02 Biografia de Tito y Timoteo

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Biografía de Tito y de Timoteo

Juan José Bartolomé

Como consecuencia del éxito que su misión personal entre paganos conoció,
no pasó mucho tiempo hasta que Pablo pudo contar como compañeros de
misión a sus propios discípulos. Tras un período largo y fecundo de
propagación de la fe, tuvo que atender a las diversas comunidades que habían
surgido en las más importantes ciudades de Grecia y Asia Menor; sin dejar de
apoyarse en la ayuda de misioneros, que, como él, habían consagrado toda su
vida a la evangelización, Pablo pudo recurrir a personas, más jóvenes, que
habían recibido de él la fe en el Señor Jesús.

No fue su decisión mera opción táctica; la predicación era para él destino y


razón de su vida (1 Cor 9, 16); lo que nacía de su misión lo consideraba don de
su Dios y, al mismo tiempo, su mejor garantía ante su Señor (1 Cor 9,1-2)

Pablo, que concebía la misión como ocupación de hermanos, no supo


distinguir entre su vida de apóstol y su vida afectiva: se sintió verdadero padre
de cuantos había llevado a la fe (1 Tes 2,11; Gal 4, 19; 1 Cor 4, 16-18; 2 Cor 6,13);
consideró como hijos a sus conversos (Flp 2, 22; 1 Tim 1, 2 y 18). La fe
transmitida le obligó a transmitir sus sentimientos; aceptaba como auténticos
hijos a quienes aceptaban su predicación. Tito J fue, sin duda alguna, uno de
sus más allegados confidentes, “un verdadero hijo por la fe común” (Tit 1,4).

Tito, el hombre de confianza del apóstol, de padres paganos y converso de


Pablo, era miembro de la comunidad antioquena; incircunciso, acompañó a
Pablo durante su consulta con los pilares de la iglesia de Jerusalén; allí resultó
ser la prueba fehaciente de la libertad que el evangelio paulino proclamaba (Gal
2,1-10). Su temprana presencia en Jerusalén le convierte en uno de los primeros
cristianos provenientes del paganismo; con todo, sobre él nada nos dice el autor
de Hch. Para Pablo, en cambio, fue, según su propio testimonio, mucho más que
un fiel colaborador (2 Cor 2, 13; 7, 6-7 y 13-16; 8-6; 12, 17-18) fue su hombre de
confianza.

Junto al apóstol, trabajando en la misma tarea, Tito pasó de ser compañero


más joven a confidente y amigo íntimo. En tres ocasiones Pablo le encomendará
misiones delicadas: portador de una misiva del apóstol, redactada entre
lágrimas, logró restablecer la autoridad de Pablo en Corinto (2 Cor. 7, 6-7 y 13-
16); su actuación logró, además, la aprobación de la comunidad, un éxito éste
que se le había negado al apóstol.
Por ello, quizá, Pablo volvió a enviarlo a Corinto para que se responsabilizara
de organizar allí una colecta en favor de la comunidad de Jerusalén, una tarea
que Pablo siempre consideró personal (Gal 2,10; 2 Cor 2,13; 8,6, 16.23; .12,18).
Posteriormente acompañó a Pablo en su misión a Creta y quedó allí,
comisionado por el apóstol, para completar su obra y para dotar a las
comunidades de líderes propios (Tit 1,5); semejante encargo da idea de la
confianza que el apóstol tenía en su discípulo.

EI apostolado, empresa de confianza

Que Pablo necesitara de ayudantes en su misión nada tiene de extraño, si se


toma en cuenta la ambición de sus proyectos y el sentido de urgencia con que
vivía su vocación. Ha de sorprender en cambio, que un hombre tan difícil como
el apóstol sintiera la necesidad de apoyarse en sus discípulos; tan orgulloso
como estaba del origen divino de su apostolado (Gal.1,11-12), tan polémico
como fue en la defensa de su independencia y autoridad (Gal 1,13 - 2,14; 2 Cor
10,1-12), no evitó mostrarse afectuoso y tierno con sus comunidades, incluidas
aquellas que más disgustos le ocasionaron (Gal 4,19; 2 Cor 6,13): amaba
entrañablemente a cuantos había conducido a Cristo; saberse enviado de Dios,
Ie hizo sentirse su padre.

La capacidad de confianza en los suyos que muestra el apóstol no es más que


reflejo y efecto de la capacidad de confianza que Dios le ha mostrado al apóstol,
cuando le confió un evangelio que predicar y unos oyentes a los que decírselo.
Una evangelización, una catequesis, una misión que niegue al destinatario el
respeto o el cariño no se autentifica como cristiana, aunque les dé el evangelio;
malamente podría representar al Dios de Jesús quien mantiene distancias o
prejuicios con respecto a sus destinatarios. El apóstol, que ha nacido de la
confianza que Dios le tuvo al confiarle como tarea de su vida el evangelio y sus
oyentes, no puede negarse a confiarles el evangelio ni a sí mismo: la persona
del evangelista pertenece, como el evangelio, a sus oyentes.

Dios ha hecho de su representante un padre para sus hijos. Como Pablo, el


apóstol ha de saberse padre de sus cristianos; la buena nueva del amor de Dios
no puede quedar en manos de predicadores que no saben amar; el evangelio
que se transmite con frialdad o menosprecio no es auténtico, aunque sea
ortodoxo. La paternidad espiritual no es para el apóstol una necesidad personal,
sino un deber de su oficio. Sus afectos encontraran en quien fijarse allí donde el
Evangelio encuentre acogida.
Confiarse en otros y confiarles las propias tareas es deber del apóstol, ese
hombre que ha nacido de la confianza de Dios. En el enviado de Dios la
capacidad para la confianza no surge sólo, ni principalmente, de las virtudes de
sus discípulos; nace, más bien, de su convicción de que la evangelización
entera es una empresa de confianza. Sin poner en las manos de otros lo que
nosotros recibimos, sin mucho mérito, no se lleva adelante la tarea que nos fue
encomendada. Un apóstol en torno al que no crecen los discípulos sería, como
un padre sin hijos, una persona frustrada; y con paternidades frustradas nadie
puede arrogarse el ser apóstol del Dios que es Padre.

Los hijos del apóstol,


una necesidad y una tarea apostólica

Mediada ya la vida y medio realizada su misión, Pablo tuvo que apoyarse en


colaboradores a los que pudiera exigir compañía y trabajo misionero, lo mismo
que lealtad para con su persona y dedicación para con su obra; estos nuevos
colaboradores los encontró allí donde él había sembrado la fe y su afecto: en
sus comunidades nuevas. La urgencia por responder de todas ellas le obligó a
echar mano de creyentes, que surgieron allí donde iban a ser enviados.

La cercanía que mantenían con las comunidades paulinas fue razón


suficiente para que los enviara el apóstol en su nombre y con su autoridad. El
hijo le nace al apóstol cuando su discípulo se convierte en su heredero: la
misión compartida produce fraternidad; remplazar al apóstol en su tarea es
quehacer de hilos.

Tito, hijo auténtico de Pablo (Tit 1,4), supo acompañarle como prueba
fehaciente de la libertad que concede la fe en Cristo ante las autoridades de
Jerusalén; y allí le rindió un gran servicio (Gal 2, 1- 9). Pero sólo fue cuando, en
ausencia del apóstol, su discípulo se atrevió a mantener su obra y prolongar su
autoridad, en Corinto lo mismo que en Creta, fue cuando Pablo supo que
contaba ya con un hijo. La obediencia a sus directrices, el entusiasmo por
llevarlas a término, la responsabilidad al tener que suplirle y la libertad de
decisión a la `hora de hacerlo distinguen al hijo del siervo. Es mérito del apóstol
preocuparse por la educación de sus discípulos; oficio es de padres lograr
obediencia en libertad, cariño sin pérdida de respeto. Pablo, apóstol y padre,
supo lograrlo. Y su recompensa estuvo en poder contar con discípulos que,
como Tito, le fueron verdaderos hijos, porque, en su nombre, se hicieron cargo
de su obra.

Cambiarían nuestras comunidades si surgieran en su seno apóstoles con


imaginación y ganas suficientes como para hacer de su quehacer misionero
oportunidad única para responsabilizarse de la fe y la vida de sus destinatarios;
falta vida de familia en nuestras comunidades de fe, porque escasean los
apóstoles con vocación de padres. Negarse a confiar en otros lo que uno ha
recibido en confianza convierte al administrador fiel en celoso propietario; el
apóstol debe a sus discípulos el evangelio que les predicó y la misión que
desarrolló; no siendo él más que un enviado, no puede cerrarse ante quienes
Dios le envíe. La tarea apostólica, que se inició cuando el oyente se convierte en
discípulo, llega e término si el discípulo se convierte en heredero.

Cambiarían nuestras comunidades si surgieran en ellas discípulos que


obligaran a sus apóstoles a aceptarlos como hijos; los responsables de las
comunidades, hoy como en tiempos de Pablo, están necesitando de creyentes
que les convenzan de que están preparados para compartir la tarea misionera y
la responsabilidad apostólica.
Discípulos que rehúyan la misión de remplazar a sus maestros, que no sienten
la necesidad de cuidar de su obra, no harán padres a sus apóstoles. El apóstol
no puede contentarse con ser simple pedagogo, pudiendo ser padre (1 Cor 4,15).
Y la comunidad cristiana no lograra sentirse familia de Dios, si los creyentes no
se saben hijos auténticos de su apóstol, por la fe común. No se debería negar e
ninguna comunidad cristiana la dicha que tuvieron las comunidades de Creta,
que estaban presididas por un auténtico hijo de Pablo, Tito, su discípulo (Tit 1,
4).

Biografía de San Tito (6 de Febrero)


ANTONIO GARCIA FIGAR, O.P.

http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/01/01-26_TITO.htm

De San Tito no tenemos otras noticias que las que San Pablo nos
suministra; y a los datos del Apóstol hemos de acordar su biografía. El
primer dato sobre Tito lo encontramos acompañando a San Pablo a
Jerusalén con Bernabé. El objeto del viaje fue defender Pablo el Evangelio
de Jesucristo frente a los doctores judíos que querían someter a los
conversos a las ceremonias legales del Viejo Testamento, murmurando de
San Pablo porque se oponía a semejante servidumbre.

Hacía catorce años que Pablo se había ausentado de la ciudad santa


donde estuvo a raíz de su conversión, tres años después de la misma. El
viaje obedecía a una "revelación" que tuvo, donde se le ordenó subir allá a
verse con las "columnas de la Iglesia", como llamaban a San Pedro, San
Juan y Santiago, a fin de confrontar su predicación con la de ellos;
estando acordes en todo, en señal de lo cual se dieron las manos, a Pablo
y a Bernabé se entiende, y no a Tito porque era gentil.

Los enemigos de San Pablo pretendían que los conversos se


circuncidaran, ya que le oyeron decir que los cristianos no estaban
obligados a aquella ceremonia. Furtivamente espiaban a Pablo en estas
predicaciones, y fue tal la defensa que hizo de su nueva teología, que "ni
aun Tito, que me acompañaba, con ser gentil, fue obligado a
circuncidarse" (Gal. 2,3). No era, pues, Tito judío. ¿Dónde, o en qué
poblado o ciudad había nacido? ¿Creta, Corinto, Antioquía? Es inútil
discurrir a este respecto. Era sencillamente, gentil. ¿Por qué, siendo gentil,
acompañó a San Pablo?

La palabra "gentil" se usaba para denominar a los griegos, según


algunos expositores. En aquel entonces, Tito era cristiano. Venia del
"gentilismo", pero era cristiano, razón por la cual, juzgándose los judíos
cristianos representantes de las dos leyes, la judía y la cristiana,
pretendían que los conversos aceptasen la circuncisión, sosteniendo que
sin ella no podían salvarse (Act. 15). El punto de partida de San Pablo para
este viaje a Jerusalén fue Antioquía, donde había muchos discípulos del
Señor. El y Bernabé "se quedaron allí mucho tiempo con los discípulos"
(Act. 14,28). Apareciendo Tito con ellos en Jerusalén, por deducción, Tito
debió ser antioqueno, convertido por San Pablo a la fe, tomándole desde
entonces por "socio" y "coadjutor" suyo.

Como sujeto de toda garantía espiritual y de un celo grande semejante al


suyo, San Pablo encomienda a Tito, en su tercer viaje a Tiro, Patara,
Rodas, Esmirna, Tróade, Filipos, Tesalónica, Efeso, Antioquía, dos
misiones delicadísimas a los corintios: la primera desde Efeso y la
segunda desde Macedonia. Los corintios fueron evangelizados por San
Pablo. Les cobró el Apóstol un cariño y una solicitud grandes; pero no
faltaron disidentes y traidores a la causa de la fe.

Algunos judíos conversos dieron nuevas a San Pablo del mal espíritu de
algunos, y los mismos fervorosos cristianos le dirigieron una carta
enterándole de los pecados y disensiones entre ellos. Ya en sus
comienzos se vió en la necesidad de salir precipitadamente de Corinto
porque los judíos le acusaron ante Galión, procónsul de Acaya, de que
Pablo "persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley", la ley
antigua (Act. 18,13).

San Pablo hubo de embarcarse navegando a Siria, bajando después a


Efeso. En Efeso estaba Tito. Con lo sabido por él mismo, las noticias que
fueron llegando después de su partida, la carta que los corintios le
dirigieron, consultándole diversos puntos, Pablo escribió su primera carta
a los corintios, encomendando a Tito le sirviera de correo, a la vez que de
apóstol y encomendero suyo para ver de poner paz entre los corintios y
reducirlos a la concordia.

El primer punto a coordinar era la división entre los conversos,


llamándose unos discípulos de Pedro, otros de Apolo, otros de Cristo y
otros de Pablo. "¿Está dividido Cristo? -les dice-. ¿O ha sido Pablo
crucificado por vosotros?" (Cor. 1,13). Siendo Corinto ciudad internacional,
a ella acudían no solamente los ricos comerciantes, sino los filósofos, los
oradores, los sofistas. Vivían pagados de su sabiduría. "Los judíos piden
milagros, los griegos sabiduría, mientras que nosotros predicamos a
Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, más
poder y sabiduría de Dios para los llamados, ya judíos, ya griegos" (ibid.
22-23).

El espíritu de partido, los pleitos entre los conversos, los vicios de la


impureza, el incestuoso, etc., son temas de San Pablo. Por sabia que fuera
la carta de San Pablo, el intérprete de la misma y el ejecutor había de ser
Tito. Qué tino, qué prudencia, qué sabiduría, qué don de gentes necesitaba
el discípulo para llevar a cabo la paz y la concordia entre todos
volviéndolos al verdadero cristianismo, que era Cristo. Deseando conocer
San Pablo el éxito de su carta y de las gestiones de su ardoroso y fiel
discípulo, le citó en Tróade a donde se dirigía San Pablo a predicar el
Evangelio de Cristo.

"En medio de haber abierto el Señor una entrada, no tuvo sosiego mi


espíritu, porque no hallé a mi hermano Tito, y así, despidiéndome de ellos,
partí para Macedonia" (2 Cor. 11,12-13). La inquietud de San Pablo estaba
bien justificada por la ternura que sentía por los nuevos convertidos por él,
por la dificultad creada por ellos en asuntos de gravedad y por el miedo
que sentía por su querido discípulo, por si no lo habían recibido bien o no
había tenido éxito en sus gestiones.

Llegó San Pablo a Macedonia y crecieron sus angustias por nuevas


dificultades. Muy grandes debieron de ser. Tito no estaba allí. "Pues así
como llegamos a Macedonia, no he tenido consuelo ninguno según la
carne, sino que he sufrido toda suerte de tribulaciones, combates por
fuera, por dentro temores" (2 Cor. 7,5). Las grandes penalidades del
Apóstol en Macedonia tuvieron su recompensa con la llegada de Tito.
"Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la llegada de
Tito y no sólo con su llegada, sino con el consuelo que de vosotros nos
trajo, al anunciarnos vuestra ansia, vuestro llanto y vuestro celo por mí,
con lo que creció más mi gozo",

La embajada de Tito fue cumplida y triunfante, hasta el punto de que el


Apóstol, que se había manifestado duro con los corintios en su segunda
carta a los mismos, se sincera un poco de su filípica anterior atenuando su
rigor por contraposición al amor que les tiene.

El puro elogio que hace de Tito muestra bien a las claras el valor de su
obra apostólica y del tiempo con que llevó a cabo su misión. "Que si en
algo me glorié con él de vosotros, no he quedado confundido, sino que así
como en todo os habíamos hablado verdad, así era también verdadero
nuestro gloriarnos con Tito. Y su cariño por vosotros se ha acrecentado
viendo vuestra obediencia y el temor y temblor con que le recibisteis. Me
alegro de poder en todo confiar en vosotros" (ibid. 12,14-16).

Por si había quedado algún leño encendido entre los corintios, y ante las
buenas nuevas traídas por Tito, San Pablo les escribe su segunda carta
desde Macedonia, confiándola al mismo Tito, queriendo que el que tan
buen éxito tuvo en su primera misión, acabara la obra en la segunda. El
empeño era más fácil. Conocían los corintios a Tito y le amaban. Sabían
los corintios el celo del discípulo de San Pablo por ellos y le recibirían y
atenderían de mejor gana que en la primera. Así aconteció. "Y gracias sean
dadas a Dios, que puso en el corazón de Tito esta solicitud para vosotros,
pues no sólo acogió nuestro ruego, sino que solicitó por propia iniciativa
partir a vosotros" (¡bid. 8,16).

En esta segunda carta San Pablo cambia su técnica epistolar,


manifestándose más humano y comprensivo, en atención a las buenas
noticias que Tito le diera de ellos. Les muestra su deseo de ir a verlos,
imposible de realizar por entonces, perdona al incestuoso, canta su
libertad evangélica y se declara heraldo de la verdad.... hace un resumen
de sus padecimientos por el apostolado de Cristo y pregona un elogio a
los corintios. "Y así como abundáis en todo, en fe, en palabra, en ciencia,
en toda obra de celo y en amor hacia nosotros, así abundéis también en
esta obra de caridad" (ibid. 8,7). (Pide a los corintios hagan una colecta por
los pobres de Jerusalén). No deja en el tintero su ascendencia judía y
farisaica frente a la vanidad de los seudo-apóstoles, a la vez que se
absuelve de no haberles sido gravoso en nada ni querer nada para sí.

En esta defensa incluye a Tito. “¿Os he explotado acaso por medio de


alguno de los que os envié? Yo animé a Tito a ir y envié con él al hermano.
¿Acaso Tito os explotó? ¿No procedimos ambos según el mismo espíritu?
¿No seguimos los mismos pasos?" (ibid. 12,17-18). Flaqueza ha sido en el
sacerdocio antiguo el interés. Los nuevos apóstoles suplican algunas
limosnas para los pobres, para ellos nada quieren. Tito sigue a San Pablo
en su desinterés.

En la segunda carta a Timoteo hay otra alusión a Tito. "Date prisa a venir a
mí, porque Demas me ha abandonado por amor a este siglo, desertó del
apostolado y se marchó a Tesalónica, Crescente a Galacia, Tito a
Dalmacia" (2 Tim. 4,9). ¿Otra misión delicada? Sin duda alguna; porque, al
decir San Pablo que "Demas” me ha abandonado", haciendo después
mención de Crescente y de Tito, no significa que estos dos últimos le
abandonaran también, sino que hubieron de dejarlo por su misma
voluntad. El viaje de Tito a Dalmacia y las razones del mismo las
desconocemos. Es un inciso que San Pablo dejó en la oscuridad, mas,
conociendo el celo del Apóstol por los cristianos, es de suponer que su
envío allá sería por intereses grandes de los conversos y de la Iglesia.

Después de su prisión, San Pablo pasó por Creta. ¿Se encontraba en la


isla Tito? ¡Acompañaba a San Pablo en su viaje a la isla? Las palabras de
San Pablo en la carta que le escribe, desde Nicópolis, en el Epiro, da a
entender que Tito trabaja en la viña del Señor de Creta. Dice el Apóstol: "Te
dejé en Creta para que acabases de ordenar lo que faltaba y constituyeses
por las ciudades "presbíteros" en la forma que te ordené" (1 Tim. l). "Te
dejé en Creta. para que acabases de ordenar lo que faltaba..." indicación
de que allí trabajaba llevando a cabo una obra que no se había terminado,
ordenándole el Apóstol que la acabara".
Fue consagrado obispo de Creta por el mismo San Pablo. En la carta que
le escribe le suplica que deje Creta tan pronto como lleguen Artemas o
Tíquico, que él enviaba, y fuera a verle en Nicópolis, lo antes posible,
porque tengo el propósito de pasar allí el invierno". Tito le acompañaría en
todo este tiempo. Se ha dicho ya que desde Nicópolis le envió a Dalmacia.

Resumiendo la carta que le escribe San Pablo, aparte de ser una


distinción muv grande, a la vez propone en ella las perfecciones que ha de
tener un obispo presbítero, todo lo cual hace comprender que el modelo
vivo de los obispos era Tito: "porque es preciso que el obispo sea
inculpable, como administrador de Dios; no soberbio, ni iracundo, ni dado
al vino, ni pendenciero, ni codicioso de torpes ganancias, sino
hospitalario, amador de los buenos, modesto, justo, santo, continente,
guardador de la palabra fiel...", "porque hay muchos indisciplinados,
charlatanes, embaucadores, sobre todo, los de la circuncisión, los judíos a
los cuales es preciso tapar la boca... Bien dijo uno de ellos, su propio
profeta: Los cretenses, siempre embusteros, bestias malas y glotones"
(Epiménedes de Cnosos. Siglo VI a. de J. C.).

Vienen después los consejos por categorías según la edad y condición.


Finaliza San Pablo la carta dando consejos al mismo Tito: "Evita las
cuestiones necias, las genealogías y las contiendas y debates sobre la ley,
porque son inútiles y vanas". Un final muy ajustado a la doctrina del
Evangelio, en lo social: " ... y que los nuestros aprendan a ejercitarse en
buenas obras para atender a las necesidades apremiantes y que no sean
hombres infructuosos". Esta carta se escribía por los años 66-67. Una
tradición registrada por el historiador Eusebio afirma que murió de
muchos años en Creta, siendo enterrado en la catedral. Siglos después fue
trasladado a Venecia, donde descansan sus restos.

San TIMOTEO
Juan José Bartolomé

También a Pablo le llegó el momento en que debió afrontar el problema de su


herencia. Tras treinta años de misión continua, había fundado comunidades en
las principales ciudades del imperio; luchó casi en solitario por mantener su
evangelio en ellas, libre de la ley y de las costumbres judías, consiguiendo con
ello crear un nuevo modo de ser cristiano.

Durante este tiempo ejerció sobre sus comunidades una autoridad constante,
interviniendo en sus asuntos personalmente o mediante sus delegados y, en
ocasiones, comunicándoles sus decisiones por carta. Pero el éxito que su
misión había conocido multiplicó de tal modo sus comunidades que tuvo que
confiar cada vez más su normal gobierno y guía a otras personas.

En su selección, Pablo fue precavido: prefirió encomendar su obra no ya a


cuantos colaboraron con él en la primera evangelización, si no a los que ésta
había llevado a la fe; hizo de sus conversos, tras un período de aprendizaje junto
a él, compartiendo misión y vida, guías de sus comunidades: nombró herederos
a sus hijos.

Y es que el apóstol no sólo dejaba comunidades que liderar; también se sentía


responsable de una tradición que sus comunidades debían conversar. En sus
comunidades se había ido creando un rico patrimonio de fórmulas de fe y
códigos de conducta que eran, al mismo tiempo, reflejo de su experiencia
cristiana y garantía de su identidad; de su mantenimiento dependía la
perduración del modo paulino de entender y vivir el cristianismo.

Nada de extraño tiene el que Pablo, deseoso de asegurarse la prolongación de


su obra, eligiera con tiempo a sus albaceas y los seleccionara entre los
creyentes que le debían a él la fe y que sentían por él afecto filial.

1 . Timoteo, el albacea de Pablo

Poco después de su ruptura con Bernabé, y tras misionar Siria y Cilicia junto a
Silas, en Listra, Pablo se encontró con Timoteo, un cristiano que llegaría a ser
uno de los más fieles auxiliares (Hch 16,1 y 19,22). Hijo de padre pagano y de
madre cristiana, recibió la fe, probablemente, del mismo Pablo durante su
anterior misión en Listra (Hech 14, 6); el termino «hijo», repetidas veces aplicado
a Timoteo (1 Cor 4,17; Flp 2,22; 1 Tim 12.18; 2 Tim 1,2), lo empleaba el apóstol
sólo con sus convertidos (1 Tes 2,7.11; Gal 4,19; Flm 10; 2 Cor 12,14; 1 Cor 4,15).

Con todo, Pablo no duda en reconocer la enorme influencia que, en su


instrucción cristiana, tuvieron su madre, Eunice y Loida, su abuela (2 Tim 1,5;
3,15). AI menos una vez, y por Pablo, tan celoso de su protagonismo en la
propagación del evangelio, se hacía justicia al papel de la mujer cristiana en la
transmisión de la fe

Todavía joven, Pablo le convenció para que le acompañara en su misión por


Europa y permaneció junto al apóstol durante todo el tiempo, excepción hecha
de algún viaje que debió emprender a instancia del mismo Pablo (1 Tes 3,2.6;
Film 16, 21; 1 Cor 4, 17; 16, 10-11; Hech 19,22). Fue, sin duda alguna, el
colaborador más estrecho de Pablo: le siguió en el viaje de regreso a Jerusalén
(Hch 20, 4) y estuvo a su lado en Roma todo el tiempo de su cautividad (Flp 1,1;
2,19; Col 1,1; Flm 1). Nada de extraño hay, pues, en que Pablo lo asocie como
remitente de seis de sus cartas y en ellas lo presente a sus comunidades como
su fiel colaborador (1 Tes 1,1; 2 Tes 1,1; 2 Cor 1,1; Col.1,1; Flp 1,1; Flm 1).

Implícitamente, Pablo reconocía así no sólo la dedicación de Timoteo hacia su


persona, si no también su protagonismo en la misión común. En Timoteo, Pablo
encontró el compañero que no tuvo en Bernabé o Sílas además que un
colaborador fiable, un hermano y un amigo fiel. No resulta sorprendente que
pensara en el para dejarle su obra como herencia.

Que Pablo sintiera un verdadero cariño por Timoteo, queda patente en


algunas de las recomendaciones que le dirige. De carácter más bien tímido y
reservado, joven todavía, Pablo se preocupa porque sus comunidades le reciban
bien (1 Cor 16, 10-11), lo mismo que por darle a el ánimo en el desempeño de su
tarea (1 Tim 1, 18; 4, 12; 2 Tim 1,8; 2, 22); sabedor de su débil constitución, el
apóstol se preocupa de su salud y le aconseja que cuide su estómago (1 Tim 5,
23), detalle este insólito en un hombre como Pablo, pero digno de un apóstol
que se siente autentico padre (1 Cor 4, 17; Flp 2, 22; 1 Tim 1, 2 y 18). Prueba de
esta familiaridad fue que Pablo se atreviera a pedirle su circuncisión para evitar
problemas con los judaizantes (Hch 16,3). Si la noticia de Heb 13, 23 es cierta,
trabajó en la misión durante muchos años, para la cual había recibido la
imposición de manos (1 Tim 4, 14; 2 Tim 1, 6), sobreviviéndole a su apóstol y
responsabilizándose de sus iglesias.

Timoteo, misionero y guía de comunidades, creció y se hizo a la vera y en la


escuela de Pablo; el apóstol le distinguió con una amistad llena de ternura y con
respeto hecho de admiración: verdadero hijo por la fe (1 Tim 1,2), no dejó de
considerarlo como hermano y colaborador de Dios en la predicación del
evangelio (1 Tes 3,2). Es conmovedor cómo lo necesitaba , Pablo, cuando,
previendo cercana sulmuerte y habiendo sufrido la traición de algunos, lo echa
de me nos y se desea su pronta venida (2 Tim_4,9.21). El apóstol necesitaba al
hijo (Flp 2,22) para coronar su fidelidad personal (2 Tim 4,5 5-9).

2. La herencia del apóstol

Como cualquier fundador Pablo tuvo que pensar en dejar su obra en manos de
otros. A pesar l de su previsión, que le había permitido educar personalmente a
quienes iba a responsabilizar de su herencia, el traspaso de autoridad coincidió
con una situación r delicada dentro del Cristianismo de los años sesenta. La
desaparición física de los primeros testigos daba a las comunidades sin puntos
de referencia, en caso de divergencias en la interpretación de la y tradición, y
Sin instancias cuyas de cisiones se consideran inapelables. El pluralismo que
conocía el cristianismo, presente ya en las principales ciudades de Oriente y
Occidente, era, lógicamente, motivo de tensiones en las comunidades.

Pablo reaccionara exhortando a sus herederos a que asuman su propia


responsabilidad: luchen contra los falsos maestros que amenazarían la vida de
sus comunidades (1 Tim 1,18-20; 6,11-16), continúen organizando los ministerios
(1 Tim 3,1-13) y se preocupen de que no decaiga el fervor Cristiano en la vivencia
diaria de la fe (1 Tim, 2,1-10; 5,1-21). Tareas que el apóstol no pudo resolver solo,
junto a las comunidades que hay que gobernar en su nombre, la herencia
apostólica. Sólo si las asume el discípulo se convierte en heredero.

Quien ha recibido comunidad y evangelio` de apóstoles que le precedieron, no


debe encontrar dificultad en dejar a otros el patrimonio recibido: el apóstol que
es incapaz de dejar a otros la comunidad que fundó o, simplemente, acompañó
durante un tiempo, si es que es apóstol auténtico, es un mal apóstol. Sólo quien
manda es el Señor: deber del enviado es, además de ocuparse de aquéllos para
los que ha sido enviado, preocuparse de que no le falten apóstoles, cuando el
les falte. La obediencia a la vocación apostólica incluye la aceptación de tener
que ser sustituido; prepararse a ello, preparando al sucesor es la forma de
legitimarse como apóstol.

La misión apostólica impone como quehacer de la vida no sólo a los propios


destinatarios, obliga también a encargarse de los que han de sucedernos,

No hay herencia sin patrimonio y sin herederos.

Como en tiempos de Pablo, la comunidad cristiana necesita hoy de apóstoles


que dejen un patrimonio doctrinal, fruto de su trabajo evangelizador y unas
personas que lo administren en su nombre con autoridad. El apostolado no
puede reducirse, simplemente, a realiza estrechos lazos efectivos entre el
apóstol y sus destinatarios; aunque tenga que nacer familiaridad entre el
evangelizador y el evangelizado, no son sentimientos humanos sino fuerzas de
amor divino que se apoyan en el contenido del evangelio cristiano.

Buscar la aceptación personal conduce, por desgracia, a que el apóstol


traicione el evangelio y quien se sabe querido por Dios no necesita de otros
quereres para llevar a cabo la misión para la que fue querido.

Como en los tiempos de Pablo la Comunidad cristiana necesita hoy de


apóstoles que se ocupen de evangelizar lo mismo que de encontrar
evangelizadores que puedan sustituirlos. Hacerse imprescindible en la misión es
perder la razón de ser el enviado de Dios. Precisamente por serlo, no pone
obstáculos a quien viene a él, por Dios enviado. Reconocer la vocación ajena es
la forma de sentirse reconocido con Dios: en cada elegido que pueda sustituirle,
el apóstol encuentra un nuevo motivo para seguir trabajando.

Ocuparse de quien le va a suceder implica preocuparse por el porvenir de lo


que | se esta haciendo. Nunca el heredero es un antagonista; la obra de nuestras
manos queda en manos de nuestros hijos. No se entiende bien por qué iba a ser
distinto en la obra apostólica.

3. Herederos de apóstoles

Como Timoteo, quien se ocupa de la evangelización, en cual. quiera de sus


frentes, ha sido a su vez hijo de apóstoles y puede considerarse heredero de la
misión. Cuanto aprendimos junto a los que nos transmitieron la fe y el encargo,
no nos pertenece; es el patrimonio que el apóstol ha dejado a su iglesia. De él
somos responsables ante ella.

El cariño y la fidelidad que debemos a quienes nos engendraron en la fe, se


satisface cuidándonos de su herencia. Pablo no dejó huérfanas a sus
comunidades, al confiarlas como heredad a sus hijos. Todo lo que el discípulo
podría conservar de él lo tenía en sus comunidades; las comunidades paulinas
encontraron en los sucesores del apóstol todo cuanto de él echaban en falta:
cercanía física, dirección espiritual y dedicación continua. Nombrando albaceas,
Pablo era consciente de dejar una herencia que administrar

Pero no bastaba que el apóstol quisiera elegir herederos ni que sus


comunidades necesitaran de ellos; los discípulos como Timoteo tuvieron que
asumir el testamento paulino para que las comunidades se reconocieran como
herencia del apóstol.

Sigue la iglesia de hoy necesitando de discípulos con vocación de


herederos, para que pueda saberse patrimonio de apóstoles y siga sintiéndose
protegida por ellos.

Cuantos trabajan en la iglesia han heredado unas tradiciones y una labor que
ellos no iniciaron, pero que deben continuar y enriquecer y para dejarlas, a su
vez, mañana como heredad a sus discípulos de hoy. La responsabilidad
asumida es, en la iglesia, desde los tiempos de Pablo, una responsabilidad que
compartir: buen heredero no es quien recibe, sino quien deja una buena
herencia.

Biografía de San Timoteo


http://www.corazones.org/santos/timoteo_tito.htm
http://www.ewtn.com/spanish/saints/Timoteo_y_Tito.htm

San Timoteo fue un discípulo muy amado de san Pablo. Era de Listra. Los
Hechos de los Apóstoles dicen: Había en Listra un discípulo llamado Timoteo,
hijo de una mujer judía creyente y de padre griego. Los creyentes de la ciudad y
de los alrededores daban de él muy buenos testimonios. Pablo quiso que se
fuera con él.

San Pablo le impuso las manos y le confió el misterio de la predicación, y en


adelante lo consideró siempre como un hijo suyo y un discípulo muy amado. En
la carta a los Corintios, el apóstol lo llama "Timoteo: mi hijo amado" (1 Cor. 4,7) y
de la misma manera lo llama en las dos cartas que le escribió a él.

Timoteo acompañó a San Pablo en su segundo y tercer viajes misioneros. El


apóstol al escribirle más tarde le recordará lo buena que fue su familia: "Quiero
refrescar el recuerdo de la gran fe que había en tu familia: en tu abuela Loida y
en tu madre Eunice. Que esa fe se conserve en ti, ya que desde tu más tierna
infancia te hicieron leer y meditar las Sagradas Escrituras" (1 Tim. 1,5;4,14)

La familia de Timoteo progresó mucho en santidad cuando San Pablo y San


Bernabé estuvieron hospedados en su casa en Listra. Y allí aquella ciudad les
sucedió a los dos apóstoles un hecho muy singular.

Las gentes al ver cómo Pablo curó instantáneamente a un tullido,


bendiciéndolo en nombre de Jesucristo, se imaginaron que estos predicadores
eran dos dioses disfrazados de hombres.

Que Bernabé, por alto y elegante, era Júpiter, y que Pablo, por lo bien que
hablaba, era Mercurio, el mensajero de los dioses y patrono de los oradores. Y
corrieron a llamar a los sacerdotes del Templo de Júpiter, los cuales llegaron
trayendo un toro para ofrecérselo en sacrificio a los dos dioses.

San Pablo se dio cuenta del engaño en que estaban, y rasgándose la camisa
les gritó: "Hombres, nosotros no somos dioses, somos pobres criaturas como
todos ustedes."

Y entonces la situación cambió por completo. Los judíos incitaron al


populacho contra los predicadores y los apedrearon dejándolos medio muertos.
Fueron llevados a casa de Timoteo y allí les hicieron las curaciones más
necesarias y en la madrugada salieron de la ciudad. Seguramente que a Timoteo
le debió impresionar muy profundamente el modo tan extraordinariamente
heroico y alegre que tenía San Pablo para ofrecer sus padecimientos por amor a
Dios y por la salvación de las almas, y esto lo movió más y más a dedicarse a
seguirlo en sus trabajos de apostolado.

Después de viajar con él en sus correrías de predicación por varios países,


Timoteo acompañó a San Pablo en la prisión que tuvo que sufrir en Roma, pues
en las cartas que desde Roma escribió el gran apóstol anuncia que lo está
acompañando Timoteo, su fiel discípulo.

Muy famosas son las dos cartas de San Pablo a Timoteo. En ellas le
recomienda: "Que nadie te desprecie por tu juventud. Muéstrate en todo un
modelo para los creyentes, por la palabra, la conducta, la caridad, la pureza y la
fe"(1 Tim. 4,12) y hasta desciende a detalles prácticos: "Timoteo: no tomes sólo
agua. Mézclale de vez en cuando un poco de vino, por tus continuos males de
estómago" (1 Tim. 5,23).

El historiador Eusebio dice que San Pablo nombró a Timoteo como obispo de
Efeso, y San Juan Crisóstomo afirma que fue nombrado presidente de los
obispos de esa región. Se cuenta también que en tiempos del emperador
Domiciano, hacia el año 97, Timoteo fue martirizado, apaleado y apedreado por
haber tratado de impedir una fiesta muy corrompida en aquella ciudad.

San Juan Crisóstomo y San Jerónimo narran que junto a los restos o reliquias
de San Timoteo, los cristianos obtenían muy grandes favores del santo. Lo que
más simpatía le atrae a San Timoteo es haber sido discípulo siempre fiel y muy
preferido del gran San Pablo. (Que bueno que él nos prendiera un poquito de su
aprecio por las palabras de tan gran apóstol).

Nació en Listra, Licaonie (Asia Menor), de padre griego y madre judía. Se sabe
de él gracias a las tres epístolas del apóstol San Pablo. Desde muy temprana
edad fue instruido en las Sagradas Escrituras. Se cree que su madre Eunice, su
abuela Lois y él mismo abrazaron el cristianismo y se hicieron bautizar durante
la primera visita de San Pablo a Listra.

Cuando Pablo regresó a ese lugar, en su segundo viaje misionero, los


cristianos de allí le dieron maravillosas recomendaciones acerca de Timoteo.
Entonces Pablo le impuso las manos y le confió el ministerio de la predicación.
Así, el apóstol lo escogió como colaborador, gran amigo y compañero de
misiones –que fueron muchas veces difíciles y confidenciales, y, en adelante lo
consideró siempre como un hijo suyo. En la segunda carta a los Corintios, el
apóstol se refiere a él como: "Timoteo, mi hijo amado" (1 Corintios); y lo llama
de la misma manera en las dos cartas que le escribió a él.

En efecto, los encontramos a ambos juntos en la primavera del año 50 al otoño


del año 52: en Éfeso, Jerusalén, Roma, Frigia, Galacia, Macedonia, Tesalónica y
Corinto. Más tarde, San Pablo le escribirá recordándole lo buena que fue su
familia: "... Que esa fe se conserve en ti, ya que desde tu más tierna edad te
hicieron leer y meditar las Sagradas Escrituras" (1 Tim. 1:5; 4:14).

Ciertamente, la familia de Timoteo experimentó abundantes gracias de


conversión y crecimiento espiritual durante la estadía de Pablo y Bernabé en su
casa.

Para el año 53, Pablo envía a Timoteo a las Iglesias de Macedonia y de


Corinto. Trabajaron juntos nuevamente los años siguientes en Macedonia, en el
Peloponeso y en la Tróade. Y cuando Pablo les escribe a los romanos, desde su
prisión, les menciona que lo acompaña Timoteo, su fiel discípulo.

La primera carta que le escribió S. Pablo a Timoteo fue en el año 65, desde
Macedonia; y la segunda, desde Roma, mientras se encontraba preso,
aguardando su ejecución. En una de las cartas del apóstol a Timoteo, le dice:
"Que nadie te desprecie por tu juventud. Muéstrate en todo como un modelo
para los creyentes, por la palabra, la conducta, la caridad, la pureza y la fe" (2
Tim. 2). En otro pasaje, el apóstol desciende a detalles prácticos como la
recomendación de que no tome sólo agua sino también un poco de vino, debido
a los continuos malestares estomacales de Timoteo (Cf. 1 Tim. 5:23).
El historiador Eusebio cuenta que S. Pablo nombró a Timoteo primer obispo de
la Iglesia de Éfeso. Allí, Timoteo fue apaleado y apedreado por el emperador
Diocleciano, ya que se oponía a un festival pagano en honor de Diana. Así pues,
recibió la corona del martirio en el año 97.
Los restos de S. Timoteo se encuentran en la Iglesia de los Apóstoles en
Constantinopla; y, según la tradición, los fieles reciben grandes favores cuando
rezan a sus pies.

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