Evis Carballosa Mateo 8 25

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EVIS CARBALLOSA

El poder sobre la naturaleza (8:23-27)


“Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron” (8:23).
El evangelista Mateo usa la conjunción “y” (kai) para conectar el relato que sigue
con lo dicho anteriormente.32 La frase “y entrando él en la barca” (kai embánti autói
eis to ploion) es un dativo absoluto cuya función es introducir el tema del relato.
El Señor “se embarcó” en una de las naves usadas para la pesca, “sus discípulos le
siguieron” (eikoloútheisan autoí). Lo más probable es que el sustantivo “discípulos”,
en este contexto, no se limite a los que Él había designado sino también a otros que
le seguían y que en sentido general son designados como “discípulos”.33 Seguramente
quienes le siguieron, abordaron botes más pequeños que eran usados para viajar entre
las ciudades que rodeaban el lago. También es posible que muchos se desplazaran a
pie por los senderos que bordean el mar de Galilea.

“Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas
cubrían la barca;
pero él dormía” (8:24).

32. El estudiante de las Escrituras debe observar la repetición de la conjunción “y” (kai) en
los
versículos 25, 26, 27, 28, 29, 32, 33, 34. También debe observarse que en los versículos 27,
30, 31,
32 y 33 se usa la conjunción dé que debe traducirse “pero” o "mas”, aunque la Reina—
Valera 1960
la traduce muchas veces como “y” cuando sería preferible darle su significado lógico.
33. Vea John A. Broadus, Comentario del Evangelio según Mateo, pp. 241-242.

La autoridad de Jesús el Mesías (Primera parte) (8:1-34) 303

De manera dramática, Mateo explica: “Y he aquí que se levantó en el mar una


tempestad tan grande” (kai idoú seísmos mégas egéneto). Literalmente dice: “Y he aquí
[que] un temblor grande sucedió”. El verbo en el aoristo indicativo egéneto sugiere que
“la gran tempestad” o “temblor” ocurrió de manera súbita e inesperada. La expresión
“en el mar” {en teí thalássei) se refiere al mar de Galilea, conocido también como el
mar de Tiberias (vea Jn. 6:1) y también como el mar de Cineret (vea Nm. 34.11 y Jos.
12:3). Este gran lago tiene una forma oval, con 21 km de largo y una anchura de 6 a 12
km. Las aguas del lago son de un hermoso color azul y su profundidad alcanza hasta 48
m. El lago es de agua dulce y está rodeado de colinas y de algunos precipicios. Debido
a su situación geográfica, sufre de repentinas y peligrosas tormentas hasta el día de
hoy, como la que se describe en este pasaje. Muchos de los acontecimientos narrados
en los Evangelios sinópticos ocurrieron en los alrededores del Mar de Galilea. Si se
eliminase dicho cuerpo de agua del relato de los Evangelios, gran parte de la historia
de la vida de Jesús desaparecería también. Fue en los alrededores del Mar de Galilea
donde el Mesías presentó la mayoría de sus credenciales mesiánicas.
Mateo describe la severidad de la tempestad, diciendo: “que las olas cubrían la
barca” (hóste to ploion kalyptesthai hyo ton kymátón), es decir “de modo que el barco
era ocultado por las olas”. La situación desde la perspectiva humana era, sin duda,
crítica, “pero él dormía” (autos dé ekátheuderi). Esta es una frase pleonástica enfática.
Imperturbablemente, Jesús dormía. Esta es la única vez en los Evangelios donde Jesús
aparece durmiendo. ¡Cuán diferente es del dormir de Jonás, quien dormía a causa
de una conciencia culpable! Nuestro Señor dormía con una conciencia tranquila.
El Mesías ha aparecido enseñando, predicando, caminando, agonizando, sediento,
orando, descansando y le vemos muriendo. Solo aquí aparece durmiendo. Esa era una
demostración de su humanidad. No debe olvidarse jamás que “el Verbo fue hecho
carne”. Aquel que era Dios de la manera más absoluta se hizo perfecta humanidad.
Richard C. H. Lenski ha escrito elocuentemente:
Mateo lo expresa todo con tres palabras griegas: “pero él dormía” (autos dé
ekátheuden), autos es enfático; “él” en contraste con los otros; ekátheuden, es
un imperfecto descriptivo: “Estaba durmiendo”. El rugir de los vientos y las
olas, la conmoción de los discípulos tratando de salvar el barco y sus propias
vidas nunca molestó a Jesús en lo más mínimo, El seguía durmiendo. ¡Cuán
sorprendente fue todo aquello!34
Aquel era un cuadro asombroso que cualquier pintor desearía plasmar en el lienzo.
El recio viento cruzado levantaba enormes olas sobre el Mar de Galilea. Un grupo de
experimentados pescadores galileos estaban aterrorizados por el inminente peligro
de naufragar. Pero tranquilo, durmiendo, con su cabeza apoyada en un cabezal se
encontraba el Todopoderoso. Tranquilo e imperturbable, dispuesto a intervenir en el
momento oportuno y demostrar que el Mesías tiene control absoluto de los vientos, las
olas y las tempestades. Aquel día no solo calmó la tempestad física, sino también los
temores, las dudas y las ansiedades de sus aterrorizados discípulos.

34. Richard C. H. Lenski, The Interpretation ofSt. Matthew’s Gospel, p. 345.

“Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo:


¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (8:25).

Hay varias cosas dignas de señalarse en este versículo. En primer lugar está el hecho
de que experimentados pescadores, acostumbrados a bregar en el mar, acudiesen a
un carpintero, pidiendo ayuda en medio del furioso “seísmo” que resultó en la gran
tormenta. Abandonaron su propia habilidad humana y sus años de experiencia y
apelaron a la ayuda de un carpintero. Sin duda, aquellos hombres estaban confundidos.
Si se juntan los relatos de los sinópticos, es evidente que varios de los discípulos
corrieron hacia el Señor para despertarlo. Se dirigieron a Él de diferentes maneras: Uno
de ellos gritó: “¡Maestro!”, otro dijo: ¡Maestro!, ¡Maestro!”, mientras que alguno lo
llamó: “Señor” (vea Mr. 4:38; Le. 8:24; Mt. 8:25). Alguien ha observado que allí hubo
dos tormentas: (1) La del lago y (2) la del corazón de los apóstoles. Aquellos hombres
se olvidaron de sus habilidades humanas y apelaron al carpintero de Nazaret porque se
percataron de que Aquel que dormía tranquilamente en el barco era más que un simple
hombre. Solo así se explica que acudiesen a Él, pidiendo ayuda.
En segundo lugar, debe notarse cómo se dirigieron a Él en el momento más crítico.
El evangelista Marcos proporciona más información al respecto: “Y él estaba en la
popa, durmiendo sobre un cabezal y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes
cuidado que perecemos?” (Mr. 4:38). El tono es indiscutiblemente de reproche. Sin
duda, Marcos refleja la actitud de Pedro. El tono en Mateo es más suave, como el de
una oración (8:25), mientras que en Lucas aparece como un grito de ayuda: “Maestro,
Maestro, que perecemos” (Le. 8:24). La fe de los discípulos en el poder del Mesías
aparece mezclada con una gran cantidad de dudas en su bondad. Aquellos hombres no
sabían que estar con El en una tormenta es mejor que estar sin El en la calma.
Finalmente, debe observarse la expresión “perecemos” (apollúmethá). Ese verbo
es el presente indicativo de apóllymi que significa “ser destruido”. El tiempo presente
describe gráficamente cuán peligrosa era la situación. El grito unánime de los
discípulos fue “sálvanos” (sósan). Este verbo está en el aoristo imperativo que sugiere
una acción inmediata y urgente. “Se habían olvidado que el Señor no les había dicho
‘vayamos al medio del lago para ahogarnos’, sino ‘pasemos al otro lado’. La obra
expiatoria de Cristo, los beneficios que hemos recibido, es la seguridad que tenemos
en Él y en esa posesión tenemos toda la confianza de su ayuda providencial en todas
las pruebas de la vida”.35

“El les dijo: ¿Por qué teméis hombres de poca fe?


Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar;
y se hizo grande bonanza” (8:26).

Las palabras de Jesús demuestran su absoluto control de la situación “¿por qué


teméis?” (ti deiloí este) literalmente quiere decir: “¿Cómo es que estáis acobardados?”
O mejor, “¡qué acobardados estáis!” Quizá, a raíz de esa experiencia, Pedro aprendió
que: “los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos”
35. Samuel Lewis Johnson, “Notas inéditas de la exposición de Mateo” (1976).

(1 P. 3:12). “Hombres de poca fe” (oligópistoi) podría referirse no a la cantidad sino a


la calidad de la fe de los discípulos (vea Mt. 17:20).36
Todos los relatos sinópticos dicen que el Señor: “reprendió a los vientos y el mar”.
Marcos, sin embargo, cita sus palabras: “Calla, enmudece” (Mr. 4:39). El verbo
“enmudece”, usado por Marcos, (pephímóso) es el perfecto, voz pasiva de phiméó que
significa “poner bozal” a los animales para controlarlos, tal como se haría con un perro.
El Señor “reprendió” a los vientos’', les ordenó que guardasen silencio, que cesasen su
ruido como el amo que pone un bozal a su perro o lo encierra en la perrera. El Señor
también reprendió al mar y las olas se postraron bajo su autoridad. El texto dice: “Y se
hizo grande bonanza” (kai egéneto galéimei megálei). Los tres sinópticos mencionan
que hubo súbitamente una gran bonanza. El aoristo indicativo “se hizo” (egéneto)
sugiere una acción instantánea. El énfasis está en la magnitud de la bonanza. El texto
griego dice: “Apareció una calma grande”. El Soberano Dios produjo aquella tormenta
para que el Mesías pusiese de manifiesto su omnipotencia como otra credencial de que
Él era el Rey prometido en las profecías del Antiguo Testamento. Aquella noche Él
demostró ser Aquel que “cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan las ondas”
(Sal. 107:29). Las furiosas olas son amansadas al sonido de su voz. Él no está a la
merced de la naturaleza sino que la naturaleza está bajo su autoridad.
“Ylos hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste,
que aun los vientos y el mar le obedecen?" (8:27).
‫יז‬
La reacción de los discípulos frente a aquel milagro de poder es un total asombro.
Se maravillaron porque el milagro de calmar la tempestad les ha revelado un poder de
Jesús hasta entonces desconocido por ellos.37 La única respuesta sensata a la pregunta
de los discípulos es: “Este es el Mesías, el hijo del Dios viviente” (cp. Mt. 16:16). Aquel
de quién Juan escribió: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el
Verbo era Dios” (Jn. 1:1). Aquel que es “el resplandor de su gloria, y la imagen misma
de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo
efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la
diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó
más excelente nombre que ellos” (He. 1:34‫)־‬.
No cabe duda de que la doble naturaleza de la Persona de nuestro Señor claramente
se pone de manifiesto en el acontecimiento narrado en Mateo 8:24-27, y produce de
nuevo la pregunta histórica respecto de la naturaleza de su ser. Hay tres interpretaciones
respecto de la Persona de Cristo que han permanecido a lo largo de la historia: En
primer lugar los ebionitas que afirmaban que Cristo era: “Un mero hombre privilegiado
por el descenso del Espíritu Santo sobre su Persona a la hora de su bautismo”.38 Las
enseñanzas de los ebionitas fueron adoptadas por Lelio y Fausto Socinio en el siglo
XVI. Rechazaban las doctrinas de la trinidad, la preexistencia de Cristo, la unión de
las dos naturalezas y enseñaban que era un mero hombre histórico.39 Según la postura

36. Vea D. A. Carson, “Matthew”, p. 216.


37. W. A. Davies y Dale C. Allison hijo, “The Gospel According To Matthew”, vol II, p.
75.
38. E. L. Carballosa, La Deidad de Cristo (Grand Rapids: Portavoz, 1982), pp. 15-16
39. Ibid., pp. 51-52.

de los Socinio, Cristo es una persona profética, un héroe religioso, un genio religioso
incomparable, pero definitivamente no era Dios.40
La segunda interpretación de la persona de Cristo es la que en su día produjo Arrio.
Según aquel presbítero de Alejandría de principios del siglo IV, Cristo era un ser
creado que, aunque superior a los hombres, era de una sustancia diferente a la de Dios
y por lo tanto, no era Dios. Jesús era una creación intermedia pero no una creación de
Dios. Admitía su impecabilidad y afirmaba que se le había conferido temporalmente
las funciones de Juez, Redentor y Rey.41
La tercera interpretación es la de Atanasio, considerada como la postura ortodoxa
desde los primeros días de la historia de la iglesia hasta nuestros días. Jesucristo es
el Dios encarnado. Sus funciones de Rey, Juez y Salvador exigen que Él sea Dios,
puesto que la reconciliación del pecador con un Dios santo solo puede realizarse por
Dios mismo. Según Atanasio, Cristo es coigual, consubstancial y coeterno con el
Padre. El credo de Calcedonia (435 d.C), del cual Atanasio fue su figura prominente,
afirmó que Jesucristo es plenamente Dios y perfecta humanidad. Solo alguien que es
absolutamente Dios y hombre perfecto puede salvar al pecador.
El Cristo que calmó la tempestad en el Mar de Galilea es el mismo ayer y hoy y por
los siglos (He. 13:8). Él no solo calma las tormentas físicas sino que también calma
las espirituales. Cuando los vientos huracanados de las pruebas soplan con su furia
destructora, Él está presente para acallarlas y hacer que reine la calma más absoluta.

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