Agua y Territorio PDF

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Agua y territorio

Alejandro Luis Grindlay Moreno (Málaga, 1970)


es Dr. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos
(2001) y Profesor Titular del Departamento de
Urbanística y Ordenación del Territorio en la
Escuela Técnica Superior de Ingeniería de
Caminos, Canales y Puertos de la Universidad de
Granada. Especialista en Ordenación del
Territorio por la U.P. de Valencia y Máster en
Planificación Urbanística e Inmobiliaria por el COAGr. Realiza su actividad
investigadora en el Laboratorio de Urbanismo, con estudios relativos a las
dimensiones territoriales y urbanas de las infraestructuras de transporte, y sobre
las dimensiones territoriales de las infraestructuras hidráulicas y de la planificación
hidrológica.

Ha colaborado en estudios sobre la aplicación de los Sistemas de Información


Geográfica al impacto territorial de las infraestructuras de transporte, a modelos de
crecimiento urbano y de transformación del paisaje, y a estudios sobre el
emplazamiento de vertederos y a otras actividades industriales. Fruto de dicha
actividad han sido diversas publicaciones y artículos en revistas nacionales e
internacionales. También trabaja profesionalmente en Planeamiento Urbanístico.

Alberto Matarán tras cursar estudios ambientales de


grado y postgrado en las universidades de Granada,
Central Lancashire (Reino Unido) y Córdoba
(Argentina), y tras tres años de experiencia como
técnico ambiental en administraciones locales y
regionales, se doctora en su universidad de origen
(Granada) donde investiga e imparte docencia en el
Departamento de Urbanismo y Ordenación del
Territorio desde el año 2002, aunque en este tiempo
ha sido también investigador o profesor invitado en
las universidades de Sevilla y Complutense de
Madrid (España), Nápoles y Florencia (Italia),
Manchester y Central Lancashire (Inglaterra), Abdelmalek Essaadi (Marruecos),
Berkeley (EE.UU.), Universidad de la República (Uruguay), y Buenos Aires
(Argentina).
Siempre desde la óptica de la sostenibilidad, una vez graduado trabajó en
cuestiones vinculadas a la gestión de los residuos, aunque el inicio de su carrera
docente implica su dedicación a la planificación hidrológica y su posterior
especialización en la planificación de las agriculturas y el paisaje. Su interés en la
autosostenibilidad local y su toma de conciencia respecto a la importancia de la
participación, marcan sus actuales proyectos de investigación en los que aborda
los espacios periféricos, las agriculturas urbanas, el patrimonio agrario, y los
desbordes que la ciudadanía activa está produciendo en el ámbito
iberoamericano.

Ha colaborado en numerosas publicaciones, destacando recientemente la edición


del libro “La Tierra no es muda: Diálogos entre el desarrollo sostenible y el
postdesarrollo”, y la traducción e introducción para el ámbito iberoamericano del
libro “El proyecto local: hacia una conciencia del lugar”.Es editor de Ambientalia y
participa en otras revistas en calidad de revisor. Lee y habla Inglés, Italiano, y, en
menor medida, Francés y Euskera.
Agua y Territorio
Agua y Territorio están íntimamente interrelacionados. La primera como elemento
fundamental del medio, origen y soporte de vida y de actividades económicas, y el
segundo con sus dinámicas dependientes del agua que a su vez producen
alteraciones en calidad, circulación, infiltración, etc. No obstante esta interrelación
no ha sido suficientemente considerada desde las respectivas políticas y
planificaciones sectoriales hídrico-territoriales, y aún hoy todavía existen grandes
carencias. Desde una perspectiva histórica, será a partir de los años 60 cuando
comiencen a oírse las primeras voces que hablan del agotamiento del modelo
desarrollista; las consecuencias de las infraestructuras hidráulicas sobre el medio
(afección a los ríos, sobreexplotación de los recursos subterráneos,…), la
intensificación de los conflictos por el uso del agua, las sequías, el precio del
agua… En esa etapa se empieza a hablar de la crisis del modelo de oferta
(aumentar los recursos disponibles mediante las infraestructuras hidráulicas)
planteando en contraposición un modelo más enfocado a la gestión de la
demanda, que tiene una vinculación especial con la determinación de usos que
define la planificación territorial.

Así mismo, el recurso agua ha adquirido un sentido más amplio y complejo que el
meramente productivo, cambio reforzado por las exigencias planteadas por la
Directiva Marco del Agua (2000/60/CE), lo cual implica también la necesidad de
controlar las demandas y los impactos que determinan los usos del suelo y las
diferentes infraestructuras definidas en la planificación territorial.

En este contexto, este apartado de la Guía propone abordar la compleja relación


entre la planificación y gestión territorial e hídrica, mediante el estudio de
diferentes cuestiones que vinculan al agua y al territorio, que condicionan en
definitiva tanto su planificación y su gestión respectivas, como sus repercusiones
recíprocas.
Agua y territorio: integración de
políticas, conceptos e indicadores
A pesar del reconocimiento de la integración como mecanismo para alcanzar un
desarrollo territorial más equilibrado en relación a los recursos hídricos, son muy
escasos los trabajos que realizan, de manera operativa, una valoración de la
situación y proponen metodologías aplicables. Habrá que clarificar dónde estamos
y hacia dónde queremos ir, antes de plantearse que cambios y que mecanismos
hay que desarrollar.

Durante décadas, la planificación y gestión de los recursos hídricos han actuado


con un marcado carácter sectorial, ajena a una perspectiva territorial integradora,
lo que ha propiciado la aparición de numerosos conflictos, y desequilibrios
territoriales relacionados con la contaminación, sobreexplotación, avenidas e
inundaciones, etc. (Estevan (2008); Frontana (2002); Martínez y Esteve (2002);
Arrojo y Naredo (1997); Del Moral (1994)). Este modelo no ha sido exclusivo de
nuestro país sino que se puede encontrar en la historia de numerosos países
europeos así como en Norteamérica y en otras partes del mundo.

Sin embargo, en los últimos años son muchas las voces a nivel mundial (Woltjer
and Al (2007); Achouri (2006); Del Moral (2006); Sousa y Botequilha (2006);
Carter, Kreutzwiser, de Loe (2005); Mitchel (2005); Aguilera (1997) que se alzan
abogando por una planificación y gestión integrada de las políticas territoriales e
hidrológicas. Y es que la vinculación natural entre estos aspectos parece clara y
su integración puede suponer la reducción de números conflictos que se observan
hoy día.

En el contexto europeo la entrada en vigor de la Directiva Marco del Agua


(Directiva 60/2000) en el año 2000 supone un punto de apoyo para estos
propósitos, ya que en su consideración 16 afirma que “es necesaria una mayor
integración de la protección y la gestión sostenible del agua en otros ámbitos
políticos comunitarios, tales como las políticas en materia de energía, transporte,
agricultura, pesca, política regional y turismo”.

A pesar del reconocimiento de la integración como mecanismo para alcanzar un


desarrollo territorial más equilibrado en relación a los recursos hídricos, son muy
escasos los trabajos que realizan, de manera operativa, una valoración de la
situación y proponen metodologías aplicables. Encontramos muy pocos ejemplos
acerca de la vinculación que existe actualmente entre los documentos de
planificación territorial y planificación hidrológica y entre sus mecanismos de
gestión, cómo se podría medir y cuál sería la situación optima a alcanzar.

Además, el término “integración” se ha convertido en algo recurrente, que se


emplea en multitud de foros, contextos diversos, y aplicado a cuestiones muy
dispares sin que exista precisión a nivel conceptual. Esto conduce a su
banalización y a complejizar el camino hacia el objetivo. En referencia a los
recursos hídricos y el territorio, el término se emplea desde aproximaciones
diferentes que llevan aparejados la propuesta de modelos también diferentes. A
continuación se recogen algunos ejemplos de esta disparidad:

Presentación de diversos conceptos relacionados con la integración agua-


territorio:

Concepto Traducción Referencia Idea que transmite (objetivo)


Proceso que promueve el desarrollo
Global Water
coordinado y la gestión del agua, del
Gestión Partnership,
Integrated water territorio y de recursos asociados para
integrada de 2000
resource incrementar la resultante económica y
recursos Mitchel, 2005
management el bienestar social de manera que no
hídricos Kidd y Shaw,
se comprometa la sostenibilidad de los
2007
ecosistemas fundamentales.
Políticas, programas y actividades que
consideran la relación entre el
Integrated land- Gestión incremento del desarrollo y la
Carter et al.
water integrada agua- disponibilidad de aguas subterráneas y
2005
management territorio superficiales (relación entre el
desarrollo del territorio y la
disponibilidad del agua)
Integración de
Colaboración y coordinación entre los
Integrating water la gestión del
Waltjer et al. responsables de la gestión hidrológica
management and agua y la
2007 y los redactores de los planes
spatial planning planificación
territoriales
territorial
Integration of land Integración de Consideración de cuestiones e
use and la planificación Plummer et indicadores relativas a los recursos
watershed territorial e al. 2011 hídricos y a las actividades consuntivas
planning hidrológica en ambos tipos de documentos
Fuente: Elaboración propia
Por lo que se refiere a la identificación de las cuestiones-clave en las relaciones
entre agua y territorio, en la siguiente tabla se presenta una propuesta sintética de
las mismas:

El agua en el sistema territorial dinámico

Cuestiones Factores / Variables Conflictos / Impactos


Clave
Disponibilidad Medio físico Desarrollo desigual
irregular de Infraestructuras Desajuste oferta/demanda
agua
Demanda de Eficiencia en el uso del agua Usos excesivamente
agua Consumo alto y precios bajos del consuntivos
agua. Competencia Vs
Actividades y usos del suelo planificación
Uso vs. reuso
Incremento de Crecimiento de la superficie Saturación del territorio
la oferta de regada. Saturación del mercado
agua Crecimiento de las expectativas Crecimiento turístico
Incremento de la demanda de inmediato y futuro
agua.
Disminución de Baja calidad natural de las aguas Deterioro de los
la calidad del Extracción de aguas ecosistemas
agua subterráneas Sobreexplotación de
Falta de infraestructuras de recursos
depuración
Fuentes de contaminación

La identificación de indicadores constituye una propuesta imprescindible y una


buena práctica esencial para evaluar las relaciones entre agua y territorio, ya que
sin estos indicadores no podríamos identificar, proponer, y gestionar buenas
prácticas en la gestión integrada de agua y territorio. En este sentido, proponemos
una serie de indicadores que siguen el modelo que impera en las instituciones de
la Unión Europea: Fuerzas Motrices-Estado-Presión-Respuesta (como muestra
metodológica). Se ha elaborado una clasificación de los indicadores en función de
los grandes bloques que marcarían el balance ambiental-territorial y la ulterior
gestión y planificación que cabría implementar sobre la base de un amplio acuerdo
de los agentes sociales implicados.
Listado de indicadores

Fuerzas
Procesos/Hipótesis Presión Estado Respuesta
Motrices
Crecimiento de la
población Empleo y desempleo
Urbanización Tasa de migración Especialización productiva
Inversiones en planes de
Suelo Índice de edad de Hogares por encima del
desarrollo local
Desarrollo Espacial urbanizable la población sueldo mínimo
Inversión de programas de
(Planificación e Superficie Viviendas por Consumo de energía
desarrollo de obras
inversiones) regada habitante Tasa de infraestructuras por
Inversión de programas
Densidad de Producción de habitante
nacionales de obras
población residuos urbanos Infraestructuras por unidad
Nº de vehículos por de superficie
habitante
m3 de agua Uso del agua de Precipitación anual
existente por riego por unidad de comparada con valores
habitante producción agraria medios Mejora planificada en los
Disponibilidad Superficie regada Volumen de agua infiltrada regadíos
Políticas de control
de agua por en relación al total en el acuífero Planificación de cambios en el
del agua (control de
área territorial de superficie Humedad relativa regadío
la demanda y
Índice de agraria Evapotranspiración Incremento del precio del agua
disponibilidad de
consumo de Extracción de agua Proporción entre la demanda en función del consumo
agua)
agua del acuífero de agua y el agua embalsada Reutilización del agua
Producción de Consumo de agua Número y superficie de Redes separativas
la agricultura por el turismo zonas húmedas
intensiva Volumen del Superficie de invernaderos
Proporción acuífero Urbanización
entre la Superficie en riesgo Camas turísticas por
demanda y la de inundación habitante
disponibilidad
de agua
Suelo
urbanizable
Densidad de
población
Pernoctaciones
turísticas por
habitante
Población sin
planta de
tratamiento de Inversión en tratamiento de
Intrusión marina
aguas Extracción de agua aguas
Calidad del agua de mar
residuales o del acuífero Aplicación de nuevas
Volumen de infiltración de
con una planta Regadío sobre tecnologías al tratamiento del
aguas en acuíferos
Políticas de uso del que no cumple acuífero vulnerable agua
Concentración de
suelo (impacto en la los estándares Áreas vulnerables Tratamiento de residuos
contaminantes en los
calidad del agua) de la Directiva de las aguas ganaderos
acuíferos
91/271 de la superficiales Recarga de acuíferos
Concentración de
UE. cubiertas por Agricultura ecológica
contaminantes en aguas
Uso aparente regadío Áreas vulnerables protegidas
superficiales
de pesticidas por el planeamiento
por unidad de
producción
agraria
Uso aparente
de fertilizantes
por unidad de
producción
agraria
Pernoctaciones por
habitante
Superficie de Suelo agrario
paisajes de susceptible de uso
alto valor turístico
Camas Núcleos Calidad del agua de baño Turismo rural
turísticas por residenciales Calidad del paisaje Áreas protegidas con control de
habitante secundarios Diversidad del paisaje acceso
Conflicto entre la
Turismos Concentración de Suelo ocupado por las Hoteles con certificación de
identidad del paisaje
extranjeros por infraestructuras infraestructuras calidad
y el desarrollo
habitante Visibilidad de las Tierras agrícolas Capacidad de tratamiento de
espacial (patrimonio
Cambios en los infraestructuras abandonadas aguas en áreas turísticas
natural vs. presiones
usos del suelo Fragmentación Urbanización Inversión en restauración
especulativas)
Tierra sin paisajística Costa desnaturalizada paisajística
ocupar Puntos negros en Superficie de vegetación Inversión en paisajes
susceptible de el paisaje natural multifuncionales
uso turístico Superficie afectada
Superficie de por incendios
invernaderos forestales
Cambios de la
estructura agraria
En este contexto, creemos que para avanzar en el camino hacia la integración
agua-territorio se debe optar por un concepto de integración y un modelo concreto
que sea asumido por todos los agentes implicados. Un segundo paso consistiría
en el desarrollo de metodologías para valorar la situación actual y cuál puede ser
la situación en los próximos años, al amparo de los textos legales aprobados
recientemente en materia de aguas (DMA; Real Decreto 907/2007).

Una vez esté claro donde estamos y hacia donde queremos ir, será hora de
plantearse qué cambios y qué mecanismos, a nivel administrativo y de gestión,
hay que desarrollar para el logro de la integración en la planificación y gestión del
agua y el territorio.
La cuenca hidrográfica y la
ordenación del territorio
Las relaciones entre cuenca hidrográfica y ordenación del territorio pueden
abordarse desde una perspectiva que integre argumentos relacionados con las
siguientes variables: valores naturales y medioambientales, el valor del territorio
como capital físico, y el capital social.

En este artículo se señalan los aspectos fundamentales de la relación entre


cuenca hidrográfica y ordenación del territorio, con consideraciones generales de
“buenas prácticas” y principios de interés común para los dos ámbitos, que serán
referidas también en apartados posteriores, en los siguientes argumentos:

El primer argumento son los valores naturales y medioambientales; valores que


han estado siempre muy presentes en las teorías y las buenas prácticas del
urbanismo y la ordenación territorial (a partir de ahora, para simplificar, diremos
O.T.), mucho antes incluso de que ésta cristalizara como tarea específica, como
una profesión; es más, estos valores han sido impulsores de la O.T. y se han
transmitido a la misma como un rasgo genético que se encuentra en todas las
propuestas urbanísticas innovadoras de los dos últimos siglos.

Es sabido que los fenómenos urbanos de nuestra época nos obligan a elaborar
nuevos instrumentos teóricos y prácticos que pretenden comprender e intervenir
en los territorios actuales de la ciudad dispersa, de la ciudad difusa, de la ciudad
archipiélago, esa ciudad extensa, con tan variados nombres, cuyos fragmentos
están unidos por el mar-naturaleza que los envuelve. Es claro que empleamos la
palabra naturaleza de manera alejada de sus significados habituales, para
denotar, fundamentalmente, un vacío, una pausa en la ocupación de suelo, una
ausencia relativa de flujos y de edificios. Vacíos a través de los cuales, incluso
infiltrándose en los espacios edificados, discurre o se organiza una red, una malla
por la que circulan los flujos biológicos, energéticos, climáticos…; en esta red, el
agua, aún en su ausencia, juega un papel protagonista importante (como lo ha
jugado siempre el “verde” del urbanismo y la O.T., como trasunto imaginario de la
naturaleza transformada), como agente principal de procesos biofísicos de gran
valor ambiental; y como soporte, en la O.T, de importantes actividades de ocio y
deporte, además de constituir un vigoroso vector en la educación ambiental.
Podríamos resumir estas ideas en la afirmación de que la O.T. tiene como rasgo
de identidad característico el de armonizar lo natural y lo artificial, el de cuidar la
relación justa entre lo que se ocupa y lo que se preserva o reserva para el futuro y
que, en estas reservas, el agua juega un papel protagonista como iremos
comprobando. Lo cual se ha de destacar, sobre todo en los países mediterráneos,
donde es muy frecuente el desprecio de estos principios desde la dictadura de las
rentas del suelo -y del agua- y del negocio de la construcción.

Desde el punto de vista de la planificación hidrológica, los cauces son elementos


esenciales de la referida malla natural-ambiental. La riqueza y diversidad biológica
de los ríos y sus riberas, los flujos de materia y energía que discurren por estos
cauces, son bien conocidos. Desde luego, la importancia de las ciencias biofísicas
en la comprensión de los fenómenos naturales y ambientales se revela
fundamental, y la unidad cuenca emerge como ámbito espacial idóneo para el
análisis, la evaluación y el control de aquellos fenómenos.

La importancia de la vegetación en las zonas altas de las cuencas para disminuir


la erosión y aumentar la infiltración y la recarga de acuíferos de las partes bajas de
las cuencas, la necesidad de que aquellas zonas altas no sean expoliadas como
sistemas naturales en beneficio de políticas energéticas o reguladoras para
satisfacción de necesidades de las cuencas baja, las buenas prácticas
hidroforestales disminuyendo la escorrentía y la erosión de laderas, etc., son
razones a favor del ámbito cuenca para la valoración justa del capital natural y
ambiental y, por tanto, para una O.T. adecuada. Cabe hacerse eco de la aludida y
afortunada distinción acuñada para el agua y hablar con el mismo rigor de que
conviene distinguir entre un territorio-vida y un territorio-negocio: efectivamente, la
O.T. tiene que contar con el negocio inmobiliario y con los negocios en cualquier
actividad que necesita el suelo como soporte físico así como una buena
accesibilidad y la copresencia de otras actividades relacionadas; pero el territorio
como ámbito de relación de los hombres, como marco y expresión material de la
vida social, como capital natural y como soporte de relaciones medioambientales,
es mucho más que la dominante dimensión negocio.

El segundo argumento hace referencia al valor del territorio como capital físico y al
proceso de O.T. como conjunto de operaciones y dispositivos que otorgan,
incrementan y aprovechan ese valor. En los procesos de planificación territorial de
cualquier región o ciudad hay numerosas interacciones con los procesos de
circulación y de cambio de las condiciones del agua, y, por tanto, el control de
tales interacciones y la eficiencia de la O.T. son mayores en los territorios-cuenca.
Podríamos adjudicar al agua la condición de vector de salubridad y considerar el
espacio-cuenca como espacio del ciclo de la circulación y el reuso del agua, como
territorio genuino en el que las condiciones y la presencia del agua constituyen
sensores de calidad del proceso global de uso del suelo y de salubridad y confort
del territorio.

La disposición de las actividades es decisiva para regular la cantidad y la calidad


del agua; en las ciudades, cada vez más, se atiende a condiciones que
disminuyan la escorrentía, aumentando la infiltración, reteniendo los aguaceros,
disponiendo interceptores de lluvia en los cauces antes de su entrada en suelos
urbanizados, proponiendo para las ciudades sistemas separativos que permitan
los anteriores dispositivos y disminuyan los costes de la depuración; se atiende
cada vez más en la urbanización dispersa a bajas ocupaciones de suelo por la
edificación (índice que puede ser alcanzado tanto con densidades bajas como con
densidades altas) y a que los espacios libres, incluso las propias calles, tengan
capacidad de retener el agua para disminuir los caudales aguas abajo. Las zonas
urbanizadas ofrecen así una parte alta, de retención y desvío, en la que resulta
muy apropiada la disposición de parques de cabecera con árboles y terrazas de
retención, con pequeñas balsas como elementos atractivos de dichos parques,
una parte central en la que las redes de servicios organizan el abastecimiento y la
evacuación, y una parte baja en la que las aguas son infiltradas a los acuíferos
tras un primer tratamiento de depuración, colaborando así a la mayor fertilidad de
los ruedos agrícolas contiguos a las ciudades que constituyen un verdadero
patrimonio histórico- cultural.

La coexistencia, complejidad y extensión de las redes de agua en las ciudades, en


su doble finalidad de abastecimiento y evacuación, las convierten en el dispositivo
urbano de sustitución artificial de los procesos naturales de uso y circulación del
agua.

Se ha dicho que las ciudades tendrían que administrar sus aguas residuales como
si el abastecimiento de agua potable lo tuviesen que tomar aguas debajo de sus
vertidos: sería la mejor garantía de su contribución al mantenimiento de la calidad
del agua. Las redes viarias, tanto las calles como las grandes arterias de
circulación rápida, ocupan una superficie importante de suelo, interfieren y
modifican la escorrentía de las aguas de lluvia y, en el lavado de sus pavimentos,
acumulan grandes cantidades de sustancias contaminantes en los flujos de agua
que los atraviesan o discurren por ellas; de ahí laimportancia de los trazados
viarios en el ciclo y calidad del agua; la red viaria, normalmente sobrepuesta a la
red de servicios, recibe muy valiosas recomendaciones para su adecuada
disposición en cuanto a sus trazados y sus rasantes, si se entiende como un
sistema físico importante de la cuenca, como un dispositivo de fuerte interacción
con los procesos físico-químicos del agua.
Uno de los aspectos más habitualmente atendidos de la relación agua-territorio en
los escenarios de crecimiento urbano es el de las exigencias que plantean de un
mayor consumo de agua y la mayor cantidad de residuos producidos así como los
costos crecientes de los servicios, tanto de abastecimiento como de depuración de
aguas, con saltos de umbral que van más allá del coste de la mera extensión de
las redes, toda vez que se necesitan, progresivamente, nuevos depósitos de
regulación, duplicación de las redes principales, una nueva depuradora… Es
frecuente que la urbanización del territorio dispersa, a saltos, por fragmentos, deje
sin atender, precisamente, estas inversiones de umbral, deteriorándose la calidad
de los servicios y, con ella, la confianza de los ciudadanos en la administración,
conduciendo, con cada vez mayor frecuencia, a la privatización de los mismos. De
esta manera se remite la solución del problema al mercado, a la factura del
servicio, pero el servicio, claro, sólo se prestará en aquellas partes de la ciudad
capaces de pagarlo. Es decir, se está produciendo, con la explosión en
fragmentos de la ciudad contemporánea, una desintegración de los servicios, tanto
vertical –abastecimiento, distribución…- como horizontal –agua potable,
residuos…-, relacionada con su privatización y su dotación desigual en el territorio.

La ciudad extensiva y policéntrica está sufriendo serias embestidas en su


cohesión social por esta desintegración y dotación desigual de las infraestructuras.
Una oportunidad para que el ámbito cuenca, que encaja la dispersión de la ciudad
en una unidad geográfica clara, se muestre mucho más capaz que otros espacios
para enfrentarse a estos riesgos. Parece claro que la cuenca hidrográfica es,
efectivamente, un ámbito en el que la valoración de los costes globales del
crecimiento urbano se hace más transparente y los problemas de la segregación
social, también, por la misma razón, más evidentes y susceptibles de abordar.

Se está haciendo más débil, en cambio, el argumento que viene oponiendo


urbanización a sostenibilidad y ligando, en una relación causa-efecto inextricable,
los procesos de crecimiento urbano con la explotación abusiva y el deterioro
inevitable del recurso agua y, por tanto, con la destrucción de capital natural; es
verdad que ello es demasiadas veces así pero no tendría por qué serlo y, sobre
todo, en las zonas litorales, donde se está concentrando, en todo el mundo, y de
manera creciente, la población y las actividades, las modernas técnicas de
desalación están acabando con la condición limitante para el crecimiento que
hasta ahora caracterizaba al recurso agua. Incluso la progresiva pérdida de
protagonismo económico de la agricultura, más allá de mercados reducidos y
excepto para unos pocos productos, ha convertido a las huertas que rodean a
nuestras ciudades mediterráneas en paisajes, de los que se ha dicho que ya no
pertenecen a nuestro tiempo, que son algo así como fantasmas de otra época.
Esta menor presión de la demanda tiene que traducirse, gracias a la planificación,
en una exigencia de mayor calidad, de menor deterioro, tanto en el uso del agua
como del suelo, y en un refuerzo de los criterios de contención y ahorro -en el
agua, fundamentalmente la reutilización, y en el suelo, la compacidad- de ambos
factores para que se valoren cada vez más como capital natural en paralelo a su
depreciación relativa como medios de producción.

Y es que el agua-negocio, como el suelo-negocio, son ideas que han de reconocer


el protagonismo creciente que adquiere el capital que los usa y que éste capital,
financiero, fundamentalmente, tiene ahora otros recursos en los territorios, a veces
más valiosos que el agua, como serían el sol y el clima en el litoral mediterráneo.
Dicho de otra manera, no parece que racionarle la oferta de agua al negocio
turístico, sea para él una amenaza seria. Se ha de reconocer, por otra parte, que
las compañías de aguas tienen cada vez más relaciones y participaciones fuertes
en otros sectores como el hotelero, el de la construcción o la informática y ello es
también un indicador de una nueva relación agua-capital en la que el peso del
primer factor ha disminuido; también es por esto que se hace más factible dar la
batalla en la defensa del territorio-naturaleza y del agua-vida.

Después de haber tratado del capital natural que supone la malla ambiental y del
capital físico supuesto por las infraestructuras, los servicios y la edificación, el
tercer argumento que viene a reforzar el espacio cuenca como ámbito idóneo para
la planificación territorial es el del capital social.

Se viene advirtiendo que a medida que la referencia al ámbito europeo, tanto


espacial como metodológica y estratégica, homogeneiza las prácticas de
planificación territorial en el continente (Estrategia Territorial Europea o
Perspectiva Europea de Desarrollo Espacial), se tornan más protagonistas en las
tareas de O.T. los territorios locales a los que se les asigna un papel proactivo
como soporte de las acciones territoriales básicas de las políticas de desarrollo y
cohesión, adquiriendo creciente importancia cuestiones como la identidad y la
diversidad cultural.

Como explica De Matteis, los elementos del sistema local, los agentes privados y
públicos, establecen relaciones sociales, políticas, económicas, culturales…, entre
ellos y con actores supralocales, relaciones en las que el medio territorial local
juega un papel muy importante y que influyen fuertemente en los procesos de
producción y acumulación de capital económico y social.

A la producción de plusvalías derivadas de las sinergias de la movilización de las


redes sociales, ayudan las interacciones cara a cara y el compartir intereses,
conocimiento y objetivos, como atributos del medio local. Qué duda cabe de que
en el espacio cuenca, las relaciones entre los elementos del sistema local son aún
más fuertes que en otros espacios sin esa identidad natural tan marcada. En las
cuencas se han desarrollado históricamente redes sociales en torno al uso y a la
producción del agua, cooperativas o conflictivas, que constituyen un capital
humano y social susceptible de “enredarse” con otras redes locales que puedan
existir o ser generadas en torno a lo que pudieran denominarse los “corredores
sociales” del agua; efectivamente, a lo largo de los cauces y sus riberas y de sus
laderas vertientes se inscriben, o pueden hacerlo, prácticas sociales específicas,
de disminución de la erosión y de los vertidos contaminantes, de implantación de
usos públicos o colectivos relacionados con el tiempo libre, de cuidado del medio
biótico de las riberas, objetivos compartidos de aguas limpias para los cauces…,
compromisos todos ellos que constituyen una energía social que es susceptible de
multiplicarse incluyendo otros objetivos tales como la valoración del paisaje y el
medio natural y el control de los procesos de ocupación de suelo, tanto en calidad
como en cantidad; como si al corredor fluvio-social se le incorporasen otros
afluentes que lo hacen más fuerte y que pueden surgir, gracias precisamente a su
existencia.

Se ha postulado que las comunidades locales pueden ayudar a establecer ámbitos


de tutela de umbrales de tolerancia que admitan aceptables y tolerables niveles de
riesgo e incertidumbre. Esto es, no tanto se trata de perseguir para los espacios-
cuenca imágenes soñadas de paraíso natural cuanto de establecer mecanismos
de seguimiento y de control, de respuesta rápida a los conflictos, de una eficaz
contabilidad y conocimiento de los problemas que se dan en tales ámbitos, por
ejemplo, la contaminación de los acuíferos y de las playas, derivada de la
actividad agrícola y la pérdida de calidad de un paisaje acosado por una
ocupación incivilizada.

Una vez consideradas algunas interacciones significativas entre la planificación


territorial y la gestión del agua en torno a los valores naturales, físicos y sociales,
cabe extraer algunos principios de interés común para los dos ámbitos y, por
tanto, que ayuden al fomento de su imbricación allá donde sea posible,
especialmente en aquellos territorios en los que el agua, incluso por su escasez,
tiene un mayor protagonismo, y en aquellos, como el litoral mediterráneo, suave o
bruscamente encajados entre las montañas próximas y el mar, donde la sección
del valle es capaz de explicar por sí sola, de manera muy sintética, las tensiones y
los atributos territoriales.

La O.T., desde los años 70/80 del pasado siglo, dejó de ser una práctica orientada
de arriba abajo y exige cada vez más la creciente participación de agentes e
intereses locales y no gubernamentales, articulados en torno a una cierta variedad
de intereses y problemas, que son a la vez multiescalares en el tiempo y en el
espacio. Esta estructura descentralizada (con los diferentes gobiernos implicados
impulsando esa participación plural, tutelando el arbitraje de los conflictos que se
planteen y poniendo en práctica los principios de gestión así elaborados).

Muy relacionada con esa polifonía de actores está la condición multiescalar


referida: así, hay cuencas de menos de 1 km2, ámbitos espaciales de la escala de
un acuífero, subcuencas que se agregan en una unidad mayor como los barrios o
distritos se yuxtaponen en ciudades, espacios acotados como las terrazas
fluviales, incluso ámbitos limitados a una fuente o un pozo y su área de
abastecimiento; de la misma manera, en el territorio, tenemos las parcelas, los
barrios, los ayuntamientos, las agrupaciones plurimunicipales, etc. Lo importante
es entender que hay problemas que requieren atravesar todas las escalas y, en
este sentido, el agua y el suelo se pueden gestionar mejor desde las exigencias
solidarias entre unidades administrativas diferentes, reclamadas, sea por la
gestión del agua –ámbito cuenca o subcuenca-, sea por la del suelo –ámbitos
plurimunicipales que pueden impulsar, y fortalecerse desde, el compartir servicios.

También las escalas temporales diferentes en los asuntos del agua abarcan desde
el tiempo del aguacero, los ciclos de sequías y años lluviosos, los ciclos de las
cosechas y las temporadas de la pesca y el turismo,…los tiempos de largo ciclo
histórico como los que señalan la vigencia de los modos de producción, las
tecnologías de riego, tipos de cultivo…, hasta llegar al tiempo geológico y sus
fenómenos de erosión y sedimentación; asimismo, en cuanto al suelo, podrían
leerse ritmos igualmente diversos, aunque, cada vez más, parece el ciclo electoral
de cuatro años el que pretende dictar el tiempo de las acciones, desde la
pavimentación de calles, asunto de semanas, a la formación de patrimonios
públicos de suelo, asunto de décadas. Atiéndase a cómo, en esta
multiescalaridad, la superposición de los ámbitos de cuenca y del espacio de la
O.T., se ayudarían mutuamente, enriqueciendo la elaboración espacial y temporal
de sus propuestas.

Una última transversalidad, útil al agua y al suelo, es la que ponen de manifiesto


algunas prácticas de planificación territorial recientes que no siguen el método
tradicional de la previsión y la propuesta de un escenario finalista sino el de la
aceptación de la incertidumbre y el análisis y el trabajo sobre escenarios posibles;
esta actitud confía más en los principios y en los instrumentos desplegados en el
proceso que en los finales, en que podamos anticipar y diseñar los resultados: se
trataría de poner en marcha “buenas prácticas” –una estrategia que en los asuntos
del agua ha producido buenos resultados-, de emplazar bien, de fundar bien
algunos gérmenes, sean de naturaleza -plantaciones arbóreas o arbustivas, por
ejemplo-, sean de capital físico -infraestructuras o edificios-, acompañadas de la
movilización de energía social imprescindible, en la confianza de que una acción
bien ejecutada y un buen control de su evolución, conducirán a buenos resultados,
contando siempre con que sea la voluntad colectiva la que controle continuamente
el rumbo en la buena dirección.
Riesgo de inundación y ordenación
del territorio
En la superficie terrestre hay un problema importante de exposición a la
peligrosidad natural; muy acentuado en algunas regiones del mundo, que vienen a
coincidir con las áreas menos desarrolladas del planeta. Otra cuestión es
determinar la causa última de estos desastres, que, de momento, no tiene tanto
que ver con el cambio climático sino con actuaciones imprudentes del ser humano
sobre el territorio.

En este escenario, la ordenación del territorio se presenta como el proceso más


eficaz para la reducción de la vulnerabilidad y exposición ante los peligros
naturales.

El estudio de los riesgos naturales se ha convertido en uno de los temas estrella


de las ciencias de la Tierra. La ocurrencia de desastres naturales de impacto
mundial ocurridos en la última década ha favorecido el desarrollo de
investigaciones sobre riesgos naturales. Se han experimentado asimismo
importantes cambios conceptuales y de método en el análisis de riesgo, así como
la aparición de un campo de aplicación de estudios e investigaciones sobre
riesgos naturales, en relación con la promulgación de normativa urbanística y
territorial que obliga a la inclusión de cartografía e informes de riesgos en el
desarrollo de nuevos usos sobre el territorio.

Un inquietante informe elaborado por el Foro Humanitario Global (Global


Humanitarian Forum-Geneve, 2009) no deja lugar a dudas sobre las
consecuencias de los peligros climáticos en la Tierra y el agravamiento de sus
efectos, en las próximas décadas; todo ello en relación con la hipótesis actual de
cambio climático por efecto invernadero. Se señala que actualmente casi 300.000
personas son víctimas de las catástrofes naturales y que esta cuantía se puede
duplicar en los próximos veinte años.

Sin caer en extremismos exagerados, es cierto que en la superficie terrestre hay


un problema importante de exposición a la peligrosidad natural; muy acentuado en
algunas regiones del mundo, que vienen a coincidir con las áreas menos
desarrolladas del planeta. Otra cuestión es determinar la causa última de estos
desastres, que, de momento, no tiene tanto que ver con el cambio climático como
con actuaciones imprudentes del ser humano sobre el territorio.
El último decenio ha conocido cambios socioeconómicos muy intensos en el
mundo. La sociedad global transforma las pautas de comportamiento a un ritmo
acelerado y sus efectos suponen, también, cambios profundos en el territorio. El
medio natural ha cobrado una nueva dimensión como espacio de riesgo, en virtud
de la puesta en marcha de actividades que no han tenido en cuenta los rasgos
propios de un funcionamiento a veces extremo. Y las sociedades, en muchas
áreas del planeta, se han transformado en sociedades de riesgo, salpicadas, con
frecuencia, por episodios de signo catastrófico. En 1986, Ulrich Beck caracterizó la
sociedad actual como sociedad del riesgo; desde entonces, nuevos enfoques han
venido a enriquecer el análisis social del mundo moderno.

Se trata de un contexto difícil, pero que cuenta con un dato positivo: la existencia
de lo que Beck denomina una “política de la Tierra” que no existía hace unas
décadas y que permite integrar el tratamiento del riesgo en el contexto de una
dinámica global de consideración del medio. Cuestión distinta son las prácticas
“individuales” que se siguen desarrollando en los territorios locales o supra-locales
y que aumentan el grado de incertidumbre de las sociedades que los habitan ante
los peligros naturales.

Las tierras del Mediterráneo forman una región-riesgo en el contexto mundial. Lo


explica bien F. Braudel en sus Memorias del Mediterráneo: “tendemos demasiado
a creer en la suavidad, la facilidad espontánea de la vida mediterránea. Es dejarse
engañar por el encanto del paisaje. La tierra cultivable es escasa, las montañas
áridas o poco fértiles son omnipresentes; el agua de las lluvias está mal repartida:
abunda cuando la vegetación descansa en invierno, desaparece cuando más la
necesitan las plantas nacientes...” y añade acertadamente: “el motor climático del
Mediterráneo se puede averiar, la lluvia puede llegar demasiado abundante o
insuficiente, los vientos caprichosos pueden traer, en un momento inoportuno, la
sequía o el exceso de agua o las heladas primaverales...”.Y no sólo está lo relativo
al tiempo y clima y sus excesos, también la geología atormentada de la zona de
contacto entre las placas tectónicas europea y africana ha sido un elemento
condicionante para el desarrollo de las sociedades mediterráneas.

En las latitudes mediterráneas confluyen casi todos los peligros naturales


existentes para el conjunto de la superficie terrestre. En efecto, en el Mediterráneo
se dan los dos peligros geológicos mayores: vulcanismo y sismicidad; riesgos
geomorfológicos como deslizamientos y erosión; incendios forestales, a favor de
una vegetación especialmente pirófila, que llegan a ocasionar víctimas mortales; y
una amplia gama de peligros atmosféricos, que sólo evita los de origen tropical:
lluvias torrenciales, sequías, temperaturas extremas, tornados, granizos,
temporales de viento, como más frecuentes.
España, en el contexto mediterráneo, es también, un territorio de riesgo. La
variedad de peligros naturales, especialmente climáticos, que pueden afectarle
unido al alto grado de ocupación humana en algunas de sus regiones, convierten
al territorio español en espacio geográfico con riesgo natural elevado en el
conjunto de Europa. El riesgo natural se ha convertido en un problema territorial
que afecta ya con regularidad elevada a la sociedad y economía española. Y los
modelos de cambio climático nos presentan un panorama poco alentador para las
próximas décadas del presente siglo, puesto que inciden en la profundización del
carácter extremo de nuestras condiciones climáticas, especialmente en las
regiones del mediterráneo y del sur peninsular.

La ordenación del territorio se presenta, por tanto, como el proceso más eficaz
para la reducción de la vulnerabilidad y exposición ante los peligros naturales. No
obstante, debemos ser conscientes de que el ritmo de ocupación del espacio
geográfico, plasmado sobre todo en la urbanización del suelo, de consuno al
crecimiento de la población en cada región, suele ir por delante de las políticas de
ordenación racional del medio, de manera que el grado de riesgo lejos de
reducirse, se mantiene o aumenta y no por incremento de la peligrosidad natural
sino por proliferación de actuaciones humanas poco acordes con los rasgos
naturales del medio donde ocurren.
Ordenación territorial de corredores
fluviales: El caso del río Genil en la
vega de Granada
El principal objetivo de los proyectos fluviales actuales consiste principalmente en
acondicionar el espacio del río para su aprovechamiento y disfrute, preservando
las funciones ambientales y haciéndolas compatibles con las diferentes
actividades urbanas y agrícolas. Este objetivo se está poniendo en práctica en los
últimos años en diversas experiencias planificadoras de Corredores Fluviales, en
las que teniendo en cuenta las llanuras de inundación, se establecen usos
compatibles con la ocupación periódica del agua, sobre todo relacionados con la
agricultura, el ocio y el patrimonio. Este es uno de los retos actuales en relación a
la ordenación territorial; desarrollar Planes que rescaten y potencien el río como
un espacio de actividad, recuperando su identidad natural. En este artículo se
muestra la aplicación de estos principios en el entorno metropolitano del río Genil,
enla Vega de Granada, un espacio amenazado por la urbanización y la
desaparición progresiva de la actividad agrícola.

Adecuar el espacio fluvial para su uso sin perjudicar las funciones ambientales
propias de los ríos se ha convertido hoy en día en una prioridad tanto social como
ambiental. Para ello, en los últimos años se han desarrollado muchos proyectos
que persiguen compatibilizar la utilización del recurso agua y los diferentes usos
del suelo con la conservación de los espacios fluviales.

El principal problema que se ha presentado en ellos ha sido la colisión que se


produce entre las dinámicas y características de los ríos y las de las áreas
urbanas, la incompatibilidad entre el dinamismo y la diversidad propias de los
primeros, y la permanencia y uniformidad de las segundas. Estas diferencias
hacen necesario encontrar nuevos métodos de planificación que permitan
acercarnos un poco más a la convivencia de un sistema natural como el río, en un
entorno ocupado por las actividades humanas.

En este sentido se empieza a considerar la posibilidad de establecer limitaciones


en el uso del suelo perifluvial, de forma que las actividades que se lleven a cabo
sean compatibles con la ocupación ocasional del agua. Así, el análisis de las
llanuras de inundación está tomando cada vez más importancia en los planes de
gestión fluvial y enla planificación urbana en todo el mundo.
La tendencia actual en la gestión fluvial está siendo la sustitución del concepto de
Dominio Público Hidráulico como un espacio de dimensiones fijas fruto de la visión
estática generada por el encauzamiento, a otro concepto más acorde con la
realidad dinámica de los espacios fluviales; espacio de libertad y de inundación.
Sin embargo, la consideración única de estos resulta insuficiente en la
planificación de los entornos fluviales, pues son muchas más las variables que
están presentes en estos lugares llenos de complejidad y de riqueza. La
agricultura, la infraestructura hidráulica, la vegetación, la red de caminos o el
patrimonio son algunos de los sucesos que nos encontramos con frecuencia y que
nos presentan una enorme potencialidad de recualificación y regeneración de
estos espacios, en muchas ocasiones amenazados por la presión urbanística y
degradados por su situación de borde en las aglomeraciones urbanas.

Nuestros ríos se están viendo afectados por multitud de actuaciones, -tanto en el


cauce como en los terrenos colindantes-, que están modificando sus
características naturales, provocando la pérdida de su identidad como ecosistema
y su función de nexo entre la naturaleza y el hombre. Resulta necesario por tanto
definir Criterios de Ordenación y propuestas específicas para los corredores
fluviales, que sirvan de referencia a futuras actuaciones por parte de la
administración y los agentes sociales, propuestas que deben iniciarse desde el río
y deben considerar los lugares de actividad humana, recuperando el ecosistema
fluvial e intensificando las actividades que preserven y activen sus valores.

Así, los usos perifluviales deben fomentar la multifuncionalidad, desplegando


efectos y creando paisajes vivos, no sólo en términos ecológicos sino también
culturales. Por otro lado, deben planificarse los principales itinerarios transversales
y longitudinales en torno al río, las zonas susceptibles de uso público en su
relación con el agua, los bordes fluviales y urbanos, y los principales ámbitos
fluviales de transformación.

Respecto del cauce, debe llevarse a cabo su restauración, recuperando en la


medida de lo posible su morfología natural, con nuevas secciones para los
distintos tramos en función de la presión antrópica a la que se encuentren
sometidos, al carácter urbano o rural de la zona, a las infraestructuras y usos del
suelo colindantes y a la potencialidad de uso ciudadano y lúdico. Estas secciones
deben diseñar los espacios perimetrales como elementos de nexo entre el cauce y
el territorio, potenciando así la relación entre ambos.

Por último, es necesario profundizar en el conocimiento de las políticas territoriales


y en los agentes implicados en el corredor fluvial, tanto públicos como privados,
con el fin de poner en común las experiencias y trabajos que se estén
desarrollando, aprovechando así las sinergias existentes que generalmente
quedan relegadas por falta de difusión. De este modo se podrá construir un
espacio de conocimiento y diálogo, del que nacerán realidades que harán más
habitable el territorio fluvial, tan rico como complejo.

En el caso del río Genil a su paso porla Vega de Granada, son muchas las
iniciativas que se están sumando para la conservación de este espacio agrofluvial
de un gran valor ambiental, agrícola y patrimonial. Sin embargo, su
desnaturalización y progresiva ocupación están poniendo en peligro una de las
señas de identidad de este lugar. Es por ello que la región de Granada reclama
una adecuación de la estructura del sistema metropolitano, que permita un
crecimiento y desarrollo compatible con la conservación de la actividad agrícola y
con el uso lúdico y natural de un entorno periurbano, a medio camino entre el
campo y la ciudad.

La Vega de Granada ha sido históricamente un territorio en el que se han


sucedido las avenidas, causa principal por la que el suelo presenta unas
condiciones ideales para el desarrollo de la agricultura. Sin embargo, la presión
antrópica en torno a su eje vertebrador, el río Genil, ha provocado la necesidad de
asegurar estos espacios frente a inundaciones, haciéndolos más seguros para su
utilización. Así, la construcción de los embalses aguas arriba y los
encauzamientos a lo largo de todo su recorrido han eliminado, en principio, las
avenidas que tan beneficiosas eran para la riqueza del suelo, pero a cambio han
proporcionado una aparente seguridad frente a las inundaciones que ha generado
una ocupación, en cierto modo incontrolada, de los espacios fluviales.

Esta teórica ‘seguridad’, condicionada por la probabilidad de ocurrencia de las


lluvias, ha quedado en entredicho con las numerosas inundaciones ocurridas en
los últimos años, que han generado graves daños en las infraestructuras viarias
produciéndose numerosos cortes de tráfico y daños importantes en la agricultura y
en las viviendas colindantes.

Estos hechos no son sino una ratificación de la necesidad de llevar a cabo un


‘Plan de Ordenación del Espacio Fluvial de la Vega de Granada’, con objeto de
evitar posibles catástrofes y conservar la riqueza ecológica y agrícola de este tipo
de espacios. Así, para elaborar un plan de este tipo, es necesario contar con
cartografías de riesgo de inundabilidad que nos permitan delimitar corredores de
protección que no sean ocupados por usos incompatibles con la inundación
ocasional.
Así, estos corredores deben proteger, regenerar y recualificar los espacios
fluviales y agrícolas más cercanos al río, restringiendo los usos existentes de
forma que se lleve a cabo un deslinde en aquellas zonas de especial riesgo. Para
ello los planes de ordenación deben:

 Cuantificar el potencial riesgo de inundación existente.


 Proteger las áreas agrícolas tradicionales de la presión urbanística.
 Limitar el uso de los espacios fluviales para hacerlos compatibles, en la medida
de lo posible, con la ocupación transitoria del agua.
 Recuperar la función natural de la inundabilidad del río mediante la protección de
los espacios fluviales y su recualificación.
 Crear un espacio para el uso y disfrute del ciudadano en aquellos lugares más
cercanos a las ciudades.
 Recualificar los terrenos agrícolas y Potenciar su uso agrícola, lúdico, cultural y
ambiental.

Para delimitar los corredores de protección del espacio fluvial es necesario


obtener previamente las cartografías de riesgo de inundabilidad, aspecto crucial
en la definición territorial de los espacios de libertad del río. Utilizando como base
la llanura de inundación de período de retorno 500 años, se deben definir
diferentes corredores que supongan la recuperación por fases de los espacios
para el río y la ciudadanía.

Una vez delimitados estos corredores, es necesario llevar a cabo un análisis de


los usos del suelo existentes para definir con detalle las propuestas de
ordenación y recualificación de estos espacios. Para ello, debe realizarse una
clasificación de los usos existentes en base a su compatibilidad con la ocupación
transitoria del agua.

Por otro lado, no pueden olvidarse las acciones urbanas, basadas principalmente
en el patrimonio edificado industrial y agrícola, tanto en la valoración de elementos
catalogados como puntos de articulación y de creación de lugares vinculados a los
itinerarios y umbrales urbanos, como en la puesta en valor de determinadas
viviendas, patios, huertas, secaderos… que mediante transformaciones de
rehabilitación, reciclaje, reurbanización, o renovación conserven vivo el patrimonio
existente.

Las acciones ambientales resultan también indispensables para la recuperación


ecológica del ecosistema fluvial. Así, deben definirse acciones en el cauce del río
que respondan a la necesidad de su restauración, recuperando en la medida de lo
posible su morfología natural, con nuevas secciones para los distintos tramos en
función de la presión antrópica a la que se encuentren sometidos, al carácter
urbano o rural de la zona, a las infraestructuras y usos del suelo colindantes y a la
potencialidad de uso ciudadano y lúdico. Estas secciones no sólo deben tener en
cuenta el límite propiamente dicho del cauce, si no que se deben diseñar los
espacios perimetrales como elementos de nexo entre el cauce y el territorio,
potenciando así la relación entre ambos.

Al respecto del sector agrícola, es necesario establecer estrategias y líneas


generales de actuación que ayuden a poner en valor la agricultura enla Vega de
Granada, mejorando la eficiencia y productividad del regadío y asegurando así su
permanencia. Para ello se debe trabajar principalmente sobre el parcelario
existente y su infraestructura hidráulica, desarrollando un programa de medidas
que sirva para impulsar una agricultura competitiva capaz de optimizar sus
ventajas agroclimáticas, estructurales y de situación, de explotar su potencial de
liderazgo tecnológico y comercial en algunos sectores y de fortalecer su posición
en los mercados y en los distintos foros de decisión. Así mismo, se deben
proponer algunas acciones en relación a la renovación y modernización del sector,
no sólo en cuanto a medios técnicos, sino también de potencial humano y
organización comercial de los productos agrarios.

En cuanto a los bordes urbanos, debe trabajarse en la clarificación de los


umbrales urbanos y en el buen equilibrio en la relación ciudad-campo, potenciando
la infiltración mutua de lo urbano en la vega y de la vega en la ciudad y
favoreciendo en estos lugares las puertas hacia los itinerarios propuestos. Se
debe hacer especial hincapié en las lindes parcelarias y las tapias, en las trazas
de los árboles y su labor como señalización de itinerarios, en la mejora de la
visibilidad de la red de acequias en la trama urbana,… dotando a los pueblos de
nuevas fachadas urbanas.

Por último, el plan debe profundizar en el conocimiento de las políticas


territoriales y en los agentes implicados en ámbito de estudio, tanto públicos
como privados, con el fin de poner en común las experiencias y trabajos que se
están llevando a cabo en este territorio tan rico, aprovechando así las sinergias
existentes entre ellos que generalmente quedan relegadas por falta de difusión.
De hecho, el sentimiento de identidad propia, común a los habitantes de la Vega y
los residentes de la capital, y puesto de manifiesto en las numerosas asociaciones
ciudadanas y voluntariado y en los estudios y entidades públicas que trabajan
sobre la zona, supone un recurso con el que se construye este territorio que posee
un valor inestimable.
En resumen, es necesario definir para este territorio una serie de corredores en
torno al río Genil que deberán proteger los espacios fluviales y agrícolas más
cercanos al río frente a la ocupación urbana, sirviendo como base para iniciar un
proceso de expropiación, deslinde y planificación sucesivo. Estos corredores se
deberán definir en base a la inundabilidad del río, a las características físicas de la
zona -sobre todo del parcelario- y a las potencialidades de uso en su relación con
las principales trazas del territorio (caminos, acequias, arroyos, itinerarios
principales…) definiendo también una clasificación de los usos del suelo
existentes en base a su compatibilidad con la ocupación transitoria del agua.

Deberá prestarse especial atención a la búsqueda de usos futuros en los que se


prime la accesibilidad del ciudadano, fomentando múltiples procesos, desplegando
efectos y creando, de esta forma, paisajes vivos, no sólo en términos biológicos
sino también culturales, imaginativos y cargados de experiencia.

Los Criterios de Ordenación servirán para realizar un Plan de Ordenación del


Espacio Fluvial dela Vega de Granada que servirá de referencia a futuras
actuaciones por parte de la administración y los agentes sociales.
Ordenación del territorio, paisajes y
patrimonios del agua
"Pues el agua es como la conciencia del paisaje; las alamedas de las orillas del
río, las alisedas, los saucedales, se ven a sí mismos en el agua y se reconocen; y
hasta un mogote de roca, un berrueco de granito, se ve y adquiere conciencia de
sí en una charca que duerme a su pie". Unamuno, Miguel de (1972) Andanzas y
visiones españolas. Madrid: Aguilar, p. 338.

Son inevitables los vínculos entre dos elementos territoriales tan omnipresentes y
tan estructuradores como el paisaje y el agua. Las herramientas planificadoras de
la Unión Europea así lo reconocen, al estimular políticas que integran ambos
recursos en una pluralidad de escalas. Tanto el agua como el paisaje son
exponentes de lo territorial y modeladores de la convivencia. Su capacidad de tejer
redes de significado abre puertas a una cualificación de lo meramente espacial,
que pasa a adquirir la plena dimensión de lo territorial. La consideración conjunta
de agua y de paisaje no puede hacerse al margen de una disciplina troncal: la
ordenación del territorio.

La comprensión del territorio en tanto que paisaje ofrece una vía privilegiada para
fomentar la calidad de vida de los ciudadanos. Los valores paisajísticos son un
ingrediente fundamental en el bienestar colectivo, y ello ciertamente no se limita a
quienes residen en el campo, sino que afecta de lleno a la más abundante
población urbana, cuyo asueto y vida laboral dependen de forma creciente de
recorridos y estancias en espacios presididos por el paisaje. Es reconocida la
capacidad del agua para enriquecer el diseño de jardines y desarrollos
urbanísticos. Ejemplos de ello se encuentran a cada paso en la arquitectura
hispano-musulmana. También en una de las categorías paisajísticas que, en la
escala europea, presenta personalidad propia: la huerta de Murcia y Levante, un
paisaje íntimamente amasado con venas de agua, lamentablemente cercano a la
extinción.

La presencia del agua introduce en los paisajes un elemento intensificador, que


pone foco y centra la composición visual, enlazando cielo y tierra en sus reflejos.
Como los pendientes, con el trazo vertical de su plomada, ponen en valor la
belleza de las curvas de una oreja, así una laguna subraya mediante su rasa
horizontal la expresividad de las líneas del horizonte. El paisaje de muchas
ciudades no puede entenderse al margen de los ríos que están en el origen de su
primera germinación urbana. Potenciar el diálogo entre el patrimonio monumental
y las aguas que le ponen pedestal es una necesidad perentoria. No se debe
pensar sin embargo que la simple adición de agua a un paisaje lo mejora. Esta
falacia, aceptada por una parte del público, invita a una supuesta mejora de los
paisajes, por ejemplo, mediante la construcción de los abusivamente llamados
lagos artificiales (embalses).

El paisaje surge de la conversación y la mirada de la sociedad hacia los productos


de la larga historia de interacciones entre naturaleza y humanos. El agua devuelve
esa mirada, introduciendo una actividad refleja que presenta, invertidos, movidos,
esbozados, los elementos configuradores del paisaje. Unamuno declara: «el agua
es como la conciencia del paisaje»; en ella se espejan y se reconocen árboles y
rocas. Fray Luis de Granada despliega una idea similar: « ¿qué son los estanques
y lagunas de aguas claras, sino unos como ojos de la tierra, o como espejos del
cielo?». Asimilar un manantial a un ojo de agua, o comparar la salida de aguas
subterráneas a un alumbramiento, no son imágenes gratuitas; como señala
Corominas, otras muchas lenguas reiteran el tropo: el árabe ‘ayn‘ es a la vez
‘fuente’ y ‘ojo’.

Por otra parte, el paisaje proporciona un recurso de gran valor en su entronque


con la política del agua: su capacidad de armonizar conflictos (delatando
anticipadamente tensiones sociales, ofreciendo tareas para la creación de
comunidad, proporcionado claves de integración al emigrante) y estructurar
identidades, y, por lo tanto, su potencial como factor de convivencia. La
fragmentación y degradación de los sistemas fluviales tiene una repercusión
directa sobre la calidad de los paisajes, y una lectura atenta de su fisonomía
proporciona un avisador precoz de procesos que es preciso controlar.

El agua estructura una extensísima fracción de los paisajes dando sustento a


flujos de energía, materia orgánica, minerales e información (germoplasma,
semillas) que se vehiculan atravesando extensas escalas de tiempo y espacio. Los
patrones y procesos de la mayor parte de los paisajes están regulados por el ciclo
del agua. La organización jerárquica y arborescente que muestran las aguas
superficiales; las sorprendentes comuniones sustentadas por las aguas
subterráneas: todo ello compone un orden espacial sutil, que no puede ser
ignorado en la valoración de los paisajes. Los paisajes modelados por el agua son
intrínsecamente dinámicos y abiertos, expuestos a la compleja superposición de
redes causales multiescalares; su vulnerabilidad ante los intensos impactos de la
actividad humana es grande. Es por ello prioritario encontrar inspiración para
orientar el futuro de los paisajes del agua, y reforzar sus potenciales aportaciones
a la sociedad: (1) calidad de vida para residentes y viajeros; (2) excelencia
productiva (denominaciones de origen, imagen de los focos de actividad industrial,
turística o comercial) para las iniciativas ligadas a los paisajes.

El Convenio Europeo del Paisaje (CEP), instrumento internacional dedicado a los


paisajes europeos, en vigor en España desde 2008, formula así la acción
paisajística:

 Conocimiento de los paisajes (identificación, caracterización y cualificación);


 Especificación de objetivos de calidad paisajística;
 Puesta en práctica de estos objetivos mediante la protección, gestión y
ordenación del paisaje en el tiempo;
 Seguimiento de transformaciones, evaluación de los efectos de las políticas,
posible redefinición de opciones.

Por su parte la Directiva Marco del Agua (DMA), transpuesta al marco jurídico
español en 2003, si bien no incluye el término paisaje ni otras nociones culturales
(patrimonio, historia), enfoca sus objetivos hacia la calidad de los ecosistemas. El
concepto avalado por esta Directiva, estado, engloba lo biológico, lo químico y lo
morfológico. Aunque las dos primeras nociones son sin duda relevantes, la
referencia más fácilmente traducible en términos paisajísticos es la morfología.
El anexo V establece los principales indicadores hidromorfológicos que afectan a
los indicadores biológicos en las masas de agua:

Régimen hidrológico / Condiciones Régimen de


Continuidad morfológicas mareas
Ríos Caudales e hidrodinámica Variación de la
(V.1.1.1) del flujo de las aguas profundidad y anchura del
Conexión con masas de río
agua subterránea Estructura y sustrato del
Continuidad de los ríos lecho del río
Estructura de la zona
ribereña
Lagos Volúmenes e Variación de la
(V.1.1.2) hidrodinámica del lago profundidad del lago
Tiempo de permanencia Cantidad, estructura y
Conexión con aguas sustrato del lecho del lago
subterráneas Estructura de la zona
ribereña
Aguas de Variación de la profundidad Flujo de agua
transición Cantidad, estructura y dulce
(V.1.1.3) sustrato del lecho Exposición al
Estructura de la zona de oleaje
oscilación de la marea
Aguas Variación de la profundidad Dirección de
costeras Estructura y sustrato del las corrientes
(V.1.1.4) lecho costero dominantes
Estructura de la zona Exposición al
ribereña inter-mareal oleaje
Fuente: DMA, elaboración propia.

La zonificación espacial inherente a la Directiva Marco del Agua acude a una


jerarquía cuyo elemento más perentorio es la demarcación hidrográfica, ámbito
principal para los compromisos adquiridos por los estados. En escalas más finas,
cada cuenca incluye masas de agua, tanto superficial como subterránea, que
pueden solaparse con diferentes regiones ecológicas y zonas protegidas. Ello
implica una cobertura del territorio diferenciada, con acentos situados, como es
previsible, sobre los espacios marcados por la presencia del agua. De ahí que tal
zonificación sólo en parte puede hacerse coincidir con la procedente de iniciativas
alentadas al calor del Convenio Europeo del Paisaje. En efecto, las zonificaciones
del Convenio, en virtud de la noción central de que todo el territorio es paisaje,
recubren con sus teselas la totalidad del espacio geográfico. En todo caso, la
visión integradora aportada por la Directiva Marco del Agua enriquece cualquier
zonificación paisajística, puesto que trae a la superficie los impactos lejanos que
viajan por el ciclo hidrológico: usos del suelo, fragmentación, alteraciones
hidrológicas. A la inversa, la consideración del encuadre paisajístico aporta a la
Directiva elementos de consenso ligados a la percepción y al disfrute de los
espacios.

Tanto en la Directiva Marco del Agua como en el Convenio Europeo del Paisaje,
para alcanzar los objetivos fijados es preciso movilizar una densa trama de
interacción, que incluye a agentes sociales, administraciones, e intereses anclados
y móviles en el territorio. La conciliación entre las estructuras de participación
inherentes a ambos procesos es factible, ya que en gran medida vienen a
coincidir.

El agua es pues un elemento de conexión que vertebra muchos paisajes. Como


aglutinante territorial, congrega y orquesta elementos paisajísticos de honda
significación, proporcionando pautas para la disposición en el espacio del
poblamiento (ciudades al borde de ríos), la agricultura (vegas y sotos), las vías de
comunicación (ejes de tránsito adaptados a cursos fluviales) y otros muchos.
Casi todos los aspectos que aseguran la calidad ambiental y la integridad de las
masas de agua tienen traducción en términos de paisaje. La degradación, el
conflicto y el uso abusivo de los recursos hídricos imprimen inmediatas huellas en
este semblante general que conocemos como paisaje. De ahí que el discurso
paisajístico sirva como reservorio de percepciones y fina maquinaria para la alerta
temprana.

Son muy íntimas también las conexiones entre las política del territorio y del
paisaje. Las transgresiones y conflictos en cada uno de dichos campos tienen
repercusiones inmediatas en el otro. Son innumerables los ejemplos en los
paisajes del agua. Una concentración parcelaria mal diseñada ha borrado miles de
lagunas endorreicas en la Meseta. El desgobierno territorial hace proliferar
edificaciones e infraestructuras en llanuras de inundación. Sus beneficiarios
tienden a ser decididos partidarios de artificializar el régimen hidrológico, para
salvaguardar una inversión particular o colectiva realizada bajo las premisas de
una ordenación del territorio poco previsora y coercitiva. Tales intereses alimentan
grupos de presión, que abanderan la hidráulica tradicional, de embalses y
encauzamientos. Generalmente suelen ser valedores de medidas duras: reducción
de los caudales ecológicos, multiplicación de presas para laminar avenidas,
eliminación de sotos fluviales (supuestamente para favorecer el desagüe).

A la inversa, los particulares y administraciones que facilitan la edificación en


llanuras de inundación incrementan el riesgo hídrico colectivo al obstaculizar el
libre pulso de las avenidas. La repercusión de las obras resultantes, a menudo
fuera de ordenación, no es sólo contaminar visualmente áreas de gran interés,
sino promover el desapego hacia los valores del entorno fluvial, interpretando sus
irregularidades de caudal como un intolerable desarreglo que ha de ser corregido.
La obra pública debe superar la tosca instalación de cierta hidráulica tradicional.
En caso de ser imprescindibles, embalses y encauzamientos pueden diseñarse
con sensibilidad ambiental, paisajística y social. Para ello existe un corpus
creciente de consejos y directrices. Materiales bio-compatibles, ubicación y
escalas adecuadas al contexto y la función perseguida, abandono del gigantismo
como valor en sí, optimización del diseño: son vías para insertar armoniosamente
la obra hidráulica en su entorno. Por otra parte, en lo tocante a embalses y
encauzamientos ya construidos, es posible concebir medidas de integración:
revegetación local, tratamiento de los materiales, gestión de caudales no agresiva,
evitación de las cadenas de deterioro ambiental.
La modelización hidrológica-
hidráulica y los sistemas de
información geográfica
Los avances en la modelización matemática del flujo de agua en un río registrados
en los últimos 15 años en nuestro país, junto a la cada vez más utilizada
tecnología asociada a los Sistemas de Información Geográfica (SIG) y a las
Infraestructuras de Datos Espaciales (IDEs), permiten conocer de una forma muy
precisa las características de la escorrentía superficial y de las áreas que
atraviesan, estimar el riesgo de inundación de los territorios, grafiándolos mediante
novedosos mapas de calados y velocidades y poniéndolos al alcance de los
planificadores y en general de cualquier ciudadano a través de la Web.

La iniciativa europea Inspire (2007), impulsora de esta “revolución” en el acceso a


la información geográfica, los esfuerzos de las administraciones públicas en
proyectos, planes e instrumentos de apoyo a la gestión del espacio fluvial y a la
prevención de riesgos de inundación, los desarrollos en software y modelos
hidrológico-hidráulicos procedentes de instituciones universitarias y casas
comerciales, y las cartografías generadas por investigadores y profesionales de la
planificación territorial que aplican estas tecnologías; son puestos sobre la mesa a
modo de lluvia de estrellas en este artículo como si de un trailer cinematográfico
se tratara.

De forma simplificada podría decirse que la modelización matemática del flujo de


agua en un río consiste en conocer los valores que toman las variables hidráulicas
(caudal, calado, velocidad…) mediante la resolución por métodos numéricos de
unas ecuaciones obtenidas a partir de una serie de hipótesis. Una vez conocidas
estas variables en una serie de cortes transversales a lo largo del eje del río será
posible la delineación de la superficie ocupada por el agua sobre un modelo digital
de elevaciones.

En un primer paso se deberían resolver las ecuaciones del flujo variable del agua
en lámina libre o ecuaciones completas de Saint Venant, un sistema de
ecuaciones diferenciales en derivadas parciales, hiperbólico y cuasi-lineal,
deducido por Barré de Saint Venant en 1871, y que no tienen solución analítica
para geometrías reales. Para un fluido incompresible e isótropo, como es el agua,
se obtienen las de Navier-Stokes que, particularizadas para describir las variables
promediadas en un pequeño incremento de tiempo, se concretan en las
ecuaciones de Reynolds (Bladé et al. 2009). Su resolución exigiría una
discretización tridimensional del dominio de estudio y el esquema numérico sería
complejo y muy costoso computacionalmente. Frecuentemente el flujo de agua en
cauces naturales presenta unas características que permiten simplificar estas
ecuaciones más generales y obtener resultados suficientemente precisos.

Modelos Unidimensionales:

Para el estudio de los efectos de la propagación de avenidas en ríos, y en


concreto para la obtención de velocidades y cota del agua, se han usado en el
pasado más próximo y se siguen usando mayoritariamente en la actualidad,
modelos unidimensionales en régimen permanente gradualmente variable y fondo
fijo. Estos modelos, los más extensamente utilizados por su sencillez y amplia
difusión, pueden ser una herramienta suficiente para estudios donde la evolución
temporal no sea un factor a tener en cuenta y el flujo sea eminentemente
unidimensional. Se basan en esquemas numéricos relativamente simples pero
eficaces (ecuación de la conservación de la energía, ecuación de Manning,
ecuación de la cantidad de movimiento…), que pueden considerar cambios de
régimen, cauces con geometrías complejas y con llanuras de inundación y
singularidades tales como azudes, puentes, pasos bajo vía, etc. (Bladé et al.
2009).

El modelo HEC-RAS. Este modelo numérico (Hydrologic Engineering Center -


River Analisis System) del cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EEUU, de uso
libre y en continuo desarrollo, es usado en el ámbito de la ingeniería hidráulica y
fluvial con una gran aceptación por parte de la administración pública. Posee
cómodas interfaces gráficas para representar la geometría y ver los resultados,
comparando distintas hipótesis de funcionamiento, y realizar informes, pero no
deja de ser una aproximación al flujo de lámina libre, con limitaciones de cálculo
inherentes a las hipótesis de partida. Así, cuando el movimiento que se desea
simular tiene componentes relevantes en más de una dimensión, los resultados
del modelo serán muy simplificados o erróneos.

Otros modelos comerciales de simulación unidimensional ampliamente


utilizados y que pueden resultar una alternativa o complemento al modelo HEC-
RAS son el Watershed Modelling System (WMS), o el software RiverCad, entorno
gráfico basado en un sistema tipo CAD con conexiones a HEC-RAS.

En el caso de que el proceso a estudiar sea claramente no permanente se debe


recurrir a la resolución de las ecuaciones unidimensionales del régimen
gradualmente variable o ecuaciones de Saint Venant unidimensionales. Los
esquemas numéricos clásicos son: el método de las características, que podría
servir para canales prismáticos pero no es adecuado para cauces fluviales, los
métodos en diferencias finitas (implícitas como el de Preissmann o de los 4
puntos, o explícitas como el de McCormack), y por último los métodos de
elementos finitos que necesitan un elevado consumo de tiempo de cálculo y no
aportan ventajas considerables respecto al anterior. HEC-RAS dispone
actualmente también de un módulo de simulación para este caso (modelo UNET
en diferencias finitas implícitas), que ha ido ganando en robustez y versatilidad de
cálculo. Otros modelos comerciales unidimensionales que resuelven estas
ecuaciones para un régimen no permanente son el MIKE11 del Instituto de
Hidráulica de Dinamarca (DHI), el modelo SOBEK, de Delf Hydraulics y el
DAMBRK de BOSS International.

Modelos Bidimensionales:

La necesidad de estudiar fenómenos naturales más complejos, como pueden ser


la inundación de una gran llanura, la confluencia de dos cauces, el cruce de dos
corrientes de agua o el flujo en un cauce ancho e irregular, donde la hipótesis de
unidimensionalidad se aleja demasiado de la realidad, conduce al desarrollo de los
esquemas bidimensionales. Los esquemas cuasi-dimensionales, donde se
aplicaban las ecuaciones de Saint Venant unidimensionales y una serie de células
de almacenaje, fueron los primeros intentos de modelar la inundación de una zona
llana a partir de desbordamientos de cauces principales, debido a la poca
capacidad y baja velocidad de los antiguos ordenadores que no permitían la
resolución bidimensional. Los modelos MIKE 11, HEC-RAS y GISPLANA
incorporan esta aproximación cuasi-dimensional.

Para la resolución de las ecuaciones de Saint Venant en dos dimensiones se


suelen utilizar los tres métodos antes citados, pero adicionalmente se cuenta con
la técnica de discretización en volúmenes finitos, menos compleja, de menor coste
computacional y más adecuada para el desarrollo de esquemas bidimensionales
de alta resolución. Una extensa explicación de estos modelos que se basan en la
descomposición del dominio físico en polígonos, volúmenes de control o
volúmenes finitos, se puede encontrar en Bladé et al. 2009.

En el campo de la hidráulica y la ingeniería fluvial estos esquemas se han


desarrollado desde principios de los 90, pero solo recientemente se han
conseguido buenos resultados con geometrías reales complejas e irregulares. Un
sistema de modelización que tiene una cómoda interfaz y es compatible con los
sistemas GIS es el modelo IBER (CEDEX, 2010), como resultado de la fusión del
modelo CARPA, Cálculo en Alta Resolución de Propagación de Avenidas, y del
modelo Turbillón. El primero es una herramienta de cálculo numérico del flujo de
agua en lámina libre y régimen variable desarrollado en el grupo de investigación
FLUMEN de la E. T. S. de Caminos, Canales y Puertos de Barcelona (UPC), y el
segundo, diseñado para la simulación de flujo turbulento en lámina libre y régimen
no permanente, desarrollado en el GEAMA (Grupo de Enxeñaría da Auga e do
Medio Ambiente) de la Universidad de La Coruña. IBER tiene, por tanto, las
capacidades de ambos y un ámbito de aplicación extenso: hidrodinámica fluvial,
simulación de rotura de presas, evaluación de zonas inundables, cálculo de
transporte de sedimentos….

También destacan en este apartado los modelos MIKE 21, que junto al MIKE 11
forman el nuevo MIKE FLOOD (DHI), o el SOBEK de Delf Hydraulics. Otros
modelos son el BOSS SMS, de BOSS International Inc., el modelo ISIS
Profesional, de Halcrow Engineering (basado en el ISIS Steady de HR
Wallingford), el modelo español GUAD2D de la ingeniería INCLAM o el
interesantísimo Infoworks ICM (Integrated Catchment Modeling) de la Universidad
de Wallingford (Innovyze, 2013). Para la modelización de aguas subterráneas, ya
en el campo de la hidrogeología, se utilizan modelos comerciales 3D como
Modflow o GMS, de GSM/WMS/SMS Group.

Modelos hidrológico-hidráulicos y Sistemas de Información Geográfica.

Aunque los Sistemas de Información Geográfica no son, en principio, instrumentos


diseñados para la simulación mediante modelos matemáticos, ya que no se
prestan con facilidad a estudios dinámicos al no disponer de representación
explícita de la variable tiempo (ecuaciones diferenciales que gobiernan los
problemas de flujos), sin embargo son herramientas que facilitan el pre y post
proceso de la información espacial que maneja el modelo hidráulico.

En el estudio de un cauce, por ejemplo, se utilizan para el estudio hidrológico y


cálculo de caudales previo al cálculo hidráulico, para regionalizar o agregar las
variables y parámetros y para utilizar sus resultados (archivo de geometría) como
entradas del modelo. El flujo es modelizado con un software diseñado
específicamente para ello, como los que se acaban de presentar, y
posteriormente, las salidas de este modelo son nuevamente exportadas a un SIG
para su procesamiento y representación gráfica.

Esta conexión de los Sistemas de Información Geográfica con los modelos


hidrológicos e hidráulicos ha sufrido una lógica evolución en la última década: los
SIG comenzaron a utilizarse de forma aislada a los modelos, como herramientas
para regionalizar, agregar y/o calcular variables y parámetros, usando los
resultados como entradas a los modelos; pero últimamente han proliferado las
aplicaciones, macros, extensiones o módulos que conectan directamente SIG y
modelo, y además en relación biunívoca. En esta línea, surgieron las conexiones
entre los programas HEC-HMS para hidrología y HEC-RAS para hidráulica, con
los productos ESRI (primero ArcINFO y ArcView y posteriormente ArcGIS), a
través de las extensiones HEC-GeoHMS y HEC-GeoRAS, respectivamente. El
primero de ellos, HEC-GeoHMS (Doan, 2003), permite extraer información
topográfica, topológica e hidrológica desde un modelo digital de elevaciones
(MDE), para luego introducirla en HEC-HMS como ayuda en la elaboración del
modelo de cuenca. El segundo, HEC-GeoRAS (Ackerman, 2002), permite
conectar el SIG y el modelo hidráulico unidimensional en una doble dirección:
desde el MDE se extrae la información geométrica necesaria que, una vez
empleada en HEC-RAS, permite ser de nuevo exportada al SIG para obtener
zonas inundables, batimetrías o velocidades.
Todas las aplicaciones para la modelación hidráulica bidimensional se apoyan en
los Sistemas de Información Geográfica, tanto para dar formato a los datos de
entrada, como para la implementación de los cálculos internos y los formatos de
salida. Así, algunos de los programas de uso más difundido como MIKE-Flood y
su componente bidimensional MIKE 21, SOBECK, o GUAD2D precisan datos SIG
de entrada, normalmente en formato matricial, como los MDE de alta precisión
(LIDAR) o parámetros de rugosidad del terreno a la escorrentía superficial en
régimen de lámina libre (valores de n ó m de Manning). Finalmente, citar el modelo
de flujo bidimensional GISPLANA (CEDEX) concebido como un verdadero
Sistema de Apoyo a la Decisión (SAD) al estar formado por un SIG, un modelo
hidráulico y una Interface Gráfica. La última generación en este tipo de desarrollos
es la aplicación GeoFIRM (Olivera et al., 2006), una herramienta para la
delineación automática de áreas inundables, compuesta por tres módulos:
cartográfico, hidrológico (programa NFF) e hidráulico (programa HEC-RAS).

Mapas de peligrosidad y riesgo de inundación. El Sistema Nacional de


Cartografía de Zonas Inundables.

El concepto de riesgo fue identificado por la UNESCO en 1972 como la


expectativa de que se produzca una pérdida de vidas humanas, bienes naturales o
capacidad productiva. Diversos términos como la peligrosidad, la exposición o la
vulnerabilidad hacen relación a variables para la evaluación de este riesgo.

Las inundaciones provocadas por el desbordamiento de ríos y embalses son, en


general, las catástrofes naturales que mayor cantidad de daños humanos y
materiales producen en España, alcanzando un valor medio anual próximo al 0,1
% del PIB y habiéndose producido más de dos centenares de víctimas mortales en
nuestro país durante la última década (Llorente et al. 2009). Este riesgo es
potencialmente más acusado en las ramblas y ríos mediterráneos, que se
caracterizan por tener una escorrentía de carácter torrencial que con frecuencia
provoca avenidas e inundaciones. Es por esto que las diferentes administraciones
públicas (estatales, autonómicas y locales) están adoptando, desde hace varias
décadas, diferentes estrategias para minimizar sus efectos o mitigar el riesgo. Es
de reseñar en este sentido y ámbito que el “Proyecto de obras de defensa contra
las inundaciones en el valle del Segura” es considerado el primer plan integral de
defensa contra avenidas fluviales elaborado en el mundo (Muñoz, 2002).

El tratamiento de esta problemática específica puede ser abordado desde diversas


perspectivas teóricas: Una consiste en la delimitación de las áreas de riesgo de
inundación, detectables a partir de la topografía del territorio y de la geomorfología
de los cauces de los ríos y ramblas, y en la determinación de los efectos que
podrían tener en los diferentes usos del suelo que intersecan a las zonas de riesgo
potencial. Otra, persigue la simulación del movimiento y la acumulación del flujo de
agua de escorrentía superficial, mediante los modelos ya referidos en los
apartados previos, para la generación de la llanura de inundación esperada para
un periodo de retorno determinado. En este sentido es pionero en España el Plan
de Acción Territorial del Riesgo de Inundación de la Comunidad Valenciana
(PATRICOVA), redactado en 2003, con su determinación del riesgo de inundación
a escala 1:50000 y su orientación sobre zonas de inundación y nivel de riesgo
asociado. Sus disposiciones son vinculantes y de obligado cumplimiento en todos
los planes territoriales y de ordenación urbana.
Territorios singulares en el contexto
mediterráneo
"Yo por mí a Dios recurriría, expondría a Dios mi causa. El es autor de obras
grandiosas e insondables, de maravillas sin número. El derrama la lluvia sobre la
faz de la tierra, y envía las aguas a los campos. Para poner en alto a los
postrados, y que los míseros a la salud se eleven, las tramas de los astutos
desbarata, y sus manos no logran sus intrigas. (…) Durante el hambre te salvará
de la muerte, y en la guerra, del alcance de la espada. Estarás a cubierto del
punzón de la lengua, sin miedo a la devastación, cuando se acerque. Te reirás de
la sequía y de la helada, y no temerás a las bestias de la tierra". La Santa Biblia.
Job, 5:8-22.

El progreso en el uso y aprovechamiento del agua ha caracterizado históricamente


a las civilizaciones más avanzadas, como las que se han ido sucediendo en torno
al Mediterráneo y magistralmente describiera Fernand Braudel (Braudel 1995). Y
así, la supervivencia y el desarrollo de la humanidad han requerido de este
elemento del medio natural como indispensable recurso a lo largo de su historia.

En el contexto mediterráneo, uno de los territorios más singulares será el sureste


ibérico, en el que, dada su marcada aridezmanifestada en una extraordinaria
radiación solar y una pluviometría escasa e irregular, se atesorará toda una cultura
de aprovechamiento de los recursos hídricos (Gil Olcina 2004). Junto a esta
benignidad climática, las apropiadas condiciones agronómicas de los suelos
aluviales promoverán desde antiguo una agricultura de regadío que,
indisolublemente ligada a la disponibilidad de agua, se enfrentará a los exiguos
recursos hídricos existentes y a su periódica escasez. Más tarde, y apoyándose
igualmente en las privilegiadas condiciones del clima, el desarrollo regional tendrá
como base la urbanización urbano-residencial-turística del litoral, que requerirá
asimismo asegurar el suministro del abastecimiento ácueo (Morales Gil 2001).
Todo ello vendrá a agravar paulatinamente las condiciones propias de escasez de
los recursos hídricos, en lo que vendrá a conocerse en la planificación hidrológica
de finales del siglo pasado como déficit hídrico (MMA 2000).

En la cuenca del Segura, desde los centenarios regadíos de sus vegas, se ha


verificado a lo largo del siglo XX una expansión de las superficies regadas sobre la
base del modelo de oferta de las políticas hidráulicas tradicionales y su regulación
fluvial, así como posteriormente de la intensa explotación de los recursos
subterráneos. La acción paradigmática de aquellas en esta cuenca será el
Trasvase desde el Tajo, con su generación de expectativas y, últimamente, las
tensiones políticas. Sin embargo, el incremento de las superficies regadas, sin
recibirse posteriormente el agua inicialmente prevista, dio lugar paradójicamente a
incrementar el déficit hídrico. Superficies que finalmente se han estabilizado en la
pasada década ante la sobreexplotación de los acuíferos y la limitación de los
recursos superficiales disponibles, la falta de garantía del agua y su baja calidad.

No obstante, todo el desarrollo residencial y turístico de los litorales levantinos en


las últimas décadas ha asegurado su abastecimiento urbano en gran parte, incluso
durante las sequías, gracias a estas transferencias externas y al extraordinario
sistema de ingeniería hídrica de la Mancomunidad de los Canales del Taibilla.
Esta entidad, que ha ido incrementando sucesivamente desde los años cincuenta
el número de municipios abastecidos, ha tenido que ir ampliando y diversificando
las fuentes de sus recursos hídricos, desde las del río que le da nombre, hasta los
procedentes de la desalación en una última etapa. Espacialmente esto se ha
traducido en una intensa transformación del territorio, como se muestra en la
extensión de las superficies regadas, y en la expansión de las áreas urbanas,
principalmente en el litoral y las áreas metropolitanas (Gómez y Grindlay, dirs.,
2008). Dentro de este proceso urbanizador destaca sobremanera en este área la
proliferación de los campos de golf, que justifican su sostenibilidad hídrica en la
reutilización de sus aguas residuales depuradas—aunque requieren alrededor de
3.000 viviendas con una ocupación media anual del 30% (Navarro y Ortuño
2008)— pero que introduce una mayor presión sobre los limitados recursos
hídricos disponibles.

A pesar de la pérdida de peso de la agricultura en la economía, el desarrollo


agrícola vendrá, entre otros, de la modernización de los regadíos y del incremento
de la eficiencia en su consumo de agua. Sin embargo, este sector recuperará su
protagonismo ante la actual crisis de la construcción. Por otro lado, en el área
almeriense serán sucesivas innovaciones técnicas en torno a la producción
agrícola desde los setenta, comenzando por los invernaderos y sustratos
enarenados, las que den lugar a todo un “milagro económico”, situando a esta
provincia en primer lugar en el nivel autonómico gracias a la masiva exportación
de productos extratempranos (Aznar-Sánchez y Sánchez Picón, 2010). Este
progreso hacia una agricultura casi industrializada mutará los paisajes agrícolas
extensivos por un “mar de plástico” que se irá extendiendo por todo el sureste y
que será visible incluso desde el espacio (UNEP 2005).
La implementación de la Directiva Marco del Agua (DMA) europea desde el año
2000 y la necesidad de alcanzar sus exigentes objetivos medioambientales de
conseguir el buen estado de las masas de agua para 2015 ha impuesto severas
limitaciones al uso y aprovechamiento de agua. Este cambio en las políticas
hídricas imposibilitó nuevas transferencias entre cuencas y orientó la resolución
del déficit hídrico en este ámbito hacia la desalación masiva de agua de mar. El
amplio desarrollo de desaladoras en el litoral sureste gracias al denominado
Programa A.G.U.A. (Actuaciones para la Gestión y el Uso del Agua), ha dado
lugar a una completa garantía en el abastecimiento actual y futuro de los
desarrollos urbanos. Por lo que el agua ha dejado de convertirse en un factor
limitante para estos desarrollos, que no obstante se han visto frenados finalmente
por la grave crisis inmobiliaria. Sin embargo, el elevado coste de las aguas
desaladas frente a las subterráneas, y la falta de control sobre estas captaciones,
no ha logrado promover su utilización entre los regantes, ni reducir por tanto la
sobreexplotación de los acuíferos.

Ante esta mayor escasez de agua para su aprovechamiento agrícola, como se


muestra en los documentos para el Plan Hidrológico de la Demarcación del
Segura que requiere la DMA, como el Esquema de Temas Importantes, las
dificultades del proceso de concertación para atender a las importantes demandas
aún existentes han impedido culminar – acumulando más de tres años de retraso
en marzo de 2013 - el proceso de planificación hidrológica de esta Demarcación y
desarrollar su preceptivo programa de medidas para alcanzar sus objetivos. Por
otro lado en el área almeriense la degradación de los acuíferos es tal que ni aún
tras la implementación de las medidas consideradas en el nuevo Plan Hidrológico
de la Demarcación Hidrográfica de las cuencas mediterráneas andaluzas se prevé
la recuperación de áreas como las del Campo de Dalías para 2027. De ahí que
estos territorios continúen en la encrucijada de tener que resolver el tradicional
conflicto entre progreso económico y degradación del medio hídrico natural, o
promover un desarrollo hídricamente sostenible.

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