Tarea Sobre El Realismo

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Jorge Icaza

(Quito, 1906 - 1978) Escritor y novelista ecuatoriano, máximo representante


junto con Alcides Arguedas y Ciro Alegría del ciclo de la narrativa indigenista del
siglo XX. Su infancia transcurrió en el latifundio de su tío, donde entró en
contacto con la realidad social ecuatoriana que marcó toda su obra.

Después de abandonar los estudios de medicina, hizo algunos cursos de


declamación y se convirtió en actor, lo cual le dio oportunidad de recorrer su
país y descubrir la situación infrahumana del indio. Contrajo matrimonio con la
actriz Marina Montoya, y se inició como autor dramático, pero sus obras no
tuvieron éxito, excepto tal vez Flagelo (1936).
La fama de Jorge Icaza se debe a su obra narrativa, que comenzó con el libro
de cuentos Barro de la Sierra (1933), en la que ya se hace patente el tema que
atravesó todos sus escritos: la situación del indio ecuatoriano. En 1935 ganó el
Premio Nacional de Literatura en su país con la novela En las calles (1935); en
ella narra la situación del indio perdido en la ciudad, lugar donde sus protestas
se esfuman sin alcanzar nunca las altas esferas del gobierno.
Posteriormente Icaza abrió una librería, negocio que alternó con sus tareas de
escritor. Fue lector entusiasta de los grandes novelistas rusos,
desde Gogol a Tolstoi y Dostoievski. En 1944 formó parte del grupo de fundadores
de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y luego fue enviado a Buenos Aires como
agregado cultural; allí permaneció hasta 1953. Al regresar a su país, fue
nombrado director de la Biblioteca Nacional de Quito.
Icaza es una figura sobresaliente del indigenismo en la narrativa ecuatoriana:
en su primera novela, Huasipungo (1934), expone la degradada situación en que
se encuentran los indios, sometidos a esclavitud por los patronos que cuentan
con el apoyo de la autoridad civil y eclesiástica; este libro, de valiente denuncia
social y crudo realismo (constantes de la narrativa de Icaza), se ha convertido
en una obra fundamental en la evolución de la corriente indigenista del Ecuador.
Con él, la novela ecuatoriana entra de lleno en la tendencia del compromiso
social de la novelística actual.
Probablemente la cúspide de su elaboración artística la consiguió Icaza en la
obra Cholos, que enfoca la transformación del cholo en burgués, ahondando en
la sicología de los personajes; éstos alcanzan en la novela independencia con
respecto a la problemática social que subyace de sus vidas, al mismo tiempo
que en sus páginas se aprecia una comprensión de la problemática andina.
Otras obras destacadas son Huairapamuscas (Los hijos del viento, 1947); Seis veces la
muerte (1953), colección de cuentos de rico contenido humano y de mayor
originalidad en los temas; El chulla Romero y Flores (1958), descarnada
presentación del conflicto de este personaje ante la disyuntiva de pertenecer al
mundo de los blancos o al mundo de los indios, viéndose en definitiva
rechazado por ambos; Viejos cuentos (1960) y la trilogía Atrapados (1972).

Mariano Azuela
(Lagos de Moreno, 1873 - México, 1952) Escritor mexicano que con su
novela Los de abajo (1915) y un conjunto amplio y diversificado de narraciones
dio forma a la llamada «Novela de la Revolución Mexicana», de la que fue el
iniciador y principal exponente junto con Martín Luis Guzmán.

Estudió medicina en Guadalajara, Jalisco. Tras la caída del gobierno de Francisco


I. Madero a consecuencia del golpe de estado de Victoriano Huerta, Mariano Azuela
se sumó como médico militar a la causa constitucionalista liderada por Venustiano
Carranza, que pretendía restaurar el estado de derecho. Su participación en el
conflicto le dio amplio material para escribir Los de abajo (1915): un
impresionante fresco, más por los hechos narrados que por la técnica empleada,
sobre la Revolución Mexicana.
A esta obra la habían antecedido novelas menores de corte costumbrista,
como Fracasados (1908) y Mala Yerba (1909), en las que retrataba la tensión
social que precedió al estallido de la lucha armada. Por su claridad para
presentar hechos, su innegable tono de denuncia social y su oposición a la
dictadura de Huerta, Los de abajo marcó las pautas de un género cuya práctica se
extendió hasta muy avanzado el siglo XX, con títulos como Pedro Páramo, de Juan
Rulfo, y La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. La novela fue traducida a varios
idiomas por su intenso contenido testimonial.
Tras la publicación de esa obra, Azuela avanzó en su estudio de la vida
mexicana en los ámbitos rural y urbano, en los medios políticos, agrarios y
familiares. Las obras de ese período son amargas y nunca están exentas de una
ironía cruel. Entre ellas pueden citarse Los caciques (1917), Las moscas (1918), Las
tribulaciones de una familia decente (1918), La luciérnaga (1932), Avanzada (1940)
y Nueva burguesía (1941). Para cerrar su carrera escribió La marchanta (1944), La
mujer domada (1946) y La maldición (publicada en 1955).

Ricardo Guirales
(Buenos Aires, 1866 - París, 1927) Escritor argentino, autor de Don Segundo
Sombra (1926). Ligada a la tradición de la lírica gauchesca, Don Segundo
Sombra es una de las máximas realizaciones del peculiar realismo autóctono
que caracterizó la narrativa hispanoamericana de las primeras décadas del siglo
XX. En este sentido, su importancia es equiparable a la de las obras maestras
del mismo periodo: La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, y Doña
Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos. Nacido en el seno de una adinerada
familia que en 1887 se trasladó a París, puede decirse que el joven Ricardo se
educó en francés y que el castellano fue su segunda lengua. Los Güiraldes
regresaron a Buenos Aires y alternaron su residencia en la ciudad con largos
períodos en su estancia de San Antonio de Areco. Sin duda en ese período el
futuro literato se impregnó de imágenes de la tierra y figuras de hombres de
campo, a la par que comenzó a sentir la vocación de escritor.

En 1904 acabó el bachillerato e ingresó en la facultad de arquitectura; pasó


luego a estudiar derecho, pero finalmente abandonó la universidad y marchó a
París. Este viaje fue fundamental en su vida: comenzó a preocuparse por la
ética y la metafísica, a la vez que se vinculaba con pintores, músicos y
escritores. Realizó un periplo por diversos países europeos y Oriente; regresó a
París, decidido ya a ser escritor, y más tarde a Buenos Aires. Hacia 1912
frecuentaba un grupo que reunía a artistas y escritores de las clases altas,
donde conoció a Adelina del Carril, con quien se casó un año más tarde.

En 1915 decidió publicar lo que tenía escrito: El cencerro de cristal, poesía,


y Cuentos de muerte y sangre, relatos al estilo de Horacio Quiroga, por cuya mediación
algunos aparecieron en Caras y Caretas. La crítica no recibió bien ni a uno ni a otro
libro y Güiraldes, decepcionado, emprendió un nuevo viaje, esta vez a las
Antillas, que le proporcionó material para una novela, Xaimaca (1923), que
obtuvo parecida respuesta. A ésta siguieron Raucho (1917), con elementos
autobiográficos, y Un idilio de estación (1918), publicada luego con el título
de Rosaura.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, Ricardo Güiraldes regresó a París, donde
escribió los primeros capítulos de Don Segundo Sombra, en cuya redacción trabajó
los años siguientes. Atraído por la teosofía y el esoterismo, estas disciplinas le
inspiraron los Poemas místicos, Poemas solitarios y El sendero (todos publicados
póstumamente por su viuda). De regreso a su país natal se vinculó a los
jóvenes vanguardistas, participó en la dirección de la revista literaria Proa y
colaboró en las publicaciones Martín Fierro y Valoraciones.
Don Segundo Sombra
Tras los fracasos anteriores, el autor encontró su voz definitiva en Don Segundo
Sombra (1926), que obtuvo un éxito inmediato. Con prosa cuidada, la novela
narra en primera persona la historia del joven Fabio Cáceres, quien encuentra
en el arriero Segundo Ramírez Sombra al maestro que le permite convertirse en
hombre. Don Segundo Sombra es una novela de aprendizaje en la que se narran las
vicisitudes de la vida del campo y las particularidades de ese ámbito rural
amenazado de extinción por la expansión del progreso. De ahí su fuerte tono
elegíaco, a través del que se configuran una mirada melancólica respecto al
pasado y una decidida apuesta de rescate de unos valores que se proponen
como intrínsecamente argentinos.
La prosa de Güiraldes tiene una notoria tendencia al registro poético. De esta
manera, Don Segundo Sombra, al tiempo que queda marcada por la sensibilidad de
su tiempo, se liga a una tradición de la literatura gauchesca (Hilario Ascasubi, José
Hernández), que determina también la elección del narrador en primera persona,
con la consiguiente visión desde la conciencia de un paisano resero,
representante de ese mundo que encuentra grandes dificultades para hacerse
un lugar dentro de la vida moderna.

La novela presenta variados cuadros de ambiente con excelentes descripciones


de carácter criollista y regionalista, amenizadas con detenidas observaciones
acerca de la vida y las faenas campestres. La narración central está interpolada
por relatos breves, como el cuento de Miseria o el del paisanito Dolores,
extraídos del repertorio popular y muy conocidos por entonces entre los
habitantes de la campaña.

Güiraldes dedicó varios años a la composición de esta novela: comenzó a


escribirla en París en 1920 y la concluyó en Argentina años después, cuando el
panorama literario porteño estaba ya dominado por las propuestas de
vanguardia. Los poetas aglutinados en torno a las revistas Martín Fierro y Proa se
contaron entre sus primeros lectores y fueron también quienes dedicaron
elogios y reconocimientos que borraron definitivamente el estigma del "fracaso"
asociado a la figura de Güiraldes, consecuencia de la casi nula aceptación crítica
de sus primeras obras.

Miguel Ángel Asturias


(Guatemala, 1899 - París, 1974) Poeta, narrador, dramaturgo, periodista y
diplomático guatemalteco considerado uno de los protagonistas de la literatura
hispanoamericana del siglo XX. Precursor de la renovación de las técnicas
narrativas y del realismo mágico que cristalizaría en el posterior «Boom» de la
literatura hispanoamericana de los años 60, con su personalísimo empleo de la
lengua castellana construyó uno de los mundos verbales más densos,
sugerentes y dignos de estudio de las letras hispánicas.

Se graduó de abogado en la Universidad de San Carlos, en Guatemala, donde


participó en la lucha contra la dictadura de Estrada Cabrera, hasta que éste fue
derrocado en 1920. Dos años después fundó y dirigió la Universidad Popular; ya
en ese entonces había publicado sus primeros textos. Partió luego a Europa,
donde vivió intensamente los movimientos y sucesos que la transformaban, y
estudió lingüística y antropología maya en la Sorbona con el americanista
Georges Raynaud; de esa época es su traducción del Popol Vuh, junto con José
María Hurtado de Mendoza.
Regresó a Guatemala en 1933, donde ejerció la docencia universitaria, fundó
el Diario del Aire, primer radio periódico del país, y vivió una agitada vida cultural
y académica. En el período revolucionario de 1944 a 1954 desempeñó varios
cargos diplomáticos. En 1966 recibió el Premio Lenin de la Paz, y en 1967 el
Premio Nobel de Literatura. Murió en Madrid el 9 de junio de 1974, pero sus
restos reposan en el cementerio de Pere Lachaise, en París.
La obra de Miguel Ángel Asturias
Asturias es considerado precursor del «Boom» hispanoamericano por su
experimentación con las estructuras y recursos formales propios de la narrativa
del siglo XX, patente en autores como Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Carlos
Fuentes, Ernesto Sábato o Julio Cortázar, y por anticipar en su tratamiento de lo
fantástico el realismo mágico, que tendría su realización más emblemática
en Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Para comprender la producción de
Asturias se debe tomar en cuenta el profundo influjo que ejercieron en él
tanto la cultura maya como la vida europea. Lo maya se arraiga en la cosmovisión
de un mundo que está asentado en un profundo y auténtico pensamiento
mágico y que atrapa en sus relatos. Por otro lado, el influjo del surrealismo, la
amistad con Paul Éluard y el contacto con el Ulises de James Joyce son las otras
fuerzas que marcan su escritura.

Su obra se inserta en la vanguardia literaria y abarca géneros diversos. Según


Albízurez Palma, un exhaustivo estudioso de la trayectoria de Asturias, "Como
poeta lírico, ha dejado constancia de sus ricas posibilidades en variedad de
creaciones, algunas de temas íntimos, otras vinculadas a temas folclóricos,
otras políticos, otras con sugestiones mágicas, barrocas y de sorprendente
fuerza imaginativa. Como dramaturgo, creó un teatro tocado por el realismo
mágico, denso en significación humana y de notable poderío verbal. Como
narrador, Asturias alcanzó su máximo prestigio. Sus novelas y cuentos revelan
una apasionada y subjetiva captación de la realidad en diversas facetas: la
tragedia de las dictaduras, el mundo mágico del indígena, el mundo de magia y
ensueño de la niñez, las tradiciones de Guatemala; en sus novelas asoman los
influjos entremezclados de diversas tendencias, movimientos y corrientes
literarias".
Miguel Ángel Asturias

Su primer libro importante es Leyendas de Guatemala (1930), conjunto de relatos


entre lo mágico y lo legendario que apareció en París con un prólogo de Paul
Valéry, y que pertenece a su primer ciclo junto con las novelas El Señor
Presidente (1946) y Hombres de maíz (1949).
El Señor Presidente tiene como asunto la vida en Guatemala durante la dictadura
de Estrada Cabrera; el tema del dictador se desarrolla con un estilo riquísimo y
una técnica expresionista y onírica que refleja la influencia de las vanguardias
europeas. Sobre esta novela dijo el autor: "a través de mi piel se filtró el
ambiente de miedo, de inseguridad, de pánico telúrico que se respira en la
obra". En Hombres de maíz se puede ver el realismo mágico que subyace en toda
su creación literaria. Representa, además, una consideración acerca del
desarrollo de la humanidad desde una sociedad primitiva, analfabeta, y desde el
mundo actual, liberal y capitalista.
En el género del cuento escribió además Week-end en Guatemala, (1955), El espejo de
Lida Sal (1967) y Tres de cuatro soles (1971). Junto a las novelas mencionadas
merece destacarse su trilogía sobre la explotación bananera llevada a cabo por
las compañías yanquis: Viento fuerte (1950), El Papa verde (1954) y Los ojos de los
enterrados (1960). Completan su obra narrativa El alhajadito (1961), Mulata de
tal (1963), Maladrón (1969) y Viernes de dolores (1972).
En teatro merecen citarse Soluna (1955), La audiencia de los
confines (1957), Chantaje (1964) y Dique seco (1964). En poesía, Anoche, 10 de marzo
de 1543 (1943), Sien de alondra (1948), Ejercicios poéticos en forma de soneto sobre temas de
Horacio (1951), Alto en el sur (1952), Bolívar, Canto al libertador (1955), Nombre custodio
e imagen pasajera (1959) y Clarivigilia primaveral (1965). En ensayo, El problema social
del indio (1923), Arquitectura de la vida nueva (1928), Carta aérea a mis amigos de
América (1952) y Latinoamérica y otros ensayos (1968).

José María Arguedas


(Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969) Escritor y etnólogo peruano, renovador de la
literatura de inspiración indigenista y uno de los más destacados narradores
peruanos del siglo XX.

Sus padres fueron el abogado cuzqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano, que
se desempeñaba como juez en diversos pueblos de la región, y Victoria
Altamirano Navarro. En 1917 su padre se casó en segundas nupcias (la madre
había muerto tres años antes), y la familia se trasladó al pueblo de Puquio y
luego a San Juan de Lucanas. Al poco tiempo el padre fue cesado como juez por
razones políticas y hubo de trabajar como abogado itinerante, dejando a su hijo
al cuidado de la madrastra y el hijo de ésta, quienes le daban tratamiento de
sirviente.

En 1921 se escapó con su hermano Arístides de la opresión del hermanastro. Se


refugiaron en la hacienda Viseca, donde vivieron dos años en contacto con los
indios, hablando su idioma y aprendiendo sus costumbres, hasta que en 1923
los recogió su padre, quien los llevó en peregrinaje por diversos pueblos y
ciudades de la sierra, para finalmente establecerse en Abancay.

Después de realizar sus estudios secundarios en Ica, Huancayo y Lima, ingresó


en 1931 en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos de Lima para estudiar literatura. Entre 1932 y 1937 trabajó como
auxiliar de la Administración Central de Correos de Lima, pero perdió el puesto
al ser apresado por participar en una manifestación estudiantil a favor de la
República Española.

Tras permanecer alrededor de un año en la prisión El Sexto, fue nombrado


profesor de castellano y geografía en Sicuani, en el departamento de Cuzco,
cargo en que descubrió su vocación de etnólogo. En octubre de 1941 fue
agregado al Ministerio de Educación para colaborar en la reforma de los planes
de estudios secundarios. Tras representar al profesorado peruano en el
Congreso Indigenista Interamericano de Patzcuaro (1942), reasumió su labor de
profesor de castellano en los colegios nacionales Alfonso Ugarte, Nuestra
Señora de Guadalupe y Mariano Melgar de Lima, hasta que en 1949 fue cesado
por considerársele comunista.
En su oficina del Museo de la Cultura Peruana (1960)

En marzo de 1947 fue nombrado Conservador General de Folklore en el


Ministerio de Educación, para posteriormente ser promovido a Jefe de la Sección
Folklore, Bellas Artes y Despacho del mismo ministerio (1950-52). En 1953 fue
nombrado Jefe del Instituto de Estudios Etnológicos del Museo de la Cultura
Peruana, y el mismo año comenzó a publicar la revista Folklore Americano
(órgano del Comité Interamericano de Folklore, del que era secretario), la cual
dirigió durante diez años.

A este cargo sucedieron el de director de la Casa de la Cultura del Perú (1963-


1964) y director del Museo Nacional de Historia (1964-1966), desde los cuales
editaría las revistas Cultura y Pueblo e Historia y Cultura. También fue profesor de
etnología y quechua en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones (1950-53),
catedrático del Departamento de Etnología de la Universidad de San Marcos
(1958-68) y profesor en la Universidad Nacional Agraria de la Molina desde
1964 hasta su muerte, ocurrida a consecuencia de un balazo que se disparó en
la sien y que ocasionaría su fallecimiento cuatro días después. Fue galardonado
con el Premio Fomento a la Cultura en las áreas de Ciencias Sociales (1958) y
Literatura (1959, 1962) y con el Premio Inca Garcilaso de la Vega (1968).
La obra de José María Arguedas

La producción intelectual de Arguedas es bastante amplia y comprende, además


de obras de ficción, diversos trabajos, ensayos y artículos sobre el idioma
quechua, la mitología prehispánica, el folclore y la educación popular, entre
otros aspectos de la cultura peruana. La circunstancia especial de haberse
educado dentro de dos tradiciones culturales, la occidental y la indígena, unido
a una delicada sensibilidad, le permitieron comprender y describir como ningún
otro intelectual peruano la compleja realidad del indio nativo, con la que se
identificó de una manera desgarradora.

Por otro lado, en Arguedas la labor del literato y la del etnólogo no están nunca
totalmente disociadas, e incluso en sus estudios más académicos encontramos
el mismo lenguaje lírico que en sus narraciones. Y aunque no era diestro en el
manejo de las técnicas narrativas modernas, su literatura (basada
especialmente en las descripciones) supo comunicar con gran intensidad la
esencia de la cultura y el paisaje andinos.

Arguedas vivió un conflicto profundo entre su amor a la cultura indígena, que


deseaba se mantuviera en un estado "puro", y su deseo de redimir al indio de
sus condiciones económicas y sociales. Se puede decir que la añoranza a las
formas tradicionales de la vida andina hizo que postulara un estatismo social,
en abierta contradicción con su adhesión al socialismo. Su obra revela el
profundo amor del escritor por la cultura andina peruana, a la que debió su más
temprana formación, y representa, sin duda, la cumbre del indigenismo: fue al
mismo tiempo un continuador de la mejor narrativa indigenista (Alcides
Arguedas, Jorge Icaza y su compatriota Ciro Alegría) y su más profundo renovador,
como también lo fueron, aunque desde otros enfoques, Miguel Ángel Asturias, Alejo
Carpenter o Juan Rulfo.

Dos circunstancias ayudan a explicar la estrecha relación de Arguedas con el


mundo campesino. En primer término, que naciera en una zona de los Andes
que no tenía mayor roce con los estratos occidentalizados; en segundo lugar,
que su madrastra lo obligara a permanecer entre los indios tras la muerte de su
madre. De esa manera asimiló la lengua quechua, y lo mismo sucedió con las
costumbres y los valores éticos y culturales del poblador andino.

Esta precoz experiencia, vivida primero y simbolizada en su escritura por la


oposición indios/señores, se vería más tarde reforzada con los estudios
antropológicos. Como resultado de esta trama, la vida de Arguedas transcurrió
entre dos mundos no sólo distintos, sino además en contienda. De allí surgió su
voraz voluntad de interpretar la realidad peruana, la permanente corrección de
sus ideas sobre el país y la definición de su obra como la búsqueda de una
imagen válida de éste.

Ya desde sus primeros relatos se advierte la problemática que terminaría por


presidir toda su escritura: la vida, los azares y los sufrimientos de los indios en
las haciendas y aldeas de la sierra del Perú. Allí también se presenta esa
escisión esencial de dos grupos, señores e indios, que será una constante en su
obra narrativa. El espacio en que se desarrollan sus relatos es limitado, lo que
permite a esta oposición social y cultural mostrarse en sus aspectos más
dramáticos y dolorosos. El derrotero de Arguedas ya está trazado; aunque en su
fuero interno vive intensamente la ambigüedad de pertenecer a dos mundos, su
actitud literaria es muy clara, en la medida en que determina una adhesión sin
atenuantes al universo de los indígenas, generando dos cauces de expresión
que se convertirán en sendos rasgos de estilo: la representación épica y la
introspección lírica.

José María Arguedas

Su primer libro reúne tres cuentos con el título de Agua (1935), que describen
aspectos de la vida en una aldea de los Andes peruanos. En estos relatos se
advierte el primer problema al que se tuvo que enfrentar en su narrativa, que
es el de encontrar un lenguaje que permitiera que sus personajes indígenas
(monolingües quechuas) se pudieran expresar en idioma español sin que sonara
falso. Ello se resolvería de manera adecuada con el empleo de un "lenguaje
inventado": sobre una base léxica fundamentalmente española, injerta el ritmo
sintáctico del quechua. En Agua los conflictos sociales y culturales del mundo
andino se observan a través de los ojos de un niño. El mundo indígena aparece
como depositario de valores de solidaridad y ternura, en oposición a la violencia
del mundo de los blancos.
Yawar fiesta (1941) plantea un problema de desposesión de tierras que sufren los
habitantes de una comunidad. Con esta obra el autor cambia algunas de las
reglas de juego de la novela indigenista, al subrayar la dignidad del nativo que
ha sabido preservar sus tradiciones a pesar del desprecio de los sectores de
poder. Este aspecto triunfal es, de por sí, inusual dentro del canon indigenista, y
da la posibilidad de entender el mundo andino como un cuerpo unitario, regido
por sus propias leyes, enfrentado al modelo occidentalizado imperante en la
costa del Perú.
En Los ríos profundos (1958), José María Arguedas propone la dimensión
autobiográfica como clave interpretativa. En esta obra se nos muestra la
formación de su protagonista, Ernesto (que recobra el nombre del niño
protagonista de algunos de los relatos de Agua), a través de una serie de
pruebas decisivas. Su encuentro con la ciudad de Cuzco, la vida en un colegio,
su participación en la revuelta de las mujeres indígenas por la sal y el
descubrimiento angustioso del sexo son algunas de las etapas a través de las
cuales Ernesto define su visión del mundo. El mundo de los indios asume cada
vez más connotaciones míticas, erigiéndose como un antídoto contra la
brutalidad que tienen las relaciones humanas entre los blancos.

José María Arguedas

La novela siguiente, El Sexto, publicada en 1961, representa un paréntesis con


respecto al ciclo andino. "El Sexto" es el nombre de la prisión de Lima donde el
escritor fue encarcelado en 1937-1938 por la dictadura de Óscar Benavides. El
infierno carcelario es también una metáfora de la violencia que domina toda la
sociedad peruana.
Con Todas las sangres, de 1964, Arguedas reanudó, sobre bases más amplias, la
representación del mundo andino. Del relato autobiográfico se pasa a un cuadro
general que comprende las transformaciones económicas, sociales y culturales
que suceden en la sierra peruana. A través de la historia de una familia de
grandes latifundistas, el autor afronta las consecuencias del proceso de
modernización que avanza sobre un mundo todavía feudal.
Todas las sangres es ciertamente un proyecto narrativo de largo aliento y mucho
más ambicioso que los anteriores, pues pretende sopesar todos los modelos que
se presentan como alternativos para construir y configurar la sociedad peruana.
A ello obedece su estructura coral, en la cual se enfrentan el proyecto
capitalista, el orden feudal y un boceto de capitalismo nacional. Pero el autor
invalida cada uno de ellos, proponiendo como legítimo un modelo social
comunitario que no desdeña, empero, la modernización. Todas las sangres eleva el
problema indígena a problema nacional, e incluso le brinda un tinte universal,
en la medida en que el conflicto expresado en la novela corresponde ya en ese
momento al llamado Tercer Mundo.
La última novela de Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo, que se publicó
póstuma en 1971, quedó inacabada por el suicidio del escritor. Los capítulos
que consiguió escribir están ambientados en Chimbote, un puerto pesquero del
norte que sufre un desarrollo impetuoso y caótico. El autor alterna la
representación dramática de los costes humanos de este crecimiento,
especialmente la pérdida de identidad cultural de los indios trasplantados a la
ciudad, con apuntes de diario, de los cuales emerge la decisión, cada vez más
inexorable, de suicidarse.

Carlos Fuentes
(Ciudad de Panamá, 1928 - México, 2012) Narrador y ensayista mexicano, uno
de los escritores más importantes de la historia literaria de su país. Figura
fundamental del llamado boom de la novela hispanoamericana de los años 60,
el núcleo más importante de su narrativa se situó del lado más experimentalista
de los autores del grupo y recogió los recursos vanguardistas inaugurados por
James Joyce y William Faulkner (pluralidad de puntos de vista, fragmentación
cronológica, elipsis, monólogo interior), apoyándose a la vez en un estilo audaz
y novedoso que exhibe tanto su perfecto dominio de la más refinada prosa
literaria como su profundo conocimiento de los variadísimos registros del habla
común.

En lo temático, la narrativa de Carlos Fuentes es fundamentalmente una


indagación sobre la historia y la identidad mexicana. Su examen del México
reciente se centró en las ruinosas consecuencias sociales y morales de la
traicionada Revolución de 1910, con especial énfasis en la crítica a la burguesía;
su búsqueda de lo mexicano se sumergió en el inconsciente personal y colectivo
y lo llevaría, retrocediendo aún más en la historia, al intrincado mundo del
mestizaje cultural iniciado con la conquista española.

Biografía
Hijo de un diplomático de carrera, tuvo una infancia cosmopolita y estuvo
inmerso en un ambiente de intensa actividad intelectual. Licenciado en leyes por
la Universidad Nacional Autónoma de México, se doctoró en el Instituto de
Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza. Su vida estuvo marcada por
constantes viajes y estancias en el extranjero, sin perder nunca la base y
plataforma cultural mexicanas. En la década de los sesenta participó en diversas
publicaciones literarias. Junto con Emmanuel Carballo fundó la Revista Mexicana de
Literatura, foro abierto de expresión para los jóvenes creadores.
A lo largo de su vida ejerció la docencia como profesor de literatura en diversas
universidades mexicanas y extranjeras, y se desempeñó también como
diplomático. Impartió conferencias, colaboró en numerosas publicaciones y,
junto a la narrativa, cultivó también el ensayo, el teatro y el guión
cinematográfico. Algunos de sus ensayos de tema literario fueron recopilados en
libros, como La nueva novela hispanoamericana (1969) o el dedicado a Miguel de
Cervantes, Cervantes o la crítica de la lectura (1976).
A los veintiséis años se dio a conocer como escritor con el volumen de
cuentos Los días enmascarados (1954), que fue bien recibido por la crítica y el
público. Se advertía ya en ese texto el germen de sus preocupaciones: la
exploración del pasado prehispánico y de los sutiles límites entre realidad y
ficción, así como la descripción del ambiente ameno y relajado de una joven
generación confrontada con un sistema de valores sociales y morales en
decadencia.

Carlos Fuentes
Su éxito se inició con dos novelas temáticamente complementarias que
trazaban el crítico balance de cincuenta años de "revolución" mexicana: La región
más transparente (1958), cuyo emplazamiento urbano supuso un cambio de
orientación dentro de una novela que, como la mexicana de los cincuenta, era
eminentemente realista y rural; y La muerte de Artemio Cruz (1962), brillante
prospección de la vida de un antiguo revolucionario y ahora poderoso
prohombre en su agonía. Ambas obras manejan una panoplia de técnicas de
corte experimental (simultaneísmo, fragmentación, monólogo interior) como
vehículo para captar y reflejar una visión compleja del mundo.
La región más transparente (1958)
Las promesas de originalidad y vigor que ya se vislumbraban en Los días
enmascarados se cumplieron plenamente con La región más transparente (1958), un
dinámico fresco sobre el México de la época que integra en un flujo de voces los
pensamientos, anhelos y vicios de diversas capas sociales. La primera novela de
Fuentes supuso una ruptura con la narrativa mexicana, estancada en un
discurso costumbrista y en la crónica revolucionaria testimonial desde una
óptica oficialista. Con esta extensa obra acreditó el autor su vasta cultura, su
sentido crítico y su pericia y audacia como prosista, rasgos que muy pronto lo
convertirían en uno de los escritores latinoamericanos con más proyección
internacional.
Al modo de John Dos Passos en Manhattan Transfer respecto a Nueva York, o de Alfred
Döblin en Berlin Alexanderplatz con la capital alemana, La región más transparente es el
gran mosaico de Ciudad de México, el retrato a la vez atomizado y gigantesco
de todas sus clases sociales a través del aproximadamente centenar de
personajes que constituyen su "protagonista colectivo", siendo el verdadero
protagonista la propia ciudad; así lo delata su mismo título, que procede de una
frase con la que Alexander von Humboldt describió el valle de México.

La disección y crítica de la masa social del país (en la medida en que la ciudad
incluye al campo al absorber las migraciones de campesinos depauperados) es
la propuesta programática de la obra, y abarca desde los desheredados hasta
los nuevos burgueses "que no saben qué cosa hacer con su dinero",
desprovistos de cualquier inquietud cultural y sin otra clase que se les oponga.
El dominio que muestra Fuentes de los distintos registros lingüísticos de cada
clase social proporciona verismo a su retrato y convierte la novela en una
magistral obra polifónica.

Los continuos saltos temporales (dentro de un dilatado periodo que abarca


desde los años previos a la Revolución mexicana hasta el presente) y la
irregularidad con que aparecen los personajes, con frecuencia a través del
monólogo interior, dan a la narración una apariencia desordenada y anárquica;
externamente, la novela está dividida en tres partes desproporcionadas que
engloban capítulos distribuidos sin simetría. Sin embargo, en ningún momento
se pierde el hilo de la narración, lo que demuestra el especial cuidado que pone
el autor en la estructura.

La primera secuencia es la presentación de sí mismo que hace Ixca Cienfuegos,


e inicia la novela con estas palabras: "Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y
vivo en México, D.F." Su voz, la primera en aparecer, se dirige a sus iguales y a
la ciudad. El hálito poético de su palabra dignifica su amargura y su resignación
ante el destino que los mexicanos como él están condenados a padecer. La
insistencia de frases como "qué le vamos a hacer" refuerza el fatalismo que
caracteriza a la mentalidad indígena y crea lazos discursivos entre otros
personajes marginados dentro de la misma novela. Su parlamento finaliza con
las siguientes frases: "Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más
transparente del aire".

Carlos Fuentes

La estructura de la novela está presidida por la circularidad: se abre con estas


palabras de Ixca Cienfuegos y se cierra con "La región más transparente del
aire". Este concepto circular, tan ligado al de la repetición, se observa en varios
niveles de la novela y es básico para la tarea de enhebrar los numerosos
elementos de esta obra y para sostener su simbolismo. Así, sobresale el que
aglutina la muerte de varios personajes (el final de sus ciclos vitales).

Otro factor siempre presente en la obra es que el sacrificio ritual, como la


Revolución, cuyos ideales yacen ya enterrados en el olvido, sacrificó no a todos
sino a los de siempre, para mantener o encumbrar en su sitio a los mismos. En
ausencia de cualquier valor, los personajes son figurantes de un teatro vacío;
los pobres, los macehuales, están fatalmente destinados a permanecer
enclavados en la región más transparente del aire: dentro de la miseria, sin
porvenir, fuera de la historia, sin nombre.

La muerte de Artemio Cruz (1962)


La denuncia del fracaso de la Revolución se halla en la base de diversas obras
de Carlos Fuentes, y muy especialmente en La muerte de Artemio Cruz (1962), una
de las mayores novelas de las letras mexicanas. Sus páginas detienen por un
instante, con una prosa compleja de identidades fragmentadas, el flujo de
conciencia de un viejo militar de la Revolución de 1910 que se encuentra a
punto de morir, e indagan también en el sentido de la condición humana. El
magisterio de James Joyce (autor le que impresionó profundamente) es patente
en el uso del monólogo interior como técnica narrativa fundamental; en el
manejo del monólogo, Fuentes superó en esta obra en complejidad (y acaso en
riqueza) al mismo maestro.

Alegóricamente, la historia de Artemio Cruz es la del nacimiento, implantación y


muerte de la Revolución mexicana; el antiguo revolucionario refleja el modo en
que se prostituyeron sus valores, subrayando que tal traición fue libre decisión
de su soberana voluntad y no de presiones históricas, aunque sí quizá de una
inquietante atmósfera común o de una huidiza naturaleza humana: el egoísmo,
la ambición, la sed de poder y riqueza lo movieron lo mismo que a tantas
personas de su entorno, carentes de todo escrúpulo.

Pero el relato, en el que destacan un amor juvenil de Artemio que coincide con
los días entusiastas de la revolución, su posterior matrimonio por interés y sin
amor en tiempos de la institucionalización y un amor clandestino de la madurez
con el que intenta rehabilitarse espiritualmente, perdería gran parte de su
autoridad de no ser por la forma con que Fuentes ha sabido arroparlo.
Carlos Fuentes en una imagen de 1995

Viejo, rico y poderoso en la hora de su muerte, Fuentes relata la larga agonía


de Artemio Cruz y los episodios en ella evocados mediante el empleo riguroso y
sistemático del "yo", del "tú" y el "él". A través del "yo" nos ofrece, en tiempo
presente (la obra se sitúa en el año 1959), el monólogo interior del antiguo
revolucionario agonizante, mientras que el "tú" corresponde a su subconsciente,
que instruye al moribundo acerca del futuro de sus elucubraciones mentales, y
con el "él" recuerda, por el contrario, la historia pasada de Artemio y de quienes
le rodearon o bien se rodeó en los distintos momentos de su vida.

Estas narraciones o intervenciones en primera, segunda y tercera persona


forman una especie de tríadas que se van repitiendo a lo largo de las páginas
del libro hasta doce veces, tantas como las horas que dura la agonía de su
protagonista. A lo largo de la misma se nos ofrecen otras tantas revisiones de
su pasado, que no se producen cronológicamente, sino a la manera de William
Faulkner, de acuerdo con los desordenados y caprichosos saltos mentales a los
cuales se entrega el moribundo.

El último de todos ellos, que se remonta a 1889, cuando Artemio vino al mundo,
no es fruto de su pensamiento ni forma parte de la película de su vida que
presencia mientras agoniza, sino obra del autor. Una última tríada, a la cual
correspondería el fatídico número trece, queda truncada de repente por la
muerte de Artemio tras la sola intervención del "yo" y el "tú". Así termina sus
días el viejo caudillo mexicano; su historia simboliza la historia colectiva de su
país, en cuyo intento de transformación revolucionaria participó, al que luego
(como hicieron muchos otros) inevitablemente traicionó, y al que también
corresponde buena parte de responsabilidad en sus destinos.
Obra posterior
Las novelas reseñadas otorgaron a Carlos Fuentes un puesto central en el
llamado boom de la literatura hispanoamericana. Dentro de aquel fenómeno
editorial de los años 60 que, desde España, daría a conocer al mundo la
inmensa talla de los nuevos (y a veces anteriores) narradores del continente,
Carlos Fuentes fue reconocido como autor de la misma relevancia que el
colombiano Gabriel García Márquez, los argentinos Jorge Luis Borges, Ernesto
Sábato y Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa o los uruguayos Juan Carlos
Onetti y Mario Benedetti.
Entre las dos novelas mencionadas, sin embargo, se sitúa una obra de andadura
realista y tradicional: Las buenas conciencias (1959), que cuenta la historia de una
familia burguesa de Guanajuato. Esas obras iniciales cimentaron un ciclo
denominado por el autor "La edad del tiempo", obra en constante progreso a la
que se fueron sumando diversos volúmenes. Espíritu versátil y brillante,
Fuentes tendió a abordar en obras ambiciosas y extensas (a veces incluso
monumentales) una temática de hondo calado histórico y cultural; la novela es
concebida entonces con máxima amplitud, como un sistema permeable capaz
de integrar elementos en apariencia dispersos pero dotados de poder evocativo
o reconstructor.
Son de destacar, en este sentido, Cambio de piel (1967), con las abundantes
divagaciones a que se abandonan cuatro personajes ante el espectáculo de una
pirámide de Cholula. Zona sagrada (1967) retrata la difícil relación entre una diva
del cine nacional y su hijo. Terra Nostra (1975), novela muy extensa que muchos
consideraron inabordable, es probablemente su obra más ambiciosa y compleja;
en ella llevó al límite la exploración de los orígenes del ser nacional y de la
huella española (el ejercicio del poder absoluto por parte de Felipe II) en las
colonias de América.
En Cristóbal Nonato (1987), inspirada en Tristram Shandy de Laurence Sterne, narró el
Apocalipsis nacional empleando la voz de un niño que se está gestando; este
sorprendente monólogo de un personaje no nacido se sitúa en 1992 (año del
quinto centenario del descubrimiento de América) y constituye una celebración
paródica en un México corrupto y destrozado.
A esta selección se agrega la novela corta Aura (1962), historia mágica,
fantasmal y extraña en la mejor tradición de la literatura fantástica. Diverso
carácter posee La cabeza de la hidra (1978), que, bajo la modalidad de una novela
de espionaje, trata sobre la corrupción de la vida política mexicana; la "hidra"
del título es el petróleo mexicano, una riqueza natural que no genera
prosperidad, sino dinero, corrupción y esclavitud. Al igual que Gringo
viejo (1985), novela sobre la estancia y desaparición del periodista
norteamericano Ambrose Bierce en el México revolucionario, fue llevada al cine.
Su experimentalismo narrativo fue menguando con el curso de los años, como
se hizo perceptible en Diana o la cazadora solitaria (1994), breve novela que
recontaba su tormentosa relación con la actriz Jean Seberg. A pesar de ello
agregó a su obra títulos interesantes como Constancia y otras novelas para
vírgenes (1990), El naranjo o los círculos del tiempo (1993) y La frontera de cristal (1995),
conjunto de historias centradas en la línea divisoria que separa a México de
Estados Unidos.
Posteriormente publicó Los años con Laura Díaz (1999), Instinto de Inez (2001), La silla
del águila (2003), Todas las familias felices (2006), La voluntad y la fortuna (2008) y Adán
en Edén (2009). Ensayista, editorialista de prestigiosos periódicos y crítico
literario, escribió también obras de teatro, como El tuerto es rey (1970) y Orquídeas
a la luz de la luna (1982). Una inteligencia atenta al presente y sus inquietudes, el
profundo conocimiento de la psicología del mexicano y una cultura de alcance
universal hacen de su obra un punto de referencia indispensable para el
entendimiento de su país. En 1987 fue galardonado con el Premio Cervantes, en
1994 con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, y en 2008 recibió la Gran
Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
La Muerte de Artemio Cruz

La muerte de Artemio Cruz (1962) reconstruye la vida de un hombre poderoso que


está agonizando, a través de saltos en el tiempo y de enfoques narrativos y técnicas
cambiantes.
Comienza la novela con el retrato introspectivo en primera persona de Artemio Cruz.
Un autorretrato en el que podemos entender que se encuentra enfermo o malherido
postrado en su lecho. Desde este punto de vista de un hombre en su lecho de muerte
va a ser narrado todo el relato. La novela intercala las impresiones de Cruz
moribundo en la cama con sus sueños, sus reflexiones y sus recuerdos, todo un
recuento de su vida, sus amores, sus momentos heroicos y mezquinos, su valor y su
cobardía, en definitiva toda la retrospectiva de una vida agitada desde sus últimos
estertores.
La novela no está estructurada en capítulos, sino en pequeños fragmentos que
entrelazan las sensaciones de Artemio Cruz en su lecho de muerte con el
recuerdo de los momentos más importantes de su vida, de forma que la novela
es un continuo flash-back y recuento de esas memorias. Este resumen intenta
seguir y ser fiel a esa misma estructura.

Desde ese lecho recuerda el día anterior. Un viaje en avión desde Hermosillo,
Sonora, hasta la Ciudad de México. Por su relato nos vamos enterando de que
Artemio Cruz es un hombre de negocios y esos negocios no siempre son
precisamente legales. Los va enumerando: Transportadores de pescado entre
Sonora, Sinaloa y el D.F., un periódico, inversiones en bienes raíces (México,
Puebla, Guadalajara, Monterrey, Culiacán, Hermosillo, Guaymas, Acapulco),
domos de azufre en Jáltipan, las minas de Hidalgo, concesiones madereras en
la Tarahumara, la participación en la cadena de hoteles, la fábrica de tubos, el
comercio de pescado, las financieras de financieras, la red de operaciones
bursátiles, las representaciones legales de compañías norteamericanas, la
administración del empréstito ferrocarrilero, los puestos de consejero en
instituciones fiduciarias, las acciones en empresas extranjeras -colorantes,
acero, detergentes- y quince millones de dólares depositados en bancos de
Zurich, Londres y Nueva York.

Luego enumera los pasos que integraron esa riqueza: Préstamos a corto plazo
y alto interés a los campesinos del estado de Puebla, adquisición de terrenos
cerca de Puebla previniendo su crecimiento gracias a la intervención del
presidente en turno, adquisición de terrenos para fraccionamientos en la
Ciudad de México, adquisición del diario metropolitano, compra de acciones
mineras y creación de empresas mixtas mexicano-norteamericanas donde
fungirá como hombre de paja para hacer cumplir la ley, hombre de confianza
de inversionistas norteamericanos, intermediario entre Chicago, Nueva York y
el gobierno de México. Manejo en la bolsa de valores para inflarlos,
deprimirlos, comprar o vender a su antojo y utilidad, jauja y consolidación
definitiva con el presidente Alemán, adquisición de terrenos ejidales
arrebatados a los campesinos en las provincias del interior, nuevos
fraccionamientos y concesiones en la explotación madereraJunto a Artemio
Cruz en su lecho de muerte se encuentran Catalina y Teresa, su esposa y su
hija. De los escritores del Boom latinoamericano y en general de todos los escritores mi favorito
siempre fue Cortázar y su novela Rayuela. Sin embargo, después de leer La Muerte de Artemio
Cruz, Carlos Fuentes ocupa un lugar privilegiado en mis anaqueles y una de las cosas que permite
la literatura, al contrario de la vida, es enamorarse las veces que suceda y tener los amantes que
una requiera.
La muerte de Artemio Cruz no solo es una fotografía panorámica del México de la época, también nos
permite conocer la revolución de cerca, como se conoce todo lo que luego duele. Además estar en esa
cama que huele a orines, estar desahuciado igual que el protagonista y ver lo que hay antes que la
muerte, que asusta más que la muerte misma.

La historia inicia en 1960 cuando Artemio Cruz está esperando la muerte sin otro recurso de protesta
que el del recuerdo. Cruz, estuvo en la revolución de México, fue un héroe en completa soledad, y será
un villano a la vista de todos. Será un padre sin hijos, un esposo viudo sin que Catalina, su
compañera, sea enterrada nunca. Un hombre pasional nunca tuvo amor.

Después de amar a Regina y perderla en nombre de un ideal, Artemio olvidará la revolución y su


único ideal será el dinero a costa de lo que sea. Es dueño de un periódico el cual lee todos los días,
tendrá innumerables negocios, casi tanto como conocidos, será un corrupto, sin que los buenos vinos,
los viajes, la comida, las abundantes tierras que ha robado a los indios y a los campesinos puedan
hacerlo olvidar de Regina, una india que conoció mientras miraba su reflejo en el mar.

Quizá, durante sus breves meses de amor, nunca vio la belleza de los ojos con tanta emoción, ni pudo
compararlos, como ahora, con sus gemelos brillantes: joyas negras, hondo mar, quieto bajo el sol,
fondo de arena mecida en el tiempo, cerezas oscuras del árbol de carne y entrañas calientes. Nunca le
dijo eso.

No hubo tiempo. Así el narrador de la novela describirá el amor de Artemio y Regina, que vivirá donde
habitan los amores imposibles: en el recuerdo.

El narrador se desdobla en tres: en el yo, en el tú y en él. El yo que habla del presente y de la agonía;
el tú que es el futuro, la conciencia, un poco la mano que señala; y él, que cuenta los momentos más
importantes. Utilizando el flashback se cuentan doce días decisivos en la vida de Artemio Cruz.

El lenguaje en que está contada la historia es original. Todo el tiempo evoca, la memoria, la nostalgia,
el recuerdo, como una forma de no dejar morir lo que valió o no valió la pena, como una forma de no
morirse. Fuentes aborda la memoria como el deseo satisfecho y la nostalgia como embellecimiento del
pasado. El libro subvierte el orden y se puede leer de forma normal o de atrás para adelante y
encontrase con una historia distinta. Leer a Fuentes es tocar el lenguaje.

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