
SEGISMUNDA: Sí. Voy a tener una enorme cantidad de lugar dentro del más grande
silencio. (Se oye un gemido brutal; es el último estertor de Macho)
CAROL: He vivido entre sombras. Salgo del brazo de las sombras. Me voy porque
las sombras me esperan. Seg, no quiero hablar: quiero vivir.