Borges - Conferencia 1968
Borges - Conferencia 1968
Borges - Conferencia 1968
ISSN: 1317-102X
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Universidad Católica Cecilio Acosta
Venezuela
Puede parecer una tarea estéril e ingrata discutir una vez más
el tema de Don Quijote, ya que se han escrito sobre él tantos libros,
bibliotecas enteras, bibliotecas aún más abundantes que la que fue
incendiada por el piadoso celo del sacristán y el barbero. Sin em-
bargo, siempre hay placer, siempre hay una suerte de felicidad
cuando se habla de un amigo. Y creo que todos podemos conside-
rar a Don Quijote como un amigo. Esto no ocurre con todos los
personajes de ficción. Supongo que Agamenón y Beowulf resultan
más bien distantes. Y me pregunto si el príncipe Hamlet no nos hu-
biera menospreciado si le hubiéramos hablado como amigos, del
mismo modo en que desairó a Rosencrantz y Guildenstern. Porque
hay ciertos personajes, y esos son, creo, los más altos de la ficción,
a los que con seguridad y humildemente podemos llamar amigos.
Pienso en Huckleberry Finn, en Mr. Pickwick, en Peer Gynt y en
no muchos más.
nal, cuando Alonso Quijano descubre que nunca ha sido Don Qui-
jote, que Don Quijote es una mera ilusión, y que está por morirse,
la tristeza nos arrasa, y también a Cervantes.
Cualquier otro escritor hubiera cedido a la tentación de escri-
bir un «pasaje florido». Después de todo, debemos pensar que Don
Quijote había acompañado a Cervantes muchos años. Y, cuando le
llega el momento de morir, Cervantes debe haber sentido que se
estaba despidiendo de un viejo y querido amigo. Y, si hubiera sido
peor escritor, o tal vez si hubiera sentido menos pena por lo que es-
taba pasando, se hubiera lanzado a una «escritura florida».
Ahora estoy al borde de la blasfemia, pero creo que cuando
Hamlet está por morir, creo que tendría que haber dicho algo mejor
que «el resto es silencio». Porque eso me impresiona como escritu-
ra florida y bastante falsa. Amo a Shakespeare, lo amo tanto que
puedo decir estas cosas de él y esperar que me perdone. Pero bien,
también diré: Hamlet, «el resto es silencio»... no hay otro que pue-
da decir eso antes de morir. Después de todo, era un dandy y le en-
cantaba lucirse.
Pero en el caso de Don Quijote, Cervantes se sintió tan sobre-
cogido por lo que estaba ocurriendo que escribió: «El cual entre sus-
piros y lágrimas de quienes lo rodeaban», y no recuerdo exactamen-
te las palabras, pero el sentido es «dio el espíritu, quiero decir que se
murió». Ahora bien, supongo que cuando Cervantes releyó esa ora-
ción debe haber sentido que no estaba a la altura de lo que se espera-
ba de él. Y sin embargo, también debe haber sentido que se había
producido un gran milagro. De algún modo sentimos que Cervantes
lo lamenta mucho, que Cervantes está tan triste como nosotros. Y
por eso se le puede perdonar una oración imperfecta, una oración
tentativa, una oración que en realidad no es imperfecta ni tentativa
sino un resquicio a través del cual podemos ver lo que él sentía.
Ahora, si me hacen algunas preguntas trataré de responderlas.
Siento que no he hecho justicia al tema, pero después de todo, estoy
un poco conmovido. He vuelto a Austin después de seis años. Y tal
vez ese sentimiento ha superado lo que siento por Cervantes y por
Don Quijote. Creo que los hombres seguirán pensando en Don