Miguel Bonasso - Fidel Castro
Miguel Bonasso - Fidel Castro
Miguel Bonasso - Fidel Castro
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28 de Mayo de 2003
El País
RELATO DEL ÚNICO PERIODISTA QUE COMPARTIÓ LA INTIMIDAD DE
FIDEL CASTRO EN BUENOS AIRES
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Una hora más tarde estábamos en el hotel que había sido Hyatt en los tiempos
de Gaith Pharaon y Alberto Kohan travesamos un grupo de manifestantes y
otro de policías n el lobby los colegas me preguntaron ansiosos si estaba por
verlo ontesté que sí, extrañado de no estar con ellos en la cobertura como
hubiera correspondido y me topé con el embajador que nos aguardaba,
impaciente ubrayó el honor que el Jefe nos estaba prodigando:
-Eres el primero al que llama en Buenos Aires.
Pasamos corredores poblados de custodios y llegamos a la suite presidencial,
donde nos aguardaba con su canciller, Felipe Pérez Roque, un señor maduro,
muy amable y circunspecto que era el presidente del Banco Central de Cuba y
su infaltable asistente, Carlitos llí estaba Fidel Castro, con la histórica casaca
verde y las sobrias insignias de comandante, de muy buen humor, feliz de
regresar a Buenos Aires tras cuarenta y cuatro años de obligada ausencia u
último paso por la ciudad había sido a sus lejanos treinta y tres años, cuando
gobernaba Arturo Frondizi y él era un joven revolucionario que le exigía a
Estados Unidos un programa de asistencia para el continente de 20 mil
millones de dólares.
Una cifra desbordada para la época, que pronto copiaría John Fitzgerald
Kennedy con su famosa y fallida Alianza para el Progreso entonces se había
visto con un hermano de su padre, gallego como él y con sus primas el Che le
había comentado mucho sobre esa tierra que conocía de chico, tamizada en
blanco y negro a través de las películas de Carlos Gardel y Libertad Lamarque.
Nos sentamos a una mesa circular y preguntó qué vino argentino debíamos
tomar recomendamos uno bueno, pero no suntuoso y quiso saber cuánto
costaba en dólares le pareció un precio competitivo después quiso saber
cuánto costaban en dólares los mocasines y otros calzados que pudieran
importarse a mi lado, el canciller Pérez Roque, que fue su asistente durante
ocho años, descubrió en el pedido que había venido soñando con un bife de
chorizo.
-No comí en el avión, preparándome.
Por él había dicho lo del Aberdeen Angus.
Fue una cena distendida, de pura cordialidad, con Fidel destrenzando
nostalgias y bromas a cada paso o era diplomacia: estaba realmente encantado
por estar allí, en la ciudad que no pudo visitar en 1995, cuando se llevó a cabo
la Cumbre Iberoamericana de Bariloche y tuvo que viajar directo entre La
Habana y el Sur al vez porque gobernaba Carlos Menem y no quería que
alguien mucho más popular que él pudiera robarle cámara.
Recordó el primer asado de su vida, cocinado por el Che con una prodigiosa
res que le habían comprado a un campesino en Sierra Maestra, cuando eran un
puñado de guerrilleros famélicos ubrayó que habían pagado la vaca y que el
Che se había pasado varias horas asándola con muy buen resultado e dije si
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no agrandaba aquel suceso con la memoria, influido por el peso iconográfico de
su famoso compañero, porque su hermano Raúl Castro sostenía irónicamente
en sus memorias que la carne había quedado medio cruda.
-Mira, nunca hablo del Che como un icono idealizado, pero para mí aquel asado
estuvo maravilloso al vez por el hambre que teníamos.
Aunque tú citas lo de Raúl y eso lo escribió en aquel tiempo, así que a lo mejor
le quedó crudo.
Parecía irreal, pero era cierto allí estábamos con ese gigante del siglo veinte y
de lo que va del veintiuno, hablando de boberías como dicen los cubanos,
como muchas veces hacen los verdaderos amigos cuando los reúne el puro
placer de estar juntos pasando la noche disfrutando de sus anécdotas, de esa
cálida humanidad que hasta le reconocen no pocos miembros de la derecha
civilizada.
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amistad que incluso la proclamaba públicamente, como lo hizo recientemente
en Cuba durante una reunión de intelectuales y lo reiteraría luego en Buenos
Aires.
-¿A ti te preocupa que se sepa que eres mi amigo? -me preguntó en algún
momento de los últimos meses, con ese estilo suyo que interroga sabiendo de
antemano la inevitable respuesta dándome el pie, quizás, para que escriba la
nota que estoy escribiendo.
Por si todo esto fuera poco, se cerraba un hiato de treinta años entre aquella
asunción de Héctor Cámpora en 1973 y la de Néstor Kirchner el domingo
pasado os hombres buenos, sencillos, pero enfrentados a una tarea ciclópea,
habían llegado al gobierno con un intervalo de treinta años (la vida, compañero,
nuestra vida, eh) y las emociones trepidaron en el Salón Blanco cuando el
flamante presidente de los argentinos recordó que había sido uno de los
muchachos que vivaban al Tío frente al Congreso y la Rosada, un nudo
existencial me atrapó la garganta y tuve que reprimir un sollozo, la congoja
acumulada en los años de la dictadura, del menemismo, de la Argentina trucha
y saqueada que agostó nuestra juventud y nos hizo ingresar en la madurez con
los sueños de fraternidad pendientes, con la certidumbre de que el país amado
también nos había limado las esperanzas y nos había vuelto desconfiados, un
sentimiento que hay que aventar para dar todo lo que hay que dar y cumplir la
parábola del Buen Samaritano, magistralmente esbozada por el cardenal
primado Jorge Bergoglio en su fina homilía del Te Deum.
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suponer que este país -atravesado por una gran esperanza- se va a mantener
indefinidamente en el corral de la indignidad carnal con el poder mundial ue no
va a despegar hacia un proyecto nacional, que sólo puede serlo en concierto
con las naciones latinoamericanas.
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cercano, tan vulnerable como cualquier hombre y se dirigió a los miles de
rostros alzados, que se perdían infinitesimales en la confitería situada frente a
la Facultad de Derecho, recordando lo que en verdad parecía aquello: una
copia de la Plaza de la Revolución.
Habló de Cuba, de lo que había hecho el proceso revolucionario, sin
inmiscuirse en los temas argentinos, que sólo rozó al final, sin dar nombres,
cuando recordó la verdad que los ciudadanos de este país con su voto le
habían hecho un servicio a la humanidad derrotando a un símbolo del
neoliberalismo.
Una pregunta tonta, que respondió con pudor, refiriéndose al acto que había
concluido dos horas antes como "un honor inmerecido". El viejo comandante
había ganado una nueva victoria: el regreso a la ciudad imposible, hablar del
Che con los jóvenes argentinos que se lo exigían a gritos unas horas antes
había dicho que quizás ésta era su última visita ojalá no sea cierto, porque su
triunfo puede ser visto por los enanos como un show que perturbó el tránsito,
pero para muchos fue la evidencia de que la Argentina inaugural del 25 de
Mayo no será socialista, como lo dijo Kirchner al defender su proyecto de
capitalismo nacional, pero sí independiente, digna, altiva.